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Cuando Albert Einstein murió en 1955,
su cerebro fue fotografiado y disec-
cionado en 240 bloques, listos paras
ser preservados en resina. Luego, estas 240
piezas se convirtieron en 2.000 ínfimos peda-
citos que, naturalmente, recorrieron los labo-
ratorios de todo el mundo. Se descubrieron,
con los años, algunas cosas: el cerebro del
ideólogo de la Teoría de la Relatividad tenía
una gran densidad de neuronas, una extra-
ña anatomía en los lóbulos parietales y, más
llamativo aún, estructuras anatómicas atí-
picas en la corteza prefrontal, el área más
nueva del cerebro, la encargada de planificar
y ejecutar complejos algoritmos. El cerebro
de Einstein representa algo así como el feti-
che de los neurocientíficos. Para el resto, un
cerebro no tiene nada de encantador. Se trata
de una masa rugosa color crema, compuesta
por grasa y tejido gelatinoso, que pesa alre-
dedor de un kilo y medio y está lleno de rugo-
sidades, surcos y pliegues que disminuyen el
espacio que ocupa dentro de la bóveda cra-
neana. De otro modo, si la superficie del cere-
bro se extendiera como una lámina, alcanza-
ría los 2,5 metros cuadrados. Pero esto, claro,
es pura fachada. Lo que realmente importa,
lo que desvela a los neurocientíficos de todo
el mundo, es lo que sucede en su interior.
Se sabe, el cerebro es la principal obse-
sión de nuestra era. Tanto es así que a
finales del año pasado, Obama, líder de la
principal potencia mundial, hizo públi-
ca la ambiciosa iniciativa BRAIN –algo así
como Investigación del Cerebro a través del
Avance de Neurotecnologías Innovadoras–,
que apuesta por una inversión de doscientos
millones de euros anuales durante una déca-
da para que agencias estatales, fundaciones
privadas y equipos de neuro y nanocientífi-
cos trabajen juntos para mapear nuestro cere-
bro, y así revelar los secretos ocultos detrás
del funcionamiento de nuestras mentes.
La máxima referencia es, claro, el Proyecto
Genoma Humano, que, gracias al aporte de
3.000 millones de euros no solo alcanzó su
objetivo en 2003 sino que restituyó, según un
estudio del Gobierno federal norteamerica-
no, cerca de setecientos millones de euros a la
demacrada economía yanqui. Por supuesto,
Facundo Manes, el hombre que se hizo conocido como el neurólogo de Cristina y ahora se lanzó finalmente a la política con UNEN, desconfía de la moda de las neurociencias. Paradójicamente, su libro Pensar el cerebro se convirtió en best seller. Prefiere, entonces, hablar de divulgación y armar un mapa mental en el que entra de todo: desde el arte, el amor y la religión hasta la memoria de los mozos.
POR MARTÍN JALI - FOTOS DE NICOLÁS JANOWSKI
/INICIATIVA BRAIN/1.
EL CARTÓGRAFO
CEREBRAL
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al tratarse del cerebro surgen, como siem-
pre, las más disparatadas teorías conspira-
tivas, como aquella que involucra a la Darpa
–Agencia de Investigación de Proyectos
Avanzados de Defensa de Estados Unidos–
en la iniciativa BRAIN, el terrorismo militar
y la manipulación mental.
Acá no somos tan extremos. Cuando
Facundo Manes, la referencia máxima en
neurociencias del país, explica que el cerebro
humano es la estructura más compleja del
universo, uno tiende a preguntarse si no esta-
rá exagerando, si la pasión de un científico
por su objeto de estudio no lo lleva a deformar
y magnificar los alcances de su disciplina.
Después cuenta que tiene más neuronas que
estrellas en la galaxia y que el cerebro es el
único órgano que se propone entenderse a sí
mismo. Manes es un científico con una carre-
ra prolífica: graduado en la Universidad de
Buenos Aires y con un máster en Cambridge,
creó Ineco (Instituto de Neurología
Cognitiva) y el Instituto de Neurociencias
de la Universidad Favaloro; además, es
profesor de Psicología Experimental en la
Universidad de Carolina del Sur, e investi-
gador del Conicet y del Australian Research
Council. Pero su salto a la esfera de la opinión
pública lo dio en octubre pasado, cuando diri-
gió al equipo de neurocirujanos que operaron
con éxito a Cristina Fernández de Kirchner.
“En la Argentina, cuando yo llegué en
2001, había neurólogos muy buenos, pero
solamente se dedicaban a tratar el Parkinson,
la cefalea, la epilepsia. Había neurocirujanos
que se dedicaban a operar y, por otra parte,
estaba el psicoanálisis. Había dos bandos, la
parte neurológica, quirúrgica y psiquiátrica
y la parte del psicoanálisis. Pero no existía
esto de las neurociencias cognitivas, es decir,
una disciplina que estudiara científicamente
aspectos de la mente como la toma de decisio-
nes, la memoria o la imaginación”, explica.
De chico, nadie pensaba que Manes
iba a estudiar. Se crió en Arroyo
Dulce, en el medio de una estancia
cuyo casco lindaba con este pueblo de 1.500
habitantes. Su padre era médico, su madre
ayudaba en los partos y Manes creció en el
bosque, en parcelas de tierra abundante. Más
adelante, la familia se mudó a Salto; Manes
jugó al fútbol –era un 9 potente, con pro-
yección, lástima que el asma le recortó una
carrera prometedora–, hizo teatro, trabajó
en una imprenta y en la cosecha de sus pri-
mos, la cual, como casi todos los campos del
país, un buen día pasó del cultivo del trigo
a la soja. También lustró autos y fue presi-
dente del centro de estudiantes de su colegio
secundario. Un pibe inquieto, con una hipe-
ractividad que lo acompaña hasta hoy. Así
las cosas, el futuro de Manes era incierto.
Pero a los 17 se decidió, dejó el pueblo y viajó
a Buenos Aires para estudiar Medicina.
Ahora Manes tiene más de 40, una caja
torácica marcada por el asma y una cara pro-
fundamente expresiva. Vive en un piso que
combina cuadros y libros con una barra de
bebidas, un comedor y un estudio. Ah, y en
el balcón, junto a un juego de sofá, hay una
pequeña esfinge oriental. Además, ahora es
best seller: escribió, con el periodista Mateo
Niro, Usar el cerebro, una suerte de cartogra-
fía cerebral que bucea en este nuevo mundo.
Y lo hace con un doble movimiento: mar-
cando territorio como científico y tendiendo
puentes hacia la literatura y el arte.
–Yo soy el principal defensor de que
las neurociencias no pueden explicar todo,
porque si no va a desprestigiar un área que
nos costó mucho esfuerzo desarrollar en la
Argentina, y no por nosotros, sino por otros
que utilizan el prestigio de las neurociencias
para sus intereses personales –dice.
Su lucha es contra los economistas,
publicistas y toda esta gran moda que
tiene como protagonista al cerebro. Gente
que, de una manera u otra, viene apro-
vechando el boom de la materia gris y la
arrastra a sus disciplinas. Por eso, dice
Manes, era un buen momento para escri-
bir un libro de divulgación, algo que en
Estados Unidos y en Europa es normal,
pero no tanto en la Argentina: “Un cientí-
fico, no importa en qué área trabaje, tiene
la obligación de contar a la sociedad lo que
está haciendo. Lo veo como una obliga-
ción. Más en mi campo, que es el cerebro.
Las investigaciones sobre el cerebro van
a tener implicancias en la educación, en la
ley –cómo tomamos decisiones, la memo-
ria de los testigos, la falsa memoria–, en la
política, hasta en la economía. Es esencial
que los expertos comuniquen sus investi-
gaciones”, explica, y sigue con su diatriba:
“Hay gente que aprovecha el prestigio de
las neurociencias para hacer marketing.
Se trata de empresas que les dicen a otras
empresas si su marca activa más o menos
cosas en nuestro cerebro. ¿Pero eso qué
significa? ¿Qué implica que se active?”.
En la tradición que imagina Manes, las
neurociencias aparecen en perfecta rela-
ción con el arte. El tema le interesa: Manes,
desde chico, dividió su tiempo entre el
deporte, la actuación y la política. Cuenta
el caso del pintor italiano Franco Magnani,
quien, después de una enfermedad febril,
comenzó a pintar de manera casi fotográfi-
ca su pueblo natal, el que había abandona-
do a los 12 años. La epilepsia y otras enfer-
medades afines presentan auras visuales
muy poderosas como parte de sus sínto-
mas. O el caso de Kandinsky, que sufría
de sinestesia, una condición en la cual las
percepciones de un sentido son también
percibidas por alguno de los restantes. En
el caso del gran pintor ruso, la música de
Wagner inspiraba en él tonos y composi-
ciones dinámicas, es decir, la unificación
perfecta entre sonido y color.
YO SOY EL PRINCIPAL DEFENSOR DE QUE LAS NEUROCIENCIAS NO PUEDEN EXPLICAR TODO, PORQUE SI NO VA A DESPRESTIGIAR UN ÁREA QUE NOS COSTÓ MUCHO ESFUERZO DESARROLLAR EN LA ARGENTINA, Y NO POR NOSOTROS, SINO POR OTROS QUE UTILIZAN EL PRESTIGIO DE LAS NEUROCIENCIAS PARA SUS INTERESES PERSONALES.
/EL INICIADOR/2.
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Hay algo omnipresente en el discur-
so de las neurociencias. Más allá
de que Manes se esfuerce y repita
que es necesario establecer límites, su libro
traza una parábola que va de la religión a la
creatividad, el libre albedrío o la violencia.
Parece que nada queda fuera de los límites
del cerebro. Hasta conceptos como la religión
o la libertad. Según estudios basados en neu-
roimágenes funcionales, hay cambios en el
cerebro cuando una persona reza. Durante
la meditación, por ejemplo, baja la actividad
de la amígdala, una región vinculada con el
miedo, o disminuyen su actividad los lóbulos
parietales, que intervienen en el conocimien-
to de uno mismo. Entonces, vale la pregunta:
¿el cerebro creó a Dios para pacificarse?
Si somos libres o no es otra gran pregunta.
En los ochenta, el norteamericano Benjamin
Libet llevó a cabo un experimento en el que
le pidió a un grupo de voluntarios, mientras
medía la actividad eléctrica de sus cerebros,
que, cuando ellos quisieran, sacudieran la
muñeca. Lo que descubrió fue que la acti-
vidad eléctrica aumentaba, a veces hasta
medio segundo antes de que el participante se
moviera. Otros experimentos, cuenta Manes,
demuestran que nuestro cerebro toma la
decisión de apretar determinado botón entre
varios, a veces, hasta siete segundos antes
de que hagamos el menor movimiento.
¿Elegimos realmente de manera consciente?
¿O somos solo una colección de moléculas
que obedecen a las reglas de la física?
Facundo Manes pasó diez años de
su vida en Estados Unidos, entre el
Massachusetts General Hospital,
donde trabajó en una técnica llamada reso-
nancia magnética funcional, y Alba City, un
pueblito perdido en el centro del desierto de
Iowa, famoso por su imponente universi-
dad. En uno de sus viajes a Buenos Aires,
/RELIGIÓN/
/AMOR - TOMA DE DECISIONES/
3.
4.
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conoció a Josefina, su actual mujer, herma-
na de una conocida de la Universidad de
Alba City. Manes cuenta que la llamó varias
veces, que ella le cortó el rostro, pero que, a
fuerza de insistir, le sacó una cena. Como se
tenía que volver a Estados Unidos, Manes,
en un arranque de locura, le pidió que se
fuera con él. Josefina, por supuesto, se negó.
Una semana después Manes, mientras tra-
bajaba en la universidad, recibió un llamado
de su hermano: su padre acababa de morir
de una enfermedad crónica en los pulmo-
nes. Manes volvió a viajar a Buenos Aires y,
una vez más, le pidió a Josefina que se fuera
con él a Iowa. Dos meses después ella dejó
la carrera de Antropología y viajó a Estados
Unidos. El principio fue un horror. No se
reconocieron en el aeropuerto y, durante el
viaje, estuvieron más de una hora sin hablar.
La conclusión de Manes es categórica: las
decisiones más importantes de nuestra vida
no se toman racionalmente.
–Hay un estudio que hizo un amigo mío
en Londres donde dice que el amor román-
tico activa las áreas de recompensa al igual
que el amor maternal. Cuando uno está muy
enamorado, las áreas racionales se apagan y
las áreas emocionales se activan. Por eso se
dice que el amor es ciego. Las áreas frontales,
cuando uno está locamente enamorado, dis-
minuyen su funcionamiento.
–¿Pero es bueno que las emociones dicten
nuestras decisiones?
–La toma de decisiones humanas no es un
proceso lógico y racional. Vivimos toman-
do decisiones; por ahí cuando vos aceptaste
hacer esta nota y yo acepté, fue algo racio-
nal, pero esa fue una decisión entre miles
que tomamos; no elaboramos los pros y los
contras. Lo que se sabe es que una emoción
negativa puede influir en una toma de deci-
sión negativa. Es más, la manera en que
pensamos es la manera en que sentimos.
Muchas veces los seres humanos tenemos
pensamientos distorsivos, tóxicos. Si tene-
mos esos pensamientos tóxicos y distorsi-
vos, tomamos decisiones malas y tóxicas.
–¿Me das un ejemplo?
–Si vos pensás que te van a echar de la
revista y que tu jefe te odia, esto sobre la
base de lo que sentís y no de lo que sucede
en la realidad, desde el vamos te vas a sentir
mal, pero no solo eso, podés actuar en con-
secuencia de ese pensamiento distorsivo.
Es claro que la emoción tiene un rol impor-
tante en la toma de decisiones. Cuando
uno está en caliente, está bueno no tomar
decisiones. Igualmente, a veces la emoción
ayuda, de manera automática, a zafar de
momentos que no podés racionalizar. Esto
depende del contexto, te puede hacer bien o
te puede hacer mal.
Cuando se le pregunta a Manes por
el futuro, una de las primeras cosas
que menciona es la interfaz cerebro-
computadora. En su libro, cuenta la histo-
ria de Jan Scheuermann, una mujer que un
buen día logró comer una barra de choco-
late. Detrás de ella, los investigadores de la
Universidad de Pittsburgh festejaban enlo-
quecidos. ¿El motivo? La mujer estaba para-
lizada desde el cuello hasta los pies y el brazo
que sostenía el chocolate era robótico. “Hoy
hay posibilidades de que una persona cua-
dripléjica, sin mover los miembros, pueda
decir quiero mover el botón de la computadora,
lo que produce la actividad de una red espe-
cífica del cerebro. Esa red es captada por
electrodos y la acción la produce un robot”,
explica Manes. La clave, entonces, son los
electrodos que miden la actividad eléctri-
ca que se produce en el cerebro a la hora
de hacer un movimiento; luego esta infor-
mación, traducida a algoritmos específicos,
permite movilizar, por ejemplo, un miembro
artificial. Lo que la ciencia ficción nos viene
mostrando desde hace décadas, poco a poco,
se vuelve realidad.
Cuando vivía en Inglaterra, vi un expe-
rimento que me encantó. Los taxistas
en Londres tenían que ir de Camden
Town a Kensington Palace y los tipos llega-
ban por la imaginería visual. En ese momen-
to no había GPS y Londres es una ciudad
medieval. Entonces les pusieron resonado-
res a taxistas londinenses y a londinenses
que no eran taxistas. Lo que se descubrió
fue que los taxistas tenían más desarrolla-
da un área del cerebro donde intervenía la
memoria espacial.
Inspirado en esta investigación coman-
dada por la inglesa Eleanor Maguire –que
también comparó la memoria de los taxistas
con sus archienemigos, los colectiveros lon-
dinenses–, Manes, un buen día, comenzó a
darle forma a una idea.
–Al llegar a la Argentina, fui al Tortoni
con unos amigos y vi que un mozo, un vieji-
to, atendía cinco mesas a la vez con diez per-
sonas, no anotaba y llevaba el pedido perfec-
to. Le pregunté cómo hacía y me dijo que no
sabía. Entonces diseñamos el experimento.
Manes y su grupo hablaron con el mána-
ger del Tortoni y acordaron que les envia-
ra al mozo con más memoria. Después se
sentaron. Eran casi una decena: pidieron
té con leche, coca light, agua sin gas, un
café. Cuando el mozo se fue cambiaron de
lugar. ¿El objetivo? Descubrir si el mozo
recordaba por las caras o el lugar donde
estaban sentados.
–Cada vez que el mozo venía se equivo-
DESDE EL PRIMER DÍA SABÍA QUE LA SALUD DE LA PRESIDENTA ERA UNA CUESTIÓN DE ESTADO, ENTONCES ME RECLUÍ Y ME FOCALICÉ EN DIRIGIR AL EQUIPO. PARADÓJICAMENTE, FUE UNA ETAPA EN LA QUE ESTUVE MUY CONCENTRADO EN MI TRABAJO, AISLADO SOCIALMENTE. MI ÚNICA TAREA ERA ASEGURARME DE QUE TODO ESE PROCESO SALIERA BIEN.
/EL FUTURO/
/MEMORIA/
5.
6.
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caba. Lo que descubrimos es que los mozos,
sin que ellos sepan, hacen un nexo entre la
cara y el lugar. Si vos les cambiás una de las
variables se equivocan. A esto lo llamamos
el efecto Tortoni.
Es curioso. La memoria de los mozos,
que es impresionante, no puede transferir-
se a otras habilidades de la vida cotidiana.
Esto se debe a que existen diversos tipos de
memoria, cada una con sus particularida-
des y su rango de acción: desde la memoria
de trabajo (que abarca segundos o minu-
tos), la memoria a largo a plazo (días a años)
o la memoria prospectiva, que apunta a las
obligaciones a futuro, hasta categorías más
puntuales como la memoria semántica, que
permite relacionar conceptos con sus sig-
nificados, o la memoria emocional. El psi-
cólogo suizo Édouard Claparède realizó un
curioso experimento con una mujer que,
después de un accidente, no podía formar
nuevas memorias. Édouard, cada día, debía
presentarse ante la mujer, que no lo recor-
daba. Un día Édouard escondió un alfiler
en su mano y, al saludarla, ella recibió un
pinchazo. Al día siguiente, la mujer seguía
sin recordarlo, pero se negaba a darle la
mano. ¿Conclusión? Si bien no recordaba lo
sucedido ni quién era Édouard, la memoria
emocional seguía intacta.
De la memoria –y sus trastornos– a la gran
epidemia del siglo XXI hay solo un paso.
Gracias a la tecnología médica vivimos más,
pero también son mayores las posibilidades
de contraer Alzheimer. “Es un problema que
no solo afecta al paciente, sino también a la
familia: la familia de un paciente se estresa
más, se deprime, falta más al trabajo. Ese
costo es enorme para la sociedad. Es un pro-
blema médico, social y económico. Y todavía
no tenemos cura”, cuenta Manes.
Pero hay avances. Manes es parte del
selecto grupo de neurólogos, neurocien-
tíficos y especialistas de todo el mundo
que están probando una nueva droga en
Colombia. Se trata de una familia con una
mutación genética que los lleva, inevitable-
mente, a tener Alzheimer.
–Hay muchos que ya que tienen los
síntomas, pero otros que tienen la muta-
ción todavía no los presentan. Van a tener
Alzheimer sí o sí. Estamos probando una
droga para ver si antes de que aparezcan
los síntomas, podemos darles una medica-
ción que cambie el destino de la enferme-
dad. Este es uno de los experimentos más
importantes que veo al respecto.
El sábado 5 de octubre de 2013, Cristina
Fernández de Kirchner ingresó al
Instituto de Neurociencias de la
Universidad Favaloro por una arritmia y
una fuerte cefalea. El diagnóstico fue una
colección subdural crónica, es decir, una
acumulación de sangre, que había formado
un hematoma, dentro de las paredes de las
meninges que recubren el cráneo. Tres días
después, Facundo Manes lideró al equipo de
neurocirujanos que llevaron adelante la ciru-
gía: dos perforaciones en el cráneo, de cinco
a siete milímetros cada una, por las que se
introdujo una cánula que, además de trans-
portar el suero, drenó la sangre y los dese-
chos del hematoma. Una operación sencilla,
en realidad, que sumió a Manes en un frenesí
mediático y, más tarde, lo metió de lleno en el
tira y afloje de la política argentina.
–¿Qué significó participar del equipo que
operó a la presidenta?
–Creo que para un grupo médico, como lo
fue el de Favaloro, es un gran orgullo tener
en manos la salud de la primera mandataria.
Y más porque el grupo, como conté en varios
lugares, estaba representado por profesio-
nales de distintas provincias que estudiaron
en universidades argentinas. La palabra es
orgullo y una gran responsabilidad.
–Además de las responsabilidades médi-
cas, hubo mucho revuelo mediático, ¿cómo
lo viviste?
–Desde el primer día sabía que la salud de
la primera mandataria era una cuestión de
Estado, entonces me recluí y me focalicé en
dirigir al equipo que diagnosticó y trató esta
condición, así que te diría que, paradójica-
mente, fue una etapa en la que estuve muy
concentrado en mi trabajo, aislado social-
mente. Mi única tarea era asegurarme de
que todo ese proceso saliera bien.
–¿Dónde estabas cuando te llamaron?
–Yo doy charlas y estaba en una sobre
cerebro y educación en Trenque Lauquen, a
punto de empezar, cuando sonó el teléfono.
Era la unidad médica presidencial. Ahí me
volví a Buenos Aires.
Por la noche, Manes visitará TN para
arrellanarse en el sillón de Joaquín Morales
Solá. Se lo verá un poco nervioso, con las
piernas juntas, enfrentándose al timing
televisivo. Dirá cosas como “los líderes nos
gobiernan con el cerebro, el electorado vota
con el cerebro”, mientras los zócalos del pro-
grama hablarán del interés del neurólogo de
Cristina por la política.
–Pareciera que cada vez estás más cómodo
en el ámbito político. ¿Te ves en un cargo?
–Me veo participando para que la
Argentina resuelva lo más urgente, que es el
hambre de los chicos. Me veo también inten-
tando hacer una revolución educativa. Estos
dos son los problemas más urgentes que
tenemos. Que un país de cuarenta millones
de habitantes que produce alimentos para
trescientos millones de personas tenga un
solo chico desnutrido es inmoral. Eso no es
culpa del Gobierno, es culpa de todos, somos
todos responsables. Yo, vos, los políticos,
los empresarios, los docentes. Hay muchas
maneras de transformar esto, pero la política
es una herramienta fenomenal de transfor-
mación. Entonces yo me veo como candida-
to, como dador de conocimientos, como inte-
lectual, como médico, como docente. Como
sea, pero me veo ayudando.
–¿A qué llamás “revolución educativa”?
–Nos habremos desarrollado verdadera-
mente si invertimos en educación de calidad
y si tenemos una sociedad basada en el cono-
cimiento. Por más que tengamos diez Vaca
Muerta y seamos ricos en recursos naturales,
si no tenemos un pueblo educado, no vamos
a ser desarrollados. El mayor tesoro de nues-
tro país es el capital intelectual. Tiene que
haber un cambio político que ponga como
prioridad el conocimiento, el largo plazo, la
nutrición y el afecto de los chicos. Espero
que sea dentro del marco de UNEN, pero
hay otros espacios, buena gente en otros par-
tidos, pero en UNEN es donde yo me siento
cómodo, donde estoy trabajando.
–¿UNEN te representa?
–Para mí es un espacio interesante para
participar, donde yo me siento cómodo. Hay
otros, el peronismo, el PRO. Yo me siento
cómodo en un espacio como UNEN, que se
está construyendo. Y espero que la construc-
ción sea atractiva para el electorado.
–Venís de familia radical, ¿no?
–Tengo una historia familiar radical, aun-
que creo que hoy la gente no se mueve por
los partidos políticos, se mueve por las ideas,
por paradigmas. Yo creo que el hambre cero
y el conocimiento son un paradigma urgente
para todos nosotros y quiero participar en
eso como sea. B
/EL CEREBRO DE CRISTINA/7.
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