domingo xxxii del t.o. año c. al despertar me saciaré de tu semblante, señor

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Domingo XXXII del T.O. Año C

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Domingo XXXII

del T.O. Año C

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Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

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Señor, escucha mi apelación,atiende a mis clamores; presta oído a mi súplica,

que en mis labios no hay engaño.

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Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

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Mis pies estuvieron firmes en tus caminos,Y no vacilaron mis pasos.

Yo te invoco porque Tú me respondes;Dios mío, inclina el oído y escucha mis palabras.

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Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

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A la sombra de tus alas escóndeme.Yo con mi apelación vengo a tu presencia,y al despertar me saciaré de tu semblante.

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Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor

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El salmo que hoy emplea la liturgia como eco orante de la primera lectura es el salmo 16. Se trata de una súplica individual de un justo injustamente perseguido por cuanto él se ha mantenido íntegro: sus labios son sinceros, sus pies se han mantenido en la senda del Señor, su corazón no ha faltado…

Según los estudiosos el marco de este salmo sería el de la “incubatio”. Era ésta una técnica en los pueblos antiguos para recibir un oráculo del Señor. Consistía en pasar la noche en el templo del dios a la espera de una revelación durante el sueño o al despertar.

Quizá, la petición del salmista “a la sombra de tus alas escóndeme” haga referencia a las alas de los querubines que cubrían el arca del Señor.

Lectio

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“ Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor”Con este estribillo la liturgia nos hace dar un salto en la

comprensión del salmo, pues ya no se trata del orante que se despierta en el templo tras pasar la noche en él, sino de la espera confiada del creyente en la resurrección para la vida tal y como manifestaron los admirables y valerosos siete hermanos macabeos y su madre.

Para Dios –tal como dice Jesús a los saduceos- todos están vivos. Esta es la “gran esperanza” que nos ha regalado el Padre en Cristo Jesús (2ª lectura).

Meditatio

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Señor, mucho me gusta entonar este salmo, sobre todo el estribillo que hoy cantamos. Cuando estoy especialmente contenta (o con morriña) mis labios comienzan a susurrar la gran esperanza de nuestra Fe: la resurrección, el anhelo de la vida eterna.

Pero las estrofas no me atrevo a apropiármelas todas pues mi corazón, mis labios y mis pies, es decir, toda mi persona: pensamientos, palabras y obras, no son siempre todo lo íntegros que yo quisiera.

Por ello, a Ti clamo, Señor, y te pido que me guardes como a las niñas de tus ojos y me escondas a la sombra de tus alas. ¡No me sueltes de la mano, Señor!

Oratio

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Ahora sí que contemplo a quien ora este salmo en su plenitud: ¡Jesucristo!

Él es el Justo perseguido injustamente sentenciado y condenado. Él, el Hijo amado del Padre, “en quien no encontraron engaño en su boca y que cuando lo insultaban no devolvía el insulto” (1Pe). Él puede, en su Pasión, a pesar de la profunda agonía y sentimiento de abandono, esperar confiado en el Padre y clamar: al despertar me saciaré de tu semblante, Señor.

Nosotros nos unimos a su Voz y, fiados en Él, esperamos contemplar un día el Rostro de Aquel que es la imagen del Padre.

Contemplatio

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Viviré con “tensión de eternidad”

Mi vida tiene un sentido, una meta: ¡Cristo ha resucitado, y nosotros estamos llamados a “vivir en Él”

¿Se nota esto en mi vida?

Actio