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DON JUAN MANZANO (1911-2004) Por RAMÓN MARÍA SERRERA CONTRERAS Quiero iniciar esta mi plimera intervención pública en la Real Academia de Buenas Letras agradeciendo a su Director y a sus miembros que hayan propuesto mi nombre para intervenir en esta sesión, todavía en mi condición de Académico electo, por dos razones. En primer lugar. por compartir cartel con dos perso- nas extraordinariamente queridas, los profesores Enriqueta Vila y José Luis Camellas. Y en segundo lugar, porque participo en una sesión en la que rendimos homenaje póstumo a tres Acadé- micos de Honor de esta Casa que fueron para grandes maes- tros y -a pesar de la diferencia de edad- también grandes amigos: don Juan Manzano y Manzano, don Antonio Domínguez Ortiz y don Guillermo Lohmann Villena. Y quiero agradecer también a los académicos profesores Morales Padrón, Clavero Arévalo y Oli- vencia que hayan permitido que fuera yo la persona designada para glosar la figura de don Juan Manzano. Ellos lo trataron más que yo en la vida académica, compartiendo con él claustro do- cente durante muchos años en la Universidad Hispalense, y en el caso de los dos últimos en la propia Facultad de Derecho. Don Antonio Domínguez Ortiz fue, en el mejor y macha- diano sentido de la palabra, un hombre bueno. Con su semblante de hidalgo español del Siglo de Oro, trabajé con él en proyectos editoriales, cursos y ciclos; tuve el honor de que en 1990 prolo- gara uno de mis libros; me encomendó que escribiera toda la América de los Austrias para su monumental Hi storia de Espm1a

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DON JUAN MANZANO (1911-2004)

Por RAMÓN MARÍA SERRERA CONTRERAS

Quiero iniciar esta mi plimera intervención pública en la Real Academia de Buenas Letras agradeciendo a su Director y a sus miembros que hayan propuesto mi nombre para intervenir en esta sesión, todavía en mi condición de Académico electo, por dos razones. En primer lugar. por compartir cartel con dos perso­nas extraordinariamente queridas, los profesores Enriqueta Vila y José Luis Camellas. Y en segundo lugar, porque participo en una sesión en la que rendimos homenaje póstumo a tres Acadé­micos de Honor de esta Casa que fueron para mí grandes maes­tros y -a pesar de la diferencia de edad- también grandes amigos: don Juan Manzano y Manzano, don Antonio Domínguez Ortiz y don Guillermo Lohmann Villena. Y quiero agradecer también a los académicos profesores Morales Padrón, Clavero Arévalo y Oli­vencia que hayan permitido que fuera yo la persona designada para glosar la figura de don Juan Manzano. Ellos lo trataron más que yo en la vida académica, compartiendo con él claustro do­cente durante muchos años en la Universidad Hispalense, y en el caso de los dos últimos en la propia Facultad de Derecho.

Don Antonio Domínguez Ortiz fue, en el mejor y macha­diano sentido de la palabra, un hombre bueno. Con su semblante de hidalgo español del Siglo de Oro, trabajé con él en proyectos editoriales, cursos y ciclos; tuve el honor de que en 1990 prolo­gara uno de mis libros ; me encomendó que escribiera toda la América de los Austrias para su monumental Historia de Espm1a

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de Planeta y lo traté muy asiduamente en mis cuatro años de servi­cio en la Universidad de Granada. Y a don Guillermo, por su par­te, sólo gratitud le debo. Dos breves anécdotas pueden ilustrar mi relación con él. La primera es del año 1978, cuando en mi primera estancia limeña recorrí con él el centro de la antigua Ciudad de los Reyes teniendo en nuestras manos como guía una copia del plano de Lima amurallada de 1680 del mercedario Fray Pedro Nolasco. Una experiencia inolvidable. Y la segunda fue cuando publiqué con Luisa Vila Vilar y Concepción Hemández Díaz la primera bio­grafía extensa del cosmógrafo ilustrado aragonés Cosme Bueno, el más grande geógrafo peruano. Le pedimos a don Guillermo que nos enviara alguna referencia familiar del autor. Y nos mandó dos cuartillas con su tipografía inconfundible. en las que nos dio el tema prácticamente hecho. Naturalmente, los tres autores decidi­mos dedicarle el libro. Era más suyo que nuestro. Tanto con don Antonio como con don Guillermo, en ambos casos me sentí hon­rado con su amistad sincera, que yo procuré devolvérsela envuelta en admiración. en cariño y en respeto.

El mismo cariño y el mismo respeto le profesé también a don Juan Manzano y Manzano, en esta ocasión heredados, como expli­caré más adelante. Don Juan había nacido en Madrid 1911 y cursó su licenciatura en la Facultad de Derecho de Sevilla. Una vez graduado, siguió los estudios de Doctorado en la Universidad Central, en la que fue discípulo de esa gran figura que fue don Rafael Altamira, a quien Manzano siempre se referiría como "el entrañable maestro", en cuya cátedra fue profesor auxiliar hasta 1936. Después de terminar la Gue­rra Civil, en 1940, don Juan Manzano ganó la Cátedra de Historia del Derecho de la Universidad de Sevilla. que desempeñó hasta su tras­lado a la Universidad Complutense veinticuatro años después, cuan­do la Facultad de Derecho sevillana vivía su Edad de Oro por la categoría de su plantilla docente.

El inicio de esta dilatada etapa sevillana coincidió con los años en los que la capital Hispalense contempló un gran auge en los estudios americanistas, materializado en la creación de la Es­cuela de Estudios Hispano-Americanos en 1942, de Ja Universidad Hispanoamericana de Santa María de la Rábida en 1943 y de la sección de Historia de América en la Facultad de Filosofía y Le­tras en 1944. Durante gran parte de su periodo sevillano, aparte de

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frecuentar asiduamente el Archivo General de Indias, don Juan des­empeñó durante quince años la dirección del colegio mayor Her­nando Colón, para él "inolvidable ... Y en 1954 fue Rector de la Universidad de Sevilla en la etapa ministerial de don Joaquín Ruiz­Giménez, hasta su cese en el cargo a petición propia.

Por concurso de traslado, en 1964 obtuvo la "primera cáte­dra" de Historia del Derecho Español en la Universidad Complu­tense, vacante por jubilación de don Galo Sánchez, que desempe­ñaría hasta jubilación en octubre de 1981. Y en Madrid simulta­neó su docencia en la Complutense con la impartida en el adscri­to Colegio Universitario San Pablo (C.E.U.). Tuvo a su cargo, como disciplina agregada, la materia de Historia del Derecho In­diano en la Facultad de Filosofía y Letras de la misma Universi­dad, asumiendo la dirección del Departamento de Historia del De­recho tras la jubilación de don Alfonso García-Gallo.

Tanto en Sevilla como en Madrid, don Juan Manzano Man­zano estuvo vinculado a diversas inslituciones y consejos editoriales: el Instituto de Cultura Hispánica, que publicó algunos de sus libros más significativos; Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano; Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho de Bue­nos Aires; Anuario Mexicano de Historia del Derecho y Anuario de Historia del Derecho fapaiíol. Alguna alta institución académica en Madrid no lo acogió a pesar de su gigantesca personalidad científica. Pero don Juan estaba muy por encima de premios y distinciones oficiales. Los que le conocimos lo sabemos bien. Pero esta Acade­mia Sevillana de Buenas Letras, sin embargo, puede sentirse orgu­llosa de haber tenido a don Juan Manzano en su seno, en la que ingresó como Académico de Número en 1961 para sustituir a uno de los fundadores del ame1icanismo sevillano, don Francisco de las Barras y Aragón. Y en 1992. año colombino por excelencia, fue nombrado Académico de Honor, en cuya condición hoy se le rinde homenaje.

En tres grandes campos temáticos, en gran medida rela­cionados entre ellos , con más de doscientos títulos en su haber, puede di stribuirse la amplísima producción científica del profe­sor Manzano:

1 ª) La primera de estas grandes líneas de investigación, tam­bién la primera en su cronología personal, se centra en la Historia

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del Derecho Indiano, el estudio de sus fuentes, su literatura jurídi­ca y su proceso recopilador, con aportaciones definitivas sobre la figura del gran compilador indiano el panameño Manuel José de Ayala y sus Notas a la Recopilación de Indias; los trabajos recopi­ladores de Diego de Zorrilla y Rodrigo de Aguiar y Acuña prepa­rato1ios para la Recopilación de 1680, y la visita de Ovando al Real Consejo de las Indias y el proyecto recopilador ovandino. Y a ello hay que agregar una obra absolutamente trascendental en la Histo1iografía Americanista del siglo XX: los dos volúmenes de su Historia de las Recopilaciones de Indias, que dedicó a su maestro en el exilio don Rafael Altamira, y la antológica síntesis de este trabajo que preparó como estudio preliminar a Ja edición facsímil que el Instituto de Cultura Hispánica publicó en 1973 de Ja Reco­pilación de las Leyes de los Reinos de las Indfos, en la edición original de Julián de Paredes de 1681 , prologada por don Ramón Menéndez Pida!. un precioso tesoro editorial codiciadísimo en nues­tros días por los bibliófilos. Yo compré dos juegos en Ja librería de Pepe Blanco de la Cuesta del Rosario cuando preparaba mi Docto­rado, uno para conservarlo encuadernado en pasta dura y otro para destrozar sus páginas a base de aperturas, anotaciones y consultas. Los conservo dedicados por don Juan.

2º) El segundo gran campo temático se centró en otro pro­blema no menos capital en el ámbito historiográfico americanista: la incorporación de las Indias a la Corona de Castilla, con aporta­ciones interesantísimas como sus dos polémicos artículos sobre .. ¿Por qué se incorporaron las Indias a la Corona de Castilla?" y su análisis de ''Los precedentes castellano-aragoneses del vineinato colombino" que tanta controversia levantó entre los historiadores catalanes de la escuela de Vicens. A ello hay que agregar su su­gestiva y originalísima hipótesis sobre Ja hi storia de las bulas ale­jandrinas y, sobre todo, la obra cumbre en Ja que sistematizó todos estos estudios, su monumental obra, que seguirá estando vigente durante décadas, sobre La incm7wración de las Indias a la Corona de Castilla, de 1948.

3º) Y don Juan Manzano colombinista. A Ja vista de lo enu­merado más arriba, sería injusto, tremendamente injusto, que don Juan pasara a la posteridad únicamente por sus estudios sobre Cris­tóbal Colón. Pero, en el fondo, lo comprendo. Por una sencilla

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razón: porque el terna colombino siempre es polémico y porque don Juan planteó todavía más debates y más polémicas - algunas muy encendidas. soy testigo de ellos- con sus documentadísimas investigaciones sobre el Almirante y el Descubrimiento. Entre es­tos títulos hay que destacar necesariamente sus tres densas y sóli­das monografías colombinas: Cristóbal Colón. Siete años decisivos de su vida.un seguimiento casi policiaco o detectivesco de su vida desde que abandonó Portugal hasta el Descubrimiento; Colón des­cubrió América del Sur en 1494, tal vez la obra que peor ha resistido la crítica del los grandes especialistas sobre la figura de Colón; y, sobre todo, las varias ediciones de su Colón y su secreto, El predescubri111ie11to, una obra que marca un antes y un después en la Historiografía colombinista de todos los tiempos. y cuya lec­tura determinó que yo me convirtiera desde entonces en un manza­nista militante sin posibilidad de reconversión o enmienda. Y, ya habiendo cumplido los setenta y siete años, don Juan se embarcó, con entusiasmo también veinteañero, en los tres volúmenes de su monumental obra Los Pinzones y el descubrimiento de América, en cuyo primer capítulo incluyó con gran orgullo de padre - y así lo expresa en la introducción- el contenido de la Tesis de Licencia­tura que su hija Ana María presentó en la sevillana sección de Historia de América en junio de 1975.

Padre amoroso. marido ejemplar, amigo hasta la muerte de sus amigos, Ja figura humana de don Juan se agigantará con el tiempo, porque era apasionado hasta para dar su cariño. Como padre lo repartió con creces entre su nutrida descendencia, diez hijos, uno de los cuales, Javier, murió prematuramente y don Juan nunca logró superar esa pérdida. como bien pude saber a través de uno de sus médicos en Sevilla, su amigo el doctor Serrera, padre de quien les habla. Y como marido ejemplar, baste decir que cuando murió en agosto de 1999 su compañera de toda una vida, doña María Josefa Femández de Heredia, "Pepita" para to­dos, desde entonces don Juan Manzano ya no fue el mismo, como tuve oportunidad de comprobarlo cuando lo visité un año después en su madrileña casa de la calle García de Paredes.

Don Juan falleció el día 9 de julio de 2004, cuando le fal ta­ba poco para cumplir Jos noventa y tres años de su edad. Y recuer­do ahora cuando cruzaba la calle San Femando -desde su piso se-

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villano hasta la Fábrica de Tabaco- para charlar con el profesor Morales Padrón o conmigo y contarnos sus últimos trabajos y sus más juveniles ilusiones. Y pude adivinar que tenía sentado ante mí a un hombre de edad avanzada que me hablaba de sus libros con la ilusión de un niño, con el ardor de un neófito, con el entusiasmo de un opositor que prepara cátedra. con la emoción y el arrojo de un descubridor nato, con la pasión de un sólido y a veces temible polemista que parecía jugarse la vida en una controversia o un desacuerdo. con el maravilloso fanatismo de quien cada día se aven­turaba a descubrir algo nuevo. Porque don Juan era un investiga­dor de raza. trabajador nato, buscador incansable e insaciable. Y, desde luego, nunca fue un historiador descriptivista, de esos que se limitan a vaciar legajos para hilvanar documentos; sino un historia­dor que con ánimo. valor y audacia se adentró en el terreno -ese teITeno corto de la grandes faenas maestrantes- de la formulación de hipótesis valientes pero bien fundamentadas, asumiendo a veces un alto riesgo. Porque en el mundo de la ciencia la verdad sólo se alcanza si, con valentía y con arrojo, se acepta la posibilidad del error y del propio riesgo. Audatia pro muro habetur, decía Cice­rón. Y es verdad. Porque el valor fue el muro que blindó con fir­meza la calidad de la obra y la extraordinaria categoría científica del profesor Manzano.

Su producción permanece como una de las más sólidas con­tribuciones de la historiografía jurídica y americanista del siglo XX. Por eso los hombres sabios y los hombres buenos, nunca mueren. Los científicos y los creadores nunca se van del todo . Sus obras permanecen. Yo tengo la certeza de que hoy don Juan está Allá Arriba y que ya conoce los secretos, el gran secreto, del Almirante genovés, y que incluso han polemizado entre sí cru­zándose una risueña mirada de complicidad y de cariño.

Don Juan Manzano, don Guille1mo Lohmann y don Antonio Domínguez Ortiz siguen presentes entre todos nosotros y su memo­ria siempre perdurará en el seno de esta Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Porque, cada uno a su manera, los tres (don Juan,

_don Antonio y don Guille1mo, que así los llamaremos siempre) te­nían dos cosas en común: los tres eran hombres sabios y hombres buenos. Y por eso mismo siempre nos acompañarán en lo más pro­fundo de nuestro corazón y en lo más vivo de nuestro recuerdo.