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MANUEL BELGRANO Í NDICE PRIMEROS AÑOS 1. LA FAMILIA 2. EDUCACIÓN 3. EL VIRREINATO 4. PENSAMIENTO EL CONSULADO 1. CONSULADO 2. EL DESARROLLO 3. MEMORIAS 1. LA REVOLUCIÓN MAYO 2. SU SUELDO PARAGUAY 1. ORGANIZACIÓN 2. BATALLAS 3. REVOLUCIÓN 4. CON DE FRANCIA 5. BANDA ORIENTAL ALTO PERÚ 1. EJÉRCITO DEL NORTE 2. LA BANDERA 3. EL ÉXODO 4. TUCUMÁN 5. SALTA 6. VILCAPUGIO 7. CON SAN MARTÍN LEJOS DEL F RENTE 1. A EUROPA 2. INDEPENDENCIA EJÉRCITO DEL NORTE 1. GÜEMES EL OCASO 2. SU MUERTE 3. TESTAMENTO 4. BIBLIOGRAFÍA 1

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Page 1: Documento de belgrano

MANUEL BELGRANO

ÍNDICE PRIMEROS AÑOS

1. LA FAMILIA

2. EDUCACIÓN

3. EL VIRREINATO 4. PENSAMIENTO

EL CONSULADO 1. CONSULADO

2. EL DESARROLLO 3. MEMORIAS

1. LA REVOLUCIÓN MAYO

2. SU SUELDO PARAGUAY

1. ORGANIZACIÓN

2. BATALLAS

3. REVOLUCIÓN 4. CON DE FRANCIA 5. BANDA ORIENTAL

ALTO PERÚ 1. EJÉRCITO DEL NORTE 2. LA BANDERA 3. EL ÉXODO 4. TUCUMÁN

5. SALTA

6. VILCAPUGIO

7. CON SAN MARTÍN LEJOS DEL FRENTE

1. A EUROPA 2. INDEPENDENCIA

EJÉRCITO DEL NORTE 1. GÜEMES

EL OCASO 2. SU MUERTE 3. TESTAMENTO

4. BIBLIOGRAFÍA

La Familia  

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El 3 de junio de 1770, Manuel Belgrano nace en Buenos Aires, en la casa familiar, que estaba ubicada en el solar que corresponde al 430 de la avenida que lleva hoy su nombre y que se llamaba en aquella época calle de Santo Domingo; al día siguiente es bautizado por el canónigo Juan Baltazar Maciel.En su Autobiografía Manuel Belgrano se refiere a su filiación en los siguientes términos:

"El lugar de mi nacimiento es Buenos Aires; mis padres don Domingo Belgrano y Peri, conocido como Pérez, natural de Oneglia, y mi madre doña María Josefa González Casero, natural también de Buenos Aires. La ocupación de mi padre fue la de comerciante...".

En "Historia de Belgrano y de la Independencia argentina", su autor, Bartolomé Mitre escribe: "En el seno de esta sociedad... existía por los años de 1760 una familia, extranjera en parte, por su origen, y con cierta notoriedad en el municipio y en el comercio. Era su jefe don Domingo Belgrano y Peri (conocido por Pérez), natural de Oneglia... Constituyó en Buenos Aires su hogar, casándose allí con doña María Josefa González Casero... Los padres del general Manuel Belgrano, don Domingo Francisco María Cayetano Belgrano Peri y doña María Josefa González Casero, contrajeron matrimonio en Buenos Aires, el 4 de noviembre de 1757".

Don Domingo Belgrano Peri falleció el 24 de septiembre de 1795. El 8 de abril, había otorgado poder para testar a su esposa y a sus hijos, el teniente de dragones Carlos José y Manuel, entonces secretario del Real Consulado de Buenos Aires. Don Domingo, en este poder, se reservaba tres cláusulas. Por la primera pedía ser sepultado en la Iglesia de Santo Domingo, siendo amortajado su cuerpo con el hábito de la Sagrada Religión . Por las otras dos cláusulas, nombra herederos y designa albacea a sus doce hijos vivos en ese momento. Cuatro años más tarde, doña María Josefa, a su vez, otorgaba poder para testar a sus hijos el presbítero Dr. Domingo Estanislao y Francisco, a los que designa albaceas; también pide ser sepultada en la iglesia de Santo Domingo, de "cuya venerable Orden soy tercera". Doña María Josefa falleció ocho meses después, el 1 de agosto de 1799. Don Domingo había cambiado su segundo apellido y, se presenta por ello, en el poder mencionado como "don Domingo Belgrano Pérez, vecino de esta ciudad, natural de la ciudad de Oneglia, dominios del rey de Cerdeña... "connaturalizado con Carta de Naturaleza por Su Majestad".

En este poder para testar, don Domingo nombra como únicos y universales herederos a sus "doce hijos legítimos... llamados Don Carlos José, Don José Gregorio, Doctor Don Domingo Estanislao, Don Manuel, Don Francisco, Don Joaquín, Don Miguel, Don Agustín, Doña María Josefa, Doña María del Rosario, Doña Juana, Doña Juana Francisca Buenaventura Belgrano y González, como también a mi nieto, Don Julián Vicente Gregorio Espinosa, hijo legítimo de la finada mi hija Doña María Florencia Belgrano y González, mujer legítima que fue de Don Julián Gregorio Espinosa, que también es difunto...", nómina repetida y en el mismo orden, en el poder para testar de doña María Josefa".

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Dieciséis fueron los hijos que tuvo el matrimonio Belgrano Pérez - González Casero.

Otro autor, RICARDO ROJAS (1882-1957), narró: "El padre de Belgrano ... fue un hijo de Italia. Fue allá en el golfo de Génova, en el viejo puerto de Oneglia donde nació este Belgrano Peri ...Por allá están San Remo, Albenga, Alassio, Noli, Savona, por allá nuestra Oneglia, las viejas villas del golfo, de donde en otro tiempo partían los vivaces mercaderes que se posesionaron de la banca levantina, y los audaces navegantes que, en rivalidad con venecianos y turcos, fundaron mercados en Constantinopla, en Siria, en Chipre, en las costas doradas del Oriente.La leyenda de España y de las Indias era familiar a los hombres de la Liguria, los "ginoveses" (genoveses) a quienes Quevedo alude como a "gentes de la vida española." Soldados aventureros, ..., judíos sefardíes ... venidos todos de España, bullían en las calles de Génova, cuya población conservaba el rasgo de vida cosmopolita que ya Dante les señalara en su Comedia. Por allá anduvo siglos antes Cristóbal Colón ... Hacia 1750, el padre de Belgrano pasó de Génova a Cádiz para ejercer el comercio, y después de naturalizarse español, siguió el camino de su aventura hacia occidente, y llegó a Buenos Aires...

En "Historia de Belgrano y de la Independencia argentina", su autor, Bartolomé Mitre escribe: "En el seno de esta sociedad... existía por los años de 1760 una familia, extranjera en parte, por su origen, y con cierta notoriedad en el municipio y en el comercio. Era su jefe don Domingo Belgrano y Peri (conocido por Pérez), natural de Oneglia... Constituyó en Buenos Aires su hogar, casándose allí con doña María Josefa González Casero... Los padres del general Manuel Belgrano, don Domingo Francisco María Cayetano Belgrano Peri y doña María Josefa González Casero, contrajeron matrimonio en Buenos Aires, el 4 de noviembre de 1757".

Pensamiento Económico y Filosófico  

Belgrano residió ocho años en España, donde pudo imponerse de las nuevas ideas. En 1724, Ustariz publica su Teoría y práctica de comercio y marina, donde manifiesta que la grandeza de los pueblos reside en el comercio, sin perjuicio de la liberación de gravámenes y del fomento de la industria. Ulloa está de acuerdo en que España se ocupe en este aspecto de sus colonias americanas, poblándolas, repartiendo sus tierras, fomentando sus cultivos y tomando decisiones necesarias para su desarrollo.En los mismos pensamientos están orientados los trabajos de Martínez de Matta, Moncada, Osorio, con especial referencia a Campomanes y Jovellanos, sin olvidarnos de Cabarrús y Olavide, refiriéndonos a escritores españoles. Todos ellos, reciben inspiración en las ideas de Quesnay, Dupont de Nemours, Turgot, Gournay y, por último, de Adam Smith. Se considera por entonces como primera fuente de riqueza la tierra. Es preciso trabajarla, o sea explotarla, aumentando su productividad, dándola en propiedad a quienes se dediquen a tales tareas. Entre los españoles, Jovellanos fue el más capacitado, cuyo "Informe sobre la ley agraria" constituyó su más importante contribución. Por entonces decía: enseñanza primaria aun para labradores, técnicas en el laboreo, enajenación de baldíos por venta o enfiteusis, etcétera. "La riqueza nace de la cultura, luego, las naciones más instruidas, y por consiguiente ricas, gozarán de los beneficios de la paz."

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Pero la riqueza intelectual de Belgrano se formó en importantes pensadores como Rousseau, Condillac, Locke, Genovesi, Turgot, D'Alembert y otros, cuyas ideas luego se vieron reflejadas en sus escritos en el Consulado y en sus artículos en el "Correo de Comercio". Fue Belgrano el iniciador de los estudios económicos en el Río de la Plata y además un publicista de variada y profunda cultura que imprimió fundamentos a la emancipación. Fue además un divulgador consciente y sistemático de la filosofía económica y política del siglo XVIII. En sus Memorias, escritos, notas o artículos periodísticos, se aprecia sus ideas económicas y filosóficas frente a los criterios que por entonces regían provenientes de las viejas teorías económicas, en momentos de profundas transformaciones en la Europa de su época y que más tarde América también emprendería. Su pensamiento responden al mercantilismo de Genovesi y Galiano, a la fisiocracia de Quesnay, al liberalismo de Adam Smith, aplicando los principios de cada escuela o autor. Es pragmático, con un criterio flexible, aplicando las teorías o escuelas de los distintos autores de acuerdo con la materia por tratar, los momentos por encarar, los dineros disponibles y el medio en que debía operar, en la defensa de lo inherente a una libertad económica orientada al bienestar de sus conciudadanos.Hay que observar que era el secretario del Consulado, un cuerpo colegiado y, por lo tanto, con gran habilidad tendía a lograr lo posible, considerando la época, las circunstancias y los intereses que se debatían y entrelazaban. Mas tarde con la revolución de mayo de 1810 podrá impulsar la obra de acuerdo a esas ideas formadas en "el espíritu de la época". Es así como lo vemos sostener que la agricultura es la única industria considerada productiva, "constituyendo los fabricantes y los artesanos una clase estéril".Por sus estudios, por su época y por sus ideas, Belgrano pertenecía a la filosofía social y económica del siglo XVIII, pudiendo considerárselo como racionalista moderado.Lo demuestran sus ideas fisiócratas y las inspiradas en Smith, cuyo rigor individualista y liberal moderó con una postura ecléctica. No olvidó empero la enseñanza escolástica que recibió en sus primeros años de estudio en Buenos Aires, impartida por su maestro Chorroarín y completada después en Salamanca y Valladolid. En Condillac halla una intento de defensa respecto de la espiritualidad del alma, que Voltaire y otros materialistas negaban. Señala Julio V. González que "Puede admitirse sin temor de equivocarse, que toda la prédica doctrinaria de Belgrano, expuesta en la forma referida, es un rezumo del economismo liberal español, de la fisiocracia francesa y del industrialismo inglés".

Conde de Campomaines (1723-1803) Este noble fue un destacado exponente del reformismo español de la época de la ilustración . Ocupó varios puestos en la administración de Carlos III y llego a ser consejero de Estado de Carlos IV . Sus ideas influyeron en Belgrano

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811). Este pensador de la época de la ilustración escribió el "Informe en el Expedienta de la Ley Agraria", dicho documento influiría en el pensamiento económico de Belgrano

 

 Belgrano y las mujeres

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La historia y el tiempo se encargaron de poner una sombra sobre Belgrano: su supuesta homo sexualidad. Quien no pensó eso cuando le hacían estudiar historia en el colegio, al verlo con sus calzas apretaditas. Pero nada mejor para desmentir eso y quitar esa sombra sobre Manuel Belgrano que lo expuesto a continuación.

Como esbozamos mas arriba, siempre se trato a Manuel Belgrano de afeminado, sino homosexual. Suposición que no podría estar más lejos de la verdad. Belgrano tuvo muchas mujeres en su vida, en España durante su juventud y en la alta sociedad del Buenos Ares colonial. Si bien luego se dedica a la emancipación del país con mucho entusiasmo, no le impidió seguir teniendo muchas amigas.

El rumor que todavía vive de que Belgrano era afeminado se creo a partir de su carácter demasiado amable, sensible, fino y delicado; contando también la voz aflautada, por no decir de pito. A raíz de esta voz, se creo una enemistad con Manuel Dorrego. En una ocasión San Martín trataba de ilustrar a los oficiales, repitiendo una voz de mando que comenzaba con San Martín y seguía con Belgrano, que era el segundo en autoridad. San Martín dijo: Batallón... March... Después de San Martín, siguió Belgrano. Pero su débil voz le causó gracia a Dorrego que soltó una carcajada como si hubiera escuchado el mejor chiste. San Martín se enojó mucho y le dijo: Señor coronel: hemos venido aquí a uniformar las voces de mando. Dijo y reiteró la orden. Belgrano repitió con la misma voz, ya que no tenia otra, Dorrego volvió a reírse a carcajadas, San Martín se enfureció. A los pocos días San Martín desterró a Dorrego a Santiago del Estero.

Otro factor fue su profunda fe católica, que lo llevo a impartir impone una disciplina espartana, se acaban los bailes, las mujeres y la baraja, a su tropa en 1818 cuando cuidaba la retaguardia de Güemes en Tucumán. Por las noches recorre las calles con un ordenanza e irrumpe disfrazado en los cuarteles para sorprender a los oficiales desobedientes. Lo llamaban despectivamente Bomberito de la Patria. Mitre le reprocha la disciplina monástica, excesiva que imponía a su tropa. Habían prácticas religiosas continuas, y ejercía una severidad extrema, aun respecto de la vida privada de los oficiales. A Belgrano lo guiaba en esta manera de proceder no solo su gran catolicismo, sin también el espectáculo desagradable que le habían dado sus oficiales y los capellanes del ejército. Estos mismos andaban con muchas mujeres, y los oficiales también. Esto a Belgrano no le gustó nada. Por culpa de estas convicciones tubo una pelea con su amigo Martín Miguel de Güemes, que era un mujeriego empedernido, hasta salía con mujeres casadas. Pero lo que más molesto a Belgrano, un hombre de honor a toda prueba, fue que Güemes vivía con Juana Inguanso de Mella sin estar casado, un mal ejemplo para la tropa. El honor en esa época todavía significaba algo, y tenia que ser respetado.

Todos estos comportamientos no le ayudaron mucho a Belgrano, lo tildaron enseguida de afeminado, nadie, sino la historia, iba a conocer sus aventuras con diversas mujeres, una de ellas casada.

Dijo un historiador: Belgrano, debido a su rango, puedo haber elegido esposa en los lugares más destacados, Buenos Aires, Córdoba, Salta, Jujuy, Santiago del Estero, de donde provenía su familia materna. Belgrano era delgado, de cutis blanco, pelo rubio y ojos azules. Era buen mozo, abogado, culto, había ocupado altos cargos, y estaba relacionado con todas las familias de la sociedad porteña. Sin embargo, nunca se casó.

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Manuel Belgrano tubo muchas relaciones de alta sociedad, como lo fue María Josefa Ezcurra (1785-1856) hermana de la famosa Encarnación Ezcurra de Rosas, esposa de Juan Manuel de Rosas. De esta relación tubo un hijo ilegitimo, que fue adoptado y criado por Rosas, que se llamo Pedro Rosas y Belgrano.

Pero su más grande amor fue una niña de 15 años que conoció en Tucumán. Era María de los Dolores Helguero. Pasaron los años, y a mediados de 1816, Belgrano estaba nuevamente al mando del Ejercito del Norte. Vivía en La Ciudadela, próxima a la ciudad de Tucumán.

Dolores ya tenía 19 años, y era una hermosa tucumana de buena familia. El general, que tenia 46 años, se enamoró de ella, y fue correspondido en su amor. A lo largo de dos años no dejaron de verse, y fueron el comentario social. Como dice Fray Jacinto Carrasco: "Su conducta fue siempre clara y recta. Por eso, cuando vio que nacía en su corazón ese amor por la joven tucumana, y su conciencia no le permitía llegar a ella sino por el matrimonio, resolvió casarse con Dolores; y se hubiera casado, si la fatalidad no se hubiera interpuesto en el camino". En efecto, Belgrano recibió ordenes del gobierno de marchar rumbo al sur, finalizando 1818.

Pasaron los meses, y una tarde, estando acampado en Pilar, llegó un criado de los Helguero, Sanchu, trayendo una carta de Dolores; en ella le decía que hacia dos meses (el 4 de mayo de 1819), había nacido Manuela Mónica del Sagrado Corazón, agregando que por orden de sus padres, había tenido que casarse con un catamarqueño de apellido Rivas. Cuando Rondeau le autorizó dejar su cargo para poder atender su salud, que empeoraba cada día, partió rumbo a Tucumán, adonde llego en noviembre de 1819. Dolores, apenas enterada de la llegada del general, corrió a su lado, y junto a su hijita, se hizo más llevadero el sufrimiento por el que pasaba Belgrano. El marido de Dolores estaba desde tiempo atrás en Bolivia, y Belgrano mandaba continuamente a averiguar si todavía vivía, porque de lo contrario, él quería cumplir su promesa de casamiento con Dolores.

Debido a su enfermedad, partió a Buenos Aires en un viaje sin retorno. Dolores tenia entonces 23 años y su hija Manuela cumpliría un año. En el viaje lo acompañaban un medico, un capellán y el hermano de Dolores.

El 20 de junio de 1820 muere derrumbado por la sífilis y la hidropesía, pobre y abandonado por su patria. Solo un periódico de Buenos Aires, El Despertador Filantrópico, saco un artículo sobre la muerte del prócer, y muy escuetamente. Para colmo de males, 83 años después, cuando su cadáver es exhumado para ser trasladado al mausoleo en el que se encuentra hoy, los Ministros Joaquín V. González y el coronel Riccieri se robaron sus dientes. Uno de los únicos restos del prócer que no se habían transformado en polvo. Luego de las quejas de un periodista del diario La Prensa tuvieron que devolver los dientes del pobre y vapuleado Belgrano

El Consulado  Los viejos consulados de comercio  

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Las inquietas y dinámicas burguesías mercantiles europeas buscaron desde siempre, el favor del poder de la monarquía para asegurarse el dominio del tráfico ultramarino. Esto se acentuó desde el siglo XV cuando lograron la obtención de un fuero especial, cuyo tribunal sería el "Consulado de Comerciantes Matriculados". En Burgos (1494) y Bilbao (1511), en México (1594) y Lima (1618), surgieron aquellos consulados que dieron prestigio social como privilegios corporativos a sus integrantes.  

   

Nuevos consulados de comercio   Con los Borbones (fines del siglo XVIII) surge una nueva tendencia en la creación de consulados en España y América. Estos consulados modernos surgen en poco tiempo en todos los puertos y ciudades importantes para el comercio, con el agregado político de servir a la reformulación y consolidación del sistema colonial hispanoamericano. Estos Consulados tenían una función de tribunal especial, que garantizaba a los grandes comerciantes la pronta salida de las causas comerciales, función básica de los consulados viejos, y se les agregaba otra: el fomento de las actividades relacionadas a la nueva burguesía, como la agricultura, la navegación, los caminos, las manufacturas, la enseñanza técnica y del comercio.Se establecidos, entre 1785 y 1786, los consulados de Málaga, Alicante, La Coruña, Santander y Tenerife, y en América, los de Caracas y Guatemala (1793), Buenos Aires y La Habana (1794), Cartagena de Indias, Veracruz, Guadalajara y Santiago de Chile (1796).      Plano de la Ciudad de Buenos Aires de fines del Siglo XVIII . La apertura del comercio y su condición de capital del Virreinato aceleraron el desarrollo de la ciudad. Su población pasó de 23.000 personas en 1770 a 32.000 en 1778     El Consulado de Buenos Aires  

Buenos Aires era un puerto comercial que crecía gracias a los buques de registro y al contrabando (existente desde antes del comercio libre y de la creación del

virreinato), en detrimento del comercio por Lima. Desde mediados del siglo XVIII los cargadores solían reunirse en juntas y nombrar apoderados para defender sus intereses colectivos, principalmente estrechando vínculos con Cádiz, como forma de quitarse de encima la pesada tutela peruana. Los limeños no cejaron y establecieron una diputación de su Consulado en Buenos Aires, pero la decadencia del monopolio del comercio por

Lima era irreversible. A partir de 1785 comienzan las gestiones de los comerciantes de Buenos Aires para un consulado propio, alegando por el Reglamento de Comercio Libre de 1778 y el

ejemplo de lo actuado en Sevilla. La idea era contar con un tribunal corporativo, al estilo de los viejos consulados, pero el proyecto no prosperó.

El virrey Arredondo y la Audiencia reinician el trámite en 1790, pidiendo la creación de una junta consular presidida por el virrey mismo. El 30 de enero de 1794, el

rey, sin tener en cuenta las sugerencias del Río de la Plata, publicó la Real Cédula de creación del Consulado de Buenos Aires. Siguiendo el ejemplo sevillano, el original de

la Real Cédula para Buenos Aires está redactado sobre un ejemplar de la Cédula expedida para Caracas, con unas pocas enmiendas. Las correcciones se refieren a

aspectos procesales y a una serie de encargos especiales para la Junta de Buenos Aires, como por ejemplo, el artículo XXIII: "Construir buenos caminos y establecer rancherías en los despoblados... limpiar y mantener limpio el puerto de Montevideo, y construir en

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sitio proporcionado un muelle o desembarcadero en Buenos Aires, donde puedan hacerse las cargas y descargas sin riesgo de averías ni fraudes".

El Consulado de Buenos Aires fue uno de los lugares de debate y planificación de la política económica virreinal, particularmente en lo comercial. Fue centro de

difusión de ideas y de inicios educativos orientados a las cuestiones productivas y, el gremio de los principales comerciantes en la defensa de sus intereses corporativos y de

su preeminencia en la sociedad. La función social del Consulado, el reparto de cargos y oficios, los sueldos, el funcionamiento interno de la Junta de Gobierno y del Tribunal, la relaciones con otras

instituciones, la defensa de fueros personales y de preeminencias familiares o de grupo, y hasta las obras para el lucimiento del edificio, muestran al reducido grupo de grandes

comerciantes como una elite que defienden sus privilegios, encubiertos como "parte más sana" y clase honorable de la sociedad porteña.

Los funcionarios electivos del Consulado - un prior, dos cónsules, nueve conciliarios y un síndico, todos bienales - eran escogidos de la matrícula de exportadores

e importadores con vínculos ultramarinos y en el tráfico de internación hasta el Perú. Representaban, además, poderosos clanes familiares, generalmente de origen vasco y de inmigración reciente. En los primeros años del siglo XIX comienzan a cobrar fuerza los

nuevos inmigrantes, muchos de ellos catalanes, o los hijos de los anteriores, o bien nuevos representantes de viejas familias criollas, formados todos en las nuevas

condiciones de competencia en un océano Atlántico dominado por Inglaterra.

REAL CÉDULA de la creación del Consulado .Por iniciativa de esta institución se fundaron un Escuela de Dibujo y una Academia de Náutica en 1799 , ambas instituciones fueron cerradas algunos años después por falta de apoyo de la corona

  

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Medalla de premio otorgada por el Consulado de Buenos Aires, esta era una forma de estimular el estudio del dibujo y de los saberes técnicos

   El secretario   El virrey Arredondo y los comerciantes de Buenos Aires propusieron para secretario y escribano del Consulado a Pablo Beruti. El principal consejero real en el asunto, el ex virrey, marqués de Loreto, aconseja que "será preciso que lo busque y escoja de conocida instrucción y probidad... y a no estar muy satisfecho de encontrarlo así, mejor será que deje a Beruti". El proceso de elección de quienes cubrirían los oficios perpetuos del Consulado, el asesor y el secretario, fundamentalmente, fue sensible a múltiples influencias, recomendaciones y consideraciones. En una colonia joven como la de Buenos Aires, puede que valiese más el saber o el tener que ser de noble familia. Como Manuel Belgrano escribió en una carta a su padre, "hemos salido de los tiempos de Gálvez y nos hallamos en otra situación; se premia ahora el mérito y no se consigue con dinero tan descubiertamente como en aquellos tiempos". En una nota del 17 de octubre de 1793, Belgrano solicitaba al rey la asesoría del Consulado, acompañando la relación de méritos y servicios militares y en la Real Hacienda de su padre Domingo, e invocando "diez años de mérito personal adquirido en la carrera literaria, a que se agrega tener varios hermanos empleados en vuestro Real Servicio". Francisco Bruno Rivarola hombre con muchos antecedentes en la materia, era su rival por el mismo empleo. El 6 de diciembre de 1793, una Real Orden dada en San Lorenzo designa a Belgrano secretario perpetuo del Consulado en creación. Manuel Belgrano confiesa que por entonces ignoraba lo referente a la política colonial española y a su patria.El Consulado de Buenos Aires comenzó a funcionar en junio de 1794. Con algunas interrupciones, Manuel Belgrano desempeñó desde esa fecha la secretaría hasta poco antes de la Revolución de Mayo de 1810. Las licencias se debieron, en 1796 y en 1800, por razones de salud y lo reemplazó interinamente su primo Juan José Castelli, en 1806 a la ocupación inglesa y la consiguiente jura de fidelidad de los comerciantes al monarca británico.   Labor de Belgrano Belgrano se sintió respaldado por los hombres y los intereses de la segunda generación de inmigrantes, más abierta en sus esquemas. A ella pertenecieron Domingo Matheu y Juan Larrea, comerciantes catalanes que formarían parte de la Junta revolucionaria de 1810. En lo económico, el Consulado tuvo dos períodos de trabajo intensos: de 1796 a 1799 y de 1800 a 1805. El primero, por los fuertes debates que intentaban encontrar soluciones para la quiebra del comercio atlántico español; esta quiebra fue producida por las guerras navales a partir de 1796. En el segundo, se ocupa de la defensa de la situación económica local: la obra del muelle porteño, el armamento de corsarios, la

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circulación interna de mercancías, etcétera. Este cambio de lo mundial a lo local, refleja la rápida adaptación a una situación de creciente autonomía. Las propuestas de Belgrano se dirigen a buscar la diversificación productiva, siguiendo las ideas del pensamiento agrario ilustrado y de las necesidades del país.Su iniciativa de cultivar lino y cáñamo fracasó por falta de apoyo gubernamental y privado. El pedido oficial de 1796 para formar un depósito de trigo con el fin de regular su precio, tampoco encuentra eco entre los comerciantes. Los intentos del virrey Melo de Portugal para regular el tráfico interno de cueros, chocan con una oposición corporativa invencible, sin lograr tocar los privilegios y los negocios turbios de los grandes exportadores. La progresiva apertura del comercio con extranjeros, forzada por la situación bélica, es acompañada desde el Consulado por una tolerancia creciente. Fueron pocos los que advirtieron los peligros de una apertura irrestricta y Belgrano lo hizo en 1809.Las iniciativas que hubieran podido dotar a Buenos Aires de una mejor infraestructura mercantil chocaron con la insolvencia del Consulado. A partir del 1800, la defensa del estuario terminó de consumir los escasos recursos disponibles y el Consulado fue eje de la movilización prerrevolucionaria porteña. En el plano cultural, el secretario Belgrano se ocupa de difundir nuevas ideas y emprendimientos educativos, como las escuelas de Náutica y de Dibujo. Las academias consulares fracasan por falta de aprobación y de sustento oficial. La Corona exhibe una política contradictoria: mientras el discurso público habla de fomentar las industrias y los oficios útiles, el sistema colonial impide las iniciativas que hubieran podido llevar a las colonias a competir con España, disolviendo el vínculo de dependencia. El papel decisivo jugado por Belgrano en estos intentos lo lleva de posturas reformistas hasta la convicción revolucionaria. La Escuela de Dibujo, establecida en 1799 y cerrada en 1802, no tuvo éxito en la selección del docente apropiado. La Escuela de Náutica, abierta en 1799, dirigida por el ingeniero Pedro Cerviño, logró el apoyo económico de un grupo de comerciantes innovadores. Cesó en sus tareas al incorporarse Cerviño al tercio de Gallegos en 1806.La institución de premios, fue otro de los medios propuestos por Belgrano para impulsar los adelantos científicos y técnicos realizables y útiles. A partir de 1798 se destina una fuerte suma a ser repartida entre quienes introdujeran nuevos cultivos, forestaran, solucionaran la escasez de aguadas en la campaña bonaerense, combatieran los perros cimarrones o la polilla de los cueros, o levantasen censo de alguna provincia. Ninguno de estos problemas encontró iniciativas dignas de premiarse. En mayo de 1795 se creó en Madrid la Secretaría de Balanza de Comercio con el fin de reunir información sobre el comercio del imperio: "Quiere Su Majestad que este Consulado procure adquirir las noticias que juzgue importante acerca del estado de la agricultura, artes y comercio en este distrito, remitiéndolas mensualmente". Los informes detallando precios, cantidades y situación general de cada renglón del comercio y de cada actividad económica relevante en las provincias del virreinato, fueron enviados por Belgrano cada mes, entre agosto de 1796 y enero de 1803. Se los encuentran en el Archivo de Indias.Cumpliendo lo dispuesto en la Cédula de creación, Belgrano leía, cada mes de junio al iniciar las sesiones, una memoria acerca de algún tema de interés económico, ocasión que fue transformada por el secretario del Consulado en una verdadera cátedra. El Consulado se transformó en un escenario importante para la lucha por la autonomía de las colonias americanas, demostrativa de la trayectoria personal de Belgrano y que explica un período y los problemas más importantes para aquellos comerciantes y burgueses más dinámicos.

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Su idea de desarrollo   En Enero de 1794 se expidió por Real Cédula la creación del Consulado de Buenos Aires, siendo designado Secretario del mismo Manuel Belgrano, joven egresado del Colegio de San Carlos de Buenos Aires que continuó sus estudios en leyes en Salarnanca y en Madrid. Precursor de lo que hoy se conoce como ecopolítica, ecología agraria y agricultura sostenible, el Licenciado Don Manuel Belgrano, abogado de los Reales Consejos y Secretario por S M del Real Consulado de Buenos Aires, en su "Memoria" leída en la Sesión que celebró su Junta de Gobierno el 15 de Junio de 1795 encomendó:     

 Los temas de fondo   En los primeros años, Belgrano expone en un aspecto fundamentalmente teórico, las líneas generales de lo que debía ser una política económica, mostrándose ecléctico y poco crítico hacia la situación real del virreinato. No obstante, desde esos textos comienza a diferenciarse de los propósitos básicos del sistema colonial, referidos por entonces, al impulso del sistema de monocultivos en América. Así, Belgrano se opone al uso exclusivamente ganadero de la tierra. En forma recurrente se refiere al impulso de una agricultura planificada y con usos industriales, la protección de las manufacturas existentes y la propuesta tímida de algunas nuevas. En las Memorias de 1795 es donde plantea la enseñanza sistemática para la agricultura. Belgrano plantea crear un fondo de ayuda a los labradores, señala cómo calcular la renta agraria, y en la Memoria de 1797 se muestra claramente proteccionista, tanto en la promoción como en la compra de determinados cultivos por el Estado. Refiriéndose a la agricultura, dice en 1795: "Ella ha de ser la que nos ha de proporcionar todas nuestras comodidades... haciendo igualmente la suya la Metrópoli, a quien en recompensa de la seguridad que nos franquea deberemos presentarle todas nuestras materias primas para que nos las dé manufacturadas y prontas a nuestro servicio. Constituyéndonos labradores y que la Península sea la industriosa". Esto no quita que se deban proteger los talleres existentes ni que se funde la Escuela de Dibujo con fines de desarrollo técnico. Las dos propuestas de emprendimiento industrial en las Memorias son la fabricación de cables y lonas a partir del cultivo de lino y cáñamo con el fin de impulsar la construcción naviera (1797) y el patrocinio a la idea de trasladar al Río de la Plata maestros curtidores extranjeros (1802). Belgrano reconoce el enriquecimiento de su padre a través del monopolio, y que esto le permitió a él tener la mejor educación disponible. Manifiesta sorpresa al saber, a su regreso de España, del conservadurismo de los mayoristas monopolistas que lo rodeaban en el Consulado. Frente a éstos adopta una actitud más liberal, pero no es un librecambista ortodoxo. En la Memoria de 1795, al defender la libre exportación para una venta pronta y fácil, busca defender a los labradores de la voracidad de los monopolios privados. Se muestra proteccionista en las Memorias de 1795 y 1797, también al proponer la creación de la Escuela de Comercio y de una compañía de seguros, la atención al estado de muelles y caminos, o el envío por el gobierno de dos buques anuales que lleven a España el lino y el cáñamo, el trigo y la carne salada.

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Memorias   Uno de los aspectos destacados de Manuel Belgrano como secretario del Consulado de Buenos Aires, fueron las Memorias sobre temas económicos. Los temas tratados en cada una de ellas nos permite conocerlo más, así como al conjunto de problemas económicos y políticos del país en aquella etapa crucial.     Objetivos de las memorias   En la Real Cédula que creaba el Consulado de Buenos Aires, el artículo XXX, dice que el secretario "escribirá cada año una memoria sobre alguno de los objetos propios del instituto del Consulado, con cuya lectura se abrirán anualmente las sesiones". Es preciso entender el propósito del artículo relacionado con la política de la Corona española respecto a los consulados modernos creados por Carlos III y su hijo Carlos IV, y dentro de los objetivos del despotismo ilustrado. Las reformas borbónicas, cuya finalidad era consolidar los lazos de dependencia colonial; son contradictorias en cuanto a lo económico: por un lado apoyan a las nacientes burguesías vinculadas a las manufacturas mientras que en los últimos años prerrevolucionarios, predominan los fines fiscales, necesarios para el mantenimiento de aquellas viejas clases ociosas. Con el propósito de modernizar la explotación de América, los consulados emergen como instituciones que encierran las tensiones entre la Corona y las burguesías mercantiles, con el fin de conservar el control político de los vínculos materiales y, en definitiva, comerciales entre la metrópoli y las colonias. Ese control discurría, en la concepción ilustrada, sobre dos aspectos: la concesión de un fuero mercantil especial, contenido en la creación del Tribunal consular, y la difusión de la ideología económica, funcional a los cambios necesarios en el sistema colonial, por medio de diversas acciones de planificación, promoción, difusión doctrinaria, educación y premio. Las Memorias anuales fueron un instrumento de difusión de las nuevas ideas económicas pero orientadas al desarrollo colonial. Por eso era importante que el secretario, encargado de su redacción y lectura, fuese alguien instruido en las nuevas ideas económicas y que ofreciera a su vez probadas muestras de compromiso con el orden vigente. Belgrano leyó, cada mes de junio al iniciarse los períodos de sesiones, una memoria sobre algún tema de interés económico cumpliendo con la disposición real, a partir de 1794 y hasta 1809. Esas reuniones fueron adquiriendo importancia institucional y social en Buenos Aires. Una real orden del 31 de marzo de 1797 dispone que a la lectura "se convide al virrey y demás tribunales y cuerpos de esa capital para que concurran a la Junta de Gobierno, y que se publique por carteles para que asistan los sujetos que quieran, sentándose éstos indistintamente en los lugares que encuentren, y finalmente que cualquiera de los concurrentes pueda manifestar por medio de una memoria algún objeto que conceptúe útil a cualquiera de dichos ramos, para que Vuestra Señoría lo tenga presente en sus operaciones". La orden responde a una solicitud de Belgrano, que la había pedido especialmente para imitar lo que acontecía en las Sociedades Económicas de Amigos del País, que en España había impulsado Jovellanos. Manuel Belgrano convirtió la lectura de la Memoria anual en una verdadera cátedra de economía política, en la que se exponía lo mejor de las novedades en la materia, adaptándolo a la situación local.

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La Revolución   La Memoria de 1809 es un discurso escrito con el apremio del momento de crisis: "Esto, que sería obra para cualquiera sesión, es hoy una memoria porque lo creo muy de necesidad". La emergencia está instalada, por la presencia de extranjeros en el Plata que presionan por todos los medios a su alcance para lograr la legalización del comercio directo, sin intermediación de España. Está en juego la política comercial rioplatense y el avance hacia una situación de mayor autonomía. La decisión del virreinato llegó en noviembre, pero meses antes, Belgrano fija su posición a través de esta Memoria.La disyuntiva resulta de la cuestión de la necesidad de autonomía, dada "la deplorable situación en que nos hallamos, casi rotos todos los vínculos de nuestro comercio nacional", la apertura al mundo y con la también necesaria protección de la producción local. Belgrano adopta una posición coherente, desde lo teórico, con las posiciones proteccionista y nacionalista de sus escritos anteriores. Ataca "el espíritu cruel de la codicia" de quienes "corren precipitadamente al inicuo tráfico del contrabando, al parecer como empeñados en acabar y ultimar al comercio lícito, y con él acelerar la destrucción del Estado". Denuncia la corrupción de quienes prestan su nombre y su firma para introducir efectos ilegales, proponiendo una sanción ejemplar. No deja de explicar la importancia de impedir la saturación de la plaza por mercancías de bajo costo a fin de sostener el valor de la producción propia. "Desengañémonos: jamás han podido existir los Estados luego que la corrupción ha llegado a pesar las leyes". La razón de la supervivencia del sistema político es el tema central de la Memoria. Hay en ella una percepción de la crisis, y la opción de Belgrano es la del revolucionario, que siente la urgencia de la transformación: "Está en nuestras manos la decisión". 1810  Al empezar 1810, el espíritu de la revolución impregnaba la esencia de las cosas y la conciencia de los hombres; todo fluía hacia un objetivo determinado. Ese objetivo era el establecimiento de un gobierno propio, emanado de la voluntad general y representante legítimo de los intereses comunes. Para conseguirlo era indispensable pasar por una revolución. Como todas las grandes revoluciones, la nuestra, lejos de ser el resultado de una inspiración personal, de la influencia de un círculo, o de un momento de sorpresa, fue el producto espontáneo de gérmenes fecundos. Una minoría activa, inteligente y previsora, dirigía sutilmente la marcha decidida del pueblo hacia su nuevo destino. Una sociedad secreta elegida por los mismos patriotas, era el foco invisible de este movimiento. Los miembros de esta sociedad eran: Belgrano, Nicolás Rodríguez Peña, Agustín Donado, Juan José Paso, Manuel Alberti, Hipólito Vieytes, Terrada, Darragueira, Chiclana, Irigoyen y Castelli, teniendo por agentes activos a French, Beruti, Viamonte, Guido, y otros jóvenes entusiastas. Ellos eran los que ponían en contacto a los patriotas, hablaban a los jefes de los cuerpos, hacían circular las noticias y preparaban los elementos para cuando llegase el momento de obrar. Se reunían unas veces en la fábrica de Vieytes (la famosa "jabonería de Vieytes") o en la quinta de Orma. El momento esperado llegó en Mayo: Los ejércitos franceses amenazaban a Cádiz, último baluarte de la independencia española. La Junta Central se había disuelto por la fuga, y en consecuencia ya no había autoridad, ya no había metrópoli, y las colonias españolas podían considerarse independientes de hecho y de derecho. El momento de obrar había llegado.

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  Renuncia a su sueldo      CARTA ENVIADA POR MANUEL BELGRANO AL TRIUNVIRATOen la que renuncia a la mitad de su sueldo:

"Excmo. Señor: Me presento a V.E. manifestándole haber cumplido la orden que tuvo a bien comunicarme con fecha 13 para que me recibiera del regimiento número 1 haciéndome más honor del que merezco y fiando a mi cargo un servicio a que tal vez mis conocimientos no alcanzarás: procuraré con todos mis esfuerzos no desmentir el concepto que he debido a V.E. y hacerme digno de llamarme hijo de la Patria. En obsequio de ésta ofrezco a V.E. la mitad del sueldo que me corresponde; siéndome sensible no poder hacer demostración mayor, pues mis facultades son ningunas y mi subsistencia pende de aquél; pero en todo evento también reducirme a la ración del soldado, si es necesario, para salvar la justa causa con que tanto honor sostiene V.E.Dios guarde a V.E. muchos años. Buenos Aires, noviembre 15 de 1811."

Campaña al Paraguay  Organización de ejército

La Junta de Buenos Aires, el 4 de septiembre de 1810, nombró a Manuel Belgrano, en principio, comandante en jefe de las fuerzas destinadas a operar en la Banda Oriental, otorgándole el despacho de brigadier. Pero ante el nuevo rumbo que se dio a las operaciones, mediante un nuevo nombramiento, firmado el 22 de septiembre de 1810, se extendió su autoridad a los territorios de Santa Fe, Corrientes y Paraguay. Se destinaron, como fuerza principal del ejército revolucionario 200 infantes de la guarnición de Buenos Aires, escogidos de los cuerpos de Regimiento de Infantería N° 3 Arribeños, Regimiento de Pardos y Morenos y Regimiento de Granaderos de Fernando VII. A ellos se sumaron diversos elementos de las costas del Paraná, las milicias de Misiones y Corrientes, que también se pusieron a disposición de Belgrano.En San Nicolás de los Arroyos, sumó 357 hombres, de los cuales 60 eran veteranos del Regimiento de Blandengues de la Frontera; de ellos dice el general: "Los soldados todos son bisoños y los más huyen la cara para hacer fuego". Respecto del armamento de los citados, agrega: "... las carabinas son malísimas y a los tres tiros quedan inútiles". En Paraná, Belgrano recibió refuerzos de milicias de caballería y artillería y le llegó el anuncio de la Junta del envío de 200 Patricios (regimientos 1 y 2) para reforzar sus tropas. El ejército expedicionario completó un efectivo de 950 hombres, de los cuales la mitad era de infantería. La vestimenta y equipo de los infantes eran precarios e incompletos y estaban armados con fusiles a chispa, con un alcance eficaz de 150 metros y bayoneta. No tenían carpas para el personal ni para el material en general. Para la alimentación se compraba ganado o se lo obtenía por donativos.En la Bajada (próxima a la actual ciudad de Paraná) se organizó e instruyó a los efectivos. El Ejército se organizó en cuatro divisiones:

 

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 Objetivos Políticos

El objetivo político era propagar los ideales revolucionarios de Mayo, apoyar a los patriotas paraguayos y someter a los reaccionarios.

Objetivos Militares

El objetivo militar era realizar una ofensiva contra el Paraguay, para derrotar a las fuerzas del gobernador Bernardo de Velasco y Huidobro y ocupar militarmente el territorio en apoyo de los patriotas. Conociendo el general Belgrano la precaria situación militar paraguaya, estimó que su ofensiva debía realizarse lo antes posible, sin permitir al enemigo el tiempo necesario para movilizar sus recursos.Además, siguiendo una ruta más larga y difícil, ocultando sus movimientos al enemigo, buscó la sorpresa. Principalmente el probable lugar de franqueo del Alto Paraná obligando a Velasco a distribuir sus fuerzas a lo largo de la costa del gran río. Esto provocó el desencuentro con las milicias de Rocamora, lo que significó la no incorporación de 400 valiosos milicianos, dados los exiguos efectivos.Políticamente el ejército debería propagar los ideales revolucionarios de la Junta de Buenos Aires, e impedir las comunicaciones entre el Paraguay y la Banda Oriental.

   El teatro de operaciones Esta campaña se realizó en los actuales territorios de las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Misiones, y el de la República del Paraguay. Este espacio geográfico se distinguía por los escasos caminos, la cantidad e importancia de los cursos de agua y de poblaciones para contar con recursos y apoyo logístico.La época del año elegida es de mucho calor y de intensas precipitaciones que convertían el terreno circundante en lodazales con temperatura y humedad sofocantes, en especial en la zona del Iberá y sus esteros.   Marcha hasta el Alto Paraná   A fines de octubre inició la campaña por el centro de la Mesopotamia, por el camino que, desde La Bajada, pasaba por las nacientes de los ríos Mocoretá y Curuzú-Cuatiá. Se realizó el desplazamiento de las fuerzas por un solo camino, llevando un intervalo de 24 horas por división. Belgrano debió extremar las medidas para imponer rigurosamente la disciplina por haberse producido algunos casos de deserción.Dos desertores fueron fusilados como escarmiento, lo que habla de la energía y compenetración del general. Decidió ordenar el adelantamiento de 300 milicianos correntinos a Paso del Rey con la intención manifiesta de engañar sobre el sitio real de franqueo, por el dominio de la navegación fluvial por parte de los realistas de Montevideo e incluso de los de Asunción; así ocurrió que una escuadrilla realista, ocupó a viva fuerza la población de Arroyo de la China (hoy Concepción del Uruguay), el 6 de noviembre de 1810.Mientras tanto, ordenó al mayor don Ramón Espíndola adelantarse a reconocer lugares de pasaje en otro sector del Paraná. En su marcha, la fuerza expedicionaria debió cruzar el río Corrientes por el paso Caaguazú, de más de un centenar de metros de ancho. Tres días demoró el general Belgrano en cruzarlo. Después de jornadas agobiantes por la alta temperatura, la lluvia y los malos caminos, el ejército alcanzó la margen izquierda del

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río Paraná, el 4 de diciembre de 1810, frente a la isla Apipé. En menos de dos meses, el general Belgrano condujo su ejército desde la Bajada del Paraná (Entre Ríos) hasta San Jerónimo. No obstante lo expuesto, con el agravante del deficiente pie de instrucción de su tropa, realizó jornadas de hasta 40 kilómetros lo que muestra un rendimiento extraordinario y la ejecución de una operación realmente admirable por el esfuerzo, el sacrificio y la eficiencia.    Plan de Operaciones del Ejército Paraguayo   Los paraguayos que lograron reunir un efectivo numéricamente muy superior al de Belgrano, de unos 7000 hombres, de los cuales 1.000 eran de infantería y el resto de caballería y de artillería, adoptaron una actitud defensiva. Velasco que había combatido en Europa y en Buenos Aires contra el invasor inglés en 1806 y 1807 poseía experiencia militar y se planteó impedir la invasión del territorio por parte de las fuerzas de Buenos Aires. Para ello, estableció una primera defensa sobre la costa del Paraná y si el ejército expedicionario la lograba franquear, atraerlo hacia el interior del territorio y desgastarlo mediante la ejecución de acciones retardantes para alejarlo de su base de operaciones (río Paraná de por medio), creando así las mejores condiciones para pasar a la ofensiva y derrotarlo en el interior de su territorio. Velasco se apoderó de todas las embarcaciones del Alto Paraná y reunió una escuadrilla fluvial, que situó en Paso del Rey (ruta Corrientes-Asunción). Estableció fuerzas de observación en la margen derecha del río, dividiendo la zona de vigilancia en dos sectores: oeste, al mando del capitán Fulgencio Yegros, y este, a cargo del comandante Thompson. 

Campaña al Paraguay Cruce del Río Paraná y combate de Campichuelo

  El general Belgrano estableció su puesto comando en La Candelaria. Dice Mitre que "tuvo que construir una escuadrilla compuesta de un gran número de botes de cuero, algunas canoas y grandes balsas de madera, capaces de transbordar 60 hombres y una mayor que todas, para soportar el peso de un cañón de a 4 haciendo fuego, pues se esperaba realizar el desembarco a viva fuerza". El Paraná tiene frente a La Candelaria más de 1.000 metros de ancho y fuerte correntada, y se estimó que iba a desviar la ruta de la escuadrilla en más o menos una legua y media aguas abajo en el lugar elegido, un claro del monte llamado El Campichuelo. El 18 de diciembre de 1810, antes de iniciar la operación, Belgrano arengó a sus hombres. La maniobra comenzó a las 23, con el envío de pequeños efectivos a cargo de un titulado baquiano del rey, llamado Antonio Martínez, y los sargentos Evaristo Bas y Rosario Abalos, con 10 soldados voluntarios. La operación fue exitosa; capturaron dos prisioneros, sumamente valiosos por la información a brindar, y una canoa. Martínez, el baquiano del rey, remitió las tres canoas informando que el lugar de cruce era favorable. Así lo ejecutó Belgrano, superando el gran obstáculo con sus efectivos entre las 3:30 y las 6 del 19 de diciembre, a las órdenes del mayor general Machain. Se produjo la lógica dispersión, y ante la oscuridad reinante y el desconocimiento del terreno, hubo dificultades para la reunión del personal. Sin esperar la reunión de todos los efectivos y ante el conocimiento de la existencia de una guardia enemiga en El Campichuelo, el mayor Machain avanzó decididamente. Seguido por los edecanes del general Belgrano, Ramón Espíndola y Manuel Artigas, por los ayudantes mayores Juan Espeleta y Juan Mármol, el subteniente de Patricios Jerónimo Helguera,

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seis granaderos de Fernando VII, 17 patricios y 4 arribeños, con 5 oficiales y 27 soldados en total, se inició el ataque a los paraguayos. El éxito coronó el esfuerzo de los infantes, que en una prueba de arrojo ponderable se apoderaron de la posición defendida por 54 hombres y un par de cañones pedreros. El general Manuel Belgrano realizó una difícil y brillante operación, eludiendo la vigilancia enemiga y atacando sin esperar la reunión total de sus fuerzas; con inferioridad numérica derrotó a un enemigo superior en número. El espíritu ofensivo, el factor sorpresa y la decisión fueron esenciales. Es importante tener en cuenta que los oficiales debieron comandar soldados que, en su mayoría, no eran de su fracción orgánica. Maracaná y Paraguay Los efectivos paraguayos habían evacuado Campichuelo e Itapuá Los efectivos triunfantes en Campichuelo se constituyeron en la vanguardia de las tropas de Buenos Aires ocupando Itapuá donde fueron capturados canoas, un cañón, armamento diverso, municiones y equipo que el enemigo abandonó en su precipitada huida.Mientras tanto, el jefe realista, coronel Velasco, mantuvo débiles fracciones de seguridad en contacto con el invasor. El avance de las fuerzas patriotas en tierra paraguaya fue una empresa difícil, debió vencer bosques impenetrables, inmensos montes, lagunas y pantanos, en medio de la incertidumbre más absoluta. En su avance, Belgrano supo que una subunidad paraguaya de un centenar de hombres, se retiraba hacia el norte con algunas horas de ventaja. Ordenó al capitán Gregorio Perdriel que iniciara su persecución y posterior ataque. Los efectivos al mando del comandante Rojas, que habían pasado al descanso en la margen opuesta de un curso de agua en el monte de Maracaná, respondieron el fuego y lograron desprenderse y replegarse a través de la espesura. Dos prisioneros y armamento fue el botín conquistado. El grueso de los efectivos de Belgrano, marchando de noche a la luz de la luna, cruzó el río Tebicuary, acampando el 11 de enero de 1811 en Itaipá, a 27 leguas (135 kilómetros) de Asunción. En su repliegue, Velasco utilizó el procedimiento de evacuar la población y el ganado de la zona. Belgrano, en su avance, encontró aldeas y pueblos desiertos. El 15 de enero de 1811, el ejército patriota alcanzó el arroyo Ibáñez. En ese lugar, Belgrano tomó conocimiento de que importantes efectivos paraguayos se encontraban al norte del arroyo Paraguay con intenciones de presentar combate.El ejército paraguayo, comandado por el gobernador Velasco, tenía un efectivo de 7.000 hombres, de los que 800 eran de infantería con armas de fuego; el resto eran tropas de caballería sin instrucción y armados con lanzas y sables. Su dispositivo era el clásico de la época: infantería con apoyo de la artillería (16 piezas) en el centro y la caballería en ambas alas. El coronel Pedro García comandaba la infantería, el comandante Cabañas el ala derecha y el comandante Gamarra el ala izquierda. Sus flancos estaban apoyados a la derecha en un curso de agua y a la izquierda en un monte muy espeso. El mismo día, Belgrano reúne su estado mayor y "se acuerda atacar por sorpresa a Velasco el día siguiente, antes del amanecer, aprovechando la oscuridad de la noche para eludir la mayor potencia de fuego del enemigo". La idea de Belgrano de atacar con 500 hombres a 7000 se fundamentaba en la creencia en la poca capacidad de combate del enemigo, y en la consideración de que, por la posición alcanzada y la numerosa caballería del enemigo, sería muy difícil rehuir el combate y replegarse. Además, Belgrano había dejado a retaguardia al coronel Rocamora, en La Candelaria, con efectivos importantes, para asegurar su línea de abastecimiento y seguridad ante un eventual repliegue, lo que debilitó sus efectivos para la ofensiva.

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El 19 de enero se inició el ataque, con dos líneas paralelas de infantería, la primera de 220 hombres y la segunda de 240, con dos piezas de artillería cada una, los flancos de la operación estaban apoyados por un centenar de efectivos de caballería en cada uno de ellos. Se constituyó una reserva en el cerro Mbaé, integrada por 70 jinetes, 2 cañones, milicianos y peones de los bagajes, armados con palos, simulando fusiles. La primera línea atacante era mandada por Machain y la segunda por Gregorio Perdriel. Después de un intenso fuego de artillería, las fracciones de infantería veterana, pertenecientes a los regimientos 1, 2, y 3, atacaron frontalmente, rompiendo el centro de la posición, tomaron cinco piezas de artillería y persiguieron a los derrotados en dirección a la localidad de Paraguary, donde se encontraba el puesto comando del gobernador Velasco. Este, creyéndose totalmente derrotado, emprendió la retirada, abandonando incluso su equipo. Ante esta situación, aparentemente favorable, Machain ordenó perseguir a los efectivos realistas con 120 hombres de infantería y caballería, al mando del edecán Ramón Espíndola. Las alas de los efectivos paraguayos que no habían intervenido en el combate, y que no se habían replegado ni fueron atacadas, atacaron realizando un movimiento envolvente y con apoyo artillero rodearon a los efectivos de Espíndola y de Machain. Belgrano consiguió recuperar las fuerzas al mando de su segundo jefe, pero fue rechazado en su intento de conexión con su edecán cercado, Espíndola quien murió en combate. Los patriotas perdieron 150 hombres y los paraguayos 60. No hubo decisión porque los realistas no persiguieron. Las causas que llevaron a Belgrano a este fracaso fueron enfrentar a un enemigo superior numéricamente, que los efectivos de Espíndola se dedicaron a saquear el Paraguay descuidando su misión, que no se atacaron las a las paraguayas, posibilitando su accionar ofensivo, y que se debilitaron los efectivos de la ofensiva para la protección de la línea de abastecimientos (Rocamora). Repliegue de las fuerzas   El general Belgrano resolvió retirarse y lo hizo, sin ser perseguido por efectivos paraguayos. El repaso del río Tebicuary requirió tres días, más dos de descanso, agotada por los esfuerzos físicos realizados. Durante la marcha se incorporaron tropas adelantadas por Rocamora desde La Candelaria, 120 hombres de infantería y un escuadrón. Belgrano recibe el informe del coronel Rocamora de que sus efectivos se han visto disminuidos por la deserción de 130 milicianos. El personal de refuerzo fue arengado por el propio Belgrano, quien expresa: "... que los encuentro tan entusiasmados como a los nuestros. Por esto es que los he agregado al Cuerpo de Patricios y al de Arribeños, y van comportándose perfectamente... ". Belgrano, entendiendo que su misión es fundamentalmente política, brinda un excelente trato a los prisioneros de guerra, a quienes libera inculcados de los ideales revolucionarios de la Junta de Buenos Aires. Las tropas de Belgrano ocuparon una posición al sur del río Tacuarí a mediados de febrero de 1811. Belgrano informa a la Junta porteña, con fecha 17 de febrero, que el enemigo ha mantenido contacto con las fuerzas de Buenos Aires, pero sin indicios de la proximidad de una acción ofensiva. La intención del general Belgrano es mantener la posición del río Tacuarí como cabecera de playa, a la espera de refuerzos solicitados y prometidos desde Buenos Aires. Las urgencias logísticas apremian a Belgrano. Referente a la tropa, el general aclara que de sus efectivos actuales no puede contar para operaciones nada más que con los soldados de Buenos Aires por su instrucción y su patriotismo. Los naturales y correntinos abandonan sus posiciones apenas el enemigo abre fuego. El 14 de febrero, ante el fuego de artillería aislada paraguaya, se desbandaron los milicianos, de una avanzada posición, dejando a sus oficiales sin medios. 

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Combate de Tacuarí  

La posición de las fuerzas de Buenos Aires era fuerte, protegida por el curso de agua, profundo y no vadeable. Belgrano persiste en dispersar sus tropas al ordenar al coronel Rocamora que con sus milicias ocupe Itapuá, debilitando su posición principal. Las fuerzas defensoras llevaban veinte días en la posición. No habiendo efectuado exploración, desconocían la situación y la actitud del enemigo. El plan de ataque paraguayo, con unos 3000 hombres, fue el de realizar dos ataques secundarios, uno frontal y el otro fluvial para distraer fuerzas, llevando el ataque principal hacia el flanco derecho de la posición del general Belgrano. Los paraguayos sorprendieron con su ataque la posición patriota el 9 de marzo al amanecer. El ataque se inició con el fuego de artillería paraguaya con piezas de "a 8 y 6", en el centro del dispositivo, en el propio paso Tacuarí. A la hora de iniciado el combate, Belgrano recibe información de que el enemigo ha atravesado el río Tacuarí, aguas arriba, con efectivos importantes. Los paraguayos sorprendieron a Belgrano construyendo una picada en el monte de más de 10 kilómetros de longitud. El centro del dispositivo, a las órdenes de Belgrano, continuó resistiendo el ataque frontal. Belgrano manifiesta que debe economizar la munición de las piezas disponibles, ejecutando solamente los disparos necesarios. En tales circunstancias, recibió la información de un ataque fluvial. Belgrano ordenó al mayor Celestino Vidal, con los granaderos que quedaban, y al capitán Campos, de Arribeños, el rechazo de la incursión fluvial. En esta acción le tocó una actuación notable a Vidal, muy enfermo de la vista al extremo de servirse de un tambor como lazarillo, recibe la orden de hacerse cargo del ala izquierda para repeler el ataque de la flotilla paraguaya; abrió un sostenido y certero fuego de mosquetería, rechazó al enemigo y se apoderó de las canoas. Mientras tanto, en el flanco derecho de la posición, la situación era netamente desfavorable para las fuerzas patriotas. La superioridad numérica y la potencia de fuego de artillería paraguaya eran sensiblemente decisivas, siendo rodeada y tomada prisionera la división de Machain, con su material y equipo. Consiguen eludir el cerco el capitán Cabrera, de la subunidad de Pardos y Morenos, un oficial de artillería y algunos soldados, los que pudieron llegar hasta el puesto comando de Belgrano con el parte correspondiente. Belgrano tomó conocimiento del peligro existente en el flanco derecho y se organizó para el último esfuerzo. Desertaron numerosos naturales, lo que motivó que Belgrano en su informe a la Junta expresase: "... porque los demás llenos de cobardía y vileza me abandonaron huyendo vergonzosamente". Decidido a resistir, dejó a cargo del sargento Raigada, con 25 hombres de infantería y una pieza "de a 4", la defensa del río Tacuarí. Con el resto, 135 infantes y 100 hombres de caballería, se aprestó a vender cara su derrota. Rechazó la oferta de rendición a discreción transmitida por un oficial parlamentario paraguayo, pese a la amenaza de ser pasados todos a cuchillo. Mientras el parlamentario volvía a las filas paraguayas, Belgrano arengó a sus tropas que, con los bravos infantes a su cargo, se aprestaron para una heroica y gloriosa misión. El enemigo inició el avance, con fuego de apoyo artillero, que fue respondido con eficacia. Belgrano designó a su edecán, Pedro Ibáñez, por ser el más antiguo, como jefe de la línea y le ordenó que avanzara para contener y rechazar al enemigo. El ataque de la infantería de Belgrano contra fuerzas que duplicaban varias veces sus efectivos fue exitoso; mediante un vivo fuego de fusilería y un avance arrollador, rechazó al enemigo hasta el linde del bosque. Este, sorprendido, se replegó para reorganizarse.

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Belgrano, comprendiendo que el honor de su ejército estaba a salvo y que era inútil continuar el combate en estas condiciones de inferioridad, envió un parlamentario al comandante paraguayo, manifestando su dolor por la sangre derramada entre hermanos, que cesaran las hostilidades y que él repasaría el Paraná con su ejército. Aceptada la propuesta por el general paraguayo Manuel Cabañas, inició Belgrano su repliegue a las 15 del 10 de marzo, recibiendo los honores del ejército hermano. Durante aproximadamente una legua, Belgrano fue acompañado por el segundo jefe realista, coronel Gamarra. Las tropas patriotas alcanzaron Itapuá el 11 de marzo, desde donde Belgrano envió el parte del combate y de la finalización de la campaña a la Junta de Buenos Aires. Las fuerzas de Belgrano en combate tuvieron 11 muertos y 12 heridos, sin contar los prisioneros de los realistas, extraviados y fugado

Revolución Paraguaya Misiones al Paraguay

  Después del movimiento del 5 y el 6 de abril de 1811, y como consecuencia de la derrota de Tacuarí, Belgrano fue sometido a proceso por sus enemigos de Buenos Aires. El resultado del mismo fue ampliamente favorable a Belgrano, que salió con su honor intacto y el público reconocimiento por sus esfuerzos; su coraje en el combate, su justicia en la conducción y su habilidad, casi increíble, para transformar una derrota militar en un triunfo diplomático durante la negociación del armisticio y el retiro de los restos de sus fuerzas militares del territorio del Paraguay. Durante aquellas semanas de conversaciones informales y amistosas con la oficialidad del ejército paraguayo que lo acompañó en su retirada, entre los que se encontraban nada menos que el jefe de las tropas paraguayas en acción, comandante Manuel Cabañas, el comandante Fulgencio Yegros y muchos otros, Belgrano explicó con claridad y convicción los motivos de la creación de la Junta de Buenos Aires. Así, se explayó sobre la verdadera situación de caos en la España invadida por Napoleón y la necesidad de una estrecha unión de todas las provincias del antiguo Virreinato del Río de la Plata para mantener, en nombre de Fernando VII, la integridad de la soberanía frente a las acechanzas de portugueses, franceses e ingleses y de los mismos españoles que, viviendo en América, habían cedido ante las ilegítimas juntas de Cádiz y Sevilla. La Revolución en el Paraguay   La prédica de Belgrano a los oficiales del ejército paraguayo durante la conferencia de Tacuarí y la consecuente retirada de las tropas de Buenos Aires sumada a la correspondencia mantenida posteriormente con aquellos, inclinó a los hombres de Asunción a favor de la revolución. El temor de que el gobierno de Velasco, apoyado por el Cabildo de Asunción, llamara a los portugueses para fortalecer su gobierno frente a posibles nuevas acciones de Buenos Aires, impulsó a la conspiración que destituyó al gobierno. Al frente de los revolucionarios estaban Juan Pedro Caballero, el comandante Yegros y el general Cabañas, más el apoyo de Pedro Somellera, teniente letrado del gobernador. Velasco abandonó el cargo sin oponer resistencia. 

La Junta de Gobierno de Paraguay  

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Por iniciativa de Somellera, se estableció una junta de gobierno que tomó la forma de un Triunvirato. Estaba presidido por Caballero acompañado por Yegros y Rodríguez de Francia, este último por insistencia de Somellera, ya que él mismo no contaba con el apoyo ni con la simpatía de los conspiradores. No tardó mucho tiempo Rodríguez de Francia en mostrar su carácter y una mayor perspectiva respecto a las consecuencias de los acontecimientos, impidiendo la salida hacia Buenos Aires de un delegado que la junta había resuelto enviar y que tenía la misión de comunicar su apoyo a la Junta Gubernativa del virreinato y su soporte a su enfoque político.   Influencia de Belgrano en la Revolución Paraguaya

  La prédica de Belgrano fue brillante y exitosa en la formación de una opinión favorable a la posición de Buenos Aires. Esta influencia se manifestó tiempo después, cuando el 15 de mayo de 1811, en la ciudad de Asunción, se destituyó al gobernador Velasco y se estableció una Junta de Gobierno de tres miembros. Esta junta, influenciada por el Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, comprende, al igual que el patriota uruguayo Artigas, la actitud porteña que comenzó a anteponer los intereses del control del comercio a los objetivos de la revolución colonial. Fruto de esta comprensión, la Junta paraguaya se ve obligada a practicar una política de aislamiento, separándose de Buenos Aires.

Rodríguez de Francia

Los acontecimientos producidos en las provincias del ex virreinato, el alzamiento del Paraguay y Montevideo contra Buenos Aires, el difuso éxito del ejército del Alto Perú y las complicaciones surgidas en el escenario internacional, no sólo en Europa sino también en América, habían apagado la euforia de la Primera Junta. La participación de los diputados provinciales en el congreso constituyente ejerciendo tareas ejecutivas de gobierno exclusivas de la Junta, profundizó el antagonismo entre Buenos Aires y las provincias, situación que empeora con la creación del Primer Triunvirato, que comienza a imponer la política porteña que limita las aspiraciones y objetivos de la revolución. El tratado firmado en Paraguay, que significó el primer desmembramiento territorial del Río de la Plata, evidenció en los hechos la crisis de los intereses enfrentados entre Buenos Aires y los del interior del ex virreinato.

Cuando Francia permitió el ingreso de Belgrano y Echeverría, una vez que recibió de Buenos Aires la contestación a su nota del 20 de julio de 1811, su trato para con ellos fue demostrativo del respeto al general y su comunión en el proyecto americanista, esmerándose la Junta de Asunción en ayudarlos y atenderlos en sus dificultades, tanto durante el viaje como durante su estadía en aquella ciudad. Las negociaciones fueron conducidas directamente por Francia, que se ocupó hábilmente en mantener aislados a los delegados de Buenos Aires de contactos personales con otros funcionarios paraguayos, en especial con aquellos vinculados a los intereses comerciales porteños, salvo en aquellos casos en que el protocolo lo exigiera. El temor al bloqueo porteño o a una invasión del imperio, llevaba a muchos paraguayos a considerar las exigencias de los comerciantes porteños como un mal menor, dejando de lado los principios de la independencia americana sostenido tenazmente por Francia, y debilitando su posición en las negociaciones sobre todo frente a Echeverría de quien desconfiaba.

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De allí las maniobras y estratagemas de Francia respecto a los contactos con los enviados por la Junta de Buenos Aires. La base de las negociaciones fueron las exigencias de la nota enviada a Buenos Aires el 20 de julio. La contestación a esa carta, enviada por Buenos Aires el 28 de agosto, no se oponía a reconocer el derecho de Paraguay a gobernarse a sí mismo con independencia de Buenos Aires. Establecía que los paraguayos podían llevar una vida autónoma, a título provisional, hasta la reunión del congreso general al que se comprometían a enviar diputados. Como se ve, las condiciones de negociación de Belgrano y Echevarría era prácticamente coincidente al haber, justamente, reconocido su mandante como justas y apropiadas las exigencias de Francia.En "las instrucciones" del Triunvirato, acorde a los objetivos porteños, trataba de desconocer la autonomía paraguaya ya aceptada por la Junta Grande.

Alto Perú  Campaña al Alto Perú

  Después de la derrota de Huaqui, los restos del ejército patriota fueron evacuados del Alto Perú, dejando en pie la insurrección en Cochabamba. Este movimiento fue vencido posteriormente en la batalla de Sipe-Sipe. Las fuerzas patriotas, por su parte, acamparon en Salta y allí comenzaron a recomponer fuerzas; hacia fines de 1811, la tropa llegaba a casi 1800 hombres. El general Pueyrredón decidió apoyar el movimiento de Cochabamba y envió un refuerzo de 800 hombres al mando del coronel Díaz Vélez, quien hizo retroceder a las tropas realistas. A principios de 1812, el realista Goyeneche se dispuso invadir Salta. Pueyrredón, entonces decidió replegarse a Tucumán y solicitó ser reemplazado y en su lugar se nombró a Manuel Belgrano. El 26 de marzo, ambos jefes se encontraron en la "posta de Yatasto" y allí Belgrano asumió la jefatura del ejército del Alto Perú. La situación material era difícil: contaba con menos de 1500 hombres, de los cuales muchos estaban heridos o enfermos; sólo tenían 580 fusiles y 215 bayonetas, 21 carabinas, 34 pistolas y unos pocos cañones. También era crítica la visión sobre el ejército que tenían los pueblos. Al respecto, Belgrano le escribió al gobierno: "Ni en mi camino del Rosario ni en aquel triste pueblo, ni en la provincia de Córdoba y su capital, ni en las ciudades de Santiago, Tucumán y Jujuy, he observado aquel entusiasmo que se manifestaba en los pueblos que recorrí cuando mi primer expedición al Paraguay; por el contrario, quejas, lamentos, frialdad, total indiferencia, y diré más, odio mortal, que casi estoy por asegurar que preferirían a Goyeneche cuando no fuese más que por variar de situación y ver si mejoraban. Créame V.E.: el ejército no esta en país amigo; no hay una sola demostración que me lo indique; no se nota un solo hombre que se una a él, no digo para servirle, ni aun para ayudarle: todo se hace a costa de gastos y sacrificios... se nos trata como a verdaderos enemigos; pero qué mucho ¡si se ha dicho que ya se acabó la hospitalidad para los porteños y que los han de exprimir hasta chuparles la sangre!".  El Ejército del Norte

  La Junta de Mayo vio la necesidad de producir las reformas tendientes a la creación de un componente militar propio, adicto a la revolución y con el cual llevar el nuevo orden de cosas al resto de las provincias del antiguo virreinato. Para ello impulsó la modificación de la estructura de las viejas unidades virreinales. La primera fue la proclama del 29 de mayo de 1810 A ello siguió la organización

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de la Expedición Auxiliar a las provincias interiores; la reforma de la Real Artillería, integrándola en la miliciana Artillería Volante, y la disolución de los regimientos fijos de Infantería y Dragones de Buenos Aires, el 3 de noviembre de 1810, incorporando sus tropas a los nuevos regimientos argentinos. A los dos años de la guerra, fracasada la primera campaña al Alto Perú y hallándose en retirada el Ejército Auxiliar, el 27 de febrero de 1812 el gobierno nombró al coronel Manuel Belgrano por vez primera como general en jefe del Ejército del Perú. Belgrano llegó a Tucumán el 19 de marzo a Yatasto, donde se hallaba Pueyrredón esperándolo con el ejército. Dejó el parque y la artillería en Tucumán y llevó su ejército a Campo Santo, donde estableció su cuartel general, en un recinto fortificado, y se dedicó a reorganizarlo, con la colaboración de su jefe de Estado Mayor, el barón de Holmberg, quien aumentó la artillería y cooperó en el arreglo de la infantería y adiestramiento de las tropas y oficiales. La fuerza de la que disponía en abril era:Artillería Volante, con la fuerza de tres oficiales y 103 artilleros, al mando del capitán Francisco Villanueva, con diez piezas. Esta era la primera artillería con que contó la Revolución.

Regimiento N° 6 de Infantería, con la fuerza de 613 soldados, al mando del teniente coronel Ignacio Warnes. Este regimiento había sido creado el 3 de noviembre de 1810 reuniendo los contingentes de infantería de la Expedición Auxiliadora al Perú. Fue conocido como "6 del Perú".

Pardos y Morenos, con una fuerza de 305 hombres al mando del teniente coronel José Superí.

Húsares de la Patria, con la fuerza de 264 soldados. Esta unidad, surgida de los Húsares del Rey, desde 1810 se llamaba Húsares de la Patria; al mando de Martín Rodríguez marchó en la Expedición de Auxilio a las Provincias Interiores, interviniendo en las acciones militares en el Alto Perú hasta la derrota de Huaqui. El 26 de noviembre de 1811 se había dispuesto su incorporación al regimiento de Dragones de la Patria, que se produjo después de la llegada de Belgrano.

Dragones Ligeros del Perú, con la fuerza de 305 soldados. Creado el 3 de noviembre de 1810. Cuyo jefe era el teniente coronel Antonio González Balcarce.

A causa de los escasos efectivos y armamentos de que disponía, Belgrano debió reorganizar la infantería en batallones y refundir la caballería de húsares y dragones, con que contaba en escuadrones de tres compañías con 200 hombres en total, llamándolos Caballería Provisional del Río de la Plata, al mando de Juan Ramón Balcarce, a los que armó de lanzas además de los escasos carabinas y sables que tenían. Creó además un cuerpo de guías, un Batallón de Cazadores y el Cuerpo de Castas.

Así, el Batallón de Cazadores del Perú, primer cuerpo de su tipo, fue organizado en seis compañías al mando de Carlos Forest, armados de carabinas y fusiles rayados.

Contaba además con varias unidades de milicias, principalmente de caballería, cuyos oficiales eran de línea y reunían el número de 300 hombres En Salta se habían formado en 1810 los Patricios de Salta y se organizó la Partida de Observación del teniente Martín Miguel de Güemes, compuesta por 60 jinetes bien equipados.

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Luego de la victoria de Tucumán, Belgrano se abocó a una nueva organización de su ejército, en tanto que el gobierno de Buenos Aires decidió enviarle refuerzos, remitiéndole hombres y armas, que fueron estos:

El Regimiento N° 1 de Infantería, al mando del teniente coronel Gregorio Perdriel, que llegó con 395 hombres.

Regimiento N°2 de Infantería. El 10 de diciembre de 1812 fueron enviadas cuatro compañías al Alto Perú, con la fuerza de 360 hombres. Este regimiento había sido creado por la reforma del 13 de noviembre de 1811, con la unión del N° 3 (ex Arribeños) y N° 4 (ex Montañeses). Con esas compañías, Belgrano constituyó un batallón a las órdenes del teniente coronel Benito Alvarez. En septiembre de 1813, éste se transformó en el N° 8.

El Batallón N° 6 fue engrosado con las tropas llegadas de Buenos Aires y reclutas, quedando constituido en regimiento de dos batallones, de seis compañías cada uno, al mando el primero del teniente coronel Francisco Pico y el segundo del teniente coronel Carlos Forest, como sargento mayor. Su fuerza total era de 796 hombres.

Se enviaron también 70 u 80 Pardos y Morenos de la guarnición de Buenos Aires, con los que Belgrano engrosó los existentes, elevándolo a batallón, que quedó al mando del teniente coronel José Superí. Los Cazadores fueron también engrosados y elevados a batallón y puestos al mando del teniente coronel Manuel Dorrego, en tanto que Carlos Forest era nombrado segundo jefe, comandante del 11 batallón, del N° 6.

La caballería fue reorganizada según las disposiciones gubernativas de diciembre de 1811. Así rehizo a los Dragones del Perú y los Húsares de la Patria en los nuevos Dragones de la Patria, organizado en cuatro escuadrones de tres compañías cada uno, con unas 853 plazas y plana mayor, correspondiéndole al Ejército del Norte los dos primeros, que estuvieron al mando del teniente coronel Cornelio Zelaya.

La caballería de milicias que había actuado en Tucumán fue organizada como Regimiento de Dragones de la Milicia Patriótica de Tucumán, de doce compañías, al mando del coronel Bernabé Aráoz, con la fuerza de 318 hombres.

La artillería fue engrosada con algunos artilleros enviados desde Buenos Aires. Con ellos quedó el arma -con la fuerza de 124 hombres, como 10 cañones y 2 obuses- al mando del capitán Benito Martínez.

Tras la victoria de Salta, Belgrano inició la campaña en el Alto Perú luego de reorganizar su ejército. Así, para mediados de 1813 sus fuerzas estaban formadas por:

Batallón de Pardos y Morenos, al mando de Superí.

Batallón de Cazadores, al mando del sargento mayor Ramón Echeverría (Dorrego había sido retirado del Ejército).

Batallón N° 1, aumentado a Regimiento con incorporación de reclutas del Alto Perú y puesto al mando del coronel Gregorio Perdriel.

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Regimiento N° 6, al mando del teniente coronel Miguel Aráoz, también engrosado con reclutas.

Regimiento N° 8 formado el 13 de julio sobre la base del anterior Batallón N° 2, que seguía al mando del teniente coronel Benito Alvarez.

La caballería estaba formada ahora por el Regimiento de Caballería de Línea del Perú, creado por Belgrano en marzo de 1813, sobre la base de los viejos Dragones Ligeros del Perú y una parte de los Dragones de la Patria, al mando del coronel Diego Balcarce. En abril de 1814 pasaron a llamarse Dragones del Perú. La Artillería estaba al mando del capitán José Cereso.

Luego de la derrota de Vilcapugio, Belgrano se retiró a Macha y trató de reorganizar su ejército. Disponía de los mismos cuerpos sensiblemente disminuidos. Su infantería estaba compuesta de 340 Cazadores, al mando del sargento mayor Cano; 198 Pardos y Morenos, al mando de Superí; 566 del N° 6, al mando de Martínez y 532 del N° 1, al mando de Perdriel. La caballería eran los restos de los Dragones del Perú, con sólo 195 hombres al mando de Diego Balcarce, y la "división de Cochabamba" de Cornelio Zelaya, con 479 hombres de ambas armas. A esto se sumaban seis piezas de artillería y dos obuses con 107 hombres y más de un millar de naturales de Chayanta como auxiliares.

La derrota de Ayohuma significó la virtual desaparición de casi todos los cuerpos. Fueron disueltos en febrero de 1814 el N° 6, el Batallón de Cazadores y el N° 8. Los restos del primero pasaron a engrosar el N° 1, diezmado en la acción, y el segundo fue reemplazado por un batallón enviado luego desde Buenos Aires.

De la caballería sobrevivió parte de los Dragones del Perú, que marcharon con él hacia Salta. La artillería se perdió en el campo de batalla, salvándose algunos artilleros. A fines de diciembre llegó a Jujuy con sólo 800 hombres, los restos de los vencedores de Tucumán y Salta, con los que se decidió a formar un nuevo ejército Pero el 30 de enero fue reemplazado en el mando por el general San Martín, quien a fines de abril delegó el mando en Rondeau.

SEGUNDO COMANDO (1816-1818).

El 7 de agosto de 1816 en Las Trancas, Belgrano vuelve a hacerse cargo del Ejército del Norte. Luego de la desastrosa campaña de Rondeau en el Alto Perú y la derrota de Sipe Sipe, el ejército había sido prácticamente destruido y sus unidades extinguidas en su mayor parte. Belgrano lo llevó hasta la ciudadela construida por San Martín en la ciudad de Tucumán y allí inició la obra de reconstrucción moral y material, para poder lograr el instrumento eficaz en la operación combinada sobre Lima, planeada por San Martín.

Belgrano creó un Estado Mayor para el ejército sobre la base de los que el 19 de marzo de 1816 habían sido nombrados sus ayudantes, los edecanes Floro Zamudio y Nicolás Otero. En 1817, este Estado Mayor del Ejército estaba formado por: teniente coronel Benito Martínez, 1ér ayudante; teniente coronel graduado Juan Escobar, 2° ayudante; capitán Felipe Bertres, 2° ayudante; capitán Manuel Dorado, 20 ayudante; teniente Francisco Mallea, 3er ayudante; teniente Juan Francisco Echaure, 3er ayudante.

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  El ejército estaba formado por las siguientes unidades, las que sufrieron modificaciones:

 El Regimiento N° 1 desapareció, permaneciendo disminuido hasta ser disuelto definitivamente en febrero de 1818.

El Regimiento N° 2, cuyo I Batallón en abril de 1814 había pasado al Ejército del Norte, debió ser. disuelto y sus restos agregados al N° 9. El batallón restante del N° 2 fue enviado en febrero de 1816, reforzado con restos del Azogueros de Potosí. Permaneció en este destino hasta la sublevación de Arequito el 7 de enero de 1820 en que pasó al Ejército de Córdoba.

El Regimiento N° 3 de Infantería había sido enviado en abril de 1815 al Ejército del Norte, donde se lo reforzó con los restos del 6 y del 7. Desapareció en Arequito.

El Regimiento N° 7, creado en 1813 como rescate de esclavos, había sido enviado en 1814, y se disolvió en febrero de 1816, siendo distribuido entre el N° 3 y el N° 9 del arma.

Regimiento N° 9 de Infantería, creado con los efectivos de la 3a División Oriental, el 4 de mayo de 1814, debió ser reforzado con los restos del N° 6 y N° 7 disueltos luego de la derrota de Sipe Sipe. Desapareció en 1820.

Regimiento N° 10 de Infantería, creado en agosto de 1814, en Montevideo, permaneció en el Ejército del Norte hasta su desaparición en la sublevación de Arequito.

Los Dragones del Perú se hallaban disminuidos y el 3 de septiembre de 1816 se fusionaron con los dos escuadrones de los Dragones de la Patria y formaron los Dragones de la Nación al mando de Cornelio Zelaya. Tenía 38 oficiales y jefes, 22 sargentos, 8 trompetas, 31 cabos y 344 dragones. Permanecieron éstos en el Ejército del Norte hasta la sublevación en Arequito, en 1820.

Los Granaderos a Caballo, creados el 16 de marzo de 1812 por San Martín, el primer escuadrón de tres compañías de un total de cuatro. El segundo escuadrón se formó el 11 de septiembre de 1812. Ambos partieron al Alto Perú en diciembre de 1813. Allí en 1814 se creó una Compañía de Carabineros, que tuvo poca vida. Luego de la campaña de 1815, en abril de 1816 fueron enviados a Mendoza.

Los Húsares de Tucumán, creado por Belgrano al reorganizar el Ejército del Norte. En septiembre de 1816 designó al teniente coronel Gregorio Aráoz de Lamadrid para formarlo, sobre la base de voluntarios del escuadrón de 180 Húsares de la Muerte, creados por éste después de Sipe Sipe. Su fuerza fue de un escuadrón, de dos compañías, con 173 plazas. En abril de 1817 se creó el segundo escuadrón. Participó de las acciones en el Norte donde disminuyeron sus efectivos, hasta que desapareció en Arequito.

La artillería había sido modificada en su estructura desde 1813, en virtud del decreto del 2 de marzo de 1812, en que se dio una nueva organización al crearse el Regimiento de Artillería de la Patria. El nuevo cuerpo se componía de doce compañías de cien artilleros y cuatro oficiales cada una y una plana mayor. El regimiento estaba repartido en piquetes, compañías o escuadrones con sus cañones de batalla o volantes en

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los distintos ejércitos o frentes de lucha, baterías establecidas, fuertes y otros puntos del país.

Las milicias que en el Norte tenían como función ser la vanguardia del Ejército, también habían sido modificadas, ya que en marzo de 1814 San Martín había reunido las salteñas bajo el nombre de Regimiento de Dragones de Milicia Patriótica de Salta.

Entre otras, formaban compañías de Atacama, Yavi, Orán y Soconcha. Al arribar Belgrano, reglamentó las milicias y en 1816 dispuso que los hombres de Güemes figuraran en el ejército como División Infernal o Gauchos de Línea de Salta.  

Reorganización del Ejército del Norte 

Ante este cuadro, la primera tarea del prócer fue la reorganización del ejército. Empezó por organizar una compañía de guías, con lo que se armó de una verdadera carta topográfica. Enseguida creó un cuerpo de cazadores de infantería, el primero que se haya formado en el Río de la Plata, dando por razón "que a su entender era la única tropa para aquellos países, todos de emboscada". Para suplir la falta de armamento, dotó a sus hombres con lanzas, dándole así una incontestable ventaja sobre la del enemigo. "Con esta idea, decía, he dado a los dragones, que no tienen armas de fuego, lanza, y mi escolta es de las que llevan esta arma, para quitarles la aprensión que tienen contra ella y se aficionen a su uso viendo en mí esta predilección." En cuanto a la administración, se reorganizó el parque y la maestranza, mejoró el hospital, creó las oficinas de provisión, reglamentó su contabilidad, organizó un tribunal militar y la planta de un cuerpo de ingenieros, ramos mal atendidos o totalmente descuidados hasta entonces.Belgrano dominó con mano firme las resistencias de los enemigos encubiertos de la causa, entre los cuales se contaban casi todos los curas acaudillados por el obispo de Salta, en comunicación con el enemigo. Habiendo sorprendido su correspondencia con Goyeneche, dio un golpe de autoridad, expulsando al obispo de la capital y desde entonces todos comprendieron que no había inmunidades para los enemigos de la libertad.

Creación de la Bandera    Belgrano movilizó sus tropas hacia Humahuaca y el 25 de mayo de 1812 realizó una acción que permitió que el pueblo tomara conciencia de lo que representaba la patria: ese día se cumplía el segundo aniversario de la revolución de mayo y entonces mandó a enarbolar la bandera celeste y blanca en los balcones del ayuntamiento, en reemplazo del estandarte real que presidía todas las festividades públicas. Una salva de 15 cañonazos y la bendición del canónigo Gorriti completaron la escena. Al anochecer, Belgrano se puso al frente de la tropa y paseó la bandera por las calles de Jujuy. El Gobierno en consecuencia le escribió en el acto amonestándolo en términos severos, y le ordenó que pusiese remedio a tamaño desorden, con prevención que sería la última vez que sacrificaría a tal extremo los respetos de su autoridad. Sorprendido y lastimado a la vez, el general contestó disculpándose con dignidad; pero persistió tenazmente en sostener sus ideas de independencia, acabando por decir: "La bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella... y se harán las banderas del regimiento núm. 6, sin necesidad de que su falta se note por persona alguna; pues si acaso me preguntan por ella, responderé que se reserva para el día de

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una gran victoria por el ejército, y como ésta está lejos, todos la habrán olvidado y se contentaran con la que le presenten. En esta parte V.E. tendrá su sistema: pero diré también con verdad, que como hasta los indios sufren por Fernando VII, y los hacen sufrir con los mismos aparatos que nosotros proclamamos la libertad, ni gustan oír nombre de Rey, ni se complacen con las mismas insignias con que los tiranizan". 

El éxodo  Cochabamba   Las fuerzas de Goyeneche, en operaciones para la reconquista del Alto Perú marchan sobre Cochabamba por los valles de Mizque y Cliza, mientras otras columnas concurrían al ataque por otros puntos, siendo la principal de ellas la del coronel Lombera, con más de 1200 hombres que salieron de Oruro. Por el lado de la Paz, del Valle Grande y de Santa Cruz de la Sierra avanzaban otras fuerzas similares. La heroica provincia no flaqueó por esto; pero si tenía hombres y entusiasmo faltaban armamento y sobre todo dirección. Los dos caudillos de la revolución Arce y Antezana, comandante general el uno y prefecto el otro, estaban divididos por los celos del mando. En vez de concentrar sus fuerzas para salir al encuentro de Goyeneche, que conducía la columna más importante, resolvieron dividirse por mitad toda la fuerza y el armamento disponible. Este último consistía en cuarenta cañones, de estaño casi todos, y 400 arcabuces de estaño igualmente, que se habían fundido en Cochabamba para suplir la falta de fusiles. El resto, hasta cerca de seis mil hombres de a pie y de a caballo, estaba armado con macanas o garrotes. Arce fue con la mitad de esta fuerza al encuentro de Goyeneche, y Antezana esperó la división de Lombera. El primero se situó ventajosamente sobre los altos Pocona, que interceptaban el camino que traía el general realista, el cual había hecho preceder su marcha con intimaciones pacíficas. Cochabamba no quiso escuchar más condición que la evacuación de su territorio. El 24 de mayo a las siete de la mañana fue atacado el ejército cochabambino situado en los altos de Pocona que después de un corto fuego se retiró en derrota. Esto tenía lugar al mismo tiempo que Lombera se acercaba a la ciudad de Cochabamba por los altos de Arque, después de haber sorprendido en su tránsito algunas guarniciones e incendiado varios pueblos.

Las autoridades cochabambinas enviaron una nueva diputación a Goyeneche proponiendo el sometimiento a discreción e implorando la clemencia del vencedor, a lo que Goyeneche pareció acceder. El pueblo se reunió en la plaza pública en número como de mil hombres, y allí interrogado por las autoridades si estaba dispuesto a defenderse hasta el último trance, contestaron algunas voces que sí. Entonces las mujeres que se hallaban presentes, dijeron a gritos que si no había en Cochabamba hombres para morir por la patria y defender la Junta de Buenos Aires, ellas solas saldrían a recibir el enemigo. Vuelto el coraje de los hombres con esta heroica resolución, juraron morir todos antes que rendirse, y hombres y mujeres se prepararon de nuevo a la resistencia, tomaron posesión del Cerro de San Sebastián, inmediato a la ciudad, donde aglomeraron todas sus fuerzas y el último resto de sus cañones de estaño. Las mujeres cochabambinas ocupaban los puestos de combate al lado de sus maridos, de sus hijos y de sus hermanos, alentándolos con la palabra y con el ejemplo, y cuando llegó el momento, pelearon y supieron morir por su causa. Cochabamba sucumbió peleando. Forzada la posición de San Sebastián el día 27, después de dos horas de combate, las tropas realistas entraron a sangre y fuego por las calles de la ciudad, la que fue entregada al saqueo por el espacio de tres horas. Los

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pobladores emigraron en masa a los desiertos. Arce, entre tanto, ocupó la espalda del enemigo, marchó sobre Chuquisaca con parte de los despojos escapados de la catástrofe, y rechazado en aquel punto, se dirigió por el camino del despoblado buscando la incorporación de Belgrano, quien recibió la infausta noticia a fines de julio. Preparativos en Jujuy La situación era muy crítica; pero el ánimo del General no decayó. Estaba resuelto a avanzar y dirigiéndose al gobierno manifestó que: "Si es cierta, la pérdida total de Cochabamba, debemos esperar que el enemigo vuelva sus pasos contra nosotros, y será muy doloroso, muy contrario a nuestra opinión y muy perjudicial al espíritu público, si tenemos que dar pasos retrógrados, de que es indispensable la pérdida de intereses y perjuicios consiguientes a estos pueblos, que renovarán sus odios, si es que están amortiguados, o los aumentarán; ...pues clamarán como lo hacen los del interior (los del Perú), que los porteños sólo han venido a exponerlos a la destrucción, dejándolos sin auxilios en manos de los enemigos, borrón que no debe caer en la inmortal Buenos Aires" A mediados de julio, tomó conocimiento que el enemigo había reforzado su vanguardia en Suipacha, que sus avanzadas batían el campo hasta la Quiaca, lo que indicaba una próxima invasión, y en consecuencia se preparó para actuar con sus fuerzas reconcentradas. Recibió cuatrocientos fusiles de Buenos Aires, y con este conveniente auxilio se dispuso a emprender una retirada al frente del enemigo, precedida de un terrible bando en que ordenaba a los hacendados, comerciantes y labradores, que retirasen sus ganados, sus géneros y sus cosechas, para que nada quedase al enemigo, declarando traidores a la patria a los que no cumpliesen sus órdenes, además de perderlo todo; y por último, imponiendo pena de muerte a los que se encontrasen fuera de las guardias, y aun a los que inspirasen desaliento, cualquiera que fuera su carácter o condición. El General era hombre de palabra, por eso todos obedecieron, comprendiendo que la cuestión era de vida o muerte. Reclamaron el Cabildo y el Consulado. Al primero contestó: "No busco plata con mis providencias, sino el bien de la patria, el de ustedes mismos, el del pueblo que represento, su seguridad que me está confiada, y el decoro del Gobierno. Ayúdenme, tomen conmigo un empeño tan digno por la libertad de la causa sagrada de la patria, eleven los espíritus, que sin que sea una fanfarronada, el tirano morderá el polvo con todos sus satélites". Al Consulado le decía: "La Providencia de que ustedes reclaman se ha de llevar a ejecución venciendo los imposibles mismos". La conmoción que produjo en las poblaciones esta amenaza fulminante, las obligó a decidirse por unos o por otros, y a sacudir la apatía. Se pasó al enemigo el teniente coronel D. Venancio Benavides. Este traidor avisó al enemigo la poca fuerza que disponía Belgrano, así como el mal estado en que se encontraba bajo todos respectos. El enemigo aceleró sus marchas, contando obtener una victoria fácil, descontando que pudiese oponérsele una resistencia seria.   

El Éxodo Jujeño  

Corría el mes de mayo de 1812. Lleno de ardor patriótico, habló así el general Belgrano a las tropas y al pueblo reunidos en la plaza: "Soldados, hijos dignos de la Patria, camaradas míos: dos años ha que por primera vez resonó en estas regiones el eco de la libertad, y él continúa propagándose hasta por las cavernas más recónditas de los Andes: pues que no es obra de los hombres, sino del

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Dios omnipotente, que permitió a los americanos que se nos presentase la ocasión de entrar al goce de nuestros derechos; el 25 de mayo será para siempre memorable en los anales de nuestra historia y vosotros tendréis un motivo más de recordarlo, cuando veis en él por primera vez la bandera nacional en mis manos, que ya os distingue de las demás naciones del globo, a pesar de los esfuerzos que han hecho los enemigos de la sagrada causa que defendemos para echarnos cadenas y hacerlas más pesadas que las que cargábamos. "Pero esta gloria debemos sostenerla de un modo digno con la unión, la constancia y el exacto cumplimiento de nuestras obligaciones hacia Dios, hacia nuestros hermanos y hacia nosotros mismos, a fin de que la Patria se goce en abrigar en su seno hijos tan beneméritos y pueda presentarla a la posteridad como modelos que haya de tener a la vista para conservarla libre de enemigos, y en el lleno de su felicidad. Mi corazón rebosa de alegría al observar en vuestros semblantes que estáis adornados de tan generosos y nobles sentimientos y que yo no soy más que un jefe a quien vosotros impulsáis con vuestros hechos, con vuestro ardor, con vuestro patriotismo. Sí, os seguiré imitando en vuestras acciones y con todo el entusiasmo de que sólo son capaces los hombres libres para sacar a sus hermanos de la opresión."Ea, pues, soldados de la Patria, no olvidéis jamás que vuestra obra es de Dios; que él nos ha concedido esta bandera, que nos manda que la sostengamos, y que no hay una sola cosa que no nos empeñe a mantenerla con el honor y el decoro que le corresponde. Nuestros padres, nuestros hermanos, nuestros hijos, nuestros conciudadanos, todos, todos fijan en nosotros la vista y deciden que a vosotros es a quienes corresponderá todo su reconocimiento si continuáis en el camino de la gloria que os habéis abierto. Jurad conmigo ejecutarlo así, y en prueba de ello repetid: ¡Viva la Patria!".Tres meses más tarde se produjo otro hecho terriblemente grandioso. Corría el mes de julio y las fuerzas de los realistas, poderosas y bien equipadas, amenazaban destruir totalmente lo poco que se había ganado a fuerza de sacrificio y de coraje. Del norte venían avasallándolo todo a su paso. La orden de Belgrano fue terminante y precisa: no debería quedar nada que fuese de provecho para el adversario: ni casa ni alimentos ni un solo objeto de utilidad.Todo fue quemado o transportado a lomo de mula, de caballo, de burro... hasta el último grano de la última cosecha. El frío y la ventisca invernales acompañaron la caravana, reanimada sólo por aquellas palabras del general Belgrano, en su arenga del 25 de mayo frente a lo irremediable. En medio del viento blanco, la visión de aquella bandera que el "caudillo revolucionario", como lo llamó el general realista Goyeneche, conservaba bien guardada en una de sus maletas (lejos de destruirla, como había dicho al gobierno de Buenos Aires que haría), ponía su calor reconfortante para proseguir sin desmayos la emigración heroica. El 23 de agosto de 1812, la revolución continuaba en el éxodo del pueblo jujeño. Esa provincia constituía el paso obligado al Alto Perú y a la plata de sus minas, y ahora, el ardor, la determinación de los patriotas y el miedo que inspiró la saña de los realistas en Cochabamba los hacía marchar.

El célebre bando de Belgrano, del 29 de julio, comenzaba diciendo: "Desde que puse el pie en vuestro suelo para hacerme cargo de vuestra defensa, en que se halla interesado el Excelentísimo Gobierno de las Provincias Unidas de la República del Río de la Plata, os he hablado con verdad. Siguiendo con ella os manifiesto que las armas de Abascal al mando de Goyeneche se acercan a Suipacha; y lo peor es que son llamados por los desnaturalizados que viven entre nosotros y que no pierden arbitrios

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para que nuestros sagrados derechos de libertad, propiedad y seguridad sean ultrajados y volváis a la esclavitud. Llegó, pues, la época en que manifestéis vuestro heroísmo y de que vengáis a reuniros al Ejército de mi mando, si como aseguráis queréis ser libres...".En ese acto sintió Belgrano que se identificaba totalmente con el destino del pueblo que él sacrificaba. Por eso, lo hizo depositario y guardián de la "bandera nacional de nuestra libertad civil", puesto que, gracias a ese esfuerzo supremo, fue posible ganar la batalla de Tucumán, primero, y la de Salta, después. Una bandera, una escuela y dos escudos quedaron para siempre en Jujuy como el testimonio de agradecimiento de un general que, si quitaba méritos a las suyas, sabía reconocer las virtudes de los demás. La batalla de Tucumán Hacia la batalla

  La batalla de Tucumán del 24 de septiembre de 1812 es uno de los hechos más extraordinarios de la historia argentina. Tiene, para la causa de la Revolución una importancia y una trascendencia excepcionales. Es el primer acto del triunfo argentino del norte, del cual, el segundo es la batalla de Salta.Las batallas de Tucumán y Salta son las únicas de carácter campal libradas contra los españoles en el suelo argentino. Lo que cuenta el General José María Paz de Manuel Belgrano, en su retirada del norte, después de hacerse cargo de los restos del ejército patrio derrotado en el Desaguadero, es admirable. Se retiraba éste de Jujuy, hacia fines de agosto de 1812, en dirección a Tucumán. Comandaba un ejército de apenas 1.500 hombres, casi desorganizado y de todo desprovisto. Venía en su persecución muy cerca, el general Tristán, destacado por Goyeneche, con un ejército bien pertrechado y armado, de más de 3.000 hombres. Avanzadas del ejército español venían hostigando peligrosamente la retaguardia del nuestro. Y a pesar de todo, según dice Paz, el general Belgrano se mantenía como siempre, sereno y valeroso y con su palabra y con su ejemplo logró que sus soldados no entren en pánico. Porque eran en circunstancias como ésas, adversas, cuando se mostraba él en su verdadera estatura moral, según Paz, "jamás desesperó de la salud de la patria, mirando con la más marcada aversión a los que opinaban tristemente" sobre ella. En cuanto a su valor en las campañas, refiere Paz: "era siempre en el sentido de avanzar sobre el enemigo, de perseguirlo; o si era éste el que avanzaba, de hacer alto y rechazarlo". Un valor muy distinto del intrépido valor de un granadero al estilo Aráoz de Lamadrid. Ese valor contagiado a sus tropas, impulsó a los soldados para arrancar el triunfo en la acción de Las Piedras, que el 3 de septiembre libró contra avanzadas españolas del coronel Huici. Esta acción levantó la moral de la tropa. El 27 de febrero de ese mismo año el Triunvirato, había ordenado a Belgrano lo siguiente: "Si la superioridad de las fuerzas de Goyeneche le hicieron dueño de Salta, y sucesivamente emprendiese, como es de inferir, la ocupación del Tucumán, tomará V.S. anticipadas disposiciones para trasplantar a Córdoba la fábrica de fusiles que se halla en aquel punto, como la artillería, tropa y demás concerniente a su ejército". Pero Belgrano, no estaba dispuesto a cumplir tal orden sin lógica y sin entereza, cuyo cumplimiento tendría consecuencias desastrosas. Pues en ella no se autorizaba a Belgrano a empeñar ningún combate.  Cómo iba a saber de la superioridad de las fuerzas invasoras sin medirse con ellas? ¿Tan sólo por el número de sus hombres y sus armas? Ya que la superioridad de

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un ejército no está sólo en el número: está en su valor y en su moral sostenida en la convicción. Y porque esas fuerzas se adueñasen de Salta, ¿ya no podíamos impedir que ellas ocuparan Tucumán? Todo esto era ilógico y además cobarde. El Triunvirato disponía que por el solo hecho de emprender los españoles la ocupación de Tucumán, Belgrano debía desmantelar, desguarnecer y abandonar enteramente esta plaza, para ir a establecerse en Córdoba. ¡Y Tucumán y Santiago quedarían inermes, como un regalo para los invasores, por la sola razón de haberse adueñado de Salta! Pero, ¿dónde y hasta cuándo estaría Belgrano esperando que éstos emprendiesen la ocupación de Tucumán? Véase, pues, con esto, lo que significaba cumplir ciegamente con semejante nota del gobierno central. 

Después de la acción de Las Piedras Belgrano, ya decidido a la desobediencia, escribía al Triunvirato: "V. E. debe persuadirse que cuanto más nos alejemos, más difícil ha de ser recuperar lo perdido, y también más trabajoso contener la tropa para sostener la retirada con honor, y no exponernos a una total dispersión y pérdida de esto que se llama ejército; pues debe saber cuánto cuesta y debe costar hacer una retirada con gente bisoña en la mayor parte, hostilizada por el enemigo con dos días de diferencia".  Pero el gobierno, siguió insistiendo sobre la necesidad y la urgencia de que Belgrano se retirase hasta Córdoba. Belgrano, desde el río Salí, comunica, que contando con el pueblo ya estaba decidido a presentar batalla, el Triunvirato insiste, en nota del día 25 (al siguiente de la acción), que debía retirarse pese a todo, y rápidamente, "aún cuando en el ataque que esperaba del enemigo se declarase la fortuna por sus armas, pues lo que importaba era salvar la división". Lo cual ya era el colmo. Pues, ¿cómo se podía concebir que Belgrano, triunfante en Tucumán, se retirase a Córdoba dejando aquí en el campo al enemigo derrotado?  Lo único que podría explicar, pero no justificar, tal actitud del Triunvirato, estaba con pánico, y sólo atinaba a salvar la Capital y su gobierno y poco le importaba la pérdida de nuestras ciudades del norte. ¡Lindo Triunvirato! Con todo esto se agranda la figura moral de Belgrano, que en esta campaña, de inminente peligro para nuestra patria, no sólo tuvo que pelear con las fuerzas de los españoles sino con las órdenes del gobierno. Tan funestas y contrarias al éxito eran unas como otras.  Preparativos del Ejército del Norte   En su retirada Belgrano llegó a la casa de Yatasto, dejó el camino y torciendo a la izquierda tomó por el viejo camino de Burruyacu que era el de las carretas, el cual podía llevar a Santiago sin tocar esta ciudad. El coronel Toranzo, en una conferencia de 1918, explica los motivos en lo que él llama "consecuencias favorables", de esa táctica de Belgrano, "para el éxito de nuestra causa"; y que son las siguientes: "Engañó a Tristán, que creyó... que Belgrano abandonaba Tucumán"; con lo cual, orgulloso y confiado, "descuidó las más elementales precauciones de orden militar"; dando así lugar a la captura en Trancas "del imprudente Huici". "Hizo creer a los hombres de Tucumán que, siguiendo las instrucciones del gobierno se retiraría por Santiago sin defender su capital, con lo cual ponía a prueba y sondeaba en modo contundente su patriotismo y decisión". "Se puso en condiciones de exigir a los patriotas tucumanos los mayores sacrificios, en refuerzos de toda naturaleza para su ejército". "El ejército enemigo perdió el contacto inmediato con el suyo". Y al ocurrir todo esto, tal cual Belgrano lo previera, su táctica del cambio de rumbo

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demuestra su "talento preclaro", según la expresión del coronel Toranzo. Lo que prueba que en esta campaña Belgrano, era ya un experto militar. 

Después de pasar por el poblado de Burruyacu, Belgrano se detuvo con sus tropas en La Encrucijada, inmediato a La Ramada, por lo tanto ya cerca de Tucumán. Y desde allí, según cuenta él mismo, envió a ésta a Juan Ramón Balcarce, "dándole las más amplias facultades para promover la reunión de gente y armas y estimular al vecindario a la defensa".

Balcarce expuso a los vecinos principales la situación apremiante; publicó un bando, y se dio a juntar armas y a dirigir el alistamiento militar de gente. El vecindario tucumano le respondió con entusiasmo.

Se reunió el Cabildo en sesión pública y se resolvió enviarle a Belgrano una diputación, para persuadirlo a quedarse en Tucumán y, con el más amplio concurso de este pueblo, organizar la defensa y presentar combate al invasor.La diputación llegó al campamento de Belgrano y le expuso su embajada. Este se hizo de rogar, como es lógico. Y siendo el primer convencido de que debía hacer pie en Tucumán, parecía que no se dejaba convencer. Hasta que habiéndole prometido todo lo que él quería, dijo que iba a quedarse. Había pedido dinero y gente en cantidad muy apreciable, y le ofrecieron y le dieron el doble.

Con esto Belgrano siguió con su tropa hacia Tucumán. Y ya casi a sus puertas, el 12 de septiembre, desde el río Salí comunicó al gobierno central su decisión con estas palabras: "Son muy apuradas las circunstancias y no hallo otro medio que exponerme a una nueva lección: los enemigos vienen siguiéndonos. El trabajo es muy grande; si me retiro y me cargan, todo se pierde, y con ello nuestro total crédito. La gente de esta jurisdicción se ha decidido a sacrificarse con nosotros, si se trata de defenderla, y de no, no nos seguirá y lo abandonará todo; pienso aprovecharme de su espíritu público y energía para contener al enemigo, si me es dable, o para ganar tiempo a fin de que se salve cuanto pertenece al Estado. Cualquiera de los dos objetos que consiga es un triunfo, y no hay otro arbitrio que exponerse. Acaso la suerte de la guerra nos sea favorable, animados como están los soldados y deseosos de distinguirse en una nueva acción. Es de necesidad aprovechar tan nobles sentimientos que son obra del cielo, que tal vez empieza a protegernos para humillar la soberbia con que vienen los enemigos, con la esperanza de hacer tremolar sus banderas en esa Capital".... Enviada esta nota, Belgrano entró en la ciudad y se dedicó febrilmente a organizar la defensa y preparar sus tropas.

Esperaba contar sólo con dos o tres días para sus preparativos militares. Pero el general Tristán creyó, al parecer, que Belgrano, al tomar una ruta desviada, se iba poco menos que huyendo, sin tocar Tucumán, en dirección a Córdoba, así, con su ejército, ya no tenía apuro en su avance sobre Tucumán y se demoró en Metán. Con lo cual Belgrano dispuso, por suerte, en vez de dos, de doce días, para el adiestramiento y la organización de sus tropas. El plan del general Belgrano, como dice Mitre, consistía en "esperar al enemigo fuera de la ciudad, apoyando su espalda en ella", y después, "en caso de contraste, encerrarse en la plaza". Para lo cual, cuenta Paz que en ella "se fosearon las bocacalles y se colocó la artillería" que no iba a llevarse a la acción.

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 Llegaron, aunque reducidos, contingentes de Catamarca y Santiago. Y así se formaron los cuerpos de caballería, llamados Decididos, de nuestras provincias del norte; los cuales eran adiestrados a diario y se equipaban como ellos podían. Careciendo hasta de armas, no digamos de uniformes, muchos soldados de éstos tuvieron que improvisar hasta sus lanzas con cuchillos enastados en palos y tacuaras. Y de casi todos era el arreo gaucho de todos los días: el puñal en la cintura, y en algunos las boleadoras, y en la montura de sus caballos, el lazo a los tientos y los guardamontes adelante.

 La batalla   El ejército español que había dejado Metán, seguía por el camino de la posta y avanzaba confiado sobre Tucumán. Pero al entrar en su jurisdicción empezaron las sorpresas, siendo la más amarga, la captura del coronel Huici, el más jactancioso y audaz de los jefes españoles y el perseguidor más tenaz del ejército criollo.Huici, con su vanguardia, llegó al pueblo de Trancas y, adelantándose con dos compañeros (uno de ellos capellán), desmontaron frente a una casa donde había gente. Pero fueron vistos por la partida gaucha del capitán Esteban Figueroa, la cual rápidamente se acercó, los tomó y haciéndolos montar, cuando estaba llegando la columna enemiga, se escapó con ellos a toda la furia de sus parejeros. Los persiguieron tenazmente, sin poder darles alcance. Y a media noche de ese mismo día la partida hacía entrega a Belgrano de sus prisioneros. Las otras sorpresas del ejército invasor fueron el vacío y el silencio que hallaron a todo lo largo del camino. Y lo peor fueron las partidas criollas que, de todos lados, los venían hostigando a toda hora. Y así, hasta el 23 de septiembre, en que al llegar a Los Nogales y avistar ya nuestra ciudad, el general Tristán tuvo la máxima sorpresa: que Belgrano y su ejército lo esperaban junto a ella, listos a darle batalla.En la mañana del 24 de septiembre, el general Tristán con su ejército, desde Los Nogales, marchó en dirección de la ciudad. Pero al llegar a Los Pocitos, el oficial de Dragones, Gregorio Aráoz de Lamadrid, que salió con algunos de ellos a su reconocimiento, prendió fuego a los campos del frente, y el incendio, con el viento del sur, corriendo en temibles llamaradas hacia el ejército enemigo, lo desordenó, y lo hizo virar hacia el oeste hasta dar con el viejo camino del Perú, por donde siguió. Pasando a una legua de la ciudad de Tucumán, fue a detenerse y dar el frente a ésta en el lugar del Manantial. Se ha dicho que ésta fue táctica envolvente del general Tristán para cortar a Belgrano su retirada por el sur. Pero no hubo más táctica envolvente que en su contra y fue la del incendio.

Belgrano con su ejército, que daba frente al norte, tuvo que contramarchar para ir a situarse en el Campo de las Carreras (por el sitio de la actual Plaza Belgrano), cerca y de cara al enemigo. Lo cual fue para éste una nueva sorpresa. El ejército español era de unos 4.000 hombres; el argentino de 2.000. Nuestras tropas de caballería cubrían las alas de este ejército, estando a la derecha mandada por Juan Ramón Balcarce, y apoyada por una sección de Dragones y la caballería gaucha de los tucumanos, que era la más entusiasta y de mayores bríos. En esta situación, esa mañana empezó la batalla. Dice un actor del drama y técnico militar como el General Paz, que "es el de Tucumán uno de los combates más difíciles de describirse, no obstante el corto número de los combatientes"... "Que la izquierda y centro enemigos fueron arrollados; nuestra izquierda fue rechazada y perdió terreno en desorden, en términos que el comandante

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Superí estaba prisionero por una partida enemiga, que luego tuvo que ceder a otra nuestra que la batió y lo represó. El enemigo, por consecuencia del diverso resultado del combate en sus dos alas, se vio fraccionado, a lo que se siguió una gran confusión"... que después hubo, en uno y otro bando, una gran confusión.

Del punto de vista estrictamente militar, la batalla se reduce a lo que refiere Paz. Porque lo que sigue, y que acaba en victoria, ya es obra de la conjunción de distintos factores, diversos a la acción estrictamente militar: religiosos, populares, psicológicos, naturales y hasta puramente elementales. Cuenta el tucumano don Marcelino de la Rosa, a quien se lo contaron actores del drama, que a mitad de la batalla ocurrió de pronto algo que nunca habían visto los soldados enemigos del Alto Perú, y que, por lo mismo, contribuyó a desbandarlos y a llevarles el pánico. Fue un gran ventarrón, que llegó desatado y furioso del sur. Dice el señor De la Rosa: "El ruido horrísono que hacía el viento en los bosques de la sierra y en los montes y árboles inmediatos, la densa nube de polvo y una manga de langostas, que arrastraba, cubriendo el cielo y oscureciendo el día, daban a la escena un aspecto terrorífico". Porque millares de langostas, escapando del viento, al largarse en picada hacia tierra hacían fuertes y secos impactos en pechos y caras de los combatientes. Y si los mismos criollos, que las conocían, al sentir esos golpes, según Paz, se creyeron "heridos de bala", es de imaginar el espanto de los altoperuanos, o cuicos, al sentir en sus cuerpos tal granizada de balazos, que no eran sino langostazos. Otro factor de los más decisivos, para el triunfo, es la acción de la caballería gaucha, tucumana en su mayor parte, del ala derecha. Esta llevó su carga, o mejor dicho, su gran atropellada sobre el enemigo, de un modo formidable. Con las lanzas en ristre, a toda la furia de su caballada, haciendo sonar sus guardamontes y dando alaridos, cargaron estos gauchos lo mismo que una tromba. Y nada pudo oponerle el enemigo a su paso. La caballería enemiga de Tarija, al verlos llegar, se asustó, y huyó. Ni la infantería española pudo contenerlos; pasaron por encima y, cuando se dio cuenta, los encontró a su retaguardia. Por lo tanto, atravesaron de parte a parte el ejército enemigo como si fuera un matorral: se fueron hasta el fondo, hasta donde estaban los bagajes y con ellos las mulas cargadas de oro y plata y de ricos equipajes del ejército real. ¿Y qué hicieron entonces? Se dispersaron para dedicarse a despojar de todo eso a los enemigos. La caballería gaucha había sido improvisada, en días anteriores, y en su mayor parte era de hombres del campo, tan pobres como toscos.Y así, después de cumplir con su deber, cuando ellos dieron con aquellas riquezas de los enemigos, creyeron que tenían derecho a tomarlas. Y para tomarlas tenían que romper la formación. Para nuestros gauchos esas riquezas eran su botín. Finalmente, quizá el haber quedado el ejército realista sin plata ni equipaje en tierra enemiga y hostil, contribuyó a acobardarlo y a pensar en que era este otro motivo mas para retirarse. El general Belgrano, con otros oficiales, fue arrastrado, o empujado por el desbande de la caballería santiagueña posiblemente mal mandada, fuera del campo de batalla hasta cerca del Rincón, por Santa Bárbara. El general Tristán, replegado sobre el Manantial con una columna que salvó, trataba de reunir los contingentes dispersos. Mientras que la infantería patriota quedó dueña del campo de batalla, pero, viéndose sola, se replegó sobre la ciudad y entró en ella para acantonarse, y preparar desde allí su defensa bajo el mando del coronel Eustaquio Díaz Vélez; a todo esto, Tristán con el resto de su ejército llegó hasta las goteras de Tucumán, donde se estacionó como sitiándola; y Belgrano, acompañado del coronel Moldes y algunos soldados, se vino

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hasta el Rincón, donde estaba indeciso, sin saber del resultado final de la acción.Y en esta situación Paz, como cuenta en sus Memorias, se encuentra con Belgrano, relata de su entrada en la ciudad y lo anoticia de que en ella se hallaba fuerte toda su infantería, con lo que Belgrano, sabiendo ya del triunfo de la caballería tucumana, vio que la batalla se había decidido en su favor. Esa tarde y en todo el día 25 es notable la inacción o mejor el marasmo de Tristán y sus tropas. Las razones debieron ser varias; es una principal, el haberse perdido su parque y estar sin municiones. Otra pudo ser el espíritu ya acobardado de los soldados españoles, también por diversos motivos; no siendo uno de los menores, en nuestro entender, el miedo que les infundieron los gauchos: por lo que hicieron y por lo que hacían; estos, después de su carga y dispersión, andaban en partidas por el campo y sus alrededores, dedicados a una prolija y metódica limpieza de enemigos sueltos.Ignorante de las fuerzas que salvara Belgrano, el general Tristán no sabía qué hacer. Pero, en la tarde del día 25 se convenció de que no tomaría la ciudad, vio que era amenazado de afuera por columnas patriotas que entorno de Belgrano se irían engrosando, se dio por vencido. Y esa misma noche emprendió la retirada en dirección a Salta. De la batalla de Tucumán ha dicho, el historiador Vicente Fidel López que fue "la más criolla de todas cuantas batallas se han dado en el territorio argentino". Y eso es, para él, "lo que la hace digna de ser estudiada con esmero por los oficiales aplicados a penetrar en las combinaciones con que cada país puede y debe contribuir de lo propio a la resolución de los problemas de la guerra".

Sobre su trascendencia, Mitre ha expresado..." Lo que hace más gloriosa esta batalla fue no tanto el heroísmo de las tropas y la resolución de su general, cuanto la inmensa influencia que tuvo en los destinos de la revolución americana. En Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que puede decirse contribuyó de una manera muy directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Si Belgrano, obedeciendo las órdenes del gobierno, se retira (o si no se gana la batalla), las provincias del Norte se pierden para siempre, como se perdió el Alto Perú para la República Argentina". Consecuencias de la batalla En Tucumán se salvó la revolución argentina; asimismo el triunfo ayudó de manera directa y eficaz al triunfo de la independencia americana. Si Belgrano hubiese obedecido las órdenes del Gobierno y se retira, las provincias del Norte se hubieran perdido, del mismo en que se perdió el Alto Perú para la República Argentina. El enemigo dominando Jujuy, Salta y Tucumán, podría haber levantado un ejército mayor que el que podía oponérsele y remontado su caballería. Derrotado el ejército patriota, el camino hasta Santa Fe quedaba libre. Luego, reforzado por Goyeneche que podía disponer de 2000 hombres más, habría puesto en campaña un ejército de seis a siete mil hombres, extendiendo sus conquistas hasta Córdoba. Con las provincias completamente desmoralizadas, las fuerzas revolucionarias reconcentradas sobre la margen occidental del Paraná (según las órdenes del gobierno, que ya habían empezado a ejecutarse), se hubieran visto obligadas a abandonar la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes y Misiones, y con la perspectiva de una nueva derrota. Probablemente Buenos Aires hubiera puesto en campaña un ejército igual o mayor que el de Goyeneche; pero éste, con el auxilio de la plaza de Montevideo, con el dominio de las aguas le era fácil desembarcar de 1000 a 1500 hombres en cualquier punto del Paraná, podía hacerse fuerte en Santa Fe, y circunscribir la revolución al solo territorio de Buenos Aires. En tal situación los portugueses hubiesen roto el armisticio, cooperando con Goyeneche.

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Con sus comunicaciones con las provincias argentinas cortadas, Chile habría sucumbido aislado, como sucumbió en 1814 en condiciones más ventajosas. Bien que la emancipación del Nuevo Mundo fuera un hecho fatal, que tenía que cumplirse más tarde o más temprano, no puede desconocerse que, derrotado el ejército patriota en Tucumán, la revolución argentina quedaba en grave peligro de ser sofocada por el momento, o por lo menos reducida a los estrechos límites de una provincia, privada de aquel gran poder de expansión que le hizo llevar sus banderas victoriosas hasta el Ecuador, dando origen a cuatro nuevas repúblicas, que sin su concurso habrían continuado por largos años bajo la espada española. Y si todas las revoluciones de la América del Sur fueron sofocadas casi a un mismo tiempo (1814-1815), menos la de las Provincias Unidas; y se medita que, sofocada o circunscrita la revolución argentina y paralizada en su acción externa, las expediciones sobre Montevideo, Chile, Lima, Alto Perú y Quito no habrían tenido lugar, debemos concluir que en los campos de Tucumán se salvó no sólo la revolución argentina, sino que se aceleró, si es que no se salvó en ellos, la independencia de la América del Sur.  Se ve que Belgrano hizo bien en desobedecer las órdenes de retirada y arriesgar una batalla de dudoso resultado, puesto que el triunfo era la salvación, y la retirada importaba tanto como la derrota oscura de quien sucumbe sin combatir.El general vencedor tenía la conciencia de todo esto, cuando a los dos días de la batalla escribía a Rivadavia: "Dios protege la santa causa: nuestro triunfo no tiene igual; pero vea Vd. la ocasión de no poder continuar la victoria hasta el Desaguadero y tal vez hasta Lima. ¡Cómo ha de ser!".

Pocos días después, el 16 de octubre, volvía a escribirle: "¡A salvar la Patria! Éste es nuestro clamor. Vengan auxilios de gente, y las provincias quedaran libres, y las banderas del ejército de la Patria tremolarán en Lima. Si no nos apresuramos, mucho nos ha de costar conseguir el fin, y acaso no lleguemos a él". Y como si el triunfo hubiese destemplado su alma, añadía: "Padezco mucho de cuerpo y de espíritu: ya el camino de la victoria está abierto, y confieso a Vd. que detesto al Perú, y todo lo que no es Buenos Aires y sus alrededores. Vengan otros a disfrutar, o a padecer; yo nada quiero ser. Lo he dicho muchas veces, y cada día me afirmo más en mi concepto". 

La Batalla de Salta   Luego de la batalla de Tucumán, Belgrano se abocó a la reorganización, instrucción y reclutamiento de nuevos efectivos, para mejorar la situación de su ejército.El Segundo Triunvirato, integrado por Juan José Paso, Nicolás Rodríguez Peña y Antonio Álvarez Jonte, decretó honores, el 20 de octubre de 1812, a los vencedores de Tucumán, desde el general hasta los soldados, con distintivos para la tropa y escudos para los oficiales, confiriéndole a Belgrano el título de capitán general, cargo que no aceptó. Posteriormente la Asamblea le otorgó 40.000 pesos como premio, que él destinó a la dotación y sostenimiento de cuatro escuelas.

Buenos Aires reforzó el Ejército del Norte con 25 artilleros, con el Regimiento 1 de Infantería al mando del teniente coronel Gregorio Perdriel, y con 300 hombres del 2 de Infantería al mando del teniente coronel Benito Alvarez; se alcanzó así un efectivo de

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3000 hombres. También en ese tiempo, se incorporó a la oficialidad Juan Antonio Alvarez de Arenales. Amante de la paz, Belgrano se dirigió por entonces al liberal general realista Goyeneche, invitándolo a una solución pacífica entre americanos. El Triunvirato no aprobó esta actitud de tratar con el enemigo, pero Goyeneche le contestó el 29 de octubre, expresando sus deseos de paz y enviándole un ejemplar de la nueva Constitución liberal española. Nuevamente el Triunvirato se opuso a que se divulgara esa correspondencia.

Mientras tanto, el realista Tristán, se había acantonado en Salta con 2500 hombres, a los que se podían agregar 500 que ocupaban Jujuy y efectivos menores en Suipacha, Oruro, Cochabamba, Charcas y La Paz. El 12 de enero el ejército patriota inició la marcha hacia Salta, por escalones. Ese día la partida exploradora de caballería alcanzó Yatasto; el batallón de Cazadores y el número 2 rompieron la marcha, seguidos al día siguiente por el Regimiento N° 6 y al otro, los Pardos y Morenos, la artillería y el Batallón N° 1; detrás, el tren y el Regimiento de Dragones Ligeros de la Patria. El 1 de febrero, Belgrano, escoltado por el Regimiento de Dragones de Milicias de Tucumán, partió de la ciudad, llevando al ejército la noticia de la victoria de Cerrito. La marcha se hizo por divisiones, con grandes intervalos de tiempo. El día 13 se inició la marcha desde el río Juramento y se alcanzó Cabeza de Buey al amanecer del día 14, tras recorrer 50 kilómetros. Esa mañana, el Regimiento Dragones de la Patria, que se desempeñaba como vanguardia, tomó por sorpresa el Fuerte de Cobos, donde descansaron el resto del día; el 16 continuaron hasta Punta del Agua, marchando bajo la lluvia 18 kilómetros. Desde allí destacó Belgrano la vanguardia al mando de Díaz Vélez, con la misión de apoderarse de Portezuelo, la que chocó el día 16 con las avanzadas de Tristán, que ocupaban las alturas detrás de un riachuelo llamado Zanjón de Sosa. Pero Belgrano, que estaba con el grueso del ejército en Punta del Agua, sabía que la sorpresa era un principio fundamental y la aplicó con todo acierto. Detrás de la vanguardia, efectuó un envolvimiento con el grueso del ejército por difíciles caminos de montaña, marchando 17 Km en una jornada, guiado  por el capitán salteño Apolinario Saravia, conocido por el sobrenombre de Chocolate salteño, hijo del dueño de la estancia Castañares. En esos momentos, la vanguardia, que atacaba frontalmente, se replegó para accionar juntamente con el grueso. El ataque comenzó el día 19, a las 11 de la mañana, en la pampa de Castañares con el ataque a la posición realista por la retaguardia.  Belgrano, seriamente enfermo, había preparado un carro para efectuar en él los desplazamientos, pero a último momento pudo reponerse y montó a caballo. Al mediodía, el ataque se generalizó desde distintas direcciones, sirviéndoles de guía el emblema azul y blanco. Desplazó entonces Tristán su dispositivo, improvisando una posición defensiva hacia el norte. Primero las alas realistas y luego el centro comenzaron a ceder ante el ataque arrollador de los patriotas. La magnitud del desastre al que estaban siendo sometidos los realistas, convenció al general Tristán, a ofrecer una la capitulación.  

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 Vilcapugio y Ayohuma

  Después de la batalla de Salta, la reorganización del ejército, la reparación del material y la incorporación de nuevos reclutas para cubrir las bajas producidas, demoraron a Belgrano en Salta casi dos meses. Concluidos los preparativos, avanzó hasta Jujuy, en dirección a Potosí, que fue ocupada en los primeros días de mayo. Potosí había sido una de las ciudades del Alto Perú menos accesibles al espíritu de la revolución. Centro minero de gran importancia y asiento de un Banco de Rescates o Casa de Moneda, prevalecía en ella una aristocracia de terratenientes y de funcionarios reales, veedores y ensayadores. Desde su entrada en el territorio del Alto Perú se hizo sentir el efecto saludable de las medidas tomadas por Belgrano para reforzar severamente la disciplina de sus tropas. Las victorias y el firme apoyo del gobierno, del que ahora estaba seguro, le dieron una gran autoridad y un ascendiente indiscutible sobre jefes, oficiales y soldados. Ya no vacilaba en proceder enérgicamente contra los jefes más díscolos y prestigiosos. Al entrar en el Alto Perú, Belgrano repitió las órdenes severísimas que tenía dadas, con el fin de asegurar, con la disciplina de sus tropas, el respeto a la vida y el patrimonio de las poblaciones pacíficas. Se preocupó también de remontar sus efectivos; y a tal fin dispuso que el coronel Zelaya se dirigiese a Cochabamba, con orden de formar allí un nuevo regimiento de caballería. Entre tanto, el general Pezuela, que había reemplazado a Goyeneche, reorganizaba en Oruro el ejército realista y aumentaba sus fuerzas con 360 hombres y 10 piezas de artillería que acababa de remitirle el virrey del Perú. El 7 de agosto se hallaba en Ancacato, 23 leguas al norte de Potosí, con una fuerza de 4000 hombres y 18 piezas de artillería. Aprovechando el apoyo popular - particularmente favorecido por el apoyo de la masa indígena, que acababa de asegurarse en una pintoresca entrevista con el cacique Cumbay -, Belgrano fijó su plan. Consistía en atacar al ejército realista: por el frente, con el grueso de su ejército; y por el flanco izquierdo, con un cuerpo de caballería ya organizado en Cochabamba por el coronel Zelaya; mientras el caudillo Baltazar Cárdenas promovía una vasta insurrección de las indiadas a su retaguardia. El 5 de septiembre partió de Potosí al frente de su ejército, con un efectivo de 3500 hombres y 14 piezas de artillería. El enemigo permanecía reconcentrado en Condo, cuatro leguas al oeste. Belgrano proseguía, entre tanto, su marcha en dirección al lugar denominado Lagunillas. El 27 todo el ejército se hallaba en la pampa de Vilcapugio. El destacamento de observación realista ubicado en Pequereque, bajo las órdenes del coronel Castro, chocó con las huestes de Cárdenas, que fue fácilmente dispersada. Cayeron en poder de Castro los papeles del vencido y, con ellos, varias cartas de

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Belgrano en que se detallaba el plan. Advertido Pezuela del peligro en que se hallaba envuelto, se anticipó al movimiento del enemigo y, dirigiéndose a su encuentro, lo atacó en Vilcapugio, donde se hallaba situado, el día 1 de octubre. El centro y la izquierda de la línea realista fueron destrozados, pero la derecha resistió bravamente bajo las órdenes de los coroneles Picoaga y Olañeta. Ante esto, Belgrano dispuso que el regimiento primero de Patricios corriese en auxilio del ala izquierda. La maniobra fracasó y el regimiento primero de Patricios, envuelto en la dispersión, cedió al pánico, desbandándose lastimosamente. Belgrano, ante la dispersión ya inevitable de su ejército, desmontó en uno de los cerros situados a retaguardia, en el campo de batalla; tomó en sus manos una bandera; reunió una parte de los dispersos; y comenzó a tocar llamada. A los pocos momentos contaba en derredor suyo 200 hombres y una pieza de artillería. Así se mantuvo por espacio de tres horas, con la esperanza de que un refuerzo de su derecha ya dispersa, o quizás el arribo del coronel Zelaya con la caballería de Cochabamba, le permitiesen restablecer el combate. El enemigo, dos veces rechazado en sus asaltos, se hallaba al pie de la cuesta y a prudente distancia, sin atreverse a renovarlos, porque allí estaba Belgrano. Esperaba también refuerzos para intentar definitivamente el desalojamiento de aquel reducido y glorioso grupo de vencidos. A las dos de la tarde, rodeado de 500 hombres y convencido de la inutilidad de la espera, dispuso que el mayor general Díaz Vélez se dirigiese a Potosí, para reunir allí los dispersos que iban en esa dirección; mientras él se dirigía a Cochabamba, buscando la incorporación de Zelaya. Era su propósito amenazar la retaguardia del enemigo. Como lo probarían los hechos, no fueron vano alarde las breves palabras con que arengó a sus soldados, en el momento de ponerse en marcha: "Hemos perdido la batalla después de tanto pelear. ¡No importa! Aún flamea en nuestras manos la bandera de la patria".El 5 de octubre se hallaba a tres leguas de los ingenios de Ayohuma; y allí, multiplicando su actividad, tomó todas las medidas necesarias para reorganizar su ejército y afrontar de nuevo la suerte de las armas. A principios de noviembre, Belgrano, situado en Ayohuma, contaba de nuevo con 3000 hombres y 8 piezas de artillería, en regular estado de organización. Había tenido que remontar sus efectivos con reclutas del país. Esta circunstancia influyó de una manera decisiva en su resolución de combatir a todo trance, pues se hallaba persuadido de que una retirada, en su situación, lo exponía a todos los riesgos de una deserción considerable y, en consecuencia, a la desbandada total de sus tropas. El ejército realista, en cambio, se movía desde Ancacato, con una fuerza total de 3500 hombres entonados por la victoria y 18 piezas de buena artillería. Poco antes de la acción, Belgrano reunió a los jefes de su ejército en junta de guerra; y en ella tomó sobre sí la responsabilidad de la resolución. Guareció su ejército detrás de un barranco, frente a la pampa de Ayohuma, en donde pensaba que debía desarrollarse la acción, con la esperanza de envolver mediante su fuerte caballería el flanco izquierdo del ejército enemigo. Pero éste frustró los planes de Belgrano, corriéndose sobre la izquierda, con la mira de envolver a su vez el flanco derecho del ejército patriota. Pronto se abrió el fuego sobre las filas patriotas. Los soldados de Belgrano, a pesar de su inferioridad moral y numérica, resistieron durante tres horas, "como si hubieran criado raíces en el lugar que ocupaban" (parte de Pezuela). Tanto heroísmo no pudo, sin embargo, evitar la derrota. El enemigo, dueño de una eminencia desde la cual dominaba la derecha del ejército patriota, forzó el ataque y obligó a éste a retirarse. Belgrano debió dejar en poder del enemigo cerca de 1000 hombres entre muertos, heridos y prisioneros.   San Martín y Belgrano  

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Estos dos grandes hombres de nuestra historia se conocieron personalmente en la reunión que mantuvieron en la Posta de Yatasto, sin embargo existía entre ellos, una profusa comunicación epistolar previa, surgida a instancias de José Mila de la Roca, amigo de ambos y secretario de Belgrano en la expedición al Paraguay. Los dos próceres abrieron su corazón a través de la correspondencia. San Martín redactó para Belgrano unos cuadernillos de estrategia militar, extractando opiniones de diversos maestros de guerra y se los envió en vísperas de la batalla de Vilcapugio . Belgrano le escribe dudando de sus propias cualidades, al reconocer que no es un militar de vocación. Tras la derrota de Ayohuma, San Martín le escribe para reconfortarlo y el creador de la bandera responde: "He sido completamente batido en las pampas de Ayohuma, cuando más creía conseguir la victoria; pero hay constancia y fortaleza para sobrellevar los contrastes, y nada me arredrará para servir, aunque sea en clase de soldado por la libertad e independencia de la patria. Somos todos militares nuevos con los resabios de la fatuidad española, y todo se encuentra menos la aplicación y constancia para saberse desempeñar. Puede que estos golpes nos hagan abrir los ojos, y viendo los peligros más de cerca tratemos de hacer otros  esfuerzos que son dados a hombres que pueden y deben llamarse tales". Cuando se enteró que el gobierno había nombrado a San Martín en su reemplazo, se alegró y le escribió: "Mi corazón toma aliento cada instante que pienso que Ud. se me acerca, porque estoy firmemente persuadido de que con Ud. se salvará la patria, y podrá el ejército tomar un diferente aspecto. Empéñese Ud. en volar, si le es posible, con el auxilio, y en venir no sólo como amigo, sino como maestro mío, mi compañero y mi jefe si quiere, persuadido que le hablo con mi corazón, como lo comprobará la experiencia". Animados por estos generosos sentimientos, se dieron por primera vez en Yatasto el abrazo histórico. San Martín se presentó a Belgrano poniéndose a sus órdenes; éste lo recibió como su maestro y sucesor. Sin embargo, San Martín se dio cuenta rápidamente de las cualidades morales de Belgrano y se negó a reemplazarlo, pero debido a la presión del gobierno debió asumir la jefatura del ejército. Belgrano se puso a sus órdenes dando el ejemplo al ir a recibir humildemente las lecciones de tácticas y disciplina. A partir de ese momento, la simpatía nacida a través de cartas se transformó en mutua admiración. Belgrano murió convencido que San Martín era el genio tutelar de la América del Sur. Hasta sus últimos días, San Martín honró la memoria de su ilustre amigo como una de las glorias más puras del nuevo mundo.   

Carta de Belgrano a San Martín  

CARTA DEL GENERAL MANUEL BELGRANO AL CORONEL JOSÉ DE SAN MARTÍN

Santiago del Estero, 6 de abril de 1814

Mi amigo:

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"...Son muy respetables las preocupaciones de los pueblos, y mucho más aquellas que se apoyan, por poco que sea, en cosa que huela a religión: creo muy bien que Usted tendrá esto presente... ".

".... La guerra allí, no sólo la ha de hacer Usted con las armas, sino con la opinión, afianzándose siempre ésta en las virtudes morales, cristianas y religiosas; pues los enemigos nos la han hecho llamándonos herejes, y sólo por este medio han atraído las gentes bárbaras a las armas, manifestándoles que atacábamos la religión... ".

".... Acaso se reirá alguno de este mi pensamiento, pero Usted no deje llevarse de opiniones exóticas, ni de hombres que no conocen el país que pisan... ".

"....He dicho a Usted lo bastante; añadiré únicamente que conserve la bandera que le dejé; que la enarbole cuando todo el Ejército se forme; que no deje de implorar a Nuestra Señora de Mercedes, nombrándola siempre nuestra Generala, y no olvide los escapularios a la tropa... "

 Misión a Europa  

El Consejo de Estado convocado por Posadas aprobó la propuesta de enviar a Europa a Belgrano y Rivadavia en misión ante Fernando VII para felicitarlo por la recuperación del trono, paralizar los preparativos de la península para una gran expedición a América, amenguar los planes ofensivos de Abascal y apaciguar los recelos del Brasil.

Las instrucciones públicas, del 9 de diciembre de 1814, firmadas por Gervasio A. Posadas y Nicolás Herrera, establecían que Rivadavia y Belgrano combinarían en Londres el viaje a España junto con Sarratea; presentarían a Fernando VII las felicitaciones de las Provincias Unidas por la restitución al trono de sus mayores, asegurándole los sentimientos de amor y fidelidad de estos pueblos; informarían al monarca de los abusos cometidos por las autoridades españolas, insistiendo en actos de crueldad impresionantes y en el quebrantamiento de pactos. La pacificación debía tener por base el principio de dejar en los americanos la garantía de la seguridad de lo que se estipulase; los diputados aceptarían proposiciones y bases de justicia, que serían examinadas por la Asamblea de representantes, para tener en cuenta la opinión de los pueblos. Con toda habilidad se hablaba en las instrucciones de forma que dejaba traslucir la voluntad de combatir hasta el fin si no se hallaba comprensión para sus reclamaciones.

Las instrucciones reservadas expedidas para Rivadavia el 10 de diciembre, ofrecen interés. Belgrano quedaría en Londres para operar en otras Cortes, de acuerdo con las instrucciones de Rivadavia desde Madrid. Se decía en las instrucciones reservadas: "Que las miras del gobierno, sea cual fuere la situación de España, sólo tienen por objeto la independencia política de este Continente, o al menos la libertad civil de estas provincias. Como debe ser obra del tiempo y de la política, el diputado tratará de entretener la conclusión de este negocio todo to que pueda sin compromiso de la buena fe de la misión". Debía pedir el envío de emisarios reales a las provincias para que conozcan la verdadera situación y consulten los medios de una conciliación sobre bases de seguridad, igualdad y justicia. Si fracasara esa proposición y pusiera en peligro la negociación, "entonces hará ver con destreza que los americanos no entrarán jamás

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por partido alguno que no gire sobre estas bases o la venida de un príncipe de la Casa Real de España que mande en soberano este continente bajo las formas constitucionales que establezcan las provincias; o el vínculo y dependencia de ellas de la corona de España, quedando la administración de todos sus ramos en manos de americanos". Se admite la regalía del rey en materia de empleos, impuestos, etc., en cuanto no comprometan la seguridad y la libertad del país . . .

Se creía llegar más fácilmente a la independencia halagando al rey con el posible establecimiento de una monarquía constitucional. En el caso que España insistiera en la sumisión servil de las provincias, el diputado se dirigiría a otra Corte para sacar algún partido ventajoso que asegurase la libertad civil, sin detenerse en admitir tratados políticos y de comercio, porque el fin era conseguir una protección respetable de alguna potencia de primer orden contra las tentativas opresoras de España.

Antes de pasar a Madrid, Rivadavia se informaría por Sarratea de la política inglesa con respecto a la América española; si la nación inglesa quisiera enviar un príncipe de la casa real o de otra de sus aliadas, para que se corone en esta parte del mundo bajo la constitución que fijen estos pueblos, o bajo otras formas liberales, entonces se omitirá el viaje a la península y sólo tratará con Inglaterra. De existir otras perspectivas, el objeto de las gestiones del diputado era romper con España y asegurar la independencia admitiendo, en caso extremo, un príncipe inglés o de otra casa extranjera. De todos modos, se quería entretener a España, dilatando toda solución y dejando pendiente de la lentitud la esperanza de una conciliación.

Los diputados llegaron de Buenos Aires a Río de Janeiro el 12 de enero de 1815 y tuvieron entrevistas con lord Strangford, que puso a su disposición una fragata inglesa para llegar a Londres; ni el príncipe regente ni la infanta Carlota los recibieron. Salieron de Río de Janeiro el 16 de marzo y a mediados de mayo se pusieron en relación con Sarratea, en momentos en que Napoleón había regresado de Elba y se había vuelto a posesionar del trono de Francia, aventura que duraría cien días.

Sarratea juzgó inoportuno el envío de los diputados a España, a causa de la obstinación del rey, y en cambio ideó otra combinación: la de proponer a Carlos IV, residente en Italia, la coronación de su hijo Francisco de Paula en el trono del Río de la Plata. Con ese fin encomendó al conde Cabarrús la negociación con el ex rey de España en Roma. Parece ser que persuadió a la reina María Luisa, pero Carlos IV pidió tiempo para reflexionar. Rivadavia y Belgrano adhirieron al plan de Sarratea. Cabarrús volvió a Italia con instrucciones, memoriales y proyectos de Constitución. La nueva monarquía que se proponía a Carlos IV se llamaría Reino Unido del Río de la Plata, y abarcaría al antiguo virreinato, la presidencia de Chile y las provincias de Puno, Arequipa y Cuzco con las costas o islas adyacentes; se creaba una nobleza hereditaria, etc., etc. Carlos IV se negó a admitir el proyecto elaborado por Belgrano y Rivadavia. Sarratea lo impugnó porque vio desautorizada en él la actuación de Cabarrús, su aliado circunstancial a interesado. El "negocio de Italia", como lo llamaba Sarratea, quedó en la nada.

Consecuencia de esa frustración fue el disgusto de Rivadavia y Belgrano con respecto a Cabarrús, y también con Sarratea; los recursos con que contaban los diputados de Buenos Aires fueron invertidos en esas tramitaciones de Cabarrús; se estuvo a punto de llegar a un duelo entre Belgrano y Cabarrús, que logró evitar Rivadavia. Lo que no evitó

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fue la hostilidad y las intrigas de Sarratea contra sus gestiones, luego de esto Belgrano regresó a Buenos Aires

 

Belgrano y la independencia  

En la sesión secreta del sábado 6 de julio de 1816 - en vísperas de la Declaración de la Independencia- el general Manuel Belgrano expuso ante los entusiasmados congresales su conocido Plan del Inca. Como es sabido, ese día 6 se celebraron dos sesiones, una pública y otra secreta, y en ésta, Belgrano expuso que la Revolución en sus comienzos había merecido alto concepto e interés de parte de los gobiernos europeos; pero que el haber declinado en el desorden y la anarquía, que continuaba en tan dilatado tiempo, "se había convertido en un obstáculo para ser protegida por aquellos gobiernos, debiendo, en el presente, estar reducidos a nuestras propias fuerzas".Dijo también que en Europa se había producido una mutación completa con respecto a las formas de gobierno y que "el espíritu general de las naciones de monarquía temperada, había estimulado a las demás naciones a seguir su ejemplo". "Conforme a estos principios" -dice escuetamente el acta de la sesión secreta-, "expuso que, en su concepto, la forma de gobierno más conveniente para estas provincias era la de una monarquía temperada, llamando la Dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta casa tan inicuamente despojada del trono y que ello despertaría el entusiasmo general de los habitantes del interior con la sola noticia de un paso para ellos tan lisonjero". "Respondió adecuadamente a varias preguntas que le fueron hechas por los señores diputados y cuyos pormenores no interesantes no se transcriben "-dice el acta- " y se levantó la sesión". Estaba lanzado el proyecto de la restauración de un descendiente de la casa de los Incas al trono de las Provincias Unidas en Sudamérica. Si bien lo expuso Belgrano por razones de su prestigio ante los congresistas, era un plan que se había elaborado en la Gran Logia Americana de Miranda, que "El Precursor" había expuesto al primer ministro Pitt en dos ocasiones. Era el plan que San Martín calificara de "El admirable Plan del Inca", en carta a Godoy Cruz, su confidente en el Congreso. Pero aquel plan perturbó de inmediato, en la sesión misma, a los diputados de Buenos Aires, porque también implicaba que la capital del imperio restaurado fuera la antigua y casi legendaria Cuzco. El plan fue tratado en varias sesiones; en la del viernes 12 de julio el diputado por Catamarca Manuel Antonio Acevedo defendió la idea dinástica incaica y fue apoyado por algunos diputados; el tratamiento se reiteró en la sesión del viernes 19 de julio, con la argumentación a favor de la tesis de José Severo Feliciano Malabia y es ésta la sesión donde Fray Justo Santa María de Oro sostuvo que era menester "consultar previamente a los pueblos antes de declarar la forma monárquica de gobierno, a la que veía inclinados los votos de los representantes". En la sesión del 31 de julio se alzó en pro de la candidatura del inca la firme voz de Castro Barros, quien pronunció un prolijo razonamiento en favor del gobierno monárquico constitucional. De inmediato fue apoyado por el diputado Rivera. Sucesivamente defendieron la adopción de la forma monárquica y la restauración incaica los diputados Sánchez de Loria, y Pacheco de Melo, quien pidió votación inmediata, y Acevedo, el más decidido por la justicia que aquella restauración entrañaba. Se opusieron de inmediato Gascón y otros diputados. No hubo posible acuerdo y la discusión quedó pendiente. Se renovó en la

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sesión del 5 de agosto de 1816. El presidente Thames fundamentó extensamente la candidatura del inca, y fue apoyado en la parte principal por los diputados Godoy Cruz y Castro Barros. Serrano se opuso en larga exposición. Fue rebatido por los diputados Sánchez de Loria y Malabia, y según "El Redactor del Congreso", "no se juzgó suficientemente discutida la materia para que recayese sobre ella sanción inmediata".Los acontecimientos llenos de peligros que preocuparon profundamente al Congreso en las sesiones de agosto y septiembre de 1816, postergaron el tratamiento de la restauración incaica: había gestiones de paz con Santa Fe, revolución de Bulnes en Córdoba, amenazas de invasión realista por el norte, invasión portuguesa en la Banda Oriental. Luego se comenzará a tratar el traslado del Congreso, la urgente sanción del Estatuto Provisional con las reformas propuestas. Las gestiones de la candidatura del inca quedaron postergadas, y cuando el propósito monárquico del Congreso se manifieste nuevamente, serán otras las rutas y las metas.  Belgrano vuelve al Ejército del Norte  

En junio de 1816 había llegado a Jujuy el director supremo Pueyrredón, elegido el 3 de mayo por el Congreso constituyente, a fin de imponerse de las necesidades del ejército y establecer relaciones con Salta; decidió que el ejército se replegara hacia Tucumán y que Güemes se hiciese cargo de la defensa de la frontera norte. Belgrano había sido designado para suceder a Rondeau y el nuevo general en jefe recibió el ejército en Trancas de manos de French el 7 de agosto; enseguida dispuso su marcha hacia Tucumán y lo condujo a la Ciudadela para iniciar su reconstrucción moral y material con miras a que pudiese cumplir su papel en la operación proyectada por San Martín sobre Lima.

San Martín había expresado: "Para mandar el ejército del Perú, yo me decido por Belgrano; es el más metódico de los que conozco en nuestra América; lleno de integridad y de talento natural, no tendrá los conocimientos de un Moreau en punto a milicia, pero es lo mejor que tenemos en América del Sur".

San Martín completó su plan estratégico de 1814; originariamente quería que la ofensiva contra el Perú se hiciese solamente por el Pacífico; después pensó que esa acción ofensiva debía combinarse con otra simultánea desde Salta a través del Alto Perú. Mientras se realizaba la invasión a Chile, en Jujuy se mantendría la defensiva estricta, favoreciendo las insurrecciones altoperuanas con algún armamento; pero el ejército se retiraría a Tucumán para ser reorganizado a instruido como para que interviniese a su hora en la lucha por Lima.

   

Belgrano y Güemes  

El ejército realista del Alto Perú, después de retirarse de Salta y Jujuy, estableció el cuartel general en Tupiza, Los levantamientos patriotas y las expediciones punitivas se sucedieron, con pérdidas sensibles para los rebeldes.

Aunque andaba tan escaso en elementos para el ejército a su cargo, Belgrano se esforzaba por ayudar a Güemes; eso desengañaría a "los que propalan que hay

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diferencias, entre nosotros; bien que a mi poco me importa, porque no busco el concejo de nadie, sino el de mi propia conciencia, que al fin es con la que vivo en todo instante y no quiero que remuerda".

Cuando se produjo la cuarta invasión realista, las posibilidades de Belgrano eran muy reducidas; todos los recursos a que Pueyrredón podía echar mano iban a Mendoza con destino al ejército de los Andes; ni siquiera tenía caballos para montar a los de esa arma, y aconsejaba a Güemes que sus gauchos, en lugar de sables, que no podía proporcionar, usasen lanzas: "Yo le aseguro que harán primores con ellas".

Existía una relación amistosa y de confianza entre Belgrano y Güemes; con esa conducta y con la perspicacia de San Martín para prever lo que el caudillo salteño era capaz de dar a la causa común, se salvó la frontera del norte a costa de muchos sacrificios en hombres, pero sin absorber las escasas disponibilidades del país. Si hubiese sido posible algo similar en el caso de Artigas, se hubiesen ahorrado muchos años de dificultades y de derramamientos de sangre.

Belgrano pidió al gobierno autorización para disponer de los fondos del Estado o de los particulares; el 8 de mayo el Congreso le autorizó a realizar empréstitos forzosos en casos de urgente necesidad y encomendó al director supremo toda la ayuda posible y a la mayor brevedad al ejército del Norte.

El deseo ardiente de Belgrano era que sus tropas participasen en la guerra y proyectó remontarlas a 6.000 hombres; pero continuaban en la máxima estrechez; sus soldados carecían de uniforme, la comida en abundaba, el armamento era insuficiente; ni siquiera disponían de caballadas. Y en esos momentos, los indios se agitaban y cometían tropelías contra las zonas pobladas, y los caudillos del litoral creaban tropiezos al gobierno bajo la inspiración artiguista.

Aun sabiendo que Belgrano no disponía de elementos, Belgrano mejoraba y disciplinaba el ejército a instruía a los oficiales en Tucumán; aspiraba a ponerlo en condiciones de intervenir eficazmente y cooperar en los futuros movimientos de San Martín hacia el Perú.

Al producirse la irrupción de Olañeta por la Quebrada, la caballería de los gauchos no había sido repuesta después del desgaste de la última campaña; entonces quiso Belgrano moverse contra la vanguardia realista, para que los habitantes de Salta y Jujuy pudiesen dedicarse a la atención de sus hogares y cultivos. Pero en lugar de esa empresa, el gobierno de Buenos Aires le ordenó que enviase a Córdoba al regimiento N° 2, de 400 hombres, al mando de Juan Bautista Bustos, para aplacar la insurrección de Bulnes.

Los acontecimientos que tenían lugar en las provincias del litoral pusieron fin a la intervención del ejército del Norte en la guerra contra el enemigo común y se perdió así para las luchas por la independencia.

Es verdad que los realistas no podían contar ya con grandes perspectivas y que sus proyectos de avance sobre Tucumán y eventualmente sobre Córdoba habían cambiado, pero para la defensa de la frontera norte bastaban los gauchos salteños.

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   El ejército de Belgrano comprometido en el litorial  

El regimiento del ejército del Norte enviado a fines de 1817 a Córdoba a las órdenes de Juan Bautista Bustos, se situó en observación en la Villa de Ranchos; el 8 de noviembre de 1818 fue atacado y sitiado en Fraile Muerto por Estanislao López; para reforzar a Bustos, a fines de 1818 salió Aráoz de Lamadrid con dos escuadrones de húsares y uno de dragones, este último a las órdenes del comandante José María Paz.

No fue bastante; el gobierno de Buenos Aires se sintió impotente para dominar la rebelión de Santa Fe contra las tropas al mando de Balcarce y resolvió utilizar los ejércitos de los Andes y el del Alto Perú para someter a los

Enfermedad y muerte  Abatimiento anímico  

Según los historiadores no existen antecedentes patológicos en la infancia y la adolescencia de Belgrano. Su patología comenzó en 1794 cuando retorno al país y asumió secretario del Consulado. El día de inauguración de las sesiones, el 2 de junio de 1794 sufrió una gran desilusión que el prócer relató así: "No puedo decir bastante mi sorpresa cuando conocí a los hombres nombrados por el Rey para la Junta, quienes lejos de cumplir con la misión encomendada, de propender a la felicidad de las provincias del virreinato de Buenos Aires, eran todos comerciantes españoles, exceptuando uno que otro, nada sabían más que su comercio monopolista a saber comprar por cuatro para vender por ocho". Ante este panorama, Belgrano se desmoralizaba y su ánimo se abatió. Sus padecimientos fueron de índole espiritual y orgánica. La salud delicada de Belgrano, según Bartolomé Mitre, no le permitía contraerse intensamente a los deberes de su empleo. Los episodios de abatimiento anímico se repitieron infinidad de veces.    Las infecciones  

Durante su estada en Europa, Manuel Belgrano contrajo una enfermedad infecciosa que lo tuvo a maltraer por el resto de su vida. El cuadro infeccioso recrudeció mientras era Secretario del Consulado desde 1794 hasta septiembre de 1810, por lo que se vio obligado a pedir licencia en varias ocasiones; esto abatía moralmente a Belgrano, pues su deseo era dedicarse de lleno y sin descanso a su empleo.Cuando inició la expedición al Paraguay, en setiembre de 1810, aún estaba enfermo. La Junta dio crédito a un informe equivocado creyendo se trataba de una empresa fácil. Por el contrario fue una expedición riesgosa y sumamente penosa. Belgrano confiesa: "Admití ser el General en Jefe a pesar de estar convaleciente para que no se creyese, repugnaba los riesgos y además deseaba hallarme en un servicio activo".   

Reumatismo  Algunos historiadores plantean la posibilidad de que el general padeció una

afección reumática. Está bien fundada la sospecha pues la cardiopatía que lo llevó a la muerte, según la opinión del anátomo patólogo profesor Dr. Laureano García Dadoni pudo haberse tratado de una valvulopatía de insuficiencia aórtica, o combinada, de origen reumático.   

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Afección ocular  En 1800 Belgrano padeció una afección ocular, más precisamente, un principio

de fístula en ambos conductos lagrimales. Según manifiesta Belgrano en una carta a su amigo Manuel Salas; "He estado bastante enfermo de mis ojos y aún actualmente no noto mejoría mayor. Este, junto a otras atenciones benéficas de mi país me han hecho posponer mi viaje a Europa, aún prometiéndome ventajas, y me hallo aquí engolfado, sin tener tiempo muchas veces para curarme". Enterado el Rey le invitó que pasase a España a curarse. Le concedía licencia por un año con goce de sueldo. Belgrano rechazó el ofrecimiento, firme en su convicción de anteponer su patria a su persona y enfermedades.   En el Ejército del Norte  

En vísperas de la batalla de Salta y al amanecer del día 20 de febrero de 1813, fecha de la memorable acción, tuvo vómitos de sangre. En determinado momento pareció que tenía que dirigir la batalla desde un carruaje, la carretilla, que se conserva en el Museo Histórico de Luján, pero se recuperó y pudo montar a caballo, circunstancia que le permitió movilizarse rápidamente y recorrer todo el frente de batalla. El general Paz ratifica el episodio, que Belgrano mandó preparar una carretilla que no utilizó al cesar la hemorragia. Los historiadores suponen casi con certeza que provienen del aparato digestivo, porque tienen una iniciación y una terminación bruscas, en oposición a la hemoptisis, sangre proveniente del aparato respiratorio, en que la duración es más prolongada, además se acompaña de golpes de tos.    Dispepsia  

El General Belgrano sufrió padecimientos gástricos, se indigestaba con facilidad es decir tenía una dispepsia, que significaba digestión difícil. Este problema se acentuó en la noche de la retirada de Vilcapugio: Tanto la tropa como el jefe no descansaban ni comían desde hacía 24 horas; el único alimento que pudieron proporcionarle fue carne de llama que es muy nauseabunda y le provocó un gran malestar. Bernardo González Arrilli ratifica el episodio y agrega que ese alimento le provocaba dolor de estómago. En Tucumán pedirá que le cocinen la poca verdura que su estómago acepta. En Córdoba se indigestó con caldo de perdiz.    Paludismo  

Después de la batalla de Salta, el gobierno exigió a Belgrano que persiguiera a los realistas y realizara un avance rápido hacia Potosí. El 3 de mayo, el héroe envió una comunicación al gobierno en la que manifestaba: "Estoy atacado de paludismo - fiebre terciana, que me arruinó a términos de serme penoso aún el hablar; felizmente lo he desterrado y hoy es el primer día, después de los doce que han corrido que me hallo capaz de algún trabajo".

Belgrano, enfermo, realizó la campaña por el Altiplano, libró las batallas de Vilcapugio y Ayohúma. Regresó a Jujuy, Salta y Tucumán en iguales condiciones de salud. En la última localidad transmitió el mando del ejército al Libertador San Martín y según su confesión: "seguía afectado por la terrible terciana y se vio obligado a pedir licencia para atender a su quebrantada salud". El gobierno no le concedió la licencia, pues debía responder a un consejo de guerra por las derrotas de Vilcapugio y Ayohúma. Para cumplir con la orden hizo un penoso viaje; se sabe que el 8 ó 9 de Junio de 1814, en muy mal estado de salud pasó por Rosario. El 12 ya se hallaba en Luján, donde permaneció arrestado algunos días. Su enfermedad se agravaba circunstancia que le

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obligó a pedir permiso a las autoridades para permanecer en la quinta de un pariente en San Isidro. Su espíritu no se abatió y comenzó a escribir sus memorias. Tenía 44 años. En todo el periplo por el altiplano y el viaje a Buenos Aires le acompañó su gran amigo y abnegado médico, el Dr. Joseph Readhead.    Problemas de salud   Las referencias aparecen a partir de 1819. Bartolomé Mitre, un gran biógrafo de Belgrano, resalta la disminución psicofísica del prócer, y opinó que sus enfermedades "son del cuerpo y del espíritu". La primera referencia a su enfermedad, que al año siguiente acabará con su vida, está consignada en una carta que desde la Posta de la Candelaria, escribió el 7 de Abril de 1819, a su sobrino político el Coronel don Ignacio Álvarez Thomas, en la que le manifestaba que tenía mal los pulmones, el pecho, el muslo y la pierna derechos y que lo tenían que ayudar a desmontar.. Esta es la primera referencia a su mal al pecho y el pulmón que ratificará un año después en la nota que dirigió al Gobernador de Buenos Aires, don Manuel de Sarratea, del 13 de Abril de 1820, en la cual especifica que "su enfermedad comenzó el 23 de Abril de 1819".

En mayo de 1819 se instaló en Cruz Alta, localidad situada en la provincia de Córdoba. Allí se instaló en un mísero rancho de adobe. Al acercarse la primavera el ejército se trasladó a La Capilla del Pilar, sobre el Río Segundo. Pocos días después el Gobernador de Córdoba recibió una carta de los jefes de los cuerpos, quienes le anunciaban la gravedad de las dolencias de Belgrano. Hasta allí llegó acompañado por el facultativo Dr. Francisco de Paula Rivero, quien comprobó los síntomas de una hidropesía avanzada. Sin embargo, no quiso trasladarse a la ciudad y argumento: "Sé que estoy en peligro de muerte, pero aquí hay una capilla donde se entierran los soldados y también se puede enterrar a un General". Belgrano sufrió privaciones, necesidades, clamores de soldado, miserias increíbles, jamás se vio turbada su serenidad ni alterada su firmeza; clamaba que con urgencia le enviaran ganado, no tenía con que alimentar a la tropa y hasta faltó el alimento para los jefes; comía carne cuando la podía brindar a sus subordinados.

La enfermedad lo venció. Sus males se agravaron y el 11 de septiembre entregó el mando al general Francisco Fernández de la Cruz y partió hacia Tucumán, con la esperanza de mejorar su estado de salud. Al pasar por los suburbios de Córdoba recibió una emotiva demostración. Veinticinco hombres de su escolta, espontáneamente descendieron de su cabalgadura, se descubrieron ante él y sollozando le dijeron: "Adiós mi general; Dios nos lo devuelva con la salud y lo veamos pronto", siendo esta la última ovación que el vencedor de Tucumán y Salta recibió en vida. Cuando el 1° de Octubre pasó por Santiago del Estero, Belgrano le escribió al Gobierno, comunicándole: "Mi enfermedad se agrava manifestándose en la fatiga que me aqueja y en la hinchazón de las piernas y los pies". El Gobierno al recibir la comunicación, emitió un decreto concediendo al General amplias facultades para proveer a su asistencia. El creador de la Bandera falleció el 20 de junio de 1820.   Los últimos tiempos  

El día 20 de Junio de 1820 moría el general don Manuel Belgrano, después de catorce meses de una larga agonía. Después de las humillaciones sufridas a consecuencia del motín de Tucumán. Belgrano cayó presa de una profunda melancolía. Reducido a una extrema pobreza, sólo era visitado por dos o tres amigos, quienes generosamente le adelantaron algunos fondos, para paliar sus necesidades. El prócer dijo: "Yo quería a

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Tucumán como a la tierra de mi nacimiento, pero han sido aquí tan ingratos conmigo, que he determinado irme a morir a Buenos Aires; pues mi enfermedad se agrava cada día más". Pero su acuciante economía le impedía costearse el viaje de regreso, por lo que tuvo que recurrir a don José Celedonio Balbín quien puso inmediatamente a su disposición la cantidad de 2000 pesos plata, que él aceptó agradecido, con cargo de devolución. En los primeros días de febrero, el General se puso en marcha con destino a Buenos Aires. Lo acompañaban su médico de cabecera el doctor Joseph Redhead, su capellán el padre Villegas y sus fieles ayudantes de campo, don Gerónimo Helguera y don Emilio Salvigni. Sus piernas estaban tan hinchadas y su estado de postración era tal, que cuando llegaban a alguna posta, sus ayudantes lo cargaban en hombros para bajarlo del carruaje y conducirlo a la cama. Belgrano llegó a Buenos Aires en el mes de marzo. Desde entonces pasó sus días sentado en un sillón, y la noche en vigilia, incorporado en su cama, porque no podía acostarse del todo. Sus hermanos y los pocos amigos que le habían quedado, lo rodeaban a todas horas del día y de la noche. El gobernador de Buenos Aires, Ramos Mejía, sabedor del estado de indigencia en que se encontraba, le envió un día 300 pesos, con destino a los gastos de su curación. El 25 de mayo, 25 días antes de morir, había dictado su testamento, donde encomendaba su alma a Dios, que la formo de la nada, y su cuerpo a la tierra, de la que fue formado.. El día antes de morir, pidió a su hermana Juana que lo asistía con el amor de una madre, que le alcanzase su reloj de oro que tenía colgado a la cabecera de la cama. "Es todo cuanto tengo que dar a este hombre bueno y generoso", dijo dirigiéndose a su médico

 El testamento

A los 25 días antes de morir Belgrano dictó su testamento. Declaró que como no

tenia ningún heredero forzoso, ascendiente ni descendiente, instituía como tal a su hermano el religioso don Domingo Estanislao Belgrano, a quien nombró patrono de las escuelas por él fundadas, legándole su retrato, con encargo secreto de que, pagadas todas sus deudas, aplicase todo el remanente de sus bienes a su hija natural llamada Manuela Mónica , que con poco mas de un año había dejado en Tucumán con su madre Dolores Helguero, y encargándole que hiciese de padre y le diera una buena educación. Belgrano le dejo todo a su hermano porque legalmente y a los ojos mal pensados de aquella época no le podía dejar todo a una hija ilegitima.

A continuación se transcribe el texto del testamento de Manuel Belgrano actualizando su ortografía, este texto esta tomado de los Anales del Instituto Nacional Belgraniano, Nº 6.

Testamento

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  "En el nombre de Dios y con su santa gracia amén. Sea notorio como yo, Dn. Manuel Belgrano, natural de esta ciudad, brigadier de los ejércitos de las Provincias Unidas de Sud America, hijo legítimo de Dn. Domingo Belgrano y Peri, y Da. María Josefa González, difuntos: estando enfermo de la (enfermedad) que Dios Nuestro Señor se ha servido darme, pero por su infinita misericordia en mi sano juicio, temeroso de la infalible muerte a toda criatura e incertidumbre de su hora, para que no me asalte sin tener arregladas las cosas concernientes al descargo de mi conciencia y bien de mi alma, he dispuesto ordenar este mi testamento, creyendo ante todas las cosas como firmemente creo en el alto misterio de la Santísima Trinidad, Padre Hijo y Espiritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, y en todos los demás misterios y sacramentos que tiene, cree y enseña nuestra Santa madre Iglesia Católica Apostóica Romana, bajo cuya verdadera fe y creencia he vivido y protesto vivir y morir como católico y fiel cristiano que soy, tomando por mi intercesora y abogada a la Serenísima Reina de los Angeles María Santísima, madre de Dios y Señora nuestra y devoción y demás de la corte celestial, bajo de cuya protección y divino auxilio otorgo mi testamento en la forma siguiente:

"1ª Primeramente encomiendo mi alma a Dios Nuestro Señor, que la crió de la nada, y el cuerpo mando a la tierra de que fue formado, y cuando su Divina majestad se digne llevar mi alma de la presente vida a la eterna, ordeno que dicho mi cuerpo, amortajado con el hábito de patriarca de Santo Domingo, sea sepultado en el panteón que mi casa tiene en dicho convento, dejando la forma del entierro, sufragios y demás funerales a disposición de mi albacea.

"2ª Item, ordeno se dé a las mandas forzosas y acostumbradas a dos reales con las que separo mis bienes.

"3ª Item, declaro: Que soy de estado soltero, y que no tengo ascendiente ni descendiente.

"4ª Item, declaro: Que debo a Dn. Manuel de Aguirre, vecino de esta ciudad, dieciocho onzas de oro sellado, y al Estado seiscientos pesos, que se compensarán en el ajuste de mi cuenta de sueldos, y de veinticuatro onzas que ordeno se cobre por mi albacea, y preste en el Paraguay al Dr. Dn. Vicente Anastasio de Echeverría, para la compra de una mulata - Cuarenta onzas de que me es deudor el brigadier Dn. Cornelio Saavedra, por una sillería que le presté cuando lo hicieron Director; dieciséis onzas que suplí para la Fiesta del Agrifoni en el Fuerte, y otras varias datas; tres mil pesos que me debe mi sobrino Dn. Julián Espinosa por varios suplementos que le he hecho.

"5ª Para guardar, cumplir y ejecutar este mi testamento, nombró por mi albacea a mi legítimo hermano el Doctor D. Domingo Estanislao Belgrano, dignidad de chantre de la Santa Iglesia Catedral, al cual respecto a que no tengo heredero ninguno forzoso ascendiente ni descendiente, le instituyo y nombro de todas mis acciones y Doctores. Presentes y futuros. Por el presente revoco y anulo todos los demás testamentos, codicilos, poderes para testar, memorias, u otra cualesquiera otra disposición testamentaria que antes de ésta haya hecho u otorgado por escrito de palabra, o en otra forma para que nada valga, ni haga fe en juicio, ni fuera de él excepto este testamento en que declaro ser en todo cumplida mi última voluntad en

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la vía y forma que más haya lugar en Dro. En cuyo testimonio lo otorgo así ante el infrascrito escribano público del número de esta ciudad de la Santísima Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires, a veinticinco de mayo de mil ochocientos veinte. Y el otorgante a quien yo. Escribano doy fe conozco, y de hallarse al parecer en su sano y cabal juicio, según su concertado razonar, así lo otorgo y firmo, siendo testigos llamados y rogados don José Ramón Mila de la Roca, Juan Pablo Sáenz Valiente, y Manuel Díaz, vecinos. M, Belgrano (firma). Narciso de Iranzuaga (firma) Escribano Público."

 

Oración a la bandera

¡Bandera de la Patria, celeste y blanca, símbolo de la unión y de la fuerza con que nuestros padres nos dieron independencia y libertad; guía de la victoria en la guerra, y del trabajo y la cultura en la paz; vínculo sagrado e indisoluble entre las generaciones pasadas, presentes y futuras; juremos defenderla hasta morir antes que verla humillada!

¡Que flote con honor y gloria al frente de nuestras fortalezas, ejércitos y buques, y en todo tiempo y lugar de la Tierra donde éstos la condujeran; que a su sombra la Nación Argentina acreciente su grandeza por siglos y siglos, y sea para todos los hombres mensajera de libertad, signo de civilización y garantía de justicia!

Joaquín V. González

 

Marcha de la bandera

Gloriosa enseña de la Patria mía,el Paraná en sus brisas te envolvió,y en su ribera tremolaste el díaen que Belgrano al mundo te mostró.

Jamás vencida, siempre como el iris,tras las borrascas tu color surgió,

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y el grito heroico de la ardiente gloriadonde flameaste por doquiera vibró.

Viva eterno el nombre del héroeque formara tan bello color.Viva libre la enseña de Mayo,Gloria! Viva! su ilustre creador.

Gloriosa enseña de la Patria mía,el Paraná en sus brisas te envolvió,y en su ribera tremolaste el díaen que Belgrano al mundo te mostró.

Jamás vencida, siempre como el iris,tras las borrascas tu color surgió,y el grito heroico de la ardiente gloriadonde flameaste por doquiera vibró.

Sol de las batallas,en que las glorias de la Patria viera;luz inmaculadaentre los pliegues de la azul bandera.

Nunca tus fulgoresempañe el velo de la ciega suerte,y antes que humilladasobre tu vida ciérnase la muerte.

Letra de G.J. García

Bibliografía     

1.   Ravignani, Emilio: "El Virreinato del Río de la Plata(17761810)", en "Historia de la nación Argentina", publicada por la Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 2° Edición, 1940, Vol. IV, Primera Sección, pags. 489  493.

2.   Belgrano, Manuel: "Escritos Económicos", Hyspamérica Ediciones Argentinas, S.A., Buenos Aires, 1988.

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3.   Levene, Ricardo: "Investigaciones acerca de la Historia Económica del Virreinato del Río de la Plata", en "Obras de Ricardo Levene", Academia Nacional de la Historia, Tomo 11, Buenos Aires, 1962.

4.   Belgrano, Manuel: “Memorias”, Biblioteca  Pagina 12. Compilador : Fernández López,  Manuelº

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