La República Romana n el año 509 a.C. Coriolano expulsó de Roma al último rey, Tarquinio el soberbio, tras la legendaria “violación de Lucrecia”. En
realidad, en aquel momento Roma era ya un compuesto de gentes de diversos orígenes y no todos reconocían el poder sin límites de una sola persona. Las ideas procedentes de Grecia y que, usualmente, llamamos “democracia” se habían extendido por la península itálica desde la Magna Grecia y la figura de un rey ya no era demasiado popular.
Nace en ese momento la República romana, un nuevo régimen que tendrá como lema el famoso S.P.Q.R., toda una afirmación de principios. El gobierno pasa a manos del Senado, un selecto club de ciudadanos romanos de “toda la vida” que dirigirá el estado con el apoyo del pueblo, los ciudadanos “no de toda la vida”. Se trata de un sistema de gobierno inspirado, como se decía, en Grecia, muy avanzado para la época pero que hoy en día, desde nuestra perspectiva, llamaríamos “pseudodemocrático”.
Como se decía, el sistema se basaba en los ciudadanos “de toda la vida”, de rancia familia romana. Un miembro de cada una de esas familias, de la que era el “pater familias”, formaba parte del Senado, máximo órgano legislativo. Con todo el sistema era avanzado para la época, como se decía, por dos motivos:
1. Por primera vez las leyes estaban escritas y consensuadas. Es decir, no era ley lo que una persona (el rey) dijera, sino lo que los senadores pactaran. Además, una ley solo se podía cambiar o revocar mediante otro pacto, no por el capricho de una persona. Las leyes, además, estaban escritas y eran de conocimiento público, por lo que cualquier ciudadano sabía qué era legal y qué delito.
2. Los órganos ejecutivos, es decir, las personas que debían aplicar la ley, eran elegidos y tenían un mandato exclusivo de 1 año, improrrogable. Nadie podía ser elegido para un mismo cargo dos veces. Este hecho, unido a que todos los cargos tenían, al menos dos personas al cargo (los colegas) con derecho de veto entre ellos, hacía que ningún romano se pudiera hacer con el poder absoluto.
Por supuesto no era un sistema perfecto y los siglos vinientes se encargaron de mostrar las contradicciones. Pero no es de las luchas sociales de lo que se va a hablar ahora, sino de la expansión de Roma desde el punto de vista militar.
De pequeña potencia a gran potencia. Roma y los romanos siempre se tuvieron por un pueblo pacífico. Según los propios
romanos que, no olvidemos, al final son los que nos cuentan la historia (Historiam uictores scribunt), ellos jamás propusieron una guerra. Pero que ellos fueran pacíficos no quería decir que los demás lo fueran. Había dos motivos por los que los romanos iban a la guerra:
E La violación de Lucrecia.
Según la leyenda-‐historia, Tarquinio el Soberbio se encaprichó de la esposa de un noble romano, la bellísima y también virtuosa Lucrecia. Al no poder conseguirla por las buenas, decidió hacerlo por las malas y la violó.
Lucrecia se suicidó y este suicidio alentó la rebelión contra el rey que acabó en el exilio dando lugar a la república.
1. Para defenderse. Ellos eran un pueblo pacífico, pero sus vecinos solían ser unos envidiosos que se querían hacer con lo que pacíficamente y con esfuerzo habían conseguido. Y claro, los romanos tenían que defenderse.
2. A veces los envidiosos no querían lo que los romanos tenían, sino lo que sus amigos tenían. En este caso es de buen amigo socorrer a los amigos.
Así que, durante todo el siglo IV a.C. y principios del III, guerra defensiva tras guerra defensiva, los romanos se encontraron con que eran los dueños de toda la península itálica. Porque hay que aclarar que, tras una guerra defensiva, los romanos no renunciaban a quedarse con las propiedades del enemigo, porque de tontos sería dejarlos otra vez como estaban para que unos años después los volvieran a atacar; ni tampoco abandonaban a los pueblos amigos a su suerte devolviéndoles la libertad para que en poco tiempo los tuvieran que volver ayudar.
En el año 265 a. C. los habitantes de Mesina, en Sicilia, se encontraron con que Hierón de Siracusa, aprovechando que los oscos habían sido conquistados por los romanos, pensó en recuperar la ciudad para sus territorios. Años atrás los oscos habían cruzado el estrecho y se habían hecho con la ciudad. Hierón contó para esta maniobra con la complacencia de los cartagineses, dueños de la mayor parte de la isla y gran imperio en ese momento. Quizás debamos parar un poco para saber quiénes eran los cartagineses.
En el mapa, en verde, puedes ver los territorios que, en ese momento, estaban en poder de los cartagineneses. Los cartagineneses eran fenicios, es decir, de la zona del actual Líbano, de Tiro y Sidón. Siglos atrás los fenicios fueron grandes comerciantes e introductores en el mundo europeo de avances tan importantes como la moneda y el alfabeto. Lo hicieron gracias a sus grandes conocimientos navales que los llevaron a todas partes del Mediterráneo e, incluso, se dice, a rodear África. En el momento en que nos encontramos el poderío fenicio había pasado a mejor vida, pero los habitantes de una de sus excolonias habían proseguido con la tradición y, además, habían desarrollado un poderío militar, especialmente naval, muy importante. Cuando los romanos aparecen por la zona, son el único impero en el Mediterráneo occidental. Sabemos poco de los cartaginenses porque perdieron pero parece ser que el Estado estaba gobernado por una aristocracia y que la familia de los Barca era especialmente importante.
Volvemos. Los mesinos llamaron en su ayuda a los oscos que habitaban la zona peninsular y estos a los romanos. Y allí aparecieron. Hierón II enseguida vio que aquello no iba a ir bien y pactó con los romanos pero, como ya sabemos, cuando los romanos ponían el pie en un sitio ya no salían y pusieron el pie en Mesina. Ahora Hierón se encontraba entre los
cartaginenses y los romanos y esperó a ver si se mataban entre ellos. Comenzó la primera guerra púnica.
Los romanos habían desarrollado un sistema de lucha en tierra que los había hecho hasta el momento invencibles: la legión, pero no sabían nada de batallar en la mar. Mientras la guerra se desarrollaba en tierra, los romanos vencían, pero no acababan de asestar el golpe definitivo a los cartaginenses porque estos dominaban la mar y tenían un sistema de construcción de barcos modular que hacía que tuvieran muchos y buenos barcos que construían relativamente rápido. La suerte se alió con los romanos y una tempestad hizo varar uno de estos barcos en territorio romano. Y estos se aplicaron. Sus mejores ingenieros estudiaron el sistema de construcción y adiestraron a sus constructores en los métodos cartaginenses. Los recién conquistados griegos de la Magna Grecia enseñaron a los romanos los rudimentos de la navegación y, por último, éstos inventaron unos puentes (corvus) para abordar los barcos enemigos y, así, convertir una batalla naval en una batalla terrestre en la mar.
Con todo esto los romanos fueron adueñándose de toda Sicilia y al final, en la batalla de las islas Égadas, los romanos consiguieron la victoria definitiva.
Parece ser, aunque no lo sabemos muy bien, que este paseo militar romano se debió a las fuertes disensiones que existían en Cartago entre la poderosa familia Barca, con Almílcar, general en jefe de los ejércitos, al frente, y el “Senado” cartaginés, receloso del poder que Almílcar estaba acaparando. Parece ratificar este hecho el que los romanos, poco después de firmada la paz y quedarse con Sicilia
(primera provincia romana) se quedaran con Cócega y Cerdeña sin oposición alguna de los cartaginenses, lo que hace suponer que tenían suficientes problemas internos para oponerse a los romanos.
Tras esta primera guerra púnica Almílcar Barca decidió abandonar Cartago e irse a Hispania. Si seguimos la historia oficial sus pretensiones eran dos:
1. Recuperar económicamente a Cartago mediante la anexión de nuevos territorios. 2. Conseguir el poder suficiente para ser el líder indiscutible de Cartago.
En los siguientes años Almílcar se dedicará a ampliar las posesiones púnicas en la península ibérica desde la colonia de Cartago Nova (Cartagena). El asunto no pareció ir mal y en pocos años todo el sur y este penínsular era territorio cartaginés.
Cuenta la historiografía romana de una manera confusa (unos autores cuentan uno y otros otro) que existía un pacto entre púnicos y romanos por el cual los cartaginenses tenían vía libre para conquistar al sur del Ebro (según la mayoría) o del Turia (según otros). Los primeros dicen que Sagunto (30 km al norte de la actual Valencia) era una excepción, puesto que era aliada romana.
Cuando Almílcar murió en una de la numerosas maniobras militares, uno de sus hijos, Aníbal, se hizo cargo del ejército. Sus hermanos Asdrúbal y Magón estaban con él. Cuenta la historiografía romana que el padre había hecho jurar a todos sus hijos odio eterno a los romanos y, en seguida, Aníbal fue hacia Sagunto. La conquista de la ciudad desencadenó la segunda guerra púnica.
Tercera Guerra Púnica Tras la segunda guerra púnica Cartago estaba acabada. No sabemos los motivos por los
que los romanos no la arrasaron. Probablemente por crueldad, por ver sufrir a los enemigos que casi habían acabado con la República romana.
Aníbal, el gran general cartaginés, pasó el resto de su vida como general en venta al mejor postor por Asia menor, la actual Turquía, sin que Roma lo dejara jamás en paz hasta que lo obligó a suicidarse antes de que lo capturaran.
Cartago tuvo que aceptar un tratado de paz que, por un lado, la obligaba a pagar grandes cantidades de dinero en concepto de indemnización por la guerra y, por otro, le arrebataba toda su flota, no solo la militar, también la comercial, con lo que no podía obtener el dinero que Roma le pedía por otro lado. Además de esto, su ejército, reducido a la mínima expresión, era más una policía que un ejército y los romanos, como premio, otorgaron a los númidas (habitantes del actual Argel) el derecho tácito a saquear, si les apetecía, territorio cartaginés. Los númidas, la caballería de Aníbal, se había cambiado de bando cuando vieron que los romanos tenían las de ganar.
En esta situación, el fin de Cartago era cuestión de tiempo. A pesar de todo esto, Cartago logró recuperarse, pagó el dinero a Roma y soportó la situación 50 años. En uno más de los saqueos númidas, decidió responder. Los romanos fueron en ayuda de sus aliados, sitiaron la ciudad, que aguantó meses y, finalmente, la arrasaron, mataron a todos los varones y esclavizaron a mujeres y niños. Se cuenta que echaron sal en los campos para que, en siglos, nada volviera a crecer en el lugar. Cartago pasó a la historia.