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Algunos esbozos de
cielo en el fondo de
una copa
Miguel Ángel Guerrero Ramos
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© del texto: Miguel Ángel Guerrero Ramos
© de esta edición: La Lluvia de una Noche
Mail del autor: [email protected]
Diseño de portada: La Lluvia de una Noche
2ª Edición: julio de 2014
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En cualquier estación
el pájaro pule sus alas (…).
Aprende que la mirada es espejo desnudo del firmamento.
Juan Carlos Vilehez, Ave migratoria
Ella dirá que no ve nada.
Es transparente el infinito.
Nunca sabrá que lo miraba.
Octavio Paz, El mismo tiempo
La luz es tiempo que se piensa.
Octavio Paz, La vista, el tacto
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Contenido:
Parte 1: El cielo escrito en los ojos
Primer paso al terreno del alma
Rumor de agua sabia
La superficie concéntrica del infinito
Lluvia platónica
La aurora en la noche
La incertidumbre ensimismante del límite
Una de las más suaves caricias del cosmos
El tiempo que gira en torno a las flores
La misericordia anda descalza
Las habitaciones del eclipse
Las secretas vanidades del horizonte
Los signos de la luz
El abismo de mis horizontes
La lluvia extasiada del infinito
La maleabilidad indiscutible de una pluma en un sueño
Trazados de alma
Junto al brocal de la fuente de la sabiduría
Bendita desnudez
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El sueño de la mariposa
El manto de mi ser
Elegir
La eternidad entre líneas
El cielo escrito en los ojos
Parte 2: Un suave esbozo de cielo en el fondo de
una copa
Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa
La constelación de mis pecados
Nuevo nutriente para el cielo
La muerte sueña los fantasmas que vemos
Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa 2
Seas flor o seas gata
Tu sonrisa
El alma de quienes se preocupan por ti
Quienes tienen que probar las buenas intenciones de los demás
El orden repentino de una fragancia que se hace suave
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Parte 1: El cielo escrito en los ojos
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Primer paso al terreno del alma
El murmullo de las olas entre los guijarros,
abrió mis ojos.
Una flor milenaria y esmaltada me esperaba,
entretanto, sobre el más remoto confín de la existencia.
Salí a buscarla,
y un manjar de enigmas
y un ardiente deseo de sonidos diáfanos,
cayeron sobre mí
en la forma leve y sinuosa de un rocío de hermosura.
Tomé la flor entonces
y uno de sus pétalos se precipitó al vacío.
En ese instante, en ese finísimo instante, tardé en comprender,
que aquella no era sino la sublime y magistral caída
de una cálida esperanza hacia una azul e inmensa pradera.
Una esperanza que, hoy por hoy,
recala en las tierras azules de mi alma.
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Rumor de agua sabia
Sólo cuando lluevan mis muertos
sobre el tejado traslúcido de mis sueños,
correré con todo mi ser, y con todas mis energías,
tras un rumor de agua sabia.
Es decir, sólo haré aquello cuando lluevan mis muertos
sobre aquel remoto e insospechado lugar donde
mis súplicas son cartas al cielo, cartas al cielo sin
ningún pasaporte apropiado
para cruzar la frontera cósmica de las estrellas.
En ese momento, en el momento en el que lluevan mis muertos,
mendigaré entonces, ante un centenar de huracanes
nocturnos y vigilantes, el ocaso, un rojo y vívido ocaso..
Lo mendigaré como último recurso de quien conoce el arte
de experimentar con el tiempo.
También haré las siguientes cosas:
recogeré las hojas del bosque de mi alma,
allí, donde los ríos menguan el silencio.
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Erraré por el universo,
nómada del cariño de la luna,
y tomaré de la copa de la sospecha
que tiene el vino dulce de la intriga.
Escribiré la semántica almibarada
de los susurros que exhalan las estrellas
y pintaré mi vida
con el color ineficaz del aire.
Llenaré la luna de ilusiones
y los océanos de luna.
Buscaré intensamente, en las mágicas peripecias
de una lumbre cósmica que danza en la oscuridad,
el aroma hipnótico de la ubicuidad,
el lápiz que dibuja el infinito,
una sonrisa que oculta una redención
y la mirada abatida de una luna solitaria.
Esperaré el eterno retorno de la delicia suprema
y realizaré todas estas tareas con el absurdo cuidado
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de quien construye las alas de una mariposa.
Y sí, tantas cosas haré
a sabiendas de que lo único que busco,
es el amor intacto e imperecedero
de la luz de alguna estrella.
Una estrella que se encuentre
tan pero tan solitaria como yo.
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La superficie concéntrica del infinito
Absorto en un presagio
que se oculta oculto en la rugosidad de una roca,
volteé mi vista para observar
la invisible membrana de
una rugiente y maquinal cascada.
Era una vista sobrecogedora
que pronto me daría a entender
que la excesiva visión de un oasis
puede revolotear para siempre en la memoria.
Sin embargo, la irrupción clara de una intuición espiritual
me conminó a buscar una rosa
con la faz sobrecogedora de un océano en reposo.
La visión se hizo, al cabo de unos cuantos segundos,
mucho más sobrecogedora.
Se trataba, sin duda,
de la fuerza cósmica
que viste a la flor de realidades
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y nos envuelve en la superficie concéntrica del infinito.
Se trataba, en realidad, de la sonrisa de la luz,
de la lámpara excelsa de la vida
irradiando esporas de verdad,
y de una ola que recelaba y añoraba una sinuosa playa.
Sí, se tratada,
a decir verdad,
de la superficie luminosa y concéntrica del infinito,
y de nada más.
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Lluvia platónica
El pulso del viento,
en la inmensidad del instante,
corta de tajo, y ante mi vista perpleja, el hilo del tiempo.
Debido a ello, en el momento de la lluvia,
la luna que me mece, y la espina de la rosa
que busca mi corazón,
se vuelven puntos de sutura,
pasiones retomadas
y lágrimas que cosen flores.
Unas extrañas sensaciones llegan entonces a mí.
Unas sensaciones que no son sino un ciclón en el cuenco de la mano
y el fuego con el que habla la soledad.
Unas sensaciones que son la tregua del cielo con el mar
en la incierta melodía de la nada,
y en una lluvia culminante
que cae sobre los tallos sensoriales de la vida.
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Esas sensaciones, como ya se ha dicho,
caen en el momento de la lluvia, de una lluvia platónica.
Una lluvia que cae sobre la cicatriz de los días
en forma de mágicos roces de cielo
que nunca han dejado ni dejarán de invadir el alma.
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La aurora en la noche
El cielo en la mañana lucía infinitamente azul,
es decir,
con su corazón enamorado.
El cielo en el ocaso, en cambio,
lucía enardecidamente rojo,
es decir,
con la frenética textura de un corazón apasionado.
En la noche, en cambio,
hubo aurora
y un espíritu supremo sobrevoló como nunca antes
las ilusiones de la existencia.
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La incertidumbre ensimismante del límite
Un papiro entre la niebla
revela la creación como un cataclismo pasional,
es decir,
como una gota escurridiza de ternura
que formó una burbuja de placer
que poco a poco se fue dilatando
y que encerraba dentro de sí misma
el jeroglífico psicológico del cosmos.
Hoy en día dicha gota ha serpenteado un océano de zafiros
y ha tomado distintas formas.
La más usual es su forma de néctar y ambrosía,
o del amor que se escribe en el aire con los dedos.
Otras veces, en cambio,
dicha gota suele esconderse
en el misterioso ciclo de las miradas
en donde ella toma
la forma sinuosa
de lágrimas hipotéticas de júbilo.
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Pero dicha gota, a decir verdad, no es sino una luz,
una luz que ha surcado el espacio,
que viene del mañana
y que araña la memoria
con el arrebato inusitado de la primera ternura.
Sin embargo,
un papiro entre la bruma
la revela también
como una entidad
que se viste con los trajes del omega.
Sea como fuere,
hoy en día aquella gota
ha llegado hasta mi vida.
Yo no sé lo que es,
pero a veces, lleno de paz,
tiendo a pensar que es una luz
que brilla más allá de la muerte.
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Una de las más suaves caricias del cosmos
Un ápice de sueños forma un alijo de sortijas
diseminadas por el mundo
como lágrimas que fecundan el espíritu.
Serán mi guía para desenvolverme
entre esta agridulce irrealidad.
Me darán el sabor del arco iris,
las más bellas flores del cielo
y un almibarado corazón de terciopelo.
Me darán todo ello y mucho más,
poco antes de que el sonido de mi voz más interior
salga de mi silencio.
Sí, poco antes de que dicho sonido salga
para llenar los caudales del entorno,
y para trazar algunos cuantos bocetos de humanidad.
Poco antes de que dicho sonido salga
para ayudarme a atrapar en el aire
los secretos más fugaces,
y para enseñarme a trazar los contornos del cielo
en el clima atemporal de mis verdades,
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e incluso, y por extraño que suene,
para ayudarme a aprender cómo se pueden
ver tan magnos contornos de cielo hipotéticamente trazados por mí.
Pero luego de que el sonido mencionado salga,
y cumpla con aquellos deberes que he descrito,
las respuestas se escaparán de mi piel,
se escaparán en el crucial momento de los mil aprendizajes,
y una gota tintineará en la celda cálida del corazón,
y una nueva caricia, única como ninguna otra,
posará al espíritu del cosmos
en un cuerpo suave y eternamente deseado.
Un cuerpo que habita serena y secretamente en los más
enervantes deseos del aire.
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El tiempo que gira en torno a las flores
La naturaleza es un elixir de sonidos
y un universo de ecos.
En ella se asienta el espíritu de la vida,
el cual se dedica a llenar
el vacío de las almas que la escuchan.
En ella se refugia una flor. Una bella flor.
Ahora,
en el tiempo que gira en torno a las flores
una leve y sutil brizna bien puede refugiarse
en la eternidad de una caída de hojas,
y una mariposa, por su parte, bien puede posarse sobre una
bella y mágica rosa, y sentir sus latidos
en cada gota de agua que cae de sus pétalos.
Un colibrí, en el tiempo que gira en torno a las flores,
bien puede extraer el polen de la vida
mientras el aire acaricia airadamente su piel,
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y una abeja, con un aletear desenfrenado,
bien puede dedicarse a ronronear por ahí,
mientras la luz del sol engalana sus deseos.
Las flores, entretanto, mientras aquel colibrí
o aquella mariposa o aquella abeja hacen de las suyas,
se lanzarán a la aventura de amar.
Sí, ellas se lanzarán a la aventura de amar
bajo el murmullo del río y el rumor del viento que las acunan.
Y será cierto, entonces, y solo entonces,
que una obsesiva y dulce ola de vida no se rinde
en el tiempo que gira en torno a las flores,
y que todas las criaturas que pernoctan alrededor de ellas
se sentirán hechas única y exclusivamente
de la materia sublime de la existencia.
Y no habrá duda,
al menos no en los filamentos de la naturaleza,
de que en el discurrir del tiempo
lúcido y sublime,
que gira en torno a las flores,
existe todo un infinito universo de vida.
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Todo un infinito universo
en la indecisión de un solo segundo.
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La misericordia anda descalza
La misericordia anda descalza
entre la cólera de un torbellino
que se ha llevado el refugio dorado de la ternura
y la arrulladora melodía de las olas del mar.
La misericordia anda descalza
sobre terrenos pedregosos, y siente,
además,
la desazón del mundo
mientras cubre su rostro leve con el frío del otoño.
La misericordia anda descalza,
pues ya no es, siquiera,
un susurro inaudible que llena el universo,
y en la pesadez infinita de sus párpados
ha tenido que aprender a amar
la soledad más dulce,
la ternura más amarga
y el sabor insípido de los días inconcretos.
Ella se ha vuelto vieja, por si fuera poco,
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y eso se le nota en las arrugas que bordean
sus tiernos ojos
de mirada pesarosa.
Ella ya no se arrebuja con tanta soltura
en la calidez del corazón.
Anda descalza y no tiene abrigo para cubrirse.
Sí, la misericordia anda descalza,
y no sabe, siquiera,
en qué mirada andará sumergida.
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Las habitaciones del eclipse
El nervio de la rosa
siente la oscuridad del cielo.
Siente un laberinto contiguo al existir
y que brilla en la luz opalescente de la luna.
Siente los álgidos latidos del vacío
y un suspiro que entra a hurtadillas en la
habitación de un corazón.
Siente la luz ávida del sol marchitarse
para renovarse luego
sobre la más querida
y mágica de todas las pieles sempiternas.
Siente, y sabe que lo que siente
no es sino la forma sinuosa del hado,
del místico hado
que duerme en las habitaciones del eclipse.
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Las secretas vanidades del horizonte
La incandescencia vibrante de mi alma
busca los ríos que fluyen sin pausa,
el alma voluble de la brisa
y una promesa anclada en la verdad.
Para ello, cada día me siento junto al ocaso
para beberme la vida de un cielo
signado por el fragor de los misterios.
Es entonces cuando me doy cuenta
de que el horizonte nos mira
con la mirada sugerente
del ser interior de las cosas.
Sin embargo, hay veces en las que el horizonte se oculta
tras el velo sinuoso de innumerables noches hermosas,
y a veces hasta llora cuando cree que morirá con la tarde.
Aun así, y con todo, el horizonte también es caprichoso.
A veces, él ensombrece a la luna
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y a veces, en cambio,
se confunde con la anatomía profunda del océano.
Eso lo hace sólo para recordarnos
que únicamente la líquida materia del agua
es similar en algo a la esencia del alma humana.
Debido a todo lo anterior, también es común encontrar,
de cuando en cuando,
un horizonte inquietante que sublime los sentidos
y nos cubra de sensaciones solares.
Eso lo hace mientras opta por creer
que conoce la plenitud absoluta
de los instantes de un sueño.
De un sueño de vida.
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Los signos de la luz
I
Las ilusiones en los sueños
se presentan como realidades.
La realidad, en últimas,
está hecha con la luminosa
materia de la irrealidad.
I I
Una cascada de luz
entra furtivamente por la ventana de mi recamara
y se posa suavemente
sobre una sábana adormilada.
Sí, es el día que me llama.
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I I I
¿Por qué se agota la luz en el espacio?
Quizá porque no sea la infinitud lo que cautiva al alma,
sino simplemente la distancia.
I V
Este sencillo poema no es sino
el incierto aviso de algo que nunca sucedió
y de que La Nada muere para vivir,
y de que solo la ostensible luz de la verdad,
en ella, es real.
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El abismo de mis horizontes
Hoy voy a desvelar a las estrellas,
a su talante de diosa aureada
y a los sonidos de los ecos
que magnifican su belleza.
Hoy voy a utilizar todas las tácticas del alma
y todos los ritos sagrados del ser,
y bosquejaré todos los prototipos utilizados en la creación,
para estar junto a una de aquellas dulcísimas estrellas.
Hoy la veré a ella, a la estrella que elegiré,
mirándome fijamente
con su mirada de cristal y sus ojos de lago.
Una mirada que, por cierto, tiene,
sin duda alguna,
el sabor de los anhelos
que exhuman los sentidos más profundos.
Hoy…, hoy partiré tras la magia de aquella mirada
y tras los demás rayos de esperanza
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de la desbordante magnética de una óptica sublime.
Sí, esta noche visitaré una estrella
y la amaré y no la dejaré dormir.
Esta noche, yo sé que podré estar junto a ella,
porque hoy podré surcar, sin duda alguna,
el abismo insalvable
de todos mis horizontes.
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La lluvia extasiada del infinito
Dios ocultó la única palabra que define al universo, bajo una hoja de árbol que se
precipita con suavidad y ligereza al suelo.
¿Cuándo conoceremos dicha palabra?
A decir verdad, no se sabe. Solo se sabe que una brisa incierta, que hace gala de
cierta sabiduría, dice que cuando acabe de caer la lluvia extasiada del infinito.
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La maleabilidad indiscutible de una pluma en un sueño
Acostumbrado a un lecho místico
sigo el compás del ritmo de las pasiones.
Soy un poeta, es decir, un acróbata de la vida impalpable.
Un acróbata que trabaja
con la esencia voluble del alma,
con la insensata turbiedad de las emociones
y con las más cálidas mantas del ser.
De esta forma, hoy me permito
tomar la arcilla maleable del espíritu
para moldear el paraíso
y las cumbres inexpugnables del alma.
Me permito tomarla, para pintar de mil colores
la media penumbra de la vida
y para conjurar una existencia llena de sueños.
Para decir que los sueños son el alimento del alma
y que en el mundo sobran las personas
y las circunstancias
que nos arrebatan dicho alimento.
Sí, hoy me serviré de sueños,
ni más ni menos,
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que para erigir en la piel del ser
y en la piel de lo infinito,
un monumento
a la última estrella del universo.
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Trazados de alma
Pruebo sorbos de existencia
sobresaturados de mí.
Luego me acomodo y me pongo a escribir
con los trazos de un empedernido soñador
que busca en cada surco de vida
el florecer de sus virtudes.
Una sutil idea me invade entonces
en un sentimiento que se oculta
en el reverso del aire.
Una idea que me avisa, impertérrita,
que escribir
es una tarea magna y prodigiosa del alma.
Claro, escribir es atrapar al espíritu creador
que flota en la levedad del aire
y en la mística absoluta de las olas del mar.
Hoy escribo y hoy me mira,
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el alma suprema que trazo, que dibujo
y que me encuentra oculto
entre mis laberintos místicos y gramaticales.
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Junto al brocal de la fuente de la sabiduría
Un hombre se acercaba cada día, durante el suave bostezo de la mañana,
a una fuente en medio del desierto.
Cargaba unos cuencos que, según él, llevaban algunas mágicas
estrellas derramadas.
No era mentira,
un diluvio de luz y de vida manaba de cada uno de
dichos cuencos a borbotones.
Se trataba, en realidad, de pequeñas notas con la energía
de un cuerpo sideral errante por el universo.
En una que otra de aquellas notas, por ejemplo, se encontraba
la definición de ciertas esencias naturales del alma:
Paz:
“el estado secreto y verdadero del infinito”.
El cariño, el amor y otras emociones:
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“esencias que impregnan el corazón
y hacen taxación del espíritu divino
y su presencia diamantina”.
Otros de aquellos mensajes que salían desde aquellos cuencos
como una columna de luz, daban, en cambio, proverbios:
En una mano tendida fluyen los ríos de la paz.
No busques en el cielo lo que tienes dentro de ti.
Una semilla siempre es impulsada por el viento
y colocada por la vida.
Un día un hombre sediento llegó
junto al brocal de aquella fuente mencionada
y vio dichos cuencos.
Él no lo pensó dos veces,
y bebió de su contenido.
Luego de ello se hizo sabio.
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Bendita desnudez
Bendita desnudez que despierta al sueño dormido,
que renace en el pasado y vive en el ahora.
Abismo que traspasa a la ilusión
en la mirada que todo condensa,
incluso al fuego.
Atributo de la llama,
filo de la espada
huella perpetua,
manto del color del viento,
estirpe de sagrada flor
bajo el secreto insospechado
de una historia
que arropa a la humanidad.
Bendita desnudez
del cuerpo o del alma.
Margen del infinito
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que esculpe en la roca de mis sueños
y que hace que las nubes parezcan poesía.
Bendita desnudez,
escucha atentamente:
el secreto de la vida dice
que los ojos aman
y siempre amarán la desnudez.
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El sueño de la mariposa
El reino de la verdad llora un cielo ingrávido,
y las esencias que forman el sueño de
una cándida y juguetona mariposa,
lo derraman sobre el mundo
y sobre los surcos del alma.
Los recuerdos más preciados
se agolpan entonces en el corazón
y las ideas de verdad comienzan a merodear en el cielo.
El amor se disfraza de pensamiento
y susurra en el umbral del sueño.
Crecen entonces geranios, azucenas,
camelias, rosas, lirios y otras flores de exótica belleza,
flores que se cubren de grandes y emotivos momentos.
Claro, son los frutos jugosos y fervientes
que poseen el aroma ligero de la libertad.
Son la simple sonoridad del horizonte
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que abarca al alma
y al sueño de la mariposa.
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El manto de mi ser
Levanto el manto de mi ser
y recojo en él,
la poesía que lima la conciencia,
toda la erosión del miedo
y todas las estrellas
que se adhieren a la piel traslúcida del cielo.
Recojo también, el sueño más fugaz,
el precipicio del otoño,
los teoremas formados con el magma
de una secreta devoción
y el misterio de un paisaje nocturno.
También el canto intermedial de la lluvia,
los destellos que ondulan en el túnel del amor,
y los ruidos de fondo de una orquesta divina y natural.
Con mi manto sublime, agorero de vida
y teñido con el calor de las caricias del alma,
puedo atrapar la certeza viva de la emoción humana.
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Puedo atrapar, en últimas,
con mi manto extendido
de hilos musicales,
la esencia misma de la vida.
Y todo ello mientras me embriago
con un poco de paraíso.
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Elegir
La huerta de luz
atrae
el ingrávido beso de la brisa
que juega conmigo
al libre albedrío
en la escarcha insuficiente de los días.
La teatralidad de la obra divina,
como bien lo supone una brisa otoñal,
se desenvuelve luego
en el pensamiento suave de una pompa ligera de jabón.
Los ojos del tiempo
contemplan entonces, tras las bambalinas
de la realidad,
el complejo juego del libre albedrío
que desmenuza sueños y deseos.
Qué tan grande crecerá aquella huerta de luz que mencionaba,
dependerá de cuánta luz
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puede albergar la viva
y sagrada experiencia de elegir.
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La eternidad entre líneas
“Eternitatea înseamnã suprimarea finitudinii, cãci moartea este abisul ei. Sub
forma nostalgiei, fericirea asta înseamnã: eºti conºtient cã trãieºti ceea ce tocmai
îþi scapã”.
Horia-Roman Patapievici, en: Zbor în bãtaia sãgeþii
La eternidad entre líneas
no es sino el infinito que ha llegado
a posesionarse de mí.
No es sino el silencio filarmónico de la noche
que se alía con el perfume de la mirada
para desmoronar las verdades
en la neblina cálida del ser absoluto.
La eternidad entre líneas
no son sino los secretos motivos de los espejos
que no añoran mi piel
sino la esencia de mi alma fundiéndose
con el tacto sugerente de la brisa.
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El cielo escrito en los ojos
Una chica estaba sentada en el banco de un parque
y un hombre en el tejado de su casa.
El universo entero,
y el estallido receptivo del azul celeste, los observaba.
El hombre en el tejado, tras un súbito arranque de revelación,
pensó en algo.
Pensó correr tras un lívido rumor de agua sabia,
pensó que sería bueno
abrigarse de luz y soñar con la plenitud de los instantes,
pensó en recorrer la superficie concéntrica del infinito,
en beber de la fuente elevada del universo,
en bañarse de aurora y en ampararse en un suave suspiro.
La mujer del banco, entretanto, miraba al cielo y pensaba
que su mirada palpitaba en él –es decir, en aquel cielo-
y que un ojo soñador
siempre se entrega a la magia de la noche.
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Ella pensaba en la incertidumbre ensimismante del límite,
en las suaves caricias del cosmos, en la misericordia
y hasta en el tiempo que gira en torno a las flores.
Él y ella en este instante, en este mismo momento,
miran el cielo, sí, y lo descubren sobrecogedor.
Descubren que una luz fosforescente y calcinante,
y todas las ideas de verdad existentes en el mundo, lo merodean.
Descubren que el cielo escrito en los ojos
es un bullir de milagros inconclusos.
Y descubren que la realidad, que se transforma
repentinamente en el cielo de los ojos,
les susurra suavemente
que el cielo no es y nunca será el límite.
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Parte 2: Un suave esbozo de cielo en el fondo de
una copa
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Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa
Con suavidad pero con firmeza, de esa forma, él y ella sienten una densa
sensación de vacíos instantáneos e infinitos dentro de sus respectivos seres
interiores. De repente, ambos (tanto él como ella) aparecen en un bello jardín
desbordante de flores frescas, un jardín en el cual ellos se sienten, pese a la gran
belleza del lugar, como si navegaran en un misterioso y opalescente mar de
sargazos.
De un momento a otro, en aquel bello aunque misterioso jardín, él y ella son
testigos de cómo unos cuantos relámpagos desbastan las fibras más esenciales
de algunos cuantos sueños. Luego, pasados unos cien relámpagos, y unos cien
segundos de intensa vida, de estridente anchura e inmenso dominio, sin el más
mínimo aviso por parte de nadie, ellos son trasportados a ese lejano e
insospechado día en el cual el cielo eyaculó fuego sobre la luna y dejó plasmado
en ella un invisible tatuaje de vida. Ella, al verse allí, se abraza entonces a él con
ternura, y él, sumido en el más metafísico de los perfumes siderales, decide
corresponderle con un poco de cariño a ella. Acto seguido, él comienza a acariciar
el cabello de su amada. Comienza a acariciarlo mientras sigue llegando a él aquel
metafísico y místico perfume sideral. Sí, mientras sigue llegando a él aquella
fragancia capaz de regalarle los más hermosos y dulces minutos a una piel. Una
fragancia que posee las distintas convergencias de un exclusivo y poco habitual
deleite.
Ella, al cabo de unos segundos, alza su rostro y le dedica a él una sonrisa
mientras se diluyen las orillas del universo sobre su joven piel, mientras un
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conjunto inimaginable de tardes se entremezclaban en una fugaz descarga de
melancolías que repentinamente se suicidaron ante el brillo de una hoguera de
vida.
Él se queda contemplando entonces la sonrisa de ella, y en ese mismo instante un
cielo escarlata estalla en cientos de millones de gotas de vida. No obstante,
debido a ello, aquel cielo queda con millones de agujeros por los cuales se filtra la
nada sin ninguna compasión.
Ahora bien, hay que decir que él y ella tienen la tarea de tapar los hoyos del tejado
de la Nada con la arcilla sempiterna que da forma a los pensamientos y a un
proyecto de vida compartido. Un proyecto de vida que también es una fragancia
común. Una misma copa de dulce y extasiado licor.
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La constelación de mis pecados
La constelación de mis pecados,
no es sino un plagio de estrellas,
que contiene el delicioso sabor
de la uva apasionada
de tus más secretos racimos.
Son cientos de uvas ya degustadas, por cierto,
que se dibujan en la noche
y forman las más hermosas constelaciones,
como vastos cultivos de tus gotas de cariño.
La constelación de mis pecados es, en suma,
una esencia mística
que descubre la irrealidad del bien,
la irrealidad del mal
y la irrealidad, incluso, de todo lo real.
Una esencia mística que me permite saber
que para lanzarme a la constelación de mis pecados,
debo saltar primero desde uno de tus suspiros
para caer luego sobre tu hermosa y deseosa piel de fuego.
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Nuevo nutriente para el cielo
A Donato
Has partido, mi querido amigo,
has ido al cielo en donde seguramente
podrás desplegar tus alas sin ningún inconveniente.
Y ahora, yo sé que es muy seguro
que no solo el rumor de las nubes nutrirá el cielo,
sino el canto de tu voz.
Una voz de loro que hilará
el tejemaneje del destino
y las entretelas de la brisa.
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La muerte sueña los fantasmas que vemos
La muerte sueña los fantasmas que vemos, eso fue lo que me dijo ese sinuoso y
suspirante espíritu que en la noche toma el azul del cielo como sábana, me lo dijo
mientras yo escribía un tratado sobre la poesía no fonética de los últimos años.
Pero lo que menos quería yo en esta vida, y en aquel momento, era escuchar a
ese fantasma. No quería escucharlo, puesto que los rezagos de las aniquiladas
nubosidades de un sueño intrascendente se estaban apoderando poco a poco de
mi alma. Tonto de mí. Yo quería cumplir con aquella magna tarea de análisis
poético, pero el periódico del día estaba sobre el escritorio de cedro sobre el cual
yo me encontraba trabajando, y yo no lo había leído, y me hacía ojitos con gran
suspicacia. La televisión, por su parte, se encontraba encendida, y en ella
aparecían algunos cuantos adolescentes con el ligero temblor del deseo en sus
pieles. Miles de preocupaciones también se agolpaban en mi mente y en la gruta
efervescente e intangible de una inmensidad desconocida. Por eso, al descubrir
que por más que lo intentara yo no iba a poder concentrarme, decidí asomarme
por una ventana para contemplar las pocas nubes que había convocado el cielo
esa noche. ”Tú no quieres escribir ese tratado”, me dijo aquel sinuoso y suspirante
espíritu. “Tú lo que quieres es hallar algunos cuantos trazos, o siquiera algún que
otro boceto, de una memoria sinérgica y desconocida, en un efímero y prodigioso
vaho de vida. Tú lo que quieres es deshacerte de todos tus fantasmas".
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Un suave esbozo de cielo en el fondo de una copa 2
Ayer imaginé que hoy hallaría entre la brisa
ese impulso del alma que siempre nos empuja a aferrarnos a algo irreal.
El día de ayer pensé que el día de hoy
me iba a topar con esos recuerdos que fluyen en el ser
como el fluir de la sangre en el cuerpo.
Pensé que aquella luna neblinosa de los cielos de mi ciudad
seguiría parpadeando intensamente.
Pensé que podría salir de esta casa
habitada por fantasmas huérfanos de sí mismos en la que me hallo.
Pensé que podría volver a tener una mirada de ella,
pero no una mirada cualquiera
sino una de esas miradas que poseen un poco del tacto del alma,
o por lo menos los más sensuales y lujuriosos recuerdos del tacto de una piel.
Pensé que no iba a estar así, es decir,
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seco y vacío como un río que se quedó sin lágrimas.
Pensé que siquiera el día de hoy iba a poder ver en lo alto
una nube lamiendo el cielo con candidez.
Que no me iba a encontrar así,
mirando recuerdos en el nostálgico lobby de un hotel.
Sí, el día de ayer pensé que regresarías a mi vida,
y que no me encontraría el día de hoy
este suave esbozo de nuestros sueños
en el fondo de una copa de Baccarat.
El día de ayer pensé que el día de hoy
podría llegar a escuchar la ardiente melodía
de tu tenue y casi que insonora risa coqueta.
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Seas flor o seas gata
Seas flor o seas gata siempre te estaré pensando desde ese lugar al que me
marché sin querer irme, a ese lugar que se fragmenta de cuando en cuando para
revelar vestigios de un pasado difuso, un pasado que ya parece otra vida, otra
existencia, otro estar sin estar u otro vivir sin del todo vivir. Por eso mismo los
intersticios de la vida o las sedosidades mismas de la brisa me recuerdan que ya
lo he decidido, que lo he decidido de forma tajante y perentoria, de forma
ligeramente intensa y azarosa, y creo, incluso, que lo decidí ayer. He decidido
hacer lo siguiente: llenaré el futuro de recuerdos aun cuando la vida se halle
incompleta de fragancias, llenaré el alma de vida aun cuando el futuro se halle
incompleto de ti, y le pediré a la luna que te inspire a cumplir todos tus sueños. Si
no pudiste estar, por lo menos sé, sé tú, sé un tú que llegue muy lejos con toda la
fuerza de tu propio ser gata o de tu propio ser flor. De tu propio ser inspiración.
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Tu sonrisa
Déjame que sea hoy tu sonrisa la que coloque detrás de cada estrella. En todos
los rincones del alma. En todas las estancias del ser.
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El alma de quienes se preocupan por ti
El alma de quienes se preocupan por ti es una conciencia viva, una llama
inextinguible. A ellos los reconoces no porque los ves a menudo sino porque los
sientes. Porque sabes que están ahí con su ser, con su alma, con toda la vitalidad
de sus esencias, aun cuando estén enojados o indispuestos contigo. El mejor
agradecimiento para ellos, por tanto, es, desde luego, una pequeña eternidad,
porque donde muere la eternidad, por pequeña que esta sea, renace el infinito.
Renace la magia de la vida. Renace el esplendor del existir. Sí, el mejor
agradecimiento, a fin de cuentas, es un gracias y el dedicar el mayor esfuerzo
posible en todo aquello que se emprenda. Es un decir, en todo aquello que se
haga, en todo aquello que se lleve en el alma, "a ellos y por ellos".
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Quienes tienen que probar las buenas intenciones de los demás
Quienes tienen que probar las buenas intenciones de los demás son quienes no
han aprendido a verse a sí mismos. Son quienes no saben que todos tenemos
defectos y que eso es precisamente lo que nos hace humanos. Porque, eso sí, si
no hubiera defectos y debilidades en las personas, no tendría ningún sentido estar
en este plano de la existencia para tratar de entendernos los unos a los otros. No
tendrían sentido los idiomas del tiempo ni los más suaves repliegues de la
infinitud. No tendría sentido ese fuego que lo consume todo sin más obstáculos
que la promesa misma de la vida.
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El orden repentino de una fragancia que se hace suave
Si todas las aves cantaran en la madrugada, llevando en su voz la lívida aventura
de un pleno susurro, harían de la mañana una fiesta de júbilo sobre las frescas
tesituras de una vida dulcemente alborozada. Si todas las luces brillaran al mismo
tiempo, sería tu silueta la que resplandecería tras un enorme torrente de
mariposas que se ven brillar bajo la mirada empozada de los sueños. Sí, sueños,
mariposas, aves y luces. Madrugadas, siluetas y una mirada… El orden repentino
de una fragancia que se hace suave. Una confesión de amor que siempre estará
nadando entre los perfumes de un amanecer, un amanecer consustancial a las
más suaves e inextinguibles melodías de la vida. Una vida que revolotea sobre
una melífera caricia y que se hace mil preguntas y cuestionamientos como los
siguientes: ¿cuánto calor puede aprisionar el ocaso sobre los efluvios
portentosamente esculpidos de una intensificada existencia pasional? ¿Qué
fragancias, tan finas y hialinas, recoge la profundidad de tu mirada cuando tu alma
serena y ligerísima vuela con alas de espuma? ¿Cuánta suavidad cabe encontrar
en la emersión de una estrella? ¿Hasta dónde podría volar un ave que somatiza
dulzura si volara en compañía del amanecer y sus caricias de vida? ¿Y cuántos
serían los sueños de aquel amanecer si él fuera arrullado por los susurros de
aquella dulce y carismática ave cantarina? Un millón de cantos atraviesan la
lindísima ola de la primera idea. La atraviesan y la colman de promesas. Sí,
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estrellas, emersiones, alas, confesiones, melodías, promesas, y, cómo no,
fragancias. Un canto suave, suavecísimo. Un canto sublime. Una progresión de la
existencia que dice una que otra cosa sobre el orden supremo, que me recuerda
una y otra vez en lo más profundo y en lo más pasajero de mí mismo, que aún
poseo una pluma, una sonrisa y una mirada coqueta de la última pajarita que se
atrevió a volar sobre este bello y espléndido cielo.
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