dolto, lacan y el estadio del espejo_ gerard guillerault

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Una lectura del estadio del espejo de Lacan

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COLECCIÓN FREUD 0 LACAN

Dirigida por Roberto Harari Gérard Guillerault

Dolto, Lacan y el estadio del espejo

Ediciones Nueva Visión Buenos Aires

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Guillerault, Gérard · Do!to, Lacan y el estadio del espejo .. 1 ª ed. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2005. 304 p.; 19x13 cm. (Freud O Lacan)

Traducción de Irene Agoff

l.S.B.N. 950-602-509-6

1. Psicoanálisis. l. Título CDD 150.195

Prohibida la venta en España

Título del original en francés Le miroir et la psyché. Dolto, Lacan et le stade du miroir © Éditions Gallimard, 2003

J'raducción Irene Agoff

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide a la Publica­tion Victoria Ocampo, bénéfice du soutien du Ministere frani;ais des Affaires Etrangéres et du Service 'de coopération et d'action culturelle de l'Ambassade de France en Argentine.

Esta obra se publica en el marco del Pr.ograma Ayuda a la Pu­blicación Victoria Ocampo, con el apoyo del Ministerio Francés de Asuntos Extranjeros y del Servicio de cooperación y acción cultural de la Embajada de Francia en Argentina.

Toda reproducción total o parcial de esta obra por cualquier sistema ~incluyendo el fotocopiado-­que no haya sido expresamente autorizada por el editor constituye una infracción a los derechos del autor y será reprimida con penas de hasta seis años de prisión (art. 62 de la ley 11. 723 y art .. 172 del Código Penal).

© 2005 por Ediciones Nueva Visión SAIC. Tucumán 3748, (1189) Buenos Aires, República .Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley 11. 723. Impreso en la Argentina / Printed in Argentina

Vanamente tu imagen llega a mi encuentro Y no entra en mí donde soy quien solamente la muestra Tú volviéndote hacia mí sólo podi;ías hallar En el muro de mi mirada tu sombra soñada

Soy ese desdichado comparable a los espejos Que pueden reflejar pero no pueden ver Como ellos mi ojo está vacío y como ellos habitado Por la ausencia de ti que lo deja ciego

Aragon, Le fou d'Elsa, Gallimard, 1965, pág. 73, citado dos veces por J. Lacan en S XI.

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ABREVIATURAS

Por comodidad, las obras de J acques Lacan serán mencio­nadas con abreviaturas:

El y E2 Escritos 1 y 2, Buenos Aires, Siglo veintiuno editores, 1975-1985.

Los libros del Seminario serán indicados por S seguida del número romano correspondiente a cada uno. Se trata de:

SI El Seminario, I, Los escritos técnicos de Freud (1953-1954), Barcelona, Paidós, 1981.

S II El Seminario, II, El yo en la teoría de Freud y en la técnica psicoanalítica (1954-1955), Barcelona, Paidós, 1983.

S VIII El Seminario, VIII, La transferencia (1960-1961), Buenos Aires, Paidós, 2003.

S XI El Seminario, XI, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964), Buenos Aires, Paidós, 1987.

Asimismo, se indicará por:

IIC, Fran9oise Dolto, La imagen inconsciente del cuerpo, Buenos Aires, Paidós, 1986.

Agradezco a Danielle Guillerault por su fundamental sostén y su asistencia técnica.

Los esquemas fueron realizados por Yves Guillerault.

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NOTA LIMINAR

El presente trabajo parecería componerse y organizarse mientras se va desplegando, según distintos ejes de orienta­ción y búsqueda. Parecería ocuparse de diferentes objetos, atraer sobre la marcha diferentes problemáticas, puesto que aborda, uno tras otro, temas en apariencia distintos que de­berían mantener sin embargo la suficiente cercanía o co­nexión como para garantizar una exposición homogénea, un proyecto consistente y coherente en su conjunto. Proyecto que, por otra parte, nos esmeraremos en indicar de entrada, precisando tanto su contenido como sus miras.

Todo esto no impedirá descubrir, desde el principio, en orden sucesivo y en función de lo que será la culminación del trabajo-pero, digámoslo, con grados de elaboración, profun­dización y dilucidación que podrán parecer también marca­damente variables-:

•Una reconsideración del importante asunto del espejo y sus efectos, cuya investigación fue reabierta por J acques Lacan en el campo del psicoanálisis en el momento de iniciar su propia trayectoria de pensamiento y enseñanza.

Y, correlativamente: •El intento de establecer lo que constituyó, en el transcur­

so, una especie de diálogo (directo o indirecto) entre este mismo Lacan y su colega Francoise Dolto, si se admite que ambos sobresalen como las dos grandes figuras, en Francia, del psicoanálisis contemporáneo después de Freud.

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•A su vez, el examen de este acercamiento dará ocasión de examinar -mediante una elaboración centrada en el tema de lo especular- aquello que representó para F. Dolto el concepto eminente de su propio pensamiento teórico, esto es, la imagen del cuerpo; más exactamente, lo que ella misma vino a designar corno imagen inconsciente del cuerpo.

•Por último, y en el horizonte de nuestra exposición, la confrontación de marras deberia llevarnos a poner en pers­pectiva el modo en que estos dos eminentes practicantes del análisis concibieron la orientación de éste, y ello indicando, cada cual con su estilo, lo que da sentido a su práctica y constituye la finalidad de su ejercicio.

Para lanzarnos a una empresa semejante elegirnos un recorrido que debería imponer, por fuerza, un repaso minu­cioso de lo que el propio Lacan elaboró sobre la especularidad durante sus años de enseñanza: ¡vasto programa! Y explicar además que, en este punto, los más avisados y eruditos po­drán comprobar cierto desequilibro en el planteQ, obligándo­nos a reconocer de entrada una disparidad confesa mientras que, en trabajos anteriores, nuestra intención, nuestra incli­nación (o capacidad) nos habían conducido a dirigir más la atención hacia el estudio circunstanciado de las tesis de F. Dolto, y no a intentar presentar una reseña exhaustiva de todo cuanto Lacan produjo corno esfuerzo de profundización teórica de su antiguo estadio del espejo. Con todo, reabrir este dossier será ineludible para nosotros, puesto que ocupa una posición estratégica de primer plano en el programa de confrontación que anunciarnos.

Por lo demás, si quisiéramos limitarnos a una presenta­ción global de este trabajo en modalidad descriptiva, podría­mos indicar que se tratará, en suma, de reunir en un en­cuentro a estos dos protagonistas del psicoanálisis después de Freud, y ello alrededor de un tema-lo especular-que, por razones que la continuación contribuirá ampliamente a poner en claro, revela contarse entre los más oportunos y propicios para situar el marco de dicho encuentro y determi­nar su contenido; por si fuera poco, ofrecerá con ello un medio para ir a dar a una reflexión de conjunto s.obre el

psicoanálisis mismo, en sus orientaciones teórica y práctica (y por lo tanto ética).

Así las cosas, perrnítasenos dejar constancia de una pri­mera impresión -que es ya retrospectiva- en el punto donde cabía esperar la apertura de una temática nada simple en su mecanismo, pero al menos lo bastante circunscripta en su objeto, tal como lo indica, al fin y al cabo, nuestro subtítulo: Dolto, Lacan y el estadio del espejo. ¿Diríamos que existe algo más simplemente determinado?. Y sin embargo, lo que se nos revela a posteriori es la amplitud del material que sale así a la luz, con la ayuda, por cierto, de múltiples estudios ya producidos en estos terrenos, pero también frente a todo lo que queda aún por reconsiderar y elaborar; y esto vale, aun con sus diferencias, tanto para la enseñanza de Lacan como para, en su medida, la obra de F. Dolto. También de esto es nuestro intento una puesta a prueba.

Pero debernos decirlo: cuando creíamos despejar sin de­masiadas dificultades una via de acceso facilitada a priori por la precisión de su trazado y de su objeto, al final nos sentimos más bien al pie de un macizo cuyo ascenso, a lo sumo, apenas habíamos iniciado abriendo en él algunas ren­dijas y practicando algunos senderos.

Lo señalo, sabiendo que en distintos puntos de esta pro­gresión no dejarán de descubrirse zonas de sombra o de incompletitud. Pero, aun cuando este trabajo esté inevita­blemente cargado de deficiencias o de desarrollos inconclu­sos, preferí producirlo en estas condiciones porque, de ese modo, debería conducir (corno un esbozo, corno una introduc­ción) a un mayor despliegue ulterior y suscitar la profundi­zación de algo cuya trama programática dicho trabajo se esfuerza al menos en producir.

En efecto, nuestra elaboración responde a la ambición extra de promover toda una serie de interrogantes cuya importancia ya no puede desconocerse pues conciernen so­bre todo al cuerpo, la imagen y la visibilidad (en relación con el psicoanálisis tanto en su práctica corno en su teoría y su ética). He aquí temas que es imposible descuidar puesto que se revelan capaces de alimentar la reflexión sobre lo que el

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psicoanálisis formula en cuanto a su doctrina y su finalidad, a condición de no considerar a éstas uniformes y estableci­das de una vez para siempre, sino abiertas a la vitalidad de un pensamiento dinámico.

l. LACAN, DOLTO Y LA IMAGEN

Será tarea de los historiadores del psicoanálisis esclarecer, llegado el momento, es decir, pasado el tiempo suficiente, lo que fue el tenor de la relación entre J acques Lacan y Fran9oise Dolto. De quienes, en cualquier caso, no es posible discutir que sean hoy, lo repetimos, dos de las grandes figuras representativas del auge del psicoanálisis en Fran­cia, después de Freud.

Casi no hace falta recordar cuánto se han regodeado muchos en acoplarlos, en aparearlos, en tono más o menos bromista y fantasioso y hasta, llegado el caso, "edípico" (!), considerándolos respectivamente como padre y madre del psicoanálisis a la francesa, conjugados en un tándem dilecto del movimiento psicoanalítico posterior a la Segunda Gue­rra. O cuán resueltamente se los asoció en una escena pri­mitiva -y fecunda- de la que luego habría nacido nuestro psicoanálisis contemporáneo hexagonaL*

Y el hecho es que resulta sorprendente y notorio hasta qué punto su camaradería -aunque no haya por qué repasar aquí cada una de las vicisitudes que la caracterizaron- fue efectivamente duradera (¡cosa ya no tan frecuente en las parejas contemporáneas!), hasta qué punto atravesaron juntos los momentos más cruciales, más tensos e intensos de la historia psicoanalítica de su tiempo, tal como E. Roudi-

* Suele aludirse a Francia como el '~exágono", por la forma aproxima­da de su territorio. (N. de la T.)

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nesco se ocupa de relatar en sus trabajos de referencia.' Nos quedamos cortos si decimos que, en todas las etapas sensi­bles y decisivas-que no faltaron-, el tándem Lacan/Dolto se mantuvo incólume para atravesar de concierto difíciles pruebas y tensiones y terminar, tras ellas, más juntos aún. Esto vale en particular para 'todo lo que condujo, con sus pormenores, a la escisión de 1953, así como para los aconte­cimientos que presidieron la creación, en 1964, de la Escuela freudiana de París. En cada uno de estos momentos neurál­gicos, y al cabo de tantos años agitados (¡pero cuán ricos!), Lacan y Dolto mostraron haber sido, en lo esencial, insepa­rables. Y sólo al final de todo, en el torbellino confuso y en las rupturas artificiales y mortíferas de las últimas horas de la Escuela freudiana (cuya disolución se produce en 1980), sus caminos divergirán, por decirlo así, in extremis; J. Lacan, deteriorado físicamente, morirá al año siguiente, en 1981.

Esta rápida panorámica manifiesta, sin discusión, el vi­gor del lazo relacional confirmado por su permanencia y su perennidad más allá de las épocas, hasta el punto de que nos sentimos llevados a preguntar: ¿cómo entender la solidez de ese lazo? Y en primer término, ¿qué es, exactamente, lo que los unía? ¿En qué se fundaba, específicamente, su relación? ¿Sobre qué base se había edificado? ¿Cuál 'era, propiamente hablando, su contenido? En particular: ¿qué compartían de veras Lacan y Dolto en esa común referencia al psicoanáli­sis? ¿Había en este aspecto entre ellos-y, en caso afirmativo, cómo- una articulación de pensamiento que explicara su proximidad? Para resumir: ¿en qué punto se habían encon­trado, qué cosa produjo el encuentro entre ellos? ¿Se trató, además, de un verdadero encuentro, o sólo de una relación de hecho dictada por las circunstancias y por las vicisitudés de la historia del psicoanálisis en Francia, relación formal simplemente facilitada y reforzada por un juego de co.Ytm­turas?

1 Véase en particular E. Roudinesco, Jacques Lacan __ , EsqJ4~,~:s~ __ d'une vie, histoire d'un syst€me de pensée, Fayard, 1995,_donde __ ~_~di~i(fOdo un capítulo a "Destins croisés: Jacques Lacan et Fran~Oise_Dol_t6", págs. 307-321- . ... . ..

De lo contrario, ¿qué sustento podría invocarse que cons­tituya sin discusión un auténtico fundamento para la soli­dez de su vínculo de colegas? Después de todo, ¿qué cosa permitiría articular este lazo y fundar esta relaCión sobre una base no aleatoria, no azarosa de su historia interperso­nal, o sobre el juego imprevisible y confuso de las institucio­nes analíticas?

Porque no se necesita ir a buscar muy lejos para recoger fácilmente otros elementos, capaces de sugerir, a la inversa, que, bien mirado todo, esa relación no era tan intensa y tampoco se sustentaba en la evidencia de un basamento tan verdadero y profundo. No faltarían argumentos -ya iremos a ellos- cuyo sentido sería acentuar y subrayar, por el con­trario, la disparidad.

Sin embargo, no es posible descuidar lo que se cuenta, lo que se propala -fundado sólo en el rumor o en comentarios de pasillo (que además tienen su valor)-, por ejemplo en cuanto al gran respeto mutuo, dicen, que se manifestaba y expresaba entre uno y otro, sobre todo con referencia al ejercicio de la práctica clínica. Fuera de lo que F. Dolto dijo y señaló en cuanto a la calidad clínica de los analistas formados por Lacan, es también de notoriedad pública que él mismo se sintió varias veces aliviado por poder derivar casos difíciles y espinosos a su colega.2 Y tampoco podría desconocerse que el nivel de comunicación entre ambos al­canzó concretamente el grado de un auténtico intercambio conceptual, cosa que trataremos en abundancia más adelan­te. ¿No relata F. Dolto haber sido interrogada sobre el Edipo por un Lacan deseoso de conocer su opinión sobre el asunto ?3

Y, de manera coherente con esta primera información, ¿no se citan manifestaciones similares' en las que se insinúa que

2 Sobre estos dos puntos (entre otros); puede consultarse "L'épopée lacanienne: l'hydre a deux tetes", entrevista reproducida en F. Dolto, Le féminin, edición establecida por M. Djeribi-Valeritin y É. Kouki, Galli­matd, 1998.

3 Dolto menciona esto en la entrevista filmada que concedió a J,wP, Winter; cf_ Les images, les mots, le corps, Gallimard, 2002, págs. 67-68.

4 Atribuidos a S. Faladé.

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fue· F. Dolto quienhabría inspirado a Lacan su concepción de la "metáfora paterna"? Sin hablar de que, según otro testigo de esta gran época, el propio objeto a ~que evocaremos asi­mismo más adelante- le habría sido también inspirado, sugerido en cierto modo a Lacan, al menos indirectamente, por cierto desarrollo imaginativo (¿la "muñeca-flor"?) de R Dolto ... 5

Podríamos multiplicar así las especies y los rumores, so­bre todo cuando resulta difícil, por cierto, verificarlos o cotejarlos para reconocerles validez(!). Esto no impide que, más allá de apariencias y especulaciones -fundadas o no­haya razones para registrar, a la inversa, tratándose de estos dos psicoanalistas importantes y renombrados, aque­llo que los diferencia y hasta los opone de manera contras­tada, para no decir la disparidad, la discordancia o, como mínimo, digamos, lo que desde un principio parece manifes­tar entre ellos alguna variación.

Y no pensamos por fuerza en lo que además sólo tendría valor anecdótico y que en algún momento F. Dolto se vio llevada a precisar: que, aunque existiera proximidad entre ambos, ella jamás llegó a mantener con Lacan relaciones propiamente amistosas, en todo caso en la esfera privada. Pero, considerado más seriamente, si nos referimos a aque­llo que los distanciaba, sería fácil destacar la desenvoltura con que F. Dolto decía a veces no haber "entendido nada" de determinado concepto de él (el objeto a, por ejemplo, de nuevo), e incluso su firme oposición al valor supuestamente irreduc­tible de algún otro (forclusión). Es verdad que, de manera general, ella alegaba-lo cual tiene el mismo sentido separa­tivo- que lo esencial de su formación se hallaba ya amplia­mente cumplido cuando Lacan inició su enseñanza pública, en la época de sus primeros grandes seminarios (1953); de modo que, en consecuencia, no pudo haber aprovechado esa enseñanza, señalaba, en lo que atañe a las bases mismas de su propia formación como analista.

. ¡;Véase al respecto F. Dolto y J. -D. N asio, L' enfant du miroir, Rivages, 1987, págs. 42-45.

Ahora bien, sin perjuicio de estos azares de la cronología, ¿no basta atenerse de manera más amplia a impresiones de conjunto para que de inmediato salte a la vista, de manera esta vez contrastada y masiva, lo que diferencia a nuestros dos personajes y que en definitiva parece proceder de lo que constituye, y justamente en la disparidad, aunque más no sea la vastedad de sus obras respectivas? En efecto, ¿cómo no estaríamos tentados de insistir sobre el contraste y la distancia -que parece incluso aplastante~ entre todo lo que aportó Lacan, el carácter propiamente monumental de su obra-que exigirá muchos lustros todavía para poder ser ver­daderamente pensada, si no asimilada-, y lo que resalta para el caso como la contribución muchísimo más modesta, diríamos, de F. Dolto, incluso por el aspecto tal vez menos sistematizado, menos formalizado de su aportación?

Se podría argumentar, sin duda, que, planteada de ese modo, la comparación tiene forzosamente algo de ocioso y de inadecuado, ante todo porque los aportes de uno y otra no pueden medirse por completo con la misma vara pues no se manifestaron exactamente con el mismo nivel de repercu­sión o de audiencia. ¿Cómo negar, por ejemplo, el valor de lo que introdujo F. Dolto en cuanto a promover el psicoanálisis de niños, así como por su modo de haber hecho oír y resonar el mensaje psicoanalítico ante la sociedad toda e incluso a través de las ondas(!) con los afortunados efectos psicosocia­les que esto determinó y que continúan transmitiéndose por esa vía?

Pero a su vez esto te valió a F. Dolto-incluso por parte de sus colegas más cercanos- ser restrictivamente considerada como una mera practicante del análisis, así se revelara excepcional; y, lo que es más, como una practicante de orientación educativa, demasiado singular como para con­ducir a nada esencialmente válido en tanto contribución mayor al psicoanálisis o. que en este aspecto pudiera dar lugar a una transmisión doctrinal. En distintas oportunida­des me esforcé en disipar los malentendidos y estereotipos que puede haber detrás de esto, y lo hice suficientes veces como para considerar innecesario volver sobre ello en este

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libro.6 Pues cuando se pretende reducir a F. Dolto a sus posturas pragmáticas de clínica -o incluso de consejera pedagógÍca para familias en dificultades-, se descuida for­zosamente el hecho de que toda su obra -incluyendo sus actos más concretos- está sustentada sin embargo por la consistente armazón de una conceptualización psicoanalíti­ca formalmente elaborada.

¡Con toda seguridad, este sucinto repaso no impedirá per­cibir la enorme diferencia de estilo que puede subsistir entre Lacan y Dolto, sus dispares sistemas de pensamiento o hasta la muy diversa amplitud, digamos, de sus elabora­ciones teóricas! Pero aunque esto se encuentre fuera de discusión, tampoco puede velar, a la inversa, lo que es ca­paz empero de patentizar la proximidad de sus conceptua­lizaciones, la vecindad de sus búsquedas y aún hasta cierta profunda intimidad en cuanto a los fundamentos comunes del pensamiento; sean cuales fueren, una vez más, las diferencias que todavía queden por resaltar, por sacar a la luz.

Nada de ello impide que, a priori, y bajo reserva de inven­tario -del que nuestro trabajo va a emprender aquí-, tenga fundamento al menos la hipótesis de que, lejos de ser azaroso, fortuito y de escasa consistencia, el acercamiento a la camaradería que se perennizó entre Dolto y Lacan resulte de una auténtica proximidad de puntos de vista, de una verdadera comunidad de pensamiento. Más allá de lo que parecerá diversificarse después, e incluso dar materia a divergencia, la certidumbre formal de su vecindad puede ser planteada como un punto de partida muy bien cimentado; en cualquier caso, a partir de esto entendemos que vamos a proceder, aunque sólo sea para ponerlo a prueba de inmedia­to. Si quisiéramos formularlo de entrada en forma un tanto provocativa y sintética, podríamos hasta sostener que, a pesar de los violentos ataques polémicos de que pudo ser blanco (sobre todo en el momento de disolución de la Escuela

6 Véase, por ejemplo, Le corps psychique, 1 ª edición, Éditions univer­sitaires, 1989; reed., L'Harmattan, 1995, págs. 7-15.

freudiana de París), sigue siendo admisible considerar· a. F. Dolto como intrínsecamente, como fundamentalmente "la­caniana" ... Por lo menos, éste es el tipo de formulación (a sabiendas abrupta) que deberemos someter aquí a examen.

Y, digámoslo a manera de incursión, aunque sin pensar-pa­ra justificar esa supuesta identidad de las orientaciones respectivas- en limitarnos a lo que podría acreditar sin embargo en su común referencia-más o menos directa, más o menos explícita (de modo clarísimo en F. Dolto, un tanto más críptico en Lacan)- al discurso cristiano, a la inspira­ción cristiana, para no decir a la religión católica; una referencia común cuya importancia no podríamos subesti­mar y a la que nos sería imposible no volver en este trabajo.

Pero no es necesario que nos precipitemos tan rápidamen­te hacia un registro metafísico, pues disponemos de suficien­tes elementos cruciales y convincentes como para sugerir y destacar lo que constituye, desde el principio, la proximidad de los fundamentos de sus discursos. Nos contentará, por ejemplo, remitirnos a una terminología que les es común y que acredita el encuentro efectivo entre sus dos pensamien­tos, conjugados aquí sobre las mismas nociones de base.

Bástenos en este aspecto mencionar dos términos que están presentes en el léxico de F. Dolto y Lacan, términos esenciales por sí mismos en cuanto a expresar, de la mejor manera posible, su común fondo conceptual: ambos, Dolto.y Lacan, articularon sobre todo sus desarrollos en torno, por un lado, a la temática del sujeto y, por el otro, a la noción fundadora de deseo. El valor constitutivo de estas nociones para la doctrina analítica nos eximirá de recalcar más su importancia. Simplemente, tales nociones confirman que, si Dolto y Lacan les dan el mismo empleo extensivo, la comu­nidad de este vocabulario de base es suficiente para confir, mar una verdadera proximidad de pensamiento, toda vez que se trata de apuestas conceptuales mayores del psicoaná­lisis en su articulación teórica primordial.

Esta primera determinación -y a partir sólo de estos tér­minos eminentes (sujeto, deseo, e incluso "sujeto del de-

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seo")- sería sin duda idónea para relanzar de inmediato la interrogación. ¿O acaso no es posible ver en ellos la prueba, el indicio, no tanto de la comunidad del terreno doctrinario investido parejamente por Dolto y Lacan. o sus similares contribuciones, sino más bien la confirmación del .ascen­diente conceptual de este último?: basta recordar, con razón, que el término deseo, por ejemplo, es en sí mismo represen­tativo y paradigmático de toda la relectura del psicoanálisis freudiano efectuada por él. Y otro tanto podríamos decir de la noción de sujeto, que fue para Lacan el sello conceptual que le permitió librar al psicoanálisis de sus derivas psico­logizantes, centradas erráticamente en el yo. !)e tal modo que esta doble referencia al vocabulario vendría a significar más bien, de modo contundente, la marca de aquello en que F. Dolto es deudora de Lacan, al ser tributario de su aporte.

No cabe duda de que la cuestión debe ser examinada con más detenimiento. Pero, en cualquier forma, lo que no pue­de discutirse es que la propia Dolto dio a esa doble temática -que destacamos aquí por ser absolutamente significativa­un desarrollo específico considerable; del que encontramos huellas, entre. otros trabajos, en el tenor mismo de una compilación que ella tituló precisamente -de modo más que explícito-En el juego del deseo.7 Tal es el título de una obra que testimonia, en efecto, el modo en que la dimensión del deseo orienta (y reorienta) toda su comprensión clínica y teórica de .la libido freudiana, referida a la "función simbó­lica'¡. 8

Sospechamos no obstante que si F. Dolto se ubica plena­mente en las posiciones conceptuales de Lacan, esto no equi­vale a un puro y simple alineamiento. Y más bien esperamos llegar a descubrir entre ellos, al avanzar nuestro trabajo, la eventualidad de la oscilación e incluso del disenso o del antagonismo. De modo que en el fondo de la fuerte comuni­dad de vocabulario que acabamos de señalar, sería por

1 Le Seuil, 1981. [Hay edición castellana: Eneljuegodeldeseo,.Buenos Aires, Siglo XXI, 198;3.]

8 !bid., págs. 268-275.

entero posible observar cómo se instala y se inscribe lo que sin embargo viene a separar diferencialmente a F. Dolto de las estrictas consideraciones lacanianas homólogas. Para dar tan sólo una idea, digamos que podríamos evidenciarlo volviendo en particular al término sujeto, evocado poco antes. Porque parece implicar en F. Dolto, digámoslo para ir (muy) rápido, prolongamientos "humanistas" -a partir, por ejemplo, del tema del "niño-sujeto"-, consideraciones todas ellas para las que sería trabajoso hallar un equivalente, un exacto correlato directo en lo que caracteriza al respecto la culminación del pensamiento de Lacan. En este caso, el tema del sujeto se orienta, en Lacan, más hacia el álgebra significante que hacia su supuesta realización encarnada en el niño. Así pues, no podríamos evitar volver sobre estos puntos de interrogación, a todas luces capitales; a la altura de lo que, como presentimos, implica. finalmente el sentido mismo del análisis.

Pero lo que podemos afirmar, si queremos atenernos a lo que en todo caso constituye el zócalo más sólido sobre el que asentar el acercamiento Dolto I Lacan, dicho de otro modo, el punto en que F. Dolto demuestra plenamente, digamos, su "lacanismo" de siempre -y casi hasta podríamos atrevernos a decir, desde antes de Lacan (!),si tomamos en cuenta datos presentes ya en sus primeros trabajos e incluyendo su tesis, fechada en 1939-,9 aquello que pudo llevarnos a calificarla de, en cierto modo, más lacaniana que Lacan, tiene que ver con lo que ella misma jamás cesó de afirmar del modo más expreso en cuanto a la primacía del lenguaje y la palabra, lenguaje y palabra inscriptos en el corazón de la experiencia analítica, constitutivos de su esencia e impulsores centrales de su operatividad. Digamos que, en ese carácter, era previ­sible y en un sentido inevitable que F. Dolto concordara fun­damentalmente en este punto con Lacan, que se hallara en la frecuencia de su colega, del Lacan presentador del discur­so de Roma (de 1953).10

9 Reeditada luego varias veces bajo el título de Psychanalyse et pédiatrie, Le Seuil, 1971.

10 No es casual entonces que un tiempo fuerte de su diálogo se haya

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Sabemos, en efecto, de qué modo habrá dado luego a esta afirmación del primado de la palabra su pleno desarrollo y realización, aunque más no sea bajo la forma del célebre "hablar con los niños"; recomendación que, sin embargo, dio lugar también a muchas incomprensiones y contrasentidos. Esto correspondía de todos modos, en cuanto al principio, al hecho de posicionar el análisis en la perspectiva del lengua­je, fundamentalmente orientada por la palabra; o sea, en plena y total conformidad con aquello sobre lo cual Lacan, por su lado, habrá abierto y fundado toda su enseñanza. De suerte· que; dicho sea como discreta resonanc:ia de una ma­nifestación,alusiva que precede, no es casual, por cierto, que se los .encontrara a .uno y otra concordar sobre el alcance y el valor inaugural deLenunciado, en e!Evange­liosegúnSan Juan, de "En el principio fue el verbo", aun­que de i.nmediato se le ·pueda ~o deba- aportar algún matiz (por ejemplo, si se considera además lo que es en F. Dolto la referencia primordial al cuerpo en la instauración del.sujeto).

Pero todo esto justamente es harto significativo. Hablába­mos de oscilación. Vemos cómo esta oscilación implica también la nuestra puesto que, a partir de una base que quisiéramos sólidamente establecida -la de una comunidad de pensa­miento-, los pocos elementos que hemos inventariado reve­lan ya la relativa complejidad del dossier. Ello, desde el mo­mento en que, tratándose de caracterizar con rigor el tenor de la camaradería Lacan I Dolto, hemos podido exponer, una tras otra, las diferencias posibles entre los caminos tomados por ambos, indicando no obstante el fundamento de acuerdo manifiesto en cuanto a las orientaciones primordiales; lo cual tampoco es óbice a diferencias de estilo y de envergadu­ra ni excluye lo que uno podía deber al otro, etc. ¡Vaya si, con todo esto, no íbamos a temer encontrarnos ante una tarea peliaguda!

Y en este conjunto enmarañado de elementos dispares y

anudado públicamente durante la realización de ese famoso congreso. El nº 1 de la revista La Psychanalyse da testimonio de ello.

contradictorios-pero capaces sin duda de dar cabida a cierta dialéctica-, no habría que descuidar otro aspecto esencial del cuadro, a saber, lo que convirtió además a estos dos maestros en actores fundamentales de la vida del movi­miento analítico, de su vida" política" podríamos decir, y por lo tanto también de la dinámica de transmisión del psicoa­nálisis, constituyendo en suma uno y otro, en el tándem que formaban, los representantes eminentes de una "escuela francesa" de psicoanálisis: aquella que terminó marginada de la oficial Asociación internacional CIPAJ.

Sea como fuere, repetimos que no nos será posible consi­derar en forma sistemática todos los elementos de la con­frontación que, sin embargo, inauguramos aquí. Es preferible, decíamos, dejar su examen exhaustivo a los historiadores. En definitiva, nuestra ambición no es otra que aportar una contribución específica acerca de una sola pieza del dossier. Pero entendiendo, por supuesto, que se trata de una pieza (de convicción) lo bastante importante como para encuadrar del mejor modo posible aquello que justifica, pese a todo, la pertinencia del acercamiento diferencial Dolto I Lacan. Y en este aspecto, tal como ya se ha dado a entender, el objeto teórico que revela más capacidad para cumplir esa función no es otro que la temática especular, o sea, la puesta en juego del espejo. El hecho de que Dolto y Lacan se hayan, como mínimo, interesado en él muy de cerca, explica que sólo alrededor de este punto sensible pueda desplegarse la pro­blemática manifiestamente presente en el nódulo de su relación de colegas, y que alcanza al acto psicoanalítico que esto compromete, según las miras con que cada uno de ellos, al final, lo habrá considerado.

Esta perspectiva concuerda por entero con lo que consti­tuye el sentido mismo de nuestro proyecto en su propósito inicial, que consiste en emprender una suerte de confronta­ción doctrinal entre, por un lado, lo que F. Dolto elaboró bajo el título de la imagen inconsciente del cuerpo11 y, por el otro,

n Cuyos datos y principios fundamentales tendremos por conocidos. Cf. por ejemplo Le corps psychique, op. cit., sin perjuicio de retomar puntualmente los elementos requeridos por nuestro desarrollo.

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lo,que,Lacan estableció de manera fundamental a partir de.lo que,élmismo .designó como estadio del espejo. Así pues, si quisiéramos -al menos por el momento- dejarle a la cosa su aspecto de simetría equilibrada, podríamos decir también que se trata de promover la confrontación o el encuentro de dos temáticas, de dos concepciones doctrinales contemporá­neas mayores en el campo del psicoanálisis al que pertene­cemos, lo que implica hacerlas entrar en diálogo e instaurar el debate.

Y al respecto, no podemos sino observar y señalar de en­trada lo siguiente: que están aquí en juego dos concepciones vinculadas una y otra a la imagen, dos puntos de vista a priori diferenciados pero que, sin embargo, giran ambos alrededor de la imagen. Por un lado, 10 que F.· Dolto elaboró como una perspectivacque le es altamente específica, a sa­ber, la imagen.delcuerpo.asíllamadainconsciente, noción a la que consagra el libro-síntesis recapitulativo que aparece en 1984, después de múltiples vicisitudes y avatares sucesi­vos.12 Por el otro lado, lo que introdujo a su vez Lacan en carácter. de imagen escópica, óptica, producida como reflejo especular, através.de lo. que.élidentifica-hay que decirlo­y teoriza como "estadio del espejo", tema que, si nos atene­mos a su primera aparición oficial, se puede datar en el ve­rano de 1936 (en el congreso de Marienbad). 13

Nos vimos llevados, pues, a enfatizar lo que nuestra exposición presenta, dentro de este mismo campo psicoana­lítico contemporáneo -y, es necesario aclararlo, en relación con las determinaciones primordiales del ser humano-, co­mo dos concepciones referidas a la imagen, como dos teori­zaciones distintas que conceden manifiestamente un lugar de elección a esta temática de la imagen. La primera se

12 L'image inconsciente dZJ, corps, Le Seuil, 1984. 13 Recordemos que la primera producción de Lacan sobre este tema ha,

en cierto modo, desaparecido. El texto publicado en los Escritos es una "remake" fechada-en 1949 bajo el título de" El estadio del espejo como _formador de-la función del Y o [Je] tal como se nos revela en la experiencia psicoanalítica" (El)_

presenta en Lacan en la vertiente óptica, a partir· de lo.que el espejo reenvía como reflejo, o sea, la imagen en-su esencia escópica y que corresponde en todo caso a lo visible. La se­gunda se muestra de algún modo más enigmática, aunque sólo sea por esa referencia explícita a lo inconsciente -pues, ¿cómo hablar de unaimageninctmsciente?-implicada poda denominación, un tanto desconcertante, de imagen incons­ciente delcuerpo.14

De ahí que nuestro trabajo pueda aparecer regido por la estructura simétrica de un diálogo conceptual en el que se trataría de hacer comparecer dos perspectivas, dos nociones distintas pero no carentes de cierta manifiesta resonancia común, inherente al solo término imagen: la imagen escópi­ca según el estadio del espejo de Lacan, y la imagen incons­ciente del cuerpo de Dolto. En los dos casos se trata de un cuestionamiento similar de la imagen, y digamos, para pre, cisar la problemática: como imagen de sí.

Pero, en este aspecto, ya hemos aludido a lo que amenaza­ba desequilibrar la simetría del debate, toda vez que nuestro propio progreso anterior nos inclinaba más en el sentido de profundizar la conceptualización doltiana. Sobre todo si a lo que podemos aspirar, incluso en este acercamiento dialoga­do, es a que nos ofrezca el medio de precisar mejor aún la noción de imagen del cuerpo y,justamente, basados en aque­llo que conduce a distinguirla formalmente de la imagen escópica.15

Sea como fuere, esto va a imponer un inevitable recentra­do sobre la noción de estadio del espejo y sobre el tema de la especularidad. ¿Podría ser de otro modo, cuando la noción doltiana de imagen del cuerpo debe clarificarse, a contrario, por el contraste con lo que atañe diferencialmente a la

14 Que durante todos estos años fue el meollo de nuestro programa de investigación acerca de los pormenores de la enseñanza de F. Dolto. Véase en último lugar Liimage du corps selon Fran<;oise Dolto. Une philosophie clinique, Les empecheurs de penser en rond, 1999.

15 Tema· que ya hemoi3 tenido ámplia ocasión de encarar. Cf. nuestra contribución en el coloquio "Leer a Dolto hoy" (Estrasburgo, noviembre de 1999), de la que el presente trabajo es prolongamiento y extensión.

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imagen escópica tal como ésta aparece, reflejada en el espejo?

Esto es también necesario por cuanto toda profundización requerida para esclarecer la compleja noción de imagen inconsciente del cuerpo pasa por la constatación, o la recor­dación, de que la propia F. Dolto tomó en cuenta lo especu­lar lacaniano en sus propuestas. De modo que deberemos prestar consideración -y hasta será una pieza esencial del dossier a lo que constituye su propia lectura específica, diferencial, del "estadio del espejo" de Lacan. Se tratará de examinar el modo en que F. Dolto aborda el estadio del espejo de Lacan y reformula sus datos o al menos los interroga. Es obvio que se trata de un punto cuyo interés -po­dríamos decir histórico y doctrinal- está fuera de dudas. En efecto, no es posible desatender el hecho de que una psicoa­nalista de su importancia, una practicante de su renombre, haya creído correcto integrar a su propia elaboración, incor­porar en su propia conceptualización esta temática especu­lar que es, después de todo, uno de los aportes puntuales más importantes y fecundos del pensamiento psicoanalítico de ese momento, por estar en el fundamento de toda la teoriza­ción lacaniana sucesiva.

Todo esto tiene el mérito incidental de restringir, al pa­recer, en un palmo el .abanico de nuestro programa de trabajo, programa de algún modo reducible a ese único elemento privilegiado situado en el centro de nuestra inves­tigación, esto es, lo que podemos designar como el caso del espejo, el dossier especular. Esto es, en suma, lo que acaba­mos aislando, despejando como soporte privilegiado y debi­damente calificado para examinar y apreciar de viso cuanto atañe a la relación formal Dolto / Lacan. Esto equivale a encarar la confrontación partiendo de un único punto de in­terrogación -pero que demuestra ser crucial-, a saber:· de qué modo se situaron precisamente uno y otro con respecto a esa concepción (forjada por Lacan) designada como estadio del espejo. Equivale también a examinar el modo en que la propia F. Dolto -directa o indirectamente- interpeló a La can sobre este punto, en relación con la formalización del espejo.

Dicho esto, tendremos oportunidad de advertir -tal como lo hemos anticipado- que lo que podría parecer una compre­sión restrictiva de nuestro objeto alrededor del punto focal de lo especular, volverá a aflorar y a irradiarse en muchas otras direcciones.

Y ahora volvamos por un instante a lo que revela el simple posicionamiento de nuestra temática de conjunto, esto es, al hecho de que uno y otro, Dolto y Lacan, tanto Lacan como Dolto, hayan ambos basado, apoyado una parte esencial, literalmente fundamental de sus desarrollos, de sus contri­buciones doctrinales mayores al psicoanálisis, en este tema de la imagen: Lacan, con la imagen escópica, cuyo reflejo él juzga decisivo en el advenimiento subjetivante del estadio del espejo, y F. Dolto, con lo que ella cree apropiado aislar en tanto imagen del cuerpo llamada (en una etapa segunda de su elaboración) imagen inconsciente del cuerpo.

Esto conduce a subrayar la comprobación, más bien ines­perada, del lugar eminente que ocupa la noción de imagen para estos dos artesanos de primer plano del psicoanálisis, noción que uno y otro vienen a inscribir en el propio centro de la conceptualización analítica, lo que no puede sino sor­prender cuando simplemente se recuerda que la imagen no posee, que sepamos, semejante estatus privilegiado en el dispositivo teórico freudiano.

Pero de inmediato es preciso matizar lo que precede, si no revisarlo. Pues, opuestamente, he aquí ocasión para recor­dar que, también para Freud, la imagen fue un soporte pri­mordial desde el inicio, e incluso constitutivo de lo que se convertiría en el psicoanálisis como tal; dicho sea esto, desde luego, por referencia a la imagen onírica, imagen del sueño (Traumbild), de. la que Freud produjo para siempre el desencriptado significante y desean te al poner en evidencia, en suTraumdeutung, las leyes de los procesos fundamenta­les de lo inconsciente. Desde este punto de vista, el psicoanáli­sis habrá comenzado cabalmente por un trabajo semiológico singular sobre la imagen, centrado en el sentido mismo de lo que significa, en este caso, la imagen en el sueño, y de lo que

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ésta vehicula en cuanto al deseo;16 y al poner en evidencia, por consiguiente, lo que ello implica en cuanto al lugar de la imagen en relación con el psiquismo humano.

Así las cosas, son sin duda estos tres grandes nombres del psicoanálisis, Freud, Lacan y Dolto, los que habrán llegado, cada cual en su medida, a poner el énfasis sobre (e incluso habrán llegado al psicoanálisis por) cierto tratamiento de la imagen y de lo imaginario; esto, más allá del destino diferen­te que veremos a cada uno de ellos otorgarles después, cada cual al elaborar su propia teorización. Sin duda, tampoco aquí podemos evitar preguntarnos si más allá de la conver­gencia, más allá de la comprobada conjunción de un mismo término (la imagen), en estas diferentes situaciones se trata de un mismo sustrato conceptual. Esto no es seguro, cues­tión que consideraremos también más adelante.

Pero, por lo pronto, señalaremos que si hubo en suma un terreno de pensamiento original común a Dolto y a Lacan, sabido o insabido, tendría que ver no tanto, o al menos no solamente, con la primacía del lenguaje-del que conocemos, empero, el valor primordial que uno y otro le concedieron­sino más bien con ... ¡la primacía de la imagen! A fin de subrayar el efecto de sorpresa, sería tentador decir que, en definitiva, uno y otro partieron de ella. Oportunidad ésta para observar en todo caso que la imagen no es-como podría pensarse, a las apuradas- sólo un tema de moda, ligado meramente a la actualidad más reciente o al devenirposmo­derno del pensamiento de hoy.17

16 Pero además, si quisiéramos tirar de este hilo temático, habría que tomar en cuenta la suerte más relevante que Freud concede al. término representación (Vorstellung), que se distinguirá de lo que es, estricta­mente hablando, la imagen (Bild).

17 Cabe señalar más bien que ocupó un lugar por entero decisiVó en lo que

podemos llamar escuela de psicología francesa, inaugurada· a pártir de Ribot. Así pues, la imagen estaba en la atmósfera de la. reflexión· y el pensamiento de los años 30, según lo acreditaria muy bien el repaso de los primeros escritos del joven Sartre filósofo sobre lo imaginario y la iíriagina­ci.ón (Sartre, L'imagination, PUF, "Quadrige", 1989; L'imétgihair~. · Galli­mard, "Folio", 1986). También puede consultarse, a título informativo, G. Dumas, Traité de psychologie, F. Alean, 923 (cap. N: "Les im·ages").

Dicho esto, tratándose de Dolto, apenas si sorprenderá que la imagen aparezca como un fondo conceptual. Con ra­zón o sin ella, puede parecer que existe en efecto una relativa continuidad en el hecho de que, habiendo partido de un recurso inaugural a la imagen -por lo menos si pensamos en la utilización que hace Dolto del dibujo y el modelado (en su práctica con niños)-, 18 se haya seguido quedando en la imagen, por decirlo así, incluyendo la puesta en juego de su conceptualización específica de la imagen del cuerpo; que seguramente no carece de relación con los procedimientos de visibilidad utilizados en la técnica psicoterapéutica, puesto que Dolto encuentra en ésta uno de sus lugares de emergen­cia concreta y ello aunque no se limite en exclusividad a tales procedimientos. E incluso cuando esto tampoco implica pre­juzgar sobre la espinosa y problemática cuestión del motivo por el que esa imagen inconsciente del cuerpo tiene derecho a ser llamada imagen; o sea, el motivo exacto por el que es merecedora de esta denominación. ¿Qué hace de la imagen inconsciente del cuerpo una imagen? Pregunta que merece ser guardada en reserva.

En todo caso, puede parecer mucho más inesperado des­cubrir que Lacan habría partido también de este mismo tema de la imagen, convirtiéndolo en el primer sostén de su pensamiento. Si es así (si esto se confirma), habría que insistir más aún en la importancia (entonces desconocida) de su relación inaugural con la imagen. Por un lado, porque es siempre instructivo detectar el punto exacto en que los teóricos iniciaron su reflexión, el lugar del que procedió la movilización de su pensamiento en su elaboración, en su impulso primero. Por otro lado, porque en este caso está muy claro el modo en que las cosas quedaron ampliamente ve­ladas, y después tapadas, toda vez que la doxa lacaniana (o "lacanista") dominante no quiso retener, de las propuestas de Lacan sobre este punto, sino la denuncia feroz de la

18 Y en su referencia siempre marcada en este aspecto al aporte para ella inaugural de S. Morgenstern. Véase por ejemplo su "Ma reconnais­sance a Sophie Morgenstern", en Le silence en psychanalyse, d.ir. J. D. Nasío, Payot y Rivages, 1998.

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imagen; ello, a través del repudio de lo imaginario, supues­tamente defectuoso en sí y responsable de los atolladeros del deseo en el humano. 19

Por el contrario, sobran recursos para explicar que la limitación por principio a esta orientación exclusiva de con­dena de la imagen, combinada con una recusación de lo imaginario, sería ignorar que durante toda una primera época Lacan la consideró -al introducirla por referencia a la imago- como el concepto fundamental del pensamiento y la práctica psicoanalíticos, siendo cuestión, en cierto modo, de restaurar entonces su insigne valor, de rehabilitar toda la importancia que la psicología le habría restado ... No es po­sible desplegar aquí este punto, esencial sin embargo para una justa comprensión de los resortes primeros del lacanis­mo (y de los malentendidos que pudieron venir a continua­ción). Ahora bien, para hacerse una idea a su respecto no hay más que releer un texto publicado en los Escritos y que no por casualidad fue redactado en 1936, a la vuelta del famoso congreso de Marienbad. Este texto se titula "Más allá del 'principio de realidad"' (El, pág. 67). Lacan emprende aquí, en efecto, una verdadera (re)ha-bilitación de la imagen, convirtiéndola en el soporte doctrinal que le permite encarar (ya) su trabajo de reorientación de las apuestas del psicoa­nálisis.

Bástenos señalar de qué modo podemos distinguir varias etapas en la andadura del texto. Al destacar la importancia (epistemológica) del problema, Lacan denuncia primero la concepción asociacionista que dominaba entonces en psico­logía, erróneamente empeñada en reducir la imagen a lo ilusorio (El, págs. 71-7 4). Puede sostener luego, por contras­te, todo lo que da valor a la "revoluciónfreudiana". Ylo hace

19 Es necesario reconocer a este tema toda su relevancia en la doctrina lacaniana pues por 'sí solo exigiría una completa reconsideración, incluso por haber orientado toda una concepción de la cura que podría resumirse en conducir al sujeto de lo imaginario a lo simbólico, y que terminó haciéndose dogmática. Y por otra parte, obsérvese que el propio Lacan se elevó contra los excesos generados por esta lectura reductora y despretiativa al máximo de lo imaginario (cf. El saber del psicoanalista, seminario inédito).

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indicando de entrada (o sea, a partir de esta fecha) la di­mensión del lenguaje que sin duda debe operar en el análi­sis, pero justamente a través de un recorrido -el de la cura- donde la imagen (imago) recibe una función decisiva en aquello que dirige su conducción, incluso para soportar y elaborar el registro de la transferencia. Lacan da cuenta, en efecto, en estos términos de lo que funda el nervio motor de la cura: "Su acción terapéutica se debe definir esencialmen­te como un doble movimiento mediante el cual la imagen, primero difusa y quebrada, es regresivamente asimilada a lo real, para ser progresivamente des asimilada de lo real, es decir, restaurada en su realidad propia. Una acción que da testimonio de la eficiencia de esa realidad" (El, pág. 79). Esto le da ocasión para justificar el homenaje que rinde a Freud: por "el uso genial que supo hacer de la noción de imagen" (El, pág. 81). O sea, como dice a continuación, sabiendo discernir en ella el soporte de la identificación, la cual se basa en la pregnancia informativa de una forma (imagen) que adquiere efecto de estructura.

Es verdad que todavía no se ha llegado a una definición rigurosa de los registros y modalidades identificatorios di­ferenciados, cosa que ocurrirá después. ¡Pero esto no impide al joven y audaz Lacan seguir en sus trece y atreverse a criticar a Freud por privilegiar la noción de libido, desacer­tada, a su juicio, y factor de confusión!

En cualquier caso, el final del texto nos hace lamentar que el autor lo haya dejado inconcluso pese a anunciar allí su intención de profundizar, a modo de prolongación del traba~ jo, las investigaciones referidas -juntamente con la disci­plina freudiana- a la "realidad de la imagen" (El, pág. 85). Así se confirma hasta qué punto, en ese momento, el enfoque de Lacan-el de ese "primer Lacan", si se prefiere- se basa en semejante evaluación positiva de la imagen (o imago), puesto que se ve llevado a considerarla como la palanca conceptual mayor de la cura, así como a dar cuenta de su eficacia. 20

Y con esto, no nos engañemos, el estadio del espejo mismo 20 Y, en consecuencia, no se puede considerar una simple anécdota e1

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va a cobrar sentido en relación con esta primacía, explicita­da y sostenida, del valor heurístico de la imagen. Al revés de lo que podría pensarse, lejos de ser este estadio el que con­duce secundariamente a tanto énfasis sobre los poderes de ésta, Lacan individualiza y distingue la relación frente al espejo porque, a su juicio, y tal como acaba de leerse, la imagen es para él lo que orienta la "revolución" psicoanalí­tica; y esta relación frente al espejo constituye una experien­cia que le aporta, por su estructuración misma, el tipo de confirmación concreta que estaba buscando. Los fenómenos ligados al comportamiento del niño ante el espejo (desde la edad de seis meses) le parecieron, dirá, "manifestar uno de los hechos de captación identificatoria por la imago que [él) procuraba aislar" (El, pág. 175). Más claro, imposible.

De ahí que todo esto sea apropiado para hacernos percibir mejor el interés no sólo conceptual, sino también casi de alcance histórico, de confrontar los puntos de vista, las orientaciones de Lacan y Dolto sobre esta cuestión del es­pejo. Pues aunque luego sus posiciones se volverán sensible­mente distintas, cuando no divergentes, debemos tener muy en cuenta que, inicialmente, uno y otra toman el camino de sus elaboraciones específicas a partir de todo un haz de preocupaciones comunes donde la dimensión de la imagen aparece colocada en primer plano. 21

Paradójicamente, el estado de cosas inaugural, el punto de partida al que nos estamos remitiendo parece estar mejor despejado, parece presentarse de manera más simple en Lacan que en el caso de F. Dolto. Esto no implica prejuzgar

que Lacan diera como segundo nombre a su hija, nacida en esa época'(en enero de 1937), él de ... jlmage! [N. de la T.: sustantivo común correspon­diente al español "imagen"_] (Cf. E. Roudinesco, op. cit., pág. 189.)

21 En resumen, ya vimos que esta referencia a la imagen es pq.tente en Lacan desde 1936. F. Dolto lo hará de manera explícita -y conceptual­más tarde. En todo caso, encontramos particularmente en 1956 una comunicación caracterizada sobre la imagen del cuerpo (cf. Le sentiment de soi, Gallimard, 1997, balance sobre este tiempo inicial de su· elabora­ción).

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que tal impresión por el lado de Lacan persistirá luego (¡es de temer que no!); pero lo seguro es que, si podemos tener una idea clarificada de lo que es su propia entrada en el terreno de la imagen, ello se debe a que dicha entrada va a enfocarse, en esos años primeros (digamos 1936, año del estadio del espejo, primera molienda), según una modalidad exclusivamente escópica, especular, tal como resulta en lo concreto del aparataje del espejo, del niño frente a su reflejo.

Esto quiere decir que, aun aislada en sus incidencias sub­jetivas, la imagen se capta entonces sólo en su esencia eminentemente óptica. Es importante señalar esto porque significa que en Lacan, de punta a punta y en lo esencial, nunca se tratará más que de la imagen escópica, de la imagen en el sentido óptico, visual del término, de la imagen exclusivamente considerada bajo las especies de lo visible. 22

He aquí un punto sensible y que, lo anticipamos, podrá dificultar el diálogo con las concepciones de F. Dolto que queremos instruir, por lo mismo que resulta ser más bien un elemento de tensión capaz de alimentar y de avivar la pro­blemática, e incluso el antagonismo.

Por otra parte, tampoco arreglará las cosas el que también Lacan pueda hablar en esta época de "imagen del cuerpo".23

Aquí habría riesgo de mantener la confusión y de volver incierto igualmente el intercambio con las concepciones ulteriores de F. Dolto, por cuanto la imagen del cuerpo a la que alude en este caso Lacan es exclusivamente de esencia visual. En este sentido, la imagen del cuerpo se reduce para él a la imagen en tanto reflejada en el espejo.24 Según esta perspectiva lacaniana -ya que el punto será recogido y confirmado por los comentadores-, no hay otra imagen del cuerpo (así designada) que la especular, la escópica, aquella, digamos, que es objeto de mirada, en lo visible.

Conviene recordarlo para evitar los contrasentidos, ¡o

22 Esto vale para Lacan y también para aquellos de sus seguidores y alumnos con qUienes vamos a encontrarnos más adelante.

23 Una mención, entre otras, en El, pág. 175. 2·1 Así se trate --de una manera que puede resultar momentáneamen­

te opaca- de ese espejo interno que constituye el córtex (ibid., pág. 90).

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para comprender qué cosa puede producirlos! En este caso, por cuanto nos pareció posible oponer esa "simplicidad" (¡muy relativa!) del punto de partida en Lacan -simplici­dad al menos sensorial- a lo que sería entonces, por con­traste, la mayor complejidad que aparecería del lado de Dolto.

Porque, en este aspecto, es verdad que los datos van a presentarse en F. Dolto de una manera más enigmática, de un modo más mezclado, menos unívoco, digamos (que el que creímos hallar en Lacan y su espejo). En efecto, y digamos sólo un par de cosas, cuando F. Dolto habla de imagen del cuerpo, no entiende el término imagen en su acepción visual dominante o privilegiada. Incluso ésta es la razón por la que aconsejo ponerse en guardia cuando se trata de introducirse en esta noción. A saber, que, lejos de concebirla como una imagen en el sentido visual del término -que tiene no obs­tante tanta incidencia en nuestros entendimientos de hoy, básicamente referidos a la imagen visible-, F. Dolto abre esta "imagen" a otras sensorialidades. E incluso podremos considerar hasta cierto punto-volveremos a esto-que ella edifica la noción de imagen inconsciente del cuerpo para contraponerla justamente, para que ponga coto a una con­cepción exclusivamente visual de la imagen (del cuerpo), para que haga contrapeso a la dominante (visible) de la representación corporal. Es cierto que esto se hallará siem­pre en juego cuando se trate de lo especular. Pero, por ahora, quedémonos simplemente aquí: la imagen del cuerpo, la imagen que recibirá el nombre de imagen inconsciente del cuerpo, no debe ser pensada primero bajo el registro de lo visual, en relación con lo escópico. A la vez, éste es otro modo de entender la denominación de inconsciente, otro modo de introducir el fundamento de su pertinencia.

Y es también uno de los elementos capaces entonces de relanzar la interrogación sobre el uso que da F. Dolto al término imagen. Sintetizando, podríamos formularlo de la manera siguiente -a la que ya hemos aludido-: la imagen del cuerpo, esa imagen del cuerpo que ella promueve (para llamarla finalmente inconsciente), ¿por qué puede ser lla-

mada imagen? Y esto, en particular cuando se nos señala, como ahora, que la noción no puede ser reducida a su acep­ción visible, ¿quiere decir que el término imagen funcionaría en cierto modo como una antífrasis, al llamarse imagen a lo que no es imagen (en el sentido corriente)?

Por su agudeza, estas cuestiones son, como mínimo, una manera de confirmar decididamente la complejidad del problema por el lado de Dolto; una complejidad que también podríamos ilustrar recordando, cosa bienvenida en este contexto, el hecho de que la imagen del cuerpo en el sentido en que ella la promovió -es decir, cuya génesis se arraiga en un tiempo primordial y hasta arcaico de la existencia de un ser humano- no puede proyectarse sobre (o reducirse a) esa definición trivializada que encontramos en los manuales, como sucedía ya en el pionero Paul Schilder,25 según la cual se trataría simplemente de la "representación que tenemos de nuestro cuerpo". He aquí una definición demasiado psico­logizante y reductora como para satisfacernos. Y el hecho de que F. Dolto le haya pegado resueltamente la estampilla de lo inconsciente confirma que, a su vez, tampoco pudo ate­nerse a ella.

En cuanto a organizar el encuentro entre Dolto y Lacan que el presente trabajo se propone establecer en el terreno de la imagen (y de lo especular) -con las distancias (¡y acercamientos!) que ya se han manifestado-, hay otro punto histórico que debemos evocar en esta etapa y que no pode­mos reducir a su apariencia anecdótica. Pues confirma, de hecho, por si hiciera falta, la realidad tangible del diálogo Dolto / Lacan alrededor de la cuestión del espejo, un diálo­go al que proporciona en cierto modo el recuerdo de una escena originaria (¡otra vez ella!) que nos permite plantar mejor aún el decorado del encuentro (¡realizado!) vuelto así memorable.

Resulta que, en efecto, enjunio de 1936-el 16 a la noche, para ser precisos- el tal Lacan presenta una comunicación sobre el tema del espejo ante la Sociedad psicoanalítica de

25 L'image du corps, Gallimard, 1968.

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París (en ese momento la única sociedad de psicoanálisis en Francia), comunicación que, dirigida a sus pares parisinos, es manifiestamente preparatoria de la conferencia que debía pronunciar (y que tuvo lugar efectivamente, aunque se vio interrumpida) en el congreso de Marienbad, pocas semanas después.26

Pues bien, ¿adivinen quién llevaba la pluma de relator en esta sesión de preestreno referida al estadio del espejo? ¡Sí, claro, F. Dolto! Apellidada todavía Marette y joven impe­trante de la Sociedad psicoanalítica, puesto que estaba en análisis (con R. Laforgue).

¡Nunca se dirá cuán bien hace el azar las cosas! Esta circunstancia inesperada justifica ya que precisemos (en lo que precede) la fecha de esta sesión que Marette consignó esmeradamente en su agenda, con la siguiente nota perso­nal contrastada, y cito:

"muy seductoras teorías Lacan un tanto encandilado por la magia de las palabras."27

Y, por si fuera poco, esto nos permite disponer -gracias al fondo de los Archivos Fran~oise Dolto- de algunas notas indicativas que se han conservado de ese informe y que E. Roudinesco menciona en su trabajo sobre Lacan. 28 Estas notas -que el lector encontrará en el anexo- dicen mucho sobre la amplitud de la temática que Lacan quería abarcar en su exposición y hacen comprender su despecho por el fre­nazo asestado (en Marienbad) a su impulso.

Esto no hace más que subrayar la singular importancia de ese encuentro preparatorio, conmovedor por la coyuntura excepcional en que se produjo y, según lo que podemos extraer de él, rico en contenido. La ocasión es propicia sobre todo para constatar que F. Dolto pudo, pues, tomar muy temprano conocimiento -¡lo más temprano que era posi-

26 La exposición de Lacan se realizó exactamente el 3 de agosto. En varias ocasiones, incluidos los Escritos, Lacan relata el modo en que fue interrumpido (por Ernest Jones); Lacan se negó luego a presentar el texto de su comunicación, irremediablemente perdido desde entonces.

:z7 Agradezco a Colette Percheminier, directora de los Archivos Fran1;oi­se Dolto, por haberme próporcionado esta información.

28 E. Roudinesco, op. cit., pág. 159.

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ble!- de ese estadio del espejo lacaniano prometido a un futuro tan brillante. Ocurre, en efecto -no podemos mini­mizarlo-, que F. Dolto se cuenta entre quienes tuvieron el raro privilegio de captar lo que concernía al estadio del espejo desde las primicias de su elaboración por Lacan, de aprehenderlo para tomar conocimiento de él en su estado casi naciente. ¡Podríamos decir que ella asistió al parto, si es que no fue la partera!

La historia no dice si, traído ya al mundo este bebé pro­lífico, pudo ella prever su floreciente futuro, y predecir el futuro de la prometedora temática. En todo caso, no podría­mos decir que desconoció su sentido y su tenor, puesto que

. pudo hacerse al respecto una idea precisa y de primera ma­no, de entrada. Lo cual reaviva más aún el interés de

·••· descubrir aquí su propio punto de vista sobre una cuestión • de la que fue tan precozmente advertida.

Por otra parte, hay cierta ironía en esto de poder percibir con precisión minuciosa de historiador el modo en que F. Dolto tomó directo conocimiento del espejo, puesto que po­demos sorprenderla sin mediaciones en el instante mismo de esa captación; mientras que (ahí está el toque irónico) sabemos finalmente mucho menos, con mucha menos certe­za, cómo llegó en lo concreto a apoderarse de la noción de

·imagen del cuerpo que luego puso a su servicio. Todavía hoy debemos limitarnos al respecto a un escaso número de

. conjeturas más o menos fundadas, una vez recordado que, en su origen, la noción de imagen del cuerpo es de esencia neurológica (vinculada a los trabajos de Weir-Mitchell, Head,

•:y luego Schilder, entre otros). Para quedarnos a fines de los años treinta, época a la que todo esto nos remite, no puede

,dudarse sin embargo de que una de las fuentes posibles y hasta probables de F. Dolto haya sido el libro publicado en esta época por el neurólogo francés Lhermitte, a quien

• Lacan menciona además en este contexto.29

Sea como fuere, esta evocación del pasado histórico viene 29 Cf. El, pág. 175. La obra de Lhermitte, L'image de notre corps, fue

-;: __ reeditada por l'Hartmattan, 1998. Véase tambien F. Dolto, Le féminin, · op. cit., p. 295.

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oportunamente a completar el marco que queremos dar a nuestro trabajo. Nos abre toda una perspectiva en la que viene a inscribirse la discusión de fondo que anhelamos em­prender--0 transmitir- entre Lacan y Dolto, ocupados uno y otra, como los vemos, desde el principio, en una investiga­ción que pasa por la imagen. No basta decir que la simple instauración de ese debate nos devuelve, por más de una razón, a la experiencia especular inauguralmente formali­zada por Lacan. Sobre este tema tendremos que focalizar sin duda nuestra empresa así como el diálogo entre nuestros dos "contendientes": sobre ese estadio del espejo con el que uno y otro se vieron tan precozmente confrontados.

2. DOLTO: IMAGEN, INCONSCIENTE E (IN)VISIBLE

En el momento de emprender esa especie de confrontación dialogada que sugiere nuestro proyecto de conjunto, hay una cuestión que debemos remarcar de entrada y que atañe a la imagen del cuerpo según F. Dolto -pues es como una ca­racterística, como un rasgo distintivo suyo-, y que lleva a apartarla formalmente de la visibilidad, del registro de lo visible. Mencionamos esta cuestión ya en el capítulo ante­rior, pero es necesario insistir por cuanto condicionará poco más o menos todo nuestro desarrollo siguiente, del que va a representar una suerte de pivote. Y en particular porque, tal como hemos entrevisto, el punto debería introducir necesa­riamente un primer nivel de disparidad entre las perspecti­vas de Dolto y Lacan, una distancia que se hará sentir a lo largo del debate entre ambas perspectivas y que podemos caracterizar, pues, con referencia a la visibilidad, por una manera diferente de aprehender la relación de la imagen con lo visible e incluso, de manera más fundamental todavía, considerando el lugar de principio otorgado a la visibilidad en el marco de la teorización.

En efecto, así como, para ir rápido -sobre un punto que exigiría no obstante una circunspección mucho mayor-hay motivos para discernir en Lacan la intervención de cierta "primacía de lo visible" (igualmente localizable en determi­nada orientación del propio Freud), es decir, un predominio en el humano de lo que él mismo llegará a designar como

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"pulsíón escópíca" (&L1 cuestionar por ello la prímací otorgada al significante lingüístico), digamos que, por ef contrario, F. Dolto adopta una orientación de principio muy distinta, que manifiesta y expresa intrínsecamenté "su" imagen del cuerpo, su concepción de la imagen in~ consciente del cuer-po. Sobre esto querríamos insistir de entrada, dejando explícito el modo en que es posible encontrar en Lacan una suerte de favor, de prioridad concedida a lo vinculado con lo visible, y que orienta así sus desarrollos en una dirección de la que no podremos encontrar ningún equivalente en F. Dolto.

ya lo he mencionado: cuando se trata de introducir esta noción compleja de imagen inconsciente del cuerpo, creo necesario lanzar sistemáticamente una primera alerta, una, advertencia destinada a evitar cualquier malentendido y cualquier contrasentido. A saber, que si no queremos extra, viarnos de entrada, y gravemente, respecto de esta noción, me parece esencial empezar por desprenderse todo lo posi­ble de lo que en nuestras mentes conduce, por lo general, a percibir el término imagen en la modalidad óptica, visual, es decir, la misma que llegó a ser dominante para nosotros. Tan cierto como que la imagen, en el sentido en que la entende­mos habitualmente-hasta el punto de desconocer sus otras· . acepciones y resonancias-, es ante todo la imagen óptica, la imagen de la visión, la imagen reducida a la mera sensoría­lidad de lo visible. Por otra parte, habría razones para pre­guntarse por esa suerte de "colonización" del término ima­gen que la somete a esta exclusividad de lo visual. Domina­ción que confirman sin duda, a su manera rampante, los progresos de la civilización tecnológica, que mantienen o refuerzan nuestro sometimiento a la imagen en tanto visi­ble. Hasta el grado de que ya no admitimos para este término ningún otro significado -término cuya extensión es demostrada, sin embargo, por los diccionarios-, olvidan­do por ejemplo, dicho sea esto trasladándonos de inmediato a la otra punta de la cadena asociativa que nos importa, que "imagen" es una palabra deudora igualmente de la retórica, en el sentido de que también la poesía procede por imágenes.

Lo cierto es -y de aquí debemos volver a arrancar- que, uando se piensa imagen, se piensa primero óptica, visión er). Y así ocurre, en efecto, a lo largo de los desarrollos del opio Lacan; casi no lo veremos hablar de imagen de otro odo que en este sentido de lo visual, de lo visible totalitario,

n la sola referencia a lo escópico. Pues bien, insistamos aun más; de esto, exactamente, hay

1ue apartarse sí se quiere poder seguir de un modo correcto que implica la conceptualización de la imagen (del cuerpo)

~n F. Dolto. Pues esta imagen -imagen inconsciente del cuerpo- debe ser comprendida en tanto procede de otra ·esencia, y en tanto interviene de manera característica, por ·definición misma, en un registro que no es el del reinado

':'exclusivo de la visibilidad. En cualquier caso, esta dímen­'Síón de lo visible, aunque F. Dolto no se sustraiga a ella, no

goza de ningún trato preferencial y se ve relegada más bien a una posición que habrá que llamar segunda, cuando no secundaría.

En síntesis, sin perjuicio de defraudar a aquellos o aque­llas que esperarían de esta concepción algún esclarecimien­to presuntamente psicoanalítico sobre el aspecto formal del cuerpo, sobre la belleza y sus vicisitudes más o menos do­lorosas en el humano, debemos insistir en que no se trata de esto: de ninguna manera, no se trata del "look", de lo que el cuerpo ofrece como manifiestamente visible; en otras pala­bras, no está en juego nada de lo que podríamos llamar imagen del cuerpo en el sentido corriente del término. De ahí el malentendido que se instaura con tanta frecuencia con los que esperaban obtener en este terreno algunos consejos profundos (¡o cutáneos!), algunas indicaciones relativas a los cuidados de la estética corporal. Porque en este aspecto F. Dolto nos deja más bien con las ganas sí la cosa era explicar, cuando no tratar (de) lo que concierne a la relación (por insoslayable que sea) de cada cual con la estética del cuerpo propio. Este no es su propósito. En este asunto, Dolto no se ocupa de lo que el cuerpo da a ver. Por lo tanto, no se trata de la imagen del cuerpo en el sentido común -y do­minante- tal como se le manifiesta al otro, cuando no a uno

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mismo, en la mostración de lo visible. Esta imagen del cuerpo es tributaria, en efecto, de otros registros que no pertenecen de modo exclusivo al orden de. la visibilidad, sino que en realidad conciernen a un nivel de sensorialidad que debemos llamar más fino o más primordial, cuando están en juego otras dimensiones menos dominantes (que lo visible), aspec­tos menos totalitarios (y más sutiles) de la corporeidad.

Para que todo esto resulte comprensible es preciso, ade­más, llevar el despliegue de la imagen del cuerpo al sitio en el que tiene lugar concretamente, aquel que autoriza a F. Dolto a calificar a esta imagen de inconsciente, por lo mismo que ella inscribe su marco en los inicios más lejanos de la existencia de la cría humana. A modo de recordatorio, di­gámoslo así: 1 la imagen del cuerpo no es, al fin de cuentas, otra cosa que aquello mediante lo cual F. Dolto nos restituye en teoría (clínica) su propia lectura de lo infantil, el viático que le permite explicarnos de qué modo ella entiende y des­cifra efectivamente la vivencia del infans en las etapas de su construcción original, el modo en que se realiza para éste la elaboración primera de su subjetividad. En este sentido, la imagen del cuerpo es en cierta forma, para F. Dolto, el equivalente de lo que es, para Freud, el desarrollo de la sexualidad infantil.2 Y en este ascenso a las fuentes prime­ras del ser, llegado el momento Dolto deberá pasar también, como es lógico, por la temática lacaniana del estadio del espeJo.

Pero seamos aún más precisos en el encuadramiento relacional de esta arqueología infantil -por la cual cuerpo y sujeto se determinan conjuntamente a través del lengua­je- y digamos que la imagen del cuerpo puede ser conside­rada como el fruto subjetivado de lo que se elabora, de

1 Para un mayor desarrollo, me permito remitir al lector al conjunto de mis trabajos. Cf., por ejemplo, Le corps psychique, op. cit. , cap. 2: "Le réel de l'infanS".

2 Ya he tenido ocasión de trabajar en particular este acercamiento concurrencial con Freud, una manera de reanudar el debate sobre la cuestión de los "estadios".

manera primigenia, en la relación del bebé con la persona tutelar, con el Otro primordial (para utilizar ya las palabras de Lacan), general o clásicamente figurado por el personaje de la madre.

Todo cuanto se afirma de las características de la imagen del cuerpo, en particular las que constituyen su tenor, re­mite de manera esencial a la forma en que ella se fabrica, se construye, se elabora en el contexto de esa vivencia infantil

<que F. Dolto insiste en llamar eminentemente relacional y ,lingüística: se trata de lo que ella designa como "comunica­' ción interpsíquica" entre el niño y su madre, y por lo cual,

podríamos decir, ésta da sentido al mundo y al ser mismo del •niño, para el niño. Por lo demás, la apuesta de toda esta

árqueología primordial relacional -y nótese que F. Dolto indica la dimensión del lazo jugando con el prefijo "ca-": co­nacimiento, ca-corporeidad, e incluso ca-narcisismo ... - es lo que debe determinarse respecto de la subjetividad del niño en el propio seno de esa relación de "díada", como se la llama, con la madre; pero de una díada que, en Dolto-lo mismo que el1 Lacan-, está siempre ternarizada, siempre abierta a

,\superación por intervención de un tercero. .... Si F. Dolto habla aquí en términos de imagen del cuerpo, • si en principio se trata, pues, del cuerpo, es para enfatizar el

hecho de que está en juego la corporeidad del niño, conjunta a la de la madre. La imagen del cuerpo en este sentido de­signa la matriz corporal de la subjetividad. Pero ello, debido a

'que el cuerpo mismo está sometido a-y es portador de- la dimensión significante del lenguaje. No hay cuerpo propia­mente humano que no esté encajado de modo fundamental en el dispositivo del lenguaje y de la palabra. y tampoco hay lenguaje ni palabra sino referidos a un ser de carne, hablan­te entonces en un cuerpo que da carne (el "Leib" de la fenomenología). La imagen del cuerpo es lenguaje y es cuerpo, está inserta en la carnalidad urdida por ese entre­cruzamiento del uno al otro, del uno por el otro. Esa imagen es cuerpo llevado al lenguaje, sublimado por ély deviniendo, en este sentido, soporte de la subjetividad hablante.

Al "hablaser" de Lacan, Dolto le adjunü1 el fundamento de

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cuerpo que el hablar requiere y que la imagen del cuerpo asegura de manera primordial. Ningún hablaser lo sería sin el cuerpo que también lo hace hablante humano.

La imagen del cuerpo se determina por la puesta en juego de los procesos que operan en la red sutil de estas primeras relaciones con la madre, procesos donde entre cuerpo y len.­guaje intervienen las nociones de identificación, proyección o introyección. Una primera manera de comprender lo que lleva a F. Dolto a designar esa imagen del cuerpo como. inconsciente, es considerar precisamente que esta imagen se construye, se teje, podríamos decir -metáfora textil que F. Dolto utiliza con frecuencia-, por la mediación implícita de estos diferentes procesos relacionados que actúan de ma- ·· nera tangible, en lo insabido de lo que no se percibe (pero se experimenta, se siente) en el tejido de la relación madre­niño.

E insabido, no tanto por pertenecer a lo psíquico inefable sino, más que eso, porque pone en juego la sutileza de las modalidades también corporales de la comunicación, moda" lidades corporales cuyo detalle F. Dolto se dedica a recons" truirnos.

La "imagen" designa aquí lo que queda, lo que permanece, el cociente de lo que se simboliz.a de y en esa relación pri­mordial, por la incidencia de lo que opera de y en la relación inconsciente con la madre. De ahí que no se trate solamente de la imagen producida por lo escópico, sino asimismo del efecto de cualquier otra recepción o percepción, incluso en lo que ella tiene (¡para nosotros!) de imperceptible. Esto con­duce a F. Dolto a hablar, por ejemplo, en esta formalización de la imagen inconsciente del cuerpo, de imagen olfativa o, para ser más precisos, en lo que ella considera como lo más original que existe respecto de lo que "carnaliza" sutilmente el ser del niño: una imagen olfativo-respiratoria.3 La deno­minación muestra hasta ·qué punto, en este contexto, se descarta por entero la exclusividad de lo visual, toda vez que, en el sentido aquí entendido, la imagen ya no tiene nada que

3 Cf. Le sentiment de soi, op. cit., pág. 183.

la reduzca a su supuesto lazo dilecto y privilegiado con el registro del ver. Es más bien una imagen-resto, una imagen­huella corporal,4 pero de valor subjetivo. A todo esto, lo importante es observar que todos los sentidos están convo-

• cados en esta carnalización primera señalada por la imagen inconsciente del cuerpo.

Y esto se comprende advirtiendo que, en el marco primor­dial de relación diádica con la madre desde el cual F. Dolto despliega toda su elaboración, nada asegura que hubiese que dar algún privilegio a lo visual. Por el contrario, F. Dolto no se cansará de encontrar aquí la influencia posible y hasta predominante de todas las diferentes sensorialidades: olfa­tiva, respiratoria-como hemos visto-, pero también visce­ral, intestinal, todo lo vinculado al sostén [portage] del niño, al ritmo, etc. Podemos decir que todas las manifestaciones de cuerpo, de co-corporeidad, son convocadas para dar cuen­ta de lo que constituye desde entonces la multiplicidad sin­fónica de los componentes de la imagen del cuerpo: donde lo visual es, a lo sumo, una determinación entre otras, de algún modo más fundamentalmente esenciales puesto que son tanto o más estructurantes que lo visual.5

De aquí resulta asimismo -y, en este contexto, tal es el punto en el que debemos insistir-que la imagen del cuerpo no debe ser concebida como la imagen que un tercero obser­vador podría percibir desde afuera, de la que podría tomar conocimiento por cuanto ella se daría a ver, se ofrecería a su mirada; sino más una imagen en el sentido de una interio­ridad -ampliamente insabida, por otra parte, ya que se la llama inconsciente- que simboliza las vicisitudes psicocor­porales primordiales de la vida del sujeto. En este sentido, no tanto imagen objetiva, por decirlo así, como imagen subjetiva en el sentido fuerte del término, interiorizada, íntima.

4 En un sentido cercano al uso vigente al comienzo en el discurso de los neurólogos.

5 Como se lo podría ilustrar siinplemente recordando el caso prínceps del niño de la sábana, donde no hay nada visual en juego. Cf. Le corps psychique, op. cit., pág. 26.

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Es decir que, lejos de ser una imagen producida pasiva­mente y que se pueda materializar, exteriorizar-jo captar sobre una pantalla!-, designa más bien el efecto mismo de la relación primordial en su dinámica estructuran te, la ima­gen que el sujeto niño se hace ser,y deviene.No una imagen que habría que mostrar (visualmente), sino una imagen que contiene el modo en que el ser se moldea.

No ignoremos la claridad que esto nos aporta, de paso, en cuanto al porqué de la denominación de inconsciente que F. Dolto cree adecuado -y en una segunda etapa de su elabo­ración, además- adjuntar al término imagen del cuerpo para proporcionarle su calificación característica. Presenté ya en otro lugar un inventario de las diferentes maneras de responder a esta pregunta: ¿por qué la imagen del cuerpo es llamada inconsciente? Tendremos luego ocasión de volver sobre una de las modalidades esenciales de respuestas po­sibles. Pero a esta altura podemos presentar una doble primera respuesta. Según hemos dado a entender, la ima­gen del cuerpo se especifica como inconsciente porque está enteramente situada-en su despliegue estructuran te- en aquellos tiempos primeros de la arcaicidad subjetiva. Y en­contramos entonces, en su nivel, esa afinidad de principio que existe entre lo arcaico y lo inconsciente (en el propio sentido mismo de Freud). Para F. Dolto, inconsciente es la denominación apropiada para designar lo que de primordial se juega para el niño-para el infans- en la relación con su madre, lo que implica igualmente el basamento corporal de esa relación. Es decir que lo inconsciente es, en este sentido, un inconsciente-cuerpo, un inconsciente corporal; y la ima­gen del cuerpo llamada inconsciente designa, en este carác­ter, aquello que lo inconsciente debe al cuerpo.

Pero, como corolario -y éste es el segundo punto que habíamos anunciado-, puede considerarse que esta especi­ficación de inconsciente se debe también a lo que esto im­plica de invisible, a lo que hace de ella una suerte de imagen invisible, por decirlo así; en el sentido, al menos, de que no toma lo esencial de sus rasgos, de su figura, de su configura-

ción, en la dimensión de lo visual, de lo escópico, que a lo sumo es un elemento más entre muchos otros -los hemos mencionado (del orden de lo sensorial, de lo sentido, de lo experimentado)- cuya importancia es similar y que son constitutivos, también ellos, de lo que viene a ser la "made­ra" de esa imagen, su materia. Puesto que esa imagen es cuerpo, cuerpo de lenguaje, y encarnado en una palabra (de vida).6

Para ser más precisos, habría que distinguir dos cosas. Por un lado, los elementos que forman dicha imagen (cuya naturaleza heteróclita se ha mencionado). Por el otro, el propio tenor de esta imagen en su esencia manifiesta. En cuanto al primer punto, no se trata de negar el papel cum­plido por el registro de la visión. F. Dolto no desconoce la intervención relevante del circuito de la mirada, del inter­cambio de miradas entre la madre y el niño, ¿acaso sería posible? Volveremos sobre el punto más adelante. Pero sí relativiza de modo considerable esta dimensión al conside­rar lo visual como una dimensión inserta en la serie de todas las otras múltiples sensorialidades, de todos los otros aspec­tos de la relación psicocorporal primordial. Nos recuerda, y de manera decisiva, que "en la constitución de la imagen del cuerpo, las pulsiones escópicas ocupan un lugar muy modes­to, incluso totalmente ausente para la organización del narcisismo primario". 7

En cuanto al segundo punto, y en lo referido al propio tenor de esa imagen del cuerpo, ahora se entiende mejor que pueda llegarse a calificarla de no visible. Porque su esencia no está ahí, desde el momento en que se ha tejido, tramado en el trasfondo de todas las modalidades de la comunicación corporal inefable en el seno de la díada; esa imagen no se ve, no se muestra, permanece inaccesible a cualquier "observa­dor" tercero.

Y sin embargo, llamarla no visi.tile no impide tener que considerarla como figurable. Toda la clínica de F. Dolto, en

13 Cf. C'est la parole qui fait uivre, dir. W. Barral, Gallimard, 1999. 7 IIC, pág. 121.

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particular lo referido a las representaciones plásticas del niño, está basada en eso, en una modalidad interpretativa que con­siste en encontrar algo de la figurabilidad en el sentido freudia­no. del término; por lo menos, si es así como debe traducirse la Dasterllbarkeit hecha presente en el sueño.

Pero al mismo tiempo, y aprovechemos para señalarlo, esa referencia a la técnica psicoterapéutica del dibujo, aun siendo lógica, terminó siendo fuente de confusiones. Pues en algunos casos indujo la idea de que la imagen del cuerpo según F. Dolto no era otra cosa que la imagen así producida por los niños, especialmente en el marco de la situación ana­lítica, y de manera entonces casi psicotécnica. Ya tuve ocasión de destacar el contrasentido que esto encerraba, atento el hecho de que no puede considerarse que la imagen figurada del dibujo del niño indique la imagen del cuerpo como tal, aun cuando sea una representación posible de ella producida proyectivamente por calco y/o por transferencia. 8

Razón de más para no ceder a las seducciones de la imagen, en tanto equivaldría a representación. Pues la representa­ción figurada, lejos de ser asimilable en sí misma a la imagen del cuerpo, es a lo sumo un retoño figurativo de ésta, una re­presentación. Distingo que confirma concretamente el he­cho en el que insistimos: el de que, así concebida, la imagen del cuerpo no es de esencia visible aunque pueda, no tanto darse a ver como figurarse, representarse, dar lugar a re­presentación, como cuando media la transferencia, que la vuelve así expresable, figurable en la producción plástica (modelado o dibujo).

A su vez, esto autoriza a comprender la imagen del cuerpo en sí misma como lo que se modela similarmente, por decirlo así, como lo que se "dibuja" a flor de cuerpo en un movimiento figurativo, expresivo -e impresivo- que procede del cuer­po para, a flor de cuerpo, hacer aparecer en esta imagen (no percibida) el ser íntimo del sujeto.

La imagen del cuerpo es calificada de inconsciente por 8 Me dediqué a explicitar esta distinción en Le corps psychique, op. cit.,

cap. 4. Véase también el prólogo a Le sentiment de soi, op. cit., págs. \7J a IX.

•·(:arecer de un estatuto que sea inmediatamente representa­tivo. Y se cae en un grueso error al restaurar en ella una imaginería que, de hecho, esta concepción problematiza al 'tratar de una imagen que no es directamente plasmable en :imágenes. Porque ella es, ante todo, aquello por lo cual el cuerpo se modela relacionalmente, subjetivamente, para de­terminar la identidad de sí a través de la relación hablada bon el otro y con el mundo.

Así concebida, la imagen del cuerpo es, antes de poder eventualmente (re)presentarse, figurarse, un dibujo del

:••cuerpo, por decirlo así. Ella es el cuerpo en tanto éste es, en el humano, dibujo (¡designio!)* que habrá sido "dibujado" por las relaciones primordiales -aprobatorias o reproba to-.rías- de la vivencia del niño.

Sería un error, pues, buscar la imagen del cuerpo en los elementos visuales que pueden producirse, se trate de la representación figurada o de vaya a saber qué imagen "men­tal"; pues todas apuntan a devolver a la imagen el estatus

·•del tener-"tener una imagen"-, mientras que con F. Dolto estamos más bien en el registro de una búsqueda del ser movilizada por la representación indelimitable y mediata. Nada lo expresa mejor que designar a esta imagen como inmanente al cuerpo. Hay una inmanencia de la imagen y esto es precisamente lo que la asigna al inconsciente. La inmanencia nos pone en la pista de una inaccesibilidad de la imagen del cuerpo, o sea, de aquello por lo que el cuerpo es también cuerpo del sujeto, para el sujeto, que él sostiene y que subyace en su advenimiento. Para ser más precisos, sólo por la puesta en juego relacional y simbólica -"simbolíge­na", dirá F. Dolto--de la corporeidad de la cría humana, se produce de manera entonces inmanente lo que emerge de ella como su subjetividad. Y el resultado, la entidad imagen del cuerpo (inconsciente), designa aquello por lo cual el ~uerpo deviene soporte (¿hábitat?) del Yo [Je].** No hay Yo [Je] sin un cuerpo que lo anime.

* Juego de palabras basado en la homofonía entre dessin, dibujo~ y dessein, designio (y también diseño). (N. de la T.)

** Alo largo de este libro, sólo las referencias al yo en tanto traducción

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Así pues, la imagen del cuerpo debe ser llamada no visible" por naturaleza, y ello aunque sea figurable o expresiva. Est último, por cuanto F. Dolto le asigna la función de la co, municación en su totalidad, incluida la comunicación lin­güística: "gracias a nuestra imagen del cuerpo(. .. ) podemos entrar en comunicación con el otro" (IIC, pág. 21)

De ahí la importancia de distinguir, tal como lo hemos hecho, estos dos niveles: por un lado, la imagen del cuerpo en su constitución, en su "fabricación" (relacional, lingüística), y por el otro, sus manifestaciones (figuradas, expresivas) o su captación. Esta doble descripción permite comprender mejor que, de todas formas, la imagen del cuerpo no es una imagen escópica; que si no se ve, podríamos decir, si no (se) da a ver, es porque corresponde más al ser-íntimo, insabido:;' inconsciente- que a la exterioridad manifestada en el apac recer del ver. Y justamente por eso F. Dolto nos conduce en su conceptualización a despegar la imagen de su seducción o subducción por el encantamiento de lo visible.

Para resumir, si se constituye algo así como una imagen del cuerpo-lo que en esta teorización implica una posición subjetiva identitaria de la corporeidad, indicando esto lo que la subjetividad debe al cuerpo-,9 si cierta entidad designa-· da como imagen del cuerpo cobra forma para u,1 sujeto, y a través de la especie de morfogénesis o de embriología (sim- · bólica) que esto supone, no podría hacerlo únicamente por la vía óptica del lazo corporal de comunicación en la díada, sino otro tanto, o aun más, según los registros mucho más tenues pero más profundos e inmediatamente vivaces para el niño, para el infans-y hasta para el embrión-que son las múl­tiples percepciones* y trances sensoriales de su ser en el mundo.

de je están acompañadas por el término francés entre corchetes. Las de1nás corresponden siempre al yo como traducción de moi. (N. de la T.)

9 Cf. mi presentación en el coloquio de la Unesco,. eri Franqoise Dolto, aujourd'hui présente, Gallimard, 2000, "Du corps ·comme· identité a l'Inconscient comme dynamique", págs. 381-392.

*En el original, ressentis. El término es empleado usualmente por F. Dolto con referencia a lo experimentado por el bebé, a lo que esi:e "siente"

En esta línea debe comprenderse, por ejemplo, que F. Dol­fü forje un término como imagen "batestésica", indicativa para el sujeto de la huella corporal (el "engrama", dice Dolto "¡;rveces) ligada a la presión que el niño siente y que acompaña

su manera de encontrarse o sentirse portado, y en que esto se inscribe en él, para él. También con esto el niño se determina, y con esto, de manera más general, el sí mismo ogra determinarse corporalmente: en la relación de lengua­é, según lo que de la imagen del cuerpo se vea en ésta apro­,ado o, a la inversa, reprobado, sancionado, y entonces i'eprimido. En la imagen del cuerpo y por ella, también la ley l!e inscribe en el ser, en la carne: : Pues aquí está, a todas luces, lo esencial. Si la imagen );nultiplica las sensorialidades, no es porque F. Dolto haga Valer aquí una suerte de etología generalizada del lactante en el marco de esa primera relación con la madre. Es sobre

;.todo porque ella asigna a esta relación una naturale~a esen­cialmente lingüística, relación tejida en y por la textualidad •significante, relación simbólica con valor y alcance simboli­~adores; a través de un proceso que excede otro tanto y

'fa·asciende a toda la captura en la sensorialidad múltiple a 'fo que sin embargo esto remite en la inscripción corporal. Lo .. cual nos confronta simplemente con la engañosa paradoja de \¡ue la palabra "imagen" -en la fórmula "imagen incons­·ciente del cuerpo"- tiene valor de símbolo, de que este término es aquí portador de simbolicidad identitaria para el sujeto mientras que sólo designa, y recuerda, su anclaje en el cuerpo.

No es necesario retomar ahora desarrollos que ya tuvie-

---en su cuerpo según la fase_ de des8.rrollo libidinal en que se encuentre. Gramaticalmente, se trataría de un participio pasivo sustantivizado; y su cbrrespondiente literal en castellano, '1sentido", no siempre es posible de utilizar por riesgo obvio de equívoco semántico o por razones de coherencia sintáctica. En concordancia con la versión castellana de La imagen inconsciente del cuerpo) se encontrará en general "sentido", y también "lo sentido de", con el término francés insertado entre corchetes. Cuando utilizamos el término "vivencia", corresponde al francés vécu.

(N. de la T.)

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ron su espacio en otra parte; limitémonos a mencionar qu este primer estado de la cuestión -a propósito de lo visibl y de su presunto reinado exclusivo- nos da ocasión par. efectuar algunos repasos fundamentales en cuanto a l noción de imagen del cuerpo, repasos que sin duda será necesarios para lo que sigue. Incluso presentimos que est. anticipa la posición de F. Dolto respecto del estadio de espejo de Lacan. En efecto, es apropiado para dejarno advertir -y digámoslo en calidad.de hipótesis premonito. ria- que la imagen (inconsciente) de F. Dolto pudo se forjada por ella para contrarrestar esa suerte de dominació implícita de ló visible en los aparatos de pensamiento de psicoanálisis (de los que el estadio del espejo es una especi de paradigma).

También constituiría para ella una manera de promover,; otra modalidad de arraigo fundamental del narcisismo,; distinto del meramente óptico, visual, especular -lo que. significa un narcisismo que no sería exclusivamente el del yo'. en sus gesticulaciones de prestancia-; dicho en otras palfü> bras, desamarrar el narcisismo de aquello que lo somete al yo, mientras que Lacan, con el estadio del espejo, hunde el clavo del narcisismo en tanto yoico, en tanto esencialmente yoico y alienado. El sentido mismo del estadio del espejo es· certificar el modo en que el narcisismo es encadenado al yo, En todo caso, no hace falta insistir en la importancia de estas consideraciones diferenciales de las que ofrecemos ahora una primera localización.

En este contexto, lo que confirma la audacia de F. Dolto, el golpe maestro de su conceptualización, es que pese a todo haya elegido (y conservado) el término imagen justamente para hacer oír y resonar contradictoriamente -como en una suerte de antífrasis- un modo de entender este término distinto del que pretenderí;> reducirlo a la exclusividad de lo visible. 10

Decir que la imagen del cuerpo no es de naturaleza óptica 10

Y sin remitir tampoco la imagen a la categoría de "imagen mental" utilizada por los psicólogos, por más interés que- ofiezca examinar en es­te aspecto la relación entre ambos campos.

implica que tampoco se trata de la imagen del cuerpo en el sentido de lo visible, es decir, del aspecto estético, de la mos­tración estética del cuerpo, toda vez que, como hemos seña­lado, lo que esta imagen resalta es más la textura relacional y lingüística que constituye su esencia.

Conviene apuntar que estas precisiones aclaran, de paso, otro aspecto esencial de lo que caracteriza a la empresa conceptual de F. Dolto, un aspecto que nos hace palpar lo que constituye la orientación -ética- de esta obra y de este pensamiento; puesto que implica, por lo pronto, separarse de lo visible marcando distancia respecto de un privilegio al que se juzga inmerecido o forzado, y esto haciendo valer una puesta en juego del cuerpo totalmente distinta, más íntima, más interiorizada, más intrínseca, en la determinación es­tructural de la subjetividad. Con esto queremos indicar que aquí reside, sin discusión, una de las dimensiones cardina­les del pensamiento doltiano y que compromete en este sentido, podríamos decir, una crítica de la visibilidad desde el momento en que ésta implica la alienación del sujeto bajo el imperio de las vanidades de la apariencia. Punto crucial que, sin la menor duda, tenemos que destacar por lo que significa en cuanto a la característica intrínsecamente ética del pensamiento de F. Dolto. Y que no dejará de reaparecer más tarde, cuando arribemos a los fundamentos de este pensamiento.

Pero ya lo habíamos sugerido poco antes: bien pudiera ser que tal orientación tenga una contrapartida, la de que, en resumen, la clínica de F. Dolto -en todo caso cuando pre­tende fundarse sobre esa articulación primera de la imagen del cuerpo- dejaría de lado todo cuanto atañe a la dimen­sión propiamente visual de la imagen corporal, todo cuanto está ligado al narcisismo del "look" y que no obstante tiene incidencias tan desastrosas en los seres humanos, ya sea en la relación con ellos mismos o en sus vínculos, los amorosos incluidos, con el otro, ¡lo que no es poca cosa!11

11 Pero, apuntémoslo, nada indica que, sobre este punto, Lacan (¡el Lacan del espejoD le conceda mucha más atención(?).

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Si podemos decir, en definitiva -llevando la paradoja al extremo-, que la imagen del cuerpo en el sentido de F. Doltc¡' (es decir, lo que ella trata como imagen del cuerpo incons.-' ciente) no es ... la imagen del cuerpo (!) tal como nos in-' dinamos a entenderla en el sentido corriente, o sea, óptico o. especular del término, tal vez ella nos deje entonces muy> poco abastecidos para explicar y tratar esta dramaturgia, narcisística, la cual, a juzgar por la experiencia analítica;>, dispone sin embargo de un lugar nada superfluo en lo que>' ocupa y preocupa por lo menos a los humanos.

Pero quedar así desabastecidos no nos impedirá tener que reconocer en este punto un rasgo típico de cierta manera de pensar el psicoanálisis, rasgo que orienta su acción en el· sentido, formulémoslo así, de privilegiar la ética del sujeto sobre la estética: si es la del yo.

Esta conceptualización doltiana de la imagen del cuerpo, al implicar por fuerza una postura crítica frente a la relación yoica con la imagen corporal, lleva a separar muy bien esta imagen de aquello que podría condenarla a las seducciones mortíferas de la apariencia. Apariencia del yo, pues, y com­placencia yoica alienada en el juego de una prestancia a la que se opone aquí, resueltamente, la exigencia ética de un . compromiso del sujeto en el deseo. No complacencia en los i fulgores yoicos de la apariencia, de la imagen que aparece (que se ve), sino exigencia del deseo más allá del principio de la realidad falaz y mentirosa de la imagen -dicho sea esto parafraseando el título del artículo de Lacan anteriormente citado-.

Hay aquí sin discusión una orientación de principio. ¿Sig­nifica que estamos frente a un aspecto que deberíamos llamar constitutivo de la orientación de conjunto del pensa­miento de F. Dolto, y que se caracterizaría entonces por esa recusación de lo visual, por ese distanciamiento de la cate­goría de lo visible? Dicho en otras palabras, ¿debe esto con­ducirnos a caracterizar el conjunto del pensamiento doltia­no por lo que habría que llamar, en cierto modo, su orienta­ción "iconoclasta"?

No nos apresuremos a descartar esta eventualidad, evi-

º'

'-cien temen te extrema.12 Porque existe también otra manera >de responder por la afirmativa a esta pregunta, y que se

>]aciana con el modo en que F. Dolto respondió al ser in­rpelada sobre el porqué del término imagen (en imagen consciente del cuerpo), sobre el porqué de esta denomina­ón tan enigmática para muchos, e incluso, hasta cierto

punto, inoportuna. ¿Con qué se correspondía este uso de la ;noción de imagen, tan cargada de (demasiado) sentido?

Ante este tipo de preguntas, F. Dolto decidió casi siempre, n forma característica, no responder con largos desarrollos

.,,ormenorizados y académicos sobre el tema de la imagen; prefirió más bien, aun a riesgo de defraudar al interlocutor,

;jugar con la descomposición semántica del significante ima· ge (imagen) en sus tres sílabas: ¡I-ma-ge!. .. Donde "I'', con su verticalidad, designa el eje de la identidad (y, por qué no, el sujeto en inglés ... ), donde "Ma" recoge lo que se formula

.. concretamente del yo infantil todavía ca-enlazado asuma­dre ("moi-ma maman")* y donde "Ge" es el soporte-tierra sobre el cual se afirmará asimismo el Yo [Je] gramatical de la subjetividad.13

· Este pequeño juego semántico (que aquí me limito a evo­-car) tiene por cierto su interés y no se lo puede considerar como la pirueta que en un principio parecería constituir. Por el contrario, nos parece totalmente significativo en el pre­sente contexto por su manera de fracturar la imagen en su materia misma, o al menos de descomponer su denomina­ción haciendo volar literalmente en pedazos su visibilidad para que entonces reaparezca, o mejor dicho resurja, la le­gibilidad del significante en plena actividad. Todo el sentido de la acción de F. Dolto, incluida su acción clínica, no podría

*En castellano, "yo-mi mamá". (N. de la T.) 12 Aunque esto pueda convertir a F. Dolto en alguien que impugna el

poder inmerecido del ícono (!), dicho sea esto sin desconocer su apego (¡conyugal!) a la liturgia ortodoxa, pero apuntando a la posibilidad de una interesante conexión -en cuanto a lo (no) visible de la imagen- con el trabajo insoslayable de M. J. Mondzain, Image, icóne, éconon?..ie, Le Seuil, 2000.

13 Cf. nuestros trabajos L'image du corps selon F. Dolto, op. cit., págs. 133-137, y L'enfant du miroir, op. cit., pág. 13.

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resultar mejor indicado que por esta transformación que·· metamorfosea el ver de lo visible de la imagen en lo oído significante de la palabra.

Podríamos hallar además otros casos, multiplicar las re­ferencias que testimonian, en la obra desplegada de F. Dolto, lo que es como mínimo su tendencia a mantenerse (y man­tenernos) a distancia de los señuelos o anzuelos de la visibi­lidad, de las facilidades o complacencias de la reducción a lo visible. Daremos aquí tan sólo un ejemplo suplementario, muy representativo sin embargo y que ocupa, en verdad, un lugar eminente en el sistema conceptual de F. Dolto. Me refiero al modo en que trabaja la temática freudiana de la así llamada escena primitiva.

Lo capital en F. Dolto a este respecto es el hecho de que, a diferencia de Freud, quien concibe en efecto esta noción y la presenta como el imperio mismo de lo visual, movilizado por la circunstancia de asistir el niño a un coito de los pa­dres14 -cosa que por otro lado podría conducir a variados desarrollos en cuanto a la relación de Freud con lo visi­ble-,

15 F. Dolto transforma por completo el sentido mis­

mo de la experiencia y del término, haciendo de ellos el complejo representativo, ideativo, por el cual un sujeto llega a tener un acceso más o menos problemático a su propia concepción de ser humano vivo; es decir, aquello por lo cual puede representarse o no, simbolizar o no el enigma de su propia concepción. Lejos de reducirse al ver de una relación sexual, se trataría, pues, y en un nivel muy diferente, de lo que remite a todo sujeto a las coordenadas simbólicas que lo constituyen en su origen de ser viviente. Hay aquí, pues, una auténtica modificación doctrinal que hace algo más que ilustrar lateralmente la noción de imagen del cuerpo incons­ciente. Señala también, en efecto, el punto umbilical origi­nario por lo que, de paso, desprende la concepción del sujeto de su amarra en lo visible.

¿Basta esto para dar por sentada la pendiente "iconoclas-

14 El caso prínceps es, obviamente, el del "Hombre de los lobos", en S. Freud, Cinq psychanalyses, PUF, 1954, pág. 325.

15

Cf. H. Huot, Du sujeta l'image, Éditions universitaires, 1987.

\ta" que acabamos de señalar y que llega al extremo de re­·cusar el reinado de la visibilidad en las determinaciones .\primeras del sujeto? Si bien se trata de una concepción do­.minante en el pensamiento de F. Dolto-incluso por cuanto lo funda como ética-, ¿representa la totalidad de su pensa­miento?

Lo que sigue mos mostrará la conveniencia de distinguir aquí algunos matices. Es ciertamente indudable que lo que acabamos de categorizar como crítica de una imagen que estaría sometida por entero al imperio de lo visual, constitu­ye un aspecto fundamental de la obra de F. Dolto y ello en tanto orientación de principio que tendría su culminación,

S según hemos dado a entender, en la noción de imagen in­.. consciente del cuerpo. Pero con esto no se agota la totalidad "de lo que se halla en juego. Corresponde, por cierto, a un

movimiento dominante de ese pensamiento que en el fondo apunta a instaurar-a causa de su orientación clínica (y éti­ca)- una concepción distinta del narcisismo, a hacer valer en cierto modo un narcisismo diferente. No ya un narcisismo del yo capturado en las rimbombancias complacientes de la visibilidad que se muestra, se exhibe y se sufre (por no ser tan "lindo" como esto o por encontrarse tan "feo" como aquello, para valernos de ilustraciones un tanto toscas), sino lo que se puede llamar un narcisismo del sujeto, es decir, un narcisismo que, más allá de las capturas en las cadenas del ver y del mostrar, de las capturas en la apariencia ilusoria, se consuma en la trayectoria misma donde se realiza el deseo. Esto es exactamente lo que F. Dolto describe conio aquello "que va-deviene'',* clara definición de todo un pro­grama -programa clínico- destinado a sacar a Narciso de su fascinación mortal.16

Anunciamos sin embargo una posición más compleja: la de F. Dolto, en efecto, cuyo pensamiento en esta materia no podría reducirse por entero a la dominante que acabamos de señalar, es decir, a la denuncia de la imagen-trampa de lo

*En el original, l'allant-deuenant. Véase JIC, pág. 43. (N. de la T.) 16 Y éste será también todo el problema del espejo en Lacan: ¿cómo

salir de él?

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visible. No encontraremos en ella ese exclusivismo cuya insistente huella hemos señalado en la marea lacaniana de una condena sin remisión de las zozobras de lo imaginario. Pues F. Dolto no se contenta con estigmatizar la parte visible de la imagen -discerniendo su parte sumergida-, 17 por la simple y buena razón, al fin y al cabo, de que ella misma la utiliza, como hemos dicho, en su técnica psicoterapéutica con niños; e incluso conectándola entonces básicamente, también en este caso, con el lenguaje (por lo que el niño dice de esa parte visible de la imagen). Pero así concebida y de­terminada, la imagen (visible) es cabalmente una vía de acceso eminente, cuando no una vía regia, a la expresividad del sujeto; en todo caso valorada como lo es, en medida si­milar, el sueño en Freud (a título de reconocimiento, de deseo de reconocimiento).

Tampoco es casual que F. Dolto haya podido producir un "elogio de lo imaginario".18 Lo cual se corresponde con su manera de incitar a "poner en imagen", digamos, aquello con lo que el niño puede hallarse confrontado -y, en particular, psíquicamente doloroso- y que él no sabría simbolizar de otro modo que mediante esta puesta en imagen figurativa que se lo permite, que le abre así el camino. De este modo recomendaba, por ejemplo, hacer dibujar al niño su pesadi­lla a fin de poder metabolizar la angustia que le había cau­sado. Y la invención clínica de la famosa "muñeca-flor"19

sigue en todo el mismo sentido de una traducción simbólica por las vías mediadoras de lo imaginario (reencuadrado en el hablar y por el hablar).

A su vez, también de esta manera se explica la elección del nombre imagen del cuerpo. En el sentido de que, por intan­gible que sea -puesto que se la llama inconsciente-, se presta de todos modos, como hemos recordado, a la figurabi-

17 Véase en este aspecto mi esquema tipo iceberg, en Les deux corps du moi, Gallimard, 1996, pág. 248.

"Véase Solitude, Gallimard, 1994, pág. 255. 19

Véase Aujeu du désir, op. cit., "Cure psychanalytique a l'aide de la poupée-fleur", pág. 133, así como Lejeu de poupées, Mercure de France, 1999.

lidad de la imagen dibujada o modelada. De ahí que la ima­gen del cuerpo sea también una imagen visual (o visualiza­ble), toda vez que al menos puede acceder a la figuración, sea alegórica o proyectada.

Aun habiendo situado el surgimiento primero de la ima­gen inconsciente del cuerpo donde convenía, esto es, en la relación diádica primera, es legitimo volver a encontrar aquí la influencia decisiva de lo visual, ya que el niño logra tam­bién constituirse, identificándose, por la vista y la mirada que él "intercambia" con su madre. F. Dolto lo dirá sin ambages: él se ve en ella, se ve como ella.20 Lo cual es, por cierto, otra manera más de reconocer en este punto la im­portancia constituyente de lo visual. En este aspecto, F. Dolto confirma las propuestas similares de Winnicott,21 tan conocidas, aun cuando podamos distinguir ciertos matices en el detalle de sus respectivas formulaciones.

Pero esto nos bastará para evidenciar que la concepción de F. Dolto no está totalmente dirigida contra la imagen en tanto ésta manifestaría vaya a saber qué embrujamiento de lo visual (demonizado).22 Su posición de conjunto es mucho más equilibrada. Mucho más equilibrada que en alguien de .la importancia de Denis Vasse, el cual-en la firmeza de sus enunciados- no es para nada proclive a abogar en modo alguno por la causa de la imagen, ya que indica en ella, fundamentalmente, todo lo que somete y aliena al humano por fuera de la vía asumida del deseo, de un deseo que, a contramano de la identificación imaginaria, supone la alte­ridad de un "nosotros" fundado, para "cada uno", en una palabra dicha como verdad.

F. Dolto está lejos de ser tan radical, y su posición -que

20¡Esto es lo que se me ocurrió formular, antes del otro, como "stade du mero ir". [Juego de palabras intraducible, donde meroir es condensación de mere, "madre'', y miroir, "espejo". N. de la T.]

21 Cf. Jeu et réalité, Gallimard, 1975, cap. IX, al igual que H. Lichtens tein, en Nouvelle Revue de Psychanalyse, n2 13, Gallimard, 1976.

22 Observemos que F. Dolto produjo además todo un trabajo centrado justamente en la figuración imaginaria del demonio en La difficulté de uiure, Gallimard, 1995, pág. 177.

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recordamos aquí abreviándola mucho-, al ser más equili­brada, permite el juego de una suerte de conciliación dialéc­tica. Porque, en efecto, las dos direcciones en apariencia antagónicas tienen cabida. Y en primer término, aquella dimensión que el contexto presente nos condujo a destacar y que se expresa en ese discurso de dominante "iconoclasta", por decirlo así, que estigmatiza la influencia de lo visual y los artificios que éste impone. Se trata de una corriente que ya no podría considerarse paradójica respecto de la terminolo­gía de la imagen (inconsciente del cuerpo). Pues ahora he­mos comprendido bien que ésta se caracteriza ante todo por su constitución relacional, por su construcción simbólica, y ello gracias a la intervención del Otro "castrador'', que determina, en suma, los lineamientos autorizados de la cor­poreidad en relación con la ley simbólica.

Ahora bien, esto no conduce a F. Dolto por el camino de la iconofilia: puesto que, más allá de cualquier imaginería, lo que permanece activo es el poder de lo simbólico. Esto no podría enrolarla en la iconodulia.* Y ya nos percatamos de ello por las razones globales que hemos enunciado y pasado en revista, pero también, de manera más sutil, más local, en algunos pasajes de sus escritos a los que podríamos asignar un tenor escatológico y que testimonian sin duda que, para ella, lo que haría las veces de fines últimos se combina por fuerza con algo que está más allá de la imagen, con una superación de la captura en la imagen, del imperio de la imagen.

Encontramos aquí ciertas escapadas "metafísicas" que confirman la misma tonalidad de algo situado más allá de la representación, cuando no de la aspiración a algo que está más allá de la imagen. Y esto finalmente se aúna a lo que no ha cesado de ejercerse en esta conceptualización de F. Dolto, y que privilegia el verbo frente a la imagen, la palabra frente al ver.

Pero, una vez más, cuidémonos de deducir que esto es

* Movimiento religioso partidario del culto a las imágenes, contrario a los iconoclastas, adversarios de ese culto. (N. de la T.)

".suficiente para anexar a F. Dolto a una postura que remite 'én este punto a un dualismo irreductible. Sería demasiado · puesto a lo que implica, en efecto, la valoración conceptual

1 término imagen (del cuerpo). La cual impone reconocer la imagen lo que podríamos llamar su dignidad, puesto que imagen es, después de todo, el vector heurístico por donde

e ejerce la operatividad misma del análisis, análisis que rocede (con el niño) mediante el recurso ciertamente rela­ionado, "lenguajizado", a la representatividad visible del odelado y el dibujo. La imagen es así reconocida como po­tivamente activa en el propio centro de lo que hace posible eficacia del trabajo analítico; hasta el punto de autorizar acercamiento a lo que Freud supo discernir igt.:almente en vertiente del sueño. Después de todo, F. Dolto no dice otra sa cuando afirma, ahora de un modo que no podía ser más

laro: "En el niño, es lo imaginario quien conduce a lo im.bólico. "23

Se reconoce así el valor y el alcance que conviene otorgar lo imaginario, y se considera que hay un tiempo para lo aginario como modalidad expresiva singular, tiempo sub­

tivo que se debe respetar aun cuando no debería prolongar-e fuera del lenguaje sin cerrarse de nuevo, entonces, para Iienarlo sobre la verdad deseante del sujeto.

Atengámonos por ahora a esta posición a la vez determi­ada, resuelta (por el lado del verbo) y equilibrada (en cuan-. a la imagen), con miras a abordar lo que implican las :rientaciones de principio de F. Dolto respecto de la imagen, · ·visible y lo imaginario. Y en particular, desde luego: ¿qué

a implicar esto, cómo va a reecontrarse en su lectura del tadio del espejo? Tal es el punto que debemos examinar ora. Lo que está fuera de dudas es que justamente ella, F.

olto, nos brinda aquí los elementos de una problemática ofundizada de la imagen en relación con la visibilidad. Es a quien nos suministra, a priori, los datos que obligan a

23 Tout est langage, Gallimard, 1995, pág. 100.

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ahondar en esta temática. En cualquier caso, no encontr mas al principio nada tan exigente en Lacan, quien, si bi~, parte también de la imagen, y a su manera, como hem\ señalado-para subrayar su valor y su alcance-, de ningú modo se pregunta por su esencia. Lacan parece contentar con un uso corriente de la imagen -presente en la reflexi' de los años treinta- refiriéndola a lo sumo a la noción imago, de ascendencia más bienjungiana, pero sin desarr.• llarlo ni examinar más en detalle su tenor.

Así pues, las cosas se muestran de entrada mucho má. complejas en F. Dolto en lo que atañe a su referencia a r, imagen, manifiestamente esencial para ella y que la cond1 ce a edificar el concepto de imagen inconsciente del cuerp Lo cual inducirá por fuerza toda una problemática-que de]:, ser llamada clínica- de la imagen. La introducíamos pla teando la pregunta: ¿por qué esa imagen del cuerpo llamada imagen? Y especialmente, ¿qué es lo que hace llama.· imagen a la imagen inconsciente del cuerpo?

Para responder a estos interrogantes no alcanza co remitir al uso que se da a la imagen inconsciente del cuerp· en la técnica psicoterapéutica con niños. Por cuanto -y 1 hemos reiterado- la imagen inconsciente del cuerpo n< puede ser directamente reducida a esa imagen que el ni -produce en su dibujo o modelado. A lo sumo, esta última n es otra cosa que su figuración proyectada.

Otra acepción del término imagen (en imagen inconscie te del cuerpo) podría asimismo conducir al papel que cumpl aquí la identificación -sobre lo cual F. Dolto no deja d insistir-, a saber: lo que hace que el infans se construya, s subjetive "a porfia", de manera primero imitativa de quiene lo tienen a su cargo, pero en una dinámica que se vuelv· identificatoria (y que llevará directamente a la conflictivi.: dad edípica). La imagen (del cuerpo) se juega, pues, primer. en el hecho de que el niño pretende igualar a aquellos d quienes depende primordialmente. En este sentido, pode.-' mos decir que el niño se edifica "a imagen" de ellos.

Para continuar con estos muy sucintos y harto apresura­dos recordatorios, señalemos por fin que, dentro de las

DO

últiples maneras en que F. Dolto utiliza implícitamente te término imagen en su noción de imagen inconsciente l cuerpo, tampoco puede excluirse la "imagen" tal como es sible entenderla en el sentido de la retórica, si convenimos . que es aquello por lo que el cuerpo puede tener que vér­las con la imagen poética. Incluso estamos tentados de nsiderar que es precisamente en este punto donde toca­s más de cerca lo que designa la noción de imagen in­sciente del cuerpo, en lo que constituye su tenor, su tura intrínsecamente significante, forjada en el crisol de guaje de la relación primordial en la palabra. La imagen cuestión no se podría caracterizar mejor que como una agen poética, en el sentido de una poética corporal trama­

!ten lo relacional primero, al edificarse el niño como sujeto a la "poyética" del cuerpo producida por su relación simbó­Ca con el otro. :La noción de imagen inconsciente se presenta de entrada mo muy difícil de comprender debido al modo en que

escubrimos, sintetizada, la gran densidad de su conteni­' de su definición, definición en la que F. Dolto quiere can­gar (¡sin miramientos!) todas las diferentes acepciones. ara ella, decir imagen del cuerpo inconsciente implica, en ii'rticular, aquella referencia primera a la esencia signifi­ante actualizada en una relación de lenguaje originaria y onstituyente.

Pero lo repetimos: en cuanto a lo que nos importa, esta oción es sobre todo una manera de romper con aquello que, e lo contrario, somete la imagen del cuerpo al reinado de lo ·

S'visible, como lo será la imagen del cuerpo consciente referida ¡mtonces al yo. F. Dolto no se privará de acentuar este dis­:tingo entre la imagen inconsciente del cuerpo y lo que se le opone secundariamente -llegado el momento- como ima­gen consciente, yoica, del cuerpo visible.

Esta calificación de inconsciente contiene y potencializa, 'en última instancia, toda la problemática de lo visible que 'ih~mos venido despejando. Una problemática dialectizada, en el sentido de que F. Dolto no le niega -o en todo caso no

·¡e niega en forma absoluta- a la visualidad de la imagen el

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valor de referencia posible, y lo hace cu.ando se sirve de ell con fines (encuadrados) de expresividad. Pero se dedica superar esta dimensión restrictiva de la imagen someticJ. a lo visible, para que se destaque mejor su tenor potenciá mente lingüístico, portador y constitutivo del deseo subjet· vado.

De modo que no podemos limitarnos a esta idea de u balance superficialmente equilibrado, indeciso. Pues lo qW nos parece llamativo al término de este rápido sobrevue (recordatorio) de la imagen inconsciente del cuerpo es has qué punto vemos a F. Dolto tomar de entrada posicion extremadamente firmes, adoptar orientaciones teóricas ma. cadas y sostenidas.

Esto vale sobre todo para lo que conviene destacar co una postura más radical, y que atañe a la manera en q termina disociando el concepto de imagen, su concepción la imagen, de cualquier tipo de amarra en la dimensión d' minante de lo visible. Tenemos aquí la singularidad de ·· acto inaugural, fundador, que consiste. en desamarrar imagen respecto de lo visible.24 Pues su elaboración.de la im gen del cuerpo es también esto, y quizás es igualmente intención secreta (e insabida) introducir de ese modo u auténtica subversión semántica del término imagen. Quiz sea también la razón por la que F. Dolto, a despecho de l. observaciones y objeciones que se le hacían, se aferró porfi <lamente a su término imagen (inconsciente del cuerpo), •

Y justamente: por la suerte de antífrasis que implica. -de una imagen que no es imagen, de una imagen de la q· · no pueden hacerse imágenes, o más bien, digámoslo: ¡de u imagen-verbo!- que permite contrarrestar el privilegio "'; elusivo de la visibilidad. Y esto en lo clínico, por un la pero también en lo teórico, en el plano mismo de los prin pios de la doctrina analítica, si resultara que a ésta, tanto.¡ Freud como en Lacan, puede llamársela comprometida

24 No sin conexión formal posible, cúmo hemos dicho, con el disC de los neurólogos de la gran época cuando lanzaban la noción de im3.~ del cuerpo. Cf. Schéma corporel et image du corps; dir. J. Corraze, PriV\ 1975.

lado de lo visible al otorgársele de manera indebida (e inad­vertida) una importancia temática exagerada.

Guardando las proporciones, el paso dado por F. Dolto con su concepción de la imagen del cuerpo afirma y realiza una especie de ruptura que podría recordar -y seguro que no sería casual- la manera en que el propio Freud tuvo que sacarse el fardo de la hipnosis, tomar sus distancias con ella. Podríamos decir que, del mismo modo, F. Dolto recusa en su pensamiento (y en su práctica) la hipnosis de lo visible, de la imagen como visible, forjando a su respecto una muy distin­ta acepción que abre la imagen a su resonancia simbólica intrínseca (o inmanente). . Y otra circunstancia que da a esta operación epistemoló­gicamente fundadora una densidad formidable, es la que tal ruptura en relación con lo visible-y éste es su aspecto más

'patente, más espectacular-, también se efectúa porque F. Dolto le da (a la imagen, a "su" imagen) un anclaje corporal inédito que, al mismo tiempo, desamarra a lo inconsciente delo exclusivamente psíquico. Y ello cuando rechaza asimis­mo para la imagen el calificativo de "mental", al tratarse de

,. hacer valer por fin la idea de un psiquismo que no sea so­.lamente mental (sino también corporal).

Para F. Dolto, que no teme a las paradojas, la referencia • a lo inconsciente no debe ser pensada en el sentido de una categorización apriorística de lo psíquico (que el término parece sin embargo recubrir, en todo caso en Freud), sino mucho más en el sentido de un anclaje corporal primigenio; anclaje corporal del que la categoría de lo psíquico podrá eventualmente desprenderse, sublimarse.25

Se advierte entonces la amplitud de las opciones así afir­madas, y la manera en que son capaces de poner sobre el

i. tapete los fundamentos del pensamiento analítico. · A todo esto, lo esencial es que, al liberar a la imagen de su

sometimiento a lo visual, F. Dolto la hace rebotar y vuelve a .lanzarla del lado de su valor significante. Éste es todo el sentido del pequeño juego en que se complace cuando nos

25 Cf. Les deux corps du moi, op. cit., conclusión.

m;

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presenta la descomposición de 1-ma-ge, cuyo alcance es ma­nifestar la emergencia del "je" (ge)* a partir de la dinámic identificatoria (I) y que pasa por la relación de proximidad corporal con la madre (ma). 26

Disponemos ahora de suficientes elementos como par apreciar la existencia aquí de una dialéctica que, al ser ta descomunalmente amplia, no dejará de reaparecer en el cene tro de lo que será luego confrontación con la teoría def estadio del espejo; el cual nos lleva entonces directamente, sin rodeos, al imperio de lo visual. Y ello, por cuanto Lacau disGierne explícitamente en el espejo la confirmación patenc'; te, en el humano, de tal imperio (de lo visual).27 Es en este terreno, pues, donde podrá entablarse el diálogo entre La,, can y Dolto.

Dicho esto no sin abordarlo con la impresión de que, s~' Lacan debe pasar por la imagen (visible) para acceder, dÍ­remos nosotros, secundariamente al símbolo, a lo simbólico; F. Dolto, en cambio, habría afirmado de entrada esa su pre-:· macía significante del lenguaje y de la palabra al romper desde el comienzo, desde los orígenes, las amarras de la relación con la imagen. A lo sumo, ésta es utilizada cuando se materializa (en un dibujo o en un sueño) nada más que' como un instrumento para la comunicación.

*En efecto,je y ge son homófonos. (N. de la T.) 26 Cf. L'image du corps selon Fran9oise Dolto, op. cit., págs. 134-137~--S "El, pág. 153.

'"'

· S. EL ESPEJO: PRlMER ESTADIO

Etapa siguiente en la evolución del diálogo Dolto/Lacan que intentamos instaurar: examinar ahora la posición que va a adoptar F. Dolto respecto del estadio del espejo de Lacan. Estadio que ella descubre, como hemos indicado, desde el momento en que surge, desde su acto de nacimiento.

Esto supone hacernos previamente una idea lo más preci­. sa posible de lo que designa, con exactitud, la concepción del :estadio del espejo una vez puesto en primer plano por J. La­can, quien luego lo someterá a una rica elaboración. No es nuestro propósito escribir todo un tratado sobre este tema fundamental, pero al menos exige volver a lo que Lacan in­tentó decir y enseñar con su famoso estadio del espejo, y ,considerar al mismo tiempo lo que se transmitió secundaria-.mente sobre él.

¿De qué se trata exactamente en este asunto del espejo?' Pues bien, créase o no, no es tan sencillo responder de

entrada a la pregunta. Seguro que cada cual tiene su propia idea al respecto -¡y por otra parte esto es lo que puede

·resultar problemático!-, cada cual en particular, en nues­tro campo psicoanalítico y tal vez fuera de él, parece no ignorar de qué se trata en esta denominación ya célebre de

' "estadio del espejo". Pero, en general, resulta más difícil ob­''lc:ier una respuesta un tanto circunstanciada, y la mayoría

1 El propio Lacan se lo pregunta en este tono de ironía (El, pág. 176).

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de las veces no se consigue nada que guarde proporción con los desarrollos ciertamente considerables que el propio Lacan · dedicó a la cuestión. Hasta el locutor presuntamente enterado se muestra en un serio aprieto cuando se trata de poner en orden los ingredientes que, sin embargo, él sabe son convocados por Lacan en la comunicación de esa experiencia inaugural. 2 •

No hay duda de que, en principio, estamos suficientemente informados hasta el punto de considerar establecido que la·• cosa gira, por decirlo así, alrededor de lo que se presenta· como un hecho de experiencia, esto es, que, llegado el mo• mento, el pequeñín, confrontado con el espectáculo de.su .. imagen en el espejo, reconoce como su imagen el reflejo que selereenvía. Por lo menos así es como Lacan describe "el aspecto del comportamiento del que partimos", en el hecho de que ''la cría de hombre, a una edad en que se encuentra por. pocotiempo, pero todavía un tiempo, superado en inteligen• · ciainstrumental por el chimpancé, reconoce· ya sin embargo su imagen en el espejo.como tal" (El, pág. 86).

¿Podrá ser que este meneado asunto del espejo -del que• tanto se habla- se reduzca a algo aparentemente tan sim­ple? Si la respuesta es afirmativa, ¿por qué sin emba~go hay quienes afectan (o fingen) esgrimir una complejidad tan grande? ¿Será tan sólo el signo de una tendencia sin duda frecuente en nuestro medio (el del así llamado hombre del común) a querer complicarlo siempre todo, incluso lo que sería en cierto modo naturalmente luminoso o, hay que decirlo, infantil? A menos que la dificultad comprobada resida preci­samente en el hecho de que el asunto puede presentarse -¿y entonces de modo engañoso?- como algo evidente y hasta como una conjetura banal en su presentación, cuando no pobre en su formulación.

En su relevante estudio sobre el sujeto,3 Guy .Le Gaufey iría de algún modo en la dirección de subrayar primero, de

2 ¡Vamos! Para no quedar pegados a la dificultad, lancemos aquí algunos de esos elementos esenciales: yo, narcisismo, forma, imagen, cuerpo ...

3 Le lasso spéculaire, EPEL, 1997 (estudio de fondo en el que nos respaldaremos muchas veces a continuación).

poner también él en primer plano esa falsa simplicidad. Y él mismo lo anuncia: "La.CO'l>l.P.Oclrja.resumirse·endoscMneas:•a· una.edad.quelos•psicólogosespecialistas·en•la infanciafijarán con más precisión, el.niño·muy.pequeño advierte,•gracias•al· espejo.o alacontemplación de un alter ego, laexistenciade una unidad corporal que hasta ese momento le faltaba'' .4

Si la simplicidad de esta presentación puede ser engañosa, al menos tiene el mérito de advertirnos -¡y la advertencia no es inútil!- de que, si nos lanzamos a comprender a toda costa de qué se trata y creemos prematuramente haberlo conseguido, corremos serios riesgos de que se nos escape lo esencial, es decir, de equivocarnos sobre la significación y el alcance verda­dero de la experiencia. Conviene insistir en este riesgo desde el principio, y además observemos que no deja de evocar las pre­cauciones similares a las que apelábamos respecto de la ima­gen del cuerpo en F. Dolto: ¡no apresurarse a creer que se ha comprendido (demasiado rápido)!

De modo que ahora, para zafarnos de un contexto posible­mente pernicioso y embustero -que casi convertiría el estadio del espejo en una mala jugada de que nos habría hecho víctimas el genio (¡ciertamente, y maligno!) Lacan-, podríamos pensar en arrancar de nuevo, a fin de situar su surgimiento, del mo­do en que esto "se le ocurrió", por decirlo así; y determinaríamos también lo que representa haber convertido esta temática del espejo en el punto de despegue para el progreso de su pensa­miento y de toda su enseñanza ulterior.5 Dicho esto, en cuanto a la manera en que aquello "se le ocurrió", al final no sabemos gran cosa, 6 lo que deja abierta la puerta a no pocas conjeturas~ 7

4 !bid., op. cit., pág. 21. 5 Esto es sólo aproximativo. Porque el estadio del espejo no brotó de

una tabula rasa y J. Lacan, de treinta y cinco años entonces, tenía ya en su activo, entre otras cosas, la monumental tesis sobre la paranoia (1952): De la psychose paranofaque dans ses rapports avec la personna­lité, Seuil, 1975.

6 Podríamos decir que, guardando todas las proporciones, es como con F. Dolto y "su" imagen del cuerpo.

7 Para apreciarlo, consúltese sobre todo E. Jalley: Freud Wallon La­can, l'enfant au miroir, EPEL, 1998.

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En realidad, hay razones para pensar que el hallazgo de Lacan no se presta a ser vinculado con ningún dato formal previo, sea el que fuere. y lo cierto es que chocamos en particular con la imposibilidad de hacer concordar de modo plenamente satisfactorio su invención específica con las. consideraciones experimentales de los psicólogos, o de ene·: contrar con toda precisión los rastros del padrinazgo de Wallon, por inevitable que sea la referencia a este último. Lq importante es sobre todo comprender que, entre las formuc laciones de Lacan y lo que puede parecer su equivalente o. esbozo desde un enfoque psicológico, surge la distancia de un salto característico irreductible.

De modo que, ·hasta cierto punto, es perder el tiempo querer enmarcar la elaboración lacaniana en tal o cual. ascendencia académica, desmentida ésta por el efecto de. puro arranque inventivo puesto aquí al descubierto. Sin excluir, y con motivo, que esta tematización de lo especular haya tenido sus pródromos,8 es tentador percibirla como unai especie de relámpago inmotivado, inspirado a Lacan en un · movimiento conceptual espontáneo. Y que quizás lo deja a él mismo, quién sabe, como el primer encandilado por esa •. apertura de pensamiento y de trabajo, lo que explicaría, por··•· ejemplo, que no haya podido adivinar o anticipar la fortuna conceptual que conocería después este tema surgido al principio ex abrupto, si no ex nihilo, de su inspiración.

Imaginar una aparición semejante -si no caída del cielo (!),al menos no balizada con anterioridad-puede explicar la especie de efecto de estupefacción o embarazo que es capaz de producir la formalización del espejo cuando tomamos conocimiento del tiempo primero de su elaboración. Y esto corresponde asimismo a la mezcla o contraste de impresio­nes que puede producir. Porque, tal como hemos señalado, se

8 Como se dedica a demostrar con esmero en su seminario Michel Guibal, quien recorre y describe todo un plano de fondo en la historia de lo especular -incluso en esferas culturales ajenas a la nuestra- para despejar mejor lo que Lacan promovió y que M. Guibal designa y conceptualiza como "estructura especular". Trabajo considerable desdi­chadamente inédito hasta hoy.

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presenta como un asunto de lo más simple (¿quizás por ser familiar?), pero percibimos -o presentimos- que si así ocu­!Te es porque desconocemos las dificultades que permane­

·cen ocultas en un primer nivel de presentación y compren­•/sión del proceso.

De ahí el riesgo que destacábamos: el de que, si nos 'quedamos en esto, es decir, en apresurarnos a creer que comprendemos el resorte de esta confrontación del niño con el espejo, podamos ceder a todos los contrasentidos y malen­tendidos posibles. En particular, dejándonos llevar forzosa­.mente -según lo especifica G. Le Gaufey- a considerar obvios o a tomar por datos de base aquello que se trata justamente de establecer (confusión, es verdad, de las más clásicas). Esto es lo que sucede con el tenor del yo (del niño)

·aquí enjuego,9 mientras que la instancia respectiva aún no ·ha sido despejada -cosa que sólo hará posible la experien­cia-; o igualmente en cuanto a ese "él mismo" concedido al niño a priori,1° -esto es, suponiendo resuelto el delicado problema de la reflexividad (del reflejo de "sí mismo") que se trataría precisamente de postular antes de pretenderlo ya resuelto ipso facto-... La misma crítica de principio es aplicable al lugar correlativo y a la función otorgados al observador, pues se supone que el tercero está presente, que asiste a la confrontación del niño con el espejo. Como lo indica Le Gaufey: "La aparente 'cientificidad' del observador revela de inmediato, no bien puesta al descubierto, una ingenuidad exorbitante puesto que describe el advenimien-. to[ ... ] de lo que necesariamente ya ha advenido para él; esto es, la posesión de la reflexividad." 11

Por el contrario, esto confirma ya esa especie de desajuste que se insinúa entre lo que aspira a la pretendida simplici­dad y lo que corresponde a una complejidad todavía inadver­tida. El mismo autor confirma de este modo lo que puede manifestarse como una alternativa perturbadora. A propó­sito de ese cara-a-cara del chiquillo con el espejo, Le Gaufey

9 G. Le Gaufey, op. cit., pág. 67. 10 Ibid. n !bid., pág. 68.

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indica que, o bien "es un hecho observable por cualquiera por poco que eche una mirada advertida a un niño de determina:' da edad", o bien "es de una complejidad insondable si deb verse en ello la emergencia de esa reflexividad que, sabemo'l está en el fundamento de la representación y de la concierL cia". 12

¡Nada menos que esto, en efecto! Aunque, a decir verdad~. el primer punto de la alternativa -que el hecho sea simplE\l de observar o interpretar (y que el propio Lacan lo describa} con esa misma simplicidad)- quedará rápidamente cues tionado. Y conducirá entonces a tener que adherir en cam bio, lo tememos, al segundo tiempo de la opción citada: ¡l que nos deja anticipar una "insondable complejidad"!

Preparándonos para ello, podemos recordar ya mism, algunos elementos formales del encuadre global. En parti cular, la mayoría de los autores y comentadores entendido manifiestan de entrada que el estadio del espejo constituyi una suerte de amplificación, de desarrollo de la temátic. freudiana del narcisismo; con el espejo, Lacan se dedica situar la actualización primordial de dicha temática en re ferencia al yo. Es decir que, con el espejo, Lacan vendría aportar al edificio freudiano la piedra que le faltaba par anudar el narcisismo con el yo. Y justamente así cree con. veniente Philippe Julien, en su estudio, 13 presentar la avaw zada capital de Lacan: "el paso que él dio fue ligar el Y' freudiano al narcisismo". 14

Además, y conviene insistir en esto, aquí está la razón poc,, la que la elaboración de Lacan se afirma de entrada com profundamente psicoanalítica en su intención y sus miras; sin corresponderse en forma alguna con lo que reivindicarí la condición de experiencia psicológica o pudiera reducirse un protocolo de ese orden. Por cuanto se trata claramente d: fundar, así sea de manera renovada, las bases mismas -m' tapsicológicas- de la instancia freudiana del yo.

u lbid., págs. 69-70. 13 Otra obra importante para el tema que nos ocupa: Le retour a Freu,

de Jacques Lacan, EPEL, 1990. 14 !bid., pág. 27. Véase también G. Le Gaufey, op. cit., pág. 69.

Lo cual implica, en efecto -y esto es sin duda fundamen­tal- revisar la concepción según la cual Freud habría sido deudor de los prejuicios de su época al asignar al yo una función de conocimiento, por intermedio del sistema llama­do percepción-conciencia.15 En cambio, con su protocolo del espejo, Lacan se dedicará a fundar y a caracterizar al yo esencialmente como una instancia de desconocimiento, 16

abierta, en su punto extremo, a la locura (paranoia), presen­tán,dose como una figura posible de la locura en el humano.

Este es, a todas luces, el paso decisivo por el que se explica que esta caracterización del yo en tanto condenado al desco­nocimiento, cuando no a la mentira (de la Verneinung), está en el fundamento de toda la enseñanza de Lacan. De aquí parte él, y precisamente en la medida en que el espejo le proporciona una ilustrativa confirmación concreta. 17

Decir entonces, como aventuramos poco antes, que el espejo sería también para Lacan -¡como lo es para el niño!- un momento de "insight configuran te", sólo es posible si se exa­gera su repentina inventiva. Porque de hecho concentra -así sea de manera implícita- todo un haz de datos y observaciones cuya convergencia Lacan percibe y cuya com­plementariedad actualiza, y entre las cuales conviene citar:

En primer término, todo el trasfondo de una teoría de la imagen (o imago) cuya pregnancia para el Lacan de la época ya hemos señalado, una pregnancia, una preeminencia que se exalta en su artículo "Más allá del 'principio de realidad"', donde llega a considerar la imagen como el fenómeno "más importante de la psicología por la riqueza de sus datos con­cretos [y] la complejidad de su función" (El, pág. 71). Lacan convierte entonces la imagen en concepto mediante el cual dar cuenta incluso de lo que se resuelve en la experiencia analítica, y aun debemos apuntar que la genialidad que concede a Freud procede de ese "uso que supo hacer de la

15 Véase El, pág. 168. "Ibid., pág. 101. n No consideraremos superfluo el que, según acabamos de referirlo,

esto constituya en realidad un punto de ruptura inaugural con Freud, por lo menos con la deriva yoica del freudismo.

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imagen" (El, pág. 88). Cree, pues, disponer así del concepto esencial en cuanto a lo que intenta promover formalmente con respecto a la experiencia analítica. Y enuncia entonces sin reservas: "Creemos poder designar en la imago el objeto propio de la psicología, exactamente en la misma medida en que la noción galileana del punto material inerte ha fundado la física" (El, pág. 178). .

O sea que tenemos aquí un elemento de base esencial para Lacan en esta época, y le encuentra un sustento conceptual suplementario en lo que plantea la teoría de la Gestalt al hacer posible reconocer un poder "morfógeno" de la ima­gen.18

Pero de una imagen, no dejemos de subrayarlo -esto es un recordatorio-, que aquí se presenta primero sólo bajo las especies de lo visible. Incluso cuando Lacan parece hacer referencia a una concepción más global, por ejemplo al citar · de manera explícita los trabajos de Lhermitte, 19 esto no lo aparta de la exclusividad que sigue otorgando a la imagen visual.

En segundo lugar van a ser convocados, en apoyo de esta fenomenología del espejo, todos los elementos de la experiencia relativos a lo que se designa en el niño como transitiuismo: 20 se da el ejemplo del niño que pega y dice haber sido pegado, etc. Esto quiere decir -es importante reconocerlo desde el comienzo- que la experiencia del espejo no se reduce a la mera confrontación del niño con su reflejo es-pecular (aun cuando sea la más. patente). Ella apela también -lo mismo en su principio que en su inter­pretación- a todas esas formas de captación ambivalen­cia! que intervienen en la relación primordial de la cría de hombre con su semejante. Las apuestas del estadio del espejo encuentran así su motor en la. puesta en paralelo, si no en equivalencia, de esas dos situaciones elementales

"El, pág. 181. 19 Que sin duda debemos incluir entre las fuentes posibles de F. Dolto

(cf. El, pág. 175). "!bid., pág. 105 y sig., 170 y síg.

que son la confrontación reflejada con la imagen (que uno ignora) de sí en el espejo y la relación de captura fascinada con el semejante.21

Este segundo aspecto explica que el registro de la agresi­vidad esté igualmente presente en el conjunto del cuadro, incluso cuando se trata de la imagen escópica de uno mis­mo.22 Y también es un punto a subrayar sobre el que tendre­mos que volver en detalle pues constituye una dimensión de fondo. P. Julien insiste, con razón: "El narcisismo y la agre­sividad son correlativos en este momento de formación del yo por la imagen del otro. El narcisismo, en efecto, según el cual la imagen del cuerpo propio se sostiene de la imagen del otro, introduce una tensión: el otro, en su imagen, a la vez me atrae y me expulsa; en efecto, yo no soy sino en el otro y al mismo tiempo éste se mantiene alienus, extraño; ese otro que soy yo mismo, es otro, distinto de mí mismo"*.23

No dejaremos escapar la aparición del término "alienado" en este contexto. Porque cuando Lacan, en su época, forje el de "conocimiento paranoico" para designar una proclividad del humano que él puede discernir como estructural, lo vin­culará también a esa alienación radical, constitutiva. 24

Por último, sin estar seguros de ser exhaustivos en cuanto a los ingredientes que componen de manera conjunta la sutil cristalización del estadio del espejo, conviene men­cionar también la contribución causal que Lacan insiste en

21 Estas dos relaciones reaparecen con la misma denominación de relación imaginaria, que La can escribe a-a', en el esquema L; véase infra, pág. 152 y sig.

22 Lo que Lacan llama "tendencia suicida"_ *En el original, "cet autre qu'est moi-méme est autre que moi-m€me".

Esta frase no admite traducción literal, que implicaria vulnerar la gramática castellana. Se pierde así el juego retórico por el que un mismo término, autre, aparece en acepciones distintas; y tampoco es posible traducir los dosest de la misma manera, ni los dosmoi-méme. (N. de la T.)

~ 3 P. Julien, op. cit., pág. 50. Lo que podemos destacar de nuevo, al pasar, es de qué modo en el comentador de Lacan como para éste, lo que se designa como imagen del cuerpo no remite a ninguna otra cosa que a lo visible.

24 El, pág. 104.

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reconocer a una prematuración biológica tenida por él como: característica de la cría humana, explicando que la hacei precipitarse aún más sobre la relación identificatoria con I¡t imagen del reflejo especular. Señalemos también al pasar lo que este dato específico de la prematuración introduce en el conjunto del proceso y que atañe a la dimensión del tiempo;' y que en este caso adopta la modalidad de la anticipación temporal (es decir, como anticipación de un desarrollo veni• dero).

Estos son tres de los componentes mayores que destaca" mos aquí a fin de presentar lo que realiza el estadio del espejo. Sólo añadiremos -siempre con miras a establecer un mínimo conceptual común- la definición que proponen al respecto La planche y Pontalis en su Diccionario de referenc\ cia: "Según J. Lacan, fase de la constitución del ser humano{ situada entre los 6 y 18 primeros meses; el niño, todavía en un estado de impotencia e incoordinación motriz, anticipa' imaginariamente la aprehensión y dominio de su unidad' corporal. Esta unificación imaginaria se efectúa por identi­ficación con la imagen del semejante como forma total; se ilustra y se actualiza por la experiencia concreta en que el niño percibe su propia imagen en un espejo. La fase del · espejo constituiría la matriz y el esbozo de lo que será el yo". 25 •• ;

Con todos estos primeros elementos a nuestra disposi­ción, con todos los que contiene igualmente la definición precedente que, aun en forma condensada, expone lo que sustenta la ambición de la temática especular -osando hablar de una "constitución del ser humano"-, con todos estos datos, ¿pretenderemos estar seguros de poseer, así fuese de manera elemental, un buen enfoque de base, diga­mos, de esta concepción lacaniana del espejo que en todo caso contendría lo esencial de un primer estado de la cues- · tión? ¿Basta esto para brindarnos un punto de vista sufi­cientemente claro sobre lo que se ha convenido en llamar estadio del espejo en el sentido de Lacan?

25 J. Laplanche y J.-B.- Pontalis, Diccionario de psicoanálisis, Barce­lona, Editorial Labor SA, 1974.

No cabe duda de que sería abusivo pensarlo; y sobre todo si se le agrega la idea de que la noción de estadio del espejo podría quedar producida y definida de una vez por todas y para siempre en el momento de su concepción por Lacan. Porque ceñirse a ello equivaldría a desconocer que Lacan mismo, en cambio, no lo hará, no se quedará en un primer

· estado de la cuestión. En efecto, el tema del espejo, además de inseminar a distancia toda su enseñanza, sigue siendo para él objeto de una considerable elaboración conceptual, la apuesta de todo un desarrollo, y de hecho va a constituir un soporte esencial de su pensamiento durante los veinte o veinticinco años de avance del Seminario. 26

Y lo que va a hacer compleja esta andadura (¡y muy difícil de reconstruir de manera fiel y exhaustiva su recorrido!) es el hecho -indiquémoslo ya mismo, en este nivel de genera­lidad en que estamos- de que el estado ulterior de lo que pasará a ser el espejo en Lacan se mostrará sensiblemente diferente de la presentación inaugural; lo que, después de todo, se corresponde con el hecho de haber sentido Lacan la necesidad de precisar su pensamiento perfeccionando a la vez -y muy rápidamente- el dispositivo inicial.27

Ello hasta el punto de que causa asombro la ligereza con que los analistas se permiten hablar -como nosotros mismos no hemos dejado de hacer desde el principio-del es-tadio del espejo, atreviéndose a decir ingenuamente el estadio del espejo dejando así de lado la diversificación, la multiplicación que conocerá esta temática con el paso de los años y esto en cierta cantidad de reconsideraciones, de re­visiones, de reelaboraciones más o menos radicales que el propio Lacan subraya cuando, contentísimo, anuncia al público de su seminario: "Le añado un pedacito más todos los días". E indica algo que confirma lo que decíamos: "No lo traigo ya listo, como Minerva saliendo del cerebro de un

26 En cualquier caso, hasta comienzo de la década del 60, señala G. Le Gaufey, op. cit., pág. 9.

27 Al cual muchos analistas han permanecido (y es un error) indebida­mente fijados. Volveremos sobre el punto.

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Júpiter que no soy. Lo seguiremos, día a día, hasta el momento en que empiece a cansarnos, entonces lo dejare­mos."28

Así pues, no va a sorprendernos que P. Julien haya proé puesto en su ensayo una recuperación de toda la enseñanza de Lacan según la trayectoria que él encuentra propia de ese hilo temático continuo del estadio del espejo, un hilo que corre, según él, a lo largo de dicha enseñanza. Para ser más precisos, P. Julien cree incluso discernir diferentes tiempos, diferentes etapas en la conceptualización lacaniana deL• estadio del espejo, y llega a despejar efectivamente tres· tiempos cronológicos, tres períodos específicos fechados del siguiente modo: antes de 1953 /de 1953 a 1960 /después de 1960. Tres períodos, pues, cada uno de los cuales correspon, dería además, en esta sucesión, a la aplicación de las tres categorías lacanianas fundamentales, respectivamente la imaginario, y luego lo simbólico y lo real.

Como puede verse, esta diacronía pone también en evi" dencia que el tema del espejo, lejos de ser tan sólo un. acompañamiento adyacente a las propuestas capitales, es · por sí mismo anunciador, portador y revelador de la estruc­tura interna de las orientaciones de Lacan en sus el procesos de despliegue. Tomemos en este aspecto la descripción de esa estratificación tripartita que pretende establecer P. Julien:

"1) De 1938 [ ... ] a 1952, Lacan expone en cada artículo publicado la especificidad del modo imaginario [ ... ].

2) De 1953 a 1960, Lacan, describiendo el efecto de lo simbólico sobre lo imaginario, modifica la presentación del estadio del espejo en sus artículos y seminarios y lo relativi­za en tanto está sometido al orden simbólico [ ... ].

3) Pero de 1961 a 1980, da del estadio del espejo una escritura distinta -topológica- con la introducción de la mirada como objeto a minúscula, en el lugar del Otro. En­tonces, lejos de relativizarse, el espejo adquiere su dimen­sión irreductible en tanto imaginario."29

"Sl, pág. 240. 29 P. Julien, op. cit., pág. 58.

Además de descubrirnos y confirmar ciertas compleji­dades ulteriores que conocerá en el futuro esta concep­tualización -hasta el punto, decididamente, de tener que abandonar sobre la marcha la idea primigenia de un estadio pretendidamente acreditado y estampillado como tal, en forma definitiva-, se percibe en todo caso lo que semejante recorte sugiere y confirma en cuanto a la posibilidad de reencontrar la huella efectiva del espejo en todas las etapas de la enseñanza de Lacan, y hasta el final.

Para resumir, semejante recorte cronológico no consiste solamente en detectar los que serían distintos puntos de vista o ángulos de ataque yuxtapuestos, reelaboraciones sucesivas de Lacan sobre "el" estadio del espejo. Pues condu­ce a considerar -y en efecto, todo el ensayo de P. J ulien está regido por esta perspectiva-que, lejos de ser solamente una temática de esa enseñanza, así sea decisiva y constante, la conceptualización del espejo es también lo que permite se­guir el lineamiento mismo de las avanzadas de Lacan. Ella aparece en cierto modo como lo que dirige o sustenta su curso. Y en forma duradera. Dicho de otro modo, este tema del espejo sería aquello en lo cual se refleja, por una vez, toda una parte sustancial del pensamiento de Lacan, en lo que constituye su despliegue progresivo. Podemos leer entonces su trazado a través de las vicisitudes y modificaciones experimentadas, unas tras otras, por la temática del espejo, y con las que se confirma, por decir poco, su valor eminente.

Pero esta diversidad, esta lujuria tiene un reverso, un reverso que podríamos llamar metodológico y que es capaz de alterar la discusión ulterior. Más vale mencionarlo ahora si queremos resguardarnos de él después, en la medida de lo posible. Pues si el espejo, tal como es tematizada por Lacan, presenta ese tenor variable en el correr de las elaboraciones sucesivas -tripartitas, según P. Julien-, esto tendrá ine­vitablemente el efecto de dificultar mucho la posibilidad de una comprensión clara, directa y estable a su respecto, y que por lo menos esté determinada de un modo unívoco. ¿Cómo podrá darse esto si la cosa, sometida a las vicisitudes de la teorización, debió padecer reequilibramientos y ajustes?

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Esto implica que si creemos poder hablar de la cuestión -y sobre todo en un dispositivo de interlocución del tipo que deseariamos instaurar aquí-, será siempre corriendo el riesgo de que se nos objete lo siguiente: que estamos tratan­do un solo "tiempo" de la elaboración del espejo, uno solo de sus aspectos, una sola de sus dimensiones (si las otras sólo aparecieron después), desconociendo por lo tanto las rees­tructuraciones ulteriores y descuidando los momentos de profundización en los que la noción llegó a ser pensada de otra manera. Y sobre todo si resulta que las modificaciones apor­tadas corresponden, llegado el caso, a una rectificación, a un vuelco más o menos radical. 30

Evoco adrede esta posible dificultad polémica por cuanto cabe temer que surja luego como objeción con respecto a las posiciones de F. Dolto. En realidad, con ella sucede lo mismo que con cualquiera: la comprensión que podemos tener del estadio del espejo corre peligro de ser calificada de errónea al desconocer que las sucesivas elaboraciones ponen en entredicho la formalización primigenia; es decir, precisac mente aquella en la que tenderíamos mayoritariamente a quedarnos, quizás justamente por ser la más fácil de enten­der (sin perjuicio entonces de que se nos acuse más aún de ceder a la equivocación del contrasentido).

Vale decir que, con la cuestión del espejo, rozamos un problema de transmisión que surge no bien se trata de determinar más de cerca lo que significa exactamente y cuál es, según Lacan, su verdadero alcance, ¡sobre todo si fue cambiando! En cierta forma, uno de los intereses suplemen­tarios de esta conjetura de lo especular es movilizar, más allá de su contenido propio, la problemática de su transmi­sión, es decir, el modo en que la temática respectiva fue transmitida (y comprendida).

Tratemos de identificar mejor esta dificultad (si es que consiste en localizar el error). Ella reside, podríamos decir,

3? Y los lacanianos son a veces altivos y feroces en lo que respecta al saber pretendidamente exhaustivo del pensamiento del Maestro.

en que, a pesar (¿o a causa?) de la suerte de extensión que hemos mencionado, o sea, el hecho de que "el" estadio del espejo haya conocido toda una serie de prolongaciones y complementos en la elaboración de Lacan, ello no es óbice para que cierta forma de comprensión única tienda sin em­bargo a imponerse en las mentes, una comprensión, una interpretación de la que no obstante conviene cuidarse si resulta que es simplemente parcial o francamente defectuo­sa. Todavía hace falta calibrarla, sobre todo por cuanto, en efecto, a menudo sólo de ese modo (se) habría transmitido el estadio del espejo en su significación. Y entonces la com­prensión que domina comúnmente a su respecto podría ser llamada defectuosa, errónea. ¡Es algo que puede ocurrir ! ·

Puesto que el asunto tiene importancia, tratemos de considerar con detenimiento esa interpretación o esa lectu­ra que podemos llamar dominante, preponderante. Consis­te, en lo esencial, en entender que lo que realiza el estadio del espejo captado en la confrontación efectiva del niño frente a éste -pero que también podría observarse en los juegos de confrontación entre el niño y algún semejante-, es, para la cría humana, la adquisición del sentimiento de unidad (de su yo) mediante la percepción de su imagen al serle reenvia­da. Al atravesar esta etapa (¿esta prueba?) del espejo, el niño adquiriría una unidad corporal que pondría fin a la fase anterior en la que habría prevalecido, por el contrario, la vivencia de un cuerpo sin constituir, fragmentado.

He aquí, esquemáticamente descripta, la manera en que circula y es recibida una lectura de lo que el estadio del espejo realiza y que no vacilamos en llamar dominante. Dominante de manera global en el nivel de lo que podemos llamar la doxa del mundo analítico. Y que tiene la caracte­rística de presentar el espejo como una transición salvadora, como el medio para superar la fase primordial de una experiencia de fragmentación, al suministrar el soporte de integración (yoica) que asegura, por medio de la imagen reflejada, las bases de la unidad de la persona.

Así referido, este enfoque de la experiencia especular no presenta nada que pueda ser chocante o capaz de molestar

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al lector prevenido, bien al tanto de estos datos del psicoaná­lisis. Después de todo, se los encuentra, por ejemplo, en la .. definición formal de Laplanche y Pontalis citada más arri- · ba. 31 Y en otra presentación autorizada del estadio del es­pejo32 se nos describe un proceso similar, el de "una experien­cia[ ... ] en cuyo transcurso el niño efectúa la conquista de la imagen de su propio cuerpo", o sea, "lo que va a promover la es­tructuración del 'Y o [Je]' en tanto pone término a esa vivencia psíquica singular que Lacan designa como: fantas­ma de cuerpo fragmentado". "De hecho -prosigue el autor-, antes del estadio del espejo el niño no hace inicialmente la experiencia de su cuerpo como de una totalidad unificada, sino como algo disperso". 38 Y al fin y al cabo es el propio Lacan, citado porJoel Dor, quien evoca a propósito del espejo el paso "de una imagen fragmentada del cuerpo a una forma que llamaremos ortopédica de su totalidad". 34 En conse­cuencia, J. Dor se ve llevado a enunciar lo siguiente: "Al re­conocerse a través de esa imagen [especular], el niño recu­pera la dispersión del cuerpo fragmentado en una totalidad unificada que es la representación del cuerpo propio. La imagen del cuerpo es estructuran te, pues, para la identidad del sujeto [ ... ]". 35

Si bien un examen más amplio mostrará el carácter par­cial de esta lectura del estadio del espejo que estamos destacando, ello no la hace menos conforme con lo que encontramos en mejores fuentes interpretativas, en los comentadores más autorizados. Y además Lacan mismo insiste en esta evidenciación de imagos arcaicas de cuerpo fragmentado. 36 Es él quien, basado en esto, subraya de modo

31 Aun cuando los autores se es:rheran en referir la fragmentación a un

efecto de aprCs-coup (op. cit., pág. 43). Véase asimismo G. Le Gaufey, op. cit., pág. 75.

·32

La de J. Dor enlntroduction a la lecture de La.can, t. 1, Denoel, 1985. "'!bid., pág. 99. 34 El, pág. 90, citado por J. Dor, ibid., pág. 100. :J

5 J. Dor, op. cit., pág. 101. 36

En una página donde vuelve a expresar Ja riqueza de la noción de imagen (cf. El, págs. 97 y 98).

expreso el valor de unidad individuante que debe otorgarse a lo que produce la experiencia especular, cuando habla, refiriéndose al niño, de "la conquista de la unidad funcional de su propio cuerpo",37 que desemboca en la realización de "una unidad ideal, imago salvadora"38 a la que en consecuen­cia, y nadie podrá sorprenderse, "responde una satisfacción propia". 39 Esto se corresponde con lo que Lacan expone en otro lugar como la famosa reacción de júbilo, como él la denomina, del niño frente al espejo.'º

Por otra parte, esta manera de entender las apuestas de lo que realiza el estadio (o la fase) del espejo no podría reducirse a la presentación mínima que acabamos de efec­tuar. Pues otros aspectos están en condiciones de completar su descripción y de reforzar su validez. En efecto, otras for­mulaciones anexas o complementarias siguen el mismo sentido, la misma orientación positivamente interpretativa de la experiencia. Por ejemplo, deberemos insistir en que lo que realiza esa operación especular corresponde a la identi­ficación estructurante puesto que ella precipita -sobre el fondo de la prematuración del infans-y anticipa una unidad de la persona en su yo, designado por eso como yo ideal. Todos los términos que estamos utilizando -identificación, precipitar, prematuración, anticipación, yo ideal...- los hemos tomado de los propios enunciados de Lacan y cada uno de ellos suministra un componente esencial de la experiencia del espejo. En particular, podríamos insistir sobre la nota de temporalidad que es aquí ostensible y a la que corresponde la "anticipación" presente en el proceso. Pues es en este tiempo en que no ha adquirido aún los medios efectivos de la motricidad voluntaria, cuando el niño "se precipita", dice Lacan, de manera anticipatoria hacia la identificación con una imagen, con la imagen especular precisamente, que constituye su yo (y es cons-

"!bid., pág. 105. 38 !bid., pág. 105. 3' !bid., pág. 108. '°!bid., pág. 87.

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tituida por éste),41 en calidad, podríamos decir, de "avance" identitario.

Esta temporalidad se funda en particular-ya lo habíamos indicado- sobre un elemento de la realidad fisiológica al que Lacan concede entonces una importancia decisiva, esto es: la prematuración biológica que caracteriza al ser humano en el momento de nacer, y que lo convierte en un ser prema­turo. 42 Discordancia, pues, nativa -el término aparece bajo la pluma de Lacan- en relación con la cual le toca precisa­mente a la identificación especular aportar la salida de una solución integrativa salvadora. Lo mejor es citar in extenso el pasaje decisivo en el cual Lacan puntualiza como conviene el conjunto de esta presentación general: "Lo que he llamado el estadio del espejo tiene el interés de manifestar el dina, mismo afectivo por el que el sujeto se identifica primordial­mente con la Gestalt visual de su propio cuerpo: es, en relación con la incoordinación todavía muy profunda de su propia motricidad, unidad ideal, imago salvadora; es valori­zada con toda la desolación original, ligada a la discordancia intraorgánica y relacional de la cría de hombre, durante los seis primeros meses, en los que lleva los signos, neurológicos y humorales, de una prematuración natal fisiológica". 43

Están reunidos así todos los elementos -condensados­para indicar el modo en que el estadio del espejo viene a ofrecer la salida de su respuesta en imágenes (anticipada) al dar estatuto identificatorio a ese ser prematuro que todavía es el niño en esta etapa. Y en cuanto a tal prematurez de hecho (biológico) -telón de fondo orgánico que suscita y justifica la solución especular-, es crucial apuntar que constituye para Lacan una manera de comprender y expli­car la preponderancia que él otorga con esto a lo visual, del

41 Aparecen aquí coordenadas de una dinámica temporal que sin duda deben ser vinculadas a lo que Lacan introduce en materia de tiempo lógico; y donde la dimensión de lo visual vuelve a estar, además, di­rectamente en juego. Cf. "El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada", en El, pág. 187.

"Ibid., pág. 176. "Ibid., pág. 105.

que no alcanza con decir que, en todo este proceso de es­tructuración primordial, constituye un dato sensorial exce­sivamente enfatizado. Para Lacan, esa estructuración del sujeto humano pasa de modo dilecto por la visualidad, y ello en tanto ligada a la prematuración. Porque "en función de ese atraso de desarrollo adquiere la maduración precoz de la percepción visual su valor de anticipación funcional" .

44 Aña­

de Lacan que resulta de esto "la marcada prevalencia de la estructura visual en el reconocimiento, tan precoz, [ .. .l de la forma humana ".45 La oportunidad es propicia para recor­dar hasta qué punto el esy.adio del espejo testimonia lo que constituye en Lacan el valor esencial, paradigmático, que se otorga a la dimensión de lo visible. No nos cansaremos de insistir: en esta etapa, la experiencia del espejo se desenvuelve por entero en la sola categoría óptica de lo visual, y no es pensada sino en ella. Sólo se habla aquí del registro del ver46 sin referencia a ningún otro parámetro, ni siquiera al simbólico, que cobrará después tanta rele­vancia. Pero en este primer nivel de presentación todo el asunto es el ver, todo ocurre en el ver: ver la imagen especular y (re)conocerse en ella; tal es la apuesta de un proceso que podríamos calificar de etología del ver, en una suerte de mimética entre ver y creer introducida entonces

por Lacan. 47

De paso, se adivina que esta manera de acentuar, de otorgar semejante exclusividad a la categoría de lo visible -subyacente en el disparador mismo de la experiencia espe.­cular- no dejará de aparecer como un elemento de discusión o disenso frente a las orientaciones de F. Dolto, que ya hemos podido considerar.

Por el momento, del lado de Lacan, en el que nos sitúa esta

44 Ibid., pág. 176. "Ibid. 46 Aunque sin lograr resolver del todo el enigma de saber qué es

exactamente lo que el niño ve en el espejo. 47 Dicho sea esto para aludir a una dualidad esencial presente en las

propuestas de G. Didi-Huberman. Cf. Devant l'image, Ed. de Minuit,

1990.

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exposición, lo visual se presenta como el soporte identifica" torio, para el niño, de su integración psicológica y psicocorc para!. Ignoramos por qué, pero G. Le Gaufey desconfía de este término "integración'', entendiendo que tiene sólo mi valor psicológico verificado en Wallon. 48 Sin embargo, es e[ término que parece adecuado para designar este aconteci, miento (y advenimiento) especular, y además el que el pro, pio Lacan utiliza explícitamente al evocar en este contexto·' "la integración en el organismo de una relación psíquica'', 49

y definirlo como el proceso por el cual "toda una situación, por habérsele vuelto al sujeto a la vez desconocida y tan esencial como su cuerpo, se manifiesta normalmente en efectos homogéneos al sentimiento que él tiene de su cuerpo". 50

Lo cierto es que, más allá de cuestiones de vocabulario, se afirma que, en esta etapa infans del humano, el proceso · especular realiza una verdadera transformación de la perso­na -pues Lacan caracteriza la identificación especular co­mo "la transformación producida en el sujeto cuando asume una imagen"-,'1 una transformación cuyo alcance también indica al llamarla "resol u ti va de una fase psíquica"52 (en este lugar habla incluso de metamorfosis); a su respecto señala- ·. remos que, en tanto superación, realiza una integración afortunada y oportuna, representando el atravesamiento de una etapa resolutiva, decisiva para el ser. Además, este aspecto conduce a Lacan a compararlo con lo que de modo similar establece el complejo de Edipo en el plano de la

48 ¿O tiene también relación con las mordaces expresiones que el tér­

mino inspira a Lacan respecto de Henri Ey (cf_ El, pág. 149)? 19 !bid., pág. 172.

su !bid. Esto nos da ocasión de señalar algo que, pese a ser evidente, suele no ser tenido en cuenta (¿tampoco por Lacan?): que el estadio del espejo es un asunto de cuerpo, que se trata de una movilización corporal de efectos psíquicos, efectos casi siempre hipostasiados a expensas de aquélla. Punto que convendria desarrollar mucho más pero que nos pro­ponemos no perder de vista.

51 !bid., pág. 87. "lbid., pág. 178.

estructura, 53 en tanto solución de valor salvador que extrae al humano del caos de desmantelamiento corporal subjetivo en el que de algún modo se hallaba, se habría hallado, y donde corría más bien el riesgo de perderse.

Así pues, no sería del todo insensato leer esta descripción del estadio del espejo (insistamos: en su estado primigenio) como contrapuesta a la fábula de Narciso (según Ovidio): aquí, por el contrario, Narciso se salva y se (re)constituye por mirarse, escapando a la suerte de desmembramiento frag­mentado, de disgregación que esa unificación en una imagen efectuada por su reflejo viene a resolver y a superar ... El que correría riesgo, si no de pérdida, al menos de dilución corporal, no es Eco sino Narciso quien, sin la imagen, no alcanzaría la confirmación identitaria de su ser. Al exami­nar el narcisismo freudiano a raíz de su elaboración sobre el estadio del espejo, Lacan parece discernir el disparador de una afortunada rectificación. Y llega incluso a otorgarle cierta generalización cuando afirma: "Es en todas las fases genéticas del individuo, en todos los grados de cumplimiento humano en la persona donde volvemos a encontrar ese momento narcisista en el sujeto, en un antes en el que debe asumir una frustración libidinal y un después en el que se trasciende en una sublimación normativa" .54

Es comprensible, en todo caso, que la operación descripta de ese modo en la coyuntura del espejo deba ir acompañada de cierto efecto de satisfacción por parte del interesado, y que éste, con bastante lógica, salude su cumplimiento con una exclamación de júbilo.

Podemos concebir asimismo que toda esta descápción idílica, en cierto modo casi eufórica del estadio del espejo, se haya impuesto en los espíritus en calidad de lo que seguimos designando como la comprensión dominante: después de todo, se basa en los datos mismos de lo que propone Lacan. Pero además, lo que vuelve tan seductora esta lectura del espejo sobre la que nos inclinamos, es el hecho de constituir,

"lbid., pág. 172. 54 lbid., pág. 111.

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en definitiva, la realización de un "progreso" en el estatus personal del niño, cosa a la que no podemos permanecer '0

insensibles. Dicha lectura constituye -hay que decirlo-­una "buena forma", en su aspecto descriptivo. La experien­cia del espejo es descripta aquí, en efecto, con una orienta­ción (también temporal) que le da el sentido y el alcance de . acompañar y hasta de adelantarse a la progresión en el< devenir individual del sujeto humano, en ese tiempo alta-' mente evolutivo de la asunción de la cría de hombre.

Casi podríamos decir, si nos atreviéramos, que Lacan, al concebir de esta manera el estadio del espejo, da pruebas -aun contra su voluntad- de progresismo genético(!) pues­to que él mismo provee los datos (especulares) de aquello que confiere al humano su estructura identitaria, de aquello que le hace posible la realización (por lo menos yoica) de su· identidad. Interpretado y leído como lo acabamos de presen- · tar -una vez más, no haciendo otra cosa que recoger las formulaciones de Lacan-, podemos tener el sentimiento (¡reconfortado en cuanto al destino del niño!) de que el estadio del espejo, y por otra parte en consonancia con toda teoría que se presente organizada en estadios, corresponde sin discusión al cumplimiento de una progresión subjeti­va -"sublimación normativa", dice Lacan-; que el estadio del espejo viene a signar un punto de advenimiento de la personita en formación, a indicar un tiempo decisivo de resolución estructurante del sujeto.

Desde este punto de vista, existe algo así como un movi" miento de antes / después entre los cuales se produce la. interposición oportuna del espejo. Oportuna, en efecto, si· con ello se cumple la salida identificatoria que hace posible poner término a los atolladeros discordanciales anteriores, a la indeterminación existencial del sujeto confirmada por su sometimiento primordial.

Antes, capturado en la dependencia absoluta a la que lo asigna su estado de prematuración, el niño padece sin remedio . una vivencia fragmentada, una fragmentación subjetiva cuya confirmación clínica y teórica Lacan encuentra en Melanie Klein (pero también en la ilustración figurada por la obra de

Jerónimo Bosco).55 Después, y gracias al reconocimiento iden­titario realizado en principio por el espejo-y el término recono­cimiento es aquí fundamental-,56 el niño demuestra haber conquistado y adquirido una posible relación estabilizada consigo mismo, en el nivel de lo que desde ese momento podrá venir a enunciarse en tanto determinación unificada de un "Y o [Je]", esbozo individual de lo que asegura la permanencia de los objetos del mundo, de los objetos y del mundo.57

¡Cómo íbamos a subestimar el valor de semejante muta­ción, constitutiva del ser (incluso en la relación con el otro y con el mundo)! Ahora se justifica mucho más lo que en un principio parecía una audacia formal del Diccionario de psicoanálisis cuando hablaba sin más trámite de la "consti­tución del ser humano".

Y si lo especular consuma tamaña salida venturosa, tampoco podría sorprender el que ésta sea saludada por esa reacción jubilosa del niño que Lacan destaca especialmente. Por lo menos en cuanto al principio,58 es comprensible, en efecto, que el niño reaccione de manera exultante al librarse del aprieto en que lo ponía un caos corporal y subjetivo en el que, de otro modo, corría peligro de permanecer sin fin. Tiene de qué estar satisfecho aquel-el infans humano-que, en definitiva, vuelve de lejos, de la lejanía de lo ante­especular, un "antes del espejo" que no nos. asombrará si puede ser, por el contrario, el lugar donde se determina la psicosis en el niño; siempre y cuando sea, para éste, la falta del espejo la que tiene capacidad de enloquecer. A la inversa, se entiende que el júbilo pueda ser la marca expresiva del cruce decisivo, de esa asunción-y este término (fuerte) tam­bién es pronunciado por Lacan- que, se presume, el estadio del espejo hace cumplir al niño en el camino ascendente de su subjetivación.

;.; !bid., pág. 90. "'!bid., pág. 86. "!bid., pág. 104. 58 Pues en los hechos, los psicólogos experimentales tienen cierta

dificultad para co1nprobar siempre ese estallido de alegría. Consúltese sobre todo R. Zazzo, Reflets de miroir et autres doubles, PUF, 1993.

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De algún modo, el niño surge de esto -así lo decimos· .. como un sobreviviente que se ha salvado de esa especie d~ noche fragmentadora que es lo ante-especular, en una espe cíe de re-travesía de la Laguna Estigia que lo ha hecho sali. del tenebroso Hades de la inhumanidad. Lacan emple: efectivamente acentos de este género para destacar la am plitud de lo que está en juego -¡llega a hablar de triunfo!-, :¡\ encontramos una prolongación de sus palabras en el propig saludo que P. Julien dirige a esta salvación especular. Julierr recarga más aún la valoración de la experiencia: "El espejqé consuma la victoria sobre la fragmentación de los miembros disociados y asegura la coordinación motriz: unidad, domi~. nio y libertad de la estatura". 59 Y encima, para explicar ese "¡Ah!'', exclamación jubilosa del niño: "La imagen del seme.: jan te alegra a] niño -dice- porque la ama; encuentra en ella"; lo que le falta: unidad, dominio, libertad motriz". 60 ·.

Este es el tipo de concepción que podríamos llamar gené, tico -en el sentido de que se trata también, no lo olvidemos, de la génesis del yo-al que conduce cierta lectura del esta­dio del espejo en su primera presentación. 61 Una lectura que presentimos, sin embargo, es preciso llamar, sin titubeos, demasiado ... confortable, o demasiado reconfortante (¡cuan­do no idílica y hasta euforizante!), por más fiel que sea a la manera en que Lacan relata el proceso. Es indudable que el cuadro resultante, en el que domina de algún modo la ar­monia plasmada por semejante adecuación a la imagen -¡la imagen (especular) salvadora'- tendrá que ser rápidamente matizada y retocada. Lo cual va a ser especialmente fácil toda vez que muchos de los elementos que habrán de permi­tirlo y de necesitarlo estén presentes desde el comienzo, aun cuando hasta ahora hayamos podido minimizarlos en la

59 P. Julien, op. cit., pág. 47. (JO Ibid. 61

Es decir, como lo hace notar E. Porge en su Jacques Lacan, un psychanalyste, Eres, 2000, hasta 1949 inclusive, estado primero en el cual E. Porge cree necesario distinguir dos tiempos cronológicos, de los cuales sólo el segundo (a los tres años) plantea el problema de la relación con el otro (cf_ pág. 66) .

tarea de exponer esa versión dominante (orientada) del espeJO.

Llegado el momento, no tendremos que ir a buscar muy lejos los enunciados capaces de mitigar el valor de aconteci­miento progresivo -¡o progresista!- del que en un primer momento parece disfrutar la experiencia especular, hasta el punto de poder ser descripta como una verdadera parusía subjetiva, si no como un segundo nacimiento, como el adve­nimiento de la persona individuada en su humanidad. Pe­ro no podemos seguir desconociendo que aquí se trata sin

· embargo, en este asunto de lo especular, de algo que co­rresponde a una adoración idolátrica dirigida al yo que

L por él se constituye, pero a un yo que, con todo, por su · coherencia y su consistencia identificatoria, es una instan­

cia de salvación (¡lo que después de todo es para el niño humano!).

Más allá de estas consideraciones, (nos) será fácil estimar que hemos producido hasta aquí una presentación orienta­da, selectiva, de lo que realiza la fase del espejo, proporcio­nando de ésta una lectura simplificada,62 una lectura que se daría por contenta con contribuir incidentalmente a la rehabilitación del yo, cuando no a su restauración.

No anticipemos lo que pasará con esto. Y limitémonos a recordar que, de este modo, sólo estamos consignando los parámetros que alimentan una comprensión dominante y corriente del hecho especular, sin perjuicio de ir advirtiendo que, si nos quedáramos en eso, contrayendo el conjunto en una grilla que al final sería -falazmente- psicologizante; dejaríamos escapar lo esencial.

Pero no por ello se trata aquí de una versión y espuria del estadio del espejo, y tampoco se la concibe de manera

62 Hagamos un paréntesis para aventurar la idea de que si esta presentación presuntamente simplificada es sin embargo posible, esto se debe quizás, en parte, a la manera en que en este contexto inaugural los autores (y Lacan el primero) se sacaron un tanto rápidamente de encima el aporte de Wallon, pretextando que se trataba de psicología. Sin embargo, Wallon continúa en pie, y se mantiene constantemente a la altura de la complejidad del fenómeno.

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puramente tendenciosa: de esto encontraremos una indic ción suplementaria en el hecho de haber advertido el propi Lacan lo que sus más originarias formulaciones sobre) libreto especular podían tener de insuficientemente explÍ< · to o de simplificador. Hasta el punto de poder prestarse .. confusión y contrasentido por suponer, precisamente, u · armonía excesiva. 63 No es casual que, con pocos años intervalo, Lacan haya sentido la necesidad de aportar pr< cisiones consecuentes, de poner los puntos sobre las íes.

Todo se presenta como si, con el paso del tiempo, él mis pudiera apreciar que aquello a lo que intentó dar una form equilibrada -donde la idea de pérdida y hasta de daño deja de venir a contrabalancear lo que sería ganancia de U'

completitud colmante y estructurante- de todos mod; corría peligro de ser malinterpretado en forma unilateral .. el sentido de una redención salvadora (¡por la gracia dE espejo!). Esto mismo lo obligará efectivamente, a continri ción, a aportar lo que no son sólo aclaraciones o precisione sino también correctivos necesarios de los cuales no tard, remos en ocuparnos. Ellos certifican lo que puede haber <;! insuficiente y de todavía inelaborado en las primeras pr sentaciones que él mismo produjo (sobre todo en el famos texto de 1949).

Porque, además de que la presentación del estadio d espejo a la que esto nos ha conducido puede parecer simpl ficada y hasta atrofiada -aunque más no sea por lo que 1 vuelve forzosamente incompleta, y sobre todo si le falta bu na parte de lo que vendrá a relativizar su embellecimien~( su sublimidad, su elevación-, no debemos dejar de menció nar que, en esta etapa primera en la que Lacan simplementi echó las bases, muchos enigmas subsisten.64

Después de todo, atrevámonos a indicarlo: todaYía no saf hemos muy bien, en esta etapa, lo que se realiza exactameri) te en la relación con el espejo ni de qué manera. ¿Cómc

63 Éstas son las palabras que utiliza en la especie de enmienda q~· agrega en 1966, cuando están por publicarse los Escritos (cf. "DenuestrO;'-'. antecedentes", El, pág. 63). . . . :·:.:~,

64 Como por su lado hace notar G. Le Gaufey, op. cit., pág. 77 y sig.~·

reconoce allí el sujeto precisamente su imagen (¡y además habría que indagar en cada uno de los términos de la pregunta!)? Por otra parte, ¿qué nos asegura de poder responder mejor al problema de saber lo que el niño ve en el espejo, suponiendo que esto sea lo único que importa?

En realidad, Lacan da aquí la impresión de contentarse con postular una operación llamada de identificación, cuyo modo operatorio todavía no está en condiciones de producir; operación que se limita a referir de manera intrínseca al poder "(in)formativo" de la imagen, que era, según hemos recordado y subrayado, el leitmotiv de sus primeros escritos.

Pero, ¿cómo podríamos conformarnos con que Lacan en­cuentre este poder igualmente activo en el animal, y que por lo tanto el asunto especular valga lo mismo para el humano :que para la paloma o el saltamontes? Pues, en efecto, lejos de investigar lo que el humano pudiera tener de específico, La­can no cesa de recurrir a la etología, que le parece lo más

opropicio para convencer al público de sus aseveraciones. 65

· Pero entonces, ¿qué produce Lacan, exactamente, que pueda {>valer de manera singular para el sujeto humano, tal como él

rnismo afirma? Y por otro lado, si el humano se sumerge, lo mismo que el

animal y con idénticos deleites estructurantes, en los refle­:.jos centelleantes (imaginarios) del espejo, ¿qué cosa podrá

sacarlo de allí al ser él, cual vulgar volátil, un palomo fas­cinado? ¿Cómo podría entonces abrirle, acondicionarle el espejo una salida específica?

En este punto es donde la cosa se complica, en el momento de aflorar estos interrogantes cruciales que por ahora que­dan en suspenso, pero de lo;; que Lacan no tardará en (volver a) ocuparse.

Pero antes, ha llegado el momento de retomar los datos del diálogo iniciado con F. Dolto. Consideramos, en efecto, que precisamente aquí se instaura ese diálogo, en este punto

65 EniosEsc1itos1, pág. 178 y sigllientes, se consagran a esta cuestión no menos de tres a cuatro páginas.

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(histórico) en que Lacan presenta el primer estado de s conceptualización sobre el estadio del espejo. F. Dolto -qu~ como hemos visto, se hallaba en primera fila- no dejará d, reaccionar con respecto a ese estado inicial produciendo s propia perspectiva sobre las apuestas del espejo así presen tado. Y comprendemos que el debate se organice en torno estos datos de partida: enterada como estaba de los desarro llos originales de esta concepción lacaniana del espejo, e lógico que sea en relación con estas primicias, con esto fundamentos, con estos principios de la teorización, como Dolto llega a su vez a situarse, a pronunciarse.

Pero entrevemos con ello en qué forma ese tipo de diálog, que intentamos desplegar corre el riesgo de verse frenad por una posible parasitación polémica (que ya hemos men cionado): eventualidad que es preciso tomar en cuenta formar parte del debate para, pese a todo, darle su pertinerY cia. El punto litigioso es el siguiente: que si bien la posició eventualmente crítica (o simplemente distinta) de F. Do]t, recae esencialmente sobre el estadio del espejo en sus pri meras versiones -que por otra parte nos parecieron suscep,_o tibies de perennizarse en carácter de concepción dominan té (así sea de manera falaz)-, vemos delinearse la objeción según la cual F. Dolto procedería, en su propia elaboración, de un conocimiento parcial y trunco de ese especular laca niano que ella tomará por objeto. De modo que Dolto tendrí sólo una visión fragmentaria y reducida, parcial, digamos; que por fuerza le haría perder los puntos verdaderamente. nodales, aquellos a los que al menos la enseñanza de Lacan habría finalmente llegado.

¿Hay que considerar entonces que el asunto fue muy mal encarado de entrada y que generó un debate sesgado sin remedio desde el comienzo? No lo pensamos así.

Primero, porque justamente, si hay diálogo, quiere deci que las cosas, lejos de haberse coagulado formalmente dé una vez para siempre, son susceptibles de progresar al come pás del desarrollo efectivo de un intercambio vigoroso. En este caso, si Lacan desarrolló y modificó en profundidad el primer estado de su concepción, ¿cómo excluir que se deba

también a las críticas que pudieron oponérsele, esgrimírsele sobre tal o cual punto, conduciéndolo a advertir las lagunas de su elaboración original (por más original, en el otro sen­tido del término, que haya sido de entrada)?

Y en este carácter, ¿cómo no quedar satisfechos si, en una segunda etapa, el debate conduce a poner en evidencia ele­mentos que al principio, y con motivo (si es motivo cronoló­gico), F. Dolto no habría integrado ni tomado en cuenta en sus desarrollos pese a corresponderse con la atención pres­tada por Lacan a las objeciones que ella misma había planteado?

Tampoco excluimos el alcance de lo que esto podría reve­lar -¿y por qué no?- en cuanto a lo que habría que con­siderar también como lagunas o imposibilidades de F. Dolto respecto de la enseñanza de Lacan.66 ¡Ella misma está lejos de excluir semejante comprobación! Y podría ser entonces una manera extra (aunque crítica y polémica) de enriquecer nuestra perspectiva sobre la conceptualización de F. Dolto. Incluso en el sentido de hacernos percibir mejor, llegado el caso, por qué su concepción del análisis se orienta en una dirección eventualmente distinta, in fine, de la desplegada por Lacan a partir de su apertura especular.

No estamos en eso. Para despejar lo que hemos de tratar ahora en lo referido a la perspectiva de F. Dolto -con el riesgo de que su posición sea juzgada parcial, por limitarse a una comprensión abreviada del espejo (riesgo asumido, sin embargo)-, intentemos poner en evidencia, para terminar, aquello a lo que arriba Lacan en esta etapa. Nos parece entonces que deben ser muy particularmente mencionados dos puntos temáticos de conjunto (presentes en la concep­ción que llamamos dominante):

- la preeminencia de lo visual, que reaparece aquí como una temática de conjunto, pero que interviene de manera preponderante en la experiencia especular;67

66 Un ejemplo prometedor de este trabajo critico y constructivo a la vez es proporcionado por A. Vanier en su presentación durante el coloquio Unesco de 1999. Véase F. Dolto, aujourd'hui présente, op. cit., págs. 490-498.

67 A título indicativo, recordemos otras dos incidencias de lo visual en

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- que esta última, la experiencia del espejo, cobra valo estructural por cimentarle al sujeto el reconocimiento salva:, dor, identificatorio del yo.68

Por lo menos, he aquí dos elementos que volveremos encontrar en el centro de la discusión venidera.

Lacan, una y otra en puntos clave y cruciales de su enseñanza: lo que gii alrededor de la Carta robada en el Seminario I, y el apólogo de 1t prisioneros en el texto sobre el tiempo lógico, op. cit.

68 Dicho sea esto para descorrer el velo sobre una distinción esenc · que vendrá a elaborarse -ello tanto en Lacan como para Dolto- erj· el sujeto y el yo.

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4. DOLTO: LAS DOS CARAS DEL ESPEJO

Llegamos ahora al momento de tener que precisar, en fun­ción de lo que precede, la posición que toma F. Dolto sobre lo que ella percibe de la concepción lacaniana del estadio del espejo, y que conoció -ya hemos dicho cómo- desde el prin­cipio. Lo cual no implica que integrase de entrada en sus elaboraciones el aporte original de esta concepción de Lacan, ni siquiera para desmarcarse de ella.

En sus primeros trabajos -y particularmente en su tesis de 1939 (reeditada luego varias veces)-1 no encontramos huella alguna, y con motivo, de una mención cualquiera del estadio del espejo. F. Dolto pone en esta época en primer

' plano la terminologia freudiana, a la que se remite de ma­nera explícita y exclusiva,2 y no toma en cuenta los elemen-

. tos de lo que, en verdad, está aún en germen en las propues­tas primeras de Lacan. Y está muy claro que durante todo un ·

. tiempo no prestará mayor atención al estadio del espejo, tema a cuyo respecto no se considera obligada a pronunciar­se en sus propias avanzadas fundamentales. Hasta podría-

. mos decir que parece poder prescindir de él por completo. La primera impresión sería que, al comienzo, no tiene necesi-

1 Psychanalyse et pédiatrie, op. cit. z En la tesis, sobre todo el complejo de castración. Véase al respecto

"'.nuestro artículo publicado en Le Coq Héron, n!! 168, 2002,."Dolto, Freud: du complexe de castration a la castration symboligene", pág. 37.

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dad de esta concepción para desplegar sus propias elabor{ ciones, que en ese momento no deben nada a la mediación d, espejo lacaniano. Como buena freudiana de estricta obse vancia, F. Dolto se satisface entonces ampliamente con l que le aporta la nomenclatura clásica vigente y en particulá con la diacronía de los estadios libidinales. Y pese a si empeño -tendencia que será constante en ella- de acentua.¡ el eje y el alcance de dichos estadios freudianos en el sentid! regrediente de lo arcaico, esto no la conduce a adoptar · estadio del espejo de Lacan, que más bien constituiría u "plus" del que parece dispensarse, y esto durante una larg época.

Es así como en los primeros grandes textos capitales pr' sentados por F. Dolto y que conducirán a su concepció específica de la imagen del cuerpo -se trate de la exposició primordial de 1956,3 de su artículo sobre la regresión d 19574 o del texto que sucede a una intervención en el coloquir de Royaumont de 1958-, 5 todavía no se hace ningún tipo d mención del estadio del espejo. Y si no obstante el tema 'e tratado en las versiones ulteriores de esos textos, 6 es prec samente porque se trata de reelaboraciones, de reescritura; efectuadas con posterioridad, en la década de 1970.

De ahí que, dando un gran salto en el tiempo, para en contrar un texto en el que F. Dolto tome posición directa, l además en forma expresa y desarrollada, respecto de r temática lacaniana de lo especular, haya que esperar casi,i la publicación, en 1984, de su libro capital sobre la imagei inconsciente del cuerpo. 7

3 "A la recherche du dynamisme des images du corps et de leur in· vestissement symbolique dans les stades primitifs du développeme11· infantile", publicado en La Psychanalyse, nº 3, reproducido en Le sent ment de soi, op. cit.

4 "Cas cliniques de régression", L'Evolution psychiatrique, 1957, r producido en Le sentiment de soi, op. cit.

5 "Personnologie et image du corps", enAujeu du désir, op. cit. 6 Que hemos reunido en Le sentiment de soi, op. cit. ..,. 7 Y sin que por entonces F. Dolto hubiese tenido vasto conocimiento dé

los desarrollos ulteriores (después de 1953) de Lacan sobre el espejo. Siñ.>

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Todo esto explica que cuando F. Dolto llegue a otorgar su lugar al espejo -y lo hará entonces plenamente (así sea de manera crítica)-, esto no deje de presentar dificultades de ajuste debido a que su preocupación es insertar el estadio correspondiente dentro de un conjunto teórico que, en apa­riencia, había prescindido de él durante mucho tiempo. Es así como muchas veces tendremos una impresión de inciden­cia recíproca entre lo que se imputa a esta nueva concepción (del espejo), y lo que previamente se había atribuido al Edipo, por ejemplo.8 Digamos que entre los dos tiempos de la formalización podrá evidenciarse cierta fluctuación o cierto "frotamiento".

Este atestado de tenor cronológico, que patentiza la dis-tancia entre la perspectiva teórica abierta por Lacan (la que incidentalmente pasa también por una intervención -capi­tal- en el mismo coloquio de Royaumont ya citado)' y las propias elaboraciones fundamentales de F. Dolto, es ade­cuado para sugerir que, en su formalización de la imagen del cuerpo, esta última no se determina a priori -en todo caso, de ninguna forma directa, clara- en relación con el estadio del espejo de Lacan. En primera instancia nada indica, ni si­quiera en un sentido formal, que F. Dolto haya podido simplemente concebir, formular al principio su noción de imagen del cuerpo por referencia al espejo lacaniano. Puesto que, una vez más -y con reserva de verificarlo más deteni-

---embargo, podemos hacer referencia a otro momento preciso en el que F .. Dolto se interesó de cerca en la cuestión del espejo. Incluso me inclinaré a pensar que de allí data, precisamente, su preocupación entonces manifiesta por la cuestión. Son los años 1964-1965, momento en el que elabora su propia noción de imagen del cuerpo con l. Roublev y C. Guillemet, con miras a un próximo congreso de la Escuela freudiana. Este trabajo dio lugar a una publicación parcial en los primeros números de las Lettres de l'Ecole freudienne.

8 Pero esta conexión no deja de ser admisible. J. Dar la efectúa en su lntroduction a la lecture de Lacan, op. cit., t. 1, cap. 12: "Le stade du miroir et l'<Edipe".

9 Se trata del famoso texto "Observación sobre el informe de Daniel Lagache'', publicado en Escritos 2, pág. 627.

CICI

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damente-, las primeras formulaciones suyas al respectl prescinden de toda referencia a la temática especular.

Si de todos modos hubiera razones para considerar (y¡, ello nos inclinamos) que este, el estadio del espejo, no · ajeno a la elaboración de la imagen del cuerpo, al paree sólo podría serlo de una manera críptica, implícita, sub rránea (¿o inconsciente?).

En cambio, de lo que no caben dudas es de que, a partir momento en que F. Dolto integra y toma en cuenta en propia elaboración la idea del espejo, del estadio del espej -y esto habría podido ocurrir mucho antes, dado el cono miento precoz que tuvo ella de dicho estadio-, no bien le su sitio al espejo, no bien lo inserta en un andamiaje doctt nal que hasta entonces había sido eminentemente freudii' no, lo asimila en forma plena, le otorga su pleno estatuto, El., sea para objetarlo.

Este tema abarcará, en efecto, toda una sección de la ob recapitulativa sobre la "imagen inc.onsciente del cuerpo"¡ conducirá entonces, en forma circunstanciada, a consider. ciones explícitas que deberemos tomar como base para e poner la posición doltiana sobre el espejo; posición que, p lo tanto, se expresa en dicha obra de un modo extensivo ..

Ya hemos hecho mención de lo que se presentaba en Lacan y Dolto como una disparidad manifiesta y fundam tal en lo atinente al modo en que uno y otra consideraban lugar de lo visible (de lo escópico) dentro de sus respectiv conceptualizaciones, y que tenía incidencia, además, sob' los principios mismos de sus respectivos pensamientos. hecho, en los momentos primeros de su enseñanza, pese que la primacía absoluta del lenguaje ha sido ya plante da -y no sólo en el famoso discurso de Roma11 sino ta · bién en el primer año del Seminario-, 12 Lacan otorga lugar bien específico y crucial al registro de lo escópico.13 D"

10 ¿En 1964-1965? Cf. supra, nota 7; momento de inflexión en el q-Lacan mismo, como veremos, reformula la cuestión de la mirada.

11 "Función y campo de la palabra y del lenguaje", en El, pág. 227 12 SI, 1953-1954. 13 Habría que examinar de qué modo esto es también, en parte, u'

herencia de Freud.

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cual el espejo es, obviamente, la manifestación temática más tangible.

Pero el tema del espejo procede a su vez, como hemos dicho, de aquello que en el Lacan de entonces, en el "primer Lacan", es fundamentalmente una valorización de la ima­gen, imagen que orienta para él toda la concepción del tra­bajo analítico. 14 E imagen que, como también hemos señala­do, se concibe aquí presentándose por esencia bajo las especies de lo visual, conforme el registro casi exclusivo de lo visible. 15 La preponderancia de lo visual es justificada aquí por Lacan hasta en el nivel orgánico, cuando la vincula de manera explícita con el hecho de la prematuración16 -punto sobre el que no puede ser más categórico-, llegando a considerarla como "una estructura constitutiva del conoci­miento humano"17 que consiste, pues, en "ese soporte que el simbolismo del pensamiento encuentra en la percepción visual".18 En este mismo lugar, Lacan reivindica incluso el padrinazgo conceptual de Husserl cuando habla de la Fun­dierung, fundamento o fundación. No se lo podría decir me­jor: lo visual de la imagen tiene valor fundador para el

. humano, y de aquí procede Lacan. Y el espejo será en todo sentido su eminente concreción primordial, que concede a lo visible un alcance en efecto estructurante, fundacional para la subjetividad.

Y a hemos remarcado lo suficiente hasta qué punto las cosas son distintas para F. Dolto, cuya conceptualización entera se aleja, se desmarca, va como a contrapelo de se­

. mejante hipóstasis de lo visible. Por más contrastada, por más equilibrada sin embargo que sea su posición -cuyas grandes líneas hemos expuesto-, es patente que la conduce

•a relativizar, a reducir el lugar constituyente de lo visible,

14 Como P. Julien no deja de destacarlo. Véase Le retour a Freud de Jacques Lacan, op. cit., por ejemplo en la pág. 101.

1¡; Aun cuando la referencia, aplicada al término "imago", podría hacer ;<_,mucho más complejas las cosas.

"El, pág. 176. "!bid., pág. 153. 18 Ibid.

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incluyendo en esto hasta lo que es propio de la vivencia , niño (que sin embargo ella describe valiéndose del térmi~ por eso mismo paradójico, de imagen del cuerpo). Tal to de distancia respecto de la categoría de lo escópico podría,c muy bien ilustrada, entre otras cosas, por su diferencia éi

las posturas de Spitz (en la interpretación, por ejemplo, dé; pretendida angustia del octavo mes). 19

Pero en cuanto a nosotros, no nos sorprenderá que, p tiendo de estos datos disyuntivos iniciales sobre la visib dad, !aposición de principio de F. Dolto respecto del esp se encuentre.marcada a priori por una toma de distan· crítica. Por más que esto no vaya a excluir -lo anuna mos~ alguna dialectización ulterior, la suya es una decisj,, oposicional, de conflicto, y la llevará a sostener. una postl.[ antagónica respecto de la noción del espejo lacaniano.

F. Dolto afirma y subraya de entrada su oposición profl da, teórica y clínica, al uso doctrinal del estadio del es]J promovido por Lacan, y ello en razón de que éste lo consid~ como un tiempo de estructuración privilegiado en el adver. miento subjetivo humano, y hasta como un pasaje, comO·J tiempo de (re)solución obligado para el sujeto. Si se quié" exponer la posición de principio de F. Dolto, lo menos qij puede decirse es que ella no comparte este punto de vista;~ concede nada de ese valor estructuran te que Lacan primé" establece y luego exalta en el encuentro del reflejo especul y en la confrontación con la imagen respectiva. Por cuan a la inversa -y no se puede desconocer el aspecto tajan categórico de su oposición al principio irreductible-, es~. lejos de otorgar a esta interposición del espejo y al encuent. con la imagen especular el menor valor positivamente e tructurante para el niño; está lejos, pues, de considerar. como un "estadio" (o una fase). ¡Por el contrario, Dolto :ri salta sus posibles efectos destructores y hasta devastadore' y refrenda su alcance intrínsecamente traumático!

La devastación a que alude puede llegar al extremo de desrealización o la despersonalización, e incluso a la caí

19 IIC, pág. 71.

en la psicosis. Se ve, pues, cuán seriamente alarmista es la .observaeión de Dolto, que sigue como mínimo una. dirección contraria a todo cuanto hemos hallado al respecto en la pers­pectiva de Lacan. Cuando F. Dolto abre el dossier espejo, es para inscribirlo, en un principio, en el registro del riesgo de las más graves patologías, en el de una etiología traumática potencial. El espejo tendría en sí esta potencialidad enloque­cedora, es decir, el poder de enloquecer. · Y es un hecho a todas luces significativo el de que, cuando trata formalmente la cuestión del espejo en su libro, lo hace de entrada para presentar el espectacular caso clínico de Una niña a quien la confrontación solitaria con el espejo traumatizó efectivamente en una modalidad generadora de psicosis-'° He aquí una ilustración brutal, masiva, de hasta qué punto el espejo, lejos de ser estructuran te por sí mismo, puede tener sobre todo semejante efecto mortífero de deses­tructuración radical.

¿A qué se debe esto? ¿Cómo explica F. Dolto tan irritante ·potencialidad traumatógena? Hay distintas maneras de responder a esta pregunta y vamos a encontrar en F. Dolto diferentes vías de explicación complementarias. Pero lo pri­mero que debe señalarse en cuanto a lo que puede estar aquí faltando y producir semejantes efectos catastróficos, es cuando falta la mediación (de una presencia tercera) suscep­. ti ble de moderar el efecto de conmoción ligado directamente al espejo. Punto a todas luces esencial que no tardaremos en

, retomar y sobre el cual F. Dolto pone de entrada el acento: "No basta con que haya realmente un espejo plano. De nada· sirve si el sujeto se confronta de hecho con la falta de un espejo de su ser en el otro. Porque esto es lo importante."

21

Este comentario parece aun más fundamental y valioso porque acentila de manera contradictoria la impresión que pudieron dejar las primeras presentaciones ofrecidas por

20 IIC, pág. 119. Véase también el caso de gemelos de la página 125, reproducido en L'enfant au miroir, op. cit., pág. 56. l. Roublev· habla también de gemelos tratados por F. Dolto en este contexto de lo especu­lar.

' 1 IIC, pág. 119.

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Lacan sobre el estadio del espejo, y que hemos referido co anterioridad; vale decir, la impresión de que, hasta ciert' punto, la experiencia especular podría tener lugar para 'e, niño incluso en un relativo "desierto": ello, si el niño pued, encontrarse allí, en efecto, solo en su trota-bebé (sic), sin qu se aclare concretamente que otro humano deba estar en s' compaüía y (para) sostenerlo con su presencia.22

Es llamativo, por otra parte, que en el texto prínce consagrado por Lacan en 1949 al estadio del espejo, nada diga de alguna presencia de otro junto al niño." La úni alusión presente en la descripción pormenorizada de la e periencia sitúa a las personas que puedan encontrarse al en el mismo rango de los objetos circundantes, pndien unos u otros aparecer de modo similar en su virtual realid reflejada. Pero esto sigue siendo aleatorio. Así las cosas, 1 propias "personas" (eventuales) quedan virtualizadas; y niño es dejado solo en cierto modo frente a su doble espec· lar, en aquellas condiciones que F. Dolto -según decíamo caracteriza como enloquecedoras. ¿Será esta la razón por, que Lacan llegará a reconocer, por este rodeo, lo qt constituye la cara negativa de la experiencia del espej punto en el que confina con aquello que exterioriza l< resortes (imaginarios) de la locura en el humano? En to( caso, por esta vía se percibe de qué manera llegaránt. vez ulteriormente a aproximarse las posiciones distint de Lacan y Dolto. .., ..

Sea como fuere, si queremos comprender lo medular de· posición de F. Dolto, debemos indicar en segundo térmií que, si toma en cuenta el espejo, y no sin esfuerzo, lo há~. para señalar de manera radical su dimensión de prueba, · conmoción, de choque, motivada -aquí está lo esencial' por el hecho de que la pantalla del espejo hace surgir bru) camente un mundo que rompe de manera brutal con;l

22 Sea cual fuere la i:r;nportancia -i::sta vez formal- que se otorguf:}, "observador", tal como lo discute G. Le Gaufey (op. cit., pág. 61). "",

z.~ Y sabemos que este punto justamente no tardará en ser reexaini' do por Lacan (en el Seminario I).

sensorialidad preponderante hasta entonces para el niñ0. De este modo se concibe y explica la incidencia traumatizan­te aquí imputada al espejo, al mismo tiempo que la reti~~n­cia, como mínimo, a celebrar su surgimiento. ·

Para expresarlo con más claridad, con vi ·~1e referirse al modo en que la propia F. Dolto formula el relato circunstan­ciado de lo que, según ella, la situaci An de confrontación con el espejo produce.

Nos describe entonces a un bebé manifiestamente cor.mo­vido por el reflejo que le aporta su imagen en el cspe0o, imagen que él no sabe es la suya y que tampoco sabe es "imagen", pues lo que más lo conmueve es lo que ve en ella: los movimientos de un pequeño congénere que espontánea­mente lo atrae, esto en correspondencia, además, con lo que ~ahora según otra convicción de F. Dolto- sabemos es la socialidad espontánea y alegre de los bebés cuando se los pone en contacto recíproco. Y entonces, si ha alcanzado ya la capacidad de emisión lingüística, frente a1 espejo nuestro niño llegará a interpelar a ese otro ficticio. de su reflejo me­diante la exclamación vigorosa y tónica de un "¡Bebé!". Es

' decir que, lejos de reconocerse él mismo a priori, cuando se encuentra frente al espejo el niño comienza por considerar que tiene ante sí a un congénere, a un pequeño otro semejan­te al que querría acercarse, con el que desearía manifiesta­

; mente entrar en contacto, iniáar una relación.24 Más aún · cuando, por otro lado, nada lo prepara para que haya ahí lo

que fuere de "él mismo", ya que todo su sistema de percep­ción, de lo sentido, de sensación, se hallaba hasta ese mo­mento centrado de otro modo, orientado de· otro modo; en la dirección, digamos, de una interioridad difusa (¿e indiferen­ciada?). Lo que él considera que tiene frente a si es, por lo tanto, un otro, según lo confirma su llamada exclamativa. Para resumir, en el "sistema" del pequeño -.-dicho sea esto para evocar algunas de las pertinentes cuestiones formula­das en otro tiempo por H. Wallon-, el otro prima, por decirlo

24 Y no forzosámente, parece, con una intención agresiva, como gusta de afirmarlo Lacan ...

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así, sobre el "sí mismo", un sí mismo todavía inadvertido inconstituido. Desde luego, en F. Dolto esto remite a toda, una manera de pensar que considera primordial la relación; con la alteridad.25 ¡En definitiva, esto conduciría a afirmaf que el pequeño humano es cualquier cosa menos narcisista

Si por ventura-prosigue ahora F. Dolto en la descripció que ella misma hace de la experiencia especular-el niños dirige como es preciso hacia ese "bebé" que él percibe, lejd de recoger entonces las emociones (cualesquiera sean) que podría procurarle el contacto del intercambio comunicaci nal con el pequeño prójimo (cualquiera sea entonces su t, nor, forzosamente liminar), la única respuesta que recibe la frialdad impersonal, y para él asombrosamente inerte, di la superficie reflectante. Queda entonces sumido en u desasosiego desrealizante, pues su expectativa de interca bio y encuentro in ter humano se ha visto defraudada, eng ñada. En vez de entrar en contacto con un pequeño semeja te, el encuentro se para en seco y tropieza con la frialda, helada del espejo, que deja al niño desencantado, perdi Tanto, que puede terminar maltrecho y en una total de orientación. ¡Estamos lejos del júbilo!

Y debemos decir que este testimonio es ampliamente co firmado por las experiencias formales comunicadas por 1 psicólogos, como R: Zazzo, por ejemplo,26 en las que verifica esa especie de derrota, de despecho entristecido q se produce como efecto del encuentro (o del no encuent mejor dicho) con el inefable e inhumano reflejo; reflejo P' ductor de la imagen de otro que justamente no es otro, nó'~ conduce como otro (¡pues, en efecto, no lo es!). De modo qi¡ lo conmocionante -o alienante- no se debe al hecho que sea otro el que sumiría al pequeño humano en la tram de la fascinación cautiva. ¡Porque, justamente, no lo hay

Insistamos sobre el punto esencial que surge en este rri mento, y que es el siguiente: mientras que Lacan asimila

2.·; En cierta época propuse designar esto como principio (fundamentf de comunicación (cf. Le corps psychique, up. cit., cap. I). ·

26 R. Zazzo, op. cit.

espejo al encuentro con el otro, haciéndolo incluso para-vol­veremos a ello- destacar sobre todo efectos de hostilidad celosa, de agresividad mortífera, F. Dolto interpreta, por el contrario, el posible alcance patógeno del espejo por el hecho justamente de que no produce nada de tal encuentro con un prójimo, puesto que, a la inversa, el espejo finge, sesga y defrauda el deseo intrínseco de encuentro con el otro.

Pero debe señalarse aquí otro punto capaz de acentuar el desasosiego de la experiencia. La discordancia traumatóge­na que F. Dolto nos invita a corroborar en la clínica se con­firma o refuerza, encuentra su sentido en el hecho de que, hasta el momento de la experiencia del espejo, el mundo del infans -mundo ya relacional, relacionado en el vínculo diá­dico con la madre y, por lo tanto, comunicacional y lingüís­tico- no se centraba de modo preferencial en la sensorialidad visible, la cual aparece de pronto en el momento del espejo y se hace dominante.

Éste es otro modo de apreciar en qué forma F. Dolto se ve llevada, por lógica, a desmarcarse de esa especie de centra­ción por lo visible (y por lo especular), haciendo valer y oponiéndole -según hemos indicado- toda una gama ex­tensiva de sensorialidades precoces a las que considera mucho más (o muy distintamente) determinantes para la estructuración primordial del sujeto. No le queda entonces más que recusar por abusiva la dominación de lo visible que Lacan induce (o ratifica), y que estaiia en el centro de esa operación supuestamente subjetivante que cumple en su resorte óptico el estadio del espejo. Al que, por su lado, F. Dolto imputa más bien efectos clínicos de desrealización. Y en la medida, justamente, en que el niño no puede reencon­trar en él las otras sensaciones (táctiles, etc.) a las que está (estaba) acostumbrado hasta entonces pues constituían su mundo y su habitus de vida.

Esto es lo que tiene valor traumático, toda vez que el predominio de lo escópico, focalizado en forma exclusiva en el momento del espejo, se verá contradicho y conflictivizado de manera discordante con todo lo que prevalece anterior­mente y que está hecho de todas esas múltiples y finas sen-

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sorialidades movilizadoras de la corporeidad primordfa del ser "corporado" inicial del niño: olfato, oído, respiració~ ritmo, a lo que se suma todo lo ligado a las modalidades. d. sostén (portage), de la deambulación, así como a las sen.s .. ciones internas viscerales de repleción, tensión, tránsito incluso de presión (barestesia); todas esas franjas sensori les que componen el mundo multiforme de lo sentido [resse( ti] del niño que determinan su ser en el mundo (y en · prójimo)ydelasqueF. Dolto extrae, en suma, elmovimien de constitución identitaria, subjetivante que ella lla imagen del cuerpo, inconsciente: pues está tejida en e inefable textura corporal relacionada.

Por supuesto, no es que lo visible esté ausente de es calidoscopio -¡aunque entonces mal denominado, al no s esencialmente escópico!- de fina sensorialidad precoz. ¿Podría estarlo, si consideramos esa especie de vitalid<'í,' pulsional escópica testimoniada de entrada por el pequeñ humano en su manera de aprehender el mundo con su m.i rada siempre al acecho?28 Si la concepción de la imagen d · cuerpo pone el acento en las otras sensorialidades y no en.I: visión, no es porque la ignore sino para situarla dentro et todo un conjunto y sin minimizar su importancia; y esto mí1 mo implica hablar de la dimensión de lo visible ya e,, ejercicio, precisamente, desde antes del espejo (desde ant• ··· del estadio "homologado" como tal).

Pero lo cierto es que el niño permanece durante cierj;( tiempo en la ignorancia de esa imagen visual de sí que El espejo vendrá a revelarle, a manifestarle (salvo alguna sí metría). Porque-ytal es el sentido mismo, preespecular, d\ la imagen del cuerpo- si hay imagen "de sí'', está hecb'¡

27 Examinar el detalle de estas sensorialidades podría conducir a posible paralelo con las investigaciones prínceps de H. Wallon. C:. 1'Comment se développe chez l'enfant lanotion de corps propre", Enfand 1963.

28 Véase el modo en que la propia F. Dolto toma en cuenta esto par determinar las primeras "atracciones heterosexuales" (también olfat vas, es verdad) del pequeño(!), en Sexualité féminine, Gallimard, 199 pág. 79.

primero (también) del juego de esa sensorialidad (relacio­nal) precoz que hemos evocado. En este aspecto, ella es inmanente a la dinámica relacional, comunicacional de toda esa corporeidad primordial que, por lo tanto, no es sólo es­cópica; y que sobre todo no funciona sin la mediación del lenguaje.

Y además, cuando lo escópico está en juego lo está en la manera en que el niño se mira, podríamos decir, en quienes son sus seres cercanos, la madre en particular. Él se hace, pues, a su imagen.29 Esto es lo que en algún momento me atreví a llamar -previamente al estadio del espejo versión

. Lacan- "estadio del madrespejo" *No hay aquí sólo un Witz, sino un modo de indicar la forma en que el niño, tal como observa F. Dolto, se ve como (es) su madre, con el rostro de ella -al serle el suyo propio, de hecho, invisible-,'º conforme esa suerte de confusión indiferenciada de los cuerpos (pero que en principio van diferenciándose) en la que se arraiga la

; imagen inconsciente del cuerpo, tramada en la indistinción -¡también escópica!- él/ su madre.

En este aspecto, se justifica considerar que lo escópico pertenece a un registro sin duda más confuso-menos distin­tivo- que las otras sensorialidades. De hecho, y forzando

,'apenas las cosas, podríamos decir que si el infans tuviera un rostro, si se supiera teniendo un rostro -cuando todavía no tiene acceso al suyo propio, antes del espejo-, sería entonces por excelencia el rostro de su madre. Transitivismo por transitivismo -si podemos elevarlo a este nivel (del Otro primordial)-, también aquí él se ve como quien lo mira. Y no alcanza con decir que se ve entonces con los ojos de su madre.31

Esto contribuirá también a incrementar la discordancia desconcertante (término de escaso alcance) que F. Dolto juz-

29 Otra manera de caracterizar la imagen del cuerpo como inconscien­te. Cf. Les deux corps du moi, op. cit., cap. 10.

* Este neologismo intenta acercarse al creado por el autor: méroir, condensación de mere, madre y miroir, espejo. (N. de la T.)

30 ¡Como sucede directamente para cualquiera, y para siempre! 31 Lo cual tampoco deja de poder ocasionar algún estrago.

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ga de maligna y hasta traumatizante operatividad en el; momento de la confrontación con el espejo. Porque al descubrir en éste la imagen que él no sabe ni podría saber que es la suya-pues nunca se vio más que en (o por) una' mirada distinta, de otro- descubre, llegado el momentof una imagen que ignoraba tener puesto que no era 1 imagen que se le reenviaba, digámoslo así, "imagen' inmanente más bien a su ser, en y por su sentido [ressenti' corporal multisensorial en relación. Como imagen visual, é no sabía que veía ni que tenía otro rostro que el de sumad~ (y de los seres cercanos).

De ahí el efecto de ruptura discordancia! producido por e, reflejo del espejo. Pues esa imagen especular, supernumera ria en cierto modo, inédita -¡que le reenvía o le (re)da un mirada que él no "sabía que tenía"!-,* no tiene ningú correlato en él, para él (un él todavía inconstituido). corresponde a nada de su sentido [ressenti] interior (¡y ai terior!), y en este carácter tiene motivos para parecer anuI dora, literalmente anonadadora; de ahí su posible implic·: ción traumática. ·

Y cuesta entender que Lacan -en todo caso hasta artículo de 1949- pueda decir, no sin ligereza, que en es·· imagen escópica el niño se reconoce, tan claro resulta que realidad es para él portadora de desconocimiento hasta cer de él, que no puede sino des-conocerse en ella, · desconocido para sí mismo. Este surgimiento de la imag' especular se mostraría, pues, apta más bien para transf1 mar el espejo en una suerte de experiencia primera dei Unheimlich, tal como Freud no dejó de señalarlo con genio.32

En toda la descripción de la experiencia del espejo re zada por F. Dolto -donde la reconsidera a su maner comprobamos hasta qué punto lo que domina para ella e.

* Il ne "s'auait" pas: juego de palabras con los verbos savoir, sabé avoir, tener. (N_ de la T.) .·.··

32 Freud (la "inquietante extrañeza"), que G. Didi-Huberman deSf con sagacidad. Cf· L'inquiétante étrangeté et autres textes, Gallim "Folio bilingüe", 2001.

hecho de que el espejo instaura -arriesga instaurar- una línea de fractura, una verdadera quebradura que no puede sino des-caminar al niño, apresado así en una inasimilable conflictividad entre lo inédito que descubre y un antes que no se corresponde con este y donde él ya no se ubica (lo cual representa el prototipo del esquema de experiencia traumá­tica infantil para F. Dolto: que constituye al niño como "per­dido").

Queda así expuesta la manera en que F. Dolto se opone a la idea que, a su juicio (con razón o sin ella), es la de Lacan -y, en espera de la continuación, parece tener fundamentos para creerlo-, idea según la cual la confrontación con el espejo adquiere valor estructurante para el infans al ser apta para construir, para laborar en la construcción subje­tiva del pequeño humano. Al júbilo que Lacan resalta, ella opondría más la pavorosa extrañeza.

Respaldada en su clínica y en su reflexión, durante toda una época F. Dolto no cesará de impugnar las posiciones consideradas "especularistas", podríamos decir, de Lacan. Lo cual alcanza incluso a lo que alguna vez designamos como tonalidad "anti-espejo" de sus puntualizaciones, expuestas (en su libro) contra la valoración por Lacan de la pretendida estructuración especular. De hecho, habla más bien de ésta como de un verdadero "Trafalgar" (así lo dice: ¡estamos lejos del "triunfo"!), susceptible de dejar al niño completamente perdido frente a lo que puede manifestarse sobre todo como una catástrofe especular desvitalizante, cuando no deshu­manizante.

Y por otra parte, habida cuenta de toda esa descripción circunstanciada de la lectura del estadio del espejo que F. Dolto ofrece en primera instancia, nos es difícil comprender de qué modo G. Le Gaufey33 puede denunciar en ella a la que habría promovido una concepción "mimética" del espejo, sig­nificando esto, si lo hemos entendido bien, que el espejo "realizaría de entrada la semejanza oportuna y adecuada en-

33 Cuyo importante trabajo hemos señalado por cuanto nos guía en la xégesis de lo especular lacaniano.

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tre el sujeto y su imagen, sin plantear ya ningún otrQ problema ... Nos frotamos los ojos cuando vemos a este auto presentar así el punto de vista de F. Dolto,34 es decir, co siderando que para ella la imagen escópica ofrecería d entrada el buen reflejo de lo mismo y que la "mismidad" de y de la imagen reflejada estaría en cierto modo asegurad siempre. "La Mímesis, dice, gana por knock-out en el prim round." No lo podemos creer, tanto se ha insistido en la m nera patente con que F. Dolto objeta la aparente euforia d1 semejante mímesis pacificada. Ella señala, por el contrario} las incidencias más o menos discordantes que produce § reflejo escópico, sospechoso de inducir sobre todo al sujeto: no poder reconocerse en él; y a perderse en él como en ú abismo. ¡Qué poca atención se presta a la elaboración del. Dolto para desconocer hasta tal punto que ella no cesó, en u' principio, de hacer manifiesto el efecto posiblemente tra matizan te y demoledor del espejo, en la disemejanza disru tiva que puede causar en el pequeño humano confrontad indefenso, con su frialdad! 35

Mejor dejemos esto y tomémoslo sólo como un ejempl más de esos malentendidos y contrasentidos que, lo hemo avisado, no faltaban en este terreno. Despejaremos otr• que además no dejarán indemne a ninguno de los protag. nistas. Pero la importancia del malentendido reside aqufe el hecho de que puede en cierto modo redoblarse: si el aut no ha percibido que es mucho más F. Dolto quien imputa Lacan una concepción mimética del espejo, al denunciarpr1 cisamente la idea de un espejo que sería supuestamert estructuran te por el simple hecho de que, confrontado con en soledad, un niño pueda adquirir el reconocimiento de·url' imagen clara y distinta de él mismo; como lo pretende Lacá cuando declara, en efecto, que la cría de hombre, aunque "ti

34 De modo expeditivo, es cierto, en una nota a pie de página (op. -e pág. 232).

35 Y además la crítica expeditiva -y expedita- Por este autor, escrupuloso por otro lado, es sorprendente por cuanto en esas mis breves líneas menciona lo que F. Dolto subraya precisamente en cua a los posibles efectos patógenos del espejo.

davía un tiempo superado en inteligencia instrumental por el chimpancé, reconoce ya sin embargo su imagen en el espejo como tal".36 ¡Si G. Le Gaufey quiere denunciar, con razón, lo que sería una presentación mimética (simplificadora) del espejo, cabe preguntarse si no se equivoca de blanco al apuntar a esta autora!

Lo indudable es que, si se quiere comprender el alcance de la posición crítica de F. Dolto tal como se la ha referido hasta aquí, conviene reubicarla en el conjunto de su propia concep­tualización de la imagen inconsciente del cuerpo, presente como trasfondo en los desarrollos que preceden. No sería por cierto una aberración -finalmente- considerar al respec­to, en la medida en que esto aparezca por lo menos en el apres-coup, que F. Dolto pudo concebir y elaborar "su" ima­gen del cuerpo para concretar, para ratificar doctrinalmente esa oposición al monopolio especular que ella juzgaba falaz o falazmente privilegiado. Y la imagen del cuerpo podría ser presentada entonces como portadora ella misma de tal oposición de principio a la imagen escópica; podría ser definida o al menos caracterizada por la manera en que contradice el pretendido advenimiento especular, si éste amenaza, de hecho, en producir sólo estragos.37

Podría entenderse así que la imagen del cuerpo procede de lo que hemos creído poder caracterizar como orientación "anti-espejo". Un "anti-espejo" que apunta a cuestionar el primado de lo visible, cosa que F. Dolto asienta sobre todo -de manera a todas luces esencial en este contexto- en una perspectiva que debemos designar, en rigor, como ante­espejo. Dicho sea esto para indicar una antecedencia reivin­dicada con respecto a lo especular,justamente en el sentido de la pretensión de F. Dolto-que ella sostiene con su noción

36 E2, pág. 86 (las bastardillas nos pertenecen). 3j En una exposición oral efectuada en el coloquio de Estrasburgo

(noviembre de 2000) organizado por la asociación ALDA ("Leer a Dolto hoy"), me aventuré a sostener que F. Dolto busca de este modo arrancar a Narciso de su reflejo, mientras que Lacan le hunde la cabeza en el agua. Aunque esté dicho de la peor manera, volveré no obstante sobre esta escena "ovidiana".

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de imagen del cuerpo-de remontarse siempre en el análisi, a lo más lejano de lo arcaico, si la verdad se inscribe en I.o tiempos más primordiales de la existencia de un human

Para limitarnos aquí a esta indicación genérica, digam que la imagen (inconsciente) del cuerpo es, en efecto, a que por lo cual F. Dolto entiende designar el tiempo de constitU; ción primordial de la subjetividad. Y ello, hasta considera' que esa imagen del cuerpo no podría concebirse, en su ese., cia y su despliegue, sino reubicada precisamente allí dond ella opera y se construye: cm un antes del espejo, antes de qw se ~nstaure la prevalencia identitaria de lo visible.

Este es, sin duda, el paso decisivo que aquí nos importa A saber, que ese tiempo subjetivo primero del que pretendi dar cuenta esta noción específica de la imagen del cuerpos~ sitúa, debe ser situado, en una anterioridad por lo meno lógica (si no cronológica) respecto de lo que consuma, segii Lacan, el encuentro con el espejo. Y se forzará muy poco l, enunciado por F. Dolto si se le hace decir que, cuando el ni:f\.p queda confrontado con (lo que él no sabe todavía que es)s· reflejo en el espejo, hace rato que su subjetividad estaba e .. marcha a través de lo que F. Dolto sitúa precisamente com1 constitutivo de la imagen del cuerpo (inconsciente).

Lo cual lleva a sostener -si nos atrevemos a acusar e. rasgo en un sentido exageradamente cronológico (a lo cual:Fi Dolto no cede por fuerza)- que la imagen del cuerpo en.él sentido en que ella la entiende se establece y elabora yi antes del momento que se supone es el del espejo. Si la cosi puede decirse así, la imagen del cuerpo es de antes del espejq sin que se intente con esto ser demasiado presuntuosos e~ cuanto a las dataciones.38 Porque, a decir verdad, esta aI1· terioridad debe entenderse desde un punto de vista d~ estructura, toda vez que se supone que la imagen del cuerp1 echa sus raíces, en su alcance constitutivo, antes de cuaI

38 Guardando siempre prudencia sobre lo que quiere decir exact~f: mente "antes del espejo", recordemos que Lacan no vacila en datar_sl: estadio del espejo desde los seis meses de] niño. También él propici: la categoría de lo preespecular (mientras se aguarda la de lo no esp culariazable).

quier clase de experiencia especular. Y por otra parte, cómo podría esto no ser así, cuando se supone que la imagen del cuerpo como tal interviene de entrada en· la historicidad encarnada del sujeto, desde los instantes másremotos, más primordiales de su vida;Io cual, en F. Dolto, implica también el tiempo de la vida uterina, si no antes todavía, puesto que se origina en el instante mismo de la concepción. 39

Lo que aquí nos importa es a qué conduce a F. Dolto tal oposición rampante de dos regiones temporales de la subje· ti vi dad: antes y después del espejo. Limitémonos a destacar con este fin, y en forma apenas esquemática, que antes (del espejo) es propiamente para F. Dolto el tiempo en que se despliega toda la arqueología fundamental de las modalidades de la imagen inconsciente del cuerpo. Un tiempo, obsérvese, al que ella es más proclive a otorgar la valoración de una autenticidad subjetiva (la del bebé),40 autenticidad que, si le damos crédito, ya no volverá a aparecer ni siquiera cuando, con la interposición del espejo, se instaure el reinado para siempre dominante de lo visible. "La mímica afectiva de los ciegos es de una autenticidad tan conmovedora como la de los bebés antes de la experiencia del espejo."41

En este aspecto, sin forzar mucho el carácter de dispari· dad descriptiva entre las elaboraciones de Lacan y Dolto, podríamos enunciar lo siguiente: que el estadio del espejo viene a funcionar para Dolto como una suerte de término último, de punto terminal asignado a lo que, según se en· tiende, se consumó ya antes en la historia primordial (de Ja imagen del cuerpo), mientras que en Lacan, por el contrario, el espejo es un comienzo, un punto de partida. 42 Mientras que, enLacan, el estadio del espejo se presenta como el punto original a partir del cual se establecerían los elementos de la

:w Esto me condujo a aventurar en una publicación anterior un apla­namiento cronológico de este dispositivo, a la que me permito remitir para no tener que reiterar aquí todas sus implicaciones. Cf. Les deux corps du moi, op. cit., cap. 9, págs. 242 y sig.

40 O del ciego de nacimiento. "IIC, pág. 124. '12 ¡En todo caso, para su enseñanza!

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subjetivación,43 F. Dolto los consideraría -como pude ya explicitarlo en otro lugar-44 como una suerte de punto "úlc timo"que vendría a realizar y a materializar el equivalente de un tope, cuando no de un fin de la historia (al menos arcaica), un tiempo de resolución que corona el despliegue infantil, preespecular, de la imagen del cuerpo .

Así aplanado, este quiasma es forzosamente simplifica, dor. De él no podría deducirse, por ejemplo, que Lacan desconozca la posibilidad de que exista un tiempo (lógico) anterior al espejo. ¿Acaso no despeja él mismo este registro en cierto momento al aislar la categoría de lo preespecular? Pero es verdad que lo hace para darle entonces un alcance completamente distinto del de F. Dolto. Si esquematizamos la manera en que puede describirse de modo diferente para cada uno de ellos ese tiempo histórico de "antes del espejo", nos tentará decir que Lacan hace de él (mediante la referen­cia sostenida a M. Klein) el tiempo, si no de un caos, al menos de una inorganización subjetiva, de un desorden que marca­ría el reino de lo parcial fragmentado y que hallará justa­mente un primer grado de resolución al producirse el adve­nimiento, así llamado ortopédico, del espejo -que aporta al sujeto "una forma ortopédica de su totalidad",45 dice Lacan-, mientras que, para F. Dolto, ese tiempo primordial, lejos de estar abierto solamente a la discordancia de la fragmenta­ción, sería ya un tiempo esencial de organización subjetiva vectorizado justamente por la imagen del cuerpo.

El caso es que, para ella, la estructuración subjetiva está en marcha desde antes de la confrontación con el espejo, a través -no vuelvo a esto ahora- de todo lo que se cumple y se trama de la imagen del cuerpo en la relación diádica con la madre, allí donde se engendra la imagen del cuerpo portadora de identidad (como lo ilustra F. Dolto con la I de 1-ma-ge).

43 Lo cual nos conducirá al temible problema (más aún por lo difícil de

formular) de aquello a lo que abre después el espejo, si se trata de "pasar a lo simbólico", y cómo, etc. Véase infra, págs. 183 y sig.

44 Cf. Les deux corps du moi, op. cit.

"El, pág. 90.

Lejos de esperar todo cuanto se supone tiene que cumplir­se en ese afloramiento que Lacan remite al tiempo de sur­gimiento del estadio del espejo, la estructuración simbólica del sujeto está ya ampliamente puesta en acción para el infans en el marco de sus relaciones primordiales origina­rias:46 esto es exactamente lo que designa la imagen del cuer­po en lo que constituye su materia, la textualidad lingüísti­ca, y que opera, pues, ya antes de que sobrevenga, con el espejo, aquello que podríamos designar como el instante de ver (¿para creer?).

A esta altura de nuestro desarrollo, ¿qué decir entonces en lo que atañe a nuestro proyecto inicial de hacer encontrarse a Dolto y Lacan para un diálogo centrado primero sobre el asunto especular? Habría razones para sentir que estamos lejos de lograrlo, por cuanto en realidad no hemos cesado de poner al descubierto toda la distancia que se manifestaba entre ellos, y por motivos graves, serios, diríamos, en cuanto a los principios esenciales. ¿Cómo podríamos siquiera su­brayar aun más el supuesto valor de su camaradería -que calificábamos de fuerte y duradera- si aumentamos en esta forma, incitados al parecer por todo lo que precede, la dis­tancia que los separa y que hasta parece impedir de algún modo cualquier intercambio posible?

Hay no obstante-finalmente- un nuevo elemento para tomar en cuenta y que nos evitará pronunciar (con demasia­da prisa) el divorcio(!) con el pretexto de que el diálogo que esperábamos habría fallado.

Ese elemento consiste en el hecho -y ahora volvemos a arrancar del lado Dolto- de que lo que vemos despejarse progresivamente para ella, así sea a través del fuego granea­do de su crítica de lo especular (que parece fundarse en una idea muy diferente de loquees una imagen), es la manera en

46 Aunque también esto deba ser matizado. Lacan tampoco descuidó la relación primordial con la madre. Cf. su "esquema R" en el texto de los Escritos y, por ejemplo, el comentario que hace sobre el punto J. Dor, op. cit., t. 2.

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que acaba sin embargo por integrar plenamente la temáti del espejo en su propia elaboración.

Lo cual puede sorprender, seguramente; pues después todo, si F. Dolto, desde el punto de vista de su experiencia. a partir de su reflexión clínica, considera -como podrí, parecer, a juzgar por la vehemencia de sus expresioné críticas- que el estadio del espejo es, en el peor de lo:' planteos, una inepcia cuyo valor positivo se ve desmentid• por los hechos, ¿por qué no recusa la noción lisa y llanamer te? ¿Por qué no se desmarca de ella hasta el final? El pr, blema subsiste por cuanto, en efecto, ésa está lejos de ser e. definitiva su posición.

No cabe duda de que F. Dolto objetará siempre la posib lidad de considerar la experiencia especular como una etap estructuran te de por sí; y que además pondría fin al supue to caos anterior. Lo que ella recusa, en suma, es la concep ción según la cual el espejo poseería semejante valor "ort· pédico" (para designar con la palabra que utiliza Lacan.1 que por otra parte hemos optado por llamar concepciór dominante). Pero partiendo de esto, es decir, de todo ese tra' bajo crítico sólidamente argumentado que hemos referido F. Dolto llegará a integrar la temática del espejo en su pro pi . conceptualización. Digamos incluso que hasta se lo apropiax y que esto la conduce a darle plena cabida en su formaliza-' ción propia. De modo que, al cabo de todo un trabajo crítico, el espejo viene a tomar su puesto en la teoría de F. Dolto• estableciéndose incluso en el propio nivel del desarron. atiibuido por ella al niño. Esta inscripción del espejo en e movimiento de su pensamiento es patente sobre todo en el libro de 1984 sobre la imagen del cuerpo, donde el espej tiene rango propio en el desfile de esas "castraciones" qu~ son, para F. Dolto, estructurantes para el humano en tanto instauradoras del símbolo.

Para resumir, una vez admitidas sus críticas -que ella. despliega esencialmente según dos ejes (complementarios):.· valoración incorrecta de la dimensión escópica y subevalua;' ción errónea de la necesidad de un acompañamiento signific cante-, una vez que, para poner remedio a esto, se toma en

cuenta aquello que, de lo contrario, podría hacer considerar "des-simbolígeno" al espejo,47 entonces éste podrá recuperar todo su alcance promocionante. Lo recordamos otra vez: pa­ra F. Dolto, si el espejo puede ejercerse de lleno, incluso en su valor positivo, estructurante, es en la medida en que in­tervenga con él, junto al niño, la presencia aseguradora que va, simbólicamente-¡y no sólo de manera mimética!-, a darle sentido. Porque si hay algo susceptible de tener, en caso contrario, las consecuencias dramáticas que mencionába­mos, es el dejar al niño en soledad,48 sin auxilio ni recurso frente a una experiencia que él no está pertrechado para tratar. "En este sentido esta imagen es alienante, si no hay, en el espacio, una persona por él conocida y que, con él, frente al espejo, le muestre que también ella responde a estas mis­mas curiosas condiciones de reflexión sobre la superficie plana y fría."49

Por otra parte, este requisito (de una presencia) que se impone aquí aun más, pese a todo no hace otra cosa que prolongar lo que ya era exigible antes; y es lógico, puesto que en definitiva se trata de los mismos procesos que se ejercían precedentemente en la perspectiva identificatoria I intro­yectiva propia de la imagen inconsciente del cuerpo. En este aspecto, la presencia del tercero, requerida ya de entrada en la díada -donde la madre tiene valor de Otro-, no haría otra cosa que continuar valiendo más aún en la experiencia de la conmoción producida por el espejo. Pues de lo contrario, "he aquí una experiencia de ilusión del encuentro de otro" ..

50

El papel de la persona aseguradora, en particular de lama­dre, papel que fue determinante en todo cuanto se consumó precedentemente para permitir la estructuración de la ima­gen del cuerpo, muestra ser de nuevo esencial en esta nueva prueba que constituye la experiencia especular. Tal es la

"IIC, pág. 120. 48 Un dejar en soledad (simbólico) que F. Dolto describe como suscep­

tible en general (no sólo en este contexto) de efectos traumatógenos

(ibid.). '"!bid., pág. 123. óO !bid.

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condición para que dicha prueba pueda insertarse entone. en la serie de las "castraciones" anteriores, al exigir, · manera similar, una mediación simbolizadora. ¡Y es pi cierto una explicitación hablada lo que se requiere paf indicar al niño que, en reflejo, ahí está su imagen -design~ da como tal-, su imagen y no él! 51

G. Le Gaufey, al omitir mencionar esta dimensión signi ficante hablada, marra su blanco pues cree apuntar a un, supuesta concepción mimética del espejo en F. Dolto. Y pl'i otra parte, puesto que ella insiste en realidad -y lo ha desde un principio- sobre la necesidad de una presenc:. hablada acompañando al niño, esto es homogéneo a aquell[ que, según Le Gaufey, Lacan postulará más tardíamente;+/ sea, el gesto corporal por el cual el niño frente al espejo $• vuelve para buscar el asentimiento del Otro que lo sostien Excepto algún detalle de la configuración o incluso de resorte impulsor, F. Dolto no aporta nada que no sea e "pequeño" addendum cuya importancia Le Gaufey exhu cuando es Lacan quien lo descubre (ulteriormente). 52

Sin espíritu de polémica pero tampoco sin sustraernos•: la especie de debate al que queremos más bien contribuü nos anticipamos simplemente en este punto a las correccio nes que Lacan mismo introducirá a partir de su primer di positivo.

Pero, antes de tratar esto, aún debemos ver confirmada .• las modalidades según las cuales F. Dolto da cabida finá.l? mente al valor subjetivador del espejo. Una vez formulada las condiciones tenidas por simbólicamente exigibles, ya n, cesará de marcar, a su manera, la importancia de la aporta ción especular. El espejo, á.l que había situado de entrada como "lo que permite la integración motriz por el sujeto de si] propio cuerpo",53 es reevaluado como lo que constituye u

51 Cf. L'enfant du miroir, op. cit., pág. 50. 52

Dolto es incluso más radical en cuanto al valor significante de: asentimiento, mientras que la cosa se reduce para Lacan a un intercall!? bio de miradas que permanece incre1blemente mudo. El Otro, lugar d, la palabra, aquí se calla.

"uc, pág. 119.

paso decisivo en el camino de la individuación, al favPrecer la autonomización corporal del niño, su toma de distancia con respecto al cuerpo de la madre, del cual el espejo la ayuda a diferenciarse más. 54

El espejo alcanza entonces la dimensión de una experien­cia verdaderamente determinante cuyo valor positivo se re­fuerza por aportar un plus de saber en cuanto a la coherencia corporal del niño, en particular por lo que atañe a la insepa­rabilidad del rostro y el cuerpo. Y, en todo caso, el niño puede evaluar la imagen que da a ver al otro y que ignoraba tener: ¡sale así del "madrespejo"!

En este sentido, el espejo - si se lo implementa de modo conveniente- constituye una prueba de realidad, de reali­zación subjetiva, cuyos valor y alcance F. Dolto celebra for­má.lmente: "A partir de la experiencia del espejo, las cosas ya no serán como antes. El niño sabe que ya no puede confun­dirse con una imagen fantasmática de él mismo, que ya no puede jugar a ser el otro que falta a su deseo."55 E incluso: "Tampoco puede confundirse en la realidad con los fantas­mas narcisistas que lo llevaban a imaginarse tal como desearía ser."56

De hecho, el espejo introduce una modificación en lo que atañe al registro del fantasma. Adquiere valor liberatorio para el sujeto que encuentra en él los recursos ·para despe­garse de su sujeción a él, lo cual constituye en cierto modo un atravesamiento de dicho fantasma. De manera más general -y a su vez punto esencial (que no podremos desplegar aquí)-, se ve así modificado todo el estatuto representaciri­nal del sujeto, toda su relación con la representación.57

Todo contribuye, pues, a hacer entonces de esta experien­cia del espejo á.lgo que va en la dirección de una revelación subjetiva. Esta es la palabra que utiliza además F. Dolto: "La visión de su imagen en el espejo impone al niño la re-

" lbid., págs. 121-127 y sig. '"Ibid., pág. 124. "Ibid. 57 !bid., págs. 130-131. Este punto de la representación fue considera­

da antes por F. Dolto a propósito del Edipo. Cf. ibid., pág. 27.

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velación de que s~ cuerpo es una pequeña masa al lado 4.• tantas otras [ ... ]. El no lo sabía."58

Y por una vez esto relanza lo que habíamos anuncia ... como una problemática dialectizada de la visibilidad, desp jando ahora lo que de ésta puede realizarse, pero de maner positiva. A saber: nada menos que la aparición del rost · como propio. He aquí una modalidad esencial de la experie cia especular, que instaura por lo tanto este descubrimienJ de la visibilidad, este descubrimiento extraordinario pero d que, alcanzada la edad adulta, se ha perdido la noción pr1' píamente pasmosa, si no alucinante: la de saberse visible, cual parece ir a la par con saberse/verse* en un cuerp separado. Tal es el sentido y el alcance que F. Dolto s propone despejar en el estadio del espejo y cuya dimensió ética, de paso, debemos destacar: lo que se pierde en aute ticidad carnalizada (de la imagen del cuerpo), se gana e visibilidad autonomizada (en la imagen especular).

Y esto vale en particular para el rostro. El primero que s· le aparece al humano y que ofrece a F. Dolto -¡pero no sóI a ella'- el soporte para cierta evocación lírica es sin duda . rostro de la madre.59 Pero es preciso decir que esto vuelv\ aun más espectacular el hecho de que la experiencia especu­lar conduzca a dotar al sujeto de un rostro, a que se sepi "rostrado". El espejo lo vuelve "rostrado" -le permite ros trarse/considerarse-,** lo dota de ese rostro que él ignora~·. ba tener, o a-ver,*** puesto que le era hasta entonces pr().;" píamente invisible. ·

Es en verdad el aspecto luminoso (¿numinoso?) de la.

*En el original, se (sa)uoir: juego de palabras entre se savoir, saberse,--_ y se voir, verse. (N. de la T.)

5 ~ !bid., págs. 131-132 (página cuya importancia visionaria me esfuer.:. zo siempre en resaltar).

'!'* En el original, s'en-visager: juego de palabras entre s'enuisager; considerarse (entre otras vertientes semánticas) y se visager, neologismo que traducimos con otro: "rostrarse". (N. de la T.)

***En el original, juego de palabras entre auoir, tener, y ii.-voir, que­trad ucimos por a-ver. (N. de la T.)

'"Ibid., pág. 124.

1 ')')

experiencia del espejo, resituada y reencuadrada positiva­mente en la conceptualización de F. Dolto, el sacar de la sombra en la que estaban sepultadas, no vistas porque aún eran invisibles, las partes del cuerpo cuya manifestación subjetivada será hecha posible por el reflejo especular. Em­pezando por dotar al sujeto de un rostro, lo que no es una adquisición menor (aun cuando F. Dolto pueda deplorar el que esto conduzca al imperio de la máscara, de la apariencia, de la mueca). Ello no le impide decir que "hasta ahora, (él) no se conocía rostro ni expresividad propia[ ... ]; no sabía que su rostro es visible para otro como lo es para él el rostro de los demás" .60

Podríamos decir que esto hace presente para el niño lo que era la cara oculta de su ser en el mundo. Una cara oculta en la que también va a surgir, al mismo tiempo, la dimensión de la apariencia sexuada. F. Dolto desarrolla en efecto, en páginas de gran densidad, el modo en que el advenimiento en rostro de la apariencia corporal especularizada conduce de inmediato a la consideración simultánea de la forma sexuada, no sin una perturbadora dialéctica posible entre rostro y sexo.61 Conquistarse un rostro, adquirir el (re)conocimiento de su rostro, el suyo, tal como está reflejado en el espejo, es lo que conduce al niño a explorar los sexos en su diferencia formal, fenómeno designado por F. Dolto con el término de "castración primaria".62 Y esto viene a sumarse a la serie de adquisiciones del espejo: "Este descubrimiento de su cuerpo por referencia al de los otros niños no puede producirse", aclara F. Dolto, "antes del estadio del espejo" ,

63

promovido por ello mismo al rango de agente de lo que ella llama castración primaria; es decir, saberse de un solo sexo.

Llegados a este punto-al modo en que el estadio del espejo se inserta plenamente y hasta se armoniza con el conjunto

'º Ibid., pág. 127. 61 lbid., págs. 127-132. 62 Mencionado ibid., pág. 128, y tratado luego' con extensión a partir

de la pág. 132. "Ibid., pág. 128.

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~-)

de la conceptualización doltiana de la imagen inconsdeli\ te del cuerpo-, hay todavía una última cuestión a la q~! debemos atender pues tiene una importancia crucial, tanff, para la concepción de la imagen del cuerpo como para\• estatuto que finalmente recibe en ella el espejo. Y tal vez és sea el motivo que explica todo el reequilibramiento conc~ tual en el que estamos culminando. Se trata de un aspee básico por cuanto confiere a la teoria de la imagen del cuer¡ su coherencia de conjunto; y ello, sin perjuicio de que pod mos sorprendernos al comprobar que un dato mayor de teoria de la imagen del cuerpo se consuma y re-dond, precisamente en el nivel de lo especular. Se trata de lo q .,, F. Dolto formula" al decir que, en el momento de interveI1j el estadio del espejo, la imagen del cuerpo es reprimida. H'l aquí, pues, un punto más que considerable en el plano de•· teorización de la imagen del cuerpo así como de su relaci con la imagen especular: a saber, que la intervención & espejo se manifiesta en el hecho de que la ima-gen del cue cede entonces a la represión. Lo cual sería propicio pat, hacer pensar que sólo en ese momento esta imagen se vuely, -en esta concepción de F. Dolto--verdaderamente incon ciente.

No basta decir que esto constituye un elemento cruci,, para apreciar la propia noción de imagen del cuerpo en tant¡ es llamada inconsciente. Pues lo que aparece aquí-y, por:!! tanto, con el espejo- viene a proporcionar la justificació¡ conceptual (una de las justificaciones posibles) para t, denominación de inconsciente, de la que es dedudora, el este caso, a la intervención de lo especular. La imagen d• cuerpo recibe entonces la calificación de inconsciente por l_, mera circunstancia de quedar reprimida en provecho, p('.). dríamos decir, de la imagen especular, que toma la delante'. ra al asegurar, con el cuerpo yoico, la preeminencia de le visible. "La imagen escópica del cuerpo, que empieza a ad~ quirir valor a partir de los dos años y medio o tres, reprinl• la imagen preexistente y toma entonces la delantera sobr,

"Por ejemplo, ibid., págs. 21, 149.

1 'lA

ella, porque el niño ha aprendido a saber que esta imagen escópica es la que él da a ver y que el otro sostiene con su pre­sencia, mientras que el otro no sostiene siempre las pregun­tas que el niño formula o los gestos que hace a propósito de los problemas que le plantea su imagen del cuerpo incons­ciente."65

Esto habla del lugar mayor que el espejo adquiere final­mente en la conceptualización de F. Dolto, toda vez que re­vela ser el motivo de las resonancias a las que acompaña el devenir inconsciente de la imagen del cuerpo. F. Dolto lo formula de un modo que no podría ser más claro: "A partir de la imagen escópica de él mismo que el niño descubre en el espejo, la imagen inconsciente de su cuerpo, en tanto imagen de sí en situación de relación y deseo presto a manifestarse, e imagen narcisista en la soledad [ ... ], esta imagen del cuer­po en el sentido psicoanalítico del término es sometida a la represión. Gracias a esta imagen inconsciente del cuerpo reprimida, el sujeto puede contar con un basamento narci­sista para su lenguaje verbal."66

No tenemos que retomar aquí los desarrollos a que dará lugar este desenlace decisivo en la teoría de F. Dolto y al que en otro lugar ya hemos prestado toda la atención que re­quiere.67

La importancia de lo que queremos destacar en este con­texto es que, sea como fuere, la experiencia especular se inscribe para F. Dolto en la continuidad de un proceso que ya se había desplegado ampliamente con anterioridad, que se había emprendido desde un comienzo, podríamos decir, des­de antes de esa comparecencia ante lo visible especular. He aquí el sentido de todo cuanto la temática de la imagen del cuerpo desarrolla y despliega. Quiere decir que el trabajo de estructuración personal, de identificación individualizado­ra al que ella corresponde, se inicia mucho "antes del espejo".

65 Le sentiment de soi, op. cit., pág. 134. "Ibid., pág. 226. 67 Nos limitaremos a remitir de nuevo al esquema que produjimos

entonces para indicar aquello que da finalmente al espejo valor de paso estructural resolutorio. Cf. Les deux corps du moi, op. cit., pág. 252.

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Cuando el niño se confronta con su imagen especular, es~ trabajo ya estaba puesto en marcha y funcionando. Una ve. más, el sentido de la noción de imagen del cuerpo llamad: inconsciente, lo que funda su valor, es que implica lo siguiep,; te: "el niño se siente cohesivo ya antes del espejo",68 desde ej momento en que la madre es "realmente el garante del nar cisismo fundamental'' 69 del bebé (a través de lo que s: elabora como imagen del cuerpo de base).

Por otra parte, esta misma continuidad hace que se de~. taque con mayor contundencia hasta qué punto el espej ·· produce una quebradura, hasta qué punto instaura inclus' una suerte de ruptura, un tope terminal, algo así como u final de la historia, decíamos nosotros, para las imágenes d{ cuerpo, sometidas entonces a la represión.

Si de esto recibe el espejo su estatuto, no por ello que puesta en entredicho la legitimidad de la distinción tempp ral entre un antes y un después (del espejo), distinción qu incluso se ve reforzada, acentuada por la diferenciacio inherente a ella, entre imagen especular (en Lacan) e im gen inconsciente del cuerpo (en F. Dolto).

Esto nos dará ocasión para poner en evidencia lo q podemos aislar, al término de este recorrido, como esa é pecie de ambigüedad (¿o de ambivalencia?) de F. DoL respecto de lo especular, del cual manifiesta, según 1 veces, aspectos en apariencia contradictorios. Por lo prontc está el hecho notable de que su posición no cesó de modifica se, al parecer, y en forma considerable: en efecto, habien arrancado de un punto de partida francamente crítico, acaq mostrándose, por contraste, más que aprobatoria de le¡ beneficios del espejo.70 Es indudable que en las páginas e· pi tales que dedica al espejo, tras haberle aplicado el esti de traumatismo, F. Dolto acaba finalmente por enumet.

"IIC, pág. 127. 60 !bid. . 70 ¡Llegó a mostrarse tan laudatoria, que la simetría del diáidg¡-

requeriría de algún modo que esta vez sea el propio Lacan quien se pon( crítico respecto de su estadio del espejo, por sus efectos funestos! ¿Es és una manera de encarar lo que sigue?

sus méritos: es el espejo el que individualiza al niño en cuanto a su cuerpo,71 el que atestigua su calidad. de no fragmentable" al mostrar a rostro y cuerpo no separables entre sí y sin que puedan ya confundirse con el otro-" "Otro interés, otro fruto [ ... ] de esta experiencia del espejo, es que el niño se sabe definitivamente distinto de la madre y su cuerpo distinto y a distancia del de los otros."74 ¡Sería im­posible expresar mejor las virtudes de lo especular!

Y sin embargo, nada es tan simple: si bien F. Dolto enu­mera los efectos benéficos del espejo, está lejos de renunciar a la característica tonalidad "anti-espejo" que habíamos discernido en sus enunciados. Por otra parte, los dos aspec­tos se distribuyen de un modo bastante sencillo según las dos vertientes antes/después que encuadran la intervención especular. Puesto que, en efecto -y para decirlo en forma esquemática-, F. Dolto se inclina claramente a considerar que el tiempo anterior al espejo corresponde a una mayor autenticidad, cuando no a una mayor verdad subjetiva (cuya marca ella encuentra en el bebé o en el ciego de nacimien­to).75

Y no hay aquí sólo valoración superficial de la verdad preespecular, pues esto la lleva a desplegar lo que constituye uno más de sus puntos nodales de encuentro teórico con La­can, es decir, la distinción entre el sujeto y el yo, la cual se instaura aquí precisamente gracias a la puesta en juego de lo especular.

Para darle su exacta dimensión -y explicar este efecto de convergencia al menos parcial con Lacan-, es oportuno des-· pejar el punto crucial siguiente, a saber: que también para F. Dolto el espejo es, en esencia, lo que produce el adveni­miento del yo. F. Dolto no se aparta de Lacan -y hasta se alinea con él-al reconocer en esa instalación de la instancia yoica el fruto, el cociente de la experiencia especular. En este

"IIC, pág. 121. "!bid., pág. 122. '3 !bid. 71 Le sentiment de soi, op. cit., pág. 226. "IIC, pág. 123.

·~~

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aspecto, Dolto y Lacan marchan al unísono, aunque n hagan siempre una apreciación similar (¡o depreciación!) dé valor del yo. Pero éste no es todavía el caso.

Esto nos permite comprender mejor el modo en que Dolto se considera autorizada para valorizar el tiempo pr, especular -de despliegue de la imagen del cuerpo- aplica do como índice un plus de verdad subjetiva. Y lo hace sob todo para oponerle-otra vez sin la menor reserva de lengu je-lo que el espejo realiza en materia de instauración del Y' con todo lo que esto implica, según ella, de ges-ticulació mimetismo mendaz, prestancia falaz y efectos narcisistas' los que el humano, capturado desde entonces en las redes é! lo visible, ya no va a renunciar. De aquí resulta también urí imagen escópica con efectos de señuelo, capaces de entra par al niño. Y "la trampa puede llegar al punto de deven goce óptico, que quita valor a las relaciones intersubjetiva: cuando éstas no tienen para el niño sentido de placer co partido. La trampa puede constituir una fascinación para'. propia imagen del cuerpo inconsciente: por tornarse la imi, gen escópica un sustituto consciente de la imagen del cuer¡li inconsciente, y provocando en el niño el desconocimiento,q: su verdadera relación con el otro". 76

· >i Reaparece así un antagonismo que F. Dolto reparte segú

las dos caras supuestamente cronológicas del espejo, o se'. entre el antes, donde puede reencontrarse en la imagen cuerpo (inconsciente) algo de la autenticidad del sujeto, y después, donde relumbran para siempre las gesticulacion yoicas, falaces y mentirosas del cuerpo visible, autorizan· esta disparidad a distinguir entre lo que hemos llama: cuerpo del yo (cuerpo visible), opuesto al cuerpo del suje encarnado por la imagen del cuerpo llamada inconscient

Esto nos ayuda además a comprender que lo que he llamado ambigüedad de F. Dolto -por el modo en que se di_

76 !bid 77 Tal es el sentido de la dualidad en la que nos sustentamos :;:;~'

homenaje al trabajo de Kantorowicz- en Les deux corps du moi, op.,-~; Remitimos de paso a E. KantorOVi'icz, Les deux corps du roi, Gallima 1989.

tribuye según la oposición del antes y el después- se ins.cribe en una perspectiva ética (inherente a la conceptualización doltiana) desde el momento en que se trata, en suma, de

. oponer a la verdad primera del sujeto las distorsiones em­busteras, intrínsecas al yo, que el espejo va a instaurar.

Y podemos releer entonces las mismas páginas. (del libro sobre la imagen inconsciente del cuerpo) detectando en cada recodo esa ambigüedad mezclada, contrastada, de sus enun­ciados. No cabe duda de que F. Dolto indica en forma rei­terada esa "individuación del sujeto niño",78 y tampoco de que finalmente hace del espejo un momento crucial en la "asunción simbólica del sujeto",79 en la medida, por ejemplo, en que hasta entonces el niño "no se conocía rostro ni ex­presividad propia" .80 Pero no pudiendo renunciar, debemos creerlo, a su punto de partida crítico -de hecho, crítico de toda acepción inmerecidamente dominante de la imagen como visual-, F. Dolto tampoco puede privarse de estigma­tizar especialmente los efectos de falacia imaginaria que ·introduce, empero, la especularidad. Es así como se refiere a ella en términos de "relación escópica extraña, discordan­te, que sirve como máscara viva, siempre más o menos trai­cionera, para lo que es sentido por el sujeto". 81 Y, en una ·palabra: "el parecer se pone a valer, y a veces a prevalecer :sobre lo sentido del ser''. 82 De modo que, cosa todavía más · grave, esto corresponde, al igual que el objeto transicional, a "una experiencia de la ilusión del encuentro con el otro",83

.es decir, a "la trampa creada por una apariencia". Estaríamos tentados de pensar que F. Dolto no perdona al·

espejo por introducir al bebé en la trampa yoica del aparecer falaz, de la gesticulación artificial, máscara que recubre la

:autenticidad irreductible para siempre perdida.84 E incluso

"IIC, págs. 120, 121. "Ibid., págs 119, 130, 131. "Ibid., pág. 127. "'Ibid., pág. 122. 82 Ibid., pág. 127 (las bastardillas son del autor). 83 lbid. 84 Tal es el sentido de las bellas páginas 131 y 132.

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llega a considerar esto, en el nivel de la estructura, comott "herida irremediable",85 como un "irreparable daño narci tico".86 Señala incluso aquí un "agujero simbólico" que É refiere, en sus propios términos, a la falta de congruen entre la imagen del cuerpo y el esquema corporal. 87 O s.• para F. Dolto hay aquí, en efecto, una falta de congruertq' una falta de coincidencia, una discordancia por la cua' imagen (escópica) no logra colmar la incompletitud intrí ca que ella, por el contrario, indica y revela,88 y eso pro mente en razón de que la imagen escópica ya no co-respo a lo que era imagen del cuerpo (ahora reprimida). ..·

F. Dolto explicita entonces el modo en que ella entier esa suerte de quebradura, de inadecuación disruptiva yp mosa que produce el espejo y a cuyo respecto pronunci · término brutal de "agujero" (simbólico). Una maner designar cierta disyunción radical entre el modo de ser . poralmente comunicante del sujeto a partir de su serr [ressenti] primordial carnalizado, y la especie de mudez que viene a oponerle la interposición del espejo instaura del yo. Es decir, disyunción entre la imagen del cuerpo consciente y la imagen escópica, imagen esta última ID.eí:' fera, entrampadora y apenas viviente, si sólo está anim.: por la pantomima mentirosa del reflejo. El "agujero';'• "hiancia", el "blanco" del que habla F. Dolto 89 es un blané< lenguaje, una hiancia comunicacional, si falta el soporte. güístico. Pero es también el riesgo de un callejón sin s que debemos llamar ético, toda vez que encontramos si! pre en F. Dolto esa permanente referencia de principio'

85 !bid., pág. 122. 86 !bid. 87 !bid. Remitimos igualmente a nuestro Les deux corps du rrí

cit., cap. 6. 88 Obsérvese solamente-por anticipación-que nos encontra:_

el mismo terreno que Lacan cuando habla de la "dehiscencia" proJ:( lo humano, o cuando sitúa algo que lo veremos determinar como res; la efectuación especular y que, con el carácter de objeto a, se svi' justamente a la especulariz<ición.

"ne, pág. 122.

ética, y aquí, en relación con el desconocimiento engañoso (yoico) inducido por el espejo.

En nuestro intento de caracterizar en esta etapa las enun­ciaciones doltianas en su conjunto, hemos hablado de ambi­güedad. Propongamos como ilustración la siguiente frase, sa­biamente contrastada, hasta el punto de que los dos tiempos opuestos de su apreciación se conjugan en forma sucesiva: "Sólo tras la experiencia especular, dice ella primero, el niño comien­za a apropiarse de su propio cuerpo"; y de inmediato dice: "ten­

.. diendo así a su narcisismo una trampa".90

Lo cual permite considerar, en resumen, que F. Dolto ce­lebra al espejo cuando sirve a los intereses superiores del sujeto, deplorando de todos modos que lo haga al precio de otorgar al yo una gratificación irreversible.

Así pues, no cabe duda de que el espejo es una salida salvadora y promocionan te, integradora, pero con el costo de enmascarar el recuerdo olvidado de una autenticidad perdi­da. El espejo es para el niño represión "de su verdad y de la primacía de su imagen inconsciente del cuerpo, del orden de lo invisible".91 Hay aquí, pues, una suerte de pérdida que para F. Dolto se inscribe más en el nivel del sujeto que en el del objeto ("objeto perdido" en Freud y Lacan). Se trata de una pérdida original que no nos priva de alguna referencia posible a la Génesis -como génesis del humano- , 92 como lo confirma, por si era necesario, la indicación de que "sólo después de la experiencia del espejo[ ... ] experimenta el niño ese sentimiento de vergüenza que lo incita al pudor'',93 por­que después del estadio del espejo "las muecas, las másca­

'ras, los disfraces, se convierten en recurso para negociar, camuflándolos, los sentimientos de impotencia o de ver­güenza que el niño experimenta al sentir pulsiones que podrían hacerle perder las apariencias, o denegar el valor de

'su sexo genital". 94

'"lbid., pág. 127. "Ibid., pág. 131. ~ 2 Equivalencia que F. Dolto despliega en textos todavía inéditos. "IIC, pág. 130. 94 lbid.

. ~·

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¡Se podría deducir de esto que el paso por lo especular bido a la inflexión narcisista radical que instaura- equiv de algún modo a ser expulsado del paraíso! Ciertamente, sólo podríamos deplorarlo ...

Hemos logrado examinar todo un período de evoluci __ dialéctica del pensamiento de F. Dolto en lo referido al pejo. Ahora estamos impacientes por reencontrar a suco, futador, a fin de saber de qué manera él mismo habrá podi avanzar en el intervalo, después de haber visto nosotros a Dolto dar un gran paso -pero manteniendo con firmezas posiciones de principio- hacia la consideración de los e mentas aportados por su interlocutor Lacan. A quien f['

corresponde dar de nuevo la palabra para apreciar có procede en este registro de su propia elaboración.

rnn

5.LACAN: EL REVERSO DEL ESPEJO

Hemos desplegado toda la discusión que precede -y que ·consistía fundamentalmente en exponer el punto de vista crítico, a priori, de F. Dolto hacia lo especular- partiendo de )lna concepción del estadio del espejo que no dejará de ser juzgada, como mínimo, limitada y parcial. Pero por más

<tendenciosa que haya sido, nos pareció encontrarse sin em­"bargo lo suficientemente extendida como para merecer el nombre de "concepción dominante", toda vez que tiende a jmponer una manera (orientada) de interpretar el sentido y el alcance del "estadio del espejo". Esta concepción se carac­teriza por suponer una valoración de la experiencia especu­

'.Jar que pone el acento en la cohesión psicocorporal unifican­te que aporta al niño el reflejo de su imagen como tal. Debido . . a este aspecto, que nos inclinaríamos a llamar normalizan­fo, podría ser calificada también de concepción "ortopédica" •del espejo, dicho sea esto recogiendo el término utilizado en

lgún momento por Lacan. Cabe admitir que, grosso modo, sobre la base de semejan­

,. te concepción implícita -que conduce a celebrar el valor intrínseco del aporte especular-, F. Dolto pudo, por el con­trario, dar fundamento a su crítica objetando la atribución exclusiva a la especularidad de ese alcance de estructura­ión subjetiva, toda vez que el espejo, de no contar con el

·acompañamiento significante, le parecía susceptible más

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bien de producir los efectos exactamente inversos, efectos d\ de-simbolización, cuando no de "de-subjetivación". .

Pero si no se tiene el debido cuidado, esto podría estaJ sugiriendo que el propio Lacan promovió tal concepción vi lorizante y positiva de lo especular, conforme la idea preport derante que se transmitió al respecto y que pretenderí recoger tan sólo sus propuestas iniciales. ¿Hay algo aquí qu pueda ser tenido por aceptable y defendible? Ni por un so instante, desde luego, al tratarse en realidad de una orie tación que, siendo dominante en los espíritus (y merecedor por tal motivo de nuestra atención), corre el riesgo d• mostrarse exageradamente reductora y esto pese a no cons tituir un contrasentido absoluto en relación con la verdad.· ra perspectiva introducida por Lacan.

Además debe admitirse y reconocerse que, si hay contr sentido o malentendido, tal vez fue también Lacan qui!! abrió esta posibilidad, a sabiendas o no, con malicia o Si, ella. Porque al retomar con "su" espejo ese dato psicológis para designarlo con el título de estadio (el estadio del eE pejo), está claro que Lacan se inscribió-aunque más no sf\. por los términos- en una orientación, en una lógica que s) presenta inevitablemente como desarrollista, maduracio na!. Aun a riesgo de caer en una trampa, de dejarncf engañar, Lacan pareció adoptar una línea conceptual y de criptiva muy próxima al registro de una epistemolog psicologizante y de tenor psicogenético, madurativo.

Si se habla de "estadio", entonces se supone-o se postul que existe una sucesividad diacrónica de etapas a a travesa_ de escalones a subir, que son otros tantos grados en u proceso necesariamente progresivo, progrediente. ¡El ca es que, en principio, no hay ningún estadio regrediente, tenor retrógrado! Y semejante terminología implica por misma el eje orientado de un devenir valorizado.

No hay que asombrarse, pues, de que llegue a presentar: como una lectura posible el hecho de que Lacan descri primero su estadio del espejo en términos de adquisición coj valor de estructura para el sujeto. Y la concepción del espeI que insiste sobre este punto, sobre el valor cohesivo prodtj

cido por dicho estadio, no hace más que retornar directamen­te sus palabras, asunto este en el que no hemos dejado de insistir.1

Pero es totalmente cierto que no podríamos quedarnos en esto, esperando reducir el estadio del espejo a tan hermosea­da fábula o apreciarlo como una narración supuestamente prornocionante para el pequeño humano y que destilaría un elixir (¡de crecimiento!) que el valiente doctor Lacan nos ha­bría cocido a fuego lento ... 2 Lo cierto es que, más allá de la caricatura, es imposible desconocer que tal lectura existe; e incluso hemos podido localizar (en los Escritos) aquello que hasta le permitía haberse expandido ampliamente en lo que se transmite aquí o allá. Si es un error, habrá que preguntarse más bien qué cosa pudo hacerlo posible en su reducción a ultranza. Porque, en efecto, creer que el estadio del espejo puede reducirse a un cuentito tan encantador (¡para niños!) sería desconocer gravemente su verdadero alcance y perderse sus auténticas apuestas tal corno Lacan se esforzó en plantearlas, sólo que: quizás primero no sin alguna confusión, y confusión en la que él mismo, quién sabe, pudo caer (?).

Si se hizo así posible semejante lectura -¿la llamaremos idealizada?- de sus palabras, esa lectura, pongamos, que llevó a F. Dolto a proponer y desplegar su crítica, es porque su discurso, en su forma inicial (de presentación de lo especular), presentaba cierta ambigüedad. De lo cual, corno hemos señalado, él mismo no dejó de darse cuenta después .. No sólo proporcionando a su elaboración los diversos reaco­modamientos descriptivos capitales que, llegado el momen­to, tendremos que considerar, sino también, de manera más directa, juzgando necesario precisar, reencuadrar los datos mismos de su presentación inicial en el momento de some­terlos a publicación ulterior, en el volumen de sus Escritos.

Así pues, en 1966 -¡treinta años después de Marienbad!-,

1 Éste es el sentido de lo que expusimos a lo largo del capítulo 3. 2 ¡Aun cuando en algún caso él mismo no descarte el valor benéfico de

una dosis adecuada de Edipo! (El, pág. 173).

1.1

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Lacan cree oportuno explicarse aunque sea un poco so" sus intenciones iniciales y, habida cuenta del punto al ha arribado, del camino andado entre tanto,juzga neces' poner los puntos sobre las íes en cuanto a lo que signific estadio del espejo primera versión: aquellos aspectos, c maslo, que podían mover a error.

Hay que leer las páginas del prefacio que redacta en e: ocasión -en particular las páginas 63 a 65 (de los Escritd, para ver con qué cuidado enumera las equivocaciones p, bles, imputables a las deficiencias de su elaboración terior (¡aunque no lo diga así!), tratándose de trabajo textos que, según explica, "se habrán adelantado a nues inserción del inconsciente en el lenguaje".' Dicho en ot: palabras, se trata de textos que él mismo encuentra fec' dos y con lagunas y defectos que se dedica a posterior) subrayar, a fin de remediarlos. Por ejemplo, haber supue demasiada "armonía" posible, haber disfrazado "lo vivo' una función de falta": elementos referidos cabalmente puntos de crítica esenciales y que implican ahora esa mienda. Lacan añade a esto todavía el haber dejado "de .•• siado lugar a la presunción del nacimiento"(?), haber cedi· demasiado a cierta "dilación sobre la génesis del yo", *e Observemos en particular esta última cuestión significati a propósito de un punto de vista que se juzgó, con gr~ exhibición de fastidio, genético (en relación con el yo).

Queda claro entonces de qué modo llega Lacan -¡él ta bién!- a tomar cierta distancia crítica respecto de la prese1 tación primera de su estadio del espejo, fuente, diríamos, dj todas estas confusiones y contrasentidos. Distancia que r! permite efectuar comentarios en la misma línea de recusa'

3 !bid., pág. 65. Lo cual los convierte de_ algún modo en text~) "prelacanianos", como_ llega a sugerirlo P. Julien. _, ~

*Nos permitirilos hacer Constar una divergenéia con lá traducCiói de attardement p'or "dilación" en la edición española de losEcrits. L: que está en juego es el verbo s'attarder (sur), que, en vez de "dilatái' diferir", significa más bien "demorarse", "detenerse", "insistir", "per der el tiempo", acompañados por las preposiciones "en", "con", etc. (N''. de la T.)

retrospectivamente una presentación a la que se estimó edulcorada en exceso, o susceptible de ser así -mal- com­prendida. De hecho, Lacan consagra aún toda una página de este prefacio tardío a destacar los puntos salientes que ahora le parecen cruciales para una correcta comprensión de lo que el espejo moviliza. Si observamos la enumeración de los puntos a que aludíamos -que son como otros tantos recordatorios de aquello sobre lo cual en ese momento (1966) se pronunció ampliamente-, podemos comprobar que equi­vale a colocar la experiencia del espejo dentro de todo un conjunto conceptual que implica sobre todo no dejarse fasci­nar por la experiencia misma hasta el punto de cosificarla, de reificar su costado espectacular. Y correlativamente, debe tomarse en cuenta lo que sucedió después en la avan­zada conceptual de Lacan, en particular con la introducción (1953) de las categorías mayores del ternario: simbólico, imaginario y real; categorías que, en su sucesión y conjun­ción, conducirán precisamente a toda una reapreciación, a una reevaluación de lo especular.

Este señalamiento vale como anuncio de que, a esta al­tura de nuestra exposición, ya no nos satisface una concep­ción del espejo que pudo bastar hasta esta etapa de nuestro "diálogo", es decir, la de su instalación. Ahora nos es necesa­rio reestablecer sus datos, lo cual supone, por cierto, seguir al propio Lacan en el camino de su apreciación completada, revisada y corregida.

Entonces, ¿de qué comprensión del espejo hay que volver a partir (así fuese para tomar luego la distancia que conven­ga)? De la que pone el acento en el estadio del espejo en tanto se supone que constituye un tiempo efectivamente decisivo en la estructuración del humano, una experiencia crucial apta para hacer posible el advenimiento de la subjetividad. Aquella que insiste en describir el modo en que el niño, por el embeleso del espejo, saldría del caos (kleiniano) primor­dial, de su estado indiferenciado y estallado, fragmentado, para advenir a la individuación que otorga estatuto existen­cial unificado a su ser ahora subjetivo. Y esto, mediante lo que Lacan despeja de entrada -¿estará aquí su impruden- _

-~~

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cia?- como el reconocimiento inmediatamente adquirid, por el niño, de su imagen como suya.4

En este sentido, es comprensible que haya motivos pa,: estar, en efecto .. ., reconocidos con el espf'.io mismo-y con; estadio que él instaura- si gracias a ello los pequeños h manos se encontrarían (se verían) arrancados de los limh de su indistinción original. ¿No testimonia esto la existern':. de un tiempo benéfico de mutación subjetiva, de un adven: miento saludable, salvador, que arrancaría al ser todavf infans de la negrura preespecular de su nada?

Tal es, de una manera apenas abusiva, lo que sigue sien una tonalidad presente en las primeras exposiciones q hace Lacan de su estadio del espejo: ¡y que llega al extrer¡ de celebrar el tañido de cierta "asunción triunfante", en uIJ'.: suerte de himno a la gloria de la inteligencia humana co parada con la del mono! 5 Al fin y al cabo, esto se correspon<. con su lirismo entusiasta de entonces a favor del genio 9 Freud, ensalzado por haber sabido discernir el valor de ... imagen. 6 Y se comprende que pueda verse llevado a enfat zar otro tanto el valor de su propio descubrimiento, el c:l Lacan, el valor de su invención o reinvención del espejo, .é, la que insistirá-para profundizarla- durante años. Yl¡¡ cosas son así porque tiene motivos para entender que éstí el espejo, posee un valor heurístico eminente, valor que s combina en lo concreto (y en lo teórico) con el paso decisiv, que hace dar al humano al atravesar su estadio. ¿Y por qu razón no iba Lacan a congratularse entonces de haber sid quien sacó a la luz aquello por lo cual el humano acce (mediante la imagen especular) a la subjetividad asumid ¡Sería harto legítimo que pudiese tejerse a sí mismo u corona -a semejanza de Freud cuando imaginaba supla, de descifrador del sueño-- proporcional a hallazgo t prodigio so!

Sólo que la pregunta vuelve a presentarse: ¿es legíti

'!bid., pág. 86. '!bid., pág. 175. 6 !bid., pág. 81

encontrar en Lacan motivos para entonar semejante himno al espejo? Habría que forzarse mucho para creerlo de mane­ra duradera y para preservar una descripción tan idílica. Ya hemos anunciado que parecería por entero abusivo reducir de ese modo -a esta comprensión sin embargo dominante­la presentación del estadio del espejo. Esta orientación -que encauza las cosas en un sentido psicologizante y hasta psi­cogenético (¡y que le retira sin duda una parte de su atrac­tivo!)- tendrá que ser seriamente cuestionada, y de múlti­ples maneras.

Está claro, en todo caso, que procede de una lectura in-completa, parcelaria (y parcial) de los enunciados de Lacan, incluidos los primeros de todos. Será relativamente fácil establecer que proviene, en realidad, de una interpretación trunca que dejó caer elementos esenciales que se hallaban presentes en la descripción introducida por Lacan mismo. Será tarea nuestra restablecer entonces la parte faltante (trunca) u omitida, en la medida en que, lo adivinamos, esto contribuirá a restituir una visión sensiblemente diferente del cuadro de conjunto.

Demostrarlo requerirá poner en evidencia, en este contex­to, un aspecto crucial de lo que es nodular en la enseñanza de Lacan durante estos años inaugurales (digamos, de 1936 a 1953, si no más allá). Porque incluso de ahí parte él, fun­damentalmente, y esto lo lleva además a aislar la experien­cia del espejo como lo hace, habida cuenta de la significativa fecundidad que encuentra en ella para el pensamiento del. análisis. Pues esto es sin duda lo que puede seguir siendo interrogado: ¿cómo concebir que este dispositivo especular­de tenor psicológico en su forma y en su contenido- tenga el valor que fuere en relación con el psicoanálisis o pueda aportarle algo, cuando lo que debe instaurarse en él se designa como meta psicología (produciendo así una ruptura de principio con el campo psicológico)? ¿Cuál es, en realidad, el aporte propiamente metapsicológico de esta concepción del "estadio" del espejo?

El punto esencial al que se debe arribar para responder a esta pregunta, el punto inaugural además, podemos decir,

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de todo el aporte de Lacan al psicoanálisis, va a consis abordémoslo así, en volver a poner al yo (freudiano) e.ri?· lugar. Por esta vía es como Lacan "entra" en psicoanáliS por algo previo que él entiende debe imponerse: (re)preci lo que atañe al yo en relación con lo inconsciente. Y es. caracterizando dicha instancia del yo; no según una rf da!idad cognitiva, es decir, tal como Freud pudo situaí (equi-vocadamente) en el nivel del sistema percepcig conciencia, 7 sino más considerándolo por esencia factorz, desconocimiento, engaño y ceguera respecto de lo qi constituye, de manera opuesta, si no la autenticidad q ser -términos que nos recordarían a Dolto-, por lo men la verdad del sujeto (que, como consecuencia, tendrá q'. ser reconquistada). "El núcleo de nuestro ser, dirá Lac~ no coincide con el yo'', 8 tras haber recordado que "el ar< instaurado por Freud prueba que la realidad axial sujeto no está en su yo". 9

Durante estos años (a partir de los primeros de todo Lacan va a sostener esta posición -en lo atinente a' esencia del yo- y machacará con ella de una y mil maner¡j;; La tesis correspondiente podría ser hallada en cada págil' o casi de los Escritos, y así será expuesta también, con to1 el énfasis y la insistencia necesarios, en sus primeros gra des seminarios, de los que además es el tema explícito. U: sola muestra bastará para anunciar el color y la tonali&· del discurso, con este enunciado radical: "Designamos en, yo ese núcleo dado a la conciencia, pero opaco a la reflexió marcado con todas las ambigüedades que, de la complace· cia a la mala fe, estructuran en el sujeto humano lo vivi'. pasional; ese 'yo' antepuesto al verbo [elje francés] que, co. fosando su facticidad a la crítica existencial, opone su irt' ductible inercia de pretensiones y de desconocimiento a problemática concreta de la realización del sujeto."10 Ca . puede apreciarse, la descripción que coloca al yo en la pico

7 lbid., pág. 101. 8 s Il, pág. 72. '!bid. "El, págs. 101-102.

no es nada halagadora ni fascinante, aunque más no sea porque se lo compromete por el lado de la conciencia.1

1 Y no

se encuentra lejos el padrinazgo de La Rochefoucauld, a menudo evocado por Lacan en este contexto. También es esto lo que, en la misma línea, conduce a caracterizar al yo como aquello que, "en nuestra experiencia, representa el centro de todas las resistencias a la cura de los síntomas".

12

Si nos tomáramos ese atrevimiento, podríamos decir (para . ir rápido) que el yo decididamente no tiene nada que pueda agradar le al analista; por más que despliegue sus encantos e imagine sus proezas sólo para seducirlo (para "adornárse­lo", como diría F. Dolto).

Así las cosas, todos estos datos de partida encuentran coherencia y culminación en el. formidable trabajo que deberá realizar Lacan para poner una barrera a las deri­vas tendencialmente "yoicas" del psicoanálisis después de Freud (todo lo que se intitula y reivindica como Ego psychology a la americana). Obsérvese en qué forma, desde los primeros años, Lacan oficia como garante de lo que constituye la verdad original (y freudiana) de la doctrina analítica; verdad que se trata, pues, de preservar para mantener su fuerza y su contundencia: ésta es la

''clase de misión que Lacan asume. Todo lo que efectúa en este aspecto, y que equivale a ahorrarle al psicoanálisis los callejones sin salida a los que necesariamente lo llevaría la preeminencia de principio otorgada al yo (sos­tén del yo fuerte, cura orientada por la asimilación iden­tificatoria al yo o al superyó del analista, etc.), se basa justamente en su dedicación a despejar y sostener, por el contrario, una orientación que considera al "yo primordial como esencialmente alienado", 13 hasta señalar una "dis­cordancia primordial entre el yo y el ser". 14 En materia de cuestionamiento acusatorio del yo, Lacan, y es decir poco, no se anda con rodeos: llega a encontrar virtualmente en él "la

n Y del ver. Cf. S Il, cap. IV, VI; págs. 173, 179. '"lbid., págs. 184-185. " El, pág. 177. 14 Ibid.

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estructura fundamental de la locura", 15 aunque sólo sea locura gracias a la cual el hombre se cree un hombre"

Y podríamos multiplicar las citas (¡que citan al yo a com~ recer!) . Todas ellas convergen en esa misma idea fundament que reduce al yo a la dimensión llamada imaginaría, hecha -­ceguera, ilusión, desconocimiento y, por lo tanto, técnicamen,. en lo que atañe a la cura analítica, resistencia (a la verdad). toda esta des-consideración del yo en su infatuación mis conduce a Lacan a arrojarse a su hercúlea limpieza de lo; establos de Augias del psicoanálisis -entonces en plena deri'li de "yoicización"-, a lo que se consagrará desde estos primer1 años de una enseñanza que queda adosada entonces, al mis tiempo, al estadio del espejo; de modo que éste es pues directamente en juego aunque sólo sea para plantear el prob" ma y definir sus claves.

Porque es justamente esto lo que aquí nos importa, y volv. mos entonces a la carga: ¿a qué conduce la operación espe' para Lacan? Operación cuyos encantos, por decirlo así, y cuy1 beneficios nos esforzamos primeramente en ensalzar. ¿QúJ promueve ella en realidad, y qué promete, al haber esgrimí nosotros una lectura que privilegiaba en dicha operación._ afortunado alcance estructurante? En resumidas cuent. ¿cuál es su principal efecto constitutivo? Pues bien, la respue: ta de Lacan al respecto tiene el mérito, en conjunto, de si absolutamente clara: el efecto concreto del espejo no es otro, é el sujeto, que el advenimiento (engañoso) de suyo, 17 con todo•') que se ha dicho ya al respecto. Aquí es donde el sujeto f constituye -se imagina- como ego. Y ello además, en caneó dancia con el propio título del texto de 1949, donde el estadio d, espejo es calificado de ''formador"; hemos leído bien: "formad; de la función del yo [ie]" (el cual, en este contexto, es designati más bien del yo [nwi]).

De hecho, indica este texto prínceps (de 1949), "el purt importante es que esta forma sitúa la instancia del yo, a

"lbid_ "lbid. y S II, pág. 24. 17 Aunque en las primeras formulaciones (de 1949) se lo designe-p

el momento- como "Je".

desde antes de su determinación social, en una línea de fic­ción, irreductible para siempre por el individuo solo; o más bien -sigue diciendo Lacan-, que sólo asintóticamente toca­rá el devenir del sujeto, cualquiera que sea el éxito de las síntesis dialécticas por medio de las cuales tiene que resol­ver en cuanto yo [ie] su discordancia con respecto a su propia realidad" .18

¡Nos quedamos cortos si decimos en qué grado el asunto, el asunto humano, toma un mal cariz al quedar así afectado por esa irreductible distancia que se delinea de manera pri­mordial entre el yo y el sujeto, en una cabal fractura interna inducida precisamente por la difracción especular del espe­jo! Y Lacan se mantendrá en sus trece al convertirla más bien en un fundamento, en un pilar sobre el cual apoyar toda su teorización, a partir de ese abismo, de ese descentramien­to entre yo y sujeto. Hasta el punto de resituar aquí el lugar mismo de lo inconsciente, puesto que "en el inconsciente, excluido del sistema del yo, el sujeto habla''. 19 Al hablar entonces de "desgarramiento", Lacan deducirá muy rápida­mente que "la relación humana con el mundo tiene algo de profunda, inicial, inauguralmente dañada".20

¡Cómo se explica entonces que Lacan celebre lisa y llana­mente la pretendida feliz emergencia del acontecimiento especular, si éste no hace otra cosa que signar la instalación del yo, es decir, de la misma instancia a la que debe respon­sabilizarse por la ceguera del sujeto! ¿No estaremos en plena contradicción?21 Y en estas condiciones debemos entender más bien que, al pensar que Lacan pudo proponerse como el cantor sencillamente laudatorio de la realización especular,

,, hemos leído mal o nos hemos sujetado a una visión enojosa­mente superficial y reductora de sus palabras.

Porque si hay algo sobre lo cual habrá que insistir para 18 El, pág. 87. 19 S II, pág. 95 (un Seminario esencial por cuanto atraviesa en toda su

-:--extensión esta misma temática). w !bid., pág. 254. 21 Salvo entendiendo que, pese a todo, Lacan no puede evitar conside­

rar (o haber considerado) al yo como una conquista para el pequefio humano(?).

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caracterizar mejor el estadio del espejo -cuyos valor alcance, como se ve, van adquiriendo muy distintos mati (ya desde las primeras exposiciones a él referidas)-, sobre el hecho de que se trata del proceso que conduce rectamente (¿habrá que decir "ay" o "por desgracia"?) a instalación del yo en esa configuración imaginaria traza por la relación con la imagen reflejada.

Pero esto no es todo. Porque Lacan propone este esque . de "frente a frente", de "cara a cara" en la dualidad de relación con el reflejo, en tanto de similar valor, de equiy lencia de posición respecto de la relación con el otro semeja te, que él llama pequeño otro. Dicho de otra manera, hay este aspecto estricta afinidad, total homología entre lo q instaura la relación con el otro y lo que se juega en la e periencia especular propiamente dicha, con la imagen en,o espejo. 22 En cuanto a las estructuras y efectos respectivc.í estas dos experiencias relacionales (de "cara a cara": con(~ propio reflejo / con un pequeño otro) son propuestas colt(: estrictamente homogéneas. En este sentido, el yo es unotr Así lo comenta J. Dor: "Se puede hablar, pues, de una di., .. léctica de la identificación de uno mismo con el otro y del oti · con uno mismo."23 Y Lacan no dejará de ser al respec igualmente radical. Habiendo recordado que el sujeto " aspirado por la imagen, a la vez engañosa y realizada di otro, o también su propia imagen especular", 24 podrá dobl la apuesta (¡de Rimbaud!)25 diciendo que "en toda relaci narcisista el yo es el otro y el otro es yo".26

De modo que sería cuando menos sorprendente que mismo Lacan que no se cansará de denunciar al yo co instancia de aberración, de desconocimiento, de ilusión'· incluso de apertura potencial a la locura propia del humano'

22 De acuerdo con el esquema que Lacan irá a designar como esquema_ 23 A través de una comparación posible con el discurso de Hegel. Cf.

Dor, lntroduction a la lecture de Lacan, op. cit., t. 1, pág. 159. 2' s I!, pág. 88. ' "!bid., págs. 17-18. "!bid., pág. 149. "El, págs. 166, 177.

-"El yo es un síntoma'', asestará en el primer instante de su seminario-,28 sería sorprendente, sí, que este mismo Lacan haya sido el promotor de una operación especular supuesta-

- mente benéfica en sí misma, cuando en realidad lo que ella realiza no es otra cosa que la entronización de ese yo tan vilipendiado ... Por otra parte, ahora podemos evaluar esto mucho mejor: ¡si Lacan no hizo más que ensalzar las virtu­des del espejo considerándolo como un estadio exclusiva y positivamente resolutivo, esto significaría de algún modo que él vuelve sobre sus pasos para admitir esa misma psicología del yo con la que estuvo peleando sin tregua!

Advertimos más bien la amplitud del contrasentido que esto supone: haber tomado el "estadio" de Lacan en tanto poseedor de un valor de constitucióü o construcción psicoló­gica mientras que, de hecho, se trata para él-aunque no sin la ambigüedad inherente al paradójico recurso explicativo que eligió- de poner de manifiesto la deconstrucción psíqui­ca, la descomposición (Zerstorung) del psiquismo a la que después de todo apela -literalmente-* el análisis.

Sea como fuere, parecería que esto debe poner forzosa­mente en entredicho el tenor del propósito que permitió lanzar el debate (Dolto / Lacan), tal como lo hemos encarado hasta aquí. Cuestionamiento que se impone, en efecto, si acabamos por considerar que es preciso corregir seriamente la descripción del estadio del espejo en la que veníamos apoyándonos. Y esto, lo que es más, para articular tal descripción con una crítica de F. Dolto que tropezará, al mismo tiempo, con algo capaz de limitar su alcance; lo que supon­dría revisar la concepción del espejo de la que ella procedía.

Pnes cabe considerar que, al menos implícitamente, el desarrollo de F. Dolto equivale a suponer que la experiencia especular, tal como Lacan la introduce, podría ser conside­rada como instauradora, en ella y por ella misma, de una

*El francés appeler tiene, además de un empleo jurídico como el del español "apelar", otras acepciones: llamar, pedir, interpelar, requerir, nombrar (para un cargo), traer a la mente. (N. de la T.)

28 SI, pág. 31.

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afortunada asunción subjetiva. Lectura esta que, una ve¡ más, podría verse afirmada tanto por ciertas expresionq) tomadas de los comentadores como por el propio Lacat Para atenernos al texto inaugural-cuya duplicidad, cuy doble tonalidad ahora estamos en condiciones de api ciar-: ¿no hablaba éste, en efecto, de "asunción jubilas de "matriz simbólica", de "formación del yo [je]", y has\,. de "normalización libidinal"? Términos edificantes qt¡¡ pudieron dar lugar como mínimo a cierta ambigüeda según lo confirman también las observaciones correctora aportadas por Lacan mismo (especialmente en la edición ··· los Escritos). 29

Además podemos señalar que la ambigüedad (del auto no excusa del todo el contrasentido (de los lectores). Y h.a contrasentido caracterizado, completo error de lectura si g, pretende discernir en Lacan la dominante de una valoracüí. de lo que el espejo induce, mientras que no cesará de co vertirlo en el lugar mismo de surgimiento de lo imaginari y sus estragos.

Y tal vez de ese modo podríamos categorizar lo que rest entonces como un resabio de ambigüedad en la avanzada d1 Lacan sobre el terreno de lo especular: que nos haga pasa.1 en este terreno-por el progreso mismo de sus enunciados de la imagen a lo imaginario, de la imagen, cuyo valor fo~ mador había sostenido durante toda una etapa (¡justo an tes!), a lo imaginario, acerca de cuyas punzantes zozobras s\ explayará sin fin: hasta edificar sobre ellas, en cambio, tod¡ su concepción de la cura.

Y es importante apreciar la especie de salto que realiz. esa avanzada si, en cierto modo, al final de este tiempo d¡\ elaboración ha pe revelarse, en el otro extreme> la circuns tancia de que Lacan acaba dejando de lado los elementos d, estructuración -que comporta sin embargo su descripci6 de lo especular- toda vez que él mismo ya no tendría e. vista, por decirlo así, sino los inconvenientes del precio

29 G. Le Gaufey da cuenta también de las dificultades que persisten centrarnos en el texto de 1949. Cf. op. cit., págs. 76 a 81.

pagar para que se instaure esa estructura de esencia imagi­naria. Reconozcamos que se alcanza aquí un punto espinoso pero que, al fin y al cabo, da cuenta de toda la inevitable confusión que puede haber en el diálogo.

Mencionábamos antes (capítulo 4) una suerte de ambi­güedad contrastada que recorría las manifestaciones de F. Dolto sobre el espejo y destacábamos en ellas algo así como una ambivalencia en dos tiempos. Ahora sería el colmo en­contrar alguna duplicidad, alguna dualidad análoga en el discurso de Lacan, si es verdad que, en efecto, es posible dis­cernir en él una doble dirección en lo concerniente al espejo: ¡según que pongamos el acento en lo que resulta estructura­do por éste (el yo) o, más que esto, desde el punto de vista del análisis, en la grieta que, por el contrario, dicha estructura­ción pone en evidencia!

En este punto, la pregunta (¿ingenua? ¿masiva?) sería la siguiente: ¿es el yo (así y todo) un beneficio para el hombre, o es la marca de su estado de abandono nativo, el motivo de su miseria?

Sea como fuere, al mismo tiempo la virulencia opositiva del diálogo formal Lacan / Dolto corre peligro de quedar re­ducida, o al menos reposicionada, reequilibrada. Pues si los objetores a F. Dolto se esfuerzan en considerar que la crítica de ésta se basaba en una lectura parcelaria (o parcial) del estadio del espejo, r¡ue dicho estadio no era en absoluto lo que ella pretendía o suponía, que ella lo reducía a una ficción normativa de tal magnitud que desvirtuaba por completo su alcance, etc., adivinamos sin embargo, a la altura en que es­tamos, que su crítica es de todas formas una suerte de anticipación, por decirlo así, de aquello a lo que el propio Lacan arriba. Desde este punto de vista, a donde nos dirigi­mos es más bien hacia un acercamiento de las tesis preten­didamente antagónicas al comprobarse que F. Dolto, en su rudeza crítica, no hace otra cosa que unirse a -o anticipar­los términos en los que Lacan denunciará las trampas de lo imaginario, de la salida imaginaria del espejo, de un modo muy semejante, finalmente, a aquel con que F. Dolto había presentado sus objeciones.

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Esto no por fuerza va a sorprendernos: se da el caso C., cuente) de que una discusión se pare en seco cuando ca,, uno, pese a lo que indican las apariencias, no dice necesai:. mente lo que, con prisa excesiva, tomamos por ... ¡lo contrru del otro! Por cierto, esto es insuficiente sin duda para disi¡:): la realidad del malentendido; pero le confiere otro cariz y; este caso, deja la esperanza de que los dos discursos pue llegar a aproximarse, cuando no a concordar, si no son t extraños o distantes como parecía al principio. .

Y cuando (para decirlo sumariamente) F. Dolto dice que espejo produce locura, al fin y al cabo no hace más que pon el acento en un punto que encontramos despejado de mane similar en Lacan y con la misma fuerza, a saber: lo qt compete a una afinidad de estructura entre lo imaginar; (del yo) nacido de lo especular, y la locura, propia del hJ mano. 30 Sus palabras concuerdan entonces por entero con_, que es el paradigma del espejo para Lacan: una manera .. dJ manifestar -por el yo que emerge de él- la tendencií estructural a la alienación (a la locura) por entrada irrever,, sible en el desfiladero de la trampa imaginaria.

¿Y quién sabe? Tal vez no será esta la única ocasión en qúi veremos finalmente al discurso de Lacan reunirse despué, (¿o antes?) con aquel que le oponía en apariencia F. Dolto, s interlocutora.

Pero en este caso las cosas parecen conducir al surgimientó de un punto digno de que nos detengamos en él por un instante, En efecto, el hecho de que sus respectivas manifestaciones se' hayan presentado como divergentes remitiría en Lacan a la eventualidad de un doble discurso, por lo menos al doble as­pecto de la fenomenología especular que él describe.

Es difícil, por cierto, no observar aquí la presencia, aun de manera implícita, sin exposición de argumentos, de dos

30 En estP- mismo orden de ideas, S. Thibierge desmonta atinadamente

el dispositivo especular en las dos partes de su estUdio, y lo convierte en un modo esencial de desciframiento de ciertas manifestaciones psicóti .. cas (L'image et le double, Eres, 1999 y Pathologies de l'image du corps, PUF, 1999).

orientaciones en apariencia antagónicas. Lo cual, subra­yémoslo, podía localizarse desde las primeras presentacio­nes del espejo; presentaciones cuyo carácter contrastado resta todavía por despejar mejor. Será fácil poner en eviden­cia la primera vertiente, aquella de la que hemos ~.•atf'.ilo sobre todo hasta aquí y a la que hemos prestado una aten­ción deferente. Se trata de la concepción cuya frecuencia hemos resaltado (así fuese errónea) y que enfatiza el alcance propiamente resolutivo de lo que se dio en llamar -no por casualidad- "estadio"; estadio que realiza una transformación, una transformación saludable para el sujeto, la misma cuya importancia Lacan señala por el carácter de la identificación a que da lugar, a saber: la identificación que él llama "resolutiva de una fase psíquica, esto es, una metamorfosis de las relaciones del individuo con su semejante".31

Es la misma concepción ("ortopédica") que pretende ver­se confirmada por esa suerte de distinción antes/ después a cuyo discernimiento respecto del espejo lacaniano ella se aboca.

Porque antes, el infans está sometido a las zozobras de la dc,nendencia radical (y caótica, fragmentan te) que le impone la prematuración biológica característica del humano.32

Mientras que después, él accede, mediante el reconocimien­to adquirido de la imagen suya, mediante la identificación que con ella se efectúa, a una anticipación individuan te que le asegura la permanencia de un sentimiento de unidad .. ¡Adquisición que sin embargo no es poca cosa!33

Y Lacan insiste al respecto en el modo como esto posibilita la estructuración de los objetos y del mundo, confirmando hasta qué punto tal apertura yoica de lo especular determi­na el acceso al mundo propiamente humano, sean cuales fueren desde entonces las desgarraduras que en él vayan a producirse. Esto es, de todos modos, lo "que constituye el yo

"El, pág. 178. "Ibid., págs. 89 y sig., 176. 33 ¿No es tambiéil t.::.to lo 'que sin embargo, como antídoto, circunda a

la locura?

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y los objetos bajo atributos de permanencia, de identida de sustancialidad". 34

Lacan tendrá oportunidad de volver sobre esta idea esenéi' sosteniendo que, más allá de sus avatares y distorsiones, s por el sesgo de esa imagen -originalmente especular- el h mano nace al mundo que es el suyo y constituye su relación e los objetos y con el prójimo. Pues, en efecto, la función del es¡i "es establecer una relación del organismo con su realidad;; como se ha dicho, del Innenwelt con el Umwelt".35

En todo caso, Lacan señala aquí de manera formal , incidentalmente por la referencia renovada a Melanie Klei el salto cualitativo decisivo y resolutorio que asegura el p saje de un antes potencialmente sellado por la fragment,. ción-y donde el cuerpo sólo podría ser aprehendido, vivid' como fragmentado-36 a una etapa en la que se perfila°'' menos la relativa pacificación de una unidad existencia] Por otro lado, ¿no celebra acaso de modo explícito la llegad, de una experiencia que viene a remediar la "desolación;' original"?37

Todo esto es suficiente para explicar que no hayan si pocos quienes creyeron posible conformarse con esta visi que, así presentada, resultaba un tanto tranquilizadora·· constructiva, y que sin duda se puede encontrar en las de cripciones primeras de Lacan. Pero no valdrá como excusa e desconocer lo que constituye su reverso, el cual correspond~· a la otra vertiente cuya presencia en la elaboración de Laca. anunciábamos y que acaba por estigmatizar lo que es, co la instalación del yo, la instauración de su dominio falaz Lo llamativo es que, entonces, los enunciados de Laca revelan hallarse en perfecto acuerdo con lo que formula Dolto, también en cuanto a la descripción que hace esL. última de la gesticulación especular (del yo, justamente);í

* En el original, détresse, término habitualmente traducido o;desamparo", "desvalimiento", "indefensión". (N. de la T.)

"El, pág. 104. "Ibid., pág. 89.

. '.!6 Otro punto preciso que F. Do1to no dejará de objetar. "El, pág. 105.

gesticulación que viene a tapar y a velar el trazado verídico de la imagen inconsciente del cuerpo.

Para sustentar esta imprevista convergencia es impres-. cindible entrar en más detalles, explicitar una segunda ver­tiente del discurso de Lacan que en su presentación del espejo hace de contrapunto a lo que señalábamos primero como visión idealizante (¡o que, si nos atrevemos al juego de palabras, haría del yo un ideal!. .. ).

Y a hemos indicado que, en un texto ulterior destinado a prefacio, el propio Lacan reconsidera sus formulaciones. Enu­mera entonces toda una serie de puntos que conducen a otra línea del fenómeno especular, trazando algo así como su rever­so.38 Si juzga necesario aportar alguna precisión --0 correc­ción-a lo expuesto con anterioridad, es también sobre el fondo de lo que en este momento denomina todavía "triunfo de la asunción dela imagen del cuerpo en el espejo". 39 Un triunfo que, creárnoslo, tiende a encandilamos engañosamente con su des tell o, cuando se trata de reconocer también lo que La can señala aquí, sin embargo, y que es como un reverso de negatividad velada. Mientras que se trata de discernir efectivamente, en la cresta de esa superficie positivizada del espejo, un reverso que señala su cara oculta, marca todavía inadvertida de la negati­vidad en ejercicio.

Hemos dicho, por cierto, que el espejo podía presentárse nos en un principio con características de fase resolutiva; y si esto es efectivamente así -¡perogrullemos!-, quiere decir que había algo, alguna dificultad primera que era . necesario resolver. "Primera" es la palabra si corresponde en verdad a esa "desolación original", a esa desgarradura, a esa hiancia del ser que podemos categorizar, ciertamen­te, en el modo alegado de la prematuración, 40 y a la cual lo especular viene a aportar entonces la sedación más o menos engañosa de la imagen.41

38 Ibid., págs. 64 y sig. 39 !bid . ·W A riesgo de que esto pueda parecer exageradamente biológico. 41 Cosa que nos recuerda, con razón, el "más o menos traidor" des­

tacado de igual modo por F. Dolto.

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De la misma manera, si se puede hablar de "ortopedia'': porque hay cierto "handicap'', cierta fisura42 que es preci{ reparar, y de este handicap (del ser) Lacan no cesará ya é revelarnos su existencia y su amplitud, cuando no, en el pe de los casos, de dejarnos advertir su carácter irremediab irreversible.

Por el momento, todavía percibimos de qué modo es p sible, según las dos sendas posibles de la alternativa/ bien amplificar e incluso magnificar la (re)solución que aparición de la imagen escópica constituye de por sí, bien, por el contrario y/o simultáneamente, acentua. abrir la distancia, la hiancia que ella revela y que apul1 taba empero a conjurar. .<>

Ahora bien, para adentrarse cada vez más en la sendadl esta segunda (y más oscura) orientación, Lacan, en su bre comentario (de 1966), indica como esencial el hecho de q el espejo revela sobre todo una "función de falta" 43 de que él es precisamente la "cobertura". Dicho con otras. p labras, es una falta ("más crítica", dice La can) que es cue tión de superar, de conjurar, superación que hasta cier punto -aunque justamente imaginario- el espejo realiz. Podríamos decir que aquí radica esa especie de escándál:. que Lacan vuelve a lanzar: que el humano se deje tener.({ ser?),* se deje seducir" por esa gruesa cuerda de la maqu naria imaginaria de lo especular; o que ceda a esta groser facilitación sin percatarse de que es totalmente presa de stl ardides. En este punto, Lacan se propone abrirnos los ojo Y sitúa aquí, en efecto, esa "coincidencia ilusoria de l. realidad con el ideal'', 45 el "nudo imaginario"" del narcisis. mo donde el humano queda preso de modo irremediable

*Hemos traducido literalmente para dejar a la vista el juego "tener; ser"_ De hecho, "se laisser avoir" tiene el sentido de "dejarse agarrar",-; "dejarse cazar". (N. de la T.)

" S II, pág. 62. " El, págs. 63-64. 41 ¡Si tal es su propia "teoría de la seducción"! "El, pág. 177. "lbid., págs. 176-178.

diríamos, "espejismo. de las apariencias",47 "nudo de servi­dumbre imaginaria"48 que el reflejo hipnótico del espejo actualiza de una vez para siempre:

Así se explica la especie de antagonismo dúplice -ambi­güedad, decíamos- resultante. ¡Pero quizás no habrá ya, para terminar, ninguna ambigüedad! Porque almismo tiem­po que se realiza la asunción que el grito de júbilo sanciona, asunción subjetivante, como se la llama, la afecta no obstan­te la especie de ilusión que con ella se constituye, toda vez que al mismo tiempo se revela la grieta de la falta que era cuestión de yugular, pero de manera falaz: por las vías de lo imaginario. De modo que lo que aparece como asunción triunfal es la marca, sobre todo, del triunfo ... de lo imagina­rio, del que el humano muestra ser entonces definitivamen­te siervo.

Lejos de poder presentárselo primero como una trans­formación elacional de la persona (que él designa de ese modo), 49 el estadio del espejo viene más que nada a mani­festar-y es tentador decir que, esta vez, trágicamente-5º aquello en lo que el humano se encuentra apresado, cautivo y que hace de él la marioneta de la captura por la imagen. Esta atractividad que es una trampa -trampa narcisista, trampa del narcisismo- testimonia por este mismo hecho la "dehiscencia" que se abre así en el huma­no, que Lacan convertirá incluso en el signo mayúsculo de una "Discordia primordial" .51

Ahora bien, los dos aspectos antitéticos que podemos dis­cernir en el relato de la experiencia especular son suscepti­bles de quedar yuxtapuestos en una confrontación perturbado­ra -aunque se trata también de la perturbación que el espejo

"Ibid., pág. 177. 48 lbid,, pág. 93. 49 Pero "Persona" designará primero, como recordará Lacan con cierta

malignidad) a la máscara. so Aun si en este colltexto Lacan habla también de "commedia dell' arte"

(El, pág. 83). Pero añadiendo que el estadio del espejo es un "drama" (ibid., pág. 90).

"lbid., pág. 89.

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provoca por sí solo-, toda vez que la aparición de la uestan;p la forma especular reflejada, simboliza "la permanencia tal del yo [ie] al mismo tiempo que prefigura su destinad alienante".52 No se podría expresar mejor (que en esta pasmosa) el modo en que dos aspectos antagónicos se tran aquí (especularmente) conjugados.

Habida cuenta de nuestro propio propósito, no deJemosí observar también el modo en que Lacan, al hablar de cap ra, de cautivación imaginaria, de lo que lleva al human caer presa del espejismo de la apariencia que le reenvía,. imagen escópica, viene a mostrarse parejamente canfor con los acentos -semejantes- de F. Dolto que hemos podÍí comprobar, al fustigar de modo similar la trampa del enci, rro especular. Como mínimo podemos deducir, pues, que h.~ aquí un punto de acuerdo fundamental por el que uno y of aseveran la existencia en la imagen (visual) de aquello q aliena la verdad del humano. En este aspecto, los encontr:· mos -finalmente- al unísono.

Y si las cosas son así, tenemos con ello una primera dicación de que lo que atacaba principalmente F. Dolto, y co: tanta energía, era en realidad la concepción que hem, calificado de abusivamente dominante del espejo (aquell que positiviza el proceso de este último), y que por lo tant¡ en sí misma, es sólo un aspecto indebidamente aislado (pd contrasentido) del cuadro de conjunto trazado por Lacan. $ sabiendas o no, ella embistió contra lo que, de hecho, es na · más que una opinión sesgada, en contrasentido, sobre el a canee del estadio del espejo, para denunciar ipso facto la confusiones resultantes. Porque: ciertamente no, el estadf, del espejo no tiene (sólo) valor estructurante en sí.

En cuanto a Lacan, él formula cabalmente en términos alienación esa negatividad que por su parte aísla y profillf <liza cada vez más en el corazón mismo de la salvación qu el espejo parecía constituir, sin embargo, en sus efectos.

Insertábamos al respecto un extracto donde se daba cueb. ta de esa dualidad presente en la descripción del espejo prd

ó2 !bid., pág. 88.

<lucida por Lacan, una dualidad que por otra parte podría­mos seguir a la letra en su texto de 1949,. sordamente bifronte. Pero entre todos los enunciados que conjugan los dos aspectos del fenómeno especular, el más significativo está sin duda en la audaz expresión compuesta que le.hace hablar de una "identidad alienante" .53 Cómo designar mejor esa ubicuidad del espejo que se ofrece para proporcionar la solución identitaria que aporta la imagen reflejada-lo cual resuelve la tensión de la dislocación original-, pero al precio de advertir que esto se paga, en lo que señala Lacan al respecto, con una alienación radical manifestada justamen­te en la imagen como tal y por ella.

Y una vez más esto torna comprensible (cuando no excu­sable) el que pueda haber razones para titubear en cuanto a la recepción de este relato lacaniano, relato legendario de nuestros orígenes especulares. Porque, una de dos: o bien se lo sigue de modo preferencial en el valor preeminente que otorga a la producción para el humano de un esencial (o existencial) encuadre identificatorio, identitario -el térmi-

. no "identidad" está presente en la expresión precedente-, o bien, a la inversa, se deja uno sensibilizar más por todo lo que esto despeja cruelmente en cuanto a un verdadero des­cuartizamiento del ser, y es aquí donde se encuentra la "alienación" (y la Discordia).

Hasta cierto punto, esto nos conduce a señalar de nuevo una suerte de paso cruzado, de quiasma entre las vías se­guidas por Dolto y Lacan. Porque si F. Dolto partió de una denuncia vigorosa de lo especular en tanto tal (y de una manera· que al final viene a coincidir con el alcance teórico del plan­teamiento de Lacan), sin embargo subraya y valora la adquisición identitaria del espejo en la medida en que éste procura (bajo ciertas condiciones) al sujeto las razones para sentir que es más sí mismo, justamente, en su cuerpo (se­parado de un prójimo). Mientras que Lacan, opuestamente, terminará acentuando más el precipicio imaginario en el que nos aliena el encuentro especular. Habiendo partido de

"'!bid., pág. 90.

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un punto de vista crítico, F. Dolto termina celebrando. s.t beneficios subjetivos (aunque siga mostrándose acerba ce los inconvenientes inherentes al yo), mientras que él, qtí~ partió de descubrir el florecimiento especular, hace de dic.J encuentro el resorte de la discordancia del ser en aquello q condena al humano a la tragedia de lo imaginario, ·

La cita de un nuevo párrafo permite destacar aún mej esta doble tonalidad implícita del planteamiento de Laca al explicarnos de qué manera a esta imagen especular, "au que alienante por su función extrañante, responde u satisfacción propia, que depende de la integración de ~) desaliento orgánico original, satisfacción que hay que con¡:~· bir en la dimensión de una dehiscencia vital constitutiva hombre y que hace impensable la idea de un medio que. esté preformado, libido 'negativa' que hace resplandecer nuevo la noción heracliteana de la Discordia, considerad por el efesio como anterior a la armonía". 54 En su fuerz; enunciativa, es éste un pasaje clave en el que volvemos.l hallar, cuidadosamente reunidos en su perturbadorá yuxt<J.: posición, los diferentes aspectos cuyo antagonismo hemo;1 puesto de relieve. Obsérve en particular de qué manera. hasta en esa desembocadura final, Lacan otorga poco crédi a la idea de que lo especular pueda traer o restaurar algu armonía cualquiera. Cuando lo que se nos revela es más bie -así sea por comparación con el apaciguamiento engaños que él nos permite- la figura de la Discordia.

Y de una manera lo suficientemente pregnante como par~ impedir que se pueda presentar esta doble articulación del discurso de Lacan -para resumir (y recogiendo sus térmi nos): tanto identidad como alienación- como conducente·~ un propósito finalmente equilibrado en el que habría espaci<) para los dos aspectos conjugados, dos componentes en parii. dad en el conjunto de un proceso que uno y otro caracteriza.:. rían.

Nada en Lacan corresponde a semejante concepción equic librada, y el balance de la experiencia especular no se pre-

"!bid., pág. 108.

senta en absoluto para él en forma de balanza equipotente, a partes iguales. Sólo al precio de una lectura formal, sostenida en dos tiempos, se hace posible discernir en el fenómeno especular estos dos aspectos (identitario por una parte, alienante por la otra). Pero la verificación de esta dua­lidad no autoriza a proponer de ella una presentación sime­trizada, equilibrada, entre un lado + (la salida identificato­ria salvadora) y el lado~ (de la alienación que se confirma aquí por la efigie de la imagen).

¡Porque jamás podríamos hallar, en todo caso bajo la plu­ma de Lacan, la expresión balanceada de semejante (bello) equilibrio, ni siquiera implicando una suerte de posición con matices que en ningún momento lo vemos expresar y que de todos modos no es propio de su estilo! ¡Si nos mantenemos en este nivel esquemático (y para arriesgar la idea de un balance del espejo, de la operación-espejo), nos vemos obli­gados a decir que, en Lacan, el "menos" (de la hiancia) prevalecerá ampliamente sobre lo que incluso con eso puede apenas-salvo para plantear la problemática- ser llamado un "más"l

Porque hablábamos de una salida salvadora, cosa que desde cierto punto de vista la constitución identificatoria del yo sería cabalmente. Al fin y al cabo, ¿no es ésta para el niño una decisiva etapa resolutiva que lo humaniza, más allá de la locura ?55

Y no cabe duda de que Lacan tiene que reconocer el valor y el alcance de lo que se estructura en el pasaje por el estadio del espejo: ¡él fue su inventor y su promotor! Pero nada indica que esto lo conduzca a referirse a él como una salida que sólo vendría a moderar las zozobras de lo que precede. Porque esta presentación, que ya era tendenciosa, supon­dría derivar su planteamiento (incluso en cuanto a la frag­mentación) hacia un sentido psicogenético,56 y por lo menos

55 Y esto contribuye a hacer comprender esa especie de "adhesión" de F. Dolto, quien primero fue tan severa con el espejo.

56 Por el contrario, G. Le Gaufey cree oportuno recalcar que la frag­mentación se produce más bien después del espejo, que organizará este fantasma a posteriori (cf. op. cit., pág. 75).

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forzarse a ver una salida, una solución, mientras que él p.gi en evidencia sobre todo sus marañas, sus complicaciones su carácter de atolladero.

En efecto, no se puede ver una solución, y menos .aí "feliz", en algo que conduce a alienar al humano o a revel: su alienación, y en este aspecto el espejo es sólo el disposití ficticio que viene a ratificar, a confirmar, a (de)mostrar ¡); sujeción irreductible a los sortilegios de lo imaginario. ;;

Lo que patentiza para Lacan esa suerte de precipitad' (en los diferentes sentidos del término, incluido el químiC'' de precipitación sobre la imagen del reflejo, de urgencia d. medida hacia lo imaginario alienante, es el vacío de., hiancia que surge de este lado del espejo. Ese engullimie especular no es lo que es, en todos sus pormenores, sino proporción a la grieta esencial (en el ser) de la que él co tituye el inútil relleno, el pálido revoque. Y ello termina reforzar más bien -por si hiciera falta- la manera en q Lacan desconsidera el supuesto valor de la experiencia espejo. El espejo es una pobre solución que fija al humano lo imaginario con sus distorsiones alienantes, y a la vez insuficiencia de este proceso se refuerza aun más, s(. posible, al indicar de hecho una irreductible flaqueza del S! al cual intenta -pura ilusión- conceder el paliativo de vanidad.

Es poco decir que el cuadro trazado por Lacan al térm· de su descripción no nos deja apenas la ilusión de algún cantamiento posible, puesto que hace de nosotros, en rig' seres embrujados y embaucados por la ilusión (de la im gen). Y apenas si podemos tratar aún de proponer el anodi· apólogo del vaso y su contenido, aventurándonos a consid: rar que si algunos pueden ver el vaso del espejo medio lle (de la permanencia identitaria que él instaura), Lacan, cambio, hace valer más el vacío que esto revela y has,t acentúa en la oquedad de la consistencia real del ser. ·

En resumen, es como si Lacan -más allá de lo quE) mismo insinúa- no entendiera que el espejo es una sali( no reconociera a esta última como solución salvadora, y e!I porque está mucho más atento al problema que tal presunt

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solución vendría a resolver; un problema que se revela po­seedor de una amplitud irreductible por cuanto contiene, de hecho, todo lo que constituye la discordancia del humano, esa Discordia esencial que no le deja más escapatoria, jus­tamente, que el encierro por el cual queda sometido a las zozobras de lo imaginario.57

Y, digámoslo, hay que esforzarse mucho -riesgo que no obstante hemos asumido- para leer, en todo caso en forma duradera, otra cosa en Lacan, en "su" estadio del espejo, que estas tenebrosas visiones conclusivas. Frente a las cuales -ya no cabe volver a ellas- toda lectura exclusivamente positivista, por más "dominante" que sea, pertenece clara­mente al contrasentido. Y más adelante justipreciaremos mejor aún todo lo que se le contrapone -y de manera por entero consistente- en Lacan, todo lo que se contrapone a una visión que extraería su dominancia del reaseguro inclu­so falaz que ella comporta.

Considerar simplemente que se pueda al menos encon­trar, al final, una suerte de balance ponderado, una presen­tación equilibrada del espejo, es incluso algo así como una última ilusión formal que nos será preciso disipar. Es un poco pronto, sin duda, para percibirlo de manera plena, pero ya llegaremos a comprender de qué modo el balance final de su exposición del espejo se orientará sobre todo en el sentido de hacer oír y resonar en éste toda la negatividad que la imagen pudo parecer, en un primer momento, recubrir para nuestros ojos cegados.

Ya hemos podido despejar el modo en que el espejo fun­ciona estructuralmente como pantalla de la falta, de una falta esencial, falta en ser cuya grieta él descubre y ahonda. Y no tardaremos en advertir cómo llega Lacan incluso a su­perponerle la figura apenas velada de la muerte, siempre cerca, es verdad, de golpear a Narciso.58

57 Reléase á este respecto la requisitoria que Lacan destina a Sartre (en el texto de 1949, El, pág. 92) preguntándose si no convendría dirigirla también a él mismo.

5s El, pág. 176. Cf. el modo en que esto conduce a Lacan a evocar una "tendencia suicida".

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Y no es para sorprenderse si toda esta elaboración Lacan en su reseña del estadio del espejo puede ser vincuJ da -lo que él hace, además, explícitamente- a la man~. fulgurante en que Freud, tropezando también él con lo q del yo es resistencia, viene a promover como instinto [í( tinct] de muerte. Cuando se examina esto, surge con cla dad -y aquí mismo ya se lo percibe en su distinción- que quien está más cerca Lacan es de este Freud, del Freud d Todestrieb. Hasta podríamos decir que éste es el Freud q lo fascina, tan cierto es que lo que de punta a punta no dejá de perseguir (y aquí desde el comienzo) es, "más allá principio de placer" (en el fondo el único texto esencial),{ sentido y la esencia de la pulsión de muerte.

¡Pero decirlo así (en forma de notaciones todavía alusiv\'l parecería suponer que su avanzada del espejo viene a insc birse como en el término conclusivo de una evolución! Cu do en verdad todo esto está presente de alguna man_ desde los primeros desarrollos, y ya a partir de aque equivalencia de estructura entre la situación especul propiamente dicha y la relación primordial con el otro, des, el momento en que se califica a esta última de fundamenta mente atravesada por los celos, la agresividad, la rivalid:, asesina, etc. Volveremos sobre esto, con detalle, en el pró~ mo capítulo.

De modo que, progresiva e insensiblemente, lo que era júbilo pretendido revela más bien su cara gesticulante (11 modo de reencontrar las muecas de las que hablaba · Dolto). El júbilo vira a "risa forzada'', por decirlo así además tal como los psicólogos muchas veces lo menciona Porque mientras que se trataría de reconocer primero vida en acción, la vida ejerciéndose en ese advenimíe!l: salvador a la imagen de sí, Lacan, digámoslo, se dedica_, más bien -de a poco, esto llevará cierto tiempo (aunq~ estuviese ahí de entrada)- a hacernos discernir algo de l maldición y la muerte en el acertijo visual que el estadio d1. espejo representa. Bajo la imagen lenificante y engañosad una (re)conciliación corporal unitaria, Lacan se mete/. abrirnos los ojos y a ponernos delante, sucediendo a las frac

1<:n

turas de la fragmentación, aquello que fabrica en la sombra la figura de la muerte a través del imperceptible centelleo de lo real.59

Pero, de momento, todo esto es aún una anticipación. Aun cuando estos elementos estén presentes desde el inicio-con la evocación de la "Discordia original''-, Lacan necesitará tiempo antes de desplegarlo. Se requerirá toda una elabora­ción que no cesará de acentuar esa dimensión de la grieta, de la falta y de lo real, hasta el punto de revelar entonces lo que podía haber de engañoso en las primeras versiones, y por más de una razón; o en su interpretación tendenciosa. Por­que, lo repetimos, ahí estaban todos los ingredientes que impedían ver en la experiencia otra cosa que recomposición saludable del rompecabezas corporal del ser; y destacando que sólo por ceguera podemos continuar leyendo en el esta­dio del espejo una experiencia de consumación, sutura o completitud. Lacan hará de ella mucho más una experiencia de negatividad, cuando no la experiencia misma de la nega­tividad. Y quizás más desgarradora aún por cuanto es sin embargo inevitable, necesaria, como si en efecto hubiera necesidad de que se inscriba en la estructura la grieta del ser: que el espejo revela tanto como ofrece el señuelo "gorgó­neo"6º de su espejismo.

Antes de abordar el complemento que esto impone en cuanto a la elaboración ulterior de Lacan, es imprescindible una puntualización sobre la manera en que, en toda esta tumultuosa diacronía conceptual-donde la verdad compite con la equivocación (¡como decía Lacan!)-, evolucionó la situación del "diálogo" que hemos supuesto con F. Dolto.

Y a hemos podido señalar que, finalmente, las posiciones parecían haberse acercado mucho e incluso hasta el punto de sugerir que el haberlas creído tan divergentes al principio fue sólo producto del malentendido.

59 Una expresión similar delS II, pág. 142. Cf. también págs. 252 y sig. 60 Dicho sea como anuncio de la referencia que se impone al trabajo de

J.-P. Vernant. Citemos, por ejemplo: La mort dans les yeux, HaChette,

1998.

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Lo que ahora bs vuelve tan convergente·s-o lo que revf su profunda convergencia-es el hecho de que ambos, Lae: y Dolto, se reúnen en este contexto de lo especular p encontrar en éste la razón de estigmatizar la engañifa d~ imagen, la engañifa de la captura alienante en lo imagir rio. Puesto que, también en F. Dolto, toda la paradoja d~ expresión "imagen del cuerpo" reside en que está destin a poner de manifiesto lo que trasciende al plano de la ima (especialmente escópico).

Uno y otro, tanto Dolto como Lacan, obran así de concieí para hacer oír lo siguiente: oue la verdad del ser no pu decirse en la imagen, que no se la pli.ede leer en la ima, ·· especular, donde, en rigor, ella se pierde.

Indiquemos solamente aquí que es en este común señ · miento del carácter falaz y engañoso de la imagen do ambos coinciden además sobre un punto de doctrina abso tamente clave, por cuanto atañe a la distinción fundamern que se plantea entre el yo y el sujeto, y donde el sujeto (d~ inconsciente) tiene que desembarazarse de la infatuad' del yo enteramente asignado al artificio engañoso de la i gen especular. Lacan y Dolto están aquí en acuerdo conc tual, y sobre un tema de fondo. 61

Y hemos visto de qué modo F. Dolto, en cuanto le atañ aislaba de modo primordial en el espejo la función misro', nativa para ella, del sujeto -una de sus tesis más caracte-~ ticas- antes de quedar en cierto modo entrampado por espejo en la confusión del cuerpo visible, cuerpo del yo.6~

Dicho esto, una vez que F. Dolto pudo hacer oír sus .. ¡;· ticas y cuestionar una concepción de la experiencia espec lar incorrectamente apreciada como valorizante -aunq,·

61 Tema del cual el primero hizo en particular la materia de todo, Seminario II. Nuestras consideraciones presentes no agotan sin emb;;, gola vasta problemática del sujeto entre Lacan y Dolto.

62 Tal es el sentido de lo que encontramos desarrollado en una de páginas más sobrecogedoras de su libro (IIC, págs. 131-132). Pieza q debe ser incluida en el dossier crítico consistente en profundizar la ri ción de sujeto en F. Dolto; donde cabría replicar que se trata de un sujé' de la plenitud y no de un sujeto dividido(?)_

tal vez debido a un desconocimiento por lo menos parcial de lo que había planteado Lacan en su conjunto-, se pudo comprobar que entonces no sólo el estadio del espejo no le significaba ya un problema, sino que hasta podía ser inser­tado plenamente, de pleno derecho, en la armadura de su conceptualización. Basta para ello con que pueda quedar integrado en ésta en calidad de operación de "castración" simbólica por el Otro, castración llamada "simbolígena" que permite de ese modo la superación mutacional para el su­jeto. ¡Con esto, ella lo convierte en un estadio!

Entonces el estadio del espejo entra en las filas de la con­cepción doltiana -aun cuando también sea en ésta un punto de cierre- desde el momento en que se inserta en la serie de las operaciones castradoras, mutacionales de promoción del sujeto. Es decir que en ese momento F. Dolto puede ensalzar sus méritos, por decirlo así, describirlo ella misma valori­zándolo, y esto aunque pueda susbistir en sus enunciados una reticencia residual referida a los atolladeros narcisistas del yo.

Alguien como D. Vas se -quien sin embargo se inscribe en la misma línea de pensamiento- será en cierto modo mucho más exigente al enunciar la necesidad de una verdadera desinstalación de la imagen -imagen de sí, imagen en el otro-, condición requerida para que surja la posibilidad de una auténtica alteridad en una palabra compartida.

Puede considerarse que F. Dolto no es tan serveramente irreductible con respecto a la imagen, por lo menos cuando están reunidas las condiciones simbólicas que permiten su superación (su "asunción", como dice Lacan). En este senti­do, debemos decir que F. Dolto abre como siempre las vías de una desalienación posible, mientras que Lacan no cesará -digamos, para ir rápido- de poner en evidencia la trama de una irreductible alienación.

Recordemos para terminar que, en el corazón de todo el enunciado primeramente crítico de F. Dolto, se movilizaban dos puntos (complementarios). Por un lado, lo referido a la imagen falaz, entrampadora; por el otro, de manera correla-

1 "º

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tiva, lo que por contraste se entiende que debe resultar} movilizado en carácter de intervención del Otro (simbólico)¡ y que, es requerido para el atravesamiento de la pruebá: especular. .

Sería tentador decir que, en cuanto al primer punto, F, Dolto tiene motivos para estar en total acuerdo con el sentido de los enunciados que le presenta su interlocutor cori, referencia a las zozobras de lo imaginario. Puesto que, uni3, vez más, todo el aparataje del estadio del espejo primer versión le habrá servido a Lacan sólo con este fin: resaltar. esa función perniciosa de lo imaginario, referido a la figura: del espejismo, figura "miraginaire", * se atreve a decir, queY es la del yo.

Sobre este primer punto, las reservas fuertemente crítil: cas de F. Dolto revelan pertenecer, pues, al mismo registro, de lo que constituye el sentido del mensaje de Lacan, y ello en la medida en que se trata de resaltar la dimensión proc piamente imaginaria -y alienante- del espejo.

Tendremos quizás más dificultades cuando sea cuestión de abordar el segundo punto: la necesidad (subrayada desde un principio por F. Dolto) de una mediación simbólica. ····

I-ero todavía no hemos llegado del todo a eso, es decir, al: Otro (gran AJ. Antes, tenemos que seguir a Lacan en lo que: ·· todavía se propone despejar en materia de relación con lá imagen, es decir, con el otro (pequeño a).

*Neologismo forjado por Lacan, condensación de los términos imagi­naire, "imaginario", y mirage, "espejismo'~. (N. de la T.)

1 C:A

6. EL ESPEJO FRATRICIDA

Para captar ahora más exactamente el tenor de las verdade­ras apuestas del estadio del espejo según las concibió Lacan, es indispensable volver a las observaciones que pusieron fin al capítulo precedente; pero ello, no sin haber ajustado cuen­tas con la idea de un estadio del espejo que sería simplemen­te estructurante. Puesto que, si lo es, esto sólo puede enten­derse por promover la instancia del yo y así comprometernos como humanos, involucrarnos en una estructuración en­trampadora, "alienante", como dirá una y otra vez Lacan: la de lo imaginario.

Para percibirlo mejor aún, nos resta dejar explícitas al­gunas de las alusiones que acabamos de efectuar y por lo tanto poner en evidencia lo que hasta ahora hemos presen­tado de manera formal, contentándonos con recordar el mo- . do en que la experiencia del espejo inscribía la prevalencia de la dimensión imaginaria, cuya instalación ella revela y constituye. Pues ésta es, en efecto, la manera más pertinen­te (e insistente) de caracterizar al estadio del espejo lacania­no. Este estadio marca, podríamos decir, la entrada del pequeño humano en su morada imaginaria, es lo que oficia­liza esa sujeción del humano a lo imaginario, es lo que entroniza al yo en su subducción imaginaria, lo que ratifica la sumisión -o la seducción- del hombre por el campo de lo imaginario.

Pero más allá de·algún efecto de jerga, ¿qué querrá decir

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todo esto? O más bien: ¿qué implica esto "concretament como se dice?

Va a abrirse aquí toda una nueva etapa de nuestro arrollo. Porque responder a esta interrogación de conju: nos permitirá examinar mejor cuál es la lectura del prd Lacan, cuáles son el tenor y la mira de su relato de lo. pecular, cuál es, según él, su sentido verdadero. En el fon ¿qué quiso decir Lacan exactamente al "encapricharse" modo tan duradero con el (estadio del) espejo?

Así pues, la "alienación", término que hemos retom -al ser el leitmotiv de la descripción que hace Lacan de, efectos (constituyentes) del espejo-, ¿qué designa exac· · mente? Pues bien, ésta es una pregunta bastante fácil responder, y precisamente en correspondencia con tod~ que acompaña a la temática especular en Lacan. Por< lejos de interpretar -a la manera de un psicólogo- la ex~ riencia del espejo en tanto podría señalar alguna coincid~ ciacon la imagen (del reflejo), Lacan subraya más bien, síl la extrañeza (ya que, según él, el niño se reconoce primerc{i. ella), por lo menos lo que la hace distinta, otra, y la caraC" riza en su alteridad, vale decir, en su disemejanza.1 Es aunque sólo sea por la (di)simetría del hecho especular q_i presenta dicha imagen en forma invertida.

Vale decir que, fundamentalmente, esta imagen que presenta como una imagen (visual) de sí, como un reflejo sí, y en este carácter como figuración de mí,* pues bien, e· distinta, otra. He aquí una primera (doble) enseñanza estadio del espejo: el yo tiene la consistencia de una ima@. (y esto es lo que designa lo imaginario) y esta imagen se,i aparece en una alteridad intrínseca, en el mismo caráct que un otro, así se lo llame semejante (con lo que tenemos

*En francés~ el término correspondiente a los pronombres "mí" Y:'..': es moi. En casos como el presente la traducción no puede evitar traµ· cirlo por "mí", pues de lo contrario incurriría en agramaticalidad. (N.· la T.)

1 Término que puede hacer referencia al trabajo de G. Didi-Hubé: man, sobre todo Fra Angelico. Dissemblance et figuration, Flammario 1995.

nuevo la alienación). Dicho de otra manera, esto instaura una suerte de equivalencia -por más paradójica que sea al estar marcada (y sesgada) por una alteridad deformante-, de equivalencia entre yo y el otro.

El yo es como un otro, el yo es un otro, y por lo tanto hay equivalencia entre lo que se juega en la relación con el semejante (con el pequeño otro, dirá Lacan) y lo que opera fundamentalmente entre "yo" y lo que de él me es reenviado como reflejo escópico en el espejo. Estas dos relaciones son estrictamente del mismo orden (que ellas definen): el orden imaginario. Y esto es lo que Lacan designa como relación ima­ginaria -se trate, en suma, de mí y/ o del otro- a la cual aplica por este hecho un mismo etiquetado algebraico a-a'= yo /el otro.

Si esta descripción evoca de modo inevitable lo que Freud denominó narcisismo -es decir, la conceptualidad (freudia­na) en la cual podemos decir que Lacan se sumerge con su estadio del espejo-, queda sugerido que, en consencuencia, podría esperarse que se hable aquí de amor, en tanto amor a la imagen, a la imagen de sí, toda vez que el dispositivo del espejo no hace otra cosa que recoger, punto por punto, la confrontación óptica de Narciso con su reflejo.

Pero el amor no es la dirección que Lacan va a tomar aquí en primer término.2 En este contexto, el amor no le parece la dimensión más pertinente. ¡Una vez más, "su" espejo, aun cuando evoque la fábula (de Narciso), no vira decididamente a la elegia!

Podíamos preverlo: si Lacan da cuenta de esa revelación llamada imaginaria (es decir, relación con el reflejo como semejante) con el carácter de una esencial alienación, no es para econtrar en ella una armonía que, sin duda, nada tiene que hacer en toda esta coyuntura especular.

De hecho, resueltamente a contramano de semejante vi­sión ideal de la relación con la imagen (alias relación con el "pequeño otro"), lo que Lacan sitúa en el lugar mismo donde

2 Salvo en forma alusiva, pero entonces para evocar el amor-propio a la manera de La Rochefoucauld.

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se articula esta relación imaginaria-a lo largo del segmeI11 a-a' de su álgebra-3 es todo menos amor, puesto que aquf localiza más bien los resortes de la agresividad inberente humano.

A través de lo cual podremos dar así un paso decisiv' radical en esa especie de deconstrucción del espejo, de d mantelamiento que constituye el espejo (lacaniano), en< medida en que es, en rigor, lo que le sirve a Lacan p desmontar los efectos engañosos de un espejo psicoló supuestamente mimético. Y en particular, el resultado. ahora la articulación fundamental de la agresividad entre y el otro. Si hay narcisismo, no es tanto, como piensa el vuli (el de la concepción dominante), en el sentido del amor á mismo, sino más bien en el de que esto vendrá a alimen.t1 una suerte de odio al otro; lo cual, por otra parte, no dej · de tener repercusiones incluso mortíferas en aquello que enlaza (me aliena) a mí mismo con mi imagen.4 <

Sería tentador deducir de esto, sin llegar por fuerza;. cosquillear por el lado de Rousseau -aunque no carecería · interés-que para Lacan, si el hombre no nace bueno (¡supé niendo que tal es, invertido, el mensaje de Rousseau!) ~ porque nace doble, digámoslo así, o desdoblado, apresadoé1 la tensión de que es portadora la relación imaginaria, qü opera en la duplicidad confusional yo-el otro donde el otro e. también el que me sustrae a mí mismo algo de mi propf identidad, tan fundamentalmente me arrebata mi image la imagen en la que -para jugar con el imperfecto- yo iba (re)conocerme.

Todo cuanto viene así a caracterizar esa tensión de re! ción llamada imaginaria a-a' confirma lo que hace de ell¡ duplicidad constitutiva en la que el otro me sustrae, m\. arrebata (sic)* a mí mismo, y en la medida en que al mism.'

* El verbo ravir, que tráducimos por "arrebatar", significa tambie "encantar", "embelesar". (N: de la T.)

3 Que encontramos desplegada en el famoso esquema L. 4 Y es en relación con esto como Lacan, no sin la esperable referenCi

a Narciso, evoca algo de una tendencia suicida (cf. El, pág. 176 y tambié' ,, 116, 165).

tiempo me aparezco ante mí mismo, así sea con rabia, como un otro; un otro que soy, efectivamente.5

Es comprensible que esto conduzca a Lacan a.hablar de alienación y más tarde de separación: dos modalidades que intervienen en dicha relación. Porque no es sólo que un otro venga a sustraerme la imagen que yo tenía, sino que tam­bién, y sobre todo, esta imagen misma está "alterizada", "al­terada", y yo estoy intrínsecamente separado de ella porque ella me hace otro. Por lo pronto, debido a que ella es imagen, lo cual implica sin duda cierto efecto de extrañeza, como se advierte con sólo tomar en cuenta la inversión que disloca su lateralidad. En este aspecto, el colmo es que lleguemos a "reconocernos" en una imagen así deformada de nosotros mismos (en espejo), mejor que en la imagen del video, por ejemplo, que sin embargo es más exacta, más "semejadora". ¡Signo de que nos reconocemos más, o mejor, en lo diseme­jante y por él! ¡O de que lo así llamado semejador [ressem­blant] no hace más que -literalmente- redoblar lo semejan­te [semblant]!

Así pues, aquello que Lacan aporta con su famoso espejo constituye también la matriz de la relación con el otro tal corno él la concibe: hecha de esa tensión rabiosa, de agresi­vidad original. Ahora bien, cuando Lacan apunta claramen­te a un efecto de estructura nativa, es preciso tener cuidado y no psicologizar las cosas. En particular, conviene cuidarse de interpretar esa conflictividad relacional sólo en térmi­nos de lo que sería la villanía -¡o la maldad!- del otro, que supuestamente me sustrae algo que me pertenece.

No es sólo que el otro me haga algún mal (al hacerme equivocar); pues esto supondría que ya hay yo, que me encuentro luego frente al otro. En verdad, el hecho de que el otro emerja en esa tensión agresiva, de que en esta forma aborde yo al otro (y lo constituya corno tal) hace que en última instancia yo conciba al otro con odio. No es que se­cundariamente el otro padezca del odio que yo le dirijo. Hay

5 En referencia al tema del trabajo de P. Ricceur, Soi-m€me comme un autre, Le Seuil, 1990.

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aquí una dimensión mucho más primaria (¡cuando no primi;; tiva!), mucho más constitutiva o constituyente. 6 El otro no es causa de lo que me coloca en tensión de. rivalidad, porqué esta tensión misma es la que crea al otro (¡y a mí, además!} el otro nace de esta dualidad, y yo también.

Podríamos decir que en un mismo movimiento (de tensió . rival y odiosa) emergen simultáneamente yo y el otro, el otr· como reflejo depredador de mí, yo como otro sustraído ... a u yo mismo jamás tan mismo como parece. .

Lo que puede desvirtuar la perspectiva correcta es qu~ la psicología (¡del yo!) atribuye al otro el suscitar secunda riamente la proyectividad del odio, de mi agresividad. Y~ hago entonces del otro la causa de un mal -que él ni. haría-y que en verdad no se debe tanto a él como al efect1. de estructura discordante del humano. He aquí otro as.º pecto de esas "fisuras" que Lacan señala, un aspecto qúi no es sólo sexual en este caso y del que sin embargo 1 humanidad padece: ¡esa primera mentira del odio que no lleva -pero ¿por qué?- a hacer al otro culpable y/o respon sable de lo que finalmente, de manera simétrica, él e "víctima" tanto como nosotros!

Al abordar las cosas de esta manera, al acentuar es aspecto dislocado del ser, del ser-otro (de lo que "heteriza" ser y al alter), Lacan polariza una dimensión de agresivid3c' intrínseca, cierta forma de salvajismo feroz primordial, y! hace evocando aquello de: ¡"el hombre es el lobo del hombre]

Por otra parte, nada es más característico de Laca· cuando encara esta cuestión del otro, en la prolongación d~ su estadio del espejo-ahora en el famoso texto de laEncyclc pédie familiale de 1938-, valiéndose de un término má significativo aún por cuanto ya no volverá a tomarlo de ei! manera, a saber: el término intrusión, que él introduce po medio de la idea, original e inédita por entonces, de "compl jo de intrusión". 7

Lo cual equivale a decir que el otro aparece según el moc]'

6 De lo cual da cuenta, sin duda, el "odioenamoramiento". 7 Cf. A. Vanier, Lacan, Belles Lettres, 1998, pág. 34.

de la intrusión, de un modo intrusivo, que el otro hace in­trusión en mi mundo. Tampoco esto hay que comprenderlo en la vertiente psicológica de que habría ya un mundo, mi mu:cdo constituido en el cual el otro vendría secundariamen­te a hacer intrusión. Muchas veces esta manera de ver las cosas se insinúa falazmente en el pensamiento analítico, mellando, desde un punto de vista cronológico y desarrollís­tico, el resorte de la dualidad (freudiana) primario/secun­dario.

Así pues, no es que el otro surja intrusivamente en el ya­ahí de mi mundo. No hay ningún ya-ahí de mi mundo. Por­que mi mundo sólo podría aparecérseme al mismo tiempo que aparece el otro, puesto que es también por el otro -y en tanto otro- como se fabrica el yo.

No estoy primero yo, y después el otro; no hay yo "antes" del otro. Porque es también el otro el que "permite" el yo; y esto además me hace tener la impresión, la ilusión de que me lo arrebata al alterarlo.

¡El enigma (¿ético?) sería entonces saber por qué, en lugar de estarle reconocido al otro por permitirme ser yo, le "re­crimino", como se dice, el no hacer que yo lo sea (un sí mismo)* sin él!

Si hay "intrusión", entonces, es en el sentido de que la relación en tanto imaginaria es la que hace intrusión, de golpe, de un golpe de espejo, para constituir un mundo re­lacionado sobre el fondo de un caos que lo desconocía, en el no advenimiento del ser (reflexivo y/o recíproco). Esto es, a no dudarlo, lo que hace de la relación (imaginaria) una resolución para la anarquía original, para el caos primigenio (del cuerpo sentido como fragmentado). Pero la posibilidad de que constituya un acontecimiento feliz -aunque sobre el fondo del nacimiento del yo-puede verse impedida al resul­tar yo mismo embaucado por el advenimiento simultáneo del otro, que acompaña inevitablemente a esa resolución. Desde este punto de vista, la llegada del yo se vería menos-

* En el original, juego de homofonía entre sois, "(yo lo) sea", y soi, "sí mismo". (N. de la T.)

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cabada, como siempre, por el desdoblamiento que implica~ necesaria aparición adyacente.del otro. '<

¡Puede decirse que el nacimiento del yo es siempre geme lar! Que todos nacemos gemelos, gemelos con el otro, yn ilusionamos creyendo que es otro, y nos empeñamos en co. siderar que tenemos que rechazarlo, cuando no anular!\ para ser: para ser uno sí mismo. Mientras que, una vez mái si lo somos, lo somos por él. . j

Todo esto nos ayuda a comprender mejor que no es cas~ª que en el año anterior a su gran reconsideración del estad~• del espejo, o sea, en 1948, Lacan efectúe una presentación.d.í esta misma temática, imaginaria, digamos, que pasa fund~ mentalmente por la dimensión de la agresividad, puesta;1., su vez en primer plano. 8 Al releer este texto se aprecia mejoÍ también la insistencia de Lacan en las imágenes y los f< tasmas de cuerpo fragmentado. En efecto, a sujuicio estos vincula a los resortes mismos de lo que él categoriza coI!l, agresividad intrínseca. De lo que expone entonces' limi(É monos a destacar la siguiente puntualización, reveladora d una perspectiva orientada: "No hay ·sino que escuchar lª fabulación y los juegos de los niños, aislados o entre ellos' entre dos y cinco años, para saber que arrancar la cabeza.: abrir el vientre son temas espontáneos de su imagin13.¡_j ción, que la experiencia de la muñeca despanzurrada no; hace más que colmar."10 .•

Y es entonces cuando queda bien explícito que el estadiQ' del espejo se encuentra parejamente caracterizado por lli eclosión, por la cristalización de la tensión agresiva que de un modo necesario implica la relación con el otro como ima,c' gen. "Hay aquí una especie de encrucijada estructural, en18,~ que debemos acomodar nuestro pensamiento para comprern der la naturaleza de la agresividad en el hombre y s relación con el formalismo de su yo y de sus objetos. Est¡of

8 "La agresividad en psicoanálisis" (El, pág. 94), con la acentuación:;-:­desde los primeros párrafos, del tema del instinto de muerte.

9 A lo largo de la "tesis II" (ibid., pág. 96 y sig.)_ JO Jbid., pág. 98.

relación erótica en que el individuo humano se fija en una imagen que lo enajena a sí mismo, tal es el enigma y tal es la forma en donde toma su origen esa organización pasional a la que llamará su yo."11

Y Lacan prosigue -aunque habría que citar todas estas páginas-: "Esa forma se cristalizará en efecto en la tensión conflictual interna al sujeto, que determina el despertar de su deseo por el objeto del deseo del otro: aquí el concurso primordial se precipita en competencia agresiva."12 No deje­mos de ver cómo se pide aquí implícitamente el auxilio de Hegel, y ello al modo-por la vía de lo especular-de asentar de modo intrínseco tal dimensión de la agresividad en el humano.13

Por ejemplo, "el yo aparece desde el origen marcado con esa relatividad agresiva", 14 lo que conduce asimismo a "aislar su noción de una agresividad ligada a la relación narcisista y a las estructuras de desconocimiento y de ob­jetivación sistemáticos que caracterizan a la formación del yo",15 e incluso a "la noción de una agresividad como tensión correlativa de la estructura narcisista en el devenir del sujeto"; esta última, como Lacan se esfuerza en demostrarlo, es susceptible de conducir directamente a la conflictividad edípica, por lo mismo que la identificación con el rival remite supuestamente a (y es preparada por) "una identificación primaria que estructura al sujeto como rivalizando consigo iTiismo". 16

No es de extrañar que estas consideraciones conduzcan a· Lacan al extremo de admitir una función estructural de la guerra, 17 al pasar por una evocación del Infierno de Dante.

11 !bid., pág. 106. [En la versión original de Ecrits, pág. 113, no dice énigme sino énergie, "energía''. ( N. de la T.)]

12 !bid. 13 Hegel y 1\1. Klein son en este contexto las dos grandes referencias

para Lacan (cf. aquí ibid .• págs. 107 y 115, y también pág. 331 y sig.). 14 !bid. ).; !bid., pág. 108. 1' !bid., pág. 109. H Jbid., pág. 115.

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Porque aquí hay algo que corresponde en forma directa· todos estos elementos que él conjuga elevándolos a carac rísticas fundamentales de la relación con el otro: tanto co sigo mismo como con el objeto; y en la modalidad, preciso e · decirlo, de lo que recibe, en efecto, una tonalidad infernal:

Ya hemos destacado la apelación, en este oscuro punto dé cruce, a las referencias eméritas conjugadas que son par Lacan los aportes de M. Klein y Hegel, respectivamentec Ellos alimentan un discurso, el de Lacan, que encuentra er esta coyuntura uno de sus puntos culminantes con la evocáf ción velada, pero insistente, de la muerte en general -a 1 · que ya hamos aludido- y del suicidio en particular. Par finalmente abordar "ese asumir el hombre su desgarrái miento original, por el cual puede decirse que a cada instan· te constituye su mundo por medio de su suicidio, y del qm Freud tuvo la audacia de formular la experiencia psicológi ca, por paradójica que sea su expresión en términos biológi"• cos, o sea como 'instinto de muerte'". 18 ... -,_

No alcanza con decir que si Lacan despeja aquí una con~ flictividad interna al humano considerada por él como carac" terística, de todas formas esto evoca algo de un encadena· miento infernal que encuentra una de sus expresiones más puras en los resortes de los celos, a propósito de los cuales Lacan produce de modo repetitivo el ejemplo que, evidente: ' mente, no podría ser más significativo para él, y que abreva en la fuente -hay que decirlo- de San Agustín, en lo relativ<f a los celos del hermano de leche. 19 Ocasión, en todo caso, de, reafirmar que "el primer efecto de la imago que aparece en el ser humano es un efecto de alienación del sujeto. En el otro se identifica el sujeto, y hasta se experimenta en primer término". 20

Vemos así a las claras a qué mitología original es capaz· todo esto de remitirnos. Como sabemos, Lacan no dejará de señalar luego el valor mítico de lo que Freud elabora en re-

18 Ibid., pág. 116; véase también págs. 133, 176; E2, pág. 534. 1' !bid., pág. 171. 20 Ibid., pág. 171, que remite una vez más a Hegel.

!ación con el padre -con la función paterna-, especialmente como padre primitivo (de la horda). Pero en este momento se nos remite más a la vertiente bíblica de Caín y Abe!, del asesinato fratricida en tanto asesinato primero.21 Como si ésta fuera, de hecho, la manera culturalmente posible de mitificar la relación primordial de tensión agresiva con el otro, ese otro que apenas si es un prójimo, puesto que la tensión conflictiva es también interna y se sitúa en uno mismo.22 Un prójimo que Lacan nos incita a asimilar al objeto -el otro como objeto es el sentido del deslizamiento a­a'-, pero un objeto que se presenta invasor, intrusivo: un objeto del que yo querría sobre todo deshacerme (más que conquistarlo).

A este objeto podría llamárselo objeto intrusional. Si se­guimos a Lacan por este camino, habría razones para consi­derar que antes de ser la apuesta de una búsqueda o conquista a él dirigida, tal vez el objeto (parcial, intrusional) es para el humano un objeto invasivo, un objeto que es preciso rechazar; y esto, así se lo confundiera con una parte del propio cuerpo-" Tal vez el objeto nace en el humano-des­de esta perspectiva- en el movimiento mismo de ese recha­zo, de esa repulsión. ¡Tal vez la pulsión es entonces primero repulsiva, re-pulsión! Más pulsión de desprendimiento (agre­siva) que de apropiación (libidinal), puesto que se trata de desprenderse del objeto.

En todo caso, si esto conduce a evocar la dimensión de un crimen primordial, debe apuntarse que se trataría más de un asesinato fratricida que del asesinato del padre.24

Ésta es una de las maneras en que se introduce la figura de la muerte, siempre presente de algún modo en el discur­so de Lacan. Aquí está directamente conectada con lo que moviliza la relación imaginaria a-a'. 25 En este nivel, la

21 Al que alude el texto sobre Les complexes fa1niliaux, Navarin1 1984. 22 r'Como otro", según P. Ricceur, op. cit. 23 Idea que se verá enlazada a la noción del objeto a. 24 Más allá de la conexión que entre ambos permitiría establecer

Tótem y tabú. 2s Lo cual puede ser así una manera por la que queda desconocido

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pulsión de muerte degenera de algún modo en pulsiónq! asesinato. Ella es repetición de la mentira primera const tuida por esa versión del asesinato fratricida en el que pierdo mi verdad tanto más cuanto que imagino que el o me la ha arrebatado, simplemente por haberme mira( fijo.* Hasta el punto de hacerme perder la cara: que (meH de todas formas invisible, que yo jamás vi ni podré ver, sal por él. De ahí que tampoco haya que polarizarse demasi do en el dispositivo óptico del espejo como tal. Después todo, en este contexto, es primero el otro el que es para como un espejo; es primero él quien me reenvía mi imag· y me hace ser yo.

Se comprende mejor, en todo caso, el valor de escena pr. mordía! que Lacan otorga a la situación descubierta por Sa. Agustín. Encuentra en ella el equivalente de la problemát" ca especular tal como el estadio del espejo le permiti primero, más espectacularmente, producirla. En ambos ca sos, se trata de descubrir la matriz de lo que constituye} armadura (armada) de la relación recíprocamente estructu rante yo/ el otro alrededor de la temática de los celos, que s vuelve primordial.

Hablábamos de la situación evocada por San Agustín que Lacan se complace a todas luces en citar con insistenci para recordar la intensidad del lazo de rivalidad celosa, fun: <lamenta! para él, surgida en este caso al contemplar a. hermano de leche atareado con el pecho de la nodriza. ·

Lo más sorprendente es que semejante evocación, y sobr!'i todo la manera en que Lacan la eleva a ilustración primor: dial de los celos esenciales que él descubre, hará que lo en contremos en un mismo terreno de investigación conjunto

entonces el valor simbólico de la muerte, cuando no su alcance constitU:·~.: yente para lo simbólico; lo cual será otra forma suya de reaparecer Pn PÍ discurso de Lacan.

*En el original, dé-uisag·é. Déuisager es "mirar fijo, mirar de hito étt hito", pero en un empleo popular significa "desfigurar, romper la cara":· Téngase presente que visage es rostro, cara, y la segmentación dé-uisagé apuntaría a la pérdida del rostro que se menciona a continuación. (N. de· Ja T.)

su cofrade F. Dolto. Y ello por cuanto ésta también abordó de un modo similar, muy tempranamente en su obra de psicoa­nalista (teórica), la cuestión de los celos a través de todo un trabajo relacionado con los celos hacia el hermano menor o que más bien¡;e designa como: "reacciones llamadas de celos (al nacer up'hermanito)".26 Un trabajo que pertenece a las primeras'¡Íroducciones de importancia de F. Dolto, por el mismo carácter y en los mismos años que su elaboración inventiva sobre la muñeca-flor.

¿Significa esto que F. Dolto, hallándose en un similar terreno (clínico) que Lacan, se ve movida entonces a dar cuenta parejamente de la importancia primordial de los celos en lo que constituye la relación interhumana? ¿Nos encontraremos en este aspecto con una similar visión amar­ga, cuando no desencantada, ante la fría constatación de celos virulentos que estarían profundamente enraizados en el humano y que se hallarían presentes de entrada en el pequeño bebé? ¿Quiere decir que F. Dolto daría muestras de la misma premura en dar significativa relevancia a la fábula clínica de San Agustín? A priori, esto no tendría que asom­bramos. ¡Y además, lo cierto es que, en este mismo contexto, F. Dolto nos hace el relato de una situación muy semejante con sus propios hijos como protagonistas, el día en que el pequeño Gricha, de veinte meses, mordió hasta hacerla sangrar a la pequeña Catherine, colgada del pecho de su mamá Dolto! 27 En esta escena no dejan de resonar las pa­labras (digamos "agustinianas") que Lacan pronuncia en ocasiones sobre la ferocidad nativa del niño.28

Y sin embargo, adivinamos que, sea cual fuere en este caso la similaridad de la observación, y aunque pueda existir en este aspecto cierta proximidad entre las puntualizaciones de Dolto y de Lacan, el paralelo se interrumpirá aquí rápida­mente y con toda claridad. Pues ahora tendremos que darle su exacta medida.

26 Trabajo fechado en 1947 y reeditado enAujeu du désir, op. cit., cap. 5, pág. 96.

2' !bid., pág. 111. "S I, págs. 255-256.

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Porque no es así: F. Dolto no concluye en una símil estructuración primordial tramada por los celos. Todo trabajo que propone en cuanto a la problemática ligada. hermanito (al nacimiento del hermanito) está destinado,p · el contrario, a sostener lo siguiente: que hablar de celos c motivo dela reacción-por más violenta que sea (cf. Gricha del hermano mayor frente al segundo (que hace "intrusió en su mundo), que leer esta reacción como un hecho bruto celos, pues bien, ¡esto es, según F. Dolto, un error interpretación! E incluso es, para ella, lo que podriam llamar un error de interpretación típico ... como los q exhiben más bien la estupidez de esos adultos prontos pa estigmatizar al niño y cargarlo con el anatema de un "¡inf< me celoso!" que adivinamos irremisible. A riesgo de ence.• rrarlo así en la rudeza de un veredicto proyectivo só( fundado en una lectura superficial y que no corresponde e nada a lo que la aflicción experimentada por el niño port·, en juego. ··

"Celos" aparece aquí como el término normalizante de que se sirve un adulto-fiscal para recargar (a riesgo de pei, petuarla) la conducta del niño, la cual puede ciertament verse acompañada de conductas vindicativas de agresión pero juzgarlas de ese modo equivale sin embargo a no ve: que lo que está en juego procede en realidad de una dinámic identificatoria que conduce al niño (mayor) a identificars -de manera regresiva- con ese ser nuevo que parece posee tanto valor, que parece ser un objeto de semejante valor, e decir, ese recién nacido al que los padres adulan. Entonces} "si esto es lo que hay que ser para (re)conquistar y conservar'· su amor", tal es el presupuesto que coloca al mayor en urnf situación de tensión entre el progreso dinámico en el cual se encontraba y la atracción regresiva por la cual ahora se siente. llamado. De aquí resultan, en efecto, tensión, conflicto, des~ garramiento, todo lo cual puede confinar con el "complejo" (de intrusión) del que hablaba Lacan. Pero F. Dolto, lejos de considerarla una situación original primera y fijada como tal, la expone de un modo que es preciso llamar más ... com­plejo. Donde lo movilizador no es tanto la retorsión agresiva

'M

del niño como una dinámica de amor que lo empuja a identificarse con lo que parece valorado por sus amados padres, de los que pretende aun más estima y reconocimien­to, y es para este nudo conflictivo para lo que busca una salida regresiva.

De paso podemos añadir aun que esta elaboración inter-pretativa de F. Dolto es de aquellas que pudieron confirmar­la en su conceptualización de la imagen del cuerpo, toda vez que esta última se manifiesta de modo preferencial en el plano clínico testimoniando esa capacidad regresiva. Esto es, que a un sujeto (niño) que se encuentra en un estado de peligro cualquiera, le sea posible efectuar una regresión; y aquí F. Dolto va a precisar: regresar de imagen del cuerpo a imagen del cuerpo, es decir, regresión a una imagen del cuerpo anterior por involución des-dinámica. Debemos to­mar nota de esto, porque está en juego nada menos que el fundamento clínico de la noción de imagen inconsciente del

cuerpo. Pero lo esencial que debemos retener por ahora es que el

desciframiento al que se ve llevada así F. Dolto en lo referido a la reacción ante el nacimiento del hermanito, no podría valer como justificación de celos fundamentales y esencia­les. Puesto que, lejos de tener que interpretárselos en el sentido de una animosidad nativa y prirrúgenia, lo que aquí está obrando corresponde a una dinámica positiva del deseo que empuja a la identificación. Si queremos decirlo con gran­des palabras, en el corazón del proceso F. Dolto sitúa más el amor que el odio. Tanto da que entonces sea la mala inter­pretación del amor lo que puede conducir, al revés, a accio­nes de odio reforzadas: ¡en primera instancia, no se trata tanto de odio hacia el pequeño otro como de amor (herido) hacia aquellos -los padres- que se han encaprichado con él! Si hay rivalidad, no es tan estructural en la aversión como eventualmente rivalidad en el amor al Otro, por el Otro, cuyo reconocimiento se busca.

De modo que, si seguimos a F. Dolto, fácilmente podría-mos deducir que el tipo de lectura producido por Lacan -di­rigido a plantear como primordial la tensión de rivalidad

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intrínsecamente odiosa yo/el otro- correspondería en es~' caso a lo que ella, F. Dolto, denuncia como interpretació¡ falaz y tendenciosa en términos de presuntos celos. De ahü precisión de su título: "reacciones llamadas de celos". .

En este sentido, Lacan caería bajo el efecto de esa espec~ de interpretación que podemos llamar malintencionadij, maligna, que denuncia con insistencia F. Dolto, de ese tip1 de reacción que, siendo de especie común en los adultos piJ; rentales, causa tantos estragos y estropicios en los niño~; ¡Lacan mismo caería en el error de limitarse a las manifes taciones pretendidamente fundadas en celos esenciale -­cuando no en la "maldad" de los niños! Y su caso se agrav __ encima, al encontrar aquí razones para generalizar y propo' ner una universalización de lo que a su juicio se manifiest aquí, si no como primordial pulsión asesina, al menos com algo que constituiría el costado asesino de la pulsión.

De esto podría deducirse que Lacan opta por mantenerse:, en el plano de lo imaginario, enfatizando su encierro como' dualidad (a-a') retorsiva, mientras que, implícitamente, F. Dolto prefiere de entrada destacar el encuadrado simbólico. en tanto capaz de evitar el carácter sin salida de lo ima-• ginario.

Desde este punto de vista, Lacan parece capturado en la sombría constatación de la relación agresiva y hasta asesina de pequeño semejante a pequeño (di)semejante, signo, en. todo caso, de un primordial disenso interbumano. Tal es el punto de partida de Lacan por el que cabe interrogarse, sobre todo si se quiere atender a la divergencia manifestada con F. Dolto. ¿Cómo explicar entonces la existencia, en el­primero, de esa inclinación tendencia! a discernir un polo irreductible de agresividad?

Hay razones para considerar que esto se debe a su filosofía y a su visión personal del humano-según nos la revela todo esto-, al margen de que esté fortificada, apoyada por el peso de su experiencia analítica. Pero quizás Lacan tenía a su vez razones para interesarse por esta cuestión del complejo fraterno, al que por otra parte menciona en su momento aludiendo a la situación particular de Freud, quien había

tenido un hermanito precozmente fallecido. Pero A Vanier nos recuerda que éste también fue el caso de Lacan.29

Llegados a este punto, apreciamos de todas -formas la manera en que el estadio del espejo se ve reducido por Lacan a su trazado básico, a su algoritmo algebraico, constituido precisamente por el vector a-a' de la relación imaginaria. Una relación que, aunque rija la resolución identificatoria, manifiesta no obstante, ante todo, la virulencia de la tensión que le es inherente, una tensión que corresponde a ese ti­roneo inducido entre yo y el otro, o yo como otro, puesto que tal es la incidencia en la que se ejerce primordialmente el dominio estructural de lo imaginario.

Lacan no ignora, ciertamente, la instanciación de lo sim­bólico, capaz de moderar al menos la rudeza de la ferocidad nativaobranteenel dípticoimaginsrioa-a'. ¡Ya veremos que él mismo es su promotor! Pero esto se presenta de una manera en cierto modo cruzada, en quiasma con F. Dolto, toda vez que si, en Lacan, lo simbólico interviene sólo apri!s­coup, en su cofrade, por el contrario, ese apaciguamiento, esa pacificación por lo simbólico es de algún modo primor­dial, y apta para evitar cualquier precipitación -inducida, si no por defecto- en las vías de lo imaginario.

También apreciamos así cuán invertidas están las pers­pectivas. F. Dolto tampoco desconoce esa realidad de lo ima­ginario y de sus estragos posibles. Pero en ella lo que prima siempre, lo que siempre está primero es justamente la posibilidad del encuadrado por lo simbólico, que es como la pre­vención de estructura presente y operativa desde siempre. De modo que, si hay callejón sin salida imaginario, es sólo por defecto.'º

Se objetará que lo mismo sucede con Lacan. Y hasta po­drían hallarse algunas expresiones capaces de acreditar este punto de vista. Pero ello no impide -lo descubrimos

29 A. V anier, op. cit., pág. 27. so Podríamos tomar también en este sentido su divergencia con Spitz.

Asimismo, esto me había hecho decir que en F. Dolto-a diferencia de M. Klein- no hay "maldad" intrínseca, sino únicamente reactiva.

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aquí- que lo que domina en el despliegue elocuente de s~ discurso sea una orientación que pone el acento en la drama, turgia de la relación imaginaria; para la cual, ciertamente lo simbólico va a ser presentado (e introducido) en un se• gundo tiempo como un paliativo posible, e incluso el únicq, a decir verdad, que se opone o impone a la subjetividad(¿ ' al salvajismo?) humano.

En este punto, el esquema, la arquitectura conceptual d desarrollo lacaniano es hasta tal grado siempre el mism repetitivamente, que resulta fácil reproducir su estructur cuyos tiempos significativos vamos a enumerar. Se tratad<. despejar esa fuerza del dominio imaginario que se ejerce ezj el humano, a la manera del animal. Y Lacan no escatima; entonces paralelos etológicos, dado que para él la etología es' el fondo (animal) en el que se arraiga esta idea de lo irrü\: ginario. Además, aquí es donde son convocados regularmeri,· te primero M. Klein -ella es la caución clínica que confirní la violencia interna, intensa y destructiva de la fantasmago ría originaria e infantil- y en segundo lugar Hegel, quier, vuelca todo este primer tiempo de comprensión de lo imagi;) nario en el sentido de una dialéctica del tipo amo/esclavo,' vale decir: lo que confirma la esencia alienada y alienante'. del deseo como deseo del deseo del otro.

Esto corresponde a un proceso de desarrollo de su pen¿ samiento que podemos presentar en dos tiempos. En el primero, Lacan enfatiza la pregnancia de una agresivida· primaria, cercana en definitiva a las formas que es posible localizar en el animal según puede confirmárnoslo la etoloi' gía.31 Veamos una cita entre muchas otras, representativa de esta fase que podríamos llamar de destructividad nativa:) "En el origen, antes del lenguaje, el deseo sólo existe en él plano único de la relación imaginaria del estadio especular;f existe proyectado, alienado en el otro. La tensión que provóc ca no tiene salida. Es decir que no tiene otra salida -Hegel lo enseña- que la destrucción del otro. En esta relación, .el deseo del sujeto sólo puede confirmarse en una competencia,/'!

"'SI, págs. 409-410.

en una rivalidad absoluta con el otro por el objeto hacia el cual tiende. Cada vez que nos aproximamos, en un sujeto, a esta alienación primordial, se genera la agresividad más radical: el deseo de la desaparición del otro, en tanto el otro soporta el deseo del sujeto."32 No es para extrañarse si se­mejante discurso lleva a Lacan a poner de nuevo en el tapete la viñeta de San Agustín, hasta concluir, por el mismo movimiento, en "la imposibilidad de toda coexistencia. hu­mana", si no es en el "anhelo indefinido de la destrucción del otro como tal". 33

Pero justamente aquí se inicia el segundo tiempo, corres-pondiente a lo que permite evitar y oponerse a lo que de otro modo sería deslizamiento hacia el atolladero asesino origi­nal. Aquí sí hay una diferencia entre el hombre y el animal,

34

a saber: que "el sujeto está en el mundo del símbolo"35 y que habrá, pues, apertura a "la mediación del reconocimiento" .

36

Esta distinción de dos tiempos tiene sin duda algo de ar­tificial, de exageradamente esquemático. El propio Lacan se ocupa de mostrar -volveremos sobre esto- de qué modo lo imaginario está coarticulado de entrada con lo simbólico y estructurado por él.37 Pero hay aquí en todo caso algo que corresponde cabalmente a la corriente de su pensamiento en lo que atañe a presentar el orden de lo simbólico como la salida para el frenesí del odio, que hasta puede ser asesino. "Existe una dimensión imaginaria del odio pues la destruc­ción del otro es un polo de la estructura misma de la relación intersubjetiva."38

Si conservamos aunque sea por un momento esta idea de un proceso en dos tiempos, podremos hablar de un pasaje a lo simbólico-cuya modalidad queda por establecer-que es capaz de venir a apaciguar el salvajismo primordial.

n Jbid., págs. 253-254. 33 !bid., pág. 254. "' !bid., pág. 253. 33 !bid., pág. 254. 36 !bid_ "'!bid., pág. 326. '"!bid., pág. 403.

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Pero sea cual fuere esa salvación que constituye la cap~ ción en lo simbólico y por éste, no sería suficiente para h~( olvidar, digamos (también para el sujeto), lo que se acen previamente en cuanto a la intensidad mortífera d¡\ tensión agresiva según a-a', la cual ha tenido tiempo PL inscribir sus efectos causando sus estragos. Hasta el pu de que, al fin y al cabo, ni siquiera estaremos seguros de q· ese presunto "pasaje a lo simbólico" baste para poner rell1 dio a la agresividad que se había abierto paso en Ja relacj, imaginaria primordial. Dicho en otras palabras, eso tal '( no basta para devolver a la razón (?) lo que primero se a· mentó -saquemos de nuevo a San Agustín- del pecho de. acritud y la reivindicación celosa. Después de todo, olvidemos de qué manera esto parece conducir a Lacan considerar que el humano, antes de volverse (eventualme te) "normal", es primero virtualmente paranoico. Si es cier que no sigue siéndolo, de manera ineluctable.

Esto nos permite precisar más todavía la divergencia qu parece acusar con lo que en este mismo contexto es la per· cepción de F. Dolto. Para ella, todo indica que lo simbóli_ -o el Otro, en el lenguaje lacaniano- tiene esa virtud intrínj seca (y original) de apaciguamiento. O más bien que rti siquiera hay nada que apaciguar en cuanto a un salvajismq primero cuyo surgimiento la relación de lenguaje permit.e justamente evitar. En Lacan, por el contrario -ya hemos aludido a esto y volveremos a hacerlo-, no es indudable que el Otro esté dotado en sí de tal "benéfico" estatuto. Sin duda;, acabamos de indicar cómo lo simbólico es para él también ld que resuelve, lo que ofrece una salida a la relación imagina, ·· ria, la cual, de lo contrario, sólo podría conducir ala fatalidad· de la destrucción asesina. 39 Pero no por ello es seguro que tal elevación simbólica haya puesto fin -sabemos de sobra que hay motivos para dudarlo ... - al salvajismo nacido de la alie­nación imaginaria. Podemos preguntarnos si esto hace algu­na otra cosa-aun no sin cierto apaciguamiento-que llevarla

39 ¡Y Lacan no duda al respecto de las capacidades del humano (ibid.,

pág. 255-256, 403 y sig.)!

a otro nivel, diferencial. Entonces no se trataría, por cierto, de lo que Lacan estigmatizó primero como alienación por el otro, por la imagen del otro, por el otro como objeto. Ahora bien, ¿queda rsí el sujeto en paz con la alienación? No hay nada menos seguro.

Dicho de manera más doctrinal, es muy posible que el pasaje del otro al Otro realice, en suma, alguna elevación de la cuestión. Pero es dudoso que pueda exhaustivamente re­solverla, tratándose de lo que evocaría una Aufhebung (he­geliana, por supuesto) que a la vez hace cesar por "elevación" y mantiene tal cual. Y la evocación de Hegel encontraría su pertinencia al destacar simplemente un nivel distinto de alienación.40 Sin duda se ha salido, por decirlo así, de una relación donde el deseo quedaba estancado en un cortocir­cuito del tipo todo o nada, arcaico y salvaje (la bolsa o la vida). Es saludable, por cierto, que el símbolo entre en juego; pero sin embargo esto no hace más que establecer una alienación di­ferente, referida propiamente al deseo como deseo del Otro.

No hay que subestimar, por supuesto, el alcance de seme­jante pasaje: que podríamos llamar del otro al Otro. Pero tal vez esto sólo acote en milímetros, así sean de otro tenor, lo que se presenta como de esencia alienante. En este sentido La can nos habrá hecho pasar de M. Klein a ... Hegel. Es ver­dad que de este modo el deseo queda reconocido, pero al precio de la alienación que lo hace deseo del deseo del Otro.41

Suponiendo que podamos utilizar la misma palabra, podría­mos decir que cuando se ha pasado de la alienación imagina­ria en el otro a la alienación simbólica en el deseo del Otro·, sigue habiendo alienación.

Para resumir, el otro -pequeño (otro) o gran (Otro)- con­serva su poder intrusivo y alienante. Ello, por más que, alser menos salvaje o feroz (¿o simplemente más refinada?), la alienación en el Otro deviene sin duda más sociable y permite sobrevivir en sociedad sin que las personas se des-

'° !bid., pág. 325. 41 Obsérvese una vacilación posible en la manera de leer a Lacan al

respecto (o con la que él mismo se expresa) según que el deseo sea deseo del deseo del Otro, o deseo del Otro ...

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tripen de inmediato unas a otras, como lobos. Pero en. sentido, esto nada habrá podido encauzar en cuanto a fundamentos: por lo que a ellos atañe, debemos decir que; rigor, la historia empezó mal. , >,

No cabe duda de que esto permite abandonar la ley de• jungla. Pero como el punto de partida es imaginario,.­parece que se podrá ir mucho más allá de un socius en el qu_: por cierto, se hace posible una dialéctica, sólo que es la de amo y el esclavo.No hay razones para echar.las campanm vuelo ni para alegrarse tanto de este cambio de régimen. al respecto Lacanjamás nos deja muchas esperanzas.

No perdamos de vista lo siguiente: todos los desarroll que preceden se insertan plena y directamente en la coyú tura especular. Son la prolongación directa de los prime que aportó Lacan en su estadio del espejo.

El cual, si nos mantenemos en este nivel de descripti dad, aparece poseyendo siempre un doble aspecto. Mientr que Lacan sigue hablando de la exaltación jubilosa del e. pejo en la modalidad de triunfo que se supone constituyé() sea, cual "ejercicio triunfante",42 queda claro -más allá d~ esa suerte de franqueamiento que se supone realiza la opef ración especular, y si tomamos en cuenta lo que descubre. nuestras avanzadas- que el cuadro resulta ampliamenti matizado por lo que introduce la evidenciación del registi( imaginario.

De modo que, en efecto, nos reencontramos con el cuestion¡' miento de ese doble aspecto movilizado por la experienci especular, según que vayamos a enfatizar el encierro imagin rio que en él se halla (ópticamente) realizado o, caso opuesto, l: salida de lo simbólico que también podemos esforzarnos pot encontrar aquí en acción y que está operando de entrada.

Pero la primera impresión dominante es que Lacan des, taca sobre todo la relación primordial con la imagen que eJ estadio del espejo ilustra ópticamente. 43 En este aspectq; el espejo es entonces lo que nos encierra en lo imaginario, en; lo que parece constituir más bien el carácter de sin salida d

" S I, pág. 222. 13 Que Lacan dice haber hallado en Freud.

un atolladero, de una inmersión fascinatoria e hipnótica. Cercado por la doble referencia, a M. Klein (y a la fragmen­tación) por un lado y a Hegel (alienación y dialéctica amo/ esclavo) por el otro, el trazado del espejo dibuja la línea (a­a') de una clausura radical que confirma nuestro someti­miento irreductible. En el mejor de los casos, tan sólo hemos podido pasar de una fragmentación kleiniana a una alienación hegeliana, testimonios de la servidumbre de nuestro deseo al deseo del o(O)tro.* Podríamos añadir a esto la manera en que Lacan lo vincula al sentido mismo del instinto de muerte freudiano, relacionado con la simbolización primordial.44

Así pues, con semejante subrayado del espejo en la des­cripción es mucho menos fácil poner en evidencia el segundo aspecto por el que se manifestaría su valor de salida. A la inversa de lo que soñaba la concepción dominante, lo que ahora retorna, y con insistencia reforzada, es más bien la cuestión de saber cómo será posible salir del espejo, cómo va a haber una salida para la trampa del encierro especular. (Punto este donde, de nuevo, Lacan podría hacer viables las críticas primeras de F. Dolto.)

En efecto, al principio no encontramos nada que signifi­que una apertura para el callejón sin salida especular que Lacan describe. Tanto es así, que él mismo se reconoce en lo que muchas veces espeta a otros:45 que, en este aspecto, no habría medio de salir. Y en consecuencia, todo el problema inmediato y todo el aporte de Lacan consistirá en darse (en darnos) los recursos para hallar una solución a lo especular.

Sería seguramente legítimo responder que la salida.fue encontrada desde el principio: basta considerar que la rela­ción imaginaria se re actualiza de entrada en la relación sim­bólica,46 y que por este carácter está inserta en la palabra, que le fija su marco.47

* En el original, a(A}utre. (N. de la T.) "El, pág. 176; S I, págs. 225, 263. 45 Incluido Balint, en el Seminario I. "SI, pág. 335. 47 Y es así conio todo el Seminario 1 se dedica a reconsiderar la

dimensión de la transferencia.

'°~

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En consecuencia, también podríamos considerar que" hablar de esta relación imaginaria cuyos resortes he]j, desplegado aquí, o para que exista tal relación, se requi€ la intervención, aunque sólo fuera implícita, de la dirnenSií simbólica que le da su carácter de estructura. En este s~ tido, no hay imaginario sin simbólico. Y a hemos percil;>i esta idea con anterioridad. Pero si nos atenernos al rn miento propuesto en el primer seminario, lo que se prop es más bien un desarrollo que da cuenta de la entrada enl .. , de lo sirnbólico.48

·· .¡¡ De modo que, globalmente, en esta etapa Lacan habí

desplegado sobre todo el carácter de negatividad del espe· que encierra al sujeto en la dependencia imaginaria de su Lo cual plantea de nuevo el problema de cómo escapar esto. Y es el problema que Lacan tendrá que enfrentar aho más de cerca.

Apuntemos simplemente que, en cierto sentido, esto vi ne a toparse, si no a coincidir, con las críticas que habÍi formulado a su manera F. Dolto cuando subrayaba el riesg¡ de encierro que el infame juego del espejo puede constitui si, cual el laberinto especular de la verbena, no se sabe cóµi: salir de él. Salvo que, allí donde F. Dolto encontraba un me tivo de entrada en la psicosis, Lacan, incidentalrnent~ inscribiría más bien lo que el espejo puede tener de patoló gico en el registro de la perversión. 49

Sea corno fuere, resulta claro que la salida de que aquí s trata estará vinculada a la evidenciación de un precipici~ imaginario bordeado por lo simbólico. Esto es cabalmente lp que vimos exigido de entrada por F. Dolto. Y es aquello cuy¡ condiciones Lacan va a precisar ahora, tras haberse vistc¡c llevado, en primer lugar, a insistir en la polaridad irna~· ginaria.

48 Y además a la manera de un juego de báscula -que retoma

inspiración del texto de 1936- muy propio para hacer pensar que, se'a como fuere, hay que volver a empezar siempre todo. Cf. SI, cap. XIII: "Lg: báscula del deseo", pág. 243.

4g Pero con una misma inclinación al anonadamiento (cf. SI, págs. 321

y sig.).

'°º

Pero antes de llegar a ello hay todavía un punto en el que quisiéramos insistir -habida cuenta de los desarrollos de este capítulo-, esperando no obstante que lo expuesto no se reduzca por ello al tenor psicologizante e incluso caractero­lógico que en un principio parecería encubrir o, dicho fran­camente: ¡la buena F. Dolto opuesta al malvado Lacan!

Es verdad que, más allá de esta caricatura disyuntiva, cómo podríamos no señalar lo que parece bien característico de una actitud, de una disposición manifiesta en la orienta­ción del discurso de Lacan, de una manera de ser a la altura de su genio, sin duda, pero sin embargo maligna (!), que lo conduce sistemáticamente a hacer asalto de malignidad, sí, corno para neutralizar, anular y hasta contrarrestar e inver­tir el menor efecto de "positividad" al que es sin embargo susceptible de llevarlo a veces, por lógica, el movimiento de su propia elaboración. Porque cuando lo logra, es para echarse atrás, diríamos, y afanarse en anular el sentido de adquisición, ventaja o beneficio que esto parecía poder (o deber) constituir...

Lo cual se evidenció de modo particularmente notorio a través de lo que presentarnos poco antes corno descripción en dos tiempos, cuando, arrastrado primero por el rigor convin­cente de su propio razonamiento, Lacan acababa testimo­niando el valor insigne del pacto simbólico, pacto que pone término a una irreductible destructividad animal que, de lo contrario, perduraría. ¿No hay aquí, nos inclinaríamos a ob­servar, cierta feliz adquisición apta para servir de certifica­do de satisfacción antropológico a lo que se presenta corno un saludable avance civilizador de alcance cultural hurnani­zante?

Pero ¡ay!, todo se presenta corno si Lacan tuviera más en vista demoler el espléndido ordenamiento del glorioso ba­lance de lo simbólico cuya oportuna manifestación él contri­buyó empero a revelar. ¡Todo se presenta, y no podernos desconocerlo, corno si necesitara más bien reducir, negativi­zar, aniquilar el riesgo de que se esté sugiriendo así el anun­cio de una buena noticia!

Y hemos visto de qué manera logra desvitalizar la suerte

'ºº

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de valorización que esto parecía comportar: al menos de d<' maneras complementarias y capaces de acumular sus ef\ tos negativizantes. Sea, por un lado, recordando con insisfr cia lo que permanece activo detrás de todo pacto simbóli y que conserva las miasmas venenosas de la "criminiti.¡¡ imaginaria nunca totalmente yugulada y siempre en co:t}§ ciones de resurgir, de relanzar la guerra. O, por el otro, p¡j, desconsiderar el efecto de adquisición que sin embargo cl.I plía supuestamente, en este caso, la intervención del Ot~,. Pues de este Otro, cómo poder estar jamás seguros de': salvación que implica si lo que trae aparejado al mis tiempo es un efecto de alienación posible redoblada. Como, creárnoslo, la inconveniencia de lo imaginario pudiera ejí cer de algún modo su desastrosa incidencia hasta en el razón de lo simbólico, pudiendo ser entonces este último, ese aspecto, "imaginarizado"; y como si, por lo tanto, constituyera ninguna garantía suficiente.

No vayamos a deducir demasiado rápido o demasia• simplemente que Lacan se caracteriza por ser un mal pi( sado que sólo ejerce la altura de sus opiniones presentáng• se sobre todo como ... ¡un mal genio! No obstante, pod considerarse significativa su manera de deslomarse, p .• ejemplo, en revelarnos toda la tenebrosa ambigüedad Cjt puede esconderse en la más mínima posición "altruista'::

Y para ceñirnos más estrechamente a nuestro tema, có no haber sido sensibles, a propósito de esta temática espec lar, cuando salió a la luz la positividad de las adquisicion de valor simbólico (¡el vaso medio lleno de lo que esto pr. mueve en el humano!), al hecho de que Lacan prefie~ insistir en la mitad vacía de las bajezas alienantes que co:i\ tinúan agitándose en él bajo el azogue. •.

¡Tanto es así -digámoslo de manera anticipada- qu~ cuando Lacan llegue a la categorización de lo real, podrí~ mos comprenderlo como un medio apropiado para arruina: para aniquilar esa especie de progreso que lo simbólico p recía constituir frente a lo imaginario! Como si nos apostr·

so El, pág. 93.

190

fara con este augurio: "¡Están locos ustedes si creen que pueden alegrarse de que la asunción simbólica aporte algu­na regulación al tormento imaginario! ¡No perciben aquello que lo real viene a mantener y a profundizar, demoliendo vuestras vanas esperanzas humanistas, y que impide la parusía del símbolo con el que estaban prestos a ilusionar­se!" Lo real, más allá de la problemática conceptual que implica (y que intentaremos abordar), se presentaría así como la categoría, que entonces hay que llamar dia-bólica, que Lacan viene a oponer a las esperanzas (imaginarias) alimentadas por lo simbólico.

Entre tanto, hemos hallado más de un signo de que F. Dolto adopta fundamentalmente otra orientación de princi­pio, y esto pese a las posibilidades de coincidencia que tam­bién se han manifestado. Pero la cuestión de los celos nos ha ofrecido un soporte privilegiado para ilustrar la diferencia de perspectiva. Digamos al respecto un par de cosas.

Mencionemos que F. Dolto funda su análisis (de las reac­ciones observadas ante el nacimiento de un hermanito) en la dimensión, que ella llama freudiana, de una tendencia fundamental del humano en el sentido de una dinámica de evolución biopsíquica, de crecimiento, podríamos decir, tra­tándose del niño. Es el propio movimiento de ese impulso de vida -que ella designa como narcisismo-51 el que se vería por fuerza muy maltratado en la prueba que constituye el surgimiento de un ser (hermanito) en apariencia involucio­nado (y no obstante valorizado): "Si amar es desear 'ser el otro' o 'tenerlo para sí' o incluso 'actuar como él', el encuentro· con el recién nacido conlleva, en el plano de las resonancias vitales inmediatas, un absurdo biológico, un contrasentido respecto de la evolución."52

Es eminentemente característico del pensamiento de F. Dolto despejar así una dinámica propiamente esencial para la vida en el humano, 53 hasta al punto de que reconoce en ella

51 Au jeu du désir, op. cit., pág. 123. "!bid., pág. 126. 53 Véase al respecto el esquema que presenté en el coloquio de la

Unesco, Franr;oi.se Dolto, aujourd,huiprésente, op. cit., pág. 390.

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la puesta en juego positivizada del narcisismo; narcisism en el que subyace una teleologia inconsciente dirigida a 1 asunción simbólica humanizante. Reconoce así, en lo qu moviliza a lo inconsciente, la puesta en acto de una búsque da del viviente, por la vida. 54

F. Dolto explica por la intensidad de esta dinámica hecho de que, una vez atravesada la prueba de confrontaciór problemática con el hermanito, prueba que constituye m nudo complexual de contradicción vital e inconsciente, e niño (mayor) puede "volver a empezar" mejor, reforzad, incluso por la superación de esa dificultad que lo sitúa otn vez, no sin adquisiciones manifiestas, en el "yendo-devinien do" de su ser, que reanuda así la marcha para su progres subjetivo.

Pero es forzoso advertir que semejante orientación (dolt tiana) de la perspectiva analítica -en su comprensión d¡í' deseo- debe salirle al paso a la que sostiene Lacan y qu( subyace en todo el discurso de éste. Al respecto, podríamo decir simplemente que hay palabras que Lacan no aceptarí escuchar, nociones que no acogería en modo alguno, hast tal punto las considera antitéticas de lo que funda en s esencia el análisis. Ejemplo: comunicación. Pero tambiénlq que acaba de sernos sugerido en tanto muy próximo al peit samiento doltiano: ¡el término "progreso"! Se puede escu':• char aquí la irónica mordacidad de la réplica posible: "¿Y po · · qué no el retorno al impulso vital bergsoniano o, peo: todavía, al teilhardismo?"

Porque, para Lacan, hay algo aquí cabalmente inacepta ble dado que él no podría sino demoler esa idea (ideal) de "progreso" posible, aunque sólo fuera a escala del devenir dé' una vida. Lacan sostiene en efecto, opuestamente, que el inconsciente todo y su negatividad propia se ejercen en el sen­tido de recusar el esquema de una pretendida progresividá(j inmanente.

Ni siquiera la vida a la que puede remitir F. Dolto en tant

54VéaseL'image du corps selonF. Dolto, op. cit., conclusión: "Pcisítivite de l'inconscient'', pág. 165.

"M

portadora de lo que se consuma en la construcción del sujeto (véase lo dicho sobre el hermanito), podría ser reconocida como poseedora de semejante valor vectorial, anagógico. Cuando pese a todo decide evocar esa tensión de la vida, Lacan encuentra sus referencias en un fragmento de Herá­clito: "Al arco se le dio el nombre de la vida y su obra es la muerte."55 ¿Cómo no leer aquí un enunciado ejemplar del sitio al que apunta la flecha que inspira a Lacan, o sea, hacia la nada?

"S XI, págs. 181 y 184.

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7. EL ESPEJO Y EL OTRO

En la estructura de diálogo que intentamos mostrar, de un modo apenas ficticio, entre Dolto y Lacan con referencia a la temática de lo especular, uno de los puntos esenciales que hemos hallado en lo que constituía desde el principio la objeción, la oposición de F. Dolto, residía en el peligro que existiría, según ella, de tratar sobre el espejo sin tomar en cuenta la imperiosa necesidad de un acompañamiento sim­bólico, lingüístico, actualizado por la presencia de un Otro solícito.* Recordemos en este sentido la insistencia de su enérgica puesta en guardia por considerar que el mero reflejo especular "es [para el niño] una imagen alienante, si no hay, en el espacio, una persona por él conocida y que, con él, frente al espejo, le muestre que también ella responde .a estas mismas curiosas condiciones de reflexión sobre la su­perficie plana y fría" .1

Se resume aquí lo esencial de lo que, a priori, funda para F. Dolto su posición -¡su oposición!- y de la manera más formal concebible. Por cuanto ella considera, en suma, que no puede haber estadio del espejo como tal en ausencia de tal asistencia simbólica (o "simbolígena") producida por algún

*En el original,Autre secourable. Además de lo que aporta el conjunto del texto al entendimiento de este adjetivo secourable aplicado al Otro, se tuvieron en cuenta para su traducción las· especificaciones de las páginas 261 y 275-276. (N. de la T.)

'IIC. pág. 123.

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Otro. Ningún "estadio" puede realizarse aquí ni ser fran3 queado y superado, al menos si referimos con ello al medi capaz de dar algún acceso a un escalón suplementario en 1 subjetivación. En este sentido, no es posible estadio del es pejo alguno si no comprende en la estructura misma de s proceso la presencia del Otro; proceso que requiere, par consumarse, la mediación de esa intervención tercera. .

En el ardor de la discusión que tan enérgico planteamiert to crítico de F. Dolto es capaz de suscitar, tal vez oiremo replicar que eso es exactamente lo que Lacan enuncia, qu él jamás dijo otra cosa en cuanto a la puesta en acción de gran Otro. Y se dirá incluso que lo especular arrancó de ali de lo que conduce a poner en evidencia la necesidad de est instanciasimbólica del Otro, o sea, lo que proporciona-y d entrada- sus coordenadas simbólicas a lo imaginario.

Intervengamos con la debida prudencia en este pase d armas donde vemos sobre todo cómo se atropellan y entre cruzan. las cronologías, no sin generar alguna confusióll' ¿Diremos, por ejemplo, que F. Dolto se apresura en su crític al desconocer lo que Lacan fue llevado a precisar? Pero est. equivaldría a descuidar un punto que es aquí important que Lacan no determinó de entrada (y con motivo) es encuadramiento simbólico del proceso especular. ¿No esto acaso lo que debimos poner en evidencia, con sus po menores, en el capítulo anterior? Expusimos allí la forma e que el estadio del espejo es primero, para Lacan, el medio d manifestar en toda su extensión la polarización imaginari que orienta primordialmente el deseo en el humano. Si duda, el hecho de que entonces Lacan parezca-en el tiemp inaugural de su elaboración- dejar al margen el marco si bólico, no habilita el capricho de imaginar que si lo introdu después -ya examinaremos esto-... ¡será para responder• las críticas de F. Dolto, para dar cabida a sus objecione Porque, otra vez, la cronología nos disuade de considerar l posibilidad de semejante montaje.

Sea como fuere, esto no es lo importante. Una cosa e<

segura -y se presta a discusión-: el Otro está cabalmen ausente de las primeras formulaciones, aquellas que Ilo;,

presentan el estadio del espejo, es decir, insistimos, en las primeras versiones que Lacan produce a su respecto. Y con razón, decíamos: cuando la concepción misma (de la noción del Otro) todavía no ha sido despejada.2 Esto pudo hacernos decir que el niño parecía en cierto modo abandonado frente a su espejo, sin ningún recurso humanizado, ese recurso que F. Dolto se afana en suministrarle de manera imperiosa. En comparación, el "bebé de Lacan" estaba en una especie de desierto: no hay nadie junto a él, o por lo menos no se hace notar ni se indica como exigible la necesidad de alguna pre-

sencia. Ciertamente, bien sabemos que ya en esta época primera

Lacan insistirá en llamar al ser humano ser de lenguaje, sometido desde siempre al orden del símbolo.' Pero esto no impide -y es lo menos que podemos decir~ que tal pregnan­cia no aparezca actualizada en el estadio del espejo primera versión. Y la impresión de "abandono" de ese niño que se encuentra tan solo frente a su reflejo, resulta más bien reforzada por las confirmaciones experimentales que Lacan preferirá buscar en el terreno de la etología, lo cual consti­tuye todavía una manera suplementaria de su poner faculta­tiva la dimensión del símbolo, en la medida en que alcanza con que esté activa, operativa, la mera "morfogénesis" de la Gestalt. ¡En este aspecto, no hay diferencia entre el niño humano y el saltamontes! ¡Es comprensible que F. Dolto haya sentido la necesidad de intervenir para hacer notar que al rompecabezas le faltaba una pieza ... de humanidad! Y que, como mínimo, el recurso, el requisito de un acompaña-. miento quedaba escamoteado.

¿Puede ser que el propio Lacan se haya dado cuenta de esta deficiencia de su presentación, cuando no de su visión primera del proceso especular? ¿Alude a este reproche posi-

2 En verdad, sólo va a manifestarse en el segundo año del Seminario, en 1955, o sea, con posterioridad a las primeras presentaciones del

espejo. 3 Tal es el mensaje cardinal del famoso discurso de Roma, "Función y

campo de la palabra y del lenguaje" (El, pág. 227), pero también del Seminario I, que machaca con él de una manera ... ¡abru1nadora!

197

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ble, de manera anticipada, ya en el texto de 1949 al se7,!

ñalar que él "emancipaba" demasiado su experiencia de aquello que la remite "a una técnica de lenguaje"?4 Lo cierto es que se ve claramente llevado a la necesidad de una explicitación, a la que arriba, por una vez, muy rápidamern te. Pero lo que se produce es mucho más que una simple; explicitación, por cuanto esto se corresponderá de hecho con todo un (re)despliegue de su dispositivo experimental. Muy rápidamente, hemos dicho. En efecto, ya en su primer Seminario (1953-1954), Lacan introduce los elementos de 10. que será llamado "esquema óptico'', 5 en el que debemos poner ahora mismo cierta atención.

Pero antes, insistamos una vez más sobre el hecho de qu' esa presencia del Otro -que va a constituir su apuesta (un de ellas)-, aunque de entrada parezca requerida de mod(l imperioso para F. Dolto (quien funda en ella su crític~c inaugural de la especularidad según Lacan), surge para ést· secundariamente, en un segundo tiempo. Al menos experi menta la necesidad de despejar mejor, de formalizar mejo entonces su instanciación. Y ello, gracias al despliegue con, siguiente de ese esquema óptico que al principio sólo paree destinado a esto: hacer aparecer en el dispositivo un gr Otro -identificado como .presencia de lo simbólico, lugar de la palabra- que, por lo tanto, no estaba ahí al comienzo; que incluso hacía sentir cruelmente su falta puesto que, como y~ hemos señalado, en vano buscaríamos su manifestación y sú' presencia explícita en los primerísimos textos sobre el espef jo de los que disponemos. El hecho de que Lacan haya tenidi que efectuar toda esa transformación para dar mejor s lugar a lo simbólico confirma, en rigor, hasta qué punto ést había sido al principio, si no omitido, al menos dejado e espera de una elaboración suplementaria que integrara s. nervio motor.

'El, pág. 91. 5 S I, pág. 126. Este esquema puede recibir otras denominaciont;!

"Esquema de los dos espejos" (ibid., pág. 191) o "estadio del espejo g¡ neralizado''.

Indiquemos de paso que ésta es también una manera de hallar confirmada la impresión de que hablábamos al co­mienzo, con referencia a la complejidad de esta cuestión del espejo, y sobre todo si queremos seguir todos sus lineamien­tos, en correspondencia con la elaboración y la reelaboración efectuadas al respecto por Lacan, por más lógicos que hayan sido su principio y su necesidad. Además, ¡no advertimos por qué habría que suponer en Lacan la suficiente ciencia infusa o las suficientes dotes adivinatorias como para haber sacado de golpe de sus alforjas el estadio del espejo, y tal cual, o sea, en su estado presuntamente definitivo desde el comienzo y de una perfecta comprensividad!

Puesto que sabemos cuán ambigua pudo parecer la pre­sentación inicial, ya no nos sorprende -al contrario- que haya vuelto sobre sus primeras formulaciones, y que duran­te toda una época no haya cesado de elaborar esa descripción sometiéndola a revisiones sucesivas más o menos considera­bles. Lo hemos dicho: el estadio del espejo fue duraderamen­te una pieza central de su enseñanza. Lacan volvió de ma­nera constante a él para perfeccionarlo, para darle un contenido cada vez más elaborado y consistente. Y ello hasta el punto, decíamos, de que sólo cierto abuso de lenguaje sigue haciéndonos decir "el" estadio del espejo (en singular). Pero en los desarrollos que siguen vamos a apreciar esto aún más.

Fuera de que la primera formulación -tal como la hemos expuesto- era ella misma "doble", por decirlo así, capaz de suscitar interpretaciones distintas e incluso antagónicas según los puntos de vista (¡a la manera del vaso medio vacío I medio lleno, a menos que sea la del juego "quien pierde gana" y viceversa!), es manifiesto que Lacan, sustentándose siempre en esta misma temática inicial, va a ofrecer de ésta varias versiones (e interpretaciones) sucesivas, reformadas según el avance de su enseñanza o bien, por el contrario, acompañando y relanzando la propia dinámica de ésta. Señalábamos así de qué modo P. J ulien cree poder distinguir tres grandes épocas en dicha enseñanza, cada una de las cuales remite precisamente a un tiempo específico de elabo-

1

11:

1\1 1,1

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ración y profundización de la temática de lo especular: 19:f 1952/1953-1960/1961-1980, respectivamente en relaqi( con cada una de las tres categorías y en el siguiente ord, I, S, R.

Sea cual fuere la pertinencia de semejante recorte, dríamos destacar sin embargo que muchos de los elemen,,, que aparecen en un tiempo ulterior estaban ya presentes'! cierto modo desde el comienzo. Pero todavía faltaba otorg les su pleno despliegue, dejarles tiempo para salir a la l para que maduraran conceptualmente.

Supongamos que en esta duradera cronología de lo es cular en Lacan sea posible distinguir dos grandes momen sucesivos. Hay uh tiempo inaugural en el que Lacan lanza idea, tal cual; y después, ¡arréglense con esto! Es un tiem (de surgimiento) todavía apenas elaborado. La cosa ha si'1 "lanzada" tal cual, por decirlo así, aunque siempre con ni chos ingredientes heteróclitos cuya diversidad hemos po( do detectar.

Y luego -sigamos siendo esquemáticos-, pasado ese tie po inaugiiral, habrá reconsideración del asunto, elaboraci .. de este por el propio Lacan, quien vuelve a ponerse a la tare'• ¡Como si, habiéndola producido primero sin mayor bri!Io,(1 mismo descubriera después su generosa fecundidad a corn ción de reencuadrarla, de aplicarle algunos re-toques! D. tiempos, pues, de amplitud muy diferente. Si el primero t evidentemente esencial por su surgimiento en lo que ij instaura, resulta relativamente compacto y limitado , duración y en su conceptualidad. Constituye un prirrn estado de ese dispositivo cuyos datos capitales él estable~ En cambio, el segundo tiempo -el de la rectificación vine lada al "esquema óptico"~ es mucho más extensivo. Aunqú tal como hemos observado, intervenga muy pronto, ya en · comienzo del seminario, o sea, unos cuatro o cinco añ1 después de la re-presentación del estadio del espejo (e) 1949), sus efectos y prolongamientos se harán sentir y será! retomados y desarrollados mucho tiempo después de aqué' lla primera aparición. La revisión del estadio del espejo qui Lacan emprende así en forma duradera lo conducirá (y tam

bién a nosotros) a toda una serie de consideraciones diversi­ficadas que nos es preciso calibrar, aunque más no sea para confirmar la importancia que otorgan a la temática de lo especular, del ver, de lo escópico.

De ahí la necesidad de evaluar correctamente lo que se introduce con el advenimiento de esa suerte de estadio del espejo segunda versión, de estadio del espejo revisitado o completado, y que la tradición designará después con el nombre de "esquema óptico".

Esto corresponde a una etapa decisiva, aquella que, a partir de 1953,6 presta especial atención a la introducción explícita del ternario de categorías-lo imaginario, lo simbó­lico y lo real-, categorías no diferenciadas ni identificadas hasta entonces. P. Julien nos sirve aquí de valioso guía al señalar el carácter evidentemente crucial de lo que acompa­ña al proceder teórico.7 Explica en particular de qué modo, a partir de la consideración de la segunda tópica freudiana, esto exigirá de Lacan "una reestructuración radical que excluirá el mero añadido según el cual existiría primero en el niño lo imaginario del espejo, y luego, en una segunda etapa, la instauración de lo simbólico gracias a la presencia del adulto. No -agrega P. J ulien-, de entrada lo simbólico se superpone a lo imaginario y lo determina" .8 No hay nada que hacerle: esto implica sin duda que Lacan "impugna su propia presentación primera",9 en un efecto de apres-coup. Pues esto implica, en efecto -y es lo que le importa a Lacan­despejar, poner en evidencia en este asunto del espejo la trama de lo simbólico, tejida como se hallaba al principio, de · manera confusa, en el encuadramiento exclusivamente ima­ginario. Si se prefiere, se trata de sacarla de ahí para instalarla, o para revelar su activa operatividad. Todo se presenta como si el propio Lacan percibiera el riesgo de inflación imaginaria que existía en sus primeras descripcio-

0 Pasaron sólo cuatro años desde el texto remake sobre el espejo (de 1949), pero casi veinte desde la primera aparición, en 1936.

7 P. Julien, op. cit., pág. 62 y sig. 8 lbid., pág. 67. '!bid.

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nes; las cuales procedían, es cierto, de una defensa e ilustra, ción de la imagen (o imago) como concepto analítico centr que incluso daba cuenta de la operatividad analítica en.l cura. Lo que Lacan se dedica ahora a disipar es este maleµ: tendido ligado a la exclusividad o a la prevalencia del ej imaginario. Y esto le impone "mostrar la especificidad de Í simbólico y de lo imaginario'','º para lo cual deberá cuesti nar la acentuación sólo de este último; y ello a fin d confrontarlo en lo sucesivo con la dimensión simbólica, qri quedará asignada sobre todo al ideal del yo. 11 Tal es e.e sentido del viraje de 1953, 12 que introduce una modificació · doctrinal decisiva.

El estadio del espejo demuestra así en Lacan su indefeq"· tible fecundidad, pero esto lo convierte decididamente en aparato (de pensamiento) imposible de usar. Habiendo ex/ puesto de manera ejemplar el dominio de lo imaginario ahora Lacan se pone a rectificarlo a través de una simple(?, revisión del dispositivo, y esta vez para aislar el lugar n1I levante de lo simbólico; pues tal parece ser el sentido df\ "esquema óptico" cuya implementación hemos anticipado/

Desde luego, no es posible plantearse en este trabajo un exposición circunstanciada de dicho esquema. Además, n es nuestro propósito contribuir a los doctos comentario eruditos que ya han florecido sobre la cuestión.Nos daremo. por satisfechos si despejamos tan sólo los elementos requ ridos por nuestro objetivo, es decir, extender la confronta~ ción con F. Dolto hasta su conclusión posible. ·

Ello exige determinar, aunque sea en forma mínima, l(' que ese famoso esquema pone en juego; dicho en otros tér¿ minos, mostrar por qué constituye un despliegue destinad a poner en evidencia categorizaciones que antes permane; cían anudadas, mezcladas y, en consecuencia, inadvertidas' Y esto es particularmente válido en lo que respecta a la ·

rn lbid., pág. 70. u Ibid., pág. 68. 12 Así lo resume P. Julien en el final de un-a minuciosa explicitació

(donde destaca el lazo siempre presente con una concepción de la cura). Cf. ibid., pág. 84.

categorías de lo imaginario y lo simbólico, entre las. cuales Lacan articulará una distinción explícita vinculándolas res­pectivamente a las dos instancias descubiertas en el texto freudiano (que su autor apenas si señala) del yo ideal y el ideal del yo. Se aprecia entonces cuánto van a complicarse las cosas.

Y ello por obra de una elaboración o un despliegue, como decíamos, en el sentido de que Lacan va a desplegar efecti­vamente su dispositivo inicial en dos tiempos, partiendo de las experiencias que él llama de "física divertida" y que ponen en juego el reflejo de un espejo esférico y luego, en uri segundo momento, la interposición suplementaria de un es­pejo plano. Es así como el aparato resultante será denomi­nado, en cierta ocasión, "esquema de los dos espejos"."

Pero examinemos ya mismo lo que ocurre en el primer tiempo tal como es descripto por el propio Lacan, quien presenta del modo siguiente el protocolo de la experiencia con arreglo al siguiente esquema:

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"SI, pág. 191.

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De un florero oculto en una caja colocada en el centro, u: espejo esférico e da una imagen "real" que viene a contene las flores previamente colocadas encima de la caja (así s. indica en lo precedente, donde además la imagen del floreií aparece en línea de puntos).

Cuestión esencial: esta imagen llamada real (según lq términos de la óptica) no es perceptible más que para un oj ubicado convenientemente -véase el esquema- en la zo del espacio (delimitada por la configuración del espejo) do de esta ilusión puede producirse: En las versiones esquema• tizadas que se darán luego de este dispositivo las flore serán designadas por a, y la imagen "real" por i(a). 14 '

Es muy importante destacar que Lacan, no bien ha produ cido el primer tiempo del aparato, 15 ya está explicitando s · sentido: poner de manifiesto la dimensión de lo simbólic dimensión que designará luego por la instancia del gra Otro, lugar de la palabra. Pero para que en su pequeñ experiencia la imagen pueda ser aprehendida de maner conveniente, Lacan refiere de entrada esta condición co:rri. exigida para la necesaria consideración de lo simbólico: y como hemos dicho, ello impone cierta localización en U situación del sujeto. "La situación del sujeto -sigue diciend ·•· Lacan- está caracterizada esencialmente por su lugar en mundo simbólico; dicho de otro modo, en el mundo de l palabra."16 Se indica así a las claras el sentido de lo qu aspira a introducir mediante este perfeccionamiento de dispositivo, a saber: manifestar de qué modo lo simbólic· ocupa un lugar determinante, constituyente en lo que desd ese momento Lacan denomina relación de lo imaginario co lo real. Vale decir que, ya en esta etapa, el esquema apunt · a ilustrar, a figurar la instanciación misma de lo simbólico

Tal acentuación se verá luego más amplificada aún con l~ interposición del segundo espejo, el cual obrará en el mismó

14 Se encontrarán mayores desarrollos sobre este término en el pro::-fundo estudio de S. Thibierge, op. cit. ::: ..

15 Lo que acontece ya en el primer año de su seminario, exactamenté·. en la sesión del 24 de febrero de 1954. ·

16 s !, pág. 130.

sentido de manifestar todavía mejor el dominio de lo simbó­lico y ello tanto en su contenido como por sus efectos.

Esa emergencia, ese despejamiento de la. función de lo simbólico es lo que fundamentalmente tiene en vista Lacan desde el primer año de su enseñanza, en el Seminario L En particular, le importa entonces hacer escuchar de qué modo lo simbólico de la palabra (y de la ley) es lo único que puede ejercer alguna función pacificadora, por decirlo así, capaz de atemperar algo que, de lo contrario, sería una destructivi• dad sin alternativa, una irremisible rivalidad celosa intrín­seca en el humano.17

Reaparecen aquí ciertas indicaciones que, por lo menos en forma alusiva, ya estaban presentes en la primera versión del estadio del espejo, 18 por más que, aun incluyendo el es­pejo esférico, nos encontremos con un dispositivo completa­mente distinto.

Por otra parte, observamos que Lacan no va a quedarse mucho en este solo primer tiempo de reforma del aparato óptico que propone, cosa que además podemos deplorar, lamentando que no exponga más ampliamente las conse­cuencias de ese primer esquema.19 Porque en la somera explicación que nos da al respecto sería posible discernir una confrontación posible y hasta una correspondencia directa con la temática propiamente doltiana de la imagen del cuer­po. En efecto, el comentario explicativo que añade al esque­ma consiste en hacer corresponder al florero oculto el cuerpo del sujeto, cuya imagen -la imagen del cuerpo- sólo se realiza, como veíamos, por la mediación óptica del espejo

'7 !bid., pág. 254. 18 Al que, además, Lacan alude ibid., pág. 222. l!J Refiriéndolo·al registro del narcisismo primaria (ibid., págs. 192-

193), calificándolo'de "sujeto anterior al nacimiento del yo (ibid., pág. 129) y determinando por él el sentido mismo de lo inconsciente (ibid., pág. 239). Agreguemos que Lacan, quien califica a esta primera imagen de Innenbild. (ibid., pág. 220) producida "en el interior del sujeto" (ibid., pág .. 245), no deja de destacar la relación exiS.tent.e entre la determinación· de esta imagen de sí·(imagen del cuerpo) Y lo que constituye la estructuración de la realidad (ibid., págs. 129-130; 193; 211).

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esférico (llamado C). Lacan pone así en evidencia algo qu' tiene una intersección posible con las formulaciones de.]<) Dolto: nos referimos a la idea de una imagen inmanente a I puesta en juego mediatizada del cuerpo, al ser instado sujeto por las flores, objetos del mundo, objetos de deseo,

De todas formas, la aproximación concluye pronto. Pq que así como F. Dolto insiste de entrada en el carácter sin. bólico de la mediación requerida (para que aparezca unt imagen con sentido), y ello cualquiera sea esta mediació11 Lacan se contenta con reducir el espejo esférico de marras;· ¡a una posible analogía con el córtex! Se pierde de este mo .. la justeza de un acercamiento posible, por lo mismo que r imagen del cuerpo en el sentido de F. Dolto es irreductible cualquier entidad neurológica del tipo de. esos homúncul motor y sensorial forjados por los neurólogos. Lacan no ocupa de ninguna imagen del cuerpo cuyo tenor no sea ne.~ rológico, y esto sin duda porque desconoce que tal imagei pueda tener otro carácter que visual (y escópico, especular Para él, pues, la imagen del cuerpo sólo puede remitir espejo o, en todo caso, a la neurología. 20 ·

Dejemos ahora esta línea de investigación (y de posib relanzamiento del diálogo) necesariamente abreviada. Yv yamos a la manera en que Lacan pasa a desplegar ese s.o.· primer tiempo para darle la configuración completa del e quema óptico propiamente dicho.

Para esto hay que suponer que el ojo (representativo d sujeto) ya no está situado, como antes, de tal manera qu, pueda ver directamente la imagen real, la imagen del cuerp i(a). En consecuencia, ésta no se encuentra representada e el estado segundo del esquema (más abajo). En efecto, dich imagen real ahora sólo será accesible de manera indirect mediatizada. Queremos decir, por el juego de una mediació -que en cierto modo desdobla entonces a la imagen-, lo cu se realiza técnicamente por la interposición de un segund espejo, el espejo plano A. De este modo, para un ojo-que aq . representa supuestamente al sujeto- situado en las prori

20 Tal como lo confirma su referencia a J. Lhermitte en El, pág. 17'f~

midades del espejo esférico, la imagen real que ya no es visible en i(a) sólo puede ser captada por reflexión inducida en el espejo plano en forma de imagen virtual i'(a).

Digamos que hay aquí una reduplicación del hecho espe" cular por la cual la visibilidad de la imagen real i(a)-ahora literalmente "virtualizada"- remite a la reflexión que de ella ofrece el espejo plano interpuesto. El reflejo queda así descompuesto, multiplicado, podríamos decir, en dos pisos sucesivos, de tal manera que surge la necesidad de una interposición media: lo que no puede aparecer directamente sólo puede hacerlo secundariamente, de manera mediata. Y esto implica, además, que se ha puesto en juego algo del orden de la invisibilidad: la de aquello que no podría verse.

Éstos son los elementos básicos del famoso esquema óptico que Lacan se dedicará a explotar de manera extensiva en todo un largo tramo de su enseñanza (por lo menos durante diez años). Ahora bien, no hay razón para seguirlo en todas las etapas de ese dédalo; limitémonos, pues, a exponer algunos de los principales elementos que extrae de él.

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Resulta conveniente volver a insistir entonces sobré la acentuación del resorte simbólico. Con su".squema, Lacan se esfuerza en multiplicar esta exigencia que ya había sido puesta en juego como condición para la formación de la ima­gen en el espejo esférico. Vamos a descubrir una necesidad

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semejante en lo que ahora.atañe al segundo espejo, pero d, un modo más tangible todavía, más directo, por lo mism que, tal como lo indica su notación, A, el espejo plano deber c.

asegurar la función del gran Otro .. Vale decir que en est!\ esquema dicho espejo plano es el que sitúa la instancia re." presentativa de lo simbólico. i'J,

El Otro aparece entonces en el proceso especular, de mil• nera patente, para manifestar esta vez sin tapujos el pap!\; esencial que cumple aquí la dimensión del orden simbólico Y éste revela ejercer una influencia decisiva sobre la realiza. ción misma de la .experiencia, por cuanto de su estado d\ orientación -ilustrado, figurado por la posición del espejo A dependerán ópticamente las condiciones de formación de l imagen.21 Así pues, la formación de la imagen (especular procede con toda claridad de su determinación por lo simbó lico, que aquí aparece figurado, representado técnicament· digamos, por la orientación. Lacan dirá, en términos má precisos, la inclinación del espejo plano: "Para concebir I incidencia de la relación simbólica en mi pequeño modelq basta suponer que lo que produce los virajes del espejo-lm ... que presentarán al sujeto, en el otro, en el otro absoluto'· diferentes figuras de su deseo- es la intervención de la relaciones de lenguaje."22 Puede apreciarse el camino andad desde las primeras presentaciones del espejo, donde el Otr, simbólico no era mencionado de ningún modo como tal ni re: querido, aparentemente, para la efectuación del proceso espe2 cular. Ahora se lo convierte en parte activa y en element· esencial para el buen (?) desarrollo de l.a experiencia.

En las primeras formulaciones del estadio del espejo po,, dia tenerse la impresión de que el juego Ueu], cuando no eli yo UeJ, se ganaba en todas las jugadas por cuanto bastaba en apariencia con la interposición del espejo para que el niños~ reconociera en él ipso facto. Pero con el nuevo dispositivo e:

21 Habría motivos para_meditar sob_re_el hecho de que el Otro es dotad_9 por Lacan de una doble naturaleza, por decirlo así: lingüística (lugar dé la palabra) y ... óptica (el punto desde donde uno se ve).

"SI, pág. 237. Véase también pág. 213, donde Lacan llega al punt9 de especificar la intervención de la voz; págs. 214, 269.

proceso se complejiza en forma considerable, certificando además la necesidad en que se encontró Lacan de no. hacer las cosas de primera intención. Y ahora lo hace, observemos, en un sentido que indirectamente da cabida (¡las mencione o no!) a las objeciones de F. Dolto referidas a la no inclusión de un Otro de alcance simbólico en el proceso. Por una vez, éste puede ser hallado en cada ángulo del (y de los) espejo(s). ¿Pensaremos entonces que aquellas objeciones de tipo dolc tiano son ahora adecuadamente tratadas y tenidas en cuen­ta? No hay certeza sobre esto, aunque más no sea por ob­servar lo curioso de que el Otro esté representado por un espejo, mostrándose entonces nada humanizado (¿y tampo­co humanizante?); mientras que, en F. Dolto, el Otro se presenta sin duda más encarnado ... , aunque pudiendo asu­mir entonces, pero simbólicamente, una función del espejo (véase nuestro "mi!.roir"). 23

Lo cierto es que el Otro pasa a ser ahora, y de la manera más explícita, la instancia absolutamente exigible y reque­rida para que la imagen especular resulte posible, imagen que en lo sucesivo Lacan alineará al término (que encuentra en Freud) de yo ideal.

Observemos de qué modo lo que era imagen única -y además, por una vez, unificante- en la experiencia especu­lar primera versión, aparece aquí desdoblada, dicotomizada bajo la forma de un juego de rebotes entre i(a) e i'(a).24Aun­que no sea esto sobre lo que Lacan más insiste, es importante señalar que el dúo de estas dos imágenes supone una suerte de pulsación entre invisible y visible, ya que todo procede, en definitiva, del hecho de que una imagen invisible en i(a)25

sólo alcanza una posible visibilidad -en i'(a)- mediante la intervención del espejo A.

23 Pued'e ser que esto conduzca igualmente a una percepción diferente del Otro, en cierto modo puesto en entredicho por Lacan si se atiende a lo que son ·sus inclinaciones, sus inclinaciones desean tes. Será la cues­tión del "Che vuoi?" (¿Qué quiere de mí?).

2·1 Juego que Lacan se esmera en prolongar sumergiendo a este dúo en el proceso mismo de la cura, entre O y O'. Véase SI, págs. 246.

25 Que, tal como hemos señalado, se acerca a la noción de imagen inconsciente del cuerpo en F. Dolto.

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Dicho de otro modo, no es tan fácil representarse a qti.'. corresponde exactamente esta duplicación de la imagen. E;, particular, sería abusivo y hasta errado considerar que, pr' textando que aparece reflejada en A, la imagen i'(a) reci~ por ello una coloración intrínsecamente simbólica (a sem janza del O' al que Lacan llega posteriormente}. 26 En verda al intervenir esa suerte de rebote posible entre i(a) e i'(<>, aparece de nuevo enjuego ante nosotros la relación imagin; ria entre el yo y lo que Lacan llama usualmente peque­otro. En este aspecto, la relación i(a)-i'(a) se puede superp ner, se puede asimilar por entero a la manera en que viffi, antes a la relación imaginaria caracterizada por el vector . a'. Para resumir, el doblete i(a)-i'(a) muestra ser no otra cos': que una nueva ilustración o figuración posible de lo que c anterioridad habíamos despejado como tándem imaginari> a-a'. Hasta el punto de poder preguntarnos ahora qlJ.: progreso obtenemos en la formalización cuando nos liµr' tamos de hecho a repetir lo mismo mediante otros sign Es indudable, sin embargo, que la interposición del espe( A en el esquema tiene el efecto de manifestar el modo e que el eje simbólico se cruza con (o incluso hace posible) · eje imaginario. En cierto modo, lo que vemos delinears aquí subrepticiamente es el esquema L, todavía no form lado.

Pero esto no alcanza para disipar desde el vamos tod. posible confusión. Más aún cuando lo que puede confundi -pero que no obstante es al mismo tiempo una confirma, ción- es el hecho de que la denominación yo ideal (qµ~ caracteriza en lo esencial a una instanciación imaginaria! resulta susceptible de ser asignada a las dos posiciones del imagen, y valer tanto para designar a i'(a) como a i(a).27 Lg cual se debe a la afinidad que deja de algún modo indiscer.• nibles al yo y al otro, en la estructura misma de esa relaci6 imaginaria primordial. En cierto modo, la denominació

"SI, págs. 271-276, 285-291, 411 y sig. 2; Hasta el punto de que en ciertos textos -pienso sobre todo en el

trabajo de S. Thibierge- puede uno sorprenderse de ver designado coní_Qi i(a) lo que correspondería más bien a i'(a).

única de yo ideal fluctúa así entre las dos posiciones a fin de patentizar precisamente la indeterminación entre el uno (yo) y el otro, propia de la relación imaginaria. "El sistema del yo no puede ni siquiera concebirse sin el sistema[ ... ] del otro. El yo es referencial al otro. El yo se constituye en re­lación al otro. Le es correlativo. El nivel en que es.vivido el otro sitúa el nivel exacto en el que, literalmente, el yo existe para el sujeto."28

El desdoblamiento que caracteriza al yo ideal imaginario sólo se hace posible, no obstante, por la interposición del espejo A, a cuyo tenor simbólico nos hemos ya acercado y ello por más opaco que siga siendo aún en su principio y en su resorte impulsor.

Pero volveremos a encontrar una vez más esta dimensión de lo simbólico -que nos parecía faltar en las primeras ver­siones- en otro nivel: para ser precisos, en un punto de su esquema que Lacan quiere presentar como designativo no ya del yo ideal (imaginario), sino del ideal del yo, con el carácter de instancia eminentemente simbólica. Lacan se vale aquí, pues, de esa oposición terminológica que él desen­trañó en el texto freudiano.

Para saber dónde se sitúa esta función del ideal del yo, primero debemos recordar el sitio en el que habíamos dejado al sujeto: representado por el ojo y en las cercanías del espejo esférico (véase supra, pág. 203). El ideal del yo queda po­sicionado en el punto 1, punto que en el espacio abierto por el espejo plano A es simétrico a la posición del sujeto. Puede decirse que el ideal del yo está en posición homóloga a la del sujeto en el campo simbólico delimitado por el Otro. De ahí la especie de cuaterno al que arribamos en el dibujo extre­madamente esquemático que figura a continuación, donde el sujeto está designado por ',/, (al que se dice dividido por efecto del significante) y el ideal del yo por I.

"SI, pág. 85.

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$ 1

i(a) i'(a)

A · Nótese además que, con esta forma, reducido entonces;

sus elementos pertinentes, el esquema óptico no es atracos que una especie de equivalente óptico, digamos, de lo que desplegará en la figura del esquema L (donde la relació imaginaria constituye un obstáculo para el advenimierfo del sujeto).

Del mismo modo podemos considerar que el famoso quema L, que ocupa un lugar sin duda fundamental en l¡j:j enseñanza de Lacan -constituye, en verdad, su basamento;t , no es otra cosa que el despliegue formal al que conduce est~ extensión del estadio del espejo. Todo el proceso de elaborá'· ción y extensión de dicho estadio (primero en forma de' "esquema de los dos espejos") tiene el efecto primordial de· conducir a la construcción cruzada del esquema L. El cuál· representa su culminación teórica formalizada, consistente nada menos que en lo siguiente: agregar de modo expreso la simple dimensión imaginaria a-a' el eje simbólico (que corresponderá ál vector S-A: sujeto-gran Otro).

Así se postulan las cosas ya desde el primer Seminario, sólo que la dimensión simbólica, sin estar velada, parece de algún modo sobreimpuesta, sobreañadida; como si Lacan tu­viera aún cierta dificultad para formálizar su articulación con lo imaginario. El esquema L al que llega de manera formal al año siguiente dará a esta articulación su pleno

estatuto.29 Fue antes, sin embargo, al extender el esquema en la forma de dos espejos, cuando Lacan señaló claramente 'el punto de desembocadura al que había arribado: "La dis­.fanción se efectúa en esta representación entre elideal-lch y /el !ch-Ideal, entre yo ideál e ideál del yo. El ideal del yo dirige 'el juego de relaciones de las que depende toda relación con el otro. Y de esta relación con el otro depende el carácter más o menos satisfactorio de la estructuración imaginaria."

30

El ideal del yo aporta aquí, pues, una nueva y última luz sobre la manera en que lo simbólico permite y valida la efec­tuación de lo imaginario. Debe comprenderse justamente que la relación imaginaria i(a)-i'(a) obtiene su ordenación gracias a esa especie de supervisión que la función simbólica del ideal del yo ejerce sobre ella. La relación i(a)-i'(a) tiene lugar sólo por la inflexión que en ella determina este ideal del yo, caracterizado en cierto momento por Lacan como el punto desde donde el sujeto puede verse I ser visto como

susceptible de ser amado." 1

A 29

Para una presentación del esquema L, véase El, pág. 47 y S II, pág. 365.

" S I, pág. 214. 31

A lo que' corresponden igualmente las maniobras de la neurosis

(véase E2, pág. 659).

º'º

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No nos hagamos los listos; reconozcamos que pode sentir cierto desasosiego -hasta el punto de la confusi1, ante el sofisticado refinamiento de este esquema ópticgii nuevo tipo. Sin duda hemos podido observar el esmero que Lacan procura corregir lo que podía parecer una falla sus primeras exposiciones en lo referido al encuadramie simbólico de la experiencia especular. Ahora es difícil qu~ nos escape: está en todos los vértices de este juego de 4 á, gulas que dicho encuadramiento permite ordenar y poner' ejercicio. Y en todo caso lo encontramos en el centro, man: do doblemente en el nivel del espejo A, toda vez que La~$ hace jugar en este nivel la variación de la inclinación posib de dicho espejo, susceptible de figurar la incidencia di; simbólico (y su implicación imaginaria).32

Pero el desasosiego proviene, en rigor, de lo difícil q1 puede ser para nosotros volver a hallar en todo esto al vi y conocido estadio del espejo. Habida cuenta del punto al q ha llegado ahora la cuestión, ¿en qué lugar podríamos si tu¡ a un niño simplemente confrontado con el espectáculo des imagen reflejada en el espejo? Pues bien, sin duda se respon derá que ya no se trata de esto y que Lacan hizo saltar e.1 pedazos toda aquella realidad concreta de la primera exp~i riencia, tenida ahora por engañosa pues demostró ser sobr\ todo fuente de errores y confusiones. ···

Si resulta un tanto difícil encontrar aquí las coordenada iníciales del estadio del espejo es quizás, justamente, porqul Lacan se dedicó a disolver incluso los efectos de fascinaciói concreta producidos por las primeras versiones, y a despejai su esquema estructural. Así pues, no se trata tanto de ex-. periencia óptica propiamente dicha como de un modo de des pejar la arquitectura estructural, que la óptica sólo habí: tenido por objeto ilustrar (a la manera de los esquemas d Freud en su Traumdeutung, ellos también pretendidamen. te ópticos). ¡A decir verdad, se trataba sólo de un paradigma y sobre todo no de un dispositivo experimental efectivo (sin más bien ficticio)!

32

Véase S !, pág. 213, donde señala de modo explícito que esto no;•• existe al principio en el nivel del estadio del espejo.

Todo esto no vuelve menos exigible el intentar al menos una articulación con el estado primero del estadio del espejo del que el esquema óptico pretende ser un despliegue, un prolongamiento en calidad de "estadio del espejo generaliza" do". Pero si nos resulta un tanto difícil encontrar en él lo.s dato.s concreto.s primeros -un niño., un espejo., un mundo. circundante, etc.-, ¿en qué datos formales po.dremos apoyar­nos para mantener el vínculo que dé cuenta de. alguna coherencia entre los dos momentos diferenciados de la ela­boración de Lacan? Y bien, ese dato se nos impon~ porque asegura efectivamente la continuidad entre las dos etapas de presentación de lo especular: se trata del tema de la iden• tificación, que de una presentación a la otra constituye propiamente la clave de lo que se espera del proceso especu­lar. Recordemos cómo hablaba de ella Lacan en el primer texto (de 1949) a nuestro alcance: "Basta comprender el estadio del espejo como una identificación en el sentido pleno que el análisis da a este término: a saber, la trans­formación producida en el sujeto cuando asume una ima­gen [ ... ]."33

Este mismo tema de la identificación muestra estar obran­do en el corazón del esquema óptico, prueba de que también aquí se trata de esa mutación identificatoria que viene a asegurar, mediante el espejo, la realización (simbólica) de la subjetividad. Hasta podemos decir que el esquema óptico -o estadio del espejo generalizado- se despliega con el fin de precisar y especificar mejor lo que asegura el tenor de este proceso especular de identificación. Porque, a partir de los datos que expusimos más arriba, Lacan dispone de aquello que le permitirá caracterizar la consistencia de esa identifi­cación como simbólica.

Debemos indicar, por otra parte, que esto sólo quedará plenamente probado y realizado en un Seminario ulterior referido a la transferencia. Es en esta época (en 1960-1961) cuando Lacan proporcionará el avance suplementario que su esquema le permite sacar a la luz, explicitar. Y que consis-

" El, pág. 87.

91 S iL.: ¡¡:¡

U:li

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tirá en caracterizar la identificación de marras "com0:,id;

tificación del ideal del yo -es una identificación porra' aislados, cada uno de los cuales es único, por rasgos tienen estructura de significante-".34 Esta idea de unr, que sea soporte suficiente para la identificación es ref~ por Lacan al término que encontrará bajo la pluma deF y que él transforma en noción de pleno derecho: "ein ein, Zug", que traducirá luego por "trait unaire" [ "rasgo\1 rio"].35

- ---~-

Sin duda, todo esto podrá parecer muy "abstracto" o J; formalista, y ello más aún cuando estamos presentandq datos de un modo por fuerza condensado y abreviado. ¡ que reconocer que los perfeccionamientos introducidos ( elaboración del dispositivo especular no se orientan p nada a una simplificación que, en todo caso, haga fád aprehender el proceso experimental en su desenvolvimi~ concreto! Pues en principio no es esto lo que ahora, interesa. Hemos dicho que el carácter experimental tend¡ quizás sólo valor de pretexto, sirviendo simplemente;,; soporte para el pensamiento. Existirá así la impresión de q el debate resultante se situará en un nivel fundamerit. mente teórico. Podrá encararse entonces la cuestión,;;¡ discutir-una vez justipreciada la función del ideal del ycp lo que el proceso especular asegura debe ser llamado "asú ción simbólica" de una identificación que, sin embargo, sig sustentándose en la mera relación imaginaría (í-i'), ()J corresponde encontrar en ello razones para distinguir-:\: esto parece inclinarse Lacan- dos tipos de identificacion.g llamadas entonces, respectivamente, identificación im naría (con la imagen. del semejante) e identificación si bólica (con el rasgo significan.te del enziger Zug). Pero¿~. toriza ello a considerarlas por separado, toda vez que sentido del esquema óptico es precisamente subrayar entrecruce, su anudamiento?36

"S VIII, pág. 420. 35 !bid., pág. 395. 36

Además convendría proseguir con estos interrogantes hasta

~"'

Conformémonos por ahora con dejar planteada la pregun­ta. 37 Pues si tratamos de responder a aquellos que en razón de todo este refinamiento sofístico pudieran echar en falta!a concreción experimental, debemos decir que existe otro ele· mento que hasta ahora no hemos mencionado y que cobrará toda su importancia en la manera en que Lacan dará cúenta del desarrollo efectivo de la experiencia especular, Nunca más oportuna su evocación, pues nos ayudará a comprender . cómo se produce supuestamente el movimiento identificato­rio cuya puesta en marcha acabamos de indicar. Gracias a lo cual será además posible reencontrar a quien en cierto modo se había evaporado un tanto, a saber: ¡nuestro niñito frente al espejo!

En el Seminario sobre la transferencia Lacan vuelve a considerar el siguiente hecho (que ya había señalado con anterioridad pero en forma discreta):38 que en el desarrollo tipo del proceso especular llega un momento en que, tras haber captado su imagen en reflejo, el niño se vuelve hacia la figura de la persona que está a su lado (cuya presencia entonces descubrimos, pues ahora está explicitada). Lacan lo expone de este modo: "El niño se vuelve hacia el adulto que le sostiene, sin que se pueda decir con certeza qué espera de ello, si es del orden de una conformidad o de un testimonio, pero la referencia al Otro desempeñará aquí una función esencial. Articular esta función de esta forma no es forzarla, ni lo es disponer de esta manera lo que se vinculará respec­tivamente con el yo ideal y con el ideal del yo en la continua­ción del desarrollo del sujeto."39 ·

Y dos páginas más adelante Lacan aclara más las cosas en cuanto al valor que adquiere esa intervención del Otro ins-

donde resuenen en un debate propiamente técnico sobre el_ s~ntido mismo de la cura. Véase al respecto P. Julien, op. cit. , pág. 68 y sig.

37 A la que,_ dado el punto de la elaboración de Lacan que eStamOs tratando, quizás no sea posible responder.

38 Véase "Observación sobre el informe de Daniel Lagache", en E2, pág. 627 y en particular pág. 658.

39 S VIII, págs. 392-393.

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tada, digamos, por el niño, a la que asigna una función asentimiento sobre la base de que su obtención es requeri para que se realice -en forma de introyección simbólica-· que está en juego en el plano de] ideal del yo.'º Lo que añade de paso confirma el hecho de que el proceso sólo consuma pasando esta vez por la mediación de la mirada d! Otro, puesta en juego directamente. Hacía falta, pues, q1{ Lacan sumara a su descripción el pequeño detalle de es elemento suplementario. Lo cual da una idea de lo q podemos considerar como sus vacilaciones, la fluctuaci imprecisa de su marcha, o bien, si se prefiere, como el chor continuo de sus hallazgos. Lo cierto es que el Otro ya no tie únicamente la fría consistencia inerte del espejo plano . .,, ha (re)encarnado en la persona que debe hallarse present junto al niño, toda vez que éste se vuelve hacia ella.

G. Le Gaufey insistió muy en particular sobre lo q constituía a su juicio la dimensión esencial de este "detall del movimiento del niño: pues el niño no se contenta c

0.,

reconocerse li,sa y llanamente en el espejo, sino que a n confrontación especular se añade el gesto de volverse par~ instar el asentimiento del Otro, en posición de ideal del yo' susceptible, en tal carácter, de confirmar simbólicamenteJ identificación original (especular, imaginaria) allí enjueg~ El propio G. Le Gaufey se divierte presentándonos en form' condensada la dificultad que esto implica: "El volverse d niño se presenta aquí, pues, como una operación compleja e: cuyo transcurso el 'yo auténtico' recibe del Otro un 'asent~ miento' en forma del signo I, el cual valdrá luego como ideé del yo, punto a partir del cual se sostiene la diferencia entr. el 'yo auténtico' y el yo ideal."41 Y agrega, con ironía: "Bue trabajo de síntesis por parte de alguien que no apreciab mucho este término."42 i

Pero, sobre todo, Le Gaufey encontrará aquí materia adet cuada para poner en evidencia lo que le parece el punL capital, y que más tarde tendrá sus resonancias en la en.,

"!bid., pág. 395. 41

G. Le Gaufey, op. cit., pág. 100. 42 !bid.

218

señanza de Lacan, a saber: la profunda distinción entre dos tipos de unos, de unidades. Por un lado, el uno englobante de la unidad imaginaria tal como opera entre i(a) e i'(a), o sea, en el nivel del yo ideal. Y por el otro, el uno propiamente simbólico sancionado por la intervención del ideal del yo y que permite, por introyección, la inscripción del rasgo una­rio como elemento de identificación.

Esto puede parecer una conclusión harto formal .. Sobre todo podría llevarnos muy lejos, en cualquier caso más allá del punto al que creeríamos haber arribado al término. de este examen del esquema óptico: la evidenciación, esta vez indicada de modo expreso por Lacan, del resorte simbólico forzosamente implicado en todos los niveles del proceso es­pecular.

Si pudiéramos quedarnos con eso, si aquí estuviese el punto de conclusión y consistencia al que nos conducía exhaustivamente el prolongamiento del estadio del espejo seguido hasta ahora por nosotros, estaríamos capacitados para entrever una vez más una suerte de pacificación posi­ble en el diálogo que hemos instaurado -¡así sea a distan­cia!- entre F. Dolto y J. Lacan. Ahora bien, habiendo alcan­zado la confirmación de tal advenimiento de lo simbólico, ¿no estarían enteramente reunidas las condiciones de un acuerdo verdadero? Hasta el extremo de entender que nues, tro diálogo -lo que hemos intentado establecer en forma dialogada- toca a su fin, que la discusión está encontrando su término y el debate se encuentra a punto de cerrarse.en algo que toma un cariz de concertación, de pacto teórico· finalmente obtenido. Porque, en efecto, sean cuales fueren los elementos de oposición en ocasiones vehemente que entre tanto hemos sacado a la luz, sean cuales fueren los disensos con que nos hemos topado -fundados o no, además (cuando sólo se trataba de malentendidos)-, todo esto parece haberse resuelto, al final, ampliamente. Y por otra parte, ¿no se ajusta esto al sentido mismo de lo simbólico según Lacan lo concibe, esto es, como aquello que conduce a la realización de un pacto entre los sujetos?

Todo parece indicar ahora que, más allá de los eventuales

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malentendidos y contrasentidos polémicos puestos en ~: dencia, nuestros dos protagonistas terminaron estando,~. acuerdo sobre lo esencial. Eso esencial que acabamos de aisli y que consiste en una firme articulación de lo imaginario ' relación con lo simbólico, de un imaginario que revela anudamiento de principio con la dimensión de lo simbóli~ o, para decirlo de otra manera, el justo posicionamiento !l espejismo del yo habida cuenta de la instancia de verd propia del sujeto.

Todo nos lleva a considerar, como conclusión, que La9 y Dolto llegan en este terreno a un pleno acuerdo doctrin Pero esto, observémoslo, una vez explicitado el modo en q con el esquema óptico, Lacan vino a (re)introducir forma1 sistemáticamente en el dispositivo especular la interve: ción expresa de la dimensión simbólica. Si con las primer versiones existía el riesgo de que la experiencia especulan redujera a una instalación propiamente imaginaria (y dé imaginario hipostasiado ), todo indica que el riesgo de inc

0 prensión conceptual inherente queda decididamente de cartado. Lo cual se debe a esa especie de programa que ¡ desarrollo del esquema óptico realiza: manifestar que I experiencia especular de ningún modo podría reducirse a u: proceso imaginario en sí -como cabía deducir de las prim ras formulaciones-, sino certificar del modo más explíci, que, por imaginarios que sean el contenido y el resorte. d este proceso, no podría cumplirse sino por las vías de simbólico, es decir, tendido entre las líneas de fuerza d~ orden simbólico (referido en última instancia al lenguaje y la palabra).

Y podemos decir que Lacan no ahorró medios para ponerlí en evidencia; basta considerar que tal intervención de l simbólico aparece invocada de forma muy directa en ca, punto sensible de articulación del dispositivo desplegado el esquema óptico. En particular, ahora el niño (¡pues au, que parezca mentira, sigue tratándose de él!) no se encue tra solamente ante el mero dato de su reflejo especular, pue si algo de su imagen reflejada sigue estando en juego, ello S' debe a la mediación del Otro. Este Otro está ya figurado pó

?.?n

el espejo plano (y su eventual inclinación, orientación), y redoblado, digámoslo así, por el asentimiento que se entien­de otorga la persona que acompaña o porta a este niño. Y en el caso de que con esto no alcance, en el caso de que estos datos no alcancen para indicar la marca de lo simbólico en acción, Lacan refuerza su inscripción situando en el "cielo" de la experiencia la incidencia del ideal del yo, instancia eminentemente simbólica que habría de permitir aquí el juego, precisamente simbolizador, de la identificación y/o de la introyección (simbólicas).

En definitiva, según las alternativas de nuestro libreto dialogado, habría motivos para entender que Lacan respon­de de manera circunstanciada a su cofrade F. Dolto, quien insiste, como hemos dicho, en subrayar esa necesidad del tercero simbólico requerida de un modo absoluto. Lacan le responde por anticipado, diríamos, produciendo el desplie­gue de un esquema óptico donde lo simbólico queda señalado en todas las etapas del dispositivo.

Todo esto justificaría considerar que la crítica en apela­ción formulada por dicha cofrade, F. Dolto-objetando que en verdad no podía haber estadio del espejo si lo simbólico no era de la partida y en forma directamente operatoria-, fue con toda seguridad más que escuchada y que se le respondió como era debido, y hasta nos tentaría decir: de una vez para siempre. Habida cuenta de ello, ¿nos declararemos satisfe­chos con este entendimiento recobrado en forma delo que se presenta como un verdadero acuerdo y acerca de puntos cruciales, justamente al tratarse de lo qúe viene a dar estructura a lo imaginario mediante la confirmación, por el proceso especular, de la preeminencia significante del sím­bolo?

¡No, por cierto! Tendremos que decidirnos a que la res­puesta a esta pregunta se salde, contra todo lo esperado, por la negativa. La razón no está solo en la paradoja evidenciada por el hecho de encontrar la marca de lo. simbólico en un dispositivo imaginario. Porque, sea como fuere, el esquema óptico no está destinado a asentar solamente la instauración de lo simbólico. En la implementación de su sofisticado

991

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despliegue quedarán gravemente cuestionadas la sufici~; cia de ese asiento y hasta la propia consistencia de lo s~J bólico. Quedarán cuestionadas por Lacan según el al · que nos envía sobre ello P. Julien, cuya guía vuelve a, sultar invalorable para seguir el trazado sutil de la mar1 del maestro. Y en el mismo momento en que, ya en el fil'" de nuestra investigación, nos parecía que los dos, Dol~ Lacan, habían llegado, más allá del punto de partida es cular, a subrayar conjuntamente la importancia irredu. ble del encuadramiento significante por lo simbólico (alq1 Lacan refiere la efectuación del estadio del espejo gener~ zado), P. Julien, si le damos crédito, nos pone ahora ¡ guardia anunciándonos: "De ese período de los años Lacan se alejará a partir de 1964 [ ... ]. Cada vez dudará mi del poder creativo de la palabra, para afirmar finalmente; · 1980, que ese poder no existe."43

¡Esto significa-si damos crédito a tan masivas prediccj nes-que no ha acabado aún nuestra faena! ¡Creíamos est; ya próximos a una conclusión que conciliaba a las part. presentes, y he aquí que se nos intima a revisar esa unid¡ que parecía definitivamente adquirida! Creíamos cont¡ con un punto de acuerdo que incluso confirmaba y robustec' el sentido de la proximidad Lacan I Dolto. Habíamos loca. zado su culminación en lo que Lacan introduce con el quema óptico, apropiado para asegurar la ordenación si bólica de todo el dispositivo.

Pero reconozcámoslo: subsistía una impresión de gr. complejidad que hacía difícil, en todo caso, reencontrar{ simple experiencia de lo especular en su primera form ¿Qué sucedía exactamente en este dispositivo óptico gener. !izado? ¿Cómo recuperar, poco más poco menos, los datos~ apariencia más comprensibles de la experiencia inaugur. · Para dar un ejemplo mínimo: ¿dónde está el "niño" ah0r ¿Qué le sucede, exactamente? Ya no es tan fácil respond con el esquema óptico a estas preguntas que al principio, e el origen, parecían sin embargo casi obvias.

4.1 P. Julien, op. cit., pág. 84.

27.7.

Es indudable que hemos puesto en evidencia el gran valor de la distinción entre yo ideal (imaginario) e ideal del yo (simbólico), dualidad que hace al fundamento de la duplica­ción de los espejos. Pero no es posible reducir este distingo .¡¡la diferenciación de los dos símbolos i(a) e i'(a), puesto que ambos despliegan la temática del yo ideal. Y este juego entre

)os dos polos de lo imaginario especular está sujeto a su vez ¡ala supervisión del ideal del yo, exponenciado en el esquema allí donde se encuentra el punto I. Este punto I, lugar del ideal del yo, es al mismo tiempo el lugar "desde donde el sujeto se ve como susceptible de ser amado".

Y, con esto, ya no sabemos en rigor quién ve a quién. Porque si se pretende ver i(a) (¿imagen del cuerpo?, ¿ima­

gen de sí?), no sólo se la podría ver desde I. Pues la interven­ción de lo simbólico (del ideal del yo), ¿no es también lo que

.'desliza la cosa, la imagen hacia el lado i'(a), atravesando el

espejo A? Es verdad que con todo esto Lacan nos arrastra a una dificultad ligada sin duda a la marcha de su propia búsque­da, a saber: que lo simbólico cuyo despliegue es puesto en marcha por el esquema óptico a parece mencionado en por lo menos dos casos: está fijado en I (ideal del yo) y a la vez depende en forma móvil de la posición del espejo A (su in­clinación, orientación). A esto se agrega que los dos aspectos no pueden ser tenidos por independientes, aunque no haya nada explícito sobre la manera en que estarían ligados.

De aquí resulta todo ese anudamiento no poco complejo de consideraciones diversas entremezcladas donde hallamos, en forma conjunta: primero, esa dualidad especular de los dos polos i(a) e i'(a), con referencia a los cuales Lacan pre­senta la noción de un yo auténtico (?).44 Y ya hemos observa­do de qué modo estos dos polos exigen integrarles la super­visión asignada al punto I del ideal del yo.

Pero la experiencia (que sigue siendo una experiencia especular) se resuelve supuestamente (por identificación) a través de lo que opera la interposición del gran Otro, ya sea

" Cf. S VIII, pág. 393.

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porque este término designa la operatividad misma espejo plano, ya sea porque, de manera simultánea, A Jt; venido a designar también (¿influencia subliminal de· · Dolto?) a la persona que acompaña al niño, que lo sostie#· y hacia la cual éste se vuelve para obtener su asent miento.

Quiere decir que entre tanto, y haciéndose el desentend do, A terminó por ganar algo de un espesor encarnad Guarnecida entonces a la medida de una persona solícita acompañadora, 45 la instancia del Otro pasa a ser, en efect•, un agente directamente operativo en la conducción de r experiencia. Cuyo desenlace, que se revela ligado al volveniJ del niño, pasa desde ahora por lo que Lacan explicita enl tocante a la mirada del Otro, 46 una mirada de la que adem' no es obvio que sea por fuerza salvadora ni que esté carga de amor. Aquí se encuentra toda la cuestión del "Che uuoi~'· que remite a un "¿Qué quiere de mí?" insinuándose por eS.t! ojo47 y que torna incierto, cuando no vacilante, el estatuto de Otro (puesto que el Otro puede ser también engañoso).

Esto no impide dar por supuesto que el asunto se resue!v) en una identificación: al menos en este punto la posiciónd; Lacan no cambió. Sin embargo, dado el nivel de complejida• al que hemos llegado, debemos sostener, a la vez, que es\ identificación es posibilitada por el resorte I del ideal del yq y también que procede, como acabamos de indicar, de Ii mirada del Otro. De este modo, si quisiéramos dar unÉ tonalidad descriptiva a todo este material heteróclito pó; dríamos presentarlo considerando que el niño, habiendo re1 conocido su imagen en el espejo (¿i(a) o i'(a)?), se vuelve par ir a leer en la mirada de la persona que lo sostiene (A) lo qü, concierne a su ideal del yo (I). Este proceso, no poco descon: certante, se completa supuestamente con la identificaci6 que Lacan define como identificación con un rasgo (einzige:

45 Aunque quizás no tan solícita: éste será precisamente un punto_ el' diferencia posible con el Otro según F. Dolto. ,

"S VIII, págs. 393-395. 47 Un ojo que, llegado el caso, puede terminar siendo el de una mantü':

religiosa (tal como Lacan la presenta en su Seminario sobre la angustiaJ:::-:}

?.?.'1

Zug), aunque se muestre vacilante en cuanto a llamarlo signo o significante.48

Con independencia del grado de acuerdo al que hayamos sido conducidos por el momento, la atención se desplaza al mismo tiempo hacia lo que se moviliza en el registro de la mirada. Y éste es el rumbo que vamos a tomar ahora.

<s S VIII, págs. 393, 395, 420.

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8. LO REAL DE LA MIRADA

Debemos decidirnos, pues, a no detener el desarrollo de nuestro diálogo en el punto que por un momento creímos terminal, cuando parecía asomar de modo definitivo un acuerdo acerca de la necesidad estructural, y confirmada, de un encuadramiento simbólico de la experiencia especular.

Y ello por una razón muy simple que ya anticipábamos en páginas anteriores, esto es, que Lacan no se atendrá a esta conclusión por más votos que pareciera convocar: la de una "primacía de lo simbólico" reafirmada como tal una vez atra­vesado el estadio del espejo generalizado. En efecto, lejos de que el esquema óptico aparezca entonces ratificando esta primacía de lo simbólico en el humano-puesto que lo imaginario mismo encontrará en él sus marcas-, dicho esquema proporcionará a Lacan el motivo de un nuevo lanzamiento, de un salto conceptual, y en una dirección inédita.

En este aspecto hay que señalar de entrada, y P. Julien nos invita precisamente a eso, que, contrariamente a lo que suele propalarse de su enseñanza -¿en una nueva forma de "concepción dominante"?-, el propio Lacan llegó a poner en cuestión ese exclusivismo de lo simbólico que él mismo había promovido. Como lo explica P. Julien, sólo "mientras se trataba de polemizar con los posfreudianos era de buen cuño afirmar la primacía de lo simbólico sobre lo imaginario''. 1

'P. Julien, op. cit., págs. 183 y 184.

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Pero, planteado esto, Lacan va a orientar ahora la conti nuación de sn enseñanza en una dirección muy diferent digamos: a partir del esquema óptico, en el transcurso de 1 década de 1960. Por otra parte, en principio no puede aso · brarnos semejanterelanzamiento, semejante cambio de ru bo. Era dable esperarlo, una vez que P. Julien nos convencí< de la necesidad de distinguir sobre esta base de la temáti especular la progresiva integración por Lacan de sus tr grandes categorías conceptuales introducidas en 1953, re: pectivamente lo imaginario, lo simbólico, lo real. Así fü. como, después de que el estadio del espejo se mostrase ina¡ guralmente como aquello por lo que quedaba planteado enl doctrina el fundamento imaginario -que confundía eµ mismo redoblamiento la relación con el otro y con la imag¡:\i reflejada de sí mismo-, en una segunda etapa hemos seguid, toda su reconsideración ci,rcunstanciada, reorientada por r referencia a lo simbólico. Este fue el objeto del desarrollo i traducido (en el Seminario I) por el esquema óptico.2

No puede sorprendernos entonces el tener que conside ahora un tercer tiempo de desarrollo cuya apuesta emineil. va a consistir -si aceptamos el recorte propuesto por ;r lien- en asentar el sentido y alcance de la dimensión de real. Trabajo en verdad considerable que puede iniciarse,, el punto al que habíamos llegado creyendo, por un instan l. que lo considerábamos punto final, en el nivel del estadio espejo generalizado. Tendremos que decidirnos: éste.· esquema óptico) no es solamente o no es tanto lo que co: pleta el edificio lacaniano alrededor de la inscripción estr¡ tura! de lo simbólico. Porque resulta ser igualmente aqu.e:l,i a partir de lo cual van a establecerse los elemento.s d¡:\i doctrina específicamente lacaniana de lo real. Ahora te~ mos que (re)orientarnos en esta dirección. :ii

Casi no hace falta aclararlo: con r<Jspecto a esta nu .. e;· etapa crucial, nuestra exposición se mantendrá estri!'I mente limitada y circunscripta. No nos interesa aventtgf nos en toda la sucesión de desarrollos a los que dará lug.

2 Véase supra, cap. 7.

99Q

tema proliferante de lo "real" en la enseñanza de Lacan, pues nos arrastraría hacia el término último de esta ense­ñanza, hacia el punto último de su culminación (en 1980). Y tampoco es nuestro propósito confeccionar un ensayo más sobre el pensamiento de Lacan. Si tenemos en vista este pensamiento, es sólo allí donde se encuentra y se cruza con el itinerario de F. Dolto, allí donde parece poder instaurarse entre uno y otro un diálogo fructífero que confirme el valor propio de su camaradería. Esto es lo que sucedió durante el recorrido que hemos efectuado hasta aquí, al término del cual, por medio de ese mismo intercambio, quedó especial­mente reafirmada y confirmada la preeminencia de lo sim­bólico, su lugar fundamental en la doctrina analítica. Al menos sobre este punto, el acuerdo entre nuestros dos in­terlocutores no parecía dejar dudas.

Es de temer que ahora las cosas sean diferentes, puesto que Lacan reorienta su pensamiento y su discurso para dar en ellos el primer puesto a lo que él designa como "real".

Hay motivos, en efecto, para presumir que en este punto los dos caminos podrían separarse, disociarse, desde el mo­mento en que, a priori, no se percibe en el aporte de F. Dolto nada que venga a acompañar y sostener formalmente el nuevo impulso doctrinal de Lacan. Sobre todo si llegamos hasta a considerar que, con ese viraje conceptual, este úl­timo emprende el "verdadero viaje" al que alude precisa­mente -de manera misteriosa (¿mística?)- al final de su texto (de los Escritos) sobre el espejo.3

¿Quiere decir que F. Dolto no podría seguirlo por esté camino? Es verdad que si en ocasiones ella misma se vale de esta evocación de lo real -tendremos que ver de qué mane­ra-, esto no implica la menor conformidad punto por punto con las inflexiones propias de la noción de lo real según Lacan. De ahí la necesidad, en todo caso, de producir de éste una primera presentación, por sumaria que sea, aunque más no fuese para advertir la distancia que se podrá deter­minar así entre las dos enseñanzas.

s El, pág. 93.

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Digamos entonces, a fin de acercarnos simplemente al( que Lacan entiende por el término real -antes de que vay4 a desplegar esta sofisticada temática conceptual-, que est: noción corresponde a la consideración de lo que pone un topi delo que pone un obstáculo, de lo que constituye impedime to o fiasco, para lo que de lo contrario funcionaría según< orden de lo simbólico. Lo real es lo que arruina la bella ('. ordenación de lo simbólico. De una manera que lo vuelve .a.ff a lo inconsciente, La can lo aborda además como aquello q~ introduce en la lógica de la causa la "cojera", la hiancia.4

cho de una manera más freudiana, lo real surge como m;: allá del principio de placer: impide la homeostasis. No c ... rece, pues, de vínculos con la pulsión de muerte. "Lo r(! aparece de esa forma, es decir, como el obstáculo al princip: del placer. Lo real es el tropiezo, el hecho de que las cosas se acomodan de inmediato."5

Pero, siempre teniendo en cuenta el camino que hení: venido siguiendo y a fin de tomar datos más precisos· limitar nuestro ángulo de enfoque, volvamos al esque óptico, que hemos calificado de punto de partida, de (nue. partida para Lacan. A decir verdad, ya hemos notado ha qué punto de un seminario al otro, de un escrito al ott Lacan no cesa de volver una y otra vez sobre su esquerr especular, de reformular los detalles de su dispositivo, ye!': con el fin de sacarle nuevas enseñanzas. ·.

En este momento de elaboración que estamos abordan9 asistimos otra vez a un movimiento, a una transformacj( de ese tipo. Lo que aquí se juega -y que abre una nut) etapa de la conceptualización lacaniana- es introducido"" efecto, por un dato suplementario que Lacan añade ¡¡.;· descripción primera de la experiencia especular. Al final'.~ su Seminario consagrado a la transferencia, e inspiradq:, un artículo de Abraham, Lacan aporta la consideraciórr guiente, que enunciamos así: no todo lo que se prese.'

4 Cf. S XI, cap. Il. 5 lbid., pág. 174. En este Seminario, Lacan caracteriza todavíalo'-:f;

como encuentro fallido, de algo que no logra proveer la representa''' (cf. cap. IV).

09A

(corporalmente) frente al espejo queda reflejado en él. Hay un blanco, hay una falta, hay un resto.

Todo el movimiento de vuelco que se produce (¿se confir· ma?) a partir de aquí en el desarrollo de Lacan gira alrededor de este punto no poco desconcertante. Observemos que esto introduce ya nada menos que una especie de viraje (¿de in­versión?) en lo referido al estatuto de la imagen.

En G. Le Gaufey podemos encontrar una presentación circunstanciada de lo que acabamos de señalar, meritoria también por ofrecernos el esquema explicativo de Lacan que faltaba en la primera edición del Seminario en cuestión. 6

cuerpo propio imagen especular

La significación de este esquema es establecer de qué manera lo libidinalmente investido por el lado del cuerpo propio puede no aparecer reflejado por el de la imagen especular, puede no pasar a ésta, faltar en ésta. Con una consecuencia capital que G. Le Gaufey resalta: "Libidinal­mente, el espejo ya no es lo que era sobre el plano óptico: una máquina de reflejar, de producir dobles; ha pasado a ser un instrumento de reparto que efectúa una separación entre lo que pertenece al orden de la imagen [ ... ]y lo que no adviene a ésta."7

No se podría decir mejor hasta qué punto se anuncia aquí

6 Este esquema falta en la pág. 422. 'G. Le Gaufey, op. cit., pág. 102.

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una transfonnación radical que pone en tela de juicio l •. presupuestos sobre los cuales había funcionado todo lo prec; dente (en cuanto a la operatividad especular). Incluso qu dan hasta subvertidas las leyes mismas de la óptica, una v' admitido que los espejos (planos) no funcionan, no funcion más como se esperaba formalmente de ellos. ¡Para fastid de Cocteau, de repente (ya no) reflejan!* Y esto autoriza, calificar el nuevo aporte de Lacan como subversión o revol ción de lo real: cambia del todo (o mejor dicho: ¡cambia todo a nada!) el estatuto de los espejos. De suerte que aho se ve radicalmente trastornado el sentido mismo de la e pe:riencia especular según nos lo había hecho comprender; priori (aunque fuese de manera errónea o apresurada) l plenitud espontánea del reflejo.

Seguramente la continuación del discurso de Lacan pe tirá advertir mejor aún la vasta resonancia de este apo singular, si precisamos que lo que no adviene en la imagen d, reflejo -o revela faltar en ésta- es lo que Lacan va a design con el término de "objeto a'', noción capital, como sabemos, prn conduce a la categoría de lo real, y que por lo tanto hace aquí sl aparición en calidad de aquello que vacía ala imagen especul · con su hiancia, bajo la especie de lo no especularizable, o sea, lo que no va a ser encontrado en tal imagen especular.

Y G. Le Gaufey sitúa apropiadamente su incidencia en¡ marco del esquema óptico, doblando la apuesta de los des · rrollos lacanianos y en especial para dar cuenta de la famo modalidad del volverse del niño -mencionada antes p nosotros-, y determinar su sentido. De este modo se opera articulación entre lo que todavía podía haber de enigmáfi; en el movimiento del niño y la necesaria consideración algo no especularizable: "Una investidura libidinal, que .. ha pasado a la imagen, se vuelve para ir a buscar en el otro'

*La frase aludida de Jean Cocteau, perteneciente a su obra $.s~ de critique indirecte, es "Les miroirs feraient bien de réfléchir avaiit renvoyer les images". Su traducción al español se complica por la utiliz ción equívoca del verbo réfléchir, que significa tanto "reflejar" cori "reflexionar, pensar". Más o menos literalmente, dice: "Los esp'ej harían bien en pensar/reflejar antes de devolver imágenes". (N. de la

que la imagen sola no le dará [ ... ]."8 Y el autor prosigue, señalando de paso que "sin embargo no todo es límpido en estos agregados sucesivos"' (¡el acto entre ellos!), explicando, apro­pósito del esquema inserto más arriba, de qué modo Lacan "distingue ahora entre lo que pasa y lo que no pasa a laimageri, introduciendo con esto una relación entre 'cuerpo propio' e 'imagen especular' que despeja la posibilidad, has-ta entonces inédita, de un resto: el objeto (a) ha pasado por ahí".'º

Un mayor esfuerzo por seguir paso a paso la descripción de la experiencia así revisada y corregida obliga a sostener, simultáneamente, que el niño se ha reconocido en la imagen especular11 pero que, en la medida en que algo "no ha pa­sado", se vuelve, con miras a obtener, según se ha dicho, un signo de asentimiento, el cual queda ulteriormente asignado a I, ideal del yo "fuera del espejo".12

Podríamos agregar que es así y únicamente así como adquiere sentido esta adjunción del volverse del niño que al principio parecía ser tan sólo un adventicio detalle extra, casi anecdótico. Ahora se aprecia que no lo es, ya que ese supuesto "detalle" viene a señalar, por el contrario, un efecto de falta, de resto, intrínseco a toda la fenomenología de la especularidad de este modo reconsiderada.

Por otra parte, llama la atención el modo en que se ve reducida la importancia concreta del espejo a medida que se incorporan todos esos añadidos sucesivos de los que el pro­ceso especular se guarnece, reducción producida a favor del personaje acompañador que sostiene al niño. Por lo menos en este aspecto la aproximación ya señalada con F. Dolto podría continuar y confirmarse, toda vez que los comple­mentos aportados a la experiencia siguen decididamente el sentido de coincidir con aquello que Dolto nunca dejó de enfatizar en cuanto a la necesidad de una presencia tercera explicativa, simbolizadora.

'Ibid., pág. 102 y sig. '!bid., pág. 103. w !bid. n [bid., pág. 104 y sig. 12 lbid., pág. 105.

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Pero tal supuesta aproximación es quizás sólo puntual provisoria, ya que su envión puede verse interrumpido en es .. nivel. Hay, en efecto, un punto litigioso consistente en que, pó el rnodo en que Lacan describe el volverse del niño en direcció del Otro, 13 dicho giro puede no instaurar a este otro COIIJ.·

solícito, tal corno parece suponerlo en cambio F. Dolto. Esto lo propone, sin duda, corno referencia potencialrnen

simbólica. Pero nada indica que esa instancia baste par. apaciguar corno conviene lo que es en surna la búsqued insabida del niño, ahora que el espejo lo abre a su trasfondo d! enigma: en cuanto a lo que falta en la imagen, de la imagen e tanto instigadora de esa función de la falta, del resto.

Desde el rnornento en que el volverse hace pasar de <

óptica del espejo a la dinámica de la mirada (del Otro); ~ enigma puede seguramente terminar redoblado por el d,' ¿quién es el Otro (que rne rnira, desde donde yo rne veo ¿Qué quiere él de rní?

Irnportatarnbién insistir sobre algo susceptible de refq' zar el carácter ansiógeno del proceso entre lo que no apare,, en la imagen del reflejo, y lo que en consecuencia no resull cornplernentado forzosamente por ello en (la mirada de)' Otro, mirada apta por naturaleza para confirmar, rnás big que el Otro también padece de falta (está barrado). 14

Para restituir entonces su acento a nuestra confrontaci< temática, podríamos decir que el volverse, mientras que en. Dolto, cuando se lo señala, adquiere el sentido teórico. prestar un asentimiento simbólico (simbolígeno),15 en Lac;> designa tan sólo la opacidad redoblada de una falta estructuf;~ para la que no puede haber garante último.16 ··

13 ¡Y cuya evidencia, además, los psicólogos experimentales és­lejos de encontrar!

14 Los desarrollos de Lacan hacen mucho más que dar cabida eventualidad de un Otro incierto, enigmático o engañoso. Cf. por eje --S XI, pág. 222 y sig., 227.

15 Lo que está confirmado por el desarrollo de D. Vasse, L'ombiliq-€ voix, Le Seuil, 1974, págs. 116-120. ·

16 Puesto que, en Lacan, el Otro tiene intrínsecan1ente que ver.co'' engaño (cf. S XI, pág. 139).

En el mismo orden de ideas se observará igualmente de qué modo, por la manera en que la configuración ·.del dispositivo especulal'.' fue cambiando desde eLprincipio, habremos pasado de una experiencia en la que Lacan podía poner en primer plano el "júbilo" del niño, la.asun­ción triunfal, a algo que, por esa suerte de debilitamiento de la imagen (descompletada), por el vaciamientoimagi~ nario que así se produce, está mucho más próximo a la intimidad espantosa de una experiencia de angustia. No es extraño que el esquema óptico pueda llegar a set para Lacan, en su Seminario de 1962-1963, el último sopol'.'té encontrado hasta entonces para ahondar efectivamente en el fenómeno de la angustia. Como si todo el camino recorrido consistiera en romper con los encantos engaño­sos del espejo primera versión, haciendo aparecer las figuras fantasmales y espectrales que se ocultaban falaz­mente en él.

A través de lo cual la experiencia especular que podíamos considerar venía a asegurar la integridad corporal (del yo), queda finalmente acentuada en lo que tiene de dividida o de agente de división. Ella opera como el tajo de un descuarti­zamiento, de un desgarramiento, el cual por lo menos resul­ta así confirmado.17 Pues sucede que, al término del estadio del espejo así rnpensado, así reconsiderado (si es cierto que la denominación es aún válida), sin duda algo de la unidad -¿diremos corporal? (¡o física!)- sigue asegurado en princi­pio corno la propia mira de la experiencia. Pero si hay . unidad, ahora se muestra no dañada tal vez sino, digamos, "minada", mermada, cercenada, agujereada, y por aquello mismo, sin embargo, que asegura su advenimiento. Esto corresponde en ese caso a la anfibología, a la ambigüedad del objeto a, que a la vez es lo que descompleta y al mismo tiempo asegura, así sea de manera engañosa, una consistencia ilusoria.

17 En efecto, podríamos hallar aquí una verdadera continuidad terhá~ tica, e incluso la reafirmación -en una modalidad renovada~ de una constante en el pensamiento de Lacan.

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Hay que mantener unidos, pues, los dos elementos corre lacionados en este punto de la elaboración, a la vez lo qué corresponde a una unidad no ya imaginaria sino simbólici' (sustentada por la identificación con el ideal del yo I), y po otra parte, lo que les da paradójicamente su consistencia, saber: el hueco del objeto a. Cuanto indicamos aquí respecto acredita el salto doctrinal que Lacan efectúa e el transcurso de los años sesenta a partir de los datos d esquema óptico. Para acentuar su efecto de ruptura, podríª mas considerar que esa transformación -que pone al dese bierto la dimensión de lo real- consiste en pasar de aquell que, con el estadio del espejo, operaba en el registro de.l: visión (sensorial) -en el sentido corriente, clásico del térmí no-, a lo que ahora debe ser situado más en el campo de·l mirada (deseante).

Digamos que, con toda la transformación que introduce lo referido al esquema especular, con toda la renovación sus consecuencias que esto implica, Lacan abre una gr zona doctrinal o al menos profundiza un aspecto esencial su obra que podríamos llamar una analítica de la mirad, Esto significa que ya no se trata tanto de aquel "primado lo visual" en el humano sobre el que Lacan mismo insistió que tiene su fuente en la prematuración), sino de lo q ahora se pone por delante -y en todos los sentidos término- como indagación sobre la mirada, como ca incluso -o enigma- del deseo.

Pero a esta acentuación de lo que la elaboración tiene;• innovadora sería fácil oponer lo que le da más bien contin' dad. Hay razones para considerar, en efecto, que al firi cuentas Lacan no hace otra cosa que extender la profundi ción de una misma temática ligada a la especularidad y á visual aunque lo haga en forma de renovación. Y en defü tiva esto no haría más que confirmar, ¡ior si hiciera fr1J hasta qué punto hay aquí un tema absolutamente capital• toda su obra y que acompaña a todo su desarrollo incluye:rí! las transformaciones más radicales. Nos veríamos rrtí orientados, pues, hacia lo que constituye en este aspect<?; unidad del pensamiento de Lacan, una vez identificad0:

hilo conductor esencial que representa el eje de lo escópico. Subrayemos entonces lo que el discurso de Lacan viene a

despejar en la dimensión propia de la mirada. Pero podría­mos hacer notar al respecto que este registro estaba ya pre­sente en los tiempos iniciales de su enseñanza, y ya implícita­mente en todo lo que movilizaba la instalación del estadio del espejo mismo, redoblada por la evocación (agustiniana) de la invidia; pero asimismo por la insistente referencia a Sartrern

En este aspecto, podría entenderse que Lacan, dadas las consideraciones a las que arriba en la materia -y consisten­tes en mostrar por qué lo simbólico no alcanza plenamente para la asunción especular-, se limita a desarrollar lo que desde el comienzo él anunciaba como el "drama" de la es­cenografía del espejo. Conviene, pues, ser prudentes. Por­que lo que se presenta como presunto cambio inédito o innovación radical puede muy bien haber sido vastamente anticipado por desarrollos anteriores, de manera que en algún momento podremos advertir que la idea supuesta­mente innovadora estaba presente, así fuese en germen, desde los primeros planteamientos.

Nada de esto impide que los comentadores coincidan en considerar que a partir de la década de 1960 se produce sin duda un viraje radical, correspondiente a una concentración en torno a la temática de lo visible y de lo especular. Hemos señalado una primera incidencia de base al final del Semi­nario sobre la transferencia, pero este mismo movimiento de recentrado continúa y se amplifica muy especialmente en el Seminario XI, de 1964, consagrado a los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis.

Tal movimiento corresponde efectivamente a una focali­zación sobre el tema de la mirada y contribuirá a modificar, en su conjunto, tanto el contenido como la tonalidad del dis­curso. Este viraje es tanto más fácil de poner en evidencia cuanto que el propio Lacan subraya su alcance. Y lo hace, una vez más, para hacer manifiesto un malentendido retros-

"Por ejemplo, S I, págs. 240-249.

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pectivo posible. Parece decirnos que, en efecto, estaríamos' : por completo descaminados si estimáramos que su apela­ción constante a la óptica (del estadio del espejo al esquema óptico, estadio del espejo generalizado) implicaba de su par, te adhesión alguna a la óptica cartesiana, geometral; y con ello, a la psicología que le. es inherente desde el punto de.; vista epistemológico. Lacan tiene el cuidado de desmarcars\ji de ellas del modo más expreso -tal es el sentido de su§ comentarios-, haciendo hincapié en que el objeto de si' enseñanza se centra aquí en la problemática pulsional y/1 subjetiva de la mirada, es decir, en lo que habría que llama entonces una óptica ... del deseo.

Esta declaración tiene un valor de puesta a punto cardin que permite a Lacan reencuadrar su elaboración disociá dala de lo que pudiera supeditarla a los datos de la óptic geométrica. Mientras que esta última remite a la dimensió. de la conciencia -correspondiente a un "yo me veo verme" -e,{: intervención del deseo altera por fuerza el bello arde: (espacial) de la óptica cartesiana. Y esto conduce a Laca!l oponer a la "visión" (geométrica) lo "visual" deseante, urri vez recordado que en este registro "lo que miro nunca es) que quiero ver" 19o, de manera más radical: "se mira lo que n se puede ver".2º Así pues, se reintroduce el deseo en es. registro sólo a condición de señalar que es aquello que di frauda a la mirada (o la ciega).

Así pues, ya no es cuestión de remitirse al sentido de visión, a los datos neurofisiológicos de lo visual, a los ql-) Lacan aludía aún en sus primeros escritos sobre el esp1' con referencia a la prematuración. Aquí podemos apreciar. amplitud del reajuste, del reposicionamiento discursivo q presenciamos en ese famoso Seminario de 1964.

Por otra parte, un segundo elemento debe ser tomado. cuenta para apreciar lo que se juega ahora en la reorient ción del desarrollo lacaniano: el hecho de que, coincidienJ con las propuestas del Seminario, aparece Lo visible Y,>' invisible, obra (póstuma) de Merleau-Ponty cuya importanc,

"S XI, pág. 109. 20 !bid., pág. 189.

Lacan no puede desconocer. Y de hecho, debemos entender que encuentra en ella más bien un pretexto y un motivo para reencuadrar su discurso sobre la misma problemática de lo visible, aprovechando la oportunidad, digamos, para reformu­lar los principios que habían fundado sus avances sobre la cuestión. Esto, de manera similar a la que (otra vez en ese mismo año) ya le había llevado a dar la réplica a Sartre.

Al parecer, Lacan quiere dejar bien sentada su especificic dad en relación con los pensadores de su tiempo y muy en particular sobre este terreno de la visualidad .. Y todo se pre­senta como si aprovechara la ocasión brindada por la publi­cación del trabajo capital de Merleau-Ponty para producir, acerca de la problemática humana de la mirada, una funda­mental reconsideración conceptual en el campo del psicoa­nálisis.

Para decirlo en los mismos términos que ya hemos pro­puesto, se trata de establecer que, mientras que la visión puede corresponder a cierto efecto de certidumbre y asegu­ramiento, sobre todo si se la supone tributaria de la lineali­dad de las leyes de la óptica geométrica, la mirada, por su dimensión constitutivamente subjetiva (o intersubjetiva), deseante, introduce algo así como una oscilación, un desaso­siego que no dejará de evocar de manera intrínseca, estruc­tural, la dimensión de la angustia.

Porque aquí está lo fundamental: la mirada se introduce sobre el fondo, podríamos decir, de algo que la mella, la cer­cena, la vacía.

Ahora bien, esta afirmación que evocamos en forma su­maria no puede sorprendernos. Se sitúa en continuidad con lo que nos enseñaba ya el final del Seminario sobre la trans­ferencia, respecto de que lo especular manifiesta aquello que no pasa a la imagen reflejada, en una suerte de punto ciego de la especularidad. En este carácter, la mirada es portadora de aquello que la perfora, la mirada es aquello por lo cual lo visi­ble se revela mellado por una secreta invisibilidad que lo descompleta.

Así pues, hubo que pensar de nuevo el gesto del niño al volverse, partiendo de aquello que de él, para él, queda

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desapercibido de la imagen en el reflejo de la imagen espe­cular. Esto hace que el pequeño se encomiende al testimonio' del Otro, testimonio sin embargo cuya validez no está asegu; rada por cuanto equivale a apelar a otras incertidumbres: redobladas, como las que centellean en la mirada del Otro; aun si esta mirada está encuadrada por su evocación de una supervisión simbólica, capaz no obstante de revelarse es, tructuralmente desfalleciente.

En un tiempo anterior del esquema óptico, encontrábá; mas en todos los niveles esta instanciación de lo simbólico¡ hacíamos notar esa envoltura de la experiencia especularf su encuadramiento (supuestamente saludable) por la omni presencia de la referencia a lo simbólico. Lo menos qu podemos decir es que ahora se ha producido algo así como cambio de registro. Y lo que se introduce viene más bien. confundir, cuando no a tergiversar, toda esa localizació simbólica que considerábamos adquirida. A la vez la image misma queda vaciada de lo que ella no refleja, 21 y el Otro s. muestra como un garante no poco enigmático, acorde conV que puede indicar la evidencia opaca de su mirada.

La radicalidad de este planteamiento puede ser asignad al nivel de las instancias categóricas de Lacan, y según J linealidad I, S, R que P. Julien se ocupó de hacernos disce. nir en ellas. En un principio pudimos captar la importanCi del reencuadramiento de lo imaginario (de lo especular) po las coordenadas simbólicas que el esquema óptico inducía• acentuaba. Y ahora debemos justipreciar lo que apare.;: mellando aquella seguridad del símbolo: el hueco por el cu Lacan pretende despejar, en la mirada, la verdad en abis de lo real.

Tal es cabalmente el sentido del vuelco radical que con tituye el viraje de 1964. Realización, más bien, si se trata manifestar lo que es aquí un punto de culminación, o sea, que conduce a despejar la dimensión inédita de lo re real que podríamos definir como aquello que, de lo imagin

21 De este modo va a introducirse aquí toda la temática del objeto 'ff"' sea, la idea de un resto irreductible, inasiroilable: ¡eso no pasa!

rio, lo simbólico no basta para inscribir, encuadrar; conte­ner. Aquello que, del campo de lo imaginario,lo simbólico no basta para sujetar: lo que escapa, lo que resta, lo.que resiste

a la simbolización. Y -debemos señalarlo insistiendo aun más'- la función de

la mirada permite a Lacan arribar a ese punto último de pro­fundización de su pensamiento. Gracias a la mirada puede alcanzar el punto extremo de su reflexión, reorientada radicalmente por el advenimiento de lo real (que encuentra así en esta función de la mirada un soporte privilegiado). Pero además hay razones para considerar que todo el discur­so de Lacan habrá sido, de punta a punta, nada más que una formidable elaboración sobre la cuestión del ver y de la

mirada. Esto es lo que le habrá permitido desplegar el abanico de su categorización, primero haciendo valer el resorte del proceso imaginario en el hrunano (el narcisismo yoico del es­tadio del espejo), luego la fundamental referencia al orden simbólico (ideal del yo y función del Otro), y ahora la penetración --en este mismo registro de la mirada- de la ca­tegoría de lo real, o sea, aquello que enloquece a lo imagina­rio debido a lo que el dominio de lo simbólico no logra

recubrir .22

Si intentamos restituir en otros términos su marca a todo este formidable recorrido, podríamos situarlo también bajo el patronazgo de una denominación diferente, común asi­mismo a todas las etapas y de la que encontramos inflexio­nes y mutaciones en todos los momentos decisivos de este pensamiento en marcha. Hablamos de la imagen, que ha seguido siendo en todo el transcurso un objeto dilecto para Lacan, soporte de su pensamiento. Podría no ser abusivo describir el trayecto entero de su enseñanza como, poco más

22 Como lo indica P. Julien, en forma contundente: "La enseñanza de

Lacan fue, del principio al fin, un debate con lo imaginario. Planteado primero como tal, en tanto ligado al narcisismo del yo, lo imaginario es sometido luego al primado de lo simbólico para volver de modo diferente cuando Lacan aborda, por último, la relación de lo simbólico con lo real"

(op. cit., pág. 225).

0A1

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o menos, una suerte de variación extraordinaria de un,JJ, samiento de la imagen prometido sin embargo a los siiJ más espectaculares.

Con el Seminario XI (de 1964), por ejemplo, nos h< alejado muchísimo de aquellos impulsos entusiastas. hacían vibrar al joven Lacan a propósito de la imago "Más allá del 'principio de realidad"', de 1936. Tam.JJ¡ estamos muy lejos de la validez que la imagen especlJ' parecía aportar a la asunción imaginaria-al advenimf!l; del yo- en el estadio del espejo. Por lo menos ahora La• viene a descartar definitivamente las cantinelas que por elevar la imagen al rango de resorte impulsor del tra analítico (como en 1936, o como sucede todavía en el Se nario I, por ejemplo), para alojar en ella lo que asegurab sentimiento de sí su unidad referida al cuerpo, a la ima del cuerpo, especularizada.

Es indudable que la imagen quedó luego como quebra difractada en una duplicación i(a)-i'(a) que a su vez s'ó adquiere sentido en función de la dicotomía yo ideal! id<J del yo.

Pero ante lo que se desbroza en este momento y q: consiste en aislar la dimensión propia de lo real, el asunto la imagen adopta un cariz completamente distinto, co mínimo mucho más desconcertante. Pues la imagen pasá ser entonces una suerte de emblema paradójico de lo que!\ ella no se ve; es verdad que continúa en primer plano, pel:\ en la medida en que cumple la función de hacer presente es~ parte de invisible que la descompleta. Si Lacan continú ahondando en la temática de la imagen, ahora lo hace par. despejar y producir lo invisible que ella encubre, su parte d,, enigma. Todo el dispositivo que, creíamos, era primordial', mente el del estadio del espejo y donde la imagen veníaA asegurar en lo imaginario una armonía unitaria del yo fun-. dada en su reflejo, todo este dispositivo queda de aquí en más desmontado, dislocado, descompuesto, para hacer surgir el: aspecto propiamente paralizante de lo que, en la imagen, no' se ve. Dicho en otras palabras, aquello que condena a la imagen a lo invisible. Hasta el punto de que si ella descono-

º'º

ciera esa dimensión de invisible que la caracteriza por esencia,23 correría el riesgo de caer, de derrumbarse en la ilusión mimética que la idea misma de representación puede

· generar. Decirlo así permite apreciar todo el recorrido efectuado a partir de los primeros lineamientos de la exposición inicial del estadio del espejo, exposición que daba preeminencia a la visibilidad de la imagen, a la imagen como visuaL Com­prendemos aún mejor lo que podía tener de ilusorio o de erróneo aquello que denominábamos concepción dominan" te, y que se dejaba apresar, en suma, en la materialidad todavía psicologizante del dispositivo (y en el carácter psico• genético del proceso). Ahora resulta que toda la elaboración siguiente de Lacan no habrá consistido al final en otra cosa que en deconstruir poco a poco, en desmontar los elementos (engañosos) de visibilidad que, cual un malabarista o un escamoteador, pareció instalar al principio. Trabajo que lo conduce a poner en evidencia lo que deshace la imagen y la desmarca así de cualquier mimetismo icónico (o idolátrico). De modo que, al fin de cuentas, todo ese recorrido efectuado por Lacan no sería otra cosa que la deconstrucción, el des­mantelamiento del estadio del espejo que fuere, del estadio del espejo que sólo habría parecido ser (así, para Lacan: ¿un tiempo engañoso engañado?).

En todo caso, esto nos permite manifestar retrospectiva' mente lo que puede distinguir al comienzo los procederes de Lacan y de F. Dolto, observando que esta última insistió siempre en señalar la absoluta primacía de la comunicación lingüística, cuando Lacan -con su espejo- se sumerge de entrada en el reino de lo escópico y se obliga a asumir la empresa hasta el final, pues todavía la actualiza -para des­montar/ demostrar su resorte impulsor- en el Seminario XI.

Hasta cierto punto, el ser humano no es solamenteun hablaser, toda vez que Lacan lo considera simultáneamente

23 Y no puede desconocerse el resorte de estas ~uestiones----:-en referen­

cia al ícono-, histórica y estructuralmente teológico. La ob_ra_ de G. Le Gaufey tieri:e el mérito de abordar la problemática respectiva en corisQ­nancia con el trabajo de M. J. l\1ondzain (op. cit., pág. 262).

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como un "miraser" o un "veser".24 ¿No estribaba aquí el fi <lamento mismo del estaclio del espejo, en un tiempo conceptu_: en que la climensión del lenguaje apenas si estaba articulad

Quedaba también porprobar-Lacan llega a esto en 196 que la operación especular no podría comprenderse p referencia a la visión geométrica, puesto que pone Jl' esencia en juego la dimensión de la mirada, más apta pa señalar "al sujeto que se sostiene en una función de deseo"i

No sólo está el ojo de la visión, añadirá todavía Lac poniendo en juego esa función de la mirada que quiebra ordenación luminosa de la geometría escópica al hac. manifiesto en ella "el mal encuentro", referido aquí a la coincidencia eruptiva de la mancha.

Estas consideraciones -que sólo podemos mencionar Ji ramente- suministran a Lacan el medio para coronar, c años de distancia, el análisis del montaje especular, ponie: do a plena luz lo que hubiera podido quedar en él oculto, no es casual que se aboque al respecto a un examen minuc· so de los fenómenos de mimetismo (animal).26 Esto le per te superar lo que podía permanecer detenido en la fasci ción especular por el espejo, desmontando su resorte s· puestamente adaptativo.

Si integramos las avanzadas de este discurso en el acá pite última etapa,27 podríamos concluir que Lacan habrá utiliza.C1 todo este tiempo (¡unos treinta años en conjunto: de 1936; 1964!) para desembarazarse del estadio del espejo; quereni1 decir: para ajustarle las cuentas, para retorcerle su engaño figura. E incluso traspasando, por el agujereado de la mira1 el encuadramiento simbólico que por un instante había prese tado como punto de detención.

Habiendo percibido que Lacan se apoya en la problemá ca de la mirada para introducir en su conceptualización

24 Lacan toma de Merleau-Ponty la idea de que somos seres mirad (cf. el mundo "omnivoyeur'', S XI, pág. 82-83, yla "visura", ibid., pág. 8,,-

25 !bid., pág. 92. "!bid., págs. 81-82, 105. 27 A lo que aún habría que añadir el hecho de que la mirada

ajustada a la castración, por medio de la falta fálica.

enigma que él designa como de lo real, podríamos observar -si no fuera que podría llevarnos demasiado lejos- que también en este aspecto se revela como un hombre de su época. De manera inesperada, su elaboración muestra ser afín a todo un sector del discurso que acompaña al movi­miento del arte contemporáneo, al tratarse de reducir, cuando no de recusar directamente la parte indebidamente ocupada en lo visible por la representación.

28

Por otro lado, esta aproximación no es sólo fortuita. Pues impulsado por la inspiración del trabajo de Merleau-Ponty, Lacan organiza todo un sector de su exposición en el Semi­nario XI alrededor de la función de la mirada, referida a la esencia misma del cuadro, en el campo de la pintura.

No es posible profundizar en esta pista de trabajo (¡aquí eso está excluido!) sin volver a arrancar de los puntos cruciales que hemos establecido al pasar. Y ello sería válido

en particular para: - la no transitividad de la imagen -lo que no pasa a la

imagen del reflejo-, tema que Lacan no se cansará de desplegar en su relación con la castración (asignándole en

particular la notación -cp). - el eje del objeto a aquí especialmente despejado en el

estatuto eminente que debe a la dimensión de la mirada. Contentémonos con insistir sobre el doble tenor de este objeto: es a la vez el hueco que vacía la imagen, la descom­pleta de su engañosa unidad englobante, de su falsa pleni­tud, y es al mismo tiempo lo que viene a hacer de "tapón" -ilusorio- para ese hueco, para ese vacío, a obturar lo irreductible de esa falta en lo real.

29

28 Para decir algo más sobre el vínculo, en este aspecto, del pensamien-

to de Lacan con la reflexión de su época, limitémonos a dús referencias. La primera concierne a los trabajos sobre la iconoclasmia y en particu­lar a la manera en que M. J. Mondzain subraya el hecho de que la imagen, a diferencia del ícono (op. cit.), se funda por lo invisible. La otra referencia concierne a los trabajos de G. Didi-Huberman (cf. en particu­lar Ce que nous uoyons, ce qui nous regarde, Ed. de Minuit, 1992).

29 Esto aparecerá en particular en la esencia del fantasma, donde el

objeto a se empalma en una falsa completitud con lo que de ese modo forma una pantalla ficticia para la división del sujeto.

245

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Agregemos otros dos puntos:

- una suerte de reversión posible entre el ver y el s _ visto, entre el objeto de la mirada y el hecho de ser mirad. por ella, tema que con seguridad no es sólo lateral en 1 elaboración de Lacan;30

- la dimensión de la muerte, toda vez que se requeri despejar aquí una temática que va a sumarse a las cuesti nes de la mirada, de lo real y de la muerte. Recordaremos pó. último lo que ya estaba presente en el estadio del espejo baj la forma de ese lazo intrínseco (¡pero también en OvidioJ entre el narcisismo y la muerte. Una manera de considera que, con su desciframiento de la mirada en la dimensión d lo real, Lacan no haría más que insistir sobre lo que anu -. para él de manera primordial la figura deseante de Narcis·' con la presentificación de la muerte.

Puesto que no es posible desarrollar más aquí este puntq" sensible, encontremos razones para volver, a modo de con? clusión, sobre lo que sigue siendo nuestro objeto de trabajo" primero, a saber: a propósito de lo especular (y de la imagen),c lo que subsiste de la confrontación más o menos explícita y: actualizada entre Lacan y Dolto.

Los habíamos dejado, por decirlo así, en un terreno de acuerdo en cuanto a la primacía de lo simbólico, punto sobre el cual F. Dolto tenía motivos para entender que había sido:· escuchada y aprobada en lo concerniente al requisito incon,/ dicional de lo simbólico para todo encuadramiento humani­zante de la imagen especular.

Pero el hecho de que Lacan abandone ahora esta base de acuerdo, este terreno de entendimiento, para ahondar aún más en él el surco de lo real, puede dar la impresión de abrir entonces fatalmente entre ambos dos la brecha de una distancia irreductible. Más precisamente, desde el momento en que F. Dolto se atendría por su parte a esa

'º Y que, al margen de las referencias posibles en el campo de la estética (cf G. Didi-Huberman, op. cit.), es susceptible de reenviar a la temática de la mirada en el famoso sueño del hombre de los lobos.

246

referencia juzgada última -e insuperable- al poder del símbolo y de la palabra, los dos caminos no podrían sino divergir, ya que nada habría en F. Dolto que seahomogé­neo a esta categoría lacaniana de lo real, por lo menos así concebida.

Sin la menor duda, hay aquí un elemento fundamental de interrogación y que no podria dejar indiferentes a quienes, por ser receptivos al pensamiento de F. Dolto, consideran que no tienen por qué desechar sus lazos con el corpus lacaniano. Ahora bien, el problema se plantea en términos muy diferentes desde el momento en que, con lo real-y sean cuales fueren sus vínculos con lo imaginario-, Lacan intro­duce algo que se contrapone a lo simbólico y que no puede ser simbolizable (lo imposible de simbolizar).

Y hay aquí una especie de orientación, una perspectiva de pensamiento, de pensar el análisis, que F. Dolto seguramen­te no está dispuesta a acoger en forma favorable. Pues, a la inversa, hay motivos para estimar (y a contramano de esta decisiva orientación del pensamiento lacaniano) que para ella -y se trataría aquí, simétricamente, del rasgo más característico de su pensamiento-todo es simbolizable, todo puede dar lugar a simbolización, y de algún modo sin resto. Por su propia radicalidad, este enunciado correspondería a lo que podemos juzgar como un aspecto constituyente de la orientación de F. Dolto en cuanto al pleno poder de la palabra, lo cual significaría en este sentido su idea central: que la palabra lo puede todo, que puede poner remedio al trauma que fuere,

En esta línea, no habría sitio en F. Dolto para nada que se emparente con la categorialacaniana de lo real, cuya emer­gencia hemos indicado y que se actualiza-debemos señalar­lo- a propósito de la función de la mirada. Así las cosas, esto permitiría determinar con precisión el punto de ruptura entre Lacan y F. Dolto, siempre y cuando se trate aquí de un rasgo esencial de la enseñanza de Lacan y que simplemente no es recogido por F. Dolto, no porque se lo descuide sino más bien, porque, conceptualmente, no podría tener cabida en su pensamiento.

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Pero además, es importante preservarse de conclusione1 apresuradamente perentorias sobre tan delicados punto: conceptuales; sobre todo porque podría generarse toda UJ:lf. serie de malentendidos que por nuestra parte ya hemQ'ij, padecido. Y a hemos tenido oportunidad de destacar eá¡fl especie de equivocación en la que podiamos incurrir co:rf respecto a F. Dolto al suponerle, por ejemplo, una concepció1;t mimética de lo que constituye el resorte de la experienci¡j especular: sin embargo, esto es justamente lo que eH~ recusaba. . "

Para evitar semejante traspié, capaz de resurgir en el. actual con texto, sería oportuno tener presentes ciertas m¡¡.ji nifestaciones circunstanciales, hay que decirlo, de F. Dolto¡T por ejemplo cuando ella misma habla del agujereado propig de la imagen especular. 31 Y en todo caso, una cosa es segurá a su respecto ~lo demostramos suficientemente en los capí~ tulos anteriores-: cuando fue cuestión de confirmar Sl]

distancia respecto de las seducciones de la imagen (¡que e una época fascinó a Lacan! ), ella no cambió una coma. 32 Yh paradoja está más bien en haberse pretendido -y en ton<) peyorativ(}- tachar de "imaginarias" las posiciones teórica$ (o clínicas) de F. Dolto, mientras que en verdad ella no SE') cansó de denunciar el espejismo engañoso de la imagerl! precisamente en forma de especularidad yoica despersona¡ lizante.

Por otra parte, la invisibilidad propia de la imagen a !¡¡ que Lacan llega a su manera-en lo que destacamos nosotros·' del Seminario de 1964-, ¿no es de algún modo aquello sobre lo que F. Dolto insistió desde el comienzo, al resaltar hasta qué punto un sujeto podía terminar ausentándose en su.: imagen escópica, y por medio de ésta, hasta poder perderse en ella como en un abismo, en el precipicio de un reflejo que

31 IIC, págs. 121-122. 32

Pueden releerse ciertas páginas de Dolto poco conocidas y que están incluidas en Au jeu du désir, donde explicita esta posición sobre la función embustera de la imagen y llega incluso a evocar, en modalidad escatológica, la liberación que puede esperarse de ella (cf. op. cit., pág. 66 y sig.).

no lo es (así esté dado ipso facto, en todo caso, de manera mimética)?

¿No es ésta la razón por la que F. Dolto prefirió forjar, siempre en este mismo terreno de la imagen, un concepto específico -imagen inconsciente del cuerpo- que, tal como hemos señalado, encuentra básicamente sus coordenadas en lo no visible, y ello recelando de las engañifas miméticas o "yo-méticas"* que el espejo ofrece a la seducción del humano?

En este aspecto, la exposición de F. Dolto, con su anticipa­ción y su vehemencia iniciales, bien podría mostrar no estar tan alejada como parecería de las propuestas más sofistica­das y asombrosas de Lacan en lo que concierne, en materia de imagen, a esa oquedad enigmática de lo real, oquedad que la mirada viene a recortar en el espacio de la visión.

¡Y a fortiori, cuando se revela que, lejos de tomar defini­tivamente sus distancias con F. Dolto en este punto de implementar la categoría de lo real, Lacan no hacía más que asociarse a algunas de sus avanzadas, en todo caso a una tonalidad que caracterizó sus enunciados a propósito de lo especular, y desde el comienzo!33

De modo que, en el terreno de lo que impide la completitud de la imagen, de lo que hace imposible su saturación y su plenitud en lo visible, osaríamos incluso afirmar que es Lacan, con su real, quien se asocia a lo que F. Dolto no había cesado de sostener a su manera. De hecho, es verdad que, después de recorridos y rodeos sin duda diferentes, sus res­pectivas manifestaciones sobre la imagen no dejan de encon' trar, de manera convergente, cierta comunidad de contenido y tono cuando se trata de describir su inanidad.

Pero además, ha de tenerse en cuenta la distancia en cuanto al fondo que esto es capaz empero de confirmar. Distancia más acusada aún por cuanto se la puede ver insistir en diferentes niveles. Pero en primerísimo lugar se

*En el original, juego de palabras entre mimétiques y moi-métiques (yo-méticas). (N. de la T.)

33 Y como podría confirmarlo también la manera en que F. Dolto recoge efectivamente el término "real", para uso propio, en Solitude, op. cit.

'>AQ

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la discierne en el modo en que F. Dolto estigmatiza superchería de la imagen cuando falta en ella la simboliza; ción, la reconsideración simbolizadora; Lacan, en cambio) pasada la época del recurso a lo simbólico, pone más bien al descubierto lo que sería, por obra de lo. real, el defectc(· estructural de la imagen; defecto, falta, agujero que ninguná· simbolización podría resolver jamás en forma adecuada. <

No podría excluirse, pues, al final de la marcha que cada, cual siguió al lado del otro, la aparición, el amago de uná'. demarcación entre ambos, de una distancia tal vez hasta aquí apenas perceptible pero que se tornaría esencial desde·' el momento en que se la habría individualizado.

Poner de manifiesto semejante punto de discordancia es aun más significativo por producirse éste sobre el fondo de lo que pudo manifestarse, sin embargo, como un acuerdo ·· duradero y tenaz. Acuerdo que reside -para resumirlo de·: este modo- en la detección de la trampa, del costado en, gañoso de la imagen y fundamentalmente de la imagen en tanto visible, gravada como está por la falta (falta en ser), oprimida como está por algo que sella sobre ella una dimen­sión de pérdida, de resto, por algo que la agujerea e indica su incompletitud.

Así pues, es importante conservar la idea de una temática que sería común a nuestros dos "polemistas": la de una in­completitud esencial de la imagen o en la imagen (bajo las especies de lo visible):" Pero esto no impedirá señalar hasta qué punto podrán separarse los caminos de uno y otro, si uno y otro no hacen concordar ni las mismas consecuencias ni los mismos motivos.

Para concluir, y a fin de poner esto en evidencia, debemos recordar que esta posición, digamos crítica, sobre la imagen en tanto visible fue sostenida de entrada por F. Dolto al de-

34 Obsérvese al mismo tiempo esta idBa fundfiinental de una iricomple­titud que CO'mo tal 'no es muy diferente de lo que se podía hallar también como fundamento en filosofía, primeramente en Kant, encontrando algo de ese imposible a propósito de la cosa en sí. Tal vez es importante en­tonces advertir de qué modo el psicoanálisis vendría a especificarse por dirigir el axioma de incompletitud hacia la entidad imagen.

n•n

nunciar todo cuanto podía tener de funesto ese sometimien, to desrealizante a la imagen (escópica). Lo sostuvo en una época en que Lacan exaltaba, en cambio, su valor eminente (así fuese como imago) y no rehusaba privilegiar el carácter supuestamente ejemplar de la imagen en tanto visual. Lo cual nos llevó a destacar en Lacan un "primado de lo visible" cuya fuente está, tal vez, igualmente en Freud.

Así las cosas, Lacan parece haber procedido arrancando de un plano inicial situado en la referencia preferente a lo visible, en una suerte de inmersión en lo especular.35 Era un punto de partida singular del que en cierto modo habrá sido necesario desprenderse paulatinamente, pese a que le ha• brá consagrado todo un prolongado tiempo de su enseñanza. Como si también él (¡lo mismo que el niño!) hubiese tenido que escapar del embrujo especular del estadio del espejo. Y podríamos decir que, en el caso de Lacan, pasar ese estadio corresponde a todo un tramo de su itinerario que habrá consistido ya en reequilibrar el lugar de la palabra con respecto al ver, dimensión esta última que predominaba de algún modo al comienzo. De modo que hay razones para considerar que toda una parte esencial del formidable traba­jo realizado por Lacan durante toda esta fase puede ser descripta como un proceso que lo llevó a pasar, por decirlo así, de la imagen (imago) al significante, de elaborar éste a partir de aquélla.

He aquí todo un trabajo que F. Dolto no habrá tenido que efectuar, y con motivo, por la simple y buena razón de que al comienzo no otorgó semejante preeminencia a la categoría de lo visible. Al revés, pues habrá criticado primero la suerte de privilegio que Lacan parecía conferirle con el estadio del espejo. Y no habrá otorgado a lo visible sino un alcance subjetivante completamente relativo, sino secundario, mien­tras que de entrada toma y aloja a lo visual en lo intersub­jetiva (¡el "meroir"!).

De modo que si Lacan arriba finalmente a una especie de

35 Que podría ilustrar, en S XI, el apólogo significativo de la lata de sardinas (pág. 102 y sig.).

º"'

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deconstrucción, de descomposición de la imagen visible-pi:!" medio de lo que hemos llamado una analítica de la mirada~ esto significa que al cabo de todo un (largo) recorrido encueÍ tra datos que de algún modo estaban presentes de entrad¡ en F. Dolto. En ef(\cto, lejos de que la imagen sea la base c:{) partida como parece haberlo sido para Lacan -aun-queJ:.tJ sepamos si la imagen (sobre todo la escópica) era para,é actualización de una hiancia o ya su solución (¿o amb: · cosas?)-, para F. Dolto la imagen es, en rigor, y en cualqui< caso en tanto especular, lo que viene más bien a alterar,' perturbar con mayor o menor gravedad la especie de bu. orden (simbólico) que se había establecido, que al men había podido establecerse en principio gracias a lo q1 consuma, en una modalidad humana, la intervención di. Otro simbólico solícito; y para F. Dolto, una vez más, est; intervención es original, al menos su necesidad se ha.~ sentir de inmediato para el sujeto humano.

¿Diremos entonces que si lo simbólico proporciona igua.] mente en Lacan su marco esencial a la subjetivación d~ humano, podría hacerlo de tal manera que jamás llene del toe!,< una hiancia original e irreductible?

Es en este punto, a no dudarlo, donde se acaba por adverti --en otro nivel de la distancia a que nos referíamos- lo ql{• diferencia finalmente a los dos discursos, puesto que remité) cada uno de ellos a dos modalidades divergentes de aprehe~· sión del viviente, es decir, en cuanto al lugar que se otor, respectivamente, en uno y otro, a la muerte; o a la vida.

En particular, si hallamos en Lacan esa evocación de grieta irremediable, de una "fisura", es en la medida en q tiene que ver eminentemente con la muerte, cuya insistenci (¿o cuya instancia?) aparece de entrada en su elaboración incluso, con referencia al espejo, en forma de "t.endencia suicida'~.

¿Cómo podría ser de otra manera si en último término l.loí: vida no tiene más que un sentido "en el cual el deseo' llevado por la muerte"?37 Una manera de reencontrar

36 ¡U na colusión que hace dificil no pensar en el maestro de Lac;' , Clérambault, suicidándose ante su espejo!

37 E2, pág. 622.

"~"

idea, ya enunciada más arriba, de que en Lacan el verdadero concepto (freudiano) del psicoanálisis puede ser más la pul­sión de muerte (de la repetición) que lo inconsciente.

Fue así como hemos hallado esa presencia de la muerte mezclada con las figuras de lo imaginario en la tensión.in­trínsecamente agresiva y mortífera del narcisismo yoico. Pero de un modo más fundamental aún conviene recordar que también se trata para Lacan de la muerte en lo simbó­lico, así esté erigida entonces a la medida del símbolo y aun­que más no sea como estela funeraria, ilustración ejemplar del significante. Toda la orientación lacaniana se basa en esto: que el trabajo del significante se opera con referencia a la muerte. Y podríamos volver a encontrarnos con esto en todos los desarrollos primordiales que Lacan consagra a la emergencia significativa del símbolo (por el juego signifi­cante del Fort/Da), sin hablar de lo que él insiste en despejar en Freud en relación con el padre muerto.

¿Qué otra cosa es en cierto modo lo real sino una manera de reafirmar más duramente todavía el primado de la muerte, al menos si se considera que ésta se presenta como una (o como la) figura privilegiada de lo real? ¡Y desde este punto de vista, seguramente no es casual que la anamorfo­sis, convocada en ese famoso Seminario XI para significar de manera ejemplar la deconstrucción de la imagen, represen­te la vanidad de una calavera! Un modo de figurar hasta en el pleno centro cegador del cuadro que lo real redobla allí la imposibilidad de la esperanza, al no ser, en efecto, más que la confirmación del trabajo de la muerte.

Por otra parte, puede comprenderse a partir de aquí la importancia otorgada a la perspectiva del narcisismo (espe­cular), que interesa a Lacan tanto más cuanto que en él discierne una figura ejemplar de la muerte. Ya en el Semi­nario I insiste en situar en el hombre la huella de una "falla especial que se perpetúa en él en la relación con un otro, infinitamente más mortal para él que para cualquier otro animal. Esta imagen del amo, que es la que él ve como imagen especular, se confunde, en el hombre, con la imagen de la muerte. El hombre puede estar en presencia del amo

""°

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absoluto. Lo está originariamente, se lo hayan o no ens do, en tanto está sometido a esa imagen".38

Pero, justamente, no nos extrañará encontrar ento)l< en F. Dolto la tentativa conceptual dirigida a produciit1' comprensión muy distinta del narcisismo. Lejos de vet éste nada más que cierre imaginario, como en LacalJ; Dolto insiste en considerarlo como una apertura, come devenir (un "yendo-deviniendo"). De manera caractefí ca, mientras que Lacan no cesa de reencontrar, diría y de resituar el dominio de la muerte presente en enseñanza de punta a punta como tonalidad domina, de su discurso y esto ya desde el abordaje especular\" narcisismo, Dolto propone de los mismos datos estruc. rales una especie de lectura inversa, orientada hacia vida.

De ahí la importancia de haber situado, empero, esa s. te de fondo de acuerdo obran te entre el uno y el otro a pa de lo que es su común experiencia de analistas. Fondo com; que podemos relacionar con la misma percepción de ti incompletitud esencial en el humano, pero que da lugi.j.! dos tipos de lectura antitéticos. En Lacan, la confirmacic de una hiancia irreductible indicada por lo irremediable la muerte; en F. Dolto, la falta, pero en tanto es apertura,, movimiento mismo de la vida. ·

En otros términos, es indudable que encontramos en a bos casos como fundamento lo que les es común en cuant· la conceptualización analítica esencial: la del deseo. Pee, más allá de esta comunidad doctrinal-en que el deseo tier;r efectivamente sus raíces en la falta-, nos inclinaríamos' decir que el verdadero concepto último de Lacan es el deJ~ real, pues es aquello que condena al deseo a toparse confí atolladero del ser para la muerte. En este sentido, lo real .tli para Lacan casi un estricto equivalente de la pulsión el.E muerte en Freud.

Por el lado de F. Dolto, en cambio, la verdadera conceptua,. 38 SI, pág. 226. En este contexto, mencionemos igualmente la indi·~··

pensable referencia al trabajo de M. Borch~Jacobsen, Lacan le maitii absolu, Flammarion, col. Champs, 1995.

~~A

!idad podría ser llamada de lo inconsciente, pero de un inconsciente que es apertura a lo que se desprende de él cuma la dinámica misma de la vida.39

39 Y esto será más notorio aún en D. Vasse, donde tal incompletitud esencial es la causa misma de lo que abre, en efecto, a la alteridad de la vida en la comunión de los vivos (cf. La vie et les vivants, Le Seuil, 2001).

~SS

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9. FALTA Y NEGATIVIDAD

Si consideramos el uso que hemos hecho del estadio del espejo según la perspectiva de nuestro objetivo, es decir, para servir a los designios de nuestro proyecto bipartito, podríamos deducir que, salvando las distancias, hemos pro­cedido igual que el propio Lacan; ello, aceptando retrospec­tivamente que este tema del espejo no habrá sido para él sino una suerte de pretexto, un trampolín momentáneo, un argumento finalmente privisorio que sólo adquirió sentido por la consecuencia a la que habrá conducido. Una manera de obrar que nadie caracterizó mejor que Lacan mismo, cuando describió efectivamente los montajes ópticos por él producidos vinculándolos a similares esquemas freudianos (ópticos también ellos),' bajo la condición expresa -como Freud lo había indicado- de tomarlos por lo que son: nada más que un andamiaje temporario. Y Freud insiste -cosa que Lacan no deja de destacar- en la necesidad de no confundir una cosa con otra, en no tomar el andamiaje por el edificio. Pese a lo cual-sigue diciendo Lacan- nos apresura­mos, como siempre, a olvidar tan prudente recomendación.

De hecho, el camino recorrido en este trabajo permite considerar, al menos a posteriori, que hasta cierto punto el estadio del espejo bien podría no haber sido para Lacan más

1 !'\lusión a los esquemas del aparato psíquico presentados por Freud en Traumdeutun..g, cap. VII.

9m

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que ese andamiaje destinado a desaparecer, y que. a larga sólo tuvo valor durante el tiempo que se requed para la construcción del edificio, en este caso la constrl!:cf ción del edificio de pensamiento lacaniano. ¡Hasta podti¡ c..venturarse el paralelismo con esos edículos técnicq·, erigidos a lo largo de los ingenios espaciales antes de sí clcspegue, durante el tiempo de preparación, y prometid'< a la eliminación una vez logmdo el lanzamiento! Pue · 1lecirse así del estadio del espejo -prosiguiendo la anal gía- que habrá servido en primer término a Lacan par: preparar su propio vuelo, el vuelo de su pensamiento, .d · su cla'ooración subsiguiente según la trayectoria de ú cohete ... de tres pisos, por supuesto, forzosamente desi· nadas I, S, R, dicho sea esto por referencia a la atinac lectura de P. Julien que hace de las categorías, imagin. rio, "imbólico y real, los tres niveles que el estadio d! espejo en sus diferentes versiones habrá servido sucesiy m0ntc para encender. :;

En efecto, habrá permitido primero desplegar la compo$Í cion dual de la relación imaginaria para despejar luego l neceas.ria inteffención del piso de lo simbólico, antes d prender el fuego, por decirlo así, de lo real. Al término de sil mejunte trayectoria del pensamiento, el estadio del espej« queda él mismo volatilizado en cierto modo, no teniendoy más valor o alcance que el de haber sido para Lacan :oopNte r¡ue le facilitó todo este despegue conceptual.

Por roás simplificadora que sea esta presentación, tiene interés de manifestar, a contnirio, el error que habrf: '.1abido, que ha habido - y que hasta cierto punto no afect_. (muy i,iomentáneamente) al mi8mo Lacan (?)-, consistent '"n tomar el andamiaje por el edificio (para recoger la puest.· en guardia de Freud), es decir, de.i arse retener por el and;:\ mi aje hasta el punto de desconocer su naturaleza de soporte; otorgando así al montaje especular una consistencia que si · embargo no era apropiada para su tenor verdadero. E verdad, aun cuando no fuera perceptible de entrada, Lacari uo tenía en ústa producir una entidad "estadio del espejo'~. reificada como tal; más que eso, sin duda, y como lo probó ki

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continuación, establecer aunque más no fuera la vanidad o la inanidad de la imagen.

Retrospectivamente, el error inicial pudo consistir en ceder a la hipnosis óptica que se trataba empero de desmon­tar, de desmantelar. Una manera, en suma, de dejarse engañar por la trampa especular, del mismo modo en que el espejo tenía el alcance de poner al descubierto esos efectos de ilusionamiento posibles; y, créase, inevitables. Pues en ese sentido el estadio del espejo-¡que sólo debía ser un estadio ... de la elaboración lacaniana!- se muestra homogéneo a la trampa escópica que se supone ha de poner al descubierto por su montaje mismo. Digamos que de esto él mismo sale a relucir como la maquinación de un "señuelo" (o agalma)

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conceptual por el que muchos se habrán dejado cazar -al otorgarle demasiada consistencia-, antes de realizar el más allá de eiaboración formal cuya puesta en evidencia era su único destino. ¡No retrocedamos ante la imagen que esto hace surgir infaliblemente, imagen de un Lacan escamotea­dor (¡Bosch!l, hábil prestidigitador del pensamiento!

Aquí, en nuestro trabajo, el estadio del espejo respondía inicialmente a un objetivo preciso. Con legitimidad (con lógica), hemos hecho de la experiencia especular el tema teórico (¿más que práctico?) alrededor del cual podía articu­larse, componerse, establecerse una aproximación/ confron­tación entre los pensamientos, las elaboraciones y las orien­taciones fundamentales de Lacan y Dolto; por cuanto uno y otra se hallaron a pie Je obra para recoger y tratar, cada cual a su manera, esa cuestión de lo especular.

Era explicable, sin embargo, que semejante posiciona­miento del problema pareciera en un principio paradójico, puesto que resultaba forzosamente conflictivo si recorda­mos lo que podía desig11arse, por el lado de Lacan, como una suerte de primado de lo visual, articulado de modo explícito por él con la prematurez biológica del humano. Ahora bien, F. Dolto se sitúa al comienzo en oposición a esta orientación,

2 Dicho sea para 'evocar esa temática -tomada también ella, obser­vém1slo, de lo visible-- que Lacan desarrolla en S VIII, a partir del Banquete c'e Platón..

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a este centramiento por lo visible, en una época en que Lacar( no se cansa de sostener el valor y alcance de la imagen{ (visual) como núcleo del campo analítico, en el propio centro,; del proceso de la cura, y en todo caso como elemento funda­mental de la subjetivación en el humano.

Pero F. Dolto no quedó fijada en una posición "iconoclasta" para con la imagen, qu0 por otra parte ella no se cansó de utilizar como medio de acceso eminente al plano simbólic(l. Además, esto la conducirá finalmente a reconocer las virtu' des,justamente simbolizadoras, de la imagen reflejada en el' espejo. De todos modos, es indudable que no se sitúa a priori en esta axiologia de lo visible sobre la cual Lacan abre todet la perspectiva de su elaboración; aunque sin que la dimen­sión del análisis en tanto propio de una "técnica de lenguaje";' sea desconocida por él en ningún momento. Simplemente; esta dimensión lingüística parece de algún modo más mar~ cada, subrayada, en F. Dolto o, para ser más precisos, y en todo caso sin que necesiie articularla a esa obligada referciú cia a la visualidad. ¡Est' es lo que podría llevar a declararla lacaniana antes de Lc•:an!

Sea como fuere, a p2 . .-tir de este nudo conflictivo primero; las dos posiciones tern,inarán-ya se ha dicho mediante qu~ proceso- por aproximarse. F. Dolto reconocerá los aportes constructivos y estructurantes del espejo; y esto aunque sig~' siendo para ella, sobre todo, lo que clausura el tiempo de la autenticidad arcaica del sujeto y abre la brecha del narcisisc; mo yoico. Pero, por el otro lado, Lacan mismo llegó a acenc tuar y a poner de relieve la sustentación significante, simbú­lica del espejo, a través de la preeminencia otorgada a esé Otro, un Otro que desde el comienzo F. Dolto habia declara) do absolutamente requerido para la buena marcha estructuc rante de la experiencia.

Podemos considerar que éste es el tiemno fuerte d~l diálogo entre ambos, conducente a lo que se presenta comer un punto de acuerdo sobre lo esencial, siendo lo esencial aquello que caracü;riza a la función simbólica como ordena-:. dora de lo imaginmio; en lo que atañe aLacan, había pasad(> de algún modo de destacar el primado factual de lo imagina-

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rio al primado estructural de lo simbólico. Ambos, Do]to y Lacan, se encuentran entonces para confirmar de manera conjunta, por decirlo así, esa primacía de lo simbólico arde" nada en torno a la figura del Otro. Se trata de un acuerdo cuyo tenor parece tanto más sólido cuanto que fue adquirido sobre la base de un elemento sin duda primordial de la enseñanza de Lacan, totalmente, digamos, en el espíritu del discurso de Roma (1953). Además, es propio para relanzar de inmediato la interrogación central en el debate Dolto/ Lacan, en la medida en que la seguridad recién confirmada de su pacto teórico descansa en definitiva sobre la figura, sobre la instancia representativa del gran Otro. Porque si este término (]acaniano) pasó a serles común, no está exclui­do que esto pueda conducir a poner de manifiesto entre ambos cierta disparidad en cuanto a la concepción de lo que el Otro designa, y sobre todo, en este caso, en cuanto a su posicionamiento en la coyuntura del espejo.

Esto dice, a minima, que sería procedente profundizar en Jo que resurge así entre ellos como cuestión del Otro. La distancia esencial no reside por cierto en el hecho de que Lacan, en su dispositivo (del esquema óptico), haya hecho del Otro un espejo. Porque aun cuando F. Dolto propusiera sin discusión una encarnación más corporal y viviente para soportar concretamente tal función del Otro, esto no impidió que, al hacer corresponder esta función con la madre, pudie· se hablar de ella hasta cierto punto como de un espejo.

Pero la disparidad se mostrará de manera más patente todavía si recordamos que el Otro es también para Lacan una figura de la alienación, un Otro alienante -aunque lleve la alienación al nivel simbólico-, mientras que podría­mos vernos tentados de oponer el hecho de que, para Dolto, el Otro sería, en mayer medida, un Otro de recurso y soporte para la asunción del sujeto. Hay que cuidarse aquí, sin duda, de lo que arriesga confinar con la caricatura. Y por ambos lados. Porque, así como la alienación de que se trata en Lacan roza una dimensión de estructura y tiene valor y alcance estructurante, al mismo tiempo podemos acreditar a F. Dolto (en lo clínico y en lo teórico) el no ser la que pudo

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equivocarse al suponer al Otro-primordialmente soporta por la rn::i.dre- en posición de ser una instanciación siern"[ positiva en cuanto a la estructuración del sujeto ... Se olv' con dern::i.siada frecuencia que F. Dolto se dedicó a expon, de qué modo, "en el juego del deseo, los dados están cargadJ y las cartas trucadas". 3 Y ahí está toda su clínica paí testimoniar los efectos posiblemente asoladores proveni~j tes de ese Otro materno (cuando falla en su función de abt a la trianc;ulación).

No eJ tan fácil, pues, poner en evidencia lo que s, embargo considerarnos es una distancia en el posicion miento respectivo del Otro, en Lacan y en Dolto. Pa conservar alguna traza de la cuestión no obstante plant da, señalemos por lo menos en este nivel las orientacio tendenciales. Así podremos observar que, en Lacan, resul rá acentuado el aspecto de incornplctitud y de falla; hiancia en el Otro Uf,.), lo cual hace de éste una instanciaci de cuestionarniento radical, de incertidumbre --cf. el "G.. vuoi?"-, de oscilación que posiblemente es fuente de angl e

tia para el sujeto, tratándose de un Otro que tiene que v, con el cn¡;aiio. Mientras que, en F. Dolto, el Otro se "\/''. acentuado, en su tendencia mutativa, por ser esencialrnent agente de la asunción simbólica, aquel que da (la castr;' ción).

Esta distancia es ya -si se confirma- propia para cer. ficr.r una fr;¡giJidad posible del acuerdo que sin embarg, parecía firme en cuanto al alcance de lo simbólico. Pero a., hay rnts cosas qne pueden dejar maltrecha aquella afort nada c·mjngación. Y ante todo el hecho, como hemos visto, dí que Lacan de todos modos no se atiene::: eso. No se detiene en esa mera valorización del Otro, en ese zócalo aparenté mente tranqnilizador (¿demasiado?) y reconfortante dé. prirna:!o de lo simbólico. En el momento en que creíamo ponerle el sello de algún modo al ent:mdimiento forrn Lac:::n / Dolto y estampar luego nuestra firma(!), he aqn

3

Texto de una conferencia pronunciada en la Sociedad de filosofíÉJ,-i:, recogido enAujeu du désir, op. cit., pág. 268.

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qne Lacan, podernos decir, vuelve a arrancar con nuevos bríos y a encausarlo todo -¡causa, he aquí la palabra!-, poniéndose de nuevo en camino (de pensamiento). Cuando F. Dolto se dedica (clínicamente) a confirmar el poder sim­bólico del Otro, Lacan se esfuerza (teóricamente) en demoler su consistencia.

En esto se había basado nuestra hipótesis de qne dicho camino lo llevará entonces tan lejos, a él, Lacan, que no sería seguro de que F. Dolto pudiera reunírsele. Además conviene ser prndentes en cuanto a este género de avances azarosos que los hechos y movimientos de la teorización no cesaron hasta aquí de controvertir e invalidar.

Sea corno fuere, lo importante es ya evaluar como conviene lo que Lacan vino a revelar en este nivel, a saber: lo qne quiebra e impide en principio la colnsión adhesiva a la imagen, supo­niéndose entonces que ésta proporciona el Uno a la manera de una representación, asgurando la estabilidad (unificada) del ego. Lacan, nuevo Moisés, habrá venido a quebrar esa idolátri­ca colusión de señuelo donde lo imaginario se confirma secun­dado por la parafernalia del Uno que colma.

En este pnnto, todo su trabajo habrá consistido, al menos en una segunda etapa, en hacer valer qne la imagen especu­lar funda la identificación del sujeto niño (¿o habría qne decir del yo?) siempre y cuando se desconozca con ello lo que la operación deja volatilizado, elidido, operación revela­dora de lo que es defecto en la imagen, o bien de lo que falta en ella. Desde esta perspectiva, la imagen sólo es fundadora de identificación si de desconoce lo que en ella falta, tal vez· la falta misma que hace posible la identificación.

Pues esta avanzada de Lacan ha hecho pasar insensible­mente de una imagen especular reunidora, "plena", por decirlo así-aunque sea plenamente engañosa-, a una ima­gen que. se encuentra corno cercenada, vaciada en una mancha ciega, punto de llamada de la mirada. Esta falta de la imagen, o en la imagen, se verá designada en sn momento corno objeto a, objeto faltante qne es precisamente lo que la imagen especnlar viene a recubrir, lo real qne ella nos disirnnla haciéndole de pantalla.

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Y el interés del trayecto que hemos seguido es establecet · mostrar que eoa evolución, esa elaboración considerable de pensamiento de Lacan, puede medirse, evaluarse de punt a punta en el nivel mismo de la sola experiencia especulaí Es aquí donde se la puede leer in extenso. Porque el ahonda miento en su descripción manifiesta a las claras de qué mod' Lacan, a partir de la base imaginaria, desprende de ella. l: instanciación simbólica para producir finalmente, do lt simbólico, la incompletitud que abre en él lo real. De hecho' asistimos a todo un desmontaje del dispositivo cspecul que permitirá manifestar no tanto sus basamentos sino má. bien sus agujeros, faltas, grietas, aquello de la imagen por.J cual, podríamos decir, intenta suministrar consistencia. suplencia al sujeto, o por lo cual éste intenta sustentars sostenerse, frente a.:. ¿frente a qué? Frente a una dimensió que corresponde finalmente a lo que Lacan designa comcll,, real. Ahora que la supuesta plenitud de la imagen h quedado maltrecha, podríamos aventurar, con respecto . ese "pleno", esta indicación: que lo real es como el vacío de que la naturaleza simbólico-imaginaria del sujeto tien1 horror, aquello de, lo cual, por ese carácter, el sujeto se apart con horror.·1

En cualquier caso, es cierto que no podremos aprehende' lo que funda en último análisis la esencia del aporte insign de Lacan si 1n le integramos lo que él quiso designar ( enseñar) con la categoría do lo real; y justamente, con lo qi:; olla puede comportar para el humano en el registro d horror. Al menos es así como creemos poder caracterizar ea fase última de su enseñanza cuando sostiene que es precisa.· mente en el nivel de algo del horror, de ese horror petrific?.n te presentificado por lo real, donde Lacan procura despeja· al máximo los resortes de lo especular. Y ello, <ledicándos justamente a fracturar, a descomponer lo que era apropiad¡ para contrarrestar la confrontación horrífica con lo real, tal es, en efecto, una de las funciones de lo especular.

4- ¿Y quién sabe si, en última instancia, la presciencia de ese "horri:ir_ entrevisto no sería el sentido mis¡no del movimiento del niño al volvers

saber: conjurar lo que así se evoca en esta vertiente del horror en tanto y en cuanto esto caracteriza, con lo real, lo que no puede simbolizarse ni es susceptible de imaginari­zarse y se sustrae, con ello, de lo especular en tanto visual. Todo se presenta como si Lacan reencontrara de todos modos al final -¿habrá sido ésta su mira secreta (o ignora­da)?- aquello de lo que el cst:J.dio del espejo era el intento estructural de su&traerse.

Hablar de horror sin más preliminares podrá parecer excesivo y brutal. Y es verdad que el término es portador de una brutalidad de ese orden, pero que no es aquí gratuita si surge en línea recta de la manera en que el propio Freud llega a hablar de horror -y en el registro del ver- cuando evoca precisamente, a propósito de la castración, lo que según él corresponde al espanto que embarga al varón ante la visión del sexo femenino. Hay aquí en Freud una temática fundamental que compromete algo esencial en cuanto a su concepción del ver y de lo visible; es decir, allí donde se ha podido hablar de un "primado de lo visible", y en la medida en que la castr2.ción está en juego.

Hay c.in duda en Freud algo de un horror del ver que se puede hacer rebotar en el horror que constituye el ver mismo. No sin desconocer el escamoteo posible capaz de intervenir aquí -por lo imaginario- para evitar un horror que sería aun peor (que ese otro que puede verse, o imaginar­se). Esto significa que hablar del sexo femenino (de la madre) o de Medusa es también, pese a todo, una manera de vestir el horror, de proponerle una representación. ¿Acaso· no es éste el meccmismo de la fobia, coincidiendo con lo que Freud señala también a propósito de la función figurativa del sueño: figurar lo infigurable?

Esto nos lleva de nuevo a Lacan, quien no por azar observa, en el famoso sueño horrífico de Freud sobre la "inyección a lrma", "el surgimiento de la imagen terrorífica, angustiante" de la cabeza de Medusa, "algo [ ... ] innombra­ble, el fondo de esa garganta, de forma compleja, insituable, que hace de ella tanto el objeto primitivo por excelencia, el abismo del órgano femenino del que sale toda vida, como

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el pozo sin fondo de la boca por el que todo es engullido).; también la imagen de la muerte en la que todo ac¡¡J terminando".' Ejemplo que debería desarrollarse más ·p< cuanto Lacan evoca allí "la medida en que un sueño llega f lejos como puede hacerlo en el orden de la angustia,y en se vive una aproximación a lo real último".6

Pero podemos mencionar también, en el mismo orden id en s --y esta vez con referencia al famoso Seminario Xl'q' 1964-, el modo en que Lacan nos instala ante el cuadro-_<:]J Holbein (Los embajadores) para indicar en el cuadro mi.sm y organizando su lógica, su topología interior, lo que corrú mos el riesgo de no percibir: bajo la forma -primero inal vertida- de una vanidad mortuoria, retractada en anamq fosis. Hay en esto mucho más que un momento anecdóti~ del Seminario o una incidencia ilustrativa; hay también, EJ': nuestra opinión, un tiempo perspectivo esencial de la mi de Lacan: abrirnos los ojos al hacernos descubrir en últir instancia la presencia de la muerte en lo que vemos, aquello que nos hace ver (y vivir)_ Dicho de manera m docta: "El yo está ligado a la hiancia primitiva del sujeto. p,_ esto, en su sentido original, en la vida psicológica del suj~h humano es la aparición más cercana, más íntima, ni'''-" accesible, de la muerte. [ ... ] La relación imaginaria, en· hombre, está desviada, por cuanto en ella se produce hümcia por donde la muerte se presentifica."7 ·;'

De un modo más teatral o espectacular, todo se presenti como si, tras habc~os mostrado lo que se realizaba (¿tambiéJ saludable?) en el frente de la escena especular, Lacan quisieJ:, indicarnos lo que esto supone entre bastidores, lo que se efectú en segundo plano, en fosos o abismos mucho más indetermiri bles, y en el extremo la especie de infierno que allí se disimul se anuda y podría desplegarse, aunque sólo fuera aquello q el montaje especular precisamente conjura. Tanto más cuan que, tras las zozobras de la fragmentación, hay algo todavf: peor: la descomposición de la muerte.

'S II. pág. 249 (y págs_ 248, 263). 6 !bid., pág. 253. '!bid., pág. 315.

En este aspecto, Lacan opera en total-¡le lleva años!- un verdadero trabajo de desmontaje, de deconstrucción. En el sentido de que lo que se presentaba como una salida (yoica, por cierto) por la visión, nos pone de manifiesto, a través de la función de la mirada, la ceguedad que se ocultaba(y que podía ser también ceguera teórica). ¡En este sentido, el espejo revelaría haber sido también -a sabiendas o no-'- una suerte de trampa teórica, de trompe-l'aúl para la visión conceptual! Mientras que el estadio del espejo podía presen­tarse -en lo que hemos llamado concepción dominante­como aquello por lo cual la vista nos da la vida al volverla imaginariamente vivible, Lacan hace aparecer esa especie de ceguedad en la que se sostiene el ver; convirtiéndose así en una manera de mostrar de qué modo el ver se funda en el hecho de que no podríamos ver y que funda el ver mismo.

8

Así pues, si el famoso esquema óptico conduce a algo importante no es tanto, o no es solamente, ese desdobla­miento, ese descuartizamiento que instaura entre las posi­ciones, la imaginaria de la identificación yoica i o i' y la simbólica del ideal del yo estructurante I; más que esto, es lo que profundiza esta distancia actualizando su tensión, vaciamiento que permite o que necesita aquel intervalo, a saber: lo indeterminable, lo inefable de la mirada como objeto (a).

Si la imagen especular puede operar como unificante y englobante, lo hace al precio de englobar, de recubrir esa falta (a) que sin embargo ella encubre, que la cercena y al mismo tiempo la funda. No hay i(a) sin a.

Lo llamativo en todo este recorrido es la importancia que habrá cobrado finalmente en la andadura de Lacan el juego dialéctico, gradualmente desplegado, del eje visión (ojo) / mirada -donde la mirada es lo que divide, intercepta la visión-, un eje que opera a la larga como aquello por lo que Lacan llegará a explicit_ar de manera inmanente la cuestión de la falta inherente al deseo, y que ese objeto a precisamente

8 Así como lo expresa A. Vanier enLacan, op. cit., pág. 79: "En el espejo,

el sujeto no se ve mirar."

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designa. Objeto intrínsecamente paradójico -hasta podemo~ decir: la paradoja hace objeto- puesto que señala la falta (d todo objeto calmante) y que es ese "objeto" susceptible al misill' tiempo de ofrecerse a relanzar el deseo; con este doble aspeo! de designar la falta y de ofrecerse como tapón. 9

Estas consideraciones -dirigidas a poner en perspecti., .. la trayectoria cumplida por Lacan a partir de la temátic: especular- pueden parecer alcanzar el punto último dl nuestra confrontación dialogante, allí donde entendíarno:: que el diálogo podía romperse por la manera en que Laca· habiendo arribado a una plena "escapada" conceptual, habría escurrido hacia comarcas demasiado inciertas e i hospitalarias para descubrirse en compañía ... ¡en la comp ñía de F. Dolto! :

¿Significa que las conjeturas que preceden y por las cuajé intentamos abordar el punto de culminación de La can, est"' fuera de alcance de la elaboración de F. Dolto?

¿Diremos que ésta desconoce, e11 suma, esa función-, falta en tanto e.structurante del deseo? Ello implicaría:! contra lo que organiza parcjamecnte toda su obra, contra·!, que articula su pensamiento a la vez que conctituye :e. fermeilto de su clínica. Es inútil volver a desplegarlo aquí, .Yq: que está suficientemente probado que, por el contrario,.¡¡ rrquella donde se manifiesta y se funda su proximidad co Lacan. Limitémonos a una alusión recordando, por ojempl el ¡nodo en que ella despeeja en su momento lo que seríal pregunta característica del padecer humano: "¿dónde es aquello por lo cual yo tendr« o! sE:r'!"10

Se reconoce aquí la cxpr.;sión misma, literal, de la cu~; tión dG la "falta en ser" enunciada por Lacan. Así pues, m<Í' bien t<"ndríamos la imp,·csión de que, si al fin de cuent;l

~ _.\sí co1no lo figura el esqucmn de la nasa (S XI, pág. 131). E_n 11 tér1ninos de G. Le Gaufcy: es "el objeto que falta y cuya falta viene--, ocultar una incompletitud" (op. cit., p¿g_ 269).

rn Au jeu du d5sir, op. cit., pág. 63. En realidad, la concepción de 1 especular expuesta por F. Do]to opondría más bien lo que el espejo vieii, a introducir del reino del tener en lo que era el ser del sujeta.

existe un verdadero punto de acuerdo y de articulación mantenido entre ellos del principio al fin, es en este nivel donde debemos localizarlo y aislarlo.

Y sin embargo ... muchos elementos son propios para hacer pensar que justamente en ese punto al que hemos sido llevados es donde se puede encontrar lo que constituirá el hiato en el diálogo conducido hasta aquí, como si se alcanza­ra entonces, en ese punto último, lo que representa una verdadera disparidad. Aun sobre la base del acuerdo que no hemos cesado de comprobar, y de manera iterativa, habría que tomar en cuenta aquello qne del uno no se refleja en el otro, o en todo caso no exactamente. Y precisamente en el sitio al que hemos llegado, y que concierne a la cuestión de la falta, podríamos tener los elementos de detección de cierta discordia esencial. Y esto en la medida en que, si tanto uno como otro tienen fundamentos serios para hacer valer esa misma categoría de la falta como constituyente del deseo, pudiera ser que no fuese otorgándole la misma resonancia ni la misma consecuencia.

Al tomar este camino no tenemos en vista las diferentes categorías de la falta (de objeto) inventariadas por Lacan. Si, en cambio, es posible sostener que la falta en F. Dolto es siempre simbólica, eminentemente simbólica, es decir, sim­bolizable por esencia, Lacan tiene finalmente en vista una radicalidad de la falta que quizás el término de "falta real" no alcanzaría siquiera para expresar. Porque no se trata aquí de privación sino más bien, en último extremo, de lo que se puede hacer inteligible (es decir, apenas) de una falta que corresponde a lo real. A lo real en tanto aquello que en última instancia vuelve imposible la simbolización de la falta. Lacan quiere hacer percibir así que hay un punto de irreductibilidad de la falta y de la falla (de la "cojera" intrínseca) en la estructura de lo que hace al humano, una falta irreductible; que, dicho esto, no deja de poder ser al menos evocada de nuevo por la figura concreta de la muerte, allí donde se trata de aquello que lo simbólico no bastaría para contener.

Por este carácter, sin duda, o como prolongación, Lacan

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pudo forjar en el terreno clínico, y a propósito de la psicosis, ••. una noción como la de forclusión, con lo que ella comporta/ -seamos sumarios- de una idea de daño irreparable en una' estructura subjetiva. Precisamente una noción a la que F. Dolto se opuso formalmente, y por lo que representaba de irreductible, de irreversible.

Esto es obviamente significativo. Y más allá de este punto preciso, está claro que sería un tanto difícil encontrar en F .. Dolto ni tan siquiera un equivalente de esta categoría de real que Lacan llegó a inscribir en el punto focal de su enseñanza, cuando se trata de dar cuenta de una irreductible flaqueza indicada por ese inefable (pero no inmaterial) objeto a como causa del deseo. Hay razones, en cambio, para considerar que esto es lo que Lacan tiene finalmente en vista, por decirlo así; punto en el cual su elaboración excede lo que éP sostiene como relación suya con Freud. Pues para él se trata' entonces de fundar algo que, en el límite, ya no sería sólo, mee atrevería a decir, un psicoanálisis freudiano de lo incons-. ciente -¡término que Lacan no se cansó de encontrar fasti­diosamente desafortunado!-, sino un psicoanálisis de lo realn

Lo que se juega aquí de característico consiste en desistir radicalmente de un psicoanálisis inductor de la esperanzE1' terapéutica de hacer cesar lo inconsciente, y esto para': promover una axiología analítica fundada más bien en fa irreductibilidad de la falta (real). Lo cual equivale a inscribii:, de manera radical un nivel de negatividad capaz sólo él de formular lo que constituye verdaderamente el psicoanálisis; Una negatividad que excede, radicalizándola, la del térmi,' no, demasiado blando entonces, de in-consciente (Un-bewus;~ ste). Una negatividad que llega al punto de subvertir la[ propia categoría de la falta, si es que a ésta es al menos· posible hacerle frente. Tal es, en efecto, el psicoanálisis en el' sentido en que Lacan pretende despejar su rigor, un psicoa-'.

11 Lo que advirtieron ya quienes lo inscribieron en el frontón de sil:'> trabajo, entre otros: S. Leclaire, C. Rabant, G. Michaud, para citar solamente a ellos.

nálisis al término del cual se trata de sacar a la.luz esa efectividad de la categoría de lo real en su negatividad propia, entera y absoluta.

No hace falta precisar que, aun introducidas aquí de manera incompleta, se trata de cuestiones clave atinentes a tomas de posición fundamentales. ·

Aun no siendo seguro que F. Dolto esté completamente al margen de tales consideraciones (en su vertiente la.ca­niana), de todos modos es imposible no advertir que, aunque se refiera en su momento a este mismo término "real'', lo hace en una dirección muy distinta. Lo encontra­mos evocado, por ejemplo, en las últimas páginas de su compilación Solitude, donde lo "real" -además de ser también para F. Dolto aquello que, en la concepción, surge "en las entrañas de la mujer" - aparece como lo que sería por fin (re)conocible a través de la muerte. Esto vuelve a llevarnos ciertamente al tema de la muerte, pero, sin la menor duda, de una manera muy distinta. Al situarlo en relación con la resurrección de la carne, F. Dolto lo convertirá en el soporte de su esperanza escatológica.12 Es decir que, sin dejar de confirmar la dimensión de la muerte como imposible, ella sitúa su resolución posible más allá del horizonte de la vida.

Alcanzamos aquí inevitablemente la espinosa cuestión de lo que fueron las perspectivas metafísicas de F. Dolto. Y, en particular, vemos a las claras cómo podría encontrarse por su lado una coherencia de conjunto, incluyendo el hacer valer de este modo un Otro solícito, aun cuando esto equival­ga a instalar efectivamente su dimensión en el nivel de una· hipóstasis divina. Es concebible que esto permita entonces pacificar (¿desconocer, pues?) lo que Lacan se dedica a hacer entender de lo real.

¿Discerniríamos entonces lo que sería en efecto un punto de tensión última entre Dolto y Lacan, en tanto las posicio­nes de la primera no harían más que remitir a su creencia -y a la función de la encarnación-13 y las del segundo se

12 Solitude, Óp. cit., pág. 415. 13 Explícitamente presente en la definición misma de la imagen del

cuerpo (cf. IIC, pág. 21).

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sustentarían en la acentuación de lo real como garante, p()< decirlo así, de un ateísmo sin esperanzas? ¿Y habría qúi deducir en ese caso que las posiciones éticas resultantes e uno y otra remitirían por fuerza a ese trasfondo "metafísico' asumido como sabemos en F. Dolto y recusado de mod· expreso (aunque esto sea discutible) por Lacan? Se tratad; una cuestión indudablemente capital. 14

No pudiendo tratarla aquí en extenso, procuremos ma tener su incidencia en el estricto registro del psicoanálisis Quedaría así en evidencia, en el plano de la categoría deJÍ falta, la puesta en juego rivalizante de dos orientacione: tendenciales. La falta mentada por F. Dolto a la luz de·s.~ experiencia es una falta que puede llegar a reducirse .o · redimirse tal como lo posibilita su asunción simbólica, asu ción que relanza, a través del Otro, la dinámica interrump da del deseo. En esto se funda toda su concepción (transf• rencial) de la cura. Lacan, en cambio, tendría en vista al de la falta que funda todas las faltas, hasta impedir incluS. designarla como tal y recusar incluso su recubrimient simbólico. Una falta que inscribe en el deseo, diríamd nosotros, algo de lo real forclusivo: aquello de lo que ri escapamos, de lo que no nos salvamos. .

Esta sería la manera de oponer en Dolto lo que obra coffi.o solución de la falta, a la falta, por la vía solícita de la alterida~ en la palabra, 15 a lo que en Lacan mantiene el rigor absoluto di una irreductible negatividad eternamente renovada.

¿Osaremos deducir de esta dualidad terminal en la que parecer estamos desembocando -o a la que nos habrí. conducido, a propósito del espejo, la cuestión de la imagenp osaremos deducir que hay en cuma dos psicoanálisis, do¡ concepciones del análisis?

¡Pero no es ésta la idea que quisiéramos poner de reliev( como conclusión, al menos bajo esa forma, y sobre todo no lo es por cuanto viraría a esa suerte de caricat11resca farSJ~

11 A propósito de la cual pode1nos remitir a P. Guyomard, Le dést ..

d'éthique, Aubier, 1998, que tiene el mérito -raro entre los analistas~' d<J- integrar en su reflexión el aporte de F. Dolto.

15 Tema fundan1ental de la reflexión de D. V usse.

póstuma que instalaría a F. Dolto en el paraíso, por supues­to, tras haber designado a Lacan como guardián del infierno! Pues hay mejores cosas que hacer con esa disparidad, más allá de esta santurrona imaginería. Primero, 'plantear la idea de que tal disparidad tiene sin duda sus lazos con la ra­dicalidad de la oposición vida/muerte que Freud llegó a inscribir como esencial en la doctrina analítica, en tanto la pulsión de muerte fue su real propio. Después, considerar que, si semejante oposición existe, es en el sentido de que, lejos de ser mera dualidad coagulada, atraviesa con su filo al analista en su acto, es decir que constituye aquello que divide al analista en el ejercicio de su función;

Y para devolver el punto al contexto del estadio del espejo, consiste en tomar en cuenta que, aun cuando la imagen se vea cercenada, y por esencia, de lo que marca en ella el "defecto de ser'', 16 esa imagen adquiere igualmente el valor de representar, y esto por más opaca que sea su manera de hacerlo. Es indudable que debe agradecerse a Lacan el haber sabido desmontar para siempre elilusionamiento que en ello se fomentaba. Pero probablemente sería caer en una ilusión negativa-la de creer (¡o querer!) disiparlas todas- arribar, por una suerte de pregonada desesperanza nihilista, a un error específico: desconocer que, a pesar de todo (¡y a causa de!), la imagen representa, del mismo modo en que el lengua­je, pese a lo inconsciente (¡o a causa del), comunica. Y el colmo sería de lo contrario que en último extremo nuestros doctos lacanianos ya no supieran explicar cómo puede ser que una imagen represente o que el lenguaje comunique, sea cual fuere · el valor (significante) de lo que menosprecia estos procesos.17

Aun aportado conclusivamente de modo tan ligero (¿o pesado?), se percibe muy bien lo que todo esto implica en tanto apuestas absolutamente fundamentales, ya que tocan

16 Del que habla S. Thieberge, op. cit., págs. 61, 118, 119. 17 Así estarían prontos (estos doctos) a poner siempre en primer plano

-y legítimamente-lo que G. Le Gaufey en una página significativa (op. cit., pág. 278) llama el "revés del paisaje", pero hasta el punto de que esta suerte de fascinación llegaría a hacerles olvidar a su vez (¡no ver!) que hay sin embargo un paisaje para degustar.

27~

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aloque se entiende que el psicoanálisis puede movilizar el, humano, para el humano. Y en particular, una vez reconoc;] do -por todos, y en todo caso seguramente por nuestros d< interlocutores-que se trata de deseo, que está operando el deseo; y a través de lo que del deseo corresponde a u falta en ser, la apuesta pasa a ser entonces determinar, , relación con este dato, lo que el ejercicio del psicoanálisis E

capaz o no es capaz de realizar. Desde este punto de vista, la evolución seguida por Lacaij

que podemos describir como consistente de algún modoi; disolver, en entenebrecer los datos en un principio jubi!OS\ de su estadio del espejo primera versión, es totalmen; significativa de un avance orientado a poner al descubier aquello que, en lo que causa el deseo de un humano, ,L

encuentra irreductiblemente en crisis. Una vez más, es datos estaban presentes de entrada, sobre todo si record.: mosque en su texto (de 1949) Lacan situaba ya la experie,: cia del espejo como un "drama".18

En el fondo, Lacan no cesará de ahondar en este dran:l, por lo pronto cuando someta a evaluación la angustia d.! niño; pues el niño ya no sólo se alegra: se vuelve, y es: volverse manifiesta la distancia abierta para siempre de. hiancia llamada pequeño a (¡lo que no es minimizarla!).

Podríamos decir, o bien que, retroactivamente, el estadi nº 1 (de las primeras versiones) queda como volatilizado i:i• su valor de pretendida salvación imaginaria, o bien, en rige¡ que Lacan va a otorgar gradualmente su plena medida: todo cuanto había señalado de entrada y que era suficient, para demoler cualquier supuesta armonía especular. L.!, ortopedia no era más que prótesis.19

A partir de aquel comienzo posiblemente engañoso, Lac. no habrá cesado de ahondar cada vez más en la disarmoní la dehiscencia, la hiancia; como si ésta fuera también pa~ él la perspectiva orientada no solamente del análisis sino <Jci

un análisis en su desenvolvimiento. No habrá cesado de apu 18 El, pág. 90. 19 De ahí la pertinencia de la comparación con la fábula del ciego y

paralítico (S Il, pág. 82).

""'

tara ese abismo en hueco de la falta. Mientras que Dolto, sin ser por ello víctima de engaño, jamás pierde de vista -y ello subsiste en el fundamento de su ética (y de su clínica)- la posibilidad, digamos, de una re-conciliación, de un relanzac miento del deseo, lo que no es negar la falta, o ese agujereac!o supuestamente originario, sino declarar que hay por el Otro, y en la alteridad, una "salvación" propiamente humana: Y que, además, no hay ninguna otra salida.2°

En F. Dolto, el logos del Otro, el lagos que es el Otro pµede siempre por naturaleza paliar, evitar en particular los efectos que ella juzga propiamente mortíferos de lo visual, es decir, cuando se olvida que lo visual sólo adquiere sentido bordeado por el marco de la palabra, pues sólo ésta es cap!:!z de conjurar su incidencia de lo contrario desrealizante.

En F. Dolto, no es el espejo el que permite ver lo invisible (la cara). Es la palabra la que permite decirlo. Decir lo im" posible, incluyendo lo imposible de ver.

Hay aquí, pues, de su parte algo que si no torna caduco el estadio del espejo, por lo menos relativiza y reduce su alcan­ce, si el "espejo primordial" es aquel que ya se ha ofrecido más acá de lo visible a través de la carnalidad de la relación diádica, es decir, relación con un Otro de carne (hablante), y no un Otro reductible a la materialidad del espejo (lo que se da en llamar un ... ¡hielo!),* y del que Lacan hará surgir más bien el vaciamiento vertiginoso de lo real.

Lo hemos expresado durante nuestro trayecto al sostener que si el Otro en Lacan confina siempre, si no con el Otro engañoso, al menos con el Otro incierto y hasta enigmático del "Che vuoi?", un Otro de cuyas intenciones jamás estaré seguro (¡si es que él las conoce!) -y también un Otro que puede "manducarme" crudo (o aniquilarme con su mirada)-, en una palabra un Otro inquietante de extrañeza, en F,

* Juego de palabras basado en una similitud semántiCa pues, en francés, tanto miroir comoglace significan "espejo", pero englace éSta es una acepción entre otras, siendo la principal "hielo". (N. de la T.)

20 Temática que también desarrolla D. V as se, sobre todo en L ~utre ,du désiret leDieu de la foi, Le Seuil, 1991, obra cuyo título es ya am:pliarrien'­te significativo para nuestro contexto (El Otro del deseo y el Dios de la fe).

9.7f\

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Dolto -si ella no desconoce nada de esta dramaturgia del sujeto, es decir, nada del lugar de la falta en que abreva lo inconscíente-, el Otro sigue siendo por principio solícito (secoutable), portador del socorro (secours) si él es (puesto• que él es) recurso (recours) del verbo. Y lo es de entrada; desde el momento en que esta presencia del verbo se mani­fiesta desde el comienzo, desde la concepción, allí donde ésta remite a tal dimensión de la encarnación en una escena original. .. ··•

Nos hemos encontrado, en efecto, durante el camino cor( este tema de la escena original, de la escena primitiva. No es: inútil que podamos prolongar aquí esa temática verificando una especie de desajuste que se opera o se confirma entreld que se diferencia, no por casualidad, como siendo para cad~ uno "su" escentl original, su idea de la escena original. Sería' así, en Lacan, la escena del espejo, referida en consecuencia a lo visible; y en Dolto, la escena concepcional, referida aX. verbo, a la encarnación del verbo.

Al acentuar entonces extremadamente esa disparidtid:¡ -que requeriría numerosos complementos (y por lo tantd matices)-, hemos podido decir que Lacan abandona antei del espejo (delante del espejo) a "su" bebé al riesgo de T fragmt'ntación (¡si no de la paranoia!), esperando que pue1i reflejar(se) en el espejo, mientras que Dolto acoge al suyo e:i él ofreciendo de entrada la asistencia civilizadora de un palabra que lo humanice.

Si conservamos el término "agujero" --que ambos e plean~, podríamos concluir que, como mínimo, los d' divergen sobre el alcance del agujero y del origen. En es punto arribamos a lo que paradójicamente -o literalme te-opera entre ellos como "diálogo", a saber: por realiztlr "dia" del lagos la disyunción de una divergencia separativ. así fuese empero también la de una complementariedad;

En efecto, lo erróneo sería deducir de esto que t8.l div~. gencia vale como burda oposición inerte entre lo que sería,:] falta negativizada por el lado de Lacan y plenitud recobra a la manera de Dolto. Por más grosera que sea esta altern: ti va, es desgraciamente de aquellas que tuvieron curso e:,

muchos malentendidos dirigidos a F. Dolto; No setratade oponer la plenitud a la falta.

¡Tampoco puede decirse que frente a la dramaturgitidel deseo en el humano habría una visión "pesimista'' yurtá visión "optimista"! Por insulsa que sea esta dualidad, no.s pone más en la pista de lo que está en juego y que crea y refuerza aquella impresión de disparidad. Pues está fuera de dudas que Lacan se inscribe en la línea de lo que por lo común se resalta como el pesimismo de Freud-que por otra parte Lacan mismo evoca en algún momento-y que, desde esta perspectiva, no deja de destilar cierto desánimo especí­fico. ¡Mientras que F. Dolto testimonia sin discusión más esperanza en el humano!

No es, decíamos nosotros, porque una plenitud idílica viniera a oponerse a la negrura desesperada del vacío. Pues lo que está en juego, insistamos, son en verdad dos concep­ciones de la falta y de su incidencia.

Si lo inconsciente es falta, de esta falta produce F. Dolto la idea de que es positivizable, en la medida misma en que es fuente para el deseo. Ya he desarrollado esto a su respecto en lo atinente a una verdadera positividad de lo inconscien­te,21 que se inscribe, a todas luces, en contrapunto a la negatividad enfatizada por Lacan. Por otra parte, una mis­ma temática encontraríamos también presente y exaltada en D. Vasse, para quien dicha falta es el crisol de lo que orienta justamente hacia el "nosotros" de la alteridad. De esta misma manera aparece realizado, en la línea de F. Dolto, lo que fundamentalmente articula a lo inconsciente con la vida. 22

A la inversa, fundado en estas mismas impresiones conclusivas -pero que llegan lejos al comprometer el sentido del psicoanálisis-, Lacan es aquel que, habiendo partido de la palabra imagen, se queda, diríamos, obnubi­lado, fascinado por la negatividad y la muerte. En este aspecto, tal vez esté más influido por las tesis de Sartre

21 Cf. L'image du corps selon F. Dolto, op. cit., conclusión. 22 D. Vasse, La. vie et les vivants, op. cit.

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(sobre el Ser y la Nada) de lo que en general se dice, o del& que él se defiende.23

En este sentido, encontraríamos de nuevo entre Lacan •· Dolto aquello que se entrecruza respectivamente en psico11,c nálisis, muerte en el vacío del ser y vida que regenera, enI2. alteridad, su eterna sublimación. ·

:ia A menos que, en la misma corriente, haya que considerar más la dirección del ser-para-la-muerte heideggeriano.

10. EPÍLOGO

Ya en el final de este recorrido (si es verdad que ... ), debe señalarse aún otra paradoja, otro motivo de asombro. El de que al comenzar este trabajo creí conveniente advertir aI lector de un desequilibrio posible que podría hacer indinar la balanza de mi atención hacia el lado privilegiado de F. Dolto. Sin embargo, para migran sorpresa, me doy cuenta de que no ha sido así y de que sentí más bien la preocupación constante de re(encuadrar) mi exposición centrando sus da­tos con referencia a los enunciados de Lacan. Esto no inva­lidó seguramente el proyecto, que de todos modos apuntaba a esclarecer el tenor del compañerismo Dolto I Lacan. Pero condujo a reconsiderar más la elaboración de F. Dolto res­pecto de la perspectiva desarrollada por su precursor (en materia de lo especular). Lo cual era previsible, después de todo, habida cuenta del programa inicial.

Pero en esa form'.l Jlegamos inevitablemente a proponer el dibujo de cierto rostro de Lacan, a bosquejar la visión parcial sin duda, si no tendenciosa, de cierto retrato de Lacan; visión que podrá considerarse discutible pero que invita, como es debido, al debate.

Para contribuir a él, ¿podríamos tratar de reunir aquí a grandes rasgos esa visión supuestamente representativa de Lacan en la que desembocamos? Intentemos ir directamente a la meta que en este aspecto nos parece más significativa. ¡Pues de lo contrario podríamos complacernos o demorar-

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nos, por digresión, en imaginerías más seductoras o más' aderezadas vinculadas al "dandy" y su taciturnidad nebulch sa y romántica! Pero no evocamos tan turbia figura sólo por irrisión o ironía. Ella corresponde a una dimensión efectivá'. mente presente en el personaje, del cual es una caracterizai · ción posible más allá de la caricatura. Hay en Lacan, efü· efecto, algo de esa "sombreidad" en cierta percepción desen~·. cantada de la vida y de los humanos. Pero también está el;" hecho de que este aspecto puede haber intervenido en Ja• relación con F. Dolto, en aquello de Lacan que pudo cautivar:· la, si no seducirla (?). ¡Dicho sea esto no por ligereza sin()' pensando, precisamente, en el sutil estudio que F. Doltü consagró a la figura del "dandy" -y que merecería de sobr ser reconsiderado en este contexto- sin prejuzgar en absol to que haya podido escribirlo pensando en Lacan!1

Sea como fuere, vayamos más bien a lo que deseábamo. poner sobre todo en evidencia con respecto a Lacan en cuant a los elementos más característicos, más salientes. Lo pri' mero que quisiéramos señalar atañe, diremos, a una cap . ciclad poco común para mantenerse en recta línea con•l• inconsciente, posición en la que no le es tan fácil colocarse·. quien fuere, a ningún humano. No descartemos que puei:T• existir aquí algo, osemos decir, de la dimensión del héroe C¿Jc del heraldo?), de lo inconsciente.* Cosa que sin duda Lacar no habría desaprobado, no tanto por estar malignament"\ imbuido de si mismo, sino más bien por estar convencidO' como Freud, de la altura de su misión excepcional (c "Solo como siempre estuve").

Desde esta perspectiva, Lacan es aquel que tuvo ese geiü. propio, esa capacidad singular de mantenerse sobre lacres ta de lo inconsciente, y de hacerlo sin plegar jamás la lín_é:. de lo inconsciente, al precio de una inflexibilidad inapelabl' Lacan es aquel que no titubea con lo inconsciente, que'll! transige, que no acepta al respecto ningún compromiso:

* Los términos héros, ''béroe", y héraut, "heraldo", son homofóniC'O' (N, de la T.)

1 F. Dolto, Le dandy? solitaire et singulier, Mercure de France, l99'9}

ello hasta el extremo de oponerse, en consecuencia, a toda componenda -¡así fuese interpretativa!- sobre él, cuando lo importante es mantener a cualquier precio su dimensión absoluta.

De ahí que la curación sólo pueda ser planteada, a lo sumo, por añadidura ... Hay un absoluto de lo inconsciente del que Lacan se hace en cierto modo garante, como se hace de algún modo el único "guardián" en ejercicio del mensaje de Freud en cuanto a la realidad irreductible de dicho inconsciente. Lacan no acepta al respecto ninguna transacción y sus peores flechas (lancinantes, sobre todo a lo largo de los Escritos) estárán destinados, lo sabemos, a aquellos que, enarbolando el freudis­mo, atenúan su valor insigne y su contundencia. Tal es incluso su punto de partida: haberse enfrentado con quienes preten­dían mantener la línea de lo inconsciente mientras que, según él, no hacían más que menoscabar su fuerza y sobre todo al precio de una restauración envilecedora del yo (Ego psycholo­gy). Puesto que lo inconsciente es esa verdad en el corazón del ser a la que sólo Lacan se arriesga, y se permite, hacer hablar: ''Y o, la verdad, hablo ... "2

¿Pero cuál es esa verdad de lo inconsciente (según Lacan)? Arriesguemos decirlo a su manera filosófica (¡o cuasi-filosó­fica!)* como aquello que corresponde a lo que forma hiancia en el ser, a aquello por lo cual, debido a la sumisión al len­guaje o a la palabra, al significante, el ser está siempre en falta en el humano. Tal es el nudo, el nudo complexual del ser alrededor del cual gira en Lacan toda la concepción del inconsciente freudiano; y con la que Lacan no cesa de machacar en esta forma: "¡Si no es lo que Freud dijo, entonces Freud no dijo nada!"

Así pues, los términos más característicos del vocabulario de Lacan para designar lo inconsciente surgen con el propó­sito de expresar esta concepción a su respecto. Ya hemos aislado en especial el de "hiancia". Pero se le podría sumar

*En el original, fau-filosophique, presumiblemente juego con el verbo faufüer: "colarse, escurrirse, deslizarse". Nuestra traducción es sólo aproximativa. (N. de la T.)

2 En "La cosa freudiana", El, pág. 391.

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todo un vasto florilegio de otros que siguen la misma direc> ción, como si quisieran enfatizarlo aun más: grieta, fisura; desgarradura, dehiscencia, cojera, falta, discordia, discor~·; dancia, etc. Lacan no carece, por cierto, de denominacionés para expresar la misma idea esencial, que consiste en esa flaqueza constitutiva del ser, en una derelicción intrínsec'1 del humano en relación con la cual Lacan orienta todo sli discurso.

No sólo no se apartará de esta línea, sino que se esforzará en preservar rigurosamente su trazado, como si estuvies1( investido de la misión que consiste precisamente en aseg1f( rar la apertura de la hiancia. No hay mejor manera d('i; describir cuál es en este carácter el tenor de su acto, e sentido de su acción: Lacan es aquel que mantiene la hianci abierta; y pretende que no se vuelva a cerrar de ningú ~~ ·~

¡Lo cual no deja de mostrarse contradictorio -¿cómo des;' conocerlo?- frente a cualquier mira terapéutica! Pero, si~ embargo, esto no puede mellar su determinación. Y si alg</ lo exige, dicho sea en lo tocante a los mismos término~ alusivos, es que resulta propio justamente de dicha hianci¡¡, el volver a cerrarse, obturarse, obstruirse, cubrirse de sg¡ ñuelos para paliar la falta e ilusionarse creyendo llenarfaj Lacan es aquel que se dedica a reabrir la hiancia. Podríamo/ decir que no habrá cesado de mantenerse en este punto. L.1 que hemos evocado respecto de su compromiso inaugural el la lucha contra los defensores del yo, procedía ya de est1 mismo movimiento. Que opera allí donde el yo es consider do, en efecto, como el soporte "listo para llevar" destinado. paliar y velar esta hiancia negativizada de lo inconscient· cuya apertura Lacan se dedica a restablecer en la medidae que con ello se significa, a contramano del yo, el sujeto eri f verdad.

Apenas hay necesidad de recordar que desde este momeil to va· a inscribirse en Lacan, con la misma orientación, tod·1 el tema del deseo. Orientación consistente en reafirmar qli nada, ningún objeto podría jamás.responder a él en forII1,, adecuada. Y la intuición fenomenal de Lacan serájustamen'

te inventar un objeto para designar eso, para designar esa incompletitud intrínseca del deseo. El objeto a .. aparece entonces como para impedir imaginarse que ellugarpueda ser ocupado por cualquier otra cosa que esa especie de nada [ríen] a la que finalmente ese objeto equivale. ¡También podría entendérselo, de modo privativo, como un a-objeto! Por cuanto en este punto Lacan lo produce en tanto figura de la nada [néant] y del deseo como "deseo de nada" [désír de ríen].*

Lacan es así aquel que descompleta, que mantiene el eje orientado sobre la negatividad de la incompletitud. Esto puede resultar seguramente paradójico, lo hemos dicho, frente a lo que se esperaría como acción terapéutica del psicoanalista. Pero hasta cierto punto podríamos aventu­rarnos a decir que la cura le importa poco a Lacan, por lo mismo que lo importante es mantener el rigor doctrinal de la incompletitud inconsciente. No es planteable orientar de otro modo la acción analítica si esto es lo que le confiere su pertinencia. Y si de ese modo se aleja la posibilidad de una (pretendida) curación, pues bien, mala suerte: ya que ésta se obtiene al precio de un retraso en los principios, cediendo en las palabras o en los males del deseo.** Pues esto es lo que constituye la dignidad operatoria del análi­sis. La cual se mide con la vara de la incompletitud inconsciente, sin que sea posible ceder en ella así fuese en aras a un supuesto beneficio esperado por el paciente; y que de todos modos será ilusorio frente a la verdad incons" ciente. En esto se juega la autenticidad del análisis, del acto analítico. Y sólo a este precio, desde esta perspectiva, tiene lugar un análisis como tal. De lo contrario -y en particular cuando se pretende "querer curar"-, se está en la componenda y el compromiso por los que la fuerza del

* Los términos franceses néant y rien son traducidos ambos aquí por "na:da". El primero, sustantívo ("la nada"); el segundo, pronombre inde­finido ("no hacer nada", "nada nuevo", etc.) y también sustantivo ("pe­queñez_, nadería"). (N. de la T.)

** Juego de homofonía entre mots, "palabras", y maux, "males, enfermedades". (N. de la T.)

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todo un vasto florilegio de otros que siguen la misma direc, ción, como si quisieran enfatizarlo aun más: grieta, fisura, desgarradura, dehiscencia, cojera, falta, discordia, discor, dancia, etc. Lacan no carece, por cierto, de denominaciones'. para expresar la misma idea esencial, que consiste en esa"' flaqueza constitutiva del ser, en una dereliccíón intrínseca; del humano en relación con la cual Lacan orienta todo sil discurso. . .

No sólo no se apartará de esta línea, sino que se esforzará. en preservar rigurosamente su trazado, como si estuvies.e investido de la misión que consiste precisamente en asegu{ rar la apertura de la hiancia. No hay mejor manera de describir cuál es en este carácter el tenor de su acto, eY sentido de su acción: Lacan es aquel que mantiene la hiancia> abierta; y pretende que no se vuelva a cerrar de ningún' modo. ·.···

¡Lo cual no deja de mostrarse contradictorio -¿cómo des-· conocerlo?- frente a cualquier mira terapéutica! Pero, sin> embargo, esto no puede mellar su determinación. Y si algo ' lo exige, dicho sea en lo tocante a los mismos términos.: alusivos, es que resulta propio justamente de dicha hianciá · el volver a cerrarse, obturarse, obstruirse, cubrirse de se­ñuelos para paliar la falta e ilusionarse creyendo llenarla, Lacan es aquel que se dedica a reabrir Ja hiancia. Podríamos decir que no habrá cesado de mantenerse en este punto. Lo. que hemos evocado respecto de su compromiso inaugural e:tl la lucha contra los defensores del yo, procedía ya de este mismo movimiento. Que opera allí donde el yo es considera' do, en efecto, como el soporte "listo para llevar" destinado á paliar y velar esta hiancia negativizada de lo inconsciente; . cuya apertura Lacan se dedica a restablecer en la medida en· que con ello se significa, a contramano del yo, el sujeto en su verdad.

Apenas hay necesidad de recordar que desde este mamen, to va a inscribirse en Lacan, con la misma orientación, todo el tema del deseo. Orientación consistente en reafirmar que nada, ningún objeto podría jamás responder a él en forma adecuada. Yla intuición fenomenal de Lacan serájustamen-

te inventar un objeto para .designar eso, para designauisa incompletitud intrínseca del deseo. El objeto a aparece entonces como para impedir imaginarse que. el lugar pueda ser ocupado por cualquier otra cosa que esa especie de nada [ríen] a la que finalmente ese objeto equivale. ¡También podría entendérselo, de modo privativo, como un a-objeto! Por cuanto en este punto Lacan lo produce en tanto figura de la nada [néant] y del deseo como "deseo de nada" [désir de rien]. *

Lacan es así aquel que descompleta, que mantiene el eje orientado sobre la negatividad de la incompletitud. Esto puede resultar seguramente paradójico, lo hemos dicho, frente a lo que se esperaría como acción terapéutica del psicoanalista. Pero hasta cierto punto podríamos aventu­rarnos a decir que la cura le importa poco a Lacan, por lo mismo que lo importante es mantener el rigor doctrinal de la incompletitud inconsciente. No es planteable orientar de otro modo la acción analítica si esto es lo que le confiere su pertinencia. Y si de ese modo se aleja la posibilidad de una (pretendida) curación, pues bien, mala suerte: ya que ésta se obtiene al precio de un retraso en los principios, cediendo en las palabras o en los males del deseo.** Pues esto es lo que constituye la dignidad operatoria del análi­sis. La cual se mide con la vara de la incompletitud inconsciente, sin que sea posible ceder en ella así fuese en aras a un supuesto beneficio esperado por el paciente; y que de todos modos será ilusorio frente a la verdad incons, ciente. En esto se juega la autenticidad del análisis, del acto analítico. Y sólo a este precio, desde esta perspectiva, tiene lugar un análisis como tal. De lo contrario -y en particular cuando se pretende "querer curar"-, se está en la componenda y el compromiso por los que la fuerza del

* Los términos franceses néant y rien son traducidos ambos aquí por "nada". El primero, sústailtivo ("la nada"); el segundo, pronombre inde­finido ("no' hacer nada", "nada nuevo", etc.) y también sustantivo ("pe­queñez, nadería"). (N. de la T.)

** Juego de homofonía entre mots, "palabras", y maux, "males, enfermedades". (N. de la T.)

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mensaje analítico queda empobrecida, menoscabada, dese.:• virtuada. 3

Sólo desde aquí puede comprenderse, además, el teno.J." que hemos podido explicitar de la relación imaginaria segúrr' la ejemplifica el estadio del espejo. En principio, no hay· sentido sino para dar cuenta de la hiancia que al comienzqii éste, al paliarla, vela. ¡Pero esto el propio Lacan lo descubr<f, después, y en todo caso también él lo tapa en un principio!''· Porque en un primer tiempo (¡primer estadio!), Lacan expli­cita el momento de precipitación del estadio del espejo en términos de recubrimiento de la hiancia: en la medida en que pone coto al caos de la fragmentación. Por cierto, tal yugula•.· ción de la hiancia-por el yo- no deja de producir cierto. desgarramiento, reeditado o mantenido, por parte de lo que'i se manifiesta con forma de agresión mortífera en la relación. de tensión a-a'.

Así pues, de todo el cortejo imaginario resultante, hecho.> de impulsividad asesina y celosa, no se podría decir exacta<) mente si es solución de la hiancia primordial y constitutiva por cuanto la recubre a través del yo, o más bien hiancia reencontrada en otro nivel, vuelta a jugar como atracción por la muerte. Dicho sea para recordar hasta qué punto el asesinato y el instinto de muerte son para Lacan categorías eminentes en lo que trae aparejado el cara a cara con el · espejo.

Ya hemos hablado bastante de la pacificación que intro­ducía el tiempo (siguiente) de asunción de lo simbólico, que modera supuestamente esa destructividad. No volvamos; pues, a este tema.

Y observemos más bien de qué modo ese movimiento de apertura a la radicalidad de lo inconsciente cuya iniciativa subrayamos aquí, es el mismo que, ahora en el nivel doctri" na!, conducirá a Lacan a tomar sus distancias con su propia elaboración sobre lo simbólico cuando éste le parezca virar a la cantinela, al refrán psicologizante. No es extraño que, en

3 Para no perder de vi8ta el paralelismo de nuestro proyecto, digamos simplemente que encontramos también en F. Dolto un discurso en todo similar que aparta al análisis de toda reducción p'sicoterapéutica.

semejante coyuntura, ante el riesgo de amortiguamiento doctrinal, Lacan haya relanzado una máquina conceptual que corría el riesgo de agarrotarse, ya que la hiancia podía volver a cerrarse de nuevo: en la medida en qne el hallazgo de la ordenación simbólica se coagulaba en el estribillo de un disco, de un "discurso corriente".*

No es extraño, pues, que esto conduzca a Lacan a reaccio­nar intentando impedir que semejante cierre se concrete. Lo cual se ajusta a lo que hemos expuesto como su postura de principio: mantener la apertura de la grieta (en el ser) a fin de descompletar Jo que arriesga(ría) virar a la completitud suturante de los efectos de inconsciente. Aquel que produjo la metáfora se introduce ahora enla senda de la metonimia. ¡Es el hombre de la metonimia! Y el peregrino de lo incons­ciente debe volver a ponerse en marcha, infatigablemente.'

Así se explica el cuestionamiento de ese Otro cuya inter­vención teórica (y práctica), cuyo advenimiento parecía constituir la solución para el riesgo de aniquilación en el callejón sin salida de la destructividad imaginaria. ¿Pero para qué, preguntaría Lacan, si esta "solución" no vale ni interviene sino al precio de amortiguamientos doctrinales, compromisos del pensamiento? Si el pensamiento se vuelve vendaje, quiere decir que la verdad (de lo inconsciente) ya no sale ganando con él sino que resulta burlada, amordazada. Impedir esto equivale a sostener en definitiva que no puede haber terapia de la doctrina(!), terapia en la teoría; al menos si se quiere mantenerla a Ja altura de lo que la convierte propiamente en una teoría psicoanalítica.

¿Había una solución? ¿Iba a haber una solución? Pues bien, justamente para Lacan tampoco puede haber solución

*En el original, "discours courant", evocación de "disqu'our-courant", juego de palabras forjado por Lacan en el Seminario XX. (N. de la T.)

4 Dicho sea e_sto pensando que_se puede localizar en este sentido otro rasgo común entre Lacan y Dolto, y que consistiría en esa suerte de infatigábilidad que los vuelve capaces :._movidos por una idéntica pasióh por el análisis- de poner todo el tiempo a trabajar de nuevo su obra y_ID.antener así su inventividad, impidiendo una conclusión que pudiera limitar su pujanza. ¡No son ellos maestros del reposo!

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en este aspecto. A menos que sea una "di(cho)-solución" ;' [dit-solution], según el famoso Witz que ponía fin (en • 1980) a la institución de su Escuela. Decíamos que Lacan es el que descompleta, el que se opone a que eso flocule, a que' cuaje en forma de masa. Es también, por lo tanto, el que di- , suelve (¡el que ana-liza!) por cuanto eso correría peligro de.· compactarse. ·

En el plano doctrinal, ya hemos advertido de qué modo .. · Lacan, después de haber introducido al Otro, no se cansará de demostrar su intrínseca inconsistencia ni de impedir que se cierre en la completitud, en la esfericidad de su supuesta, suficiencia. Y, al contrario, se dirá que el Otro padece la' falta, que es engañoso, barrado, que no existe, etcétera. ·

Se podría seguir ese cuestionamiento del Otro como un: hilo esencial del pensamiento de Lacan a lo largo de su obra1' y entonces habría que mostrar el modo en que la categoriza­ción de lo real constituye su punto último. Una de las tareas<i fundamentales de Lacan en este aspecto-¡casi diríamos uno de sus trabajos!- habrá consistido efectivamente en impedir' que el Otro, con el pretexto del orden simbólico, pueda de. algún modo retomar sobre sí como instancia toda la plenitud que Lacan se dedicó, por otra parte, a disolver en todos los. niveles.

Dicho esto, queda claro que se puede comprender también\ la elaboración del tema del Otro en tanto constituye pará? Lacan el motor del debate sobre la cuestión de Dios. No ha)'' ninguna duda de que la confrontación con F. Dolto encuen/: tra aquí uno de sus puntos de inscripción. Puesto que n<!; podemos relanzarlo en esta oportunidad, nos conformamos con corroborar que se trata de la misma problemática des' plegada de manera explícita por Lacan en el terreno filosó­fico, en sus relaciones con los filósofos. Sucede así con Descartes, al sostenerse éste fundamentalmente de la posi~ ción divina de un Otro no engañoso. No nos extraña que l:.í.' postura de Lacan pueda consistir precisamente, en esté punto, en mellar la seguridad cartesiana de un absolut().: divino, pese que al comienzo el Otro lacaniano es designado¡; observémoslo, como "Otro absoluto".

¡Podemos estar seguros de que esto nos encaminaría a encontrar otra sutil conflictividad posible con F. Dolto, enla medida en que, para ella, dada la consistencia quiele supone -y le otorga por su fe-, el Otro encuentra por una vez alguna plenitud divina, es decir, por lo menos si F. Dolto revela aquí en este sentido su cartesianismo! Podemos considerar cier, tamente que durante toda una época Lacan y Dolto, acerca­dos por una misma búsqueda, por una misma sed de absolu­to (del deseo) -que los caracteriza-, se encontraron en el Otro, si cabe decirlo así. Pero mientras que F. Dolto se atendrá a la paz y a la esperanza de este hallazgo -puesto que fija en él el respiro de su fe (en la vida, como eterna}-, Lacan manifiestamente no podría hacerlo en este punto; ylo absoluto de su Otro no podría conformarse con ese Otro preciso. Una manera de llamar al absoluto de él... más absoluto, o a Lacan más absolutista (¿o más ateo?).

Mencionábamos a Descartes. Sería procedente retomar igualmente en este contexto -allí donde lo inconsciente es instalado en su irreductible negatividad (ontológica}- la referencia dominante a Hegel. Hasta considerar además que Lacan pueda presentarse en este aspecto como más hege­liano que Hegel. Porque si de éste toma toda esa dinámica fenomenológica que es la de lo negativo, lo hace sin los acentos de fin de la historia que marcan en Hegel una suerte de acabamiento glorioso del devenir humano (en el Espíri­tu). Lacan es Hegel sin los compromisos de Hegel con la historia. Se diría que, también aquí, se trata de destruir a los ídolos. ¡Y entonces sería con Nietzsche con quien habría que hacer la aproximación!

Pero dejemos aquí estas referencias que podrán parecer demasiado formales. Pues, para terminar, querríamos si­tuarnos en un terreno muy diferente: el mitológico.

Es evidente que nuestro trabajo ha tenido que evocar en su transcurso, fuese de modo explícito o no, la figura mitoló­gica de Narciso. Al término de nuestro recorrido, surge la tentación de aventurar una aproximación entre esta figura de la fábula de Ovidio y aquel que recogió esa temática en su

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estadio del espejo, o sea, Lacan ... ¿Lacan en Narciso?: con la' condición, desde luego, de no hacer de ello sólo vano pretexto para alguna improvisación periodística sobre la caricatura. de un Lacan narcisista.

Pero excluyendo igualmente, por otra parte, poner en; primer plano el candor o la insipidez del personaje de Narciso por los que, pobre diablo, cae al rango de víctima ridícula, engatusado por la vana quimera de la imagen. Para!. que la aproximación conserve la validez que anhelamos otorgarle, para que Narciso tenga con qué evocar la estatura· del personaje de Lacan -¡y mucho más allá de los ridículos divertimentos sobre su cara, su mímica o su vestimenta!-, es preciso que tanto el uno como el otro prueben ser aquel que, con razón o sin ella, llega, sea como sea, hasta el final, hasta el extremo (absoluto) del punto al que lo arrastra su andadu: .. ra (¡especular o especulativa'), es decir -y no se lo puede :· desconocer en el caso de Narciso-; hasta la muerte.

Narciso es también, en este carácter, el héroe que llega hasta el término de su búsqueda, o de su cacería, sean cuales fueren los peligros que corre, los riesgos que asume o las . maldiciones que pesan sobre él y organizan su destino. Hay< algo de adolescente, sin duda, de romántico, dicen, peró también de trágico en esta manera de proseguir su carrera hasta la extremidad a que lo conduce, extremidad cuyo carácter en cierto modo mortal él no ignora.

¡Hasta cierto punto, Narciso (Lacan) se muestra así como aquel que, diríamos, "no cede en su deseo"! Lo cual implica sobre todo que no teme a la muerte y que incluso llega. a afrontarla, a mirarla de frente. En este aspecto, Narciso.no es tanto el que se deja embaucar por la imagen sino el que no se dejará desviar de ella y se confrontará con ella, la . afrontará, hasta el final, pues piensa que de ese modó<'' penetrará el secreto de los sortilegios y del encantamiento, así fuesen mortales. Nada podría distraerlo si se trata de descubrir el enigma (¡invisible!) que la imagen del reflejo encierra.

Y de la misma manera, Lacan es el que no se detiene en el camino de esa búsqueda que, para ver y saber lo que encierra

la imagen, lo conduce a la extremidad de lo visible. No se contenta con el paliativo que es la imagen cubriendo su más acá, además quiere descifrar su más allá fascinante, Por ello irá hasta el final, hasta el extremo de esa pregunta que la representación le plantea, y tanto más atraído quizás, ma­lignamente ~¡pues ha leído a Freud y su Jenseits!-, cuanto que más allá de la representación sólo podría encontrar el riesgo de la muerte, de la muerte en los ojos,5 en lo real intangible de su reflejo diáfano. Lacan llega a afrontar a la única verdadera Medusa que existe, el amo absoluto que lo cautiva y lo desafía desde siempre: la muerte.

Así pues, de Lacan en Narciso: héroe que se arriesga al cara a cara con la muerte, con la verdad de la muerte, que llega hasta más allá, a donde lo empuja el (no-)miedo a la castración ...

Y por supuesto, sin querer empero forzar demasiado el rasgo de la alegoría dejándose llevar a esta aproximación con Narciso -por ser el que afronta hasta su término el misterio de lo que es ver(se), hasta desafiar lo in-visible de la imagen especular-, ¡cómo no ser llevados entonces a hacer de F. Dolto la que se presenta aquí como Eco! Al fin y al cabo, el rol parece venirle a la perfección al convertirla en aquella que llama a lo ... inconsciente, al "héroe" inconsciente, para impedir que se hunda y se pierda para siempre. De ahí que lo interpele en la fuerza de su voz ... 6

Porque seguramente ella también sabe algo de lo que puede conducir a los hombres a esa carrera desenfrenada al deseo (de saber [savoir], o de "eso-ver" [ga-voir], como diría ella), hasta perderse en esto por efecto de fascinación espe­cular y captura imaginaria. De ahí que se esfuerce en llamar a su aventurado compañero para librarlo de las trampas de la visualidad hasta las que él se arriesgó; emplea así toda la fuerza vocal de su palabra para sustraerlo de ese espejo

5 Como reza el título del ensayo de J.-P. Vernant, op. cit. 6 También es importante aligerar lo suficiente la leyenda para que

pueda servir a nuestros fines: pues no se puede tener. a F. Dolto como aquella que tan s6lo transmitiría palabras oídas (¡así fuesen de Lacan!). ¡Más bien ·es. -su propia palabra, que tanto se han afanado en querer repetir- sin alcanzar nunca su libertad inventiva y su franqueza!

i!~ .,. i!(

1.1

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cuyos peligros ella conoce demasiado. Y para arranca)'·' aquel que sin embargo no retrocede ante su nada [néa{ puesto que llega incluso a convertirla más bien en el.si -último- de su deseo como deseo de nada [rien].

Frente a esta seducción de lo visible cuyo real quer descubrir, ella lo conjura, lo conmina a solamente escucl!. la llamada viva de su palabra. Pero así como Orfeo escucha a Eurídice, esta Eco tampoco parece ser oída ... Y(< de temer que Lacan /Narciso ya no se deje desviar; q1 llegará hasta el final del "viaje" más allá de la fuente de vi· de lo simbólico, a donde sólo existen lo real y la disoluci corporal del retorno a lo inanimado. La Eco de las pulsion de vida no bastará para distraerlo de su misión mortal en ltj confines de lo real. Se diría que no conseguirá dev0lverJ9< la vida, a él que, en verdad, desde siempre estuvo fascin~ por la muertf) detrás del ver, la muerte como único más al" de la representación, a través del espejo. .. ;1

¿Pero será ésta la única mira de nuestro intrépid apólogo: conducirnos a esa suerte de reparto de las apue~ tas pulsionales mayores, proporcionales a la gigantesct. (y última) psicomaquia freudiana? ¡Dolto la vida, Lacan 11;\ muerte! ...

Esto sería sin duda demasiado simple y reductor, y e .... todo caso nada concordante con lo que, según hemos visto-, era el entrecruce de sus trayectos conjugados a lo largo de nuestro trabajo, que no cesaba de extraviarnos de algún' modo en los saltos y rebrotes de su informal diálogo. ·

En rigor, se nos mostrarán en nuestra conclusión como la:i dos figuras conjuntas y complementarias de un mismo proceso (de análisis) que, a través del espejo, viene a interro-· gar, en el misterio del ver y de la representación, el enigma ; de la falta en el hueco del deseo. Cada cual a su turno indaga : en un aspecto entre ver y palabra, entre lo visible y la voz, sin que por otra parte estemos duraderamente seguros de que la propia Eco pueda salvarse del infortunado destino.

Así pues, no tendríamos que "elegir" -sería estúpido­entre Dolto y Lacan, como si encarnaran las dos caras emblemáticas de lo viviente mortal. No hay nada que sim-

plemente autorice a situar a uno yendo hacia el camino de vida y al otro hacia la muerte, por más elocuente o atractiva que pueda ser esta última imagen. En rigor, uno y otro nos actualizan (entre vida y muerte) su división intrínseca, división que nos constituye. ¡De modo que, lejos de encon­trarlos en la vertiente optativa -Lacan o Dolto-, es el conjunto de su doble camino, conjugado y contrastado, entre luz y tinieblas el que, en este terreno del psicoanálisis, nos los hace a uno y a otro igualmente excepcionales!

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ANEXO NOTAS DE FRAN(}OISE DOLTO A LA S.P.P., DEL 16 DE JUNIO DE193ff

1.El Sujeto y el Yo [Je]* 2.El Sujeto y el Yo y el Cuerpo propio 3.La expresividad de la forma humana 4. La libido de la forma humana 5.La imagen del doble y la imagen especulativa [sic 1 6.Libido del destete e instinto de 1nuerte. Destrucción del objeto vital= el narcisismo 7 .Su vínculo con el simbolismo fundam. del conocimiento 11umano 8.El objeto reencontrado en el Edipo 9.Valor de los síntomas narcisistas. Los gemelos

La teoría del yo es lo que hay de-trabajado en la teoría psic., reconocido por el propio Freud. Cuando se encara este tema muy resistente por sí mismo, se elevan resistencias muy abarcadoras. Se tratará de metafísica, no de datos clínicos. Exposición de concepciones de las pulsiones del yo solan1ente. Práctica y reflexiones sobre las psicosis nos llevan a las observaciones profundas del yo.

i Hen1os decidido reproducir en bruto estas notas de un informe de trabajo, es decir, en su estado inicial -incluyendo abreviaturas e incorrecciones-, a fin presentarlas de acuerdo con su configuración primera.

~, A lo largo de este Anexo, el término Yo (con o sin mayúscula) traduce el francés Je. En los casos en que traduce moi, se consigna este término entre corchetes. (N. de la T.)

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1/ Elem. capital aportado por psic. = sustitución de "instinto" pOr la noción de complejo, organización de tendencias relacionadas con u.ria situación vital concreta del pasado del Sujeto. La exposición mostró que a cada complejo le correspondía un ciert. orden de conocimiento. Conocimiento inconsciente. Quedan huellas en el psiquismo de ciert. imago del pecho materno. Este objeto no tiene nada que ver con lo que es "categórico" en conocimiento del adulto. Ca-nacimiento El Yo conocería los objetos en sí mismos, tal como son. la 1ª teoría arwl. =por un lado hay pulsiones con ese co-nacimiento, fantasma regido principio de placer,porotro lado, está el Yo principio de la realidad tanto int. como ext. Pero hay un problema del yo que no se explicaría si fuera tan simple. Freud mismo dijo que algunas de sus pulsiones iban contra el impulso vital. J.* a decir ''instintos de muerte". rechado del sonajero -traum. del destete- instinto de muerte para Freud = masoquismo primitivo. -Por lo tanto, inconsciente complicado -pulsiones y contra. pulsiones - el lro a la vez afirmador de la realidad y negador por ej. en ciert. psicosis o negación de la realidad.

21 La teoría analítica es por supuesto [?] de una entidad única= la libido el yo no es sujeto puro. el inc. es todo lo que él conoce. el Yo es el cuerpo propio. Es su manera de situarse en el mundo objetivo. No quiero discutir las creencias de los primitivos que identifican el Yo con objetos inanimados en la naturaleza. Sin ir tan lejos, sueño y delirio, transformaciones "ectopías" del Yo, del cuerpo propio. El lactante (descubrimiento de sus miembros) no hace la síntesis de su cuerpo propio. Fisiológicamente para el hombre, retardo de mielinización de las neuronas inf.rs de la médula. "Prematuración"

admitamos la existencia de una etapa en la síntesis del cuerpo propio = etapa del cuerpo fragmentado.

31 Fenómenos de expresividad= de ciert. formas percibidas desencadena en el sujeto cierto número de movts., posturas, tendientes a reprodu­cir ciert. movimientos similares de esta forma - tiene una función

*Tal cual en el original, sentido incierto. (N. de la T.)

vital capital (desencadena por ej. la huida de la horda cuarido el jefe

ha percibido un peligro). En el mono se ve la postura similar a la forma.expresiva, no[?) d 1 intereses vitales de la banda sino por jugar. Aquí está quizás la fuente de la síntesis del cuerpo proPio. En el ho1nbre, a causa de la etapa del cuerpo fragmentado, esto_ es todavía más difícil. La imitación, palabra no empleada a propóSito, es ya secundaria, mientras que fenóm. de expresividad es una construc-

ción. Comportamiento de 2 niños solos. menos regido por los rasgos 'in7

di viduales que por el par psicológico realizado - "Sincretismo indi­ferenciado" de Wallon, no a consecuencia por fenóm. de expresividad sino que cada uno está tomado por el lado espectacular de la situa­ción, e1 activo también es a la vez su espectáculo y su espectador. Esta situación es sin duda una intrusión. El yo no formado todavía del sujeto es eclipsado por el yo del otro.

41 Invest. libidinal del objeto, la sonrisa. Signo de la satisfacción social

y sociable en sí. La homosexualidad infantil está hecha de la invest. libidinal de esa

imagen similar [si.e] por otra parte escoptofilia merece ser puesta en el mismo marco. 51 Creo que hay que concebir esta imagen como imagen espectacular

[sic] Invest. libidinal comporta - 1) invest. visual predomina

2) imagen ilusoria, fantasma, ruptura con la realidad en parte. 3) esta imagen especular comporta las caract. que el análisis

genético encuentra corresponde [sic1 a este estadio de 8 a 18 meses (época de este estadio) realismo intelectual. Ella evoluciona esa imagen especular en la vida pero cuando reapa· rece en los fantasmas del adulto aparece con las caract. (paranoia) de

la imago del doble. Para controlar que la imago del doble se relacione con la etapa de la

iJnagen especular. Ch. Bubler (parejas infantiles) condiciones de que la diferencia ·de edad no sea demasiado grande (3 meses máx.) es preciso que el s_ujeto entre en las caract. de la imagen especular del otro - corresponden­cia postural, simpática fisiológica necesarias. Cómo reacciona el lactante a la imagen especular misma, mientras que no tiene ninguna necesidad biológica de ella. El _á.Ililná.l después dé haberse visto una vez ya no tiene ning_una atr'áccióh por el espejo, no vuelve a él. El chimpancé, en cambio, vuelve-, jliega pero nada permite inferir que se reconoce-

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El lactante al contrario hace muy rápidamente la referencia de la imagen al objeto. 37ª semana, niño llamado por su nombre se refiere al espejo. "¡Ah" exclamación que precede en unos 6 meses a la búsqueda detrás del espejo como el chimpancé pero está ya fijado sobre el resultado al contrario del chimpancé. Actividad de reunión de lo diverso en un todo. Precedentemente etapa del cuerpo fragmentado y el hecho es que él llega por la imagen especular a la reunión de lo diverso en un todo.

61 De donde viene el interés, la libido afectada a esa imagen, libido de toda una etapa, de la etapa narcisista El niño antes de esta época padece de impotencia biológica, destete, fragmentación de sus funciones vitales. El fenó1n. mental -de la imago del doble debe concebi.rse co1no una compensación a esta fase crítica de ckficiencia vital. Así como la destrucción del objeto rechazado por el lactante es una lucha por repetir el destete y destruir así la herida, afirmación de su propia muerte

7 ! Gn parentesco entre narcisismo correspondiente a la etapa del cuerpo fragmentado y del destete - afirma la unidad de su cuerpo fragmen­tado. el objeto vital, pecho de la madre, él no lo reencontrará de inmediato, es la fuente del sünbolismo. que un objeto pase a ser el reprsentante de una En animales, cierto esbozo del conocimiento de la forma zoomórfica, pero para los monos + inteligentes y todavía el objeto es difíc. separable de la utilidad inmediata.

8/Para el hombre, el objeto es todo antes de ser lo que es. Es antropomor­fizado, asimil. de cada objeto a un órgano del hombre fenómeno ligado al simbolismo en relación con estadio narcisista En suma esto nos condujo a fuente del simbolismo Pero, ¿para hacer qué? Esto nos mueve a la comprensión del complejo de edipo.

9/ El psiquismo humano entra en la fase objetal, el objeto se reencuentra Todo un edificio se sacude. El retorno de la sexualidad desbarata esta síntesis particular de la fase narcisista (sin interv. de peligros externos). De ahí la necesidad interna de represión de la sexualidad. La lucha contra la sexualidad es librada por el superyó. ¿Qué es? Es una identificación de la coacción. el yo amenazado en el momento de la crisis sexual del edipo, se refugia en la imago del doble- el yo quiere ser lo que se ha visto ser.

La rivalidad del padre para el varón es un peligro, sí pero- es una ayuda preciosa- el doble pasa a ser la imagen del.padre. La imago del doble es el molde de la identificación paterna y del yo a la vez para el estudio del edipo en los 2 sexos. La aparición de la pulsión sexual en el varón reactiva la-imago del objeto perdido del pecho materno, quizás explica que defensa narcisis­ta es más violenta en el varón y su superyó mucho más contra_:vital.

1 O/ Consecuencias prácticas Necesidad de mantenerse en el estadio del cuerpo fragmentado con

energía feroz Gran importancia en esta fase narcisista del "hermano". Cuestión de la represión y de la interdicción de estos complejos

escoptofílicos el rostro realiza una entidad muy precoz de ahí su papel de reactiva-ción de la angustia (ésta interna) de la imagen espectacular [.sic] está el peligro externo (la madre que dice - no te miro tú serás el

diablo). - Problemas de los gemelos leyendas de heroísmo -tal vez insignia

de realización objetal más precoz -De la naturaleza de la transferencia y de su fracaso. Ciert. transferencias se hacen según el modo del doble y no sobre la

imagen del objeto, del padre. Sujetos os perciben «como su doble". Otros "como el intruso'~, de ahí

desconfiar de psicosis en este caso.

*

Discusión: Me Bonaparte: textos mismos de Freud es el yo inconsciente el que es fuente de las contra pulsiones en el

estadio de la represión. el caso del niño que destruye el objeto, no instinto de muerte, ní destete~ pero hace partir y volver a la madre.

Lagache: ¿Yo= Cuerpo propio? Intrusión (caso de pareja de niños) quizás estadio del "lobo" la 1 ª vez que el niño se ve no se reconoce. Mucho antes de haberse identificado ha identificado la imagen

especular de su padre. ¿fantasma = imagen especular? variaciones en la edad del destete no puesta en juego en esta teoría. gemelidad no entraña precesión en el interés por los otros niños.

Parcherniney; rol de los estadios en la adaptación propia del hombre

difícil de criticar

onry

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Loewenstein: no [?J necesidad del narcisismo para lucha contra peligro de la situación objetal Tener en cuenta el plano tópico - y plano de la libido que se encuentra en otro plano del psiquismo. Superyó e jnstintos de muerte no tienen ninguna relación-- Superyó no expresión de instinto de muerte al contrario-función puramente [?) vital que permite al individuo comprender las exigencias de la sociedad y adaptarse a ellas.

Laforgue: Para la cuestión de doble (patológico) y de su aplic. en psic. normal "reflexión", sólo tiene posib. según un patrón de medida - en qué medida el doble pasa a ser ese patrón.

Schiff

- Civiliz. egipcia - la+ narcisista. Faraón y su doble - Ciert. sujetos sólo hacen elección objetal según su propia

imagen- ¿es un estadio normal o no? peligro de tomar por patoL algo norni~al -Público:[?] Codet Pichon sobre bipolarización después destete traumático impresión de ver defensa o repara ción narcisista en el proceso de esa unión [?l pero habíamos creído que era un caso especial. [???], Laforgue necesita reflexionar.

- interés de relaciones entre unión, identificación, imagen especta~ cular [sic] - Reversibilidad del doble está en relación con masoquismo enfermo que tiene 5 o 6 personalidades marido, mujer [? J, amante, etc. - rol interesante no estudiado del signo del espejo en ciegos de nacimiento que reencuentran el objeto - rol del espejo en D. P. [?] al comienzo.

Loew.: el complejo de edipo está precedido por descub1imientos de sensaciones sexuales en el estadio narcisista inismo y no sol 1 autoeró­tico y estas formas no son reconocidas- como peligrosas por el niño -ni prohibido, ni censurado; y en niños que no conocen el espejo. Para Yo [Moi]-Yo yo [moi] sería para el yo [moi] tópico yo, para la personalidad.

Laf Yo empleado por él en el sentido de Federnyde Nunberg, concepción que lleva a una concepción que aquella dada en el origen. más rica que la de Freud, adinámica en ts casos Anna es de esta opinión

Odier estadio intermedio o común a diferenciar de su yo [moi] del mundo exterior-interior entre estadio del espejo y estadio del edipo. Hecho observado= enfermos que toman conciencia de sus pulsiones proyectándolas primero sobre el mundo ext. ¿hay concordancia entre cuerpo fragmentado y "alma fragmentada"? ¿Qué servicios presta al niño el edipo? Todos Piaget, Bulher, Baldwin, 5 años, estadio objetivo - enorme

progreso en ese momento Edipo no sol1 un peligro sino que e1npuja al niño a tomar conciencia

de él mismÓ con rel 1 al objeto.

Lacan responde a Lagache: - no confunde el yo y el cuerpo propio.

-intrusión espectacular [sic] es el principal elemento de este estadio. -el niño no se reconoce inmedlat. 1 pero en cuanto se ha visto reconoce

la situación [?1, ella no es vital destete = prematuración biológica del nacimiento del hombre.

Yo insisto en eso. aParcheminey, no creo que el hombre se adapte a la realidad,la adapta

a él - lo que ns vemos es una afirmación del sujeto.el yo [moi] crea la nueva adaptación a la realidad pero nosotros buscamos mantener la cohesión con este doble.

a Loew. : [?] dramatización justa de la sit. de los 6 primeros meses instinto de muerte no soporte del superyó sino indirecto el amor objetal como máx. hay siempre narcisismo. el altruismo [?] form. narcisista como las otras.

[?] (Conocimiento paranoico) a Loew. libido autoerótica.

libido = concepto energético ¿y autoerótica es sexual? anerótica dice Pichon casos (gemelos y sueños de muertos de Loew. [?])

-la agresividad contra el doble no está en el mismo plano que la agresividad pragmática - fuente del masoquismo primitivo -el ser

vive sobre un plano narcisista a Odier: el proceso de los celos esenciales para reconocer el de mí y el no

de mí utilidad del edipo = precisar el sexo del objeto la crisis no resuelta

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~'"'

insuficiencia de la pulsión sexual - psicótico instancia[?] muy falta del ideal del yo[?] - perversiones instancia [?J falta

POST-SCRIPTUM

Las dos citas que hace Lacan de ese poema de Aragon de­nominado El Contra-Canto (recordado aquí como epígrafe de nuestro trabajo) se encuentran en S Xl, págs. 25 y 86.

Lacan no omite mencionar que en el comentario que acompaña al poema se alude a una circuncisión (a la que está invitado el poeta).

Pero lo que aparece después en este comentario podría brindarse también a nuestra meditación, toda vez que el hijo discípulo del narrador-poeta, interrogadopor lo que quiso decir su maestro, "respondió que para hablar de la felicidad hay que creer y que mientras los espejos no son sino el otro, sin poder ellos mismos en el otro verse, es decir, mientras el otro en ti se ve sin verte, amar no es más que infortunio" (Aragon, Le fou d'Elsa, op. cit., pág. 73).

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ÍNDICE

Abreviatura¡; ....................................................................... 7

Nota liminar ........ . 9

l.Lacan, Dolto y la imagen ................................... 13 2.Dolto: imagen, inconsciente e (in)visible .......... 39

3.El espejo: primer estadio ........ . . ............. 67

4.Dolto: las dos caras del espejo ............. . . ......... 97

5.Lacan: el reverso del espejo ........................................ 133

6.El espejo fratricida ...................................................... 165

7.El espejo y el Otro ........................................................ 195

8.Lo real de la mirada .................................................... 227

9.Falta y negatividad ..................................................... 257

10.Epílogo ........................................................................ 279

Anexo

Notas de Fran~oise Dolto a las S.P.P.

del 16 de junio de 1936 ................. . 293

Post-scriptum .................................................................. 301

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