¿A QUÉ PRECIO?
- ¿Cuánto vale un hombre?
- ¿Cuánto estarías dispuesto a pagar por él?
- ¿Y una mujer?
- ¿Cuánto crees que cuesta?
- ¿Y un alma? ¿Cuánto vale un alma?
- ¿Piensas que tiene precio?
- Bueno, ¿y una mentira?
- ¿Quieres que te mienta?
- ¡Basta ya! He empezado a preguntar yo. Tengo derecho a alguna respuesta,
¿no crees?
- No.
- Bueno, entonces contéstame sólo una... ¿a qué precio está el amor?
- ¿Qué es eso?
- ¿No sabes lo que es el amor?
- No. ¿Se come?
- No.
- Entonces... ¿se bebe?
- No.
- Pues entonces, ¿para qué sirve?
- Bueno, realmente no sirve para nada. Pero la gente que lo tiene disfruta
mucho más la vida. Dicen que es algo maravilloso. ¿De verdad que no lo has
visto nunca?
- No. ¿Cómo es?
- Yo una vez vi un poco de amor... todos giraban en torno a él. Estaban como
locos... poseídos... no creo que aquella gente fuera realmente así. ¿Sabes? El
amor te cambia, te transforma...
- Ahá.
- Pero a veces el cambio no es muy positivo. La locura no siempre es buena
compañera... sobre todo cuando se convierte en desesperación. Yo he visto
morir gente por esa cosa, hacer cosas insospechables e inimaginables, y al
final... nada. Sólo huesos.
- ¿Y cuánto vale? ¿Crees que tendría bastante con estas monedas?
- No lo sé. Esa pregunta te la hice yo antes y demostraste ser más ignorante
que yo. Aunque... últimamente el amor ya no es lo que era. Ha cambiado,
siempre va cambiando y te lo puedes encontrar de mil formas y colores... y te
engaña, y te rompe... te destroza el corazón.
- ¿Ah sí?
- Bueno, eso es lo que dice la gente...
- ¿Y qué formas tiene?
- La que tú le quieras dar... un huracán, un torbellino, un monstruo, un hada,
un sátiro, una rata, un brujo, un bufón, un volcán, una mujer...
- ¿Y cómo sabes que está ahí?
- Simplemente lo sabes. Cuando está ahí... él te lo dice y te desafía: aquí estoy,
dispuesto a hacerte sufrir, a hacerte llorar y reír... cógeme si puedes.
Juguemos un rato... toda la vida es un juego para el amor...
- Pues ya no sé si quiero pagar por él. No merece la pena. ¿No crees?
- No sé, yo nunca he tenido un poco de amor entre mis manos...
- Bueno, ¿y cuánto vale el dinero?
- ¿De cuánto tiempo dispones para gastarlo y disfrutarlo?
- ¿Y La Luna? ¿Cuánto vale La Luna?
- ¿Acaso crees que la noche la dejaría escapar?
- ¿Y el Sol?
- ¿Cuánto crees que durarías entre sus brazos?
- ¿Y las estrellas?
- Menos que el amor... mucho menos...
ÁNGEL
Desde aquí arriba todo se ve estupendamente. Pero no sé exactamente hacia
donde voy. El camino es largo y dudo que mis alas sean capaces de batirse eternamente.
Ahora no puedo parar, cruzando el Pacífico es imposible detenerse, caer al agua es
como suicidarse. Se baten lentamente, de vez en cuando aprovecho la condición del aire
y planeo cuando me encuentro a suficiente altura, con cuidado de no estrellarme contra
la superficie acuosa. Remonto y vuelvo a planear, un gran ahorro de energía
significativo en el proceso de este viaje. Cuando salí del Edén hace tres días, no podía
imaginar el descomunal esfuerzo que me iba a costar llegar a mi destino. Desde que salí
de allí no he dejado de volar, parando únicamente para reponerme y descansar escasos
minutos mis alas. Llevo un mensaje de importante valor y no sé quien es el destinatario.
Sé que es de relevante importancia y no sé qué es realmente relevante. Sé que el
mensaje ha de ser entregado de manos de un ángel a un mortal humano que me espera y
no sé cómo será el encuentro si ambos jamás hemos cruzado nuestras vidas ni nuestros
sueños. Se supone que un ángel ha de saber muchas cosas que el resto de seres que
moran en vecindad y carecen de inmortalidad desconocen, pero quien domina esas
reglas a veces desconoce su propia historia, su propio origen es una incógnita para él.
En numerosas ocasiones él mismo habla y cuenta de cómo cree que no existe más que
en el corazón o la mente de algunos seres mortales y en aquel sitio que llaman Paraíso.
Él sabe que no es así. Sabe que está presente en cada lugar y momento, incluso aquel
que niega su existencia la confirma con el sólo hecho de negarla. Aquel que no cree y
sin embargo adora al Diablo también hace implícita su existencia, ya que sin el Mal no
existiría el Bien. No obstante, esta es una visión muy humana y como tal errónea. Del
Paraíso al Infierno solamente hay una delgada puerta que los separa, yo he visto a Dios
y a Satanás tomarse las copas juntos en el bar del Purgatorio. Y charlan y deciden quien
irá a cada lugar en la próxima recogida. Hablan con la Muerte y divagan, a veces se
juegan a las cartas el destino de cada humano. Realmente les importa poco allá cuanto
duremos acá. Yo antes de ser Ángel fui humano, tuve suerte de poder elegir, pero no por
ello dejé de formar parte de ese juego. Mi ocupación ahora es la de mensajero de Dios,
pero quién necesita comunicarse con él lo ignoro, cada día que pasa pierde un punto de
credibilidad en este mundo y nacen diez mil nuevos oponentes aspirantes a dioses o
demonios, ninguna fuerza es capaz de imbuirles a creer lo contrario, ellos son los que
libremente pueden decidir su propia vida en la medida en que sus limitaciones se lo
permiten, pero al fin y al cabo son ellos los dirigentes de sus propios actos y son ellos
mismos los que acatan dolidos o agraciados sus consecuencias. Y allí están los dos, en
el Purgatorio, fumando y bebiendo, riendo y charlando, bromeando... No tiene gracia,
de verdad que no la tiene.
Pero en fin, aquí estoy, rumbo a un destino desconocido. No sé que puede ser tan
importante como para que Dios huya de ser presentado ante un humano. Ya diviso el
lugar de mi aterrizaje final, pronto quitaré de mi espalda el peso de este pergamino y
volveré a batir mis alas al abrigo de las estrellas. Creo que ya veo al tipo que debe leer
la palabra de Dios, es un hombre de unos treinta años, la edad que tenía yo cuando
abandoné el mundo de los mortales, era esbelto, guapo, con una vida estupenda y
adorado por las mujeres. Ahora todo eso se acabó, pero vive en mi memoria y eso es lo
que me consume, Dios estaba tan ocupado con sus cosas que ni siquiera se dignó a
eliminar la memoria que me atormenta del mundo que habitaba antaño. Me siento
culpable por haber muerto tan joven, sin haber vivido lo suficiente, sin haber encontrado
el amor, sin haber hecho nada de provecho, sólo pudrirme de dinero, un dinero que
tampoco era mío por mi esfuerzo y mi sudor sino por mi herencia de hijo único de
familia rica. No he podido darme cuenta de nada, ni de lo que merece la pena, ni de lo
que no, he estado nadando treinta años ahí abajo en la mierda y ahora, desde aquí arriba
nada es como lo veía, mis ojos de ángel han abierto mi mente y todo es tan claro que
soy prisionero de mis remordimientos.
Desciendo poco a poco, el personaje está distraído y no se ha percatado aún de
mi presencia. Está de espaldas, una gabardina negra le cubre hasta las rodillas y un
sombrero oculta su cara a medias, antes de volverse al escuchar los pies del ángel
enfrentándose al suelo tras de sí, tira la colilla de un cigarro y la apaga con la bota. Hay
algo que le resulta familiar, no consigue adivinar qué es. Ahora los dos, hombre y ángel,
se encuentran con las miradas enfrentadas y, en silencio, el hombre alarga la mano y
recibe el mensaje. Desliza la cinta y estira el papel. Lee. Ángel espera el fin de la lectura
y la confirmación del mensaje. El hombre termina y mira sonriente al ser alado. Le
tiende el papel viejo y ángel lee:
Feliz cumpleaños Ángel de mi vida, disfruta de una nueva estancia en el mundo
que antaño abandonaste sin voluntad en este cuerpo que yo, tu Dios, te ofrezco. Haz un
buen uso de él, pues no habrá otra oportunidad. Has sido un buen mensajero, cuando
vuelvas ya hablaremos.
Dios
BAJO EL PUENTE
Se había acabado, mi matrimonio quedó concluido esa misma tarde. Él salió
airoso del asunto del divorcio y se llevó una buena parte de mi fortuna, jamás lo hubiera
pensado. Cuando nos conocimos todo era maravilloso y duró así mucho tiempo. Creía
que había llegado a conocerle y que nos entendíamos, pero él quería un hijo y yo no
podía dárselo. Era tan orgulloso que ni siquiera aceptaba uno adoptado. Aún tengo
fresco en mi memoria el recuerdo de aquella tarde y de lo que hice después, no quería
llorar, al menos no delante de él. Salí de la sala, mientras Dani aún celebraba su victoria
con el abogado. Había dejado el coche en la puerta, pero pasé de él. Empecé a caminar
sin saber hacia donde, con la cabeza llena de frustración y desasosiego, la tarde dio paso
a la noche, ésta caía fría. Me arropé con mis brazos y seguí caminando, ahora por
inercia, con la mirada perdida en el vacío. Pasé por el puente de piedra que unía las dos
partes de la ciudad, yo acababa de dejar la más nueva y al fondo, frente a mí, se veía la
antigua. No acabé de cruzarlo, me asomé lentamente y la quietud se apoderó de mí
mientras miraba aquellas escasas aguas turbias. Me acerqué más... pronto me descubrí
subida en la vieja piedra mirando hacía abajo e inclinándome cada vez más, el puente
estaba perdiendo su atracción y casi me dejaba volar hacia abajo. De pronto, un sonido
me sacó de mi abstracción y el puente me atrajo firmemente contra él. El llanto de un
niño... fui corriendo, desde luego, esperando encontrar a su madre con él. Busqué por
todos lados y al final di con la criatura, estaba bajo el puente, envuelto por completo en
una sábana blanca, parecía no tener más que unos días por el peso y el tamaño. Lo
desenvolví con cuidado y casi se me escurre de entre los brazos al gritar. Era... horrible,
apenas parecía humano. No obstante, aquel fue desde entonces el hijo que nunca pude
tener. Desde aquel día el niño fue creciendo en mi regazo, oculto a la luz pública. Mi
vida había dado un gran giro en tan sólo un día.
Los primeros meses fueron los más duros, no podía dejarlo sólo y tampoco podía
dejarlo a cargo de nadie, así que estuve todo el tiempo encerrada en casa. Sin trabajar,
sin salir a la calle, sin dar apenas señales de vida. Pero no importaba, el dinero me
sobraba y no vi mejor manera que esa de gastarlo. El niño fue creciendo y a la edad de
dos años aún no sabía articular palabra. Parecía un animal. Cuando quería comer
enseñaba los afilados dientes que le habían brotado y se llevaba la mano a la boca.
Cuando tenía sed juntaba los labios y pasaba su puntiaguda lengua produciendo ruidito
continuo. Cuando tenía sueño se arrastraba sin que me diera cuenta hasta mi cama. De
vez en cuando sacaba la lengua para indicar que estaba contento o agachaba la cabeza
para expresar descontento o tristeza. Entonces decidí enseñarle a hablar poco a poco,
tampoco podría enviarle al colegio y tarde o temprano acabaría enseñándole a escribir
también. Empezó con el abecedario...
El niño aprendía rápido. En dos semanas ya sabía el abecedario y su correcta
pronunciación, ahora empezaría con la unión de letras y luego la formación de palabras.
Al niño parecía que le gustaba aquello, de vez en cuando reía y se pasaba la lengua por
los colmillos y ella ya empezaba a experimentar lo que siente una madre hacía su hijo.
Ella notaba los ojitos con los que le miraba su pequeño, tan tiernos y expresivos...
parecía que tuviera una inteligencia escondida delatada únicamente por aquellos ojos de
un color burdeos intenso y penetrante. A la vez, Ana cada vez lo veía más inquieto. Ella
suponía que era la edad, el niño aprendía cosas nuevas cada día y ya empezaba a
relacionar palabras, pero aún no sabía coordinarlas en una frase coherentemente. Tenía
fijación por una palabra: eso disito. Ana le preguntaba en versión infantil que qué
significaba esa palabra y él sonreía y la volvía a repetir una y otra vez. Ana no le dio
importancia, los niños suelen inventarse palabras o hacer construcciones verbales
indescifrables, únicamente válidas para ellos. Pasaron los días, las semanas, los meses...
el niño había crecido en tres años el equivalente a uno de ocho o diez y había adquirido
mucha fuerza. Ana ahora podía salir con más frecuencia y dejar al niño solo, pero ya no
le gustaba la calle y apenas se le veía fuera de su casa. Un día sorprendió a su hijo en la
cocina hurgando en cajones y armarios, había cogido un cuchillo de partir carne brillo
bonito dijo y se abalanzó sobre Ana, la agarró del cuello y atravesó su cabeza hasta
llegar a la nuez. Ana se desplomó contra el suelo con el niño aún encima. Éste empezó a
reír y a mirarla con aquellos ojos que tanto maternalismo transmitieran a Ana meses
atrás. Entonces el ser sacó el cuchillo y metió las manos en la brecha. Tiró hacia u lado
y otro hasta abrir un agujero algo mayor y extrajo la masa encefálica. Luego se la comió
lentamente y al acabar dijo: sesos, exquisitos.
CUCARACHAS ENOJADAS
La habitación estaba en penumbra. Había un extraño efecto de claroscuro. El
cuadro lo formaban dos hombres de casi dos metros de altura y otro pequeño hombre,
algo desaliñado, bajo regordete y con bigote, el pelo alborotado y sin rumbo fijo. Los
dos hombres, de complexión muy robusta, eran bastante fornidos, se encontraban
desnudos frente al tercero, éste último estaba inmóvil, con la boca y los ojos muy
abiertos, parecía haber visto un fantasma... no tendría más de cuarenta, pero la vida lo
había hecho más viejo de lo que realmente era. Los dos hombres altos tenían una
cicatriz enorme que abarcaba desde la cabeza hasta la pelvis, no tenían aparato
reproductor y su piel parecía algún extraño tipo de látex. Entonces, envueltos en
sombras, uno de los hombres, el que estaba situado a la derecha, introdujo las manos en
su cicatriz a la altura del pecho y empezó a estirar a ambos lados dejando al descubierto
su verdadera identidad. La falsa piel cayó silenciosamente a sus pies. Era... era como
una cucaracha gigante, realmente era asqueroso, tenía, no obstante, rasgos humanos. Su
verdadera piel tenía el aspecto de un caparazón de absoluta e impenetrable rigidez. Era
de color oscuro parduzco y parecía estar recubierto de una especie de baba. Tenía un par
de alas replegadas a la espalda y la “cara” se componía de unas mandíbulas, unos
enormes ojos que parecían pedunculados y dos pares de antenas, unas más largas que
otras. Estas no dejaban de moverse. El pequeño hombre seguía quieto, parecía
hipnotizado, quizá lo estuviese, o quizás estuviese paralizado, si las arañas podían
hacerlo con sus presas por qué no iban a poder aquellos seres mostrar una habilidad tan
innata y natural de caza. Era evidente que aquel hombre, elegido seguramente al azar,
iba a ser presa, de hecho ya lo era, de aquellos bichos.
El individuo que se había separado de su piel, esta vez se volvió a abrir en dos,
parecía una carcasa... el otro ser cogió entonces al hombre y lo tumbó boca abajo en una
mesa. Entonces, aquel que se había vuelto a abrir se elevó en el aire con un pequeño,
casi imperceptible, movimiento de sus alas y se situó en la misma posición que el
hombre, suspendido a unos dos palmos por encima de él. Luego empezó a descender
sobre él lentamente hasta haberlo engullido corporalmente por completo. Ahora se
levantó y la brecha se cerró rápidamente con el hombre en su interior. A través de los
orificios que presentaba aquel ser se podían ver algunos de los rasgos humanos del
capturado. Sus ojos, su boca y la punta de la nariz... El bicho tomó total posesión del
humano y se podía apreciar como cualquier gesto ejecutado por éste, era imitado en su
interior por el humano. Quizá aquel fuese su alimento y lo consumía poco a poco, pero
de lo que no cabría duda era de que aquel sería su nuevo disfraz ante el resto del mundo,
pues ahora empezaba a metamorfosearse sigilosamente. Ambos se vistieron y salieron
del lugar, la casa de la víctima.
Manu estaba a punto de llegar a su casa en el barquito que se había construido.
Manu era un niño de unos cuatro o cinco años, pero tenía una gran capacidad. Ahora
tenía ganas de ver a su padre, el cual estaría esperándole en casa. Manu navegaba entre
los prominentes obstáculos que emergían estáticos de aquel mar, extraño a los ojos de
cualquier otro que no fuera de aquel tiempo, tenía una transparencia absoluta a pesar de
su profundidad. Y poseía un color azul eléctrico muy brillante, era precioso. De hecho,
era el único mundo que se conocía en mucho tiempo. Tenía algo mágico... Ya estaba
llegando a su casa, la veía cada vez más cerca y eso le reconfortaba, ya estaba
empezando a anochecer y sus padres ya le habían advertido que antes de que eso
sucediese debía estar de vuelta. Por fin llegó. Allí estaba, su hogar, erigido
asombrosamente sobre el agua, sin ningún sustento sólido bajo esta. Era increíble, pero
no ya para aquella gente que ya estaba acostumbrada. Dejó el barco frente a la puerta y
dio un pequeño salto hacia el porche, no era necesario atar el pequeño navío y lo dejó
despreocupado allí mismo. Ahora lo que más le urgía era ver a su padre que había
vuelto a casa tras un largo viaje, además, su madre ya estaba preparando la cena y tenía
hambre. Cuando vio al padre, se lanzó en un saltó sobre él, rodeándole fuertemente con
sus pequeños brazos, a lo que el padre correspondió gratamente. Enseguida, Manu subió
a su habitación y aprovechó también para lavarse las manos. Mientras lo hacía, llamaron
a la puerta. Manu oyó como los pasos de su padre se acercaban a ésta y como giraba el
pomo. También oyó la escasa conversación entre el padre y uno de los visitantes,
dedujo que eran varios por la conversación:
- Hola, ¿puedo ayudarles en algo? – Dijo el padre al abrir la puerta. Había dos
individuos plantados en el porche de su casa. Vestían ropa oscura, ambos con
gabardina, negra...
- Claro que sí... – uno de ellos lanzó una sonrisa y ambos se adentraron en la
casa.
El padre de Manu no tuvo tiempo de alertar a su familia, uno de aquellos
hombres le había cogido por el pescuezo y tapado la boca. Llevaban guantes de cuero.
Parecían asesinos a sueldo. Siguieron avanzando. Manu no se había percatado del
peligro hasta que oyó a su madre gritar desde la cocina. Debía huir, si no también le
cogerían a él. Siguió subiendo hasta el desván. Éste tenía una pequeña ventana lateral,
era estrecha, pero Manu cabría perfectamente por ella. Luego se lanzaría al agua y la
magia de ésta le pondría a salvo, confiaba en que fuera así.
Cuando ya estaba deslizándose por el hueco de la ventana, la voz de su padre le
llamó la atención...
- Manu, ¿qué haces hijo mío? – Dijo con un tono lánguido y descansado.
- Papá, esos hombres... – el niño estaba asustado, estaba hablando con su
padre, pero no creía conocerle. Tenía su cuerpo, su voz, pero aquel no era su
papá... Mamá acababa de aparecer y se había colocado junto a su padre, se
comportaba también muy raro...
- Hazle caso a tu padre Manu, ¿no querrás hacerle enfadar, verdad? – Y sonrió
extrañamente mientras miraba a su marido.
- Pero... yo te oí gritar... – Manu estaba muy confuso y sólo tenía que soltar
sus brazos para caer al agua.
- No pasa nada, hijo – increpó el padre – esos hombres ya se han ido y tu
madre está bien, mírala. Anda ahora ven... – alargó los brazos esperando que
Manu pasase de nuevo al desván, pero éste no se inmutó.
- ¡NO! ¡Vosotros no sois mis padres! – Gritó y aquellas personas intentaron
contener su furia. No podían dejar que el pequeño se saliese con la suya.
Manu miró al agua cada vez más convencido de lo que iba y tenía que hacer.
- Maldito niño... – dijo uno de ellos entre dientes esperando no ser oído por
éste.
Manu estaba decidido, justo en el momento en que sus falsos padres se
abalanzaron sobre él, éste saltó al vacío y no pudo evitar oír los gritos de desesperación
de aquellos al ver fallido su propósito. Se asomaron por el pequeño ventanuco y vieron
como Manu era engullido por el mar, desapareció. Pero antes de desvanecerse y
hundirse en el agua, cuando Manu miró hacia arriba, quedó horrorizado al ver las
cabezas de dos enormes cucarachas echando espuma por la boca. Que se hubiese
escapado les cabreó, pero no podía dejar que la muerte de sus padres quedase así, algún
día volvería a dar con ellas y daría la cara, pero ahora debía prepararse, el futuro
depararía su venganza, su cruenta venganza. Y el mar fue su abrigo y las olas sus
hermanas, y los peces sus amigos y la flora marina su jardín... no tardarían en saber de
él.
DESHUMANIZACIÓN
(LA PIEL DEL INSECTO)
Estábamos todos aterrados. Había gente con aspecto humano entre nosotros,
pero no eran humanos. Se movían, hablaban, vestían... como nosotros, pero eran muy
diferentes en su interior. No creo que ni siquiera pensaran como nosotros. Se habían
adueñado de la casa y de nuestras vidas. No podíamos salir de allí, dos de ellos
guardaban cada una de las salidas. Habría unos siete u ocho. Éramos más que ellos, pero
ellos eran mucho más fuertes. Tenían una fuerza extraordinaria, suprema... y una
inteligencia precisa, pero extraña. Nos tenían presos y nos obligaban a hacer todo el
trabajo sucio, entre otras cosas limpiar los deshechos humanos que habían sido nuestros
compañeros y cavar. Nos utilizaban como reserva alimenticia y poco a poco íbamos
cayendo en sus fauces. Yo, una vez limpié uno de aquellos cadáveres, apenas quedaba
otra cosa que huesos. Algún trozo de piel o carne, e incluso algún trocito de víscera...
Observé que también estaba cubierto por una especie de baba semitransparente de color
verde suave... asqueroso. Y todos sabíamos que nos iba a llegar la hora. Solían comer
cada tres o cuatro días y eso nos daba algún tiempo más para idear una estrategia de
huida, para escapar y gritar al mundo lo que estaba pasando. Aquello me recordaba a la
famosa película de “La invasión de los ultracuerpos” o su posterior versión “Los
ladrones de cuerpos”. Ya habíamos visto a alguno de ellos con la piel de varios de
nuestros compañeros muertos. Un bonito traje. Teníamos sabido que a algunos no los
mataban sino que introducían sus huevos en el interior y, cuando eclosionaban, estos
empezaban a comer desde dentro hacia fuera. Aquello era peor aún que cualquiera de
las más crueles torturas. Algunos insectos como la avispa icneumón lo hacen. Buscan
un huésped y depositan sus huevos en él. Una sensación horrible. Saber que vas a morir
y de una forma tan espantosa...
Recuerdo la noche en la que invadieron la casa... todos estábamos totalmente
desprevenidos, una fiesta, varios amigos... Entraron, sellaron puertas y ventanas, todas
las salidas, y nos amenazaron. En aquel momento no sabíamos que de todas formas
íbamos a morir. Pensamos que era un secuestro como cualquier otro y ya era algo que
nos atemorizaba. Pero luego... luego fuimos descubriendo la verdadera identidad de
cada uno de ellos. Una pesadilla. No nos dieron explicaciones. Los nuestros pronto
empezaron a morir, a desaparecer, cada tres días, cuatro si no tenían demasiada hambre
nuestros raptores. Habían muerto seis personas ya y habían pasado unas tres semanas
desde que llegaron. No obstante, nos mantenían alimentados, enriquecidos... para
constituir un buen alimento. Tenían que cuidar su comida. Nos engordaban. De vez en
cuando salía alguno al exterior, nadie se percataba de su falsa humanidad bajo aquella
piel, y nos proveía. Otras veces venía de vacío, quizás hubiese más allá fuera... más
como ellos y más como nosotros, en nuestra misma situación.
Entre ellos había uno, supusimos que el líder, que organizaba todo y daba
órdenes, debidamente cumplidas por sus “súbditos”. Había un vínculo especial entre
ellos. Uno de los nuestros, en un intento desesperado, se lanzó sobre uno de ellos en un
ataque frontal. No le hizo nada. En cambio, un fino hilo de líquido verde surgió del
“oído” del líder. Sospechoso. Aquel héroe fue su próxima comida.
Entre todo lo que les obligaban a hacer, el líder les había otorgado pico y pala a
algunos de los secuestrados para excavar en el sótano. Túneles. Pero ¿hacia dónde?
Aquello era muy extraño. Quizá eran túneles de conexión... no lo sabían. No sabían
nada. Estaban sumidos en una gran incógnita. Algunos jamás encontrarían la respuesta.
Aquellos seres parecían inmunes, se recuperaban a una velocidad vertiginosa. El
jefe nos hizo una advertencia muy objetiva. No podíamos hacer nada contra él. Aquel
día llamó a uno de los suyos y le puso una pistola en las manos, éste disparó hasta
vaciar el cargador, sólo heridas en la piel. Luego tomó un lanzallamas y apuntó al líder,
un chorro de fuego lo baño de pies a cabeza. Tendría que cambiar de piel, dijo
irónicamente. Lanzaron luego cuchillos sobre su cuerpo y se los quitó pasivamente... No
había forma de acabar con aquel ser, con todos aquellos seres... Sin embargo, había algo
raro, algo que no cuadraba. Les habían hecho poner el sistema de calefacción al
máximo. El calor les daba energía. Cuanto más calor hacía, más rápidos y fuertes eran.
Con ayuda de dos de mis compañeros conseguí encontrar una salida. Una
abertura en la parte superior del servicio. Nunca me había percatado de ella, claro que,
nunca había necesitado saber que estaba allí. No escapó. Sólo quería saber por donde
podrían huir todos en el momento preciso. Tenía la sensación de que todo el poder de
aquellos seres radicaba en el calor y que se centraba en la figura de su líder. Así que
decidió ir a por él le costase lo que le costase. Aquella salida la reservaría para que
escapasen sus compañeros si no conseguía acabar con aquel ser. Si conseguía eliminarlo
podrían salir por la puerta grande (la principal) como los toreros.
Calor... pensé. En la cocina había una gran cámara frigorífica, tenía la carnicería
en casa, salía mucho más rentable. Me dirigí hacia allí. El líder estaba mirando a través
de la cortinilla que había sobre el fregadero. Me acerqué a la puerta de la cámara y
agarré el tirador. Él se volvió y me lanzó una amenazante mirada. Me armé de valor y
hablé:
-¡Vas a morir! ¡Todos vais a morir!
En ese momento se lanzó hacia mí a una velocidad sorprendente. Por suerte, yo
fui más rápido. Abrí la puerta y se estrelló contra el metal. Aturdido por el golpe y el
frío aproveché para golpearle. Abandonó la piel y se introdujo dentro de la cámara. Una
masa globosa, gelatinosa de color verde, rebotando por cada rincón de la cámara, me
recordó a esa nueva película, Flubber... creo que se llama. Aparté la piel y cerré la
puerta antes de que pudiese volver a salir. No tardé en dejar de oír los golpes contra las
paredes. ¿Habría muerto? No quise comprobarlo, ahora debíamos huir. Reuní a mis
compañeros. El resto de los seres, según me habían dicho, cayeron retorciéndose de un
lado a otro. Mis sospechas habían resultado ciertas, bastaba con eliminar al líder, él era
el centro... Dos de los nuestros estaban apoyados en la pared, vomitando algo verde.
Eran huéspedes de aquellos malditos huevos. Estos ya no nacerían, también habían
muerto. Ahora esperaban que al otro lado de la puerta todo fuese distinto. Respiraron
profundamente y abrieron la puerta principal. Miles de seres rodeaban la casa y
avanzaban hacia nosotros, rabiosos, hambrientos... Gritaban: ¡¡COMIDA, COMIDA...!!.
Ahora pagaríamos la muerte de sus colegas sirviendo de suculento plato para aquellos
horribles y espeluznantes seres...
Se acercan. Rompen puertas y ventanas, antes fuertemente selladas. Se despojan
de sus pieles y atacan a diestro y siniestro, por todos lados, la huida es inútil. Un grito se
pierde... cientos de vidas humanas...
Aún sigo consciente después de todo y por eso puedo contar esto, quizá quede
constancia de nuestra existencia, de nuestra humanidad, en un futuro, aunque sea muy
lejano. No tardarán en encontrarme en el fondo de este túnel, enterraré el manuscrito, ya
siento como se deslizan hacia aquí, están muy cerca...
DOS PALABRAS
Érase una vez una tierra muy lejana, inexistente en el plano físico y empapada de
realidad. Una tierra en la que habitaban todos los sentimientos y todas las emociones.
No sólo estaba lejos en lo relativo a la distancia, sino también en lo referente al tiempo.
Había una gran distancia de espacio – tiempo. Quién sabe si antes o después de la
ocupación de los humanos en La Tierra o más o menos cerca de ésta, pero tenía cierto
parecido con su belleza potencial.
En este mundo emocional todo era armonía. Y paz. Quizá sea esto lo que
marque realmente el tiempo de evolución de La Tierra de los humanos. Pero este
equilibrio pronto se vería corrompido.
Había dos hermanos, gemelos de sentimiento, que habitaban en este mundo.
Ambos, hermanos no en el significado consanguíneo que nosotros conocemos sino
espiritual, vivían el uno del otro y eran inseparables. Un día, La Tierra de los humanos,
el planeta azul por naturaleza, empezó a “evolucionar” y, con ella, el raciocinio y los
sentimientos se iniciaron en un cambio y el Señor de aquel etéreo mundo se vio
obligado a mirar hacia su perfecto mundo. Los sentimientos se transformaban por
momentos y observó que los dos hermanos comenzaban a retar su grandeza el uno al
otro. Todo estaba sumido en una gran metamorfosis, así que, dicho Señor, convirtió los
sentimientos y emociones en palabras y dotó de un plano físico a su mundo y lo llamó
Verba, y así, vivieron en una forma gráfica. Y los dos hermanos también sufrieron la
transformación y padecieron el destino de ser dos palabras dependientes pero
enfrentadas. Amor y Odio se definieron en la posterior escritura y, puesto que,
hermanos gemelos eran, cuando uno no está presente, el otro ocupa su lugar. Y, al fin y
al cabo, dos palabras fueron para siempre, por los tiempos de los tiempos.
EL CÍRCULO
Solían quedar allí, en el Valle de los Enebros. Eran cinco, un número, para ellos,
mágico. Se reunían de forma especial cada ciclo lunar, cada veintiocho días
aproximadamente. Entonces comenzaban su ritual. Eran algo parecido a brujos, pero
con la particularidad de que sus dotes eran naturales, los cinco eran herederos de un
gran poder, el mismo que les había unido. Uno de ellos, Jose, era el “líder” de aquel
grupo, decisión que se tomó sobre la base de sus poderes. Éste también había sido
proclamado así por ser el séptimo hijo de un séptimo hijo. La mayoría de los
participantes habían descubierto y perfeccionado su magia gracias al poder que
emanaba aquella unión. Además de Jose, también estaban Ramón, Luís, Sergio y
Adrián. Era un grupo totalmente masculino, no había cabida para las chicas, no por
desprecio, sino por escasez de aficionadas al tema. Ya llevaban un buen tiempo
haciendo aquellas reuniones, practicando aquella magia en secreto. Eran unos rituales
muy particulares que precisaban la presencia de los cinco para poder ejercer sobre la
materia de una forma notable. El ritual comenzaba con unas pequeñas oraciones al
Señor del Mal, en algunos casos rindiéndole pleitesía; proseguía con una extraña danza
que daba paso a la manipulación de los elementos, creando pequeñas tormentas,
terremotos, alteraciones del terreno... ; a continuación liberaban sus cuellos a la noche y
se poseían unos a otros, daban su sangre y recibían la de los demás, entrando en un
estado de inconsciencia parcial. Con esto terminaba el ritual, con esto se despedían
hasta el próximo ciclo lunar. La Luna era su único confidente y bajo ella expresaban sus
deseos, objetivos y pensamientos más profundos. Como aliada tenían a la noche, madre
de sus vidas y vida de sus días, ninguno de ellos era visto sin el arrope del gran manto
negro. Puede que pasaran desapercibidos, que no se les notase, pero no podían renunciar
a lo que eran: Vampiros. No es cierto que no puedan ver la luz del Sol, únicamente les
resulta molesta y prefieren la noche, les da más vitalidad. No temen al ajo, ni a los
crucifijos, ni al agua bendita... son partícipes de otra religión, simplemente. Cada uno
goza de su modesto trabajo, ya sea en la recepción de un hotel, de guardia de seguridad
en algún cementerio de coches o en cualquier pub de la zona. Lo que sí es cierto es que
se alimentan de sangre y prefieren la humana. Ese era el motivo que les había reunido
esa noche en el Valle de los Enebros. Un festín. Ya tenían seleccionadas las presas, y se
disponían a darles caza. No eran escrupulosos y, aunque preferían la sangre femenina,
según ellos más dulce, no le hacían ascos a los hombres, en algunos casos su sangre era
muy sabrosa y colmaba con más intensidad su apetito. Era cierto que, como ellos,
habían algunos más en el pueblo y en todo el mundo, pero aquel círculo sólo lo
ocupaban ellos y no dejaban entrar a nadie, ellos eran especiales.
Se prepararon para la caza, esta noche no tenían ganas de correr demasiado y
habían buscado un blanco fácil, era un grupo de jóvenes de entre dieciocho y
veintitantos años que solían quedar en el pub donde trabajaba Adrián, eran puntuales y
cada dos semanas Adrián los había visto y estudiado uno a uno. Como iban llegando
lentamente y se sentaban tras pedir su consumición, cuando lo hacían en una de las
mesas de arriba. Sergio había conseguido adentrarse en este grupillo y él sería quien
conduciría los corderitos a las fauces del lobo. Estaba todo preparado, Adrián ya estaba
en la barra y Sergio había quedado a las diez, llegaría media hora tarde como siempre...
los demás, incluido Jose esperaban en el parque del pueblo más próximo al lugar, no les
daría tiempo ni a respirar y no sospechaban nada. Sonó el reloj, era la hora. Diez y
media en punto, Sergio entra por la puerta, echa una leve mirada acompañada de una
aún más leve sonrisa a Adrián, saluda con la mano a sus víctimas y sube con un fajo de
papeles en la mano... el tiempo transcurre despacio, van a dar las doce, este es el
momento idóneo...
- Me voy, es tarde ¿alguien se viene... ? – Sergio sabe que no es necesario que
todos le digan que sí, sólo con tres se conforma, habrá para todos...
- Yo. Mañana tengo que trabajar... – Antonio, es el primero en apuntarse a su
último viaje.
- Venga, yo también me voy, ¿me puedes acercar a casa... ? – Miguel, es el
segundo plato.
- Sí, claro. Me pilla de paso... – la boca se le va haciendo agua a Sergio.
- Yo también me voy contigo ¿vale? – Marina, exquisito postre, nada como
una dulce mujer para acabar el festín.
- Bueno, pues nos vemos... hasta luego. – Se despide Sergio. Acertadas sus
palabras, pues es el único que volverá. Así se ha decidido.
Los cuatro desaparecen por la puerta, suben al coche de Sergio y este se dirige
hacia el parque insinuando que tiene un par de litronas y no quiere que se le echen a
perder. Una excusa innecesaria por su parte, pero así evitará que su menú se ponga
nervioso. Adrián da el relevo a la chica que le sustituye en el pub y se dirige al
encuentro... el coche se para, silencio, bajan, se abalanzan sobre ellos, la sangre salpica
por todos lados, la cena está servida... Nadie, ni siquiera ellos, lo hubiese imaginado.
Antonio fue el primero y luego Marina... Sergio, horrorizado, intentó huir en vano. Los
demás, a excepción de Jose, cayeron en sus hambrientas fauces. Miguel no tardó en
animarse y unirse a aquella apoteósica culminación de su plan. Hacía semanas que
habían conseguido captar la atención de Sergio y le habían estudiado muy
detalladamente. Siempre llegaba tarde a sus reuniones en aquel bar, media hora, el
tiempo suficiente para concretar movimientos sin ser advertida su condición
sobrehumana. Devoradores de carne, devastadores de cementerios, necrófilos
empedernidos y sedientos de putrefacción... su coraza humana les protegía en el día de
las miradas ajenas, en la noche se despojaban de su capullo y las “mariposas” salían de
caza... alguna oveja descarriada, algún perro atropellado en la carretera, algún
noctámbulo gatito... o algún murciélago chupasangre... el último en ver la clara Luna
fue Sergio que sonriendo se dirigió a Antonio:
- Nos habéis cazado... cof, cof... os subestimamos... – y murió escupiendo lo
que tanto había deseado. Un charco rojo nació a su lado.
- Aún nos queda uno... – dijo Marina mientras Antonio y Miguel comían
- ...él nos traerá más. Su comida es buena. – Antonio dejó de saborear durante
unos segundos aquella ansiada cena para evocar el sentido del verdadero
círculo... – Guardadle algo, él lo merece más que nadie...
A la mañana siguiente no quedarían más que huesos y finos restos de carne
pegada a la estructura ósea. El rojo de la sangre regaría de vida los jardines de aquel
parque. Mientras las tres figuras volvían a sus corazas humanas y se escondían en su
eterno cubil, se ocultarían... hasta que Jose les volviese a suministrar alimento.
EL CUERNO DE GÖRK
- Görk, ¡despierta! – Sonó una voz estruendosa y ronca sobre el oído de
Görk...
- ¡Aargh! – Görk despertó sobresaltado, los ojos desorbitados bailaban dentro
de sus cuencas. Las manos de su progenitora se acercaron intentando
acariciar su rostro, pero éste se apartó, aún ausente y perdido en la horrible
pesadilla que minutos antes le atormentaba...
- Tranquilo, era una pesadilla... – intentó calmarlo. Su respiración consiguió
estabilizarse y, de un ronroneo jadeante, pasó a un dulce susurro...
- Pero era tan real... no puede ser, no es posible... – Ahora su mirada,
incontrolada hasta hace un momento, se había truncado por otra de angustia
e incomprensión al tiempo...
- Vale ya, mi pequeño. Sólo son pesadillas. – Pero ella sabía que no era así,
calló.
Siguió acariciando el rostro de su hijo, a sus ojos de infinita belleza. Sus dedos
resbalaban una y otra vez por su pelo largo y rojo, un rojo intenso y vivo, en un intento
frustrado de peinarlo dulcemente..., las yemas de sus cuatro dedos se paseaban por la
frente y las mejillas de su pequeño, de un tono más verde que el resto del cuerpo, un
verde que se mezclaba con un morado suave en algunas zonas... muchas veces
jugueteaba con sus dos enormes colmillos, salientes de la mandíbula superior, amarillos
como el oro frente al Zaes (una estrella similar al Sol pero de dimensiones superiores a
las de éste) y otras mechas veces bromeaba acerca del cuerno que tenía postrado sobre
la frente y que solamente él poseía. Su madre sabía que esa era la principal razón y
fuente de sus pesadillas, Görk nunca se las había mostrado ni relatado pero ella ya las
conocía. Dokrea, la madre de Görk, lo miró a los ojos y consiguió que los volviera a
cerrar, volvió a mecerse en los brazos del sueño, madre eterna de todo ser. A Dokrea le
encantaban los ojos de su hijo, nunca había visto maravilla igual en su vida. Tenía la
pupila roja, rodeada por una corona espinada de color violeta y, todo ello, envuelto por
una segunda corona amarilla... no se parecía nada a ella y, aunque nunca comprendió el
por qué de su extrema diferencia, siempre lo intuyó... Ella poseía una larga cabellera de
color azul celeste, sus ojos eran completamente negros, no tenía colmillos ni cuernos,
tenía cuatro dedos en contraste con los cinco que poseía su hijo. Ella tenía cola, una cola
que era la envidia de cualquier dragón mágico, era preciosa. Sus orejas, llenas de
anillos, acababan en punta y su piel era roja... su hijo era totalmente diferente, no sólo a
ella, sino a todos los habitantes del planeta Zoloks. Sin embargo, la capacidad de
adaptación de estos habitantes era absolutamente extraordinaria y no hubo un solo
momento en el que Görk se sintiera marginado o despreciado... los zulekes (así se les
llama a los habitantes del planeta arco iris en otros mundos) eran un pueblo muy amable
y estaba predestinado a la paz eterna. Era un pueblo de naturaleza pacífica.
Görk llevaba 60 de sus 77 años de vida atormentado por la misma pesadilla. Aún
era joven para comprender... su madre rondaba los 800 años de edad y era relativamente
bella para su temprana edad, normalmente las hembras zulekes alcanzan la plenitud de
su belleza una vez sobrepasados los 1300 años, ella era, al igual que su hijo, una
excepción. Pero ella no quería que su hijo comprendiera, quería que olvidara...
Görk ahora volvía a soñar plácidamente, ahora veía Zoloks, el planeta multicolor
donde vivía, parecía como si volase a través de sus infinitos paisajes. Zoloks era uno de
los planetas más bellos de la galaxia, rezumaba color por todas partes y la vida brotaba
en cada uno de sus rincones, poseía una abundante flora y fauna en total armonía con el
resto de los seres del maravilloso mundo de Zoloks. En su sueño descendía y se posaba
sobre el “monte blanco”, se sentaba sobre una roca y miraba agradecido cada uno de los
tres satélites que giraban en órbita alrededor del planeta, eran hermosos, de belleza
inigualable, eran del mismo color que sus ojos, uno rojo, otro amarillo y el tercero
violeta... luego empezó de nuevo a flotar y mientras flotaba Zoloks desaparecía, y veía
un planeta azul, maravilloso, precioso y... despertaba.
- Madre, he tenido un sueño bello, tenía miedo de que acabase y desperté – sus
ojos proyectaban una serenidad infinita, cual Buda en sus tiempos finales,
una vez alcanzado el nirvana...
- Hijo, nunca tengas miedo de seguir soñando, afronta el futuro y aplica esta
regla a la realidad, porque tu papel en el futuro será de vital importancia. –
Dokrea hablaba con sabiduría, su hijo comprendía y cada vez estaba más
cerca de desvelar el sentido de su pesadilla, cuando lo hiciera se tornaría
sueño... – hijo, muéstrame la pesadilla que tanto te atormenta – él asintió con
la cabeza, entonces Dokrea posó sus manos sobre ésta, rodeando el cuerno
con dos dedos de cada mano, uniéndolos yema con yema... lo que vio la
asustó, pero continuó, afrontó... la imagen.
Vio seres con cinco dedos en cada una de sus extremidades, que caminaban
como ellos, sobre dos piernas, que poseían una piel rosada, tenían las orejas como su
hijo, redondeadas. Vio variedad, un planeta azul como su pelo, de abundante fauna y
flora... pero eso no fue lo que la asustó, lo que la atemorizó fue que estos seres, de
aparente inteligencia, malgastaban sus recursos luchando, matándose unos a otros,
levantando guerras de un grano de arena... no comprendía por qué peleaban, por qué se
atribuía el derecho de anular, no sólo una vida, sino miles, millones de vidas... no
comprendía el ego que llenaba sus corazones y no entendía por qué el amor solamente
comprendía una minoría... lo peor de todo es que no era una pesadilla, no era un sueño,
era una visión real de un mundo podrido de una galaxia vecina. Y vio la solución, la vio
en manos de Görk, su hijo...
Despertaron, se miraron y Görk se levantó y caminó hacia el exterior, salió de su
vivienda y comprendió lo que debía hacer. De sus ojos brotó la pena y la tristeza en un
pequeño torrente de lágrimas que resbalaban por sus mejillas y caían a sus pies... supo
que tenía todo un mundo y su futuro concentrados en el cuerno que reinaba su cabeza.
Lo cogió fuertemente con ambas manos y pensó que no merecía la pena que hubiese
seres sufriendo, muriendo de hambre y de dolor, que hubiese guerras sin sentido y
males y enfermedades más allá de lo físico... se arrancó con fuerza el cuerno y en ese
mismo momento una luz inundó por unos segundos el Universo, un planeta desapareció,
un planeta sin futuro, predestinado a la destrucción, con unos seres por naturaleza
destructivos, predestinados al auto exterminio de su propia raza y todas las
circundantes. Aún con el cuerno entre sus manos, apretadas firmemente, la sangre brotó
de su frente, cayendo poco a poco y mezclándose con sus lágrimas, la herida se cerraría
y él ya no tendría más pesadillas. Cayó postrado de rodillas sobre el suelo, soltó el
cuerno y, aún herido, solamente brotó una palabra de su garganta... - Adiós... – dijo
apenas en un susurro.
Su madre se acercó a él y le ayudó a ponerse en pie, le abrazó y le acompañó
hacia adentro. Ella sabía que había salvado un mundo, lo había salvado del sufrimiento
y la pena eterna, había cambiado el destino del hombre, sólo para dar una nueva
oportunidad a sus almas, la oportunidad de volver a vivir en paz.
EL DESPERTAR DEL PÁJARO
Un día, un pájaro se posó en mi ventana. En el rellano de esta misma, junto a las
macetas que contenían las marchitas plantas, asesinadas por el descuido y la pereza. Era
un pájaro, en apariencia normal, aunque dudo que realmente lo fuese. Se quedó allí
largo tiempo quieto, mirándome con sus pequeños ojos oscuros y fríos. Estuvo allí
durante al menos una hora, sin ni siquiera abrir el pico. Luego se fue.
Al día siguiente sucedió exactamente lo mismo, se posó en el mismo lugar y a la
misma hora. Era el mismo pájaro, sabía que era el mismo. Esos ojos inexpresivos... Fue
muy puntual, tanto a la hora de llegar como de marcharse. Si la otra vez no me había
fijado bien en los detalles del animal, ahora sí que podía apreciar con grande detalle y
detenimiento los tonos negros y grises mezclados en el plumaje, tenía el vientre de un
rojo intenso y los ojos negros, siempre negros e inexpresivos...
Llevaba viniendo a mi ventana más de dos semanas sin fallarme un solo día. Lo
encontraba algo gracioso, mis amigos y compañeros del trabajo también, disfrutaban
cada vez que les contaba la rutina del misterioso pájaro. Las visitas del pájaro me
llenaban de vitalidad, de vigor y energía, síntomas de una enfermedad que nunca antes
había pasado, mi vida siempre tan triste y tan llena de penosos acontecimientos... El
accidente y la muerte de mis padres y mis dos hermanos... mi única familia ya no estaba
junto a mí. Mis amigos, que además eran pocos y no muy buenos, no me llenaban del
afecto que tanto necesitaba. La compañía de aquel diminuto animalillo me sentaba bien,
era como un azote de aire fresco y puro. Un día, después de dos meses de continua
visita, no apareció. Entonces empecé a enfermar, perdí los pocos amigos que me
quedaban y me despidieron del trabajo por exceso de personal, reducción de plantilla.
No tenía a nadie que cuidase de mí y la enfermedad llegó a unos límites en los que ni
tan solo yo podía moverme para satisfacer mis necesidades más básicas. Cuando ya
notaba que la muerte se acercaba en mi busca, la ventana se abrió, agitada por un
inexplicable viento. Y, de dentro a fuera, la atravesó el pájaro que me había abandonado
y se posó a los pies de mi lecho de muerte. Como siempre, quieto, inmóvil, impasible,
inexpresivo... Y mientras me apagaba lentamente, oí una dulce música como nunca
antes había escuchado. Cerré los ojos durante unos instantes esperando mecerme en los
brazos de la mujer de la guadaña. Pero no venía, era mi guía, sin ella no conocía el
camino y yo quería irme ya, estaba impaciente. Volví a abrir los ojos y lo que vi...
aquello no me lo esperaba, mi cuerpo tendido frente a mí. Echado en la cama, estaba
horrendo, desde que había caído enfermo sólo había podido ver mi aspecto en el tiempo
en que aún podía moverme y aquella visión me horrorizó y pensé: ese no puedo ser yo,
pero sí que lo era. Entonces pensé que ya estaba muerto y que mi cuerpo astral había
sido separado del físico. Mi alma estaba suelta y antes de marcharse a su sitio le habían
dejado ver su cadáver. Pero el cuerpo se movió ligeramente, no podía ser que estuviese
muerto... y cuando emitió el dulce sonido que momentos antes había escuchado, el
mundo se le vino encima. Entonces se miró y se vio convertido en aquel que tantas
veces se había posado en su ventana y había sido testigo de sus desesperados diálogos
con él. Pero realmente no se había transformado, su alma, espíritu o como quiera
llamársele, había cambiado de dueño. Y era el alma del pájaro el que moría con su
cuerpo. Su confidente había dado su vida para dar un nuevo sentido a la suya, fue como
volver a nacer, como empezar de nuevo, libre y sin preocupaciones. Aún apenado abrió
sus alas y las batió en dirección a la ventana, se posó en ella y miró por última vez
aquella casa. Se dejó caer y desapareció en un vuelo rasante, planeando primero,
elevándose hacia el cielo después. Con una nueva vida, con un nuevo destino, con un
futuro en manos de una fuerza de poder desmesurado... se fundió con el azul del cielo.
Un día, un pájaro se poso en el rellano de una ventana. En una casa de algún
lugar... y se quedó allí, largo tiempo quieto...
EL DULCE LICOR DE TUS LABIOS
- ¡Maldita zorra!¿Dónde coño has puesto el mando de la televisión? – Adam
estaba furioso, no encontraba lo que buscaba, y Eva, su mujer, siempre era la
culpable de todo.
- No... no sé donde está, Adam... lo dejarías anoche por ahí en el sofá o yo que
sé... – Eva hablaba entrecortadamente temerosa de la respuesta de su marido,
si tenía suerte, no le daría más que una buena bofetada, pero hoy no era uno
de los mejores días de Adam, lo notaba.
- ¡Ven aquí zorra! – Adam cogió a su esposa por la nuca y la hizo arrodillarse
ante él - ¡Búscalo! – su gran mano apretaba sin compasión el cuello de Eva,
mañana volvería a tener moratones.
- No, no, no... por favor Adam, soy tu esposa... – dijo Eva entre sollozos y
lágrimas de dolor.
- Ya deberías estar acostumbrada zorra, ¡eres una puta, igual que tu madre! –
mientras apretaba, Adam dio un generoso trago de la petaca que guardaba en
el bolsillo de la camisa y se limpió en la manga. No soltaba a Eva, nunca la
dejaba en paz.
- Por favor... Adam, por favor... – Eva estaba a punto de desmayarse del dolor.
Y casi hubiera sido lo mejor, porque su marido no tardó en levantarla de un tirón
y estamparla contra la pared. Luego le quitó la bata y la violó bestialmente mientras le
pegaba y lloraba. Por lo visto eso le excitaba. No era la primera vez y seguro que no
sería la última que Eva era maltratada por su marido. Todo empezó en el momento en
que contrajo matrimonio con él, antes siempre había sido una magnifica persona, le
daba paso a todos los sitios como si fuera una dama, le abría la puerta del coche, le
hacía caros y esplendorosos regalos, se reían cada vez que salían y disfrutaban
muchísimo... pero después... La noche de bodas, Adam le dio tal paliza que pasó la
Luna de Miel en el hospital sin poder moverse en un mes, le dijo que había estado
deseándolo durante todo el noviazgo y que ahora que le pertenecía se podía permitir el
hacerlo cuando le viniese en gana. Fue en ese momento, justamente cuando Eva recibió
la primera bofetada de Adam, cuando se dio cuenta de que su pesadilla no había hecho
más que empezar. Los meses siguientes fueron durísimos, casi una paliza por semana,
luego dos o tres y ahora, todos los días, a cualquier hora era buen momento para
pegarle. No le dejaba salir de casa, siempre que Adam salía por cualquier motivo
cerraba todas las puertas y se llevaba la única copia que había colgada del cuello.
También le había quemado la ropa, toda, decía que si iba siempre en bata siempre
estaría dispuesta para follar cuando a él le apeteciese. Eva se pasaba el día limpiando,
cocinando, sangrando y siendo violada brutalmente por su esposo. Su cuerpo era todo
un cardenal que, como una obra de arte, a Adam le gustaba admirar. Y cuando estaba en
casa, Adam se sentaba en el sofá y pasaba las horas viendo la tele, con su petaca de
plata llena de whisky y con la botella al lado para recargarla cuando se le agotaba, decía
que no le gustaba beber de la botella, que beber de la petaca tenía su ritual y su gracia,
era muy maniático respecto a eso. Siempre la llevaba encima excepto algunas veces que
obligaba a Eva a que se la recargara, sin mencionar otras muchas cosas a las que la tenía
sometida. Aquello era peor que la muerte. Sin modo de comunicarse con el exterior, no
tenían teléfono, sin vecinos, su familia tampoco sabía donde vivían. No había manera de
escapar de aquella cárcel, incluso las ventanas estaban rejadas. Adam también había
tomado todas las medidas contra la posibilidad de un suicidio inesperado de su esposa y
esclava.
No habían tenido hijos, Adam no se lo permitía. Incluso una vez, Eva se quedó
embarazada y Adam le dio una paliza por haber dejado que eso sucediese. Al poco,
abortó de forma natural. Eva no recordaba a Adam como al hombre dulce y cariñoso
que siempre había sido antes del matrimonio, sino como a un ogro malvado que no
deseaba más que hacerla sufrir y lastimarla. Incluso llegó a pensar que aquel no podía
ser el hombre del que se enamoró un día mientras paseaba por el parque a dos manzanas
de su casa, no podía ser él. Ahora, tras 5 años de matrimonio, Eva pensaba que su
nombre seguramente habría caído en el olvido en la mente de su esposo. Se sentía como
un objeto en las manos de un niño, un niño muy malo que sólo piensa en desmontar y
destruir aquello que le regalan o compran, un juguete. Muchas veces se preguntaba si
acaso sería ella el motivo de aquel comportamiento, pero no podía pensar así, ella no era
una bruja, había tratado a Adam con la mayor dulzura con que podía hacerlo y, hasta
hacía poco, había seguido intentándolo sin resultado. Luego desistió y se limitó a asumir
todo lo que le acontecía. Aquello no era vida. Todos los días, fueran buenos o malos,
había paliza. Todos los días era una puta y una zorra. Todos los días era humillada por
aquel que decía ser su esposo. Todos los días, sin excepción. Y él se emborrachaba
hasta caer inconsciente y aún así ella no se atrevía a hacer nada, le temía, le odiaba y se
sentía encerrada, frustrada.
Los días pasaban y aquello solamente evolucionaba a peor, más broncas, más
palizas y más borracheras. Todo parecía volverse gris entre aquellas paredes que a Eva
se le echaban encima como unas grandes fauces. Prefería estar muerta y de hecho
parecía estarlo. Se miraba al espejo y no reconocía el rostro que veía reflejado,
demacrado, pálido y lleno de moratones y heridas. Ella, que siempre había gozado de
poder elegir hombres a su antojo, de ser la más guapa de su barrio y de tener un cuerpo
de locura deseado por todos los jovencitos que la conocían, ahora no era más que un
despojo de carne y huesos, piel y huesos más bien. Pero algo se estaba gestando en su
interior, una respuesta que andaba buscando y su mente ofuscada no le dejaba entrever
que siempre había estado ahí, en algún rincón oculta. Ahora, su mente tramaba, movida
por el odio y la desesperación un plan. Acabaría con aquello de una vez por todas.
Solamente tenía que esperar el momento, estaría atenta, aguantaría un poco más... pero
lo vería caer, sólo tenía que ser paciente...
Un partido en la televisión, Adam mira atento, anuncios preliminares del partido,
Barsa-Madrid, inolvidable final de liga. Prepara su chiringuito, tabaco, y whisky, su
querida y amada petaca repleta de whisky, pero está vacía, un trago que apura antes de
llamar a su adorada esposa. Eva en la cocina preparando su cena.
- ¡Ey, estúpida puta, mueve tu jodido culo y llena la petaca de JB!¡Y trae la
cena ya, que tengo hambre cojones!- hoy estaba de buen humor, con suerte
no le pegaría hasta el final de la primera parte del partido.
- Ya, ya voy... – Eva, con la cabeza gacha tomó la petaca y dio el plato con la
cena a Adam, que gruñó mientras lo tomaba.
- ¡Esto es lo único que sabes hacer, te vas a escapar porque tengo hambre y
empieza el partido, pero luego arreglaremos cuentas tu y yo! – Paliza segura,
Eva tembló.
Volvió a la cocina, cogió la botella de JB y llenó la mitad de la petaca. Tenía la
botella de lejía a mano. Vació un buen chorro en el interior de la petaca, también unas
cuantas aspirinas y un poco de veneno para ratas. Lo agitó frenéticamente y completó el
resto de la petaca con un poco más de whisky. Olfateó la mezcla y sonrió satisfecha, si
no caía con esta probaría con la segunda tanda.
- ¡Trame una cerveza y que esté bien fría, si no tu coño mustió va a saborear el
frío cristal mientras te cruzo la cara!- Adam se mostraba divertido. Eva llevó
la cerveza, él la aceptó sin rechistar, el partido ya había empezado.
Eva acercó la petaca y la dejó en la mesilla que había junto al sofá y se alejó, no
mucho, lo suficiente para ver la reacción de su marido. Adam terminó de cenar, apuró la
cerveza y encendió un cigarrillo. La petaca aguardaba. Eva también. Al fin, la tomó y
dio el primer trago.
- ¡Arggggggg!- Eva tembló, no le gustó nada el oír eso, se habría dado cuenta,
seguro, ahora la mataría. Empezó a ponerse muy nerviosa pero... - ¡Qué
mierda más rica nena! – Un suspiro de alivio recorrió el cuerpo de Eva, por
un momento pensó que la había pillado.
Pasó la primera parte del partido y Adam no se levantó a pegar a su mujer como
hacía de costumbre. Pero seguía allí. Comenzó la segunda parte, bebió un trago. Un gol
de su equipo, otro para celebrarlo. Un gol del equipo contrario, un trago para ahogar la
pena y llamar mierdas a los de su equipo. Una falta, otro trago... cualquier excusa era
buena para beber, igual que cualquier excusa era buena para pegar a su mujer. Apuró la
petaca, el último trago. Entonces miró a Eva, no había acabado aún el partido. Se
levantó y su cara se retorció. Miró la petaca. Intentó decir algo entre gruñidos. Se
tambaleaba. De la boca empezó a brotarle espuma. Eva no se inmutó de la entrada a la
cocina. Miró complacida, sonriendo mientras Adam se arrastraba hacía ella. La petaca
cayó a un lado. Y Adam se derrumbó. Se acabó la pesadilla.
Eva se adelantó y empezó a golpear a Adam hasta que sangró. Le golpeó el
vientre, la cara, las piernas, los brazos. Finalmente se arrodilló junto a él y lloró. Lloró
de felicidad, pero también de dolor. Había vivido demasiado tiempo bajo el duro abrigo
de aquel hombre, no se arrepentía, iría a la cárcel, pero ninguna cárcel sería peor que
aquello. Se secó las lágrimas, desabrochó los dos primeros botones de la camisa de
Adam y arrancó la llave. Viviría un poco antes de que la pillaran, viviría todo lo que
aquel hombre le había quitado, su vida, su propia vida.
EL ESPEJO
Día 1 6-10-98
Creo que hoy es el mejor día para empezar de nuevo. Una vida nueva, un diario
y esta casa. Creo que es mejor así. Sara y yo ya estamos legalmente divorciados. Tuve
que ceder. Yo no quería, pero lo nuestro apenas era más que una relación entre
desconocidos. Era un final esperado, predecible. Yo aún la quiero, pero cambiar de
ambiente me ayudará a superarlo. Esta casa está muy bien, es bastante amplia, quizá
demasiado para una sola persona... ¡mierda! Ya estoy pensando otra vez en ella. Es
difícil esta situación...
Bueno, aquí podré trabajar sin que nadie me moleste. Es una casa muy antigua,
creo que del siglo XVII, el dueño no pidió mucho por ella y a mí me gusta. Además, es
idónea, ayudará a mi inspiración, desde que lo nuestro empezó a fallar todo ha sido una
mierda en mi cabeza. Mi editor empieza a preocuparse. Es lógico.
Antes de concienciarme al escribir estas primeras palabras, páginas tal vez,
desembalé los paquetes con mis pertenencias y deshice las maletas. De todas las
habitaciones elegí una de las de arriba. En ella me siento muy a gusto. Tiene una
decoración muy clásica y una amplia cama, además de cómoda. Todo parece muy viejo,
quizá por el polvo, pero la madera de los muebles debe ser buena, se nota, y con una
mano de limpieza todo quedará perfecto. También tiene un escritorio que se asemeja
más bien a un pupitre, ahí será donde instale mi equipo, mi querido portátil, nunca me
separo de él. En la pared sobre el escritorio hay un espejo. Es inquietante, me incomoda
tener que mirarme mientras escribo, me hace pensar en mí mismo, en mi vida, y me
deprime. Pero no lo quitaré, ni me iré a otro lugar a escribir, afrontaré esto, es un trago
por el que tengo que pasar si quiero salir adelante. No obstante, me inquieta el espejo.
Parece muy antiguo, más que la casa tal vez. Tiene un cargado marco de madera tallada
rodeando su forma oval. Tiene pinta de haber visto muchas vidas y de poder contar
muchas historias. Bueno, estoy cansado, ha sido un día duro... la noche sin Sara lo será
más aún... Hasta mañana.
Día 2 7-10-98
Hoy me encuentro algo mejor, pero no puedo evitar la compañía de Jack
Daniels, siempre ha sido una compañía reconfortante. Me alivia. He empezado ha
escribir de nuevo, no me gusta lo que he hecho. Refleja mucho mi situación actual, muy
mal, aún me cuesta asumir que nunca volverá a ser nada como antes. Cada vez que veo
mi reflejo cuando levanto la vista de la pantalla del ordenador me culpo a mí mismo por
no haber sabido llevar mi matrimonio. Soy un inútil, no valgo para... nada. Estoy solo.
Mis verdaderos amigos están demasiado lejos y mi ex mujer demasiado cerca. Son
demasiados recuerdos. Bueno, ¡ya está bien! Lamentarme no me servirá de nada.
Hace frío en la casa, es muy grande y el olor a humedad me golpea los huesos.
Apenas salgo de mi habitación si no es para comer o ducharme y a veces ni eso. Me
estoy descuidando mucho. Eso no es bueno. Hoy, mientras escribía me fije con detalle
en el espejo. El marco parecía agrietado en cuatro puntos, supongo que del talle, el
tiempo o la carcoma. Pero es curiosa la simetría de estas grietas. Quizá incluso tengan
su historia, una gran historia. O quizá no, a lo mejor es un simple espejo de cualquier
tienda de imitaciones. La mía, mi historia, en cambio, no ha mejorado nada, hoy ha sido
peor que ayer. No he dormido apenas, no puedo cerrar los ojos sin verla.
Mañana tengo que salir a comprar al super del pueblo y a solucionar la avería del
coche. Aunque de todas formas apenas lo cojo ahora. Mañana será otro día... otro día.
Adiós.
Día 3 8-10-98
No tengo ganas de escribir. Estoy deprimido. Esto es una mierda. Todo es una
mierda. Me pregunto qué estará haciendo Sara en estos momentos. Supongo que sé lo
que no estará haciendo... pensar en mí. Me siento tan solo... las paredes se echan
encima, el ordenador me agobia y el espejo me deprime, el espejo... esto es una mierda.
Día 5 10-10-98
Hoy creo que estoy mejor. Y tengo brotes de inspiración. Ayer me pasé todo el
día en la cama y me di cuenta de que esto no puede seguir así. Me encuentro bien. He
tirado a la basura la bazofia que estaba escribiendo, tengo ideas, muchas ideas y poco
tiempo para reflejarlo en el ordenador. Ya me he puesto en marcha, es magnífico. Creo
que es la casa. Esta mañana he paseado por toda ella y apreciado detalles que había
pasado por alto, ahora me encuentro despierto y observador. No me había fijado en la
grandeza y las maravillas que contiene este lugar. Incluso tiene una enorme biblioteca.
Es genial. Hoy el espejo me ha sonreído, me he visto esbozando una sonrisa. Me duelen
los dedos y las muñecas, no he parado ni para comer, estoy orgulloso. Tengo la “vena”
creativa a punto de estallar. Todo fluye solo. La casa es mi historia...
Día 6 11-10-98
Es asombroso. Me encuentro de puta madre. Feliz conmigo mismo como no me
había sentido en mucho tiempo. Aún sigo pensando en Sara, pero ahora comprendo,
tenía que acabar así y lo entiendo, sólo espero que sea feliz. Hoy he estado hojeando los
libros de la biblioteca. Tiene muy buenos libros, muy antiguos algunos, escritos a mano.
No sé como he tenido la suerte de encontrar algo así. ¿El destino? Puede que sí. He
echado un vistazo a algunos recortes de periódico de principios de este siglo. Esta casa
fue famosa en su tiempo. Ya sabía que tenía algo. El dueño era conde duque o algo así,
de ahí se explica las grandes obras que contiene la casa. Todo marcha muy bien. Ya
seguiré contando. Ahora tengo que trabajar. Qué bien suena esto.
Día 10 15-10-98
Llevo unos días sin escribir en mi diario. Rebuscando entre los libros de la
biblioteca, en lo más alto, encontré un viejo cuaderno. Con notas del conde duque.
Tiene un lenguaje muy culto, pero me cuesta entender algunas cosas, la gramática y la
ortografía han cambiado mucho desde entonces y me cuesta descifrar el sentido de
algunas expresiones. Habla del espejo de mi escritorio con bastante frecuencia,
especifica que es una de las más grandes joyas de su colección. Es más antiguo de lo
que pensaba, data del siglo X y el conde afirma que sus propiedades son asombrosas.
Pero ¿de qué propiedades habla? Es difícil de decir. Esto me llena de intriga y me invita
a seguir investigando. Según afirma, el espejo procede del norte de Escocia y según el
conde duque, antes de llegar a sus manos perteneció a un gran rey del sur de Inglaterra,
fue robado por el conocido pirata Barba Azul y pasó por los arcones de una treintena de
altos nobles y clérigos. Desde el año 1928, estaba en su poder. Lo extraño es que nadie
lo reclamase o supiese de su existencia. Era una gran pieza de museo. Pero ¿qué
misterios encierra el espejo?
Día 16 21-10-98
Estoy muy cerca. He descubierto que las grietas del espejo no son más que
encajes. Piezas de un engranaje. Lo quité de la pared para verlo mejor y lo observé por
todos lados. Pegado a la parte de atrás tenía un mapa. Un mapa uy extraño. Nunca he
sido bueno ni en historia ni en geografía pero no reconozco el lugar que representa el
mapa. He mirado miles de mapas actuales y de otros tiempos y nada coincide con este.
Ni siquiera me son familiares los nombres... tampoco aparecen en la enciclopedia.
Día 17 22-10-98
He encontrado unos resortes ocultos en el marco del espejo. Al presionarlos éste
se ha desprendido del cristal dejando al descubierto algunas marcas y signos en el borde
del espejo que cubría la madera. Reconozco algunos signos en el mapa que encontré.
Creo que estoy muy cerca de la respuesta. Hoy también he echado un vistazo a los
recortes del periódico por si había pasado algo por alto. Por lo visto, el conde duque
desapareció allá por el año 1942, dejando a cargo de su casa a sus sobrinos. Se cree que
su desaparición fue causada por la tremenda guerra, pero nadie supo nada de él desde
entonces. Sus sobrinos se marcharon tres años más tarde a Francia.
Día 22 27-10-98
He observado el espejo desde todos los puntos de vista y ángulos posibles. No
veo nada. No hay nada que me pueda dar más pistas. El conde duque habla de una
especie de inscripción tallada, pero no logro dar con ella. Según éste, ese talle es el
acceso a las propiedades mágicas del espejo, o así he logrado suponerlo a través de sus
reflexiones y escrituras. Según he podido descifrar de algunas expresiones del conde, es
una especie de vehículo hacia... ¿otro mundo? No lo sé. No tengo nada que perder.
Bastará con que encuentre la manera para viajar y me lanzaré de lleno al vacío. Puede
ser una gran experiencia... El conde habla de cosas inimaginables para la mente
humana, seres extraordinarios, mundos paralelos, sensaciones increíbles, inconcebibles
en este mundo... ¿delirios? Pronto lo sabré.
Día 26 31-10-98
Es el día de todos los santos. La noche más poderosa en el reino de los muertos.
Mitos. Ayer di con el resorte que buscaba. Es una especie de serpiente que rodea una
letra mayúscula grabada en un lateral. La letra es la I. No me explico cómo no lo había
visto antes. Lo tengo todo preparado. Esta noche probaré suerte. Las inscripciones del
espejo se ven hoy muy claras, más que nunca. A veces parece que sangran. No sé lo que
voy a encontrar al otro lado y si no vuelvo esto será lo único que quede de mí. Sara
siempre te querré, siento mucho haberte hecho daño, en ningún momento fue mi
intención alejarte de mí, lo siento. El momento se acerca... Aquí acaban, espero tan sólo
de momento, las páginas de este pequeño diario. Lo que será un misterio para todo
aquel que lea esto, dejará de serlo para mí en unos instantes, en cualquier momento... El
espejo me llama, el resorte está dentro, la serpiente ruge y aprieta la I, el cristal brilla, el
latido de la máquina cesa, porque es la hora... Adiós.
EL FINAL
Era un pasillo larguísimo... ella caminaba unos pasos por delante de él. Su pelo
se movía levemente y acariciaba su cuello desnudo, antes oculto por una frondosa
melena oscura. Él la observaba e intentaba caminar a su lado. Habían aparecido en aquel
lugar, pero no recordaban de donde venían. El ambiente se mantenía sigiloso y sus
pasos marcaban el ritmo del silencio. Pronto empezaron a aparecer puertas a los lados
de aquel extraño lugar. También las paredes se empezaron a llenar de mensajes...
Prohibido prohibir... Sed realistas, pedid lo imposible... La imaginación al poder... a
Vicio (este era el mote que le habían puesto sus colegas, se llamaba Vicente) aquello le
sonó muchísimo a lo que había leído acerca de las revoluciones sexuales de París de
Mayo del 68, Sorbona, más concretamente... y se acordaba de un nombre, alguien que
estuvo estrechamente relacionado con este movimiento, Sartre, sí, Jean Paul Sartre. Pero
había más frases, todas les sonaban y todas les hacían recordar... Merche seguía su paso,
rápido y ágil, esperando llegar al final. No podían volver atrás. Merche detuvo su paso y
miró a través de Vicio, su mejor amigo. Tras él, un inmenso infinito...
Ambos estaban muy tranquilos y sosegados, no tenían miedo en aquel extraño
sitio, no sentían nada... incluso cuando las paredes se tiñeron de negro. Vicio se situó
junto a su amiga, esta vez sí iban a la par. Se dedicaron una afectuosa mirada y
prosiguieron. En aquel pasillo de paredes oscuras las puertas se hacían cada vez más
frecuentes y cada vez era mayor la necesidad de abrirlas que les embargaba. Merche fue
la primera en detenerse frente a una, alargó una mano hacia el pomo y giró.
La habitación estaba llena de maniquíes, parecían tener vida propia y la
observaban, algunos hacían gestos y movimientos lentos para intentar cogerla o
acariciarla. Entre ellos pudo reconocer a uno en concreto, uno al que siempre había
tenido miedo. Cerró la puerta. Ahora le tocaba el turno a Vicio, esta vez optó por abrir
una puerta del lado izquierdo, Merche lo había hecho del opuesto. Dentro se vio a sí
mismo, era obeso en exceso, feo y repelente, desaliñado..., estaba engullendo cantidad
de golosinas, bocadillos, pasta... sin parar siquiera para respirar, junto a él había una
foto enmarcada y un manuscrito viejo y manchado de salsa de tomate. Había restos de
comida por todas partes, estaba sentado en un enorme sillón, las moscas le rondaban...
Vicio cerró de un portazo y siguió adelante. Merche ya había abierto otra de las puertas.
En un momento se vio rodeada de espíritus, se había adentrado sin darse cuenta en el
interior de la habitación... vio puertas abrirse y cerrarse y temió que también lo hiciese
la del umbral que había atravesado, se dio la vuelta y corrió hasta volver a estar en el
pasillo. Esta vez, Vicio la estaba esperando...
- ¿Te encuentras bien? – Dijo posando una mano sobre su hombro.
- Sí. – Su tono era serio y tanto él como ella sabían que había mentido en esa
respuesta, no se encontraba nada bien. Las cosas que más temían, por
ridículas que pareciesen algunas, estaban tras esas puertas, pero debían
seguir abriéndolas...
Otra puerta. Vicio está ahora en un cementerio y lleva un ramo de flores en la
mano, margaritas. Se acerca a una lápida. Una lágrima cae sobre una inscripción en la
piedra: Tu mejor amigo que jamás te olvidará ni dejará de quererte allá donde estés.
Cerró sin pensarlo dos veces.
Las paredes parecían estar cada vez más negras. Otra puerta giró empujada por
Merche. Esta vez se veía a ella. Una imagen distorsionada, deformada en medio de un
corro de gente. La gente se ríe. Merche se acerca para verse a sí misma. Está desnuda y
avergonzada, llora en silencio. No puede escapar y todos la señalan y ríen, algunos
doblándose sobre sí. Rápidamente cierra la puerta. ¡Qué horror! Se miró y se llenó de
alivio. Y se sintió muy dichosa por ser como era. Luego miró a Vicio y con un leve
movimiento de cabeza le apremió para que abriera la siguiente. Bajó la vista y se dirigió
muy despacio hacia la puerta. La abrió. Allí también estaba Merche, rodeada de
hombres, casi todos guapos y apuestos, entre ellos pudo reconocer algunas caras.
Merche iba danzando alrededor de cada uno de ellos, obsequiándoles con besos y
caricias... Vicio cerró los ojos. Se encontraba de nuevo en el pasillo. Ahora le volvía a
tocar a Merche.
Dudó un poco y luego abrió la puerta lentamente, temiendo lo que pudiese haber
tras de ésta. La imagen que vio le horrorizó. Era Vicio. Estaba tirado en el suelo del
cuarto de baño. Parecía estar borracho. No recordaba haberle visto jamás así. Tenía los
ojos llorosos y le temblaba el pulso. Tenía barba de por lo menos una semana. Pronto
sacó las “herramientas”. Se remangó la manga de la camisa. Merche empezó a sentir el
frío recorriéndole la espalda. Vicio se lió una goma, no, no era una goma, era el
cinturón, alrededor del brazo y apretó con los dientes. Luego apareció una jeringuilla
entre sus dedos. Quitó la capucha. Succionó un líquido marrón que había en una cuchara
y luego se buscó una vena sana. Mezcló un poco con sangre y luego se inyectó mientras
la miraba, le estaba viendo. Sus ojos eran piadosos y tiernos, lloraba... al poco de
inyectarse vio como se convulsionaba y se desplomaba a lo largo de las sucias losas.
Merche se acercó velozmente y cuando iba a acariciar su cara apareció de nuevo en el
pasillo. Allí estaba Vicio sano y salvo, lo abrazó con fuerza y lo besó. Él se mostró
agradecido.
Sólo quedaba una puerta. Vicio y Meche se miraron fijamente a los ojos y se
cogieron de la mano, ésta la abrirían juntos. Tras aquella puerta había una imagen
aterradora, más aún que las anteriores. Eran ellos dos en un triste, frío y definitivo adiós.
Aquel era el final. No había más puertas, pero ambos vieron sus sueños pasar mientras
avanzaban y las paredes se teñían de un claro puro y brillante. Ya se veía el final del
pasillo. Una luz. Se encaminaron hacia ella, cogidos de la mano hacia el final... Sus
sueños les pasaban y, a veces, volvían la vista atrás para verlos alejarse. Un vestido
verde de novia... un majestuoso concierto... miles de libros propios... una tienda
maravillosa... autógrafos...
Atravesaron la flamante luz. ¿Qué les esperaba ahora? Empezaban a recordar por
qué estaban allí... ahora recordaban...
Sirenas. La noche se ilumina. Llegan las ambulancias y los coches de tráfico de
atestados. Suena una de las emisoras. (¿Cuántos heridos?. No hay heridos, dos muertos.
De acuerdo, corto y cierro). El trabajo más duro sería avisar a los familiares. Los
cadáveres estaban sobre el asfalto en un gran charco de sangre. Habían salido
disparados a través de la luna delantera, no quedaba nada del cristal y la furgoneta
estaba destrozada. El causante del accidente había salido ileso, había sido él el que
llamara a la ambulancia y la Guardia Civil. Cargaría con aquello toda su vida. Eran muy
jóvenes, no más de veinte años cada uno. Era una escena emocionante, triste... Los dos
habían conseguido encontrarse entre los escombros y yacían el uno junto al otro, ambos
cogidos de la mano, sonreían, pero estaban muertos. Fin de la vida terrenal de Merche y
Vicio... juntos.
EL INDIO
Lobo Gris había sido durante muchos años el mas fuerte y temido de su tribu.
Ahora, viejo y gris como el nombre que sostenía bajo su consciencia y al que tantas
veces había respondido, recordaba su niñez. De pie, sobre aquel desierto montículo de
arena y roca, con el cálido adiós del día, una lágrima corría por su mejilla. Añoraba el
día en que su nombre fue grande y con sentido, el día en que se hizo un hombre
matando con sus propias manos aquel búfalo blanco, el día en que conoció a su futura
esposa Media Luna... Las enseñanzas del chamán y de su padre no tenían sentido en
aquel tiempo, pero valoraba aquellos consejos que sabiamente le habían sido otorgados.
Hacía más de dos generaciones que su familia, aquella gran familia india, había
desaparecido. Desde entonces había vagado solo, con ayuda de los dioses y al amparo
de aquella basta naturaleza. No había tenido en todo ese tiempo más compañía que la de
los animales y sus labios no habían intercambiado palabra alguna con ningún otro ser
humano desde su soledad. No había palabras, sin embargo, en beneficio del “hombre
blanco”. Su pelo, lacio y largo, caía sobre sus hombros aún fuertes y, de vez en cuando,
flotaba con la suave brisa de aquella polvorienta inmensidad. Cuando ya cayó la noche
se sentó sin moverse del sitio desde donde había visto morir el día y nacer la noche. Allí
fumó y descansó. Su sueño fue plácido. Al despertar la mañana, caminó. Sin dirección.
No pasaron más de tres lunas desde que pisara aquel montículo en el cual descansaba el
espíritu de su padre, cuando un “rostro pálido” se cruzó agonizante en su camino. La
mano de aquel hombre herido se levantó pidiendo ayuda antes de perderse en la
inconsciencia. Lobo Gris no se inmutó y permaneció impasible, firme, ante el desvalido.
Una mirada de rabia y odio asomó a sus ojos. Acarició el pequeño tomahawk que
colgaba de su cinto de piel saboreando su frío tacto. Tentado de sacarlo, no lo hizo. A
pesar de que aquellos hombres acabaran con la vida de su gente, Lobo Gris no
consideraba justo matar a aquel hombre indefenso. Al menos dejaría que se recuperase,
lo suficiente como para poder batirse con él. Una oportunidad que su familia no obtuvo
jamás.
Durante doce soles cuidó de aquel hombre hasta que recuperó totalmente su
consciencia. Su mirada era tierna y agradecida. La de Lobo Gris aún emanaba un odio
encendido, latente durante largos años. Le daría un par de jornadas más y luego pondría
un arma en sus manos y le otorgaría la oportunidad de defenderse. Durante todo ese
tiempo Lobo Gris le dio la mejor comida y el mejor agua de cactus, aún a expensas de
alimentarse él, al “hombre blanco”. No tenía motivos para hacerlo, pero lo hizo. Paso el
tiempo y ambos incluso llegaron a conocerse y más tarde fueron amigos. Quizá los
mejores. Pasaron las lunas rápidamente y el fuego de la amistad creció con fuerza.
Lamentablemente, Lobo Gris debía vengarse. Había esperado durante mucho tiempo
aquel momento. No debía retrasarlo más. Una noche de luna llena, Lobo Gris se acercó
a su amigo y, bajando la cabeza, sacó un arma para su contrincante, lo miró fijamente a
los ojos y puso ésta en sus manos. Él saco su tomahawk, aquel que habían llevado su
padre y su abuelo en tiempos de guerra. El hombre, sorprendido y apenado, se arrodilló
ante el indio y agachó la cabeza. Tiró el arma a un lado. Lobo Gris la tomó de entre la
arena y la volvió a colocar, serio, en sus manos. No podía hacerlo. Aquel hombre no
quería luchar. Lobo Gris debía llevar a cabo su cometido, su sed de venganza pedía
sangre y su mente se debatía entre el honor de una familia muerta y la muerte de un
amigo vivo. No lo pensó por más tiempo. Lanzó su tomahawk. Éste alcanzó al hombre
en el pecho. Aquella mirada la llevaría entre sus peores y más tristes recuerdos hasta el
fin de sus días. Arrancó la negra cabellera de su amigo y alzándola a la Luna gritó. Su
lamento resonó en todo el desierto, un grito mezcla de victoria y tristeza, de alegría y
fracaso. El corazón de Lobo Gris nuevamente se rompió y otro montículo de arena y
rocas quedaría desde ese día como parte de su rutinario trayecto por el vasto desierto.
EL VERDE TE SIENTA BIEN
Iniciaré mi relato, tan real como la vida misma, diciendo que esto que me
sucedió a mí podría sucederle a cualquier otro, sin importar estrato ni posición social,
situación económica u otra circunstancia ajena a mis conocimientos.
El sudor recorre mi frente arrugada en un intento por tocar el frío suelo y desde
hace unas horas los temblores agitan mi cuerpo, siento que de un momento a otro la
muerte será el único testigo de mi final, para mí ya no es incierto el temido fin de los
días...
Todo empezó aquella noche, era tan tranquila... En ese mes el verano era más
temerario y acosador que nunca y las estrellas se dibujaban sin dificultad en el
firmamento. Yo, como muchas noches desde que empezó el verano, me sentaba en el
porche trasero de mi casa a relajarme y respirar un poco de aire puro mientras observaba
la maravillosa creación del Universo.
Ese día salí tarde del trabajo, llegué agotado a casa, pero después de una ducha
ya estaba como nuevo. Por mi mente pasaban infinidad de pensamientos frustrados y
victorias del recuerdo, pensaba y enlazaba cada momento por el que había pasado hasta
ascender en la vida a mi posición actual. Cierto que no me había casado, pero fue
porque no me gustaba someterme a unas ataduras tan fuertes como las del matrimonio,
mis padres se quedaron en el viejo pueblo donde vivía y creo que allí seguirán hasta el
último momento de sus vidas. Yo, sin apenas estudios, viajé hacia a la capital en busca
de la fama y la gloria, como todos supongo, y así fue como encontré un trabajo más o
menos bien pagado y fui subsistiendo imperantemente hacia un mayor bienestar.
Como decía, la noche era clara y las estrellas eran bien visibles, todo me pareció
normal, hasta que vi una estrella que se movía. Al principio pensé que sería un avión,
por la velocidad a la que viajaba descarté esa posibilidad y le atribuí la de ser un
meteorito, esta sí fue aceptable, pero sólo hasta el momento en que me fijé en los
movimientos controlados del objeto, fue en ese momento cuando empecé a sospechar.
Se acercaba vertiginosamente hacia allí, hacia donde yo estaba. Por mi cabeza pasó la
idea de encontrarme frente a frente con un avistamiento OVNI, ¿por qué no?. Esto suele
pasar a menudo y, además, mi casa estaba bastante aislada del centro de la ciudad, todo
encajaba perfectamente, así que esperé a que aterrizase junto a mí y apareciesen de su
interior como por arte de magia unos hombrecillos verdes con el fin de examinarme con
sus diminutos y oscuros ojos grises. Ya había leído casos de este tipo en revistas y
artículos de periódicos. Pero no fue como yo esperaba, todo surgió tan rápido... esa cosa
se estrelló a cien metros de donde yo vivía, y para colmo fui el único testigo en diez
kilómetros a la redonda, tan aislado... En ese mismo instante no supe qué hacer, pero
pensé ¡Qué demonios! Y me aventuré, maldito el día en que no abandoné el lugar y
maldito yo por ser tan curioso. Cuando conseguí aproximarme al lugar de los hechos,
jadeaba y sudaba como un cerdo, eran cien metros a carrera y yo un hombre pasivo,
hacía tiempo que no sudaba, no tenía tiempo para practicar ningún deporte y tampoco
me mataba por conseguir dicho tiempo.
Ya no podía pensar, la cabeza me dolía, tenía la mente en blanco, parecía como
si fuese a estallar. ¿Cómo podía pasarme esto a mí? Un hombre tan sencillo como yo...
yo no creía en estas cosas, por lo menos hasta ese momento...
Intenté acercarme lo posible al suceso y entonces fue cuando sucedió, lo primero
que pensé fue que había sido un accidente; luego que un error, yo no debía haber ido
allí, fui demasiado lejos, la verdad es que nunca debí salir de aquel pueblo en el que
vivía, era tan bonito...; más tarde pensé que era cosa del destino, a alguien le tenía que
pasar, y ese alguien era yo. Desde ese primer contacto tuve mucho tiempo de pensar lo
que me había sucedido y llegué a la conclusión de que me tocó a mí por una única y
simple razón, salvar el mundo, o al menos eso quería creer.
No vi restos de ningún tipo de nave como suelen contar, ni hombrecillos verdes
moviendo sus antenas, ni nada que se le pareciese. Lo único que vi fue un injerto en la
tierra, algo como una planta pero a la vez como un corazón, realmente era asqueroso,
tenía un aspecto verde gelatinoso con tintes de rojo sanguinolento. Pude observar unas
profundas y robustas raíces clavadas en el terreno, me pareció que crecían
continuamente a la vez que la planta latía en su centro y poco a poco se iba agrandando,
en ese momento tuve la impresión de que me vigilaba, me observaba, pero no tenía
ojos, o no los veía... era absurdo que una planta tuviese ojos ¿no? Crecían y crecían, ya
no era sólo una apariencia, era real.
Fue justo en ese momento, mientras examinaba perplejo esa cosa... fue en ese
momento cuando una capa gelatinosa me envolvió de pies a cabeza, nunca supe de
donde provenía, pero sé que estaba relacionada con ese ser inmundo. Desde ese
momento pasó a formar parte de mí, era como mi segunda piel, sentía que era YO.
Al principio me sentía raro, como extraño... En la primera semana me odiaba a
mí mismo por haber sido testigo de aquello, pero con el paso del tiempo fui aceptando
mi nueva identidad. Mi piel pasó de un tono rosado firme a un verde gelatinoso y
putrefacto, mis extremidades iban transformándose gradualmente en raíces y mi cara se
deformaba hacia lo que sería más tarde parte de la planta, sentía la savia recorriendo
espesamente mis venas. Pensé que sería un momento ideal para tomarme unas
vacaciones, llamé al trabajo y así lo hice. Intenté no levantar sospechas acerca de mi
dudosa situación. Me fui convirtiendo en una persona sedentaria, frente al televisor y
sentado en mi viejo sillón, bueno... persona... o lo que fuera. Sé que me quedaba poco
para unirme a la madre, a ella, a la que me dio esta maravillosa vida. Pero claro, no
debes fiarte de mis palabras (es lo único sensato que puedo decirte) ya que es ella quien
me controla, mi cerebro ya sólo obedece unas pocas órdenes de mi voluntad, estoy casi
completamente dominado.
Aún soy yo, todavía tengo algo de uso de razón, como ya dije mi conclusión es
que esto me tenía que suceder a mí, si no ¿quién iba a salvar el mundo? ¿Quién lo iba a
curar de esta especie que lo habita, de esta especie a la cual pertenecía yo antes de ver la
luz? El canibalismo se ha convertido en mi ritual de supervivencia y en el de la madre,
ella es quien me ayuda, ella es quien tiene razón, para qué conservar esta porquería de
mundo en el que todos luchan, destruyen, violan, asesinan, corrompen... y muchas cosas
más sólo por dinero o por un trozo de tierra, claro que, por eso último también mataré
yo, por un buen trozo de tierra húmeda y fértil. Pronto la madre me dará asiento y fijaré
mi vida, el mundo será nuestro, lo salvaremos juntos, ya hay más como nosotros, el jefe
de policía tiene un bonito tono verde y el cartero está muy contento con su nuevo
aspecto, y lo más bonito es que yo soy su ¿jefe?, mejor llamémosle Complejidad
Vegetativa Superior, mi período de gestación ya está concluyendo, unos días más y
renaceré completamente. Ya queda menos para el final, este planeta pasará a ser el
planeta verde, el azul sólo será recuerdo de lo que podía haber sido nuestro mundo. La
madre me explicó que este era un sitio ideal para amanecer una nueva vida, hay agua,
mucha agua, también hay luz en abundancia, y la tierra es muy apta y fértil, no habrá
desiertos que nos detengan. Puedo decir que la especie humana ha desaparecido, no os
enfadéis conmigo, peor era el final que se le tenía preparado, eso de que estalle como si
fuera un melón maduro al que le han puesto un petardo de los gordos no me resulta muy
agradable, ahora reinará una vida de paz y metamorfosis, de fotosíntesis eterna.
Muy pronto descubrirás que no te miento, que todo lo que digo es cierto... mira
por la ventana, ya estamos aquí, venga vamos, déjate llevar. De todas formas lo
haremos, quizá mientras duermes, ¿no crees que es muy posible? Te gustará el color
verde, cuando te levantes y te mires en el espejo te darás cuenta de que no es tan malo,
de que no miento y de que el mundo renace en el seno de la madre, la madre naturaleza.
Como ya dije me acerco hacia la muerte, la muerte como humano, empie... ¡aaagh!...
mm... empiezo mi vida como ve... ¡aaagh!... ge... ¡agh!... tal.
EL VIOLÍN
Ya llevaba un tiempo sin tocar... sin sentir aquella música que empezaba a sonar
al abrir el estuche. ¡Ah! (Suspiró) ¡Cómo echaba de menos aquellos tiempos! Todo era
más fácil que ahora. Sam había tocado su precioso instrumento en numerosos locales,
bares, pubs, discotecas, clubes, fruterías, carnicerías, supermercados... y un sinfín de
lugares más. Eso sí, era fiel a sus maestros y siempre tocaba la misma música. La gente
no entendía la forma de expresar su talento y huía horrorizada, aunque algunos, al oír
aquellas melodiosas notas, no podían moverse de la fascinación que les causaba,
desmayados de emoción algunos, delirantes de pasión otros... Sam recordaba con anhelo
la ovación de las minorías, el halago de sus maestros tras una función en cualquier
barrio, el orgullo que le invadía y le hacía sentir superior... eran muchas las cosas que
evocaba su música. Vagaba en sus pensamientos por la gira que realizó hace unos años,
aquella en que todo aquel que le escuchaba se quedaba muerto de asombro, fue
fascinante, nunca disfrutó tanto como entonces. Él, danzando de aquí para allá con el
instrumento, despidiendo notas en todas direcciones, la gente bailando al tiempo que
sonaba la música y alcanzaban un estado superior de relajación abandonaban sus
cuerpos, se liberaban con aquel poder que les trasmitía Sam. Aún tenía el estuche en
aquella modesta habitación sin vistas, pero ahora estaba vacío, no había más que una
capa de terciopelo azul que antaño había acariciado aquella sinuosa figura. Echaba de
menos... todo. Tocó el estuche negro y saboreando los recuerdos lo abrió poco a poco,
muy lentamente, oyendo el pequeño chirrido de las bisagras doradas, deslizando la parte
superior hacia uno de los laterales. Aún guardaba la forma de su herramienta... aquella
que ya no volvería a utilizar, que ya no tocaría jamás... no volvería a oír el dulce son de
sus notas, ni a la gente bailando ante él... Sam estaba encerrado por todos los crímenes
que había cometido, condenado a cadena perpetua. El arma homicida que acabó con la
vida de cientos de personas fue la principal prueba que se presentó contra Sam. Una
ametralladora dentro de un estuche de violín. Algunos testigos que sobrevivieron a los
brutales asesinatos en masa, aún vivían con temor, odiaban la música e iban dos veces
por semana a un psicólogo,. Mientras, Sam disfrutaba de un abstracto recuerdo que
evocaba en él agradables sentimientos. Su música se había convertido en una melodía
de muerte y destrucción, de sangre, de odio... y con ella se creó una danza, la danza de
la muerte... Sam seguía feliz en su celda, cientos de familias no lo volverían a ser jamás.
¡ESTO ES UN ATRACO!
- ¡Arriba las manos! ¡Esto es un atraco! – Así empezaba el día de hoy para mí.
Otro día sin tener qué echarme a la boca...
La gente de aquel banco pequeño se apresuró a obedecer. Una extensión de mi
brazo apremiaba a ello. La seguridad de aquel establecimiento rural era pésima. No
obstante, tuve la suerte de encontrar allí mismo, frente al cañón de mi pistola, a una
preciosa joven que ejercía o hacía la función, dentro de esta historia, de cliente. El frío
metal se acercaba cada vez más a la tersa piel de su frente. Una gota de sudor se deslizó
por el lateral de mi rostro. Mi mirada se perdía loca entre la mujer y los banqueros.
- ¡Venga el dinero! ¡Coño, qué tengo prisa! – Sonreí a la fémina, los
funcionarios corrían a toda prisa a sus espaldas. Y aquello empezó a
excitarme. Ahora era yo el que dominaba un pequeño, diminuto, fragmento
de este mundo. Era la primera vez que realizaba un acto de aquellas
características, pero la situación lo requería y llevaba mucho tiempo
planeándolo.
La chica empezó a temblar y aquello me excitó mucho más... la mano derecha
sudaba y se deslizaba por el gatillo ansioso de descargar tensión. El dinero estaba sobre
el mostrador. Lo ignoré. También lo que me dijeron aquellos hombres. Me pasé la
lengua por los labios, secos. Todos estaban expectantes, ¿qué iba a pasar ahora? Ni
siquiera yo lo sabía. Me dejaba llevar. Deslicé el arma hacia uno de sus ojos, rodeé
aquella perfecta nariz, la mejilla izquierda, luego la derecha, habían adquirido un tono
rosado fuerte y podían verse las gotitas de sudor... la boca, los labios...
- ¡Abre la boca, coño! – E introduje el metal, frío y duro.
- ¿Qué se siente? ¿A qué sabe? – Me miraba asustada. No contestaba.
Temblaba. No esperaba respuesta. Nunca la esperé. Ella sí esperaba poder
responder...
Sentí en aquel momento de clímax una gran necesidad, rebosaba de satisfacción.
Nunca me había imaginado en aquella situación y ahora que la tenía delante de mí, la
disfrutaba. Silencio. No podía contenerme. Se rompió, el silencio se rompió. Y me
salpicó de gloria, de vida, de inteligencia... y cayó. Eyaculé mentalmente tras aquella
sobreexcitación. Alimenté un suspiro y mi cuerpo me pedía un cigarro. “Mejor que el
polvo más sabroso que haya echado” pensé. Cogí la bolsa con el dinero, llevaba tiempo
esperando impaciente. Ni siquiera me había preocupado de ocultar mi rostro y avancé
lentamente hacia la salida. Orgulloso. Tranquilo. Con la pistola fuertemente apretada en
mi diestra. Oí sirenas acercarse, posiblemente el banco contaba con alarma, daba igual.
Aún tuve tiempo de formar un montón con aquellos billetes, saqué el paquete de
cigarrillos, cogí uno y tiré el resto. Del otro bolsillo extraje el Zippo y provoqué la llama
con un ágil movimiento. Encendí el pitillo y arrojé el mechero al montón del dinero.
Ardió rápidamente. Disfruté con aquello también. Tres coches patrulla y una
ambulancia llegaron al lugar. Tiré la colilla y la aplasté con la bota. Exhalé el humo.
Levanté el arma. No tuvieron tiempo de salir del coche. Apunté y disparé. Un estallido
ensordecedor me atravesó. Culminé mi obra. Ya no tenía nada que hacer en este mundo
y decidí salir por mi propio pie, eso sí, dejando marcadas huellas de mis últimos pasos
por él. En su momento no me arrepentí, ahora, en el “Purgatorio”, a la espera de ver
encauzada mi alma hacia un lado u otro, sí me arrepiento... mis huellas ya se han
borrado y mi alma se cruza con otras... hay millones... y sus huellas sí que perduran
aún... años, décadas, siglos, milenios... pero qué podía hacer un pobre hombre como yo,
aspirante a ser algo, sin nada, sin posesiones de ningún tipo, sin identidad y con una
flamante pistola encontrada en uno de los basureros donde solía comer... ¿qué podía
hacer?...
FORTUNA
Presto se nos echan encima las navidades y Pedro sigue incógnito. No hay nada
de maravilloso en esta celebración para él estúpida y sin sentido, sin color, sin sabor...
Cuando era niño aún disfrutaba en su ignorancia de la fecha, pero conforme había ido
creciendo y madurando las cosas habían ido tomando otro cariz, sus recuerdos parecían
serlo de otra gente que la que le rodeaba cada año. Su familia, su querida y falsa familia.
Era todo muy confuso, pero Pedro había aprendido en estos últimos años a diferenciar la
realidad de la ficción, y aunque bien pudiera ser realidad en muchos hogares no lo era
en el suyo. Todo se presentaba decepcionante, la sola idea de unas navidades más en
familia creaba en él un malestar notable y una necesidad inevitable de vomitar. No
podía hacer más que dos cosas: quedarse mudo y quieto durante la velada o no aparecer.
Prefería esto último, se sentía engañado, no por las navidades y esos cuentos que te
cuentan de crío que sí quieres te los crees y si no, no hay regalos, sino por la hipocresía
que le había envuelto sin tan siquiera darse cuenta, por los mimos y besos de sus tías y
el ánimo de sus tíos, no siendo más que dulces preludios de una cruda puñalada a sangre
fría. Ese año no les dejaría que siguieran actuando, desde luego echaría de menos a los
pocos en los que podía confiar (aún), pero bien valía la pena desaparecer durante una
temporada. Lo más lejos posible...
Las calles estaban desiertas, de vez en cuando se veía a alguien que llegaba
apurado a casa con algunos paquetes bajo el brazo y sonrisa cómplice, sonrojado por el
frío. Algún borracho entonando las típicas canciones navideñas con ciertas variaciones
obscenas y los escaparates llenos de luces parpadeantes y juguetonas. Y allí estaba él, ni
siquiera estaba abierto el bar, ningún bar donde pudiese tomar una copa. Le apetecía ver
gente conocida, gente con la cual se llevaba bien y congeniaba, gente que no tenía prisa
por volver a casa y con ganas de charlar. Lamentablemente todos tenían algo que hacer
o celebrar, por imposición o por costumbre. Y Pedro se seguía preguntando el por qué
de esa celebración, él no era católico, creía en algo, lejos de lo que era aquello. Cierto
que une a la familia, pero, a veces, más valdría que no fuese así. Y luego todo ese
dineral derrochado en pos de los centros comerciales que desde hace años tienen el
negocio montado con eso de los reyes y Papá Noel, la era consumista, el efecto dos mil,
el fin del mundo... vende, ¡todo eso vende! La noche se presentaba más fría de lo
normal, pronto empezarían a abrir los locales y se podría embriagar hasta perder el
conocimiento de su propio nombre, mientras, en las dos horas que le quedaban, sólo
podía andar de un lado a otro para no enfriarse demasiado. Un cigarrillo en los labios y
parecía hacer menos frío, el vaho se mezclaba con el humo denso del tabaco y Pedro
parecía una chimenea. A veces, mientras caminaba veía a la gente sonreír o carcajear
por los ventanales de sus salones, toda la familia cantando y riendo sin parar mientras
brindaban una vez más por los años venideros y en concreto ese. Todo parecía pura
felicidad, y Pedro se preguntaba cuánto de incierto habría en cada una de esas risotadas,
cuánta gente reiría falsamente por la broma pensando en cómo joder al prójimo... todo
era una gran mentira, él lo sabía y la gente que disfrutaba de esas encantadoras veladas
también, y reían con la sana intención de, como en un sueño, disfrutarlo al máximo
antes de que se acabase y despertaran sumidos en la más auténtica de sus pesadillas,
pero sus ojos eran tristes, pensaban todos lo mismo: “ojalá que esto sea así siempre, no
quiero despertar...”. Pero luego despertaban y se encontraban envidiados por sus
hermanos, amenazados por sus cuñados y repudiados por sus padres y suegros, todos a
una. Pero eran felices, aguantando, sufriendo y esperando... Pedro se había cansado de
esperar. Siguió caminando, es lo único que podía hacer.
Al volver una de las frías esquinas de la calle casi cae sobre un amasijo de ropa
que contenía a un hombre envuelto en su interior, un mendigo. Apenas pareció
inmutarse, solamente levantó una botella y dijo:
- ¡Eh, chaval!, ¿Quieres un trago? – aquel hombre dejó ver su desaliñada barba
y una sonrisa sin apenas dientes a la que no pudo resistirse Pedro - ¡Venga
coño, que pareces helado y esto calienta un huevo!
Pedro agarró el cuello de la botella y tras un corto periodo de titubeo se la acercó
a los labios y empinó el codo. El ron entró con fuerza, provocando un infierno en su
estómago que le resucitó del frío. Tosió y dio un segundo trago más generoso. Esta vez
entró más suave y se deleitó con el sabor de aquel licor barato.
- ¡Ey, te he dicho un trago, no toda la botella, muchacho!- alargó la mano
mientras seguía sonriendo. Siempre sonreía. Luego de dar las gracias, Pedro
y aquel hombre se quedaron mudos y quietos, el hombre siempre sonriendo
entre trago y trago. - ¿Te has perdido muchacho?
- Me llamo Pedro – dijo muy puesto en su sitio, con seriedad y firmeza.
- No te he preguntado tu nombre, muchacho, digo que si te has perdido o algo
así. – Nunca dejaba de sonreír y Pedro se preguntaba dónde estaba la gracia.
- No, no me he perdido.- Pedro no estaba dispuesto a contar sus intimidades o
a hablar más de la cuenta con un extraño, aunque no parecía mala gente a su
parecer prefería guardar un poco las distancias.
- Esta noche en la calle solamente hay mendigos y muertos, ¿tú qué eres? – la
sonrisa de aquel hombre se hacía incisiva y estaba empezando a agobiar a
Pedro.
- No soy un mendigo – no estaba para bromas.
- No tienes pinta de ser un muerto.
- No me digas. – Era lo único que le faltaba a Pedro esa noche, un mendigo
harapiento y apestoso que le hinchara los cojones.
- Bueno, yo he visto muchos y la verdad, no tienes pinta de ser uno. –
Sonriendo, siempre sonriendo...
- A la mierda viejo – no sabría decir la edad que tendría aquel hombre, pero
con relación a la de Pedro, sin duda era un anciano. Escupió a la carretera y
se dio media vuelta. Se sentía incómodo con aquel tipo y no tenía por qué
aguantarlo. Hizo amago de irse, pero el hombre le interrumpió.
- ¡Espera muchacho! ¿Llevas un pitillo o dos? Son para esta noche tan
especial... – fue la única vez que no sonrió, su cara se tornó triste y afectada.
Por dentro seguro que se estaría riendo a más no poder. El mismo numerito
de todos los días para ganarse la vida.
- Toma – sacó tres cigarros y se los puso en la mano, a lo cual el hombre
respondió con una amplia sonrisa.
- No tendrás unas monedillas para un café ¿verdad? – la sonrisa creció.
- No pienso darte nada más viejo, toma cuarenta duros y date por satisfecho –
era una noche fría, negra y solitaria. Aquel hombre no dejaba de sonreír.
A Pedro le pareció ver un extraño destello en los profundos ojos del anciano y
un escalofrío le recorrió la espalda. No debería estar allí, no esa noche, hacía un frío
glacial y apenas iba lo suficientemente abrigado, aquel hombre no paraba de sonreír y se
estaba mosqueando al borde del enfado. No era una noche para salir de casa, solamente
hubiera tenido que aguantar. Entonces el hombre volvió a hablar, sacando a Pedro de su
abstracción.
- No tendrás un alma vieja y gastada en desuso ¿verdad?¿Sabes?, eres un
muchacho afortunado – y se abalanzó sobre Pedro, envolviéndolo con sus
harapos y dejando de él nada más que huesos. –Ya no tendrás que volver a
pasar por esto. Solamente hubieras tenido que aguantar, Pedro. La calle es
muy peligrosa muchacho, nunca se sabe lo que te puedes encontrar. Se
avecina un año lleno de sorpresas. Ja, ja, ja...
Las campanadas sonaron y enseguida el alboroto inundó las calles, todos
gritaban y saltaban de alegría celebrando la entrada del nuevo año. Todos excepto uno,
que ya no estaba. El anciano sonreía, siempre sonreía y se levantó de un salto gritando:
-¡¡Feliz Año Nuevo!! ¡¡Feliz Año Nuevo!! Ja, ja, ja...
LA CAJA DE MÚSICA
Ambos empezaron a volar por el inmenso salón, bailando en el aire, realizando
piruetas y lindas cabriolas. A su paso dejaban una preciosa estela luminosa, polvos
mágicos. Eran dos bellas figuras las que se deslizaban ágilmente por la inmensidad del
vacío. Una preciosa dama de pelo anaranjado como el fuego, largo y frondoso, que
cubría dos maravillosas perlas azules incrustadas en un bello y afirmado rostro de
blanca tez. La otra figura, un apuesto galán, moreno de ojos grandes y oscuros. Y allí
estaban los dos, batiendo sus maravillosas alas, como mariposas al inicio de la
temporada estival. Se deslizaban sorteando los obstáculos de la sala, majestuosa, con
gran facilidad.
Sus vestimentas eran muy escogidas. Ella llevaba un estupendo vestido blanco
anacarado, largo, con encajes en la parte superior y unos delicados bordados en su
costura. Él, un espléndido traje negro, parecido a un smoking, pero de mayor elegancia
aún, liberándole de tanta formalidad. Como fondo de su acrobático baile, una
cautivadora música, casi hipnótica... danzaban de aquí para allá, posesos por la delicada
sucesión de compases llenos de matices sugerentes y melódicos.
El salón, adornado de maravillosas lámparas de araña de bohemia, magnífico
cristal este, brillaba con cegadores destellos luminosos y bañaba de luz todo el entorno.
Las cortinas, de un acabado impresionante, se deslizaban a lo largo de toda la pared.
Toda la estancia era una mezcla de colores de tonos suaves y acogedores, tonos blancos,
rosados, amarillos, grises azulados, claros y agradables a la vista. Y allí estaban. Solos.
Batir por aquí, pirueta por allá, un giro... la magia brotaba por cada uno de los rincones.
Pero sólo bastó un instante para que toda aquella alegría se viera frustrada de un intenso
y estruendoso golpe...
- ¡Alto criaturas inmundas! - Era la voz de su amo, el Gran Mago de Hador,
pueblo variopinto en el que conviven multitud de razas y especies vivas.
- Señor... nosotros no... – contestó la figura femenina de diminutas
dimensiones intentando aplacar la furia de su señor.
- ¡Basta! Os dejo unas lunas solos y ya os creéis en el derecho de invadir mis
habitaciones. Yo no os he tratado mal, pero os habéis aprovechado de ese
privilegio para abusar de mi buena hospitalidad.
- Pero... – increpó el duendecillo masculino en defensa de los dos - ...no
teníamos intención de hacerle sentir ofendido, fue un juego, sólo eso, yo... –
atajó el mago cortando sus palabras al viento.
- Habéis abusado de mi confianza y pagaréis por ello. De todas formas, no
seré malvado con vosotros, ya que me habéis sido de gran utilidad durante el
tiempo que habéis estado a mi lado y habéis aliviado el sentimiento de
soledad que siempre me ha invadido.
El mago lanzó un conjuro al aire y una nube de polvo dorado envolvió a los dos
duendecillos, arrastrándolos hacia una caja de escasas dimensiones. Sus cuerpos se
tensaron y adquirieron rigidez, adoptando una postura graciosa. Los había convertido en
figuras. Luego los posó en el centro de una plataforma, enfrentados el uno al otro y
cogidos en postura de baile, dotó a la plataforma, de aspecto circular, de capacidad para
girar y, en su centro, girarían las figuras. Y, como guinda final de aquel pastel, puso
música a su alrededor, la misma que había sonado cuando los descubrió en el salón. Su
magia impregnó la caja y, siempre que estuviese abierta sonaría aquella música mientras
los duendes bailaban al son de las dulces notas musicales. Mientras estuviera cerrada
estarían condenados a la oscuridad y al más absoluto silencio. Así, sin saberlo, cada vez
que abrimos una caja de música, privamos a sus habitantes de la esclavitud que antaño
les fue impuesta y les damos la oportunidad de volver a disfrutar de aquel último baile.
Mientras esté abierta y dure la música, la magia permanecerá entre nosotros.
LA CARTERA
- ¡Que bonita es la vida! ¡Ah...! Es tan maravillosa... con todas sus cosas buenas y
sus cosas malas, todo tiene su lado positivo ¿verdad? Y las flores, los pájaros, la
luz del Sol, de la Luna, esos rayos de Luna... las noches claras, las tormentosas
veladas nocturnas junto a la chimenea o en el exterior, en medio del campo,
disfrutando de las fuertes gotas martilleando tu cuerpo y pegando a la piel tu
pesada o liviana ropa... los días de invierno o de verano, primavera u otoño, es
espléndida ¿no lo ves? Da igual el tiempo que haga, los problemas que tengas o
la relación que tengas con este mundo, todo eso es insignificante y no justifica la
negación de una evidencia tan grandiosa como es la vida, esa sensación de vivir
al límite o plácidamente sin sobresaltos, el saborear una copa de ron o whisky
para ahogar una mala pena o una taza de café humeante para disfrutar de un
buen momento de charla o relax, no importa, ¿sabes? No importa en absoluto,
porque...
- ¿Quieres dejar de decir chorradas y venir a ayudarme a cavar estúpido? –
proclamó una voz enfurecida desde una semi-profundidad embarrada en medio
de un campo de hortalizas.
- No me llames estúpido, te recuerdo que yo soy el listo de los dos y que sin mi no
irías a ninguna parte. – dijo Marcos con deje de superioridad y orgullo herido –
Yo soy el genio y tú la fuerza, ¿recuerdas? Así que no me llames estúpido.
- No digo que seas tonto, solamente digo – sacándose una pistola del cinto y
apoyándola sobre su sien – que vengas a ayudarme o no terminaremos nunca,
¿entiendes eso?
- Vale, vale, no es para ponerse así. – accedió Marcos resignado.
Juan y Marcos eran dos asesinos a sueldo que trabajaban al más puro estilo
mercenario, “tu cumples con el dinero y nosotros cumplimos con el trabajo”, sin
importarles cualquiera de las circunstancias que pudiese envolver a la víctima. Eran
muy serios en su trabajo y con cada crimen lo demostraban sobradamente. Últimamente
el negocio no iba muy bien, demasiado control en las calles y demasiado
guardaespaldas, aparte de que los negocios más sucios llegaban a solucionarse desde
dentro y a base de soltar mucha tela. Eso les había llevado a pequeños delitos con el fin
de sobrevivir a través de lo que siempre habían sabido hacer: matar. Las cosas se habían
vuelto difíciles y no podían dejar un cadáver por la calle como antaño. Ahora, el campo
de Cartagena era cementerio de sus víctimas y testigo de sus actos. Y allí se
encontraban, con un pico y una pala, con una tormenta acojonante y con un hombre a
punto de expirar. La noche se avecinaba mala y debían cavar aprisa antes de que
empeorase la cosa.
- Mi cartera, mi cartera... – la víctima intentó levantar el brazo reclamando sus
pertenencias...
- Venga tío, que este ya empieza a moverse otra vez – un palazo de Marcos volvió
a noquear al individuo que se sumió nuevamente en el maravilloso mundo de la
inconsciencia – ha sido sin querer, ja – dirigiéndose al tipo que sangraba sobre el
oscuro barro.
- Si me hubieses ayudado antes ya estaría enterrado... – mojado y mosqueado,
Juan seguía cavando apremiado por el mal tiempo.
- Ya, ya... – Marcos hurgó en uno de los bolsillos de la cazadora y sacó una
cartera de piel con pinta de haber tenido poco uso, pero con un toque de
antigüedad atractivo y poco usual. – Total, nos estamos mojando por nada, el tío
capullo solamente llevaba esta cartera con diez mil pelas, una ruina tío, una
ruina, así nunca vamos a levantar el negocio.
- Calla y dale si se mueve, no me gustaría tener que salir detrás de él o malgastar
una bala por tus gilipolleces – normalmente Juan era el que ponía los cojones,
para lo demás ya tenía a Marcos, si no fuese por su ingenio para sacarle partido a
cualquier chanchullo ya se habría desecho de él.
- Vale, vale, desde luego, todo el mundo tiene días mejores y días peores, asúmelo
tío. Además, no caves más coño, ahí cabe de sobra.- Juan asintió, de un salto
salió de la fosa y sustituyó la pala por el pico.
- Mi cartera, dadme mi cartera... – se oyó en un susurro proveniente del futuro
cadáver.
- Está preguntando por su cartera el pringao. Si ya no te va a hacer falta... – se
dirigió al pobre hombre- Dale el golpe de gracia y quítale la chupa si te gusta.
- No, que se la quede... tampoco hay que pasarse... – y el pico atravesó el cráneo
con un golpe seco. Se acabó para aquel hombre su maravillosa vida...
Una vez introducido el muerto en el agujero, lo enterraron bien enterradito
disimulando en lo posible cualquier indicio de aquel acto, aunque era posible que con la
que estaba cayendo quedara el cuerpo al descubierto. Subieron al coche y, aún mojados,
se largaron a toda prisa. La lluvia eliminaría todas las huellas. Ambos se marcharon, sin
percatarse de que se amigo se había esfumado. Parecía como si la tierra se lo hubiese
tragado, el barro se hundió repentinamente, dejando a la vista un surco con la silueta del
hombre y una ligera estela de humo atravesó la capa de tierra y ascendió para perderse
después entre los destellos de la tormenta a media noche.
Con dos mil duros poco iban a poder hacer Juan y Marcos, así que no tuvieron que
discutir mucho para llegar a la conclusión de que el mejor uso que podían darle al
dinero era pillarse una buena cogorza esa noche. Se metieron a uno de esos bares que
solían frecuentar, donde todo el mundo les conocía y temía. Marcos abrió la cartera,
cogió el billete de diez y lo puso sobre la barra de un golpe.
- Ponnos un par de cubatas y que no falte alcohol mientras quede pasta, ¿vale?-
Marcos a veces también imponía. Su carácter tan cambiante le había hecho
temerario entre quienes le conocían. Era difícil saber cuando estaba de broma y
cuando hablaba en serio, ni siquiera Juan, con el tiempo que llevaban en el
negocio juntos, había logrado comprenderlo y pillar sus estados de ánimo al cien
por cien. La mayoría de la gente prefería no tentar a la suerte. Pasaban.
- Vaya mierda – espetó Juan al tercer cubata. – sólo diez talegos, con eso no
tenemos ni para ponernos ciegos, ¡¡¡me cago en la puta!!!
- Venga Juan – intentó calmarlo – con lo bien que vestía, quien iba a pensar que
no llevaba una suma considerable en el bolsillo.- Hubo una pausa.- Se merece
estar donde está, ¡por cabronazo¡
- Eso, ¡por cabronazo! - brindaron y apuraron la copa.
Cuando fundieron el dinero se largaron a casa, borrachos, hechos un asco,
tambaleándose, agarrados el uno al otro, riendo y maldiciendo a aquel hombre,
mojándose, resbalando, tropezando, cayendo...
- Esto es lo que tenemos, una puta cartera – Marcos la mostró a Juan – una puta
cartera, sin un puto duro, además no es ni elegante, es una mierda...
- Sí, una mierda...
- Y sin viruta ¿cómo coño la vamos a llenar? !!!ese tío es un cabronazo¡¡¡ -
levantando la cartera en alto y gritando enfurecido...
- Sí, un cabronazo... – Juan se limitaba a repetir vagamente, con embriaguez, las
palabras finales de Marcos. El dinero les dio para unas cuantas copas, más de las
que pensaban...
- Esto no vale una mier... – la voz de Marcos se entrecortó al ver que de la cartera
caía un billete. Se agachó como pudo y lo cogió. Diez mil pesetas. – Pero qué...
- ¡Eh, Marquitos!¿De dónde coño has sacado la pasta? – Juan mosqueado se
acercó a Marcos y sacando la pistola amenazó - ¿no me estarás engañando para
quedarte con más pasta, verdad cabrón?
- Yo... – no tenía palabras, aparte de no encontrarse en condiciones para darle al
coco y buscar algunas, para aquello – no sé tío, han salido de la cartera... – un
atisbo de perplejidad asomó a la cara de Marcos.
- Venga, ¿te estás quedando conmigo o qué? – tiró del gatillo para atrás y quitó el
seguro, siempre que bebían lo solía poner. – Déjame ver... – arrebatándole la
cartera de las manos.
- Yo... te juro... – Marcos ahora estaba confuso y acojonado, si Juan se cabreaba
era por dinero y cuando se cabreaba no perdonaba ni a su madre.
- ¿Esto que mierda es...?- Al abrir la billetera encontró otro billete de diez.
- No había más dinero del que te dije tío, no sé de donde ha salido esa pasta, te lo
juro, yo... – Marcos se achicaba mientras Juan se crecía enfurecido y aún ebrio.
- ¡¡Jódete cabrón!! – un disparó sonó en la noche, un trueno más entre la
tormenta, un charco rojo al desplomarse Marcos y un humeante cañón. – A mi
nadie me engaña... ni mi padre...
Justo mientras miraba el cadáver de su ex compañero por última vez, este se deshizo
fundiéndose con el agua y la sangre, de igual manera que lo hizo la bruja malvada de la
película “El Mago de Oz”. Aquello le dejó atónito. Demasiado borracho para juzgar la
calidad de lo que veía. De lo que sí estaba seguro es de que se había dejado llevar por la
ira y había acabado con la vida de su amigo, pero nadie engaña a Juan, nadie. Se echó
las manos a la cabeza y se acurrucó junto a una farola. Se quedó dormido, con el motivo
de su disputa, la cartera de aquel cabronazo, en sus manos.
Fue demasiado tarde cuando despertó y vio como un sucio ratero se llevaba aquel
objeto de piel que había costado la vida de dos personas. Se levantó tambaleándose y
sólo supo decir antes de “derretirse” poco a poco:
- mi cartera, mi cartera...
Los deshechos de aquella fundición corporal se arrastraron entre el agua que corría
por el asfalto, deslizándose los restos de Juan hasta el alcantarillado. De todos modos,
su destino.
- Joooder, no está mal para empezar el día, diez mil pelas... – el ratero sacó el dinero
y se guardó la cartera en el bolsillo trasero del pantalón, ya tenía el jornal de hoy,
mañana sería otra historia...
LA CRUZ INVERTIDA
Intenté desviar la mirada de aquellos intensos ojos oscuros, para dirigir los míos
hacia sus senos desnudos, pero... no pude. Me tenían atrapado y sólo tenía ojos para
aquellas dos perlas negras. Era difícil de creer que yo estuviera allí, desnudo junto a una
mujer que casi no conocía, pero el riesgo, el vivir al límite, me excitaba y me llenaba de
un morbo jugoso y exquisito. Ella, de piel acaramelada y pelo largo de un castaño rubio
parecido a la miel, debía ser muy dulce. Yo mismo me engañaba, sabía que no era así.
Quien nos viese a los dos, en aquella playa casi desierta, desnudos el uno frente al otro
sin inmutarnos ante nada, pensaría que estamos locos... quizá lo estemos, yo
simplemente soy prisionero de las fauces de sus profundos ojos y de aquella cruz, de
plata (supongo), con unas curiosas incrustaciones en toda ella de preciosas joyas, que le
colgaba del cuello y le caía a la altura del canalillo entre los pechos. Había oscuridad
también fuera de sus ojos, era de noche, la nocturnidad ya nos había atrapado y, a la luz
de una fogata de pequeñas dimensiones, aún seguíamos el uno frente al otro, de pie,
impasibles.
Cuando pude desviar, por fin, mis ojos de los suyos, observé y aprecié todo
cuanto había pasado por alto hasta entonces. La cruz invertida, su estremecedor
cuerpo... mientras el análisis era realizado por mi más calenturienta mente, su cuerpo, el
que era tan bello, empezó a agrietarse. Empezaron a abrírsele heridas, llagas,
supuraciones... Mas cual fue mi horror cuando empecé a sentir que acontecían los
mismos efectos sobre mi cuerpo. Ella estaba desapareciendo, su cuerpo se estaba
convirtiendo en ceniza...
“...polvo eres y en polvo te convertirás...”
...y yo, yo... poco a poco iba desintegrándome, apagándome, muriendo.
Una suave brisa arreció sobre el lugar y arrastró consigo las cenizas,
esparciéndolas en toda la extensión del mundo y allí, sobre la arena sólo quedó un triste
recuerdo en forma de cruz, de cruz invertida.
LA LENTE
El mundo es un lugar realmente pequeño. Y a la vez enorme. Pero pasa que en la
mayoría de los casos no somos capaces de ver más que por una lente de diminutas
dimensiones, sin darnos cuenta de esa otra cara de este “maravilloso” mundo.
Asqueroso en cierto modo. No nos damos cuenta de esa gente que vive porque no tiene
otra cosa que hacer en esta vida más que esperar a que le llegue el turno a morir en
cualquier barrio marginal, en el banco de un descuidado parque o al cobijo de un chute
bajo el puente de las afueras. Y sin darnos cuenta, esos ínfimos seres son la noticia que
mueve este planeta, la verdadera historia del país. Pobreza, abuso de menores, tenencia
ilícita de armas o drogas, prostitución, robo, pillería, violencia, dentro o fuera de casa...
y eso todos los días, sin descanso... rondando la muerte. Así empieza esta historia, la
historia de un joven que tuvo la oportunidad de ver a través de otra lente, ni más ni
menos que la que la vida real le ofrecía.
Jorge estudiaba 2º de Bachillerato en el instituto Cervantes e Hidalgo de Madrid.
Su vida no había tenido muchos altercados a lo largo de sus cortos diecisiete años. Su
especialidad era el arte y apenas dedicaba tiempo a otra cosa. Vivía en un barrio “bien”
de la capital y no tenía más preocupación que la de saber qué tendría ese día para comer,
¿bistec o pescado? A eso se limitaban sus problemas. Y la cartera nunca bajaba, siempre
llena de billetes esperando ser gastados para dejar sitio a más fotografías de la familia
real. Ese día se adentró en uno de los barrios de los que todo el mundo habla y poca
gente pisa. Uno de esos que tienen escrito peligro en las calles... Buscaba un objeto de
inspiración, llevaba la cámara preparada, el tema de este trimestre era la fotografía. Un
carrete en blanco y negro le daría más dramatismo y un toque especial a la foto. El
metro circular abandona su parada hasta dentro de otros veinte minutos, aquella zona
era muy oscura, tenue era la luz que emanaban los escasos y destrozados focos de la
estación. Jorge no tenía miedo, la seguridad era un aspecto que había predominado
siempre en él. Se aleja el metro por fin y se pierde engullido por aquella larga garganta.
Desaparece. Hay un vagabundo tirado en la salida al exterior, una buena foto. ¡Flash!
Sube y lo primero que ve mientras lo hace son las pintadas cutres de las paredes, otra
foto. ¡Flash! Ya lleva dos, él mismo revelará el carrete más tarde. La calle está llena de
gente, gente sin vivienda... en una esquina hay dos tipos que se tocan las manos
nerviosamente, con disimulo, uno se larga mientras el otro permanece alerta. ¡Flash!
¡Flash! Ha traído un carrete de veinticuatro fotos, pero el disparador no deja de ser
pulsado. Todo es interesante a los ojos de Jorge, pero sin embargo no es más que un
simple cuadro que al volver a su bonita casa no tendrá que observar. Niños llorando,
hambre. Ancianos rebuscando en la basura, quizá no sean tan mayores como aparentan,
quizá tuviesen familia y un trabajo, quizá eligieron vivir así, ser libres de las ataduras
del mundo. Jorge sigue andando, se le han acabado las fotos, fin del carrete. Ya no le
importa, mira la gente, estupefacto, sin dejar de caminar. Observa y su mente divaga, se
hace preguntas. Algunas con duras respuestas. No puede hacer nada. Las calles están
casi destrozadas, llenas de dolor, lloran sangre las paredes, en cualquier parte de ese
barrio un policía detiene a un menor por pasar coca mientras su madre se prostituye con
el chulo que controla el barrio a través de los “camellos” que suministran su “caballo” a
los “yonquis” que están con el mono y tan ciegos como para robar una “pipa” y pegarle
un tiro al cabrón que les golpeó por ser simplemente lo que eran y violó a decenas de
mujeres mientras las maltrataba por creerse en su derecho de “hombre”... no es capaz de
asimilar. Unos gitanillos le rondan alegres, juegan. Jorge no se cree capaz de seguir
andando, pero lo hace sin dilaciones, sin mirar atrás. Una pareja se besa frenéticamente
junto a la parada del bus y una vieja abotonada hasta el cuello les mira mal y se ajusta la
pechera murmurando de reojo. Unos cartones cubren a otro vagabundo, sonríe a Jorge y
le da un sorbo al cartón de vino barato, sus ojos denotan una notable embriaguez, no
serán pocas las historias que podría contar en otro estado, pero quizá sean esas mismas
las que le han llevado a esa situación. Ya ha visto suficiente, ya tiene su trabajo bonito y
solidario, ya puede quedar bien delante del profesor y sus amigos dándoselas de
comprometido social y mostrando implicación. Nunca había mirado a través de aquella
lente con tanta claridad, el mundo en el que vivía era una mentira... todo es una gran
mentira que envuelve tu mente y te hace creer que todo es realmente maravilloso, pero
no es así. En absoluto.
- Jorge ¿has traído tus fotos? Tu tema parecía muy interesante, enséñalas que
las veamos todos... – el profesor sabía que Jorge tenía dotes para el arte y su
confianza en él era amplia.
- Lo siento, se veló mi carrete... un descuido. – También sabía mentir muy
bien, tal y como le había enseñado esta sociedad.
- Venga... no importa, aún hay tiempo... a ver... Cristina, ¿qué tal tus fotos?
¿Cuál era el tema que escogiste? – Y se encaminó hacia ella, olvidando a
Jorge.
Jorge estaba ausente, con la mirada fija al frente. Nadie se percató, todo el
mundo iba a lo suyo... ahora lo comprendía. Nadie se ocupaba más que de lo que le
concernía a cada uno, sin importar lo ajeno. Esa era la clave. Él ya la había roto, a partir
de ese día.
Unos niños juegan en uno de los barrios más marginales y pobres de Madrid.
Han visto a un chico mayor que ellos marcharse. Se ha dejado algo. Lo cogen. Una
máquina. Empiezan a imaginar y a volar, mientras disparan divertidos el flash de la
cámara de Jorge. Aquella que le mostró a través de su pequeña lente lo grande que es el
mundo y lo poco que nos fijamos en él y su gente. La importancia de tener un nombre al
que responder porque te llaman o la de poder vivir sin preocupaciones. Jorge ya no sería
el mismo, ya no volvería a apartar la vista... no le necesitaban, pero él sí les necesitaba a
ellos, las personas reales. Aquella gente tan normal, apoyada en las necesidades más
básicas y respondiendo a su instinto de supervivencia. Era él quien los necesitaba para...
aprender. La noche llega y el flash sigue parpadeando en las manos de un chiquillo...
LA MARIPOSA ARCORIRIS
Después de estar trabajando durante tres largos años en La Mariposa Arcoiris,
absolutamente todas las noches, ahora se encontraba ansioso y angustiado. Todo el
tiempo que siempre había deseado gastar lo tenía ahora a su disposición, pero ya no
sabía que hacer con él. Vagaba por las calles de la ciudad pensando en el posible motivo
de su despido y lo que tendría que hacer ahora para poder salir adelante. Aquella noche
solitaria y vagabunda era lo único que le arropaba. Iba de un lado a otro pensando,
divagando... él siempre había vivido el momento al máximo, agotando para ello todos
los recursos disponibles, eso le había llevado a disponer de lo justo para poder comer,
dormir y colocarse. Las noches de neón que siempre le habían envuelto dejaban, a partir
de aquel instante, de existir y no sabía si al pasar aquel bache volverían a resurgir, era
difícil. Todavía recordaba aquellas noches que se hacían diurnas e incluso daban paso a
una nueva noche. Últimamente eran muchas las noches que, al cerrar La Mariposa,
Sebas se iba de fiesta con alguno de los ligues de la noche o bien con algún nuevo
amiguete, se fumaban sus porros, se metían sus pastillas y, si se terciaba, una rayita y un
buen polvo. Todo era vicio y perversión, una vida intensa solamente llevadera a base de
más de esas drogas, las cuales las pagaba con el sueldo del mes. Así, aunque el trabajo
le proporcionaba un muy buen salario, llegaba escaso a fin de mes. Los excesos habían
ido aumentando, entonces se acordó de un dicho: no es malo el uso sino el abuso... Pero
él había abusado mucho. Ahora no tenía donde caerse muerto, su cobijo le duraría unos
meses más, pero ya no podría mantener el ritmo de vida que hasta entonces le consumía
y se había acostumbrado demasiado a esos intensos placeres que la vida le otorgó en su
momento. Mirando al cielo se quedó pensativo y metió la mano en el bolsillo del
pantalón, allí sólo había una moneda, ¿qué podía hacer con una moneda? Tan sólo eran
cien duros, con eso no tenía para nada, medio talego si acaso, pero después... después
¿qué? Entonces fue cuando le vino a la memoria el recuerdo de un viejo profesor, era
muy difuso, hacía tanto tiempo... sus días de estudiante parecía que hacía un siglo
habían pasado, los veía lejanos y apenas recordaba con integridad a todos los personajes
de aquella breve obra dramática. Pero aquel profesor... creía recordar que daba clases de
historia, a Sebas siempre le había fascinado el tema, pero no lo suficiente como para
seguir adelante, ni siquiera para aprobar la asignatura. Lo pasaba mejor en el césped del
instituto con los colegas o en el bar de enfrente tomándose sus cervezas. Pero el
recuerdo de aquella persona, en aquel tiempo muy adulta a sus ojos, le trajo un viento
que sembraba esperanza en su corazón. Tanteó de nuevo la moneda y la sacó, alzándola
en el aire con una sensible gracilidad, ágilmente la lanzaba una y otra vez, hasta que al
final la retuvo envuelta en su fuerte puño, miró una vez más aquel cielo estrellado y se
dijo con las mismas palabras que un día le transmitiera aquel hombre: el mundo no se
hizo en un día, todo empezó desde abajo, con lo mínimo. Las civilizaciones fueron
creciendo a partir de una sola piedra y aquel que se lo propuso incluso construyó
grandes imperios creados de la nada más absoluta... Hasta nunca las había analizado,
pero ahora, desesperado en aquella noche solitaria, aún larga, de aquella moneda
procuraría crear una nueva vida, un hombre nuevo, una historia diferente...
PALABRAS MALDITAS
Llaman a la puerta. ¿Quién puede ser a estas horas? Apuro mi vaso de ron y me
levanto sigiloso, sin ni siquiera encender la luz. La pantalla del portátil es la única
iluminación que tengo. Echo un vistazo por la mirilla de la puerta, no veo a nadie.
Pregunto en voz alta, no demasiado para no molestar a mis posibles vecinos de
habitación, que quién hay al otro lado. Nadie responde. Entonces abro la puerta y están
allí, mirándome fijamente sin pestañear, pidiéndome una respuesta con la mirada. Las
letras se abalanzan sobre mi y retrocedo buscando en vano ayuda dentro de los posibles
objetos de la habitación. Entonces recuerdo que aún voy vestido y saco la pluma del
bolsillo de la camisa. Desenfundo y amenazo con escribir su muerte, o a lo sumo a crear
unas dignas oponentes. Pero miro la pantalla de cristal líquido y sólo veo una hoja en
blanco, con la guía parpadeante a la espera de que mis dedos comiencen a pulsar las
teclas. Las letras sonríen oscuras y se acercan lentamente sabiendo que mis defensas son
escasas. La tinta de mi pluma gotea sobre la alfombra, dejando una grotesca mancha sin
forma. -¿Qué queréis de mí? – esbozo con temor y confusión. – Nada... – me responden
impasibles e implacables. - ... sólo te queremos a ti, no nos eres útil, te hemos dado ya
muchas oportunidades pero has preferido malgastarlas, este es tu fin, eres un
fracasado... – se me echan encima y esquivo con torpeza pero acierto. Bebí demasiado
esta noche, ellas lo saben, si existen lo saben. Esa maraña de letras, instantes después se
tejen entre sí formando leves palabras de desconcierto, ira, miedo, dolor... sus lamentos
me agotan y recuerdan textos ambiguos de mi mente, pasados y olvidados entre el polvo
de mi escasa biblioteca. Son grotescas. Rápidamente intento pensar en una solución que
salve mi vida, pero la única idea que pasa por mi cabeza es la más descabellada. Intentar
en unos minutos hacer algo que llevo sin hacer durante años siempre será un imposible,
pero ante la expectativa de que es mi única opción procedo. Sorteo los obstáculos,
juegos de palabras y demás trampas que me colocan las dichosas letras y consigo coger
el ordenador. Lo agarro y tiro con fuerza, desconectando brutalmente el cable del
enchufe. Me lo coloco bajo el brazo y huyo, mientras aquel “scrable” loco me
atormenta con sus combinaciones imposibles e inconexas. Salgo de la habitación
tambaleándome y consigo volver a cerrar la puerta de aquel infierno tras de mí, oigo su
susurro y siento como se deslizan bajo la rendija y por entre las grietas de aquella
cancela. Conecto mi aparato, tiene una autonomía de unas dos horas aún, y me siento en
el pasillo, espalda en la pared. Están cerca. Intento esbozar una frase, estoy en blanco,
no he tenido una buena idea en años y ahora debo encontrarla para salvar la vida. Buena
terapia de choque. De todos modos, ¿de qué me sirve la vida sin ningún aporte
emocional y creativo? Es de lo que vivo y no hay más que mirarme para saber que hace
tiempo que dejé de recibir ingresos y me mantengo con lo poco que me queda de
entonces. - ¡Vamos allá! – me digo. Ya empiezan a surgir las primeras palabras dentro
de la pantalla, frente a mí aparece lo que podría ser la inspiración perdida mucho tiempo
atrás. Ya siento muy cerca el latido de la tinta seca y marchita delas letras que se
acercan, mis manos y dedos, entumecidos por el desuso, van adaptándose rápidamente
al suave golpeteo de las teclas. Ya las veo al fondo del pasillo, apresurándose hacia mí,
de repente me sorprendo la frente empapada de sudor y mis manos resbaladizas. - Este
es el fin – me digo, pero sorprendentemente mis manos se llenan de magia y, justo
cuando las dichosas y condenadas letras empiezan a trepar por mi pernera, las veo
desaparecer una a una al compás de mi golpeteo. Respiro profundamente mientras
desaparece la última, sonrío y cierro los ojos admirando mi fortuna, al tiempo que me
doy cuenta de que realmente aquello no era el fin, sino el principio.
PELIGRO DE INCENDIO
Sus pies se elevaron del suelo en un potente salto, su objetivo: alcanzar la rama
que descansaba reposadamente sobre su cabeza. Al tercer intento consiguió arrancarla y
la dejó caer al suelo rebosante de hojas, producto del otoño. Era una niña muy agresiva
y con mucho carácter, de ojos castaños y pelo moreno, largo y liso. Tan sólo tenía diez
años y su diversión no la constituían los ridículos juegos de muñecas que embobaban a
las niñas de su edad. Ella se divertía mucho más en el bosque, espantando a los
animalillos que allí moraban, arrancando ramas para crear imaginarias lanzas guerreras
o dejando marcas en los árboles, aquello sí que la llenaba de júbilo. Reía y reía sin parar
mientras ensuciaba sus vaqueros revolcándose entre las hojas. Hace poco había
descubierto un juego nuevo y estaba a punto de ponerlo en práctica. Mientras su padre
dormía la siesta, se había apoderado del encendedor que había dejado junto al paquete
de tabaco sobre la mesa de la sala de estar. Amontonó un puñado de hojas secas y ramas
y, simulando que era un boy-scout, encendió el mechero, acercó la llama a la pequeña
montaña de hojas y, en el momento en que iba a prenderlas, una voz le contuvo:
- ¡¡Quieta!! ¿Qué haces? – Era un joven de más o menos su misma edad, era
algo extraño, ella nunca había visto a nadie de su edad con el pelo plateado,
y sus ojos eran de color ambarino hechizante, parecía un poco más alto que
ella, pero hizo acopio de valor y se levantó enfrentándose a él.
- ¿Por qué? ¿Quién me lo va a impedir? ¿Tú? – Se agachó nuevamente
decidida a seguir su juego, giró la piedra del encendedor y de la chispa brotó
la llama, pero una intensa ráfaga de viento la apagó y arrastró las hojas que
cuidadosamente había apilado, esto la enfureció.
- ¡¡Tú tienes la culpa... !! – Las palabras surgieron de su boca en un resplandor
de furia mientras se levantaba y se daba la vuelta dispuesta a hacer pagar a
aquel niño su intromisión, pero su voz se apagó secamente al descubrir con
asombro que había desaparecido y, con más asombro aún, oyó como una voz
procedente de la inmensidad del bosque se dirigía a ella...
- ¡¡NO JUEGUES CONMIGO NIÑA!! ¡¡EL BOSQUE DEBE VIVIR; NO LO
MATARÁS!!
¿Era el bosque quien le estaba hablando? Desde luego no iba a quedarse a
averiguarlo. Empezó a correr hacia su casa, cruzando el bosque veloz como una flecha,
apartando ramas con una mano y cubriéndose la cara con la otra. En su carrera no se dio
cuenta de una roca que interrumpía su camino, tropezó y se golpeó la cabeza, perdiendo
el conocimiento durante unos minutos. Cuando despertó se notó algo extraña, pero no
acertó a ver lo que era hasta que intentó ponerse en pie y se dio cuenta de que ya lo
estaba. Miró hacia atrás y vio la roca contra la que había tropezado, si antes apenas era
más grande que una cabeza, ahora tenía que mirar hacia arriba para ver donde acababa.
Se miró las manos y un escalofrío recorrió todo su cuerpo, tenía las manos muy cortas y
llenas de pelo, parecía... no, era... una ardilla. Empezó a correr nuevamente intentando
huir de aquella pesadilla, pero era muy real.
¿Qué había pasado? Mientras corría, su mente intentaba darle alguna respuesta a
aquel extraño suceso. Seguro que había sido obra de aquel niño tan raro... justo cuando
en su mente se dibujaban estas palabras tropezó con las piernas de una enorme figura,
levantó sobresaltada la vista y lo vio, era él, se quedó paralizada.
- Sí, he sido yo, no me gusta que maltrates a mi padre, el bosque. Ya te advertí
y no me hiciste caso, ahora padeces las consecuencias de tus crueles actos –
El niño empezó a cambiar, su pelo se tornó verde, su cuerpo empezó a
endurecerse y su piel se volvió oscura y arrugada, su cara empezó a
desfigurarse fundiéndose con el resto del cuerpo en un todo uniforme... no
acabó de ver la transformación, se giró sobre sus propios pasos y huyó en
busca de ayuda, intentaba gritar pero de su garganta sólo brotaba un débil
aullido, como el chillido que emiten las ratas...
Seguía corriendo, pero paró en seco cuando por sus fosas nasales penetró un olor
que le resultaba familiar, sus ojos se abrieron excitados en señal de alarma, ese olor
era... ¡HUMO! Se estaba quemando el bosque. Corrió hacia el Sur, había un sendero
que llevaba a su casa, pero no podía ir así, estaba confusa... el fuego le cortó el pasó en
esa dirección, se dirigió en dirección opuesta, pero el fuego no tardó en cerrarle el
camino. Ya no sabía hacia donde ir, estaba acorralada, estaba perdida. El fuego se
acercaba más y más, por todos lados... ya no podía respirar, se estaba mareando. Cayó al
suelo con la mente en blanco...
Despertó agobiada y se puso en pie, la emoción brotaba de sus ojos en forma de
abundantes lágrimas, había sido un sueño, momentos después salió corriendo del
bosque, mientras corría, su garganta desgarraba a gritos dos palabras incesantemente: lo
siento, lo siento...
TEN CUIDADO CON LO QUE DESEAS...
...porque puede hacerse realidad. Un deseo, sólo eso basta para acaparar las
fauces del oscuro infierno. El mal tiene muchas armas y muchas formas de camuflar sus
perversas intenciones...
María era una chica ambiciosa y soñaba de día, de noche... no paraba de soñar.
Quería ser famosa, aparecer en todos los periódicos del país, del mundo... ella siempre
iba mucho más allá y no se rendía ante nada ni nadie, era una persona muy perseverante.
Era actriz y modelo, un caramelo en potencia para la prensa del corazón. Pero a pesar de
su bonita cara y su espléndida figura nadie, ni un solo diseñador, ni un solo productor,
se había fijado en ella. Seguía insistiendo, algún día se darían cuenta. Y ese día llegó.
Un hombre, que más tarde dijo llamarse Alec Toulouse, la vio por la calle y se le
acercó, y con un acento de francés aburguesado le habló:
- Hola, mon cheri –dijo el extraño, apuesto y galán, con una sonrisa.
- Hola... – María miró antes de contestar y no lo hizo de muy buena gana.
Ambos se quedaron mirando largo rato, el tiempo necesario para hacer un
completo reconocimiento visual. María pudo apreciar que aquel hombre era de apuesta
figura, vestía además, un esplendoroso traje rojo, quizá de lo último de Armani o
Emidio Tucci, tenía toda la pinta de ser de alguna de esas dos colecciones, María estaba
muy puesta en el tema. Bajo el traje rojo, una corbata del mismo color y una camisa
oscura. También los zapatos eran rojos, y brillaban atrapados por el sol del casi
finalizado invierno. Debía tener unos cuarenta años. A María le pareció que estaba muy
bien para esa edad que ella sólo suponía. Al pensar esto un rubor le subió a la cara. Él se
dio cuenta del ligero color que adoptó el rostro de María y, mientras dejaba caer un
poco sus gafas de sol sobre la nariz, esbozó una amplia sonrisa. Sus ojos quedaron al
descubierto, eran grises, nunca había visto nada igual, eran preciosos. El pelo, que aún
no era cano, le caía sobre la frente, no era demasiado largo y llevaba un corte moderno,
acorde con la ropa.
- Hola – volvió a decir el hombre y continuó – estoy buscando nuevas
modelos para mi colección de primavera – ahora se notaba mas que nunca
aquel acento francés, María no podía articular palabra, estaba sorprendida, él
se dio cuenta y prosiguió – y no he podido evitar fijarme en usted, perdone
mi atrevimiento y el no haberme presentado antes. Alec Toulouse para
servirle señorita – y alargó la mano. María la tomó y la miró mientras le
miraba a los ojos. Esto hizo que María se sorprendiese más aún, no podía
reaccionar.
- María... – no conseguía recordar su apellido, su sueño estaba a punto de
cumplirse, aquel era, sin duda, el primer paso hacia la fama, ahora les
demostraría lo que vale -... María... Montero. – Sonrió aliviada.
- Me gusta – sonrió acompañándola – estoy aquí por poco tiempo y si no te
importa me gustaría empezar cuanto antes.
- Pero... – dijo excusándose. Tenía que ir a casa, arreglarse un poco... no podía
ir así.
- Tranquila, allí tendrás todo lo que necesites. – conocía las reacciones de las
mujeres ente cualquier situación, había trabajado con muchas...
- Bueno, vale. – Suspiró y lanzó una sonrisa agradecida. Ambos marcharon en
un lujoso coche descapotable que Alec tenía aparcado unas dos calles más
atrás.
María no quiso decir nada, pero el coche tenía matrícula de Madrid y eso le
extrañó un poco, pero no le dio importancia alguna a ese hecho tan insignificante, debía
ser de alquiler, si viajaba tanto como decía, un coche propio sólo le resultaría una carga
más. Alec condujo su flamante coche hasta un edificio viejo y dijo a María que le
siguiese. A María, cada vez le parecía todo más extraño y sin sentido.
- Pero... aquí. – María no creía que aquello fuese un estudio, ni una pasarela,
ni nada de eso, estaba todo lleno de herrumbre.
- Tranquila bonita... tranquila... – Alec perdió el acento y ahora no parecía más
que un Antonio o un Pepe cualquiera, era evidente que no era francés y
seguramente tampoco sería diseñador y el coche... el coche sería robado o
prestado. Todo era una mentira, pero era demasiado tarde para volver atrás,
Alec o como quiera que se llamase había bloqueado todas las salidas.
Tomó a María y ella empezó a gritar. No le valió de nada. Nadie la oiría... jamás.
Antes de que sus gritos se propagaran, Alec sacó una enorme navaja y le atravesó la
garganta, la sangre emanaba a borbotones, salpicando el suelo sucio y el traje de aquel
hombre. Éste fue rápido y, antes de que María muriera, extrajo de entre las sombras una
enorme sierra eléctrica y empezó a cortarle brazos y piernas, luego le abrió el pecho en
canal. La descuartizó totalmente, pero la cara la dejó intacta, incluso la limpió
suavemente con un paño húmedo eliminando los restos de sangre, era muy bonita. Todo
estaba bañado en sangre y era un cuadro bastante siniestro: el hombre de rojo de pie
admirando su obra con la sierra caída en su mano derecha aún despidiendo calor y
María... María distribuida por todo aquel suelo. El hombre rió a carcajadas y esto fue lo
último que oyó María antes de morir. Lo último que vieron sus ojos: la gran sierra
cayendo sobre sus brazos...
El cadáver fue encontrado un par de días más tarde y, al tercer día, los periódicos
del país y de todo el mundo y los medios de comunicación en general tenían en primera
plana la fotografía e imágenes de la víctima. La noticia fue bastante codiciada y se
llegó, más tarde, incluso a hacer una película. Al final, María se hizo famosa, después
de muerta, muy famosa... todo el mundo apreció ahora su bonita cara, con los ojos
desorbitados y la boca entreabierta emanando sangre... muy famosa...
UN DÍA CUALQUIERA, UNA HISTORIA DIFERENTE
Hace frío aquí fuera. Es dura la vida en la calle. Aunque nunca he permanecido
bajo un techo durante mucho tiempo... ¡cómo me gustaría estar como los demás...! Al
calor de la estufa o la chimenea, y sentirme querido... y comer todos los días, aunque
sólo fuera una vez. Envidio a aquellos que conozco y que disfrutan de todas esas
comodidades. Quizá le caiga en gracia a alguien y me invite a vivir en su casa... ¡sigue
soñando! Eso es tan difícil como... ¡mierda! (Empieza a llover).
Ahora, corriendo de un lado a otro, buscando un techo o cualquier cosa que me
proteja del agua, ¿qué más podría pasarme hoy? ¡Vaya día! ¡Un día de perros! Después
de tener que huir de un par de capullos que casi me enganchan, ahora hace frío y llueve,
y ni un mendrugo al que hincarle el diente. Esta vida es una mierda. Y encima, por si
fuera poco, esos animales raros y grandes dando vueltas por ahí como si nada. Se creen
dueños de todo. A veces me miran con malos ojos, otras veces me lanzan una sonrisa y
se agachan para verme mejor. Ya nada es como antes. ¡Cómo añoro la vida en el
campo! No sé como me dejé engañar para venir a esta ciudad. Echo de menos a mi
madre, ella sí me cuidaba bien. También extraño a mis hermanos. Aquellos eran
tiempos felices. Aún era muy joven para comprender. Allí, los “animales grandes” eran
buenos, aquí, a veces son muy crueles. Y así desde que llegué, un día tras otro...
(empieza a amainar) Uno de esos asquerosos animales intenta echarme el guante, pero
consigo escabullirme y empiezo a correr como loco sin dirección alguna. No llevaba
mucho tiempo allí, pero conocía muy bien cada uno de los rincones de aquella ciudad.
Sabía por donde podía pasear con tranquilidad y donde podía conseguir algo de comida,
pero también conocía los lugares por donde no tenía que pasar para no encontrarme con
aquellos hijos de perra.
Como iba diciendo... es una vida muy dura. Con sus cosas buenas y sus cosas
malas, pero dura. Había dejado de correr, ya no corría peligro y estaba cansado.
Últimamente me canso enseguida cuando llevo un rato, y más con el estómago vacío.
Poco a poco me iba recuperando y ya estaba algo más calmado. Aproveché el agua de
un charco y bebí un poco, estaba sediento después de la carrera y, según me iba la vida,
no podía hacerle “ascos” a nada. Más “bichos grandes”. Estos ni siquiera me miraban,
mejor – pensé. Voy a ver si pillo algo de comer, el estómago me aprieta y me siento
frágil y vulnerable, débil, casi sin fuerzas...
Ya estoy llegando al punto clave, a ver si hay suerte... De pronto, en un
descuido, uno de esos enormes animales me ve, sonríe y se me acerca, estoy acorralado,
atrapado, no puedo escapar, demasiado agotado... ¡adiós mundo cruel! Se agacha y
alarga sus manos hacia mí, me coge y me acerca a su cara levantándome en alto... ¡este
es el fin!...
- Hola, lindo gatito. ¿Te has perdido?
Y yo no puedo hacer más que asentir y susurrar con las pocas fuerzas que me
quedan:
- Miauuu... – digo mirando con ojos tristes y el rabo entre las piernas.
- Pobrecito... no te preocupes, te llevaré a casa. – Sonrió y me abrazó.
Ahora ya no paso frío. Como tres veces al día y tengo alguien que me quiere. Yo
estoy empezando a cogerle cariño, más me vale si no quiero volver a parar en la calle.
Me ha puesto un precioso collar, un poco incómodo, pero vivo bien así, mejor que antes
al menos. No diré nada, es un humano, él no lo entendería...
UN POEMA
Aún recuerdo cuando era niño y mi abuela me contaba aquellos cuentos,
historias maravillosas de mundos llenos de fantasía. También recuerdo con ferviente
temor aquellas otras historias que atormentaban mis sueños convirtiéndolos en
pesadillas interminables de varias noches en vela. Supongo que no lo hacía adrede y
cada historia llevaba su lección incorporada, pero hoy, pienso que son relatos muy duros
para un niño de aquella edad. Especialmente recuerdo un cuento, uno que me llegó a
helar la sangre y me mantuvo en vilo durante más de dos años y que aún hoy me asusta
al apagar las luces de la habitación y sentir el azote de la oscuridad...
- ¿Quieres que te cuente una historia corazón? – decía Marta escondida bajo
aquella sonriente vejez de graciosa y juguetona arruga.
- ¿Pero una de esas de miedo...? – preguntó David con una mezcla de
entusiasmo y temor recordando que la última vez que su abuela contó una
historia de ese tipo tardó casi toda la noche en conciliar el sueño.
- No... de esas no. La de hoy es más que una historia, es un hecho real. – la
cara de Marta empezó a tomar el carácter de lo que se disponía a relatar y
toda ella se mostró cómplice de su historia...
>> Una vez, cuando yo aún era joven, en el pueblo había una muchacha que
había perdido a su padre a una edad muy temprana, Adelaida se llamaba, y tuvo, junto
con sus hermanos, que sacar la familia adelante, pues era la mayor de los siete. Su
madre cayó en una tremenda depresión y al poco enfermó y murió. Así que, como
ninguno de los hermanos tenía una edad legal, se los llevaron todos a un orfanato. No
tenían más familia que la que siempre había sido en aquella casa y no había persona
alguna que los pudiese reclamar. Adelaida tenía doce años por aquel entonces y aún le
quedaban unos cuantos años más para alcanzar la mayoría de edad y poder salir así de
aquella cárcel para críos. La adaptación a aquel lugar fue muy dura y tuvo la suerte, al
menos, de ver como sus hermanos iban siendo acogidos por las mejores familias de las
ciudades próximas al pequeño pueblo. Ella los vio marchar con la esperanza de
volverlos a ver algún día en condiciones más favorables que las de entonces. Nunca
ninguno de los seis hermanos supo nada de Adelaida. Aparece en las listas del
orfanato, aparece el día de su entrada, pero no el de su salida. Sus hermanos tuvieron
que guardar como último recuerdo a su hermana despidiéndose con la mano desde la
ventana del salón, con los ojos llenos de lágrimas. Tras quedarse sin la poca familia
que le quedaba, Adelaida no tenía más amigos en el orfanato que su propia sombra y
las noches pasaban frías y largas... silenciosas... hasta que una de esas noches calladas
una melodía vagamente entonada le sacó de ese leve aturdimiento causado por el efecto
del sueño a altas horas:
Canta mi niña conmigo,
Pues la noche,
A solas,
Es solo silencio y oscuridad,
Canta conmigo mi niña,
Que en compañía
La noche no es soledad.
Acércate a mis brazos,
Que yo te quiero acunar,
Mecerte en dulces sueños,
Algunos que no olvidarás.
Deja que sienta tu seno,
Tu corazón arda en mi pecho,
Que siendo dos una unidad
Nada nos podrá separar,
Que siendo tu sangre la mía,
No se precisa más compañía
Que la habida por necesidad,
Y necesidad hay poca en la vida,
No más que respirar,
Así que muerta te llevo
Para evitar ese apuro,
Bebe de mi alma
Y mi alma te beberá,
Sáciate con mi muerte
Y vida no temerás,
Ven conmigo ahora,
Nada mortal te une al mundo,
Yo te daré alas
Y con ellas podrás volar,
Porque,
Aunque negras sean,
Mil almas podrás cobijar...
>>El miedo en un principio hizo que Adelaida retrocediera asustada y se
acurrucara en un rincón de la habitación, pero después pensó, con su conciencia
infantil, que todo sería mejor con tal de salir de aquel agujero. No tenía nada que
perder y a cambio podía ganar esa libertad que llevaba ansiando tanto tiempo. Así que
se puso en pie y dio la mano a aquella voz, sombra de confusión. Y ciertamente vio
mucho mundo, y sus alas cobijaron muchas almas, pero todas decadentes, putrefactas y
nauseabundas. Encargada de recoger y sembrar muerte por doquier Adelaida había
perdido su identidad como ser humano, pasando a ser la portadora de las peores
noticias del planeta en vida y su nombre desapareció, ocupando su puesto el único que
merecía ocupar su figura: Muerte. Así la conocían ya antes. No estaba sola, en eso no
mintió la voz, había muchas más como ella, atrapadas en aquel intenso e infinito
sufrimiento ajeno. Incluso llegó a reconocer a través de sí misma al ser que se llevó a
sus padres de aquel mundo del que ya no formaba parte. Encadenada a aquel destino
intentó huir. Dejó la guadaña y se lanzó al mundo vivo. Demacrada por su duro trabajo
deambuló por las calles del planeta en busca de una nueva vida, pero allá donde
entraba la gente se echaba a temblar, salía corriendo, lloraba o perecía allí mismo
frente a ella. Estaba claro que no podía escapar, ella misma había elegido aquello,
nadie la obligó y ahora sólo sembraba muerte donde quiera que fuese. Entonces tomó
una decisión, cada vez que bajara a este mundo para llevarse a alguien, le daría la
oportunidad de vivir un poco más siempre y cuando dejaran a La Muerte vivir junto a
esa persona el tiempo restante de su vida, para poder sentir así lo que antaño le fue
arrebatado por engaño. Desde entonces es frecuente que alguna vez se presente antes
de tu muerte para avisarte y se ofrece con este peculiar trato al que accede con unas
hermosas palabras:
Vengo a llevarte de este mundo
Tu tiempo llegó a su fin
Pero yo te ofrezco
A cambio de sentir tu propia vida
Prolongarla un poco más.
En tu mano está el decidir.
Yo te pido de buena voluntad,
Aunque mi nombre no evoque tal,
Que me dejes disfrutar Vida
Que en esta Muerte no poco me queda
Y joven vine a obrar,
Sí así lo quisieres,
Suavemente procuraré acabarte
Dulce en la memoria de los demás.
- Entonces, abuela, ¿eso es verdad? – dijo David con cierto compungimiento.
- Como la vida misma hijo mío... – Ahora Marta se mostraba entristecida, las
palabras que quería destinar a su nieto habían sido las causantes de aquella
historia. - ... anoche vino a avisarme a mí.
Entonces los dos lloraron. Marta padecía un gravísimo cáncer que ahora llegaba
a su fase terminal y no quería que David la recordará acabada de esa manera, por otra
parte, no quería marcharse de este mundo sin despedirse. Había tratado de ser lo más
suave posible con su nieto, el único que tenía. Esa fue realmente la última noche que
David escuchó las palabras de su dulce abuela y la última historia, la que marcó sus
noches, siempre fue aquella.
UNA DOSIS FORZOSA
Salgo de la ducha. El agua aún recorre todo mi cuerpo, escurriéndose hasta mis
pies desnudos. El espejo me llama y me pongo frente a él. Me estudio y, lentamente,
recorro mi reflejo con la mirada. Mi pelo, negro azabache, cae mojado sobre mis
hombros. Mis manos lo desplazan hacia atrás, dejando al descubierto las orejas llenas de
anillos. Apenas tengo fuerzas para sonreírme, hago un intento, no lo consigo y desisto.
Mis ojos castaños están llorosos y no me atrevo a mirar. Mientras, admiro mi ombligo y
el perfecto vientre plano que lo adorna y envuelve. Mis labios están secos y los
humedezco con la lengua al tiempo que subo los ojos hacia mi cara, la del espejo, la que
declara tristeza y hastío, pena sumisa. A veces la vida no es justa. Nunca. Había
quedado con él y cuando lo vi, lo que esperaba fuese un cálido saludo se tornó en una
angustiosa noticia... Cuando me lo dijo me volví apretando puños y dientes y me
marché corriendo. Me llamó, le ignoré. Ahora me da igual, sé que tendré que cargar con
ello el resto de mis días. Después de tanto sacrificio, de tanto sufrimiento, tanta espera...
ahora todo será diferente, todo ha cambiado y nada volverá a su cauce normal. Tengo un
físico perfecto aún, pero... el destino se sonríe burlescamente.
¿Qué es lo que he hecho yo para merecer esto? Ya no importa. Estoy destrozada.
Todo se obscurece, escalofríos, me tiemblan las piernas, me aferro al lavabo y escalo,
antes de desvanecerme, hasta el armario del baño. El suelo resbala, hay un charco de
agua. Abro la puertecilla del espejo y allí está. La jeringuilla con el “dulce” elixir
preparado en su interior. Mi condena. Es la hora de acabar con todo este sufrimiento.
Una dosis y mis piernas ya no temblarán, mi corazón volverá al lugar que le
corresponde y descansaré, dejaré de verlo todo oscuro, negro... me desvanezco poco a
poco. Cojo la jeringuilla, caigo al suelo encharcado con ella en la mano. Preparo mi
brazo para el “chute”, es el mejor sitio. Quita la funda de la aguja y apunto
temblorosamente, la imagen se distorsiona... consigo introducir el líquido en la sangre y
pronto, - pienso – todo habrá acabado. Respiro profundamente. Mi piel se eriza por la
excitación de sentir el líquido por mis venas, mis pechos emergen... Ya está.
Vuelvo a incorporarme. Me seco y me visto. Friego el baño y me preparo para
salir a la calle. Estoy preciosa. Esto no puede seguir así. Tengo que controlar mi
diabetes o estos bajones me van a matar. Es una dosis forzosa, algo nuevo en mi vida.
Pero yo soy una mujer fuerte, una luchadora, y no me dejaré abatir. Ni siquiera por mi
enfermedad.
¡UNA GANGA!
¡Coche nuevo! No hacía ni un mes que le habían dado el permiso de conducir.
Había visto un coche y se enamoró de él y cuando vio el precio su asombro creció
enormemente. No pudo resistir la tentación. Era de segunda mano, pero no tenía más de
un año. ¡Y sólo pedían 250.000 pesetas por él! Una ganga, no podía desaprovechar una
oportunidad así. Le pareció sospechoso, pero lo estuvo revisando y no tenía el más
mínimo fallo. El vendedor le dijo que el coche había pertenecido a su hermano y que,
tras morir de una inusual y extraña enfermedad que acabó con su vida en menos tiempo
en que se gesta un embarazo creando una nueva, quería deshacerse de él. Le traía
demasiados buenos recuerdos...
Alex no se lo pensó y en poco más de una semana ya era suyo y tenía los papeles
en regla. Estaba muy contento con aquella compra y todo el mundo había elogiado su
buena suerte. No era muy grande, la marca era algo desconocida (era la primera vez que
la veía), pero estaba en perfectas condiciones y el “dueño” le había dicho que no tendría
ningún problema con las piezas si se le averiaba. Tenía un color azul marino metalizado,
casi azul eléctrico. El interior poseía todos los adelantos del último año, así como todos
los extras. Iba muy bien equipado. Se adaptó muy bien al vehículo, iba como una seda.
Ahora paseaba por el pueblo luciéndolo. Iba despacio, no quería apretar mucho
el acelerador, llevaba muy pocos kilómetros, unos dos mil anunciaba el marcador. No
obstante, sabía que era potente. Lo que no acababa de comprender era cómo, en el
tiempo que lo tenía, no había tenido que llenar el depósito ni una sola vez. Y lo que
tampoco sabía era que le motivo de este misterio radicaba en el corazón del coche: el
motor. El marcador de gasolina no había bajado ni un milímetro y en un principio pensó
que podía estar roto. Lo llevó al taller para asegurarse, pero no encontraron fallo alguno.
Algo estaba naciendo. Giraba. Un minúsculo ser. Giraba. Extraño y diminuto, de
momento... y el coche seguía sin gastar gasolina. Un mes. Dos meses. Tres... y nada. El
misterio iba en aumento. El ser crecía y giraba. Pero no estaba solo, había cuatro seres
más gestándose en cada uno de los neumáticos de aquel coche. Seres extraños que iban
tomando la forma de éstos. Eran ellos los que hacían girar las ruedas y evitaban el
consumo de combustible. Pero... ¿con qué fin estaban aquellos seres allí? Alex ni
siquiera sabía que existían y seguía maravillado con el suceso.
Los seres tienen cierta conexión telepática con el motor. No es un motor
corriente. Una parte de él es mecánica, metal, y otra parte biológica, células vivas. Tiene
vida propia y ruge... sí, ruge como ningún otro. Se alimenta de la energía que desprende
la chispa del contacto al girar la llave. Y éste alimenta a sus pequeños seres. Y van
creciendo...
Alex ya tenía el coche unos cinco meses y se proponía probarlo una vez más. Un
viaje largo... Cogió algo de ropa y algo de comer, muy poco, con lo que ahorraría en
gasolina podría comer en los bares de carretera que le pillaban de paso hasta hartarse.
Nunca llegó a parar en ninguno. A medio camino el misterio se desveló para Alex y el
coche se adueñó de él. Sus manos se fundieron con el volante, sus pies con los pedales
y, el resto del cuerpo, con todo el coche. Lo había amado tanto que ahora formaba parte
de él. Un precioso coche... que ahora tendría combustible para algún tiempo más...
Christian acababa de recibir el permiso de conducir y sus padres le habían
propuesto la compra de un coche semi-nuevo. Él lo había elegido. Un precioso coche
de color azul marino metalizado, casi azul eléctrico... ¡Sólo 250.000... ! Una ganga...
¿QUÉ FUE DEL FRÍO?
Intento recordar, pero soy incapaz. Hace ya mucho tiempo. Ella está junto a mí,
desnuda en la cama y no sé si tendrá la más remota idea de lo que ahora, desvelado a
altas horas de la noche, pasa por mi cabeza. Mírala, parece que tiene una pequeña
sonrisilla, eso es que no estuve mal del todo. No puedo dormir y esa incesante
pregunta me atormenta una y otra vez. Todo proviene de aquel estúpido hechizo. No era
capaz de imaginar la efectividad de éstos, ni siquiera me lo había planteado seriamente
hasta que me paso a mí. Curioso ¿verdad? Sólo nos percatamos de aquello que nos
sucede a nosotros, cuando les pasa a los demás nos damos la vuelta y decimos ¡Qué se
joda! Bueno, esto me paso a mí.
Yo, como cualquier otro día de esta miserable vida, caminaba tranquilamente
por uno de los parques naturales de este país. Todo era muy bonito y relajante. Verdes
campos y cuadros de color en dulces pétalos de flor. Los pajarillos cantando sus
canciones sin partitura ni director, las hormigas trabajando afanosamente y en silencio...
todo era paz y armonía. Incluso yo estaba en paz conmigo mismo. Entonces la vi. Allí
estaba, un pequeño lago bañaba aquel espacio vivo. Y de él, una hermosa mujer me
invitó a adentrarme en sus aguas. Yo, con la boca abierta y dejando un rastro de baba,
no me lo pensé y me acerqué. El agua estaba fría, ella también. No sé como, pero no
necesitábamos hablar, sobraban las palabras. Descubrí que estaba desnudo, pero no
recordaba el momento en que me despoje de mis ropas ni si lo había hecho realmente.
Todo era muy confuso, casi como un sueño. Entonces justo en el momento de menor
preocupación por mi parte, el sueño se vino abajo. Alguien nos sorprendió. Parecía
enojado y tuve la tentación de salir corriendo en bolas por todo el parque, no lo hice.
Era una especie de bestia humana. De casi dos metros de alto por dos de espalda y
medio de cada brazo. Me agarró por el cuello y me levantó hasta casi tocar el cielo que
antes había rozado con la chica. Apretó hasta que me empezó a faltar el oxígeno,
entonces me soltó y mientras me estrellaba contra el suelo me señaló con el índice y me
dijo:
- ¡¿Tanto la deseas que has sucumbido a ella sin la menor duda?!- Gritaba con una
voz poderosa. Ella se agarró a mi rodilla y tembló, yo también. No me dejó
contestar. - ¡Pues quédatela! Pero a partir de este momento desaparecerá de ti toda
capacidad de sentir, amar, gozar... ¡sufrirás!
Y desapareció, así sin más. El muy...
Ahora, la chica que duerme junto a mí es la de entonces y yo me pregunto siempre
qué hay peor que tener todo lo que siempre se ha deseado y no poder disfrutarlo. Echo
de menos ese frío que me solía recorrer la espalda cada vez que alguien me colmaba de
caricias. O ese intenso frío que inundaba mi cuerpo en el apogeo del orgasmo. ¿Dónde
está todo eso? ¿Qué fue del frío?