discipulados a cristo · 2020. 7. 6. · 11 capítulo 1 el llamamiento del discipulado andrés,...

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  • Discipuladosa Cristo

    Stephen Kaung

    Como es ilustrado en la vida de Simón Pedro

    Ediciones “Aguas Vivas”

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    Stephen Kaung

    Discipulados a CristoComo es ilustrado en la vida de Simón Pedro

    Primera edición: Agosto 2004

    Este libro ha sido traducido directamente del portugués.Excepto donde así se indique, todas las citas de las Escriturasutilizadas corresponden a la versión Reina-Valera, 1960.

    Traducción y Edición: Aguas VivasRevisión: Cecilia Bessa DidierDiseño & Diagramación: Mario Contreras Troncoso

    EDICIONES «AGUAS VIVAS»Temuco - CHILE.

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    PRESENTACIÓN

    Con mucha satisfacción y gratitud al Señor presen-tamos a los hijos de Dios de habla española uno de loslibros más representativos del hermano Stephen Kaung,«Discipulados a Cristo».

    Aunque sus obras son bastante difundidas en len-gua inglesa, china y portuguesa, no lo son en lengua es-pañola. Es por eso que nos complace dar a la luz esteprimer libro que, esperamos, sea seguido de otros mu-chos que vendrán a enriquecer el caudal de revelación yla experiencia espiritual del pueblo de Dios en esta partedel mundo.

    Expresamos nuestra gratitud a los hermanos de laeditorial «Tesouro Aberto», de Brasil, por autorizarnos apublicar esta obra que ellos dieron a luz por primera vezen 1998, y también a los que, en Chile, han colaboradopara este mismo fin.

    Por todo esto agradecemos a Dios, a quien asimis-mo dedicamos este trabajo, para que su amado Hijo Jesu-cristo tenga en este tiempo muchos verdaderos discípu-los.

    Los editores

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    INDICE

    Prefacio a la edición en portugués ................................. 9

    Nota del editor del original en inglés ........................... 10

    Capítulo 1El llamamiento del discipulado ..................................... 11

    Capítulo 2La condición del discipulado ........................................ 41

    Capítulo 3La consolación del discipulado ..................................... 69

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    Prefacio a la edición en Portugués

    El llamamiento al discipulado es hecho a cada cre-yente en Cristo. La Palabra del Señor para los que sonsuyos es: «Venid en pos de mí». Él desea conformarnos asu imagen y usarnos de acuerdo a su propósito. Solamen-te atendiendo a ese llamado podemos cumplir el destinooriginalmente propuesto por Dios.

    A fin de ayudarnos a comprender este asunto quees de la mayor importancia, los tres capítulos de este vo-lumen ilustran, a través de la vida de Simón Pedro, lostres principales aspectos del discipulado cristiano: el lla-mamiento, la condición y la consolación. El objetivo su-premo del discipulado es conducirnos de forma más ínti-ma a la propia persona del Señor Jesús – no a algún siste-ma, organización o enseñanza, sino a un Hombre y a unHombre solamente, al propio Señor Jesús. El discipuladono deja de tener sus condiciones, aunque para el cumpli-miento de las mismas dependamos absolutamente de lagracia de Dios. Y a pesar de que las dificultades deldiscipulado no sean pequeñas, ellas son ricamente com-pensadas por la comunión con el Maestro y la transfor-mación resultante de esa comunión.

    Que el Maestro bendito aliente a muchos al verda-dero discipulado.

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    Nota del Editor del original en Inglés

    Debemos decir una palabra con respecto al origendel material contenido en las próximas páginas.

    En primer lugar, la esencia de los tres capítulos deeste volumen fue originalmente ministrada en una seriede mensajes en Mt. Lake, Connecticut (EUA), antes deuna conferencia de jóvenes realizada el primer fin de se-mana en enero de 1967.

    En segundo lugar, para enriquecer este volumen, elautor gentilmente cedió al editor sus notas personales quecontenían muchas «pepitas de oro». Aunque muchas deellas no llegaron a ser mencionadas en los mensajeshablados, ahora fueron incluidas aquí.

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    Capítulo 1

    EL LLAMAMIENTO DELDISCIPULADO

    Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de losdos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús.Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemoshallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajoa Jesús. Y mirándole Jesús dijo: Tú eres Simón, hijo deJonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro).(Juan 1:40-42).

    Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a doshermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano,que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Yles dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hom-bres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le si-guieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos,Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barcacon Zebedeo su padre, que remendaban sus redes; y losllamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre,le siguieron. (Mateo 4:18-22).

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    Aconteció que estando Jesús junto al lago deGenesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la pa-labra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de laorilla del lago; y los pescadores, habiendo descendidode ellas, lavaban sus redes. Y entrando en una de aque-llas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartasede tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barcaa la multitud. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón:Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pes-car. Respondiendo Simón, le dijo: Maestro, toda la no-che hemos estado trabajando, y nada hemos pescado;mas en tu palabra echaré la red. Y habiéndolo hecho,encerraron gran cantidad de peces, y su red se rom-pía. Entonces hicieron señas a los compañeros que esta-ban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; yvinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que sehundían. Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas anteJesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hom-bre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, eltemor se había apoderado de él, y de todos los que esta-ban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo,que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón:No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Ycuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, lesiguieron. (Lucas 5:1-11).

    * * *

    El llamamiento al discipulado es, como alguien yaobservó, muy personal y, por eso, tiene que serrespondido individualmente. Con todo, ese lla-mamiento también es práctico y, por esa razón, necesitaser experimentado en nuestra vida. Ese llamamiento noes una teoría ni una doctrina, sino algo que cada uno denosotros debe responder afirmativamente delante del Se-

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    ñor y experimentarlo. Para ayudarnos a comprender cuánpersonal es ese llamamiento y cuán real es en la práctica,me gustaría ilustrar este asunto examinando brevementela vida de un discípulo de nuestro Señor Jesús. Y, pienso,no hay ejemplo mejor que la vida de Simón Pedro.

    Simón Pedro estaba entre los primeros que vinie-ron a conocer al Señor, y ciertamente fue uno de los pri-meros llamados para ser un discípulo. Entre los doce após-toles, él era el primero de la lista, y quien generalmentehablaba por los otros. Por lo tanto, en cierto sentido, SimónPedro puede ser considerado el primer discípulo de nues-tro Señor Jesús. Y, si fue realmente el primer discípulodel Señor, entonces podemos aprender mucho a través desu vida. En otras palabras, todos los principios implica-dos en el discipulado deben ser evidenciados e ilustradosa través de esta vida.

    En el principio, Simón fue llevado al Señor por suhermano Andrés. Éste había sido presentado a Cristo porJuan el Bautista y, habiendo hallado al Señor, fue en se-guida al encuentro de su hermano. Andrés, entonces, sim-plemente dice a Simón Pedro: «Hemos hallado al Mesías»,y le llevó a Cristo. Así, de ese modo muy natural, Simónfue salvo.

    * * *

    No sabemos mucho sobre el pasado de Simón an-tes de su primer encuentro con el Señor. Parece que sunotoriedad e importancia vinieron por causa de la convi-vencia con el Señor Jesús. Sin embargo, dos hechos so-bresalen en el pasado de Simón. Sabemos que él era unhombre de Galilea, natural de Betsaida (Juan 1:44) y, tam-bién, que era un pescador.

    Tenemos conocimiento de que en aquella época losjudíos de todo Israel menospreciaban a los galileos. Es-

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    trictamente hablando, los galileos eran judíos verdade-ros, pero, en otro sentido, los que vivían en Galilea eranvistos por los de Jerusalén y de Judea como siendo de«Galilea de los gentiles» (Mt.4:15), pues era una multi-tud mixta de personas impuras, no ortodoxas, groseras eincultas. Sin embargo, debe señalarse que, entre los docediscípulos de nuestro Señor Jesús, casi todos eran galileos,incluso el propio Simón. Probablemente la única excep-ción era Judas Iscariote que, tal vez, fuese de Judea.

    Simón, entonces, era un galileo, un pescador rudoque, aunque tuviese una profesión humilde, tenía una no-ble aspiración: él esperaba la venida del Mesías judío.Simón era naturalmente impulsivo, franco, agresivo e im-petuoso; con todo, era honesto, sincero y modesto. Élestaba enterrado y perdido entre las multitudes hasta queCristo vino y lo desenterró, transformando aquella pie-dra bruta en un lindo y precioso jaspe, como veremos.

    Esa transformación puede suceder con todos noso-tros. No importa dónde hayamos nacido, cuál es nuestrotipo de temperamento, qué profesión ejerzamos o cuándiferentes seamos en nuestra expresión y apariencia ex-terior; el Señor es capaz de desenterrarnos de la multitudy comenzar a trabajar en nosotros hasta que seamos trans-formados en piedras preciosas para la edificación de Sucasa. Podemos, por lo tanto, ser alentados con la vida deSimón Pedro, el cual, no teniendo ninguna importanciapara el mundo, fue, sin embargo, tomado y moldeado porel Señor y fue constituido en una de las columnas de laiglesia en Jerusalén.

    * * *

    La conversión de Simón Pedro fue bastante senci-lla. Muy probablemente él se hizo un discípulo de Juan elBautista, ya que todos los que aguardaban la consolación

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    de Israel (Lc.2:25) eran bautizados por Juan. Él se arre-pintió de sus pecados, fue bautizado por Juan Bautista, yesperaba al Mesías que vendría – el Enviado, el Ungidode Dios, Aquél que cumpliría todas las promesas de Dios.En otras palabras, encontramos en este hombre Simónun corazón dispuesto, alguien que había sido preparadocon anticipación por el Espíritu Santo de Dios y, sin duda,también por Juan Bautista. Por lo tanto, todo estaba pre-parado. La única cosa que todavía faltaba era ver alMesías. Y eso sucedió por medio del testimonio simplede su hermano Andrés que, por cierto, conoció a Jesúscomo Mesías a través del testimonio de Juan el Bautista.Andrés se apresuró a buscar a su hermano, y decidida-mente le dijo: «Hemos hallado al Mesías». El resultadoes que Simón fue, vio y creyó.

    * * *

    Creo que Simón tenía mucha confianza en su her-mano. Por el registro de su vida sabemos que Simón eraimpetuoso, extrovertido, y poco cuidadoso. Su hermano,en cambio, era exactamente lo opuesto. Andrés era unhombre muy quieto, y alguien así es generalmente cuida-doso y bastante observador. Este último rasgo se percibeen el incidente de la primera multiplicación de los panes.En aquella ocasión nuestro Señor Jesús estaba en el de-sierto y no había nada para comer; pero fue Andrés quienvino y dijo: «Aquí está un muchacho, que tiene cincopanes …» (Jn. 6:9). Piense en eso: él vio a un muchachoentre cinco mil personas. Ese era el agudo sentido de ob-servación de Andrés. Por lo tanto, creo que Simón, cono-ciendo su propia debilidad, tenía mucha confianza en suhermano. Él encontraba en Andrés lo que a él le faltaba.Él pudo confiar en que su hermano verdaderamente ha-bía hallado al Mesías y, entonces, ser así llevado a Cristo.

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    Algunas veces es bueno que reconozcamos nuestras de-ficiencias y debilidades y sepamos cómo vivir de formainterdependiente, especialmente con nuestros hermanos,pues ellos pueden ser capaces de proveer el equilibrioque necesitamos. Por lo tanto, pienso que cuando Simónfue informado por su hermano de que había encontradoal Mesías, él no dudó en su corazón; al contrario, debehaber pensado para sí mismo: «Mi hermano Andrés debehaber encontrado al verdadero Mesías». Así, Simón, sindudar, fue con él al encuentro de Jesús. Oh, cuán bien-aventurados son los que están preparados y tienen un co-razón sencillo –aquellos que saben y reconocen su pro-pia limitación– pues prontamente serán saciados.

    * * *

    La Biblia no menciona nada sobre la reacción deSimón al encontrar al Señor. Las Escrituras sólo nos di-cen que él fue llevado a Cristo. Realmente sería de espe-rar que Simón, siendo por naturaleza una persona habla-dora, al ver al Señor Jesús dijese muchas cosas. Pero,curiosamente, no hay registro de que él haya dicho algu-na cosa al Señor – ni siquiera una palabra. Él fue y vio aJesús; al encontrarlo, debe haber observado cuidadosa-mente al Señor y cuanto más lo miraba, más se conven-cía de que éste era el Mesías. El resultado fue que Simón,simplemente, se postró delante del Señor. Quedó tan im-presionado, tan absorbido, tan atraído por ese Hombreque permaneció en silencio; aquel que durante toda suvida había sido tan hablador, ahora no tenía nada quedecir. En aquella situación, no era necesaria ninguna pa-labra. Se trataba de una confianza silenciosa, tranquila yreverente en el Mesías. Aquel que siempre profería mu-chas palabras, quedó sin habla, absorbido con lo que vio.

    Al contemplar a Jesús con tal admiración y adora-

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    ción, el corazón de Simón se abrió al Señor en fe y con-fianza, pues en aquel momento crucial le fue dada unarevelación. El Padre reveló el Hijo a Simón Pedro. Sabe-mos que eso es verdad por causa de lo que el Señor dice,años más tarde, cuando estaba siendo rechazado por supropio pueblo, sobre la declaración de fe de Pedro, cuan-do éste confesó públicamente que Jesús era el Cristo. Enaquella ocasión, el Señor dijo a Pedro que el hecho deconocerlo como Cristo no tenía su origen en carne o san-gre, sino que le fue revelado por el Padre que está en elcielo (Mt. 16:17). Y, ciertamente, esa revelación no le fuedada a Pedro en aquel momento, sino que era una expre-sión de lo que Pedro experimentó en su primer encuentrocon el Señor, cuando su hermano lo llevó al Mesías. Alaproximarse al Mesías en simplicidad y prontitud de co-razón, Simón recibió revelación con respecto al Señor.

    Sin embargo, siempre será así, porque la voluntadde Dios está oculta a los sabios y entendidos, pero revela-da a los niños (Lc. 10:21). La revelación es dada a lossimples, aquellos que viven por el corazón y no por lacabeza. Tan luego Simón recibió esta revelación, respon-dió en la sinceridad y quietud de la fe.

    ¿Fue muy simple? ¿Y no es así también la maneraen que nosotros llegamos al conocimiento del Señor? Siusted tiene un corazón sediento y está buscando al Salva-dor de la humanidad, y alguien en quien usted puede con-fiar le presenta al Salvador, entonces venga a él, contém-plelo, y usted también se convencerá, se arrepentirá yconvertirá de la misma manera.

    * * *

    Notemos que Andrés llevó a Simón a Jesús y no aun sistema o manera de pensar, no a un código moral decomportamiento, ni a una institución religiosa, sino a Je-

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    sucristo. Cristo es el Salvador. Él es la salvación para elperdido. Y basta que nos encontremos con Cristo y leveamos, para ser salvos. Pues la persona de Cristo es laque atrae y su obra es la que nos salva. ¿Ya le hemosencontrado? Eso resolverá todos nuestros problemas yresponderá todas nuestras preguntas.

    Una sola visión de Jesús mostró a Simón que élverdaderamente era el Cristo. «Bienaventurados los delimpio corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt. 5:8).Una sola visión de Jesús es suficiente para convencernosde que él es el Mesías. Si no lo percibimos es porquenuestros corazones no son puros – porque no lo quere-mos. Muy frecuentemente nuestra capacidad natural yautosuficiencia forman una obstinada resistencia al co-nocimiento del Señor. Déjeme preguntarle: «¿Usted yaconoció al Señor? ¿Usted ya creyó en su obra redentora?¿Confió en su obra consumada en la cruz?». Una simpleconfianza proveniente de un corazón honesto es todo loque usted necesita para gozar de todos los valores y mé-ritos de Su redención perfecta. Pero si usted no ve al Se-ñor Jesús con tal corazón, hallará que es difícil creer enél, y su camino hasta él puede ser muy largo, tempestuo-so, e incluso peligroso. O su camino podrá ser como el deSaulo de Tarso, que siendo una persona muy compleja,tuvo que pasar por caminos sinuosos y peligrosos antesde ser encontrado por el Señor. Saulo tuvo que quedarciego y ser lanzado al suelo antes de volverse al Salva-dor. Pero, oh, cuánto mejor será si usted puede venir a élen la simplicidad y sinceridad, ser llevado por su corazóny no al contrario, ser engañado por su mente. Si ustedviene a él y lo contempla, eso resolverá sus problemas.Usted será salvo. El camino es así: simple y natural. Es-pero que nuestra venida al Señor pueda ser de esa mane-ra, tal como fue con Simón Pedro.

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    Vimos que Simón contempló cuidadosamente al Se-ñor – observándolo de pies a cabeza y, cuando más locontemplaba, más se postraba delante de él. Pero debe-mos observar que, según lo registrado, el Señor hizo lamisma cosa. Cuando Simón fue llevado a Cristo, la Bi-blia nos dice que el Señor Jesús «mirándole, dijo: Tú eresSimón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quieredecir, Pedro)» (Jn. 1:42). La Biblia dice que el Señor ‘miróa’ Simón Pedro. Es interesante notar que esa palabra sig-nifica observar cuidadosamente. Jesús, en otras palabras,contempló a Simón atentamente.

    ¡Oh, el mirar de nuestro Señor! ¡Aquel mirar pene-trante! Él miró hacia adentro del corazón y del propio serde Simón con discernimiento espiritual, y mientras nues-tro Señor lo observaba cuidadosamente, vio lo que el Es-píritu de Dios estaba haciendo en aquel mismo momentoen su vida: «Tú eres Simón, pero serás llamado Cefas –Pedro». Él fue así testigo de que el Espíritu de Dios operóen Pedro la obra de la regeneración, en respuesta a susimple fe en Cristo. Esa obra fue realizada en el espíritude Simón por el Espíritu Santo, y el Señor lo percibióclaramente en su propio espíritu.

    Jesús miró también a Simón Pedro con una miradaprofética. Al observar a Simón atentamente, él vio queDios no solamente había hecho algo en aquel hombre,sino que también haría una obra mucho mayor en el futu-ro. «Tú eres Simón, hijo de Jonás», el Señor habló comodiciendo: «Eso es el hombre natural, eso es lo que tú eresen ti mismo, nacido de Jonás, tu padre». Pero el Señorcontinuó: «Tú serás llamado Cefas – Pedro», o sea, túserás un nuevo hombre, completamente transformado enuna nueva creación, porque naciste de nuevo del Espíritude Dios. ¿Quién era Simón, a fin de cuentas, sino el hijode Jonás – aquel que fue hecho de polvo, aquel que es

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    terrenal y común? Y el destino natural de él ¿no sería sersepultado juntamente con el resto del mundo — olvida-do, un pescador sin ninguna importancia y sin nada en símismo? Ahora, sin embargo, tú serás llamado por un nue-vo nombre: Pedro, que significa una piedra.

    Un nuevo elemento pasó aquel día a ser parte deSimón. En vez de permanecer como barro, él se convir-tió en una piedra. Una especie diferente de vida entró ensu espíritu, y con esa vida, una nueva naturaleza y unnuevo potencial. Él se convirtió en una piedra. Y ahorasabemos que esa piedra ‘viva’ se transformará un día enuno de los doce fundamentos de la Nueva Jerusalén; y sien la mente de Dios él es el primero de la lista de los doceapóstoles (Ap.21:14), entonces, siendo la primera piedrade los doce fundamentos, él será un jaspe (Ap.21:19).¿Podemos percibir aquí la progresión? De barro él es trans-formado en piedra, y esta piedra finalmente será trans-formada en jaspe. ¿Qué es el jaspe? En Apocalipsis 4vemos que Juan vio la gloria del Señor Dios como si ellafuese un jaspe. ¡Piense en eso! ¡Jaspe – como la gloriadel propio Señor!

    * * *

    Ninguno de nosotros sabe cuál es el potencial y lasposibilidades de esta nueva vida. Ninguno de nosotrospuede prever lo que Dios realmente puede hacer con al-guien en quien él depositó Su propia vida. No nos enor-gullezcamos de aquello que es natural en nosotros, puesde nada vale. Más temprano o más tarde se desvanecerá,porque su propia naturaleza es pasajera. Pero, si dentrode nosotros recibimos la vida de Cristo, nadie puede de-cir cuál será nuestro futuro, porque existe allí ese inmen-so potencial. Dios podría hacer grandes cosas si sólo tu-viésemos a Su Hijo en nosotros. En otras palabras, la

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    grandeza no está en nosotros; la grandeza está en Su Hijo.¡Y cuán glorioso puede ser nuestro futuro cuando cree-mos en el Señor Jesús!

    Por lo tanto, nosotros que somos sólo barro, agra-dezcamos a Dios porque cuando encontramos a Cristorecibimos Su propia vida. Simón era nada en sí mismo;fue únicamente Cristo quien hizo de él todo. ¡Cuán ver-dadero es eso con respecto a todos nosotros! Él es aque-lla Piedra viva y nosotros también fuimos hechos piedrasvivas, pues fuimos tallados de esa Roca montañosa. Algomás tarde, Simón Pedro entendió eso perfectamente, puesescribió: «Acercándoos a él, piedra viva, desechada cier-tamente por los hombres, mas para Dios escogida ypreciosa, vosotros también, como piedras vivas, sed edi-ficados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofre-cer sacrificios espirituales aceptables a Dios por mediode Jesucristo» (1ª Pedro 2:4-5).

    Debe observarse, sin embargo, que el Señor no ledice inicialmente cuál sería la utilidad de esa piedra. So-lamente después él reveló cuál era el propósito de operartal cambio en su vida. Más tarde, como se registra enMateo 16, encontramos que una nueva revelación le fuedada: que esa piedra llegaría a ser parte de una construc-ción que sería levantada sobre la Roca, Cristo Jesús, con-tra la cual ni siquiera las puertas del Hades serían capa-ces de prevalecer. En otras palabras, Simón Pedro llega-ría a ser uno de los materiales en la edificación de la Igle-sia de Dios.

    * * *

    Tenemos aquí, entonces, el primer contacto de Pe-dro con el Señor Jesús: cómo él le llegó a conocer y cómo,por el hecho de haber confiado en él, llegó a ser una pie-dra. Ese es el punto por el cual todos nosotros debemos

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    comenzar. Pues, sin la vida, el llamamiento al discipuladoes imposible. Dios no puede llamar a alguien para serdiscípulo del Señor si la vida divina no está en él. Si que-remos ser sus discípulos tenemos que, primeramente, re-cibir Su vida. No se trata de alguna obra exterior, sino,ante todo, de una transformación interior. Esa es la razónporque, al comienzo de nuestro estudio sobre eldiscipulado, debemos comenzar con la conversión deSimón Pedro. Una vez que eso ocurrió con Simón me-diante la infusión de vida divina, el discipulado se hizoposible.

    * * *

    Pasemos en seguida al segundo incidente y, para eso,necesitamos mencionar algunos hechos. Juan el Bautistafue apresado y, cuando el Señor Jesús oyó eso, fue haciaGalilea. Él sabía que, de allí en adelante, tendría que soste-ner solo el testimonio de Dios, ya que Juan había sido reti-rado de la escena. Jesús sintió que debería reunir a su alre-dedor algunos discípulos que pudiesen seguirlo, ser entre-nados para la obra que el Padre le había confiado, y quepudiesen continuar la tarea después de su partida.

    Vemos, por lo tanto, por el registro de Mateo 4,que, un poco después, el Señor estaba caminando juntoal Mar de Galilea, y cuando hacía eso vio dos pescadoreslanzando sus redes en el agua. Uno de ellos era SimónPedro y el otro su hermano Andrés. Entonces el Señor seaproximó a ellos y los llamó: «Venid en pos de mí, y osharé pescadores de hombres». Ellos inmediatamente de-jaron sus redes y lo siguieron. La razón por la cual elSeñor podía llamarlos para seguirlo era porque ellos yalo habían aceptado como su Mesías y Salvador. Fue, portanto, un llamado para el discipulado. No sabemos, sinembargo, cuánto tiempo pasó entre el momento de la con-

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    versión de Simón Pedro y el llamado al discipulado. Pro-bablemente fueron algunos meses, tal vez medio año; así,al pasar por la playa, el Señor Jesús los vio y los llamó.

    ¿En qué consistía el llamado? Necesitamos leer nue-vamente el pasaje que tenemos delante. El llamado fue:«Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres».Claramente el énfasis está en «Venid en pos de mí» – entanto que la frase ‘pescadores de hombres’ sería el resul-tado. El ministerio siempre es resultado del discipulado.Observemos cuidadosamente que ese no es primariamenteun llamado al servicio, sino que se trata básicamente deun llamamiento al discipulado. Sí, obviamente eldiscipulado resultará en servicio; pero debemos compren-der que el orden del llamamiento es primero ‘venid enpos de mí’ y, posteriormente ‘os haré pescadores de hom-bres’. Necesitamos aprender primero y, entonces, tendre-mos alguna cosa para dar.

    Por lo tanto, debemos tener cuidado para no inver-tir el orden. Frecuentemente, en la vida cristiana, es esolo que ocurre. Las personas hoy enfatizan el servicio, ol-vidándose de que solamente el discípulo es el que puedeverdaderamente servir. Con frecuencia, luego después denuestra experiencia de conversión, el primer pensamien-to que tenemos en nuestro celo por el Señor es: «Ahoraque soy salvo, ¿qué puedo hacer por el Señor?». ¿No esese frecuentemente nuestro pensamiento? Lógico, Diosconoce nuestros corazones y él aprecia nuestro deseo deservirlo. Sin embargo, más temprano o más tarde apren-deremos que ese no es el orden correcto.

    * * *

    Recuerdo bien, hace muchos años, durante mi ado-lescencia, cuando participaba de una conferencia de ve-rano. En aquella época, yo buscaba seriamente la salva-

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    ción, pues sentía profundamente el peso de mis pecados.En un determinado día de conferencia, oí la predicacióndel evangelio y, por la gracia de Dios, vine al Señor deforma bien sencilla y encontré alivio de mi carga. ¡Cuánfeliz estaba, cuán agradecido del Señor! Eso sucedió elúltimo día de aquella conferencia. Y, conforme a la tradi-ción del medio evangélico de aquellos días, hubo un lla-mado a la consagración, es decir, un llamado para sermisionero. Todavía puedo recordar mi alegría cuando fuisalvo. ¡Cuánto amaba al Señor por haberme salvado!Naturalmente, deseba darle mi vida y quería servirlo.Cuando el predicador hizo el llamado para la consagra-ción, para el servicio misionero, yo estaba ansioso porresponder. El predicador entonces dijo: «Si hay aquí al-guien que quiera servir al Señor, venga al frente y apunteen el mapa el lugar donde usted desea servir al Señor» (ymostró un gran mapa de China que colgaba en la pared).Al oír este llamado yo me dije a mí mismo: «Bien, ya quequiero servir al Señor, voy a servirlo en el lugar más apar-tado y difícil posible». Y así, subí a la plataforma y sindudar apunté con el dedo a la región de Mongolia y dijeque ese era el lugar donde deseaba ir.

    En su misericordia, el Señor conocía mi ignoran-cia. Además de eso, creo que el Señor aprecia tal igno-rancia ingenua; sin embargo no debemos olvidar el he-cho de que ese es nuestro concepto natural, o sea, natu-ralmente sentimos que, en nuestra vida cristiana, en pri-mer lugar debemos hacer algo para el Señor. Sí, es ver-dad, necesitamos hacer algo para el Señor e incluso élmismo espera eso de nosotros. Pero ¿será que estamospreparados para eso? ¿Estamos calificados?

    En verdad, procuré prepararme para el servicio, ydesde ese día en adelante eso se convirtió en un asunto dela mayor seriedad para mí. Comencé a leer libros sobre

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    aquella área de China y me propuse aprender a hablar eldialecto mongol. Por un año yo oré diariamente cadamañana: «Señor, estoy yendo para Mongolia, prepáramepara eso». Después de haber concluido la enseñanza se-cundaria, pensé que la única manera de aprender a predi-car el evangelio sería pasando por la preparación en unaescuela bíblica. Después de haber escogido una escuela,yo dije a mis padres que deseaba ir allá a fin de preparar-me. Mas, cuán grande fue mi decepción cuando mi padresimplemente dijo ‘no’.

    Cómo necesitamos entender que el llamamiento parael discipulado debe preceder al llamamiento para el servi-cio. Veremos que el discipulado es la base para la utilidady eficacia de nuestras vidas. Como hijos de Dios, recibi-mos de él todo lo que es necesario para nuestra nutrición ycrecimiento. Como discípulos de Cristo, continuamos re-cibiendo del Maestro, pero ahora, no solamente para nues-tro propio bien, sino también para ser vasos adecuadospara el uso del Maestro. Recordemos que el orden correc-to es primero un discípulo, y entonces un ministro.

    * * *

    En los tiempos antiguos, un discípulo era diferentede un estudiante. Hoy pensamos que los dos términos sonsinónimos: alguien paga una matrícula en una universi-dad, escuela o instituto, donde un profesor o instructor,pagado con un salario proveniente de esa matrícula, debeinstruirlo y enseñarle una habilidad, u oficio o aprendizajeo una profesión deseada. Entonces el alumno se sienta paraoír, recibiendo y absorbiendo todo, hasta agotar el conoci-miento del profesor. El resultado es que, habiendo apren-dido, él llega a ser tan hábil como su profesor; así, él obtie-ne su diploma y está apto para hacer lo mismo que su ins-tructor hace. ¡Él mismo llega a ser un maestro!

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    Podemos ver en eso que no existe una relacióníntima entre la vida del profesor y la de su alumno. Setrata de una relación entre mente y mente, y no de vidacon vida. Todo el proceso se desarrolla en una esferacasi exclusivamente mental. Después de cuatro años omás, la persona deja la escuela habiendo asimilado lamente del profesor, pero su vida permanece siendo lamisma. Ese es el método moderno de ser un discípulo yaprender.

    Sin embargo, según la Biblia, el discipulado es algototalmente diferente. Podemos usar una palabra muy co-mún para describirlo, la palabra aprendiz. Este términoevoca en la relación que existe entre el aprendiz de unaprofesión y su maestro. Pero ¿qué significa eso exacta-mente? Bien, digamos que su padre lo coloque a ustedcomo aprendiz de un maestro. Si ese maestro decide acep-tarlo como su aprendiz, eso puede ser considerado unprivilegio y una honra para usted. Sí, usted tendrá quepagar algo a su maestro, pero eso no es exactamente unsalario. No, usted le paga como una forma de honrarlopor haber estado dispuesto a aceptarlo. Con todo, algu-nas veces un maestro no desea recibir un alumno o apren-diz. El puede sentir que no tiene potencial, que sería undesperdicio de tiempo invertir en él. En otras palabras, esuna cuestión de calificación y no de si puede pagar; loque él tiene en consideración es si usted puede o no teneréxito como aprendiz, y eso decide la cuestión. El privile-gio y honra son suyos por ser aceptado como aprendiz.La honra no es de él, sino suya.

    Así, en los tiempos antiguos, cuando alguien se con-vertía en un aprendiz, esa persona dejaba su hogar. Enaquella época, si usted era aceptado como aprendiz, us-ted dejaría su propia casa, terminaría con todas sus rela-ciones y se iría a vivir a la casa de su maestro. Estaría con

  • 27

    él día y noche y, tal vez, durante el primer año él no leenseñaría ninguna cosa. Él sólo le ocuparía para ayudaren las tareas de la casa. Por ejemplo, usted podría tenerque cargar su bebé, barrer el piso o realizar alguna otratarea sencilla. Entonces usted tal vez se preguntaría: «¿Quétienen que ver estas tareas con mi aprendizaje? ¡Yo vinepara aprender un oficio!». Pero, en los tiempos antiguos,usted tenía que comenzar bien desde el principio. Podíapasar un año entero sin que el maestro le enseñara cosaalguna; usted simplemente ejecutaría aquellos servicioshumildes como un siervo para su señor.

    Sin embargo, gradualmente el maestro comenzaríaa decirle o a mostrarle algo, o a corregirlo en algún asun-to. Después de algunos años, cuando terminase su perío-do de aprendizaje, usted descubriría que había aprendidono sólo la habilidad u oficio de su maestro, sino tambiénsu forma de ser, su filosofía de vida. No sólo eso, ahorasu propia manera de andar y de hablar se asemejaría mu-cho al de su maestro – habría una reproducción de la vidadel propio maestro. La vida y la habilidad del maestrovan siendo reproducidas en su aprendiz. Un discípulo noes, por lo tanto, alguien que asimila exteriormente cono-cimiento y habilidades, sino alguien que, en realidad, estásiendo transformado en otro hombre.

    * * *

    Es interesante notar que el llamamiento del Señorpara el discipulado fue hecho a personas ocupadas. Escomo si él no necesitase de los desocupados, perezososo indiferentes. Es instructivo notar que Jesús llamó aPedro cuando él estaba pescando, llamó a Mateo en larecolección de impuestos, y a Saulo cuando estaba acti-vamente ocupado persiguiendo a los creyentes. NuestroSeñor escoge como sus discípulos a aquellos que tienen

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    potencial y pueden ser entrenados. Aún así, no olvide-mos que todos los hijos de Dios son llamados para sersus discípulos, pero lamentablemente, no todos atien-den. Vemos pues, cuán grande honra es recibir el llama-miento del Señor para el discipulado; y, una vez que lorecibimos, debemos levantarnos y seguirlo – recono-ciendo cuán grande es nuestro privilegio por haber sidoincluidos.

    * * *

    El llamamiento para el discipulado es, en realidad,bien fácil de ser comprendido. El Señor dice: «Venid enpos de mí; seguidme». Eso es todo. Él no dice: «Siga estoo aquello, vaya tras esto o aquello». El Señor simple-mente dice: «Venid en pos de mí» – ¡Mí! Así como en laconversión, el discipulado consiste en seguir la personadel Señor Jesús – no un sistema, ni alguna organización,ni un conjunto de enseñanzas o alguna otra persona, sinoun Hombre solamente – el Señor Jesús. «Venid en pos demí» es el llamamiento. Usted no es llamado para creer,seguir o cumplir normas o reglamentos. No es así. So-mos convocados para ser discípulos de una persona viva– el propio Cristo. Y porque él está vivo, no es algo fijo oestático, nunca sabemos lo que va a suceder, es simple-mente imprevisible. En resumen, usted debe seguirlo.

    Y así fue que, oyendo a Jesús decir: «Venid en posde mí, y os haré pescadores de hombres», Pedro dejó sured y siguió al Señor. ¡Tan fácil! ¡Tan simple! El Señorno explicó a Pedro por qué debería seguirlo, ni tampocole dijo, en esta ocasión, cuál sería el costo. Tampoco leexplicó el significado de seguirlo – por ejemplo, Cristojamás dice algo como: «Pedro, deja tu red y sígueme».Ni siquiera eso. Si usted puede traer su red y seguir a Cris-to, está bien. Pero Pedro sabía que no podría. No; el Señor

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    simplemente le dice que lo siga. Y Pedro dejó su red ysiguió en pos de él. ¿Por qué?

    Pedro, lógicamente, conocía al Señor, él no le eraun extraño. Por revelación divina, Pedro había visto aJesús como el Cristo, el Hijo del Dios viviente, en quienestaba su esperanza y la esperanza de Israel. Él tenía per-fecta confianza en el Señor. Y así, la única razón por lacual Pedro sin dudar pudo dejar todo y seguir al Señorera, simplemente, porque fue atraído por aquella personaque lo llamaba.

    Si en la cuestión del discipulado usted se mira a símismo o mira a su alrededor, o intenta calcular el costo(existe la hora de hacer eso en el discipulado, como vere-mos más adelante), ciertamente usted dudará: ¿será queel costo es demasiado alto? ¿Será que el Maestro es de-masiado riguroso? Esto es algo difícil. ¿Cómo puedo en-tonces responder a su llamado? Sí, es verdad que si susojos están vueltos hacia sí mismo o hacia las cosas a sualrededor, es muy difícil responder al llamado. Pero siusted fuere como Pedro, o sea, si usted vio y oyó al Se-ñor, si usted es atraído por la gloria de esa persona, en-tonces no hay argumento ni cálculo, ni reservas. La res-puesta será natural y fácil. Cuando él llame, usted irá. Asíse dio con Simón Pedro.

    * * *

    En este asunto del discipulado hay dos aspectos:por un lado, debe haber una cuidadosa consideración;pero, por otro lado, no debe haber duda ni consideraciónde ningún tipo, pues esta cuestión está más allá de todoeso. ¿Y por qué? Porque usted es atraído por esa Persona.Si el discipulado estuviera basado en cualquier otra cosaque no sea la persona de nuestro Señor Jesús, entoncesusted debe realmente calcular el costo, y ciertamente ha-

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    brá lugar para la duda. Pero, si el discipulado está basadoen el propio Maestro, ¿habrá lugar para la consideración?Necesitamos ver que si comenzamos a calcular el costo,estamos deshonrando a nuestro Maestro – Aquel que tan-to nos amó y se dio a sí mismo por nosotros. Aquel que esel Señor del universo, su Redentor, su Rey, su vida, espe-ranza y todo lo demás. Cuando alguien hace así el llama-miento, ¿qué puede usted hacer sino levantarse pronta-mente, sin ninguna reserva, y seguirlo?

    Por lo tanto, mi oración es que Cristo se revele anosotros. No nos detengamos en muchos pensamientos:en aquello que debemos dejar atrás, abandonar o renun-ciar; en cómo nuestra vida será sombría y miserable sintales cosas; en qué sacrificios tendremos que hacer, o quéserá de nosotros después. Permítame decir que si ustedpiensa de esta forma, usted todavía no ha visto al Señor.Pero si ya lo vio, entonces tales pensamientos ciertamen-te se desvanecerán. Pues cuando el Maestro llama, ustedsimplemente va por causa de Él mismo. Ese es el llama-miento al discipulado. Pedro dejó todo y siguió a Jesús. Ydescubrió que, lo que abandonara, había sido abundante-mente compensado por la compañía de su Señor.

    * * *

    Pasamos al tercer incidente, registrado en Lucas ca-pítulo 5. Probablemente algunos meses habían transcu-rrido y, durante ese tiempo, Simón Pedro estuvo siguien-do a Jesús. Sabemos que durante la primera etapa delministerio del Señor él lo acompañó tanto en Judea comoen Galilea, y así, por algunos meses, Pedro fue testigo demuchas cosas que el Señor había hecho y dicho. Asimis-mo, comprobamos que, de alguna forma, (aunque no se-pamos cómo, ni por qué) él estaba pescando nuevamen-te. Y, más de una vez, el Señor fue a él.

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    No sabemos si, en los primeros meses deldiscipulado, había un entendimiento claro entre Jesús ysus discípulos. ¿Sería porque en el inicio de su ministe-rio, el Señor no exigía que sus discípulos estuviesen siem-pre con él? ¿O porque Pedro no conocía el pleno signifi-cado del discipulado, pensando que podía servir a dosseñores al mismo tiempo? No sabemos. Sin embargo,notamos que luego que Pedro recibió el llamamiento parael discipulado, él respondió pronta y decididamente. Perotomó un cierto tiempo hasta que el pleno significado delllamamiento tomase posesión de su vida. Pues sabemos,por el registro bíblico, que Pedro seguía al Señor la ma-yor parte del tiempo, aunque a veces no lo hacía. Él eraun discípulo inestable. Todavía había otro centro de atrac-ción en su vida aparte del Señor. De manera que fue ne-cesaria otra crisis para estabilizar a Simón Pedro y hacer-lo un discípulo permanente – una crisis en su vida, talcomo la que veremos a continuación. Veremos que elincidente de la pesca milagrosa aquella mañana memo-rable movió el centro del corazón de Pedro.

    * * *

    ¿Qué sucedió aquella mañana en que el Señor Je-sús lo encontró de nuevo en la playa del mar de Galilea?Leemos que Pedro y sus compañeros habían pescadodurante toda la noche y no habían cogido nada. Fue unaexperiencia muy decepcionante – una larga y fría nochede viento, sin nada que compensase sus esfuerzos. Y allíse hallaba Pedro con su hermano y sus compañeros, to-dos ellos lavando sus redes a la mañana siguiente. Y fuejustamente en aquella mañana especial que Jesús seaproximó y una gran multitud se reunió para oírlo. Lamultitud era tan numerosa que el Señor dijo a Pedro queapartara un poco la barca a fin de evitar que lo oprimie-

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    sen. De la barca, entonces, Jesús habló a las multitudes.Pero después de haber hablado (como si no quisie-

    se utilizar la barca gratuitamente), el Señor ordenó a Pe-dro: «Boga mar adentro y echad vuestras redes para pes-car». Simón debe haber mirado a Jesús con total espanto.Podemos hasta ver la expresión de su rostro, como si es-tuviese diciendo: «El Señor no es un pescador, ¿y medice cómo debo pescar? ¿Es que el Señor no sabe que yosoy un experto? Sin embargo, Pedro respondió: «Maes-tro, toda la noche hemos estado trabajando, y nada he-mos pescado». Con esa declaración él tal vez esperabaque el Señor retirase su palabra, o que se retractase di-ciendo: «Disculpa; delante de la opinión de un expertoretiro totalmente mi sugerencia». Sin embargo, Jesús noretiró su palabra. De forma que Simón Pedro, por respetoa su Maestro y por causa de su palabra, hizo conforme elSeñor le ordenó.

    Necesitamos notar, sin embargo, que en su orden elSeñor usó el plural «redes» (v.4). En otras palabras, lasdos barcas deberían salir y las dos redes deberían ser lan-zadas – no sólo la de Pedro y Andrés, sino también labarca y la red perteneciente a Juan y Jacobo. Pero Pedrousó sólo una barca y una red (v. 5 y 6) y, consecuente-mente su red estuvo a punto de romperse. Eso nos indicaque Pedro no creyó en el Señor con todo el corazón. A finde cuentas, si había alguna cosa en la que él era un exper-to, era en la pesca. Y si él, como un experto, había traba-jado toda la noche sin pescar nada, ¿cómo entonces po-dría un carpintero, que nada conocía de peces, ordenarleque lanzase la red en alta mar para pescar? Sólo le resta-ba responder fríamente: «Está bien, haremos eso». Perosolamente él y su hermano Andrés lo hicieron, dejando asus compañeros Juan y Jacobo atrás, pues les parecía quese trataba de una tarea inútil.

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    Sin embargo, sabemos lo que sucedió. Al lanzar lared en el agua, ella se llenó de peces y casi se rompió.Simón tuvo que llamar a sus compañeros que estaban enla playa para que fueran a ayudarles en la pesca gigantes-ca. Y fue en ese momento dramático que algo muy extra-ño sucedió a Pedro.

    El evangelio de Lucas registra el hecho de la si-guiente manera: «Viendo esto Simón Pedro, cayó de ro-dillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porquesoy hombre pecador» (v. 8). Una vislumbre del maestrocomo Señor hizo a Pedro sentirse tan avergonzado de sucorazón pecaminoso que, postrándose a los pies de Je-sús, le pidió que lo dejase. Repentinamente sintió la in-creíble distancia moral que existía entre él y el Señor.

    ¿Es que acaso Pedro aún no conocía al Señor? Sí, leconocía. Él lo conocía como el Cristo, el Hijo del Diosviviente. Había sido testigo de muchas de sus obras, yoído muchas palabras dichas por él. Pedro conocía muybien al Señor; con todo, en cierto sentido, todavía no leconocía. Sí, él llamaba a Jesús su Maestro. Aún así, cuan-do este milagro sucedió, los ojos de Pedro fueron abier-tos como nunca antes. ¡Por primera vez él vio que esteJesús, este carpintero de Nazaret, no era otro que el Se-ñor del universo! ¡Él tenía el control sobre todas las co-sas, incluso sobre los peces del mar! Aquel Hombre eraen verdad el Maestro, y Pedro comprendió cómo lo habíatratado. Puede decirse que Simón durante este períodohaya estado con el Señor como discípulo por algún tiem-po, pero que, teniendo otros intereses, volviera a la pes-ca. Cuando inicialmente atendió al llamado del Señor enforma resuelta, puede ser que Pedro no supiese lo que eldiscipulado realmente implicaba, ni supiese de formagenuina lo que eso demandaría de él. Sin embargo, du-rante los meses de continuo compañerismo que siguie-

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    ron con el Señor, Simón sin duda, comenzó por primeravez en su vida a percibir –aunque vagamente– algo sobresí mismo, cómo era él realmente.

    Podemos apenas suponer un poco lo que debe ha-ber pasado en el corazón de este discípulo en ese período.Por un lado, probablemente el Maestro debe haber creci-do más y más a los ojos de Pedro, pero por otro lado, élmismo disminuía cada vez más. Tal vez, hasta comenza-ba a dudar si el Maestro había hecho una buena elecciónal llamarlo, pues aunque llamase al Señor su Maestro ydesease servirlo y ser su discípulo, sin duda, comenzó apercibir que en realidad Jesús no era el centro de su vida,pues él todavía tenía intereses y caminos propios. En suma,él era alguien que se veía continuamente claudicando entredos opiniones. Consecuentemente, Pedro no podía mássentirse tan seguro de sí mismo. Por un lado, deseabarendirse completamente; por otro lado, quería desistir.Por un lado, no podía separarse del Señor, pues él lo atraíatanto; pero, por otro lado, no lograba entregarse comple-tamente al Señor porque había otros intereses que lo ha-cían retroceder. Ahí se encontraba, entonces, un hombreinestable, de doble ánimo, cuyo amor, intereses, y lealtadestaban divididos. ¡Oh, qué gran conflicto espiritual seproducía dentro de esa alma! Obviamente, él era un hom-bre que intentaba servir a dos maestros en vez de uno y,por causa de eso, no era discípulo de ninguno. Para sutristeza, él no había aprendido nada. Todo era un desper-dicio de tiempo.

    ¿No sucede eso en su experiencia? Usted tambiénpuede haber respondido al Señor rápida y resueltamente,diciendo: «Sí, Señor, yo te seguiré». Pero, ¿qué sucediódespués de comenzar a seguirlo como su Maestro? Gra-dualmente, usted se fue convenciendo que había otroscentros de atracción en su vida que lo enredaban. Usted

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    comenzó a observar el desagradable hecho de que en sucorazón reinaba otro maestro; y descubrió su indecisiónen abandonar aquel señorío. Y, como Pedro, su andar sevolvió claudicante en seguir al Señor. Lo que usted nece-sitaba era una crisis que removiese lo más profundo de suser. Una experiencia como la de Pedro, que sacudiese suconducta y la forma de percibir las cosas.

    Cuando Simón reconoció que el Señor sabía mássobre pesca que él, un pescador experimentado, que elSeñor era más que un experto – por ser Aquel que tieneabsoluto conocimiento y control de todas las cosas – Pe-dro comprendió entonces que Cristo debería ser el Señorde todo en su propia vida, o no sería Señor de nada. Súbi-tamente, como un rayo de luz, gracias a ese extraordina-rio acontecimiento, este discípulo titubeante comenzó acomprender el verdadero significado del discipulado. Élvio por fin cuán imposible sería servir a dos señores. Pe-dro ahora reconoció que Cristo debería ser su único Maes-tro y Señor.

    ¡Cuánta ironía! Al comienzo, fue Jesús quien lollamó para ser su discípulo, pero ahora era Pedro quientenía que decidir si podría o no ser discípulo de su Maes-tro.

    Exactamente en este punto, debemos intentar sentirlo que Pedro sintió aquel día. El dijo al Señor: «Apártatede mí, porque soy un hombre pecador». Pero, ¿era real-mente ese su deseo? Si hubiese sido así ¿por qué él sim-plemente no se apartó del Señor? Ciertamente él era librepara hacerlo. Sin embargo, Pedro vio que no conseguíaapartarse del Maestro. Jesús, en su gloria moral, lo habíaatraído de tal forma que, en realidad, lo que le pidió alMaestro fue esto: «Señor, no puedo dejarte; estoy cauti-vado por ti, aunque soy indigno. Tú me llamaste para sertu discípulo, pero soy inadecuado. Los últimos meses

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    demostraron que no soy leal a ti. No puedo vencer lasdificultades que encuentro en mí mismo. Quiero muchoser mi propio señor, quiero seguir mi propio camino, demanera que no sé qué hacer conmigo mismo. No me atre-vo a engañarte diciendo que deseo seguir todo el caminocontigo, cuando no soy capaz. Pues veo que hay otroslazos y atracciones que me hacen retroceder. Señor, ¿quie-res que alguien como yo sea tu discípulo? Tal vez, al lla-marme, tú escogiste a la persona equivocada. Yo soy real-mente incapaz. Oh Señor, aléjate de mí, por favor, noestropees tu obra y tu propósito por mi causa. No puedopartir, porque me siento atraído por ti, estoy ligado a ti.Pero Señor, si quieres puedes prescindir de mí».

    Ese debe haber sido el sentimiento de este hombrecuando exclamó: «¡Apártate de mí, apártate de mí!» Pe-dro vio su condición con tanta claridad, que pidió al Se-ñor que se apartara de él, un hombre pecador. Con todo,¿sería que él realmente deseaba que el Señor lo dejara?Ciertamente no. Pedro debe de haber pensado: «¡Oh, sial menos el Señor no se apartase de mí! – Sin embargo,¿cómo puedo pedir al Señor que no se retire sabiendoque soy un hombre pecador?». Debe quedar claro queesa declaración no significaba que él no era regenerado,pero sí que era un hombre claudicante, sin sencillez decorazón, con devociones divididas. Exteriormente esta-ba siguiendo al Señor, pero interiormente no; su pecadoera fallar en cuanto a su entrega absoluta. «Soy un hom-bre pecador», confesó Pedro, «y sólo puedo pedir que teretires de mí, porque es eso lo que merezco. No soy dig-no».

    Si pudiéramos penetrar en las profundidades de lossentimientos de Pedro, tal vez podamos comprender loque le sucedió. Él no podía dejar al Señor, y así, en suhumildad, le pidió que lo dejase, que lo lanzase fuera

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    como alguien indigno y descalificado para ser su discí-pulo. Pedro no podía confiar más en sí mismo, estabainseguro en cuanto a su perseverancia. De hecho, él esta-ba casi seguro de que fallaría.

    A menos que el Señor nos lleve a la misma expe-riencia de Pedro, temo que nuestro discipulado no puedaser estable y firme. ¿Se encuentra usted en la misma si-tuación de Pedro? Usted sabe que el Señor lo llamó paraser su discípulo, o sea, él lo llamó para estar con él, paraseguirlo y aprender de él, a fin de que usted sea como él.Pero después de haber respondido prontamente, ustedcomienza a conocer la debilidad de su corazón. Descu-bre su renuencia en desistir de su señorío sobre sí mismo.Quiere ser su propio maestro y está, así, dividido entredos lealtades. Y, tal vez, un día, Cristo en su gloria lemuestre que él es el Señor de todo. Que él es su Señor. Éldemanda que usted le dé toda su devoción, que se rindatotalmente a él, que se ponga en sus manos y permita queél lo moldee de la forma que él desee, pues él es su Maes-tro. Por un lado, usted quiere más, por otro, no es capaz.¿Claudica usted entre estas dos situaciones, al punto deorar: «Apártate de mí, oh Señor, porque no soy digno»?Sin embargo, como Pedro, usted no desea que él se retire.Usted todavía lo ama.

    Permítame repetir la pregunta: ¿Usted ya llegó aese punto? Si ya llegó, entonces, mire atentamente lo queel Señor respondió a Pedro. Jesús dijo: «No temas; desdeahora serás pescador de hombres» (Lucas 5:10).

    * * *

    Observemos que, para ser discípulo del Señor, us-ted no puede confiar en su propia fuerza; ella debe venirde él. Es él quien llama y quien realiza la obra. No depen-de de usted. No piense que por tener una voluntad férrea,

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    usted puede ser su discípulo; no presuma que por teneramor natural, usted puede ser su discípulo; no piense queporque tiene algún conocimiento, puede ser su discípulo.Si intenta ser un seguidor de él apoyándose en sí mismo,usted fallará completamente. Si usted intenta por sí mis-mo rendirse absolutamente al Señor, déjeme decirle queusted no lo conseguirá. Es imposible. Para el hombre escompletamente imposible. Sin embargo, usted no nece-sita tener miedo. El Señor lo conoce. El Señor no esperaque usted sea su discípulo en su propia fuerza. Mire, pues,nuevamente, las palabras llenas de gracia del Señor: «Notemas, yo estoy contigo; yo haré eso; tú eres apenas barroen mis manos».

    Recuerdo una historia en la vida de Jeremías. En elcapítulo 18, leemos que el profeta descendió a casa delalfarero y vio a un hombre moldeando barro en su rueda.Cuando él giraba la rueda intentando formar un vaso,éste se quebró en sus manos. Esta es una figura de SimónPedro en las manos del maestro Alfarero. Pedro, comovaso, fue quebrado justo antes de ser concluido. Comohabía resistencia y partículas extrañas, Pedro llegó a sercomo un vaso roto. Pero de la misma forma que el alfare-ro en los días de Jeremías, el maestro Alfarero no des-echó aquel barro humano, sino que lo tomó de nuevo ensus manos y comenzó otra vez a moldearlo de una nuevaforma según le pareció bien.

    ¡Oh, la habilidad del Maestro! No depende de us-ted ni de mí, depende de la mano del Maestro. En noso-tros mismos somos como barro deforme y arruinado, nopodemos ser un buen vaso – estamos rotos incluso antesde ser concluidos, antes de estar preparados para el uso.Así mismo, el Señor dice: «No temas; yo voy a moldeartey haré de ti un nuevo vaso». Cuán reconfortantes debenhaber sido esas palabras para Simón. «No temas, Pedro.

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    No importa lo que tú eres; soy Yo quien haré de ti unpescador de hombres. Como tú mismo percibes, todo fa-llaría si dependiese de ti. Pero si depende de mí, tú pesca-rás hombres para el reino de Dios exactamente como hoypescaste esos peces, sin ningún esfuerzo. Por lo tanto,ponte, tal como tú eres, en mis manos, y yo haré de ti unvaso nuevo».

    La destreza del Maestro es demostrada al transfor-mar lo más necio y más indigno en lo más sabio y lo másdigno. Todo lo que se requiere del discípulo es una entre-ga completa y disposición para aprender. Vemos así, quePedro dejó todo y siguió al Señor. Mediante este acto, eldiscipulado fue finalmente confirmado y, desde aquel díaen adelante, encontramos a Pedro en la escuela de Cristo– en régimen de tiempo integral, totalmente comprome-tido y siguiendo al Maestro.

    * * *

    Oh Señor, revélate a nosotros, muéstranos tu glo-ria. Concédenos que te veamos y oigamos, para que po-damos responderte adecuadamente. Revélate a nosotrosen toda tu belleza, grandeza y benignidad, para que nosabandonemos completamente delante de ti. Ensanchanuestros corazones con tu amor, Señor, de forma que sea-mos constreñidos a levantarnos y seguirte.

    Como tus discípulos, deseamos que tu imagen seavista en nosotros. Sin embargo, muéstranos que el serbuenos discípulos no depende de nosotros, sino de ti. Quepodamos aprender a abandonarnos en tus manos y per-mitir que tú nos moldees y des forma para ser vasos nue-vos para tu gloria. Pedimos que, al oír tu llamado, no nosdejes escapar, una vez que tú nos has atraído a ti.

    Señor, tú conoces nuestros corazones. Sondéanos.Que no pase este día sin que tu Espíritu efectúe algo real

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    en cada uno de nosotros. Que aquellos que todavía nohan oído tu llamado puedan oírlo; que aquellos que es-tán dubitativos puedan verte a ti mismo en toda tu gloria.Pedimos por aquellos que se encuentran temerosos y sien-ten su indignidad – oh, cautívanos por tu dignidad y hazde nosotros discípulos tuyos.

    Oh Señor, esperamos y confiamos en ti. Te alaba-mos y adoramos, nuestro digno Señor y Maestro. En tuprecioso nombre oramos. Amén.

    * * *

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    Capítulo 2

    LA CONDICIÓN DELDISCIPULADO

    Entonces Pedro comenzó a decirle: He aquí, noso-tros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. RespondióJesús y dijo: De cierto os digo que no hay ninguno quehaya dejado casa, o hermanos, o hermanas, o padre, omadre, o mujer, o hijos, o tierras, por causa de mí y delevangelio, que no reciba cien veces más ahora en estetiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tie-rras, con persecuciones; y en el siglo venidero la vidaeterna. Pero muchos primeros serán postreros, y los pos-treros, primeros. (Marcos 10:28-31).

    Dijo entonces Jesús a los doce: ¿Queréis acaso irostambién vosotros? Le respondió Simón Pedro: Señor, ¿aquién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y noso-tros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, elHijo del Dios viviente. Jesús les respondió: ¿No os heescogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros esdiablo? Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón; por-que éste era el que le iba a entregar, y era uno de losdoce. (Juan 6:67-71).

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    Respondiendo Pedro, le dijo: Aunque todos se es-candalicen de ti, yo nunca me escandalizaré. Jesús le dijo:De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante,me negarás tres veces. Pedro le dijo: Aunque me sea ne-cesario morir contigo, no te negaré. Y todos los discípu-los dijeron lo mismo. (Mateo 26:33-35).

    Entonces, vuelto el Señor, miró a Pedro; y Pedrose acordó de la palabra del Señor, que le había dicho:Antes que el gallo cante, me negarás tres veces. Y Pe-dro, saliendo fuera, lloró amargamente. (Lucas 22:61-62).

    * * *

    Hablamos anteriormente sobre el asunto del lla-mamiento al discipulado y vimos cuál fue larespuesta de Simón Pedro. Al principio, él res-pondió prontamente y sin dudar; más tarde, sin embargo,él comenzó a conocer su debilidad en relación aldiscipulado y fue necesaria una nueva visión del Señorpara fortalecerlo y reintegrarlo al discipulado. Y desdeaquel día en adelante, por cerca de tres años, Pedro fueun aprendiz del gran Maestro, nuestro Señor Jesús, y losiguió todo el tiempo. Ya no fue más un discípulo de tiem-po parcial, ni un discípulo inconstante. Desde aquel mo-mento en adelante se volvió un seguidor del Señor Jesúsde tiempo completo.

    * * *

    Eso no significa, sin embargo, que después de queel Señor hubo partido, Pedro ya se había graduado en laescuela del discipulado. Ni significa que después de Je-sús haber ascendido al cielo, Pedro se convirtiera en unmaestro. En un sentido, sí. Si fielmente seguimos al Se-

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    ñor, llegará un tiempo en que seremos como pequeñosmaestros bajo el grande Maestro. Pero, en otro sentido,nunca nos haremos maestros, o sea, nunca llegamos auna independencia de voluntad y acción. Discipuladoes, por lo tanto, una ocupación para toda la vida (hastaque, cuando Cristo vuelva, estemos completos en él), apesar de que nos movemos de lo aprendido al deberactivo, a fin de ser usados por el Señor para continuaren la tarea que él comenzó. Pero incluso entonces, nun-ca dejamos de ser un discípulo. En aquellos tres añossiguiendo al Señor, Pedro aprendió mucho y, sin embar-go, nunca se graduó. Pues, luego de la ascensión delSeñor, el Espíritu Santo prometido fue derramado sobrelos hombres y, entonces, Pedro pasó a estar bajo Su dis-ciplina y entrenamiento. En síntesis, él fue un discípulotoda la vida.

    Entendamos claramente que, cuando respondemosal llamado de nuestro Señor, estamos apenas iniciándonosen el camino del discipulado. No pensemos que, por res-ponder a Cristo, ya somos perfectos, que poseemos todaslas cosas, que somos discípulos probados y maduros. Noes así. Cuando respondemos al llamado del discipulado,estamos apenas en el punto inicial. A partir de entonces,estaremos bajo la disciplina y entrenamiento del Señor através de su Espíritu Santo. Él nos va transformando, mol-deando, dando forma hasta que el Maestro sea visto ennosotros. Nunca habrá un día en el cual cesaremos de apren-der. Siendo él un Maestro tan grandioso, cuanto más apren-demos de él, más tenemos todavía que aprender. Me gus-taría dejar esto claro desde el principio.

    * * *

    El foco de nuestra atención ahora se vuelve al im-portante asunto de las varias condiciones o pre-requisitos

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    que deben estar presentes en nuestro discipulado cristia-no. Vamos a descubrir que hay por lo menos tres condi-ciones básicas que deben ser reales en nuestra experien-cia, si esperamos ser buenos seguidores de nuestro SeñorJesús. Para demostrar eso, vamos a examinar diferentesincidentes en la vida de Simón Pedro, los cuales revelanclaramente su condición interior como un discípulo deCristo. Los incidentes que presentamos aquí no están enorden cronológico.

    * * *

    La primera condición para el discipulado a ser men-cionada es la renuncia. Debemos dejar todo para seguir-lo, porque el Señor nada puede hacer con nosotros mien-tras estemos presos de nuestra antigua vida. Los viejoshábitos, los viejos lazos, la antigua creación, todo debeser abandonado antes que él pueda hacer algo nuevo ennosotros. El Señor no pretende meramente reformar omejorar un poco lo que éramos anteriormente. Él es unMaestro que, cuando nos toma en sus manos, nos hacecompletamente nuevos. Es su tarea transformar al apren-diz a su propia imagen. No se trata, pues, del perfeccio-namiento del antiguo, sino de una creación totalmentenueva. Eso exige un abandono total. Por lo tanto, tene-mos que dejar todo y seguirle. Ese es el secreto del éxito.

    Alguien correctamente ya observó que ese abando-no y renuncia son más una actitud del corazón. Es verdadque el aspecto de renuncia de bienes materiales es impor-tante. En el caso de Simón Pedro, él dejó literalmentetodo y siguió al Señor. Su barco, sus redes, su familiafueron colocados en el altar y el Señor podía hacer lo quedeseara con él. Vendrían días en que Pedro debería dejarsu barco, su pesca y su familia atrás, a fin de seguir aJesús. Él realmente abandonó sus bienes materiales.

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    Aun así, en el caso de Pedro, su renuncia fue, porexcelencia, una actitud del corazón, o voluntad. Sí, mate-rialmente, él dejó todo y siguió al Señor. Sin embargo,todavía tenía su familia, y muy probablemente poseía subarco y redes. El abandono, si es real, debe ser primero ysobre todo, en el corazón. Naturalmente, tal abandonoconlleva una expresión material, de manera tangible. Deotro modo, el corazón nunca puede realmente ser liberta-do del compromiso con las cosas materiales. El registrodel evangelio sobre el joven rico puede servir como unabuena ilustración aquí (Marcos 10:17-22).

    * * *

    Cierto día, un joven rico se acercó al Señor Jesús.Él corrió y se arrodilló delante de él, en medio de la mul-titud. Eso no fue algo fácil de hacer. Si usted ocupa unaposición importante o tiene alguna riqueza, ¿haría lo queese joven hizo? Entre la multitud él corrió y se arrodillódelante de Jesús, haciendo aquella pregunta inquisitiva:«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?».Él llamó a nuestro Señor de Maestro y le preguntó: «¿Quéharé? Yo quiero ser un discípulo, quiero aprender de ti;por lo tanto, sólo dime y yo lo haré». ¡Ah, el fervor deeste joven! Y Jesús respondió: «¿Por qué me llamas bue-no? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios». Si tú quie-res la vida eterna, si tú quieres ser perfecto, guarda losmandamientos. El joven respondió: «¿Cuáles mandamien-tos?». A lo que el Señor replicó: «Honra a tu padre y a tumadre», y así los demás. Dijo, entonces, el joven: «Todoesto lo he guardado desde mi juventud». ¿Él era hones-to? Sí, era bastante honesto. ¿Era sincero? Lo era. El evan-gelista dice que el Señor Jesús, mirándole, le amó. ¡Quémirada fue aquella! El Señor lo contempló interior y ex-teriormente, y vio su corazón. Cristo no es engañado por

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    las apariencias. Él nunca puede ser engañado por pala-bras o expresiones. Así, sus ojos penetraron hasta el cora-zón del joven, y entonces habló: «Si quieres realmenteser perfecto, vende todo lo que tienes, dalos a los pobres,entonces ven y sígueme».

    ¿Por qué el Señor fue tan severo con este joven?¿No tenía acaso el deseo de seguirlo? ¿No expresó eldeseo de ser un discípulo? Nuestro Señor debería haber-se alegrado por tener tal hombre como su seguidor; unhombre rico, un hombre joven, un hombre de posición.Sería un privilegio y honra para el Señor tener tal perso-na como discípulo, porque Jesús era apenas un carpinte-ro y un ‘iletrado’. Con todo, el Señor colocó delante de éluna condición muy difícil: «Anda, vende todo lo que tie-nes, dalo a los pobres, y después ven y sígueme». ¿Porqué? Ciertamente no era por causa del dinero, pues elSeñor le dice que lo dé a los pobres. Él no lo quería. Larazón por la cual el Señor dijo: «Anda, vende todo lo quetienes y dalo a los pobres», era para libertarlo, liberandoel corazón del joven de aquello que lo ataba. Por otrolado, el Señor nunca necesitó decir una palabra tan dura aSimón. Él simplemente lo llamó: «Sígueme», y Simón lodejó todo. ¿Por qué? Porque su corazón estaba libre decualquier estorbo, y Jesús conocía la condición del cora-zón de Pedro. Pero, al joven rico, el Maestro tuvo quehablar de forma diferente y más drástica, porque él sabíaque, en su corazón, este joven amaba más el dinero quecualquier otra cosa.

    * * *

    El Señor le pide renuncia, no porque desea algo deusted. Él mismo lo posee todo, él tiene mucho más paradarle, de lo que usted puede darle a él. El Señor le habla derenunciar, porque sabe que las cosas lo atan, enlazan su

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    corazón, haciendo de él un siervo o esclavo. En otras pala-bras, por causa de eso usted no es libre. Y porque usted noes libre, él no tiene libertad de hacer cosa alguna con usted.La renuncia tiene como fin su liberación. Y, una vez queusted es libre, Cristo entonces le dice: «Ven y sígueme».

    ¿Existe algo que ata su corazón hoy? ¿Existe algoque lo amarra como esclavo? Si existe, esta es la palabradel Señor: «Deja eso, abandónalo, y haz algo en ese sen-tido, disponte para soltarlo, y después ven y sígueme».Pero el joven rico se retiró muy triste. Él quería ser undiscípulo, pero no podía, porque su corazón estaba presoen las garras del amor al dinero. Él prefirió tener sus ri-quezas que tener la vida eterna. Usted puede decir: «¡Quénecio!». Pero ¿somos realmente más sabios?

    * * *

    Inmediatamente después, el Señor dijo (v. 23) queera muy difícil para un hombre rico entrar en el reino deDios. Y esta palabra sorprendió a los otros discípulos.Ellos pensaban que, cuanto más se tiene, más fácil esentrar en el reino de Dios, y cuanto menos se tiene, másdifícil es. Pero Jesús dijo que es difícil para los que tienenriquezas entrar en el reino de Dios. Y, por tanto, los otrosdiscípulos se preguntaron: «¿Quién entonces puede en-trar? Si el rico no puede, si aquellos que tienen no pue-den, entonces nosotros que somos pobres y nada tene-mos, no tenemos alternativa». A lo que el Señor respon-dió con estas palabras: «Para los hombres es imposible,mas para Dios no».

    Tal fue la reacción de los discípulos. Ahora, escu-chemos a Pedro (v. 28; cf. Mt. 19:27). Él dijo: «Señor, heaquí nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido.¿Qué ganaremos?». Exactamente aquí, vamos a haceruna pausa y considerar por un momento. De hecho, Pedro

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    había renunciado y seguido al Señor. Su corazón, comovimos, estaba libre de todas las cosas. Con todo, observecuán impuro era su corazón, cuán confusas sus motiva-ciones. En verdad, él había dejado todo atrás, pero espe-raba algún tipo de recompensa. Había trazas de mercena-rio en él. En otras palabras, tenía un espíritu de mercader.Él no era de ningún modo como el joven rico que calculóel costo y concluyó que su fortuna era más de lo queJesús podía ofrecer, prefiriendo, entonces, mantener suriqueza antes que seguir al Señor. Pero Pedro era másinteligente. Él calculó, pensó para sí mismo, y dijo: «¿Quétengo yo? Un barco, unas redes. Oh, en toda mi vida depesca yo no conseguiría hacer fortuna. Pero el Señor es elSeñor de todo. Si él quiere peces, los peces vienen; si élquiere pan, el pan aparece. Eso es muy bueno. Yo voy adejar todo, Señor, y te seguiré. Mas ahora, ¿qué voy aganar?». ¡Qué espíritu!

    * * *

    Frecuentemente, cuando el Señor nos llama paraseguirlo, nosotros comenzamos a calcular el costo. E in-cluso después de dejar algo por el Señor hay un espíritude sacrificio en nosotros: ¡A cuántas cosas renunciamospor él! ¡Cuán heroicos somos! ¡Qué sacrificios hicimospor el Señor! Y, por desear renunciar a todo por Cristo,descubrimos que estamos esperando algo a cambio y di-ciendo algo así como: «Señor, ¿y ahora? Yo dejé variascosas y, ahora, simplemente te olvidas de eso? ¿No voy arecibir alguna retribución?». Déjeme decirle que, si nues-tra renuncia es hecha con ese espíritu, no tiene muchovalor.

    El Señor dice: «Si dejaren todas las cosas y mesiguieren, yo los recompensaré en este siglo cien vecesmás, con persecuciones, y, en el venidero, la vida eter-

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    na». Como alguien ya dijo, el Señor nunca quedará deu-dor de alguien. Es así la libre gracia de Dios. Con todo,observe que Jesús continuó con una parábola (cf. Mateo19:30-20:16) que terminó con estas palabras: «Por eso,muchos primeros serán postreros; y los postreros, prime-ros». El principio que debemos recordar aquí, es simple-mente este: en ese acto de renuncia, no piense que, porhaber dejado algo por el Señor, usted le dio gran honra, ole aumentó algo, y, por tal sacrificio, él debe retribuirlede alguna manera. Oh, que nunca sea ese su espíritu. Siusted hace así, será, sin duda, el último.

    No sea un mercader con el Señor. En el trato con él,no puede haber ninguna idea de sacrificio. Tiene que seruna cuestión de puro amor. ¿Por qué dejamos todo y leseguimos? No porque él exige, sino porque él ama. Amor,y no recompensa, debe ser la actitud del corazón en larenuncia. Cuán agradable habría sido para Jesús, si la re-nuncia de Pedro estuviese basada solamente en su amorpor el Maestro y no por alguna expectativa de recompen-sa. Dejar todo sin esperar nada a cambio debe ser la nor-ma de la renuncia.

    En nuestra experiencia como discípulos, siempreque el Señor indica una cierta cuestión, diciendo que esnecesario abandonarla si queremos ser sus discípulos, ¿noes verdad que luchamos y calculamos el costo, sintiendoque se trata de un gran sacrificio? ¿Por qué? Porque nues-tros ojos están sobre la cuestión en sí. Cuanto más ustedmira hacia ella, más ella va aumentando, hasta llenar elmundo. Se hace cada vez más difícil abandonarla. Pero,cuando el Señor trata con usted y se manifiesta a usted,cuando de alguna forma usted recibe una revelación de élmismo, esa cuestión se va. Y cuando ella se va, usted noqueda con ningún sentimiento de sacrificio. Al contrario,usted se inclina delante de Cristo y dice: «Señor, ¿es eso

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    un sacrificio? Yo nada tengo que sacrificar. Ante tu amorno existe nada que pueda ser llamado por ese nombre. Siyo veo en eso un sacrificio, será en verdad una deshonrapara ti. Tú que me diste todo a mí (¡y todo es tuyo!),simplemente deseas que yo deje algo para mi bien, a finde libertarme, para que puedas tener libertad de obrarmás profundamente en mi vida. ¿Cómo puedo yo, enton-ces, llamar a eso sacrificio?».

    Si verdaderamente nosotros conocemos al Señor,no hay sacrificio. Solamente cuando nuestros ojos estánpuestos en las cosas que vamos a dejar es que ese senti-miento se vuelve grande. Pero, si nuestros ojos están enCristo y si él nos atrae y se revela a nosotros, entonces nohay sacrificio. Y porque no hay sacrificio, no hay comer-cio. No esperemos que el Señor retribuya ni en calidad nien cantidad. El Señor va a recompensar, pero eso depen-de de él. No esperemos por eso. Por el contrario, note-mos que es una cuestión de amor.

    No abriguemos ningún tipo de complejo por el cualdigamos: «Oh, el Señor es un Señor duro; él exige dema-siado. Yo tengo que dejar esto y aquello. ¡Qué sacrificio!¡Sí, él me va a retribuir cien veces más, pero él dice quees con persecuciones! ¡Sí, él me dará, en la era venidera,la vida eterna; pero, ¿en cuanto al siglo presente? ¿¡Muer-te!?». ¡Qué tipo de mentalidad podemos tener! No desa-rrolle un complejo así. Alégrese cuando él dice: «¡Déja-lo!». Es un gran privilegio. El Señor nos honra al llamar-nos a renunciar, porque él nos quiere; él no nos pone delado. ¡Él desea recibirnos como sus discípulos!

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    Una segunda condición implicada en el discipuladoes el compromiso. Si usted no está plenamente compro-metido para con un maestro, él no puede transformarlo.

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    Los estudiantes modernos escogen su profesor. Si no lesgusta, entonces la próxima vez cambian de profesor. Perocomo un discípulo del Señor Jesús, usted no puede hacereso. O usted sigue todo el camino teniéndolo como suMaestro, o usted desiste, y eso es el fin.

    Cuántas veces pensamos que estamos entregados aCristo, pero solamente nos rendimos a él hasta donde nosconviene. Cuando su voluntad y camino comienzan a en-trar en conflicto con nuestra voluntad y nuestro camino,estamos prontos a despedirnos y partir. Eso no es compro-miso. Compromiso pleno es otra condición muy impor-tante del discipulado. Tenemos que confiarnos al Señorpara lo mejor y para lo peor, para la vida y para la muerte.

    Observe a Pedro. Cierto día el Señor hablaba a mu-chos de sus discípulos (vea Juan 6, especialmente v. 60)y les decía algunas palabras duras y difíciles. Tan durasque algunos de los oyentes lo dejaron. Y volviéndose alos doce, el Señor preguntó si ellos también querían reti-rarse. Y aquí Pedro brilló. Él respondió: «Señor te hemosconocido a ti y nos confiamos totalmente a ti. Otros pue-den irse, pero nosotros no tenemos dónde ir ni a quién ir.Estamos presos a ti, para lo mejor y para lo peor. Quema-mos nuestros puentes detrás de nosotros, y no tenemosopción, excepto proseguir contigo. Con todo, no somosimpelidos en este camino por sentirnos conmovidos, sinopor una perspectiva brillante: Tú eres Aquel que tienespalabras de vida eterna. Son palabras duras para la carne,admitimos, y no son fácilmente entendidas; aún más, sonimposibles de ser vividas por nuestra carne. Sin embar-go, son palabras de vida eterna, y es eso lo que necesita-mos y debemos tener en cuenta. Así, estamos compro-metidos contigo y con tus palabras. Tu interés es nuestrointerés. Y nos vamos a apegar a ti». ¡Qué declaración depleno compromiso!

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    Sin embargo, ¿será eso algo de lo cual Pedro ocualquier otro discípulo se puedan enorgullecer? De nin-gún modo. Porque inmediatamente después de la afir-mación dramática de Pedro, de compromiso con el Se-ñor, leemos que Jesús le respondió diciendo: «¿No oshe escogido yo a vosotros los doce?» (versículo 70).¡Es Jesucristo quien escoge a Pedro y a los demás, y esél quien los lleva a tal compromiso! ¡Bendito sea suNombre!

    Es lamentable, sin embargo, que tan pocos sepanalgo respecto de este compromiso. Hay muchos discípu-los hoy que, cuando el Señor no los satisface, simple-mente desisten y se van. Parece que ellos tienen muchoscaminos para seguir y muchos lugares donde ir. «Pero,¿y en cuanto a ti?», es la pregunta de nuestro Señor. Sí,algunas veces usted tendrá problemas, enfrentará pala-bras duras, palabras que usted realmente no entiende,exactamente como Pedro no entendió aquel día lo que elSeñor había dicho. A pesar de eso, Pedro se comprome-tió totalmente.

    Usted sabe, nuestra mente es orientada de maneratan materialista; estamos casi siempre pensando en tér-minos de ropas, abrigo o alimento. Exactamente comolos cinco mil, a quien el Señor alimentó con pan, y aquienes intentó conducir en dirección al Pan del cielo, acomer y a beber de él. Eso sería espíritu y vida para ellosy para los discípulos. Pero, al intentar conducirlos hacialos aspectos espirituales y morales de la salvación y de lavida, encontró una creciente oposición de la naturalezamaterialista del hombre caído. Muchos discípulos no com-prendieron, pues consideraron esas palabras muy difíci-les.

    Pero, ¿será que somos diferentes? Cuando el Señorprocura apartarnos de lo que es material y terreno hacia

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    las cosas espirituales y celestiales, a veces no consegui-mos comprender, pues estamos demasiado ocupados conlo que es terreno. Las cosas que son palpables son las queconsideramos reales. Siendo así, cuando el Señor procu-ra sacarnos de lo tangible a lo intangible, de lo transitorioa lo permanente, no podemos comprender. Además deeso, mucho de lo que sucede en nuestra vida no conse-guimos comprenderlo en el momento que nos ocurre.¿Quedamos escandalizados? ¿Nos sentimos heridos? Sino nos volvemos totalmente a Cristo, quedaremos escan-dalizados y, consecuentemente, nos marcharemos. Pero,si somos de aquellos que están confiando plenamente enel Señor, entonces, por un lado quedamos escandaliza-dos, mas por otro lado no. Podemos no entender, perotodavía quedamos firmes en el camino que está delantede nosotros. Nos apegamos al Señor y a sus caminos. Nohacemos como muchos discípulos de Jesús que se retira-ron, dejándolo en aquel día. Exteriormente habían segui-do al Señor, pero interiormente no. Ellos no se confiarona él; sino, al contrario, se comprometieron con su propioegoísmo. Ellos lo seguirían si todo fuese de su agrado y sies que pudiesen conseguir algo para sí mismos. Pero es-taban prontos a separarse de Jesús en caso de que el ca-mino se hiciese muy duro.

    Muchas veces, en nuestra experiencia espiritual,sentimos que probablemente llegó la hora de la separa-ción, que es demasiado difícil. El camino del Señor esdemasiado extraño, no lo entendemos, no podemos pro-seguir. Sin embargo, al mirar alrededor, simplementeno hay salida. Y así quedamos firmes. Y eso significa«muerte» para nosotros; «morimos» porque no hay otrocamino. Simplemente tenemos que proseguir con él,suceda lo que suceda. Eso es compromiso. Esa actitudera real en el caso de Pedro. Él se apegó al Señor. Otros

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    podían partir, pero él no, porque no existía otra personaa quien él pudiera ir. Estar plenamente comprometidocon el Señor también es una condición fundamental parael discipulado.

    Naturalmente, ese compromiso no puede dejar deser severamente probado. El enemigo de nuestro Señor yde todos los creyentes hará todo para intentar frustrar oquebrar tal apego absoluto a Cristo. Él hará lo mejor paraintentar instigar a su viejo aliado, la carne, a fin de causarel colapso de ese compromiso. Pedro mismo fue severa-mente probado y hallado en falta.

    Usted recordará cómo Pedro, al fin de la vida terrenade Jesús, confiando en su carne, fracasó terriblemente.Al decir que todos tropezarían y se escandalizarían de él,que serían como ovejas esparcidas cuando el Pastor fue-se herido, nuestro Señor estaba efectivamente diciendoque el compromiso de Pedro para con él estaría en com-pleto colapso. Aun declarando lealtad y compromiso(«aunque vengas a ser un tropiezo para todos, nunca loserás para mí»), aun insistiendo con vehemencia que,aunque fuese necesario morir con Jesús, él no lo negaría(Marcos 14:27-31), Pedro tropezó con su carne y negó alSeñor tres veces. La respuesta de este discípulo a la mira-da de su Maestro, que le recordó su predicción, fue salirde su presencia y llorar amargamente.

    Pedro percibió plenamente cómo había fallado enrelación al Maestro en su compromiso. Reconoció lafragilidad de su carne y cuán indigna de confianza era.En ese momento, sin embargo, a pesar de haber sido al-canzado por el enemigo, el Señor oró por él para que su feno faltase (Lc. 22:31-34). Podemos ver cómo este discí-pulo fue maravillosamente restaurado más tarde en aque-lla conmovedora escena registrada en Juan 21. De ahíen adelante, su compromiso fue definitivo y permanen-

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    te. No hubo más inconsistencia, porque Pedro, ahora,no confiaba más en la carne, sino en el conocimientoque su Señor y Maestro tenía de él: «tú sabes que teamo» (vers. 15).

    * * *

    Algo bastante lamentable que se ve hoy en la cris-tiandad es cómo los creyentes se escandalizan muy fácil-mente, mucho más que Pedro, y luego dejan al Señor.Eso sólo revela que ellos no están completamente entre-gados a Cristo; están comprometidos hasta un determi-nado punto y si el Señor desea ir más allá de ese punto,ellos dicen: «No, no. Mi compromiso sólo llega hastaaquí». Sin embargo, recordemos que si no estamos com-prometidos con el Señor, él no estará comprometido connosotros. Él sólo está completamente comprometido conaquellos que están completamente comprometidos conél. Si no estamos comprometidos, el Maestro no nos uni-rá a sí mismo. Él permitirá que sigamos nuestro propiocamino. El Señor no está en busca de una multitud ingo-bernable. Él busca un ejército disciplinado. Permítamepreguntar: «¿Cuánto ha entregado usted al Señor? ¿Cuántoconsigue usted comprometerse con él y cuánto él puedecomprometerse con usted?

    * * *

    Eso es compromiso, pero sólo estamos en la etapainicial del discipulado. El proceso de transformación sólopuede comenzar negativamente con la renuncia y positi-vamente con el compromiso. En otras palabras, la escue-la del discipulado realmente comienza aquí. Ahora co-menzó la clase. Hoy usted puede comenzar a colocarsebajo la disciplina y el entrenamiento del Señor, y dejarque él lo transforme en un discípulo suyo. Tal vez muy

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    semejante a Simón Pedro en el comienzo. Y en los tresaños siguientes encontramos al Maestro corrigiendo, dis-ciplinando, entrenando, instruyendo, enseñando, mol-deando, formando y transformando a este hombre Simón.Durante tres años completos, no pasó ningún día sin queel Señor trabajase en este discípulo. E incluso después detres años, el Espíritu Santo continuó la disciplina y elentrenamiento de este seguidor del Maestro.

    Cuando usted lee los cuatro evangelios, comienzaa percibir que Pedro era aquel a quien el Señor más tuvoque tratar, y con más severidad que a los otros discípulos.Eso sucedía porque él era un hombre honesto. Pedro erafranco y abierto, incapaz de ocultar sus sentimientos. Ypor causa de su naturaleza expansiva y extrovertida, élfue muy disciplinado por el Señor.

    * * *

    A veces, al leer los evangelios, dan ganas de decir:«Bien, Simón, ¿por qué no eres un poco más inteligente?Sé un poco más cauteloso y menos franco. Así probable-mente recibirás menos reprensiones. Pedro, ve a los otrosdiscípulos. Cuando ellos no concuerdan, o tienen opinio-nes diferentes, o cuando tienen algo que decir, ellos noexpresan eso al Señor, sino murmuran entre sí. Con todo,Simón Pedro, tú eres un tonto al decir siempre todo loque piensas; ¡y haces eso delante del Señor! Y por eso ledas oportunidad de decirte cosas tales como: "¡Apártate,Satanás!". Ah, Pedro, ¿por qué no eres un poco más inte-ligente, como los otros?».

    Nosotros, como los otros discípulos, nos sentimosmás seguros cuando nos ocultamos más, y aprendemos aser más reservados y menos abiertos y francos. Frecuen-temente hay algo que sucede, pero nosotros no decimosni siquiera una sola palabra. O entonces, cuando se hace

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    necesario decir una palabra sobre el asunto, hablamoscon los amigos, pero nunca con el Señor. Y, de esa forma,nunca entramos en dificultades. Sin embargo, parece quePedro estaba en constantes dificultades con su Maestro.Él estaba en desacuerdo con el Señor y el Señor con éltodo el tiempo. Parece que Pedro era el discípulo-proble-ma. Los otros discípulos no eran problema, pero él era la«oveja negra» en la «familia» del Señor.

    Sin embargo, debemos observar esto: si Pedro hu-biese sido más inteligente que los demás e intentado es-conderse del Señor, ¿habría sido transformado de esa for-ma? No, él se habría privado de aprender lecciones pre-ciosas en muchas oportunidades. Notemos que el Señorse deleita con la honestidad en el hombre interior. El Se-ñor no encuentra placer en algunos de nosotros, porqueél no tratará con un corazón deshonesto y ambiguo. Siuna persona desea esconder algo del Señor, él dirá: «Estábien, puedes esconderlo. Yo estoy viendo, pero prosiguey escóndelo». Él no puede hacer nada más por aquellapersona. Si, en cambio, alguien es honesto y abierto paracon el Señor, él puede operar en su vida.1 Si alguien de-sea realmente que el Maestro le enseñe, debe ser transpa-rente delante del Señor, no escondiéndole nada, sino con-tándole todo. No seamos demasiado abiertos ante los hom-bres, pero delante del Señor estemos todos deseosos ypreparados para ser expuestos, corregidos y, si fuere ne-cesario, disciplinados. Se sabe que aquel que aprende másy más rápido es aquel que es más corregido. ¿No es así?Por eso, no sea demasiado ‘inteligente’. He descubierto

    1 Debe quedar claro que no estoy apoyando la idea de que el tipo detemperamento de Pedro es mejor que los demás. De ningún modo. Dios noshizo con temperamentos diferentes y, por causa de esta variedad, no debeexistir el sentido de bueno o malo, o correcto e incorrecto, ligado a losdiferentes tipos de personalidad que él creó.

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    que hay muchos hombres y mujeres inteligentes hoy, in-cluso entre los creyentes. Son inteligentes en el sentidohumano, pero necios en lo que se refiere a Dios.

    Por el hecho de haber sido Pedro tan abierto y fran-co con el Señor, fue muy disciplinado por él. Gracias aDios, porque Cristo trató con él así; fue por su gracia. Siel Maestro nos dijese: «Voy a dejarte por tu propia cuen-ta», sería nuestro fin. Pero él desea incomodarse con no-sotros y con nuestros problemas, como hizo con SimónPedro; entonces alabemos al Señor y agradezcámosle porsu gracia. Muchos cristianos son tan buenos en encubrirsus dificultades delante del Señor, que él tiene que dejar-los solos, diciendo: «Muy bien, si tú eres tan bueno en timismo, continúa así». Y los deja ser ‘buenos’ por sí mis-mos. Sin embargo, él va a revelar y descubrir mucho delo que está en nosotros, si tan solamente puede encontraren nosotros personas transparentes delante de él.

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    Finalmente llegamos a la tercera condición deldiscipulado, la auto-negación y el tomar la cruz. Déjemedecirle que abandonar todo o profesar compromiso totalno es una tarea difícil, relativamente hablando. Ustedpuede dejar todo, usted puede incluso decir: «Yo entregotodo al Señor», sin embargo, creo que usted concordaráque lo más difícil es que aquello que está dentro de ustedsea expuesto y tratado. Si la vida del ‘yo’ no estuvieresiendo negada, entonces ni la renuncia de cosas exterio-res ni el pleno compromiso con el Señor tendrá ningúnvalor espiritual permanente. Pero tarde o temprano estascosas exteriores retornarán, y el compromiso se deshará.

    Notemos que nuestra completa renuncia y depen-dencia del Señor son sólo indicaciones de nuestra pronti-tud y seriedad en responder al llamado. El proceso más

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    práctico y diario del verdadero discipulado es llevar la cruz.En eso consiste el verdadero entrenamiento. Aquello queestá en nuestro viejo hombre, y ‘yo’ natural, debe ser reve-lado y expuesto continuamente en la luz de Cristo. El ca-mino y la voluntad de Dios dejarán en evidencia nuestrospropios caminos y voluntad, que están ocultos, entrandoen choque y luchando uno con otro. Ellos se cruzan en sustrayectos y,