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I. Peste, enviada por Apolo, en el campamento griego.
Canta, oh diosa, la cólera del Pelida Aquiles; cólera funesta que causó
infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas
valerosas de héroes, a quienes hizo presa de perros y pasto de aves—cumplíase la voluntad de Zeus—
desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino
Aquiles.I 1-5
El adivino Calcante la atribuye al hecho de haberse negado
Agamenón a devolver su cautiva Criseida al padre de
ella, sacerdote del dios.
Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el mandato. Sin desplegar los labios, fuése por la
orilla del estruendoso mar, y en tanto se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apolo, hijo de
Leto, la de hermosa cabellera: ¡Oyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, e imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh
Esmintio! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen
los dánaos mis lágrimas con tus flechas!I 33-42
Aquiles, en la
Asamblea
se lo
reprocha y
Agamenón
consiente
en devolver
la cautiva,
quitándole
a Aquiles la
suya,
Briseida.
Respondióle el rey Agamemnón:
Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a
todos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes,
I 285-288
Reyerta de Aquiles y Agamenón; el primero se retira de la
lucha.
Agamenón, por medio de los heraldos, quita Briseida a
Aquiles y luego devuelve a Criseida a su padre.
De tal modo habló. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseida, la de hermosas mejillas, y la
entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala
gana. Aquileo rompió en llanto, alejóse de los compañeros, y sentándose a orillas del espumoso mar con
los ojos clavados en el ponto inmenso ...
I 345-350
Así dijo llorando. Oyóle la veneranda madre desde el fondo del mar, donde se hallaba a la vera del padre anciano, e
inmediatamente emergió, como niebla, de las espumosas ondas, sentóse al lado de aquél, que lloraba, acaricióle con la mano y le habló de esta manera: ¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo
que piensas, para que ambos lo sepamos.
I 345-363
En tanto, Tetis,
madre divina de
Aquiles pide a Zeus
que devuelva el
honor a su hijo,
haciendo que sin él
los griegos sean
derrotados. Zeus
consiente.
II. Agamenón propone en la Asamblea volverse a Grecia, para probar a sus tropas;
en realidad intenta llevarlas contra Troya, pues un sueño engañoso enviado por
Zeus le promete el triunfo. Ulises logra contener la desbandada. Los griegos
marchan contra Troya y los troyanos salen a hacerles frente. Catálogo de los
griegos y los troyanos.
Las demás deidades y los hombres que en carros combaten durmieron toda la noche, pero Zeus no probó las dulzuras del sueño,
porque su mente buscaba el medio de honrar a Aquileo y causar gran matanza junto a las naves aqueas. Al fin, creyendo que lo mejor sería enviar un pernicioso sueño al Atrida
Agamemnón ...
II 1-6
III. Alejandro (Paris), motejado de cobarde por su hermano Héctor, decide aceptar
un duelo singular con Menelao, el marido de Helena, para decidir la guerra.
Helena muestra a Príamo, desde la muralla de Troya, los héroes griegos,
Luego, Príamo baja a la llanura para jurar con los griegos que aceptará el
resultado del combate singular.
Cuando hubieron acabado de armarse separadamente de la muchedumbre,
aparecieron en el lugar que mediaba entre ambos ejércitos, mirándose de un modo
terrible; y así los troyanos, domadores de caballos, como los aqueos, de hermosas
grebas, se quedaron atónitos al contemplarlos.
III 340-343
Éste se realiza, pero cuando Alejandro va a ser derrotado,
Afrodita lo salva y lo devuelve al tálamo de Helena.
Sentados en el áureo pavimento a la vera de Zeus, los dioses celebraban consejo. La
venerable Hebe escanciaba néctar, y ellos recibían sucesivamente la copa de oro y
contemplaban la ciudad de Troya. Pronto el Cronión intentó zaherir a Hera con mordaces
palabras; y hablando fingidamente, dijo:
Dos son las diosas que protegen a Menelao, Hera argiva y Atenea alalcomenia, ...
IV 1-8
IV. Rotura de la
tregua al disparar
una flecha contra
Menelao el
troyano Pándaro
(impulsado por
Atenea, de
acuerdo con
Zeus). Agamenón
revista sus tropas.
Comienzo de la
lucha.
Encarándole la torva vista, exclamó el ingenioso Odiseo: — ¡Atrida! ¡Qué
palabras se escaparon de tus labios! ¿Por qué dices que somos remisos en
ir al combate? Cuando los aqueos excitemos al feroz Ares contra el
enemigo, ...
IV 349-352
V. Hazañas de Diomedes. Mata a Pándaro y sólo por
intervención de Afrodita es salvado Eneas.
Afrodita, herida por Diomedes, se queja a Zeus, que ríe.
De este modo habló. Sonrióse el padre de los hombres y de los dioses, y llamando a la
dorada Afrodita, le dijo:
-A ti, hija mía, no te han sido asignadas las acciones bélicas: dedícate a los dulces
trabajos del himeneo, y el impetuoso Ares y Atenea cuidarán de aquéllas.
V 426-430
Atenea y Hera ayudan a
los griegos; Ares
lucha con Diomedes
y huye de él, herido.
VI. Más
hazañas de
Diomedes;
sólo
respeta a
Glauco, al
reconocers
e ambos
como
descendient
es de
antiguos
huéspedes.
Ayante Telemonio, antemural de los aqueos, rompió el primero la falange troyana e hizo aparecer la aurora de la salvación entre los
suyos, hiriendo de muerte al tracio más denodado, al alto y valiente Acamante, hijo de Eusoro. Acertóle en la cimera del casco,
guarnecido con crines de caballo, la lanza se clavó en la frente, la broncínea punta
atravesó el hueso y las tinieblas cubrieron los ojos del guerrero.
VI 5-11
Dijo; y Héctor obedeció a su hermano. Saltó del carro al suelo sin dejar las armas, y
blandiendo dos puntiagudas lanzas, recorrió el ejército, animóle a combatir y promovió una terrible pelea. Los teucros volvieron la
cara y afrontaron a los argivos; y éstos retrocedieron y dejaron de matar,
figurándose que algún dios habría descendido del estrellado cielo para socorrer a aquéllos;
de tal modo se volvieron.
VI 102-109
— ¡Magnánimo Tidida! Por qué me interrogas sobre el abolengo? Cual la generación de las
hojas, así la de los hombres. Esparce el viento las hojas por el suelo y la selva, reverdeciendo,
produce otras al llegar la primavera: de igual suerte, una generación humana nace y otra
perece. Pero ya que deseas saberlo, te diré cuál es mi linaje, de muchos conocido. Hay una ciudad
llamada Efira en el riñón de la Argólide, criadora de caballos, y en ella vivía Sísifo Eólida, que fue el
más ladino de los hombres. Sísifo engendró a Glauco, y éste al eximio Belerofonte, ...
VI 145-155
Así dijo. Alegróse Diomedes, valiente en el combate; y clavando la pica en el almo suelo, respondió con cariñosas palabras al pastor de
los hombres:
—Pues eres mi antiguo huésped paterno, porque el divino Eneo hospedó en su palacio al eximio
Belerofonte, le tuvo consigo veinte días y ambos se obsequiaron con magníficos
presentes de hospitalidad. Eneo dio un vistoso tahalí teñido de púrpura, y Belerofonte una
copa doble de oro, que en mi casa quedó cuando me vine.
VI 121-221
Al pasar Héctor por la encina y las puertas Esceas, acudieron corriendo las esposas e
hijos de los troyanos y preguntáronle por sus hijos, hermanos, amigos y esposos; y él les
encargó que unas tras otras orasen a los dioses, porque para muchas eran inminentes
las desgracias.
VI 237-240
Héctor va a salir a luchar con los griegos y se despide de
su mujer Andrómaca, que presagia su muerte.
Héctor, ahora tú eres mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate en la torre —¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer
viuda!— y pon el ejército junto al cabrahigo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil
de escalar.
VI 429-434
Contestó el gran Héctor, de tremolante casco:
—Todo esto me preocupa, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos si como un cobarde huyera
del combate;
VI 440-443
VII. Hazañas de Héctor. Lucha de Héctor y Áyax, con
resultado indeciso. Los griegos deciden defender con un
muro el campamento y rechazar el ofrecimiento de
Alejandro de volver las riquezas que se llevó con
Helena.
Cuando Atenea, la diosa de los brillantes ojos, vio que aquéllos mataban a muchos argivos en el duro combate, descendiendo en raudo
vuelo de las cumbres del Olimpo, se encaminó a la sagrada Ilión.
VII 17-20
VIII. Zeus prohíbe
a los dioses
intervenir en la
lucha y truena
como augurio
favorable a los
troyanos.
Héctor arrolla a
los griegos.
Zeus no deja
intervenir a
Atenea y Hera.
Sólo la noche
salva a los
griegos.
Eos, de azafranado velo, se esparcía por toda la tierra, cuando Zeus, que se complace en lanzar rayos, reunió la junta de dioses en la más alta de las muchas cumbres del Olimpo. Y así les habló, mientras ellos atentamente le escuchaban:
VII 1-6
El padre Zeus, subiendo al carro de hermosas ruedas, guió los caballos desde el Ida al
Olimpo y llegó a la mansión de los dioses; y allí el ínclito Poseidón, que sacude la tierra,
desunció los corceles, puso el carro en su sitio y lo cubrió con un velo de lino. El
longividente Zeus tomó asiento en el áureo trono y el inmenso Olimpo tembló bajo sus
pies.
VIII 438-443
IX. Áyax, Ulises y Fénix visitan a Aquiles para pedirle que
deponga su ira y acepte los presentes que como
indemnización le ofrece Agamenón. Él se niega.
Levantóse Agamemnón, llorando, como fuente profunda que desde altísimo peñasco deja caer
sus aguas sombrías; y despidiendo hondos suspiros, habló a los argivos:
IX 13-16
Empezó a aconsejarles y arengándoles con benevolencia, les dijo:
—¡Gloriosísimo Atrida! ¡Rey de hombres Agamemnón! Por ti empezaré y en ti acabaré; ya que reinas sobre muchos hombres y Zeus te ha
dado cetro y leyes para que mires por los súbditos.
IX 95-99
X. Durante la noche, Ulises y Diomedes se internan en el
campo troyano y dan muerte a Dolón.
Eos se levantaba del lecho, dejando al bello Titonio, para llevar la luz a los dioses y a los
hombres, cuando enviada por Zeus se presentó en las veleras naves aqueas la cruel
Discordia con la señal del combate en la mano.
XI 1-6
El Atrida alzó la vez mandando que los argivos se apercibiesen, y él mismo vistió la
armadura de luciente bronce. Púsose en torno de las piernas hermosas grebas sujetas con broches de plata, y cubrió su pecho con la coraza que Ciniras le diera como presente de
hospitalidad.
XI: Hazañas de Agamenón, que luego se retira herido de la
lucha. También Diomedes es herido por Paris y Ulises por
Soco. Los griegos retroceden; Áyax cubre la retirada.
Aquiles envía a Patroclo a que pregunte a Néstor quién es
el guerrero que trae herido. Néstor le cuenta la derrota
griega y le pide que persuada a Aquiles.
En tanto, las yeguas de Neleo, cubiertas de sudor, sacaban del combate a Néstor y a Macaón, pastor de pueblos. Reconoció al
último el divino Aquileo, el de los pies ligeros, que desde lo alto de la ingente nave
contemplaba la gran derrota y deplorable fuga, y en seguida llamó, desde allí mismo, a
Patroclo, su compañero: oyóle éste, y, parecido a Ares, salió de la tienda. Tal fue el
origen de su desgracia.
XI597-604
¿Cómo es que Aquileo se compadece de los aqueos que han recibido heridas? ¡No sabe en qué aflicción está sumido el ejército! Los más fuertes, heridos unos de cerca y otros de lejos,
yacen en las naves. Con arma arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes Tidida, ...
XI 656-660
Pero, ¡sálvame! Llévame a la negra nave, arráncame la flecha del muslo, lava con agua tibia la negra sangre que fluye de la herida y
ponme en ella drogas calmantes y salutíferas, que, según dicen, te dio a conocer Aquileo, instruido por Quirón, el más justo de los
Centauros. Pues de los dos médicos, Podalirio y Macaón, el uno creo que está herido en su
tienda, y a su vez necesita de un buen médico, y el otro sostiene vivo combate en la llanura
troyana.
XI 828-836
XII. Lucha en torno al muro griego, defendido por los dos Áyax y por Teucro.
Héctor rompe las puertas y penetra en él.
XIII. Lucha junto a las naves. Hazañas del héroe griego Idomeneo. Los
troyanos se reorganizan y vuelven a atacar.
Hay una vasta gruta en lo hondo del profundo mar entre Ténedos y la escabrosa Imbros; y al
llegar a la misma, Poseidón, que bate la tierra, detuvo los bridones, desunciólos del
carro, dióles a comer un pasto divino, púsoles en los pies trabas de oro indestructibles e
indisolubles, para que sin moverse de aquel sitio aguardaran su regreso, y se fue al
ejército de los aquivos.
XIII 32-38
Zeus quería que triunfaran Héctor y los teucros para glorificar a Aquileo, el de los pies ligeros, mas no por eso deseaba que el ejército aqueo pereciera totalmente delante de Ilión, pues
sólo se proponía honrar a Tetis y a su hijo, de ánimo esforzado. Poseidón había salido
ocultamente del espumoso mar, recorría las filas y animaba a los argivos; porque le afligía
que fueran vencidos por los teucros, y se indignaba mucho contra Zeus.
XIII 347-353
XIV. Agamenón propone huir, lo que rechaza Ulises. Hera engaña a Zeus,
haciéndole dormirse en el Ida; entonces Posidón marcha en ayuda de los
griegos. Áyax hace a Héctor retirarse de la lucha. Victoria griega.
—¡Oh Poseidón! Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea breve, mientras
duerme Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera, engañándole,
logró que se acostara para gozar del amor.
Dicho esto, fuese hacia las ínclitas tribus de los hombres. Y Poseidón, más incitado que antes a socorrer a los dánaos, saltó en seguida a las
primeras filas y les exhortó diciendo:
—¡Argivos! ¿Cederemos nuevamente la victoria a Héctor Priámida, para que se apodere de los
bajeles y alcance gloria?
XIV 357-365
XV. Huida troyana y despertar de Zeus, que renueva su prohibición de ayudar
a los griegos. En cambio, envía a Apolo a confortar y a ayudar a Héctor.
Nuevo avance troyano: Héctor se dispone a prender fuego a las naves
griegas.
Tres somos los hermanos nacidos de Rea y de Cronos: Zeus, yo y el tercero Hades, que reina en los infiernos. El universo se dividió en tres
partes para que cada cual imperase en la suya. Yo obtuve por suerte habitar siempre en el espumoso y agitado mar, tocáronle a Hades las tinieblas sombrías, correspondió a Zeus el anchuroso cielo en medio del éter y las nubes;
XV 187-192
XVI. Patroclo persuade a Aquiles a que lo deje vestirse su
armadura y ayudar a los griegos al frente de los
mirmidones. Él acepta, con tal de que Patroclo se limite
a alejar a los troyanos de las naves.
Dando profundos suspiros, respondiste así, caballero Patroclo: —¡Oh Aquileo, hijo de Peleo,
el más valiente de los aqueos! No te enfades, porque es muy grande el pesar que los abruma. Los más fuertes, heridos unos de cerca y otros
de lejos, yacen en los bajeles—con arma arrojadiza fue herido el poderoso Diomedes Tidida; con la pica, Odiseo, famoso por su
lanza, y Agamemnón; a Eurípilo flecháronle en el muslo—, y los médicos, que conocen muchas
drogas, ocúpanse en curarles las lesiones. Tú Aquileo, eres implacable.
XVI 20-29
Dijo, y Patroclo vistió la armadura de luciente bronce: púsose en las piernas elegantes grebas, ajustadas con broches de plata; protegió su pecho con la coraza labrada,
refulgente, del Eácida, de pies ligeros; colgó del hombro una espada, guarnecida de
argénteos clavos; embrazó el grande y fuerte escudo; cubrió la cabeza con un hermoso casco, cuyo terrible penacho, de crines de caballo, ondeaba en la cimera, y asió dos
lanzas fuertes que su mano pudiera blandir.
XVI 130-139
Pero Patroclo lleva su ataque, tras rechazarlos, hasta la
misma Troya, que intenta tomar. Héctor lucha con él y le
da muerte; Patroclo le dice que su vez morirá a manos
de Aquiles.
El gran Ayante deseaba constantemente arrojar su lanza a Héctor, armado de bronce; pero el
héroe, que era muy experto en la guerra, cubriendo sus anchos hombros con un escudo de pieles de toro, estaba atento al silbo de las
flechas y al ruido de los dardos.
XVI 358-361
XVII. Lucha en torno al cadáver de Patroclo, que logran
recobrar los griegos. Antíloco es enviado a Aquiles para
darle la noticia.
—¡Ayante! Ven, amigo; apresurémonos a combatir por Patroclo muerto, y quizás
podamos llevar a Aquileo el cadáver desnudo, pues las armas las tiene Héctor, de tremolante
casco.
Así dijo; y conmovió el corazón del aguerrido Ayante que atravesó al momento las primeras filas junto con el rubio Menelao. Héctor había
despojado a Patroclo de las magníficas armas y se lo llevaba arrastrado, para separarle con el
agudo bronce la cabeza de los hombros y entregar el cadáver a los perros de Troya.
XVII 120-128
XVIII. Dolor de Aquiles, consolado por su madre Tetis.
Así dijo, y negra nube de pesar envolvió a Aquileo. El héroe cogió ceniza con ambas
manos y derramándola sobre su cabeza, afeó el gracioso rostro y manchó la divina túnica; después se tendió en el polvo, ocupando un gran espacio, y con las manos se arrancaba
los cabellos.
XVIII 22-27
Ésta encarga a
Hefesto la
fabricación de
nuevas armas para
Aquiles -de las
otras se había
apoderado Héctor-
, que son descritas
a continuación.
XIX. Fin de la ira de Aquiles y reconciliación de los griegos.
Devolución de Briseida. Llanto por Patroclo. Aquiles se
prepara para entrar en batalla.
—Sean testigos Zeus, el más excelso y poderoso de los dioses, y luego la Gea, Helios y las
Erinies que, debajo de la Tierra castigan a los muertos que fueron perjuros, de que jamás he puesto la mano sobre la moza Briseida
para yacer con ella ni para otra cosa alguna; sino que en mi tienda ha permanecido
intacta. Y si en algo perjurare, envíenme los dioses los muchísimos males con que
castigan al que, jurando, contra ellos peca.
XIX 258-265
XX. Zeus permite a los dioses intervenir en la batalla. Eneas,
con el valor que Apolo le infunde, se enfrenta a Aquiles;
Posidón lo salva de una muerte segura. Apolo salva
igualmente a Héctor, que se enfrenta con Aquiles.
Presentóse primero Eneas, amenazador, tremolando el refornido casco: protegía el
pecho con el fuerte escudo y vibraba broncínea lanza. Y el Pelida desde el otro lado fue a oponérsele. Como cuando se reúnen los hombres de todo un pueblo para matar a un
voraz león, ...
XX 161-165
Tan pronto como Héctor vio a su hermano Polidoro cogiéndose las entrañas y encorvado
hacia el suelo, se le puso una nube ante los ojos y ya no pudo combatir a distancia; sino que, blandiendo la aguda lanza e impetuoso como una llama, se dirigió al encuentro de
Aquileo.
XX 419-422
Sin turbarse le respondió Héctor, el de tremolante casco: —¡Pelida! No esperes
amedrentarme con palabras como a un niño; también yo sé proferir injurias y baldones.
Reconozco que eres valiente y que estoy por muy debajo de ti. Pero en la mano de los
dioses está si yo, siendo inferior, te quitaré la vida con mi lanza; pues también tiene afilada
punta.
XX 430-437
XXI. Aquiles mata a
Licaón. Llena de
cadáveres el lecho del
Escamandro y el río
lucha con él, pero
Posidón y Atenea
envían a Hefesto en su
ayuda. Lucha entre los
dioses. Apolo logra
con un engaño alejar a
Aquiles y salvar a los
troyanos.
XXII. Aquiles
persigue a
Héctor en
torno a la
muralla; al
final lucha
con él y le
da muerte,
ayudado
por
Atenea.
Llanto por
Héctor.
Gimió el viejo, golpeóse la cabeza con las manos levantadas y profirió grandes voces y
lamentos dirigiendo súplicas a su hijo. Héctor continuaba inmóvil ante las puertas y sentía vehemente deseo de combatir con Aquileo. Y el anciano, tendiéndole los brazos, le decía en
tono lastimero:
XXII 33-37
En diciendo esto, blandió y arrojó la fornida lanza. El esclarecido Héctor, al verla venir, se inclinó para evitar el golpe: clavóse aquella en el suelo, y Palas Atenea la arrancó y devolvió
a Aquileo, sin que Héctor, pastor de hombres, lo advirtiese. Y Héctor dijo al eximio Pelida:
—¡Erraste el golpe, deiforme Aquileo! Nada te había revelado Zeus acerca de mi destino
como afirmabas: has sido un hábil forjador de engañosas palabras, para que, temiéndote,
me olvidara de mi valor y de mi fuerza.
XXII 273-282
XXIII. Funeral de Patroclo y juegos atléticos en su honor.
—¿Duermes, Aquileo y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he
muerto me abandonas. Entiérrame cuanto antes, para que pueda pasar las puertas del Hades; pues las almas, que son imágenes de los difuntos, me rechazan y no me permiten que atraviese el río y me junte con ellas; y de este modo voy errante por los alrededores del
palacio, de anchas puertas, de Hades.
XXIII 69-74
XXIV. Príamo, guiado por Hermes, llega a la tienda de
Aquiles a proponer el rescate del cadáver de su hijo.
Aquiles accede, pese a sus anteriores amenazas.
Y cuando todos se hubieron reunido, apagaron con
negro vino la parte de la pira a que la llama había
alcanzado; y seguidamente los hermanos y los amigos, gimiendo y corriéndoles las
lágrimas por las mejillas, recogieron los blancos
huesos y los colocaron en una urna de oro, envueltos
en fino velo de púrpura.XXIV 791-796
- Argumento de la Ilíada sintetizado por Fco.
Rodríguez Adrados en Introducción a
Homero (Ediciones Guadarrama 1963)
- Selección de textos de Homero para la PAU
de Murcia
-Traducción de Luis Segalá Estalella