Download - Ensayo pia y La Subcultura de La Pobreza
UNIVERSIDAD CATÓLICA ANDRÉS BELLO
FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN
ESCUELA DE PSICOLOGÍA
ELECTIVA: CIENCIAS SOCIALES Y TRANSFORMACIÓN SOCIAL
ENSAYO
PSICOTERAPIA Y LA SUBCULTURA DE LA POBREZA
Presentado por:
Eleazar RODRIGUEZ
Profesores:
Manuel Llorens
Verónica Zubillaga
Caracas, Marzo 2010
Desde que se hacen teorías y generalizaciones sobre el funcionamiento
psicológico, y la concepción de lo que es una persona “sana” y “normal”, se han
dejado de lado las minorías o las masas que no tienen poder ni presencia en las
cúpulas jerárquicas del momento; de dichas opresiones han salido movimientos
críticos de impacto trascendental como el movimiento feminista, la
antipsiquiatría, entre otros (Llorens, 2006). Dichos movimientos no se pueden
pensar ajenos a la influencia de la posmodernidad científica que se ha
instaurado en el zeit-geist del siglo XX (Vattimo, 1985), la cual ha llevado ha una
crítica de cómo concebir a la persona en psicología y por ende, a la psicoterapia
con la cual se le aproximará a los individuos. Ya no será “la técnica terapéutica
creada por Freud que se basa en descubrir los motivos inconscientes, los
sentimientos y deseos del sujeto” (Morris, 1992, p.355), sino que, como dice
Pakman, da paso a entender la psicoterapia como una “práctica social de seres
encarnados” (1997, p. 255). En lo cual se encuentra que el psicólogo no va a
desentrañar al paciente desde los conocimientos previos que “tiene” de la
humanidad en general, para luego ayudar a que el paciente se conozca un poco
más gracias a la sabiduría del terapeuta, sino que se encontrarán dos seres (con
historias de vida, con percepciones, con gustos, con opiniones, con ideas) en un
contexto bajo el cual uno (psicólogo) cuenta con herramientas para escuchar y
buscar entablar un diálogo reflexivo con el otro (consultante) que desea
comentar un tema o un aspecto de su vida en específico, con el cual no se
siente cómodo; dicha incomodidad generalmente se debe a que es objeto de
una crítica social por no adecuarse a las normas.
En relación a ésta perspectiva, White (2009) propone que “podemos
estructurar el contexto de la terapia de manera que sea menos probable
reproducir las formas culturales de organización dominantes, incluyendo
aquellas que perpetúan las jerarquías”. En Venezuela, una discriminación muy
notoria se ha ejercido hacia los marginados (los barrios pobres) de las ciudades,
los cuales buscan pertenecer a la ciudad, pero son excluidos de ella (Trigo,
2005).
Por excelencia, la forma dominante en el país han sido los gobiernos y los
altos empresarios, los de mayor poder adquisitivo, quienes se interesaban en
vender sus discursos y productos principalmente a la clase media (con sus
variantes) y por último se encontraba la clase pobre; toda esta estructura se ve
en necesidad de cambiar cuando la clase pobre llegó a ser el 57% de la
población para el año 2000 (Riutort, s.f.), éste estadístico ha sido muy
problemático; según y en consecuencia de la metodología empleada el
porcentaje ha variado desde un 44% (Oficina Central de Estadística e
Informática) hasta un 80% (Centro de Documentación y Análisis de los
Trabajadores) para el año en cuestión. Pero de igual forma, la estructura del
consumismo capitalista y los medios se encargan de que, a pesar de no ser una
minoría, los pobres se sientan excluidos de la sociedad (Pakman, 1997),
formándose una sub-cultura de la pobreza (Trigo, 2005).
Por tanto, el querer hacer psicoterapia en Venezuela, desde una
perspectiva en miras del diálogo reflexivo, socavando las bases de la jerarquía,
debe buscar la aprehensión de ésta sub-cultura, de sus creencias y sus
prácticas; de ésta forma lo plantean Rodríguez et al. (1990; c.p. Rodríguez, 2006
p. 55) “sólo podremos contribuir a mejorar las condiciones de vida de los
sectores más empobrecidos de nuestra sociedad si comprendemos cómo el
fenómeno de la estructuración psíquica se ve influido y deformado por esta
situación”. Con lo cual, es ingenuo y dañino implementar “sin digestión los
modelos teóricos y prácticos desarrollados en otros países” (Llorens, 2006, p.
107).
Ante esta complejidad, nace hacerse la pregunta, ¿cómo es el ser pobre
en Venezuela?, para responder a la pregunta no basta con fijarse en el nivel
socio-económico, estadísticos poblacionales, “o cualquier otro indicador
estructural no explica por sí mismo las consecuencias derivadas de la pobreza;
el factor explicativo está comprendido por los eventos puntuales que ocurren en
ella” (Rodríguez, 2006, p. 52). En este mismo aspecto, Trigo (2005) se refiere
específicamente a la vivencia del día a día del barrio, una vivencia que no puede
pasarse por alto, ni menos preciarse en el ámbito psicológico, ya que ahí se
observa la dinámica social de las personas y la estructura metafísica de su
entorno, el cual influenciará como experiencia en su personalidad (Pervin,
1996/1998; c.p. Miñarro et al., 2006).
Cuando pregunto por el ser pobre, me refiero a ser perteneciente a la
sub-cultura de la pobreza, bajo la cual se enmarca un modo elemental de
supervivencia, “satisfacer (…) las pulsiones más elementales” (Trigo, 2005). Y
su vida, como lo plantea Trigo, se da amenazada constantemente por la muerte,
por una falta de reconocimiento total, por un vivir en la ilegalidad/informalidad,
por una carencia de instituciones, “y el cansancio y la frustración acumuladas
generan a veces un quiebre”. Todo esto lleva a que la gente del barrio se haya
desprendido de la comunidad, con la ausencia de grupos de pertenencia, y “el
barrio o sector ha sucumbido al individualismo postmoderno y se abandona el
barrio como territorio humano compartido y cada quien se encierra en su
privacidad” (Trigo, 2005, p. 177). Ante esta sobresaturación de carencias,
peligrosidad y posmodernidad, el Venezolano popular vive en un eterno presente
donde no hay cabida para la memoria o los proyectos (Moreno et al., 2007;
Trigo, 2005; Martín Baró, 1987; c.p. Montero; 1987; c.p. Rodríguez, 2006),
siendo este último aspecto trascendental a nivel teórico, de forma tal que afecta
y debería cambiar la manera de aproximarse a la personalidad (Miñarro et al.,
2006), ya que se altera la organización, por tanto la percepción, que el sujeto
tiene del mundo (referido a la organización en espacio y tiempo que hace el
hombre del mundo, señalado por Kant).
Siendo ésta la forma de ser pobre en Venezuela, podemos llegar de dos
modos distintos a comprender por qué el venezolano popular lidia con la
violencia en su día a día, siendo esta autogenerada y acrecentándose en la sub-
cultura de la pobreza.
Por un lado, Hardy y Laszloffy (2005) proponen que los niños cuando
crecen en contextos agresivos y temerarios, donde están rodeados de violencia
e igualmente se la infligen a ellos, estos pueden pasar a ser perpetradores de la
violencia como mecanismo de protección. Los autores proponen un modelo de
cuatro factores que están implicados de manera crítica en la violencia en el
contexto adolescente. Proponen en primer lugar la Devaluación, que se da
cuando la dignidad y la valía son asaltadas o denigradas. Disrupción/erosión de
la comunidad, entendiendo la comunidad como un ente físico y metafísico, un
lugar de pertenencia, de conexión y propósito, y la consideran una precondición
necesaria para sentirse seguro, a salvo y conectado con los demás. En tercer
lugar hablan de una Deshumanización de la pérdida, consistiendo ésta en
repetidas experiencias de no reconocer y de negar los duelos de sus pérdidas. Y
por último, la Rabia como producto que emerge de los tres factores anteriores,
como una respuesta natural al dolor y la injusticia, pero la misma se les niega y
se les tilda de negativa, generando y convirtiéndose en violencia.
No es difícil ver cómo se dan estos cuatro factores en nuestro contexto: 1)
abandono del padre o de ambos, fracasos en el ámbito académico, desempleo.
2) la comunidad actual de la cultura del barrio, problemas familiares (abuso,
divorcio, separación), discriminaciones económicas, de género, políticas. 3) Los
asesinatos de familiares, vecinos, amigos, figuras del barrio, por no implicar las
pérdidas materiales o emocionales, todas situaciones ante la cual continúa sin
poder detenerse. 4) La rabia que no puede ser expresada porque se aplaca por
medio del maltrato físico, creando a la vez una ambivalencia con el tema de
violencia. De forma tal que la predisposición para la violencia según el modelo,
se da para los venezolanos con gran facilidad y cotidianidad.
Ahora la violencia la entendemos como “una acción (o inacción)
voluntaria, que resulta en ocasionar intencionalmente daño” (Hardy et al., 2005),
esta puede perpetrarse ha uno mismo, ha terceros o por el mismo hecho de
conocer que un acto de violencia se está llevando a cabo y no hacer nada al
respecto.
Pero para hablar de violencia en Venezuela, me remitiré al segundo modo
que señalé anteriormente, más directo y necesario para tratar el tema, es una
investigación llevada a cabo por el Centro de Investigaciones Populares (CIP),
cuyos hallazgos se enmarcan en la comprensión del mundo-de-vida popular
Venezolano (Moreno et al., 2007). En términos de la investigación trabajaron con
violencia delincuencial, entendida como “la violencia no fortuita, intencionada por
tanto, física, hasta el extremo de producir la muerte, y no justificada (…) y por
ende, delictiva” (Moreno et al., 2007, p. 2).
En el análisis realizado por los autores, se puede encontrar la relación
que hay entre la estructura de un perfil de delincuente violento venezolano y la
estructura del barrio comentada anteriormente. Ante lo cual, no se quiere decir
que las personas pertenecientes al barrio sean delincuentes violentos, sino que
las personas que pertenecen a la sub-cultura de la pobreza se encuentran
expuesta y muy sensibles a caer en la dinámica de dicha estructuración, y tomar
la violencia como vía de escape.
Según los resultados obtenidos por Moreno et al. (2007), el delincuente
vive la vida en un discurso centrado en el yo, donde no hay cabida para la
mediación entre lo que se piensa y lo que se hace, y lo que se hace es siempre
en aras de satisfacer necesidades, necesidades que se enmarcan en el presente
inmediato, sin dar espacio a un futuro y sin recordar un pasado, donde se
reniega de la comunidad, no se toma en cuenta y hasta se desafía; donde lo que
importa es el poder sobre todas las cosas, incluso por encima del afecto y las
relaciones, las cuales se suplantan o se mantienen sólo por poder, poder que a
su vez lleva a no responderle a nadie ni a someterse ante nada, la única manera
de llegar a bajar la cabeza es cuando no hay otra salida en ese momento, pero
eventualmente se buscará restituir el poder y mostrarse más que aquel ante el
cual se ha bajado la cabeza, lo cual lleva a que no haya respeto por cosa alguna
que no sea el yo del delincuente, ni siquiera respeto por la vida, por el hombre
en cuanto hombre. Además, se tiene un desprecio por la autoridad (tanto
familiar, como de cualquier índole social) y este desprecio se ve apoyado por la
inconstancia de las autoridades legales y el hecho de que nunca han sido fuente
de confianza ni de apoyo.
Ahora bien, con lo obtenido en la investigación del CIP y en comparación
con lo aportado por Pedro Trigo, encontramos una relación entre las carencias
que se dan en el barrio y los deseos de sustituir de manera individual esas
carencias y satisfacerlas por sus propias cuentas (los delincuentes), en un país
donde abundan las leyes pero son todas muy flexibles (Oppenheimer, 2005).
¿Qué se busca con estas afirmaciones?, no tengo como intención simplemente
alarmar diciendo que la mitad de las pérdidas humanas de América Latina
pertenecen a Venezuela (Banco Mundial, 1993; c.p. Romero-Salazar, 2008), ni
es una crítica partidista al sistema de gobierno. Lo que se quiere mostrar es
cómo se concibe el venezolano en el siglo XXI, en qué contexto crece y vive, y
cuál es su realidad social, de forma tal que se pueda saber: con quién se está
conversando y bajo qué criterios deberíamos pensar la psicoterapia.
Estas cuestiones, como estudiante de psicología son elementales, ya que
la práctica que se realiza en el pregrado de la Universidad Católica Andrés Bello
(UCAB) se basa en contextos donde predomina la sub-cultura de la pobreza, y
en la práctica de la cátedra Asesoramiento Psicológico, acudió para
asesoramiento una joven de 14 años que tiene problemas con la madre y quiere
mudarse con el padre, ellos están separados (no se casaron) y el papá vive con
una mujer, cabe destacar que la relación con la mamá se terminó porque el
padre era mujeriego.
La niña acude diciendo que la mamá no la deja salir, no la deja tener
amigos y no la deja estar con su novio porque un día la vio yendo a su casa,
“nadie quiere ir para mi casa, porque mi mamá les pone una cara”, reporta que
su madre es grosera y gritona, y la agrede físicamente. La mamá no le permite
salir ni estar con gente, porque piensa que va a tener relaciones con ellos y
quedar embarazada, ante lo cual le preocupa que la hija viva lo mismo que le
pasó a ella, casarse con un mujeriego y quedar sola cuidando a las niñas, y
también le preocupa lo que las personas vayan a decir. La niña dice que la
mamá le recrimina al papá “su conducta” de haberse escapado para casa del
novio, porque según la mamá, el papá le enseña la “putería”.
En una de las conversaciones con la niña, ella me dijo que ya no
aguantaba más y que se quería ir de la casa, que esa misma semana se tenía
que mudar con el papá; mi reacción fue preguntarle qué pasaría si el papá le
decía que no podía mudarse con él todavía, a lo cual su respuesta se
enmudeció y estuvo llorando en silencio por unos 5 minutos y el resto de la
conversación (30 minutos) se dio con la niña llorando. Yo trate de plantearle si
en un futuro le parecía prudente que habláramos con la mamá, pero ella me dijo
que no, que la mamá tenía que saber lo qué le estaba haciendo a ella sin tener
que decírselo, y que ella tenía miedo de que la mamá le fuera a pegar, y que ya
llevaba tiempo sin pegarle, pero sabía que si la mamá le pegaba ella le iba a
responder.
En mi intervención puedo observar ahora que fallé al proponerle la opción
de hablar en un futuro, tomando en cuenta que el presente es lo más relevante y
el único tiempo que cuenta. Igualmente, la niña estaba llorando no sólo por
tristeza de su situación, sino por impotencia de sentir rabia y de sentir rabia
hacia su madre, lo cual es un veto moral no sólo por ser rabia sino por tratarse
de la estructura matricentrada, en la cual está censurado culpabilizar a la madre
(Moreno et al., 2007); igualmente razón por la cual enfrentarse a la madre no es
una opción. Pero en caso de recibir una agresión física, incluso por parte de la
madre, la respuesta de defensa sería igualmente violencia, correspondiéndose
con lo propuesto por Hardy et al. (2005).
Entiendo que generalizar la sub-cultura de la pobreza o la percepción del
mundo-de-vida popular venezolano, puede verse como un nuevo
establecimiento o una nueva visión implementada por postmodernos con poder,
pero la cuestión está en mantener una postura crítica y autorreflexiva, de
manera que uno no llegue a pensar que se puede estar acercando a La Verdad
a medida que hace nuevas aproximaciones. Pero al revisar los casos que han
tomado años de investigación cualitativa, se puede llegar a ver como se
comporta actualmente el venezolano de principios del siglo XXI, que se
encuentra en situaciones precarias y expuestas de diversos ámbitos, y cuyas
vivencias no deben ser entendidas en un macro del venezolano popular, sino
que esto debe tomarse en consideración y ver con la persona por qué se actúa
de la manera en que lo hace.
Con la niña, yo debo preguntarle e indagar por qué no desea hablar con
la madre, por qué no puede esperar y postergar la salida de su casa, por qué
desea tanto irse con el papá, y por qué enmascara la rabia con lágrimas. Más
allá del conocimiento teórico que se pueda aportar, lo que cuenta es que estos
permitan entender que no debo proponerle a la niña un proyecto de vida
buscando esperanzas en un futuro, sino trabajar en un presente inmediato en el
cual, no hay esperanza de mejoría sino un locus de control externo que espera
le salve de sus problemas.
Quiero mencionar, que la sub-cultura de la pobreza como lo plantea Trigo,
es una terminología muy seductora para el ensayo que estaba elaborando en mi
mente, y calaba con las ideas que estaba desarrollando. Pero a mi parecer, en
Venezuela se puede hablar de una cultura de la pobreza, en el sentido en el que
lo hace Lewis (1972; c.p. Rodríguez, 2006), donde propone rasgos que se
pueden encontrar en los venezolanos, sin clasificar por zona o nivel socio-
económico. Y sobre todo, los rasgos siguientes: “j) el sentimiento de
marginalidad; el sentimiento de no pertenecer a algo; k) las actitudes críticas
hacia las instituciones de la sociedad, del gobierno, de los jefes políticos; l) el
sentimiento de desamparo y desesperanza” (Lewis, 1972; c.p. Rodríguez, 2006).
A mi parecer, el área de una comprensión global del venezolano como ser
en sociedad (entendiendo sus concepciones metafísicas y psicológicas en la
dinámica diaria) es de imprescindible relevancia en el desarrollo de las diversas
ciencias sociales en el país y en el desarrollo del país en sí. El efecto rebote,
que se generó en la sociedad venezolana al darse cuenta de la discriminación
que se había dado, de manera abrumadora, a un gran sector de la población,
tuvo su efecto no solamente en lo político sino en lo científico-social, con lo cual
la discriminación que políticamente se ha hecho por partidos, puede tener un
efecto en el desarrollo psicoterapéutico.
De esta manera, al menos para mi autorreflexión, al entrar en un contexto
de psicoterapia, hoy día me pensaría “como soy”, en una sociedad posmoderna
que anhela una salvadora revolución del siglo XXI, frente a: “ “ por conocer.
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