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Domingo de la Ascensión, ciclo A

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Domingo de la Ascensión, ciclo A

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El texto: Mateo 28, 16-20. 16 Los once discípulos fueron hacia Galilea, al monte donde Jesús los había citado. 17 Y viéndolo, lo adoraron, pero algunos titubearon. 18 Entonces yendo Jesús a ellos les habló diciendo: "Se me ha dado todo poder en el cielo y sobre la tierra. 19 Vayan, pues, y hagan discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20 enséñenles a guardar todas las cosas que se les han mandado a ustedes. Y, he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta la consumación de las eras".

(“Busca leyendo...” Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

Lo primero que se nos anuncia en el Evangelio es que hay una comunidad fracturada, falta uno de los llamados, Judas el traidor. Su suerte no sólo lo ha marcado a él, ahora designa a todo el grupo de los discípulos. Ellos, regresan a Galilea, el lugar donde todo comenzó, a un monte preciso donde Jesús les ha citado. No sabemos el momento en que les ha citado allí, tampoco el nombre del monte, pero la naturaleza del lugar nos remite al Sermón de las Bienaventuranzas o a la Transfiguración, los dos lugares son significativos, sea por recordarnos los preceptos dados por Jesús en su predicación (Mt 5, 1ss), o a la culminación de la teofanía que les mandó no comentar hasta después de la resurrección (Mt 17, 9). La adoración que tributan los discípulos no es general, a lo mejor algunos no oyeron (como Pedro, Santiago y Juan) la voz del Padre en la Transfiguración o en el Bautismo; o simplemente aún hay dudas. Es Jesús quien ahora se autopresenta, no sólo con el poder de su resurrección, sino mencionando la autoridad recibida desde el Padre. Con esta misma autoridad da el mandato misionero. Es en Mateo donde apreciamos que el cumplimiento de las promesas a Israel se da en Jesús; ahora esta salvación se extiende a todos los pueblos, también cumpliendo algunos pasajes del Antiguo Testamento (Gn 12, 3; Zc 8, 23; Salmo 86, 9). Como sucedió al inicio del ministerio terreno de Jesús, se habla de un bautizo; pero esta vez en nombre de la Trinidad, cumpliendo el anuncio dado por el Bautista al inicio del Evangelio (Mt 3, 11). El mandato misionero tiene una orden similar a la dada a Israel por parte de Dios en repetidas ocasiones, se le pide guardar los mandamientos, y se promete una especial presencia divina con ellos para siempre (Ex 19, 5; Lv 26, 3.11-12), en este caso será el mismo Señor Jesús.

(“... y encontrarás meditando.” Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)

Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos Aunque el evangelio de Mateo no relata la Ascensión del Señor, la podemos suponer en este relato por su similitud con el de Lucas y el epílogo de Marcos. Es en el marco de este re-encuentro y a la vez despedida con el Maestro resucitado donde aparece el mandato misionero. Un mandato que implica hacer discípulos, bautizar y cumplir los mandamientos. En nuestro tiempo hacer discípulos suena más a un proselitismo religioso y sería visto con recelo dentro de una sociedad multicultural y plurirreligiosa; pero si consideramos que se trata de la apertura de la promesa de la salvación a todos los pueblos – en contraste con la salvación exclusiva del pueblo escogido – este mandato tiene un claro matiz de propuesta, de misericordia y de inclusión de todos y todas. En el mandato de bautizar, aparece el misterio más hondo de la Fe cristiana, Dios es comunidad de amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Las tres personas divinas han sido mencionadas a lo largo del

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Evangelio, mostrando las relaciones entre ellas, aquí al final, las une en la confesión de una misma fe unitaria. En este bautismo palidece el signo de la conversión, para dar paso a una solemne profesión de fe. El mandato también incluye la enseñanza de cumplir cuanto el Señor ha enseñado, la ley nueva, que no abole la ley mosáica, sino que la abre a un horizonte nuevo, destinada a todas las naciones. Jesús que fue presentado en el Evangelio de Mateo como un legislador – en cierta manera a la par de Moisés – también termina su relato en lo alto de un monte, al inicio de la misión de sus sucesores; pero en este caso, Jesús no muere, sino que vivo para siempre, no abandonará a sus discípulos. Esta permanencia del Señor con los discípulos hasta la consumación de las eras corresponde a la promesa misma de Dios con su pueblo, Israel. Dios se presenta como aquel no sólo que es, sino que estará con su pueblo (Ex 3, 12-14), así, el retorno de Jesús al Padre no es lejanía con sus discípulos, sino una manera diversa, más potente, más continua, más divina, de estar con sus discípulos. El Evangelio de Mateo se cierra así de simple, como cerramos las oraciones: “por los siglos de los siglos”; nos empuja a pensar en una continuación que no vemos, pero que nos implica un “Amén”.

(“Llama orando...” Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Padre de todos los hombres y mujeres, Dios que amas a todos los pueblos, nos has mostrado tu rostro a través de tu Hijo Jesucristo, haznos reconocer en él tu gloria y tu poder, ya que a través de él nos envías a proclamar tus mandamientos eternos para hacer discípulos por toda la tierra. Que al buscar a quienes quieran aceptar tu propuesta, no les hagamos dignos de condena (Mt 23, 15) sino que compartamos la salvación que nos has regalado desde nuestro bautismo; que vivamos y guardemos tus mandamientos para ser de verdad el pueblo de la Nueva Alianza, tu Pueblo, para llevar adelante el proyecto de las bienaventuranzas entre todas las naciones de la tierra. Amén.

(“... y se te abrirá por la contemplación.” Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de

acuerdo a la Palabra de Dios) ¿Qué experimento al contemplar al Señor Jesús como Dios y hombre que caminó en medio y con nosotros? ¿Siento su presencia entre nosotros, aún en este tiempo presente? ¿Me siento enviado por él a esa misión de hacer discípulos, de bautizar, de enseñar a guardar lo que nos ha mandado? ¿Cómo vivo esta misión?, ¿es prioridad, me dejo tocar por ella? ¿Cómo podría vivir mejor este mandamiento?