dormir al sol - adolfo casares bioy.pdf

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  • Dormir al solAdolfo Bioy CasaresObras Completas

    Novelas I

    Grupo Editorial

    NORMALiteratura

  • PRIMERA PARTE

  • POR

    LUCIO BORDENAVE

  • ICon sta van tres veces que le escribo. Por si no me

    dejan concluir, puse la primera esquelita en un sitio que yo s.El da de maana, si quiero, puedo recogerla. Es tan corta y laescrib con tanto apuro que ni yo mismo la entiendo. Lasegunda, que no es mucho mejor, se la mand con unamensajera, de nombre Paula. Como usted no dio seales devida, no voy a insistir con ms cartas intiles, que a lo mejorlo ponen en contra. Voy a contarle mi historia desde elprincipio y tratar de ser claro, porque necesito que usted meentienda y me crea. La falta de tranquilidad es la causa de lastachaduras. A cada rato me levanto y arrimo la oreja a lapuerta.

    A lo mejor usted se pregunta: "Por qu Bordenave nomanda su cartapacio a un abogado?". Al doctor Rivaroli yo lotrat una sola vez, pero al gordo Picardo (a quin se lodigo!) lo conozco de siempre. No me parece de fiar unabogado que para levantar quinielas y redoblonas tiene depersonero al Gordo. O a lo mejor usted se pregunta: "Porqu me manda a m el cartapacio?" Si alega que no somosamigos le doy la razn, pero tambin le ruego que se pongaen mi lugar, por favor, y que me diga a quin podramandarlo. Despus de repasar mentalmente a los amigos,descartado Aldini, porque el reumatismo lo entumece eleg alque nunca lo fue. La vieja Ceferina pontifica: "Los que vivimosen un pasaje tenemos la casa en una casa ms grande". Coneso quiero decir que todos nos conocemos. A lo mejor ni seacuerda de cmo empez el altercado.

    El pavimento, que lleg en el 51 o en el 52, haga decuenta que volte un cerco y que abri nuestro pasaje a lagente de afuera. Es notable cmo tardamos en convencernosdel cambio. Usted mismo, un domingo a la oracin, con lamayor tranquilidad festejaba las moneras que haca en

  • bicicleta, como si estuviera en el patio de su casa, la hija delalmacenero, y se enoj conmigo porque le grit a la criatura.No lo culpo si fue ms rpido en enojarse y en insultar que enver el automvil que por poco la atropella. Yo me quedmirndolo como un sonso, a la espera de una explicacin.Quizs a usted le falt nimo para atajarme y explicar o quizpens que lo ms razonable para nosotros fuera resignarnosa una desavenencia tantas veces renovada que ya seconfunda con el destino. Porque en realidad la cuestin por lahija del almacenero no fue la primera. Llovi sobre mojado.

    Desde chico, usted y toda la barra, cuando se acordaban,me perseguan. El Gordo Picardo, el mayor del grupo (si no loincluimos al rengo Aldini, que oficiaba de bastonero y ms deun domingo nos llev a la tribuna de Atlanta) una tarde,cuando yo volva del casamiento de mi to Miguel, me vio decorbata y para arreglarme el moo casi me asfixia. Otra vezusted me llam engredo. Lo perdon porque atin a pensarque me ofenda tan slo para conformar a los otros y asabiendas de que estaba calumniando. Aos despus, undoctor que atenda a mi seora, me explic que usted y labarra no me perdonaban el chalet con jardn de granzacolorada ni la vieja Ceferina, que me cuidaba como una nieray me defenda de Picardo. Explicaciones tan complicadas noconvencen.

    Quiz la ms rara consecuencia del altercado por la hijadel almacenero fue la idea que me hice por entonces y de laque muy pronto me convenc, de que usted y yo habamosalcanzado un acuerdo para mantener lo que llam eldistanciamiento entre nosotros.

    Estoy llegando ahora al da de mi casamiento con Diana.Me pregunto qu pens usted al recibir la invitacin. Tal vezcrey ver una maniobra para romper ese acuerdo decaballeros. Mi intencin era, por el contrario, la de manifestarel mayor respeto y consideracin por nuestro mal entendido.

    Hace tiempo, una tarde, en la puerta de casa, yo

  • conversaba con Ceferina que baldeaba la vereda. Recuerdoperfectamente que usted pas por el centro del pasaje y nisiquiera nos mir.

    -Van a seguir con la pelea hasta el da del juicio? -pregunt Ceferina, con esa voz que le retumba en el paladar.

    -Es el destino.-Es el pasaje -contest y sus palabras no se han borrado

    de mi mente-. Un pasaje es un barrio dentro del barrio. Ennuestra soledad el barrio nos acompaa, pero da ocasin aencontronazos que provocan, o reviven, odios.

    Me atrev a corregirle la plana.-No tanto como odios -le dije-. Desavenencias.Doa Ceferina es una parienta, por el lado de los Orellana,

    que baj de las provincias en tiempos de mis padres; cuandomi madre falt, ya no se apart de nosotros, fue ama, niera,el verdadero pilar de nuestra casa. En el barrio la apodan elCacique. Lo que no saben es que esta seora, para no sermenos que muchos que la desprecian, ley todos los librosdel quiosco del Parque Saavedra y casi todos los de laescuelita Basilio del Parque Chas, que le queda ms cerca.

    IIS que algunos dijeron que no tuve suerte en el

    matrimonio. Ms vale que la gente de afuera no opine sobreasuntos reservados, porque en general se equivoca. Peroexplqueles al barrio y a la familia que son de afuera.

    El carcter de mi seora es ms bien difcil. Diana noperdona ningn olvido, ni siquiera lo entiende, y si caigo acasa con un regalo extraordinario me pregunta: "Parahacerte perdonar qu?". Es enteramente cavilosa ydesconfiada. Cualquier buena noticia la entristece, porque daen suponer que para compensarla vendr una mala. Tampocole voy a negar que en ms de una oportunidad nosdisgustamos con mi seora y que una noche -me temo que

  • todo el pasaje haya odo el alboroto-con intencin de irme enserio me largu hasta los Incas, a esperar el colectivo, quepor fortuna tard y me dio tiempo de recapacitar.Probablemente muchos matrimonios conocen parejasaflicciones. Es la vida moderna, la velocidad. S decirle que anosotros las amarguras y las diferencias no lograronsepararnos.

    Me admira cmo la gente aborrece la compasin. Por lamanera de hablar usted descuenta que son de fierro. Si la veoapenada por las cosas que hace cuando no es ella, sientoverdadera compasin por mi seora y, a la vez, mi seorame tiene lstima cuando me amargo por su culpa. Crame, lagente se cree de fierro pero cuando le duele, afloja. En estepunto Ceferina se parece a los dems. Para ella, en lacompasin, hay nicamente blandura y desprecio.

    Ceferina, que me quiere como a un hijo, nunca aceptenteramente a mi seora. En un esfuerzo para comprenderese encono, llegu a sospechar que Ceferina mostrara igualdisposicin con toda mujer que se me arrimara. Cuando lehice la reflexin, Diana contest:

    -Yo pago con la misma moneda.A nadie quiere tanto la gente como a sus odios. Le

    confieso que en ms de una oportunidad, entre esas dosmujeres de buen fondo, me sent abandonado y solitario.Menos mal que a m me quedaba siempre el refugio del tallerde relojera.

    Le voy a dar una prueba de que la malquerencia deCeferina por Diana era, dentro del cuadro familiar, un hechopblico y notorio. Una maana Ceferina apareci con el diarioy nos indic un sueltito que deca ms o menos: Trgico bailede disfraz en Paso del Molino. No desconfi del domin quetena a su lado porque pensaba que era su esposa. Era laasesina. Estbamos tan quisquillosos que bast esa lecturapara que armramos una pelea. Diana, usted no lo creer, sedio por aludida, yo hice causa comn con ella, y la vieja, es

  • cosa de locos, asumi el aire de quien dice tom, como sihubiera ledo algo comprometedor para mi seora o por lomenos para el gremio de las esposas. Tard ms de catorcehoras en comprender que al hombre del baile no lo habamatado su cnyuge. No quise aclarar nada, por miedo dereanimar la discusin.

    Una cosa aprend: es falso que uno se entienda hablando.Le doy como ejemplo una situacin que se ha repetido la marde veces. La veo a mi seora deprimida o alunada y,naturalmente, me entristezco. Al rato pregunta:

    -Por qu ests triste?-Porque me pareci que no estabas contenta.-Ya se me pas.Ganas no me faltan de contestarle que a m no, que no

    soy tan gil, que yo no me mudo tan rpidamente de latristeza a la alegra. A lo mejor, creyendo ser carioso,agrego:

    -Si no quers entristecerme, no ests nunca triste. Vieracomo se enoja.

    -Entonces no vengs con el cuento de que es por m quete preocups -me grita como si yo fuera sordo-. Lo que yosiento, a vos te tiene sin cuidado. El seor quiere que sumujer est bien, para que lo deje tranquilo. Est muyinteresado en lo suyo y no quiere que lo molesten. Es,adems, vanidoso.

    -No te enojs que despus te sale un herpes de labio -ledigo, porque siempre fue propensa a estas llaguitas que lamolestan y la irritan. Me contesta:

    -Tens miedo que te contagie?No le refiero la escena para hablar mal de mi seora. Tal

    vez la cuento contra m. Mientras la oigo a Diana, le doy larazn, aunque por momentos dude. Si por casualidad toma,entonces, la ms caracterstica de sus posturas -acurrucadaen un silln, abrazada a una pierna, con la cara apoyada en larodilla, con la mirada perdida en el vaco -ya no dudo, me

  • embeleso y pido perdn. Yo me muero por su forma y sutamao, por su piel rosada, por su pelo rubio, por sus manosfinas, por su olor, y sobre todo, por sus ojos incomparables.A lo mejor usted me llama esclavo; cada cual es como es.

    En el barrio no se muestran lerdos para alegar que unaseora es holgazana, o de mal genio, o paseandera, pero nose paran a averiguar qu le sucede. Diana, est probado,sufre por no tener hijos. Me lo explic un doctor y me loconfirm una doctora de lo ms vivaracha. CuandoMartincito, el hijo de mi cuada, un chiquiln insoportable,viene a pasar unos das con nosotros, mi seora se desvive,usted no la reconoce, es una seora feliz.

    Como a tanta mujer sin hijos, los animales la atraen demanera notable. La ocasin de confirmar lo que digo sepresent hace un tiempo.

    IIIDesde que perd el empleo en el banco me defiendo con el

    taller de relojera. Por simple gusto aprend el oficio, comoalgunos aprenden radio, fotografa u otro deporte. No puedoquejarme de falta de trabajo. Como dice don Martn, con talde no viajar al centro, la gente se arriesga con el relojero delbarrio.

    Le cuento las cosas como fueron. Durante la huelga delos empleados del banco, Diana se dej dominar por losnervios y por su tendencia al descontento general. En losprimeros das, delante de la familia y, tambin, de vecinos yextraos, me reprochaba una supuesta falta de coraje y desolidaridad, pero cuando me encerraron, un da y una nocheque me parecieron un ao, en la comisara 1 y sobre todocuando me echaron del banco, se puso a decir que para sacarlas castaas del fuego los cabecillas contaron siempre con losbobos. Pas la pobre por un mal momento; no creo quehubiera entonces manera de calmarla. Cuando le anunci que

  • me defendera con los relojes, quiso que trabajara en un gransaln de venta de automviles usados, en plena avenidaLacarra. Me acompa a conversar con el gerente, un seorque pareca cansado, y con unos muchachitos, a ojos vistaslos que mandaban ah. Diana se enoj de veras porque menegu a trabajar con esas personas. En casa la discusin duruna semana, hasta que la polica allan el local de Lacarra yen los diarios aparecieron las fotografas del gerente y de losmuchachos, que resultaron una famosa banda.

    De todos modos mi seora mantuvo su firme oposicin ala relojera. Vale ms que yo no calce la lupa delante de ella,porque ese gesto inexplicablemente la irrita. Recuerdo queuna tarde me dijo:

    -No puedo evitarlo. Le tengo una idea a los relojes!-Decime por qu.-Porque son chicos y llenos de rueditas y de recovecos.

    Un da voy a darme el gusto y voy a hacer el desparramo delsiglo, aunque tengamos que mudarnos a la otra punta de laciudad.

    Le dije, para congraciarla:-Confes que te gustan los relojes de cuco.Sonri, porque seguramente imaginaba la casita y el

    pajarito, y contest con mejor nimo:-Casi nunca te traen un reloj de cuco. En cambio vienen

    siempre con esos mastodontes de pndulo. El carilln es unacosa que me da en los nervios.

    Como pontifica Ceferina, cada cual tiene su criterio y susgustos. Aunque no siempre uno los entienda, debe aceptarlos.

    -Se corri la voz de que tengo buena mano para el relojde pndulo. Del propio Barrio Norte me los traen.

    -Mudmonos al Barrio Norte. Trat de desanimarla.-No sabs que es el foco de los pndulos? -le dije.-S, che, pero es el Barrio Norte -contest pensativa.No puede negar que lleva la sangre Irala. En la "familia

    real", como los llama Ceferina, se desviven todos por la

  • figuracin y por el roce.A m la idea de mudarme, siempre me contrari. Siento

    apego por la casa, por el pasaje, por el barrio. La vida ahorame ense que el amor por las cosas, como todo amor nocorrespondido, a la larga se paga. Por qu no escuch elruego de mi seora? Si me hubiera alejado a tiempo, ahoraestaramos libres. Con resentimiento y con desconfianza,imagino el barrio, como si estas hileras de casas que yoconozco de

    memoria se hubieran convertido en las tapias de unacrcel donde mi seora y yo estamos condenados a undestino peor que la muerte. Hasta hace poco vivamosfelices; yo porfi en quedarme y, ya lo ve, ahora es tardepara escapar.

    IVEn agosto ltimo conocimos a un seor Standle, que da

    lecciones en la escuela de perros de la calle Estomba. Apuestoque lo vio ms de una vez por el barrio, siempre con un perrodistinto, que va como pendiente de las rdenes y que ni chistade miedo a enojarlo. Haga memoria: un gigantn degabardina, rubio, derecho como palo de escoba, mediocuadrado en razn de las espaldas anchas, de cara afeitada,de ojos chicos, grises, que no parpadean, le garantizo,aunque el prjimo se retuerza y clame. En el pasaje corrensobre ese individuo los ms variados rumores: que llegcomo domador del Sarrasani, que fue hroe en la ltimaguerra, fabricante de jabones con grasa de no s quosamenta, e indiscutido as del espionaje que transmiti porradio, desde una quinta en Ramos, instrucciones a una flotade submarinos que preparaba la invasin del pas. A todo estoagregue, por favor, la tarde en que Aldini se levant comopudo del banquito donde tomaba fresco junto a su perro, queaparenta ser tan reumtico y viejo como l, me agarr de un

  • brazo, me llev aparte como si hubiera gente, pero en lavereda slo estbamos nosotros y el perro y me sopl en laoreja:

    -Es caballero teutn.

    VOtra tarde, mientras matebamos, Diana le coment a

    Ceferina:-Apuesto que ni se acuerda.Movi la cabeza en mi direccin. Me qued mirndola con

    la boca abierta, porque al principio no me acordaba que eldomingo era mi cumpleaos.

    Diana observa puntualmente toda suerte de santos,aniversarios, das de la madre, del abuelo, y de lo que se leocurra al almanaque o quien disponga en la materia, de modoque no tolera esos olvidos. Si la fecha olvidada hubiera sido supropio santo o el de don Martn Irala, mi suegro, o elaniversario de nuestro casamiento, mejor que yo medesterrara del pasaje, porque para m no habra perdn.

    -No invits ms que a la familia -le supliqu. En casa, lafamilia es la de mi seora.

    Como se trataba de mi cumpleaos por fin cedi y locelebramos en la intimidad. Crame que me costconvencerla. Es muy amiga de las fiestas.

    La noche del cumpleaos vinieron, pues, don Martn,Adriana Mara, mi cuada, su hijo Martincito y -a ttulo dequ? me pregunto-el alemn Standle.

    A don Martn lo habr visto por el jardn de casa con laazada y con la regadera. Es muy amigo de las flores y detoda clase de legumbres. Usted seguramente lo tom poruno de esos jardineros a destajo. Si es as, mejor que misuegro no se entere. A todos, en la familia, los aflige lasoberbia de la sangre, desde que un especialista que atendaen un quiosco en la Rural, les cont que descienden en lnea

  • recta de un Irala que tuvo un problema con los indios. DonMartn es hombre morrudo, ms bien bajito, calvo, de ojoscelestes, notable por los arranques de su mal carcter. Nobien lleg reclam mis pantuflas de lana. No se las puedonegar, crame, porque se le volvieron una segundanaturaleza; pero cuando lo veo con las pantuflas le tomorabia. Usted pensar que un individuo que se le apropia de laspantuflas, aunque sea por un rato, lo hace en prenda de algnsentimiento de amistad. Don Martn no comparte el criterio y,si me habla, es para ladrarme. Debo reconocer que en lanoche de mi cumpleaos (como todo el mundo, salvo yo) semostr alegre. Era la sidra. Amn, desde luego, de losingredientes del men: abundantes, frescos, de la mejorcalidad, preparados como Dios manda. En casa habr muchasfallas, pero no en lo que se come.

    Permtame que deje el punto debidamente aclarado:siempre Diana presumi de buena mano en la cocina. Unmrito de reconocido peso en el hogar. Sus pastelitos rellenosde choclo son justamente famosos en la intimidad y aunentre la parentela.

    Cuando termin el Noticiario Deportivo, don Martn apagla televisin. Martincito, que berrea como si imitara a un chicoberreando, exigi que la encendiera de nuevo. Don Martn,con una calma que asombr, se descalz la pantufla derechay le aplic un puntapi. Martincito chill. Diana lo protegi, lomim: se desvive por l. Tron don Martn:

    -A comer se ha dicho.-Adivinan la sorpresa? -pregunt Diana.En el acto manifestaron todos un alboroto inconfundible.

    Hasta Ceferina, que es tan peleadora e intransigente, participen esa pequea representacin, nada fingida por lo dems.Diana pone en su trabajo no menos amor propio que buenavoluntad, de modo que no va a admitir que los pastelitos lesalgan mal o caigan pesados.

    En casa, a cada rato, se oye alguna campanada de los

  • relojes de pared que estn en observacin. A nadie le irrita,que yo sepa, el alternarse de los carillones, frecuentes peroarmoniosos; a nadie salvo a Diana o a don Martn. Cuandoson un reloj de cuco, don Martn se encar conmigo y grit:

    -Que se calle ese pjaro porque le voy a torcer elpescuezo. Diana protest:

    -Ay, pap. Yo tampoco aguanto los relojes, pero el decuco es lo que se llama simptico. No te gustara vivir en sucasita? A m, s.

    -A m los relojes que ms rabia me dan son los de cuco -dijo don Martn, ya un tanto calmado por Diana.

    Como yo, la quiere con locura.Martincito comi del modo ms repugnante. Por toda la

    casa dej rastros de sus manos pegajosas.-Los nios del prjimo son ngeles disfrazados de diablos

    -coment Ceferina, con esa voz que le retumba-. Dios losmanda para probar nuestra paciencia.

    Confieso que en ningn instante de la noche sent alegra.Quiero decir verdadera alegra. Tal vez yo estaba malpreparado por un presentimiento, porque a los cumpleaos ya las fiestas de Navidad y de Ao Nuevo, desde que tengomemoria, las miro con desconfianza. Procuro disimular, parano estropearle a mi seora celebraciones que ella apreciatanto, pero seguramente me preocupo y estoy maldispuesto. Justificacin no me falta: las peores cosas mesucedieron en esas fechas.

    Aclaro que, hasta ltimamente, las peores cosas habansido peleas con Diana y ataques de celos por deslices que noexistieron sino en mi imaginacin.

    Usted le dar la razn a mi seora, dir que estoy muyinteresado en lo mo, que no me canso de explicar lo quesiento.

    En la carta que le llev la seorita Paula, no le detallabanada. Despus de leerla, ni yo mismo qued convencido. Mepareci natural, pues, que usted no me respondiera. En esta

  • relacin, en cambio, le explico todo, hasta mis locuras, paraque vea cmo soy y me conozca. Quiero creer que ustedpensar, en definitiva, que se puede fiar en m.

    VIAquella noche del cumpleaos, el profesor Standle,

    hablando de perros, acapar la atencin del auditorio. Eranotable cmo se interesaban los presentes, no slo en elaprendizaje del perro, sino en la organizacin de la escuela.Yo soy el primero -si el profesor no miente en reconocer losresultados de la enseanza, y no le voy a negar que por eltrmino de uno o dos minutos me embobaron esas historiasde animales. Mientras otros hablaban de las ventajas ydesventajas del collar de adiestramiento, me dej llevar por lapura fantasa y en mi fuero interno me pregunt si asista larazn a quienes niegan el alma a los perros. Como dice elprofesor, entre la inteligencia nuestra y la de ellos, no hayms que una diferencia de grado; pero yo no estoy seguro deque siempre esa diferencia exista. Algunos alumnos de laescuela se desenvuelven -si me atengo a los relatos delalemn-como seres humanos hechos y derechos.

    La voz del seor Standle, un zumbido de lo ms parejo yserio que se puede pedir, me despert de la ensoacin.Aunque no entiendo el porqu, esa voz me desagrada. Elindividuo expona:

    -Educamos, vendemos, baamos, cortamos el pelo yhasta montamos el ms lindo instituto de belleza parapichichos de lujo.

    Mi seora pregunt:-Hay quien le lleva sus perros como otros mandan los

    chicos a la escuela? Los pobrecitos lloran la primeramaana?

    -Mi escuela forma guardianes -contest gravementeStandle.

  • -Vamos por partes -dijo don Martn-. Para eso no esnecesaria mucha ciencia. Con un collar y una cadena, a ustedmismo lo convierto en perro de guardia.

    -La escuela va ms lejos -replic Standle.Mi suegro, tan hosco habitualmente, objetaba para

    mantener el principio de autoridad, pero no por conviccin. Enrealidad, escuchaba embelesado y, cuando el reloj de cucosonaba, aparentemente no lo oa. Para qu negarlo?Suspendidos de la palabra del profesor estaban todos, menosla vieja Ceferina, que por sordo encono a mi seora y a sufamilia se mantena apartada y, bajo una risita demenosprecio, esconda su vivo inters.

    Vaya a saber por qu yo me sent abandonado y triste.Menos mal que Adriana Mara, mi cuada -se parece a miseora, en morena - se compadeci de m y en ocasiones mepreguntaba si no quera otra sidra.

    El profesor continuaba:-No le devolvemos al amo un simple animalito

    amaestrado. Le devolvemos un compaero de alta fidelidad.Al or estas pesadeces yo ni remotamente sospechaba

    sus terribles consecuencias. Le aseguro que a mi seora leafectaron el juicio. No hablo como alarmista: usted ha desaber, porque todos en el pasaje lo saben, que ya de solteraa Diana la internaron por lo menos dos veces. Concedo que alprincipio de la conversacin abord el tema de los perros conaparente calma, hablando en voz baja, lo ms bien, comoquien se contiene.

    -En una casa con jardn -opin, pensativa-un perro esconveniente.

    -En sumo grado -sentenci el alemn.No asent, pero tampoco negu. Mucho me temo que esa

    moderacin de mi parte alentara a mi seora. Por el malcamino, desde luego. Aspectos diversos del mismo asunto(los perros, la escuela), alimentaron la conversacin hastamuy altas horas.

  • Intempestivamente declar mi suegro:-Si me voy tarde, lo que es yo, no concilio el sueo. A

    ustedes qu les importa. A m, s.Es claro que a m no me importaba que mi suegro

    durmiera o no, pero con increblecalor me defend de esa acusacin de indiferencia, que

    repetidamente califiqu de gratuita. La interpretacin de misprotestas, que se le ocurri a Adriana Mara, me oblig asonrer.

    -Pobrecito el del santo! -dijo cariosamente-. Se cae desueo y quiere que lo dejemos tranquilo.

    Yo no tena sueo (quera, no ms, que se fueran), perome pareci mejor no explicar.

    Aunque la conversacin continuaba, consider inminentela partida, porque nos habamos puesto de pie. A ltimomomento hubo demoras. Tuvo, don Martn, que pasar por elbao y despus revolvi la casa porque no encontraba lachalina. Adriana Mara, que haba mostrado tanto apuro y queahogndose de risa me apuntaba con el dedo y repeta "Elpobre no da ms", emprendi no s qu larga explicacinante Ceferina, que la miraba desde lo alto. Don Martn, si nome fijo a tiempo, se lleva mis pantuflas. Intil aclarar que elchiquiln no se comidi a traer los botines de su abuelo. Paradespus de la partida de la familia, el profesor me reservabauna sorpresa desagradable. Entr en casa con nosotros.

    VIILe aseguro que esa noche empez la pesadilla que

    todava estamos viviendo. El profesor Standle sin preocuparsede lo que yo pensara, hunda a mi seora en la idea fija de losperros. Yo no poda protestar, de miedo que ella se pusiera desu lado y me tomara entre ojos.

    Volva ms intolerable la situacin, el hecho de que elprofesor recurra a explicaciones desabridas, que no podan

  • interesar a ninguna seora:-Para guardianes, la ltima palabra es la perra -declar,

    como si revelara una verdad profunda-. A su mejor perro leponen los malandrines una perra alzada y se acab elguardin. En cambio una perra siempre es fiel.

    No s por qu estas palabras provocaron en mi seorauna especie de risa descompuesta, que resultaba penosa yque no terminaba. Conversamos de perros hasta que elindividuo -a horas en que uno siente culpa de seguirdespierto-dijo que se iba. Si no me pongo firme loacompaamos hasta la escuela. De todos modos hubo quesalir a la puerta de calle.

    Cuando entramos hall la casa destemplada, pasada deolor a tabaco y triste. Diana se dej caer en un silln, seacurruc, se abraz una pierna, apoy la cara contra larodilla, qued con la mirada perdida en el vaco. Al verla asme dije, le juro, que yo no podra vivir sin ella. Tambin,estimulado por el entusiasmo, conceb pensamientosverdaderamente extraordinarios y me dio por preguntarme:Qu es Diana para m? su alma? su cuerpo? Yo quiero susojos, su cara, sus manos, el olor de sus manos y de su pelo.Estos pensamientos, me asegura Ceferina, atraen el castigode Dios. Yo no creo que otra mujer con esa belleza de ojosande por el mundo. No me canso de admirarlos. Me figuroamaneceres como grutas de agua y me hago la ilusin de quevoy a descubrir en su profundidad la verdadera alma de Diana.Un alma maravillosa, como los ojos.

    La misma Diana me arranc de estas reflexiones, cuandose puso a fantasear y dijo que bamos a tener un perro quenos acompaara y nos entendiera como un prjimo. Ustedhaca de cuenta que escuchaba a una criatura. Para peor,Diana hablaba a tal velocidad que si yo no me apuraba enprotestar, sus afirmaciones quedaban perdidas a lo lejos y yodeba cargosearla para que desandara camino y lasdiscutiramos. Adems, estaba tan nerviosa (y me gustaba

  • tanto) que, para no contrariarla, muchas veces no ladesenga. Si la hubiera contrariado, pobre de m. Es muysevera cuando se enoja y le aseguro que no hace las paceshasta que uno prcticamente se arrastr como gusano y lepidi hasta el cansancio perdn. Apenas me atrev aobservar:

    -Ceferina dice que hay algo monstruoso y muy triste enlos animales.

    -Cuando yo era chica quera tener un jardn zoolgico -contest Diana.

    -Ceferina dice que los animales, a lo mejor, son gentecastigada con la maldicin de no poder hacer uso de lapalabra.

    Fjese cmo es mi seora. Hasta en su locura se muestravivaracha y tiene contestacin para todo. Me pregunt:

    -No oste lo que dijo el profesor Standle?-O demasiado.Insisti sin perturbarse:-De los perros que hablan.-Francamente, ese disparate se me pas por alto.-Estabas destapando una botella de sidra. Cont que otro

    profesor, un compatriota suyo, ense a un perro apronunciar tres palabras en perfecto alemn.

    -Un perro de qu raza? -pregunt, como un idiota.-Recuerdo la palabra Eberfeld. No s decirte si es la raza o

    la ciudad donde vivan o el nombre del profesor.Muchas debilidades tuve esa noche y todava las pago.

    VIIIToda la noche me acompa la afliccin. Pensando

    tristezas me desvel y, cuando o el gallo que tiene Aldini en elpatio del fondo, me dije que al da siguiente iba a estarcansado y que la mano temblara en los relojes. Por fin medorm para soar que perda a Diana, creo que en la Avenida

  • de Mayo, donde nos habamos encontrado con Aldini, queanunci: "Los aparto por un instante, para decirte un secretosin ninguna importancia". Muy sonriente haca el ademn deapartarnos y enseguida me apuntaba con un dedo. El carnavaldesemboc entonces en la avenida y la arrastr a Diana. La viperderse entre mscaras disfrazadas de animales, queincesantemente pasaban, con el cuerpo a rayas de colorescomo de cebras o de vboras y con la cabeza de perro encartn pintado, de lo ms impvida. No me creer: todavadormido, me pregunt si mi sueo era un efecto de lo quesucedi o un anuncio de lo que iba a suceder. Tampoco mecreer si le digo que, despierto, segua en la pesadilla.

    Mi seora, por aquel tiempo, ya no par en casa: el santoda lo empleaba en la escuela, sin resolverse por ningnanimalito. Una falta de resolucin que, segn coment unatarde el propio Standle, da qu pensar. Yo la esperaba conimpaciencia y discurra despropsitos: que le haba pasadoalgo, que no iba a volver. Das hubo que cenamos tarde,porque mi seora no regresaba y otros que Ceferina y yo,despus de cenar, para distraer el tiempo, jugbamos a laescoba, cuando no a la brisca. Los rumores de la noche eranmotivo suficiente para que yo, a cada rato, me asomara aljardn. A su estirada cara de furia y menosprecio, ya de loms comn, Ceferina agregaba entonces palabrasmasculladas por lo bajo, que se oan perfectamente.

    -El nio est con cuidado. Su mujercita no vuelve.Todava la va a perder.

    La intencin general y el tono eran siempre los mismos. Aveces yo no aguantaba y con una voz que aparentabaindiferencia le deca:

    -Me voy a dar una vuelta.Si usted piensa que no tengo edad de pedir permiso, est

    en su derecho. Es muy fcil arreglar de palabra la conducta delprjimo, pero cada cual lleva la propia como puede. Qu meaconseja? Que la eche a Ceferina? Guardando las distancias,

  • yo hara de cuenta que echo a la finada mi madre. Que lepegue un grito? A m no me gusta pasar la vida gritando.Ceferina, con la cara de rabia y con los ojos relucientes, biena las claras deja ver su desaprobacin. Para m esadesaprobacin, no s cmo explicarme, es una cosa real,algo que est en mi camino, como la punta de una mesa. Nome pida que todas las veces que paso la lleve por delante,porque yo prefiero vivir tranquilo y dar un rodeo. Lo de vivirtranquilo es una manera de hablar.

    Como le contaba: si me entraba la desazn, con elpretexto de tomar aire, sala a la calle, elega el lugar menosiluminado, me recostaba contra el cerco y esperaba.Esperaba con inquietud en el alma, porque Diana tardaba msde lo previsible, pero tambin porque siempre aparecan losvecinos, que viven para sorprenderlo a uno y repartir elcomentario por el pasaje.

    Una noche Picardo se me vino derechito, como si supieradnde iba a encontrarme y, sin molestarse en prembulos niatenuantes, me dijo:

    -Para m que le dio algo. Me explic el doctor Rivaroli, unamigo que te voy a presentar, que bastan dos o tres gotasen el caf con leche. Cuando se cansa de tenerla comoesclava, la vende a los tratantes de Centroamrica.

    Otra noche el mismo Aldini, que segn Ceferina estperdiendo la vista, con el pretexto de pasear el perro (msbien de arrastrarlo, porque el pobre Malandrn, cuando quiereacordar, se agita y se echa), como le deca, con el pretextode pasear el perro, camin hasta donde yo estaba -el lugarms oscuro, le garanto-y me pidi:

    -Por favor no lo escuches a Picardo. Ahora te explicantodo por las drogas. Haceme caso, hay mucha exageracin.

    Ni usted ni yo vamos a creer en la fbula de esas gotitasen el caf con leche. Admito, sin embargo, que Diana, cuandofinalmente volva al hogar, traa pegados en el vestido pelosde perro. Hay ms: ola a perro. Hablaba de perros y del

  • alemn -yo no saba cundo se refera a unos y cundo alotro-, hablaba a toda velocidad, como si una comezn laenloqueciera y, porque la noche no le alcanzaba para discutirlos mritos y defectos de sabuesos, ovejeros y mastines, porla maana seguamos el debate, hasta que mi seora sala acallejear y yo me dorma sobre los relojes.

    IXEse profesor, que no le envidia a judas, una tarde me

    llam por telfono para que nos reuniramos en el Bichito,que est frente a Carbajal.

    -Se puede saber el motivo? -le pregunt. Contestinmediatamente:

    -Hablar de la seora.Aunque entend, ped aclaracin:-De qu seora?-La suya.Como usted comprender, yo no poda creer lo que oa,

    pero me sobrepuse y contest con odio:-Quin es usted para meterse?Todava pronunciaba esas palabras, cuando el miedo me

    enfriaba la sangre. Le habra pasado algo a Diana? Ms valano perder tiempo.

    El profesor Standle empezaba a decir con la vozextraamente aflautada:

    -Bueno, usted sabe...Lo interrump sin contemplaciones:-All voy.Corr por la calle, en el Bichito eleg una mesa que permita

    la continua vigilancia de la entrada, ped algo para tomar y,antes que me sirvieran, yo estaba preguntndome si no debalargarme a la escuela de perros. Qu me dio por decir "Allvoy" y cortar? Quizs el profesor entendi que yo ira a laescuela, pero si yo tardaba, a lo mejor se preguntaba si "all"

  • no quera decir el Bichito y quiz nos encontrramos, o nosdesencontrramos, en el trayecto.

    Por su parte, usted se preguntar por qu le cuento estaspayasadas. Desde la noche de mi cumpleaos hasta ahora,salvo cortos intervalos de tranquilidad, he vivido en estado deofuscacin permanente. Visto por los dems, el hombreofuscado se comporta como un payaso.

    Despus de una media hora interminable -porque endefinitiva me qued en el bar-apareci el profesor. Vino a lamesa, pidi un bock, se quit la gabardina, la doblcuidadosamente, la coloc en el respaldo de una silla, tomasiento y le garanto que hasta beber la cerveza y limpiarse laespuma no solt la palabra. Cuando habl, por un momento,se me desdibuj su cara, como si me diera un vahdo. Esto eslo primero que o:

    -Usted sabe que la seora est muy enferma.-Diana? -murmur.-La seora Diana -me corrigi.-Qu le ha pasado? Una descompostura? Contest con

    el mayor desprecio:-No se haga el que no capta. Est muy enferma. Si no

    actuamos, puede llegar a ese punto del que nadie vuelve.-Yo quiero que vuelva.-Usted quiere cerrar los ojos para no ver la realidad -

    contest-, pero capta muy bien.-No acabo de entender -trat de sincerarme-. Pesco algo

    y la cabeza me da vueltas.-Actuamos en el acto o pierde prcticamente a la seora.-Actuemos -le dije y le ped que me explicara cmo.

    Entonces me habl con su voz grave:-La respuesta -dijo-es la internacin. La internacin.Atin a protestar:-Eso no...Recay en la voz aflautada y coment, como si estuviera

    satisfecho:

  • -La incapacidad para tomar decisiones, demostrada por laseora Diana, que no se resuelve por ningn pichicho, no espropia de gente en sus cabales.

    Para m que el profesor emple adrede la palabrainternacin. En todo caso, qued como si hubiera recibido ungolpe. No era para menos. La pobre Diana, cuando seacordaba de sus internaciones, echaba a temblar como unanimal asustado, se aferraba a mis manos y, como sireclamara toda mi atencin, toda la verdad, preguntaba:"Ahora que estoy casada no me pueden internar, no escierto?". Yo le contestaba que no, que no podan, y crea loque estaba dicindole.

    Standle sigui:-A usted le parece bien que la seora ande el santo da

    lejos del hogar?-Si no fuera ms que el santo da... -suspir.-Y buena parte de la noche. Usted la espera muy

    tranquilo? -No, no la espero tranquilo.-Mientras dure la internacin, para usted se acabaron los

    dolores de cabeza.Dios me perdone, dije:-Usted cree?-Va de suyo -contest-. Si me da el visto bueno, entro en

    contactos con el doctor Reger Samaniego.-La pobre Diana est muy nerviosa -murmur, y me sent

    mal, como si hubiera dicho una hipocresa.-A quin se lo cuenta? -respondi-. En breve plazo el

    doctor Samaniego la pone en forma. Usted sabe? A veces lollaman para consultas desde el centro! Pero mejor que no sehaga ilusiones. Puede haber una dificultad.

    -Una dificultad? -pregunt ansiosamente.-Tal vez no la reciban. En el Instituto Frenoptico del

    doctor Reger Samaniego no entra cualquiera.-Habr algn medio...-Tiene muchos pedidos. Tampoco s cunto cobra.

  • -Eso no importa -alegu.No es que yo sea rico, pero no voy a pensar en el dinero

    cuando se trata de Diana.-No se preocupe -dijo el profesor.-Muy fcil -protest con rabia.-El Instituto queda en la calle Baigorria. Aqu a la vuelta.

    Usted la visitar cada vez que tenga ganas. Maana, aprimera hora, paso a buscarla.

    Lo mir sorprendido, aunque saba perfectamente que eracompinche del doctor, porque los viernes a la noche juegan alajedrez, a la vista y paciencia del pblico, en La Curva, delvarez Thomas y Donado. Es verdad que yo saba todo estode mentas: por una de esas grandes casualidades del destino,hasta aquel entonces nunca se me haba cruzado ante losojos el doctor Reger Samaniego, con su cara de momia.

    XEl profesor Standle se levant, mientras yo me apuraba

    en pagar, para no quedar sentado, como un guarango, y creoque lo ayud con el impermeable, lo que me result de lo mstrabajoso, pues mide el animal, por lo bajo, dos metros.Cuesta creerlo, pero le repet varias veces "Gracias", porquean lo vea como un amigo y como un protector. Nada msque por la dificultad de encontrar las palabras, no le dije: "Nosabe el peso que me ha sacado de encima".

    Hasta que se fue me dur ese estado de nimo. Despusme sent, no s si me explico, sin apoyo, nada contento de ladecisin que haba tomado. Quin sabe si Standle no mehaba parecido un protector, porque no me dejaba abrir laboca para plantear mis dudas. Creo que tuve miedo, como sihubiera puesto en marcha una calamidad incalculable. Meentretuve dando vueltas por el barrio, para no llegardemasiado pronto, sobre todo para no presentarme en casacon la cara de pesadumbre y con esa rigidez en las

  • mandbulas, que no me dejaba aparentar buena disposicin opor lo menos indiferencia. Tambin quera recapacitar porqueno saba qu decirle a Diana.

    De repente grit: "No puedo hacerle eso". No podaentrar en arreglos, a sus espaldas, con un desconocido, parainternarla. Yo no me lo perdonara; ella, crame, tampoco. Seme ocurrieron planes descabellados. Proponerle que esamisma noche nos furamos a pasar una semana en un recreodel Tigre (el tiempo no era aparente) o que nos largramos aMar del Plata o a Montevideo, a probar la suerte en el casino.

    Claro que si Diana me preguntaba "Por qu noesperarnos a maana por la maana, por qu salimos enmedio de la noche, como si nos escapramos?" yo no tendracontestacin.

    No me acuerdo si le dije que mi seora es muy valiente.Desde ya que guardaba un mal recuerdo del sanatorio dondela encerraron de soltera y que la pobre contaba conmigo paraque la defendiese de cualquier mdico o practicante queasomara por casa, pero si hubiera sospechado que yo lepropona la fuga, aparte de llevarse una desilusin ydespreciarme sin remedio, por nada me hubiera seguido,aunque supiera que a la maana siguiente venan a buscarla.Lo que va de una persona a otra: hasta ese momento yo nome haba parado a considerar la posibilidad de que alguieninterpretara mis planes como un intento de fuga. Mi nicapreocupacin haba sido la de salvar a mi seora.

    Es verdad que si me apura un poco le voy a reconocerque me compromet a entregar a mi seora para no quedarmal en la conversacin. Le agrego, si quiere, un agravante.Cuando el profesor se retir de mi vista, ya no me importquedar bien o mal y me admir de la enormidad que yo habaconsentido. Pobre Diana, tan confiada en su Lucho: en laprimera oportunidad usted ve cmo la defendi. Aunque ellano me quiera tanto como yo la quiero, estoy seguro de quepor imposicin de nadie me abandonara as... La entereza y

  • el coraje de mi seora me asombran y en momentos difciles,como los que estoy pasando, me sirven de ejemplo.

    Usted apreciar hasta qu punto se equivocan los quedicen que no tuve suerte en el matrimonio.

    En casa me esperaba una sorpresa. Cuando prend la luzdel dormitorio, Diana, que ya estaba en cama, se hizo ladormida. Lo digo con fundamento, porque la sorprendmirndome con un ojo enteramente despierto. En esaperplejidad me fui a recapacitar a la cocina, donde Ceferinaandaba limpiando. Si media un disgusto con mi seora,prefiero no encontrarla, por el fastidio que le tiene.

    -Qu le pasa? -dijo, y me ceb un mate. Como si noentendiera pregunt:

    -A quin?-A quin va a ser? A tu seora. Est rarsima. A m no

    me engaa: anda en algo.

    XIA la maana, cuando vino el profesor, Diana dorma o se

    haca la dormida. Es verdad que a m mismo -aunque nopegu un ojo en toda la noche-el individuo me sorprendi.Cmo habr llegado de temprano, que todava no habacantado el gallo de Aldini.

    Mi desempeo, en la ocasin, dej que desear, porqueperd la cabeza. Yo creo que los de antes eran ms hombres.Mire qu bochorno: le pregunt a ese Juan de afuera:

    -Qu hago?Con su invariable placidez contest:-Dgale que estoy a buscarla.As lo hice y, usted viera, sin pedir explicacin corri la

    seora a lavarse y vestirse. Yo pens que tendramos pararato, porque en esos menesteres tardan las mujeres ms delo previsto. Me equivoqu: en contados minutos apareci,radiante en su belleza y con la valijita en la mano. Para m que

  • antes de acostarse ya haba preparado las cosas.Ahora doy en maliciar que tal vez el profesor la apalabr

    la vspera a la tarde, en la escuela. Vaya uno a saber quembustes le dijo. Al verla tan engaada le tuve lstima y sentodio por el profesor. En este ltimo punto fui injusto, porqueel mayor culpable era yo, que haba prometido amparo a miseora y me compliqu en la perfidia. Diana me bes y, comouna criatura, mejor dicho como un perrito, sigui a Standle.

    Ceferina dijo:-La casa qued vaca como si hubieran sacado los

    muebles.La voz, que siempre le retumba en el paladar, entonces

    retumb tambin en el cuarto. Quiz la vieja habl con malaintencin, pero expres lo que yo senta.

    Al rato empez a molestar. Se mostr demasiado atentay afectuosa, llev el buen humor a notables extremos devulgaridad y hasta canturre el tango Victoria. Yo pens conextraeza en el hecho de que una persona que nos quierepueda aumentar nuestro desconsuelo. Me fui al taller, atrabajar en los relojes.

    XIIAcabbamos de sentarnos a la mesa, la vieja Ceferina

    muy animada y con el mejor apetito, yo con la gargantacerrada, que no dejaba pasar ni el agua, cuando son lacampanilla del telfono. Atend como tiro, porque pens queera Diana, que me llamaba para que fuera a buscarla. Era donMartn, mi suegro.

    Cmo el pobre no oye bien, al principio entendisimplemente que su hija no estaba en casa. Cuando secompenetr de que la habamos internado, le juro que tuvemiedo por telfono. Aparte de que mi suegro se enoja prontoy saca a relucir un genio que impone, para ese entonces lainternacin de Diana haba asumido, incluso para m, el

  • carcter de una enormidad. Me dije que antes que don Martnse presentara en casa, yo la traera a Diana de un brazo.

    -Me voy -anunci.-Sin comer? -pregunt Ceferina alarmada.-Me voy ahora mismo.-Si no coms, te vas a debilitar -protest-. Por qu

    dejs que el viejo ese te caliente la cabeza?Me dio rabia y repliqu:-Y vos por qu escuchs las conversaciones que no te

    importan?-Entonces te calent noms la cabeza. Te orden que

    fueras a buscar a su hijita? Menos mal que a la vueltacomers a gusto, porque ser ella la que te cocine.

    Estas peleas con la vieja me desagradan. Sin contestarpalabra, sal.

    No haba llegado a la esquina cuando se me cruz elGordo Picardo. Lo comprob: cuando uno est ms afligidose topa con un fantoche como Picardo y lo que a uno lesucede ya no parece real, sino un sueo. No por eso lascosas mejoran. Uno est igualmente atribulado, pero menosfirme en la tierra.

    -Adnde vas? -pregunt.Al hablar, es notable lo que Picardo mueve la manzana de

    Adn.-Tengo que hacer -dije.Me espiaba con insistencia, disimulando apenas la

    curiosidad. Admira pensar que alguna vez lo consideramosuna especie de matn, porque ahora no solamente es el msinfeliz del barrio, sino tambin el ms flaco.

    -La vimos a tu seora esta maana -dijo-. Salitempranito.

    -Qu hay con eso? -pregunt.No s por qu recuerdo un detalle del momento: sin

    querer, yo le vea, en la manzana de Adn, los pelos malafeitados.

  • -Vas a buscarla? -pregunt.-Cmo se te ocurre? -contest sin pensar.Me dijo:-Tens que probar la suerte en el juego.-Dejame tranquilo.-Paso quinielas y redoblonas. Porque supo que tenemos

    telfono, me nombr su agente un doctor que a veces paraen La Curva. Empiezo a trabajar la semana que viene. -Hizouna pausa y agreg con inesperado aplomo-: Me gustaracontarte entre mis clientes.

    Estuve por decirle que ese trabajo no era para infelices,pero quera sacrmelo de encima, as que le promet:

    -Voy a ser tu cliente si ahora te queds ac.Recuerdo en sus ms nfimos detalles el encuentro con

    Picardo. En realidad, todo lo que sucedi despus de lahorrible noche de mi cumpleaos, lo recuerdo como si pasaraante mis ojos. Un sueo se olvida; una pesadilla como sta,no.

    XIIILa escuela de perros ocupa el terreno, espacioso pero

    irregular, donde estaba, cuando ramos chicos, el gallinero yquinta de Galache. El edificio, como lo llama el alemn, es lavieja casilla, slo que ahora est ms vieja, con la maderareseca -desde los tiempos de Galache no le habrn dado loque se llama una mano de pintura-, con algn tabln podridoy desclavado. A m siempre me admir que la quintaprodujera esos duraznos de tan buen aroma, porque todo elparaje estaba cubierto de olor a pollo. Hoy, ese olor es aperro.

    No s por qu me allegu con desconfianza. Usted dir:"Miedo a los perros". Le aseguro que no. Era una fantasa, laimaginacin de que al entrar de golpe yo iba a descubrir unsecreto que me traera pesadumbre. Pens: "Hay que jugar

  • limpio". Le refiero el detalle porque demuestra cmofuncionaba mi mente; antes de saber nada, como sipresintiera las pruebas a que me someteran, desvariaba unpoco. Pens: "Hay que jugar limpio" y me puse a golpear lasmanos. Al rato asom el profesor. No pareci alegrarse de mivisita.

    Cuando pas al despacho me pregunt:-Quiere caf?Iba a decirle que no, para plantear de una vez mi

    reclamo; pero me conozco, s que nervioso no valgo nada,de modo que le dije que s, para ganar tiempo y ver deserenarme. El alemn sali de la pieza.

    Yo no soy de los que se vanaglorian de presentiracontecimientos, pero me pregunto por qu me mostr,desde el principio, tan alterado.

    Es verdad que el hecho de entregar la seora, ms omenos por traicin, a un manicomio, basta para perturbar acualquiera. Yo me deca: "Me asusto de lo que hice", pero legaranto que maliciaba que detrs de eso haba algo todavapeor.

    En el cuartito faltaba aire. De las paredes colgabanretratos de perros enmarcados como si fueran personas yuna acuarela que representaba un barco de guerra, en cuyaproa descifr la palabra Tirpitz. El escritorio del profesor, unode esos muebles de tapa corrediza y ondulada, como hechade persiana, estaba abarrotado de papelera amarillenta. Laapart un poco, para poner su tazn de caf, una cuchara desopa y una azucarera enlozada. En el suelo, junto a la sillagiratoria, haba una caja abierta de Bay Biscuits, azul,colorada y blanca. Era una caja grande de las que usted ve enlos almacenes.

    Ahora me figuro que yo miraba esas cosas como siestuvieran vivas. Me trajo el caf en una tacita de porcelana.

    -Usted disculpe -dijo-. Aqu no tengo dos tazas iguales yno hay cuchara. Adems, quin sabe si le gusta el caf.

  • Lo mir sorprendido.-Porque no es caf -explic-. El caf es malo, excitante. El

    cereal es bueno. Quiere azcar?

    XIVFjese lo que son las cosas: el cereal me dio asidero para

    sobreponerme.-Es feo, pero no tiene importancia. -Apart la tacita-.

    Ninguna importancia.-No entiendo -dijo con gravedad.-Estoy pensando en algo muy distinto.-Est pensando en la seora.Entonces fui yo el asombrado. Le pregunt:-Cmo lo sabe?De puro astuto lo adivinaba o yo estaba tan perturbado

    que sin darme cuenta dejaba ver mis pensamientos? Noaclar nada con la contestacin:

    -Porque se arrepinti.-No hay motivo para estar satisfecho -le previne-. Usted

    hizo un dao. El que hace un dao, lo deshace.Se extendi en un discurso de tono razonable, pero que

    resultaba insolente y hasta ridculo cuando la voz, por logeneral espesa y grave, se le aflautaba. Machac, enresumen, sobre los riesgos de la enfermedad y lascomodidades del Instituto.

    -De orlo se creera que usted la meti en un hotel de lujo.En un palace.

    -No le envidia a un palace.Aadi una palabra que son como esls o algo as. El no

    entenderla me ayud a enojarme.-A mi seora, usted la saca -grit-. Usted la saca.Hubo un silencio muy largo.-Saca, saca -por fin replic mientras me daba unos

    golpecitos con la punta del dedo ndice, duro como un fierro,en la frente- nicamente saco su idea de la cabeza.

  • Lo mir. Es enorme, un verdadero ropero vestido comouna persona.

    -Si mi seora, cuando vuelva, tiene quejas, lo hagoresponsable. Trat de parecer amenazador, pero la frase mesali conciliadora. Adems, al decir "cuando vuelva", tuvemiedo de hacerme ilusiones y qued bastante desesperado.

    -Si la saca -contest- el responsable es usted. Yo no lehago esa mala jugada a la seora Diana. No me presto.

    No s por qu le tom aun ms rabia por la manera enque dijo presto. Discutimos un rato. Por ltimo, como unchico-a punto de llorar, le confi:

    -A m esta vez me da la impresin de que la perd parasiempre. Me aborrec por mostrar tanta debilidad. Standle meaconsej:

    -Si insiste por qu no habla directamente con el doctorReger Samaniego?

    -No, no -dije, defendindome.-Lo ms atinado es que usted se vuelva a casita. Ahora.Sal como sonmbulo. No haba llegado a la tranquera de

    alambre, cuando un pensamiento me alarm: "A lo mejor elhombre se confunde" me dije y razon a toda velocidad. "Nosabe que me gana en las conversaciones porque es msdespabilado. A lo mejor cree que le tengo miedo. Si cree eso,mi seora queda sin la menor proteccin". Di media vuelta,volv a la casilla, entreabr la puerta, me asom. El profesorpareca de nuevo disgustado.

    -Que mi seora no traiga quejas, porque usted y esedoctor la van a pasar mal.

    -Como abri la boca y no contest, le grit-: Si tiene algoque decir, hable.

    -No, no -balbuce-. No habr queja.De un trago se bebi ese caf que era cereal y que ya

    estara tibio. Cerr la puerta. Me fui como un triunfador, perola satisfaccin no dur mucho. Me dije: "Le doy la razn a lapobre Diana. Yo estoy miserablemente ocupado en mi amor

  • propio. Quin sabe si con estas compadradas no demoro sulibertad".

    XVCuando volv a casa ya estaba Adriana Mara. Quiero decir

    que estaba para quedarse, con chiquiln y todo. A diferencia demi suegro, se mostr afectuosa y me felicit por la actitud"valiente y oportuna". Explic:

    -Mi pap fue siempre el enemigo del manicomio. Cuandofalleci mami, jur que ya no haba en el mundo un podercapaz de internar a Diana. Mi pap no sospechaba que elmaridito era ese poder.

    Creo que sonre satisfecho, pues cualquier aprobacinretempla a quien no las oye seguido, pero cambi de nimo alentender que me felicitaban nada menos que por lainternacin de la pobre Diana. Protest como pude.

    -Lo que sucede -dijo Adriana Mara, en el tonito de quienda una explicacin completa-es que no sabs cuntaslgrimas he derramado por culpa de ese capricho de mi pap.

    -Un capricho de tu pap?-S, como os. La quiere ciegamente a Diana.Repliqu:-Diana no tiene la culpa de que la quieran.-De acuerdo. Sos muy justo. Pero vos tambin estars

    de acuerdo en que yo conozco a mi familia. Estoy cmo tedir? familiarizada con ella. La mir sorprendido y pens: "Noacabo de entender. Cuando estoy ms atribulado por laseora, descubro que la cuada tiene gracia".

    Me despert de estas divagaciones una frasecita deAdriana Mara que o con notable nitidez:

    -Yo me parezco a mami y Diana es el vivo retrato delviejo.

    Con una furia que ni un psicoanalista podr explicarme, enel acto respond:

  • -En la familia se parecen todos, pero yo quiero a Diana.-Desde chiquita -dijo-mi vida fue una lucha. Mientras las

    compaeras jugaban con muecas, yo derramaba lgrimas yluchaba. Siempre luch.

    -Qu triste.-De veras te parece triste? -pregunt con ansiedad-.

    Viuda, joven, libre, me comporto de un modo que ms deuna casada se quisiera. Alguna vez te detuviste a pensar enlo que es mi vida?

    Le contest sinceramente:-Nunca.-Mi vida es el vaco enorme que dej Rodolfo, mi esposo,

    al fallecer. Te juro por mami que nadie lo llen hasta ahora.Me sent incmodo. A lo mejor comprend, sin necesidad

    de pensar mucho, que Adriana Mara era una persona deafuera, dispuesta a entrometerse donde no lo llamaban y quereclamara toda suerte de atenciones, en momentos en queyo no peda sino comprensin y calma. Disimul como pude lacontrariedad y en busca de un pecho fraterno, como dice eltango, me largu a la pieza de Ceferina, en el fondo. En lamisma puerta se produjo el encontronazo, que no fue duro,porque Ceferina iba cargada de almohadas y de mantas, peroque me desconcert.

    Las personas que nos quieren tienen derecho a odiarnosde vez en cuando. Como si llevarme por delante la hubieraalegrado, coment:

    -No ganamos gran cosa no te parece?Aunque saba que lo prudente era callar, pregunt:-Qu te hace decir eso?-En esta casa me tuvieron siempre para hacer la cama a

    desvergonzadas.La voz le silbaba con la rabia. Le dije:-Me voy a mis relojes.Al pasar frente al bao creo que vi en el espejo a Adriana

    Mara medio despechugada. Menos mal que no la sorprendi

  • Ceferina, porque hubiramos tenido tema para rato.

    XVIMe volqu en los relojes empujado por una comezn

    misteriosa, a lo mejor por la esperanza de que el trabajo metapara los pensamientos. Cuando faltaba poco para la cena,calcul que si mantena el ritmo de actividad, para el fin desemana estaran listas las composturas prometidas para finde mes.

    Le toc el turno al Systeme Roskopf del farmacutico.Hablemos de lo que hablemos, don Francisco suelta siempre,como si respondiera a un mecanismo de relojera, sentenciasdel tipo: "Es mi crdito" o "Ya no se fabrican mquinas comostas" o, si no, la que para l resume todas lasponderaciones: "Lo hered del finado mi padre". Mientrasdesarmaba el reloj, yo pensaba: "Para no contrariar aStandle, permit que la encerraran en el Frenoptico. Por algodice Diana que los maridos, en el afn de quedar bien con elprimer llegado, sacrifican a la mujer". No me pregunte qu lepasaba al Systeme Roskopf: trabaj en esa mquina con lamente muy lejos.

    Al rato mis pensamientos y los mismos relojes se mevolvieron insufribles. Creo que nuevamente le di la razn aDiana y aun sent un rechazo por el oficio de relojero. Porqu mirar de cerca detalles tan chicos? Me levant del banco,anduve por el cuarto como un animal enjaulado, hasta quelos carillones empezaron a sonar. Entonces apagu la luz yme fui.

    Entr en el comedor, que estaba en la penumbra, con eltelevisor encendido. Crame, por un instante casi no aguantola felicidad: de espaldas, frente a la pantalla a quin veo?Usted acert: a Diana. Yo corr a abrazarla, cuando debi deorme, o adivin mi presencia, porque se volvi. Era AdrianaMara. Debo reconocer que se parece a mi seora; en

  • morena, como le dije, y con notables diferencias de carcter.Al ver que no era Diana sent contra la mujer tanto despechoque sin proponrmelo coment a media voz: "No cualquieratoma su lugar". Tranquilamente Adriana Mara me dio laespalda y sigui mirando la televisin. Entonces pas algomuy extrao. El despecho desapareci y me invadi de nuevoel bienestar. Ni uno mismo se entiende. Saba que esa mujerno era mi seora, pero mientras no le viera la cara, medejaba engaar por las apariencias. Probablemente ustedpueda sacar de todo esto consecuencias bastante amargasacerca de lo que Diana es para m. No es ms que sucabello, o menos todava, la onda de su cabello sobre loshombros, y la forma del cuerpo y la manera de sentarse?Quisiera asegurarle que no es as, pero da trabajo poner enpalabras un pensamiento confuso.

    Usted dir que Diana tiene razn, que la relojera es misegunda naturaleza, que propendo a mirar de cerca lospormenores. Creo, sin embargo que la escena anterior,insignificante si la recuerdo por separado, junto al resto de lossucesos que le refiero, adquiere sentido y sirve paraentenderlos.

    XVIIPor una hora larga me refugi de nuevo en los relojes.

    Cuando volv a la casa, Adriana Mara mostraba a Ceferina elrbol genealgico de los Irala. Se lo haba preparado, a preciode oro, el mismo pelafustn de la Rural, que les cont quedescendan de un Irala, del tiempo de la colonia. Como diceAldini, solamente a m pudo tocarme una familia tanenteramente distinta de cuanto se ve en esta poca. Mir porencima del hombro de mi cuada y al descubrir en uno de losltimos retoos el nombre Diana -figuro a su lado, unido porun guin-me conmov. Pobre, est lucida, con un flojo comoste. De pronto levant la vista y vi que Ceferina se rea.

  • Probablemente se rea de la vanidad de mi cuada, aunque talvez me sorprendi cuando yo me pasaba la mano por losojos. Para sorprender las ridiculeces ajenas la vieja es cornoluz.

    Un hecho pareca evidente: en mis tribulaciones ms mevala no pedir comprensin a las mujeres que tengo cerca.Ceferina tom un aire de suficiencia, de preguntar "No te lodeca?" A m me gustara saber qu me echaba en cara lavieja. Yo no me cas con mi cuada, sino con mi seora.Usted me dir: "Es bien sabido, uno supone que se casa conuna mujer y se casa con una familia". Le aclaro que si fueranecesario yo me casara de nuevo con Diana, aunque debierallevar a babuchas a Adriana Mara, a don Martn y a Martincito.Por cierto, en aquellos das lament de veras que la cuadafuera tan igual a mi seora.

    A cada rato la confunda, lo que me sobresaltaba con lailusin de tenerla de regreso a Diana. Me deca: "Voy a ponermi voluntad en que no me engae otra vez". Crame, en misituacin, no conviene una persona parecida en la casa,porque todo el tiempo le recuerda a usted la ausencia de laverdadera.

    A lo mejor ya le cont que soy un poco manitico; noaguanto, por ejemplo, el olor a comida en la ropa ni en elpelo. Diana siempre me embroma, me dice que tal vez no meinteresen los antepasados, pero que tengo delicadezas denio bien. Vaya uno a saber qu guisaba esa tarde Ceferina;lo cierto es que usted haca de cuenta que tomaba su baoturco en el vapor del ajo. Deb de quejarme, porque AdrianaMara me pregunt:

    -Te molesta el olorcito? A m me da un hambre! Siquers, venite a mi pieza.

    Antes de salir mir para atrs. Ceferina me guiaba unojo, aunque sabe perfectamente que a m no me gusta que lagente piense disparates. La contrariedad se me habr visto enla cara, porque Adriana Mara me pregunt con la mayor

  • preocupacin:-Qu le sucede al pobrecito? -apoy las manos en mis

    hombros, me mir fijamente, sin titubear cerr la puerta deuna patada e insisti con una voz muy cariosa -Qu lesucede?

    Yo quera librarme de sus brazos y salir de la pieza,porque no saba qu decirle. No poda mencionar el guio deCeferina sin reavivar el encono entre las dos mujeres y a lomejor sin dar a entender que desaprobaba, como una falta detino, el hecho tan inocente de cerrar la puerta. De modo queno alegu el motivo del momento, sino el de toda hora. Obras en la inteligencia de asegurarme la simpata de mi cuada.

    -Me pregunto si no es una barbaridad -murmur.Deb de estar plido, porque se puso a fregarme como si

    tratara de excitar, en todo mi cuerpo, la circulacin de lasangre.

    -Dnde est la barbaridad? -exclam, de lo mscontenta. -Vos cres que fue indispensable?

    -Que fue indispensable qu?Pronunci por separado cada palabra. Pareca una boba.-Encerrarla en el Frenoptico -aclar.No entiendo a las mujeres. Sin causa aparente, Adriana

    Mara pas de la animacin al cansancio. Un doctor que lavea a mi seora me dijo que eso ocurre cuando baja degolpe la presin de la sangre. Ahora mi cuada parecapostrada, aburrida, sin nimo para hablar ni para vivir. Yoestaba por aconsejarle que se vigilara la presin, cuandomurmur, tras visible esfuerzo:

    -Es por su bien.-No estoy seguro -contest-. Quin sabe lo que sufre la

    pobrecita, mientras nosotros hacemos lo que se nos da lagana.

    Ri de un modo extrao y pregunt:-Lo que se nos da la gana?-Una internacin, che, te la regalo.

  • -Ya pasar.-No hay que llamarse a engao -insist-. La pobrecita est

    en un manicomio.En un tono que me cay bastante mal, replic:-Dale con la pobrecita. Otras no tienen la suerte de que

    les paguen un manicomio de lujo.-Un manicomio es un manicomio -protest.Me contest:-El lujo es el lujo.Yo haba concebido la esperanza de entenderme con ella,

    de que fuera una verdadera hermana en mi desolacin, perousted ve las enormidades que deca. Me reservaba, todava,una sorpresa. Cuando un reloj de cuco empez a dar lasocho, se retorci como si algo la sacara de quicio y gritdestempladamente:

    -No vuelvas a cargosear con esa mujer.Como lo oye: a su propia hermana la llam esa mujer.Sin contestar palabra sal del cuarto. Adriana Mara deba

    de estar furiosa, porque levant la voz muy claramentemascull "podrida", "hasta cundo", "qu le ver". No me dipor enterado y me alej.

    En el corredor tropec con Ceferina, que inmediatamenteme pregunt:

    -As que no le hiciste el gusto?En un arranque de rabia respond:-Esta noche no ceno en casa.

    XVIIINo es por agrandar las cosas, pero le aseguro que en una

    situacin como la ma, sin un confidente que me escuche yme aconseje, la soledad se vuelve ingrata. Dgame a quinpoda yo recurrir para desahogarme. Por motivosincomprensibles, mi cuada haba tomado entre ojos a Diana.Ceferina, para qu engaarse, nunca la quiso. El chiquiln era

  • un chiquiln. Mi suegro -el pobre no estaba menos contrariadoque yo-me echaba la culpa de la internacin y me aborreca.Recuerdo que reflexion: "Si por lo menos tuviera un perro,como el rengo Aldini, podra conversar de mis penas yconsolarme. A lo mejor si le haca caso a Diana, cuandoclamaba por comprar uno, hubiera evitado desgracias".

    No bien sal a la noche lament el arranque de rabia y mepregunt qu hara con mi persona. Menos mal que en mediode tanta desventura no haba perdido enteramente ladisposicin para comer, porque acodado en una mesa, encualquier fonda, uno pasa el rato ms entretenido que dandovueltas por la calle.

    Quiz porque haba pensado en Aldini, lo encontr en LaCurva. Yo no vea otra explicacin. Alguna vez Diana me hizonotar que el hecho es bastante comn.

    -Vos aqu? -pregunt.Aldini estaba solo, frente a un vaso de vino.-Tengo a la seora enferma -contest.-Yo tambin.-Despus dicen que no hay casualidades. Elvira, si me

    quedo en casa, no entra en razn y me prepara la cena. Paraque no haga desarreglos le ment.

    -No digas.-Le invent que los amigos me invitaron a cenar. No me

    gusta mentirle.Yo le dije:-Te invito, as no le has mentido.-Cenamos juntos. No tens por qu invitar.Trat de explicarle que si no lo invitaba habra mentido a

    la seora, pero me enred en la argumentacin. Pedimosguiso.

    -Nunca pens que te encontrara en La Curva -asegursinceramente.

    -Despus dicen que no hay casualidades -contest.-Casualidades? -pregunt- Qu tienen que ver las

  • casualidades?-Los dos en La Curva. Los dos con la seora enferma.Reconoc:-Tens razn.Es inteligente Aldini. Repiti varias veces:-Los dos con la seora enferma.-Uno anda desorientado -observ.Como tardaban con el guiso, vaci la panera. A la altura

    de mi nuca alguien habl:-No le hagan caso al hipocritn ste -me volv; era el

    Gordo Picardo, que me apuntaba con el dedo y que deca-:De contrabando meti en la casa a la cuada, que es el vivoretrato de la seora.

    Gui el ojo (como Ceferina, un rato antes), no esper aque lo invitramos, tom asiento, pidi una porcin de guisoy con aire de gran personaje dio sus dos o tres pitadas alcigarrillo medio aplastado que Aldini haba dejado en elcenicero.

    Desde los billares avanz a nuestra mesa un seor rubio,cabezn, de estatura por debajo de la normal, fornido en sutraje ajustado. Entiendo que estaba peinado con gomina ypareca muy limpio y hasta lustroso. A la legua usted notabaque era de los que se manicuran en las grandes peluquerasdel centro. Con apuro el Gordo Picardo lo present:

    -El doctor.-El doctor Jorge Rivaroli -aclar el individuo-. Si no es

    inoportuno los acompao.Picardo le arrim una silla. Como si nos faltara el tema

    hubo un largo silencio. Yo segua comiendo pan.-El tiempo se muestra variable -opin el doctor.-Lo peor es la humedad -respondi Aldini.Picardo me dijo:-Prometiste que ibas a interesarte, a lo mejor, en

    redoblonas.-No juego -contest.

  • -Bien hecho -aprob el doctor-. Hay demasiadainseguridad en este mundo para que todava agreguemos unjuego de azar.

    Picardo me mir ansiosamente.-Vos prometiste -insisti.Lo disuadi el doctor:-No hay que aburrir a la gente, Picardito.-Y para beber, seores? -pregunt el patrn, don Pepino

    en persona, que se larg a nuestra mesa en cuanto vio aRivaroli.

    -Para todo el mundo Semilln -orden el doctor-. Tinto,se comprende.

    Prefiero el vino blanco, pero no dije nada.-Medio sifn de soda -agreg Aldini.Aunque infeliz a ms no poder, Picardo no deja de ser

    avieso.-El seor tiene a la seora enferma -explic,

    sealndome-pero que no se queje, porque meti en casa ala cuada que es igualita.

    -No es lo mismo -protest.Todos se rieron. Con la respuesta yo daba entrada a la

    discusin de mis intimidades, lo que me desagradabaprofundamente.

    Picardo coment:-Apuesto que en la oscuridad la confunds con tu seora.

    Por algo dicen que en boca de los locos se oye la verdad.-A m -observ pensativamente Aldini, y yo le agradec

    que distrajera la atencin hacia l-en la luz de la tarde mepasa una cosa bastante rara. Si la cuento se van a rer.

    Por lealtad le aconsej:-No la cuentes.-Por qu no la va a contar? -pregunt el doctor y sirvi

    una vuelta de Semilln-. Entiendo que estamos entre amigos.Aldini confes:-Tal vez porque la vista se me nubla, cuando hay poca

  • luz, veo a mi seora ms linda, no s cmo decirles, como sifuera joven. Una cosa bastante rara: en esos momentoscreo que es como la veo, la muchacha que fue cuando joveny la quiero ms.

    -Y si te calzs los anteojos? -pregunt Picardo.-Qu quers, aparecen detalles que ms vale pasar por

    alto.-No te reconozco -dije-. Generalmente no pecs de

    indiscreto.-Bueno, che -protest-, un da puedo estar medio alegre.Hablando engoladamente apunt el doctor:-El seor es un enamorado de la belleza.Picardo me seal con el dedo.-se tambin. Si no me cree, doctor, pregunte por el

    seor y la cuada que tiene. Mandan fuerza.-No molestes, Picardito -amonest el doctor.-Yo no hincho -protest Picardo-. A que no sabe, doctor,

    qu le pasa al pobre sujeto? En contubernio con un alemnque ensea a los perros meti a la seora en el loquero yahora est arrepentido.

    El doctor me pidi sinceramente:-Tmelo como de quien viene. Usted sabe, adems, que

    Picardito no es malintencionado.-Mire -le contest-, no hago caso, porque lo conozco a

    Picardo; pero de que es malintencionado no le quepa duda.-La mala entraa le sale del alma -me apoy el mozo,

    mientras ofreca otra vuelta de guiso.Picardo insisti:-Ahora anda como alma en pena, porque se arrepinti y

    quiere sacarla del loquero.Cmo se habr enterado? Mi eterna prdica: en el

    pasaje toda noticia de algn modo se filtra.-Perdone que me inmiscuya -dijo Rivaroli- Puedo

    preguntar algo?Francamente, yo no quera que el individuo se mezclara

  • en mis asuntos. Por no encontrar la manera de decir que no,dije que s.

    -Nadie mejor para darte una mano, si realmente querssacar a la seora -observ Picardo.

    Yo deba de estar bastante nervioso, porque fue unaenormidad lo que esa noche com de guiso y de pan, sincontar que me pas con el Semilln.

    -Motivaciones de tica profesional me inducen asometerle una pregunta -aclar el doctor-. Usted recuerda siha extendido la autorizacin pertinente?

    -Pertinente?-Para la internacin de su cnyuge.-Yo no firm nada -contest.-Se port -me dijo-. Nunca se firma nada. Sabe si la

    seora dio su autorizacin por escrito?-No, eso no s.-Si no la dio, tenemos el punto de apoyo y actuamos.

    Trajeron la cuenta.-Yo pago -dijo el doctor.-No, yo pago -repliqu- lo de Aldini y lo mo. Con

    entusiasmo coment Picardo:-Ya vers cmo el doctor los hace bailar en la cuerda

    floja. No aclar a quines.-Estoy a su entera disposicin -me asegur el doctor

    mientras salamos-. En el momento competente me lodespacha a Picardito, para que me avise. Le garanto que lesalgo ms barato que la internacin con la ventaja de tener ala seora en casa.

    Como haba empezado a lloviznar, el doctor se ofrecipara llevarnos en el coche. Aldini y yo no le permitimos que semoleste porque despus de tanta sociabilidad estar a solasentre amigos es verdadero descanso. Nos encaminamos alpasaje. La llovizna se converta en aguacero, la renguera deAldini demoraba la marcha, la ropa se empapaba y llegu apreguntarme si ms no hubiera valido aceptar la invitacin de

  • Rivaroli. Debajo de una cornisa esperamos que pasara elchubasco. Aldini, de pronto, me dijo:

    -No te metas con abogados. Te van a sacar hasta lasplumas.

    -Hay que ser justo -contest-. En un punto le doy larazn a Picardo. Si quiero que me la devuelvan a Diana, nodebo poner dificultades.

    -Me pregunto si la conversacin de esta noche no tecompromete. Es una pregunta.

    -No le dije que s.-Ni que no. A un bicho como se, mejor no tenerlo como

    enemigo. Tampoco a los del loquero.-Bueno, che, hay que elegir. Si quiero sacarla, con alguien

    voy a quedar mal.-Vos cres que tu seora le habr dado la autorizacin al

    alemn?-Por qu iba a drsela?-No s. Pregunto.-Pregunts por algo.La lluvia par un poco, as que seguimos la marcha, Aldini

    resuelto a caminar despacio, yo tirndolo de un brazo, lo queera increblemente cansador. Cuando cruzamos la calle, elrengo se neg a saltar el agua, o no pudo, y se moj hastalas pantorrillas. Observ reflexivo:

    -Si despus resulta que la firm, quin sabe lascomplicaciones en que te mete el abogado.

    -Vos cres?-Calumnia o lo que sea -tras un silencio, agreg-: No me

    gustara tener de enemigos a los del loquero.Habamos llegado al pasaje. Las cavilaciones de Aldini me

    haban aburrido.-Y, che, con alguien voy a quedar mal -coment-. Ahora

    me voy a la cucha, porque me caigo de sueo.-Feliz de vos. Yo todava tengo que pasear a Malandrn,

    amn del tecito que habr que prepararle a Elvira.

  • En casa todo el mundo estaba con la luz apagada. Porculpa del guiso pas la noche soando pesadillas y disparates.

    XIXSi le cuento que a la otra maana Ceferina me trat con

    notable consideracin a lo mejor no me cree. Sin embargo ledigo la pura verdad. Por algo repite don Martn que el humorde la mujer es tan variable como el clima de Buenos Aires.

    Estbamos mateando cuando le dije a Ceferina:-Si viene algn cliente, hasta la tarde no estoy en el taller.Ceferina coment con mi cuada:-Como lo oste: ahora se pasa la maana afuera.Haca de cuenta que yo no estaba ah, pero usted no

    vaya a suponer que habl con desprecio. A la legua se lenotaba el tonito de admiracin y desconcierto. Jurara,adems, que las dos mujeres no estaban tan enemistadascomo de costumbre. Quin las entiende?

    -Dnde vas? -pregunt Adriana Mara.-Vuelvo a almorzar -contest.Se miraron. Casi les tuve lstima.Como el tiempo haba cambiado, camin con ganas, de

    modo que llegu bastante pronto a las inmediaciones delInstituto Frenoptico. Le confieso que me recost contra laverja de la Clnica de Animales Pequeos, porque a la vista delInstituto el coraje empez a flaquear; yo no tema por m.Desconfiaba de mi habilidad para argumentar y paraconvencer y me preguntaba si con la visita al director noempeorara la situacin de Diana; si todava la pobre nopagara mis torpezas y desplantes.

    Es claro que al temer por Diana, tema por m, porque nopuedo vivir sin ella. Creo que la misma Diana me dijo una vezque todo amor, y sobre todo el mo, es egosta. Por otraparte, si yo no le hablaba a Samaniego, me expona a que elda de maana Diana me reprochara: "No sacaste la cara por

  • m".Como pude, templ el nimo, cruc la Baigorria y llam a

    la puerta del Instituto. Un enfermero me hizo pasar aldespacho del doctor Reger Samaniego, donde, despus deesperar un rato, me recibi personalmente su ayudante, eldoctor Campolongo. Se trata de un individuo de cara afeitada,muy plida y redonda, tan peinado que usted supone queech mano a comps y regla para distribuir los pelos.

    Primer detalle que no me gust: en cuanto me tuvo ah,cerr la puerta con llave. Haba otra puerta que daba adentro.

    Le podra inventariar ese despacho que mientras viva noolvidar. A la derecha descubr uno de esos relojes de pie, demadera oscura, marca T Dereme, que si usted les brinda laatencin que merece toda mquina son, por lo general,puntuales. El del Instituto estaba parado a la una y trece,desde quin sabe cundo. A la izquierda haba un ficherometlico y una pileta de lavar, con su repisa, donde divisvarias jeringas para inyecciones. En el centro estaba elescritorio, con un recetario, algunos libros, un telfono, untimbre en forma de tortuga con el caparazn de bronce. Elescritorio era un mueble de madera negra, muy labrada, conuna guarda de cabecitas con expresin y todo, un trabajo demrito, pero que me repela un poco, porque deba de traermala suerte. Haba tambin sillones, con el respaldo y elasiento en cuero repujado, muy oscuro y con las mismascabecitas de la mala suerte. En la pared del fondo, entrediplomas, haba un cuadro con personajes trajeados contnica y casco.

    Me dijo Campolongo:-Va a tener que perdonar al doctor Regel Samaniego. No

    puede atenderlo. Est en el quinto.-En el quinto?-S, en el quinto piso. En ciruga.-No saba -le contest, para ocultar mi contrariedad-que

    ustedes hicieran operaciones.

  • -La ciruga -me explic satisfecho-hoy por hoy enriqueceel arsenal de la teraputica psiquitrica de avanzada. En qupuedo serle til, seor Bordenave?

    -Vena por noticias de mi seora.Campolongo abri un cajn y se puso a revisar fichas, lo

    que le llev un tiempo que me pareci interminable. Por fin,dijo:

    -Las noticias, grosso modo, son buenas. Yo dira que suseora responde favorablemente al tratamiento.

    Para no precipitarme, porque el prximo paso eradecisivo, le hice una pregunta de relleno:

    -Qu significa ese cuadro?-Un motivo romano. El doctor Reger Samaniego se lo

    explicar. Creo que es un rey con su mujer.Armndome de coraje, aprovech la coincidencia y

    pregunt:-Usted cree, doctor, que yo podra ver a la ma?Sin apresurarse, Campolongo guard las fichas, cerr el

    cajn y me dijo:-En este caso particular, la visita de cualquier persona

    allegada a la enferma me parece poco recomendable. Desdeluego, no excluyo la posibilidad de que el doctor RegerSamaniego opine de otro modo y acceda, estimado seorBordenave, a su amable pedido.

    -Si le parece lo espero al doctor.-Mucho me temo que no pueda verlo.En resumen, con su aire amistoso, haba dicho que no

    primero y enseguida, para engaarme, que tal vez y porltimo que no. Cuando uno se ha hecho la ilusin de ver a unapersona que extraa, si le dicen que no la ver, la congoja esmuy grande. Sobreponindome a medias, le pregunt:

    -Se halla usted en condiciones de adelantarme una fechaaproximada de la vuelta a casa de mi seora? .

    Campolongo me asegur:-Al respecto no puedo contestar, ya que todo depender,

  • y usted lo entiende perfectamente, de cmo la enfermaresponde al tratamiento.

    -Debo resignarme -le pregunt- a volver a casa con lasmanos vacas?

    Con un aire de cortesa extrema, Campolongo sonri y seinclin.

    -Correcto -dijo.A lo mejor pensaba que yo estaba muy conforme.-Lo que sucede -le previne-es que no me voy a resignar.Me mir sorprendido.-Tendr que hablar con el doctor Reger Samaniego.-Cundo? -pregunt.-Cuando el doctor lo reciba.-Mientras tanto queda mi seora encerrada y yo no la

    veo.-No se ponga nervioso.-Cmo no me voy a poner nervioso? Yo cre que mi

    seora no estaba presa.-Est enferma.-Yo no saba que el sanatorio fuera una crcel.-No se ponga nervioso.-Si me pongo nervioso me mete adentro?Pens: "Por lo menos la tendr ms cerca a Diana".Campolongo se levant del silln, rode el escritorio

    suavemente, como si yo durmiera y l no quisieradespertarme y se arrim a la pileta de lavar. Mientras tantorepeta de manera mecnica:

    -No se ponga nervioso.Hablaba como quien trata de serenar y entretener a un

    chico enfermo o a un perro.-Si me pongo nervioso, me aplica una inyeccin? Un

    calmante? Pobre de usted. Le clausuro el local.Campolongo se detuvo a mirarme. Sospecho que mis

    palabras lo enojaron, por el modo en que dijo:-No amenace.

  • -Y usted qu se ha credo? Que me va a decir lo quetengo que hacer y lo que no tengo que hacer? Vaya sabiendoque mi abogado est perfectamente al tanto sobre estavisita. Si no llamo al medioda, acta.

    -Un abogado? Quin es?-A su debido tiempo sabr quin es.-No se ponga as.-Cmo quiere que me ponga?-Le sugiero que fije una entrevista, para hoy o maana,

    con el doctor Reger Samaniego. A lo mejor lo deja ver a laenferma.

    Porque ya no esperaba nada, tom esas palabrasconciliadoras, como la rendicin incondicional. Para estarseguro pregunt:

    -Me habla sinceramente?-Cmo no voy a hablar sinceramente?-Usted cree que Samaniego me dar permiso?A m mismo la pregunta me pareci bastante servil.

    Campolongo recuper el tono de superioridad.-Mi buen seor -dijo-eso ya lo veremos. Yo le expuse mi

    opinin de profesional probo. Si el doctor Reger Samaniegoresuelve otra cosa, no soy yo quien va a oponerse. El doctorsabe lo que hace!

    -Por mi parte le aconsejo que arreglen el reloj -seal elT. Dereme-. Un reloj que no camina causa mala impresin.Uno piensa: Aqu todo marcha igual.

    Qu gano con decir impertinencias que la gente noentiende? Campolongo me escuch impvido, quiz furioso,pero ya se haba dado el gusto de negrmela a Diana y dellamarme, encima, su buen seor. Retom el camino de casacon el nimo por el suelo.

    XXCuando llegu, Adriana Mara andaba ocupada en la

  • limpieza, Martincito no haba vuelto de la escuela ni Ceferinadel mercado. Entr en mi cuarto, me envolv en el ponchoazul y negro que Ceferina me regal para el casamiento y metir en la cama. La temperatura estaba en franco descenso otal vez el disgusto en el Frenoptico me haba destemplado.

    Al rato, sin golpear la puerta, entr Adriana Mara. Mesorprendi, porque ahora estaba de entre casa, realmente enpaos menores, lo que en una maana como esa resultabaincomprensible.

    -No te vas a resfriar, che? -le pregunt.-La casa est caliente y qu quers? todava tengo la

    sangre joven.-Qu va a estar caliente -repliqu-. Andar ventilndote no

    tiene sentido.Adriana Mara resopl, se dej caer en una silla, entre la

    cama y la ventana, y me miraba con expresin de curiosidad.-Qu te pasa? -pregunt.-Nada -le dije.-Ests enfermo?-Cmo se te ocurre? Estoy perfectamente.-Te cansaste?-Un poco. La que est con aire decado, triste, si se

    quiere, sos vos -le dije-. Te pasa algo?-Estoy con cuidado porque el chico todava no volvi de la

    escuela -dijo. Sonri y me pregunt en un tono distinto-:Soy una pesada? Te aburro?

    -Te aseguro que no.La mir para que me creyera y me encontr con un

    cuadro de sofocacin: tirada sobre la silla, con las piernasabiertas, descompuesta, despechugada, estaba tan rara queme asombr su voz, perfectamente normal, cuando mepregunt:

    -Lo que ahora menos deses en el mundo es unamujer?

    -Por qu lo decs?

  • -Fijate que no te culpo. Sabs una cosa? Yo tambintengo sangre torera.

    Me senta mal, estaba tristsimo, pensaba en mi seora,que no vera hasta quin sabe cundo y esta mujer, con esafacha, me deca disparates que no tenan la menor ilacin.

    Le asegur:-No tengo sangre torera.Era intil protestar. Adriana Mara me pregunt:-No ser mejor lo que tens en casa?Iba a decirle francamente que no entenda, cuando abr

    los ojos, por curiosidad o por miedo. El espectculo no eratranquilizador. Con la respiracin entrecortada, agitndose deun lado para otro, mi cuada me trajo a la memoria alGaucho Asadurin, en el cuadriltero del Luna Park, segundosantes de emprender el ataque. Al revolver la cabeza, como sile faltara el resuello, debi de sorprender algo a travs de laventana, porque se par a toda velocidad. Yo me acurruquinstintivamente, pero Adriana Mara ya estaba fuera del cuartoy me gritaba por lo bajo:

    -Martincito! Martincito!Usted se reir si le cuento que en el silencio de la pieza o

    el golpeteo de mi corazn. Por ltimo atin a consultar elCronmetro Escasany. El chico haba regresado de la escuelacon una puntualidad encomiable. Toda esa alharaca delcuidado porque no vena resultaba, pues, injustificada.

    No tuve tiempo de acomodar la mente a mispreocupaciones, porque otra visita apareci en el cuarto,nada ms que para mortificarme. Era el chiquiln. Como sumadre, antes de entrar, no pidi permiso. Todos los Irala separecen, pero Diana es la reina de la familia.

    El chiquiln se plant en medio de la pieza, de brazoscruzados, tenso, furibundo, extraordinariamente quieto.Parado as, con su delantal, que le queda largo, porque lamadre prev un tirn de crecimiento que no se produce, merecordaba no s qu lmina de un general en el destierro,

  • mirando el mar. Martincito me miraba a m, con aire severo,casi amenazador y desde arriba, lo que le costaba trabajo,porque si no me equivoco, l parado y yo en la cama, somosde la misma altura. Como si no se contuviera, daba un pasitode vez en cuando y trastabillaba en el apuro de retomar larigidez. Creo que produca una especie de zumbido. Empec acansarme de tenerlo a mi vista y paciencia, de modo que ledije:

    -Che, parecs una estatua.En realidad pareca un monito rabioso, cuando se arrim a

    la cama, como si quisiera atacarme, y de un rpido manotnme arranc el poncho, que alete en el aire como unpajarraco azul y al caer me envolvi de oscuridad. No sabe loque luch para desenredarme. Cuando por fin saqu lacabeza, lo encontr a Martincito completamente cambiado,nada amenazador, ms bien hundido de hombros. Abra laboca y me miraba con desconcierto.

    -Ya me tiene cansado tu pantomima -le dije.Salt de la cama, lo tom de un brazo y lo puse afuera.

    No bien lo solt, se volvi para mirarme con la boca abierta.Por si acaso yo tambin me mir, porque recordaba

    pesadillas en que uno se cree vestido y de pronto seencuentra desnudo. Yo estaba despierto, con el trajearrugado pero decente.

    XXIComo tena hambre, fui a la cocina, a buscar un pedazo

    de pan. Sal a la vereda, para estar solo, pero lo encontr alrengo Aldini, estacionado con el perro. No vaya a creer queme disgust; las que tienen cansado son las dos mujeres. Elsol reconfortaba.

    -Dame un pedazo de pan -dijo Aldini.Mascamos en perfecto silencio. Al rato no pude

    contenerme recorr con lujo de detalles la conversacin con el

  • doctor Campolongo.-El mdico me dijo que mi visita poda hacerle mal a

    Diana. Vos cres en ese disparate?-He odo que la visita de los allegados hace mal a estos

    enfermos.-Che, me parece que yo no soy un allegado -respond con

    legtima suficiencia.-Yo que vos no le dara pie a Rivaroli para que se meta.-Y a Reger lo llamo por telfono?-Ms pan -dijo Aldini y extendi la mano.Comi pensativamente. Insist:-Lo llamo?-No -dijo-. Yo me aguantara.-Muy fcil, aguantarte. No es Elvira la que est encerrada.-Te doy la razn -concedi- pero no te conviene llamar a

    Reger.-Por qu?-Porque si lo llams, el juego est sobre la mesa y a lo

    mejor tens que actuar.-Cmo?-Ah est lo que no sabemos. Por eso, mejor no llamarlo.-Tengo ganas de llamarlo.-Si no consegus que te atienda o si te dice redondamente

    que no, te ves en la triste necesidad de recurrir al abogado,para que no te lleven por delante los mdicos.

    -Vos cres que si no hago nada la protejo a Diana?-Claro. Si no llams, no saben qu ests preparando y se

    apuran a devolverla, para ponerse a cubierto.Aldini siempre descoll por la inteligencia.A gritos las mujeres me dijeron que se enfriaba el

    almuerzo.

    XXIIA la tarde me refugi en el taller, donde me sobraba el

  • trabajo, porque en esos das me trajeron una enormidad derelojes. Con la plata ganada yo le hubiera brindado a Diana lavida de lujo que ella no se cansaba de reclamar, pero elmiserable dinero entraba cuando mi seora no podaaprovecharlo.

    Lo de siempre: bast que me dispusiera a calentar elagua del mate, para que llamaran a la puerta. Apareci unseor de edad, escoltado por dos peones que traan, en unaespecie de camilla hecha de palos, el reloj de la fbricaLorenzutti. Me explic el seor que l era el capataz, que elreloj no andaba desde haca aos y que ahora lo quera, enperfecto funcionamiento, para una fiesta que daban eldomingo. Le dije que lo llevara a otro relojero, que a mfrancamente me sobraba el trabajo (lo que una vez dicho mepareci una soberbia de las que pueden traer mala suerte). Elcapataz no cedi un punto y me pregunt de un modo queme result desagradable:

    -Cunto me pide por el reloj para el sbado?-No se lo tomo por cincuenta mil pesos -le dije, para darle

    a entender que lo rechazaba de plano.-Trato hecho -contest.Antes que yo protestara, se haba ido con los peones.No me qued otro remedio que pasar a la mesa de al

    lado el trabajo que tena sobre la mesa de compostura ydesarmar l reloj de la fbrica. En una amarga corazonadame pregunt si todo el dinero que porfiaba en llegar con esaabundancia no sera por ltimo intil. Una ansiedad prolongadalo aflige al hombre con supersticiones y cbulas.

    Ya haba puesto el agua a calentar, cuando llamaron denuevo a la puerta. Recuerdo que me pregunt si ahora metraeran el Reloj de los Ingleses. Era Martincito, que vena conun libro.

    -Regalo de abuelo, porque saqu buenas notas. Quieroque lo leas.

    -Tengo que desarmar este reloj.

  • -Qu pedazo de reloj!-El que est en la Torre de los Ingleses.Martincito lo miraba deslumbrado, mientras

    distradamente paseaba las manos alrededor de los relojes dela otra mesa. Pens que no tardara en tocarlos.

    -Cuidado con los relojes de los clientes -le previne.Si le doy su merecido, aunque el chico se haya portado

    mal, Diana, cuando vuelve, no me perdona, porque lo quierecomo si fuera su hijo. Volvera Diana? Si estaba distrado,contaba con su regreso, pero si me pona a pensar, no estabaseguro.

    -A m me parece que no es un libro para varones. Abuelo,que es el gran tacao, a lo mejor ya se lo regal a mam y ata Diana cuando eran chicas.

    -Por qu decs que no es un libro para varones?-Hay un prncipe transformado en animal. Si consigue que

    una chica lo quiera, vuelve a ser prncipe.-No digas -le dije.Me dijo que si no crea lo leyera. Le promet hacerlo.

    Insisti:-Empez ahora.Tuve que obedecer. Confieso que el libro me interes

    bastante, porque el animal por ltimo consigue que unaseorita lo quiera y vuelva a ser prncipe.

    -Me gusta.-Por qu ments? -pregunt.-No miento. Te juro que yo tambin era una bestia hasta

    que la conoc a tu ta Diana.Me tena irritado, porque volva a pasear los dedos entre

    los relojes. Yo saba que pensaba en otra cosa pero, aldescubrir cul era, qued sorprendido. Me dijo:

    -Mam es mala. No la quiere a ta Diana. Yo la quiero.Por poco se me cae de las manos medio reloj de

    Lorenzutti.-La quers a Diana? -le pregunt.

  • -Ms que a nadie. Quin no la va a querer?-Yo tambin la quiero.-Ya s. Por eso vos y yo tenemos que ser amigos.Deca la verdad Martincito. En aquel momento yo le

    hubiera ofrecido el Systeme Roskopf del boticario, para quejugara.

    -Tenemos que ser amigos -le dije.Mir para todos lados y me pregunt:-Te anims a firmar un pacto con tu sangre?-Es claro que s.-Tengo que decirte algo.-Decilo.-No le vas a contar a nadie en el mundo lo que te diga?-A nadie en el mundo.-Tampoco a mam? -Tampoco.-No le hags caso a mam, porque todo el tiempo quiere

    separarte de ta Diana.-Nadie me va a separar de tu ta Diana.-No le vas a hacer caso a mam? Jurame. Yo jur.

    XXIIIA la noche varias veces pas frente a mi puerta Adriana

    Mara en paos menores. De pronto no me contuve. Melevant y la llam, con un dedo sobre los labios, para indicarleque no hiciera ruido. Vino en el acto. Mirndola de tan cercapoda imaginar que era mi seora.

    Le dije:-Te pregunto una cosa?Me dijo que s. Cuando yo estaba por hablar, puso un

    dedo sobre los labios, para indicarme que no hiciera ruido, metom del brazo, me llev hasta el centro del cuarto, fue enpuntas de pie a cerrar la puerta, volvi y me mir de un modoque, sinceramente, me dio la seguridad de que nosentendamos.

  • -La vieja -explic- tiene odo de tsico. Decime lo quequieras. Anmate.

    Me anim y le dije:-Vos cres que si yo la visito, le hago mal a Diana?