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Tema del mes
Corrupción, guerra en Europa, Cataluña
Los tres frentes del
CONDE-DUQUE de OLIVARESLos Austrias menores delegaron el poder en la figura
de los validos, una suerte de alter ego que administraban
los asuntos del Estado. Durante el reinado de Felipe IV,
el conde-duque de Olivares fue el hombre fuerte de España.
Un estadista que centró su actuación en reforzar el poder real,
tendiendo a una administración más centralizada
y desplegando, para conseguir sus objetivos, una política
belicista. Su período de privanza también se caracterizó por
una corrupción que lastraría las cuentas del país.
ALBERTO DE FRUTOS
Se llamaba Gaspar de Guzmán
y Pimentel y nació en Roma
en el seno de una familia
de aristócratas, el día de
Reyes de 1587. En la Ciudad
Eterna pasaría su infancia
nuestro personaje, mientras
su padre, que era embajador, se batía
el cobre con el papa Sixto V. Fue su
abuelo el primer conde de Olivares, y
hombre muy próximo a Carlos V, a quien
ayudó en las Comunidades de Castilla
y quien le proveyó con el condado y el
hábito de Calatrava. En principio, no le
correspondía a Gaspar heredar el título,
ya que tenía un hermano mayor que
él, por lo que fue destinado a la carrera
eclesiástica. Se trasladó con su familia a
Salamanca, en cuya universidad estudió,
e incluso llegó a ser rector de la misma
entre 1603 y 1604. ¡A los diecisiete
años! Su futuro era promisorio, pero no
tardó en abandonar los estudios antes
de cumplir los veinte, tras la muerte de
su hermano Jerónimo y de su padre.
Empezó tomando las riendas familiares.
Acabó sosteniendo las del país.
Su padre había ostentado también un
cargo en el Consejo de Estado de Felipe
III, y Gaspar siguió su hilo y se introdujo
en la corte, emprendiendo la ambiciosa
carrera de poder y títulos que concretó
su vida. En 1615 el valido de Felipe III, el
todopoderoso duque de Lerma, propuso
que el de Olivares fuera gentilhombre
de cámara del príncipe Felipe –el futuro
rey–, lo que lo situó en una posición
privilegiada para bregar por sus intereses
particulares. Luego, en la lucha interna
entre el duque de Lerma y el duque de
Uceda, se decantó por este último y
acertó, sugiriendo al nuevo valido que
llamara a la corte a su tío, Baltasar de
Zúñiga.
Unos años después murió Felipe
III, y Felipe IV subió al trono y designó
a Zúñiga como su consejero principal,
mas este falleció al año siguiente. El
dilema que se le planteaba a Felipe IV se
encauzaba hacia una conclusión lógica:
nombrar valido al conde-duque de
Diego de Velázquez retrató a
su coetáneo en varias obras.
Esta pertenece a la colección
Várez Fisa.
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Tema del mes
Olivares. Tenía apenas 35 años y era ya el
hombre más poderoso del reino.
LA CORRUPCIÓN
En 1607 Olivares se había casado con su
prima Inés de Zúñiga y Velasco, condesa de
Monterrey y dama de honor de la esposa de
Felipe III, la reina Margarita. Tuvo una hija
con ella, María; y, aunque el matrimonio fue
de conveniencia, acabó por brotar el afecto:
Inés se convirtió en una fi el colaboradora
de su marido y llegó a ser camarera mayor
de la reina Isabel de Francia.
Entre 1607 y 1615 vivieron a
caballo entre Sevilla y Madrid, y cuenta
Gregorio Marañón en su monumental
biografía que tanto en una ciudad como
en otra Olivares “llevó vida de fausto
y de mecenas”. Cortejador de damas
principales y amigo del poeta Francisco
de Rioja, a lo que parece él mismo
compuso algunos versos, aunque nunca
pretendió seguir la carrera literaria y se
deshizo de ellos. Era un lector grande
y atrevido, un hombre muy culto que
supo reunir una copiosa biblioteca en
la que no faltaban ejemplares incluidos
por la Inquisición en el Índice de Libros
Prohibidos. Se dispensó una licencia para
estudiar los trabajos de los rabinos sobre
el Antiguo Testamento, y en sus ratos de
ocio, cuentan sus enemigos, leía el Corán.
En torno a 1613, y fruto de una
relación con Margarita Spínola o Isabel
de Anversa, tuvo un hijo ilegítimo, Julián,
reconocido más tarde para garantizar
la supervivencia de su apellido (aquel
mismo año, Felipe IV hizo lo propio con
Juan José de Austria, fruto de su relación
con la Calderona).
Cuando Felipe IV accedió al trono,
lo nombró grande de España, dignidad
inmediatamente inferior a la de infante.
“Conde de Olivares, cubríos…”, le dijo,
y a partir de ese momento Gaspar
pudo permanecer en su presencia
sin descubrirse. El casi inabarcable
poder que consiguió le hizo acumular
grandes riquezas y le granjeó la fama de
corrupción que le ha acompañado hasta
nuestros días.
Los casos de corrupción lastraron a
los validos de Felipe III, pero resultan,
en cambio, un tanto discutibles las
exageradas acusaciones que recayeron
sobre Olivares. Sirva como ejemplo
la creación de la Junta Grande de
Reformación, que insistía en las medidas
contra el lujo. El propio Gaspar, que
en sus años sevillanos había hecho
ostentación de riqueza, adoptó un
régimen de austeridad espartana, acorde
con el sentimiento piadoso de la corte
y acentuado tras la muerte de su única
hija María en 1629. A modo de ejemplo,
El casi inabarcable poder que consiguió
le hizo acumular grandes riquezas y le
granjeó fama de corrupto
Lerma, valido de Felipe III, fue un corrupto con todas las de la ley. Olivares... no tanto.
Su esposa Inés de Zúñiga y Velasco.
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Olivares pretendía reducir en dos
tercios el número de funcionarios de la
Administración.
Rasgos propios de su carácter fueron
la extravagancia, la arbitrariedad y una
notoria desconfi anza, que le llevó a
disponer de espías por todo el reino, entre
ellos José González, Jerónimo Villanueva,
el marqués de Grana o el marqués de
Santa Cruz, tal como resume Gregorio
Marañón en El Conde-Duque de Olivares.
El Memorial
POCO DESPUÉS de asumir su
puesto de valido, el conde-duque
redactó el conocido como Gran
Memorial o Memorial Secreto del
Conde-Duque de Olivares, cuya
versión dei nitiva está fechada el
25 de diciembre de 1624. En este
documento, el hombre fuerte de
Felipe IV daba consejos al rey sobre
la forma de gobernar sus vastos
territorios: “Tenga Vuestra Majestad
por el negocio más importante de
su monarquía el hacerse rey de
España, quiero decir, Señor, que no
se contente con ser rey de Portugal,
de Aragón, de Valencia, conde de
Barcelona, sino que trabaje y piense
con consejo mudado y secreto,
por reducir estos reinos de que se
compone España al estilo y leyes
de Castilla sin ninguna diferencia,
que si su Majestad lo alcanza será el
Príncipe más poderoso del mundo”.
En su opinión, era necesario
unii car la Nación para vigorizar la
política exterior del reino, y, hábil
como él solo, fue consciente de
que el Rey debía frecuentar las
capitales de sus distintos territorios
y congraciarse con sus habitantes.
Su divisa era “multa regna, sed
una lex” (“muchos reinos, pero
una ley”); y, si bien sus intenciones
eran loables, la realidad europea lo
abofeteó con el recrudecimiento de
la Guerra de los Treinta Años, que
le hizo descuidar la diplomacia de
puertas para adentro y asistir mudo
al i n de la hegemonía española en
el tablero europeo.
Su poder era omnímodo y a nadie, salvo
al rey, tenía que rendir cuentas. Felipe se
dejaba hacer, por lo que, en el fondo, el
conde-duque desarrolló unas actitudes
próximas a las dictatoriales. “Olivares
insistiría a su rey y pupilo en que debía
poseer la astucia política de Fernando el
Católico, la gloria y los triunfos de Carlos
V, la impasible prudencia y dedicación de
Felipe II y la profunda piedad de Felipe
III”, nos cuenta el periodista Óscar
Extravagante, arbitrario y desconfiado, el
conde-duque dispuso una red de espías y
confidentes por todo el reino
Los años sevillanos forjaron la personalidad de nuestro personaje.
Hijo de la aristocracia, Gaspar de Guzmán y Pimentel vio la luz en Roma.
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Tema del mes
Herradón, que añade: “Se convertiría en
el más importante de los políticos del país
y en el dueño de facto de la monarquía
hispánica, siendo los ojos, los oídos y
la misma determinación de un rey que
pocas veces mostraba tenerla”. Tras su
nombramiento como valido, emprendió
una actividad frenética tanto en el
interior como en el exterior.
LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS
Fuera de nuestras fronteras, Olivares
se centró no en aplicar una política
expansionista, como habían hecho los
Austrias Mayores, sino en afi anzar y
defender los territorios del Imperio.
Durante la primera fase de la guerra de
los Treinta Años, que asoló Europa hasta
mediados del siglo XVII, España no se
implicó en el “cuerpo a cuerpo”, pero
no dudó en enviar ayuda logística a los
Habsburgo austríacos, por lo que Francia,
antagonista del Sacro Imperio Romano
Germánico, pasó a ser nuestra enemiga.
Después de su caída en enero de 1643, el
político asistiría impotente a la derrota
de Rocroi, en mayo de ese año, donde las
tropas españolas fueron comandadas por
el portugués Francisco de Melo.
El otro foco donde concentró sus
esfuerzos fueron los Países Bajos. El
monarca anterior, Felipe III, había
fi rmado la Tregua de los Doce Años con
los holandeses, después de una guerra
de desgaste que se había iniciado en
tiempos de Felipe II. Su gran error fue no
prolongar la tregua; y, tras la expiración
del plazo en 1621, que coincidió,
precisamente, con la entronización de
Felipe IV, el nuevo monarca afrontó la
reanudación de hostilidades.
Cuando Olivares asumió la privanza
del reino, su juventud, su energía y su
buena fortuna hicieron que obtuviera
algunas victorias, la más sonada de las
cuales fue la rendición de Breda (1625),
Quevedo y el conde-duque
EL CONDE-DUQUE DE OLIVARES, como otros nobles de la época, se
vanagloriaba de proteger a ciertos intelectuales de la época. Coincidió en el
tiempo con una de las mejores plumas que ha dado la literatura española,
Francisco de Quevedo, siete años mayor que él. Quevedo trabó amistad con el
duque de Osuna, uno de los hombres más poderosos de Felipe III y, cuando este
cayó en desgracia y siendo secretario suyo, fue desterrado a Torre de Juan Abad
(Ciudad Real). Desde allí se enteró de la muerte del rey, la entronización de su hijo
y el inicio de la privanza del conde-duque. El 5 de abril de 1621 escribió una carta
a este pidiéndole su libertad. Así, empezó la relación epistolar y el intercambio de
halagos entre ambos.
Sorprende, pues, que el escritor entrara en prisión en 1639. Fue por su actitud
levantisca frente al Gobierno. Quevedo se atrevió a enviar al rey una misiva en
verso en la que hablaba de los defectos de su valido. En 1641 trató de ablandar al
conde-duque para que le concediera la libertad o, al menos, para que utilizara su
in� uencia y lo trasladaran a una prisión mejor. De nada le sirvieron las súplicas,
pues permaneció entre rejas nada menos que cinco años. Sin embargo, no está
clara la responsabilidad del valido en el encarcelamiento del intelectual. Uno de
sus biógrafos dice: “Hartas pruebas existen de que el valido más quiso honrar que
juzgar a Quevedo y al recibir el memorial de súplica del prisionero ordenó ‘que se
fueran disponiendo las cosas con más blandura’”; e incluso después de la caída
de Olivares, el rey le negó el perdón hasta unos meses después.
Olivares no aplicó una política expansionista
como los Austrias mayores, sino que quiso
afianzar y defender los territorios del Imperio
Otro retrato velazqueño del valido.
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inmortalizada por Velázquez. Fue
un triunfo efímero, ya que doce años
después los holandeses la recuperarían
defi nitivamente. Las campañas fueron
nefastas para las arcas del Estado. En una
fecha tan temprana como 1627, Felipe IV
se vio obligado a declarar la bancarrota
(nada nuevo en la historia de España,
pues se vino a sumar a las decretadas por
sus antecesores Felipe II y Felipe III).
Tampoco en la relación entre España
e Inglaterra supo el conde-duque
atraerse a los ingleses, al oponerse al
matrimonio entre la infanta Mariana de
Austria, hija mayor de Felipe IV, con el
príncipe de Gales, ya que exigió que este
se convirtiera al catolicismo. Tampoco
era claro que un enlace matrimonial fuera
a signifi car una alianza política entre
las dos potencias, puesto que la reina de
Francia, Ana de Austria, era española,
y la de España, Isabel de Francia, era
francesa, lo que no fue sufi ciente para
evitar la guerra.
EL PROBLEMA DE CATALUÑA
El centralismo que el conde-duque
imprimió al Estado no fue aceptado de buen
Las campañas fueron nefastas para las arcas
del Estado y en una fecha tan temprana
como 1627 Felipe IV declaró la bancarrota
La rendición de Breda fue uno de los grandes hitos de Olivares en la guerra de Flandes.
Richelieu fue la “némesis” del conde-
duque en la Guerra de los Treinta Años.
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Tema del mes
El palacio del Buen Retiro
CUANDO FELIPE IV SUBIÓ AL TRONO, el conde-duque se trasladó al Alcázar y
se alojó en una habitación contigua a la del monarca. Este había mostrado su
deseo de tener una i nca en la que poder descansar y retirarse de los asuntos de
la Corte. Para agradar al monarca, o quizá para escapar a su control, el conde-
duque proyectó el Palacio del Buen Retiro, cuyas obras comenzaron en 1630
bajo las órdenes del arquitecto Juan Bautista Crescenzi, sustituido a su muerte
por Alonso Carbonell.
El solar elegido lo ocupan actualmente los jardines del Retiro, que
pertenecían a su esposa, la Condesa de Olivares, y no eran más que un aviario
–un “gallinero” según lo bautizó jocosamente el pueblo– en los jardines de los
Jerónimos.
El valido disponía de unas lujosas habitaciones en las que redactó varios
documentos históricos, por ejemplo su testamento en 1642. Entre sus criados se
encontraba Simón Rodríguez de Ubierna, que le acompañó hasta su muerte y a
quien el político tuvo presente en su testamento.
El conde-duque solía compartir la servidumbre del rey cuando se encontraba
en este palacio y, según Gregorio Marañón, es probable que utilizara los mismos
bufones que el monarca, Barbarroja, el Primo y el Geógrafo.
Durante la Guerra de la Independencia, el palacio sufrió daños irreversibles
e Isabel II ordenó derribarlo casi en su totalidad. Actualmente, el recinto ya no
se conserva, pero sí lo hacen el Salón de Baile, hoy Casón del Buen Retiro, y
el Salón de Reinos, que hasta 2010 albergó el museo del Ejército antes de ser
trasladado a Toledo.
grado por todas las regiones, en particular
por Cataluña, que no quería renunciar
a sus leyes propias, fueros y privilegios.
De acuerdo con la Unión de Armas del
estadista, cada Reino, Estado y Señorío de
la Monarquía Hispánica debía colaborar
al esfuerzo bélico. Las cifras concretas de
las tropas que aportaría cada uno estarían
determinadas proporcionalmente a su
población y riqueza.
A este respecto Quevedo, amigo del
conde-duque (ver recuadro), escribió:
“En Navarra y Aragón, no hay quien
tribute un real/ Cataluña y Portugal
son de la misma opinión/ sólo Castilla y
León/ y el noble reino andaluz/ llevan a
cuestas la cruz”.
Inmersa ya en la Guerra de los
Treinta Años, Francia comenzó a
amenazar las fronteras peninsulares.
Dirigidos por Richelieu, el principal
rival de Olivares en el tablero europeo,
los franceses declararon la guerra en
1635 y Cataluña, en su condición de
Los franceses nos
declararon la guerra
en 1635 y Cataluña,
tierra de frontera, se
convirtió en un
escenario bélico
El rey Felipe IV en su juventud.
31D E I B E R I A V I E J A
territorio fronterizo, se convirtió en un
escenario bélico. “Si las Constituciones
embarazan –dijo Olivares– que lleve el
Diablo las Constituciones”. Fue otro error
de bulto. Al obviar los usatges propios de
los catalanes y anteponer los intereses de
Castilla, prescindió de unas costumbres
estipuladas y aceptadas como leyes.
Según el embajador Alvide Contarini,
“el conde-duque tenía una pésima
disposición sobre este pueblo (Cataluña),
hablando de él muy malamente”,
precisando que el Rey y el conde-
duque, “cuando fueron el año pasado
a Barcelona, recibieron grandísimos
disgustos de aquel pueblo, en la forma
que fueron tratados y las palabras que
recibieron de aquellos diputados”.
A todas luces, la grandeza de un buen
gobernante estriba en saber mantener
la cabeza fría. El conde-duque careció
de virtud en este caso, e incluso se negó
a recibir a cualquier catalán que no
hablara en castellano. Francia amenazó
la fortaleza de Salses en el Rosellón –
actualmente territorio francés y antaño
catalán–, y el conde-duque, en virtud de
la antedicha Unión de Armas, desplazó
tropas a la zona, y se encontró con que
Cataluña se oponía a alojarlas, algo
que no tenía nada de raro, pues estas
cometían todo tipo de excesos en las casas
donde eran acogidas.
Olivares quiso aprovechar que la
guerra con Francia se desplazaba al
Principado para impulsar su política
reformista y castellanizante, alojando
allí, entre julio de 1639 y enero de 1640,
a 10.000 hombres de los Tercios, lo
que obligó a los catalanes –que habían
luchado valerosamente en Salses a favor
del rey español– a hospedar y alimentar
a un auténtico ejército de ocupación.
Las leyes catalanas contemplaban el
La grandeza de un
buen gobernante
estriba en mantener
la cabeza fría y el
conde-duque no lo
hizo en este caso
Pau Claris, presidente de la Generalitat.
Luis XIII reinó en Francia entre 1610 y 1643 y en 1641 fue nombrado conde de Barcelona.
Carlos I de Inglaterra.
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Tema del mes
alojamiento de tropas, pero tamaño
número de soldados hizo que cualquier
disposición resultara insuficiente. Los
tercios cometieron todo tipo de abusos
con la población local, y el virrey, el
conde de Santa Coloma, no fue capaz de
frenarlos, generándose un movimiento de
fuerte oposición a éste.
A través de Felipe IV, Olivares lo había
nombrado virrey en 1638. Tras la efímera
toma de la fortaleza de Salses, que volvió
a manos francesas en 1642, el conde de
Santa Coloma creó nuevos impuestos para
el sostenimiento de las tropas. Además, y
esto fue la gota que colmó el vaso, ordenó
la detención de los diputados que más
oposición habían mostrado a la presencia
de tropas en Cataluña, entre ellos Francesc
de Tamarit y el eclesiástico Pau Claris,
presidente de la Generalitat. El polvorín
estalló el 7 de junio de 1640, festividad
del Corpus, cuando se produjo el llamado
Corpus de Sangre, en el que un grupo de
trabajadores temporeros o segadores
asediaron al virrey y acabaron con su vida.
Los ánimos ya venían caldeados: poco
antes de este suceso, habían quemado
vivo a un alguacil en Santa Coloma de
Farnés, que trataba de realojar a un
destacamento de soldados napolitanos,
a lo que el virrey reaccionó mandando
quemar la villa. “Consciente de las
limitaciones de la Corona española para
acabar con el levantamiento, el astuto
cardenal de Richelieu hizo que los
súbditos catalanes se aliaran con Luis
XIII –explica Óscar Herradón–. La guerra
se había desatado y aunque Cataluña
finalmente no se separaría de la Corona,
aquel fue uno de los mayores fracasos
del valido”.
SUS ÚLTIMOS AÑOS
No fueron fáciles los últimos años
de Olivares. El monarca lo desterró
a Loeches -la reina Isabel insistió en
deshacerse de él- en enero de 1643 y
luego a Toro en junio, siguiendo el clamor
de sus detractores y del pueblo: “Que
de Loeches lo eches/suplica el pueblo,
Señor/ aparta de ti al traidor, que está
muy cerca Loeches”, a consecuencia de
La corte de los milagros
EN LA ESPAÑA DEL SIGLO XVII la superstición marcaba la agenda del día y la
Inquisición extendía sus tentáculos por doquier. Por supuesto, el conde-duque
tampoco pudo abstraerse a esta iebre por lo sobrenatural.
El hoy desaparecido convento de San Plácido fue fundado en Madrid en 1623
por Teresa Valle de la Cerda y Alvarado. En 1628 un suceso relacionado con la secta
de los alumbrados o iluminados conmocionó a la opinión pública, aunque la raíz
del caso fueron los deseos libidinosos de algunos frailes, que hacían creer a las
monjas que los pecados sexuales eran gratos a Dios. En 1630 se dictó sentencia
contra Francisco Rodríguez Calderón, el principal responsable del engaño.
Tras la muerte de la única hija del conde-duque, y con un hijo ilegítimo al
que inalmente terminó reconociendo, nuestro personaje se puso en manos de
la priora del convento, Teresa, quien le brindó consejo en numerosas ocasiones,
oró por él y le dijo que tendría un hijo por intercesión de San Benito. En cierta
ocasión, el conde-duque fue al convento con su mujer y, de acuerdo con el libelo
Delitos y hechicerías, “en el oratorio tuvo acceso con ella, viéndolo las monjas
que estaban en él, de que resultó hincharse la barriga de la condesa y al cabo de
once meses se resolvió echando gran cantidad de agua y sangre y las monjas
decían: O Dios no es Dios o esta señora está preñada”, lo que fue considerado
delito de brujería por la Inquisición.
Otro rumor sostenía que la plaza de Maastricht se perdió a causa de
una visión de la misma priora, quien le dijo al conde-duque que sabía, por
revelación, que no la había de rendir el enemigo, por lo que el político dejó de
enviar socorro a tiempo.
33D E I B E R I A V I E J A
las derrotas castellanas en la guerra de
separación de Cataluña, a la declaración
unilateral de independencia de Portugal
y a la conspiración del duque de Medina
Sidonia de 1641, que, con el apoyo del
marqués de Ayamonte, pretendía la
secesión en Andalucía, rebelión
que fue aplastada.
Cuando cayó el de Olivares, se
publicaron los memoriales de su
acusación. Entre ellos, fi guraba su
incapacidad de perdonar a los catalanes,
y es que, tras la muerte de Santa Coloma,
su actitud fue de auténtica revancha.
Eclipsado en la corte, surgieron voces
que pusieron negro sobre blanco la
fortuna y las mercedes recibidas por
nuestro protagonista, quien, en una
carta autógrafa se había vanagloriado
de sus emolumentos, “de todo lo que
han merecido y están mereciendo
mis trabajos y desvelos”. Para algunos
estudiosos, su fortuna ascendía a unos
450.000 ducados, y su renta rondaba
los 100.000 ducados al año. En palabras
de Andrés de Mena, “en tiempo del
abuelo de su Majestad (Felipe II) ningún
presidente tenía más de un ciento de
maravedís de salario, ni el consejero
más de medio, y venían a las juntas en
sus mulas con su lacayo... y ahora tienen
las caballerizas más cumplidas que los
Grandes y tantas salas de tapicería ricas
que no son tales las de V.M. de suerte que
ellos son los Grandes”.
Lo que no puede negarse es que el
valido practicó lo que ahora se conocería
como tráfi co de infl uencias, ya que
colocó en empleos públicos a todos sus
parientes, una práctica habitual en la
época. Ahora bien, hay que insistir en que
sus prebendas no fueron necesariamente
sinónimo de corrupción, en el sentido de
robo. Incluso el propio Mena, antagonista
suyo, lo reconoció: “Se dice que ha
sido limpio en recibir de particulares”,
aunque, a renglón seguido, se preguntaba:
“¿pero de qué se ha hecho la gran fábrica
del convento de Agustinas Recoletas de
Loeches (un convento de su fundación)
y los riquísimos homenajes, si cuando
entró al valimento no tenía un real y su
mayorazgo lleno de acreedores? ¿De
qué compró Sanlúcar de Alpuchín y
Castillejos de la Cuesta y todo lo demás
que ha acrecentado? Eso no se hace
por ensalmo”.
El “valido caído” fue procesado
por la Inquisición y, enfermo en Toro,
terminó sus días en 1645, veinte años
antes que Felipe IV, siendo enterrado en
el convento de la Inmaculada Concepción
de Loeches (Madrid). Uno de sus criados
dijo sobre su estado: “tenía el cuerpo
llagado por la espalda, tanto que parecía
estar comido”. Fue embalsamado,
expuesto a la vista del pueblo y enterrado
en el mes de agosto, casi veinte días
después de su óbito. Contaba 58 años.
El “valido caído” fue procesado por la
Inquisición y, enfermo en Toro, terminó sus
días en 1645, veinte años antes que Felipe IV
Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV. La independencia de Portugal fue otro fracaso del estadista en el ámbito exterior.
El monasterio de la Inmaculada
Concepción de Loeches acoge sus restos.