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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
DEL RENACIMIENTO A LA ILUSTRACIÓN
ESPAÑOLA: LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE
LA LENGUA NACIONAL EN LOS MANUALES
DE RETÓRICA1
María del Pilar Roca
UFPB
Resumen: El artículo de Pilar Roca se centra en el estudio del proceso
mediante el cual la lengua castellana se va abriendo paso como lengua
nacional con el objetivo de habilitarse en la instrumentalización de los
principios teóricos. A través de un periodo de cuatro siglos mostra el
lento desarrollo de una estrategia preocupada en un primer momento
por la legitimación como teóricos de autores españoles, haciéndolos
convivir con los clásicas greco latinos, para una vez aceptados, ir
introduciendo los ejemplos en lengua castellana de dichos autores
patrimoniales ya previamente legitimados como teóricos de la retórica.
Resumo: O artigo de Pilar Roca centra-se no estudo do processo pelo
qual a língua castelhana está emergindo como língua nacional, a fim
de ser habilitada na instrumentalização de princípios teóricos. Durante
um período de quatro séculos, mostra o lento desenvolvimento de uma
estratégia preocupada em um primeiro momento com a legitimação de
autores espanhois como teóricos, fazendo-os conviver com os clássicos
greco-latinos, para, uma vez aceitos, gradualmente introduzir
exemplos em língua castelhana de tais autores vernaculares já
previamente legitimados como teóricos da retórica.
Abstract: This article by Pilar Roca focuses on the study of the process
by which the Castilian language emerges as a national language in
order to be enabled on the instrumentalization of theoretical principles.
Over a period of four centuries it shows the slow development of a
strategy concerned at first with the theoretical legitimation of Spanish
authors, putting them side by side with the Greek and Latin classic ones
in order to, once they had been accepted, introduce examples in
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Castilian language from such vernacular authors, previously
legitimated as theorists of rhetoric.
Introducción
Durante las próximas páginas nos proponemos hacer un recorrido
por las ideas sobre el lenguaje defendidas por los latinistas y retóricos
hispánicos entre los siglos XV y el XVIII dirigidas a la construcción e
instrumentalización de la lengua nacional, con el objetivo de evaluar su
grado de presencia dentro de las instancias educativas española durante
el siglo ilustrado. Para ello partiendo de una selección de artes de hablar
y escribir, o también llamadas retóricas, analizaremos las estrategias
que viabilizan la instrumentalización del castellano y su paulatina
entrada en los ámbitos instituciones de enseñanza a partir de la segunda
mitad del XVIII.
Siguiendo los principios historiográficos de Koerner, de
contextualización, inmanencia y adecuación (apud VARGAS
NASCIMENTO, 2011, p.7), no pretendemos hacer aquí un estudio
exhaustivo de las obras escogidas sino que, considerándolas como
cristalizaciones sintomáticas del clima de opinión de una época,
indagaremos en ellas los rasgos que revelen la mentalidad en la que sus
autores se encontraban inmersos, centrándonos para ello en las
afirmaciones sobre la lengua, entendidas como decisiones políticas, que
les llevaron a defender o a adoptar el español en detrimento del latín
para la composición del discurso. Al fin y al cabo, como indica
Hobsbawm, “Los conceptos no forman parte del libre discurso
filosófico, sino que están enraizados social, histórica y localmente y
deben explicarse en términos de estas realidades” (1999, p.17).
Nos centraremos en las afirmaciones directas o indirectas sobre la
lengua incluidas en los prólogos o/y ejemplos de una selección de obras
destinadas al arte de escribir y hablar de escritores señeros – ya sea por
su representatividad, su grado de influencia política o de consideración
por parte de los contemporáneos – que comienzan a plasmarse en el
siglo XV, continuando en los siglos XVI y XVII para, ya adentrados en
el siglo XVIII, evaluar el influjo de dichas ideas en el ámbito educativo.
Durante este recorrido pretendemos identificar la función que se le da a
la lengua romance desde el siglo XV así como la estrategia adoptada
para introducir el castellano en la práctica de la argumentación dentro
del ámbito escolar, teniendo presente que “Castilla – y estamos
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hablando de la lengua castellana – era uno de los primeros reinos
europeos a los que se le puede colocar la etiqueta de ‘estado-nación’ sin
que ello indique una falta total de realismo” (HOBSBAWM, 1998,
p.24).
Cabe subrayar que en ese largo proceso hay dos aspectos diferentes
aunque relacionados. Por un lado, se aborda la enseñanza y aprendizaje
de la retórica como el conjunto de reglas que rigen la teoría de la
argumentación y los géneros destinados a persuadir, cuyas autoridades
son las clásicas greco latinas; y por otro se discute su práctica, con
divergencias de opinión sobre si debe realizarse en latín o en castellano.
Es en ese punto donde surge el largo debate sobre la lengua, a veces
explícito, a veces implícito, pues si bien es verdad que durante la Edad
Media y el Prerrenacimiento el castellano ocupa cada vez más espacio
político en detrimento del latín, dicha tendencia avanza relativamente
en el XVII, siglo en el que aún se escriben retóricas en latín pese a los
avisos por parte de latinistas y retóricos de prestigio que defienden la
idoneidad de la vernácula para su enseñanza. No obstante, el camino
está definido pues
El prestigio que adquiere le lengua castellana ya desde finales del
siglo XVI se refleja en el incremento de retóricas escritas en
español en la siguiente centuria. Si durante el siglo XVI sólo se
escribieron tres en castellano, lo que supone un 10% de las treinta
que recogimos en la catalogación mencionada, en el XVII, de las
veinticuatro retóricas catalogadas, catorce fueron escritas en
castellano, ocho en latín, y dos presentan la particularidad de
estar escritas tanto en latín y como en castellano (…). Por tanto,
unos dos tercios aproximadamente de las retóricas del siglo XVII
fueron escritas en lengua vernácula (GALBARRO GARCÍA,
2010, p.74).
Durante el análisis del período aquí acotado, observaremos una
carrera en dos fases por la nacionalización de la lengua que alcanza su
apoteosis durante el XVII. En la primera fase – situada entre los siglos
XV y XVI – encontramos un número significativo de autores de origen
judeoconverso que defienden la lengua vernácula como un espacio de
integración política y social. Por su parte, en la segunda etapa – siglos
XVII y XVIII – se desarrollan retóricas cuyo objetivo está dirigido
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hacia la instrumentalización de la lengua para su empleo en medios
institucionales altamente formalizados, aunque sus autores emplean sus
energías en una carrera de competencias con el latín, buscando
argumentos para demostrar que la lengua castellana posee por derecho
los mismos valores de la lengua general, antes atribuidos a la lengua del
Lacio.
Para mejor entender y visibilizar los interlineados de ese gran tejido,
enmarco esta reflexión en la perspectiva glotopolítica tal como fue
definida en 1986 por Guespin e Marcellesi, es decir, como ciencia que
se dedica al estudio del conjunto de acciones sociales sobre la lengua,
el habla y el discurso, ya sean conscientes o inconscientes, permitiendo
así considerar las diferentes dimensiones que recorren la ideología
lingüística como
sistema de ideas que articulan nociones del lenguaje, las lenguas,
el habla y/o la comunicación con formaciones culturales,
políticas y/o sociales específicas. Aunque pertenecen al ámbito
de las ideas y se pueden concebir como marcos cognitivos que
ligan coherentemente el lenguaje con un orden extralingüístico,
naturalizándolo y normalizándolo, también hay que señalar que
se producen y reproducen en el ámbito material de las prácticas
lingüísticas y metalingüísticas, de entre las cuales presentan para
nosotros interés especial las que exhiben un alto grado de
institucionalización (ARNOUX & DEL VALLE, 2010, p.6,
subrayado nuestro).
Para comprender la aparente divergencia de tratamiento de la lengua
entre lo político y lo instrumental en el largo periodo de cuatro siglos
adoptaremos, a efectos de organización, una división provisoria de
retóricas, provisoria porque no con poca frecuencia se entremezclan.
Por un lado consideraremos las que tienen una intención más clara de
servir como manual para una disciplina, es decir, aquellas movidas por
el estudio de la teoría retórica que abastecía básicamente a los ámbitos
formales de enseñanza jurídica y eclesiástica; y por otro las dedicadas
a la formación de predicadores. Mientras que las primeras se preocupan
por deprender los elementos formales del discurso, muestran un
carácter universal, encuentran su cauce en el latín y se desarrollan en el
campo del derecho y la teoría del discurso eclesiástico, las segundas se
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dirigen a la práctica específica del predicador, llevando más en
consideración al público, se preocupan por desarrollar estrategias que
impacten en el ánimo y se abren camino desde el castellano. Por tanto,
las primeras estarían más dedicadas al estudio de la técnica que
estructura el discurso (logos) y las segundas estarían dirigidas a dar
recursos para establecer vínculos eficaces entre el orador (ethos) y el
público (pathos). Serán estas últimas las que trazarán entre los siglos
XVI y XVII un recorrido diferente al de la retórica jurídica y
eclesiástica, viabilizando el despegue de la lengua vernácula.
En el caso de las retóricas en español veremos que se va poco a poco
presentando el problema de que las autoridades están expresadas en
latín, haciéndose necesaria cada vez más su traducción. Sin embargo,
dentro del proceso de construcción de la lengua nacional es necesario
disponer de autoridades, tanto en el campo teórico como práctico, que
demuestren la capacitación de la lengua vernácula para los menesteres
que define la retórica. En esa empresa veremos que se desarrolla una
estrategia para darle prestigio a los autores patrimoniales mediante dos
movimientos: primero se los elevarán a la altura de los teóricos clásicos
para en un segundo movimiento, ya una vez legitimados, valerse de su
producción literaria en castellano para ilustrar los conceptos retóricos.
La serie de obras escogidas para ilustrar el proceso comienza con la
primera traducción al castellano de De inventione Retorica de Cicerón,
realizada por Alfonso de Cartagena hacia 1420-22, continuando en el
siglo XVI con la primera retórica escrita no solo íntegra sino también
originalmente en español, por el fraile jerónimo Miguel de Salinas
publica en 1541, hasta llegar a las dos primeras retóricas destinadas a
su enseñanza a niños y adolescentes que hemos localizado en la segunda
mitad del siglo XVIII, como son los manuales del Bachiller Alonso
Pabon Guerrero (Rhetorica castellana, 1764), elaborada para la Real
casa de caballeros pajes, y el del padre Calixto Hornedo (Elementos de
Retórica, 1777), utilizada en las Escuelas Pías. Antes dedicaremos un
apartado a la Elocuencia Española en arte (1604), de Bartolomé
Jiménez Patón, en el que se observa más claramente la
vernacularización de la retórica a través de ejemplos tomados de una ya
abastada literatura patrimonial. En cada una de ellas, sobre todo en las
de los siglos XV al XVII trataremos aspectos que revelen
consideraciones sobre la lengua más que sobre la estructura retórica en
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sí, pues es el tratamiento dado a aquella lo que permitirá la evolución
de la práctica argumentativa.
1. De Inventione Retorica de Cicerón traducida por Alonso de
Cartagena, ca. 1420-22. Converso e hijo de converso y bien dotado del don de la palabra,
Alonso de Cartagena (ca.1385-1455) se desempeñó como diplomático
eficaz al servicio del rey de Castilla, Juan II, representándolo en
diversas ocasiones frente a Portugal así como en el Concilio de Basilea
(1339) a cuyo regreso “la producción vernácula del ya obispo de Burgos
pasa a ser original y el mundo antiguo es sustituido por las
preocupaciones inmediatas de la sociedad castellana del s. XV, aunque
la ética permanece como centro de su obra” (ALVAR Y LUCIA
MEGÍAS, 2002, p.94). Él es quien probablemente mejor encarna el
contexto lingüístico cultural que da continuidad al proceso
protagonizado por la lengua romance desde inicios del siglo XIII bajo
los reinos de Fernando III, el Santo y Alfonso X, el Sabio, dirigido a
habilitarla en los diversos espacios estatales, como el administrativo, el
literario y jurídico, en medio de una intensa y densa labor de traducción
en la que figuras de la intelectualidad judeoconversa tenían una
presencia relevante, preocupados como estaban por la situación política
turbulenta que provocaban entre las comunidades de Toledo discursos
descalificadores contra los judíos y, sobre todo, los judeoconversos.
Cartagena se revela, pues, como figura significativa en el campo
social y político que da continuidad a las mentalidad del medievo
peninsular en la que se considera la lengua castellana lo bastante
preparada para actuar tan eficazmente como el latín en el foro
sociopolítico para la resolución de problemas y para la integración de
culturas. Estaba convencido de que “el castellano es tan apto como el
latín para su tratamiento retórico y de que existían ya en su tiempo
autores, como el mismo Santillana, que podían servir de modelos”
(MORRÁS apud MORENO HERNÁNDEZ, 2008, p.73). Así, si
durante el siglo XV, como recuerda Marguerita Morreale, en todo
proceso de traducción había un intelectual judeoconverso que “servía
de instrumento y guía”, y el prócer cristiano que “ponía su mecenazgo
y su recién despertada curiosidad de saber” (1959, p.5), Cartagena viene
a representar esa imagen dedicándose en la segunda mitad de su vida a
trabajos intelectuales como asesor y traductor, vertiendo varios libros
al castellano, entre la traducción que nos ocupa.
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En el prólogo de la obra, aparecen tres aspectos que merecen
especial atención, el primero es que menciona sin ambages el nombre
de quien le solicita tal trabajo para mejor comprensión del texto, el rey
don Duarte de Portugal, y la segunda es que explica, sin necesidad de
justificarse, el porqué de verterla al castellano, aspectos que serán
tratados de muy diferente manera en la segunda retórica que trataremos
más adelante. En tercer lugar, Cartagena señala una divisora de aguas
que no será bien entendida de nuevo hasta la segunda mitad del siglo
XVIII. Nos referimos a la diferencia establecida entre dos instrumentos
lingüísticos diferentes, la gramática y la retórica a partir de la distinción
de sus propósitos y lo que no es menos importante, las consecuencias
que es distinción trae a la práctica de la retórica. Si la primera se dedica
a enseñar el dominio de la parte descriptiva de la lengua, su estructura,
los ejercicios de traducción y sus diferentes géneros, la segunda tiene
como objetivo persuadir para resolver conflictos, es decir, adquirir las
estrategias de la argumentación eficaz:
(…) algunos cuydan que la Rethorica toda consiste en dar
doctrinas espeçiales para escrivjir o fablar o trasmudar o
hordenar las palabras, mas non es asi. Ca commo quier que della
sale la buena hordenança del fablar, pero no es este su total
yntento. Ca grant parte della se ocupa en enseñar commo deven
persuader e atraerá los juezes en los pleitos e otras contiendas e
a las otras personas en otros fechos quando acaecen (…) Por
ende, qujien lo presente leyere no cuyde que fallará escripto
cómmo escriua las cartas njn commo trasporte las palabras, ca
avnque dello otros mas modernos en tiempo e non de tan alta
manera algo escriujeran, pero los prinçipes de la eloquençia
preçipuos escriptores della en los prinçipales libros non se
ocuparon del todo en esto, mas dieron sus generales doctrinas
para arguyr e responder, para culpar e defender e para mouer los
coraçones de los oyentes a saña o a mjsericordia o a las otras
pasiones que en la voluntad humana cahen (1420-22, p.7-9).
Conociendo y adoptado las técnicas de la argumentación en su
lengua materna, que es la sede del conocimiento práctico, le será posible
al orador echar mano de su natural talento o ingenio para elegir los
argumentos a partir de su intención: “E dende cada una saque por su
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Yngenio aquello que entendiou para en lo que quiere fablar cumple”
(1420-22:9). No obstante, es sintomático que Cartagena, a diferencia de
Salinas, como veremos enseguida, no hace ninguna defensa explícita de
la lengua vernácula pues el solo hecho de traducir la obra de Cicerón,
así como el clima de la época, que permite circular llanamente por la
lengua romance en los diferentes ámbitos institucionales, inclusive en
el campo jurídico, como demuestran la dos obra de Alfonso X el Sabio,
no le obliga a ello. Como veremos, no será esta la línea que va a imperar
durante los siguientes siglos, en los cuales las retóricas jurídicas y
eclesiásticas se desarrollarán en latín, no permitiéndose otra lengua para
escribir y publicar los sermones y homilías aunque se enunciaran en
vernáculo.
2. Rhetorica en lengua castellana, de Miguel de Salinas, 1541.
Si bien no hemos verificado hasta ahora ningún dato sobre la
procedencia confesional de Miguel de Salinas, los casos de
judeoconversos entre los jerónimos alcanzaban tal peso que llegó a
aplicarse por primera vez el estatuto de sangre, no ya a una persona,
sino a toda una orden (RÁBADE OBRADÓ, 2004, p.283-284).
Elegidos por Felipe III como Moradores del Monasterio del Escorial
mantuvieron desde sus orígenes una estrecha relación con la Corona
que debilitada por recibir poco apoyo de los nobles necesitaba hacerse
fuerte desde un punto de vista político. Un proyecto que desde los RR
CC se había revelado no solo político religioso sino glotopolítico. Su
importancia radica en que por el hecho de ser un fenómeno
exclusivamente peninsular
le confería una peculiaridad que, inicialmente, podía atraer las
simpatías de los monarcas ya que veían las ventajas de carecer de
superiores extranjeros y decisiones capitulares adoptadas en
territorios extraños a sus dominios y por religiosos que no todos
serían súbitos suyos y con distinta formación, humana y
espiritual, que no tenían las otras grandes familias religiosas,
monásticas o mendicantes (CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE
SEVILLA, p.6).
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El vínculo con la monarquía no era ya estrecho sino casi
endogámico, pues fue de su mismo seno de donde salieron sus
fundadores,
Pedro Fernández Pecha y Fernando Yáñez de Figueroa, fueron
antes que religiosos nobles de la cámara de don Alfonso el
Onceno (1311-1350), y su hijo don Pedro, luego conocido como
el Cruel (1334-1369), estableciéndose una corriente de simpatía,
admiración y respeto, por parte de muchos miembros de la
nobleza, hacía esa nueva familia religiosa establecida en San
Bartolomé de Lupiana, en tierras alcarreñas, y su proyecto de
renovación espiritual (CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE
SEVILLA, p.6).
Las ideas de Salinas sobre el lenguaje presentan además, como
veremos, puntos en común con Cartagena por lo que se refiere a la
apreciación sociopolítica del empleo de la lengua vernácula en el
estudio de la teoría retórica, aunque en el transcurso de más de un siglo
desde la traducción de De inventione haya cambiado la actitud hacia
ella. Prueba de ello es que, a diferencia de Cartagena, en la Rhetórica
castellana (1541), primera escrita en vernáculo, el fraile jerónimo
esconde la identidad de quien le solicita la redacción de la obra y tanto
él como su editor, Juan de Brocar, deben justificarse por haber elegido
la lengua vernácula, lo que muestra el tenor polémico que la lengua
escogida puede acarrear y que no estaba presente un siglo y medio
antes.
A pesar de que Salinas siga a Aristóteles, Quintiliano, asuma
afirmaciones de Erasmo y adopte la perspectiva teórica de Nebrija, la
mera defensa de la lengua castellana, no ya como objeto de estudio sino
como simple instrumento pedagógico, es polémica y por ello se debe
argumentar sobre su elección. Solo así el fraile jerónimo se siente más
legitimado para exponer sus ideas sobre el uso de la lengua castellana
en un medio que se considera reservado al latín. Para ello se refiere en
el prólogo a la necesidad no solo de poseer talento para el dominio del
arte sino a la de tener una experiencia previa que les permita valerse
con eficacia de la técnica. A pesar de tratarse de una retórica para la
oralidad sagrada, dicha experiencia previa, curiosamente, no es
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religiosa sino lingüística. Para el fraile jerónimo se debe estudiar
retórica en la lengua que le es conocida al estudiante,
Pues faltando la latinidad, como falta y como tengo por cierto
que faltará adelante, a lo menos tal qual conviene para usar de la
rhetórica, no paresce que ay esperança de remedio, si no es darse
a la latinidad lo que baste, lo qual en España tengo yo por
impossible. A algunos grammáticos o latinos les parescería lo
contrario, pero a la experiencia les querría ver. A lo menos no me
negarán que ellos, ni otros más que ellos, no dirán tan
liberalmente en latín lo que sienten y por tan buenas palabras
como en castellano, y no aviendo esto, háse de tener el
pensamiento ocupado en las palabras y no puede estar libre para
en lo demás, que es lo substancial. Y assí, estando coxos, falta el
exercicio sin el qual no se puede alcançar cosa perfecta. Si no,
véase por quántos se señalan en rhetórica entre los que hasta aquí
la han oído y oyen en Castilla. (…). Y pues la rhetórica es arte de
bien hablar y todos tienen dello necessidad y, según veemos, assí
en sermones como en juizios, cartas mensajeras y hablas
familiares, todos hablen en su común lengua y no en latín, sería
bien que uviesse arte de rhetórica en la lengua vulgar (SALINAS
[1541], p.14-15).
A pesar de todo, en su retórica la ejemplificación está tomada de las
retoricas greco-latinas, sobre todo de Quintiliano, tomando muchas
partes de Nebrija, eso sí, adaptadas a la realidad española del momento
(SÁNCHEZ GARCÍA, 1999, p.40). Sintomático es que en ella se
utilicen ejemplos que remiten a una reciente discusión para la época,
como es el caso de Cosas acaecidas en Roma, de Alfonso de Valdés,
haciendo con ello referencia a hechos conocidos por el lector debido a
su actualidad (SÁNCHEZ GARCÍA, 1999, p.32). Es así como esta
retórica, siendo pensada para formar oradores consigue establecer lazos
de proximidad con el lector.
No obstante muestre gusto por los cultismos y aun cuando coincida
con Nebrija en que los principios teóricos de la retórica son un campo
de conocimiento independiente, su defensa de la lengua común o
vernácula le lleva a que no le convenza la Gramática castellana del
nebrijense (1492) ya que siguiendo la línea de los humanistas del
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renacimiento la interpretación que hace de las fuentes goza de una
independencia importante porque
Salinas toma de Nebrija la definición y luego elabora por su
cuenta el tema; en alguna ocasión toma también los ejemplos, en
la mayoría integra con ejemplos propios, o tomados de otros
textos. La Artis es sin duda un punto de referencia pero no el
único, y, sobre todo, no hay pasividad en el uso de la fuente
(SÁNCHEZ GARCÍA, 1999, p.51).
La crítica de fraile jerónimo se refiere a que mediante la cita de
ejemplos extraídos en su mayoría del Laberinto de Fortuna o las
Trescientas, de Juan de Mena, Nebrija transfiere a la lengua castellana
la morfología y la sintaxis de la latina. Su percepción se inscribe dentro
del mismo pensamiento lingüístico expresado por el intelectual también
de origen converso, Juan de Valdés en su Diálogo de la lengua (1535-
1735). En él, el intelectual conquense piensa la lengua desde su carácter
de flujo, tomando como ejemplos el refranero castellano no escrito,
mientras que el latinista sevillano lo había hecho desde su condición de
disciplina y tomaba los ejemplos de la literatura (ROCA, 2011). Ambas
concepciones, la nebrijense y la valdesiana, son dos tipos de
pensamiento comunes en la historiografía lingüística europea desde el
Renacimiento, dando lugar por un lado a las gramáticas de estado, con
un fuerte componente lógico y prescriptivo y, por otro, a las gramáticas
particulares, que parten del caso para realizar reflexiones críticas,
formuladas y reformuladas al compás histórico de las diversas
situaciones por las que va pasando una lengua viva (ARNOUX, 2013).
Este último es el que encontramos de un modo más o menos formulado
en las retóricas que proponen el paso decisivo hacia lo vernáculo y que
se hace palpable en Salinas quien
parece imaginar una estructura formada por círculos
concéntricos; el primero de ellos comprende la retórica aplicada
al campo de lo judicial que, hincando sus raíces en el pasado
clásico, ofrece modelos tomados de éste; el segundo carece de la
especificidad del primero aunque mantiene aún lazos de filiación
con la antigüedad clásica y contiene en su ámbito no solo lo que
se refiere a la órbita de las letras sagradas sino también al
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vastísimo espacio del escrever con estilo y orden; el tercero de
esos círculos compensa su desarraigo respecto a la tradición
grecorromana con la extensión infinita del propio territorio que
coincide con el de la oralidad más íntima y cotidiana y su directo
equivalente en el sistema de escritura (SÁNCHEZ GARCÍA,
1995, p.225).
Es con este tercer círculo como el fraile jerónimo abre camino a una
castellanización de las retóricas, en la misma línea de gran parte de los
autores que servirán de ejemplos en el siglo XVIII. A diferencia de
Mena, figuras relevantes del siglo XVI, nuevamente de origen
judeoconverso, como San Juan de Ávila o Fray Luis de León, autores
cuyas obras en castellano abastecen de ejemplos a las dos retóricas del
siglo XVIII que comentaremos más adelante, se valen del uso del
común hablar para fortalecer sus argumentos y caracterizar su fuerza de
integración social. El primero no publicó ninguno de sus sermones en
vida por estar compuestos en lengua castellana, pero se apoya en las
expresiones de la lengua común en su Audi Filia, como analizamos
profusamente en otro lugar (ROCA, 2014), bajo el argumento de que la
considera razonable:
Y si vale tomar licencia para decir que al amor llama fe, tomando
el efecto por nombre de la causa, tomarla hemos nosotros para
decir que en los lugares de la Escritura en que se dice que por la
fe es el hombre justificado, se entiende al amor por nombre de fe,
entendiendo en la causa el efecto; pues tan usado modo es de
hablar y tan razonable llamar al efecto por nombre de causa
como a la causa por nombre de efecto (ÁVILA, 2007, p.630,
subrayado nuestro).
Por su parte Fray Luis de Léon ya había hecho de la lengua vulgar
ese lugar de común o esa razonabilidad de donde surge la comprensión
Notoria cosa es que las Escripturas que llamamos Sagradas las
inspiró Dios a los prophetas que las escrivieron para que nos
fuessen en los trabajos desta vida consuelo, y en las tinieblas y
errores della, clara y fiel luz; y para que las llagas que hacen en
nuestras almas la passión y el peccado, allí, como en officina
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general, tuviéssemos para cada una proprio y saludable remedio.
Y porque las escrivió para este fin, que es universal, también es
manifiesto que pretendió que el uso dellas fuesse común a todos,
y assí, quanto es de su parte, lo hizo, porque las compuso con
palabras llaníssimas y en lengua que era vulgar a aquellos a quien
las dio primero (LEÓN, 1984, p.140).
La ventaja de asumir la lengua vernácula es para Salinas sobre todo
pedagógica, pues exponiendo ejemplos en castellano se hace posible
que el lector extraiga por sí mismo la comprensión mediante la
familiaridad que el uso de la propia lengua madre le trae, llevándole a
entender el concepto. Apelando a esa experiencia es más eficaz explicar
lo que es, por ejemplo, una digresión,
“Estando yo en la plaça, vi a Pedro quitar unas puertas de una
ventana de mi casa, y entró dentro y salió con mi jarro de plata
que me llevava hurtado; fui corriendo a tenerle y ya era ido; llamé
a Juan y, para que me ayudasse a buscarle díxele lo que passava
y él me ayudó porque también a él le avía hurtado pocos días avía
una capa; pero no le podimos tomar”. Que Pedro le uviesse
hurtado el jarro y averle visto entrar por la ventana y salir con él,
es la narración substancial. Ponerle en ruin opinión, dando a
entender que lo tenía en costumbre y contar el otro hurto que avía
hecho, no lo podía incontinentemente poner, aunque
perteneciesse algo a la causa, porque paresciera cosa por sí y
sintiérase aver passión clara; pero lo primero dio ocasión a dezir
que llamó a Juan para que le ayudasse, y esto dio ocasión para
dezir lo postrero que Juan le avía dicho de la capa, de manera que
paresciesse sólo contar lo que a él le acaesció. (SALINAS, 1541,
p.33).
La transposición de la razón, vigente en latinistas como El Brocence,
que la deposita en el centro de la retórica entendida como método, es
para el Maestro de Ávila la lengua romance, porque su experiencia de
uso la capacita para la persuasión y para la mediación en los conflictos
sociales ya que transita, por un camino más dúctil, por el universo de lo
razonable.
A partir de la reforma, la oratoria sagrada necesitaba llegar a un
público amplio, no necesariamente letrado, socialmente heterogéneo y,
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en su mayoría, desconocedor de la lengua latina. De allí que se vea
obligada a evolucionar más rápidamente que la jurídica o civil, dirigida
a un público técnico y vinculada a una institución con fuertes códigos
de conducción y protocolos en su producción. Como bien puntualiza
López-Muñoz:
La Retórica eclesiástica se sitúa en la avanzadilla de la teoría y,
al menos en el Quinientos europeo, se adapta constantemente a
los cambios requeridos para el correcto desempeño de la
predicación. Las Retóricas civiles son útiles para observar la
evolución interna de la teoría retórica, con todo el proceso
ramista de escisión de la Dialéctica y de la circunscripción de la
Retórica a una Estilística taxonómica; pero las eclesiásticas
entran en cuestiones más profundas, como la propia definición
de su tarea, y más práctica, como la formación del predicador
desde los primeros pasos del discurso hasta la pronunciación.
Responden, en suma, a la diferenciación cristiana entre ciencia
secular y ciencia divina que ya había formulado Tertuliano
(2010, p.15).
Por otro lado, los sentimientos nacionalistas proyectados en el
castellano llevan ya en el siglo XVI, según Cea Galán, a que:
El amor por la propia lengua, la convicción de no poder dominar
otra mejor que la materna, el deseo de enriquecer a ésta tratando
en ella los mismo temas elevados que se tratan en el latín eran
razones poderosas que impelían a escribir en vulgar (…) Así
invadió el romance no sólo el terreno de los textos religiosos sino
también el literario y, más aun, el de la ciencia, síntoma este
indiscutible de la derrota del latín a fines del XVI (2009, p.XLVI-
XLVII).
Es, por tanto, la necesidad de atender a un público lego y
heterogéneo lo que aleja las que aquí llamamos retóricas disciplinares,
es decir, la jurídica y eclesiástica, de la oratoria sagrada, influyendo más
esta última en el desarrollo de la lengua vernácula. A pesar de ello, no
estará exenta de las viejas contradicciones que la obligada
María del Pilar Roca
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incorporación de autoridades grecolatinas le infringía a la lengua
castellana. Ese problema se irá poco a poco resolviendo a medida que
gana adeptos el castellano como lengua nacional porque los autores de
las retóricas y de los manuales se ocuparán en extender las autoridades,
estrategia que consiste en ir incorporando en sus ejemplos autores
patrimoniales que escriben ya en castellano, haciéndolos convivir con
los dictados por el canon clásico.
Durante el siglo XVII estos sentimientos llevarán cada vez más a
hacer evidente la práctica de enseñanza mixta que habían defendido
latinistas de la talla de Francisco Sánchez, el Brocense, y de Juan
Lorenzo Palmireno. Pero también a evidenciar la transferencia de
valores desde la lengua latina hacia la vernácula hasta consagrarla, lo
que Sylvain Aroux define como una transferencia cultural masiva
(2009, p.27), llegando a crearse una fuerte reivindicación nacionalista
con la defensa de la elocuencia castellana. Es en ese período en el que
la lengua vernácula deja de competir con el latín para situarse no ya a
la misma altura sino en un lugar desde el cual declararse hegemónica.
Es la época en la que las ideas nacionalistas lideradas por Gregorio
López Madera al amparo gubernamental alientan a que la lengua
castellana avance en nuevos espacios reservados hasta entonces al latín.
3. Elocuencia castellana en arte, de Bartolomé Jiménez Patón, 1604.
Si Alfonso de Cartagena se vale como autoridad lingüística del
Marqués de Santillana capacitando la lengua castellana para recoger el
conocimiento clásico, y Salinas de una mezcla de ejemplos propios y
bíblicos, Jiménez Patón lo hace de la literatura patrimonial del XVI y
sobre todo del XVII. Entre el estudio disciplinar y la práctica literaria,
Jiménez Patón, como hijo de su época, considera a la elocuencia
sinónima de la teoría retórica, referente universal de corrección del bien
hablar, “que es común en todas las lenguas” (JIMÉNEZ PATÓN, 1604,
p.5), cuya función es enseñar la propiedad de la lengua materna.
Profesor de retórica en Villanueva de los Infantes, tuvo una enorme
influencia durante el siglo XVII y su Eloquencia fue consultada por
numerosos alumnos de La Mancha y de Andalucía.
En su prólogo, da argumentos sobre el prestigio naciente de la
lengua española porque se enseña por arte, es decir, por gramática tanto
en las Indias como en el ámbito de la escuela pública en Francia y otros
países europeos, equiparándose al latín en su calidad de lengua general.
DEL RENACIMIENTO A LA ILUSTRACIÓN ESPAÑOLA:
LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA LENGUA NACIONAL
EN LOS MANUALES DE RETÓRICA
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Sin embargo, su marca más clara de pertenencia a una época está en
suscribirse a las ideas defendidas por Gregorio López Madera,
alineándose en sus ideas sobre el origen de la lengua castellana con
otros autores de la época, como el latinista Gonzalo Correas
(ARNOUX, 2013). En su obra Excelencias de la Monarquia y Reyno
de España (VALLADOLID, 1597), López Madera lidera la
nacionalización de la lengua española al hacerla una de las principales
que ya existían en la época de Noé, de manera que tendría no ya una
relación de dependencia con el latín sino de paridad por lo que se refiere
a su génesis y a su historia.
Confieso que dejándome llevar por el parecer de muchos avia
errado en tener nuestra lengua por latín corrompido mas e visto
estos días con más atención al agudo y doctísimo discurso que
sobre esto haze el Doctor Gregorio López Madrea [sic], del
Consejo de su Magestad, (…). Me e sugetado a su verdad y podre
dezir lo que Horacio, que Dios a alumbrado mis sentidos. Dize
pues que qualquier nación y provincia que se poblo en tiempo de
Noe, tubo su lengua distincta. Y los Españoles antiguos tuvieron
la suya propia distincta de la Latina, que nunca la latina fue la
vulgar de España, que como todas las demás naciones procuran
conservar su lengua (JIMÉNEZ PATÓN, 1604, p.9).
Dándole al castellano el estatus de lengua general, Jiménez Patón
avanza dentro de esa lógica y lo presenta como una matriz formada por
un conjunto de dialectos peninsulares o variedades lingüísticas que
cohesiona y aúna la aparente divergencia o diversidad lingüística,
considerándolas como giros idiomáticos que no comprometen la
estructura de la lengua matriz o general, sino que la constituyen. La
lengua general española es pues la suma de todas las variedades,
centralizando las diferencias y contribuyendo con este razonamiento a
la construcción de la lengua nacional
La propiedad de una lengua no solo se conoce en que tiene
vocablos propios sino que tiene Dialecto y phrases propias pues
que la nuestra tenga lo uno y lo otro por su discurso se haze
manifiesto por el de nuestra doctrina y por el que queramos hazer
en algunos modos de hablar. Porque decir juras a Dios macho no
María del Pilar Roca
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tiene, es vyzcaino, Yo arregar el lino es Morisco. Yo sirvo a Dios
es Español dialecto y los vocablos todos son españoles
(JIMÉNEZ PATÓN, 1604, p.10).
Equiparándola más adelante con la división de dialectos en la
Antigua Grecia, identifica en España cinco derivados del español, que
es la lengua general o común, generadora de todas ellas menos del
vasco, “Y en España ay otros cinco, que son la valenciana, Asturiana,
gallega Portuguesa. Las quales todas se an derivado de esta nuestra,
quinta o principal y primera, Originaria Española diferente de la
Cantabria” (JIMÉNEZ PATÓN, 1604, p.10). Y aquellas diferencias que
no las puede explicar como siendo derivadas del español ni quiere
recurrir al latín, echa mano Jiménez Patón de los extranjerismo o
helenismo, manteniendo siempre su tesis de que español y latín están
en el mismo nivel de génesis histórica, no habiendo entre ellas relación
de dependencia,
Lo que es pegarie [sic] vocablos estrangeros a todas las lenguas
a sido común por la vecindad y comunicaciones que entre las
tales naciones a avido, y asi lo tuvieron los griegos y los latinos
y aun algunas construcciones y modos de habar se an prestado
unas naciones a otras como se ve en las locuciones que el Latino
del griego toma que llaman Helenismos, que según esta nueva
gramática enseña son muchos mas que hasta ahora. Y el mismo
latín (…) tiene hebraísmos (…) Y no por eso decimos que la una
lengua es otra, luego por la misma raçon no debemos decir que
la Española es Latina corrompida pues tiene vocablos propios y
Dialectos, vocablos que de otras nación son (JIMÉNEZ PATÓN,
1604, p.10).
Es pues Jiménez Patón hijo de si tiempo en el proceso de
construcción nacional de la lengua española, lo que dará la fuerza
necesaria para poder introducirla en el ámbito educativo cuando este
comienza a ser del interés del estado ya en el siglo ilustrado. El primer
paso se da en el ámbito de las iniciativas educativas, tanto en las
derivadas del Seminario de Nobles, en concreto una de sus creaciones
alternativas o subsidiarias a ejemplo de la Casa de Caballeros Pajes,
como de otras iniciativas de relativo éxito en la época, como es el caso
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de las Escuelas Pías de los padres Escolapios, destinadas a la enseñanza
de la gramática y la latinidad a niños humildes o sin recursos.
4. El siglo XVIII: el espacio dado a la lengua castellana en el
instrumento lingüístico retórico
A la hora de analizar el siglo XVIII debemos tener en consideración
dos asuntos diferentes aunque relacionados. El primero es el cambio de
lengua que se instrumentaliza en las retóricas por vía legal (ya que,
como hemos visto, existían antecedentes textuales), y el segundo es la
concepción lingüística que reside en las medidas pedagógicas
adoptadas en el ámbito institucional de la enseñanza.
4.1 Las medidas legales
Con las medidas reformadoras de Carlos III al expulsar a los jesuitas
de España y América, el ámbito institucional se ve fuertemente afectado
porque era en manos de ellos de quienes estaba la mayor parte del
sistema educacional. En la cédula de 23 de junio de 1768 el Rey Carlos
III dispone que se enseñe retórica en castellano en los cursos
preuniversitarios y recomienda su uso en la enseñanza superior,
VII. Finalmente mando, que la enseñanza de primeras letras,
Latinidad, y Retórica se haga en lengua castellana generalmente,
donde quiera que no se practique, cuidando de su cumplimiento
las Audiencias y Justicias respectivas, recomendándose también
por el mi Consejo a los diocesanos, Universidad, y Superiores
para su exacta observancia, y diligencia en extender el idioma
general de la Nación para su mayor armonía, y enlace recíproco.
(Carlos III, [1768], p.4).
Si durante el XVIII, en la universidad, la lengua seguirá siendo el
latín (LÁZARO CARRETER, [1949], (1985), p.164) tanto en el
territorio peninsular como en el americano, centrada, como lo estaba,
en el estudio del derecho y la teología, en el proyecto educativo de los
seminarios de nobles, de la que depende la Casa de Caballeros Pajes, la
realidad se fue haciendo menos purista con el transcurso del siglo, ya
que las necesidades pragmáticas que tocaban a la Corona exigían una
progresiva profesionalización de los funcionarios que la atendían. Si
dichas necesidades ya presidían las decisiones desde la Edad Media, los
María del Pilar Roca
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movimientos reformistas del XVIII les hacen apretar el paso llegando
poco a poco a afectar a la universidad tanto en la península como en las
colonias. Benito Moya, siguiendo a Gutiérrez Cuadrado, afirma sobre
la Universidad de Córdoba, Rio de la Plata, que en este periodo de la
segunda mitad del XVIII “la Universidad llega al siglo XVIII con la
pérdida de (…) espacios ganados por el latín” (2000, p.157),
relegándose su uso a la diplomacia y a los manuales de ciencia. Aunque
será precisamente la ciencia el ámbito del saber que irá alejando el latín
poco a poco de los claustros y de las clases universitarias (LÁZARO
CARRETER, 1985, p.164). Lo que también señala Benito Moya al
puntualizar que dentro del aula “las explicaciones de puntos difíciles de
la ciencia debían hacerse en lengua vulgar” (2000, p.159), implicando
que durante este siglo empiezan a imponerse los valores que los nuevos
intereses económicos despiertan en el gobierno del Estado, avalando los
nuevos saberes y la lengua que los vehicula, es decir, al castellano.
La continuidad dada al manual nebrijense para el estudio del latín,
que tantas críticas había levantado en las universidades españolas, ya
admite adaptaciones que pasan por la consideración de tomar en cuenta
la lengua vernácula. Son las reformas llevadas a cabo por los jesuitas
António Velez en Portugal, que en su Emanuelis Aluari (Évora, [1599])
traduce al portugués las autoridades elegidas por Nebrija (SÁNCHEZ,
p.XII), y de Juan Luis de la Cerda, que hace la misma operación, esta
vez al castellano, con las reglas o preceptos de la famosa gramática
latina en su Arte Regia (1601) (DEL REY FAJARDO, 2012, p.33). Esas
prácticas que durante los siglos XVI y XVII habían sido habituales,
aunque no ostentosas, se hacen más visibles durante el XVIII. A pesar
de la defensa jesuítica del latín, fueron ellos los que aceptaron y
divulgaron el apoyo pedagógico del castellano, separando teoría y
práctica, como ya hiciera Nebrija. Dada su enorme expansión en el
sistema educativo tanto en la península como en América sería difícil
explicar la aparición de retóricas en castellano sin ese trabajo previo.
Es sintomático que tres años antes de la expulsión de la Compañía
de Jesús y cuatro antes de la real orden de Carlos III, en el año 1764, se
publique la Rhetórica Castellana, del Bachiller Alonso Pabon
Guerrero, presbítero y maestro de los caballeros pajes. Como otrora en
el siglo XIII, el XVIII viene a sancionar la tendencia que, de praxis, ya
se estaba dando, aunque sin el reconocimiento formal y normativo del
medio institucional. Si bien en 1725 el rey Felipe V crea el Seminario
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de Nobles y entrega su administración a la Compañía de Jesús,
disponiendo que la enseñanza sea realizada en latín, en 1768, el rey
Carlos III, como vemos, cede al flujo de los tiempos y ordena que la
retórica sea enseñada en castellano. En un arco de menos de cincuenta
años se ha dado la vuelta a las prácticas educativas y su eje es el cambio
abierto de la lengua del lacio a la vernácula, pero ¿lo es realmente?
4.2 El proyecto piloto de la Real Casa de Caballeros Pajes
Si las Escuelas Pías eran las primeras escuelas gratuitas, destinadas
a niños humildes o sin recursos sin un proyecto político pedagógico
específico, la Real Casa de Caballeros Pajes es un buen ejemplo de
cómo evolucionan las reformas pedagógicas de la centuria. Siendo,
como dicho anteriormente, un subproducto del Real Seminario de
nobles, se diseña como el destino de la educación de los hijos de la
nobleza. Su proyecto reformista llamó la atención de algunos de los
mejores intelectuales de la época, como Gregoria Mayans y Siscar,
Francisco Pérez Bayer, Eugenio Laguno y Amirola o Gaspar Melchor
de Jovellanos, así,
De esta circunstancia se deriva que la Real Casa, objeto de
sucesivos proyectos reformistas y pedagógicos, se convierta en
cierto modo en reflejo de los avatares, éxitos y miserias de una
España Ilustrada que sobre todo a partir de 1789, son frenados
muchos de sus proyectos de cambio por temor al contagio
revolucionario (DOMINGO MALVADI, 2013, p.13).
Dando continuidad a la comprensión de castellano como lengua
general, las retóricas disciplinares del siglo XVIII son una
manifestación del pensamiento casticista que la promueve al lugar hasta
entonces ocupado por el latín, como hemos visto sobre todo en el caso
de Jiménez Patón. Ese aspecto se observa en la evaluación seguida de
pautas dadas al Palacio Real por D. Francisco Pérez Bayer en 1773
sobre el método que debe ser utilizado en la instrucción de los alumnos
y en la aptitud de los maestros de la Real Casa de Caballeros Pajes. En
ella se recomienda la redistribución disciplinar de la retórica entre una
parte práctica y otra teórica, dando por supuesto el carácter general del
español, considerándolo como un conjunto de principios lógicos y
universales presentes en todas las lenguas. En sus indicaciones se puede
María del Pilar Roca
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
observar cómo se va saliendo de la retórica crítica y deliberativa para
realizar acciones concretas en el campo institucional educativo que se
viene estructurando en torno a la concepción enciclopédica del
conocimiento propia del hombre ilustrado. Pérez Bayer propone que el
estudio del discurso se distribuya, por un lado, en el de las asignaturas
dedicadas a la Primeras Letras, donde se estudiará la gramática, la
prosodia y la ortografía, según las directrices de la reciente gramática
llevada a cabo por la Real Academia de la Lengua, además de la
composición textual basada en la imitación de uno de los géneros
clásicos, como era la redacción de cartas o epístolas, y que se hiciera
vinculada a la doctrina cristiana. Por otro lado, reserva la enseñanza de
“lo restante de la retórica” al maestro de filosofía, que lo enseñará junto
al “resumen de la metafísica del mismo autor [Antonio Genuense], y la
ethica o filosofía Moral”. Vemos aquí concretarse la recomendación de
Mayans y Siscar, ya indicada por los clásicos, de graduar los contenidos
desde lo más fácil a lo más difícil, lo que implicaba una continuación
de la vieja disciplina que buscaba nuevos espacios en el sistema
educativo iluminista
5. Dos retóricas disciplinares del XVIII: la Rhetorica castellana de
Alonso Pabon Guerrero, 1764, y los Elementos de Retórica, de
Calixto Hornedo, 1777.
Dos ejemplos de retoricas disciplinares en lengua castellana que
hacen de la traducción espacio de encuentro de la lengua latina y la
española los tenemos en la Rhetorica castellana (1764) de Alonso
Pabon Guerrero, y en los Elementos de Retórica, de Calixto Hornedo
(1777), manual de enseñanza para niños reimpreso y varias veces
reeditada en la centuria siguiente, como muestra que intelectuales como
Mariano José de Larra en él estudiara cuando cursó asignaturas en las
Escolapios y por él marcará en cierta manera su estilo (ESCOBAR
ARRONIS, 2002, p.24-25)2. En ambas retóricas se observan estrategias
para legitimar autoridades patrimoniales junto a las ya refrendadas y
van incorporando ejemplos en una mezcla de traducción ideológica e
incorporación de elementos prácticos traídos de su producción ya en
lengua castellana. Primero se incluyen como teóricos y más tarde se
toman sus ejemplos ya no traducidos sino originales en castellano.
5.1. Rhetorica castellana (1764) de Alonso Pabon Guerrero
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Según reza en sus prolegómenos, la Rhetórica de Pabon nace
destinado a la utilidad pública y se escribe con la intención de dotar de
un manual para su estudio a la Real Casa de los Caballeros pajes. Solo
hubo una edición (PALAU Y DULCET, 1959, p.137), aunque alcanzó
cierta expansión en el territorio no solo peninsular sino también
americano, como muestra el hecho de haber sido encontrada en el
acervo de la biblioteca de la iglesia de San Francisco en Buenos Aires.
Se publica con cuatro años de antelación a la referida cédula real del 23
de junio de 1768. Con ello el “bachiller, presbítero y maestro de los
caballeros pajes” pretende servir a propósitos educativos de alcance
imperial, como lo hiciera en su día la Gramática castellana de Antonio
de Nebrija, propósitos que habían empezado a considerarse con cierta
anterioridad a la cédula citada. Dedicada al rey, en su primera página
aparece el escudo borbónico, si bien en la forma anterior a la que tendría
tras introducirle Carlos III varios símbolos personales. El texto se
presenta como un manual de preceptos dirigidos a todos aquellos que
deseen aprender a hablar bien y aunque escrita en su totalidad en
castellano, se encaja en los principios teóricos de la argumentación
heredados de la antigüedad clásica a través del neoclasicismo.
A pesar del antecedente de Jiménez Patón, cuyas autoridades están
en su totalidad en castellano, el principal problema que tiene un autor
del XVIII que escribe una retórica en castellano es el de las autoridades,
pues si se eligen las clásicas no se entra en la lengua vernácula y si se
citan los patrimoniales se dejan de lado las legitimadas y puede haber
riesgo de desautorización. El tratamiento que se le dé a la cita y la
manera como sean elegidos los ejemplos van a permitir hacer el tránsito
desde las autoridades clásicas a las patrimoniales de manera no
traumática en las dos retóricas que aquí comentamos.
Las autoridades elegidas por el bachiller son esencialmente Cicerón
y Quintiliano, seguidos de Aristóteles y San Agustín. Estos últimos,
aunque menos evidentes en las citas, están en la base estructural de la
obra. Los ejemplos están traducidos en su mayoría de los clásicos,
incluyendo los literarios, como Ovidio, y frecuentemente los reproduce
en las notas en la lengua original. Pero además de los clásicos, Pabon
introduce autoridades del siglo XVI que escribieron en latín, como Julio
Cesar Sacaligero (1484-1588) y Fray Luis de Granada, para definir
conceptos, si bien seguidos de ejemplos tomados de los evangelios en
castellano:
María del Pilar Roca
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Los oradores humanos la suelen acompañar con otra figura
llamada Elogio; de la qual dice Scaligero, (40) que es una
sentencia, que nace del juicio del orador, alabado, ò vituperando
alguna cosa, ò algún dicho discreto, ò hazaña grande; con
advertencia, que quando usamos de ella para vituperar, se llama
Antiologia; al modo que dixo Christo, hablando de Judas: Ay de
aquel hombres, por el qual será entregado el Hijo del Hombre
¡mejor le huviera sido no haver nacido! (PABON, 1764, p.15).
Cuando Pabon explica el Epifonema cita como teórico a Granada,
pero tomando el cuidado, que también tendrá Hornedo en la retórica
que después analizamos, de hacerlo legitimándolo mediante su
introducción entre las autoridades clásicas, ya sea los padres de la
Iglesia o los rétores grecolatinos, y las Escrituras. Así observamos que
Granada aparece salvaguardado entre una definición de Quintiliano y
un ejemplo sacado de los Evangelios:
Epiphonema: Que Quintiliano llama aclamaciones, es una
sentencia grave y eficaz, que se suele hacer después de probado,
y referido algún discurso, sacando de las mismas razones de él:
ò es, dice Fr. Luis de Granada, una conclusión, que saca de lo
dicho el que ha contado algún sucesso, y con ella amplia, y con
ella amplifica, y eleva su discurso. Tales son las aclamaciones, ò
Epiforas, con que Christo nuestro Seños concluìa (sic) sus
discursos parabólicos: v.g. por San Mathéo: “Muchos son los
llamados, pocos los escogidos (sic); y por San Lucas: “Todo el
que se ensalza, será humillado, y el que se humilla será ensalzado
(sic).
Por tanto, cuando Pabon escoge a los autores patrimoniales, como
es de esperar un texto del XVIII que ya ha pasado por la evolución que
la oratoria sagrada ha imprimido a la teoría argumentativa, convoca al
autor de los Seis Libros de retorica eclesiástica en calidad de teórico,
aunque sea con una mención que no añade nada nuevo a lo ya dicho por
el canon de autores, con el objetivo de ponerlo a la altura de los clásicos:
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Sirve la synonimia para amplificar la oración, para tener copia de
palabras, especialmente quando se han de mover afectos; y para
declarar mejor lo que se ha dicho en una palabra, añadiendo otras,
ora sean propias, metaforicas o equivalentes, por lo qual, y para
que se use bien esta figura, conviene advertir lo primero que el
Orador no la ha de usar ufanamente, y sin necesidad, para no ser
tenido por demasiado verboso, lo qual es defecto, dice Fr. Luis
de Granada (PABON, p.51).
Esa legitimación de Granada entre las autoridades permite la entrada
de algún ejemplo propio de su producción en castellano y así lo hace, o
pretende hacerlo, cuando debe ilustrar el políptoton, para el cual extrae
un trecho de su Guia de pecadores, siendo el único ejemplo que se
introduce en el Manual escrito originariamente en castellano:
Traducción (…) es la repetición de una misma palabra en
diferentes casos con la misma significación (…) como se ve en
este exemplo de Fr. Luis de Granada: Los siervos de Dios
guardan en su corazón estas sus palabras: en ellas tienen su
esperanza: con ellas se esfuerzan en sus trabajos: con ellas
confian en sus peligros, con ellas se consuelan en sus angustias:
à ellas recurren en sus necesidades: ellas les encienden en amor
de tal Señor (PABON, p.51).
Por tanto, Pabon trata Granada como un autor moderno que puede
dialogar con los teóricos clásicos de la retórica, convocándolo para
cuestionar que la clasificación de figuras pueda ser definitiva, ya que
estas varían constantemente, una afirmación que ya había hecho el
propio Quintiliano. Pero sobre todo, el pensamiento de Granada le sirve
para cimentar “que son solo dos los géneros de las Figuras, que se debe
usar en la Rhetorica, uno acerca de las sentencias, y sentido de las cosas,
y otro acerca de las palabras solamente” (PABON, p.13) subrayando la
importancia de tener una experiencia previa de orden lingüístico que
permita primero esa reflexión sobre el sentido de las sentencias antes
de llegar a la comprensión del significado de las palabras y, por tanto,
su empleo eficaz. Es este aspecto lo que lo vincula al tercer círculo del
lenguaje íntimo propio del renacimiento español y que Sánchez García
identificara en su estudio de la Retórica de Salinas.
María del Pilar Roca
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A pesar de todo, eso no le impide a Pabon seguir la línea marcada
por la elocuencia del siglo XVII, en la línea de Jiménez Patón (1607),
al dedicar extensas páginas a la enumeración y explicación de las
figuras, de manera que más bien parece un recurso retórico, un captatio
benevolentiae, adelantándose en su pedido de disculpas, caso de que la
clasificación no satisfaga al lector. De hecho, como profesor de una
técnica, el presbítero considera que la experiencia se adquiere con el
ejercicio disciplinado mediante la imitación de las obras de excelencia
recogidas en un canon de autores clásicos. Para Pabon, como no podía
ser menos, el estilo se crea con la aplicación de reglas previamente
memorizadas que permitan aprender a imitar, siempre en una escala que
va de lo más simple a lo más complejo en coherencia con el propósito
pedagógico que preside la obra. Así propone recurrir al parafraseo; a la
reformulación de la idea con otras voces; a seguir las figuras; al
resumen y a la ampliación; a la cita poética y, por fin, a la traducción.
Todas ellas son presentadas como prácticas que llevan al dominio
de la técnica, revelando un objetivo más dirigido al desarrollo de la
escritura que a las habilidades de un orador. Se observa aquí ya el
espíritu que irá a eclosionar en las retóricas del siglo XIX (ARNOUX,
2008, p.330) y también el que animará a un escritor que se irá a regir
más por un anhelo de lenguaje ideal y literario antes que por uno de
amplio uso y de fuerte consenso social, pues la lengua se va a alimentar
de figuras que estructuran un discurso “apartado del común lenguaje y
modo ordinario de hablar” (PABON, p.13). Esta última afirmación
entraña un concepto de lengua sintomático pues indica que aunque la
retórica estuviese en lengua vulgar no significaba que incorporase los
valores propios del uso, que tiene por referente a la comunidad de
hablantes, sino que tiene como referencia una lengua literaria, a la
manera del latín culto y de la gramática nebrijana.
Pabon usa otros recursos además de la cita de autoridades clásicas
(los ya reconocidos) y las extendidas (aquellas que necesita activar
como tales), aunque estas sean las más frecuentes. A veces introduce
un ejemplo de su propia cosecha, como es lo común en las gramáticas
de estado y generales, pero en otros casos aprovecha la coyuntura
pedagógica para introducir conocimientos enciclopédicos, en
consonancia con el objetivo del proyecto ilustrado de la Real Casa. Por
ello cuando explica el tipo de Conocimiento que busca saber y entender
lo aclara en el cuerpo del texto, poniendo en nota de pie de página el
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ejemplo enciclopédico que se conjuga con ejemplos de naturaleza moral
a partir de frases propuestas por el autor, intentando poner en práctica
ese “vasto programa que mezclaba hábilmente la ´formación´ y el
adoctrinamiento” (CHERVEL apud NARVAJA ARNOUX, 1998,
p.32).
Asi mismo la question, sea universal, ó particular, se divide lo
primero en question de conocimiento y en question de acción. La
de conocimiento mira por ultimo fin el saber, y entender: v.g.
Desear actuarse si la tierra es de figura esférica, (a) [nota de pie
de página:] esfera se llama un cuerpo sólido, y rotundo, contenido
en una única superficie, en cuyo centro está el punto, del cual
salen todas las líneas rectas guiadas à la circunferencia. También
se llama Esfera la descripción del movimiento de las estrellas, y
de ellas son varios los géneros; porque una se llama Grecanica,
en la qual se explica el oriente, y ocaso de las estrellas, al modo
en el que son vistas en el Emisferio (sic) de los griegos: otra es
esfera barbárica, que es acomodada al ritmo de los Egypcios: otra
Pérsica, acomodada al de los Persas; y otra índica, acomodada al
de los Indios. [fin de nota] o si es mayor que la luna. La question
de acción atiende, como fin ultimo, à las acciones humanas: v.g.
Si es licito repeler la fuerza con la fuerza, ò si ese han de perdonar
las injurias (PABON, [1764], p.4).
De esta manera, más allá de pretender la enseñanza y aprendizaje de
la composición textual, la obra se convierte en una mezcla de ejemplos,
definiciones y directrices como pretexto para introducir un tipo de
conocimiento y de conceptos sobre el saber que reflejan el anhelo del
hombre ilustrado por alcanzar un dominio universal, como se observa
en la información de tipo enciclopédico que introduce, pero además
busca la legitimación de nuevas autoridades, que junto a las clásicas
permitan el tránsito hacia un saber más específico de la lengua
castellana.
5.2. Elementos de Retórica (1777), del P. Calixto Hornedo
En el otro extremo de la casa de Caballeros pajes nos encontramos
con las Escuelas Pías de Madrid, fundada un año después que el
Seminário de Nobles, 1726 por los padres escolapios que acogía a niños
María del Pilar Roca
35
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cuyas familias no tenían recursos económicos. En el prólogo de
Elementos de Retórica (1777), segunda retórica que aquí traemos, su
autor, el padre Calixto Hornedo, profesor de la asignatura en dichas
escuelas, deja bien claras sus razones para escribir en lengua castellana
que pretenden, además de “cumplir a voluntad del Monarca”, obedecer
a su experiencia como maestro. Estas parecen calcadas de las de
Salinas:
(…) es bien cierto el atraso, que padecen los Niños con estudiar
la Retorica en latín; i esto no porque no se pueda aprender assi,
sino porque ordinariamente los Niños, que comienzan a
aprenderla no están tan adelantados en la Latinidad como se
requería: que si lo estuvieran, seria lo mismo estudiarla en latín,
que en romance Castellano. De donde procede, que acabado su
estudio, no solamente no han conseguido algún razonable
conocimiento de la elocuencia latina, pero ni aun de la
Castellana; puesto caso que si se les manda escrivir una Carta, o
razonamiento en lengua vulgar, no atinan, ni aciertan a ponerlo
por obra: lo cual cuan grande mengua sea, por si mismo se deja
conocer. Pues todo esto se remedia, a mi corto entender, con una
Retorica en romance, i aun dado que después de estudiada, i
aprendidos los egemplos latinos, que en ella seria bien poner,
aprovecharan poco en la elocuencia latina; a lo menos con
egemplos Castellanos puestos al lado de los otros, i con la
explicación de la Retorica en la misma lengua, tengo por cierto
(i aun lo he tocado con la experiencia) que saldrían algún tanto
amaestrados en la elocuencia Castellana (p.11-12).
Sin embargo, estas cuestiones de aprender la composición textual a
partir de los conceptos retóricos son tan importantes como la
preocupación por enlazar la lengua castellana con el mundo clásico, ya
que eso la legitimaría en los ámbitos institucionales, por lo que ya en el
subtítulo de la obra indica que en ella se incluyen “egemplos latinos de
Cicerón i castellanos de Frai Luis de Granada para uso de las escuelas”.
Se trata, por tanto, de un manual en el que se prepara a la retórica para
dar el salto al castellano en ámbito escolar de mano de autores
patrimoniales. Si en Pabon había un apego simétrico a las autoridades
clásicas, traduciendo sus citas al castellano pero dejando el original en
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LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA LENGUA NACIONAL
EN LOS MANUALES DE RETÓRICA
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nota de pie de página, la propuesta de Hornedo es valerse de
traducciones que van dejando de ser literales e incluir los autores
castellanos en sus citas originales porque partiendo de ellos se puede
construir el tránsito que lleve a los alumnos a entender la teoría de la
argumentación. Ilustrando el contenido teórico de los largos ejemplos
tomados en latín de Cicerón mientras mezcla la explicación con los
ejemplos extraídos de los mencionados Fray Luis de Granada, al que
considera el “Tulio español” (HORNEDO, 1777, p.12), y del Maestro
de Ávila, la labor pedagógica se simplifica. En consonancia con esta
estrategia, cuando debe explicar alguna figura o tropos, se sirve tanto
de Quintiliano como de Horacio y Granada, creando esa secuencia de
continuidad y disolviendo la posible impresión de desvío y consiguiente
rechazo que la sola introducción de autoridades en castellano pudiera
crear entre las instituciones de enseñanza. En Hornedo se pasa de
traducir el texto, lo que llevaba al estudio del latín, a traducir el
concepto, lo que lleva al estudio de la teoría argumentativa en sí.
Por todo ello, desde las primeras páginas de su manual se observa
cómo va progresivamente desde las autoridades clásicas, representados
por Cicerón, a las patrimoniales, representado por Granada, mediante
dos gestos. El primero es instituir a este último como nueva autoridad
en una retórica ya plenamente castellana que no contesta la canonizada
sino que la iguala. Al aplicar a Granada el epíteto de Tulio español
porque ha realizado una traducción modélica del latín al romance
(HORNEDO, 1777, p.49-50), lo equipara a Cicerón y lo legitima para
citarlo en adelante tomando sus textos escritos directamente en
castellano, que emplea tanto para ilustrar su dominio de la teoría de la
argumentación como el de la lengua vernácula. A diferencia de Pabon,
por tanto, no lo cita solo como teórico a partir de su obra en latín de Seis
libros de retórica eclesiástica (1576) sino que lo hace también como
autoridad en el dominio de la lengua castellana, valiéndose de ejemplos
extraídos directamente en castellano del Símbolo de la fe (1556) o la
Guía de pecadores (1567), ilustrando géneros, figuras o tropos, tales
como la narración (HORNEDO,1777, p.60-61), la repetición por
sustantivos y adjetivos, (HORNEDO,1777, p.65-66), la amplificación
por metáforas y perífrasis (HORNEDO, 1777, p.66) o el uso correcto
del léxico (HORNEDO, 1777, p.67), movimientos que le permiten
distanciarse del ejercicio de la traducción literal y entrar en el terreno
pleno del castellano, una vez alejado el temor del desvío ya que desde
María del Pilar Roca
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
el principio ha tomado el debido cuidado de demostrar la continuidad
del fraile con la tradición.
Escrito con estructura de catecismo en el cual se explicitan las
preguntas, Hornedo sigue el género con orden y disciplina razonada,
mostrando cómo sería de diferente si esta figura no existiese, una
diferencia que los alumnos pueden entender mejor en la lengua propia,
12. Es neccessaria la Elipsis para la elegancia del lenguaje?
Es tan necessaria la Elipsis para la elegancia del lenguage, que
sin Elipsis seria este muy desagradable, grossero, e insufrible. En
todos los Idiomas desde su principio se fueron poco a poco
omitiendo algunas palabras que fácilmente se podían entender,
ya por el repetido uso de las locuciones, ya por el mismo sentido
i contexto de la oración. I de esta manera se vino a conseguir lo
que naturalmente deseamos, que es la pronta explicación de
nuestros pensamientos, i que nos entiendan prontamente las
personas con quienes tratamos: este parecer siguió Horacio en
materia de Elipsis, quando dijo (l i b. i.sat.10,) Est brevitate opus,
ut currat sententia, neu se Impediat verbis lassas onerantibus
aures. Del mismo parecer es Quintiliano tratando de las figuras
retoricas, que consisten en la Elipsis (lib. 9. cap. 3. ) i Suetonio
hablando de las proposiciones, i conjunciones, que alguna vez
omitidas hermosean el discurso (in vita Aug.,86.) Dos egemplos
uno latino, i otro Castellano aclararán lo que vamos diciendo:
Digitonim mèdius est toñgior. En, esta oración ay Elipsis, pero
para que no la huviesse se avia de explicar assi: Ex numero
digitorum digitus medius est longior digitus prae ea mensura,
ad quam mensuram caeteri digiti sunt digiti longi. Egemplo
Castellano de Fr. Luis de Granada en el que ay Elipsis; Estos dos
amores de Dios, i del mundo son como dos balanzas de un peso,
las cuales se han de tal manera que necesariamente si la una
sube la otra baja, i al revés. Esta clausula para no tener Elipsis
avia de decir assi: Estos dos amores amor de Dios i amor del
mundo son como son dos balanzas de un peso, las cuales
balanzas se han de tal manera, que necessariamente si la una
balanza sube, la otra balanza baja, i lo mismo sucede al revés,
que si la una balanza baja, la otra balanza sube. Véase aora
quan tosco, i grossero es el lenguage de dichos ejemplos latino, i
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EN LOS MANUALES DE RETÓRICA
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
Castellano por faltar en ambos la Elipsis, para que se entienda
por aqui cuanto conduce su uso para hacer a un discurso elegante,
i agradable (HORNEDO, 1777, p.33-34. Negritas e itálicas
tomadas según el original).
Junto a Granada, el maestro de Ávila, se erige como hábil estilista
para ilustrar la definición que hace de la Interrogación o pregunta
retórica:
es cuando el Orador pregunta, no para que le respondan, sino para
declarar con mas fuerza algun afecto, o passion. Egemplo de
Cicerón: Quousque tándem abutere Catilina patientia nostrai
mas fuego, i alma tiene esta pregunta, que si digera fria, i
secamente: Iam dio. Catilina abtlteris patientia nostra. Egemplo
del V, Juan de Avila: Quien ay que! no aya errado en lo que mas
quisiera acertar ? Quién podra, presumir de saber, pues
inumerables veces ha sido engañado? (Epistolario trat. 4. Carta
2.) (HORNEDO, 1777, p.140).
y de la distribución:
es cuando un todo se divide en sus partes, i a cada una se le dá lo
que le corresponde, o cuando a varias cosas se les van en
particular acomodando sus oficios i propriedades. Egemplo
atablando Cicerón en la Oración, que dijo en defensa da Sexto
Roscio Amerino del castigo, que prescrivian las leyes Romanas
contra los parricidas, que era meterlos vivos en un pellejo, i
cosido éste arrojarlos al Rio, dice, qué dé esta manera quedavan
aquellos infelices privados de todo linaje de consuelo, aun el mas
ordinario, i común , i prosigue diciendo: Etenim quid est tam
commune, quam spiritusvivís, terra mortttis , mare flucluantibus,
litus cic clis i Ita vivunt, dum possuntf, ut ducere animam-de
Coelo non queant, ita moriuntur, ut eorum ossa térra non tangat,
ita iactantur fluítibus , ut numquam abiiciantur , ita postremo
eiiciuntur, ut ne ad saxa quidem mortui conquiescant. Por la
agudeza de está distribución le dio el pueblo muchos aplausos a
Ciceroni, como él mismo lo dice en su oracion. Egemplo
Castellano de el V. Juan de Avila: O peligro de infierno tan para
María del Pilar Roca
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
temer! quién es aquel, que no mira con cien mil ojos no resvale
en aquel hondo lago donde para siempre llore lo que
temporalmente rio donde están los ojos de quien esto no vé i las
orejas de quien esto no oye í el paladar de quien esto no gusta i
verdaderamente señal es de muerte, no tener obras de vida.
(Epistolario trat. 4, Carta 2.) (HORNEDO, 1777, p.165-167).
En un paso más para legitimar los autores en lengua castellana,
creando espacios en los cuales pueden ser considerados a la misma
altura que los clásicos, Hornedo continúa haciendo puentes entre la
tradición vigente y los pasos dirigidos a incluir lo nuevo. Para ello, a la
muestra de traducción comparada que recorta al principio de su manual
entre Cicerón y Granada, añade ahora la opinión del latinista y traductor
Simón Abril (1530-1595), que si bien insiste en la preeminencia de
Cicerón, el gran número de ejemplos aportados a lo largo de los
Elementos de retórica así como el epíteto utilizado, Tulio español, han
terminado por sensibilizar y construir el nombre de Granada como
homólogo del rétor latino, abriendo camino a otros contemporáneos que
ya se legitiman sin necesidad de recurrir a la traducción como Ávila,
Santa Teresa de Jesús y Fray Luis de León, autores que fueron incluidos
como modelos en los ejemplos de los libros didácticos hasta el siglo
pasado.
En suma solo Ciceron nos puede servir de librería general, segun
dice el dicho Simon Abril i de modelo en todos los estilos. Por lo
que hace a nuestra lengua vulgar, podemos decir lo mismo del
Tulio Español Fr. Luis de Granada es sencillo en las vidas de Fr.
Bartholomé de los Martires i del V. Juan de Avila, es templado,
i florido en el Símbolo de la Frai muy sublime en el Guia de
pecadores, el cual libro es uno de los tesoros mas ricos de
sublimidad, i elocuencia que possee nuestra Lengua Castellana.
Pero hablando también de algunos otros Escritores las Cartas de
Pulgar, i los Diálogos de Pero Mexia son del estilo tenue i
assimismo las Cartas de Santa Theresa pero con mucha mas
ventaja, por ser de lenguage mas puro castizo, natural, i
agraciado. (…) i al sublime Fr. Luis de León en algunos de los
Nombres de Christo, como el de Principe de la paz, el de Rey, i
el de Padre del Siglo futur (HORNEDO, 1777, p.197-198).
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LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA LENGUA NACIONAL
EN LOS MANUALES DE RETÓRICA
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
Las menciones al nuevo estilo diseñado de manos de Granada,
Ávila, Teresa de Jesús, Fray Luis de León, y otros autores
contemporáneos a ellos, son gestos que hablan del momento en que la
retórica comienza a independizarse de los modelos latinos para ofrecer
un nuevo espacio en el que culminan los largos trabajos de defensa de
la lengua común, pues todos esos autores castellanos, atentos a las
fuentes y buenos lectores tanto de los clásicos como de los textos
bíblicos, no se habían dejado cegar por la preocupación de perpetuar la
estructura formal del latín en la vernácula, prefiriendo adentrarse en un
pensamiento de naturaleza vital en el que se guiaban, más que por la
razón universal y abstracta, por aquellas directrices que su experiencia
de vida les había dictado como razonable y que remitían a una situación
particular y concreta. Recordemos que tanto San Juan de Ávila, como
Fray Luis de León habían defendido la fuerza de la razón que habitaba
en la lengua común (ROCA, 2014). Cerrando el círculo, es sorprendente
que los autores que se van a legitimar de ahora en adelante, como
anuncian ambas retóricas, sean en su mayoría o bien de origen converso
o bien colaboraran con ellos en sus tareas sociales y teológicas,
siguiéndolos como maestros. Esos autores ahora reunidos y
consolidados como las nuevas autoridades patrimoniales venían a
sentar las bases de un estilo que se expresaba por la razonabilidad que
la vida imprimía en el intelecto y no desde el forzamiento que la noción
de estructura lógica latina imprimían a la castellana y que condenaron
tanto Salinas, Hornedo o Juan de Valdés, tendencia que se percibía en
la expresión de quienes “no van acomodando, como dixe se debe hazer,
las palabras a las cosas, sino las cosas a las palabras, y así no dicen lo
que querrían, sino lo que quieren los vocablos que tienen” (VALDÉS,
2003, p.243).
Palabras finales
Como vemos, para dar entrada plena al español en la retórica, hubo
que equiparar las autoridades patrimoniales a las clásicas, lo que se hizo
a través de un proceso lento que se va desarrollando a través de
diferentes grados de extensión por medio de los cuales primero se eleva
a los autores castellanos a la calidad de teóricos de la argumentación,
situándolas así junto a las ya legitimadas y acompañando su reflexión
teórica con ejemplos sacados de los rétores clásicos o de las Escrituras
María del Pilar Roca
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
para, más tarde, cuando ya hay un consenso sobre su validez, citarlos
en sus ejemplos tomados de sus obras en castellano prescindiendo poco
a poco de la traducción. Es el caso de Granada, que se cita como teórico
en el manual de Pabon Guerrero a partir de sus Seis Libros de Retorica
Eclesiástica, escritos en latín y sin traducción al castellano aun, y que
sin embargo en el de Hornedo ya aparece como modelo de traductor, lo
que muestra un mayor grado de independencia frente a las autoridades
latinas, y se le eleva explícitamente como ejemplo de estilista
castellano, incorporando extractos textuales tomados de sus obras en
vernácula, Guía de pecadores y Símbolo de la fe. Legitimado como
teórico y como traductor, Granada abre paso a otros autores ya en su
producción plenamente vernácula.
El desarrollo de las vernáculas y en concreto del castellano obliga,
entonces por un lado a seleccionar y elegir nuevas autoridades y, por
otro, a definir estrategias que la constituyan como disciplina pedagógica
en lengua vernácula, cuya naturaleza, aun teniendo el origen en la
lengua del Lacio, ya tiene consolidada una personalidad propia. Esa
nueva literatura, tomada sobre todo de la producción espiritual del
Renacimiento, va a servir de base para la estructuración de las retóricas
escolares que aquí hemos tratado y que ponen de manifiesto las
estrategias seguidas para posibilitar el tránsito desde la consideración
de la lengua latina como lengua general hacia la comprensión de las
lenguas vivas, entendidas como esa experiencia lingüística previa de la
que hablaba Salinas y Valdés, que permitía la compresión y empleo de
los principios de la teoría retórica y más tarde ocupar su lugar como
lengua nacional, equiparable a la latina en su fuerza de construcción de
espacios políticos y sociales nacionales. A pesar de las presiones
formales sobre la vernácula, a partir del XVIII, ayudado por los
ejemplos patrimoniales, los caminos entre la latinidad y la lengua
castellana ocupan lugares claramente distintos en el ámbito disciplinar.
Notas
1 El artículo es resultado de la investigación posdoctoral de la autora vinculada
a la línea de investigación dirigida por la Prof. Drª Elvira Narvaja de Arnoux
en la Universidad de Buenos Aires (UBA) titulada: “El derecho a la palabra:
perspectivas gloto-políticas de las desigualdades/diferencias”.
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LA INSTRUMENTALIZACIÓN DE LA LENGUA NACIONAL
EN LOS MANUALES DE RETÓRICA
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2 “Considerable importancia en la formación del estilo de Larra atribuye (Pierre
L. Ullman) a la clase de retórica a que asistió en las Escuelas Pías; por ello
reseña con cierto detalle el manual con que en dicha clase se enseñaba la
asignatura, los Elementos de retórica de. P. Calixto Hornedo”
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Línguas e Instrumentos Linguítiscos – Nº 33 - jan-jun 2014
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Palabras clave: historia de las ideas sobre el lenguaje; retóricas;
instrumentos lingüísticos
Palavras-chave: história das ideias sobre a linguagem; retóricas,
instrumentos lingüísticos
Keywords: history of language ideas; rhetorics; linguistic instruments