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Cinco de septiembreOliver Eden Sánchez

Después de bajar del camión y tener ambos pies en tierra, me di cuenta de dónde estaba. El bulevar, las bancas y la puerta azul del edificio de departamentos en el que ella vivía. Eran las tres de la mañana, aunque buscara no encontraría ventanas con luces encendidas. Un recuerdo se proyectó desde el alumbrado público hasta mi mente: ella mordiendo su labio inferior.

Hay recuerdos que son difíciles de procesar. Lo que me dijo la última vez que nos vimos, dos o tres días después del 11 de Septiembre, ya no tiene importancia, aquellas palabras se desvanecieron. Sus motivos para terminar conmigo eran fútiles, adolescentes. Los dijo desde el quicio de la puerta azul, mientras sostenía un gato de pelaje blanco y gris.

Tres años después, el cuatro de septiembre, Fabián me invitó a que lo acompañara a un maratón de cine en el centro. Era un ciclo de ciencia ficción, no recuerdo que películas vimos, pero sí tengo presente que me sentí turbado cuando empezó la proyección de un filme ciber-hentai. Aunque ahora era un centro cultura, el recinto alguna vez había sido una iglesia; me hacía sentir algo incomodo el ver el soft-porno y los vestigios seculares en el mismo lugar.

Esa vez iba a pernoctar en casa de Fabián, así que tomamos algún camión que nos llevó a Calzada de los Misterios...

En realidad nunca he dejado de pensar en ella, tal vez haya olvidado su apellido, algo que considero completamente sano, pero el resto es aún vívido. Lo más impresionante de ella era, sin duda, su sonrisa, enorme, amplia y brillante, resplandecía entre la multitud de uniformes grises el primer día que fui por ella a su escuela. La otra cosa importante que recuerdo, son los rastros de agua que se convertían en vapor conforme la temperatura de su piel aumentaba.

Era cinco de septiembre, habían pasado tres años exactos. Todo era por completo diferente, ahora yo vivía solo, trabajaba, e incluso había perdido el interés en Joaquín Sabina; sin embargo, usaba los mismos zapatos y la misma camiseta de aquel día, me seguía gustando The Cure, y lo peor de todo, es que horas más tarde, iba a asistir al su concierto en el Palacio de los Deportes. The Cure había vuelto, y yo tenía boletos.

El clima era diferente, este año las lluvias habían sido moderadas, no como en ese verano en el que cayó una aguacero torrencial, tan abundante que descompuso mi reloj de pulso...

Ella propuso bajarnos y caminar el resto, era un tramo considerable pero el punto era pasar más tiempo juntos. Después de unas cuadras empezó el diluvio, intentamos correr, hasta que nos detuvo una señal de alto. Aquella lluvia rayaba en la ciencia ficción, la tenía a un lado y su rostro era borroso, entonces sonrió, probablemente porque esa era la situación más absurda en la que cualquiera de los dos se hubiera encontrado. Esto no era Hollywood, era improbabilidad y vísceras, besos en los que chocan los dientes, agua en mis calcetines, estupro. Al besarla sentí un estallido bajo nuestros pies, ese clic por el que se puede esperar durante meses había llegado en un par de días...

Después de ella la voz de Robert Smith se convirtió en una pasión secreta, desde Three Imaginary Boys hasta The Cure, en especial Blood Flowers, el cual empecé a escuchar incesantemente después de que terminara conmigo, y siempre me hacía la misma

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pregunta al llegar a There’s no if: ¿Por qué si todo iba tan bien? ¿Cómo podía decidir tan pronto que no quería estar conmigo?

...por primera vez una novia me invitó a pasar a su casa. La camiseta blanca de su uniforme se había pegado a su piel, convirtiéndose en una puerta entreabierta. Cada cabello un “sí” de Molly Bloom, con la misma cadencia en el ritmo de los suspiros y jadeos. Las ganas se evaporaban en el cesar de la tormenta, en el corazón hecho la batería de Tolhurst y el vapor que remontaba desde cada rincón del cuerpo. Ese era el lugar para olvidar la literatura, donde cada sema de López Velarde se convertía en carne, era para relegar la teoría y empezar la práctica.

—Hay recuerdos que duelen.—le dije a Fabián. Había encontrado que a pesar de las otras piernas y sonrisas deslumbrantes, mi pecho aun adquiría un compás lento y grave al pensar en ella—¿Por qué así, sin motivo?

—Tranquilo, lo mejor de asociar a un amor perdido con la música, es que siempre, siempre, hay nuevas canciones.


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