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¿DÓNDE ESTÁ MI EQUIPO?la vida es viaje

Mario Kogan - José Ochoa

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© primera edición impresa, 2006

H KLICZKOWSKI - ONLYBOOK, S.L.

© ¿Dónde está mi equipo?, Mario Kogan y José Ochoa, 2005

ISBN: 84-96592-01-4

EAN: 9788496592018

D. L.: M-8414-2006

Portada: Grabado calcográfico por José Ochoa

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¿dónde estoy?

azul profundo

luz verde

surcos plateados

compartir la naranja

alerta roja

agujero negro

disco amarillo

hilos dorados

nubarrones grises

cielo púrpura

página en blanco

arco iris

¿adónde voy?

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¿Dónde está mi equipo?

En un planeta cubierto por el agua en su 80 porciento, cuatro amigos se embarcan en un veleropara cruzar uno de los grandes mares, el

Atlántico. Su viaje es una travesía marítima de casicinco mil kilómetros, pero sobre todo es un viajeinterior y un viaje en grupo.

La vida es viaje, es muchos viajes. Éste era uno másy, como en casi todos, el viaje fue posible gracias alequipo. En el constante movimiento de la vida, el retoes identificar quién forma parte de cada viaje.

¿Somos capaces de convertir el grupo en un equipo?¿Sabremos mantener los lazos más allá de lasdificultades?

Y yo, ¿puedo ser parte de un equipo? ¿Dónde está?

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¿dónde estoy?

No veo nada, no siento nada. No sé si tengo losojos abiertos o cerrados, pero la oscuridad merodea. Intento mover mi mano para tocar algo

alrededor, pero ni siquiera noto que se mueva mi mano.No percibo ningún sonido ni soy capaz de articularlo.

El abismo de la soledad me produce un vértigo que mehace caer sin cesar.

No es la primera vez que me encuentro así, perojamás me acostumbraré a esta sensación. Me gustaríamoverme, estar seguro de avanzar hacia alguna parte, yni siquiera sé si estoy totalmente inmóvil.

Necesito estar cerca de alguien, pero no noto ningunapresencia. Quisiera sentirme acompañado pero en laoscuridad me siento totalmente solo.

Quisiera saber dónde estoy, adónde voy, con quiénvoy. Esta sensación de soledad me produce un vacíoque me sume en el abatimiento.

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Samuel

Me acabo de despertar, pero todavía no abro losojos. Siento un balanceo que me mece y medejo llevar por esa sensación un rato. Abro los

ojos y observo mi pequeño cubículo. Todo está igualque ayer y yo tengo la misma inquietud que cuando meacosté. Cuando salgo, el viento termina de despertarme.Todo, hasta el horizonte, es agua a mi alrededor. Estoyen medio del Atlántico. Me rodea

un azul profundo,

una inmensidad que produce vértigo, si se haceconsciente.

—Buenos días, Samuel. ¿Una mala noche o undespertar inquieto? –me saluda Alberto, que está altimón. Me acerco a él.

—Lo segundo. Sigo dándole vueltas a la inmensidadoceánica. No somos nada aquí en medio. No leimportamos a este mar. Hagamos lo que hagamos aquí,nada ni nadie se alterará, no tiene ninguna repercusión.

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En todas las direcciones las distancias son enormes,incluso hacia abajo: tenemos una profundidad de 3.000metros. ¿No se siente uno insignificante?

—Y eso no es nada comparado con tu minúsculaposición en el tiempo.

—¿Qué quieres decir?—Te lo explicaré. ¿Tienes una calculadora?—No nos hace falta. Tenemos a Martín. ¡Martín, sube

a cubierta y échanos una mano!Alberto empezó su reflexión:—Hace cuatro millones y medio de años se produjo

en la evolución la aparición de los primeros homínidos.Y hace 127.000 años vivieron los Neanderthales.Parece lejos, ¿no?

—Sí —contesté.—Pues vamos a traducir ese tiempo en distancia

espacial. ¿Sabéis cuándo nació el océano que estamossurcando? No es tan viejo como parece. Nació en elMesozoico. Estaba ya formado por la separación decontinentes hace unos 65 millones de años. A ver,Martín, este barco tiene 13 metros de eslora, ¿no?

—Casi.—Si contamos todo el tiempo que lleva existiendo

este mar, 65 millones de años, y lo traducimos a lalongitud de nuestro barco, ¿qué distancia suponen los127.000 años que nos separan del Neanderthal?

—Es una sencilla regla de tres. Dame un momento…dos centímetros y medio —dijo marcando con susdedos pulgar e índice esa mínima distancia.

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—¡Impresionante! No conocía yo esta habilidad tuya,Martín.

Alberto, mirando al frente, con las manos firmes en eltimón, dijo sonriendo:

—Ya ves, señor Samuel. Si la longitud de este barcovaliera lo mismo que la edad del mar que surca, túestarías tan lejos del Neanderthal como… —En esemomento Juan, que acababa de subir a cubierta, se pusoa mi lado y me pasó el brazo por el hombro. Albertoaprovechó para terminar su frase—: …como lo estás deJuan ahora.

—¿A que tiene un poco de cara de simio nuestroNeanderthal? —dije riendo.

—En términos de edad planetaria, la evoluciónhumana acaba de pasar. Sólo 25 milímetros te separande lejanos ancestros. Eso quería decirte, Samuel: queno somos nada tampoco en el tiempo —sentencióAlberto.

Juan, con cara de sorpresa, preguntó:—¡Qué animada conversación! ¿De qué va, Alberto?—Martín hacía una exhibición de cálculo mental,

mientras yo causaba vértigo en Samuel demostrándolelo poco que es una vida humana en la historia de esteplaneta.

—Desde luego —dijo Juan—, comparado con lostiempos cósmicos resultamos insignificantes.

—Eso era lo que decía yo —insistí—. Si importamostan poco, ¿qué importa lo que hagamos?

—Te importa a ti. Le importa a tu equipo. Me importa

Azul profundo

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a mí saber que puedo confiar en ti. Cuando tú estás deguardia por la noche, yo duermo tranquilo. Sí quecuenta lo que tú hagas.

Ahí estaba nuestro equipo, un grupo de personascomprometidas, cohesionadas para éxitos y fracasos,interrelacionadas. Personas que actúan con la toleranciay la cooperación como pautas de conducta y que tienenel foco puesto en el equipo.

Mario Kogan - José Ochoa

14 Me importa a mí saber que puedo confiar en ti

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Juan

Muchos proyectos quedan en la imaginación deuno. Otros van tomando forma, pero no seterminan de concretar. Algunos se comparten

como idea. De todos ellos, sólo unos pocos se realizan.El punto de arranque está en la voluntad decidida dellevarlos a cabo, cuando se enciende la

luz verde

para que el viaje empiece. Eso ocurre mucho antes dezarpar. En nuestro caso, unos dos años antes. Fueentonces cuando decidimos poner en marcha el sueñotantas veces comentado del cruce del Atlántico. Conocía Martín, Samuel y Alberto en el colegio de mis hijas.La amistad de nuestros pequeños dio lugar a la nuestra.La afición compartida por el mar hizo el resto. Poco apoco fuimos acariciando la idea de cruzar algún día elAtlántico navegando a vela.

—¡Sería una hazaña! —exclamó Martín.—Quizá para nosotros, pero hoy día objetivamente no

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lo es —repuso Alberto—. Hace cientos de años quela gente cruza el Atlántico. Ahora mismo lo estáncruzando varios cientos de personas en ambasdirecciones. El viaje como trayecto lo puede hacercualquiera, como vivencia es otra historia.

—El viaje se puede hacer en trasatlántico o en avión,pero la vivencia de cruzar navegando en un velero esdistinta —dijo Martín.

—Y también lo puede hacer cualquiera, con unapreparación adecuada es algo que está al alcance detodo el mundo —comenté.

—Vale, Juan —intervino Samuel—, pero creo queestamos fijándonos en lo anecdótico y no en lo esencial.Lo importante es la experiencia de hacer el viaje, nocómo lo haces.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Martín.—Pensad en un emigrante irlandés que cruza el

Atlántico hace un siglo en la tercera clase de un buquecomercial. Ha reunido el dinero para el pasaje con lasaportaciones de su familia y de algunos amigos. Haroto sus lazos con su tierra natal y se lanza a laaventura buscando nuevas oportunidades. Lo de menoses la travesía, lo importante es la decisión de hacer unviaje vital. Pensad ahora en un matrimonio bolivianoque, después de trabajar tres años en España, consiguevolver para recoger a sus hijos. Están volando conellos hacia Europa, con la ilusión de darles con suesfuerzo aquello que ellos no pudieron tener en sutierra.

16 Cualquiera puede hacer el viaje, pero la vivencia es cosa de uno mismo

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—Para esos niños no habrá menos emoción que laque podamos sentir nosotros navegando—reconocióAlberto—. ¿Por qué haríamos nosotros el viajeentonces?

—Porque ésta puede ser la forma de experimentar—especulé—. Una manera de crecer individualmentecon lo que hacemos.

—¡Exacto! —exclamó Samuel con entusiasmo—.Estamos dando forma a un viaje que sobre todo seráinterior.

Mientras los demás hablaban me quedé pensando quea los miembros del equipo los puede convocar lacasualidad, pero sólo son un equipo si deliberadamentelo deciden, si optan por ello, si lo declaran.

Los miraba hablar animadamente del proyecto ypensé que no se puede partir de la nada. Hacen faltaunas bases. Donde impera la competitividad y laagresividad, no puede surgir equipo. Hace falta queexista el germen, un preequipo. Lo que empezábamos aser nosotros.

Parece que existe en el ser humano esa necesidad deagruparse. En cada cultura puede tomar formasdistintas, pero responde al mismo impulso. Una tribu,un club, un clan, un gremio, una asociación.

De mis pensamientos me sacó Samuel, que se puso enpie y dijo solemnemente:

—Yo no estoy dispuesto a hacer el viaje si no noscomprometemos todos a que al final vamos a mantenernuestra amistad. Pase lo que pase. Para mí es más

Luz verde

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importante nuestra amistad que el viaje. El equipo estápor encima de la tarea. El viaje es secundario, laamistad es lo primordial.

—Eso se supone, ¿no? —dijo Alberto.—No —contestó Samuel tajantemente—. Nunca se

supone, hay que expresarlo siempre. Quiero vuestrocompromiso expreso de que nosotros estamos porencima del viaje. Pensadlo bien antes de confirmarlo.

Dicho esto, extendió el brazo con la palma de la manohacia abajo. Sin decir nada me levanté y puse mi manosobre la suya. Después, Martín y Alberto lo hicieroncasi a la vez. Parecíamos los cuatro mosqueteros. Nosdimos cuenta y nos echamos a reír abrazándonos.

Como dice el proverbio oriental: un largo caminoempieza con un primer paso. Éste había sido nuestroprimer paso.

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18 Un largo camino empieza con un primer paso

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Samuel

Al atardecer me invadió la melancolía.Permanecí en silencio en la popa del barco,observando un mar activo, incesante,

incansable, lleno de vida. Tan nuestro y tan ajeno anosotros. La belleza del agua era impresionante. Lasondas reflejaban la luz de un sol que declinaba. La marrizada formaba

surcos plateados.

—¡Qué hermoso! En silencio los otros dos tripulantes se aproximaron y

estuvimos un largo rato los cuatro sin decir nada,dejándonos llevar por la imagen que contemplábamos.Un espectáculo que, por mucho que se repita, paranosotros era irrepetible.

Un rato después, el silencio lo rompió Martín,preguntándome qué tal iba con mis pensamientostrascendentes, los que habían sido tema deconversación aquella mañana.

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—Bueno. Cuando la actividad cotidiana cesa, no tevoy a negar que me pongo a darle vueltas a nuestrapequeñez.

—A mí me hicieron una vez un cálculo de cuántosignifica la vida de un hombre en la historia del hombre—dijo Juan.

—¡Otro retorcido! —dije simulando disgusto, perointeresado por el planteamiento.

—Era muy sencillo. A ver si consigo recordarlo. ElHomo sapiens, nuestra especie, surgió hace 30.000años.

Martín se echó a reír:—¿Y tú cómo lo sabes, si eres un Neanderthal?—Porque soy un Neanderthal que lee sobre

paleontología. A cualquiera le cuesta esfuerzo hacerseuna idea de cuánto tiempo es eso en términos de vida.Si todo ese tiempo durara un año, ¿cuántas horasserían? ¿Cuántas horas tiene un año?

Martín volvió a su exhibición de la mañana: —Son 8.760 horas.—La expectativa de vida hoy día es de unos 80 años,

pero en todas estas generaciones, ¿cuál podríamosconsiderar la media de vida?

—Ha cambiado a lo largo de los siglos —apuntóAlberto–. Pongamos que serían 35 años.

—Bien. ¿A cuántas horas equivaldrían esos 35 años?—Vale. Otra regla de tres… —La calculadora humana

tuvo la respuesta de inmediato—: Diez horas.—Luego si pusiéramos la historia de la especie

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humana en un año, toda tu vida, Samuel, equivaldría adiez horas —fue la conclusión de Juan.

De inmediato, Alberto sentenció: —Y, como ya has vivido más o menos la mitad, te

quedan cinco horas. ¿Qué vas a hacer con ellas? ¿Te vasa lamentar? ¿Vas a quejarte de que no te están dandoalgo? ¿Vas a esperar a que otros hagan algo paramoverte tú? ¿Vas a buscar excusas?

—Eso es lo que hace mucha gente —dije.—Pero eso no sirve para nada. Si no haces nada no

prolongas tus míseras horas en el cálculo que ha hechoJuan. ¿Cuántas vidas puedes vivir hacia delante?Mirando al futuro, ¿a cuántos puedes habilitar vida conlo que tú haces?

—No estoy seguro de saber a qué te refieres—intervino Martín—. Hay personajes en la Historiaque han proporcionado a mucha gente algunosingredientes para su vida. Pensadores como Platón,músicos como Mozart, artistas como Miguel Ángel,fueron gente que han vivido días y semanas de lahistoria de la humanidad a través de la recreación quelos demás han hecho a partir de su aportación.

—Sí, pero no hace falta alcanzar la fama paraconseguirlo —puntualizó Alberto—. Hay muchaspersonas anónimas que han sabido inspirar la vidade otras. No recordamos el nombre de los queconsiguieron dominar el fuego, construir la rueda oinventar la escritura, pero fijaos cuánto les debemostodos.

Surcos plateados

21Si te quedaran cinco horas de vida, de viaje, ¿qué harías con ellas?

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La opinión de Alberto me llevó a pensar en personajesanónimos, o en los que no lo eran para mí, pero loacabarían siendo pasando las generaciones. Mispensamientos pasaron a mi voz sin darme cuenta:

—Y quizá ni siquiera trasciende a muchasgeneraciones. Mi padre me enseñó lo que valía lahonradez, la dedicación a los suyos, la coherencia vitalno carente de simpatía. Y lo hizo precisamente con lasacciones de su vida, no con discursos. No pasará a laHistoria por eso, pero ha marcado mi historia personal.

—Y tú lo vas a transmitir a tus hijos, con tu propiaaportación —dijo Alberto—. De esa forma tu padre nosólo se ha perpetuado biológicamente, lo ha hecho consu carácter, con su legado. Él sí ha sabido aprovecharsus pocas horas de vida en el tiempo total de lahumanidad.

—A lo mejor merece la pena pasar a la acción yemprender algo —propuso Juan.

—Yo desde luego voy a pasar a la acción —dijoMartín—. ¿Quién viene a preparar la cena?

Mientras acompañaba a Martín, pensé en esas cincohoras que me quedaban. De hecho me podían quedarsólo cinco horas de vida. Estamos acostumbrados apensar que tenemos toda la vida por delante, pero nadiesabe cuánto durará. Merecía la pena vivir las cincohoras intensamente, compartirlas con ellos. Eso meaportó alivio. Aunque sólo quedaran cinco horas, laspasaría con mi equipo. Y merecería la pena vivirlas conellos.

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22 Hay muchas personas anónimas que han inspirado la vida de otras

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Martín

En el barco estamos viviendo una experienciainolvidable, afortunadamente marcada por laarmonía y por la suerte de no haber sufrido hasta

ahora ningún percance serio. Todo ello, sin embargo, noes fruto de la casualidad. Hubo muchos preparativosdurante más de dos años. Preparativos materiales ypersonales. Al final todos teníamos claro que si sóloquedara una pieza de fruta, íbamos a

compartir la naranja

repartiendo los gajos. Prácticamente no hay que repartirtareas, apenas se enuncia una, salen tantos voluntariosque no hay que imponer a nadie actividades. Nuncafaltan cosas que hacer, ni alguien que las haga.

Eso fue así desde el principio. Fuimos percibiendoque podíamos hacer algo juntos. Nadie lo decidió pornosotros. Ninguno buscaba fama, poder o dinero coneste reto. Durante la preparación, Juan nos leyó uncuento de la tradición popular china según el cual elaprendiz pregunta al maestro cómo es el infierno. El

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maestro le dice: «Es una gran montaña de arrozhumeante y aromático. Estamos sentados alrededor,pero no podemos comerla porque tenemos unos palillosdemasiado largos y unos brazos demasiado cortos».

Entonces el alumno pregunta cómo es el cielo, y elmaestro le explica: «Es una gran montaña de arrozhumeante y aromático. Estamos sentados alrededor,tenemos unos palillos demasiado largos y unos brazosdemasiado cortos, pero hemos aprendido a darnos decomer los unos a los otros».

Desde el comienzo potenciamos la cooperación frentea la competencia. La rivalidad no sirve para crearequipo. Yo soy el que tiene más experiencia denavegación, pero no he venido a competir, he venido aofrecer lo que tengo y dispuesto a aprender de losdemás todo lo que puedan aportar.

Recuerdo una reunión preparatoria en la que peguntéa los miembros del equipo quién se iba a responsabilizarde la convivencia durante la travesía.

—Somos un equipo, Martín, y tú eres el capitán—dijo Alberto—. No veo que haya que decidir nada.

—Pero pueden surgir diferencias y hasta disputas—contesté—. Cualquier tema complicado de relaciónpuede amenazar al equipo y yo no debería hacer de juezsupremo. Yo estoy al cargo de la nave.

—Claro —intervino Samuel—. De hecho, haymuchas historias de travesías que terminan tocandopuerto y entonces todos los tripulantes cogen su petatey salen caminando en diferentes direcciones. Sin miraratrás, sin volver a ver a sus compañeros de viaje.

Mario Kogan - José Ochoa

24 La rivalidad no sirve para crear equipo

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—Yo no quiero correr ese riesgo con vosotros —dije,y Juan propuso:

—Establezcamos entonces un responsable de laarmonía del grupo. Alguien que tenga la misión develar por el buen ambiente.

Alberto precisó la sugerencia que había hecho Juan:—De eso todos somos responsables. Hagamos la

función rotatoria. Establezcamos un jefe de día quetenga la misión de mantener esa concordia, un jefesocial que arbitre cualquier situación que amenace lacohesión del equipo.

—De acuerdo —concluí—. Establezcamos los turnos:empezarás tú, Alberto, seguirá Samuel, luego Juan y,por último, yo. Y vamos pasando el turno cada día hastael final del viaje.

—¿Cómo estaremos pendientes del turno? —preguntóSamuel. Juan volvió a tomar la iniciativa y dijo:

—Podemos poner una hoja con los turnos. Y para darlea cada jornada el tono personal del jefe de día, haremosque escriba una frase que sirva de motivación al equipo.

—Como empezaré yo —dijo Alberto—, la primera fraseque veréis será: «La amistad es el viento que nos mueve».

No sé si éramos muy conscientes de la importancia deestas decisiones, pero con ellas estábamos construyendoel equipo. No sólo teníamos un objetivo común, sinoque lo estábamos haciendo explícito.

El equipo no se impone, se construye. Nadie puedeordenar que se forme un equipo, porque es el resultado delcompromiso de cada uno. Compartir, colaborar es lo quehace equipo. Y yo estoy orgulloso de pertenecer a éste.

Compartir la naranja

25El equipo no se impone, se construye

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Juan

Ahora todo funciona. Pequeñas reparaciones nospermiten seguir la navegación de formasatisfactoria, pero aún recuerdo la primera

dificultad que tuvimos que afrontar. No habíamos hechomás que comenzar el crucero dejando atrás Lanzarote conun viento muy fuerte, cuando un ruido en la botavaraencendió la

alerta roja

porque una importante pieza de sujeción tenía una fisuray su reparación era urgente. Los intentos para arreglar lapieza durante la navegación se mostraban infructuosos.Samuel, que estaba a cargo de la mecánica, no podía creerlo que le había pasado. Tenía repuestos eléctricos, delaparejo, de los aparatos de comunicaciones, herramientaspara resolver averías mecánicas, piezas para garantizarque no nos fallaba el piloto automático. Sin embargo, sehabía olvidado de incluir una remachadora, la únicaherramienta que nos permitiría resolver el problema.

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No podíamos emprender tan largo viaje con esteproblema y Martín actuó como capitán del barco.Decidió que, aunque perdiéramos algo de tiempo,iríamos a Santa Cruz de Tenerife a comprar el materialnecesario antes de lanzarnos a nuestra travesía atlántica.

La decisión no podía haber sido más acertada, porquela remachadora es la herramienta que hasta hoy nos haresultado de mayor utilidad, y nos ha sacado de más deun apuro. Sin embargo, lo realmente difícil fue sacar aSamuel de su abatimiento.

—No soy una persona fiable. Os he fallado —decía,bajando la cabeza—. No puedo creerlo. Tenía de todo,creía que estaba todo previsto, y he tenido que cometer unerror de bulto. Me había dejado en tierra lo más necesario.

—Déjate de lamentos. Tú no eres peor que ninguno—dijo Alberto—. Aquí somos un equipo. Los éxitosson de todos y los fallos también los asumimos todos.

—Todos ganan o todos pierden —sentenció Martín.—Además —dije yo—, ¿no fuiste tú el que nos

insistió antes de la salida en que formuláramos uncompromiso de equipo? Pues ya nos ves. Aquí estamosa tu lado. Juntos vamos a resolver todos los problemasque nos surjan.

—Éste ya está resuelto —continuó Alberto—. Cuandolleguen otros, los afrontaremos juntos. No quiero volvera oír que te lamentas por lo que ha pasado.

Diez días después de aquel episodio Samuel ha dejadode culparse por lo sucedido y hemos tenido tiempo decomentar la importancia de la cohesión entre los cuatro.

Alerta roja

27Los éxitos son de todos y los fallos también los asumimos todos

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Ayer lo formulaba Alberto con estas palabras:—Un equipo es un grupo de personas que actúan con

una meta común. En un equipo el resultado es mayorque la suma de las partes.

—Pero un equipo puede ser bueno o malo —hizonotar Martín—. Quiero decir que algunos equiposfuncionan mal, no consiguen el éxito.

—No confundas el éxito con la perfección —le contestóAlberto—. Nuestro objetivo se puede cumplir de formasatisfactoria. No estamos en una regata, no competimoscontra nadie. Ni siquiera contra nosotros mismos.

—Normalmente conseguimos mayor eficacia pormedio de la planificación, organización, ejecución,evaluación y corrección —dije yo, mientras Samuelseguía callado.

—¿Y creéis que eso es igualmente válido para lasalud de las relaciones del equipo? —preguntó Martín.

—No —contestó enérgico Samuel—. Cuando se tratade comunicación, motivación y compromiso, las cosasno son fáciles de meter en un proceso. La eficacia de larelación es menos tangible y hay que estimularla conpequeños detalles, día a día.

—Yo lo veo así —dijo Martín—. Imaginad un ejevertical de eficacia: la parte superior es la máximaeficacia, y un eje horizontal de motivación que locruza, teniendo a la derecha la máxima motivación. Loideal sería que todos los miembros del equipoestuvieran en el cuadrante superior derecho: máximaeficacia gracias a la máxima motivación.

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—No sé si es lo ideal, pero no es lo real —repusoAlberto—. No se puede exigir que todo el tiempo lagente esté en ese cuadrante de excelencia.

—Es cierto. Lo importante no es dónde estás, sinohacia dónde vas —puntualizó Samuel—. ¿Os acordáisdel episodio de la remachadora? Yo estaba muymotivado y no fui muy eficaz. Luego caí en eldesánimo por mi fallo. Lo importante fue que losdemás me llevasteis de nuevo a la motivación, a laconfianza en mí mismo.

Todos nos quedamos mirándole. Ése era nuestroSamuel, el entusiasta que tenía fe en su equipo. Mequedé pensando en que lo importante son esasfunciones de relación que ayudan al integrante delgrupo que necesita apoyo en el momento adecuado. Elalto rendimiento sólo se consigue en equipos que seautomotivan y autocontrolan para ser eficaces. Dije:

—La eficacia del equipo no tiene una fórmulamágica, no hay unas vitaminas que la garanticen. Sólose consigue trabajando cada día la confianza y losvalores de cada uno, ayudando al otro a crecer,entendiendo las diferencias, respetando los valores delos demás.

—Y es casi imposible meter esto en un proceso—concluyó Samuel.

Por todo eso, mañana, que me toca ser jefe de día, lafrase va a ser: «Esto va a dejar un poso magnífico ennosotros».

Alerta roja

29Lo importante no es dónde estás, sino hacia dónde vas

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Alberto

Antes del viaje estaba pasando por un malmomento. Todo eran prisas, compromisos queno sabía cómo había adquirido, obligaciones

que yo mismo me imponía. Tenía exigencias que mevenían de todas partes y sentía que me encontraba en unprofundo

agujero negro

que absorbía toda mi energía y del que no sabía cómosalir. Todos me decían: «Anímate, Alberto. Cómo vas afaltar tú en el equipo», pero me resultaba imposible verla forma de salir de esa dinámica que me hacía infeliz.

La idea del viaje me parecía atractiva, pero la veíacomo un sueño irrealizable, como un deseo que jamásse cumpliría. Nunca agradeceré lo suficiente a miscompañeros haber insistido, haber argumentado contrami abatimiento.

Mi excusa era siempre la falta de tiempo. Recuerdoque Juan me dijo:

—El tiempo, más que una realidad física, es una

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percepción. El tiempo es relativo y muy subjetivo. Loque hay que decidir es qué haces con él.

—Ya —repuse—, pero es que mi tiempo no lo manejoyo, son otros los que dictan mi agenda.

Samuel se puso solemne y dijo: —El tiempo es lo único que tenemos. Es lo único

realmente nuestro. Si no eres dueño de tu tiempo, ¿dequé eres dueño? Siento decirte que has perdido elcontrol de tu vida y, por tanto, no la estás viviendo.

—Quizá esa visión sea muy radical —dijo Martín—,pero algo de cierto tiene. La pregunta que te puedeshacer, Alberto, es si tu situación depende de un agenteexterno.

Me quedé en silencio un rato. Un silencio que losdemás respetaron. El repaso de mi vida, tan repleta decosas fuera de control, lo hice muy rápido, y larespuesta surgió de forma natural:

—No.—En general, no —confirmó Martín—. El problema

suele estar dentro. Uno mismo suele ser el problema, loque ocurre es que sólo nos fijamos en lo que percibimoscomo una presión externa.

Samuel volvió a su tono inquisitivo: —Alberto, ¿tú estás de viaje?—Aún no hemos decidido siquiera si haremos la

travesía.—No me refiero ahora a ese viaje. La vida es tránsito,

pero hay que hacerlo consciente. La pregunta es: ¿sabeshacia dónde te diriges? ¿Conoces la razón de ese«viaje»?

Agujero negro

31¿Eres dueño de tu vida, tu viaje, tu tiempo? ¿De qué eres dueño?

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Tengo que reconocer que la pregunta tan directa en unmomento como el que estaba pasando me resultóincómoda e hiriente por lo acertada. Juan debió depercibir esta inquietud y tomó la palabra para plantearel tema de forma menos radical.

—Una bicicleta normal, una con un sillín, sólo semueve cuando tú te montas y pedaleas. La gestionas túsolo, no la dirige otro, porque tú te apoyas en elmanillar que marca la dirección. Tú puedes elegir unaruta ascendente y, aunque te suponga mucho esfuerzo,ése será tu viaje, porque lo habrás elegido tú. Peropuedes decidir que vas a ir por terreno llano, por unparque. Será otro tipo de recorrido, a más o menosvelocidad, pero tú eliges adónde. Hay otros recorridosque son más fáciles, son cuesta abajo. Haces menosesfuerzo, aunque también andas en bici.

—Así cualquiera —dije, dejándome llevar por lasensación de agobio que vivía en aquellos días—.Cuesta abajo también haría yo el recorrido, y así mecostaría menos esfuerzo.

—No te equivoques. No es un problema de esfuerzo.Hay gente que hace mucho esfuerzo, pero no realizaningún viaje. Con una bicicleta estática, por más fuerzaque hagas, por más energía que pongas, no te muevesdel sitio.

—Pero a lo mejor has decidido entrenarte, hacerejercicio para liberar tensión —intervino Martín, a loque Juan repuso:

—Si lo has decidido, bien; pero hay gente que va todasu vida montado en una bicicleta sin cadena. Aunque

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pedalee, no recorre ningún espacio, no se produce elmovimiento. No hay viaje. Es gente que va a trabajar yno hace, que lee y no aprende, que se cruza con otros yles bloquea el paso en lugar de saludarles y hablar conellos. Lo peor es que creen que no hay otra forma de iren bici.

—Espero que no sea mi caso —dije esperando unapalabra de aliento, que llegó de quien menos meesperaba:

—Seguro que no —afirmó Samuel—. Además, paraeso estamos nosotros aquí. Pero tiene razón Juan. Loimportante no es cuánto te cansas, sino que el esfuerzote permita llegar a otro sitio. No siempre hay quepedalear cuesta arriba para hacer el viaje.

—Aunque cada uno piense que su recorrido es elcorrecto, en realidad no hay un viaje mejor que otro,sólo está tu viaje —concluyó Juan—. Ése es el quecuenta. El viaje ideal no es el de mayor superación. Loque hay que hacer es decidir que quieres hacer tu viaje.

—¿Qué dices? ¿Te apuntas al viaje? En el barco novas a tener que pedalear para estos dos —dijo Martín,quitando solemnidad a la conversación—. A lo mejor latravesía del Atlántico es el paréntesis que necesitasabrir para volver con otro ánimo. Piensa que también tumujer y tus hijos necesitan recuperarte. Tú mismo dicesque ahora no te tienen.

—No sé por qué insistís tanto, a lo mejor soy un casoperdido. En realidad no hay nadie imprescindible, elviaje podéis hacerlo igual sin mí.

—En eso te equivocas. Sí eres importante. Lo eres

Agujero negro

33No hay un viaje mejor que otro, sólo está tu viaje, tus viajes

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para nosotros —dijo tajante Samuel.—¿Es que no nos conoces? ¿Te has preguntado

quiénes son tus compañeros de viaje? ¿Sabes quévaloran de ti? —insistió Martín.

Me quedé mirándoles a los ojos, uno tras otro. Sefueron dando cuenta de que habían conseguidoinvolucrarme. Sólo tuve que preguntar:

—¿Cuándo volvemos a quedar para empezar aplanificar la travesía?

Sonrieron sabiendo que el equipo estaba empezando acuajar de verdad. Cuando nos despedimos me quedépensando si sabrían ellos qué es lo que yo valoraba decada uno. Luego estuve reflexionando sobre lo que yopodía perfeccionar para ser un mejor compañero deviaje, para merecer la amistad de estos tres hombres.

Nos rodean preocupaciones, inquietudes, presiones.Si no nos dedicamos tiempo, cuidado, ni afecto, es muydifícil que tengamos una relación que dé fruto. Eltiempo es un tesoro que, para disfrutarlo, hay quecompartirlo. La atención y la disponibilidad son lasprincipales monedas con las que podemos comerciar enel mercado de las relaciones personales.

Después de aquella conversación fui consciente deque en un verdadero equipo, cuando alguien está enhoras bajas, los demás le sustituyen, le ayudan, leapoyan. Sólo de esta forma se dan pasos en laconstrucción de los lazos que mantienen unido alequipo. Y esos lazos pueden llegar a ser indestructibles.

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Martín

El termómetro marca 34 grados, pero la sensacióntérmica es mucho mayor. La humedad y el pocoviento hacen que el calor se adueñe de nosotros.

Cada movimiento se convierte en un esfuerzo mayordel esperado. Por eso nos lo pensamos siempre antes decada acción, para no fatigarnos innecesariamente. Unardiente

disco amarillo,

un sol tropical cae a plomo sobre nosotros. Nada hacesombra en medio del océano. Estamos a merced delinclemente sol.

Procuramos beber más, siempre pendientes denuestras reservas de agua potable, y nos refrescamoscon cubos de agua marina.

Gracias al toldo que tenemos en la popa podemosrefugiarnos a ratos de la severidad del potente astro.Mientras Juan y Alberto descansan en sus camarotes,es Samuel quien está al timón. Me acerco a él,

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balanceándome levemente porque, aunque el viento nosempuja, es uno de los días que menor velocidadllevamos. No hemos puesto el motor más que pararecargar las baterías de los dispositivos eléctricos.

—Hoy los alisios no soplan con el ímpetu de otrosdías.

—No. Hoy el sol es de justicia —me contesta Samuel.—Pero aunque a menos nudos, seguimos rumbo a

nuestro destino. —La verdad es que el piloto automático es un asistente

muy útil. No como en la vida, en la que quienes van conpiloto automático se pierden buena parte de lassensaciones del viaje. Además, en la vida uno sabe cuáles el puerto de partida, pero no siempre el de destino.

—Tampoco aquí, Samuel —repuse—. Tú estás altimón ahora y podrías cambiar el rumbo o podría haberotras circunstancias que nos llevaran a un punto lejanode la meta que nos hemos fijado.

—El caso es que uno en la vida tiene muchasopciones. Hay muchos puertos, pero los viajes notienen mil rumbos, tienen uno. Hay que decidir adóndequiere llegar uno, y hay que decidir en qué condicionesquieres salir cuando el viaje termine.

—Recuerdo cuando antes de comenzar siquiera lospreparativos nos insististe en que esto es algo quedebemos decidir al principio. Tener las ideas clarasrespecto a tus compañeros de viaje —recordé.

—Para mí es muy importante. Creo que hayencrucijadas en la vida en las que uno tiene que pararse

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36 Uno sabe cuál es el puerto de partida, pero no siempre el de destino

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a pensar y elegir un rumbo, y decidir con quétripulantes quiere hacer ese viaje. Y luego tomar ladecisión y hacerlo, a ser posible con las personas conquienes quieres hacerlo.

—Tú le das mucha importancia, Samuel, y aquíestamos conviviendo gracias a una amistad querenovamos cada día, pero hay gente que no cree en losequipos, que piensan que no sirven para nada.

—Ya. Porque parten de la idea de que nadie va a hacerlas cosas como ellos las harían. O porque no creen en elproceso ni en el valor ajeno. Se creen más importantesque los demás y ven competencia por todas partes.

—Recuerdo una fábula que me contó mi madre. —Ycomencé el relato—: Los órganos del cuerpo debatensobre la primacía de unos sobre otros. El cerebro diceque él lo controla todo, que rige lo que hacen los demásy por ello es el más importante. El corazón le rebate deinmediato y dice que sin él no hay motor. Los pulmonesdicen que sin el oxígeno que ellos aportan, la sangre delcorazón no vale nada. Todos se sienten más importantesque los demás. Cuando el culo pide la palabra, todosestallan en una carcajada y se burlan de él,denigrándolo. Él no reclama ser el mejor, sólo dice quese siente tan importante como los otros, pero los demásse lo niegan. Al final concluye: Bueno, como no valgonada, voy a dejar de trabajar unos días. Por supuesto, elorganismo enferma y todas las vísceras se ponen deacuerdo para decirle al culo que se han dado cuenta deque también él es importante.

Disco amarillo

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—Muy bueno. De hecho, aunque alguien no crea enlos equipos, no se está dando cuenta de que él mismofunciona gracias a un equipo. Un equipo que no se ve.Hay entornos de colaboración que llevan a algo, aunquetú no lo sepas.

Juan apareció en cubierta y preguntó:—¿A que habláis de equipos?—Sí —dijo Samuel—, de equipos y de rumbos.—El rumbo es importante, porque aunque la

planificación sea exhaustiva y detallada, el control delrumbo es pieza clave de cualquier recorrido —apunté.

—Ya sabéis que a mí me encanta la orientación. Mepasaría el tiempo en la mesa de cartas marcando la rutarecorrida y trazando el rumbo —dijo Juan.

—Además de las cartas, nosotros contamos conmuchas ayudas a la navegación que antiguamente no setenían. Usaban las estrellas y este sol que hoy noscastiga inclemente —comentó Samuel—. Nosotrostenemos el piloto automático que mencionábamosantes.

—Sí. ¿Os habéis fijado en cómo va corrigiendo elrumbo marcado con pequeños cambios?

—De hecho, Juan —dije—, las maniobras querequieren mayor control las hacemos nosotros de formamanual.

—En el rumbo de la vida —reflexionó Samuel— haygente que sólo considera válidos los golpes de timóny no se da cuenta de que se puede navegar haciendopequeñas correcciones. A veces virar de forma brusca

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acaba dejándote en el mismo lugar, mientras que levesvariaciones hechas a tiempo pueden llevarte a undestino muy distinto.

Disco amarillo

39Leves variaciones de rumbo pueden llevarte a un destino distinto

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Samuel

Ser capaces de controlar nuestro destino en mediode la fuerza impresionante de la naturaleza estodo un reto. Nuestra pequeñez induce a la

inquietud, la incertidumbre y hasta el temor. Conformedescendía el sol, las nubes se formaban y se deshacíanen

hilos dorados

con los que se vestía el cielo para una noche de gala.Las gaviotas que nos acompañaban, volando tan lejosde tierra, también contribuían a la misma reflexión: sufragilidad contrasta con la inmensidad de la masa deagua. Volaban en mitad de ninguna parte.

La noche fue una sucesión de guardias sinincidencias. La última guardia me permitió pensar encómo había sido la organización del viaje.

Recordé los preparativos, la habilidad de Alberto paradiseñar un programa en el que estuviera reflejada todala estiba: identificar todos los espacios disponibles,

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saber dónde colocábamos cada cosa, prever en quéorden podríamos ir necesitando los alimentos, tenerperfectamente ubicadas las cosas que podíamosnecesitar en cualquier momento. Una tonelada deavituallamiento no se maneja sin un buen plan deestiba.

Juan había decidido los menús. No es que fuera elcocinero oficial, pero sí se preocupó de que tuviéramosuna dieta variada durante la travesía, dejando espaciotambién para algún capricho culinario. Martín estuvo acargo del capítulo médico, no sólo del botiquín, sinotambién de la hoja de consejos médicos y recursospara responder a cualquier eventualidad médica noquirúrgica. La parte mecánica y el equipo de reparacionesestuvo a mi cargo, y sólo hubo un contratiempo que mepuedo reprochar.

Dejamos poco espacio a la improvisación, porque nose trataba de lanzarse a una aventura temeraria, sino devivir la experiencia positiva de un viaje.

Al amanecer, Alberto y Martín estaban preparadospara que los tres recibiéramos a Juan cuando subiera acubierta y desearle:

—¡Feliz cumpleaños!Tras corear la canción de rigor, le hicimos entrega de

los regalos que nos habían confiado en secreto su mujery sus hijos. En ese momento Juan vivió de manera másintensa la emoción cotidiana de recibir los mensajes delas personas que habíamos dejado en tierra, de nuestrosseres queridos que añoramos durante el viaje.

Hilos dorados

41Dejamos poco espacio a la improvisación

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Nosotros le entregamos una sencilla estatua demadera que representa a un capitán de barco, un viejolobo de mar.

—En el pedestal hemos tallado tu lema: «Somos unequipo» —le hice notar.

Visiblemente emocionado nos dio las gracias ytambaleándose por el ritmo de las olas se fue acercandoa cada uno de nosotros para darnos un sincero abrazo.Luego nos dijo que se sentía realmente parte de unequipo.

Juan es un alto directivo en su vida normal, pero aquíes un tripulante más. Él mismo lo hacía notar:

—En distintos viajes uno desempeña diferentespapeles. Creo que merece la pena identificar bien tu roly desempeñarlo con dignidad.

—Y hay viajes simultáneos con papeles diferentes —dijo Alberto.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Martín.—Que en casa tienes la responsabilidad de padre, en

el trabajo desempeñas tu cometido, en el grupo deamigos eres ingenioso, en este barco eres capitán. Eresapoyo para tu mujer y modelo para tus hijos. Eres guíapara tus colaboradores y consuelo de tus ancianospadres. Eres miembro de muchos equipos.

—¡Qué difícil no confundir los papeles! —exclamóJuan.

—Y ahí está la clave, en saber quién eres en cadamomento. En preguntártelo. Y, como siempre, enhacerlo consciente —concluí.

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42 Puedes ser miembro de muchos equipos

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Parece que el viento ha disminuido, pero lo que ocurrees que vamos en su misma dirección. Su fuerza noslanza hacia el Oeste con ímpetu. Sentimos cómoplaneamos sobre el empuje ascendente y descendentedel oleaje.

Aún no nos habíamos acostado cuando oímos unresoplido en el costado de babor que resonó en todo elcasco. No había sido una ola que golpeara en la quilladel barco. Cuando aún nos preguntábamos por el origendel sonido, se produjo otra vez. Inmediatamentedespués notamos un coletazo a pocos metros denosotros. Una imponente ballena se nos había acercado.Nadó a nuestro lado un momento, quizá preguntándosequé hacían estos intrusos en su mundo. Luego sesumergió en las profundas y oscuras aguas atlánticas.

Hilos dorados

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Juan

Hacía dos días que los alisios enfurecidos nosempujaban con fuerza. Teníamos fuerte vientocon varios trenes de olas que agitaban mucho el

barco. Mar de fondo que podía prolongarse a juzgar porlos

nubarrones grises

que se sucedían velozmente en el cielo. La fuerza delviento hizo que se rompiera el enganche que sujetabauna de las velas a la parte más alta del palo. Seencontraba a quince metros de altura, pero no había otrasolución que subir para engancharlo.

Decidimos izar a Alberto a tope de palo. El barcose balanceaba tumbándose hasta 30 grados a cadalado por el fuerte oleaje. Nos decidimos a realizar laoperación y Alberto se preparó poniéndose el arnés alque enganchar el cabo con el que ascendería.Empezamos a tirar para izarlo, pero al llegar a laprimera cruceta se le enganchó la pierna y tuvimos que

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arriarlo un poco para corregir el recorrido. A partir deahí la ascensión se produjo sin problemas.

Sin embargo, la furia del mar no cesaba, y justocuando había enganchado el mosquetón de la vela almástil, tres olas sucesivas de especial virulenciabalancearon el barco hasta casi los 60 grados. Albertose mantenía fuertemente agarrado al palo mientrasnosotros nos preparábamos para arriarlo en cuanto elbarco se estabilizara un poco. Una vez con los piessobre cubierta, Alberto reconoció haber pasado miedo,pero dijo que su confianza en nosotros le habíapermitido superarlo.

Toda la operación se había realizado rápidamente, congran coordinación, pero había sido un trance duro. Unade las acciones más arriesgadas de todo el viaje. Al caerla noche redujimos las guardias a una hora, aunque fueimposible para todos dormir hasta la mañana.

Al día siguiente estuvimos comentando cómo habíasido la noche. Cómo había funcionado el equipo.Alberto comentó:

—En los momentos de crisis el equipo secompromete, mide sus fuerzas, se organiza, y cada unose emplea a fondo.

—Pero para eso tiene que haber disposición—interrumpió Martín.

—Claro —dijo Samuel—. Si pienso que mi jefe es unnegrero y mi jefe cree que yo lo único en que estoypensando es cuánto falta para salir del trabajo, es muydifícil que entre los dos construyamos un equipo.

Nubarrones grises

45En los momentos de crisis los buenos equipos tienden a fortalecerse

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—Por otro lado, el equipo empieza en uno mismo—comenté—. Si la bicicleta de la que hablábamos elotro día no está en condiciones, no podemos sumarnosal grupo.

—Juan tiene razón —dijo Martín—. Si falta aire enlas ruedas, no está engrasado el engranaje o están mallos frenos, no sirve de nada criticar a los demás porquetengan mejor bicicleta y consigan sus logros. Cada unotiene que estar preparado y dispuesto para el equipo.

—Desde luego, es preferible preparar la maquinaria yestar dispuesto a sumarte a la excursión —sentencióSamuel—, pero también cuenta mucho nuestra miradahacia los demás. Hay cosas que nos hacen distintos yotras que nos hacen parecidos. Sin embargo, lo quepercibimos como distinto nos quita energía para crecerjuntos. Cuando nos fijamos en la diferencia estamosperdiendo una oportunidad de avanzar y crear.

—Pero no todos harán las cosas como yo o como a míme gustaría —repuse.

—Lo cual no tiene que suponer que sea peor, sólodiferente —dijo Martín—. En un equipo hay que saberceder y respetar las formas de hacer de cada uno. A lomejor no me gusta cómo limpia Alberto la cubierta,pero él es quien ha tenido los arrestos de subir al palo.Merece un respeto.

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Alberto

El día había sido caluroso. Al atardecer se produjouna espectacular puesta de sol, casi tropical, queincendió el horizonte de un

cielo púrpura,

un gozo que duró casi media hora y que dio pie parahablar de un tema que todos teníamos ya en mente: elfinal de nuestro viaje.

—Ya queda poco para llegar a nuestro destino. ¿Notenéis miedo de que termine? —pregunté.

—Creo que todos tenemos pensamientoscontradictorios: tenemos ganas de llegar, pero noqueremos romper la magia de nuestra convivencia, deesta experiencia sin parangón —dijo Martín conentusiasmo.

—Tanto estamos disfrutando del viaje que nosgustaría detener el momento —confirmó Juan—. Sinembargo, el movimiento perpetuo del mar y la fuerzade los vientos nos conducen a nuestro destino.

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—Es un sueño del que no querríamos despertar. Ninosotros mismos pensábamos seriamente que pudiéramoshacerlo realidad, ¿verdad?

—Sobre todo considerando que no somos profesionalesdel mar —dijo Juan.

—Yo solo no habría podido hacerlo —atajó Samuel.—Otros sí han navegado solos por el Atlántico —opinó

Martín.—Pero quizá buscaban una hazaña o una superación,

mientras que yo buscaba un equipo —dije convencido—.Creo que la satisfacción de haberlo conseguido yo solono habría superado al disfrute de haber navegado convosotros.

—Esperemos que la vuelta a lo cotidiano no sea muydura. Me pregunto cómo veremos el mundo con estosojos que se han acostumbrado a mirar un océano sinlímites —pensó Samuel en voz alta.

—Pues tendremos que adaptar nuestra mirada—propuso Martín—. Poco a poco habrá que acostumbrarsea las paredes de casa, a los límites del entorno de trabajo.

—Y mientras parpadeamos para adaptarnos a unamenor intensidad de luz, creo que lo veremos todo deforma un poco distinta —especulé—. Creo que a partir deahora veremos nuevas oportunidades donde antespercibíamos limitaciones. Cuando me enfrente aproblemas me gustaría rememorar este vasto horizonte.Cuando mire a otros me gustaría encontrar en ellos lo queveo en vosotros.

Me voy a descansar hasta que me toque mi guardia, y

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48 Yo solo no habría podido hacerlo

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creo que mañana propondré como frase del día losversos de Machado: «Caminante, no hay camino, sehace el camino al andar; caminante, no hay camino,sino estelas en el mar».

Cielo púrpura

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Martín

Había hecho yo la última guardia y habíaaprovechado uno de esos momentos mágicos desoledad, de intimidad. Con la primera luz del

alba, cuando llegaba la claridad pensé que un viaje quetocaba a su fin era en realidad una

página en blanco,

una oportunidad para empezar otra experiencia. Penséque merecía la pena transmitir a otros la estupendaexperiencia que habíamos vivido en esta travesía.Cuando Samuel, Alberto y Juan subieron a cubierta lesdije cuál era mi intención:

—Durante la guardia he tomado una decisión: voy aescribir un libro sobre el viaje.

—¿Sobre nuestro viaje? —preguntó Alberto, y Juandijo:

—¿No era Alberto el cronista de nuestra travesía? Élha escrito el diario de a bordo.

—Y lo ha hecho con el buen estilo que le caracteriza

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—dije—. Pero el libro que llevo en la cabeza sobre todotratará de lo que hemos hablado, más que de lo quehemos hecho.

—Personas comunes consiguiendo metas pococomunes. Una experiencia intensa —dijo Samuel—, almenos para mí.

—A lo mejor no todo el mundo entenderá lo que digas—advirtió Alberto.

—El mensaje no es para todo el mundo —repuse—,pero es casi para cualquiera. Para todo el que quieramovilizarse.

—¿Y nosotros vamos a ser la lección para los demás?—preguntó Juan, a lo que contesté:

—No se trata de decir a los demás lo que tienen quehacer. El libro será un compañero de camino para aquelque es consciente de que está en tránsito. Gentes dedistinta condición que no necesitan que les digan lo quetienen que hacer, pero quizá aprecien en nuestraexperiencia la motivación que les ha podido faltar paradar el primer paso.

—Lo que quieres es poner en marcha a los demás paraque hagan su camino —sugirió Samuel.

—Si un solo lector lo hiciera, habría merecido la penael esfuerzo de escribirlo. La vida es finita y vale la penadar el paso y empezar el viaje. Me gustaría decir esto atodo el mundo.

Resultaba curioso que estuviéramos hablando denuestras conversaciones. El viaje nos había permitidorecuperar dos facetas personales opuestas y quizá

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51Personas comunes consiguiendo metas poco comunes en equipo

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complementarias. Habíamos recuperado el placer de laconversación, algo que la prisa diaria nos escatima, yhabíamos encontrado momentos íntimos de reflexión,que las tareas apremiantes nos roban a diario.

—Una idea que me gusta —pensé en voz alta— esque cuando escribes un libro no sabes qué vida va atener. Quizá para el que lo escribe, el libro acabacuando llega a imprenta, pero allí va a empezar sucamino para quienes lo lean.

—Una cadena de historias imprevisibles y queseguramente nunca conocerás —dijo Juan.

—¿Recordáis cómo nos conocimos, cómo noshicimos amigos? —preguntó súbitamente Alberto.

—Porque nuestros hijos van al mismo colegio—contesté.

—¿Y sabían ellos que sus relaciones iban a tenercomo consecuencia esta amistad nuestra tan intensa?

—Claro que no, pero es que en la vida se trata deplantar semillas y de no dejar pasar la ocasión derelacionarse con otros de forma generosa y receptiva ala vez —explicó Juan.

—Normalmente no sabemos cómo hemos influido enla gente, pero lo que hacemos deja huella —dijoSamuel—. Recuerdo una película en la que un niñoproponía cambiar el mundo de forma práctica haciendoun favor a tres personas que no se lo hubieran pedido.La única condición para aceptar esa generosidad de unextraño era comprometerse a hacer lo mismo con otrastres personas.

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—Ese efecto multiplicador de lo que hacemosme parece apasionante —comentó Alberto conentusiasmo—. Es como la razón áurea de la serieFibonacci.

—Pues como no te expliques… —le pedí.—Sabes cómo es la concha de un nautilus, ¿no?

Desde el centro forma una espiral creciente queresponde a una progresión en la cual cada número esigual a la suma de los dos precedentes. Esa serie laformuló un matemático del Renacimiento, Fibonacci.

—Nosotros sumamos cuatro tripulantes.—No. Lo que somos capaces de hacer tú y yo juntos

tiene un valor superior a lo que podemos hacer porseparado. Si a esto se suma lo que con esta base puedehacer Samuel, el punto de partida que tendrá laaportación posterior de Juan es todavía mayor. Lo quehacemos en los equipos tiene efectos multiplicadores.

—La pregunta que uno tiene que hacerse de formaperiódica es: ¿soy un freno? O sea, ¿resto? ¿O por elcontrario sumo, o incluso multiplico? —sentenció denuevo Samuel.

—Pero hay gente que no consigue despegarse delpasado, que todo lo ocurrido lo interpreta comolimitaciones. Por eso les cuesta tanto seguir subiendopeldaños —repuso Juan.

—A veces es preferible llevar cosas a la práctica, sinmirar demasiado las formalidades. Algunos usan la ideade que algo siempre ha sido así para cargar sobre losdemás la responsabilidad de que algo no mejore. Ese

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53Y tú, ¿restas, sumas o multiplicas?

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estar siempre mirando hacia atrás con la crítica fácil.Me alegraba oír esto de la mente práctica y metódica

de Alberto.—Y las cosas que están por pasar son las interesantes

—dije.—Las cosas que están por pasarnos —puntualizó

Samuel. Ese matiz me hizo pensar que si por alguna razón el

viaje se acabara en este momento y todo quedasecongelado sin poder hacer nada más, ¿podría identificarqué me quedaría pendiente? Pendiente de realizar, decomunicar, de aprender, de mirar, de escuchar, de dar,de recibir, de oler, de tocar, de sentir, de pensar, de vivir.

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El error es pensar que el viaje comienza el díaque nos hacemos a la mar y acaba el día quearribamos a puerto. El viaje empezó mucho

antes, cuando comenzamos a compartir una ilusión, yseguirá mientras busquemos el final del

arco iris.

¿Adónde nos lleva nuestro camino? ¿Qué otroscaminos hay? En medio del Atlántico tuvimos la ideade poner un mensaje con nuestros nombres, nuestraubicación, la fecha y una dirección de correoelectrónico en una botella que lanzamos al océano.

Ninguno de nosotros imaginaba que al final alguien laencontraría. Parecía algo propio de una novela. Perocuatro meses después recibimos un correo electrónicoen el que Eileen nos anunciaba que nuestra botellahabía sido encontrada en Coral Bay en St. John, una delas Islas Vírgenes.

La botella había seguido su propia ruta. Había viajadomás al norte, empujada por otras corrientes. El azarhabía unido por un momento a personas que nunca

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pensaron tener nada en común. Así ocurre conencuentros y despedidas que la vida nos va poniendodelante.

Ese factor de azar no hace más que demostrar queel futuro está abierto, que tenemos que escribirlonosotros. Después de nuestra experiencia, para mí estáclaro que el proyecto merece la pena y es factible.

Pisar tierra firme no es fácil después de 21 días denavegación. Tantos días navegando convierten la línearecta en una distancia imposible entre dos puntos.Tardamos un poco en dejar de tambalearnos y en dejarde agarrarnos a algo –una silla, una columna–, comohabíamos hecho a cada paso sobre nuestra nave.

A nuestra llegada a Santa Lucía organizamos unacomida de celebración a la que invitamos a algunaspersonas que asistían a los barcos en el muelle.Hablando con ellos de las reflexiones compartidasdurante el viaje, un hombre del puerto nos dijo quellevaba muchos años sin moverse de la isla. Había sidomarino durante largo tiempo en su juventud, pero ahorasu viaje era interior. Los compañeros de ese viaje eranel recuerdo del hijo fallecido en la mar y de la esposa,que una enfermedad le había arrebatado. Nos dijo quesu mundo se reducía a aquel muelle, a su casa delpuerto desde cuyas ventanas veía llegar a gente comonosotros, que durante un breve tiempo éramos suequipo.

Hay gente que habita en zonas áridas, por situacionespersonales, por su contexto. Otras se pueden sentir muy

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56 El futuro está abierto, tenemos que escribirlo nosotros

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cerca, aunque estén lejos. Todos pueden emprender suviaje, aunque a un observador poco atento le parezcaque no se mueven.

Llevados por la alegría, aquella tarde fue como unresumen del propio viaje. Un viaje en el que nos dimoscuenta de nuestra pequeñez en el tiempo y en elespacio; de nuestra insignificancia. Creemos que todopasa por nosotros, que sólo existe lo que percibimos,pero en realidad sólo vale lo que ofrecemos a losdemás. Habíamos llevado a cabo un proyecto querequería grandes dosis de ilusión y esfuerzo por nuestraparte y por la de nuestras familias y compañeros detrabajo. El logro era compartido por el equipo, como lohabían sido las dificultades. En el paisaje majestuosodel océano, nos dimos cuenta de que cuando sale el sollo hace para todos, cuando no hay viento no impulsa lasvelas de nadie. Aprendimos la importancia de hacerconsciente el viaje, de prepararlo bien, comprometersecon el equipo, marcar el rumbo y arrimar siempre elhombro durante la navegación.

Sabemos que muchos han contado viajes, perocreemos que merece la pena seguir haciéndolo, porquetodo viaje puede significar un cambio.

Uno de nuestros hijos resumió nuestro viaje a laperfección: «Mi papá cruzó el océano en un barco muypequeño con unos amigos muy grandes».

En el puerto de Santa Lucía nos hicimos la foto de finde viaje. Allí se nos ve sujetos por los hombros sobre laproa del barco. Un barco que se portó bien, pero que

Arco iris

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solo no hubiera navegado. Tampoco nosotros sinél hubiéramos concluido el viaje. Hay muchoscomponentes que tienen que funcionar. El equipo tieneque apoyarse en un contexto. En esa foto hay muchomás de lo que se ve a simple vista, pero lo que lafotografía representa es un equipo que ha superado conéxito sus objetivos.

Llegamos al otro lado del Atlántico los cuatro juntos.No todo fue perfecto pero, superadas las dificultades, lalección está aprendida: ¡se puede!

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58 Todo viaje puede significar un cambio

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¿adónde voy?

No veo nada, no siento nada. No sé si estoydormido o despierto, pero la oscuridad merodea. Me resulta familiar la sensación, aunque

no por eso es menos desagradable. No toco nada, nooigo nada, no sé si estoy solo, pero un rayo deesperanza brilla en mi interior.

No es una luz que pueda ver, es una certeza queahora tengo: cuando este momento de vacío pase, séque estaré en un viaje y que tendré compañeros para eseviaje.

No sé aún quiénes son, no sé adónde iré, pero sé queno estaré solo. Sé que el viaje merecerá la pena, seacual sea. Y estoy dispuesto a vivirlo.

Lo único que se puede hacer es abrir los ojos y ponerenergía en construir algo, porque después del viaje de lavida no nos vamos a llevar nada, todo lo dejamos aquí.No se permiten maletas en ese tránsito. Lo que cuentaes lo que en nuestra experiencia vital podamos dejarconstruido, lo que seamos capaces de legar a los demás.

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Este libro no lo podemos terminar los autores.Quedan muchos viajes. A ti, lector, te quedanminutos, horas, días… te quedan «viajes»

pendientes. Te quedan equipos por integrar. ¿Dóndeestá tu equipo?

Te proponemos que no des por concluida esta obra sinapuntar aquí cuál es tu viaje, por qué quieres hacerlo ycon quién lo harías:

Ahora tienes que decirte a ti mismo que lo harás. Y a loscompañeros que has elegido, díselo también. Ellos sontu equipo.

Si quieres compartir tu idea, puedes anotar tuexperiencia de viaje y los miembros de tu equipo en:

www.dondeestamiequipo.net

Buen viaje

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Las ideas plasmadas en este libro son fruto devivencias que los autores han experimentado encontacto con muchas personas a las que deben

buena parte de lo que ellos mismos son. El viaje en elque está basada la narración fue realizado en noviembrede 2002 por cuatro amigos que cruzaron a vela elAtlántico. La travesía, que les sirvió para estrechar suslazos de amistad, ha inspirado este libro y muchas delas experiencias y diálogos de los personajes del relato.

En la foto de contraportada, de izquierda a derecha:Miguel Rojo, José Luis Angoso (Chevis), Mario Kogany Luis Briones, a su llegada a Santa Lucía en el veleroLe Refren II.

En la narración de este libro se ha recogido la esenciade la vivencia del viaje, el poso que dejó en losnavegantes, y se han omitido detalles de la travesía queel lector puede encontrar en el cuaderno de bitácora:www.colawhaler.com

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Mario Kogan

Nacido en 1960, es Ingeniero de Sistemas por laUniversidad CAECE (Centro de Altos Estudiosen Ciencias Exactas) en Buenos Aires. Ha

trabajado en empresas de tecnologías de la informaciónen distintos ámbitos que abarcan el desarrollo deproductos, la comercialización de servicios y la gestión.

Desde el año 2000 se ha especializado en eldesarrollo de equipos de trabajo y capacidadesindividuales, enfocado hacia la Gestión del Talento comoherramienta de mejora continua de la actividad personaly profesional de los individuos en los entornos en loscuales les toca «viajar».

Presentación de los autores

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José Ochoa

Nacido en 1962, se doctoró en Filología Clásicaen la Universidad Complutense con una tesisrealizada en el Consejo Superior de

Investigaciones Científicas. Ha sido profesor en laUniversidad de León, redactor y editor en la AgenciaEFE, y autor multimedia para la Biblioteca Nacional deMadrid. Arquitecto de información y experto enusabilidad, es autor de libros de divulgación cultural ycolabora habitualmente con medios de prensa.

Desde 2000 está vinculado a la práctica de ladirección de proyectos y la gestión del conocimiento enlos sectores tecnológico y financiero, y participa encursos especializados sobre potenciación del talento. Elcontacto con el mundo de la tecnología le llevó aescribir 101 claves de Tecnologías de la Informaciónpara directivos. Ochoa mantiene una página en internetsobre el impacto de la tecnología en la sociedad y en losprocesos de comunicación (www.joseochoa.com).

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