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  • 8/18/2019 Dossier: España Partida en Dos

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    DOSSIER 

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    ESPAÑApartidaen dos

    1705

    La muerte sin hijos de Carlos II lanzó a España a una guerra, civil

    e internacional, que comenzó hace 300 años. Nuevos análisis

    subrayan que, junto a la cuestión dinástica, se enfrentaban dos

    modelos de convivencia y de organización estatal que volverían a

    aflorar en el siglo XIX. Cuatro especialistas estudian el modelo

    austracista y el modelo borbónico de gobierno, hacen la crónica dela larga Guerra de Sucesión y evalúan los efectos de la posguerra

    40. Dos Españas

     Ricardo García Cárcel 

    44. Guerra civil e internacional Rosa María Alabrús

    52. Los perdedores.El proyecto austracista

     Ricardo García Cárcel 

    58. Los vencedores.

    Aires nuevosVirginia León Sanz 

    66. Difícil posguerra

     Enrique Jiménez López 

    Asalto borbónico a Barcelona , el 11 de

    septiembre de 1714, por Estruc, Caixa

    Sabadell.

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    La generación de 1698, la gene-ración que vivió la agonía del si-glo XVII, en la larga serie de no- ventayochos que han jalonado

    nuestra historia, fue quizás la más tristede todas las generaciones finiseculares.La de 1598, la de Cervantes, había esta-do marcada por el miedo al ridículo, trastanto sueño imperial. La de 1798, la de

     Antonio de Capmany, por el miedo a larevolución. La generación de 1898, la eti-quetada por Azorín, la clásica, estuvo pre-sidida por el miedo a asumir la soledad,la mediocridad, el aislamiento de Españafrente al espejo europeo. Miedos, in-quietudes, angustias de finales de siglo,pero ninguno posiblemente tan patéti-co como aquel 1698, marcado por el te-mor al futuro en plena agonía de una di-nastía, la de los Austrias, que había con-quistado un Imperio en el que no se po-nía el sol y que se encontraba ante un

    horizonte en el que todo era sombra, por-que la monarquía española se había con- vertido en una caricatura de lo que fue.

    En 1697 había sido invadida Cataluñapor los franceses que, tras un terrible si-tio de Barcelona, la ocuparon duranteseis meses. El fantasma de la amenaza deldespedazamiento no ya del Imperio sinode la propia España fue obsesivo en elmarco del problema sucesorio: la inca-pacidad de Carlos II para reproducirse.Entre las dos opciones, la austracista (elarchiduque Carlos) y la borbónica (Felipe

    de Anjou), se postuló la alternativa de Jo-sé Fernando de Baviera, que evitaba laconfrontación bélica, pero con el costede la repartición territorial fijada en el tra-tado de octubre de 1698, por el que Fran-cia se quedaba Nápoles, Sicilia y Gui-púzcoa y Austria se hacía con Milán,mientras que el candidato de Baviera se-ría el rey de España, con Flandes y Amé-

    rica. Pero el candidato alternativo que po-día evitar la guerra murió. Y España si-guió siendo un oscuro objeto de deseo.

    En marzo de 1700, ya con la opción Austria-Borbón, se planteaba un nuevoreparto propuesto por los austracistas.El archiduque Carlos se quedaba conla monarquía española, América y Flan-des y Francia recibía Nápoles y Sicilia,mientras que el duque de Lorena ab-sorbía Milán. Pero, en octubre de 1700,la capacidad diplomática de Luis XIV seimpuso. No habría repartición, porqueno hubo consenso respecto a quién se-ría el sucesor de Carlos II, sino guerra,aunque el fantasma de la repartición si-guió flotando a lo largo de la misma(1702-03, 1706, 1709) e incluso después.O repartición o guerra. Penosa alterna-tiva para los españoles de aquel tiempo.

    Invertebración hispánicaPero un horizonte internacional tan in-quietante derivaba en buena parte de laescasa consistencia nacional española y 

    ésta era una consecuencia del viejo pro-blema de la articulación del Estado, quese había planteado en términos dramá-ticos en 1640. La invertebración hispá-nica, la había intentado resolver Olivaresa la tremenda. De aquel fracaso surgióuna alternativa política a lo largo del rei-nado de Carlos II que se llamó neofora-lismo y que preferimos calificar de dis-curso de la reconciliación en el marco deterceras vías entre el absolutismo centra-lista y el constitucionalismo foralista.

    Primero fue el sueño alternativo de don

     Juan José de Austria con los intentos degolpe de Estado en 1668 y 1676 contralos validos de Carlos II, que contaron con

    40

    RICARDO GARCÍA CÁRCEL es catedrático deHistoria Moderna, U. A. de Barcelona.

    Tras la muerte de Carlos II, se enfrentaron dos maneras de entender

    España, arguye Ricardo García Cárcel. Dos modelos administrativos,

    el centralista y el federal, la España horizontal y la España vertical. Pero

    cada una de los dos opciones contenía muchos matices políticos

    DOS ESPAÑAS

    Carlos II, por Carreño Miranda. Su muerte sinherederos trajo una contienda internacional

    (Toledo, Museo de El Greco).

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    el apoyo de la Corona de Aragón. Don Juan José murió en 1679, pero el afán in-tervencionista de la periferia continuóapoyándose entonces en el pragmatismoeconómico de una nueva burguesía –lageneración de Feliu de la Penya– que in-tentó rentabilizar la correlación de fuer-zas favorable para sus intereses que otor-gaba la propia debilidad de la monarquía.Narcís Feliu no tuvo empacho para su-brayar que “Carlos II era el mejor rey quehabía tenido España”.

    Paralelamente, emergen los juristas(Vilosa, Crespí de Valldaura, Matheu y Sanz) que buscan adaptar el constitu-cionalismo histórico de las relaciones en-tre la monarquía y los reinos de la Co-rona de Aragón, a los tiempos de pru-dencia y mesura exigibles tras el vértigode la experiencia secesionista.

    Pero este acopio de sensibilidad quereplanteaba la dialéctica centro-periferiaen términos distensionados duró poco.La guerra con la Francia de Luis XIV pu-so a prueba la fragilidad del andamiajeque regulaba las relaciones del rey consus reinos. El consenso possecesionis-ta se dinamitó por los recelos que laguerra, entre España y Francia, iba aabrir entre Cataluña y la monarquía. Y el fantasma de los viejos reproches cru-zados entre castellanos y catalanes enlos años de separación de Cataluña(1641-1652) resucitó a caballo de la in- vasión de Cataluña por los franceses en1697 y la ocupación de Barcelona.

    Francia, después de 1697, para unosfue el referente de la tentación vecinal,del poder a imitar o en el que cobijarse.Para otros, significó el paradigma de la

    amenaza, del peligro competitivo, delriesgo de invasión. De 1697 salió la po-larización austracismo-borbonismo. Loshéroes y demonios de entonces (Darms-tadt y Velasco) serían protagonistas enla primera etapa de la Guerra de Suce-sión. Porque ésta fue, aparte de testi-monio de la satelización hispánica res-pecto a las grandes potencias europeas,la plasmación de la asignatura pendientede la articulación del Estado, configura-da por los Reyes Católicos, mantenidasin grandes traumas por Carlos V, pues-ta ya en cuestión durante el reinadode Felipe II (alteraciones aragonesas de1591), preservada en el reinado de Fe-lipe III, hundida en el reinado de Feli-pe IV y reciclada, con poca efectividad,en el de Carlos II.

    La Guerra de Sucesión ciertamente

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    1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    Felipe V, María Luisa de Saboya y Luis I combatiendo la herejía , por Felipe de Silva, hacia 1707, Aranjuez, Palacio Real.

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    plantea dos opciones dinásticas con-frontadas con Francia como principal re-ferente –a favor y en contra–. La repre-sentación que se tuvo de Francia condi-cionó el alineamiento en una u otra op-ción dinástica. En el ámbito castellano,los austracistas fueron nobles hostiles alo que podía representar la nueva dinas-tía de cambios en el aparato clientelarde la Corte. En la Corona de Aragón, con-tó la vieja inquietud ante las hipotéticasnovedades que pudiera significar unanueva dinastía en el ámbito foral.

    En Cataluña debió contar y mucho lamemoria que se tenía de Francia trasla revolución de 1640. Si Cataluña habíaapostado en 1641 por Francia, contra laEspaña de Olivares, medio siglo despuésapuesta por la continuidad de los Aus-trias. ¿Preferencia por lo malo conocidoa lo bueno por conocer? ¿Fascinación porla imagen del poder inglés, que en 1704podía parecer el caballo ganador? La ac-titud ante Francia condicionó actitudes,pero no fue decisiva. Las simpatías haciaFrancia, por ejemplo, fueron limitadas en-tre los borbónicos.

    Portocarrero, el hombre clavePortocarrero, el hombre clave en la re-

    dacción definitiva del testamento a fa- vor de Felipe, nunca simpatizó con losfranceses. La importancia de un nacio-nalismo antifrancés durante la guerra enel ámbito borbónico no puede desesti-marse. Las prevenciones hacia Francia lascompartirían borbónicos tan convencidoscomo Bacallar o Macanaz. La propiaalianza Luis XIV-Felipe V pasó por peri-pecias múltiples, sobre todo en 1706,1709 y 1713-14, con patentes faltas de sin-tonía entre el abuelo y el nieto. La Far-nesio, después de 1714, acabó de rom-

    per el nexo establecido en 1700.No faltaron testimonios de relativismodinástico. Como decía un folleto de laépoca: “Costó mucho en quererla (la di-nastía de los Austrias). Después todos la veneraron. Luego ha entrado la de Bor-bón ¿pues por qué ha de ser más des-graciada que las otras?”. Y otro se pre-guntaba: “¿Qué razón tenían los españo-les para quejarse en los principios de laCasa de Austria y cuál es la que les mue- ve para no estar gustosos con la de Bor-bón?”. Pero lo que inicialmente fue un

    conflicto dinástico, fue cargándose deotras connotaciones, con la asignaturapendiente del problema de España por

    resolver. Desde 1705, la guerra se centraen la Corona de Aragón, con Cataluña co-mo eje del austracismo. Los años de 1705 y 1706 son de euforia austracista, polari-zándose la guerra cada vez más entre laCorona de Aragón y la de Castilla, conel problema de España como horizonte.En Valencia y Aragón, el austracismo du-rará poco. Aun con muchas oscilacionesa lo largo del tiempo, desde la victoriaborbónica en Almansa, la representacióndel austracismo será casi exclusiva de Ca-taluña. Se acentuará la confrontación en-

    tre castellanos y catalanes, reproducien-do la vieja querella de 1640 a 1652.

    Unos y otros se involucrarán en unaguerra panfletaria que jugará con tres ar-gumentos: el antropológico, el religioso y el político. El primero pondrá sobre lamesa las descalificaciones caracteriológi-cas que los unos les atribuyen a los otros.Los catalanes reprocharán a los castella-nos que asuman un régimen político ti-ránico. Los castellanos descalificarán a loscatalanes –“han estado siempre mal con

    su camisa”, “moscas fastidiosas”, “nuncapierden la ocasión de derramar su vene-no”...–. El religioso incidirá sobre la ca-lificación de heréticos que unos y otrosse adjudicarán.

    La Guerra de Sucesión tuvo tambiénuna vertiente de guerra religiosa. Los fan-tasmas del protestantismo salieron a flo-te, como por el otro lado se esgrimió laacusación del regalismo, contra los fran-ceses. Clemente XI, en 1709, tras no po-cas dudas, legitimó como rey de Españaa Carlos, en un momento en que pare-

    cía inminente la victoria de los austra-cistas. Se equivocó y pronto se retro-traería. El problema político es, quizás,el más veces planteado en la guerra dia-léctica entre austracistas y borbónicos. Absolutismo castellano contra constitu-cionalismo de la Corona de Aragón.

    ¿Quién puede negar esa confrontación?Pero la misma no puede simplificarse.Hubo borbónicos simpatizantes de losfueros –de Robres a Miñana– como hu-bo austracistas desligados de la ortodoxia

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    El embajador español en Francia se arrodilla a los pies de Felipe de Anjou , en presencia de

    Luis XIV, el 16 de noviembre de 1700, tras conocerse el testamento de Carlos II (París, B.N.).

    “Costó mucho en querer la de los Austrias.Después todos la veneraron. ¿Por qué ha

    de ser más desgraciada la de Borbón?”

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    constitucionalista –el caso de FrancescGrases, por ejemplo–. La guerra radica-lizó los planteamientos políticos. Cata-luña, desde 1711, se desliza hacia el re-publicanismo porque se queda sin can-

    didato cuando el archiduque se va a Vie-na para asumir el Imperio. El radicalis-mo borbónico de la Nueva Planta se hade contextualizar en las coyunturas po-lítico-bélicas en las que se impuso.

    El resultado de la guerra a la postre fueequívoco. Los borbónicos la perdieronen el escenario internacional y la gana-ron en el español. Se impuso la España

     vertical de Felipe V con la Nueva Plan-ta, sobre la horizontal. Pero, tambiénaquí, el equívoco fue manifiesto. La pre-sunta voluntad de uniformización a lafrancesa no se dio –el País Vasco y Na- varra, proborbónicas, conservaron susfueros– y tampoco la soñada castellani-zación española que postulaban los he-rederos de Olivares fue posible –la Nue- va Planta también hizo estragos en la Vie-

    ja Planta castellana–. Los borbónicos noresolvieron la dualidad constatada a lolargo de la guerra entre sus dos referen-tes: Castilla y Francia. Y los austracistasse vieron escindidos entre los exiliadosque arrastraron sueños políticos alterna-tivos ajenos a la realidad durante mucho

    tiempo, y los que se quedaron en Espa-ña que, a su vez, se dividieron entre laminoría insurgente que prolongó las gue-rrillas y la mayoría escéptica que se afe-rró a la voluntad de adaptación, comofórmula de supervivencia.

    La guerra resolvió la cuestión dinásti-ca. Los Borbones se consolidaron en lamonarquía. Pero no resolvió, al menosen el medio plazo, los problemas histó-ricos pendientes. La represión enterrómomentáneamente el austracismo, pero

    no tardaría en emerger en forma de car-lismo o federalismo. Los sueños austra-cistas no se diluyeron. Incluso algunos delos referentes austracistas están presen-tes en el equipo que representa el aran-dismo durante el reinado de Carlos III.

    Los viejos recelos entre castellanos y catalanes subsisten. La resistencia épicade la Barcelona de 1714 ha tenido unacapacidad simbólica en el nacionalismocatalán incuestionable. Curiosamente, Ra-fael de Casanova, conseller en cap de Bar-celona en el momento de la defensa fi-

    nal, que se opuso al radicalismo y fueherido el 11 de septiembre, es el queha acabado por recibir la gloria de la

    condición de héroe nacional catalán, sien-do así que murió en San Boi de Llobre-

    gat en 1743, no sólo al margen, sino másbien en contra de lo que había signifi-cado el austracismo, como revela su co-rrespondencia con Castellví. ¿Por qué Ca-sanova y no los líderes de la militanciaaustracista radical? Ironías de la historia.

    Pluralidad de maticesLa Guerra de Sucesión enfrentó dos con-

    ceptos de España, dos maneras de en-tender España: el modelo centralista, quedefendía la articulación de España a par-tir del eje castellano, y el federal, quepresuponía una España agregada de te-rritorios con sus respectivas identidadessingulares. España vertical y España ho-

    rizontal. Pero tras la polarización de esasdos España enfrentadas, bajo el rótulode borbónicos y austracistas había unapluralidad de matices políticos diferen-tes que nunca debería olvidarse.

    Hubo una inmensa cantidad de no ali-

    neados, perplejos, que en los textos dela época se les llamo “contemplativos”.Macanaz se referiría a ellos con natura-

    lidad: “En una guerra civil hay siemprepartidos. Los dos principales son los queestán en disputa y el tercero es el que semantiene pacífico o imparcial aguardan-do el fin del suceso”. Pero además entrelos propios militantes de cada causa las variantes posicionales son múltiples.

    Entre los borbónicos, las actitudes os-cilan desde la fijación anticatalana de Fe-lipe V a la moralina conservadora de tan-tos felipistas, que sacaron la lección de

    la fábula del perro, “que llevando en laboca una presa de carne, al pasar un ria-chuelo vio que era mayor lo que en elagua se le representaba y codicioso sol-tó la que tenía en la boca, segura, paraasir la que miraba incierta dentro del

    arroyo”; del más rígido antiforalismo alpragmatismo postulador de la conserva-ción al menos de una parte del régimenforal. Igual, los austracistas. De la orto-doxia constitucionalista al revisionismoprorregalista; del radicalismo al mode-rantismo; del resentimiento amargo a la

     voluntad de colaboración. ¿Dos Españasen juego? Sí, pero muchas opciones

    políticas en cada una de ellas.   ■

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    DOS ESPAÑAS1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    Felipe V, vestido a lamoda española, en1701, nada más llegara Madrid. Óleo deRigaud (Madrid, Museo

    del Prado).

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    El punto de partida de la Gue-

    rra de Sucesión es el tercer tes-tamento de Carlos I, que otor-gaba la sucesión de la monar-

    quía de España a Felipe, duque de An-jou, nieto de Luis XIV. Éste había cam-biado su estrategia intervencionista delos últimos años del siglo XVII. Prefe-ría el sucursalismo de la monarquía es-pañola respecto a sus intereses, a travésde su nieto. La decisión final de Carlos IIobedeció a un complejo conjunto defactores que ha estudiado magistral-mente Luis Ribot: las torpezas del sector

    austracista, las antipatías que generaba

    Mariana de Neoburgo, las perspicaciasdel sector profrancés y, sobre todo, elpragmatismo muy evidente del Consejode Estado que, ante la muerte del can-didato José Fernando de Baviera, optópor “subirse al carro de quien domina-ba la política europea”.

    El austracismo a escala española em-pieza teniendo un doble carácter: agita-ción de algunos nobles en Castilla, des-contentos con la decisión testamenta-ria de Carlos II, tradicionalistas y rece-losos con respecto a Francia –los más

    destacados fueron Juan Tomás Enriquede Cabrera, almirante de Castilla, duquede Medina y conde de Melgar; Fernan-

    do de Silva, conde de Cifuentes; Diego

    Felipe de Guzmán, marqués de Lega-nés...– y paralelamente, en Cataluña, unaextraordinaria sensibilidad constitucio-nal que se evidenció en los dissenti-ments  de las Cortes de 1701-1702 con- vocadas por Felipe V.

     A todo ello hay que añadirle, en el ám-bito internacional, el efecto de la confi-guración de la Gran Alianza, entre Aus-tria, Inglaterra y Holanda, en La Haya, en1702. Sus principales artífices fueron elemperador Leopoldo de Austria, el granavalador de la candidatura del archidu-

    que Carlos como futuro rey de España, y el príncipe Jorge de Hesse-Darmstadt,ex virrey de Cataluña cuando los asedios

    44

    ROSA MARÍA ALABRÚS es profesora de Histo-ria Moderna, UNED, Barcelona.

    La Guerra de Sucesión tiene una doble vertiente de conflicto internacional

    y al mismo tiempo de guerra civil, la primera del largo rosario de contiendas

    civiles que han jalonado la historia de España, sostiene Rosa María Alabrús

    GUERRA

    La Batalla de Almansa , el 25 de abril de 1707, fuedecisiva para la victoria de Felipe V en la Guerra deSucesión (Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores).

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    de los franceses en 1695 y 1697. Audaz, vital, simpático, sensible con los catala-nes, sin duda tenía muy buena relacióncon ellos. Fue cesado en 1701, poco des-pués de la llegada al trono de Felipe V,que lo sustituyó por el conde de Palma –Luis Antonio Portocarrero–, sobrino delcardenal Portocarrero, consejero de Des-pacho del nuevo rey.

    Saqueos en el AtlánticoLa guerra internacional tuvo, de entra-da, dos frentes: el italiano y el atlántico. Al ocupar los aliados las posesiones ita-lianas, Felipe V tuvo que desplazarsedesde Cataluña –donde se había casadocon María Luisa de Saboya y convocadoCortes– a Italia, a principios de 1702, pa-ra intentar recuperarlas, lo que consi-guió. En el Atlántico, los austracistas sededicaron a lo largo de este año a variossaqueos, desde Rota y Puerto de Santa

    María en Cádiz a San Vicente y Vigo. Encambio, en América, Carlos consiguiólos apoyos del conde de Antería en

    Curaçao y del capitán general de Cara-cas, para proclamarlo rey en Venezuela.En 1703 se adhirieron a la Gran Alianza,

    Portugal, Saboya y Prusia. Los catalanesestaban entonces divididos. Felipe V ha-bía recibido muchos agasajos en su

     venida a Barcelona, pero las inquietu-des constitucionalistas y la labor prose-litista de Darmstadt –algunos catalanes,como el marqués Félix de Ballaró, ami-go de éste, colaboraron en el desem-barco aliado en Cádiz de 1702– fueronrobusteciendo el sector austracista.

    La política de los virreyes en Catalu-ña, tanto del conde de Palma como de

     Velasco, fue torpe, especialmente en elcaso de este último, desde su nombra-miento en noviembre de 1703. El cro-nista conde de Robres llega a acusar a Velasco de que su entrada fue como ladel duque de Alba en Flandes.

    El de 1704 fue el año de la aperturareal de la confrontación bélica a nivel pe-ninsular. Tras el cruce de manifiestos en-tre austracistas y borbónicos, estos últi-mos invadieron Portugal penetrando porExtremadura, pero fueron frenados enseco por los aliados. Darmstadt, contra-

    riamente a lo que deseaba el almirantede Castilla, impuso su idea de trasladarel frente de guerra hacia Cataluña y 

    45

    1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    civil e internacional

    A poco de su llegada a España, Felipe V tuvo

    que ir a Italia a recuperar las posesiones

    españolas (Madrid, M. Municipal).

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    envió una flota de 45 barcos ingleses y 16 holandeses, que desembarcaron a fi-nales de mayo en Barcelona para fo-mentar un levantamiento en la ciudad.

    Sus contactos le permitieron tener ahombres de confianza entre los conju-rados. Conocía bien a Lázaro Gelsem,

    antiguo veguer de Barcelona –que ha-bía sido también destituido de su car-go por Velasco–, y era amigo de los ju-ristas Antonio de Peguera y Aimeric –re-conocido austracista y uno de los fun-dadores de la Acadèmia dels Descon-fiats–, José Durán y Gabriel Resines.También conocía a los hermanos Feliude la Penya y a los comerciantes anglo-holandeses Jäger, Kies, Crowe, Shalett...,al panadero Martín Andreu, al carniceroPedro Careny –en cuya casa se hacía lamayor parte de las reuniones para pre-

    parar la conjura–. Tenían la misión deabrir la Puerta de Junqueras el 1 de ju-nio para facilitar la entrada de los aliados

     y reunirse con Darmstadt en la Puertadel Ángel, para proclamar rey al archi-duque Carlos. Pero la conjura se des-cubrió –Barcelona fue bombardeada du-rante día y medio– y Velasco encarcelóa muchos austracistas –Feliu, Vilana, Gel-sem...– y mandó retirar todos los retra-

    tos de Darmstadt que se encontrasen porla ciudad. Algunos, como Peguera, con-siguieron huir a Génova.

    ¿Quién tomó Gibraltar?Otros, como José Durán, se fueron conDarmstadt para participar en calidad de voluntarios en el frente de Portugal. Porcierto, éste murió en el asalto que los bor-bónicos hicieron a Ciudad Rodrigo y leencontraron varias cartas relacionándolocon el almirante de Castilla. Darmstadtnecesitaba una compensación. La alter-

    nativa fue el frente andaluz. El 1 de agos-to, desembarcó con la flota angloholan-desa en la bahía de Gibraltar. ¿Quién

    tomó Gibraltar? Hay historiadores queconsideran que fue Darmstadt quien allí proclamó rey de España a Carlos, aun-que la mayoría sostiene que fue el almi-rante inglés Rooke el que tomó el Peñón,en nombre de la reina Ana de Inglaterra.

    Sea uno, sea otro, la segunda versión

    fue la que se impuso. Inglaterra capi-talizó a su favor lo que fue un inciden-te de la guerra entre los dos candidatosa la monarquía de España. A mediadosde agosto, tuvo lugar el contraataque dela armada francesa en Málaga, lo quedesencadenó una intensa y larga bata-lla naval –más de trece horas– que de-jó exhaustos a todos, aunque fueron losfranceses los que más daños sufrieron.

    Pero la idea de Darmstadt seguía enpie: abrir el camino de la monarquía deEspaña por Cataluña. La catalanización

    del archiduque se acentuó tras la muer-te, en 1704, del almirante de Castilla, quehabía defendido siempre la opción de

    46

    En cuanto expiró Carlos II, se procedió a

    abrir su testamento. La curiosidad an-

    te la magnitud de un acontecimiento tan ra-

    ro y que interesaba a tantos millones de per-

    sonas, llevó a Palacio a todo Madrid, hasta

    el punto de que la gente se asfixiaba en las

    plazas contiguas a aquélla en la que se iba

    a hacer pública la última voluntad del di-

    funto monarca. Todos los ministros extran-

    jeros estaban aglomerados a la puerta, pues

    cada uno de ellos quería ser el primero en

    conocer la decisión del rey, para comunicár-

    selo a su Gobierno antes que los demás.

    Tras horas de tensa espera, se atemperaron

    los murmullos al abrirse las puertas de la an-

    tecámara y hacer sus aparición el cortejo de

    miembros de la Junta de Gobierno –a cuya

    cabeza iba el cardenal Portocarrero–, los pre-

    sidentes de los consejos de Castilla, Aragón

    e Indias, los Consejeros de Estado, el inqui-

    sidor general y los dignatarios, todos dando

    muestras de dolor por tan luctuosa pérdida.

    Se pronunciaron las palabras de rigor, «Su

    Majestad ha muerto», y se guardó un reve-

    rente silencio. En cuanto apareció el duque

    de Abrantes –encargado de anunciar el nom-

    bre del futuro rey de España– se vio acosa-

    do. Guardando un grave silencio, echó una

    mirada en torno suyo. Blecourt, el embaja-

    dor francés, se adelantó, Abrantes le miró

    muy fijamente y luego, volviendo la cabe-

    za, hizo como que buscaba a la persona que

    tenía casi delante. Este gestó extrañó a Ble-

    court y fue interpretado como mala señal pa-

    ra Francia; luego, de pronto, haciendo co-

    mo si no hubiera visto al austríaco conde de

    Harrach y lo descubriera ahora por primera

    vez con aire de gran regocijo, se le echa al cue-

    llo y le dice muy alto en español... «Oh, se-

    ñor estoy contentísimo de que, para toda la

    vida..., contentísimo estoy de separarme de

    vos y de despedirme de la muy augusta Ca-

    sa de Austria». De esta manera humillante

    se vio que el testamento favorecía a Francia.

    La lectura del testamento

    Grabado satírico sobre la sucesión al trono español, por Romeyn de Hooghe, titulado El 

    emperador de Austria abre el testamento de Carlos II , Madrid, Biblioteca Nacional.

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    abrir el camino por Extremadura desdePortugal. No faltaron catalanes en la Cor-te provisional de Carlos en Belem (Lis-boa): Antonio Pons, Pío Armenter... Ellobby catalán, que unía los intereses delgrupo de la plana de Vic –Puig de Pe-rafita, Mas de Roda, Regàs, Martí, Mo-ragas...– con el sector de la burguesíacomercial de los Feliu, en comandita conlos angloholandeses, establecidos enBarcelona, estaba muy unido a Darms-tadt y, sin duda, contribuyó a esta ca-talanización para, desde el control de lamonarquía, intervenir en los asuntos delgobierno de Carlos.

    Los años de 1705 y 1706 serán los dela euforia de los austracistas. Por se-gunda vez, Darmstadt volvió a Bar-celona. En mayo de 1705, el juristaDoménec Perera, representante de losvigatans, había articulado con Antoni dePeguera –exiliado en Génova y conec-tado con los Feliu en Barcelona– y el in-glés Crowe el Pacto de Génova, que su-ponía la incorporación de los catalanesa la Gran Alianza a través de Inglaterra y, a la vez, el compromiso de una ayu-da mutua entre catalanes e ingleses.

    Un héroe muerto

    La armada de los aliados desembarcó es-ta vez con Peterborough como gran je-fe, con 21.000 hombres. Los aliados in-tentaron tomar Montjuïch en septiembre.El asalto se saldó con la muerte en com-bate de Darmstadt. Tenía 39 años. Laguerra ya tenía un héroe muerto. El bom-bardeo de Barcelona duró tres semanas:del 15 de septiembre al 9 de octubre y fue terrible –6.000 bombas–. A la capi-tulación y salida de Velasco de la ciudad,le sucedieron las de las familias borbó-nicas de los Alós, Verthamón, Copons,

    Oriol... En total salieron de Barcelonaunas 9.500 personas. Paralelamente aldesembarco aliado en Barcelona, triun-faban levantamientos por casi todo el te-rritorio catalán –a excepción de Cerve-ra y Tortosa...–. El papel que tuvieron loshermanos Desvalls en Lérida o los her-manos Nebot en Tarragona, vinculadosa los Basset en Valencia, fue decisivo enla coordinación de los miquelets .

    La influencia de Darmstadt se dejósentir también en tierras valencianas. Suamigo Juan Gil, natural de Ondara, cu-

     yo padre había servido a las órdenes deCarlos II en Milán, contribuyó a loslevantamientos de al menos veinte

    poblaciones vecinas. También conocíaal valenciano Juan Bautista Basset, quehabía colaborado con el antiguo virrey en 1695 defendiendo a Cataluña de losfranceses, y a Francisco de Ávila, natu-ral de Gandía, amigo del hermano delpríncipe de Liechstenstein y éste, a su vez, íntimo del arzobispo de Valencia, Antoni Folch de Cardona, todos ellos

    significados austracistas y vinculadospersonalmente al archiduque. DesdeOndara organizaron la operación paracontribuir a la sublevación de Valenciaen 1705, que culminó a finales de añocon la adscripción de casi todo el reinoa excepción de Orihuela, Alicante, Pe-ñíscola, Castillo de Montesa y Morella.

    En Aragón, los recelos hacia el nuevorey francés, que se habían planteado enlas Cortes de 1701, se agrandaron en1704 con la destitución del virrey Ca-marasa. El arzobispo de Zaragoza, en su

    nuevo cargo, pecaba de nula sensibili-dad foral. La llegada del conde de Ci-fuentes, a finales de 1704, después de

    haberse escapado de la cárcel, coincidióa lo largo de 1705 con la de los mique-lets capitaneados por los Desvalls y losdoctores Pons y Grau, que contribuye-ron a los levantamientos del valle de Be-nasque, el condado de Ribagorza y Mon-zón en otoño de 1705. En manos aus-tracistas cayeron Mequinenza, Huesca,Bujaraloz, Zaragoza y Alcañiz, que pro-

    clamaron al archiduque.

    Cortes en Barcelona

    Cifuentes y el marqués de Leganés in-tentaron articular una conspiración con-tra Felipe V en Madrid, en 1705, lo quele supuso al segundo que el propioLuis XIV lo llevara preso cerca de Ver-salles. También fue famosa la Conjura deGranada, el día de Corpus de 1705. Laproclama a favor de Carlos y en contrade Felipe se hizo en La Alhambra.

    El 23 de octubre de 1705, el rey Car-

    los III formó la Real Junta de Estado deCataluña, de la cual Ramón Vilana Per-las era secretario. Desde diciembre de

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    GUERRA CIVIL E INTERNACIONAL1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    Toma de Gibraltar por los británicos , el 5 de agosto de 1704. Aunque no está claro si la captura

    de Gibraltar fue holandesa o británica, estos últimos se apropiaron finalmente del Peñón.

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    1705 hasta finales de marzo de 1706, secelebraron Cortes en Barcelona. Éstas fa- vorecieron los intereses de la burgue-sía comercial vinculada al mercado an-gloholandés, a partir del acceso al co-mercio con América, y reforzaron lasmedidas constitucionalistas, tras el de-terioro del pactismo habido en los pri-meros años del reinado de Felipe V.Mientras tanto, éste intentaba simplificaren Madrid el cuadro institucional del Go-bierno, iniciando una transición del sis-tema polisinodial de los Austrias haciael nuevo modelo ministerial borbónico.

    Barcelona se convirtió en una obsesiónpara Felipe. Contra los criterios del ma-riscal Tessé, partidario de tomar Lérida,Monzón y Tortosa, se encaminó direc-tamente hacia ella. En abril de 1706, lasitió. El bombardeo duró tres semanas,con 2.000 bombas cayendo sobre la ciu-dad. Pero fracasó y tuvo que retirarse alRosellón a principios de mayo. En la de-fensa barcelonesa destacó Enrique deDarmstadt, hermano de Jorge. Fue ésteun momento crítico para el nieto deLuis XIV, al cual los propios franceses –Amelot y el citado Tessé– aconsejabanque fuese a ver a París a su abuelo, pa-ra que le hiciese entrar en razón y acep-

    tase la propuesta de los aliados de firmarla paz, basándose en las condiciones es-tipuladas en el Tratado de Reparto de1699 y en lo convenido en la Gran Alian-za –que Carlos fuese rey de España y  América y Felipe se quedase con las po-sesiones italianas–. Pero en lugar de ira París, se quedó un tiempo en Perpiñán,después se fue a Navarra y el 6 de junio

    entró en Madrid. Del 11 de mayo al 6 dejunio de 1706, por segunda vez, corrió la voz entre los aliados de que Felipe aban-donaba el trono –la primera había sidocuando marchó a Italia en 1702.

    El rey-archiduque Carlos aprovechó lacoyuntura, apoyado por los aragoneses y los refuerzos de Portugal, y consiguióentrar a principios de junio en Madrid. Algunos nobles se reconvirtieron al aus-tracismo, como el duque del Infantado y 

    el marqués de Mondéjar. Pero fue una es-tancia demasiado fugaz. En agosto, Car-los y los aliados abandonaron la capital

     y se dirigieron a Toledo, donde estabala reina viuda de Carlos II, pensando ob-tener su apoyo. Felipe, como venganza,la desterraría a Bayona durante treinta y 

    dos años.El monarca austríaco se desplazó a Va-lencia y se hospedó en el palacio deFolch de Cardona, al tiempo que los fe-lipistas iniciaban allí la contraofensiva,atacando algunas poblaciones comoQuart, Paterna, San Mateo o Villarreal,que, al resistirse, fueron incendiadas.Nules, Sagunto, Moncada, Alcira, Culle-

    ra, Miravete... fueron recuperadas porlos franceses. En cambio, a Alicante elsitio de los holandeses e ingleses la rin-dió a los austracistas el 4 de septiembre.También triunfaron éstos en Murcia,Orihuela y Espinardo, en 1706. Carta-gena, al mando del cardenal Belluga, semantuvo en el lado borbónico. Además, los partidarios de Carlos con-

    siguieron levantamientos en 1706 enCuenca, Mallorca, Menorca, Ibiza y For-

    mentera, gracias al virrey de Mallorca, elconde de Savallà, y en Orán, con elde Santa Cruz. En Aragón también se

    consolidó el austracismo. Durante el ve-rano, en Huesca y, en otoño, los condesde Sástago y el marqués de Coscojue-la, acompañados por Antonio de Pe-guera proclamaron rey a Carlos, en Za-ragoza el 7 de noviembre, mientras queel conde de La Puebla consolidaba elcuartel general austracista en Daroca.

    Este año hubo también intentos porparte de los ingleses de conseguir un le- vantamiento en Canarias que no prospe-ró. Mientras en América, en concreto enMéxico, se formó una conjura refrendadapor el clero junto con muchos gallegos y portugueses partidarios de Carlos. Unode sus cabecillas fue Salvador José Ma-ñer. El virrey, conde de Alburquerque, noconsiguió neutralizar la trama hasta 1707.

    Optimismo austracistaPese al fracaso en Madrid, en 1706, eloptimismo austracista era patente. En elámbito internacional, los franceses fue-ron derrotados en Ramilliers y se rin-dieron en Amberes, Ostende y Turín. Elpéndulo se deslizaría momentáneamen-te en 1707 hacia el lado borbónico. Des-de febrero, los borbónicos habían re-forzado sus tropas en Valencia, con Ber- wick y Asfeld al frente. El 25 de abril de

    1707 tuvo lugar la Batalla de Almansa fa- vorable al ejército hispano-francés. Fueuna derrota catastrófica para los aliados –6.000 muertos y unos 10.000 prisione-ros; 2.000 bajas en los borbónicos–. Pe-ro paradójicamente estimuló el incre-mento de la resistencia de las poblacio-nes valencianas: Alcoy, Xàtiva, Alcira,Denia... En Xàtiva, las tropas capitanea-das por Asfeld, encontraron tanta resis-tencia de sus habitantes “que el sitio seconvirtió en una sangrienta tragedia, noquedando nada vivo, ni aun los anima-

    les domésticos”, dice Robres.El marqués de San Felipe opina sobreel sitio de Xàtiva: “No se puede descri-bir más lastimoso teatro: buscaban lamuerte vencidos y rogaban los matasen:ellos y los vencedores aplicaban fuegoa las casas: aquellos por desesperacióncruel y éstos por ira: exhortábanse re-cíprocamente a morir, creyéndose másfelices acabando que sirviendo al rey que aborrecían... no se perdonó ni aúna los templos, pocos sacerdotes escapa-ron; mujeres pocas y hombres ninguno;

    nada quedó en Xàtiva, ni aún el nom-bre...”. La ciudad pasó a llamarse de SanFelipe. Belando comenta: “Ya el rigor lle-

    48

    En junio de 1702, el archiduque entró enMadrid, pero en agosto marchó a Toledo

    a buscar el apoyo de la viuda de Carlos II

    El cardenal Portocarrero fue uno de los

    políticos más influyentes en los primeros

    años de reinado de Felipe V.

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    gó a padecer excesos, pareciendo queera deleite acabar con la vida de loshombres (...). Se cometieron tantas ti-

    ranías, extorsiones e injusticias que sepudiera llenar un libro y aún formar unalarga historia sobre las vejaciones quepadeció todo el reino de Valencia”. Loshistoriadores proborbónicos coincidenen las barbaridades que cometió el ejér-cito de las dos Coronas en Xàtiva y entodo el reino de Valencia. Belando ar-gumenta que todo era responsabilidadde la “codicia de Asfeld y los suyos”, ma-nifestando así un profundo sentimien-to antifrancés. Sin embargo, Robres di-ce que “todo lo ocurrido en Xàtiva pa-

    rece que se aprobó en la Corte de don-de salió decreto contra lo insensible”.El siguiente paso fue el sitio de Valen-

    cia, que capituló el 7 de mayo. A fines dejunio, Felipe abolió los fueros y privile-gios del reino, alegando: “Mi real inten-ción es que, todo el continente de Espa-ña se gobierne con unas mismas leyes”.Uniformismo y absolutismo se imponíande su mano. A principios de 1708, se fue-ron sometiendo las poblaciones de la cos-ta: Penaguila, Benafau, Baronía de Se-lla, Benimantell, Benisa, Teulada, Gata,

     Jávea, Denia... con el objetivo de llegar aTortosa –ahora en manos de los austra-cistas–. En enero de 1709, capituló Alcoy.

    Por otra parte, la ofensiva borbónicaa través del duque de Orleáns en Aragón,con Félix de Marimón como líder, tenía

    por objetivo primordial llegar a Monzón,Mequinenza y Lérida (octubre de 1707),donde las iglesias y los altares fueron pro-fanados por los franceses y “los enfermosdel hospital y los clérigos fueron arroja-dos a la ribera”. Los fueros se suspen-dieron también en Aragón. Los austra-cistas empezaban a perder el norte de Ca-taluña (Cerdeña, Ampurdán...).

    La coalición borbónica, en crisis

    Pero la coalición borbónica entró seria-mente en crisis. El desgaste de las po-

    tencias europeas hizo que se plantearanunos preliminares de paz en 1709, entreLuis XIV, el príncipe Eugenio –por par-te de Austria y el Imperio–, Marlborough –por parte de Inglaterra– y represen-tantes de los Estados Generales de Ho-landa. Las más interesadas eran Franciae Inglaterra. La primera, por el desgas-te de la guerra y la segunda, por el te-mor ante las amenazas de Luis XIV a lareina Ana. Se sabía desde febrero de1708 que Jacobo III –por los ingleses lla-mado el pretendiente– había pasado a

    Dunkerque con la finalidad de que Fran-cia le proporcionara hombres y armaspara invadir Escocia y proclamarse rey.

    Solamente en este contexto se entien-de la trama del duque de Orleáns con elinglés Stanhope en Lérida, a espaldas deFelipe V, para negociar un nuevo repartoante la premura de los preliminares dePaz: Felipe dejaría el trono y se retira-ría a Francia. Los ingleses se quedaríancon Lérida, Tortosa y Pamplona. Al deOrléans se le daría Valencia, Murcia y Cartagena, reconociéndole por rey. Pro-bablemente, parte de Cataluña pasaría aFrancia y el resto del territorio española la casa de Austria. Cuando Felipe lodescubrió, exigió explicaciones a suabuelo, que lo sepultó todo con un po-lítico silencio.

    La llegada de la reina Isabel Cristinade Brünswick, el 30 de abril de 1708, aBarcelona –el año anterior se había ca-sado por poderes con Carlos– con 5.000caballos y 10.000 hombres de infante-ría supuso una inyección para los alia-dos. Además, la reina Ana envió dinero,consciente del deterioro del ejército alia-do después de Almansa. Los austracis-tas intentaron recuperar Denia, Tortosa y, en concreto, los ingleses Menorca.

    Finalizadas las Cortes de Madrid –pri-mavera de 1709– Felipe en persona, denuevo, se dirigió hacia Cataluña y Ara-

    gón. Sin duda, la declaración del papaClemente XI a favor del archiduque ledesestabilizó y supuso la ruptura de lasrelaciones diplomáticas con la Santa Se-de –magníficamente estudiadas por M. Ángel Ochoa–. A principios de 1710, lapresencia francesa era mínima. Por otrolado, los portugueses habían intentadonuevamente cruzar la frontera por Za-mora y Extremadura. En Almenara, losaliados y muchos voluntarios (26.000hombres) se enfrentaron y derrotaron alos borbónicos (10.000). Éstos tuvieron

    que retirarse, perdiendo casi todo el rei-no de Aragón: Zaragoza, Épila, NuestraSeñora de la Sierra, Torrecilla, El Frasno, Villarreal... El 21 de agosto, el archidu-que entró en Zaragoza. Allí tuvo un con-sejo de guerra con los aliados, donde semanifestaron dos posicionamientos: losingleses y holandeses (Stanhope y Bel-castel) eran partidarios de ocupar Ma-drid; Starhemberg, al frente de los aus-tracistas, era partidario de recuperar Va-lencia, Aragón y Cataluña e incluso ir aNavarra y Vizcaya –territorios fieles al

    Borbón.Finalmente, ganó el criterio de ir a Cas-tilla, con la idea de recibir allí la ayuda

    49

    GUERRA CIVIL E INTERNACIONAL1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    En la Batalla de Villaviciosa (Guadalajara), en diciembre de 1710, las tropas borbónicas

    derrotaron al ejército austracista (por Jean Alaux, Palacio de Versalles).

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    de los portugueses y arrinconar a Feli-pe. Éste se retiró a Valladolid. Carlos,el 28 de septiembre de 1710, oyó misaen Nuestra Señora de Atocha y, después,de nuevo entró en Madrid. Establecióotro Consejo de Castilla, una Sala de Jus-ticia, otra de Cuentas y un Consejo deIndias. El conde de Frigiliana y variosGrandes firmaron un manifiesto com-prometiéndose con Felipe V.

    En 1710, se produjo un nuevo puntode inflexión, esta vez proborbónico.Mientras duró la concentración de losaliados en Madrid, los borbónicos reor-ganizaron su ejército consiguiendo re-fuerzos de Navarra, Castilla y Andalucía.Felipe consolidó Tordesillas, Salamanca y Plasencia. Los portugueses no consi-guieron llegar a Madrid, que quedó blo-queada, y sin víveres. Los franceses de-rrotaron a Marlborough en Malplaquet y volvieron a España por Pamplona y elRosellón. En noviembre, los aliados, de-jaron Madrid y Toledo y marcharon ha-cia Aragón. En diciembre de 1710, Feli-pe venció a los austracistas en Brihuega y Villaviciosa e instaló su nuevo gobier-no en Zaragoza en 1711, con un nuevodecreto sobre la Nueva Planta de Aragón –que suavizaba un poco el anterior de-

    creto de 1707–. Paralelamente, Noaillessitió Gerona desde diciembre de 1710 afinales de enero de 1711. Poco a poco,fue cayendo en manos borbónicas la ma- yoría de las ciudades catalanas.

    La muerte del emperador José cambiódefinitivamente la situación política. Car-los tuvo que hacerse cargo de las coro-nas de Austria y del Imperio. Antes de sa-lir, en septiembre de 1711, escribió unacarta a la Diputación de Cataluña, ale-gando que su viaje era para “asegurar losestados hereditarios y procurar prontos

    socorros de dinero y de tropas, a fin de

    concluir la guerra, para tomar las medi-das convenientes para reducir la monar-quía a su partido, ensalzando siempre ellustre y la utilidad de los catalanes”. Por

    ello, dejaba a Isabel Cristina como go-bernadora de Cataluña y de los Estadosde Italia. Llegó a apalabrar con los cata-lanes, para consolarlos, que una vez co-ronado emperador se interesaría por con-seguirles una república –bajo la protec-ción austríaca– y que velaría por sus pri- vilegios. Además, los acuerdos prelimi-nares para la paz conllevaron que los in-gleses dejaran la Península, para res-guardarse en Lisboa y volver a Londres.

    El 7 de octubre de 1711, Inglaterra y Francia firmaron los siguientes prelimi-

    nares: el reconocimiento y consolidación

    de Ana Estuardo como reina de Inglate-rra; que Francia y España no podían unir-se en una misma persona; que se favo-recería el comercio de los ingleses y ho-landeses, teniendo también en cuenta losde Austria y el Imperio; la demolición deDunkerque... El Congreso se abrió enenero y en la primavera de 1712 queda-ron acordadas unas primeras conclusio-nes de Utrecht: prohibición de las hosti-lidades por mar y tierra; que no se en- viaran más navíos, ni provisiones, ni ar-mas a Portugal y a Cataluña; que sólo po-día hacerlo la reina Ana en Gibraltar y Menorca, ya que se quedaría allí con sustropas hasta que se firmara la paz defi-nitiva; la libertad de los prisioneros... Fe-lipe V, el 26 de octubre de este año, re-nunció a la Corona francesa y cedió susderechos a su hermano –el duque deBerry– y al duque de Orleáns. A su vez,éstos renunciaron a la Corona de España.

    En las negociaciones de Utrecht de1713, los ingleses y los austríacos puja-ban para que Cataluña se hiciese repú-blica, con la conservación de sus fueros. Así se lo transmitieron a Luis XIV, que seinhibió, alegando que informaría de elloa Felipe. Parece que incluso, a instanciasdel rey de Francia, se previó un perdón

    general para los catalanes y que la cues-tión de los fueros se pospusiese hastala firma definitiva del tratado de paz.

    Paz en UtrechtEn marzo, se acordó la evacuación –en-tre Francia e Inglaterra, sin Austria y elImperio– del Principado, Mallorca e Ibi-za. La Paz General se acordó en Utrechtel 11 de abril de 1713. Francia e Ingla-terra reconocieron a Felipe V rey de Es-paña, sin las posesiones italianas, y al ar-chiduque Carlos de Austria, emperador

    de Alemania con Nápoles, el Milanesado,

    50

    1700. El cardenal Portocarreroconvence a Carlos II de laconveniencia de testar en favorde Felipe de Anjou, paragarantizar a España lacobertura bélica francesa encaso de guerra. Este cambio enla última voluntad de Carlos IIhace que entre en liza otroaspirante al trono de España: elarchiduque Carlos de Austria.

    1701. Alianza de Inglaterra,Holanda, Prusia, Hannover y elImperio contra los Borbones y

    la unión de España y Francia.1702. Felipe V emprende conéxito sus campañas italianascontra las tropas delarchiduque.1704. El archiduque llega a laPenínsula, a traves de Portugaly hostiga Extremadura. Losingleses toman Gibraltar.1705. Carlos de Austria ganapara su causa todo el reino de

    Valencia. En Barcelona esproclamado rey.1707. La victoria en la

    localidad albaceteña deAlmansa da un giro a la guerraen favor de los felipistas.1710. El archiduque tomaMadrid y es proclamado rey deEspaña, pero las victorias enBrihuega y Villaviciosaanticipan el triunfo final delBorbón.1713. Se firma la paz deUtrecht. Felipe V retiene las

    colonias americanas, pierdesus territorios europeos yrenuncia a la Corona francesa.

    1714. Una vez convertido enemperador, Carlos VI acepta laPaz de Utrecht mediante la Pazde Rastadt y Baden. La guerrafinaliza con la entrada de lastropas de Felipe V enBarcelona, el día 11 deseptiembre.1716. Los decretos de NuevaPlanta amplían el alcancegeográfico de las leyes

    castellanas a Cataluña,después de haberlo hecho enMallorca, Aragón y Valencia.

    CRONOLOGÍA

    El archiduque Carlos, al que apoyabaInglaterra, representado en un naipe inglés,

    Madrid, Biblioteca Nacional.

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    Cerdeña y algunas plazas de Toscana,aunque estos dos últimos monarcas nose reconocieron entre sí hasta la Paz de Viena, de 1725. Sicilia pasó a manos del

    duque de Saboya. Gibraltar y Menorcaa manos inglesas, además del tratado deasiento de negros que firmaron Felipe y Ana, así como ventajas comercialespara los ingleses en América, lo que laconvertiría en una gran potencia a lolargo del XVIII. Las plazas de Bélgicapasaban a Holanda. Carlos VI lo ratifi-có, finalmente, en marzo de 1714 enRastadt.

    ¿Que ocurría en la Península desde fi-nales de 1711? La guerra seguía cada vezmás al margen de Europa. Desde la fir-

    ma de los preliminares de Paz, en octu-bre, Starhemberg se fue quedando solo,con los miquelets catalanes y los proce-dentes del resto de la Corona de Aragón.Pero su ofensiva fracasó. La contraofen-siva fue el ataque a Cardona de los bor-bónicos. Fuera de este ámbito, Starhem-berg no podía ya contar con la ayuda pe-ninsular. En 1712, la suspensión de lossocorros de Portugal incrementó su so-ledad. A principios de verano de ese año,salió de Barcelona hacia Igualada, Cer- vera, Balaguer... siguiendo el Ebro hasta

    Daroca. Por otro lado, intentó recuperarparte del Ampurdán y Gerona.La estrategia fue la de bloquear esta

    ciudad. Belando dice que “llegó a tal tér-mino su carestía, que el vino costaba 600reales la arroba, la del aceyte 800 y unalibra de mostaza, 60 reales (...), la librade carne de caballo, de mulo o de po-llino, si por grande amistad se conseguía,costaba diez reales, la libra del tocino sa-lado 60 reales, un gato 25, un ratón 6,una gallina 60, y los perros no se libra-ban de las manos del soldado”. La lle-gada de Berwick con las tropas del Ro-sellón supuso la retirada de Starhemberghacia Barcelona (enero de 1713).

    En marzo tuvo lugar la salida hacia Viena de la reina Isabel Cristina acom-pañada del secretario de Despacho Vi-lana, Dalmases, el conde Ferran y otros.

    Starhemberg se quedó en calidad de vi-rrey y gobernador de Cataluña hasta ju-nio de 1713, en que Grimaldo –en nom-bre de Felipe V– y Königsegg –en el deCarlos VI– firmaron el Convenio de Hos-pitalet, para el desarme y la evacuacióndefinitiva de las tropas imperiales deCataluña. A pesar de que Dalmases y Ferran se habían adelantado como re-presentantes de Cataluña, para intentarnegociar con los plenipotenciarios eu-ropeos sobre el Tratado de Utrecht, nohubo ninguna resolución concreta re-

    lativa al caso de los catalanes. Tampocolo hubo en relación al caso de los va-lencianos y aragoneses. Así lo explicita-

    ría, en 1734, el opúsculo Via fora els adormits , alegando que estos últimosnunca fueron tenidos en cuenta –a pe-sar de su adscripción a la causa austra-cista sacando a relucir los episodiossangrantes de Xàtiva o Villarreal en Va-lencia, o los de Egea y Magallón en Ara-gón–, ni siquiera en la amnistía de la Pazde Viena de 1725, lanzando duras críti-cas a Francia pero también a Inglaterra y a Austria por ello.

    Defensa heroica de Barcelona

     Al final, a Barcelona ya sólo le quedó ladefensa heroica frente al sitio borbóni-co, de julio de 1713 al 11 de septiembrede 1714. Heroicidad compartida por mu-cha población de aluvión que proveníade Valencia y Aragón. En agosto de1713, Luis XIV, más pragmático que sunieto, le escribió varias veces, aconse-jándole que era más conveniente un blo-queo a Barcelona y no un sitio, al tiem-po que le recomendaba: “estoy muy le-jos de proponeros que les devolváis susprivilegios, pero concededles su vida y los bienes que les pertenezcan, tratad-les como a súbditos a los cuales estáisobligados a conservar y de quienes soispadre y a quienes no debéis destruir”.

    Pero Felipe nunca le hizo caso. La re-sistencia ante el sitio de Barcelona –elquinto desde 1697: uno ante los fran-ceses, dos ante los austracistas y dos an-te los borbónicos– fue épica y glosadatanto por los cronistas austracistas comopor los borbónicos. 23.000 bombas –6.000 de las cuales, el último día, el11 de septiembre de 1714– cayeron so-bre la ciudad. El ejército sitiador lo com-ponían 40.000 hombres. Los defensores,con 4.500 hombres de la Coronela y unos 1.000 soldados regulares, en una

    ciudad de unos 50.000 habitantes. En to-tal, según las fuentes austracistas, 6.850bajas entre los sitiados y 14.200 entre losasaltantes. Más muertos entre los sitia-dores que entre los sitiados, lo que daidea de la ferocidad alcanzada en la de-fensa de la ciudad. La firmeza de Bar-celona, de 1705 a 1714, en su defensacontrasta con la elasticidad de Zaragozaque, como ha recordado Eliseo Serrano,fue dos veces austracista y tres borbó-nica. Barcelona y Zaragoza simbolizandos de las características de la Guerra de

    Sucesión. De una parte, la violencia san-grienta y de otra las oscilaciones en lasfidelidades dinásticas.   ■

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    GUERRA CIVIL E INTERNACIONAL1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    Felipe V entrega el Toisón de Oro al duque de Berwick , por su victoria en la Batalla de Almansa,

    por Jean-Auguste Dominique Ingres, colección de la Casa de Alba.

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    La Guerra de Sucesión española ya no se puede seguir presen-tando como resultado de unamera opción dinástica que en-

    frentaba a Felipe V con el archiduque

    de Austria. Desde que Ernest Lluch, quefue asesinado por ETA el 22 de no- viembre de 2000, escribiera en 1996 sulibro  La Catalunya vençuda del segle 

     XVIII  (traducido al castellano en 1999con el título de Las Españas vencidas del 

     siglo XVIII ), el tema del autracismo po-lítico ha sido objeto de múltiples análi-sis y estudios. Lluch llegó al austracismode la Guerra de Sucesión por la vía deremontarse en el río de la historia, des-de su tesis sobre el pensamiento ilus-trado de la segunda mitad del siglo XVIII.

    En su disección de ese pensamiento seencontró, dentro incluso de la propiacultura oficial borbónica, con plantea-mientos políticos (el arandismo) reivin-dicativos de un concepto de Españamuy distinto del uniformismo de la Es-paña de Felipe V y decidió explorar susraíces. Fue entonces cuando topó con elaustracismo, la expresión ideológica dela España derrotada en 1714 y que so-breviviría, de varias maneras, a lo largodel tiempo. El sueño de Lluch fueencontrar el eslabón perdido entre

    austracismo y federalismo y, desde lue-go, trabajar para conseguir que aquellaEspaña que no pudo ser, pudiera ser al-gún día. De una parte, rompió con lasimple nostalgia sentimental de un pa-sado alternativo, para intentar conseguirque las hipótesis contrafactuales imagi-narias pudieran ser revividas algún día.

    De otra parte, saltó del cascarón nacio-nalista catalán en el que tradicional-mente se ha insertado el austracismo,

    a un ámbito español. De La Catalunyavençuda a  Las Españas vencidas . Delproblema de Cataluña al problema deEspaña. Sus dos últimos libros: L’alter-nativa catalana (2000) y Aragonesismoaustracista (2000) parecían reflejar lastensiones interiores en la dialéctica Ca-taluña-España, que tanto le inquietaronhasta el día de su asesinato.

    Pero, ¿qué fue el austracismo? Es in-negable que, desde 1705 a 1711, el ar-chiduque Carlos tuvo una Corte en Ca-taluña, con dos intentos frustrados de ins-talarse en Madrid –mayo de 1706 y sep-tiembre de 1710– y que para una partede España, que se sitúa básicamente enla Corona de Aragón, fue rey de Españacon el nombre de Carlos III, reconoci-

    do incluso por el papa Clemente XI.

    Distintos austracismosEl austracismo, desde la muerte de Car-los II a 1702, fue el cajón de sastre delantifelipismo y antifrancesismo. Comoha escrito Jon Arrieta, es la etapa de losaustracistas más que del austracismo.Esos primeros austracistas son de di- versos perfiles. Los hay “celantes de lasleyes” en Cataluña, que plantean rei- vindicaciones constitucionalistas en lasCortes de 1701-2, en la línea de ratifi-

    car el principio de la “observancia de laley”. Sus demandas lograron plenos fru-tos, por cuanto Felipe V asumió casi

    52

    RICARDO GARCÍA CÁRCEL es catedrático deHistoria Moderna, U. de Barcelona.

    AUSTRACISTA

    Los perdedores El proyecto

    El austracismo no fue un sueño imaginario ni una alternativa en la España

    de Felipe V. Fue un hecho político y económico durante la Guerra de Sucesión

    y sus valores ideológicos afloraron en el arandismo, en el siglo XVIII, en el

    carlismo y el foralismo, en el XIX, y en el debate entre la España vertical

    y la horizontal, en el XX, asegura Ricardo García Cárcel

    Escudo de la Casa de Austria, en un panfletoaustracista catalán de alabanza al “ReyCarlos Tercer (que Deu guarde)”.

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    15/3353

    1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    El archiduque Carlos en un grabado propagandístico, en el que se presenta como rey de España en el idioma de su rival borbónico.

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    íntegramente las exigencia planteadas.Este austracismo en Cataluña era en-tonces muy minoritario. En abril de 1701,Darmstadt, que había sido virrey de Ca-taluña, fue expulsado de España. Y loselogios de los catalanes a Felipe V conmotivo de su venida a Barcelona salpi-

    can la literatura de estos primeros añosde su reinado. En el ámbito castellano,los primeros austracistas, fueron noblesrecelosos de Felipe con un marcado an-tifrancesismo. Un nacionalismo tradi-cionalista impregnó el pensamiento deestos nobles austracistas como el almi-rante de Castilla: “Sólo parece que se tu- vo por fin, de que nada hubiese que pu-diera aver recuerdo de que habíamos si-do españoles”. Los Grandes de Españanunca comulgaron con Felipe V, aunqueel pragmatismo conservador acabó in-

    tegrando a la mayoría de los mismos enlas filas de la fidelidad al rey francés.La siguiente fase es la del período

    1702-05. Emerge el austracismo como al-ternativa política tras la constitución dela Gran alianza británica-austríaca-ho-landesa contra Francia y España. Y, na-turalmente, lo que antes era recelo seconvierte en disidencia. Los argumentosdel austracismo entonces eran el cues-tionamiento de la legitimidad del testa-mento de Carlos II, a partir de razona-mientos como la renuncia de María Te-

    resa cuando se casó con Luis XIV, o laspresiones insuperables a que se vio so-metido Carlos II; el rechazo a Francia y 

    a la política de Felipe V y el optimismoante el papel de los aliados en el pano-rama internacional. Es el período de laformidable capacidad de articulación delbloqueo aliado por parte de Darmstadt y la configuración de un cierto mesia-nismo político, que estimularían hom-bres como Feliu de la Penya, con las ex-

    pectativas del rey “que había de venir”.No había un discurso político nuevo,

    entonces, en el austracismo. El fluidoconstitucionalista se extraía de la viejaescuela “neoforalista” o, como lo llama Arrieta, de los “decisionistas”, que ha-

    bían elaborado el discurso político delas últimas décadas del reinado de Car-los II –los valencianos Crespi y MatheuSanz y los catalanes Viñes y Vilosa–, queculminaría con los Calderó y Amigant, ya a comienzos del siglo XVIII.

    La alternativa catalanaEl año de 1705 dio paso a una nuevaetapa: la de la práctica política del aus-tracismo a través del gobierno de CarlosIII (el archiduque Carlos) en buena par-te de la Corona de Aragón, con Corte en

    Barcelona. Es el período de la catalani-zación del austracismo. En ese año, semuere el almirante de Castilla, la cabeza

    de la opción austracista castellana, quesiempre postuló evitar que Cataluña seconvirtiera en el eje del austracismo. Laalternativa catalana comienza con el Pac-to de Génova, que firmaron algunos lí-deres catalanes (Peguera, Parera) sin re-presentación institucional con MitfordCrowe, plenipotenciario de la reina Anade Inglaterra. Pacto por el que Cataluña,al margen del austracismo español, asu-miría responsabilidades específicas en laguerra, a cambio de garantías de lasConstituciones catalanas y del compro-miso inglés de ayuda militar para con-seguir el objetivo frustrado en 1704: latoma de Barcelona por los austracistas.El virreinato de Velasco en Cataluña erainsoportable. La entrada de los austra-cistas en Barcelona se consumaría enseptiembre de ese año y, tras él, las Cor-tes de 1705-06, ratificarían los deseos dela burguesía comercial catalana conju-gados con los intereses atlantistas de losaliados –prohibición de entrada de ma-nufacturas francesas, así como las ex-pectativas de lanas a Francia, concesióndel puerto franco de Barcelona, insta-laciones de artesanos extranjeros en Bar-celona...– y al mismo tiempo se conse-guían algunas reivindicaciones pen-

    dientes –la devolución de la facultad de

    insacular libremente sus cargos por par-te de la Diputación y del Consejo deCiento.

    La euforia austracista duró poco. Co-mo ha dicho J. Albareda, el último ana-lista de las Cortes: “En la práctica, mu-

    chas de las consecuciones logradas enlas Cortes no se cumplieron”. Y es quela guerra impidió el desarrollo normalde la política y de la economía. A partir de 1707, con la victoria bor-

    bónica de Almansa, el austracismo se vesometido a no pocas tensiones internas. Valencia y Aragón perdieron sus fueros y se abrió una nueva etapa que con di- versas fluctuaciones se puede caracte-rizar como de resistencia austracista. Elaustracismo se situará a la defensiva, connotables fracturas internas en la defini-

    ción política. Se va configurando el mo-delo político de Carlos III que, en el de-creto de El Pardo de 1710, postulaba un

    54

    Ana de Austria y María Teresa de Austria. La primera fue hija de Felipe III y madre de Luis XIV.

    La segunda, hija de Felipe IV, fue esposa de Luis XIV y abuela de Felipe V (Palacio de Versalles).

    En 1705, el austracismo se convirtió enpráctica política, a través del gobiernode Carlos III, con Corte en Barcelona

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    proyecto de gobierno de tendencia cen-tralista –potenciación de la Secretaría deEstado y de Despacho– y un discurso ca-talán en el que se confronta el consti-tucionalismo más ortodoxo y radical conopciones revisionistas, la más significa-tiva de las cuales fue el affaire Grases y 

    Minguella –hombres muy vinculados aRamón Vilana, el hombre de confianzadel rey– que se saldó con la imposicióndel radicalismo en 1711.

    El fin de la euforiaEn septiembre de 1711, el austracismose quedó sin cabeza legal. Carlos se vaa Viena y se reconvierte de aspirante arey de España en emperador, con elnombre de Carlos VI. Empieza un nue- vo período caracterizado por la extremasoledad catalana ante su destino. El con-

    trapunto a la euforia de 1705. El olvidopor los aliados del “caso de los catala-nes” en Utrecht. El heroísmo ante el si-tio de 1713-14 como única salida cata-lana. El austracismo en su vertiente máspatética y, desde luego, más radical. Seimpusieron los criterios del resistencia-lismo numantino, desbordando las po-siciones moderadas de Villarroel o delconseller en cap, Rafael de Casanova.

    Después de 1714, el austracismo sufrela represión y el exilio. Un exilio que yahabía empezado con el viaje a Viena del

    rey-emperador. El austracismo del exi-lio será plural: en Viena, moderado y “español”; en Italia, mucho más radical.

    La Nueva Planta abrirá una situación po-lítica diferente, que no dejará al austra-cismo interno otra vía que la guerrilla.Después de 1725, el Tratado de Vienapermitirá la vuelta de muchos austracis-tas exilados a España. En pleno ejerci-cio penitencial, con el aprendizaje delrelativismo político por bandera, el aus-tracismo seguirá vigente en los márge-nes del pensamiento oficial durante elreinado de Felipe V, enquistado en lasalternativas reivindicativas de una Ilus-tración distinta a la oficial, que postulóMayans, hijo de austracista resistente enla Barcelona de 1714. Políticamente,emergerá durante el reinado de Car-los III a través del Memorial de Greu-

     ges de 1760 y el proyecto político aran-dista. En el siglo XIX, las viejas raícesaustracistas se verán reflejadas a través

    del carlismo y el federalismo y, en el si-glo XX, los debates entre la España uni-forme y la España plural, la vertical y la horizontal, parecen retrotraer los vie-jos términos del debate ventilado a lolargo de la Guerra de Sucesión.

    Como puede verse, el austracismo hapasado por un tobogán de situacionesque transcienden de la propia guerra de1700-14. Pero más allá de las peripeciascoyunturales, ¿qué caracteres definito-rios tendría el austracismo en la Guerrade Sucesión? El primero es, obviamen-

    te, su rechazo a Francia ya desde la ex-periencia histórica catalana de la vincu-lación a Francia durante once años

    (1641-1652), ya desde los recelos a loscambios en la clientela política cortesa-na y en las maneras del ejercicio políti-co de la monarquía, ya desde los inte-reses económicos afectados por la com-petencia de la invasión de mercancíasfrancesas. Ello es incuestionable, peroconviene tener en cuenta que tampocodentro de los borbónicos hubo unaidentificación emocional con Francia. Lasrelaciones del abuelo Luis con el nietoFelipe, sobre todo, después de 1706 dis-taron de ser cómodas. A los ojos del rey Felipe, Castilla y Francia, sus dos refe-rentes, fueron muchas veces competiti- vos y le crearon no pocos problemas deasunción compartida.

    La cuestión de representación, de laespeculación acerca de quiénes (¿Fran-cia o los aliados?) tenían más fuerza enla Europa de comienzos del siglo XVIIImarcó decisivamente la apuesta por unau otra opción dinástica.

    El segundo de los caracteres del aus-tracismo ha sido su identidad política, co-mo representación del constitucionalis-mo frente al absolutismo monárquico.Ello es indiscutible y los textos políticosde la época inciden constantemente enla bipolaridad absolutismo-constitucio-nalismo como protagonistas de la guerra.

    55

    LOS PERDEDORES. EL PROYECTO AUSTRACISTA 1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    Carlos III recibe a su esposa, la princesa Isabel Cristina, en Barcelona, el 28 de julio de 1708.

    Detalle del grabado conmemorativo (AHCB).

    H ijo segundo de Leopoldo I y Leo-nor de Neoburgo, originó, en supretensión al trono español, la Gue-

    rra de Sucesión. Comenzó a librar es-

    ta disputa contra las tropas de FelipeV

    en 1704, cuando trató de entrar en Es-

    paña desde Portugal, sin lograrlo. Me-

    ses más tarde pensó que la situación en

    Cataluña le sería más favorable. El ase-dio a Barcelona dio sus frutos y apro-

    vechó la circunstancia para convocar

    una reunión de las Cortes en 1706. Se

    proclamó rey de España en Madrid, pe-

    ro le faltó el apoyo popular en Casti-

    lla y hubo de retirarse a Cataluña, don-

    de se casó con Isabel Cristina de Bruns-

    wick. Una nueva fase favorable de la

    guerra provocó su segunda entrada en

    Madrid en 1710 –donde llegó a go-

    bernar como rey dos meses– pero hu-

    bo de partir por la repentina muerte de

    su hermano, que le permitía ceñirse lacorona imperial.

    dos meses rey

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    Pero también habría que ma-tizar al respecto. Arrieta ha su-brayado que las Cortes bor-bónicas de 1701-02 tuvieron“resultados homologables a lasasambleas que en la historiaparlamentaria catalana se pue-den considerar reflejo delbuen funcionamiento de lainstitución”.

    Los juicios políticos de Fe-liu de la Penya son contun-dentes respecto a la homolo-gación de las Cortes borbóni-cas de 1701-02 y las austracis-tas de 1705-06. El absolutismode Felipe V se fue solidifican-do al hilo de la guerra. ¿Fue eldesvelamiento de unas inten-ciones que arrancaban desde1700 o fue la progresiva ob-sesión penalizadora de unadeslealtad nunca bien meta-bolizada por el rey? En cual-quier caso, la división entre elaustracismo político fue tanpatente que es difícil hablar deun único proyecto constitu-cionalista. Los enfrentamien-tos institucionales entre elConsell de Cent y la Genera-litat son bien conocidos. Y lalínea Vilana y sus epígonosGrases o Minguella, como to-da la corriente del austracismo vienés, es ciertamente distinta a la quepodían representar Vilanes o los juris-tas catalanes constitucionalistas delmomento.

    Estrategias de resistenciaLos debates representados en los folle-tos como el Crisol de la Fidelidad  y El 

     Despertador son testimonio de que enla Barcelona de 1713 no sólo se con-frontaban estrategias de resistencia dis-tintas, sino también modelos constitu-cionales dispares. Por último, no hay que olvidar que tampoco los borbóni-cos fueron todos ellos partidarios del ab-solutismo. El conde de Robres o Miña-na, cronistas de la guerra, tuvieron sim-patías foralistas. El conde de Aguilar y Frigiliana se opuso a la abolición de losfueros en Aragón y Valencia poniendo,por cierto, como ejemplo las negativas

    consecuencias que tuvo cuando lo in-tentó Olivares.La tercera connotación propia del

    austracismo es el aragonesismo, la pre-sunta confrontación con Castilla. Es ob- vio que la Corona de Aragón asumiómayoritariamente la representación delaustracismo frente a una Castilla borbó-nica. Hay que tener en cuenta que la de-fensa de la España horizontal la habíanpostulado en el siglo XVII intelectuales

    castellanos, como Palafox y Mendoza oSolórzano Pereira. También es cierto quelas fidelidades políticas fueron extrema-damente móviles a lo largo de la guerra,incluso dentro de la Cataluña emblemadel austracismo. No puede ni debe mi-nimizarse la trascendencia de la Cata-luña e incluso la Barcelona borbónica.Después del sitio y toma de Barcelonapor los austracistas, en 1705, salieron dela ciudad 6.000 partidarios de la causaborbónica.

    El discurso anticastellano del austra-

    cismo es muy posterior al francófobo. Só-lo arranca de 1707 e incluso un pocoposterior al discurso anticastelllano de

    los borbónicos. Es en el mo-mento del sitio a Barcelona,en 1713, cuando se dispara laagresividad anticastellana, su-brayando especialmente la ti-ranía en la que supuestamen-te viven los castellanos. Lascríticas a Castilla dejan al mar-gen “al pueblo de Castilla” y se dirigen, sobre todo, contralas leyes “que perpetúan la es-clavitud”. Queda bien clarauna dualidad en el austracis-mo: el planteamiento a escalaespañola –incluso en el mo-mento del sitio final de Bar-celona, no faltan testimonioscomo el de Villarroel, subra- yando que ellos luchan por lacausa española– y la estrictareivindicación de las constitu-ciones catalanas, que va a irradicalizándose hacia la pos-tulación del republicanismocatalán al margen de España.

    Un trágala a CastillaEl austracismo de 1705 era“españolista”. Pretendía otor-gar a Cataluña un papel diri-

    gente en la proyección políti-ca y económica de la monar-quía. En el documento apó-crifo que se les atribuyó a losaustracistas, de 35 reivindica-

    ciones de los llamadas “nuevas consti-tuciones catalanas” se le asignaba un sin-gular protagonismo político a Cataluña:que los empleos en Castilla sean pro- vistos alternativamente por castellanos y catalanes, que el cargo de inquisidor ge-neral no fuera castellano, que la Corteresidiese en la Corona de Aragón, que

    ésta se titulase Corona de Cataluña...El referido memorial está planteadocomo un trágala político a Castilla, la in- versión del papel rector que ésta habríatenido dentro de la monarquía. Es muy posible que el documento fuese escri-to por castellanos caricaturizando las ex-pectativas catalanas. En cualquier caso,falso o verdadero, es significativo delimaginario catalán y castellano respectoa los sueños específicos de unos y otros.

    El austracismo de 1714 era republica-no catalán. De una alternativa españo-

    la –la España horizontal fundamentadaen la “monarquía compuesta” de los Austrias– se había pasado al sueño de

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    Romance austracista, en defensa de Carlos III “que ha vingut a

    deslliurarnos de la gallicana lley” (AHCB).

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    una Cataluña independiente, que siguióflotando en el imaginario catalán des-pués de la guerra, como demuestran al-

    gunos folletos tardíos como el Via foraels adormits , de 1734.

    La cuarta variable es el contenido eco-nómico. Es evidente que el proyectoeconómico del austracismo sirve a losintereses de la burguesía comercial ca-talana aliada con Inglaterra y Holanda.Una burguesía polarizada en torno a lafigura de Feliu de la Penya, que defen-dió la potenciación de la propia indus-

    tria autóctona y la exportación de pro-

    ductos –como vino y aguardiente– conectando con la importación de pro-ductos ingleses (tejido y pescado sala-do) y holandeses (tejidos), así como azú-car y tabaco, entre otras mercancías co-loniales de América.

    He expresado en alguna ocasión mis

    reservas a que el proyecto económicodiseñado por Feliu a fines del siglo XVII

    fuese el mismo que se reflejó en lasCortes de 1705. Albareda, últimamente,ha reiterado que no hay cambios y quela apuesta por la alianza con los co-merciantes anglo-holandeses no alterael proteccionismo gremialista. El deba-

    te está abierto y no puedo aquí pro-longarlo. Sí que debe subrayarse queCarlos Martínez Shaw y Marina Alfonsorotundamente defienden que el austra-cismo se vincularía a los sectores eco-

    nómicos partidarios de la manufacturatradicional y de la importación de te-jidos de algodón ingleses, lo que

    atentaría contra los intereses de la in-dustria textil catalana que, si pudodesarrollarse, fue gracias a la políticaborbónica de importación de telas de

    algodón de Oriente a través de Marse-lla, para realizar la parte final del pro-ceso de confección en Cataluña. Ellonos introduce, naturalmente, en el com-plejo problema de las razones del cre-cimiento económico catalán subsi-guiente a la Nueva Planta, que tampo-co podemos tratar aquí. ¿A causa de losBorbones? ¿A causa de la capacidad de

    trabajo de la sociedad civil catalana, pe-se a los Borbones? ¿Pervivencia de im-

    pulsos económicos austracistas salva-guardados pese a la represión políticade los mismos? Los sueños atlantistasde la burguesía comercial catalana aus-tracista son evidentes y esos sueños,por caminos ciertamente complicados,

    pudieron cumplirse relativamente a lolargo de la segunda mitad del si-glo XVIII. ¿Victoria póstuma del aus-

    tracismo? ¿Victoria del relativismo polí-tico subsiguiente a 1714?

    Movilidad social y euforiaEl último ingrediente del austracismo essu vertiente social. En este terreno, seconstata la euforia de una movilidad so-cial incontrolada que crispó el orden es-tablecido y que alcanzó su clímax en laBarcelona de 1714, en la que se junta-

    ron todos los austracistas radicales hui-dos de Valencia y Aragón junto a los deCataluña, con el clero de aglutinante

    mesiánico. No puede hablarse de unproyecto social en el austracismo, perosí de un imaginario reivindicativo de unmayor igualitarismo, de reducción de si-

    tuaciones de explotación señorial, depopulismo primitivo y confuso, con vo-luntad de solucionar las viejas cuentaspendientes. Valencia sería, en este sen-tido, el escenario en el que este radica-lismo social se reflejaría mejor.

    He recorrido la trayectoria y los com-

    ponentes de lo que se denomina el pen-samiento austracista. A la hora del ba-lance final, cabe preguntarse: ¿merece el

    austracismo las evocaciones nostálgicasque se hacen del mismo, en torno aaquella España que no pudo ser, a laque no dejaron ser? El imaginario es li-bre y cada uno tiene derecho a tener suspropios referentes históricos emociona-les. Pero debería tenerse en cuenta que

    el austracismo fue una realidad políticahistórica concreta, que puede y debe serenjuiciable sobre bases empíricas, noimaginarias. Dos siglos de experienciapolítica de la dinastía de los Austrias conel modelo de la “monarquía compues-

    ta”, una guerra fluctuante en que el aus-tracismo fue hegemónico en la Coronade Aragón y alternativa viable en el con-junto de España de 1705 a 1714, una

    proyección del rey-archiduque Carloscomo emperador, en la que pudo plas-mar en la práctica el ideario político aus-tracista... Ciertamente hay elementos pa-ra juzgar el autracismo, no en términosde sueño imaginario ni de hipótesis con-trafactual, ni siquiera de mera alternati- va posible en la España de Felipe V, si-no de praxis política, económica y so-

    cial empírica, en medio de una guerrainternacional y al mismo tiempo civil,como fue la Guerra de Sucesión.   ■

    57

    LOS PERDEDORES. EL PROYECTO AUSTRACISTA 1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    Asalto de Lérida por las fuerzas del duque de Orleans, en 1707.

    El proyecto económico austracista servíaa los intereses de la burguesía catalana,aliada con Holanda e Inglaterra

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    Felipe V a caballo , por Jean

    Ranc, que llegó a España en

    1723 y creó el prototipo del

    retrato oficial del monarca

    español, Madrid, Museo del

    Prado.

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    La herencia del último Austria fuepara los españoles algo más queuna mera cuestión dinástica. Laconciencia de la crisis que vivía

    la sociedad era patente en los textos definales del siglo XVII, que con nostalgia,teñida en ocasiones de tintes mesiáni-cos, se hacían eco de la añoranza del pa-sado, a la espera de un anhelado sal-

     vador. El nuevo rey debía sacar a la mo-narquía del estado de frustración en elque se encontraba y devolverle el lu-gar que le correspondía. El candidatoborbónico, el duque de Anjou, el de-signado por Carlos II en su testamen-to, concitará los anhelos de cambio y re-novación de sus nuevos súbditos.

    Durante el reinado de Felipe V, uno delos más largos de la historia de España,se impulsó la modernización del país. Y este proceso recibió un particular em-puje durante los años iniciales, coinci-

    diendo con la Guerra de Sucesión es-pañola. El conflicto, que estalló en 1702en los escenarios europeos, tuvo tam-bién un carácter civil a partir de 1705,con la llegada del candidato austríaco, elarchiduque Carlos. Durante la contiendapeninsular, el proyecto borbónico fuesostenido mayoritariamente por la Co-rona de Castilla, frente al proyecto aus-tracista defendido desde la Coronade Aragón. Pero no se debe simplificar,la división social que provocó la guerrase manifestó en cada una de las dos

    Coronas, así como en otros territorios dela monarquía, también a nivel interno,porque, en medio de la complejidad de

    la disputa dinástica, se planteó una seriede cuestiones sociales, políticas e ideo-lógicas imprescindibles para compren-der su verdadero significado.

    El perfil del reyCuando Felipe V entró en Madrid, el 18de febrero de 1701, fue descrito por elmarqués de San Felipe en sus conocidosComentarios sobre la guerra de España...

    como “un Príncipe mozo, de agradableaspecto y robusto”. En contraste con elaire enfermizo de su predecesor, el nue-

     vo monarca despertó entre sus partida-rios un gran entusiasmo: “la aclamación y el aplauso fue imponderable” entre los

    que salieron a recibirle en la capital dela monarquía.

    En los momentos iniciales, el rey cau-

    só una agradable impresión y la valentíademostrada en las campañas de Italia le valió el sobrenombre de Animoso. Ha-bía sido educado junto a sus hermanosrelativamente alejado de la Corte de Ver-salles, bajo la tutela de su preceptor Fé-nelon, autor de las Aventuras de Telé-maco, a quien debió su estricta moral y religiosidad. La vida austera y retiradaque llevó durante su niñez y adolescen-cia cambió a partir de 1698, con una ma- yor participación en la vida de la Corte.Era conocida su gran afición por la caza,

    así como su pasión por la lectura y porel ajedrez. Se esforzó por adaptarse a sunuevo país, pero nunca rompió los lazos

    VIRGINIA LEÓN SANZ es profesora titularde Historia Moderna, UCM.

    59

    1705. ESPAÑA, PARTIDA EN DOS

    María Luisa Gabriela de Saboya, primeraesposa de Felipe V y madre de Luis I y

    Fernando VI (Madrid, Biblioteca Nacional).

    Isabel de Farnesio, segunda esposa de FelipeV y madre de Carlos III, por Van Loo (Segovia,

    Palacio de la Granja de San Ildefonso).

    El candidato borbónico a la Corona española, el duque de Anjou,

    representaba un atisbo de optimismo en una sociedad muy consciente de la

    decadente situación en que había vivido bajo Carlos II. ¿Satisfaría las esperanzas

    depositadas en él? Virginia León Sanz responde a ese interrogante

    Los vencedores

    AIRES NUEVOS

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    familiares y su origen francés se mani-

    festó a lo largo de su vida en sus gustos,en sus costumbres y en el uso de la len-gua gala, pese a que aprendió el caste-

    llano. Con apenas dieciocho años, supresencia joven y agraciada y su corajepara superar las desgracias, unido a laexcelente fama que consiguió su prime-ra esposa, María Luisa de Saboya, forta-

    lecieron su legitimidad en los reinos cas-tellanos durante la guerra. A Felipe V se le reconoce una cierta

    inteligencia, si bien su timidez lo hacíadesconfiado y susceptible A su debili-dad de carácter se unieron sus enfermi-zos escrúpulos religiosos y muy prontosufrió ataques de fuerte melancolía que,

    con momentos de euforia y otros de de-caimiento, lo convirtieron con el tiempo

    en un rey ausente que vagaba como unfantasma por los salones de sus palacios,lo que explica el papel desempeñadopor su segunda esposa Isabel de Far-nesio. El rey parecía estar escasamentedotado de cualidades humanas y per-sonales para erigirse en maestro de ce-remonias al estilo de su abuelo Luis XIV  y el nuevo ceremonial palatino de 1709,

    que pretendía hacer más visible la figu-ra del monarca, apenas tuvo cumpli-

    miento tras la salida de España de laprincesa de los Ursinos, en 1714.Bajo la dirección de su abuelo, Felipe V 

    se rodeó de unos pocos hombres deconfianza, entre los que figuraban el car-denal Portocarrero, el embajador fran-cés Harcourt, Manuel Arias, presidentedel Consejo de Castilla y el secretario delDespacho Universal, Antonio de Ubilla,

    a través de lo que se conoce como Con-sejo de Despacho. Apoyado por la prin-cesa de los Ursinos, el equipo francésque debía asesorar a Felipe V contó tam-bién con Jean Orry, experto en cuestio-nes financieras, quien estableció una Junta de Incorporación a la Corona en1703, para rescatar las alcabalas y rentasen manos de la nobleza.

    El rey no tardó mucho tiempo en dar-se cuenta que había mucho que cam-

    biar: la situación crítica que atravesabael país justificaba las medidas que se pu-sieron en marcha. La definición del pro- yecto borbónico, centrado en la restau-ración del prestigio perdido y en lasreformas, tuvo su cauce de difusión através de la propaganda y, particular-mente, de la publicística.

    La representación de la monarquía for-mó parte desde la llegada de Felipe V de una política de afirmación dinástica;sin embargo, debió transformarse con elcomienzo del conflicto, pasando de la

    representación a la confrontación. El ca-rácter conflictivo de la instauración de

    los Borbones en España se agudizó. no

    60

    E

    n el ceremonioso mundo de Ver-

    salles, la educación del pequeño

    Felipe fue moldeada por el célebre “di-

    rector de conciencias” François de Sa-

    liganc y de La Mothe, escritor y teó-

    logo, más conocido como Fénelon.

    En 1689, recibe el encargo de ilustrar

    a los hijos del Gran Delfín Luis.

    Cuando Fénelon se incorpora a las ta-

    reas educativas de Versalles, las refe-

    rencias sobre Felipe de Anjou, proyec-

    tan unos tintes desalentadores. A unos

    conocimientos muy rudimentarios, se

    suman un habla dificultosa, entonación

    desagradable y dicción lenta.

    Durante los ocho años comprendidos

    entre 1689 y 1697, Fénelon inculcó en

    Felipe de Anjou la idea de que la con-

    ducta debía regirse por la religiosidad,

    norma que caló muy hondo y que re-

    sultó un precepto básico el resto de sus

    días.

    El teólogo concibió un método peda-

    gógico que aleccionaba por medio de

    las fábulas destiladas en su libro  Las

     aventuras de Telémaco. Gracias a Fénelon,

    el duque de Anjou atesoró una valiosa

    formación literaria y un espíritu críti-

    co hacia el ambiente de la Corte.

    Fénelon

    Fénelon fue desterrado en 1699 por

    Luis XIV, molesto por sus críticas alpoder real. Falleció en 1715.

    Reconstrucción de la entrada de Felipe V en la capital de España, en 1703, según una

    litografía del siglo XIX que ilustra la Historia de la Villa y Corte de Madrid .

  • 8/18/2019 Dossier: España Partida en Dos

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    sólo por los efectos de la guerra sino porlas medidas políticas, de gran significa-ción, que se adoptaron en el transcur-so de la misma y que afectaron a las dis-tintas instancias del Estado.

    “La guerra –ha escrito García Cárcel– puso en juego los distintos conceptos deEspaña que tenían los españoles de laCorona de Castilla y los de la Corona de Aragón”. Tras la unión dinástica con losReyes Católicos, recuerda J. Albareda, elmodelo de monarquía compuesta agru-pó a los diversos reinos y territorios his-panos a lo largo de más de dos siglos y,

    aunque no faltaron los conflictos con losmonarcas de la Casa de Austria, la Co-rona de Aragón, organizada de formaplural en el terreno jurídico-político, man-tuvo estructuras internas diferentes y or-denamientos jurídicos distintos.

    En la actuación felipista respecto a laconcepción territorial del Estado, se pue-den establecer varias fases relacionadascon la marcha de la guerra, porque el

    proyecto borbónico se fue construyendoen el transcurso de la contienda y tam-bién la imagen de Felipe V se fue trans-formando en las tres etapas que apuntade forma válida García Cárcel: el rey le-gítimo, pero francés (1701-05); el rey  Ani-moso (1705-07), el rey despótico (1707-

    14). En un primer momento, siguiendolos consejos de su abuelo, el nuevo rey trató de mostrarse conciliador. En me-dio del calor popular, se convocaron lasCortes castellanas, poco después las ara-gonesas en Zaragoza y, a finales de 1701,

    las catalanas en Barcelona, donde el rey juró las constituciones del Principado, re-presentando una línea de continuidad encuanto al mantenimiento del orden insti-tucional y normativo.

    Observancia de la ley A la altura de 1702, ha señalado J. Arrie-ta, la “observancia de la ley” se v