COLECCION CUENTOS DEL ALTO CACHAPOALCOLECCION CUENTOS DEL ALTO CACHAPOAL
Jacqueline Balcells y Ana María GüiraldesJacqueline Balcells y Ana María Güiraldes
TRICAO
EL LORO TRICAHUE
TRICAO
EL LORO TRICAHUE
Primera edición
ISBN 978-956-8800-01-715 de diciembre de 2010
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Estimados amigos,
En Chile habitan cuatro especies de loros: el choroy, la cachaña, el
perico cordillerano y el multicolor loro tricahue. En el Alto Cachapoal,
entre cerros, ríos y bosques es casi seguro que nos encontraremos
con uno de ellos. Al sentir el silencio ruidoso de cursos de agua,
viento y montañas que no dejan de acomodarse en el territorio, el
loro tricahue aparece en el cielo, haciendo gala de su colorido,
bullicio desenfadado y su sorprendente e impredecible vuelo.
El tricahue – el más grande y colorido de nuestros loros – se
encuentra ocupando algunos de los valles cordilleranos de la zona
central de Chile, aunque en muchos de estos valles sus poblaciones
desaparecieron. El valle del Alto Cachapoal es uno de los que
todavía hospeda poblaciones de tricahue, y es más, en sus cortados
fluviales podemos encontrar las poblaciones más importantes de
nuestro territorio.
Quiero invitarlos a disfrutar de este cuento, las palabras e
ilustraciones de sus páginas nos relatan la historia de vida de un
loro llamado Tricao. Entre río y bosque, este emplumado y colorido
habitante del valle, no solo tiene que aprender técnicas de
sobrevivencia - vuelo y alimentación - también debe enfrentar
peligros y sorpresas que solo se experimentan en el Alto Cachapoal.
Antes de que abran las páginas de este cuento, solo les
recomiendo que extiendan las alas de su imaginación e inicien un
vuelo de emociones junto a Tricao.
José Antonio Valdés
Gerente General
Pacific Hydro Chile
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TRICAO,
EL LORO TRICAHUE
Desde la mañana en que Pipo vio por primera vez a
Clota limpiando sus plumas al sol, no despegó más sus
ojos de ella. Es que no sólo era linda por sus colores
–parecía una emplumada flor verde, azul y amarilla -
sino por su gracia. Muchas veces el loro permanecía
con el pico abierto contemplando los giros que la hacían
parecer una hoja de otoño planeando sobre los
maitenes; otras, inmóvil sobre una rama, escuchaba los
gritos risueños que lo invitaban a acercarse.
Clota era muy moderna: no esperaba a que la
cortejaran, sino que tomaba la iniciativa. Y Pipo cayó de
inmediato rendido a sus encantos.
Encontraron una cueva desocupada en un extremo
de la lorera de Sierra Nevada. Allí anidaron y vieron
nacer a todos sus hijos.
Una mañana, cuando las loras de la bandada
conversaban con bullicio y daban gritos de felicidad si
encontraban una apetitoso grano de retamilla, Clota,
con aire solemne, levantó una pata y pidió la palabra:
-¡Voy a ser madre nuevamente! –anunció.
El griterío fue ensordecedor.
-¡Pero si ya eres vieja!- gritó una vecina, soltando la
semilla redonda y dura que sostenía en su pico.
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-¿Ya pusiste los huevos?- chilló otra.
-No, pero sé que los voy a poner.
La carcajada de las loras llegó a
espantar a un águila que las acechaba
con ojos golosos.
-Ríanse nomás- dijo, recogiendo un
bulbo blanco y emprendiendo el vuelo.
Esa misma mañana, Pipo comenzó a buscar una nueva
cueva para que su Clota pusiera los huevos. Había varias
vacías en los extremos del barranco. Pero él no quería esas
para su lora: ahí podía atacar el águila. Siguió buscando
más al centro, con sus ojos oscuros y redondos bien
abiertos, hasta que finalmente vio una que lo dejó
contento. Pero desgraciadamente un loro joven también
la había visto y se preparaba para llevar a su pareja.
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-¡Es mía! –gritó Pipo.
-¡No, yo la vi primero!- chilló el otro.
Y con dos picotazos y tres aletazos, se inició la lucha
por la cueva.
A la pelea se sumaron otros loros curiosos que
aumentaron el griterío. Los que defendían al joven eran
menos y en pocos minutos la pelea estaba zanjada: la
cueva del centro de la lorera fue para Pipo, el de más
edad, que inmediatamente se dispuso a dejarla como
nueva. Así, aferrado con sus patas como garfios en el
barranco fue horadando los bordes con su pico de pala,
para dejarla más amplia.
Horas después, Clota se instalaba al fondo de su
flamante nido.
Todo había sido muy a tiempo, porque apenas se
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instalaron ella puso dos huevos muy blancos y
muy redondos.
- Preocúpate de mantenerlos calentitos, y yo me
encargaré de buscar la comida- dictaminó el futuro
padre, picoteando con ternura la cabeza de su lora.
Durante veinte días, Clota casi no se movió de su
nido. Tuvo tiempo para inventar una canción de cuna y
dos recetas nuevas para preparar los frutos más tiernos
que luego, desde su garganta, expulsaría hasta la boca
de sus polluelos.
Era pleno verano, y el calor obligaba a Pipo a bajar
regularmente al río a beber agua, a veces acompañado
de Clota. No demoraban mucho en ir y volver, y en su
cueva tan bien ubicada, sus huevos no corrían peligro.
Aunque Clota, concentrada en dar calor a sus futuros
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hijos, casi no salía del nido. Si Clota sentía sed, Pipo se
la saciaba con dos gotitas de agua que él mismo iba a
buscar. Si Clota tenía hambre, Pipo depositaba un grano
de retamilla en su pico. Si Clota quería dormir, Pipo le
cuidaba el sueño.
Finalmente, unos toc toc toc que ellos conocían muy
bien avisaron a los padres que sus loritos querían
nacer. Uno primero y el otro después, los huevos
comenzaron a resquebrajarse y los pichones sin plumas
y con los ojos cerrados aparecieron como un regalo.
-¡Pío! – fueron sus primeros llantos.
-¡Prrrrriuuuuu!- respondieron los padres, emocionados.
Nunca hubo loritos tan mimados como Tricao y Cotín.
Bastaba que abrieran el pico para que su madre
regurgitara de inmediato los más suaves bocados.
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Bastaba que dijeran que tenían sueño para que su
madre se abalanzara abriendo las alas para acurrucarlos
bajo ellas. Cuando sus plumas crecieron y se llenaron de
colores, Clota y Pipo les dijeron que eran los loros más
lindos de la cuenca del Cachapoal. Y cuando cumplieron
un mes y medio y empezaron a volar, les dijeron que no
habían mejores bailarines aéreos.
Así, los loritos volaban y hacían piruetas
convencidos de que todo el mundo los estaba
mirando, y si no los miraban lanzaban
chillidos para llamar la atención.
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Tricao y
Cotín competían
por demostrar a los demás
quién era el más hábil en el vuelo
y para Pipo y Clota no era fácil
controlar a ambos jovencitos cuyo
entusiasmo rayaba en la imprudencia.
Una mañana en que los ojos de Pipo y Clota
no estaban encima de ellos, los hermanos se
miraron a los ojos de forma desafiante, tomaron
impulso, inflaron sus pechos, extendieron sus alas y
se lanzaron con toda su alma a volar sobre el valle
desoyendo la recomendación de no alejarse más allá
del peumo alto. Volaron sobre las copas agitadas de los
quillayes, sobrevolaron los espinos de púas agresivas,
los litres que se hacían los inofensivos y los chaguales
que se esforzaban para que sus flores verdeazuladas
crecieran muy alto. Se sentían los dueños del valle, el
mundo se extendía bajo sus alas.
¡Qué bien lo estaban pasando!
De pronto sintieron que algo extraño sucedía: a lo
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lejos, la colonia de tricahues volaba en
círculos gritando despavorida. De inmediato,
los hermanos se dieron cuenta del peligro.
Desesperados, batieron con
ímpetu las alas, que centellaron
en lo alto como semáforos azules y verdes. Pero
no bastó el esfuerzo y el valle pareció callar cuando el
aire se llenó de ese zumbido atronador que los
perseguía. Tricao miró hacia lo alto. El águila ahora
rasgaba el cielo en picada, como un relámpago fugaz,
directo hacia su hermano, que no alcanzó a reaccionar.
Tricao vio con angustia cómo Cotín fundía su silueta
con la del ave de rapiña.
Voló lo más rápido que pudo de vuelta a la lorera,
donde fue recibido por sus padres y por la
colonia, pero volvió sólo. El joven Cotín había pagado
caro tributo a la reina de las aves, y Tricao aprendió de
la forma más dura la ley de la vida y de la muerte.
A partir de ese momento, al ver el dolor de sus padres
y sentir que su hermano ya no volvería a volar junto a él,
Tricao maduró. Sus ansias de descubrir el mundo se
apagaron, y un dejo de tristeza lo acompañó por largo
tiempo. Parecía como si nada fuera a llenar el vacío que
había dejado su compañero de vuelo y de acrobacias.
Un día, a la orilla del Cachapoal, mientras comía
semillas y de tanto en tanto se miraba en las aguas
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movedizas que distorsionaban su imagen, pensó que
estaba aburrido y que se sentía solo. Pero cuando
volaba de regreso a la lorera, desde arriba vio algo que
le llamó la atención.
Bajó un poco para ver mejor.
¿Qué era eso, tan quieto, allá abajo?
¿Era una enorme flor verde?
No, era una lora desconocida.
Bajó más y se dio cuenta de que la lora tenía atrapada
la pata en una hendidura entre dos piedras. Cuando se
posó en tierra y vio que la lora tenía los ojos más lindos
del mundo, le pareció que la belleza había vuelto a
brillar en el mundo y la vida volvía a tener sentido.
-¡Ay!- se quejó la lora al verlo.
-¡Ayayay!- suspiró el loro, embelesado.
-¡Ayúdame!- dijo la lorita.
Pero él, igual que su padre años atrás, se quedó tieso
y mudo como una estatua emplumada contemplando la
belleza que tenía al frente. Finalmente recuperó el habla:
-¿Y tu bandada? ¿Dónde vives? ¿Cómo te llamas?
- Mi familia no se dio cuenta de lo que me pasó y
siguieron su rumbo. Vivo en Ranchillo, me llamo Tris y
creo que me rompí una pata.
Mientras la escuchaba hablar, Tricao pensó que no le
importaría vivir para siempre con una lorita coja.
Pero tenía que sacarla de ahí y se puso a escarbar
con sus patas y pico para liberarla de esa trampa que
la había aprisionado.
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A cada latido de su corazón, levantaba un montón de
tierra y piedrecillas. Y cuando ella dio un saltito, Tricao
respondió con un aleteo. Luego se acercó galante y
acarició una pluma verde oliva de la cabeza de la que
sería su primer y último amor. Ella respondió picoteando
con timidez el ala azul de su salvador.
-Quisiera acariciar tu pluma verde oliva un poquito
cada día el resto de mi vida.
-Y yo quisiera picotear tu ala azul otro poquito cada
día el resto de mi vida.
Y así, de picoteo en picoteo, quedaron lejanos para
ellos Sierra Nevada y Ranchillo, padres, hermanos y
amigos. Entre revoloteos, baños en el río, competencias
para buscar las mejores piedrecillas o las semillas más
apetitosas, pasó un día y pasó otro. Y cuando ya eran
un objetivo fácil para el águila que los vigilaba sin que
se dieran cuenta, una ruidosa bandada tricolor irrumpió
sobre ellos.
-¡Trrrrriiicaoo, Trrrriiicaooo! - los chillidos de Pipo y
Clota sobresaltaron a la pareja de enamorados.
-¡Uf, mis padres: vienen a buscarme! - exclamó Tricao,
nervioso.
-¿Entonces te irás?- la lorita lo miró con sus lindos
ojos, ahora tristes.
Una semana estuvo Tricao en Sierra Nevada
suspirando su mala suerte. Hasta que en un momento
de lucidez se dio cuenta de que no era mala suerte: era
cobardía. Y como si esa revelación le hubiera regalado
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nuevas fuerzas, por segunda vez hinchó su pecho,
extendió las alas y partió hacia Ranchillo.
Ya una vez había sobrevolado ese lugar junto a Pipo
y Clota y, bendiciendo la buena memoria de los loros,
voló por sobre el Cachapoal y aleteó sobre colliguayes
y retamos hasta aterrizar sobre la rama repleta de
frutos negros de un maqui. Desde allí avistó la lorera
de Ranchillo.
¿Estaría por ahí su Tris?
-Noo, o sea…qué ..? El loro parecía confundido.
-¡Trrrricaooo, Trrricaoooo!- siguieron los reclamos de
la bandada que encaramada sobre las ramas de un
maitén, se unía a la angustia de los padres y exigía la
vuelta a casa del joven aventurero.
Pero a Tris le bastó la indecisión de su enamorado
para sentirse abandonada. Y mientras Tricao volaba
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entre el maitén y ella, haciendo esfuerzos por tranquilizar
a sus exaltados padres, Tris se encumbró como un
volantín de colores y desapareció del lugar.
¡Sí, estaba ahí! Junto a su bandada, picoteaba por
aquí y por allá los frutos de una retamilla.
La habría reconocido entre mil loras. Nadie como ella
doblaba la cabeza de esa forma y levantaba la pata con
tanta gracia. Aunque… podría jurar que esos ojos
siempre tan alegres, ahora estaban tristes. Se acercó al
grupo en un vuelo pausado, como para pasar inadvertido.
Pero eso duró pocos segundos, porque apenas lo
divisaron comenzó la batahola. Por un lado, Tris aleteó
alborozada; por otro, sus compañeros se lanzaron en
picada contra el recién llegado. De inmediato lo habían
distinguido como uno de esos intrusos que al no tener
nido venía a buscar un espacio en su lorera.
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El griterío era ensordecedor.
Tricao se defendió a picotazos de los otros picotazos.
Chilló, aleteó y logró mantenerse a raya por algunos
instantes. Miró hacia arriba: diez loros lo sobrevolaban;
miró hacia abajo, lo esperaban veinte. Batió fuerte las
alas y se abrió paso para buscar un lugar tranquilo
donde esperar a su lora. En ese momento un griterío
distinto estalló en Ranchillo: un halcón peregrino se
lanzaba en picada contra cuatro loras viejas que un
poco más allá, revoloteaban en el aire en busca de
semillas. Al instante, todos los peleadores se olvidaron
de Tricao y volaron hasta rodear a las inocentes víctimas
en un cerco protector. Entonces el halcón subió un par
de metros, alejándose de la bandada defensora, y
planeando en lentos círculos pareció estudiar desde
arriba la posibilidad de una nueva estrategia.
Entonces el halcón vio a Tricao.
El loro volaba de un lado a otro buscando a Tris
desde el aire.
El ruido del pájaro grisáceo abatiéndose como una
flecha sobre su presa sonó como el viento en un
desfiladero. Tricao, al darse cuenta de la terrible amenaza,
se dejó caer como una piedra de alto a bajo y cayó en
medio de las púas de un espino. Sintió las pequeñas
flechas clavarse en su cuello, en su lomo, en un ojo, en
un ala; pero sordo al dolor, siguió hundiéndose entre las
ramas para ocultarse de una muerte segura.
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Al ver que su almuerzo desaparecía, el halcón cambió
el rumbo en busca de otra comida. En pocos segundos
se había transformado en un punto gris del horizonte.
Y ahí quedó Tricao, vivo pero casi muerto.
El escondite en el espino duró varias horas. Ni
siquiera se percató de que Tris -que lo había visto caer,
lo había seguido y luego de varios rasguños se había
abierto paso entre las blancas espinas- vertía gotas de
agua por su pico entreabierto.
Cuando por fin abrió los ojos en medio de la
oscuridad amarilla del espino florecido, se encontró con
los ojos más lindos del mundo.
-¡Qué valiente es mi loro!- la escuchó decir.
En la lorera de Sierra Nevada aún recuerdan el día en
que la joven pareja de loros tricahue apareció. Venían
como combatientes de una guerra: él, tembloroso y
herido; ella a su lado, como una abnegada enfermera.
En poco tiempo Tricao recuperó las plumas de su
cola, abrió el ojo herido y volvió a sentir su pata. Y ya al
verano siguiente, tres loritos valientes y juguetones
alegraban la vejez de sus abuelos Pipo y Clota.
Esta fue la historia de unos loros como todos los loros …
¿Cómo todos los loros?
No. Sólo existe una lora que dejó su hogar para seguir
el vuelo desfalleciente de su enamorado moribundo. Y
sólo existe un loro que arriesgó su vida por
recobrar el amor de los ojos más lindos del
Valle del Cachapoal.
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Con casi medio metro de longitud y un colorido amarillo, azul y
naranja, el tricahue (Cyanoliseus patagonus), o tricao como lo
llamaban los mapuches, es el mayor y más colorido de los loros
chilenos. Su belleza y una imagen de ave dañina para los cultivos, llevó
al hombre a darle caza y a capturarlo para tenerlo como mascota. Esta
intensa persecución llevó a una población numerosa en Chile central, a
estar al borde de la extinción a mediados de la década de 1980. En ese
momento la Corporación Nacional Forestal inició un proyecto sin
precedente de protección de sitios de nidificación, de educación y de
fiscalización para evitar su comercialización como mascota.
Esa relación de amor, rayando en la veneración, entre Pipo y Clota y
entre Tricao y Tris, esa relación de primer y único amor… es parte del
mundo real del loro tricahue y de muchas otras especies de aves. La
monogamia, es decir tener una sola pareja y para toda la vida, es
común en el mundo de las aves, pero en el caso de los loros, esta
relación se lleva a una máxima expresión de belleza, dedicación y
lealtad. Tenemos mucho que aprender del tricahue…una especie que
estuvo a punto de desaparecer y que hoy se recupera lentamente en la
cuenca del Cachapoal. De ti depende que miles de historias de amor,
como la de Tricao y Tris, sigan llenado de belleza la
cuenca del Cachapoal. Contribuye a su protección
siguiendo los siguientes consejos:
● No adquieras loros tricahues para tenerlos como
mascota. Son animales silvestres, protegidos
por la ley y su tenencia está prohibida.
● Denuncia en Carabineros, en CONAF o en el
SAG, la venta de loros como mascotas.
● Denuncia a quienes cacen o capturen tricahues.
● Si encuentras un tricahue herido llévalo al Servicio
Agrícola y Ganadero (SAG) para que sea
rehabilitado y devuelto a su ambiente natural.