diplomado herralde relaciones entre el autor y el editor
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7/29/2019 Diplomado Herralde Relaciones Entre El Autor y El Editor
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Diplomado en Edición
UCV-Cavelibro
Tomado de Herralde, Jorge. Opiniones mohicanas . Barcelona: El Acantilado, 2001. Pp. 237-240
Jorge Herralde Relaciones entre el autor y el editor
Las relaciones entre el autor y el editor: he aquí un tema espinoso y complejo, y por ello apasionante. Unasrelaciones que se establecen en el campo minado de los conflictos de intereses; tanto es así que en épocas
estentóreas de crispación social se alude explícitamente a la lucha de clases con el escritor-proletario y el
editor-burgués en trincheras opuestas.
Lo que dificulta la situación es la figura poco clara, sospechosa, del editor ya que, en efecto, ¿qué demonios es
un editor? ¿Un vampiro o un explotador? ¿O por el contrario un mecenas? ¿Quizás un confesor, un analista,
una madre, un santo? ¿Acaso editar es una “ocupación para caballeros”, según el título que Lord Sieff sugirió
al editor inglés Frederic Warburg para su autobiografía y que éste adoptó aunque rematándolo con un
cauteloso signo de interrogación?
¿Qué opinan los autores? Oigamos un popurrí de lindezas espigadas aquí y allá. Los editores “son los hijos del
diablo”, afirma Goethe, “para ellos tiene que haber un infierno especial”, mientras que Céline, con su
característica sans façon , le espeta a Gallimard: “Vosotros los macarras, ¡No habléis mal de mis sueños! ¡Sin mis
sueños no seríais nada!” Y García Márquez se suma al coro: “A los editores yo los mando, tranquila y
dulcemente, al carajo. Son una verdadera plaga.” Y añade: “Todo se reduce a esta f rase que es imbatible:
todos los editores son ricos y todos los escritores son pobres.” Una frase, dicho sea de paso, más pintoresca
que imbatible en boca de García Márquez.
Los editores tampoco se quedan atrás; oigamos al célebre Gaston Gallimard, que no se recata en afirmar: “Un
autor, un escritor, lo más frecuente es que no sea un hombre. Es una mujerzuela a la que hay que pagar,
sabiendo muy bien que está siempre a punto de entregarse a otro. Es una puta.”
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Ernst Rowohlt comenta en sus memorables “consejos” a los editores, publicados en 1933 en la revista
Querschnitt : “No te extrañe si tu autor es como una mujer encinta en el período de salida de su libro, ya que
para él se inicia una nueva era… Debes saber que tú serás el responsable si el libro no es un gran triunfo, pero
que hay pocos autores que reconocerán tu leal participación en el éxito”. Y añade otro consejo para el novel
editor incauto: “Ten por seguro que tanto el día como de noche debes esperar recibir un telefonazo de tuautor.”
Por su parte, Klaus Wagenbach previene: “Ten siempre en cuenta el síndrome de los tres meses : a más tardar tres
meses después de la salida del libro, el autor constata que el mundo no ha cambiado. Tú eres el responsable.”
Y también aconseja: “Las cartas de rechazo (de originales) deben ser breves, ya que, si no, el autor te
propinará una respuesta-río demostrándote punto por punto que estabas equivocado; en una palabra, que eres
un imbécil. Aunque eso tú ya lo sabías.”
Pero olvidemos estas escaramuzas, y observemos que para los buenos editores, tanto en su práctica como en
los escritores sobre su oficio, existen dos temas recurrentes y obviamente interrelacionados: la relación con el
autor y la formación de su catálogo. Así en el libro El editor y su autor de Siegfried Unseld, el editor de
Surhkamp, en Persona desplazada de Vladimir Dimitrijevic, el editor de L’Age de’Homme, o en la biografía de
Gaston Gallimard (por citar tres títulos recientes) y en tantos otros testimonios escritos y orales.
Unseld afirma que una editorial literaria se define en su relación con el autor y que él no publica libros
aislados sino autores. Y que su función es desatar energías, animar, reflejar la literatura de su época.
“Dimitri” define la función del editor como la de un passeur , un intermediario apasionado, alguien que sólo
publica aquellos libros que le afectan personalmente y que, aunque distintos y lejanos, forman una suerte de
archipiélago y le enlazan unos con otros en una peana invisible pero común.
En cuanto a Gallimard, leemos en su biografía que consagra una buena parte de su tiempo en ocuparse de sus
relaciones con sus autores. Y también, según un testimonio del escritor Artaud, “Gallimard podía publicar un
libro estando totalmente persuadido de que no se vendería pero también de que el autor era un auténtico
escritor que sería consagrado un día u otro. Eso es ser un gran editor”.
Éste es un punto muy importante, importantísimo, ya que delata la muy peculiar naturaleza del editor.
En efecto, los detractores de los editores no consideran que éstos, a menudo, publican libros que saben
ruinosos a ciencia cierta, pero entienden que “deben” publicarlos absolutamente por motivos culturales. El
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editor inglés Anthony Blont, en su libro The Book Book, termina así su reflexión a este respecto: “No hay
muchas industrias en las que tales argumentos se lleven realmente a la práctica.” Ya que ¿en qué otra actividad
empresarial sería imaginable una afirmación como la del legendario Samuel Fischer: “Obligar al público a
aceptar nuevos valores, que no desea, es la misión más importante y hermosa del editor”?
Pensemos en la energía desplegada para imponer a nuevos escritores que el público ni conoce ni desea en
lugar del camino trillado. Y este esfuerzo de renovación, esta ósmosis permanente con el espíritu del tiempo
ha existido, existe y existirá siempre mientras haya editores dignos de tal nombre. Y es esta actitud la que hace
al editor una figura radicalmente distinta, un híbrido entre la cultura y el comercio, un enfermo, un mutante.
Oig amos de nuevo la voz socarrona de Ernst Rowohlt: “Debes parecer al autor un joven lobo de la venta o
un gentil mecenas; de cualquier forma no era lo uno ni lo otro. (…) El comercio de productos del espíritu
sería siempre un término medio entre tus gustos personales y lo que te apasiona, por una parte, y tu sentidode la oportunidad por otro. Cuando tengas veinte años de experiencia en este comercio que no es tal
comercio, tú mismo serás incapaz de distinguir si es el sentido artístico o comercial el que te guía: te habrás
convertido en un perfecto bastardo.” Y añade: “Editar un libro es una tarea casi más enloquecida que
escribirlo”.