Los Cuadernos del Pensamiento
CUATRO ESCENARIOS
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Waldemar Januszczak
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En el canto 11.º del Purgatorio, Dante y Virgilio tropezaron con un pintor antiguamente famoso, Oderisi da Gubbio, encorvado bajo una carga de piedra, ex
piando así el pecado de orgullo. Da Gubbio había aprendido su lección. Preguntado por Dante, pronunció la primera crítica histórica pesimista del arte en el mundo.
«iüh, vacía gloria la de las facultades humanas! Cuán breve tiempo dura su esplendor en la cima, a menos que le siga una época infecunda. Cimabue creía que mantenía su puesto en la pintura y que así la fama del otro se oscurecía -ahora el aplauso es para Giotto-... La fama terrenal no es más que un soplo de viento queahora viene de aquí, y cambia de nombre porque cambia de dirección». Ya en la Florencia delsiglo XIV el arte luchaba a brazo partido con lamoda.
Mirando con desprecio la divina comedia representada en las galerías de Nueva York, Londres, Berlín, París, Milán, durante los últimos cinco años, Da Gubbio hubiera observado, para su satisfacción, que en medio milenio de febril discusión, de escritura de tratados, de publicación de manifiestos y de estridentes declaraciones estéticas, nadie ha enmendado su filosofía básica: Hoy aquí, mañana desaparecido.
lSe trata de un simple ejemplo para nuestros tiempos? El modernismo creía que mantenía su puesto en la pintura. Pero ahora el aplauso se lo lleva el posmodernismo. Y tan seguro como que Dante escribió el Infierno, pronto existirá un pos-posmodernismo sobre el que discutir, al que definir y nominar.
Lo más extraordinario en relación con el modernismo no es cuántas equivocaciones se co-
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metieron, cuán absurda podía ser o cuán irrealizables fueron sus sueños, sino el tiempo que duró. lCómo se las arregló para mantener su imperio sobre nuestra vanguardia cultural durante tres cuartos de siglo una filosofía artística que, desde el comienzo al fin, fue objeto de tal desconfianza y crítica a gran escala?
Desde su espléndida posición ventajosa, Oderisi da Gubbio podría ver que, por debajo de las cortas oscilaciones del péndulo de la moda, existe otro regulador pendular, con oscilaciones mucho más amplias, de las fuerzas de la cultura. El pequeño péndulo actúa en ciclos de diez años, el amplio lo hace por épocas y siglos. El modernismo como la época del renacimiento o del barroco, no fue un soplo de viento, no fue solamente un movimiento artístico. Fue un cambio en las conciencias humanas cuyos destinos, desde el comienzo al fin, estuvieron inextricablemente entrelazados con las esperanzas de este siglo.
Al comparar el modernismo con el posmodernismo no estamos comparando cosas equiparables. Si el modernismo fue la nueva perspectiva radical de una época, el posmodernismo, según los indicios hasta ahora existentes, fue un abigarrado movimiento-protesta sin ninguna ambición evidente para sí mismo, ningún consenso estético, que comprendió a unos cuantos artistas de éxito y una enorme cantidad de artistas desafortunados. En realidad, sólo en las mentes, obsesionadas por los movimientos, de los críticos de arte y de los comentaristas culturales consiguió este repentino chaparrón ascender a la categoría de movimiento. El posmodernismo, al igual que el manierismo o la moda de Caravaggio a comienzos del siglo XVII, que el surrealismo, el arte pop o el minimalismo, fue una corta oscilación del péndulo.
La visión simplista, o posmoderna, del modernismo es que se trataba de una especie de montaña elitista imposible que el arte comenzó a escalar a principios de siglo. La cima de la montaña estaba ocupada por una obra artística legendaria: en la arquitectura, esta obra estaba simbolizada por la torre de cristal de Mies van der Rohe; en música, por el silencio orquestado de John Cage; en arte, por el cuadrado blanco, sobre un lienzo blanco. Cuanto más alto llegaban los modernistas en su ascensión, más se alejaban de las ambiciones artísticas del hombre común, hasta que, a comienzos de los años ochenta, no había camino que seguir en ninguna parte, excepto hacia atrás.
Pero la analogía del modernismo con una montaña comienza a desmoronarse cuando se examinan los hechos. El arte modernista no tuvo que esperar setenta años para alcanzar la cima simbólica de un cuadrado blanco en un fondo blanco. Kazimir Malevich lo pintó en 1919. Fue reinventado por Ben Nicholson en 1932. Por Picasso, en su tributo a Matisse de 1954. Por Yoko Ono, en 1964. Robert Ryman lo ha estado
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pintando durante veinte años. Se mida como se mida el progreso del modernismo, no fue ciertamente un ascenso despiadado hacia un pináculo elitista.
El modernismo no fue una creencia en el progreso por el progreso, sino una creencia en la capacidad del ser humano para la mejora y el perfeccionamiento. Su programa consistía en hacer del mundo un lugar mejor. Nacido el mismo día que el nuevo siglo, fue una respuesta supremamente optimista a la aurora de una nueva era y, por consiguiente, una crítica de la vieja.
La adversidad nunca pudo acabar con el modernismo porque se trataba de un movimiento verdaderamente revolucionario. En su propia naturaleza se encontraba la natural determinación del revolucionario de sobrevivir y ser oído. Cuando Hitler clausuró la Bauhaus, ésta se trasladó a Nueva York y Londres. A pesar de que en los periódicos aparecieron numerosos chistes sobre el arte abstracto, fueron siempre considerablemente sobrepasados en número por el de artistas que querían ser abstraccionistas. El fracaso no mató al modernismo, lo mató el éxito.
Si retornamos a la ventajosa posición de Oderisi da Gubbio y contemplamos el mundo artístico posmoderno, lqué es lo que vemos? La escueta respuesta es: una de las grandes historias de éxitos económicos de nuestros tiempos. Se están construyendo más museos que en cualquier otro momento de la historia del arte. Sólo en Japón, la última década y media ha conocido la apertura de 500 nuevos museos. En Gran Bretaña, el Museo de Victoria y Alberto está gastando una fortuna en su reconstrucción y lo mismo sucede con la National Gallery, el Tate, el British Museum, el Courtauld lnstitute, la Whitechapel Gallery.
Los marchantes de arte nunca lo han tenido tan bien. Para llenar todos esos nuevos museos podrán cobrar precios de primera clase por un arte de décima categoría. El Getty Museum tiene más dinero mensual para gastar en obras de arte que el producto interior bruto anual de algunas economías del Tercer Mundo.
El Estado ha hecho de motor. Los Consejos de Arte se han convertido en subordinados del mismo. El dinero tan pródigamente gastado es de procedencia privada. Y los intermediarios que están en esto, patrocinadores, «consultores» artísticos, marchantes yuppy, todos trabajando,moviéndose con una actividad febril, tomando atajos estéticos, modelando el arte a su propia imagen.
El rococó fue la última ocasión histórica importante en que la pintura y la escultura se entregaron de forma tan totalmente sincera al sensacionalismo, la titilación, los ringorrangos, el pastiche, la incomunicación y el narcisismo. También entonces los petimetres en el poder tuvieron dificultades para distinguir entre arte y estilo.
No existe, por supuesto, ningún imperativo
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moral ni cultural que decrete que el arte deba involucrarse en la búsqueda por parte de la sociedad del auto-perfeccionamiento y la ilustración. Sólo existen los hechos históricos que apoyan esa visión. Ninguno de los indisputablemente grandes logros del arte, desde la construcción de las catedrales góticas a la pintura de los frescos del renacimiento, desde la escultura griega al arte de los cubistas, se emprendieron sin algún tipo de propósito moral, o religioso, o didáctico, o satírico, o educativo. El modernismo tenía claramente la ambición de ayudar a la construcción de un Brave New World. El posmodernismo se distingue por la completa ausencia de cualquier ambición de esa clase. Su único fin parece ser el de agradar.
Una forma fácil de hacerlo es crear una especie de revoltijo cultural con los mejores fragmentos de los estilos artísticos del pasado, pintar-en-compañía-de-un-máximo. He perdido el rastro del número de estilos pictóricos recientes que se ponen en marcha sólo para cotizarse desde ellos, para referirse a ellos o para ridiculizar el arte del pasado. Contemplando el llamado mundo artístico posmoderno, Da Gubbio vería una sociedad saqueando desesperadamente la historia del arte en busca de ideas, una sociedad cuya fe en su propia expresión artística se ha desvanecido por completo.
Si la temática del modernismo estaba dada -iba a ser siempre una celebración de las posibilidades del siglo XX-, el posmodernismo se hadistinguido por una carencia de temática endémica, emparejada con su falta de pronósticoeducativo, didáctico y creativo.
En ausencia de cualquier objetivo compartido por ellos y por la sociedad en que viven, los artistas posmodernos han vuelto a caer en el único tema que habían abandonado -en sí mismos-. Nunca tal cantidad de arte se ha realizado sobre el tema de su artífice.
El argumento usualmente expuesto para justificar este abandono de la responsabilidad creativa es que el posmodernismo representaba los deseos de una audiencia más amplia. El modernismo es visto como una especie de conjura vanguardista incubada por un puñado de intelectuales europeos -alemanes, rusos y judíosque lo impusieron al hombre de la calle y se las arreglaron para continuar imponiéndoselo durante setenta años mediante la estrategia de moverse subrepticiamente hasta llegar a posiciones de poder.
El nuevo arte puede ser en su conjunto más figurativo, más tangible, más obsesionado con el pasado, más humanista, más sólido que buena parte del producto modernista, pero es seguro que no está notablemente más cerca de las ambiciones artísticas del hombre común. Según mi experiencia, el hombre de la calle encuentra tan irritante un Kiefer tachonado de paja o un pastiche neo-clásico mal pintado como un mal construido cuadrado blanco sobre un fondo blanco.
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El arte posmoderno no constituye una salida radical en su accesibilidad sino en sus propias ambiciones.
En una pintura neo-clásica de Stephen McKenna o en las últimas obras de Giorgio de Chirico, tan de moda otra vez, se ve al viejo metafísico soñando un falso mundo clásico lleno de columnas dóricas y muchachos atenienses para la Italia de Mussolini.
Claramente, tal tipo de pintura ha renunciado a la histórica ambición artística de cambiar la forma en que vemos y entendemos el mundo, una ambición que era evidente en el estudio de la perspectiva en el Renacimiento, como también lo era en el arte de los impresionistas. Esta renuncia explica en buena parte el éxito que tuvo el posmodernismo entre los establishments.La cultura del pastiche difícilmente puede ser una fuerza revolucionaria.
A diferencia de sus predecesores modernistas, los artistas posmodernos han demostrado una marcada carencia de interés por la formación de grupos y la fundación de «ismos». El hecho es que la mayoría de los artistas de éxito actuales, desde Schnabel en Nueva York a Kiefer en Hornbach, desde Baselitz en su castillo alemán a Clemente en su asrama indio, todos son solitarios estéticos.
Si el modernismo era un colectivo filosófico, una forma de pensar compartida por una amplia colección de artistas que se encuadraban en grupos de apoyo mutuo, el posmodernismo opera según el principio de la producción egocéntrica del genio solitario, el más importante de los artistas, cuyo tema es él mismo.
Permanece el hecho de que los artócratas del posmodernismo han crecido de forma más saludable, más rápida que cualquier otra generación de jóvenes artistas en la historia del arte. lPor qué? lQué valioso servicio han prestado?
Pasear por la asombrosa y super-gigantesca galería de arte que Charles Saatchi se ha construido para sí mismo en St. John's W ood, y la orientación de las pinturas y de los espacios tipo basílica no le deja a uno la menor duda: hemos entrado en un templo del arte. El artista posmoderno parecería estar en el extremadamente lucrativo negocio de vender pedazos de espiritualidad a una sociedad cada vez más exánime y materialista. El expresionismo, el vehículo perfecto para sugerir una espiritualidad rudimentaria, es el estilo pictórico elegido para los años ochenta.
lQué ocurrirá después de esta década? Tanto la ley inmutable del péndulo como los hechos históricos apuntan a un período de puritanismo moral y pictórico. Todos los marchantes de estilo, los narcisos y los petulantes se verán cercados y enviados a la guillotina estética. Oderisi da Gubbio tendrá compañía en el purgatorio. Sus cantos de Hari Krishna y sus inacaba-
�.bles confesiones estimularán al viejo O, demente florentino. �