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Va como evidencia fácil que Oesterheld debía ser dibujado, y lo hicieron
muchos dibujantes, de los que nos viene al caso recordar ahora a Solano
López –con formas llenas y geométricas, que conseguían ser tiernas– y a
Breccia, con figuras un tanto esperpénticas, sometidas a detalles tétricos
que no escondían cierta ironía. El encuentro de Breccia con Borges, si se
le suma la sombra legendaria de Oesterheld, nos provoca una paralización
del aliento. Borges escribe como un iconoclasta, rechaza naturalmente la
transposición de sus escenas, aun de las más vivaces, a la forma dibujada.
Sin embargo Breccia consigue el milagro de poner la letra de Borges
en el lugar de unos colores que gozan de su autonomía recia, mientras
sustituyen la voz del escritor. Esas imágenes asombrosas salen de un
inconsciente colectivo borgeano, a la búsqueda del mito mayor de nuestra
literatura, que dice “que es fácil matar a un hombre”, mientras que el autor
de El Eternauta sostiene lo contrario. No se debe matar a un hombre. Son
las dos medallas de la historia de la salvación. Breccia está en ambos lados
de ella.
Horacio González
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Los buenos maestros, aquellos a los que también se los denomina artistas, dibujantes, pintores, no surgen por generación espontánea, sino que suelen desarrollarse dentro del oficio y de ciertas leyes naturales, que se deciden respetar o ignorar.El oficio es la esencia y la herramienta misma de estos maestros, adquirida con la sensibilidad, los sentimientos y la experiencia. Este es el caso de Alberto Breccia ya que no sólo se introduce, sino que profundiza en el alma humana.A Breccia le gustaba pregonar que se tenía que dibujar y pintar con cualquier elemento, ya sea con lápiz, pincel, carbón, hojitas de afeitar, sorbetes, etcétera. Con cualquier cosa se expresaba. Y es así que muchos de sus trabajos fueron realizados con estos dos últimos elementos y específicamente para este género literario de historietas, trascendiéndolo para convertirse en verdaderas obras de arte.También por esas leyes naturales es que se establecen distintas escuelas internacionales de historieta. Podemos mencionar la franco-belga, que a sus creaciones les da el nombre de historietas francófonas, puesto que se realizan en países como Bélgica, Francia y Suiza y ésta da respuesta a sus propios valores culturales. Otra escuela, pero en lengua española, es la famosa escuela valenciana del tebeo (historieta). Tanto una como otra viven con sus particulares características y demandas. Como lo hace también la escuela japonesa con sus mangas o la nortemericana con sus comics, tan de consumo y publicitados que es representada por sus famosos superhéroes.A nuestra escuela argentina de la historieta, o escuela rioplatense de la historieta, podemos visualizarla en sus primeras manifestaciones gráficas en la época del virreinato del Río de la Plata. Y ver su desarrollo afirmado con Manuel Belgrano, fundador de la Escuela Nacional de Dibujo, en 1799. También debemos destacar al padre Castañeda que colaboró con los cimientos de la misma a mediados de 1820, desparramando en su periódico caricaturas sociales y políticas, creando también la primera escuela de grafidia.Nuestra escuela, a través de los años, se va manifestando y es así que se destacan características muy importantes, pertenecientes a la esencia de un profundo humanismo. Siguiendo su crecimiento y a comienzos del siglo XX, irrumpe Breccia con su oficio plasmado en distintas expresiones plásticas, y junto con su sabiduría manifestada muchas veces de forma verbal, se convierte en uno de los pilares fundamentales de la Escuela Argentina de la Historieta.Breccia ilustró muchísimos libros de distintos escritores internacionales como Lovecraft, Poe, Sabato, Horacio Quiroga, Humberto Eco, Oesterheld, entre otros.Como corolario, mencionemos la gran admiración mutua que existía entre
BRECCIA Literatura dibujada
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él y Borges. Por esas cosas de la vida, las últimas obras artísticas de Breccia (como un guiño, una señal, un mensaje, como un legado) fueron encomendadas desde Europa el mismo año de su fallecimiento (el 10 de noviembre de 1993). Fueron veintiún pinturas, firmadas por Breccia y fechadas 93, realizadas en acrílico, de gran formato –miden 50 por 70 cm cada una– y en soporte de cartón. Nunca fueron expuestas en nuestro país porque no regresaron a la Argentina.Estos acrílicos de colores son la síntesis de dos maestros de nuestra cultura, ya que estas veintiún pinturas representan distintos pasajes de los escritos de Jorge Luis Borges, algunos inspirados en hechos que casualmente vivieron tanto uno en el barrio de Palermo como el otro en el barrio de Mataderos. Al igual que Borges, Breccia conocía a estos hombres y mujeres, ambos habían presenciado el drama y algunos hechos de sangre durante su juventud. Esto ocurría en Buenos Aires, a principios del siglo veinte, donde eran frecuentes los duelos y los crímenes de honor.Extracto de una entrevista de Ranieri-Marchetti a Breccia para la revista La Maga, 1993:Ranieri-Marchetti: De alguna manera, ese mundo que narra Borges lo remite al de su infancia, como una forma de evocar recuerdos suyos del pasado.Breccia: No tanto del pasado. Ese mundo para mí está vivo, porque me sigo reuniendo con los amigos de entonces. Desde aquella época, todos los viernes, nos juntamos a eso de las ocho de la noche con una barra de amigos en una pizzería de Mataderos, que antes era una pulpería.
MiGuel ánGel Foncueva y Manuel escola
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“Yo me dediqué al dibujo porque era la forma de liberarme de ser un obrero de una fábrica, simplemente.”
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“Dibujo de muy pibe, no me
hice dibujante para dejar de
ser tripero, me ayudó
para dejar de ser tripero, me ayudó a
dejar el oficio asqueroso que
tenía. Pero dibujante
hubiera sido de cualquier
manera.”
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La serie previamente hecha debutó el 20 de junio de 1962. El primer número apareció el 20 de julio de 1962 en la edición núnero 718 de la revista Misterix. El personaje de Mort Cinder apareció por primera vez el 17 de agosto de 1962 en el Nº 718 de la revista argentina Misterix y terminó en el Nº 798, el 28 de febrero de 1964, para transformarse en un clásico.En España, la obra empezó a ser conocida en 1969, con la distribución de algunos ejemplares de la revista sobre historietas LD (Literatura Dibujada).
Mort Cinder (capítulos)1. Ezra Winston, el anticuario2. Los ojos de plomo3. La madre de Charlie4. La torre de Babel5. En la penitenciaria. Marlin.6. En la penitenciaria. El Frate.7. La tumba de Lisis8. La nave negra9. El vitral10. La batalla de las Termópilas
1974 Imágen perteneciente a la revista
española Zeppelin N°8
Imágen perteneciente al capitulo “La torre de Babel”
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La batalla de las Termópilas, edición italiana de 1977.
“Yo creo que Mort Cinder es en el fondo un ejemplo de bondad humana, es un hombre solidario y trata esos dos sentimientos a través de distintas épocas.”
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“En Héctor Germán Oesterheld siempre existió una vocación de justicia, que por último es lo que determinó su final tan cruel. Y en todas sus historias se refleja eso, esa vocación de justicia, esa lucha por la libertad, y donde está patentizada sobre todo es en el episodio de las Termópilas.”
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“La cara de Ezra la tome de la mía, simplemente por comodidad. No soy un ególatra, no es que me guste mi cara, me sirvió para este personaje.”
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1. 1974-1977Un Tal Daneri
2. 1976La gallina degollada
3. 1977Nadie
“Hay tantas cosas para dibujar, se puede dibujar con un martillo, con un formón, con una pluma de
ganso, con un palo, la cuestión es expresarse, eso es todo.”
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Alberto Breccia21 pinturas en color
Estas obras de Alberto Breccia que aquí se presentan son sus últimas creaciones. Se trata de veintiún pinturas realizadas en acrílico, sobre soportes de cartón de 50 x 70 cm, firmadas y fechadas “93” cada una de ellas. Fueron realizadas en el año 1993, el mismo año de su fallecimiento. Estas obras se inspiran en distintos cuentos de Jorge Luis Borges que integran los libros Historia universal de la infamia (1935), Ficciones (1944), Artificios (1944), El Aleph (1949) y El informe de Brodie (1970).Hoy se exponen en la Sala Leopoldo Lugones de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno, reproducciones de las veintiún obras que fueron encomendadas desde Europa. Debemos destacar que estos originales nunca fueron exhibidos ni reproducidos gráficamente en la Argentina.A continuación ordenamos las obras según el libro en el cual aparecieron en su primera edición. Y entonces, ¿qué sucede si accionamos nuestra imaginación uniendo las pinturas con los textos? Tendremos una nueva versión de los cuentos de Borges de la mano de Breccia. Sin importar el orden establecido y acompañados por los dos, entraremos en la nueva dimensión Borges-Breccia.
MiGuel ánGel Foncueva
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Caminé cuatro días antes de conseguir un caballo. El
quinto hice alto en un riachuelo para abastecerme de
agua y sestear. Yo estaba sentado en un leño, mirando
el camino andado esas horas, cuando vi acercarse
un jinete en un caballo oscuro de buena estampa. En
cuanto lo avisté determiné quitarle el caballo. Me paré,
le apunté con una hermosa pistola de rotación y le di
la orden de apear. La ejecutó y yo tomé en la zurda las
riendas y le mostré el riachuelo y le ordené que fuera
caminando delante. Caminó unas doscientas varas
y se detuvo. Le ordené que se desvistiera. Me dijo:
“Ya que está resuelto a matarme, déjeme rezar antes
de morir”. Le respondí que no tenía tiempo de oír sus
oraciones. Cayó de rodillas y le descerrajé un balazo
en la nuca. Le abrí de un tajo el vientre, le arranqué las
vísceras y lo hundí en el riachuelo. Luego recorrí los
bolsillos y encontré cuatrocientos dólares con treinta y
siete centavos y una cantidad de papeles que no me
demoré en revisar. Sus botas eran nuevas, flamantes,
y me quedaban bien. Las mías, que estaban muy
gastadas, las hundí en el riachuelo.
Así obtuve el caballo que precisaba, para entrar en
Natchez.
El atroz redentor Lazarus Morell
(De Historia universal de la infamia)
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Tom Castro. En Sydney conoció a un tal Bogle, un ne-
gro sirviente. Bogle, sin ser hermoso, tenía ese aire
reposado y monumental, esa solidez como de obra
de ingeniería que tiene el hombre negro entrado en
años, en carnes y en autoridad. Tenía una segunda
condición, que determinados manuales de etnografía
han negado a su raza: la ocurrencia genial. Ya veremos
luego la prueba. Era un varón morigerado y decente,
con los antiguos apetitos africanos muy corregidos por
el uso y abuso del calvinismo.
El impostor inverosímil Tom Castro
(De Historia universal de la infamia)
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Otra, más venturosa y longeva, fue una pirata que
operó en las aguas del Asia, desde el Mar Amarillo
hasta los ríos de la frontera del Annam. Hablo de la
aguerrida viuda de Ching.
La viuda Ching, pirata
(De Historia universal de la infamia)
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El misterioso, lógico fin.
El 25 de diciembre de 1920 el cuerpo de Monk East-
man amaneció en una de las calles centrales de Nueva
York. Había recibido cinco balazos. Desconocedor feliz
de la muerte, un gato de lo más ordinario lo rondaba
con cierta perplejidad.
El proveedor de iniquidades Monk Eastman
(De Historia universal de la infamia)
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Del fondo del desierto vertiginoso (cuyo sol da la fiebre,
así como su luna da el pasmo) vieron adelantarse tres
figuras, que les parecieron altísimas. Las tres eran
humanas y la del medio tenía cabeza de toro. Cuando
se aproximaron, vieron que éste usaba una máscara y
que los otros dos eran ciegos.
Alguien (como en los cuentos de Las mil y una noches)
indagó la razón de esa maravilla. Están ciegos, el
hombre de la máscara declaró, porque han visto mi
cara.
Hombre de la esquina rosada I
El tintorero enmascarado Hákim de Merv
(De Historia universal de la infamia)
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Parece cuento, pero la historia de esa noche rarísima
empezó por un placero insolente de ruedas coloradas,
lleno hasta el tope de hombres, que iba a los
barquinazos por esos callejones de barro duro, entre
los hornos de ladrillos y los huecos, y dos de negro,
déle guitarriar y aturdir, y el del pescante que les tiraba
un fustazo a los perros sueltos que se le atravesaban
al moro, y un emponchado iba silencioso en el medio,
y ése era el Corralero de tantas mentas, y el hombre
iba a peliar y a matar. La noche era una bendición de
tan fresca; dos de ellos iban sobre la capota volcada,
como si la soledá juera un corso.
Dijo esas cosas y no le quitó los ojos de encima. Ahora
(De Historia universal de la infamia)
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le relucía un cuchillón en la mano derecha, que en fija
lo había traído en la manga. Alrededor se habían ido
abriendo los que empujaron, y todos los mirábamos a
los dos, en un gran silencio. Hasta la jeta del mulato
ciego que tocaba el violín, acataba ese rumbo.
En eso, oigo que se desplazaban atrás, y me veo
en el marco de la puerta seis o siete hombres, que
serían la barra del Corralero. El más viejo, un hombre
apaisanado, curtido, de bigote entrecano, se adelantó
para quedarse como encandilado por tanto hembraje
y tanta luz, y se descubrió con respeto. Los otros
vigilaban, listos para dentrar a tallar si el juego no era
limpio.
Hombre de la esquina rosada II
(De Historia universal de la infamia)
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Hombre de la esquina rosada III
Yo me fui tranquilo a mi rancho, que estaba a unas
tres cuadras. Ardía en la ventana una lucesita, que
se apagó en seguida. De juro que me apuré a llegar,
cuando me di cuenta. Entonces, Borges, volví a sacar
el cuchillo corto y filoso que yo sabía cargar aquí, en
el chaleco, junto al sobaco izquierdo, y le pegué otra
revisada despacio, y estaba como nuevo, inocente, y
no quedaba ni un rastrito de sangre.
(De Historia universal de la infamia)
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Funes el memorioso
Había aprendido sin esfuerzo el inglés, el francés, el
portugués, el latín. Sospecho, sin embargo, que no era
muy capaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias,
es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de
Funes no había sino detalles, casi inmediatos. La
recelosa claridad de la madrugada entró por el patio
de tierra.
Entonces vi la cara de la voz que toda la noche había
hablado. Ireneo tenía diecinueve años; había nacido
en 1868; me pareció monumental como el bronce,
más antiguo que Egipto, anterior a las profecías y a las
pirámides. Pensé que cada una de mis palabras (que
cada uno de mis gestos) perduraría en su implacable
memoria; me entorpeció el temor de multiplicar
ademanes inútiles.
Ireneo Funes murió en 1889, de una congestión
pulmonar. (De Artificios)
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La forma de la espada
Aquí mi historia se confunde y se pierde. Sé que
perseguí al delator a través de negros corredores
de pesadilla y de hondas escaleras de vértigo. Moon
conocía la casa muy bien, harto mejor que yo. Una
o dos veces lo perdí. Lo acorralé antes de que los
soldados me detuvieran. De una de las panoplias del
general arranqué un alfanje; con esa media luna de
acero le rubriqué en la cara, para siempre, una media
luna de sangre. (De Artificios)
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La muerte y la brújula
El tren paró en una silenciosa estación de cargas.
Lönnrot bajó. El aire de la turbia llanura era húmedo y
frío. Lönnrot echó a andar por el campo. Vio perros, vio
un furgón en una vía muerta, vio el horizonte, vio un
caballo plateado que bebía del agua crapulosa de un
charco. Oscurecía cuando vio el mirador rectangular
de la quinta de Triste-le-Roy, casi tan alto como los
negros eucaliptos que lo rodeaban. Pensó que apenas
un amanecer y un ocaso (un viejo resplandor en el
oriente y otro en el occidente) lo separaban de la hora
anhelada por los buscadores del Nombre.
(De Artificios)
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El fin
Se alejaron un trecho de las casas, caminando a la
par. Un lugar de la llanura era igual a otro y la luna
resplandecía. De pronto se miraron, se detuvieron y
el forastero se quitó las espuelas. Ya estaban con el
poncho en el antebrazo, cuando el negro dijo:
–Una cosa quiero pedirle antes que nos trabemos.
Que en este encuentro ponga todo su coraje y toda su
maña, como en aquel otro de hace siete años, cuando
mató a mi hermano.
Acaso por primera vez en su diálogo, Martín Fierro oyó el
odio. Su sangre lo sintió como un acicate. Se entreveraron
y el acero filoso rayó y marcó la cara del negro.
Hay una hora de la tarde en que la llanura está por
decir algo; nunca lo dice o tal vez lo dice infinitamente
y no lo entendemos, o lo entendemos pero es
intraducible como una música… Desde su catre,
Recabarren vio el fin. Una embestida y el negro reculó,
perdió pie, amagó un hachazo a la cara y se tendió
en una puñalada profunda, que penetró en el vientre.
Después vino otra que el pulpero no alcanzó a precisar
y Fierro no se levantó. Inmóvil, el negro parecía vigilar
su agonía laboriosa. Limpió el facón ensangrentado en
el pasto y volvió a las casas con lentitud, sin mirar para
atrás. Cumplida su tarea de justiciero, ahora era nadie.
Mejor dicho era el otro: no tenía destino sobre la tierra
y había matado a un hombre.
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(De Artificios)
El Sur
La lámpara de kerosén pendía de uno de los tirantes;
los parroquianos de la otra mesa eran tres: dos pa-
recían peones de chacra: otro, de rasgos achinados
y torpes, bebía con el chambergo puesto. Dahlmann,
de pronto, sintió un leve roce en la cara. Junto al vaso
ordinario de vidrio turbio, sobre una de las rayas del
mantel, había una bolita de miga. Eso era todo, pero
alguien se la había tirado.
Los de la otra mesa parecían ajenos a él. Dalhmann,
perplejo, decidió que nada había ocurrido y abrió el
volumen de Las mil y una noches, como para tapar la
realidad. Otra bolita lo alcanzó a los pocos minutos, y
esta vez los peones se rieron.
(De Artificios)
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El muerto
Entra después en el destino de Benjamín Otálora
un colorado cabos negros que trae del sur Azevedo
Bandeira y que luce apero chapeado y carona con
bordes de piel de tigre. Ese caballo liberal es un
símbolo de la autoridad del patrón y por eso lo codicia
el muchacho, que llega también a desear, con deseo
rencoroso, a la mujer de pelo resplandeciente. La
mujer, el apero y el colorado son atributos o adjetivos
de un hombre que él aspira a destruir.(De El Aleph)
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Biografía de Tadeo Isidoro Cruz
Básteme recordar que el desertor malhirió o mató a
varios de los hombres de Cruz. Este, mientras combatía
en la oscuridad (mientras su cuerpo combatía en
la oscuridad), empezó a comprender. Comprendió
que un destino no es mejor que otro, pero que todo
hombre debe acatar el que lleva adentro. Comprendió
que las jinetas y el uniforme ya lo estorbaban.
Comprendió su íntimo destino de lobo, no de perro
gregario; comprendió que el otro era él. Amanecía en
la desaforada llanura; Cruz arrojó por tierra el quepis,
gritó que no iba a consentir el delito de que se matara
a un valiente y se puso a pelear contra los soldados
junto al desertor Martín Fierro.
(De El Aleph)
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Emma Zunz
Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de
agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos,
pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había
sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo
dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como
si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso
de agua se rompió, la cara la miró con asombro y
cólera, la boca de la cara la injurió en español y en
ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que
hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado
rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó
de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa.
(De El Aleph)
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El Zahir
Otros soñarán que estoy loco y yo con el Zahir.
Cuando todos los hombres de la tierra piensen, día
y noche, en el Zahir, ¿cuál será un sueño y cuál una
realidad, la tierra o el Zahir? En las horas desiertas
de la noche aún puedo caminar por las calles. El alba
suele sorprenderme en un banco de la plaza Garay,
pensando (procurando pensar) en aquel pasaje del
Asrar Nama, donde se dice que Zahir es la sombra de
la Rosa y la rasgadura del Velo.
(De El Aleph)
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La espera
Había en la casa un perro lobo, ya viejo. Villari se
amistó con él. Le hablaba en español, en italiano y
en las pocas palabras que le quedaban del rústico
dialecto de su niñez. Villari trataba de vivir en el mero
presente, sin recuerdos ni previsiones; los primeros
le importaban menos que las últimas. Oscuramente
creyó intuir que el pasado es la sustancia de que el
tiempo está hecho; por ello es que éste se vuelve
pasado en seguida. Su fatiga, algún día, se pareció
a la felicidad; en momentos así, no era mucho más
complejo que el perro.
(De El Aleph)
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El hombre en el umbral
En el último patio se celebraba no sé qué fiesta
musulmana; un ciego entró con un laúd de madera
rojiza.
A mis pies, inmóvil como una cosa, se acurrucaba en
el umbral un hombre muy viejo. Diré como era, porque
es parte esencial de la historia. Los muchos años lo
habían reducido y pulido como las aguas a una piedra
o las generaciones de los hombres a una sentencia.
Largos harapos lo cubrían, o así me pareció, y el
turbante que le rodeaba la cabeza era un jirón más.
En el crepúsculo alzó hacia mí una cara oscura y una
barba muy blanca. Le hablé sin preámbulos, porque
ya había perdido toda esperanza, de David Alexander
Glencairn.
(De El Aleph)
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La intrusa
Se hizo más hosco; se emborrachaba solo en el
almacén y no se daba con nadie. Estaba enamorado
de la mujer de Cristian. El barrio, que tal vez lo supo
antes que él, previó con alevosa alegría la rivalidad
latente de los hermanos.
Una noche, al volver tarde de la esquina, Eduardo vio
el oscuro de Cristian atado al palenque. En el patio, el
mayor estaba esperándolo con sus mejores pilchas.
La mujer iba y venía con el mate en la mano. Cristian
le dijo a Eduardo:
–Yo me voy a una farra en lo de Farías. Ahí la tenés a
la Juliana; si la querés, usála. (De El informe de Brodie)
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Historia de Rosendo Juárez
Yo me había agenciado un cuchillo; tomamos para el
lado del Arroyo, despacio, vigilándonos. Me llevaba
unos años; había visteado muchas veces conmigo y
yo sentí que iba a achurarme. Yo iba por la derecha del
callejón y él iba por la izquierda. Tropezó contra unos
cascotes. Fue tropezar Garmendia y fue venírmele yo
encima, casi sin haberlo pensado. Le abrí la cara de un
puntazo, nos trabamos, hubo un momento en el que
pudo pasar cualquier cosa al fin le di una puñalada,
que fue la última. Sólo después sentí que él también
me había herido, unas raspaduras. Esa noche aprendí
que no es difícil matar a un hombre o que lo maten a
uno.
(De El informe de Brodie)