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SIGLO DE ORO ESPAÑOL
Al finalizar la Edad Media se inicia rápidamente en España la
ascensión hacia su época de plenitud.
La serie de causas políticas y sociales que desde el advenimiento de
los Reyes Católicos habían hecho de España la primera potencia de Europa,
empujan en el orden de la literatura, de las ideas y de las artes el
movimiento que bajo el influjo del Renacimiento italiano había ya
comenzado con los albores del siglo XV.
Al sucederles a los Reyes Católicos en el trono su nieto Carlos V,
comienza el período de esplendor de las letras españolas, que se conoce con
el nombre de SIGLO DE ORO.
Pero antes de profundizar en lo que significa el Renacimiento en
España, se considera necesario realizar una breve síntesis acerca del
“Renacimiento”.
Según Juan Luis Alborg, antes de este período aparecen obras de
gran valor, aunque no se dan sino de manera esporádica y en géneros
aislados. Con el siglo XVI, en cambio, asistimos a una floración que
alcanza todos los géneros, y que “se produce de una manera orgánica,
coherente, ininterrumpida, como manifestación de una pujante plenitud
nacional”.
Arnold Hauser, entre otros teóricos, coincide en que el concepto de
Renacimiento es muy “indeciso”, y que esto se advierte sobre todo en la
dificultad con que se tropieza para encuadrar en una u otra categoría (Edad
Media y Edad Moderna) a determinadas personalidades, como por ejemplo
Petrarca, Boccaccio, Dante, Giotto e incluso el mismo Shakespeare.
“Geburt der Venus”. Sandro Botticelli.
Siguiendo a Alborg, ha venido llamándose a este período con el
nombre de “Siglo de Oro”, por estimar que se daba entre los últimos
cincuenta años del siglo XVI y los primeros cincuenta del siglo XVII. Hoy
se considera, sin embargo, incluidos en esta etapa de esplendor, los dos
siglos casi completos: desde el advenimiento de Carlos V hasta la muerte
de Calderón de la Barca, en 1681; por lo que la denominación de “siglo”
debería ser sustituido por la de “Época Áurea”.
Estos dos siglos a su vez ofrecen características bien distintas que
obligan a una diferenciación: el siglo XVI corresponde a la plenitud del
Renacimiento y el siglo XVII a la época barroca.
El Renacimiento a su vez debe ser subdividido en dos mitades que
corresponden a los dos monarcas entre quienes se reparte el siglo: período
de Carlos V y período de Felipe II. Durante el primero se produce el
momento de “recepción” de los influjos extranjeros, predominantemente
italianos; bajo Felipe II, período de “asimilación”, las tendencias
renacentistas se cristianizan, y aunque en el aspecto artístico y formal
siguen las normas precedentes, España se encierra dentro de sí misma,
preparando la época “nacional”; es el momento de la Contrarreforma, de la
ascética y de la mística, de los grandes poetas religiosos (solo por citar
algunos: Santa Teresa de Jesús, Sor Juana Inés de la Cruz, Fray Luis de
León).
Repetidamente hemos venido aludiendo a la admiración por la
Antigüedad clásica como principal motivo determinante de la gran
revolución cultural que provoca el paso de la Edad Media a la Época
Moderna. Pero, a criterio de Alborg, debe entenderse que este volver a la
cultura antigua, este “renacer” de aquel mundo pasado, no se limita a la
admiración por determinadas formas de arte o bellezas literarias que se
estimaban superiores, sino que tiene un alcance de mayor profundidad; de
no ser así, no podría imaginarse una transformación tan radical de todo el
cuerpo de Europa.
Hauser expresa que la concepción del mundo que poseemos
(naturalista y científica) es una creación del Renacimiento, pero el impulso
hacia la nueva orientación en la que tiene su origen la concepción que
ahora surge lo dio el “nominalismo” de la Edad Media. El interés por la
investigación de las leyes naturales, el sentido de fidelidad a la naturaleza
en el arte y en la literatura y la individualidad no comienzan con el
Renacimiento; el naturalismo del siglo XV no es más que la continuación
de naturalismo del gótico, en el que se aprecia claramente la concepción
individual de las cosas individuales.
Burckhardt, en su descripción del Renacimiento, ha acentuado sobre
todo el naturalismo y señala en el retorno a la realidad empírica, en “el
descubrimiento del mundo y del hombre” el momento esencial del “re-
nacimiento”; pero él y sus seguidores a criterio de Hauser no se han dado
cuenta de que en el Renacimiento lo nuevo no era el naturalismo en si, sino
los rasgos científicos, metódicos e integrales del naturalismo. Cuando
Burckhardt dice que “el descubrimiento del mundo y del hombre” es obra
del Renacimiento, su tesis es un ataque a la reacción romántica y su
defensa contra la propaganda destinada a difundir la visión romántica de la
cultura medieval. Aún hoy se considera al Renacimiento, como la gran
lucha de la razón por la libertad y el triunfo del espíritu individual cuando
en realidad “ni la idea del libre examen es una conquista del Renacimiento,
ni la idea de la personalidad fue totalmente desconocida para la Edad
Media. El individualismo del Renacimiento fue nuevo solo como programa
consciente, como instrumento de lucha y como grito de guerra, pero no
como fenómeno”, expresa Hauser.
Por otra parte, centrándonos en el “hombre del Renacimiento”, nos
encontramos con que éste busca en el antiguo un nuevo concepto de la
vida, una estimación diferente del hombre que le hace contemplarse a sí
mismo de acuerdo con una nueva escala de valores. El hombre de la Edad
Media había situado a Dios en el centro de su universo y considerando la
existencia terrenal como una “estación de paso” para conquistar la vida
eterna; el hombre renacentista; sin embargo, trastrueca los valores y se
coloca en el centro de un mundo que considera digno de ser vivido por sí
mismo. La tierra ya no es considerada el valle de lágrimas del hombre
cristiano-medieval, sino un lugar de goce; el cuerpo no es el mal, sino la
fuente de placer que justifica y hace hermoso el vivir. Hauser, expresa que
tanto para Bayle como para Voltaire, el carácter irreligioso del
Renacimiento era cosa reconocida, y con esas características ha llegado
hasta hoy el Renacimiento, que era en realidad solamente anticlerical,
antiescolástico y antiascético, pero en modo alguno incrédulo. Las ideas
sobre la salvación, el más allá, la redención y el pecado original, que
llenaban la vida espiritual del hombre de la Edad Media, pasan a ser
“meramente ideas secundarias”. El mundo de la antigüedad descansaba
sobre la concepción antropocéntrica y materialista en la que el hombre y su
razón constituían la medida de todas las cosas.
De esta nueva valoración del hombre nació la palabra “humanismo”.
Y aunque esta denominación se da usualmente a los estudiosos del latín o
del griego, su significado tiene un alcance mucho mayor, pues los textos
antiguos se valoraban no solo por si mismos o en razón de su belleza o
excelencias literarias, sino porque conducían a la nueva concepción del
hombre, centro y finalidad de todas las cosas. Alborg enumera una serie de
causas materiales que impulsaron este orgullo humanista: el aumento de la
riqueza nacida de la creciente pujanza del comercio; la invención de la
imprenta que facilitó la difusión del saber; el descubrimiento de América
que abrió nuevos horizontes a la actividad humana, duplicó el mundo y
ofreció la posibilidad de recursos insospechables.
“Sacra conversazione”. Bellini-Giovanni
Mientras el hombre medieval había despreciado el cuerpo en
beneficio del espíritu, el renacentista busca la plenitud en un desarrollo
armónico de todas las facultades, tanto espirituales como físicas, buscando
la satisfacción de todas las posibilidades del ser humano. A esta concepción
responde la figura ideal del “cortesano”, creada por Baltasar de Castiglione.
Podemos afirmar también que el hombre de la Edad Media se había
polarizado en una actividad: era un hombre de armas, un clérigo, un
burgués; el cortesano por el contrario debe ser tan experto en las armas
como en las letras, debe conjugar las maneras más refinadas con el valor en
el combate, estar tan preparado para el riesgo como para el placer.
Ninguna otra época en la historia ha ofrecido un ejemplo de plenitud,
de energía, de audacia creadora, de anhelo de vivir, como el que dieron los
hombres del renacimiento. Cabe destacar que éste investigó la naturaleza,
realizó importantes descubrimientos científicos, creó maravillosas obras de
arte, trató de hacer el mundo confortable y bello y se lanzó a vivir con la
furia incontenible de quien acaba de descubrir el paraíso.
La imitación de la antigüedad trajo en lo político un cambio radical.
Ideal Político
El ejemplo del imperio romano con su unificación lingüística y
legislativa y el poder absoluto de sus emperadores, impulsó el deseo de los
imperios nacionales en los que toda la autoridad estuviese concentrada en
los monarcas. En medio del fraccionamiento y de la diversidad feudal, que
es el rasgo esencial de la Edad Media, con su multiplicidad de legislación,
tributos, normas y poderes, fueros y exenciones, algunos monarcas van
tratando de realizar la unidad política inspirándose en las concepciones
absolutistas y uniformadoras del Derecho Romano.
La revolución que supone el salto del predominio feudal al poder
omnipotente de la realeza es tal que ella sola justifica y define el paso a una
“nueva edad”. Sin la caída de Constantinopla, fecha convencional adoptada
como final de la Edad Media, sin el Descubrimiento de América incluso, la
Edad Moderna hubiera comenzado desde el momento en que la nobleza
feudal cedía su poder a la nueva comunidad estatal, resucitada bajo el
ejemplo del viejo Imperio Romano.
Este predominio del poder central, tuvo en el Renacimiento su mayor
expresión teórica en el famoso tratado de Maquiavelo titulado “El
Príncipe”. Según las teorías de este famoso escritor, el “príncipe” o jefe de
un país debe desentenderse de la moral para poner el interés de su estado
por encima de todas las consideraciones idealistas. El “maquiavelismo” ha
sido desde entonces la gran enfermedad de Europa.
Tampoco en este aspecto político, como en el pensamiento y en las
letras, se produce el cambio a la manera de una caída vertical, si no que
viene preparándose desde antes.
La Filosofía
El Renacimiento no creó una filosofía positiva, sino que se limitó a
ejercer una severa crítica racionalista de la escolástica medieval y a
resucitar algunos aspectos de la filosofía clásica. Gozaron de especial
aceptación las corrientes filosóficas que atendían a la vida moral, como el
“escepticismo”, que encajaba exactamente con la posición critica y
negativa respecto a la dogmática escolástica ; el “estoicismo” renacido
ahora por que se avenía muy bien con la exaltación de la dignidad moral
del hombre, con su sometimiento a las leyes de la naturaleza y su varonil
aceptación del sufrimiento; y, sobre todo, el “epicureismo” porque
respondía al nuevo concepto hedonista de la vida que tenía como norte el
placer equilibrado por la inteligencia.
De los dos grandes filósofos de la antigüedad, Platón y Aristóteles, el
Renacimiento prefirió al primero, si bien se realizaron intentos de fusión
entre las dos tendencias: el idealismo y el realismo racionalista. Se creía
que la belleza de los seres materiales es un reflejo de la divina, por lo que el
amor y la admiración por aquéllos pueden conducirnos a la divinidad. La
mujer, el arte y la naturaleza son las tres fuentes principales para llevarnos
hasta Dios. De esta manera se limpió y dignificó el amor por lo material, y
se idealizó el sentimiento amoroso. El amor a la mujer, a medida que se
divinizaba, multiplicaba aún más la eficacia de su humana condición.
La Literatura
La llegada del Renacimiento produjo una cierta uniformidad en los
distintos países europeos, puesto que todos se inspiraban en los mismos
ideales y modelos clásicos. Esto no impide, en absoluto, la manifestación
de los caracteres nacionales producidos, en el caso concreto de España, por
la pervivencia y fusión de poderosas corrientes medievales. La forma, que
durante la Edad Media había sido considerada como un elemento accesorio,
al servicio de la intención didáctica o moral adquiere ahora la importancia
de algo valioso por sí mismo. La belleza, reflejo de Dios, es desde ahora la
meta capital del artista, y la Naturaleza la fuente principal de inspiración.
Pero esta aceptación de la belleza como una categoría esencial, según
Alborg, trae aparejadas diferencias radicales respecto al concepto de lo
medieval. El escritor medieval que cultiva la belleza sin propósitos
didácticos, lo hace como motivo de diversión y se vale de recursos de
índole popular: es, en realidad, el espectáculo bajo formas literarias. El
Renacimiento, por el contrario, se recrea en las más exquisitas delicadezas
formales, y dentro de una comedida elegancia, aprendida también de la
clásica serenidad de los antiguos, cultiva un arte selecto para minorías,
artificioso y auténticamente “literario”. Diríase que busca, el la cuidada
excelencia de la forma, la justificación de su quehacer y la diferencia que
ha de separarle del poeta popular.
Con este afán de selección renacen los principales temas de la
antigüedad pagana: los relatos mitológicos, que se convierten en fuente
imprescindible de poéticas comparaciones; el bucolismo pastoril, predilecto
escenario de artificiosos y refinados mundos poéticos; las preceptivas de
Aristóteles y Horacio, considerados como maestros imprescindibles. El
hombre del Renacimiento, que ha redescubierto la belleza exquisita con
que expresó sus ideales el mundo grecolatino, ha de considerar por mucho
tiempo que no existe arte posible fuera de los cauces trazados por los viejos
maestros.
“Doni Tondo”. Miguel Ángel
Al lado de los autores antiguos, los literatos italianos fueron los
modelos indiscutibles con tanta o mayor influencia que aquéllos. Dante,
que había sido preferido por los escritores del siglo XV, cede ahora su
puesto a Petrarca. De él adoptan el cultivo del endecasílabo, la gran
artificiosidad de los conceptos amorosos, la preocupación por la forma, el
gusto por el paisaje, las sutiles introspecciones de la pasión amorosa y el
todo delicado y sentimental no siempre exento de cierta afectación.
Pero, de ninguna manera se podría hablar de literatura sin tener en
cuenta algunos aspectos relevantes del idioma.
La gran legión de poetas y prosistas procedentes de todas las tierras
de España, hace perder al idioma su rudeza y lastre medieval y lo levanta a
la perfección poniéndole a la par de los idiomas clásicos. Alcanza entonces
la lengua española una extraordinaria difusión por todos los países de
Europa, y salta al Nuevo Mundo en boca de los conquistadores. Papel
importantísimo tuvo en esta difusión el propio Carlos V, que fue a España
sin conocer la lengua y fue luego tan apasionado de ella. El castellano se
convierte en el idioma de las cancillerías, se imprimen libros españoles en
toda Italia, en Francia, en Bélgica y en Inglaterra, se enseña el español en
numerosas universidades de Europa, se componen gramáticas y
diccionarios de español en diversas lenguas vulgares, y Castiglione
proclama en su “Cortesano” como ideal del perfecto caballero el poseer el
español.
En España el castellano gana la batalla al latín, hasta para aquellas
materias en que el empleo de la lengua vulgar se consideraba inadecuado;
aunque no siempre sin prolongadas luchas. En cuanto al estilo, durante la
época del Emperador, se considera como ideal la naturalidad, aunque
siguiendo la fórmula de “La Celestina” de combinar la lengua popular con
aquella otra de artificio, ingenio, invención, dando frecuentemente mayor
preferencia a la vulgar, pero seleccionando siempre lo mejor. La tendencia
del Renacimiento por seguir en todo a la naturaleza según las sentencias de
Platón y de Cicerón, favorece el cultivo del lenguaje en su forma más llana
y natural; aunque semejante estima por lo natural no quiere decir que se
aceptase lo que se consideraba plebeyo. Gozaron, en cambio, de gran
aceptación los refranes, de los cuales se benefició el idioma en dos notas
que los distinguen: la claridad y la concisión.
Con el avance del siglo disminuye, sin embargo, rápidamente, el
gusto por la sencillez y naturalidad. Pero aunque algunas de las grandes
personalidades, los menos, rechacen de plano todo lamento popular, este
subsiste sin embargo como componente característico de la literatura
española, hasta en aquellos escritores de más artificiosa expresión.
Adviértase bien que en las letras españolas no debe confundirse nunca la
sencillez de estilo con el popularismo; ambos pueden coincidir, pero no
necesariamente. Con gran frecuencia las lenguas más inequívocamente
populares, y tal es el caso de los refranes citados, pueden servir, con su
peculiar concisión para el conceptismo más rebuscado. Sobre esta tenaz
pervivencia del popularismo escribe Vossler: “Tanto en la literatura como
en el uso idiomático del Siglo de Oro pueden distinguirse tres grados
estilísticos: el popular, el clásico y el artificioso o culterano. Los tres
existían simultáneamente pero, sin embargo el tercero no alcanzó plena
validez hasta la última época, hasta el barroco, mientras que el estilo
clásico desempeñó tan sólo un papel de duración relativamente breve y, por
así decirlo, de segunda categoría. El estilo popular, en cambio, permaneció
ininterrumpidamente en rigor tanto en el primero como en el segundo siglo
de la época de oro, haciendo acto de presencia hasta en las últimas cimas
del culteranismo, gracias a su constante impulso ascendente”.
RENACIMIENTO EN ESPAÑA
Se ha discutido extensamente acerca de si ha existido o no el
Renacimiento en España, considerándolo como una ruptura radical con el
espíritu de la Edad Media y estimándolo tan sólo bajo el aspecto de una
paganización de la vida, ha podido negarse su existencia en España, ya que
después de esta etapa la cultura española se orienta en un sentido religioso
y cristiano que, para muchos, contradice las direcciones esenciales del
Renacimiento. Así lo han sostenido diversos historiadores de la cultura, la
literatura y las artes, hasta elaborar un concepto que ha venido gozando de
amplia aceptación. Pero después de estudios minuciosos en los que han
participado notables escritores de diversos países, hoy ya no puede
sostenerse la opinión negativa.
Según Alborg, el Renacimiento español no solo estuvo a la altura de
sus más brillantes manifestaciones en otros países, sino que todavía los
sobrepasó en muchos aspectos; y aún más, consiguió resultados de gran
originalidad, precisamente por la fusión de la tradición medieval con los
nuevos aportes europeos. Mientras el resto de las naciones europeas rompe
con su pasado, España lo recoge y renueva, consiguiendo una síntesis muy
peculiar en que se funde lo mejor y más duradero de ambas vertientes.
Otro rasgo original del Renacimiento español es también la
coexistencia de lo popular y típicamente local e hispánico con la cultura
universal, recibida de la herencia clásica. La persistencia de la tradición
épica que los demás países olvidan es una muestra muy importante de la
capacidad española para la armonización de los elementos más contrarios.
Dámaso Alonso, concretando estos rasgos, expresa: “Nuestro Renacimiento
y nuestro post-renacimiento barroco, son una conjunción de lo medieval
hispánico, y de lo renacentista y barroco europeo. España no se vuelve de
espaldas a lo medieval al llegar al siglo XVI (como lo hace Francia) sino
que, sin cerrarse a los influjos del momento continúa la tradición de la
Edad Media. Esta es la gran originalidad de España y de la literatura
española, su gran secreto y la clave de su fuerza y de su desasosiego
íntimo. Hay como una veta de literatura medieval (romancero y cancionero
popular, etc.) que entra en el siglo XVI, pasa adelgazándose al siglo XVII,
y llega soterráneamente hasta nuestros días”.
España tuvo una temprana vocación literaria; por ejemplo, los
Cantares de Gesta, de los cuales nos ha llegado casi íntegros el Cantar de
Mio Cid, la poesía juglaresca, trovadoresca, y el mester de clerecía; la
figura de Alfonso X, creador de la prosa, la Escuela de Traductores de
Toledo, y las figuras de Juan Manuel y el Arcipreste de Hita, antes de
producirse le movimiento humanista de España.
Italia se adelanta en más de un siglo a las otras naciones. Como ya se
ha expresado anteriormente, “El Príncipe” de Maquiavelo nos da el ideal
político del Renacimiento, y “El Cortesano” de Baltasar de Castiglione, nos
ofrece el prototipo social. En España, en el reinado de Juan II que organiza
una corte literaria hay influjo de formas traídas de Italia. La poesía
alegórica se compagina en España según los moldes italianos: la Divina
Comedia, de Dante, y los Triunfos, de Petrarca. Algunos escritores como
Fernández de Heredia, Enrique de Villena, Juan de Mena, toman como
ideal a resucitar la antigüedad clásica. La frase va ganando amplitud y
elegancia, las ideas se desarrollan con más reposo y distribuidas en
cláusulas simétricas, se incrustan los latinismos en el vocabulario y la
sintaxis, como se aprecia en el Arcipreste de Talavera. Nebrija publica la
primera Gramática Castellana en agosto de 1492 (antes que las otras
lenguas neolatinas) y el mecenazgo del Cardenal Cisneros alcanza la
unidad cultural, como Isabel la Católica logra la unidad política. Con todos
estos hechos y personajes estamos en el hervor del humanismo español y
en el pórtico del Renacimiento.
Los matices fundamentales heredados de Italia, según Martín Alonso
en su “Historia de la literatura mundial”, son los siguientes:
- Valoración altamente estimativa de todo lo grecorromano y
reconocimiento de su superioridad.
- Refinamiento y aristocracia espiritual, que lleva implícitamente el
desprecio por lo vulgar, repetido a través de la Escuela culterana española,
la preciosista de Francia y la manicrista de Italia.
- Estudio del paisaje. Buscan la belleza en el mundo físico, en los
elementos naturales que están más cerca del hombre y exaltan e imitan las
bellas formas a la manera de los griegos.
- Olvido de la tradición. El renacentista vuelve la espalda al medievalismo
que considera oscurantista. Para el nuevo arte italianizante, todo lo
medieval es despreciable.
- Temas antropocéntricos. El hombre medieval propugnaba más bien el
teocentrismo. El renacentista humaniza los temas y se constituye en centro
y eje de su propia obra literaria.
- Sentido crítico. Buscan los textos más depurados y se ponen de moda los
estudios de filología y lingüística. Se trata de interpretar el pensamiento
antiguo y descubrir nuevas fuentes de belleza.
Alborg resume las más importantes características del Renacimiento
español, y las sintetiza del siguiente modo:
-unidad política y religiosa.
-armonización de tendencias contrapuestas: tradición religiosa con
humanismo pagano, popularismo y cultismo, idealismo y realismo,
tradición local y temática universal europea.
-nacionalización de temas extranjeros.
-universalismo (el drama español lo abarca todo: lo nacional y lo
extranjero, lo religioso y lo profano, lo histórico y lo legendario).
-finalidad ética y didáctica, junto a la más exigente preocupación estética.
-espíritu constructor y realista.