discurso condecoracion ceres

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DISCURSO PRONUNCIADO POR EL DOCTOR HUGO CARDONA CASTILLO CON MOTIVO DE RECIBIR LA CONDECORACION CERES La única perfección en el humano es su permanente imperfección. Sin embargo, como toda buena madre, la Escuela Nacional Central de Agricultura, está dispuesta a perdonar nuestras imperfecciones y a hacernos actos de reconocimiento, como el que el día de hoy me hace el favor de hacerme a mí. Está claro y todos hemos aprendido que todos los excesos son malos, pero hay un exceso que es bueno, y ese único exceso que es bueno, es el exceso de la gratitud; por eso con excesiva gratitud quisiera comentarles a ustedes que el honorable Consejo Directivo de la Escuela tomó la decisión, imagínense ustedes, por unanimidad, de otorgarme el más alto reconocimiento que la Escuela puede otorgarle a sus hijos; por ello quiero agradecer a los representantes de la Unión Nacional Agropecuaria; de la Cámara de Industria de Guatemala; del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación; de la Asociación Nacional de Peritos Agrónomos; y, del Claustro de Catedráticos, por haberme hecho este enorme favor. Entre ustedes, entre la distinguida concurrencia se encuentra una pareja de campesinos, una pareja de campesinos que no tuvo la oportunidad de ir a la escuela, así que no saben leer ni escribir, no tuvieron la oportunidad de conocer el abecedario del castellano, pero si tuvieron la virtud de poder leer el abecedario del futuro y me prestaron sus ojos para que yo pudiera ver hacia las alturas y de esa manera pudiera tener aspiraciones mayores. Un hombre campesino que gracias a su paciencia y a su bondad, y, una mujer campesina que gracias a su sabiduría, me dieron la oportunidad de soñar. Y es que en la aldea donde yo nací, con sus casas de palopique y su techo de paja, no se puede soñar. No se puede soñar, porque los sueños se escapan en los mismos agujeros por donde penetra el frío en las noches frías. Desde muy pequeño, mi padre me llevó con él a sus campos de cultivos; y, él con su macana abría agujeros en la tierra y me pedía que yo colocara en ellos cinco granos de maíz y dos granos de frijol. Allí descubrí un secreto, el secreto que descubrí, es que allí también se pueden sembrar sueños. Y, con la macana del apoyo de mis padres, me atreví a sembrar, a hacer agujeros en esa tierra un poco infértil y a sembrar sueños, y gracias a don Alberto Cardona, mi padre; y, gracias a doña Eugenia Castillo, mi madre

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DISCURSO PRONUNCIADO POR EL DOCTOR HUGO CARDONA CASTILLO CON MOTIVO DE RECIBIR LA CONDECORACION CERES

La única perfección en el humano es su permanente imperfección. Sin embargo,

como toda buena madre, la Escuela Nacional Central de Agricultura, está dispuesta a

perdonar nuestras imperfecciones y a hacernos actos de reconocimiento, como el que el

día de hoy me hace el favor de hacerme a mí.

Está claro y todos hemos aprendido que todos los excesos son malos, pero hay un

exceso que es bueno, y ese único exceso que es bueno, es el exceso de la gratitud; por eso

con excesiva gratitud quisiera comentarles a ustedes que el honorable Consejo Directivo

de la Escuela tomó la decisión, imagínense ustedes, por unanimidad, de otorgarme el más

alto reconocimiento que la Escuela puede otorgarle a sus hijos; por ello quiero agradecer

a los representantes de la Unión Nacional Agropecuaria; de la Cámara de Industria de

Guatemala; del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación; de la Asociación

Nacional de Peritos Agrónomos; y, del Claustro de Catedráticos, por haberme hecho este

enorme favor.

Entre ustedes, entre la distinguida concurrencia se encuentra una pareja de

campesinos, una pareja de campesinos que no tuvo la oportunidad de ir a la escuela, así

que no saben leer ni escribir, no tuvieron la oportunidad de conocer el abecedario del

castellano, pero si tuvieron la virtud de poder leer el abecedario del futuro y me

prestaron sus ojos para que yo pudiera ver hacia las alturas y de esa manera pudiera

tener aspiraciones mayores. Un hombre campesino que gracias a su paciencia y a su

bondad, y, una mujer campesina que gracias a su sabiduría, me dieron la oportunidad de

soñar. Y es que en la aldea donde yo nací, con sus casas de palopique y su techo de paja,

no se puede soñar. No se puede soñar, porque los sueños se escapan en los mismos

agujeros por donde penetra el frío en las noches frías.

Desde muy pequeño, mi padre me llevó con él a sus campos de cultivos; y, él con

su macana abría agujeros en la tierra y me pedía que yo colocara en ellos cinco granos

de maíz y dos granos de frijol. Allí descubrí un secreto, el secreto que descubrí, es que

allí también se pueden sembrar sueños. Y, con la macana del apoyo de mis padres, me

atreví a sembrar, a hacer agujeros en esa tierra un poco infértil y a sembrar sueños, y

gracias a don Alberto Cardona, mi padre; y, gracias a doña Eugenia Castillo, mi madre

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quienes regaron… (SE INTERRUMPE CON UN LARGO APLAUSO DEL PUBLICO)…

ellos me hicieron el favor de regar esas semillas de sueños que yo sembré y ellos los

cuidaron para que florecieran y para que fructificaran…

Y el día de hoy, ha sido para mí, altamente significativo que uno de los Peritos

Agrónomos más exitosos que nuestra ENCA ha generado, me haya hecho el favor de

honrarme, personalmente, con colocar, como él cariñosamente lo dijera, esta medalla en

mi corazón. Es para mí motivo de mucha gratitud, porque Don Edgar Barillas Cabrera,

quien no fue a la Universidad, o por lo menos no a las Universidades Tradicionales, él es

el autodidacta más fortalecido que he conocido; y, he tenido la oportunidad de conocer

muchos y en muchas partes del mundo. Él es tal vez la más completa enciclopedia viva y

vibrante que los guatemaltecos podamos encontrar, y no solamente en conocimientos de

la agricultura sino prácticamente en todas las ciencias relacionadas, desde la

matemática, la física, la química, la bioquímica, la biología, la economía…Siempre me ha

impresionado cuando, las inconsistencias humanas le molestan y se enoja, porque por

alguna razón es entonces cuando, con sus mensajes, siempre deja una lección que uno

puede encontrar en esa enciclopedia siempre abierta de la vida… y más importante, para

mí personalmente tal vez, como él lo dijera el día de hoy acá, y como yo me lo he

atribuido muchas veces, su amistad y su cariño. Una amistad que tiene su epicentro en la

Escuela Nacional Central de Agricultura, y que quizá algunas veces haya sido

accidentada, pero única y exclusivamente en el contexto de nuestras grandes pasiones,

precisamente por la Escuela Nacional Central de Agricultura.

Quisiera también referirme a los distinguidos jóvenes graduandos y a las

distinguidas señoritas graduandas. Hace muchos años yo salí, diez y ocho kilómetros a

pie, de la aldea donde nací, y me encaminé con muchas ilusiones para esta Escuela. Me

prestaron unos zapatos y me regalaron unos pantalones, para poder cumplir con los

requerimientos que aquí se hacían. Vine, al igual que ustedes, con una mochila llena de

ilusiones y utopías como alguien lo dijo acá muy acertadamente… Y aprendí muchas

cosas. He aprendido que cada 3.4 segundos una persona muere de hambre en el mundo.

Cada cinco minutos un niño menor de cinco años muere de hambre en Guatemala. Como

dijera nuestro amigo, Premio Nobel de Economía, Amartya Sen, a quien nos fue dado

conocer allá por las Montañas Rocosas, el problema del hambre es un problema de

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visibilidad. Por ese concepto de visibilidad, entre otros, le dieron el Premio Nobel. Y él

lo ilustraba de una manera muy sencilla, decía que el problema del hambre en el mundo

es equivalente a que trescientos aviones jumbo con ochocientos pasajeros cada uno, y

donde más de la mitad fueran niños, se desplomaran cada día. Con un avión que se

desplome, cada año, el mundo se estremece y se atemoriza. Imaginemos pues, si

trescientos se cayeran diariamente, cuan visible sería. El problema es, que el problema

del hambre, tiene el problema de la invisibilidad. Y, el problema se hace más grande

porque en esta escuela, nos han enseñado a producir alimentos. Y nosotros producimos

alimentos, y los agrónomos del mundo producen más alimentos de los que son necesarios

para alimentar a todo el mundo.

Está claro entonces que el problema del hambre no es un problema de producción

de alimentos, porque si fuera un problema de producción de alimentos, estén seguros que

la ENCA nos ha formado para resolver ese problema. Pero… el problema del hambre es

de otra naturaleza, y es en ese otra naturaleza desde donde debe ser atacado. Pero se

hace necesario que jóvenes y señoritas como ustedes, hagan visible ese problema, que

según Amartya Sen, tiene el grave problema de la invisibilidad. Esta Escuela nos ha

preparado para hacer visible ese problema…

Por primera vez en veinticinco años, en esta ocasión invité a mi familia a estar en

un acto público de la Escuela Nacional Central de Agricultura. En general, soy un tanto

tímido para los actos públicos. Por esa razón, el día de hoy también están acá: Olga, mi

esposa. Mis hijos: Steven, Amadeus, Gretzia y Galileo. Y les pedí que vinieran, con una

ilusión. Les pedí que vinieran, con la ilusión de que me perdonen. De que luego de

presenciar este acto, me comprendan y me perdonen… por el tiempo que les he quitado,

por el tiempo que no les he dado y que se lo he dado a nuestra alma mater (SE

INTERRUMPE CON UN LARGO APLAUSO DEL PUBLICO). Les pedí que vinieran,

con la ilusión de que comprendan que después de ellos, la ENCA es la más grande pasión

de mi vida.

También quisiera hacer un reconocimiento a mis amigos, Don Mauricio Sitún y

Don Edgar Fernando Navas Gálvez, quienes han sido, bastiones fundamentales durante

estos más de veinticinco años de participación en nuestra actividad dentro de la ENCA.

¿Enemigos?… quizá los hice. No se si hice muchos, no se si hice pocos. Pero

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también, si los hice, seguramente será por nuestras grandes pasiones por la ENCA. No

me voy a disculpar por ello. Los que me conocen saben que no lo haría. Pero con

respecto a eso, quisiera contarles la historia del búho: Una vez, desde una ventana, en un

edificio muy alto, un anciano veía como en la calle, allá abajo, había un búho que estaba

siendo maltratado y habían culebras que querían picarlo, ratas que querían morderlo,

lagartijas que querían lamerlo. Cuando ya era mucho, el anciano bajó y luego de

espantar a las ratas y lagartijas, le preguntó al búho: ¿Qué has hecho, porque mereces

esto, o porqué has de merecerlo? Y el búho le dijo: Señor, mi único pecado... Mi único

pecado señor, es que yo puedo ver en la oscuridad.

Finalmente, ¿porqué decidí estar el día de hoy acá? Porque como dijera don

Frank Sinatra, el final se acerca ya, con sus alas de talco y con sus pies de algodón, pero

el final se acerca y consideré importante poder decirles a todos: GRACIAS… y decirles con

mucha certeza que desde donde quiera que estemos, desde donde quiera que esté, desde

allí seguiré luchando por la ENCA. Porque no se puede renunciar a luchar, porque

renunciar a luchar es renunciar a vivir y yo no pienso renunciar a luchar, porque no

pienso renunciar a lo que nos ha inspirado la ENCA. “Vivir es luchar, renunciar a luchar

es renunciar a vivir.”

Muchas gracias.