Historia de Asturias
Atlas de Asturias
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Colección Popular Asturiana
Ediciones facsímiles
Diccionario Ilustrado de la
Lengua Asturiana
Colección «País Astur»:
Flora y Vegetación de Asturias
Fauna Salvaje de Asturias
Geografía de Asturias
Colección «El Cuélebre»
�
�a\ga¡edicione)SALINAS/ASTURIAS
Uría, 5 OVIEDO
TITULOS PUBLICADOS
JUAN URIA RIU, Obras Completas: Tomos I y IV.
AURELIO DE LLANO, Esfoyaza de cantares asturianos.
AMBROSIO DE MORALES, Viaje a los reinos de León y Galicia, y Principado de Asturias.
LUIS ARRONES PEON, Historia Coral de Asturias.
CONDE DE TORENO, Descripción de varios mármoles minerales y otras diversas producciones del Principado de Asturias y sus inmediaciones.
JOSE CAVEDA Y NAVA, Esvilla de poesíes na llingua asturiana.
RAMIRO SUAREZ, Vida, obra y recuerdos de Manuel Llaneza.
COLECCION EL TRASGU
DIEGO TERRERO Y TEODORO CUESTA, Andalucía y Asturias.
DOCTRINA ASTURIANISTA. ANTONIO GARCIA OLIVEROS, Más
cuentiquinos del escañu. TEODORO CUESTA, Poesíes Astu
rianes.
Los Cuadernos de la Actualidad
DEL BELLO BOLLO HABANERO Y OTRAS COÑOTA-CIONES
G. Cabrera Infante, La Habana Paraun Infante Difunto, Ed. Seix Barral, Barcelona, 1979.
Transcurrido algo más de un semestre desde su aparición, esta insólita crónica de amores merece el elogio más entusiasta de quie
nes piden a la literatura petlección de estilo y emoción a un tiempo. Sin duda, con la perspectiva que proporcionan ya estos meses, la retahíla de recuerdos golfos trenzada por G. Cabrera Infante debe ser considerada como uno de los ejercicios narrativos más brillantes y divertidos escritos en castellano durante los últimos años.
No puede ser más afortunada, ante todo, la recuperación de los amores tromperos (cuantas veo, tantas quiero: Cabrera, trapero obsceno), de los penúltimos fracasos (Guillermo, perseverante pendejo), del arte de la mirada (mirón miope), de las técnicas explotatorias (en el cine, en el ómnibus, en la biblioteca), de la gaya ciencia de singar (Infante, simpar singante), del verdadero amor propio (pajillero paciente), en fin, del arte de la caza en el safari del sexo. El alarde de recursos de que hace gala en sus trabajos de amor el innombrado protagonista -primero adolescente amoroso,luego casi sansón del sexo, mástarde Casanova casad0- sólo se corresponde con la espléndida demostración de ingenio y de pericia técnica que exhibe el autor. La galeríade personajes femeninos expuesta-las presas disecadas- es una pruebaelocuente: desde la indeleble Deliahasta Etelvina, la fletera sifilítica;desde Dulce (por siempre Rosa) Espina, tetona esencial, hasta la reca- ·tada Catia; desde Violeta del Valle( con v de vagina, de veterana y deVenezuela) hasta la casi indefiniblepor peifecta (como para empezarpor una pata de la cama) Julieta Estévez.
El libro supone a la vez el rescate de una ciudad irrepetible: La Habana de los años cuarenta y prime-
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ros cincuenta. La Habana como coto de caza del coito, reconstruida calle a calle, cuadra a cuadra, pasaje a pasaje, con mercados y cuarterías. La descripción consigue trasmitir de nuevo la vida y la promiscuidad de Zulueta 408 (el falansterio fecal, la colonia sexual iniciática), de Monte 822, de las posadas del polvo diezminutero, de El Vedado, el Malecón, El Recodo, de Paseo, Miramar, la Plaza Alvear, el Parque Maceo, el Barrio de Colón, de las sinuosas calles de La Habana Vieja: de todo un recinto urbano bien singularizado, no pasivo soporte sino activo y envolvente escenario (del teatro del corazón).
Un teatro que se cobija las más de las veces en los memorables cines de barrio, lugares apropiados para afinar las técnicas del rascabucheo,
propios para los amores de un solo lado. He aquí la tercera gran recuperación que ofrecen estas páginas recientes y de nuevo inimitablemente aliterantes del autor de Tres Tristes
Tigres: más que el cine -aún el de Hollywood, tan presente en muchos momentos-, los cines, esos locales polivalentes, donde se practica la busca sexual, donde se intentan las más audaces manipulaciones, los tocamientos más torpes, espacios de misterio, escuelas de la fantasía, universidades del beso, ámbitos donde anida la sorpresa, segunda residencia inolvidable para tantos adolescentes solitarios como fuimos. Cines felizmente recobrados de La Habana: el Lira, el Esmeralda, el Rialto, el Actualidades, el Alkázar, el Majestic, el Reina, el Encanto, el Rex Cinema, el Lara (donde el cazador es cazado), o los peligrosos Montecarlo, Niza y Bélgica, cuyas
BIBLIOFILOS
ASTURIANOS
PROXIMOS TITULOS
El Fénix Católico Don Pe
layo el Restaurador Reena
cido de las Cenizas del Rey
Witiza, del doctor don Joseph
Micheli y Márquez. Madrid,
1548.
•
Missale Antiqum de la Ca-
tedral de Oviedo.
•
Apuntes históricos, Genea-
lógicos y Biográficos de Lla
nes y sus hombres, de don
Manuel García Mijares. Torre
lavega, 1893.
Pedidos a:
BIBLIOFILOS ASTURIANOS
Cimadevilla, 10·3.º
OVIEDO
TIEMPO DE SILENCIO
--
«La dictadura franquista». David Ruiz
«La oposición al franquismo». Pierre C. Malerbe
* * *
Para una mejor comprensión de cuarenta años de la Historia
de España. * * *
C/. Asturias, 27 - OVIEDO
Los Cuadernos de la Actualidad
pantallas pueden albergar una deslumbrante acción bélica de los marines en un atolón del Pacífico a la vez que un villano japonés anónimo deja caer su mano kamikaze en la entrepierna de su compañero de luneta, cómplice la penumbra.
El cine, La Habana y el amor: tres componentes de este magistral homenaje de un irrespetuoso nieto caribeño de Ovidio al lujo de la lujuria, a la cama camera, a la cacería y no al casorio, a la vulva ajena y no a la crica propia.
José Luis García Delgado
MEMORABLE
MEMORIA Alfredo Deaño: Las concepciones de
la Lógica. Edición al cuidado de Javier Muguerza y Carlos Solís. Madrid, Tauros, 1980.
Alfredo, dos años después de su muerte, ha publicado su memoria de oposiciones. Las oposiciones son públicas (¿su única virtud?);
las «memorias» que para ellas se escriben suelen pensarse sin embargo, al menos en ciertas disciplinas, como si fueran ad usum privatum. Entre tribunal y opositor hay un tortuoso sobreentendido de estrategias conceptuales, de prudentes eclecticismos -tediosamente previsibles-: en la guerra todo vale, y aquí ser insincero es ser potente. Por ello se suscita siempre la muy política sospecha, ante escritos de este género, de si el autor será sincero -psicológicamente hablando- y -científicamente hablando- de si esas reflexiones acerca del concepto y el método de un saber tendrán algún valor, dada la función retórica suasoria que se les atribuye. No es infrecuente, por tanto, que el autor procure la cuidadosa ocultación de su escrito, una vez pasado el mal trago burocrático. Sorprende entonces que un libro como el de Alfredo sea tan pu-
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blicable, a pesar de su sospechosa génesis.
Bien disculpable sería que no lo hubiera hecho, pero Alfredo llevó su escrúpulo de honestidad intelectual hasta el extremo de escribir una memoria que es un verdadero libro. El panorama de posibilidades teóricas acerca de la naturaleza de la lógica que en él nos ofrece será, sin duda, de gran utilidad académicoburocrática (uno ya ve a los futuros hacedores de memorias entrar a saco en ésta, y en el fondo no harán mal); más raro resultará que ese panorama esté, como lo está, animado por una auténtica preocupación filosófica. Filo� ófica, digo, y ello sorprenderá a quien, sin conocerlo bien, pudiera ver en Alfredo un aséptico y purísimo lógico «moderno». Hacia el final del libro, Alfredo distingue tres planos en el estudio de la lógica: el técnico, el conceptual y el trascendental; hablando del último, dice: «ese tercer plano es aquel en que explotamos la posibilidad -la tentación diríamos mejor- que la lógica formal despierta: la tentación de sobreponerse a ella, de asomarse por encima de ella ( ... ), de ver en ella el depósito de las categorías cuyo entramado constituye nuestra forma de ser sujetos de conocimientos ( ... ). Llegar a plantearse la naturaleza de la lógica formal en cuanto tal significa ( ... ) preguntarse qué quiere decir la palabra «logos», lo cual, una vez que se ha respondido que «logos» significa racionalidad, obliga a preguntarse si toda racionaldad es racionalidad formal ( ... ) ¿Es la racionalidad formal la única racionalidad? No, a nuestro juicio». Por supuesto, ello no quita que la lógica formal sea un paso previo en el trato de la racionalidad en general ; sí parece eliminar todo optimismo pedantemente «formalista» ante el tema de «lógica y razón».
Otra sorpresa posible (para algunos): ante la cuestión de la naturaleza de las entidades lógicas, Alfredo se declara «realista» (nada escépticamente nominalista, convencionalista, como algunos podrían creer en España que ha de ser un «moderno»). Pero esta suerte de platonismo (cuyos matices, claro está, no podemos elucidar aquí) nunca fue del desagrado de Alfredo. Recuerdo una expresión de Borges que gustaba de citar: «existen algunos poemas que me gustaría escribir». Podrá parecer esto más mágico que lógico, quién sabe. Alfredo lo aclararía, pero ya no está ahí.
Vidal Peña
MONOLOGO TRIGESIMO SEGUNDO
Fernando Savater, Criaturas del aire Barcelona. Planeta, 1980. e uentan los que saben -aun
que Alá tiene mejores contactos- que un adolescente preocupadillo por las cosas literarias comentaba
a Savater que sí, que lo de La infancia recuperada había quedado fardón, pero que las cosas no se hacían así, que no había por qué andar por el mundo destripando historias y dejando para el arrastre los mitos nuestros de cada día. Femando Savater, que está a todas y oportunidad que tiene de escribir la aprovecha, cambió el así inquietante e hizo un otro con lo mismo.
Claro, la cosa ya tenía sus antecedentes. Un dublinés asentado en Inglaterra, de apellido Wilde, comentaba a algún bas-bleu que por allí pasaba que «The death of Lucien de Rubempré is the great drama of my life». Wilde, pues, no levantaba cabeza por culpa de un personaje de Balzac. El mismo Vargas Llosa se apartaba de la insensata idea del suicidio leyendo los últimos momentos de Emma Bovary, mujer que no dejó de conturbarle y a la que amó más que el idiota y cobardica de León. Muchos desayunan riñones fritos -algo quemados, incluso- a mediados de junio, por aquello de Leopold Bloom.
Lo que faltaba, entonces, era amar tanto a los personajes como para plagiarles. No sólo comer lo que ellos, vestir a su modo -como cuentan que hace Gilbert Lely por los rincones del París de Sade-, dejarse las uñas de tal o cual tamaño: no sólo imitar: pasar a ser ellos mismos, atraparles su lenguaje, su estilo y su escritura. Savater dixit: «No salgo de mí mismo, sino que recupero la pluralidad de mismos diferentes que hay en mí». O, si se prefiere, San Marcos 5, 9: «¿Cómo te llamas? 'Y él respondió:' Mi
Los Cuadernos de la Actualidad
nombre es Legión, porque soy muchos». Pues, de algún modo, el adolescente tenía razón: contar lo bien que se lo pasa uno con Stevenson, Tolkien o Veme puede ser de un frustrante ilimitado, sobre todo si se padece de mala salud o de pocos fondos. Además, quien lee suele vivir de personajes, personajes a quienes detesta o adora, pues ocurre que el autor es en ocasiones un sujeto fofo y desabrido que no interesa lo más mínimo. No amamos a un Flaubert irritable, atentando solitariamente contra el sexto mandamiento, escrutando el horizonte con sabe Dios qué cachivache. Amamos a Emma, a la pareja de chiflados inventores: amamos a las palabras más que a su autor.
Pero Savater debía estar lanzado o haber recibido excelentes críticas por las notas explicativas que cerraban La infancia ... Y así, nos regala con un explicable «Who's who» final, demasiado cercano a la chismografía de portal o a aquellos personajillos de Racine que saltaban nerviosos por el escenario susurrando lo de «Quoi done? qu'est-ce que s'est passé?». Quizá, como uno es de provincias y su posibilidad de publicar muy limitada, ande confundido creyendo que hay que aprovechar papel y salir de la crisis. Por otra parte, ¿no fue Voltaire quien señaló que el secreto de ser aburrido residía en decirlo todo?
Francisco García
LOS CUATRO HERMANOS MARX QUE ERAN TRES, CARLOS Y GROUCHO
M. Vázquez Montalbán, Cuestionesmarxistas, Barcelona, Anagrama, l.ª ed. 1974, 2.ª ed. 1979.
Q uizá el interés de algunos textos radique, bondad o maldad aparte, en su posible adscripción a aquella rama de la semiología so
ñada por Barthes, y en cuanto tal preferida, la signalética o concitadora de signos. Porque esta obra, cuya reedición debiera apuntarse a
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la tozudez, o a la manirrotía, convoca un doble juego. Respecto al receptáculo cultural, uno, respecto a la producción del autor, otro; si bien ambos invertidos. Pocas obras reunirían apariencias más buscadas por progresía que se precie: experimentalismo, sentido lúdico, irreverencia, un como aire de terrorismo cultural.
Ninguna obra de M. Vázquez Montalbán como ésta para articular in
nuce lo polifürme de su producción. Valga decir que el silencio, o esa forma de fortuna que es la. desgracia crítica, la envolvió el escaso tiempo que anduvo en escaparates. A lo que se prevé, igual destino surcará la nueva arboladura.
Claro que la progresía de entonces (cuantificable: 3.000, tantos como lectores fervientes de novela social, y cifra elocuente como para empezar a hablar de la tan cacareada -y no es anaglifo- función social de la misma), la progresía de entonces, íbamos maldiciendo, era gente muy grave, severa de costumbres, ignara en lo tocante a placeres de mesa y bodega, expectante, siempre expectante, muy lectora de diarios matutinos, diarios vespertinos, revistas semanales, revistas bimensuales, mucho libro de bolsillo, esto es, y más en concreto, solapas y contraportadas. Nada obsta, vengan dueñas, para que de aquellos polvos nos surja toda esta floración de gastrónomos, de adictos al tebeo, de tonadilleros de salón, de inhóspitos amantes de novelas de aventura o série naire. Sólo que siempre, y antes, allí estaba él. De forma que ahí viene el soñador; matémosle y digamos a padre que el Planeta. Bien que en comedia, se agradece el recuerdo de que la sociedad reposa sobre un crimen cometido en común.
Lo que para esa miseria del historicismo que es la progresía vuelve intratable esta obra es que pudiera ser su retrato en negativo. Como ellos, el Groucho intelectualizado, o el intelectual grouchizado, sobre todo habla, cita, contracita, juega con el sentido, al sinsentido, levanta un festival de palabras/frasestítulos-espejo/percha/bate de béisbol. Mas la diferencia es, exactamente la que va del mito a la novela.
La Ilustración Gallega y Asturiana.
Crónica General de España.
Gran Enciclopedia Asturiana.
Gran Enciclopedia Gallega.
Quixote de la Cantabria ...
Son tan sólo algunos de nuestros tt'tulos.
Silverio
Cañada Editor.
VALERIANO BOZAL
LA ILUSTRACION GRAFICA
DEL SIGLO XIX EN ESPAÑA
ALBERTO CORAZON
EDITOR
ROBLE, 22 · MADRID, 20
Los Cuadernos de la Actualidad
Lo que para la progresía es esencia, aquí es fenómeno; lo que allí a fuerza de presente histerizado deviene ahistórico, aquí asume su condición contractual; lo que allí rito, aquí carnaval; lo que allí imitación de gestos, y en el fondo mueca, aquí funcionamiento homólogo, y en el fondo irrisión del modelo; lo que allí escena, aquí atrezzo; lo que allí pretensión de significado, aquí primacía del significante. Bricollage de piezas restantes, descontextualizadas, afuncionales, con las que se levanta otra maquinaria como copia cruel, junta de residuos sin fin cuyo inacabamiento dibuja la construcción misma de la ruina, el descrédito de la realidad, toda la tristeza de mañana. Si la cultura siempre será un residuo, aquí esos re�duos de residuo se toman en su condición de tales, se asume la subnormalidad cultural e histórica que nos corresponde. Como en el pensamiento silvestre/salvaje, se anudan hilos sin fin, sólo que no únicamente de forma endógena (la circulación del sentido en la obra, el dibujo de ésta como irrisión de una realidad histórica concreta), sino exógena: anuda al autor con el resto de su producción ( de la que esta obra podría ser la clave secreta) y con el mercado cultural (que la rechaza por razones de propia defensa. O quizá de vampiria: su propio retrato en el espejo inversor, vacío).
José Doval
LA VENGANZA
DEL FUTBOL Vicente Verdú. Elfútbol. Mitos, ritos y
símbolos. Alianza Editorial. Madrid, 1980.
Vicente Verdú se ha tomado con este libro el trabajo de defendemos a los aficionados al fútbol de las graves acusaciones que pa
decemos de antiguo y nos ha proporcionado, además, el placer de leer un ensayo que irradia el mejor ingenio. Nuestro agradecimiento es, por tanto, doble.
El ejercicio dialéctico de su defensa parece, en principio, demasiado apabullante, como si la desmesura de los ataques sufridos por el fútbol en nombre de la cultura exigiera, por simetría, una respuesta
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tan espesamente éulta que remitiese de continuo a los tratados de psicología, sociología, antropología, política y economía, o más simplemente, al diccionario. Pero la complacencia en esta aparente desmesura es tan evidente que pronto advertimos el fondo de sus motivaciones: se trata, en realidad, de una venganza. O, para decirlo con términos más adecuados al tema, de una apabullante revancha.
En cualquier caso, el libro no tiene pretensiones de convencer. Ni falta que hace. Su mayor atractivo está en la redundancia. Es un libro para cómplices. Verdú se coloca a nuestro lado en la grada y, en lugar de distraernos con digresiones morales, nos estimula a que reforcemos atención en lo que sucede sobre el
terreno. Las revelaciones resplandecientes que pueblan las páginas de este libro (el portero como madre, el presidente como gran falo, el hincha como penitente) lo son en cuanto que iluminan lo que vemos para que podamos verlo mejor, no para que veamos algo distinto y mucho menos, para que apartemos la vista y miremos hacia otro lado. No es un juego para advenedizos, sino para iniciados. Sólo quien haya visto tantos centenares de partidos como se adivina que ha visto el autor está en condiciones de participar plenamente en el placer de sus descubrimientos. Hasta aquí alcanza la venganza, a pesar de que en la última línea Vicente Verdú proclame que «todos somos aficionados al fútbol», con una exageración que, bien por exceso de generosidad o por concesión a la estética literaria, no deja de resultar discordante en un libro tan riguroso. Porque no es cierto que todos seamos aficionados al fútbol. Hay algunos que no lo son. Ellos se lo pierden.
Melchor Fernández Díaz
INCOMPLETA
PROSA Jorge Luis Borges, Prosa completa,
Editorial Bruguera, Barcelona, 1980. H ace tan sólo una docena de años bastaba en este país el retrato de un apostolado para evocar los lectores de Jorge Luis Bor
ges Acevedo Haslam Suárez Lafinur Laprida Arnett Haedo. Hoy, a juzgar por las ediciones y la clamorosa publicidad, es insuficiente la legión. Hasta para adornar una recensión de un libro sobre púlpitos se cita Discusión, la página once y en Alianza, claro.
No se agobie el comprador con el peso de la moda, que si faltara el placer el propio Borges -y antes Montaigne- excusaría al poseedor de sus libros de convertirse en su lector:
«Soy un lector hedónico: jamás consentí que mi sentimiento del deber interviniera en afición tan personal como la adquisición de libros, ni probé fortuna dos veces con autor intratable, eludiendo un libro anterior con un libro nuevo, ni compré libros -crasamente- en montón».
También indulgente, pero consigo misma, se revela Bruguera -y antes Emecé, imagino- al juzgar completa la prosa borgesiana de estos dos volúmenes; pues, s0specho, no pretende lo obvio, calificarla de perfecta, más bien postular que no hay más.
Sé que hay prosa que por repudiada -Inquisiciones, El tamaño de mi esperanza-, era inútil esperar. Y no es cuestión de recordar ahora la mucha escrita en colaboración. Pero sé de treinta y ocho prólogos más un prólogo de prólogos que no son verso, por los que preguntaréis en vano al índice de este libro; tampoco hallareis los dos hermosos relatos de Rosa y Azul, ni las escasas pero bellísimas prosas de La moneda de
Los Cuadernos de la Actualidad
hierro o Historia de la noche, ni el breve cuento Las hojas del ciprés o el ensayo El idioma de los argentinos o La sepultura. Y del Evaristo Carriego, ¿qué se hizo?
Convengo, eso sí, con esta editorial en que las conversaciones no deben incluirse en Prosa completa. En esto, con humildad, discrepamos de la Academia Sueca, la que no ignora, como ignoraba Monsieur Jourdain, que decir «Nicolasa, traedme mis pantuflas y dadme mi gorro de dormir» es prosa, y nos lo recuerda todos los otoños. Mejor que valorar declaraciones efímeras, tan poco generoso concilio debiera releer esta confidencia: «He sido un vacilante conversador. Me sé del todo indigno de opinar en materia política, pero tal vez me sea perdonado añadir que descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística». O esta otra: «Me he afiliado al partido conservador, lo cual es una forma de escepticismo». O ésta, concluyente y que suscribiría un demócrata radical: «Creo que con el tiempo mereceremos que no haya gobiernos». Alguna acaso se encuentre en Prosa completa.
No, definitivamente no agotan estos dos volúmenes de la editorial Bruguera la prosa de Jorge Luis Borges. Y si no lo hubiera insinuado ya Juan Benet hace tiempo, al prologar una novela de Faulkner, escribiría yo ahora que faltan también las traducciones. Ah, y El Quijote entero.
Bernardo Fernández Pérez
DUELO
ANTIFASCISTA
John Le Carré. La gente de Smiley. Editorial Argos-Vergara. Barcelona, 1980.
N ovela de espionaje de alta calidad y pésima traducción, con 356 páginas de texto que salen a 1, 10 pesetas página, salvo des-
cuento.Los viejos centuriones coloniales
de Kipling han caído en el polvo. Los rusos, ex zaristas y ahora soviéticos, han llegado a Kabul sin que nadie imponga multas a sus blindados por exceso de velocidad. En el desfiladero del Khyber ya no están
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los lanceros bengalíes. Gary Cooper se ha desvanecido en el recuerdo y para defender Occidente sólo quedan los tipos como Smiley-James Mason, que, envejecido, solitario y jubilado, sale de entre las sombras para recuperar el tiempo perdido: cuando los agentes secretos ya no eran unos caballeros, pero conservaban una ética maquiavélica, antes de ser desechados por antieconómicos en esta realidad mediocrática, tecnocrática y abrilmartorelliana.
Ha pasado el tiempo de Inglaterra. No hay colonias que conservar ni prestigios que mantener. Quedan personas como Smiley que guardan su lealtad para su propia gente, sin disfraces ideológicos ni coberturas económicas. «Contra la estupidez hasta los propios dioses luchan en vano pero Schiller no había tenido en cuenta a la burocracia»: Smiley sí y aun así se lanza a la lucha que parece definitiva y final.
En el ciclo del «Circus» -ocho novelas de las que cinco son protagonizadas por Smiley y en las otras es una presencia determinante- se ha ido derivando en las últimas obras hacia un duelo personal entre el agente inglés y Karla, su equivalente ruso. Duelo que es un enfrentamiento entre Smiley y su otro yo, reflejado en un cristal más oscuro. Karla, empezando en la guerra civil española y Smiley en la Alemania nazi, tienen un pasado común antifascista que ha ido evolucionando hacia un total antagonismo. Pero el destino es una op¿íón personal y los dos agentes semejantes se convertirán en opuestos. El fanatismo arropado por la fe en el Partido y la Historia, para Karla, la lealtad inconmovible hacia su gente, del inglés, han ido a converger en este encuentro final que tiene mucho de western sicológico.
Smiley ha cargado durante años ,con la autocalificación de derrotado ·por el ruso, que ha utilizado a su
SOCIEDAD FONOGRAFICA ASTURIANA, S. A.
Cervantes, 7-7.0 - OVIEDO
Títulos editados:
Canciones asturianas, Suite llanisca, La Xana, etc.
Vaqueiras y otras canciones asturianas.
¡Ay rapacina!
Próxima publicación: Esparabanes; intérprete: Julio Ramos.
PROXIMAMENTE:
Juan Taboada Buceta
Tel. 291306 - OVIEDO
MONUMENTA HISTORICA ASTURIENSIA Apartado 425
GIJON-ESPAÑA
ULTIMAS PUBLICACIONES:
VI. ELVIRO MARTINEZ,Los documentos asturianos del
Archivo Histórico Nacional.
Gijón 1979.
VII. JULIO SOMOZA,El carácter asturiano. Edic. de
J. L. PEREZ DE CASTRO, Gijón 1979.
DE INMEDIATA APARICION:
VIII. CARLOS GONZALEZPOSADA, Asturianos ilustres.
Edic. de J. M. FERNANDEZ PAJARES.
Los Cuadernos de la Actualidad
mujer y a su mejor amigo para aplastarle. Sin embargo la «bestia» rusa es también un ser humano y una vez encontrada la fisura, Smiley le devolverá la derrota. Al término del duelo, el inglés ha vencido aunque el pasaje después de la batalla resulta desolador. Con el pasado impidiendo la paz de un futuro conyugal, con su retiro aislado por la ley de secretos oficiales, con Karla derrotado, Smiley no tiene ya ni el recurso del odio para seguir viviendo y encima ha de cargar con su propio desprecio, pues para vencer al ruso ha tenido que usar los mismos métodos deshumanizados que su enemigo.
Quizás no volvamos a encontrarle. El tiempo es definitivo y por lo tanto hay que prepararse para el adiós final, que puede expresarse con la frase de los tribunos romanos al despedirse: «Ave atqua vale, Smiley».
Juan Antonio de Bias
SOBRE LA
F ABRICACION
DE UNA
NOVELA
Jon Cleary. El Torbellino. Barcelona. Planeta, 1979. e ómo escribir una novela
que se programa para ser comprada ávidamente en Norteamérica? En primer lugar, mil y una veces de
be elogiarse a los Estados Unidos: su continuidad histórica desde hace dos siglos; la asunción total de su historia en la actualidad, incluidos los dos bandos de la Guerra de Secesión, o los héroes indios, o las es-
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tirpes negras; el colosal proceso de integración de pueblos y gentes inmigrantes; la tolerancia religiosa entre numerosísimas creencias; la fuerte movilidad social -lo de que un vendedor de periódicos puede ser Presidente, o que un gran empresario puede acabar vendiendo periódicos-; la tranquilidad que reina en las ciudades medias o, en fin, la necesidad de continuar con el esfuerzo, porque aún quedan, aunque pocas, bolsas de pobreza casi siempre de negros.
La autocomplacencia americana sirve de mucho, pero aún es necesario algo más para conseguir un producto clasificable como un «superventa». Jon Cleary, en Vortex -que naturalmente no se traduce por El torbellino- introduce varias cosas más. En primer lugar una historia policiaca. Lo malo es que el relato es trivial, sin interés alguno. En segundo término, un recuerdo de Truman Capote con la conducta de los ladrones y asesinos. El recuerdo, lamentable. En tercer punto un melodrama con varios alicientes: un amor incestuoso; un amor de divorciado; un cáncer oportuno. El melodrama resulta abominable. En cuarto término, una historia de política-ficción, con el Presidente de los Estados Unidos en la Cámara Ovalada, y un Vicepresidente que recuerda a Rockefeller. Dan risa sus problemas, incluidos los de faldas. En quinto lugar, una mujer periodista, a ver si la novela se lleva al cine y la puede representar Jane Fonda. El personaje es tan deleznable como el de la protagonista de la novela El síndrome de China.
¿Qué se añade al mejunje? Una historia de cataclismo, con su correspondiente aditamento científico. En este caso es un tornado, que el autor presenta en la página 9, y que el paciente lector espera, cada vez más irritado, que se lleve por delante al asesino, a la directora del periódico local, a los maleantes, al incestuoso, a la moribunda enamorada, y al mismísimo Vicepresidente de los Estados Unidos. Ha de esperarse nada menos que a la página 252 -la obra tiene 281- para que comparezca el ciclón. Bien es cierto que generosamente se nos concede, en la pág. 254, una segunda tromba, pero aún así, el bostezo no hay quien lo aguante. Además, y por si fuera poco, la traducción es mala, con abundancia de indigesta jerga spanglish. Lo que faltaba a este bálsamo de Fierabrás.
Juan Velarde Fuertes
ESPERANDO
A GRIMOD B. A. Grimod de la Reyniere, Manual
de Anfitriones y guía de Golosos. Prólogo de Xavier Domingo. Editorial Tusquets. Colección «Los 5 sentidos», n.0 3. Barcelona, 1980.
No es que lo diga yo; lodicen cantidad de escribidores y empieza a ser yacasi un tópico: comer estáde moda en España (¿Por
qué, Señor, tendremos que llegar siempre tarde a todas partes?). Y en el terreno de la praxis y la teoría gastronómica hemos pasado, así, de la más absoluta miseria colectiva a la más anonadante marea de erudición a la violeta.
No sólo «mola» comer; también, entre bocado y bocado, puede «molar cantidad» cualquier recurso al repertorio internacional de Autoridades Gastronómicas. En este sentido, los españoles recién empezamos a salir del analfabetismo, de la agrafia y de la afasia, entre otras carencias: ya está aquí, al fin, Monsieur Grimod de la Reyniere -al que estábamos esperando en español desde hacía más de siglo y medio-, de la mano diestra de Xavier Domingo (honor que me acaba de pisar, dicho sea entre paréntesis). Los nuevos gourmets de que habla Juan Cueto están de enhorabuena; la cita de Brillat-Savarin empezaba a resultar agobiante y ahora ya tienen un nuevo clásico para variar. Me los imagino, pongamos, en cualquier restaurante afrancesado de la zona de Chamartín de la Rosa, llegados de viaje de un país exótico y antes de acudir al congreso de ucedé: «¿ sabéis las tres maneras de servir la sopa, según Grimod?» o «Nacho, decía Grimod que el goloso es, o debe ser, el hombre puntual por excelencia, y ya va para tres cuartos que te esperamos, hijo».
Pero, bueno, no quiero que esto parezca una destilería de hiel de cardo. Así que congratulémonos con
Los Cuadernos de la Actualidad
esta edición halagadora del tacto, de la vista, del olfato y casi del gusto (no diré que del oído, aunque, con Vida!Peña, también lamente que los libros no sonasen por sí mismos). Pensemos que no faltarán personas que sabrán usar del libro no como juego de salón, sino como instrumento literario; y es que precisamente quienes lo frivolicen serán los que se lo tomen en serio, aunque suene a contrasentido.
Las meditaciones de Grimod son menos trascendentes que las de su contemporáneo Brillat; su sentido lúdico -no hay que olvidar sus respectivas biografías- es, por el contrario, mayor. Grimod inaugura el periodismo gastronómico y sabe practicar una golosinería más de campo, menos filosófica que la de Savarin, que es más de gabinete. A algunos podrá resultarles, en consecuencia, más ameno. En cualquier caso, tanto en Francia como en España, parece que ha llegado un poco la hora de Grimod. Sea bienvenido. A lo que no le encuentro mucho sentido es a querer presentarlo como la contrafigura de su colega, pues, con frecuencia, no sabríamos percibir más que manifestaciones algo distintas de una misma filosofía alimentaria. Pero, ya se sabe, hay que matar al padre opresor y circunspecto para poner en su lugar al hijo lúdico y liberador. Jean-Paul Aron, en Le Mangeur du XIX siecle, llega a decir: «Brillat-Savarin, cual nuevo Americo Vespucio, ha arramblado con toda la gloria que le correspondía a Grimod de la Reyniere». Y Antonín Careme, el que fuera gran cocinero del príncipe Talleyrand, afirma rotundo: «Ni Cambaceres ni Brillat-Savarin supieron jamás comer: sólo llenaron el estómago».
Pero, aunque algo de cierto pueda haber en todo ello, las cosas no son tan elementales. La Fisiología ... o el Manual ... (o los Almanaques) son aproximaciones un poco diferentes a un mismo tema: a rato igualmente ocurrentes, igualmente deliciosas, igualmente tediosas o igualmente exasperantes. Pero que en ningún modo se excluyen, como tampoco se excluyen Néstor Luján y Xavier Domingo.
Eduardo Méndez Riestra
81
HALCONES
Y RATONES (Ramón Ayerra, Los ratones colora
dos. Madrid. Hiperión. 1979). e uenta Michel Dansel (Nuestras hermanas las ratas) cómo Noé, cuando vio que faltaban los múridos en el Arca, consiguió que el
cerdo estornudase una rata ya fecundada, la cual parió los ratones. Nada sabemos ni del pelaje ni de la astucia de aquellos primeros roedores, pero, sin duda, los personajes de la novela de Ayerra son descendientes de los hijos del cerdo. Capo y Trinidad -que éste es el nombre de la especie ibérica- son dos bestias que se perecen por fornicar y, abandonados a este destino, despliegan su mucha sabiduría para conseguirlo. En la ansiedad del deseo, halcones o ratones, buscan la presa como el hurón al conejo.
Hubo un poeta que comenzó por despreciar la rata en su blasón, y llegó a aborrecer a todos los animales excepto al cisne. Desde La España imperial y Las amables veladas con Cecilia, el proceso de Ramón Ayerra ha sido el inverso: ha ido despojándose de todo lo que ahora entendemos como ganga, hasta llegar a encerrarse sólo con Capo y Trinidad en esta historia de sexo y violencia.
No pasa el lector sin previo aviso a esta cacería. En versión de García Gómez, estos versos del poeta arabigoandaluz nos distancian: La mano del amor nos ensartó para la alegría:!nosotros éramos las perlas ylos amores, los hilos. Por si llegara el olvido, versos semejantes como despedida. Y entre estas dos luces, la noche: una ·historia que son muchas, fragmentos unidos por el vuelo
AEDA COLECCION DE POESIA
Apdo. de Correos 4112
GIJON
-Del lado de la ausencia.M.ª del Carmen Pallarés
-Atardecer en la fábrica. Xavier Palau
- Sinfonía Interior. Fernando Menéndez
- De volver a ella. Luis Beltrán
- Vértigo de la Infancia.Antonio Rodríguez Jiménez
- Los Caracteres del Agua.Alvaro Díaz Huici
En preparación: Tratado de Soledad, de Jesús Aguilar Marina; Manuscrito del Mar, de Rosa Espada. Pedidos y suscripción al Apartado de correos 4112 de Gijón. Número suelto, 200 pesetas; suscripción por 3 números, 450 pesetas; por seis, 900 pesetas. Pago mediante talón bancario o giro postal.
INSTITUTO DE ESTUDIOS ASTURIANOS
«El Reino de Asturias,, (Selección).-Claudio Sánchez Albornoz.
«Boletines 1 y 2 .. (reedición facsimilar).
«Historia de los Boticarios de Oviedo ... -Melquíades Cabal.
«La creación de la Real Audiencia en la Asturias de su tiempo ... -Francisco Tuero Bertrand.
«Refranero Asturiano ... -Luciano Castañón.
«Del folklore Asturiano ... -Aurelio de Llano.
«Asturias por la independencia y la libertad de Españ ... -J. E. Casariego.
« Excavaciones en la cueva "Tito Bustillo",,_-J. A. Maure Romanillo.
1 · D·E·A PLAZA DE PORLI ER, 5
OVIEDO
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de las rapaces, perlas ensartadas en el collar de los ratones.
Como siempre hay lectores apasionados, versos como los citados de Ben Al-Saqqat, si algo significan, deberían extenderse a lo largo del libro. Porque Ayerra, que está persuadido de que el mejor autor es el pueblo, que piensa con el clásico que las figuras están en el mercado, ha escrito un arte amatoria y poética justamente a la manera contraria a los poetas que cita, esto es, nada de sugerencias, eufemismos ni palomas, sino el bulto, lo grueso, el disfemismo, el halcón. Adscríbase, pues, este libro a la ola de casticismo que nos invade, en torno al erotismo; eso sí, a favor de la violencia cuando venga del ratón.
No debe tentarse la suerte. Ni provocar a los dioses. Apolo castigó a Crinis, un indolente sacerdote, con una plaga de ratones. Arrepentido el ministro, cumplió religiosamente sus deberes. Pero cuando el dios levantó el castigo, los animales se negaron a abandonar las tierras de Crin is. El final no pudo ser otro: Apolo Smintheus tomó el arco y las flechas y exterminó los ratones.
Metidos en la ficción de los dioses, -es difícil precisar si este suceso guarda alguna relación con el del Arca de Noé, pero también del capítulo del Génesis conocemos el final: quien trajo el olivo al patriarca fue la paloma.
Moisés Morí
SERIEDAD
En el acto de presentación del libro de Paco Ordóñez, Justino de Azcárate enlazaba con la tradición institucionista -po
cas más respetables, desde luego-para propugnar la seriedad: la vida no es alegre ni triste, la vida es seria ...
Recordaba yo, escuchándole, que los niños. del franquismo aprendimos en las escuelas aquello de que ser español es una de las pocas cosas serias, etcétera.
U no tiene la manía bibliográfica y recurre siempre a sus clásicos. En este caso -y en alguno más- a don Ramón Pérez de Ayala, en el libro I de Las máscaras: «Bien que suene a paradoja, en el hombre la falta de seriedad suele ser casi siempre un
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ponerse demasiado serio, un tomarse demasiado en serio lo que no es acaso bastante serio, y, señaladamente, tomarse demasiado en serio a sí propio y cuanto a uno le atañe».
No es sólo cuestión de palabras. Supongamos que un chico que pasaba por la calle hubiera entrado al acto de presentación de ese libro. ¿Qué hubiera pensado de esa apelación a la seriedad? Imagíneselo el lector y piense si hay razón para acusar a los jóvenes de «pasar».
La cuestión -como diría alguno de nuestros ilustres maestros- no es enteramente baladí. Este país nuestro, tan negro y sombrío, tan trágico y sufridor, ¿no necesita una buena dosis de humor, de juerga y de diversión? ¿No es más serio -de verasWoody que los «barones» de UCD?
Nota bibliográfica final: «El humor, señora, is ali pervading or is not« (Julio Cortázar).
Andrés Amorós
MARZO EN
MADRID:
GRANMUSICA
NEGRA
El Art Ensemble de Chicago, Archie Shepp y Mcoy Tyner, uno detrás de otro, han llenado tres fines de semana madrileños en lo que
ha constituido, sin lugar a dudas, la mejor programación de actual música negra de las que hemos podido disfrutar en nuestro país (festivales de San Sebastián incluidos).
La actuación del Art Ensemble, el pasado 14 de marzo en el Teatro Alcalá, fue algo así como la presentación en sociedad del free-jazz en España (aunque los mismos músicos no acepten este cliché). Roscoe Mitchel, Joseph Jarman, Lester Bowie, Malachi Favors y Don Moye, integrantes del Ensemble desde hace 15 años (excepto Moye, el batería, que se incorporó al grupo en 1969), dieron una lección, durante hora y media de música-espectáculo ininterrumpido, de historia del jazz. El escenario, repleto de todo tipo de instrumentos de percusión y viento: gongs y timbales, campanas y congas, marimbas y bongos, caracolas y silbatos, batería y vibráfono, saxos, trompetas y flatuas, se iba transfigurando al son de la música; de un bazar oriental pasábamos a un circo y de éste a un club sórdido de jazz donde cinco boppers en ebullición nos asombraban con su agilidad y sentido rítmico. Su trabajo, realizado desde una perspectiva irónica (caras pintadas, mimo), superadora, conscientes déº su suficiencia mez-· ciando, por ello, blues, bop, reggae, percusión africana y ragas orientales, destrozando intencionalmente acordes y melodías, nos maravilló.
Y, el jueves siguiente, Archie Shepp. Llegó cansado, tras tres días de fallas valencianas, a un local algo pequeño pero más entrañable y con mejor ambiente que el Alcalá: el colegio Mayor San Juan Evangelista. Notamos el «cansancio» en su pianista Siegfried Kessler, que no se estrenó, pero no en Shepp: éste recitó, cantó, tocó el piano además del tenor y el soprano y tuvo ganas hasta para empujar con sus riffs al conocido espontáneo madrileño Pepe «jazz», (injustamente vituperado por el crítico de «El País») que nos brindó una breve improvisación en scat sobre un fuerte y rápido blues a lo Sonny Boy Williamson, en lo que fue el punto álgido de la reu-
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mon. Temas de Ellington (preciosa interpretación de «In a sentimental mood» con Shepp al piano), de Monk y del propio Shepp (de su L.P. inédito aún por aquí «Attica blues») perfectamente acompañado por la sección rítmica: el mingusiano Cameron Brown al bajo y Charlie Persip a la batería; e imágenes coltranianas: sentado en su silla, algo cheposo, con las dos manos sobre el soprano reposando en sus piernas, totalmente enfrascado en su música, nos hacía recordar al Coltrane que nunca pudimos admirar en directo: después de ver a Shepp uno puede transportarse más fácilmente del disco a un escenario, para recrear a Coltrane.
Sin embargo Mcoy Tyner, pianista de este último durante años, me defraudó, quizás por la inevitable comparación con los recitales descritos. De los dos primeros temas del sexteto a los últimos fue decayendo, en mi opinión el nivel musical de la velada. Si es cierto que hubo buenos y desacostumbrados solos (como el de Guilherme Franco con la pandereta o los de Charles Fambroug al contrabajo) también lo es que el sonido era muy malo (esta vez falló el Alcalá),. que al saxo le faltaba el empuje necesario para arrastrar los temas y que las últimas composiciones eran algo débiles, recordando por momentos lo que oímos en los telefilms de televisión. De este Mcoy al que se pudo ver en cuarteto en Montreux, el año 74, (recogido en un doble L. P.: «The enlightement suite») media un abismo. Otra vez será.
Josechu Arrieta
PREMIOS SIN
SUSPENSE «OSCARS» 80
Q uienes a falta de poder abrazar a Michael Cimino tuvimos que conformarnos con mantener su película a salvo de las babosas ma
jaderías de los eternos atorrantes andábamos últimamente algo preocupados, no demasiado en realidad, por una extraña dolencia cuyos primeros síntomas habían sido detectados no a raíz del fracaso de Robert de Niro en la dichosa operación rescate abortada por los rusos sino a raíz de las también reciente� dispo-
s1c10nes de la Academia. Al cumplirse precisamente un año de aquel conmovedor God Bless America entonado a duras penas y cuando todavía seguíamos preguntándonos con frecuencia no cómo y por qué había sido posible tanta fascinación sino qué habría sido de nuestros buenos amigos de Pensilvania, si Linda se habría casado por fin con Michael; convaleciente aún de aquel inextricable nudo en la garganta provocado por la ausencia de Nick, fue cuando notamos con asombro que, en lugar de emocionarnos como estaba mandado y nos satisface tener por costumbre con la triste aunque programada suerte de los Kramer, preferíamos entregarnos a otras cuestiones tenidas por bastante menos apasionantes. Para que el goce fuese completo era preciso llevar el Jagrimero al analista con el fin de someter nuestras tiernas secreciones a los más duros y aburridos controles de laboratorio. Ninguno de estos trastornos nos había molestado el año anterior estando como estábamos a nuestras anchas, más sinvergüenzas que nunca, conmocionados con el fatal disparo de la ruleta rusa ante el que nada pudo hacer De Niro en su desesperado intento de rescatar a Nick; desenlace que ni era el mejor ni el más taquillero de los posibles pero que nos había dejado sin humor ni ganas para ocuparnos del tradicional y entretenido reparto d� estatuillas. En esta ocasión, en cambio, hasta Dustin Hoffman logró sorprendemos con lo de la dudosa virilidad de Osear como si a sus cuarenta y dos años compartidos con George Webber nunca hubiese oído hablar de las películas-probeta. Dejaron incluso de interesarnos las tres controvertidas posibilidades del crío -padre, madre o improbable reconciliación- a fuerza de compararlas conlas de Hoffman -recoger el premiodiciendo tonterías, recogerlo normalmente o, caso improbable, no recogerlo- y por si fuera poco, Linda,de ser un personaje hundido en latrastienda del supermercado oamante del hijo hasta la estupidez,se convirtió en una actriz excelente
llamada Meryl Streep, inquietante mezcla de Lucrecia Borgia y Doña Calidad, a la que escrutábamos con científica obscenidad en busca de significativas relaciones de equivalencia. Estábamos mareados de darle tantas vueltas a las comercialmente explicables derrotas de Cop-
pola, Woody o Fosse; o a las también inexplicables de Mickey Rooney, la Clayburgh o Mancini -¡ Qué películas tan excepcionales, Comenzar de nuevo y 10!- y ya no sabíamos bajo qué nuevos criterios oponer lo cotidiano frente a lo espectacular, Almendros a Storaro, el musical al melodrama, Nueva York a -Pensi!vania, los operadores europeos a los americanos, el jazz a Vivaldi, el divorcio de los Kramer al rechazo de métodos anticonceptivos por parte de los padres de Hoffman, United Artist a Columbia, Sally Field a Jane Fonda, la estatura de unos a la de otros o la madre que cumple años al niño que se niega a cumplirlos, en vista de que las emociones que proporcionaba la historia de Benton, sin ser desdeñables, no eran tan intensas como las resultantes de medir sus secuencias, contrastar suspiros o analizar sus curvas de interés tratando de desvelar la matemática peifección del producto en función de la ya prevista respuesta de nuestras glándulas lagrimales. Así se explicaba que de entre todos los Oscars fuese el concedido al inventor de la moviola el más celebrado desde nuestros delirios febriles, dado que su inestimable aportación era la herramienta que mejor definía nuestro débil estado de salud. Aquel devorador antojo de video que no hacía mucho nos consumía remitió ante las inmensas posibilidades que la moviola ofrecía a nuestros afanes más recientes: para nada queríamos ya un video con el que llorar cuando
Los Cuadernos de la Actualidad
nos apeteciera con el infortunado matrimonio si con la moviola podíamos destripar a gusto la precisa maquinaria de relojería de Benton.
En esto andábamos cuando Hitchcock se fue y ahora ya nada sigue siendo como antes.
Manuel González Cuervo
RETRATO DE
GUDARIS CON
EUSKADI AL
FONDO El Proceso de Burgos, Imanol Uribe.
Ala sombra de los jelkides en flor, un vistoso paseo a través del gudarismo irredento, lastrado por una cierta torpeza fílmica
y un obvio desaliño argumental, _verbigratía la soporífera encerrona primera con - Ortzi (Letamendía), desde una tan invisible como angustiosa jaula de zoológico (excusan el símil, sin duda inapropiado): vueltas y más vueltas, margen derecha del Nervión y Bilbao al fondo. En la lengua sin pelos, tristes típicos tópicos, el mito de los Orígenes carlistas, tácita refutación de Espartero, expresa asunción del ius sanguinis peneuvista -jaungoika eta lege zarra-, convenientemente reciclado.
Emergen a todo esto antediluvianos apologetas de la cosa ída, arrebólanse sus mejillas, son presa del pánico, advierten la intrínseca perversión del transgresor celuloide y tiran de teléfono. Hemos puesto una bomba. Goering aggiornado, cuando oigo hablar de Euskadi, saco la pistola. Ritos equívocos en defensa de mitos no recuperables.
Al margen, haciendo caso omiso, hasta donde es posible en tales casos, del contexto, imbricándose en el texto, adviértese el carácter falsamente eudemónico del discurso filmado, su cordial propensión a los ídola tribu baconianos, al chascarrillo y el mitema. A «El Proceso de Burgos» le sobra ambigüedad y le falta rigor. Por decirlo con mayor dosis de inverecundia, Uribe buscó la fórmula del drama épico brechtiano (un verfremdungsejfekt que servía en bandeja el transcurrido decenio), y le salió «Franco, ese hombre», pero al revés.
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Sentado en la butaca no parece que fuera esa la pretensión primera, pero perdiéronse los estribos sorteando el amplio trecho que va del dicho al hecho. Con inusitada frecuencia, el documento, vendido como tal, deja de serlo, trócase en laudatoria vindicación, con un toque de sano recochineo, como volviendo la cara hacia los años pasados y arreándole a su patrilineal hacedor una contundente pedrada cinematográfica.
Pequeña historia de los años setenta y los primeros síntomas de debilidad por parte del régimen franquista, «El Proceso de Burgos» es, ante todo, un documento cinematográfico interesante y frustrante. El menester crítico quedó en menesterosa sarta de lugares comunes, por más vueltas y premios festivaleros que le den al asunto. Carece de espontaneidad, aburre en ocasiones, interesa las más, divierte muy de cuando en cuando.
La anodina reiteración de entrevistas, sin solución de continuidad, conduce a un vago retablo de dieciséis apóstoles y pico. En medio, la narración en off, con apoyatura de imágenes rurales, adecuada quizás para filmes de promoción turística, huera interpolación en este caso, desdichada figura de la conciencia vasca.
El conjunto, de otro lado, no es tal sino sonsiderándolo como unión de las diversas partes, excluyentes, li-111ipares y en raras ocasiones emparentadas eii.ire -sí. Por decirlo según la parla dominante, cada uno tiene su rollo, aún partiendo de una raíz causal -nunca mejor dicho-, común. Demócrito de Abdera tendría mejor mano para ordenar el torbellino de abertzales partículas. «El Proceso de Burgos» quiso ser documento y se quedó en lamento. Escarceo entre el chismorreo y el rigor: tablas.
Francisco Orejas