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SOBRE LA TRANSICIN EXTERIORDISCURSO DE RECEPCIN DEL ACADMICO DE NMERO

EXCMO. SR. D. LEOPOLDO CALVO-SOTELO BUSTELO MARQUS DE LA RA DE RIBADEO

SESIN DEL DA

16

DE NOVIEMBRE DE

2005

MADRID

REAL ACADEMIA DE CIENCIAS MORALES y POLTICAS

El artculo 42 de los Estatutos de esta Real Academia dispone que, en las obras que la misma autorice o publique, cada autor ser responsable de sus asertos y opiniones. La Academia lo ser nicamente de que las obras resulten merecedoras de la luz pblica. Real Academia de Ciencias Morales y Politicas Plaza de la Villa, 2 28005 Madrid

Coordinador de la publicacin: Fernando Gonzlez Olivares Diseo y realizacin: Bravo Lofish Impresin: Litofinter ISBN: 84-7296-293-8 Depsito legal: M-44.901-2005

NDICE

SOBRE LATRANSICIN EXTERIOR1. Antonio Garrigues Daz-Caabate

11. Sobre la Transicin exterior III. Poltica interior y poltica exterior IV Una antologa de neutralidadesV. El punto de inflexin

9 15

23 29 4151 59 77

VI. La entrada en el Mercado Comn VII. La polmica atlntica VIII. La transicin revisitada

DISCURSO DE CONTESTACIN

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1ANTONIO GARRIGUES DAZ-CAABATE

SOBRE LA TRAN51CION EXTERIOR

La costumbre y la cortesa acadmicas suelen dar las pautas precisas para el elogio ritual que el nuevo Acadmico ha de hacer de su antecesor en el silln. Sin embargo en este caso no me bastan esas pautas, porque debo aadir a ellas el dato decisivo de mi amistad antigua y estrecha con Antonio Garrigues DazCaabate; y ese dato no facilita mi tarea, como pudiera parecer, sino que ms bien la dificulta porque me impide tomar respecto de Antonio la distancia que sera propia de una semblanza normalmente protocolaria. Lo primero que debo destacar en mi relacin con Antonio Garrigues es lo inslito de una amistad entre personas de dos generaciones distintas, amistad que solo puede entenderse por la extraordinaria generosidad y la rara juventud de Antonio. En una poca, tan lejana que ha pasado sobre ella ms de medio siglo, haba yo coincidido con Antonio en unas tenidas cristianas que l presida con aquel singularsimo talento que usaba para presidir: las reuniones tenan lugar en un templo, el de los Jesuitas de la madrilea calle de Serrano, pero no eran eclesiales, sino laicas; y se hablaba en ellas de Dios, pero no eran teolgicas sino humanistas; y solo adquiran un leve aire conventual en el sobrio refrigerio que las interrumpa brevemente a la hora de la cena. Antonio anticipaba en aquella presidencia una gracia para manejar clrigos y seglares que aos despus adornara su Embajada en el Vaticano. Volv a coincidir con Antonio en las famosas Conversaciones de Gredos bajo los auspicios de Don Alfonso Querejazu. Y otra vez brill en ellas Antonio con su buen estar y su buen hacer. Un ao en el que era invitado especial a las Conversaciones frere Roger, el fundador de Taiz, se produjo un grave incidente al11

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reprochar Querejazu aAranguren (con la energa de Cristo cuando ech a los mercaderes del templo) una intervencin poltica de las no permitidas en Gredas. Aranguren se levant airado, blandiendo la libertad de expresin y anunci que se iba del lugar. Intentaron templar aquellas destempladas gaitas Antonio y frere Roger, que conferenciaron unos segundos, y el ltimo tom por el brazo aAranguren dicindole: "Usted se ir, hermano, pero no sin antes entrar conmigo a la capilla." Cuando, quince minutos ms tarde, volvi a salir al aire fro de la Sierra, Aranguren haba aplazado su violenta decisin. Tras las dos largas embajadas de Antonio Garrigues en Washington y en Roma volv a verle en el Banco Urquijo de Juan Llad, cuyo claustro reuna peridicamente a un grupo ms cultural que financiero, al que Antonio perteneca con doble legitimidad porque en los dos mundos estaba su autoridad afincada y reconocida. Llegada la Transicin poltica tuve el privilegio de compartir con Antonio la mesa del primer Gobierno de la Monarqua. Antonio fue en ella Ministro de Justicia y yo de Comercio. Y; ya en el proceloso mar de la poltica, mi relacin con Antonio se ensanchara, sin salir del clan Garrigues, a sus hijos Joaqun y Antonio, Joaqun conmilitn y amigo, Antonio amigo nada ms porque, prudentemente, no quiso pasar a mayores cuando yo se lo ofrec. Si tuviera que encerrar en cuatro palabras la conclusin de esta presurosa y amistosa semblanza de Antonio Garrigues DazCaabate, seran stas: Primera, la inteligencia, siempre a flor de piel, viva y rpida en los momentos crticos, como el de la forzada dimisin de Carlos Arias Navarro. Segunda, el humor, antdoto para l de las adversidades, como cuando tuvo que explicar al Consejo de Ministros la innumerable fuga de presos de la crcel de Zamora que de su Departamento dependa. Tercera el sosiego: pareca haber hecho suya la consigna que se atribuye a Vctor Hugo: "Glissez mortels, n 'appuyez pas", o la12

SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

del perezoso Talleyrand: "Surtout, pas trop de zele". Esta cautela explica que pasara como sobre ascuas, en sus notas autobiogrficas, por encima de algn muy penoso hecho central de nuestra historia reciente. y cuarta, para que la anterior no deje una impresin de ligereza, la profunda y emocionante raz cristiana de sus convicciones. Inteligencia, humor, sosiego, honda f cristiana: este sera el esquema, escueto como un teorema algebraico, del hombre al que vuestra benevolencia (porque vuestra es la responsabilidad) me ha empujado a suceder. Ardua sucesin que acepto con gratitud y entusiasmo, imitando la cuidadosa cautela de mi antecesor.I

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11LA TRANSICIN EXTERIOR

SOBRE LA TRANSICION EXTERIOR

jean Lacouture acu en 1978 la expresin Historia inmediata para designar aquella que se caracteriza porque el relator ha sido, adems, actor o testigo de los hechos que relata. Sin pretender vestirme con la toga ilustre del historiador, pretensin que sera, en m y en este lugar, vanidad inexacta, me propongo escribir sobre la transicin poltica espaola, aceptando el riesgo de acrecer hasta la inundacin la lluvia bibliogrfica que ha cado sobre ella en las ltimas dcadas. Solo pretendo alguna originalidad acotando el mbito de mi historia inmediata a la que he llamado Transicin exterior, es decir, al proceso que ha situado a Espaa en el lugar que le corresponde hoy dentro de la comunidad internacional y en los foros a los que no pudo ser admitida, cuando se constituyeron, por el carcter no democrtico del rgimen anterior. Fernando Morn, a quien me unen estrechos vnculos de estimacin intelectual y familiar, aluda a un proceso as en el ttulo de una de sus obras, Espaa en su sitio', expresin certera con la que estoy muy de acuerdo, aunque el sitio que para Espaa quera el Ex Ministro socialista de Asuntos Exteriores al principio de la Transicin y, en particular, el modo en el que debera a su juicio ocuparlo, no fueran exactamente ni el modo ni el sitio que preferamos, y conseguimos imponer, quienes tenamos entonces el gobierno de Espaa. De las dos cotas que nos fijamos como principales objetivos de nuestra accin exterior y en cuya conquista trabaj con ahnco -a saber, la Comunidad Europea y la Alianza Atlntica- me fue dado coronar la segun-

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Fernando Morn. "Espaa en su sitio" Plaza & jans Cambio 16, Madrid, 1990

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da, pero me qued a poca distancia de la cumbre en la primera, a la vista ya de la tierra de promisin comunitaria; y siempre envidiar a Fernando Morn la gloria de haber firmado el Tratado de Adhesin de Espaa a las Comunidades. Para alivio de mi sana envidia suelo acogerme a una cita clsica del Romancero del Cid: que forma parte de la famosa respuesta que Rodrigo dio al cura de San Pedro de Cardea:Que non venciera josu/si Moiss non lo jiciera

Intentar en lo que sigue, con referencia siempre a la Transicin exterior, reunir datos y opiniones que apoyen mi convencimiento, ciertamente no muy original, de que la decadencia espaola supuso durante casi dos siglos una involucin de Espaa sobre s misma, un ensimismamiento en sus problemas y contiendas interiores, un desinters de los espaoles por el mundo exterior; supuso una Espaa que dej de ser sujeto activo en la escena internacional para convertirse en un objeto pasivo que despierta el inters de los dems, que mueve la codicia de las cancilleras, excita la curiosidad de los viajeros y mueve la atencin de los hispanistas, florecientes durante esa larga poca entre nuestros amigos y,sobre todo, entre nuestros enemigos. Es muy conocida y comentada esta situacin que slo evoco aqu para subrayar lo que conviene ahora a mi propsito: y es que en una situacin as no poda darse una gran poltica exterior espaola que no fuese dramticamente defensiva. y se agrav ese sndrome durante la muy larga etapa del franquismo, en la que el ensimismamiento vino obligado por el cierre de las ventanas exteriores y por el agustiniano noli Joras ire de la propaganda oficial. Refiero estas impresiones a mi propia experiencia como espectador y actor de la vida poltica espaola, y de ninguna manera me atrevera a pretender para ellas una validez universal, ignorando los esfuerzos exteriores de los polticos de la Restauracin y del Desastre, o cuanto se ha investigado y escrito sobre la18

SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

materia en los ltimos tiempos -como eruditamente ha resumido la obra colectiva "Lapoltica exterior de Espaa (1800-2003)" coordinada por Juan Carlos Perera/. Pero lo que s es cierto es que el horizonte de quienes habamos llegado al uso de razn en pleno franquismo nos confinaba en aquellas coordenadas interiores de aislamiento. Nuestras juveniles discusiones polticas se reducan entonces a un ir y venir sobre posibles escenarios para la salida del franquismo: y todo era aplazar hasta esa salida -que con incansable ingenuidad creamos siempre prxima- cualquier otro debate y, muy especialmente, un debate sobre poltica exterior. Conviene aadir que esa no era una situacin exclusiva de quienes vivamos dentro del franquismo: la documentacin que nos ha llegado del PSOE contemporneo en el exilio revela un mismo confinamiento: los debates internos tenan una obsesin principal fija, la de terminar con el Rgimen de Franco, y cualquier valoracin de los hechos exteriores se reduca a analizar las consecuencias que podran derivarse de ellos para favorecer o retrasar el final del franquismo. Por aquellos tiempos, en las tertulias polticas, dentro y fuera de Espaa, si alguien suscitaba la cuestin del Tratado de Roma, o del Pacto Atlntico, o de la guerra fra, la respuesta de la mayora de los tertulianos era siempre la misma: djame primero resolver la salida del franquismo, y luego ya veremos. El franquismo no solo censuraba el debate libre sino que reduca el examen del futuro a la obsesiva indagacin sobre como se podra llegar a salir de la dictadura. Muri Franco, lleg el momento del veremos, y lo que veamos aquellos a quienes nos toc iniciar desde el Gobierno eso que luego iba llamarse Transicin exterior, lo que vimos fue que nos faltaba una escuela de anlisis de los problemas internacionales, una cultura exterior en la que apoyarnos; que si alguna

'Juan Carlos Pereira. "La poltica exterior de Espaa".Ariel Historia, 2003.

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haba era una cultura de inhibicin, de no querer hacer, de no poder hacer; y que, por lo tanto, para querer hacer algo en poltica exterior no nos quedaba ms remedio que improvisar. La Transicin, toda ella, pero ms la Transicin exterior, tuvo inevitablemente mucho de improvisacin. En notas manuscritas de la poca encuentro comentarios sobre la obligacin de improvisar y sobre la conveniencia de improvisar. Son stas: Nada radicalmente nuevo en la vida se hace sobre esquemas preparados antes: en los ltimos tiempos del franquismo hubo gentes muy capaces que se entretuvieron en escribir detalladamente lo que haba que hacer a la muerte de Franco, el da D, y el da D+ 1, Yel da D+2; Ycasi ninguno de los esforzados redactores, casi ningn minucioso papel de aquellos fueron realmente tiles a la hora de la verdad. Tambin encuentro en mis notas una comparacin exagerada, irreverente, pero que justo por serlo es a la vez una imagen clara, y por eso la transcribo -aunque no sin algn rubor. Es sta: cuando Cristo se propuso hacer algo radicalmente nuevo no acudi a los esenios ni a los fariseos, que seguramente tenan mucho y muy bueno escrito: acudi a unos pescadores ignorantes de Galilea. Y razonando as me senta justificado como improvisador: porque muchos de los que desde el Gobierno empezamos la Transicin ramos, en materia poltica, poco ms que unos pescadores de Galilea. y lo mismo le pasaba al PSOE en la oposicin. Un partido socialista renovado haba nacido en Suresnes pocos aos antes: la vieja tradicin de Llopis terminaba en aquel decisivo Congreso y en l iba a comenzar la poca brillante de Gonzlez. Que tambin tuvo que ser una improvisacin, por su ruptura original con la tradicin socialista anterior; pero con una diferencia importante respecto de la improvisacin que practicaba contemporneamente el partido del Gobierno, la Unin de Centro Democrtico, y que era sta: UCD, conglomerado artificial sin posible homologacin exterior, no poda inspirarse en ninguna Internacional Centrista, mientras que el PSOE cont, desde el primer20

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momento, con la referencia y el apoyo de la vigorosa Internacional Socialista gobernada entonces por eminentes personalidades como el austriaco Kreisky, el sueco Palme y, sobre todo, el alemn Brandt. De aquellos veteranos maestros recibi el jovencsimo Gonzlez una confirmacin en sus incipientes convicciones neutralistas, hecho que marcara (y, a mi juicio, no para bien) su propia posicin en la poltica exterior espaola de los aos siguientes. Porque las razones en que fundaban su neutralidad aquellos tres eminentes socialistas no eran aplicables a Espaa: Kreisky estaba desde 1945 obligado a la neutralidad y geogrficamente en la vecindad del bloque sovitico, lo mismo que Palme quien, adems, heredaba las esencias del congnito neutralismo sueco; y Brandt acababa de hacer de la Ost Politik uno de los ejes de su legislatura. Cierro el largo parntesis y retomo el hilo de nuestra improvisacin poltica. A la muerte de Franco tenamos, en materia de poltica exterior, poco ms que una tradicin de neutralidad. La neutralidad haba sido una constante espaola en la historia reciente: habamos sido neutrales en 1870, yen 1914, yen 1939; y la tentacin de seguir siendo neutrales iba a ser protagonista cuarenta aos ms tarde en la polmica sobre nuestra adhesin al Tratado de Washington, sobre nuestra entrada en laAlianzaAtlntica, en 1981. Esos antecedentes neutrales y pasivos no servan para apoyar en ellos una poltica exterior activa, de accin y no de inhibicin; y de ah que nos viramos obligados en 1981 a partir casi desde cero, y de ah tambin que haya resultado ms dificultosa y ms larga la Transicin exterior que la Transicin interior, pese a que la esperbamos ingenuamente ms sencilla cuando la llamada del Rey nos puso a la tarea. LaTransicin espaola en su aspecto exterior es tambin en caso tpico para el estudio prctico de una conocida cuestin terica que viene debatindose por lo menos desde Locke y Tocqueville: la posible incompatibilidad entre los usos democrticos y la poltica exterior, la posible inferioridad en que se en21

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cuentran los gobiernos democrticos, sobre todo los neodemocrticos, para conducir eficazmente su poltica exterior. Ni este es el momento adecuado, ni soy yo la persona idnea para tratar aqu tan atractiva cuestin, que slo he trado a cuento para subrayar, entre las muchas dificultades que hubo de vencer la Transicin, la dificultad de estrenar a la muerte de Franco simultneamente una democracia y una poltica exterior. En lo que sigue me propongo hacer dos comentarios previos: el primero sobre la limitacin que tiene distinguir entre poltica exterior y poltica interior; y el segundo sobre la presencia de la neutralidad en la memoria colectiva espaola; para detenerme luego en las dos principales acciones de la Transicin exterior a las que ya he aludido, y en las que me correspondi un cierto protagonismo dentro de los sucesivos Gobiernos: la adhesin de Espaa a los Tratados de Washington y de Roma, es decir, nuestras negociaciones para entrar en el Mercado Comn y en la Alianza Atlntica.

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IIIPOLTICA INTERIOR YPOLTICA EXTERIOR

SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

Quiero subrayar desde ahora que distinguir entre las dos Transiciones, la interior y la exterior, como vengo haciendo, es un recurso lcito para profundizar en el anlisis; pero las dos estn imbricadas tan ntimamente que no se pueden explicar del todo la una sin la otra. Y esta conexin ntima no es solo una consecuencia ms de la globalizacin, de la apertura que el desarrollo de las comunicaciones ha impuesto desde hace unas dcadas a la relacin entre los pases del mundo civilizado, sino que tiene, a mi juicio, una causa ms profunda: la estrecha conexin que existe siempre entre la poltica interior y la poltica exterior de los Estados. Ya hace quinientos aos Maquiavelo vinculaba el xito interior de la unidad recin alcanzada entonces por los Reinos peninsulares con el xito de las empresas exteriores a sus dominios en las que triunfaba el Rey Don Fernando. Segn el famoso anlisis que ocupa una parte de El Prncipe, el Rey Catlico emprenda sus conquistas en Granada, en frica y en Npoles no tanto por las ventajas que en s mismas le traan sino por la reputacin que ganaba con ellas, y que le permita mantener en sus sbditos el nimo arrebatado, las expectativas abiertas y, consecuentemente, la fidelidad al Monarca. Ortega y Gasset cita una carta de Maquiavelo a su amigo Francesco Vettori en la que afirma que el propsito principal del Rey al emprender aquellas aventuras guerreras exteriores era "producir una gran expectacin" y asegurar as la "admiracin, la obediencia y la fidelidad de sus sbditos". Fernando el Catlico haca poltica interior con su poltica exterior. Cinco siglos ms tarde otro italiano que se llam Benito Mussolini, lector sin duda de Maquiavelo, daba consejos en la25

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misma lnea al General Franco: es Serrano Ser quien copia en sus Memorias una carta del Duce al Generalsimo, fechada el 25 de Agosto de 1940 en Roma, cuyo prrafo central dice as: "Una Revolucin triunfante debe proponerse objetivos exteriores, de carcter internacional, esto es, aquellos objetivos que en un determinado momento puedan concentrar la total atencin y el esfuerzo completo del pueblo." Ganivet haba afirmado la misma conexin (aunque en sentido contrario) cuando dijo en su Idearium Espaol 4 que "el punto de partida de la poltica exterior es la poltica nacional, puesto que de sta depende el rumbo que ha de tomar aquella." y un poltico tan poco dado a la elaboracin intelectual de sus reflexiones como el Conde de Romanones ("acaso el ms inteligente de nuestros polticos" dijo de l Ortega Gasset en "Espaa Invertebrada") habla en trminos parecidos de la neutralidad espaola en la I Guerra Mundial. Deca Romanones: "As el Parlamento como los polticos se hicieron entonces intrpretes del sentimiento pblico, miedoso y desfallecido, que cifra el ideal en no hacer, ante el temor de que la accin le conduzca, despus del esfuerzo, a un nuevo fracaso. Este fue el verdadero estado de nimo nacional que impuso la neutralidad (espaola) durante la Gran Guerra." A finales del siglo XIX un famoso artculo de Silvela publicado en La Tribuna el 18 de Agosto de 1898, justo despus del Desastre, denunciaba, ya desde el dursimo titular Sin Pulso, la caquexia de la opinin pblica espaola que no permita apoyar en ella ni una tarea de gobierno ni, sobre todo, una poltica exte'Ramn Serrano Ser. "Memorias". Planeta, Espejo de Espaa. Madrid, 1977, pg. 352 . ngel Ganivet. "Idearium espaol".Austral, 1949, pg 83.s

Romanones. Obras completas. Tomo n. pg 526.

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rior dignas de ese nombre. "Hoy por hoy -escriba Silvela- el pas no quiere escuadra, no quiere Ejrcito, no quiere instruccin pblica. El pas no se interesa ms que por las cuestiones materiales... (Y) yo, para hallarme al frente de los negocios pblicos, necesitara que el pas quisiera Ejrcito, quisiera Armada, quisiera poltica exterior como debe quererse; es decir, sin asustarse de los riesgos que esa poltica pueda llevar consigo... y hoy por hoy el pas no quiere eso. "6 Una resuelta poltica exterior, vertebrada y exigida al mismo tiempo por una determinada poltica interior, de la que toma impulso, haba existido ya en los albores del Estado espaol con Fernando el Catlico, como ya he sealado, y existi en los tiempos altos de Carlos V y de Felipe 11; pero luego hizo mutis por el foro de la decadencia y Espaa estuvo ausente de la escena internacional durante mucho tiempo. Cundo se produjo ese eclipse? Para Ortega y Gasset a partir de 1580, punto de inflexin de nuestra historia. Aunque todava a finales del siglo XVIII pudo parecer que el nimo espaol remontaba con Carlos III: todava en 1774, cuando una primera crisis de las Malvinas, bast la voz del Embajador de Espaa en Londres -que tena detrs una escuadra no invencible, ya con las ansias de su muerte en Trafalgar- bast una voz respaldada solo por la historia para obtener la evacuacin de los ingleses. (Es justo recordar que el Almirantazgo explicara luego esa retirada por razones no militares sino presupuestarias). Pero a lo largo de todo el siglo XIX, como dijo Silvela en su pattico artculo, al poner el tacto sobre el cuerpo de Espaa empez a ser muy dificil encontrar el pulso. A esa situacin se le dio el nombre de marasmo, trmino tomado entonces del lenguaje mdico y al que luego la Real Academia ha definido como suspensin, paralizacin, inmovilidad en lo moral y en lo fsico."Francisco Slvela. "Sin Pulso". La Tribuna (l8-VIII-1898).

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Un artculo reciente de Vctor Prez Daz resume en una expresin certera el mismo concepto, refirindose a la situacin actual de la Unin Europea:"Un signo revelador de la debilidad del orden poltico europeo es la timidez de su poltica exterior y de defensa. La cuestin fundamental de la soberana se dirime en el momento de la guerra,cuando se aclaran cules son las relaciones entre la comunidad y su entorno, sus enemigos y sus aliados, y todos deben definirse en la accin asumiendo los riesgos y los costes correspondientes."?

La neutralidad es normalmente un sntoma de debilidad poltica y creo que lo prueba as la serie histrica siguiente, que se prolonga hasta bien entrada la Transicin exterior.

7 Victor Prez Daz, "El dficit cvico europeo", Claves de la razn prctica, 148,2004, pgs. 14-20.

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IVUNA ANTOLOGA DE NEUTRALIDADES

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La guerra franco-prusiana de 1870 dio lugar a un primer episodio de neutralidad espaola en la edad contempornea. Presida el Gobierno el General Prim y era Ministro de Estado Manuel Silvela, hermano de Francisco Silvela que sera aos ms tarde sucesor de Cnovas en la jefatura del partido conservador y en la Presidencia del Gobierno. Prim y Silvela eran germanfilos y proclives a aceptar las invitaciones de Bismarck para entrar en el conflicto. Manuel Silvela crea llegado el momento de que Espaa volviera a la escena internacional, pero Prim vacilaba: la bsqueda de un Rey tras la abdicacin de Isabel 11 le haba complicado la relacin con Alemania, que propona a un candidato Hohenzollern, y con Francia, que propona a un candidato Montpensier. Cualquiera de los dos candidatos reales habra resuelto las dudas espaolas en materia de poltica exterior; pero la dbil solucin de Amadeo de Saboya las mantuvo. Manuel Silvela estaba convencido de la superioridad alemana, probada en Sadowa unos aos antes, y pretenda renovar la feliz jugada de Italia con Prusia contra Austria. As resuma el pensamiento de Manuel su hermano Francisco:"Detrs de esa derrota de nuestros vecinos vea desenvolverse la suspendida historia de la Espaa europea, rehacerse nuestros recursos con cuantiosa indemnizacin de guerra, asegurarse nuestro imperio colonial y consolidarse nuestra unidad con el poderoso fundente del buen suceso."

Pero gan el escepticismo del Presidente. La derrota de Francia en Sedan coincidi con la cada del Gobierno PrimoCay con31

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l Silvela, Ministro de Estado, y le qued la amargura de aquella ocasin perdida; la comentara as su hermano Francisco:"Malograda la ms grande ocasin de fortuna que por algn tiempo haba soado, y cada vez ms seguro de su acierto, muchas veces le o lamentar con honda tristeza su desgracia, y miraba como indiferente y mezquino cunto poda hacer en el resto de su vida. "R

Doce aos despus, Manuel Silvela, perdida ya definitivamente la ilusin, se pas al bando de la neutralidad y escribi estas palabras tristsimas:"Espaa debera decir por mucho tiempo lo que el jugador de tresillo a quien la suerte no le depara estuches: Paso."

(No pretendo con estas citas tomar posicin sobre la tan dudosa como debatida invitacin de Bismarck a Prim para que entrase a su lado en la guerra franco-prusiana. Pretendo solo subrayar la hondsima preocupacin de Manuel Silvela por el aislamiento espaol, sustentado entonces y acrecido luego por la neutralidad de dimisin que ha caracterizado los dos ltimos siglos de nuestra historia contempornea. Porque salir de ese estril aislamiento secular fue tambin el propsito central que anim un siglo ms tarde la Transicin exterior) Espaa iba a "pasar" otra vez en el envite de 1914. Lo que sucedi entonces es ejemplarmente claro. Haba una opinin pblica espaola contraria a la intervencin en aquella guerra, largo tiempo temida y declarada por fin. Las Cortes se cerraron ellO de Julio, dos semanas despus del pistoletazo de Sarajevo que iba a desencadenar la conflagracin; continuaban cerradas el 10 de Agosto cuando Alemania declara la guerra a Rusia y sgue-

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Francisco Silvela, loe eit, pg. 232.

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ron de vacaciones a lo largo de todo el mes durante la dramtica serie de declaraciones de guerra que justificarn el nombre de Guerra Mundial para lo que est pasando. Sus Seoras no volveran a reunirse hasta tres meses ms tarde, el 30 de Octubre. No hubo apenas debate sobre la guerra cuando se reabri el Congreso. El comienzo de la mxima convulsin europea transcurri en poca de vacaciones parlamentarias espaolas. El Parlamento espaol no quiso enterarse del dramtico suceso blico, que iba sin embargo a modificar radicalmente la geografa y la historia de Europa. Fuimos obsesivamente neutrales, con una neutralidad de dimisin. No creyeron por lo visto ni el Parlamento ni el Gobierno que se nos hubiera perdido nada en aquel conflicto del que surgira, sin embargo, nada menos que un reparto nuevo de los poderes y de las riquezas en Occidente. Al da siguiente de cada declaracin de guerra, la Gaceta reafirmaba con nerviosa precipitacin la neutralidad espaola, siguiendo literalmente las rdenes de Dato, Presidente del Consejo de Ministros, quien cumpla a su vez escrupulosamente las prevenciones sobre neutralidad de la Convencin de La Haya. Se cursaron instrucciones a todos los funcionarios del Estado, as como a los provinciales y municipales de ajustar -cito literalmente: "...su conducta y sus disposiciones a los preceptos contenidos en el dcimotercero Convenio de la Haya de dieciocho de Octubre de 1907...relativo a los derechos y deberes de las Potencias neutrales." El 7 de Noviembre la Presidencia del Gobierno envi a todos los representantes diplomticos de Su Majestad en el extranjero una copia de las declaraciones del Presidente ante la Cmara; reiteraba Dato que: "...el Gobierno persevera en la actitud de neutralidad que, con ardoroso aplauso del pas, adopt desde el momento en que le fue conocida la declaracin de guerra..."33

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Hasta el final de la contienda Espaa puso todo su orgullo en mantener escrupulosamente la neutralidad, como el alumno inseguro pone todo su empeo en mantener una buena conducta escolar, un buen comportamiento, aun a costa de no atender a la clase y de no participar en ella. El pulso que Silvela no encontraba lata sin embargo con fuerza sorprendente, con crispacin inusitada; pero no en el Gobierno, neutral, ni en el Parlamento, ausente: lata en la calle, en la prensa, en las tertulias, en los saraos, y en esos foros extrauterinos se engendraban violencias y descalificaciones nunca vistas. La venta ambulante de la Puerta del Sol ofreca por veinte cntimos insignias para prender en las solapas que decan: "No me hable usted de la guerra." El Gobierno tuvo que prohibir la discusin sobre la guerra en los lugares pblicos. Espaa era ya diferente, aunque tal vez no tanto: aos antes el gobierno sueco haba prohibido tambin por razones de orden pblico las discusiones sobre Casa de Muecas, la rompedora obra de Ibsen. Hay mucha literatura espaola, en buena parte olvidada, sobre aquel trance de neutralidad. Entre otros libros ms doctos, recordar el nervioso, divertido y lleno de eficacia periodstica que public Fernando Daz-Plaja en 1973 con el ttulo Francfilos y Germanjlos, para tomar de l algunos hechos y comentarios por lo menos curiosos." Y; en primer lugar, para subrayar el mbito extenssimo que ocup aquella polmica. No hubo apenas personaje o personaji110 pblico que no fijara su posicin, o dejara, por lo menos, or su voz sobre la candente materia. Se hicieron pblicos varios manifiestos: El peridico La Trbuna dio en Diciembre de 1915, con grandes titulares, un texto germanftlo bajo el que ponan su firma gentes famosas como Rey Pastor,Vzquez de Mella, Fernndez Galiano,]ulio Palacios, Cotarelo Valledor,]ulio Casares, Castn Tobeas, ngel Herrera, Clemente de Diego, Eugenio D'Ors y,entre los ms jvenes,]os Mara Gil Robles,]os Calvo Sotelo, Dmaso9

Fernando Daz Plaja, Franc6Ji/os y German6Jilos, DOPESA, Barcelona, 1973.

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Alonso, Edgar Neville. y, por supuesto, Jacinto Benavente, que todava no era Premio Nbel, y a quien a partir de aquella toma pblica de posicin germanfila, la crtica de izquierdas empez a descalificar literariamente con mayor dureza que la que haba empleado aos antes Don Jacinto para descalificar a Echegaray. Los aliadfilos fueron menos belicosos, pero tambin levantaron wagnerianamente su voz Romanones, Lerroux o Baroja. Sobre todo Romanones. El Diario Universal public el 19 deAgosto un editorial sin firma, precedido de una nota en la que el Director hurtaba el bulto a su responsabilidad y la trasladaba, elusivamente, al Conde. El ttulo del que sera famoso texto, y concentraba su doctrina era: Neutralidades que matan. Al da siguiente de la publicacin llam el Rey a Palacio a Romanones para que le explicara los mviles que le haban impulsado a escribir tan vehemente artculo. "Aquel da, 20 deAgosto -escribe Romanones- Don Alfonso se mostr coincidente con mi tesis y abiertamente inclinado a los alados.'?" Por lo menos el 20 de Agosto estaban claras la preferencia y la prudencia del Rey. Pero el Rey no poda manifestar pblicamente su posicin ntima. Y ese fue su drama durante toda la contienda. Impedido por su lealtad constitucional de participar en el debate, dirigi su inquietud hacia una labor humanitaria que merecera los mayores elogios de las cancilleras. Esta polmica que he dibujado en cuatro trazos no fue propiamente una polmica sobre poltica exterior, sino directamente una polmica sobre poltica interior. La pasin de los espaoles se encenda en las cuestiones domsticas, y proyectaba las hondas discrepancias interiores sobre el escenario de la Gran Guerra. Muchos hombres de ciencia se inclinaban por Alemania, cuya irradiacin cientfica era deslumbradora; los intelectuales prximos a la poltica eran ms bien aliadfilos. Ortega y Gasset, que ya era el intelectual espaol por antonomasia en 1914, mantuvo una extraordinaria discrecin y defraud con su silencio a\0

Romanones, op cit, tomo III, pg. 338.

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sus ya numerosos y fieles seguidores: la inmensa deuda cultural que tena con Alemania frenaba sin duda en l una esperable inclinacin poltica hacia los aliados. Haba sugerido ste su conflicto interior en un artculo que apareci en El Imparcial tres aos antes, en el que deca: "Yo no s si sera deseable una aproximacin de Espaa a Alemania en temas de poltica internacional. .. (porque) conviene separar completamente la realidad poltica de la Alemania actual y la cultura germnica."! En 1915 Ortega estaba harto de la polmica domstica sobre la guerra mundial; y endureci su posicin en estos trminos: "Germanftlos, francftlos? Insultos de unos periodistas a otros periodistas en las columnas impresas, de unos ciudadanos a otros en torno a las mesas de los cafs, soberbias y estulticias oratorias, ausencia de lealtad y cordialidad nacional, palabras ...rz Para decirlo en los trminos que precisamente Ortega acababa de acuar por aquellos das, la Espaa oficial aport a la sonora y larga polmica sobre la neutralidad una calculada indiferencia y la Espaa real una estridencia clamorosa. Ni una ni otra actitud podan ofrecer un proyecto razonable y til de poltica exterior. Hubo en el batiburrillo espaol una certera e irritada expresin, la del premio Nbel Echegaray en respuesta a un redactor de El Mundo que por ensima vez le peda unas palabras sobre la guerra:

n Ortega y Gasset, "El imparcial" 03-IX-1911), Obras completas, Tauros y Revista de Occidente, Madrid, 2004, tomo I, pg. 455.tz Ortega y Gasset, "Espaa" (9-IX-1915), Obras Completas. Tauros y Revista de Occidente, Madrid, 2004, pg. 905.

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SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

"He aqu mis palabras, que le agradecer transcriba literalmente en su crnica: Don Jos Echegaray es un fantico dela neutralidad,"?

[Un fantico de la neutralidad! Probablemente no hay expresin que caracterice con ms fidelidad, incluida su casi contradiccin en los trminos, la extraa y vigorosa pasin de nimo que invadi a la opinin pblica espaola, ajena hasta entonces a las cuestiones exteriores, cuando tuvo que enfrentarse a una cuestin exterior de primersima magnitud sin herramientas para analizarla y sin voluntad para intervenir en ella. Los aos que siguieron iban a estar marcados por el problema de Marruecos y no pudimos levantar la vista ms all del Rif. La convulsa Repblica no tuvo tiempo ni nimo para disear una poltica exterior nueva. La Guerra Civil instal la dialctica de las Dos Espaas en las relaciones exteriores. Alemania e Italia tomaron abiertamente partido por los que iban a ser los vencedores; la no intervencin de los antiguos aliados dej el apoyo a la Repblica en las manos de la Unin Sovitica. Ni la triunfante Rusia comunista ni las potencias del Eje derrotadas podan suministrar las bases para una nueva poltica exterior espaola. Terminada la Guerra Civil, el Rgimen del General Franco no pudo hacer inicialmente sino una limitada poltica iberoamericana y rabe, de contenido ms bien retrico. La tentacin de la neutralidad estuvo presente en las relaciones de Salamanca primero, y de Madrid despus con Roma y con Berln en los comienzos de la 11 Guerra Mundial. Frente a la presin de Mussolini para que Espaa entrase en la contienda eran muy slidos los argumentos de Franco pidiendo tiempo para restaurar la deshecha economa espaola, recin salida de nuestra devastadora Guerra Civil;pero tambin pesaba en el nimo de Franco el recuerdo de

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Daz Plaja, op cit. pg. 14.

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la neutralidad de 1914. Roberto Cantalupo, el efmero primer embajador de la Italia fascista ante Franco, comenta esa percepcin suya en un libro olvidado que se titula "Embajada en Espaa?". Me parece til traer a estas pginas una cita de Cantalupo sobre la cuestin, cita que ser inevitablemente larga. Dice as el Embajador italiano en 1947, escribiendo muy cerca de los hechos que le inspiran:"Es oportuno volver a pensar crticamente en el sentido de la neutralidad espaola, encuadrndola en el reciente pasado del que desciende: solo de este modo puede entenderse lo que podra definirse como su precipitado histrico." "El inters, el gusto, el modo espaol de practicar la neutralidad se remontan directamente a la actitud de Espaa ante la guerra del 14. A muchos espaoles les pareci entonces que, permaneciendo apartado de aquel conflicto, su pas permanecera tambin apartado de la nueva historia europea: de modo que, una vez terminada la guerra, la parte ms moderna espiritual y culturalmente, la nueva generacin de la Espaa monrquica de entonces se qued en el mismo estado de nimo de aquel que ha dejado escapar una magnfica ocasin para recobrar su puesto, despus de una larga, perezosa y humillante ausencia, en el surco de las Grandes Potencias. El estado de nimo del que tiene la impresin de haber dejado transcurrir la hora hbil para recuperar el puesto poltico que le corresponde, que era el puesto correspondiente al conjunto de valores que llaman hispanidad, digno de ser vuelto a colocar con nuevo boato y bajo una forma modernizada entre los elementos principales del actual patrimonio general de la humanidad occidental. .." "Mientras tanto hay algo que resulta seguro: que en la neutralidad espaola de 1914-18 se halla el origen remoto,pero

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Roberto Cantalupo, Embajada en Espaa, Luis de Caralt, Barcelona, 1951, pg. 265.

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SOBRE LA TRAN51CION EXTERIOR

visible de la guerra civil, como en la guerra civil se halla el origen de la neutralidad en 1939-45."

Al fmal de su comentario se pregunta, y no retricamente,el Embajador Cantalupo:"Se halla, pues Espaa, condenada a no salir del crculo de su neutralidad? Y condenada a permanecer neutral respecto a la Europa moderna, es decir, extraa a la nueva historia del continente? A no salir jams del restringido y ambiguo crculo de su sola historia? De su sola tierra? De sus solos hijos?" (Fin de la larga cita del Embajador).

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VEL PUNTO DE INFLEXIN

SOBRE LA TRAN51CION EXTERIOR

A partir de 1953 los Acuerdos con los Estados Unidos marcan, dbil pero claramente, un punto de inflexin decisivo de la poltica exterior espaola despus del Desastre: la decisin de tomar partido, de elegir puerto, de anclar a Espaa en el mundo occidental. Esa orientacin occidental, incoada apenas, y la Monarqua slidamente asentada son las dos grandes herencias que nos dej el rgimen anterior. Quienes estuvimos en los Gobiernos de la Transicin dimos, apoyando a la Corona y asegurando el anclaje occidental de Espaa, los primeros pasos de una nueva poca. En Febrero de 1981 yo recib de Surez, con la Presidencia del Gobierno, una legislatura desdeada, un trozo de legislatura con fecha cierta de caducidad:]unio de 1983.Tena dos aos por delante, si una mocin de censura no derribaba antes mi Gobierno minoritario. El programa que haba elaborado antes del golpe de Tejero tuvo que ceder la prioridad a una tarea no prevista: reconducir la situacin creada por el golpe mismo. Creo que la reconduccin se hizo eficazmente, con la extraordinaria ayuda del Rey, y que nos fue posible devolver a los espaoles dentro de la legislatura su confianza en la libertad y en la democracia, tan quebrantada el 23F.Tomando la muy conocida cita del segundo libro de los Macabeos, mientras con una mano sostenamos la espada contra los golpistas, con la otra hacamos la obra de Gobierno a la que nos comprometa mi discurso de investidura. Y un captulo esencial de esa obra era, precisamente, llevar a buen trmino la Transicin exterior. La preocupacin internacional no poda ser prioritaria en los primeros Gobiernos de la Transicin que presidi Adolfo43

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Surez, y lo iba a ser menos en el que me toc presidir a m inmediatamente despus del 23F. Desde la muerte de Franco haban impedido esa preocupacin la gravedad y la urgencia de los problemas domsticos, el vrtigo del vaco que dejaba el colapso del Rgimen anterior y la bisoez en el arte de gobernar de los Ministros de entonces, llegados casi todos al Gobierno sin experiencia pblica anterior, en un salto directo, non stop, desde la actividad privada a la pblica, sin haber hecho las tradicionales escalas intermedias y preparatorias de un acta de diputado, o al menos de una Direccin General o de una Subsecretara. Adems, el mismo Presidente del Gobierno, Adolfo Surez, se saba llamado por el Rey al Gobierno para resolver la Transicin interior, cosa que hizo con rapidez y eficacia grandes, y no dedicaba, no poda dedicar, ni el tiempo ni atencin a las cuestiones internacionales que se suponan menos urgentes. Cuestiones que, adems, no conseguan interesarle. Abro un parntesis para recordar que se ha comentado frecuentemente en la prensa, y se sigue comentando, la falta de idiomas en los sucesivos Presidentes del Gobierno, hecho al que se atribuye algn efecto sobre la persistencia del aislamiento exterior de Espaa durante la Transicin.Y he de agradecer que, en este contexto, se me cite a veces, benvolamente, como una saludable excepcin. En mi caso es cierto que un cuarto de siglo al servicio de la empresa privada, entre 1950 y 1975, me haba obligado a viajar frecuentemente fuera de Espaa, en busca de las tcnicas y de los capitales que necesitbamos para hacer industria. En los aos centrales del franquismo faltaban divisas, permisos de salida de Espaa y curiosidad para el turismo, y los hombres de la empresa privada ramos casi los nicos viajeros habituales por aquel espacio mal conocido que se llamaba genricamente el extranjero; entre ellos empezaron a reclutarse los primeros europestas. LasJuntas Generales de las grandes empresas eran un mbito insular de libertad rodeado por un ocano de censura, una curiosa escuela de libertad de expresin, y la empresa misma una plataforma para la experiencia exterior. Durante el44

SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

franquismo la empresa fue as un seminario de vocaciones europeas y parlamentarias. Yo tuve la suerte de estar muchos aos al servicio de la empresa privada y all aprend a defender mis posiciones en foros abiertos, muchas veces hostiles, y en lenguas no vernculas. Aquella experiencia me permiti defenderme al principio de la Transicin en mis primeros trances internacionales con un francs y un ingls eficaces, ricos en vocabulario aunque pobres en acento, como hechos que estaban ms de lecturas que de conversaciones.Yen ellos conduje las negociaciones para la entrada de Espaa en el Mercado Comn.Y sobre todo me sirvieron para sostener los dilogos de sobremesa o de pasillos, tan frecuentes en Bruselas y en Estrasburgo; o para algn encuentro verbal bronco con He1mut Kohl, teutnicamente enfadado una vez en Bamberg porque yo haba bendecido un almuerzo privado del Rey en el domicilio hamburgus de He1mut Schmidt, entonces Canciller de la Repblica Federal y siempre rival de Kohl." Uno de los pocos elogios que recuerdo, y agradezco, del Presidente Giscard fue una corts respuesta suya a mis excusas por la escasa calidad de mi francs. Giscard me dijo: "Lo que le pasa a usted, segn me dicen colaboradores mos, no es que hable mal el francs, sino que habla demasiado bien el espaol." No s si haba algo ms que halago corts en aquel piropo dirigido a m. Pero s s que hubiera sido ms exacto referido aAdolfo Surez. Adolfo maneja con eficacia, simpata y plasticidad extraordinarias el idioma castellano y 10 luce especialmente en mbitos coloquiales reducidos; sobre esa que vuelvo a llamar extraordinaria capacidad suya se apoyaba en aquellos tiempos inaugurales su conocido poder de seduccin. Y no quera Adolfo privarse de esa

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Conversacin con Helmut Kohl, castillo de Bamberg (25-VII-1981).

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ventaja sometindose a la prtesis insufrible de una traduccin simultnea. Por eso era ditcilllevarle a reuniones en las que la traduccin fuese inevitable, y por eso, aunque no solamente por eso, se encontraba como pez en el agua en los viajes iberoamericanos, y como pez en el aire en todos los dems. Durante los tres aos en los que yo conduje las negociaciones para la entrada en el Mercado Comn bajo la Presidencia de Surez solo consegu llevarle una vez a Bruselas ("no s si he ido acompaado de Calvo Sotelo o acompaando a Calvo Sotelo" -dijo con cariosa irona a su regreso). y all fui testigo de su sufrimiento durante una larga velada en el castillo de la Hulpe au coin du feu (a caron do lume, hubiera podido escribir si el gallego fuera lengua oficial de la Comunidad) con el inner circle de la Comisin Europea que presida Roy ]enkins.Y hago esas tres citas en francs, en ingls y en gallego no para presumir tontamente de una condicin polglota que no tengo, sino para mostrar la constante presencia de otras lenguas en las relaciones con el Mercado Comn. Este cierto aislamiento lingstico de la clase poltica espaola fue sin duda en los primeros tiempos de laTransicin, y sigue siendo hoy, a la vez causa y efecto del aislamiento crnico que caracteriza a nuestra poltica exterior. El aislamiento prolongado acaba generando un complejo de exclusin. Tomo de mis apuntes una ancdota mnima que me ruboriz en los ltimos aos del franquismo: asista yo en Bruselas a una reunin de empresarios qumicos europeos presidida por el Barn Bol, que a la sazn presida tambin la multinacional Solvay. y para defender que la siguiente reunin se celebrara en Madrid, y no en Npoles, como sugera con tentacin turstica alguno de los presentes, se me escap aadir: Madrid tiene, adems, mejores comunicaciones areas con Europa. "Querr usted decir con el resto de Europa", tron interrumpindome el autoritario Barn "porque creo recordar que Madrid es tambin Europa." Alguno de nosotros empezaba, tal vez, a no recordarlo ya. Que las cuestiones exteriores no interesaban a los Ministros al comienzo de la Transicin se puede mostrar acercndose al46

SOBRE LA TRANSICION EXTERIOR

escenario de los Consejos en el Palacio de la Moncloa. En aquella mesa alargada, que llambamos "de los pajaritos" por el concierto de trinos que a veces un cortocircuito extrao desencadenaba en el carrilln su gran lmpara de sobremesa, en aquella mesa del Consejo yo era el ltimo llegado a principios de Febrero de 1978, despus de una ausencia de ocho meses en la Presidencia del Grupo Parlamentario de VCD, para ocuparme de negociar el ingreso de Espaa en el Mercado Comn. Haba conmigo en aquel apartado extremo de la mesa otro Ministro sin cartera, yo tampoco la tena, que se llamaba Joaqun Garrigues, a quien la que sera su ltima enfermedad haba hecho perder el dinamismo y la facundia proverbiales en .joaqun no tena turno de intervencin asignado y hablaba solo cuando se lo peda el Presidente; yo s lo tena y me tocaba hablar el ltimo. Mientras informaba sobre el curso de las negociaciones los dems Ministros y el Presidente iban recogiendo sus papeles y reclamando a otros Ministros los que les haban hecho llegar durante el Consejo; all se instalaba un escenario parecido al de una sala de cine cuando, al final de la pelcula, se encienden las luces y se proyectan los ttulos de crdito. Habamos estado muchas horas discutiendo sobre poltica interior, sobre huelgas, atentados, arrogancias perifricas, ndices de inflacin, nmeros rojos en las grandes cuentas del Estado; y yo comprenda que aquel horno no estaba para bollos comunitarios: como era habitual en nuestra historia, la poltica interior devoraba a la poltica exterior. Cuando ya he terminado los comentarios precedentes sobre la insuficiencia crnica de nuestra poltica exterior cae en mis manos un libro ya viejo, muy famoso en su tiempo y hoy injustamente olvidado, que lleva las firmas de tres ilustres miembros de esta Academia: Jos Mara de Areilza, Fernando Mara Castiella y Alfonso Garca Valdecasas": y encuentro en el prlogo, que firma Valdecasas, argumentos brillantes en apoyo de los que conlO

Jos Mara de Arelza y Fernando Mara Castiella, Prlogo de Alfonso Garca Valdecasas,

Reivindicaciones de Espaa, Instituto de Estudios Polticos, Madrid 1941.

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mucha menor brillantez he dejado expuestos. No resisto a la tentacin de transcribir aqu los que me parecen ms claros, an a riesgo de verme obligado a una cita muy larga. Es cierto que suelen parecernos mejores los conceptos que coinciden con los nuestros independientemente formulados y que tal parecer est viciado de no poca autocomplacencia: pero en este caso estoy seguro de que la cita tiene un gran valor objetivo por encima de mi subjetiva apreciacin. Y que no ha perdido actualidad ninguna pese a que han llovido sobre ella sesenta y cuatro aos. Dice as Valdecasas en 1941:"Durante mucho tiempo Espaa ha estado sin hacer poltica exterior, sin afrontar el contorno poltico con voluntad resuelta de imponer su propio ser." "Hablo de Espaa, de la tnica en ella dominante, no de las excepciones, que las hubo notorias y excelentes. Salvadas stas, podra decirse que la suprema aspiracin de las fuerzas polticas rectoras pareca ser la de aislarnos del mundo y sus conflictos, hacer como si no existieran para nosotros, ni nosotros para ellos." "Pero a la realidad no se la suprime porque se la ignore, y la poltica de la cabeza bajo el ala no gana en decoro ni en inteligencia porque la practique un pueblo. La Historia se hace o se padece; no hay ms opcin." "No es ste sitio para miar en detalle la gnesis y desarrollo de aquella actitud. Sumariamente y sin gran rigor cabe sealar el cuarto de siglo que va del 1898 al 1923 como su poca de madurez. Durante esa poca la clase rectora no cree en Espaa, no le encuentra el pulso y niega que lo tenga. En nobles figuras esa falta de fe es pesimismo amargo que a veces no exime de sentir el deber; en los ms la falta de fe se traduce en cobarda y frivolidad.'?"P

Areilza y Castiella, op cit, pg. 7.

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SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

Espero que cuanto llevo dicho hasta ahora sobre la urgencia de los problemas interiores y la falta de una tradicin de poltica exterior en los aos iniciales de la Transicin, haya iluminado la dificultad en la que aquellos primeros Gobiernos se encontraban, nos encontrbamos, a la hora de disear un rumbo nuevo para la poltica exterior espaola. Si para la que he llamado Transicin interior existan precedentes no muy lejanos en los que inspirar la devolucin a los espaoles de las libertades, haciendo en ellos las necesarias correcciones, ciertamente nos pareci a quienes nos vimos empujados a la escena poltica en 1975 que no haba un referente til en la poltica exterior al que se pudiera volver, an con las correcciones necesarias. Y as hubo que empezar la Transicin exterior navegando a la vista por un mar desconocido, sin cartas nuticas de referencia y con un solo rumbo claro: integrar a Espaa en los foros internacionales a los que no haba sido admitida cuando se constituyeron por la naturaleza no democrtica del Rgimen anterior.

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VILA ENTRADA EN EL MERCADO COMN

SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

y, en concreto, integrar a Espaa en las Comunidades Europeas y en la Alianza Atlntica. Mes y medio despus de las primeras elecciones, el 28 de Julio de 1977 nuestro hoy compaero Marcelino Oreja, Ministro entonces de Asuntos Exteriores del Gobierno de Surez, entreg a su colega belga, Henry Simonet, Presidente en ejercicio del Consejo de Ministros de la Comunidad, las cartas solicitando en nombre del Gobierno espaol la adhesin de Espaa al Tratado de Roma. El acto solemne tuvo lugar en el Palacio Egmont de Bruselas. En su breve discurso de recepcin desliz Simonet una maliciosa aunque bienhumorada puya, presagio de los prejuicios que nos esperaban en la negociacin. Dijo Simonet a Oreja: "Le recordar que este Palacio perteneci a alguien que fue decapitado por los espaoles a las rdenes del Duque de Alba". Oreja le respondi adecuadamente: "Ya era hora de que en este lugar Europa recobrase la cabeza, recibiendo a Espaa.'?" Pese al recuerdo del Siglo XVI entramos los espaoles en la ardua negociacin del Siglo XX con la esperanza ingenua de que en esos foros nos recibiran con los brazos abiertos porque llegbamos desde el fro de un aislamiento forzoso y muy largo; que iban a degollar el ternero cebado, como en la parbola del hijo prdigo, para la gran fiesta de nuestro recibimiento. Pero muy pronto hubimos de comprobar, por nuestra cuenta y a nuestras costas, lo que otros saban ya: que la comunidad internacional es todo menos evanglica, que tanto en la Unin Europea in fieri como en la Alianza Atlntica ya madura, y muy especialmente en\, Raimundo Bassols, "Espaa en Europa", Poltica Exterior, Madrid, 1995, pg. 192.

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la Unin, los juegos estaban ya hechos, las ventajas repartidas entre los socios antiguos, y que nadie estaba dispuesto de buen grado a mover su silla en la mesa redonda comn para hacer un sitio en ella al recin llegado. He dicho especialmente en la Comunidad porque en Bruselas y en Estrasburgo estaban ya cifrados los beneficios y asignadas las cargas, con el rigor y la precisin contables que caracterizan a las economas del centro y del norte de Europa. Pero tambin pasaba algo parecido en la Alianza donde se haba tejido una complicada red de relaciones militares, con las jefaturas regionales y sus mbitos correspondientes negociados entre los socios.Y era una estructura ya consolidada y vieja: no olvidemos que la ltima incorporacin a la OTAN haba sido la de la Repblica Federal de Alemania en 1955, veinte aos antes de nuestra solicitud. Las reacciones a ella de los pases comunitarios fueron variopintas y muchas veces hostiles. Recoger como muestra de estas ltimas algunas francesas, muy representativas: Para Mitterrand "el peligro espaol comienza en el hecho de que la agricultura espaola es enormemente competitiva con la del sur de Francia... y en Espaa existen numerosas multinacionales norteamericanas que podran servir de cobertura a las tesis norteamericanas contrarias a la proteccin aduanera de la CEE"19. "El Sr. Mitterrand vuela bajo", apostillara La libre Belgique el 7 de Mayo de 1977. Chirac fue todava ms terminante: "Por lo que respecta a Espaa la nica frmula admisible es la asociacin (no la adhesin) ... No es razonable imaginar que se pueda detener la invasin perturbadora de los vinos, frutas y legumbres espaoles con barreras de papel. Sera absurdo creer que Espaa pueda integrarse en la Comunidad sin que volviera a ponerse profundamente en duda la participacin de Francia en el Mercado Comn. "20 Asombra que con estos antecedentes prximos el giro en la poltica exterior espaola que sigui a las elecciones de Marzo19

Informe del Embajador de Espaa en Lisboa, Citado por Bassols, op cit, pg. 193. Bassols, op cit, pg. 193.

ao

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del 2004 se deftniera elogiosamente como "la vuelta a la tradicional amistad franco-espaola." Me correspondi la singular tarea de formar el equipo negociador de nuestra adhesin. Empezar un trabajo nuevo desde el principio, sin la hipoteca heredada de una organizacin anterior, es un privilegio que rara vez se tiene en la vida pblica. El Ministro recin llegado se instala habitualmente sobre infraestructuras preexistentes, a veces seculares, en las que no es fcil injertar brotes nuevos. No fue ese mi caso como Ministro negociador de nuestra entrada en el Mercado Comn. Hasta el palacete de la Trinidad, elegante residencia privada de principios del Siglo XX, que acogi al equipo negociador era como una isla diferente y distinguida, en el ocano municipal y espeso de la Administracin. El escaso inters de la opinin pblica por el mundo exterior, al que tantas veces he aludido, protegi sin duda nuestra insularidad. De aquel equipo y de aquel trabajo, y muy especialmente de quien organizaba uno y otro, el Embajador Raimundo Bassols, verdadero artfice de nuestro ingreso en el Mercado Comn, guardo uno de los mejores recuerdos de mi larga y accidentada vida pblica. Tampoco despus de la solicitud de adhesin se produjo un debate profundo sobre poltica exterior en las Cortes espaolas. Haba que construir una poltica exterior nueva, todos lo sabamos, pero no se discuta de ella abiertamente ni en el Parlamento ni en la calle. Con todo fue muy distinto el curso en los foros polticos de las dos incorporaciones pendientes. Sobre la entrada de Espaa en el que se llamaba entonces Mercado Comn, sobre la adhesin de Espaa al Tratado de Roma pareca existir un amplio consenso interior, fundado en no muy bien analizadas ventajas econmicas; se empezaban a discutir en mbitos privados las condiciones concretas de la adhesin, aunque durante mucho tiempo la discusin no iba mucho ms lejos de la frase estereotipada y repetida: Entremos en el Mercado Comn, pero no a cualquier precio. Simpliftcada as la gran cuestin, el debate sobre el precio a pagar se refractaba en contiendas sectoria55

LEOPOlDO CAlVO-SOTElO BU5TElO

les, dominadas como siempre por la dicotoma industria/agricultura, sin atencin apenas para los servicios o las personas. Y era un debate de poltica interior. Mirando por encima de los Pirineos el problema se centraba en Francia, temerosa siempre de la competencia agrcola espaola, y siempre con la tentacin habitual, por 10 menos desde Luis XIV; de tutelar al dbil vecino del Sur. Sobre Francia tendr que decir algo ms antes de seguir adelante. A la muerte de Franco el Presidente Giscard haba tenido un rpido reflejo anunciando su deseo de estar en el acto solemne que proclamara Rey a Don Juan Carlos en la Iglesia de los jernimos, el da 27 de Noviembre, justo una semana despus de la muerte del General. Indiscutiblemente la de Giscard fue la presencia de mayor rango poltico en aquel acto de reinstauracin formal de la Monarqua. Pero los trmites protocolarios de aquel relevante gesto francs auguraron ya las dos caras de la moneda. Giscard pretenda que su clarsima preeminencia se destacara inequvocamente en todo el protocolo, que el hecho diferencial francs, que la excepcin francesa no se diluyeran en la turbamulta de las delegaciones. Y; despus de una larga discusin con el Embajador francs no hubo ms remedio que organizar a su Presidente un desayuno en la Zarzuela tete a tete con Don Juan Carlos un par de horas antes de la ceremonia religiosa de los jernimos, sobrecargando as la jornada real tan cargada ya aquel da para el Rey de preocupaciones y de emociones. A partir de ese momento el apoyo del Presidente de la Repblica Francesa a la recin renacida Monarqua espaola iba a teirse de un afn de tutela que pronto empezara a llamarse en los mentideros de la Corte sndrome de Luis XIV-Felipe V. y ese tinte coloreara toda la negociacin de nuestro ingreso en el Mercado Comn. El dominio francs sobre las instituciones comunitarias era casi hegemnico en aquellos tiempos. La Comunidad haba sido veinte aos antes una iniciativa francoalemana, y en esa pareja el protagonismo era francs, porque Alemania an no haba levantado la cabeza despus del Holocausto.56

SOBRE LA TRANSICiN EXTERIOR

Francia impona el ritmo lento de las discusiones con Espaa, los temas preferentes en ellas, las lneas rojas que no se podan cruzar -y hasta la lengua de trabajo. Cuando escribo estas lneas han pasado veinticinco aos, aquella hegemona se ha difuminado o roto, la Unin Europea trabaja en ingls y una Alemania reunificada se siente ya libre del lastre de la Guerra perdida. Pero al empezar la Transicin mandaba Francia. Aunque los tres pases del Sur, Portugal, Espaa y Grecia, empezaron a negociar juntos su entrada en el Mercado Comn, pronto se impuso el criterio francs de adelantar la entrada de Grecia y posponer las de Portugal y Espaa. Grecia no planteaba a Francia demasiados problemas de competencia agrcola, por su dimensin y por su distancia. Pero Espaa s. El espritu cartesiano francs, con su preferencia por soluciones claras y distintas, prefiri a Grecia que no suscitaba los problemas de Espaa, y llev a Giscard a unir la suerte de Portugal con la de su vecina peninsular, para dar la impresin de un tratamiento uniforme a la Pennsula Ibrica. Esa decisin francesa perjudicaba a Portugal y acentuaba su secular recelo antiespaol.Admitiendo a Grecia, Francia esperaba probar que no era contraria por principio a cualquier ampliacin comunitaria. El Presidente Giscard tema a la agricultura espaola cuando se integrase en la Comunidad, y todo era imponer pralables, vues d'ensemble sucesivas sobre el proceso negociador, peticin recurrente y redundante de informaciones tcnicas; hasta el veto a nuestra entrada pronunciado por el propio Presidente de la Repblica el da del Corpus Christi de 1980. Insisto en que es por lo menos asombroso que con estos antecedentes (para no citar el santuario consentido por Francia en su territorio a los terroristas vascos) se haya reinstalado recientemente en Madrid el tpico incierto de la secular amistad hispano-francesa. El triunfo de Mitterrand sobre Giscard en Mayo de 1981 acelerara la negociacin espaola, que estaba ya notablemente avanzada cuando el triunfo de Gonzlez en 1982 y que culminara en 1985. Con todo, la adhesin de Espaa haba exigido 10 aos de57

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forcejeos en Bruselas; poco ms tarde, con la reunificacin de Alemania, la incorporacin de la Alemania del Este se producira en solo 24 horas. Conviene recordar, e insistir en el recuerdo, que Espaa no fue recibida con generosidad por sus vecinos comunitarios, como suele decirse y escribirse en Latinoamrica y en los Pases del Este de Europa, y que labr su ingreso en el Mercado Comn a puro brazo del esfuerzo de los espaoles, apoyados en la palanca del Acuerdo Preferencial de 1970, que haba negociado magistralmente un hombre de esta Casa, el Embajador Alberto Ullastres.

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VIILA POLMICA ATLNTICA

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Pero la almendra de la Transicin exterior, el gozne sobre el que girara la nueva poltica internacional espaola, no iba a ser el Mercado Comn sino la Alianza Atlntica. Deca yo hace unos minutos que habamos heredado del Rgimen anterior un tmido anclaje en Occidente, plasmado en los Acuerdos de 1953 con los Estados Unidos. Es verdad que Espaa busc aquellos Acuerdos porque necesitaba salir de su aislamiento secular y que esa necesidad se haba hecho angustiosa tras la derrota en la Guerra Mundial de los que haban sido los amigos de la Espaa nacional durante la contienda civil. Quiero decir que, por parte espaola, aquellos Acuerdos con los Estados Unidos no se firmaron porque Espaa deseara entonces, en 1953, un cambio radical de nuestra poltica exterior, sino por la necesidad angustiosa de abrir horizontes que he citado. Pero lo cierto es que significaron un primer anclaje en Occidente, y que los Gobiernos de UCD se propusieron convertir aquel anclaje circunstancial en sustantivo y definitivo, con la autoridad del respaldo democrtico. Y por eso el Gobierno que yo presida tom la iniciativa de incorporar a Espaa a la Alianza Atlntica, y por eso el debate sobre la Alianza se convirti en la plataforma giratoria sobre la que iba buscar un nuevo rumbo la indecisa poltica exterior espaola. Al principio de la Transicin la conveniencia de un anclaje occidental de Espaa no era bien entendida por la opinin pblica, ni tampoco por los rganos pensantes de algunos partidos. Se segua razonando en coordenadas interiores, de poltica interior, de poltica electoral. Una vez ms la conexin profunda entre poltica interior y poltica exterior se escoraba hacia la primera, escamoteando un verdadero debate sobre los mritos, o demri61

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tos realmente internacionales que supondra una integracin de Espaa en la OTAN. Insisto en que la verdadera Transicin exterior, el verdadero cambio en la poltica internacional espaola no se produce con nuestra solicitud de ingreso en las Comunidades Europeas -recordemos que esa solicitud ya se haba cursado por Castiella, Ministro de Asuntos Exteriores de Franco, en 1967. Se produce con la adhesin de Espaa al Tratado de Washington, con el ingreso de Espaa en la OTAN. Por esa razn las fuerzas polticas se movilizan y se crispan cuando yo propongo en mi discurso de investidura, el da 19 de Febrero de 198F\ la entrada en la Alianza y, sobre todo, cuando el Gobierno que yo presido plantea formalmente la cuestin en el Congreso siete meses ms tarde". Como esta es, a mi juicio, la clave de la Transicin exterior dedicar algn espacio a examinar los juicios y, especialmente, los prejuicios que subyacan a la polmica atlntica. y, en primer lugar, la novedad que iba a suponer el regreso de Espaa al escenario internacional, despus de una ausencia de dos siglos. Volver es siempre un difcil ejercicio.Y, casi siempre, un ejercicio de humildad. Espaa haba estado como protagonista en el escenario internacional a lo largo del siglo XVI y de una buena parte de siglo XVII. A partir de Westfalia se arrastra por las cancilleras el fantasma de un poder antiguo que desfallece. Cuando los Gobiernos de la Transicin pretenden que Espaa vuelva al escenario saben que ya no puede volver con un papel protagonista, como el que tuvo doscientos aos antes; saben que ha de aceptar el papel secundario propio de su nueva dimensin relativa en el mundo, en un mundo radicalmente nuevo tambin. Y esa aceptacin exige realismo y humildad: exige echar en serio siete llaves al sepulcro del Cid.

21

Diario de Sesiones, n 143 (19-Il-1981),pg. 9.150.

"Diario de Sesiones, n 191 (27-X-1981), pg. 11.295.

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Cerca de nosotros se han desarrollado dos procesos comparables de prdida de protagonismo: el ingls y el francs. Como observador atento del mundo exterior he admirado la elegancia y la eficacia con las que Inglaterra ha vivido la ruina de su Imperio, proceso ejemplar en todo, menos en la contumacia con la que se aferra al Pen de Gibraltar. y, en cambio, he sufrido impaciente los destellos mortecinos de la grandeur francesa, al mismo tiempo que admiraba la habilidad de sus polticos y de sus diplomticos que han conseguido que Francia -segn la metfora cruel de un Ministro de Adenauer- siga viajando por el mundo en un asiento de primera clase cuando solo es portadora de un billete de segunda; y que se le permita, del brazo de Alemania (dos derrotados en la 11 Guerra Mundial) dar lecciones a los vencedores en ella, Inglaterra y los Estados Unidos. Alguna de las posiciones contrarias al ingreso de Espaa en la Alianza Atlntica adoleca, quizs no conscientemente, de falta de realismo y de falta de humildad. Por ejemplo: las que propugnaban que no se incorporara Espaa en ninguno de los bloques oriental y occidental, vigentes entonces, y preferan que se incorporase al grupo de los no alineados, entre los que poda aspirar a una posicin eminente. El Partido Socialista se inclinaba, es verdad que sin mucho entusiasmo, hacia la segunda posicin porque crea que otorgaba ms libertad a la nueva poltica exterior, sin las obligaciones que sin duda iba a imponerle la incorporacin a la OTAN. No haba sido esa la posicin del PSOE en el exilio cuando se constituy la Alianza en 1949: hay artculos contemporneos de Rodolfo Llops, de Indalecio Prieto y de Luis Araquistain" en los que se sostiene con firmeza la conviccin de que Espaa debera incorporase a la OTAN,pero solo despus de haberse sacudido el Rgimen no democrtico vigente entonces. Pensaba razonablemente el Partido Socialista que, en aquel mo-

23 Fundacin Indalecio Prieto, "El proceso de la construccin europea. Aportaciones del socialismo espaol en el exilio 1948-1949". Madrid, 2003, Alonso Puerta et al, "El socialismo espaol en el exilio y la construccin europea", pg 108 Y sgtes.

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mento, la admisin de Espaa en el Pacto Atlntico supondra un espaldarazo al Rgimen, tan menesteroso entonces de apoyo internacional. Repito que cuando se funda la Alianza Atlntica (1949) no tiene el PSOE en el exilio ninguna duda sobre la conveniencia de anclar a Espaa en la organizacin occidental de seguridad y defensa. Sin embargo en el otoo de 1981, cuando mi Gobierno propuso formalmente aquel anclaje, el PSOE no solo dudaba que conviniese sino que afirmaba lo contrario: afirmaba que lo que convena a Espaa era mantener el ancla en el fondeadero tradicional de la neutralidad. En Diciembre de 1976 el vigsimo sexto Congreso del PSOE "haba denunciado la renovacin de los acuerdos militares con los Estados Unidos ... en aras de nuestra poltica de neutralidad". He aqu resucitado el fantasma de la neutralidad. A qu se deba un cambio tan radical de criterio entre 1949 y 1976? Tal vez al cambio, radical tambin, de nuestra poltica interior. O a la consiguiente falta de firmeza, a la que tantas veces he aludido, de nuestra poltica exterior. Pero no, desde luego, a que la nueva situacin internacional hubiera dejado obsoleto, treinta aos despus, aquel anclaje occidental. Porque la discusin pblica sobre el lugar en la escena internacional que correspondera a la Espaa salida del franquismo alcanz su apogeo precisamente en el ao 1981, cuando el Parlamento debati, a propuesta del Gobierno que yo presida, la integracin formal de Espaa en la OTAN.Hasta entonces la cuestin atlntica no haba movilizado a la opinin: las estadsticas que publicaba regularmente el Centro de Investigaciones Sociolgicas as lo prueban. Dar unas cifras". En Octubre de 1978 a la pregunta: "Conoce usted alguna fnaldad de la OTAN?" un 68% responde que no conoce ninguna; y a la pregunta: "Esusted partidario de la entrada de Espaa en la OTAN?" nada menos que un 55% dice que no sabe.24

Centro de Investigaciones Sociolgicas.

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En Diciembre de 1979 cuando otra encuesta pretende identificar cual es la cuestin de poltica exterior ms importante para el ciudadano, un 32% contesta que las relaciones con Hispanoamrica, y slo para un 26% 10 primero es la presencia de Espaa en los Organismos Internacionales a los que todava no pertenece. De estos datos se deduce que antes de 1981 el inters por la poltica exterior sigue siendo escaso, salvo en la mencin tpica de Hispanoamrica que se incluye casi como una clusula de estilo desde Maeztu y durante el franquismo, en cualquier declaracin pblica. Aunque entre aquellos que intentan ver ms all empieza a estar claro que son ms los que se declaran partidarios del anclaje occidental que los contrarios a l. Esta situacin cambia muy bruscamente con laTransicin. Si en 1975 hay un 75% de los espaoles que desea la integracin de Espaa en la Alianza Atlntica en 1983 esa cifra se ha reducido al 13%. Cmo se puede entender en tan corto plazo una reduccin a la quinta parte del nmero de espaoles que se declaran atlantistas? En primer lugar ese viraje abrupto es una prueba ms de 10 que un analista de Bolsa llamara la volatilidad de la opinin pblica espaola en cuestiones de poltica exterior: la falta de una tradicin en los debates exteriores a la que ya me he referido tantas veces hace a la opinin especialmente dctil y maleable, y en consecuencia muy vulnerable a las campaas que se organizan sobre ella. Y es entonces cuando la izquierda espaola monta una intensa, hbil y eficacsima propaganda antiOTAN. La cuestin Atlntica no haba estado al principio de la Transicin entre las prioridades de los nuevos Gobiernos: hay una levsima presencia del asunto en los programas de UCD y en las declaraciones iniciales de los sucesivos Gobiernos que preside Surez. El Congreso de UCD en 1978 declara que UCD es partidaria de la entrada de Espaa en la OTAN en la forma y con las modalidades que ms convengan a nuestros intereses. En la primavera de 1979 nuestro compaero Marcelino Oreja, Mi65

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nistro a la sazn de Asuntos Exteriores, dice al Consejo de Ministros que cree llegado el momento de centrarse en la Alianza Atlntica; pero el Presidente Surez prefiere que no se debata la cuestin en el Consejo, fiel a la cautela con la que ha procedido hasta entonces." El 3 de Septiembre de aquel mismo ao se produce un hecho anmalo que induce a error, dentro y fuera de Espaa, sobre el verdadero rumbo de nuestra poltica exterior: la presencia espaola en la Cumbre de Pases No Alineados convocada por Fidel Castro en la Habana". No era la primera vez, ni sera la ltima, que una debilidad congnita por Cuba deformaba la posicin del Gobierno de Madrid, como si una infidelidad grave a nuestra lnea fuera menos grave y menos infiel por ser cubana, como si esas guiadas prestigiaran al timonel de la nave, mostrando su independencia, en vez de ser seales de frivolidad. Fidel Castro no dejara de utilizar la bisoez espaola diciendo en su alocucin inaugural de aquella Cumbre estas impertinentes palabras:"Por primera vez Espaa asiste a una Cumbre de No Alineados, y este gesto da esperanza de que vuestro pas pueda desarrollar relaciones amistosas y tiles con todos los pueblos del mundo sin dejarse arrastrar a la alianza ofensiva de la OTAN. En la Europa industrializada tambin necesitamos amigos que no marchen atados al carro imperialista. "27

La participacin en la Cumbre de La Habana haba sido expuesta por el Presidente Surez en el Consejo de Ministros del 3 de Agosto, y suscit en aquel Colegio, habitualmente dcil, algunos comentarios crticos. La cuestin volvi a estar sobre la" Marcelino Oreja Aguirre, Discurso de recepcton en la Real Academia de Ciencias Morales y Polticas (21-N-200S), pg. 95.26

Javier Ruprez, Espaa en la OTAN Relato Parcial, Plaza & jans, Madrid, 1986, pg. 86. Javier Ruprez, loe. cit, pg. 87.

27

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mesa del Consejo en la siguiente reunin, el 14 de Agosto: el Presidente asegur que el representante espaol, Carlos Robles Piquer, defendera en la Cumbre las posiciones occidentales. El Gobierno reaccion enrgicamente a la impertinencia de Castro, y la reaccin sorprendi a Castro quien a su vez reaccion con su habitual violencia. Por una vez Castro tena razn: la participacin espaola en la Cumbre tena un sentido claro en el lenguaje gestual diplomtico y autorizaba al dictador a entender que el Gobierno espaol rectificaba su opcin atlantista. El influyente diario parisino Le Monde salud el da 4 con agrado que la nueva Espaa completara su iniciada tendencia occidentalista mirando tambin a otros horizontes.Y El Pas, ya en la onda antinorteamericana, concelebraba el mismo da la veleidad gubernamental. Y; sin embargo, como acertadamente comentaba aos despus Javier Ruprez "el Surez que enviaba una delegacin de alto nivel a la Conferencia de los No Alineados y se mostraba ambiguo sobre el tema de la OTAN, no quera transmitir ningn mensaje especial ms all del muy espaol y castizo de hacer-loque-dicta-la-real-gana. "28

El innecesario incidente se sald con un enfriamiento de las relaciones hispano-cubanas. Meses ms tarde, cuando el PSOE presenta la mocin de censura al Gobierno de Surez en el mes de Mayo de 1980, Surez sospecha que Gonzlez va a plantear polmicamente en el Parlamento la cuestin OTAN, y pide al Ministro Oreja una nota amplia sobre la materia; pero Gonzlez no habla de la OTAN en el Congreso y la mocin termina sin debate exterior. Una vez ms la poltica exterior queda extramuros de un debate trascendental en el Parlamento. Muy pocas semanas despus, el 15 de Junio de 1980, el periodista Pablo Sebastin entrevista a Oreja en El Pas, con motivo del tercer aniversario de las elecciones; y el Ministro se muesze lb

idem, pg. 8.

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tra en sus respuestas claramente a favor de la adhesin de Espaa al Tratado de Washington antes de las elecciones de 1983. El propio Oreja, en su discurso de recepcin en esta Academia, relata la repercusin que tuvieron sus declaraciones y cita la reaccin airada del socialista Mgica para quien se habra tratado de un ejercicio de frivolidad e irresponsabilidad. Tres meses ms tarde Surez cesaba a Oreja, quien elegantemente comentara que ignoraba la posible influencia de sus declaraciones en el cese. La cuestin atlntica empieza a animarse y la campaa antOTAN calienta motores cuando mi Gobierno anuncia formalmente en la sesin de investidura, el 19 de Febrero, su propsito de iniciar las consultas con los Grupos Parlamentarios a fin de articular una mayora, escoger el momento y definir las condiciones y modalidades en las que Espaa estar dispuesta a participar en la Alianza. En el mismo debate de investidura" se formalizan ya algunas discrepancias. Dejo aparte los inevitables exabruptos, que citar escuetamente solo para no hurtar al cuadro sus ms intensos brotes de color. El diputado canario Sagaseta entiende que la entrada en la OTAN sera para Canarias una autntica declaracin de guerra. Para el diputado de Euskadiko Ezquerra,]uan M3 Bandrs, la entrada causara un dao de difcil reparacin. El diputado comunista Santiago Carrillo haba odo en mis palabras la voz del Departamento de Estado (norteamericano) y no encontr en ellas sino vaciedades de la ms vulgar propaganda otanista. Otras opiniones fueron ms moderadas.Al diputado de Alianza Popular, Sr. Fraga, le pareci una vaguedad mi propuesta de ingreso en la OTAN. El socialista vasco Seor Solchaga, propuso, en la mejor tradicin de la neutralidad, el mantenimiento del statu quo. Depurados los excesos dialcticos propios del debate parlamentario, en casi todas las intervenciones lata una misma pre29

Diario de Sesiones, N 143 (l8-1I-198l), pg. 9150.

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gunta: Qu nos van a dar a cambio si entramos en la OTAN? Se trataba de un planteamiento a mi juicio simplista de la cuestin. Como si hablramos de una feria rural se entenda el trance en trminos de toma y daca. Quienes sentamos an el peso de nuestra exclusin de los foros internacionales durante el largo franquismo, aadida a nuestra ms larga ausencia del escenario exterior que acompaaba a la Espaa decadente desde Westfalia, veamos la Transicin exterior como la oportunidad histrica para volver al escenario antes que como un episodio ms de mercadeo con los que ya estaban instalados en la escena. Pero, adems, empezbamos a percibir el escaso inters que nuestros vecinos de la Comunidad o de la Alianza tenan en nuestra incorporacin. Quienes me reprochaban en el debate parlamentario de la OTAN que no consiguiera ms para Espaa, o llegaran a acusarme nada menos que de defender la causa de la Administracin norteamericana, o de ceder a la presin del bloque occidental, ignoraban, o fingan ignorar, que el entusiasmo occidental por la adhesin de Espaa al Tratado de Washington era perfectamente descriptible y que la presin norteamericana se ejerca no para empujarnos a esa adhesin, sino para que renovramos los Acuerdos de 1953 que vencan aquel mismo ao del debate. La intervencin ms significativa en l fue, naturalmente, la del Secretario General del PSOE,Felipe Gonzlez. Porque la que vengo llamando polmica atlntica se centra, a partir de mi investidura, en una polmica UCDIPSOE. No correspondera con mi propsito de hoy analizar, ni siquiera glosar la intervencin de Gonzlez en su conjunto; voy a tomar de ella un par de afirmaciones tiles para mi argumento, que no es otro sino la ilustracin del cambio brusco que se produce en la opinin pblica y en la opinin publicada sobre la conveniencia, o la inconveniencia, de nuestra incorporacin a la OTAN. Es la primera la preocupacin que Gonzlez expresa por una peligrosa ideologizacin que ha credo percibir en mi propuesta. Segn ese criterio mis razones para proponer la entrada en la Alianza estaran fundadas en una conviccin previa y doc69

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trinaria, a la que hubiera yo subordinado el anlisis pragmtico de la situacin. Curiosamente yo sospechaba 10 contrario: que la ideologizacin estaba ms bien en la posicin socialista; y no lo dije as entonces para no crispar un debate que Gonzlez haba abordado con la moderacin de quien avizoraba ya su prximo acceso al Poder. Casi cinco aos ms tarde, en declaraciones a El Pas de 17 de Noviembre de 1985, Gonzlez, ya Presidente del Gobierno, vino a confirmar mi sospecha explicando por qu haba abandonado la acumulacin ideolgica en sus pronunciamientos polticos, por qu haba decidido pasar de la tica de las ideas a la de las responsabilidades. (Weber haba escrito tica de las convicciones, pero el concepto es el mismo). 1'; mirando aquel trance desde hoy, a veinte aos de distancia, me confirmo en la certeza de que aquella posicin de un Gonzlez joven, que haba alcanzado la fama como un atleta casi adolescente, era la propia de su juventud y de su honradez, la propia de la tica de sus convicciones, la que, siguiendo siempre a Weber, no mira al poner en marcha una decisin las consecuencias que puedan seguirse de ella en el tiempo, sino que se atiene a hacer lo que cree que hay que hacer hoy y aqu.Y la decisin del no a la OTAN, la que en el mismo debate de investidura le llev a comprometer formalmente que, cuando tuviera la mayora suficiente, el Partido Socialista sacara a Espaa de la OTAN si DCD la meta en ella como anunciaba, aquella decisin iba a lanzar sobre su Partido y sobre Espaa graves inconvenientes, que el propio Gonzlez reconoci con elegancia aos despus en un libro escrito con Juan Luis Cebrin. "El referndum sobre la OTAN -dice Gonzlez- fue uno de los ms graves errores que he cometido, de los ms arriesgados, aunque saliera bien para nuestro pas. "30 En suma: que el Partido Socialista en una campaa tenaz e inteligente hizo cambiar a la opinin pblica en 1981 desde una posicin no entusiasta, pero claramente favorable a la OTAN, a una posicin fervientemente contraria..\O

Felipe Gonzlez y Juan Luis Cebrin, El futuro no es lo que era,Agllar, 2001. pg. 136.

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Para terminar con este punto contar tres ancdotas que ilustran la singularidad de la campaa anti-OTAN. La primera muestra de que el Gobierno socialista olvid muy pronto la fase anti-OTAN de su estrategia: el Presidente Gonzlez en una entrevista publicada por el Washington Post en Mayo de 1987, "puso mucho nfasis en la colaboracin que su Gobierno ha dado a la solidaridad occidental, consiguiendo que un electorado reluctante apoyara en referendum la permanencia de Espaa en la OTAN." Hombre, no! -coment entonces. Porque, como creo haber probado en este trabajo, haba sido precisamente el mismo Partido de Gonzlez el que haba hecho reluctante a una opinin espaola que estaba a favor. La segunda ancdota muestra como el propio Gobierno americano haba tambin olvidado el famoso vaivn espaol. Su Embajador en Madrid dijo en el curso de un acto pblico, al que yo asist, estas curiosas palabras: "Si el Presidente Gonzlez solo hubiera tomado las dos decisiones que voy a citar, ya tendra ganado un lugar eminente en la Historia: nombrar al general Alonso Manglano Director del CESIO Ymeter a Espaa en la OTAN." Me salt las normas de la buena educacin diplomtica interrumpiendo en su propia casa al distrado Embajador para darle las gracias por haberme hecho entrar a m en la Historia, puesto -le record- que haba sido yo quien haba tomado, siendo Presidente del Gobierno, aquellas dos decisiones que al Embajador le parecan tan acertadas. La tercera y ltima ancdota muestra que los adversarios de nuestra entrada en la OTAN estaban en 1981 dentro del Gobierno mismo. Efectivamente la TV oficial, en su primera cadena, ofreci poco antes del debate parlamentario, en el otoo de 1981, una crnica presuntamente informativa sobre laAlianza, con el siguiente montaje: una voz en off lea con parsimonia los artculos del Tratado de Washington, fundador de la Alianza, sobre unas m71

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genes terrorficas de guerra, en las que no se hurtaban al espectador dursimas imgenes de muerte y desolacin. Como la lectura del Tratado no daba para cubrir todo el espacio grfico previsto se callaba la voz de vez en cuando y el espacio sonoro recoga en una versin de orquesta los acordes funerales del Dies irae, dies illa, el conocidsimo canto religioso del oficio de difuntos. Esta era la imagen audiovisual que impregnaba al espectador medio, muy poco informado, e iba as configurando su opinin. Yeso en TV 1, que era tericamente la televisin del Gobierno que yo presida. El final de este captulo de la polmica atlntica es conocido: pese a la campaa, VCD meti a Espaa en la OTAN el9 de Mayo de 1982.Y,perdi las elecciones legislativas el 28 de Octubre siguiente. Unos meses despus de la derrota electoral tuve en Nueva York una larga entrevista con Irving Kristol, principal cabeza pensante del neoconservadurismo norteamericano, Fundador y Director de la prestigiosa revista The National Interest. Kristol empez preguntndome con tanta cortesa como discrepancia:-"Por qu se ha empeado usted en meter a Espaa en la Alianza Atlntica?"

Y durante ms de tres horas argument brillantemente sobre la estrategia que hubiera convenido al partido conservador VCD, estrategia que no pasaba por la hemorragia de votos que produjo aquella decisin atlantista. "Que fue valiente y acertada para Espaa -repeta Kristol- pero profundamente equivocada para el partido". Yo le di la razn, porque la tena, pero argument a mi vez que la derrota de VCD era ya inevitable en 1981 y que al PSOE triunfante le hubiera sido muy dificil anclar a Espaa en Occidente si una VCD moribunda, ingenua y generosa no le hubiera dejado el anclaje ya hecho (atado y bien atado, esta vez s). Porque 10 cierto es que Gonzlez, pese al regalo, aunque no consum la retirada de la OTAN s mantuvo a Espaa72

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en la incertidumbre cuatro largos aos, prolongando innecesariamente la Transicin exterior. Aos que emple en deshacer con dolor y paciencia lo que haba hecho con eficacia y tenacidad en 1981, conduciendo una campaa de signo opuesto a aquella, convenciendo al pas y a sus propios militantes de que donde acababan de decir digo tenan ahora que decir diego. Estos dos giros copernicanos, estos dos cambios bruscos y seguidos (uno contra la OTAN cuando la opinin estaba a favor, y otro a favor de la OTAN cuando la opinin haba sido movilizada en contra) confirman la falta de arraigo de las opiniones espaolas en materia de poltica exterior, a las que tan montonamente he venido aludiendo.Y cabe decir, parafraseando a Santos ]uli, que constituyen un caso particularmente fascinante de comunicacin poltica, de transformacin radical de un discurso poltico, de bombardeo a la opinin pblica y,finalmente, un caso de desinformacin, esto es, de presentacin de un discurso de tal modo que callando lo que antes se pregonaba, o pregonando lo que antes se callaba, se pretende convencer al pblico para que siga un camino que en principio se podra suponer contrario a sus ms ntimas convicciones". Debo decir que Santos ]uli se refiere en su prlogo al cambio de 1986; pero es posible y legtimo (y hasta ms til a favor de tesis que l mismo defiende), aplicar tambin sus agudas palabras al cambio, en sentido contrario, que el propio PSOE impuls con xito en 1981. En 1981, cuando Gonzlez estaba todava en la tica de la conviccin, yo me senta ya en la tica de la responsabilidad, y no por una virtud que sera ridculo que me atribuyera, sino porque al llegar a la Moncloa llevaba conmigo seis aos de experiencia como Ministro y haba aprendido a medir las consecuencias de mis actos. Y por otra razn que me cuesta algn trabajo confesar: porque tena la ntima certeza de que la autodestruccin irreversible de VeD haca radicalmente impensable una ree31 Consuelo del Val Cid, Opinin Pblica y opinin publicada, CIS, Madrid, 1996, Prlogo de Santos ]uli.

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leccin ma en 1983, y esa certeza me daba la libertad de decisin que se atribuye a los Presidentes norteamericanos en su segundo mandato, cuando ya no son reelegibles. Libertad la ma no egosta ni desleal respecto de UCD, porque era tambin clarsimo en 1981 que UCD no sera reelegida en 1983: esa certeza haba sido una de las razones -ciertamente no la nica- de la dimisin de Adolfo Surez a finales de Enero. En la polmica atlntica espaola tambin estuvieron presentes, como era inevitable, las dos grandes potencias de la poca: la Unin Sovitica y los Estados Unidos. El 7 de Septiembre de 1981, en vsperas del debate parlamentario sobre la OTAN, recib una comunicacin de Leonidas Breznev, Primer Secretario del Partido Comunista de la Unin Sovitica: era un texto farragoso titulado "Los planes de la entrada de Espaa en el bloque Atlntico" con alguna rudeza que no difuminaban ni el pretendido lenguaje diplomtico ni la malsima traduccin al castellano que acompaaba cortsmente al original ruso. El prrafo ms significativo rezaba as: "Si Espaa ingresa en la OTAN surgira el problema de los aspectos propiamente militares de la Situacin ... y en esas condiciones la Unin Sovitica y sus aliados preocupndose por sus intereses fundamentales incluso los intereses de seguridad seran obligados a sacar conclusiones adecuadas y considerar posibilidades de unos pasos correspondientes." Habl no muy largamente con el Ministro de Asuntos Exteriores, Prez Llorca, y decidimos devolver el documento al Embajador (lo que la diplomacia tradicional llamaba un fin denon recevoir).

Cuatro aos antes, en diciembre de 1977 Felipe Gonzlez haba ido a Mosc, acompaado por Alfonso Guerra y Miguel Boyer, y mantuvo largas conversaciones con Suslov, miembro del Bur poltico y Secretario del Comit Central del Partido. El comunicado conjunto que resumi las conversaciones mereci el ex74

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traordinario honor de la primera pgina de Prav