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CERO A LA IZQUIERDA UNA BIOGRAFÍA DE JORGE ZABALZA

“Ahora es tarde ya.

Ahora la ternura no basta.

He probado el sabor de la pólvora.”

Roque Dalton

PROLOGO

Federico Leicht, el autor de este texto ágil, ameno, incisivo, impulsivo

como el mismo personaje que retrata, y que combina el relato

con el análisis, la recreación y la reflexión, define al Tambero Zabalza

como "un luchador social díscolo, implacable y sin mordaza".

y consigna cómo lo ven otros: "intolerante, fundamenta lista,

trasnochado ".

La principal virtud de esta biografía reside en que el lector descubre

que todas las etiquetas son inapropiadas. Precisamente porque

la vida que se cuenta es pródiga en intensidad y complejidad. La

conclusión es que, como ocurre con cualquiera a quien se conoce

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más allá de la superficie, no hay uno, sino varios Tamberos, y el

luchador díscolo e implacable del presente es la suma y la síntesis

del Tambero estudiante, el Tambero militante, el Tambero guerrillero,

el Tambero político.

El Tambero que surge del retrato de Leicht no se casa con el fundamentalista

trasnochado, la imagen que el juicio intencionado

quiere imponer. Porque resulta que el Tambero fue elegido, en estos

tiempos de "progresismo responsable", como el arquetipo del

radicalismo, concepto vaciado de contenido que se maneja tanto

desde la derecha como desde la izquierda para descalificar con

la misma facilidad -y efectividad- con que antes se descalificaba

usando el mote de "comunista".

Antes te endilgaban alegremente el rótulo de comunista y eso

bastaba para que fueras sospechoso, peligroso, disolvente, para

que entraras en cuarentena política. (Y para que, eventualmente,

afrontaras las consecuencias, como pueden testimoniar muchos

que fueron sometidos a la tortura, en los comienzos de la represión

militar, sin saber bien por qué, sin saber que se habían convertido

en "enemigo de la patria" porque alguien, algún informante, algún

soplón de la Policía, había estampado alegremente la calificación

en un "informe de inteligencia".)

Acaso Jorge Zabalza pueda ser visualizado como un fundamentalista

y un trasnochado, un radical per se, pero en todo caso, en

este comienzo de siglo en que la ideología se esfuma en el quehacer

del gobierno progresista, el debate ideológico sobre las posturas,

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las propuestas y los análisis de este revoluciona rio cimarrón se

posterga con la conveniente utilización del prejuicio.

Si para algunos el mote de radical es un coartada para eludir la confrontación

dialéctica, en otros, en la mayoría, la (des)calificación

opera en el plano de lo subjetivo elemental, porque el "radicalismo",

sin una fundamentación en cada caso, queda institucionalizado

como elemento negativo, algo así como una "pústula

política", una infección de la que nadie quiere contagiarse, por

las dudas.

El mecanismo es efectivo: el concepto, desprendido de la realidad,

opera como justificador en sí mismo, y se acepta por consenso,

sin reflexión. Y el mecanismo se multiplica peligrosamente "en

democracia"; de ahí que el arrojar una piedra en una manifestación,

como extensión de una bronca contra el imperialismo y el

neoliberalismo, justifique el encarcelamiento por sedición, el delito

que antes se endilgaba a quienes se alzaban en armas contra

la dictadura.

La mayor eficacia del sistema descalificador radica en que no necesita

guardar relación ni proporción con la realidad. Cuando Zabalza,

como presidente de la Junta Departamental de Montevideo,

recibió al entonces presidente francés Jacques Chirac, yen su

discurso abundó sobre los lazos culturales, históricos, políticos y

económicos que unían a Francia y Uruguay, hizo una referencia a

la conducta de los directivos de Gaz de France que aplicaban una

política represiva hacia los militantes sindicales de la ya privatizada

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Compañía del Gas. Puede decirse que el discurso -que pocos

escucharon y menos aun leyeron- evidenció un tono muy moderado

y que la alusión a la empresa estatal francesa del gas

aquí incursionaba en el terreno de las privatizaciones con la misma

receta rapaz y arrogante de las trasnacionales- fue una puntualización

de dignidad, que el propio mandatario francés asumió con

bonhomía, y sin la cual toda la referencia a los "lazos de fraternidad"

hubieran tenido tufo a obsecuencia. Pero, ¡ah!, el coro de

lamentaciones fue estruendoso, la indignación no fue francesa, fue

montevideana. Zabalza había sometido al país a la vergüenza. No

era hombre para actuar con decoro, carecía de tacto; era, al fin y

al cabo, un radical, y no otra cosa podía esperarse de quien había

renegado de su cuna patricia.

Por entonces Zabalza era un radical tupamaro; ahora es un radical

libre, una molécula de gran poder reactivo, para usar la definición

química. Aislado de las estructuras por las que discurre la

acción político-partidaria, Zabalza se atrinchera en su condición

de antiguo guerrillero. pueden mantener las viejas gafas tupamaras

para uer las nuevas realidades con el color rojo y negro de siempre",

dice acusadoramente, para remachar la convicción de

que la condición de tupamaro no es cosa del pasado, acotada a un

momento histórico que ya fue.

A la intemperie, aferrado a las banderas de la liberación nacional,

del antimperialismo y del socialismo, en el costado inconforme

y transgresor, en el acecho ideológico", como resume Federico,

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Zabalza se mira a sí mismo y recorre su pasado, desde el día en

que salió de su casa paterna en Minas, como estudiante, hasta este

presente de francotirador político. El recorrido revela el proceso de

la transformación -esta sí auténticamente radical- de un muchacho

acostumbrado a la existencia sin privaciones y sin responsabilidades,

en un militante revolucionario. Exhibe la manera en que

los hechos "menores" de la vida determinan las elecciones; y lo

hace con franqueza, sin concesiones, de modo que el lector puede

advertir cómo un cúmulo de circunstancias, aun las frivolidades

y las "inconsciencias", tejen, hasta cierto punto, las causalidades

que desembocan en la determinación. Quien se pregunta -y lo hacían

con insistencia algunos psicólogos desconcertados, al servicio

de los represores- por qué un pibe de clase media -es decir, sin

rencores sociales- se hace guerrillero, y asume las consecuencias

de la decisión, podrá encontrar una respuesta en la historia singular

que cuenta Leicht. Quizás no sirva para generalizar, para

extraer síntesis de conductas, pero las cosas fueron así, y Zabalza

recuerda su vida sin tapujos, exponiéndose sin temor, lo que refuerza

la autenticidad de la historia aunque despierte asombros e

incredulidades.

Cero a la izquierda no sorprende por la mirada morosa sobre la

infancia y la adolescencia, o sobre la fuerza de los afectos familiares

por encima de las diferencias políticas. Llama la atención,

sí, cómo en la evocación, el costado "burgués" no es repudiado en

aras de una justificación ideológica; por el contrario, es rescatado,

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sin vergüenzas, a efectos de que la historia adquiera su total autenticidad.

Quizás el lector asista desprevenido al esbozo de una

figura cuya vida, en sus orígenes, dista de la imagen estereotipada

de la actualidad. Sin dudas accederá a elementos que permitan conocer

al personaje de forma más cabal y, finalmente, como ocurre

con todo proceso de conocimiento, a descubrir quién es, realmente,

el Tambero y cuáles son los factores vitales que desembocan en

el presente. No siempre -diría que excepcionalmente- es posible

asistir a un acto tan ¿radical? de despojo de las apariencias, un

despliegue de intimidad expuesta.

Hay, por tanto, en el texto, un discurrir paralelo, intercomunicado,

entre la historia personal, singular, de Zabalza, y la recreación

de una porción significativa de nuestra historia reciente, en

la medida en que el personaje es protagonista de acontecimientos

determinantes del pasado, un pasado que llega hasta ayer. En ese

sentido, el relato aporta elementos para la comprensión de episodios,

desde una óptica subjetiva, explícitamente subjetiva, y por

tanto controversial, que se rige fundamentalmente por el propósito

de exponer, más que fundamentar, una conducta coherente. Así

como es intransigente, casi despiadado, consigo mismo, así lo es

en la calificación de personajes que cruzan su militancia personal.

Inevitablemente, el texto desemboca en un presente con la fuerza

de la polémica y la confrontación, porque su última línea no es la

caída de un telón, es apenas el cruce de otro umbral.

El lector accederá a ciertos entretelones de la historia de los tupamaros

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cuya significación y valor adquirirán su justa dimensión

el día en que ésta se recree y se escriba como un todo, sorteando

la parcelación inevitable de una práctica cuyo conocimiento está

limitado por la clandestinidad y la compartimentación. Por ahora,

esta biografía de Zabalza tiene el carácter de un testimonio

de alguien que no se arrepiente "de haber empuñado los fusiles

para revolucionar el mundo". La declaración no es banal, y adquiere

significación en una reflexión reiterada del Tambero:

que pensamos determina lo que somos y lo que hacemos; pero

recíprocamente, lo que hacemos y lo que somos determina lo que

pensamos".

Leer lo que cuenta, reflexiona y opina Zabalza no significa necesariamente

compartir. Significa conocer. Y en ello está su auténtico

valor. Quizás el texto de Leicht sirva para que las polémicas

posturas del Tambero sean confrontadas despojadas del facilismo

descalificador que no merece una vida de compromiso, de lucha y

de coherencia, guste o no guste.

Samuel Blixen


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