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Discurso acerca de la licantropíao

de la transmutación de los hombres en lobos

Compuesto por el Señor de Beauvois,gentilhombre Angevino

Y Dios dijo amenazando a su pueblo: “Yo haré que el cielo sea para vosotros de bronce y la tierra de hierro”. Y con estas palabras, tal y como afirma Filón el Judío, no sólo nos amenaza con la esterilidad y el azote de las estaciones del año, sino que también nos amenaza con la destrucción y matanza de las guerras así como de los innumerables e insoportables males que se derivan de ellas, puesto que el hierro y el bronce son los materiales con los que se confeccionan toda suerte de armas.Dios ha visitado en el presente a nuestra pobre Francia con estos dos azotes, haciendo especial ahínco en el país de Anjou. Durante los últimos diez años nos ha flagelado hasta tal punto que no puedo sino sobrecogerme ante los corazones endurecidos de los hombres, que, como si fuesen barro resecado por los rayos y el calor del sol, se revuelven obstinadamente en su desgracia y su miseria en el barrizal de su malignidad. ¡Abre los ojos pueblo miserable! ¡Considera con amargas lágrimas tu lánguida cautividad! ¡Suplica a la clemencia divina! ¡Ruega para que tire de las riendas y detenga la espantosa procesión de los pecados, instigadores de la justa cólera! Nosotros así lo hemos hecho, y sólo de este modo podrás ver cómo tus burgos, tus pueblos, tus castillos, tus ciudades y tus casas desiertas recobran la vida, y podrás ver cómo los guardias y los soldados que andan errantes por los campos degollando los cuellos de los tuyos a diestro y siniestro se disipan de inmediato, y podrás de nuevo circular con toda libertad, y tu tierra podrá ser nuevamente labrada sin incidencias, y tus campos se cargarán de semilla, tus frutos proliferarán, y tus graneros, que han permanecido vacíos durante los últimos cuatro años, volverán a llenarse y, por fin, habrás logrado que el miserable destino que te había sido impuesto por el implacable juicio divino vea disipados sus afanes belicosos. Y lo que sin duda supondrá para ti mayor consuelo será el verte por fin librado del flagelo sanguinario de esos lobos hambrientos y rabiosos que, día tras día, te asaltan miles de veces, siguiendo tu rastro por doquier hasta lograr devorarte con sus afilados colmillos. ¡Por Dios bendito! Cuando pienso en la posibilidad de verme envuelto en esa situación, no hay un solo pelo de mi cabeza que quede sin erizar, y un terror gélido paraliza mi corazón y todos mis miembros ante la duda de si se trata de lobos verdaderos y naturales o si se trata, de acuerdo con los rumores del vulgo, de hombres desnaturalizados hasta tal punto que, desprovistos de su primer origen, se despojan de su divina forma transformándose en una bestia inmunda, cruel y salvaje. A juzgar por lo que se dice de ellos, ¡no puedo creer que se trate de lobos naturales! Ahora bien, si no se trata de lobos naturales, también debo decir cuán dificil es afirmar que se trata de hombres. El hombre, de acuerdo con la razón y según el decir de Filón el Judío, está próximo al verbo divino y es portador de una naturaleza dichosa, emanada cual radiación de la naturaleza divina, y el creador ha empleado en la composición de su cuerpo la matriz de los cuatro elementos a fin de constituir una imagen visible, culmen y perfección de todas las cosas. En efecto, el hombre ha sido creado por el más excelente de los obreros y de la más noble de las materias, y ello con un único fin, a saber, destinarlo a la contemplación del universo y a la alabanza inmortal de su Creador. Dios le ha impuesto al hombre que domine al resto de las criaturas, estableciéndolo como gobernador y lugarteniente de las mismas. El León, el Lobo, el Tigre y cualquier bestia

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feroz se amansan, endulzan y apaciguan, incluso llegan a huir, ante la voz o la mirada del hombre, y debidamente domesticados se dejan gobernar por él. ¿Acaso no hemos visto miles de veces como un numeroso rebaño de camellos es conducido y pastoreado por un solo niño? ¿O cómo un tierno infante es capaz de conducir un elefante llevándolo por donde le place? Y lo mismo puede hacer con un rebaño de bueyes, consiguiendo además proteger a su redil de la rabia de los lobos. No disertaré en este lugar acerca del discurso Cabalístico sobre las dos influencias, la diestra y la siniestra, de Dios, tan celebradas por Agrippa, ni tampoco hablaré de la respuesta dada por Apolonio a su compañero Damiet. Simplemente diré que aunque las bestias salvajes sean por naturaleza enemigas juradas del género humano, no obstante tienen al hombre como maestro y señor suyo, y que pese a su bravura cambian su natural salvaje y solitario por un natural amable. Así pues, no es posible que a causa de una cierta marca de la asistencia divina infusa en el espíritu del hombre e invisiblemente inscrita en su frente, éste sea capaz de causar terror y espanto a una bestia feroz que le salga al paso. Y no obstante es posible afirmar que el León teme al Gallo, pues este último, como dice Proclo, es de una naturaleza más elevada que aquél y participa de la la naturaleza del Sol. Por esta misma razón Filón el Judío sostiene que aquellos que han sido dejados de la mano de Dios y que no son dignos de ser salvados por Él, son alcanzados con gran coraje por la crueldad de esas bestias, las cuales se mantienen avisadas y atentas en espera de la mejor ocasión para darles caza y llevar a término su empresa, y que también los que son más débiles pueden ser alcanzados a traición por ellas. No quiero inferir de aquí que todos aquellos que en estos tiempos miserables han sido devorados por esos lobos rabiosos que día tras día rondan por las cercanías de Anjou, sean gentes olvidadas de Dios. Soy consciente de hasta qué punto estaría faltando a la verdad si afirmase tal cosa, pues entre todos los que han sucumbido a la fiereza de esas bestias cabe contar a gentes de bien, especialmente a los niños pequeños que, no obstante su inocencia, han sido cruelmente devorados por la voraz boca de esos Hombres-Lobo.Todas estas cosas me han llevado a pensar que esta abominación y maldad proviene de una pura voluntad y de un libre albedrío, deteriorado y mancillado por inspiración e influencia de un espíritu maligno. Y que estos lobos que nosotros creemos ser lobos, y que ellos mismos creen ser lobos, son en realidad auténticos hechiceros que, tras dar la espalda a la Iglesia de Dios, han unido y ligado su perversa voluntad a la de Satán, y que libremente se han sometido a sus inicuos mandatos, y que haciendo esto se han convertido en enemigos mortales del género humano.No es una peculiaridad de nuestros tiempos la presencia de estos personajes merodeando con su manía y su rabia por el mundo esforzándose con todo su poder en lograr la total destrucción del mismo: maniatados, retenidos e impedidos por la Providencia divina, es también ella la que les permite ejercer y sembrar sus villanías durante un cierto tiempo, para después descubrirlos y disiparlos en un instante, como de hecho sucedió no hace mucho con un hombre llamado El Gallo, ejecutado en Saulmur, el cual, según tengo entendido, preparaba junto con sus cómplices sus pócimas contra los niños y otros muchos tipos de ponzoñas y venenos execrables, los cuales cesaron con su miserable e ignominosa muerte. Al mencionar este hecho, me ha venido a la cabeza que de un tiempo a esta parte corre el rumor de que los hechiceros han lanzado su suerte diabólica sobre los colchones de las camas con el fin de concrear y engendrar entre sus plumas ciertas serpientes, las cuales, inadvertida y secretamente, pican y muerden a los durmientes provocando su muerte. Yo mismo, como tantos otros, hice desfundar hace poco mis colchones, y en el interior de uno de ellos mis sirvientes encontraron un manojo de plumas de capón o gallo mezclados con paja formando el

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siguiente artificio: las plumas en cuestión estaban unidas por su base, y permanecían ligadas y conglutinadas de tal modo que tan sólo podían haber alcanzado tal estado de una manera deliberada. Y lo que más me sorprendió fue que el colchón había sido confeccionado estrictamente con plumas de oca. Más tarde oí decir que esos pequeños manojos de plumas también fueron encontrados en Poictou, y que producían una especie de serpientes que, tras nacer, empezaban a moverse; no obstante no puedo asegurar que tal cosa sea cierta, pues no lo he visto con mis propios ojos. En cualquier caso no me costaría creer que este tipo de historias hayan sido transmitidas e infundidas en esos lugares por operación diabólica. No extenderé más mi discurso a este respecto, a pesar de que sería para mí tarea sencilla dado que ya he hablado de ello extensamente en un discurso particular que he titulado De las maravillas de estos tiempos. Pero no me parece que esté fuera de lugar, para ilustrar lo dicho más arriba, referir una historia contada por Cardano y acontecida en Cafala, una pequeña ciudad de Italia, en el año 1536. Hacía tiempo que una fuerte epidemia reinaba en esas tierras, y en cuanto disminuyó levemente su fuerza, un grupo de cuarenta lugareños, hombres y mujeres entre los que se encontraba el juez de la localidad, compusieron unos ungüentos, grasas o colirios con los que se dedicaron a frotar los cerrojos y aldabas de las puertas, y cuyo objeto era provocar la muerte a todo aquél que los tocara al verse emponzoñado por el tal veneno. También se dice que trituraron unos polvos con los cuales se dedicaron a pulverizar las ropas de las gentes causando su muerte. Estas cosas fueron finalmente descubiertas tras perseguir a una mujer. Se observó que la tal mujer iba de casa en casa fingiendo buscar a una serie de gentes con las que pretendidamente tenía negocios que resolver. Se pudo comprobar que los habitantes de todas y cada una de las casas en las que entró, murieron. La mujer fue prestamente apresada y puesta en manos de la justicia, y sin presionarla demasiado lo confesó todo y delató a sus complices, los cuales, tras ser torturados, acabaron por confesar que su plan era causar la muerte de todos los ciudadanos por medio de una serie de ungüentos. Habían llenado con el dicho ungüento un total de veinte botellas, y con ellas pretendían untar los bancos, sillas y asientos de una Iglesia, bajo la prevención de que en un breve plazo de tiempo toda la población se reuniría en dicha Iglesia para el festejo de un Santo local.No es mi intención hablar aquí de los ungüentos y pócimas de los hechiceros, ni siquiera de sus prestigios y encantamientos. Lo único que pretendo es llegar a discernir si es posible en Naturaleza que una cosa se transmute en otra y, en especial, si es posible que el hombre pueda abandonar su hermosa representación humana y deshacerse hasta tal punto de su humanidad que le sea posible revestirse con la forma de los brutos irracionales.Sé a ciencia cierta que esta cuestión ya ha sido tratada por San Agustín, Santo Tomás, Guillermo de París y otros muchos antiguos Doctores, incluso por nuestros dos luminares angevinos, Bodin y le Loyer, y por tantos otros modernos, cada uno de los cuales ha dado su opinión al respecto. Los Antiguos sabían que un sorprendente cambio tiene lugar en la Simetría del alma respecto al cuerpo tras la depravación de los humores de aquella, y que una vez abandonada la parte racional de la que ha sido dotada, se despoja hasta tal punto de su dignidad que, a decir de Simplicio, va perdiendo su fuerza y poder, y que tan sólo puede recobrar su antiguo vigor y reunirse con su primera causa abandonando definitivamente el camino desordenado que ha tomado. De tal manera que cuando el alma se desvía, no tarda en pagar, como dice Teofrasto, sus tributos al cuerpo, propiciando que este último pueda experimentar miles de cambios en cualquier momento, a pesar de que en realidad la principal mutación tan sólo se debe al apetito sensual por el que el alma se deja transportar con total lasitud.

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De este modo, una vez demostrada la diferencia existente entre el alma y el cuerpo, y de la diferencia esencial entre la quietud y una constancia continuada, se armaron con el escudo de la virtud y combatieron contra el vicio y contra todos aquellos que se dejaron sobornar y reducir bajo el yugo de un lacio corage. De este modo sentenciaron los antiguos esa extraña metamorfosis del cuerpo humano en bestia bruta. Por eso afirma Severino Boecio las siguientes palabras: “Por medio de la bondad y la virtud el hombre puede florecer y elevarse por encima de todos los demás, por eso todo hombre que, a causa del vicio, haya sido despojado de su condición humana, será despojado necesariamente por el mismo vicio del mérito y de la dignidad del hombre” (Consol. Phil., l. 4- pr. 3). Por ese mismo motivo, cuando vemos a un hombre corroído por la avaricia arrebatar violentamente los bienes de otro, no lo reputamos como hombre, sino que lo comparamos al lobo y le consideramos como su semejante. Boecio demuestra subsecuentemente cómo por medio de los diversos vicios los hombres se metarmofosean en distintas bestias brutas, cosa que demuestra más extensamente en los versos siguientes refiriendo a Circe:

A sus invitados ofreceEl venenoso brebaje.De todos los encantamientos sabedora,Sus cuerpos diversamente transforma.A uno otorga la figuraDe un jabalí cruel y salvaje;A otro dota de fuertes uñas y dientes,Hasta darle la apariencia del fiero león,Y al otro, reflejando el vicio humano,Con los lobos le hace aullar,Y aún el otro, en forma de tigre se paseaAlrededor del castillo con lento paso.

Algunos consideran que estas palabras no son más que una fábula, y nadie ignora que la fábula no es más que el velo bajo el cual los antiguos acostumbraban a ocultar sus misterios, por lo que no se debe creer en absoluto en la verdad del hecho que relatan. Pero afirmar a partir de aquí que Circe jamás existió sería mostrarse más crítico que el propio Aristarco, pues supondría repugnar la opinión de todos los autores antiguos. Diodoro la hace hija de Hécate, la gran bruja y hechicera descubridora del Acónito, hierba tan extraordinariamente venenosa que los antiguos decían que había sido engendrada a partir de la espuma de Cerbero, sacado por Hércules de los infiernos. Así lo atestiguan Plinio y Ovidio: “Cerbero de las tres cabezas, sobre el campo verdegueante, su blanquecina y horrible espuma va vomitando lanzándola en el seno de la tierra fecunda, y de este modo ha sido producido en la montaña ese inmundo veneno que los lugareños llaman Acónito” (Lib. 27-c.2, Metam. Lib.7). De todos modos, Plinio considera una etimología distinta, y hace proceder esta hierba de unas montañas que él denomina Áconas. Teofrasto y Solino afirman que procede de un pueblo de los Mariandinos, llamado Acones de Heracleo del Ponto, que Guarinus Veronense y su compañero, en Estrabón, han cambiado eróneamente por Cauconas. A este propósito parece consentir Festus Avieno, intérprete de Dionisio el Geógrafo: “Allí donde habitan los Mariandinos, allí donde el Álcido indómito se mostró tras ascender de los infiernos, el cielo ha iluminado al perro de las tres cabezas”.Los médicos la denominan Lycoctono o matalobos, pues sostienen que el lobo, tras comer de ella, perece. De ese Ponto obtienen los Magos sus hierbas venenosas a partir

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de las cuales componen sus pócimas y encantamientos, y a este propósito dice Virgilio: “Moeris me hizo entrega de esas hierbas y venenos infernales que crecen en el Ponto. Yo mismo he podido ver en varias ocasiones a ese Moeris correr entre los árboles del Ponto convertido en lobo”. Estas palabras me invitan a creer que el Diablo, inventor de la maldad y sabio en toda suerte de malignidades, hace uso de esas hierbas para la composición de sus venenos que, después, ofrece a sus prosélitos, los cuales, ignorantes como son, son incapaces de reconocerlos. Regresando a la figura de Hécate, la gran maga, quiero decir que su hija Circe no le andó a la zaga, llegando incluso a superar a su propia madre. Circe envenenó a su esposo, el Rey de Sarmatia, y tras escapar de su Reino se refugió en un promontorio del mar Oceano, en Italia, llamado en su honor Circaeum, lugar próximo a Gayette a decir de Dionisio de Halicarnaso y Solino. A pesar de que Estrabón lo considera una fábula, no obstante no duda en afirmar que la más grande de las islas Pharmacusas es conocida desde antaño como el sepulcro de Circe. Lactancio dice que tras su muerte, fue considerada como Diosa y adorada por las gentes del lugar bajo el nombre de Maryca. De las palabras de todos estos autores, sacaremos nosotros una conclusión, a saber, que lo que ha llegado hasta nosotros acerca de Circe no es totalmente fabuloso, y que al menos en parte, debe ser considerado como verdadero. No creo que sea imposible que, siendo sabia en Magia, pudiera transformar y convertir por medio de sus pociones, ungüentos, colirios y polvos a todos aquellos que ella hubiese podido decepcionar. Con esto no estoy diciendo que los convirtiera por completo, pues soy consciente de que tal cosa no es posible sin deteriorar la forma y la materia del cuerpo humano, cosa que es, por otra parte, absolutamente imposible. Sé que Plinio se burla y reputa como fábula lo que otros muchos consideraron verdadero, entre otras cosas que los hombres se puedan transformar en lobos y que, después de un cierto tiempo, puedan recuperar su antigua y primitiva forma. Sin embargo, cita a un tal Evantes, antiguo autor griego, que afirma que en Arcadia habitaba una familia del linaje de Antaro, de la cual uno de sus miembros pudo salvarse, por suerte, huyendo a nado por un estanque. Cuenta Evantes que ese hombre se despojó de sus vestiduras y las colgó en una encina, y que completamente desnudo continuó el curso del río hasta alcanzar el desierto, donde llegó convertido en lobo. Allí permaneció durante nueve años viviendo entre lobos y compartiendo con tristeza su miserable y brutal vida. Trancurridos nueve años, sintiendo la necesidad del alimento de la sangre humana, atravesó de nuevo el río y recuperó su forma humana. Plinio se burla del relato diciendo: “Mirum est que precedat Graeca credulitas”. Más adelante alega la autoridad de otro autor griego, Copas, que cuenta la historia de Demarco el espartano, atleta o luchador, que tras asistir a los sacrificios de Júpiter Licaeo y tras comer de las entrañas de un niño inmolado, se transformó en lobo, forma en la que permaneció durante diez años, transcurridos los cuales recuperó su forma humana y salió victorioso en numerosos juegos Olímpicos. Pausanias mantiene que esta historia es verdadera, y asegura haber visto una inscripción en forma de cuarteto en las Olimpiadas que rezaba:

A Demarco, el valiente campeón olímpicoHijo de Dimithas, del linaje de los espartanos, Nativo del país de la ArcadiaEn su memoria se erige esta imagen.

De estos sacrificios a Júpiter Licaeo hace mención Platón, así como de los cambios que alcanzan a los que durante los banquetes del sacrificio comen de las entrañas de los que

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han sido sacrificados, y Platón reputa estas historias como fabulosas. A este respecto habla Varrón, según alega San Agustín, afirmando que Júpiter o Pan Lycaeo fue denominado de este modo por su transmutación en lobo: “Lupus enim, Graece dicitur, unde ...”. Al parecer era costumbre entre los arcadios metamorfosearse en lobos. Su Rey, Lycaon, nos servirá de testimonio, pues por contrariar a Júpiter fue convertido en lobo como castigo por haber tentado en vano su divinidad. De esto habla Ovidio en estos términos:

Fue llenado de temor y rabiaAullando se retiró a un lugar salvajeEsforzándose en vano en hablar, no paraba de gemir,Ora se tumbaba, ora rondaba por el lugar.De repente, con su fauce voraz,y no anhelando más que sangre, abordó al cordero.Sus brazos se convirtieron en patas, su cuerpo se cubrió de pelo,Y se transformó en lobo.

De esto concluimos nosotros que estas horribles mutaciones y cambios tan sólo pueden ser debidos a un castigo divino, y que por tanto tan sólo pueden alcanzar a aquellos que se han apartado de Dios y sometido al yugo de Satán. Esto es lo que quiere decir Pausanias al lamentarse de la corrupción de los humores de su tiempo, y por eso refiere la transmutación de Lycaon, que él considera que es debida al menosprecio que mostró hacia la divinidad. Por eso dice que en la primera edad reinó entre los hombres la Justicia, y que los Dioses conversaban con los hombres y los tenían como sus huéspedes, haciéndolos incluso partícipes de sus banquetes. Pero que en sus tiempos, la maldad de los hombres era tan grande y común en el universo entero, que Dios les castigó y les privó de su compañía, dejándolos completamente abandonados. Por eso, a fin de mostrar la verdad acerca de la transmutación de Lycaon, dice que los hombres, abrazando la mentira en vez de la verdad, han considerado como increibles las cosas que por efecto del tiempo han acontecido, siendo incapaces de comprender la causa primitiva de su accidente. Y sostiene que ese hecho no le aconteció únicamente a Lycaon, sino también a otro arcadio que, mucho después, fue un licántropo durante un cierto tiempo (yo creo que se refiere a Demarco, del que hemos hablado antes, si es que no se refiere a Dementhus, del que habla San Agustín citando a Varrón). Pausanias afirma que los licántropos necesitan saciarse de sangre humana, y que mientras se alimenten de ella mantendrán su forma, hasta el momento de su traspaso. Una cosa como esta, si es cierta, debe ser tenida por admirable, pues en ella quedan reflejados los maravillosos efectos del castigo divino.Los antiguos no sólo observaron que esta transmutación entre los arcadios, sino que también la notaron entre los pueblos septentrionales. Entre ellos, Solino y Mela destacaron los Neuros, que el intérprete de Ptolomeo tradujo erroneamente como Nauari, pueblo de la Escitia Europea cuyos habitantes se privaban voluntariamente de la figura humana y se transformaban en lobos, y una vez transcurrido un cierto tiempo, recuperaban su primera forma de hombre. Herodoto no suscribe esta transformación, y Olao el grande, autor reputado como verdadero, cuenta que esa extraña mutación era común y ordinaria entre los septentrionales, y especialmente frecuente en Linovia y en Prusia, y afirma que cualquiera que quisiese formar parte de la congregación de los Licófilos, ya fuese del propio país o bien extranjero, recibía una poción diluida en cerveza que le era administrada por uno de los principales hechiceros, sabio en el arte de la licantropía, junto con ciertos conjuros y palabras ininteligibles, y que una vez bebida

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la poción, se retiraba a un rincón y se convertía en lobo. Las palabras exactas que usa este historiador son las siguientes: “hominis ideam in lupi formam totaliter transmutare posest”, de manera que el autor no afirma que sea posible cambiar real y efectivamente, sino que sólo constata el cambio de apariencia, la cual cosa deduciremos por nosotros mismos más adelante. Olao nos aporta varios ejemplos del hecho, entre los cuales he considerado especialmente interesante el que sigue a continuación. Un Señor del país, escoltado por una numerosa servidumbre, fue sorprendido por la noche mientras atravesaba un espeso bosque. Alejado como estaba de todo refugio, decidió pasar la noche a la intemperie. Ordenó preparar sus tiendas bajo un árbol y se dispuso a pasar allí el resto de la noche. Uno de sus sirvientes observó que los víveres eran escasos, y animó a sus compañeros a que le acompañasen a buscar algo que echarse a la boca. Les dijo que no lejos de allí había visto un rebaño de carneros, y decidió adentrarse en el bosque procurando hacer el menor ruido posible. Fue entonces cuando se transformó en lobo y, en un visto y no visto, y tras aullar furiosamente se lanzó sobre el rebaño y apresó a uno de los carneros que, de inmediato, llevó hasta sus compañeros sin haber abandonado su forma de lobo. Al retorceder el camino a través del bosque hasta llegar a las tiendas, recuperó su forma humana. También cuenta la historia de una dama del país de Livonia que discutía con uno de sus sirvientes si era o no posible que un hombre se transformase en lobo. La dama negaba que tal cosa fuese posible, y entonces su sirviente, a fin de demostrárselo, le pidió permiso para transformarse en lobo. La dama se lo concedió, y el sirviente se retiró a una habitación secreta de la casa. Poco después, el sirviente salió de la habitación transformado en lobo. De inmediato se avalanzó sobre él una jauría de perros, y le persiguieron hasta el bosque hasta arrancarle un ojo. Al día siguiente, tras recobrar su forma humana, el sirviente regresó a la casa privado de uno de sus ojos. El tercer ejemplo hace mención de un duque de Prusia que, dudando que tal metamorfosis fuese posible, desafió a un hechicero a que se transformase en lobo, la cual cosa hizo ante la presencia del duque y de toda su corte. Después de su transformación, el hechicero fue quemado vivo por orden expresa de dicho duque. Hasta aquí lo que Olao asegura que sucedió en su tiempo.Apuleyo, que fue considerado como el mayor de los magos de su tiempo, habla acerca de los efectos admirables de la hechicería de la anciana Meroe, que por la virtud de una sola palabra murmurada por ella transformó en víbora a su enamorado, que se había lanzado a los brazos de otra mujer, y en rana a un hostalero vecino. También transformó en carnero a un abogado que había declarado en su contra. Y Panphilo, su huesped, tras haberse frotado la cruz de la mano y el resto del cuerpo se transformó en búho y, como tal, levantó el vuelo. Y la pastora Fotis, en agradecimiento por las caricias y abrazos recibidos de Apuleyo durante varias noches, le untó con sus grasas y le transformó por error en asno al confundir las bestias. También cuenta Luciano que estuvo en Tesalia para conocer los secretos de la magia.Estoy de acuerdo en que lo que cuentan Apuleyo y Luciano son puras fábulas, y que jamás sufrieron tales transformaciones. Lo único que podemos conjeturar es que en tanto que doctos y sabios en toda especie de magia, nos quisieron relatar estas cosas no tanto para hablar de su posibilidad o imposibilidad, sino para mostrarnos las cosas usitadas entre los magos y hechiceros. Del mismo modo, San Agustín afirma que había oído decir que en su época ciertas hechiceras transformaban a los hombres en caballos o jumentos por medio de un queso que les ofrecían, a fin de utilizarlos después como animales de carga, y que les devolvían su forma humana cuando les parecía. Pero cómo debe ser considerado el arrebato de Gilles Garnier en Dolle, en la hermita de Saint Bonet, que fue encontrado en forma de lobo totalmente encarnizado sobre un niño,

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y el cual abogó repetidas veces en su defensa que se había metamorfoseado en lobo al frotarse con un ungüento que le había regalado el propio diablo, que se había personificado ante él. Daniel d’Auge, docto profesor de las letras griegas, ha ilustrado este tipo de arrebato con un bellísimo discurso, donde cuenta entre otras cosas que, -usando su propias palabras-, en el francocondado de Borgoña, en la puerta del templo de Pollygni, en la diócesis de Besançon, hay una bella inscripción colocada en perpetua memoria de dos lugareños que, en el año 1521 renunciaron a la Cruz y al Bautismo para hacerse esclavos de Satán, dejándose deslumbrar por sus bellas promesas de grandeza. Accedieron a su ofrecimiento y les fue otorgada la facultad de convertirse en lobos al frotarse con ciertos ungüentos que el mismo diablo les donó. Bajo los efectos de dicho ungüento, asesinaban y devoraban niños bajo su forma de lobo, y mantenían tal actitud hasta que la pócima disminuía su potencia, momento en el que recuperaban su primer aspecto.Un caso similar es el de Jacques Raollet en la parroquia de Maumusson, en la diócesis de Nantes, que había llegado a ese lugar procedente de la prisión de Angers, el cual confesó que había devorado a varios niños, mujeres y hombres. Se dice que Raollet se acercó en una ocasión a un gentilhombre del lugar, al que le preguntó si se acordaba de él. Ante el asombro del gentilhombre, Raollet le recordó una ocasión en que había intentado disparar con su arquebuz contra tres lobos, a lo cual asintió el interpelado. Entonces Raollet le aseguró que él era uno de esos lobos, y que si no llega a ser por su intervención habrían devorado a una mujer que estaba cerca del lugar. También he oído decir que cuando fue apresado tenía un largo cabello que le pendía por la espalda y unas uñas extraordinaria e increiblemente afiladas, y que desprendía un olor tan infecto que era imposible acercarse a él, que tenía su cuerpo totalmente cubierto de una espesa grasa, la voz desgarrada, las cejas fruncidas y los ojos hundidos en la cabeza. Todas estas cosas son indicios suficientes, junto con las confesiones, de que efectivamente había llevado esa vida miserable durante un largo período de tiempo. No quedaba en él ningún resto de humanidad, carecía de todo sentimiento humano, y lo único que le quedaba de hombre era su apariencia, pues había sido por completo sometido y sujeto a la brutalidad por su maestro Satán. Los jueces de Angers lo condenaron a muerte por sus confesiones, sin dejarse influir en absoluto por la industria diabólica que le había inflingido su maestro Satán, a saber, el arte de hacerse pasar por loco. En efecto, viendo que no podía negar lo que él mismo había confesado, simuló su propia locura en un intento desesperado para salvarse, y alegó que también se había comido carretas de hierro, molinos de viento, Abogados, Procuradores y Sargentos, carne esta última que, a causa de su extrema dureza y por estar mal sazonada, aún no había podido digerir. El caso es que su sentencia de muerte fue apelada, y su caso fue llevado a la Corte del Parlamento de París. Los señores de la Corte del Parlamento, haciendo gala de su habitual clemencia y suavidad, y en un intento por vencer el rigor de los Jueces dando más peso a la equidad que al rigor de la ley, moderaron el juicio de Angers, y se limitaron a encerrarlo durante un período de dos años en los hogares del hospital de Saint Germain. Debo decir que en su proceso obraron con la suavidad y la prudencia que de hecho deberían presidir cualquier juicio, y no con lo que suele gobernar en la mayor parte de los juicios, a saber, la venganza y el odio de los parientes y amigos de las víctimas. Yo supongo que los señores de la Corte interpetaron todas las acusaciones valorando, como era su costumbre, la rusticidad del hombre en cuestión, sus variaciones, su modo de vivir, su continencia, sus acciones y, en definitiva, la totalidad de sus comportamientos, y tras deliberar decidieron que dos años sometido al regimen alimentario de Saint Germain bastarían para que se desprendiera de sus hábitos. No

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obstante, el seguimiento diario de sus actos, no hizo más que poner en evidencia su malicia y que lo más adecuado a su comportamiento pasaba por ponerle una cadena en el cuello y mantenerlo bien atado.Cardano nos cuenta que su padre, Facius Cardanus, le había referido que había conocido a un hombre llamado Bernard que, una vez probada su calidad de hechicero, no le cabía esperar otra cosa de la austeridad de la justicia que ser condenado a muerte, pues, por otra parte, se mantenía firme en la defensa de sus escandalosas e inopinadas convicciones. Pero el maestro al que Bernard había servido sintió compasión de él, y logró que la Justicia le permitiese alojarlo en su casa por espacio de veinte días. Así pues, lo fue a buscar a la cárcel y lo alojó en su propia casa, con intención de acostumbrarlo a unos buenos hábitos capaces de cambiar su condición. Todas las mañanas le daba de comer cuatro huevos frescos, le daba a beber el mejor de sus vinos y las viandas más deliciosas y delicadas. Transcurrido ese tiempo, su opinión sobre las cosas cambió paralelamente a su cambio alimenticio, y de este modo evitó ser condenado a muerte. No pretendo concluir, basándome en el relato de Cardano, que los Señores de la Corte del Parlamento se retractaron de todas las condenas imputadas a ese hombre llamado Raollet, simplemente creo que tuvieron en cuenta en su fallo final la mala alimentación y régimen de vida que había llevado hasta el momento, ya que es cosa comúnmente aceptada entre los médicos que la digestión de unos buenos alimentos engendra una buena sangre y que, por el contrario, el alimento tomado de las viandas groseras y corruptas, engendra una sangre grosera que, por su impureza, da lugar a un espíritu vital igualmente impuro y atrabiliario, la cual cosa provoca una afección del cerebro alterando su parte fantástica e imaginativa. De aquí puede proceder la enfermedad que los médicos llaman Licantropía –y de la cual acabo de exponer las causas que ellos alegan- y creo que, en efecto, los Señores de la Corte del Parlamento observaron ciertos indicios de dicha enfermedad en ese pobre miserable. Continuando con el hilo de mi discurso, quiero referir en este lugar el relato que me contó un hombre de condición irreprochable. El relato de este hombre es espantoso, y no obstante indudable. Un mercader llegó hace un tiempo hasta uno de los puertos próximos a la ciudad de Turín, y le pidió a un barquero si le podía llevar de una orilla a otra del río en su barco esa misma noche. Por este concepto le avanzó cuarenta sueldos como recompensa por su pasaje. Cuando se hizo de noche, el hombre en cuestión llamó al barquero que había contratado, el cual, al entrar en su barco se encontró frente a frente con una manada de treinta y nueve lobos. Ante el terror del barquero, el mercader le tranquilizó y le prometió que no corría ningún peligro y que se comprometía a hacerse cargo de cualquier imprevisto. Todos los lobos entraron en el barco, y finalmente entró el mercader, el cual, al pisar el barco, se transformó en lobo. Al pobre barquero se le heló el corazón en un instante y le entró un síncope, y permaneció tendido en el suelo hasta ser encontrado al día siguiente por sus vecinos. Tras volver en sí contó lo sucedido y describió minuciosamente al mercader. Dos o tres días después del suceso, el barquero falleció. Sea como sea, una cosa es indudable, y de ella dan testimonio tanto los historiadores antiguos como los modernos, y es la prueba de que, para detrimento de muchas pobres gentes, esta miserable especie de hombres se dejan seducir mansamente por el enemigo de naturaleza, el cual se delecta malvadamente en esta licantropía, y los persuade de que son verdaderos lobos, en la cual cosa su maestro y archimentor les instruye a la perfección. Ahora bien, atribuir la transformación a Satán, concediéndole el poder de cambiar un cuerpo en otro, sería atribuirle al demonio el mismo poder que a Dios, ya que la transformación es una segunda creación que tan sólo compete al Creador único del universo, creador de todas las cosas en su esencial perfección. A fin de cerrar la boca a

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todos aquellos curiosos que se entretienen en intentar discernir qué fue primero, si el huevo o la gallina –cosa que ya había sido debatida por Plutarco y Macrobio-, quiero decir que a nadie se le ocurrirá afirmar que la mujer fue creada antes que el hombre a menos que se remita a la opinión de Aristóteles, que sostiene la existencia de un principio generativo de todas las cosas, como el huevo o el gusano. No. Todas las cosas han sido creadas en su esencial perfección, tal y como nos lo enseñan las escrituras, lo cual nos obliga a afirmar que no pueden ser cambiadas en otra naturaleza sin la destrucción de su primera forma. En efecto, como dice Aristóteles, toda trasnmutación requiere tres cosas, a saber, dos agentes contrarios y un paciente. Así pues, suponer que existe una superabundancia que es causa de una forma más excelente o de una forma más pobre, es lo mismo que decir que Satán puede cambiar un cuerpo en una forma más excelente, pudiendo convertir a un hombre en un Ángel, o bien reducirlo a una forma más degenerada, convirtiéndolo en lobo, león, leopardo o cualquier otra bestia irracional, la cual cosa es a todas luces imposible. En efecto, Dios puso límites al poder del Demonio, y no le concedió el poder de operar sobre las formas esenciales. Por eso sus acciones tan sólo son superficiales. Para apoyar mis palabras, recurriré a un axioma de Platón: no se puede dar aquello de lo que se carece, y no se puede enseñar aquello que se ignora. ¿Cómo podría dar el demonio un cuerpo natural al hombre si no dispone de cuerpo natural ni para sí mismo? El cuerpo que el Demonio ostenta para aprecerse ante los hombres es un cuepo fantástico e imaginario, carece de toda solidez, y si en algún momento llega a revestirse de un cuerpo palpable, tam sólo logra tal cosa por haberlo robado de los sepulcros y tumbas.Por otra parte, si la transformación de un cuerpo en otro fuese posible, esta transformación debería ser o bien sustancial o bien accidental. No es posible que sea sustancial, pues en este caso sería introducida otra forma sustancial que debería subsistir con la primera, de diferente especie, de modo que, refiriéndonos al caso que nos ocupa, nos encontraríamos con dos formas, la de lobo y la de hombre, conviviendo en un mismo cuerpo, lo cual es imposible. Tampoco es posible una transformación según los acidentes, ya que por su medio la materia se dispone a recibir la forma que le es propincua, por lo cual resulta imposible que en una sola materia puedan acomodarse dos formas distintas. Alguno podría decirme que en las bodas de Canaán en Galilea, el agua fue realmente cambiada en vino, alegrando de este modo la fiesta, y que la mujer de Loth, al mirar tras de sí, fue convertida en estatua de sal, y que Josefo dice que esta estatua permaneció hasta sus tiempos y que él mismo la vió. Y se me podrá decir además que la vara de Moisés cobró vida al ser lanzada al suelo, y que se deslizó hasta convertirse en un gran Dragón, y que cada uno de los magos que estuvieron presentes en el acto, lanzó su propia vara al suelo y apareció una gran multitud de dragones, y que el rey Nabucodonosor fue transformado en bestia y anduvo errante de un lado para otro durante siete años conviviendo con las otras bestias y comiendo lo mismo que ellas. Estoy de acuerdo con todas y cada una de estas alegaciones, tanto de la transmutación del agua en vino, como de la vara de Moisés en serpiente, y de la mujer de Loth en estatua de sal. Pero estas cosas son todas y cada una de ellas fruto de la operación divina. ¿Acaso ignoráis que Dios, en tanto que Creador universal, dispone a voluntad de la materia? Dios es como un alfarero, el cual tras haber dado forma al barro, si no ésta no le es grata, la cambia por otra. Pero Dios, al que nada le es imposible, no dispone únicamente de la forma, sino también de la materia y de toda su esencia. De este modo, por voluntad suya, la vara de Moisés fue total, realmente y de facto cambiada en serpiente, la cual devoró y engulló a las demás serpientes, que habían sido cambiadas por los prestigios del Diablo, que tan sólo operó una metamorfosis aparente para seducir al pueblo egipcio. Incluso puedo llegar a acordar que las varas de los magos fueron

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cambiadas sustancialmente, pero gracias a la interveción divina, que quiso enseñar al pueblo egipcio que la ley de su pueblo no era más que fraude y corrupción y sus sacerdotes no eran más que brujos, por eso transformó las varas de los magos en serpientes, a saber, para que de inmediato fueran todas ellas devoradas por la vara de Moisés.Así pues, la transformación tan sólo es propia de Dios, padre original de todas las cosas. Esto era perfectamente sabido por Satán cuando tentó a nuestro Señor en el desierto, pues al conocer su absoluta potencia le dijo: “Si eres el Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en panes”. En cuanto a Nabucodonosor, la escritura no dice exactamente que fuese cambiado en bestia, sino que habiendo sido rechazado por los hombres, se retiró con los otros brutos y vivió entre ellos, reputándose a sí mismo, en su imaginación, como uno de ellos. De este modo, la disformidad de su cuerpo, a saber, los cabellos que le cubrieron todo el cuerpo, y las uñas grandes y afiladas como de aves de presa, puede ser considerada de manera figurada como una transmutación de la figura humana en brutal, pero el alma permaneció en su integridad.Es más, aunque el Diablo tuviese el poder de metamorfosear realmente y de facto una cosa en otra, le sería totalmente imposible actuar sobre el hombre, pues el alma, que es de naturaleza inmortal y reflejo de la divinidad, que no respira más cosa que el mismo cielo, no puede ser en absoluto encerrada en este segundo cuerpo, totalmente terrestre, imperfecto y completamente inútil para ella, pues tal y como explican los platónicos, ya es bastante penoso para ella verse encerrada en este sepulcro humano, pues las dos esencias, la corporal y la racional, se hallan hasta tal punto unidas, que tan sólo la muerte las puede separar.En cuanto a mí, me contento con este pequeño discurso, y remito al lector, si desea un discurso más amplio, a los espectros del señor de la Brosse le Loyer, que ha tratado muy doctamente sobre esta materia. Ahora bien, para responder a los que se preguntan cómo es posible que esos lobos que devoran tan salvajemente a los hombres se transformen tan rápidamente en humanos si son sorprendidos y que no obstante aleguen su condición de lobos, les diré que no saben la cantidad de mentiras, engaños y trampas que es capaz de urdir Satán, en tanto que padre de la mentira y enemigo de la verdad, para enredar al género humano. Este industrioso afrentor, después de cautivar a los pobres miserables, y tras inscribirlos en su libro de muerte y hacerles jurar su alianza y detestable confederación, opera en ellos por diversos medios, de entre los cuales, tras largas investigaciones, destaco dos modos principales. El primero es que, por su pura y simple sutileza, penetra en sus cuerpos y ocupa sus órganos interiores convirtiéndose en su verdadero poseedor, les persuade de cualquier cosa que le apetezca, transtorna su fantasía y su facultad imaginativa, y les hace creer que son bestias brutas, engendrando en ellos los deseos y afecciones propios de los brutos, hasta el punto de propiciar el contacto carnal entre los de su especie. Y cuando le parece, abandona sus cuerpos, de modo que al renacer en el mundo toman de nuevo su antigua y primitiva forma. El segundo medio del que se sirve el Diablo para operar en los hombres es por medio de los ungüentos, colirios, grasas, polvos y pociones que les administra. Todas estas pócimas tienen una virtud activa tal sobre el cuerpo pasivo que, una vez consiguen dominar los sentidos exteriores, no tardan en perturbar los interiores. La fuerza de esta bella droguería es enorme, penetra por los poros y conductos del cuerpo hasta ocupar los sentidos naturales, y por medio de éstos no tarda en alcanzar al cerebro perturbando la fantasía y la capacidad imaginativa, y una vez perturbadas estas facultades, todo el cuerpo se ve afectado. Las pociones y brevajes tienen una potencia mucho mayor y más enérgica que los frotamientos, ya que logran perturbar de una sola vez el interior y el exterior. El olor y el aire infecto de estas villanías es tal que no se limita a operar sobre

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su paciente, sino que es tan vehemente que también opera sobre los sentidos exteriores de los espectadores, de modo que el veneno alcanza sus ojos y los perturba de tal modo que quedan persuadidos de que las transformaciones que observan son reales. No ignoro que algunos han pretendido alegar su ignorancia sobre la virtud de estos ungüentos para defender su causa, y me remito al proceso que fue juzgado en Moulins, en Bourbonnoys, sobre el caso de una carreta que había sido frotada por un criado con los ungüentos de su amo, y que sirvió de transporte para toda la corte diabólica, cosa cierta y de la que dan testimonio numerosos hombres de honor intachable. Espero que me permitáis, como mayor prueba de mi argumento, alegar en este lugar lo que aconteció en el camino de Lyon, entre Palysse y Rouanne. Se dice que un hombre se cubrió con una piel de lobo que encontró en el fardo, maleta o bolsa de un caminante, y que al cubrirse con ella se transformó en lobo y se ocultó en el bosque durante tres días. ¿Quién fue el curtidor o peletero que, movido por ese espíritu o intención, preparó esa piel? Honestamente, yo creo que tan sólo pudo ser obra de la industria del espíritu de prevaricación, ya que en ese mismo fardo fueron encontrados numerosos huesos de cristianos devorados por el dueño del paquete en cuestión. El espíritu maligno cuyos esfuerzos no tienen más deseo que engañar y perjudicar, alcanza a los pobres miserables que, desprovistos de entendimiento y de espíritu, son arrastrados y gobernados del mismo modo que el titiritero gobierna a su oso. Según el modo que yo he descrito, deben ser entendidas las palabras de San Agustín cuando afirma que el padre de Prestancio fue transformado en mula y cargó sobre su lomo los pesados fardos y equipajes de unos soldados, y que sin embargo, a pesar de las apariencias, el hecho no fue más que una ilusión diabólica que encantó los ojos de los asistentes. Por esa misma razón san Macario no sucumbió al engaño y no creyó ni por un momento que la doncella que se había acercado a él se hubiese convertido en jumento y hubiese dejado de ser una mujer natural, pues el Diablo no tenía ningún poder para engañar a un tan santo personaje. Quiero concluir, con San Agustín, que no es posible que el Diablo pueda alterar el cuerpo del hombre y convertirlo en forma bruta, y que todo lo natural que vemos en el mundo está destinado al servicio de Dios, y no de los Ángeles malignos y transgresores de sus mandamientos. Los extraños sucesos que nuestros ojos observan y que más arriba he referido, deben servir de llava para abrir los ojos del entendimiento de todos aquellos que, atribuyendo estas cosas a los hechiceros, ponen en duda el poder del demonio y llegan a negar su existencia; se trata de los ateos de los que habla el salmista: “dixit insipiensin corde suo non est deus”. Tanto los cristianos, como los judíos, los mahometanos y los antiguos étnicos, han tenido por cierto que las operaciones de los hombres dados a la magia o hechicería pueden, por medio de su arte cargado de iniquidad, procurar a los hombres una infinidad de males. Por eso unos los han execrado en sus escritos, otros han ordenado leyes específicas para castigarlos, y otros, como los príncipes y magistrados, han revertido sobre sus cabezas castigos ejemplares. Y aunque realmente y de hecho no se transformen sino que siendo engañados por su amo Satán creen serlo, no obstante, en razón de los crueles homicidios por ellos perpetrados y por haber renegado del gran Dios al hacerse servidores del enemigo de Dios y enemigos del género humano, un Phalaris, un Dionisio el Tirano, un Nerón , un Domiciano y, en resumidas cuentas, todos los hombres crueles y sanguinarios del mundo, no serían suficientes para excogitar un tormento digno de su mñerito.Y dado que sin la asistencia divina, no podemos transitar con seguridad en este pergrinaje mundano, tomemos la armadura de Dios y protejámonos con el escudo de la fe para poder resistir contra los asaltos del enemigo, pues nuestra lucha no es cntra la sangre, sino contra los principados, las potencias y los rectores del mundo de las

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tinieblas de este siglo y contra las malicias espirituales, pues si nos dejamos guiar por el Espíritu Santo regresaremos de la batalla con los despojos de la maldad y revestidos de inmortalidad, y nuestro trofeo será felizmente erigido en el Reino de Dios.

FIN

Fide taciturnitate