discurso alfredo molano doctor honoris causa

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  • 7/24/2019 Discurso Alfredo Molano Doctor Honoris Causa

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    la-rep-blica/vaya-mire-y-me-cuenta-discurso-de-a

    "Vaya, mire y me cuenta" - Discurso de Alfredo

    Molano al recibir el Doctorado Honoris Causa de la

    Universidad Nacional de Colombia

    Noviembre 12, 2014

    El pasado 26 de septiembre de 2014, el socilogo colombiano Alfredo Molano recibi el

    ttulo de Doctor Honoris Causa de parte de la Universidad Nacional de Colombia. El Consejo

    Superior de esta institucin resalt su "seriedad investigativa, su lgica argumentativa y la

    creatividad en el estudio de los materiales y de los sujetos colectivos" que protagonizan sus

    textos. Al recibirlo, Alfredo Molano pronunci un discurso inspirador sobre el ejercicio de la

    investigacin social en nuestro pas y sobre la importancia de trazar puentes entre ella y la

    vida de los colombianos. A continuacin, publicamos el texto completo, a manera de

    reconocimiento de su carrera acadmica y como una invitacin para acercarnos al

    patrimonio cultural de nuestro pas.Agradecemos al autor por su disposicin y

    generosidad.

    La distincin acadmica que recibimos de la Universidad Nacional nos llena de una sincera y

    profunda alegra. Aqu nos formamos, aqu se caldearon nuestros sueos, aqu aprendimos a

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    encarar el futuro. Estamos agradecidos con la universidad por lo que nos dio y por lo que hoy nos

    otorga. Volver a estar aqu es revivir aquellos das en los que el hoy estaba tan lejos.

    Permtanme hablar ahora en primera persona porque es en ella que yo he contado lo que me

    cuentan.

    No es, claro est, de mi vida de lo que quiero hablar, es la historia personal de una mirada.

    No puedo evitar aunque lo intente recordar mi primer da de universidad, quizs un 8 de febrero.

    Lo viv como entrando al panten de los hroes porque haba ganado una gran batalla: estudiar

    sociologa en lugar de cursar derecho, la profesin de mis tos y de mis abuelos, y porque haba

    pasado los exmenes de admisin sobre bases acadmicas muy endebles habiendo hecho, como

    hice, mi bachillerato entre mesas de billar y salas de cine. Haba, adems, pasado la entrevista con

    Orlando Fals Borda, Camilo Torres Restrepo y Eduardo Umaa Luna, tres de las personas que ms

    han influido en mi vida y en mi generacin. Orlando nos abri la puerta al pas real; Camilo, al pas

    posible, y Umaa Luna, al mundo de la tica. Materias todas que seguiramos cursando en la

    facultad con otros profesores y bajo distintas ctedras: Toms Dukay, republicano exiliado; ChuchoArango, torrente de historia; Juan Friede, estricto, exacto, crtico; Virginia Gutirrez, Ernesto Guhl,

    Enrique Valencia, solo para nombrar aquellos que recupera esta memoria que ya comienza a hacer

    aguas. Lo que en las aulas oamos, en los prados digeramos y en la 26 o en la 45, a piedra,

    defendimos. Tenamos que entregar intacto el legado de las luchas estudiantiles del 28 contra la

    Hegemona conservadora; las del 54 contra la dictadura de Rojas Pinilla, y afirmar la nuestra contra

    el Frente Nacional, contra la agresin norteamericana a Cuba, contra el asalto a Marquetalia. Dejar

    la universidad no fue fcil para ninguno. Se sale del campus, pero no muy lejos; la vida real da

    miedo.

    Me desprend de la Nacional a duras penas. Hctor Abad Gmez, el mrtir, nos llev a varios de

    los nuevos socilogos a trabajar en la reforma agraria. Me mand sin prembulo al alto Sin: Vaya,mire y me cuenta, me dijo. Crdoba andaba revuelta: los campesinos pedan las tierras que los

    terratenientes les quitaban desecando las cinagas, corriendo cercas, quemando escrituras. El

    Incora se entretena construyendo un distrito de riego que con el tiempo terminara fertilizando las

    tierras de los grandes hacendados. En la cabecera del ro Sin, que es tambin la del San Jorge,

    haba colonos arrinconados por el Ejrcito. Se trataba de poner en prctica el operativo

    norteamericano en Vietnam de las Aldeas estratgicas. O mejor dicho, de sacar a los colonos de

    sus tierras para concentrarlos en sitios determinados y poder bombardear las nacientes guerrillas.

    Yo regres a Bogot con el credo en la boca: el gerente habl con el presidente; el presidente, con

    el general, y la operacin se suspendi. Fue en Juan Jos, un pueblo donde despus entregara

    armas el EPL, donde yo o por boca de un campesino hablar por primera vez de los aos del

    tropel, aos de sangre.

    No me era extraa la violencia, a pesar de haber nacido en un rea rural donde no la hubo. Sin

    embargo, el 9 de abril Bogot arda y desde mi casa veamos el resplandor de las llamas que

    consuman la ciudad. Tres das despus la Polica se llev a unos forasteros que, se dijo, haban

    dejado salir de La Picota, y el general Amadeo Rodrguez, jefe civil y militar de La Calera, los fusil,

    sin juicio, en el alto de las Tres cruces. Segn l, eran nueveabrileos. Mi casa quedaba en un

    pramo apacible desde donde se oa pitar el tren de la sabana a las 5 de la tarde, hora en que los

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    trabajadores alzaban la mano de obra y llegaban a mi casa a comer: entonces hablaban, contaban

    su da, su historia, se rean, se burlaban unos de otros y a veces hasta tocaban tiple. Yo los oa

    embelesado, eran mis hroes.

    En algn veraneo en Chicoral vi descargar en la plaza del pueblo dos cadveres que traan a

    caballo; les vi los ojos horrorizados y secos. El alcalde dijo que eran bandoleros. En Tocaima, en

    otro veraneo, vi las calles de la plaza llenas de mujeres y de nios durmiendo en las aceras. Odecir que eran gente que no quera trabajar.

    Cuando leLa Violencia en Colombia, el libro de monseor Guzmn, Fals y Umaa, supe que se

    trataba de esas historias que quedaron grabadas en mi alma. La facultad de Sociologa era un

    hervidero de ideas. Los peridicos hablaban mal de ella y nosotros de ellos. Buscbamos la verdad

    en algn barrio del sur de Bogot y en alguna vereda de Boyac donde hacamos prcticas de

    campo para contrastar las tesis de la sociologa acadmica, un poco densa, a decir verdad. Una

    distancia que fue aumentando al ritmo en que me reencontr con la mirada campesina, ese agujero

    por donde sigo mirando el pas.

    Al regresar de estudiar en Pars donde aprend poco y divagu mucho, quise hacer mi tesis degrado sobre la renta de la tierra, un tema de moda entre los intelectuales. Opt por hacer el trabajo

    de campo en Granada, un pueblo lejano en el ro Ariari, que yo haba conocido de nio con el

    nombre de Boca de Monte y donde me haban mostrado de lejos al temible Tuerto Giraldo, un

    guerrillero liberal. El Ariari era una tierra arrancada a la selva por colonos de Tolima y de

    Cundinamarca. Busqu ansioso informacin para mi tesis. La gente me responda con una mezcla

    de generosidad y desconfianza, hasta que, viendo mi torpeza, la primera le gan la partida a la

    segunda y entonces me contaban su vida: Unos haban llegado de la guerra remontando la

    Cordillera Oriental con sus hijos y sus corotos a cuestas, otros haban llegado en bus con el solo

    encapullado. Todos huyendo, todos buscando tierras nuevas. Sus historias apasionadas,

    enriquecidas con sueos, adoloridas por la persecucin, me hicieron olvidar la tesis y las caras

    doctorales de mis calificadores franceses. Fue en Bogot donde, a cambio de una historia, ced a la

    tentacin de tener un cartn. No me cupo duda, era demasiado lo que me haban contado los

    colonos, era muy grande mi compromiso. Opt a conciencia por contar lo que me haban contado,

    dira mejor, lo que me haban confiado. Lo escrib en primera persona como si ellos, los colonos, lo

    hubieran escrito. Tal subjetividad, dictamin la doctrina, rea con la naturaleza objetiva y asptica

    de la ciencia. No se poda distinguir entre la verdad y la fantasa. Para m, la cuestin no era de

    mtodo sino de tica. Se produjo entonces un rompimiento a ciencia y conciencia, una ruptura

    epistemolgica con lo que pareca ms un juez que un maestro.

    Y sobre este rompimiento ech a andar.

    Los colonos de El Pato, que se haban tomado Neiva despus de un bombardeo infame, me

    ensearon a or sus reclamos histricos; en el Valle del Cauca, en Caldas, en Tolima, las vctimas

    de los pjaros en Ceyln y de los chulavitas en Sevilla, y los hurfanos de los crucificados en

    Rovira, me hicieron arte y parte de su tragedia. Segu las huellas de los levantamientos de

    Guadalupe Salcedo y del Tuerto Giraldo en el Llano; de Isauro Yosa y de Charro Negro en Tolima.

    Pero, sobre todo, recog el eco del dolor de hombres y mujeres que una mina de oro en el Naqun,

    en un manglar del Pacfico, en un ro de Choc rebuscaban lo que la selva les diera, lo que las

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    aguas les llevaran, ante la indiferencia suprema del Estado. As, de costa a costa, de ro en ro, de

    camino en camino, hice lo que un negro viejo en el Charco, Nario, me dijo: Para conocer, seor,

    hay que andar. Un consejo que ha sido el itinerario de mi vida.

    Or las voces de las gentes no fue suficiente. Haba que escribirlas en el mismo tono y el mismo

    lenguaje en que haban sido escuchadas para no usurparlas. No fue fcil desembarazarme delidioma conceptual que me impeda ver y hablar. Pero un afortunado da escribir se me volvi

    obligatorio, incluso apasionante. Pero todava faltaba saber si sera til. Poco a poco esta condicin

    abri camino al constatar que la gente llana entenda lo que yo escriba con su voz. Los colonos,

    los aventureros, los guerrilleros, los despojados y hasta los desaparecidos adquiran as vida

    textual. Entend que los relatos podan servirles de espejo para que se reconocieran y recabaran en

    la fuerza que, sin saberlo, cargaban. Comprend que la aceptacin de los textos mi aspiracin

    ms secreta me satisfaca no porque me justificaran, sino porque por ah el conocimiento

    encontraba objeto, cumpla su razn de ser. Or a la gente rerse de s misma, discutir sus propios

    testimonios, volver a sufrir sus dolores, interrogarse, aceptarse, era el sentido vital que yo poda

    reclamarle al conocimiento. Ya no era la curiosidad de orlos y de gozar su lenguaje y sus maneras

    particulares de entender el mundo, ahora era la gratsima sensacin de que lo que uno habahecho era acogido. El conocimiento es una especie de hijo prdigo que slo encuentra suspiro

    cuando regresa a su fuente. Escuchar perdnenme el tono es ante todo una actitud humilde que

    permite poner al otro por delante de m, o mejor, reconocer que estoy frente al otro. Escuchar es

    limpiar lo que me distancia del vecino o del afuerano, que es lo mismo que me distancia de m. El

    camino, pues, da la vuelta.

    Escuchar es casi escribir. Pero pregunto: Cmo puede uno guardar lo que ha encontrado cuando

    ese hallazgo es un instante de plenitud? La verdadera relacin con otro ser humano es jubilosa

    porque ha logrado romper la trinchera del miedo. Pienso que guardar esa emocin podra ser

    daino. No es slo una responsabilidad, sino tambin un asunto de vida o muerte. Cmo seguir

    viviendo aislado cuando uno conoce al vecino y sabe, adems, que vive tan solo como uno? Ms

    an: Cmo no comunicarle que uno existe? Cmo no mandarle un papelito dicindole: "aqu

    estoy"? Eso es escribir. Se tiene miedo de escribir porque se tiene miedo de escuchar, porque se

    tiene miedo de vivir. Quiz por eso son ms seguros los conceptos y los prejuicios.

    Escuchar y escribir son actos gemelos que conducen a la creacin. El conocimiento no es el

    resultado de la aplicacin de unas reglas cientficas sino un acto de inspiracin cuyo origen me es

    vedado, pero cuya responsabilidad me es exigida. Uno no escoge los temas, dice Sbato, los

    temas lo escogen a uno. La creacin esconde la utopa, la aspiracin a un mundo nuevo y distinto

    que puede ser tanto ms real cuanto ms simple. Las cosas suelen no estar ms all sino ms

    ac.

    Permtanme terminar diciendo que la creacin es el movimiento de la vida. Por eso todo esfuerzo

    encaminado a conocer debe aspirar a crear, no a descubrir. Crear es, al fin y al cabo, un acto tico.

    Por eso, entre otras cosas, me honra recibir este doctorado Honoris Causa en compaa de

    ustedes y sobre todo, del poeta Juan Manuel Roca, quien sin saber para quien escribe, sabe que lo

    hace en la madrugada:

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    Desde una nacin donde alguien proscribe el sueo,

    donde gotea el tiempo como lluvia envilecida

    y la risa es condenada por traicin a los espejos.

    Alfredo Molano Bravo - Octubre de 2014