Download - El nuevo Prometeo
Agosto del 2011
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Shelley, Crichton, la
tecnología moderna y el nuevo
Prometeo
Manuel Guillén
BLOG:
www.guillenresearch.blogspot.com
I
Al consolidarse la ciencia y la
tecnología de la alta Modernidad,
se sentaron las bases de lo que en
el siglo XX, tras un acelerado ciclo
evolutivo en los siglos XVIII y XIX,
será conocido como el “mundo
tecnológico”, que a decir del
profesor e investigador mexicano
Jorge Linares, posee las siguientes
características: “el entorno en el
que vivimos ahora es, por primera
vez, un mundo tecnológico; ya no
vivimos en definitiva dentro de la
naturaleza, sino en una
tecnoesfera rodeada de la
biosfera. Este factum histórico es
el resultado de la expansión del
poder tecnológico y de los
alcances extraordinarios del ser
humano de acción”.1
Ese poder tecnológico que la
Modernidad desencadenó ha sido
motivo de diversos debates,
horrores metafísicos, reflexiones
intelectuales y preocupaciones
filosóficas de la más variada
especie; todas con el elemento
común de ponernos en alerta sobre
las insospechadas posibilidades
que nuestras jóvenes habilidades
científicas y tecnológicas pueden
engendrar (jóvenes en el marco
del tiempo de vida del hombre en
la Tierra, se entiende). Dicha
cualidad ha reavivado en la mente
1 Véase su obra, Ética y mundo
tecnológico, México, UNAM-FCE, 2008,
p. 366.
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moderna y postmoderna las claves
centrales del Mito de Prometeo.
Platón, en su personalísima versión
del Mito lo narra así: En los
albores de los tiempos, los dioses
decidieron hacer la naturaleza y
todo lo que en ella se aloja. Zeus,
el dios mayor, encargó a Epimeteo,
dios menor, esta labor; y así se
puso Epimeteo a dotar a todo
cuanto existe en la naturaleza con
sus cualidades conocidas: “Ahora
bien, como Epimeteo no era del
todo sabio, se le escapó que había
acabado con todas las capacidades
en los seres carentes de razón;
pero le quedaba aún sin preparar
la especie humana, y estaba en un
apuro de qué hacer. Estando en
apuros llega a él Prometeo para
examinar el reparto, y ve a todos
los demás seres vivos
cuidadosamente provistos de todo,
pero al hombre desnudo, sin
zapatos, al descubierto y sin
armas… Así pues, sin saber qué
salvación podía encontrar para el
hombre, Prometeo roba a Hefesto
y a Atenea la sabiduría artesanal
junto con el fuego, pues era
imposible que sin el fuego esa
sabiduría pudiera adquirirse o ser
útil a alguien, y de tal suerte la
regala al hombre. De ese modo, el
hombre obtuvo la sabiduría para
sobrevivir… y obtiene el bienestar
de la vida, pero a Prometeo, lo
alcanzó más tarde el castigo por el
robo”2.
En la tradición occidental, que ha
interpretado el mito desde épocas
remotas, se ha establecido que el
fuego robado por Prometeo y
devuelto a los hombres significa la
sabiduría divina que llega a manos
de los mortales; una esencia de
vida y protección que estaba bajo
el resguardo del gran dios y que
2 Confróntese, Protágoras, México,
UNAM, 1994, 321c-d.
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es sustraída, en un acto de
rebeldía, para ser otorgada a las
más imperfecta de sus creaturas.
La Modernidad vio prontamente el
paralelismo entre el mito
prometeico y las posibilidades que
la ciencia y la tecnológica
postcartesianas y postgalileanas
traían consigo.
Así, en el cruce entre siglos de
finales del XVIII y principios del
XIX, las posibilidades de la ciencia
y la tecnología comenzaron a
resultar inquietantes. Había pasado
sólo un cuarto de siglo del inicio
de la Revolución Industrial en
Inglaterra y su rápida expansión
por el resto de Europa se había
comprendido ya como irreversible.
El sistema social experimentó
modificaciones en cascada,
muchas de las cuales no eran nada
halagüeñas, como en su momento
lo tematizó Karl Marx.
Al mismo tiempo, el entorno
científico vivía una creciente
fascinación por la vida; vida que,
por cierto, comenzó a ser pensada
más allá de un entramado
caracterológico visible y
taxonómico para dar paso a un
concepto de organización biológica
que enfatizaría no sólo las
características visibles de los
seres vivos, sino sus potencias
ocultas, invisibles en primera
instancia. El análisis de las
“invisibilidades” de la vida dio pie
a la imaginería que buscaba
penetrar en sus secretos hasta
llegar al acto de creación vital
misma, por medio de estas fuerzas
en principio ocultas al ojo no
científico. En consecuencia,
numerosos investigadores se
sumergieron en las variaciones
energéticas de la entonces recién
descubierta fuerza eléctrica y no
tardaron en descubrir que buena
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parte de la energía biológica era
energía eléctrica. Lo que a
nuestros ojos postmodernos puede
parecernos incomprensión de la
verdadera manera de actuar de la
realidad natural, en aquel tiempo
era considerada una posibilidad de
lo más real: generar vida orgánica
por medio de la electricidad. O,
por lo menos, reavivar lo orgánico
fenecido por medio de ondas
eléctricas. Parte del pensamiento
teórico-experimental de finales
del siglo XVIII y principios del
siglo XIX, se halló inmiscuido en
este oscuro, profundo y añejo
anhelo del hombre: ocupar el lugar
del meta-alfarero del Génesis
(Sloterdijk). Se pensó que los
elementos para lograrlo ya estaban
presentes y que sólo cabría
ponerlos en el orden correcto para
echar a andar el máximo
mecanismo que el ser humano
puede concebir: dar vida por
medios extra naturales, es decir,
tecnológicos.
II
Este entorno científico
especulativo y experimental
permeó con prontitud en la opinión
pública de la época que no tardó en
reinventar crítica y artísticamente
el Mito de Prometeo. Dado el
estado de la ciencia de entonces,
con sus supuestos ideológicos
sobre la capacidad obtenida para
producir prodigios, resultaba más
apremiante que nunca capturar
estéticamente el trance
tecnológico y científico por el que
transitaba la humanidad europea
de la alta Modernidad, ya que las
representaciones estéticas,
especialmente las de valía
artística, siempre han recogido
puntualmente el estado del
pensamiento de una civilización;
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sus inquietudes, anhelos y
temores.
En este ambiente cultural, surgió
el gran libro recreador del mito
prometeico; fábula gótica y
romántica de excelente factura,
que desafortunadamente desde su
primera publicación dio lugar, en la
recepción popular, a numerosos
malentendidos, tergiversaciones
diversas y francos sinsentidos que
sólo hasta hace poco tiempo se
han aclarado para destacar su
importancia estética como obra
representativa de toda una época
del pensamiento moderno:
Frankenstein, o el moderno
Prometeo de la escritora inglesa
Mary W. Shelley, publicado en
1818.3
3 En el prólogo, escrito por Pierce B.
Shelley, esposo de la escritora, éste
manifiesta desde la primera página las
inquietudes de un siglo que vio alcanzar
el espesor de una “nueva era” de la
humanidad: “El suceso en el cual se
La historia narra las inquietudes
del joven científico alemán Víctor
Frankenstein por generar vida; no
cualquier tipo de vida, sino aquella
que lo iguale con Iahvé: traer a la
vida a un ser humano por medios
tecnológicos. Con base en los
principios electromagnéticos de la
época y juntando —suturando y
embonando— piezas de cadáveres
humanos diversos, logra su
objetivo haciendo vivir a un
humanoide de gran tamaño y
grotesca apariencia cuya fealdad
será su condena: desde su
nacimiento será repudiado por su
hacedor quien prontamente lo
califica de monstruo. Impedido
para darle muerte, el doctor
Frankenstein simplemente lo
libera, esperando que su destino
fundamenta este relato imaginario ha sido
considerado por el doctor Darwin
[Erasmus, abuelo de Charles] y otros
fisiólogos alemanes como no del todo
imposible”; Madrid, Cátedra, 2007, p. 123.
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sea perecer a manos de los
ciudadanos que lo encuentren a su
paso. El monstruo vagará solo y
así iniciarán sus correrías y sus
penurias por el mundo, ya que,
pese a todo, posee inteligencia,
capacidad de habla y conciencia de
sí. El final y el grueso de la trama
serán fatídicos para la mayoría de
los involucrados (incluyendo al
doctor Frankenstein), pero no para
el monstruo, ya que al cierre de la
novela continuará con vida, si bien
exiliado en la helada tierra del
Polo Norte.
Diversos elementos de importancia
hay que destacar en esta obra que
con toda justeza los estudiosos
contemporáneos han catalogado
como el primer alegato cultural en
contra de las posibilidades
insensatas de la ciencia moderna.
El primero y más notable ha sido
que a pesar de que en la obra el
monstruo claramente no tiene
nombre y que el científico
ensoberbecido es el doctor Víctor
Frankenstein y, en consecuencia,
se llama a su creación “el
monstruo de Frankenstein”,
abreviación de la descripción “el
monstruo creado por el doctor
Víctor Frankenstein en su
laboratorio”, la popularización del
mito del moderno Prometeo, desde
los primeros meses de su
publicación, mimetizó
semánticamente uno y otro hasta
sedimentar el apellido del doctor
en el nombre propio del monstruo.
Más allá de las curiosidades que
sobre la recepción y la cultura
popular puedan sacarse a luz, esto
nos remite a algunas
consecuencias filosóficas de sumo
interés: “El verdadero alter-ego
del monstruo no es Víctor
Frankenstein: la identidad de
ambos se confunde de hecho a lo
largo de la novela, como,
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sabiamente quizás, ha recogido la
tradición popular que, desde el
principio, llamó al monstruo sin
nombre por el de su creador”.4
La indistinguibilidad entre Víctor
Frankenstein y el monstruo, vía
nominal, remite sin duda a las
etapas de la autoconciencia que
Hegel afirmó como características
de la culminación del pensamiento
racional de la Modernidad. El
primer movimiento de la
autoconciencia (el segundo será la
autoconciencia reconocida en otra
autoconciencia) requiere que lo
supuesto como ajeno, como
externo, como lo inmediatamente
empírico y natural, se asuma como
parte integrante de la conciencia
que lo percibe, lo analiza, y lo
manipula: los elementos del mundo
que el hombre científico y
tecnológico, desde el siglo XVII, ha
4 Historio introductorio de Isabel Burdiel
en ópera citada, p. 87.
comenzado a escudriñar,
comprender y utilizar con
creciente soltura y placer hasta
llegar a la desmesura de los último
sesenta años.
El mito de Frankenstein presenta
dos facetas críticas de
importancia: la condena moral de
las acciones del científico y la
crítica al pensamiento cientificista
de la Modernidad. En lo relativo a
la condena moral, encontramos
que “La novela de Mary Shelley
expone la desventura de un héroe
existencial megalómano y
problemático, adscrito al tema
fantástico del ‘aprendiz de brujo’,
alentado por un proyecto científico
‘progresista’, pero atrapado a la
postre entre su fe en la ciencia y
el fracaso de la razón
instrumental”5. Asimismo, “La
fuente del terror en Frankenstein
5 Véase, Gubern, Román, Máscaras de la
ficción, Barcelona, Anagrama, 2002, p. 36.
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surge, decididamente, de un mundo
racional y moderno en el que reina
el hombre con su conciencia y con
los sueños de su razón. En ese
mundo, los hombres y las mujeres
se enfrentan fundamentalmente a
sus propios abismo y encuentran
el horror en sí mismos”.6
Recordemos que el tránsito
histórico en el que la novela es
concebida marca la oposición
consciente entre los desarrollos
intelectuales de la Modernidad y
todo lo que la precede. Es la época
inmediatamente posterior a la
Ilustración que Kant exaltó como la
época de la “mayoría de edad” de
la humanidad, porque dio el gran
paso de atreverse a saber por sí
misma. Pero saber por los propios
medios de la racionalidad humana
implica también un ejercicio
extremo de la libertad y, como el
6 Burdiel, óp. cit., p. 60.
propio Kant asentara en sus
escritos sobre la esencia de la
libertad, ésta siempre deberá ser
comprendida dentro de ciertos
límites racionales. En efecto,
‘libertad’ no significa hacer todo lo
que se puede, sino hacer todo lo
que se debe.
La gran diferencia con los siglos
de pensamiento previos a la
Modernidad radica en que el
máximo tribunal que juzgará el
correcto o incorrecto ejercicio de
la libertad radica en el hombre
mismo y no en Dios como en
tiempos previos a la conquista de
la madurez de la razón. Es la razón
misma, vuelta sobre los actos que
posibilita, la que determinará si
ésta o aquella acción ha sido hecha
en orden al libre ejercicio de la
razón cuyo límite máximo es, de
acuerdo con Kant, el conjunto de
juicios morales que ella misma
elabora
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Así, la manera de obrar de Víctor
Frankenstein a todas luces se
aparta del imperativo de la razón,
al ejercer el científico su libertad
no de manera sabia y racional, sino
libertina e irracional. Las acciones
que llevarán a la catástrofe
personal, familiar y científica de
Víctor Frankenstein están signadas
por la irresponsabilidad
grandilocuente del individuo
moderno que se cree capaz de
transgredirlo todo, reinventarlo
todo y dominarlo todo; en este
sentido, la fórmula “Frankenstein
contra las leyes de Dios”, señalada
por Román Gubern, es adecuada
como una alegoría de la sustitución
caótica del orden natural, ejercida
y dirigida por el hombre
cientificista ensoberbecido, que la
humanidad intentó por primera vez,
para no detenerse nunca más,
justo en el cruce generacional del
surgimiento de la novela.
En este punto, la crítica a la moral
del científico auto exaltado y
megalómano se cruza con la crítica
a las posibilidades justamente
monstruosas de la gran ciencia y
su avatar tecnológico de la alta
Modernidad. El naciente siglo XIX
lo tuvo claro por primera vez. Las
posibilidades que el conocimiento
científico y sus aplicaciones
tecnológicas abrían eran
verdaderas y contundentes. Como
no había ocurrido nunca antes, la
fisonomía social, humana, natural y
política podía ser transformada de
manera radical y permanente; ya
no eran los alegatos filosóficos
radicales y rebeldes en contra del
modo escolástico de pensar
puestos en marcha por Descartes,
tampoco la confrontación con la
dogmática eclesiástica a través de
la práctica experimental de
Galileo, ni siquiera la celebración
de la adquisición de la libertad
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racional por parte de Kant. No, el
siglo XIX se halló mucho más
cercano a la mirada de Marx: lo
que comenzaba a cambiar ya no
era sólo el mundo de las ideas
filosóficas e intelectuales, sino el
mundo de la vida mismo. El
traslado veloz y dramático del
campo a la ciudad, la nueva
funcionalidad humana en medio de
la funcionalidad maquinista, la
domesticación de poderosas
fuerzas naturales como la
electricidad y el vapor para
hacerlas obedecer a pie juntillas
los designios humanos, etcétera.
La Modernidad liberaba por fin
fuerzas naturales por medios
científicos como nunca antes había
ocurrido en la historia de la
humanidad. Por primera vez en el
largo periplo que había llevado al
hombre de los refugios en las
cavernas y el descubrimiento del
fuego a los barcos de vapor y las
primeras bobinas eléctricas,
parecía que la humanidad iba
finalmente a estar un paso
adelante de la naturaleza; el
hombre moderno dejaba de ser su
esclavo para ser su amo.
Justo este sesgo es el que da una
caracterología ambivalente al
trabajo de Víctor Frankenstein, ya
que para el pensamiento de la
época, la ciencia en sí misma no
era mala o diabólica; por lo
contrario, era el máximo logro del
pensamiento humano y el vehículo
que llevaría a la raza humana hacia
un futuro de bienestar pleno y
prístino conocimiento. Por más que
se temieran las posibilidades que
la ciencia y la tecnología hubiera
en determinado momento de
engendrar, el siglo de Mary
Shelley sigue siendo la edad del
progreso.
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Más bien, a lo que se temía en
aquella Modernidad en
consolidación era a las
posibilidades negativas de la
ciencia en malas manos. La crítica
decimonónica al moderno
Prometeo salva a la ciencia y
transfiere sus posibles males a la
figura del científico desquiciado,
quien sólo puede adquirir
consciencia de sí a través de la
oposición que le plantea la
exterioridad de su monstruosa
creación; monstruo que nace de
sus propias debilidades,
ambiciones y carencias como
científico, que son las mismas que
hacen de él alguien que ha
traicionado al ideal científico de
progreso y bienestar.
Por ello, el doctor y el monstruo
comparten apellido en la tradición
crítica y popular que ha seguido a
la aparición de la novela: hay un
responsable perfectamente
identificable de las abominaciones
que ha producido al manipular el
método científico; para el lector de
ayer y de hoy, es claro que la
ciencia y sus engendros, tal y
como eran concebidos en el siglo
XIX, sigue siendo un asunto entre
un eficaz y benéfico sistema (el
sistema científico) y los individuos
que lo manipulan, los que, como
toda persona, son susceptibles de
ser héroes o mezquinos,
encomiables o miserables.
Frankenstein, o el moderno
Prometeo es, entonces, una crítica
cultural a los malos usos de la
ciencia en un mundo moderno que
ha abierto posibilidades
insospechadas para ese tipo de
pensamiento especulativo,
experimental e instrumental. En
esta medida, mantiene claramente
a salvo a la ciencia en cuanto tal y
condena con energía a uno de sus
espíritus traidores: el doctor
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Frankenstein que morirá al cabo a
manos de su aberrante creación.
III
Los desarrollos científicos y
tecnológicos durante el siglo
siguiente (es decir, el siglo XX)
terminarán por fusionarse hasta
configurar el sistema
tecnocientífico. En éste, la clara
diferenciación que aún podía hacer
Mary Shelley se ha disuelto. No es
que haya la ciencia, como esfera
del conocimiento pura,
desinteresada y encomiable (si
bien con sus riesgos inherentes),
por un lado; y, por el otro,
científicos que la manipulan los
cuales pueden subjetivamente
perseguir fines encomiables o
abominables. En el siglo XX,
comenzando con el Proyecto
Manhattan que dio luz a la primera
bomba atómica de la historia del
planeta, la tecnociencia opera en
bloque y no pueden separarse sus
fines de los intereses que los
sistemas con los que se relaciona
generan e inoculan en su razón de
ser.
Así, la imbricación con el sistema
financiero, el sistema político y el
sistema militar, en diversos
niveles, es indisociable y es parte
del modo de ser del quehacer
científico y tecnológico de la
postmodernidad. Igualmente, la
tecnociencia es un sistema
especializado que se divide en una
pluralidad de subsistemas
particulares que funcionan como
una totalidad interconectada y
funcional:
La sistematicidad del sistema
tecnológico refuerza tanto la
necesidad de expansión como el
autodesarrollo. Los sistemas
técnicos, por simples que sean
—en apariencia— están
conectados e intercomunicados
con una gran red global formada
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por todos los macrosistemas
tecnológicos alrededor del
mundo entero (principalmente de
energía, transporte, producción
manufacturera y comunicación).
Es en esta gran escala
tecnológica en donde podemos
observar los mayores y más
problemáticos efectos para la
naturaleza y la sociedad.7
De manera que si la alta
Modernidad tuvo por excelencia su
novela de denuncia de las malas
prácticas científicas individuales
en Frankenstein, la
postmodernidad ha reeditado el
Mito de Prometeo con una novela
de igual o más éxito comercial que
la de Mary Shelley y que plantea,
justamente, el aspecto crítico
desplazándolo de la subjetividad
científica a las corporaciones
científicas que funcionan, en
realidad, como corporaciones
tecnocientíficas, macro sujetos
inescrupulosos que son los que
7 Linares, ópera citada, p. 387.
ordenan y mandan hoy por hoy en
la mayor parte de los avances
tecnocientíficos del mundo entero.
Parque jurásico de Michael
Crichton es la novela de crítica
científica por excelencia de la
postmodernidad. Libro publicado
por primera vez en inglés en el año
de 1990 y en español al año
siguiente, 1991. Tomando como
punto de partida los efectos de una
de las ramas más progresivas,
escandalosas y diversificadas de la
tecnociencia contemporánea, la
ingeniería genética, quien fuera
oriundo de la ciudad de Chicago
establece el centro narrativo de la
trama: la posibilidad de generar
vida ahora sí en serio, por medio
de un complejo aparato científico y
tecnológico que funcionaría como
una virtual máquina del tiempo
trayendo al mundo actual formas
de vida extinguidas miles de
millones de años atrás.
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El sesgo crítico de la novela queda
planteado desde el inicio mismo,
en la Introducción a la obra, en la
que haciendo una mezcla de ficción
con realidad y bordando sobre los
rasgos de la novela-ensayo,
Crichton afirma que:
La revolución biotecnológica
difiere de las transformaciones
científicas anteriores en tres
aspectos importantes:
Primero, está muy difundida.
Norteamérica entró a la Era
Atómica a través del trabajo de
una sola institución
investigadora, en Los Álamos.
Entro en la Era de las
Computadoras a través de los
esfuerzos de alrededor de una
docena de compañías. Pero hoy
las investigaciones
biotecnológicas se llevan a cabo
en más de dos mil laboratorios
sólo en Norteamérica. Quinientas
compañías de gran importancia
gastan cinco mil millones de
dólares anuales en esta
tecnología.
Segundo, muchas de las
investigaciones son irreflexivas
o frívolas. Los esfuerzos por
producir truchas más pálidas
para que sean más visibles en el
río, árboles cuadrados para que
sea más fácil cortarlos en
tablones y células aromáticas
inyectables para que una
persona tenga siempre el olor de
su perfume favorito pueden
parecer una broma, pero no lo
son. En verdad, el hecho de que
se pueda aplicar la biotecnología
a las industrias tradicionalmente
sujetas a los vaivenes de la
moda, como las de los
cosméticos y el tiempo libre,
hace que crezca la preocupación
por el uso caprichoso de esta
tecnología nueva.
Tercero, no hay control sobre
las investigaciones. Nadie las
supervisa. No hay legislación
federal que las regule. No hay
una política estatal coherente ni
en Norteamérica ni en parte
alguna del mundo. Y, dado que
los productos de la biotecnología
van desde medicinas hasta nieve
artificial, pasando por cultivos
mejorados, resulta difícil
instrumentar una política
inteligente.
Pero más perturbador es el
hecho de que no se encuentren
voces de alerta entre los
científicos mismos. Resulta
notable que casi todos los que
se dedican a la investigación
genética también comercian con
la biotecnología. No hay
observadores imparciales.
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Todos tienen intereses en
juego.8
Los tres puntos iniciales de Parque
jurásico fijan la postura y la clave
de lectura del texto para que no se
preste a equívocos: el autor ha
ficcionalizado un alegato ético en
contra del estado de cosas
contemporáneo en materia
tecnocientífica. El énfasis puesto
en la frivolidad, la dispersión y la
cooptación que dicho sistema hace
entre el mundo científico marca de
manera puntual los pilares sobre
los que descansa esta nueva
manera de investigar, descubrir e
intervenir en el mundo por medios
científicos y tecnológicos.9
8 Véase, Parque Jurásico, Barcelona,
Plaza y Janés, 1991, pp. 9-10. 9 El doctor Jorge Linares resume con
precisión este hecho “Las innovaciones
tecnocientíficas se difunden cada vez con
mayor rapidez y por todo el orbe: no
existen ya limitaciones culturales ni
geográficas para su expansión. Se han
El libro narra los esfuerzos de la
corporación InGen™ para realizar
una clonación exitosa con base en
la paleogenética. Tras numerosos
esfuerzos realizados en la década
de los ochenta y con una fuerte
inversión de compañías japonesas,
su vehemencia biotecnológica
rinde al cabo frutos al encontrar el
método, los medios, la materia
prima y la tecnología apropiada
para traer a la vida a una
multiplicidad de seres
prehistóricos, con base en
muestras genéticas fósiles
encontradas en la sangre que
chupaban los mosquitos a los
dinosaurios y que han quedado
creado los medios materiales para la
difusión del saber científico y el quehacer
tecnocientífico (Internet como entorno
virtual globalizado y el empleo de la
informática como lingua franca
tecnocientífica). El progreso tecnológico
es un rasgo distintivo de la tecnociencia
que parece ya no depender de la voluntad
social, sino de un impulso autónomo de
autocrecimiento…”, ópera citada, p. 386.
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selladas, por azares de la
naturaleza, en ámbar. El socio
mayoritario de la corporación, el
viejo John Hammond, decide
entonces erigir todo una zona
comercial con base en los
productos genéticos fabricados por
su empresa: emplaza entonces un
parque de diversiones
zootecnológico en una isla del
Océano Atlántico comprada a
Costa Rica: Isla Nublar. En cuanto
comienzan las labores para los
preparativos finales antes de la
gran inauguración, el infierno se
desata.
La decantación de información
científica —en particular sobre
ingeniería genética—, con el buen
manejo del atractivo plástico de
una de las ramas matemáticas más
inquietantes del último cuarto de
siglo, la Teoría del Caos, así como
las posibilidades hasta hace poco
inimaginables de las teorías
científicas fundidas con la
tecnología de vanguardia, da carne
y sangre al cuerpo del texto de
ficción. En cuanto al tejido de la
trama, lo más electrizante de
Parque jurásico está en su
capacidad para ordenar de manera
atractiva, crítica, misteriosa y
prolija los avatares de una
sociedad que el sociólogo
estadounidense Daniel Bell ha
llamado “postindustrial”, cuyas
características son: 1) El
capitalismo ha entrado en la era de
la primacía del conocimiento y los
servicios; 2) la tecnología se dirige
a un nivel máximo de
autorreferencialidad, al tiempo que
se fusiona con el sistema
científico, y 3) la inminente
urbanización total volverá
obsoletos a los sectores primario y
secundario en la productividad de
las naciones.
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En este entorno enrarecido, la
ciencia ha dejado de concebirse
como un medio para llegar a la
libertad a través de la verdad,
como ocurrió en la época de su
emancipación como arte del
pensamiento en los siglos XVII y
XVIII, sino como un instrumento
más de producción de capital; el
viejo dictum de Ignacio de Loyola,
“la verdad nos hará libres”, que
los científicos pioneros creyeron
aplicable a su arte, ha mutado con
la muerte del dios metafísico para
ceder sus plegarias al más terrenal
dios de nuestro tiempo: el dinero;
así, la confianza en la posibilidades
del conocimiento de la primera
Modernidad, recibe una
modificación sustancial en
nuestros tiempos, ya que ahora se
afirma sin escrúpulos: “la verdad
(científica) nos hará ricos”. No a
todos, por supuesto. Solamente a
aquellos que hacen ciencia de
verdad, o lo que la postmodernidad
entiende por ciencia de verdad:
ciencia corporativa, tecnologizada,
aplicable, transformadora,
reificadora; producción masiva de
los resultados de laboratorio,
índices de eficacia en libros
contables.10
Pero esta ciencia desbocada,
ciencia sin límites, al servicio de
las grandes corporaciones y del
gran capital, no inspira seguridad
sino temor; sus creaciones han
perdido para siempre ese aura de
progreso, bienestar prometido y
catapultación de la humanidad
10 “La eficacia tiende a manifestarse en lo
que se ha denominado ‘imperativo
tecnológico’: hágase todo lo que sea
tecnológicamente posible. Los agentes
tecnocientíficos confían en que lo que hoy
no es factible se realizará en el futuro
gracias al progreso tecnológico. Este
‘imperativo tecnológico’ implica que todo
lo que puede realizarse técnicamente está
justificado por los fines y beneficios
pragmáticos inmediatos,
independientemente de los riesgos
inherentes”, Linares, ópera citada, p. 382.
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hacia un futuro promisorio que
todavía gozaron hasta poco
después de la primera mitad del
siglo XX. Por lo contrario, los
productos tecnocientíficos
postmodernos pueden alcanzar
altos niveles de incoherencia,
espanto o frivolidad:
Hammond [el dueño de la
compañía de biotecnología
InGen™ y del Parque Jurásico™]
era aparatoso, un histrión nato y,
en 1983, tenía un elefante que
llevaba consigo en una jaulita. El
elefante tenía veintitrés
centímetros de alto y treinta de
largo y estaba perfectamente
formado, salvo por los colmillos
que estaban atrofiados […] A
los inversores potenciales… les
ocultaba el hecho de que la
conducta del elefante había
cambiado de modo esencial en el
proceso de reducción del tamaño
al de una miniatura: el pequeño
ser podía parecer un elefante,
pero se comportaba como si
fuera un roedor violento, de
rápidos movimientos y pésimo
carácter11.
11 Parque jurásico, pp. 79-80.
.
Las capacidades potenciadas de
transformación del entorno
medioambiental que la
tecnociencia ha insuflado en el
modo de ser de la humanidad
contemporánea son al mismo
tiempo una realidad y un
espejismo. Son una realidad
porque su facticidad es
abrumadora, avanza con celeridad
y sigue los mandatos de su propio
y auto generado “imperativo
científico”. Es un espejismo
porque desde su concepción, por
más que ideológicamente se afirme
lo contrario, el sistema
tecnocientífico sabe que no puede
controlar todas las variables que
entran en juego en su devenir, en
su creatividad y en su
productividad. Existe, entonces, un
punto crítico, un momento de no
retorno en el que inexorablemente
las invenciones generadas por el
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sistema tecnocientífico tenderán a
revertir contra el propio sistema y
contra el sistema social en
general, y entre más sofisticación
exista, mayor será el grado de
peligro posible. Éste es un
elemento cada vez más difundido
culturalmente, en especial por la
machacona intervención de
intelectuales críticos,
organizaciones no
gubernamentales y movimientos
izquierdistas del mundo entero:
entre más avances, desarrollos y
logros obtenga el genio científico,
mayor será el grado de riesgo
latente. Tanto en la realidad como
en la imaginería del siglo XX y
principios del XXI, esto es válido lo
mismo para la exploración espacial
que para la energía atómica; para
la manipulación genética que para
la generación de armas químicas.
En este sentido, la novela de
Crichton recoge el espíritu de una
época.
En Parque jurásico, la asombrosa
facticidad de lo improbable revela
la paradójica fragilidad de una
súper ciencia tecnologizada;
porque al tiempo que el
postmoderno Prometeo
corporativo ha cumplido a
cabalidad el sueño demiúrgico de
la humanidad, el logro largamente
anhelado de la metacerámica
primordial, pone al descubierto
que las fuerzas bióticas liberadas
rebasan de sobremanera las
capacidades de comprensión y
control que la tecnociencia posee.
El Parque Jurásico™, esa isla
high-tech en la que su dueño John
Hammond soñó que la filosa
tecnología de nuestra época podía
controlar a un conjunto de seres
de otro tiempo, un tiempo sin
humanos, se convierte en el
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amargo reflejo de una realidad
largamente ignorada. Ni las cercas
electrificadas, las escopetas con
balas expansivas o las zanjas de
cinco metros; ni el absoluto
control lógico de los sistemas
cibernéticos que automatizan por
completo al parque, puede detener
lo inevitable: el imperio del caos.
Porque los sistemas biológicos no
se someten a nuestras
necesidades racionales; se abren
paso siguiendo una lógica compleja
y paradójica en la que la
estabilidad está ligada a lo
aleatorio. Ciertamente puede
describirse en ella un orden, que
incluso es posible interpretar
matemáticamente. Pero esta
interpretación, como ocurriera a
los teólogos medievales cuando
descubrieron que a Dios apenas se
le podía nombrar para decir algo
significativo acerca de él, sólo
muestra que al pie de nuestro
pretendido poderío teórico y
pragmático se encuentra un infinito
abismo (biológico, cósmico y
temporal) al que sólo podemos
admirar y temer.
IV
Las dos grandes novelas epocales
que han reinventado el Mito de
Prometeo, respectivamente para la
Modernidad y para la
Postmodernidad, Frankenstein, o
el moderno Prometeo y Parque
jurásico, realizan, a través de sus
poderosos medios estéticos
críticos, el cuneo entre una época
y la siguiente, señalando
puntualmente las afinidades, pero
sobre todo las diferencias que
median entre una y otra; y,
asimismo, subrayan cómo una es
elemento indispensable para el
desarrollo de la otra: sin la
apertura científico-ideológica de la
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alta Modernidad, la tecnociencia
de nuestra era postmoderna, con
toda su desmesura, no habría sido
posible. El paso de la ciencia
modernista a la tecnociencia
postmodernista trajo consigo una
serie de modificaciones de gran
relevancia que afectan ciertamente
para bien, pero sobre todo para
mal, a la totalidad del sistema
social global: “El mundo
tecnológico del que depende ahora
la humanidad entera se ha
convertido en una mediación
universal y en el horizonte de las
relaciones cognoscitivas y
pragmáticas entre el ser humano y
la naturaleza; es pues, un sistema-
mundo que domina la vida social,
una matriz cognitiva y pragmática
a partir de la cual nos
relacionamos con todo”.12
12 Linares, óp. cit., p. 365.
Mientras sigamos en esa matriz, la
viviremos como el ambiente único
de seguridad y sentido del mundo
de la vida (lo que Peter Sloterdijk
llama “esfera de inmunidad”), por
más que tenga, metafóricamente
hablando, numerosas fugas de
líquido amniótico vital. El gran reto
de nuestra era será forjar la
siguiente esfera que sigue a la
inevitable ruptura de toda matriz;
una que tendrá que dotarnos de los
elementos psico-culturales
necesarios para desmantelar todo
aquello que ha puesto a nuestra
civilización al borde del colapso y
rescatar aquello que nos ha
iluminado para afirmarnos como
los paradójicos prodigios de la
naturaleza que sin duda somos.