diplomado herralde relaciones entre el autor y el editor

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 Diplomado en Edición UCV-Cavelibro  Tomado de Herralde, Jorge. Opiniones mohicanas . Barcelona: El Acantilado, 2001. Pp. 237-240  Jorge Herralde  Relaciones entre el autor y el editor Las relaciones entre el autor y el editor: he aquí un tema espinoso y complejo, y por ello apasionante. Unas relaciones que se establecen en el campo minado de los conflictos de intereses; tanto es así que en épocas estentóreas de crispación social se alude explícitamente a la lucha de clases con el escritor-proletario y el editor-burgués en trincheras opuestas. Lo que dificulta la situación es la figura poco clara, sospechosa, del editor ya que, en efecto, ¿qué demonios es un editor? ¿Un vampiro o un explotador? ¿O por el contrario un mecenas? ¿Quizás un confesor, un analista, una madre, un santo? ¿Acaso editar es una “ocupación para caballeros”, según el título que Lord Sieff sugirió al editor inglés Frederic Warburg para su autobiografía y que éste adoptó aunque rematándolo con un cauteloso signo de interrogación ? ¿Qué opinan los autores? Oigamos un popurrí de lindezas espigadas aquí y allá. Los editores “son los hijos del diablo”, afirma Goethe, “para ellos tiene que haber un infi erno especial”, mientras que Céline, con su característica sans façon , le espeta a Gallimard: “Vosotros los macarras, ¡No habléis mal de mis sueños! ¡Sin mis sueños no seríais nada!” Y García Márquez se suma al coro: “A los editores yo los mando, tranquila y dulcemente, al carajo. Son una verdadera plaga.” Y añade: “Todo se reduce a esta f rase que es imbatible: todos los editores son ricos y todos los escritores son pobres.” Una frase, dicho sea de paso, más pintoresca que imbatible en boca de García Márquez. Los editores tampoco se quedan atrás; oigamos al célebre Gaston Gallimard, que no se recata en afirmar: “Un autor, un escritor, lo más frecuente es que no sea un hombre. Es una mujerzuela a la que hay que pagar, sabiendo muy bien que está siempre a punto de entregarse a otro. Es una puta.” 

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7/29/2019 Diplomado Herralde Relaciones Entre El Autor y El Editor

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Diplomado en Edición

UCV-Cavelibro

 Tomado de Herralde, Jorge. Opiniones mohicanas . Barcelona: El Acantilado, 2001. Pp. 237-240

 Jorge Herralde Relaciones entre el autor y el editor

Las relaciones entre el autor y el editor: he aquí un tema espinoso y complejo, y por ello apasionante. Unasrelaciones que se establecen en el campo minado de los conflictos de intereses; tanto es así que en épocas

estentóreas de crispación social se alude explícitamente a la lucha de clases con el escritor-proletario y el

editor-burgués en trincheras opuestas.

Lo que dificulta la situación es la figura poco clara, sospechosa, del editor ya que, en efecto, ¿qué demonios es

un editor? ¿Un vampiro o un explotador? ¿O por el contrario un mecenas? ¿Quizás un confesor, un analista,

una madre, un santo? ¿Acaso editar es una “ocupación para caballeros”, según el título que Lord Sieff sugirió

al editor inglés Frederic Warburg para su autobiografía y que éste adoptó aunque rematándolo con un

cauteloso signo de interrogación?

¿Qué opinan los autores? Oigamos un popurrí de lindezas espigadas aquí y allá. Los editores “son los hijos del

diablo”, afirma Goethe, “para ellos tiene que haber un infierno especial”, mientras que Céline, con su

característica sans façon , le espeta a Gallimard: “Vosotros los macarras, ¡No habléis mal de mis sueños! ¡Sin mis

sueños no seríais nada!” Y García Márquez se suma al coro: “A los editores yo los mando, tranquila y 

dulcemente, al carajo. Son una verdadera plaga.” Y añade: “Todo se reduce a esta f rase que es imbatible:

todos los editores son ricos y todos los escritores son pobres.” Una frase, dicho sea de paso, más pintoresca

que imbatible en boca de García Márquez.

Los editores tampoco se quedan atrás; oigamos al célebre Gaston Gallimard, que no se recata en afirmar: “Un

autor, un escritor, lo más frecuente es que no sea un hombre. Es una mujerzuela a la que hay que pagar,

sabiendo muy bien que está siempre a punto de entregarse a otro. Es una puta.” 

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Ernst Rowohlt comenta en sus memorables “consejos” a los editores, publicados en 1933 en la revista

 Querschnitt : “No te extrañe si tu autor es como una mujer encinta en el período de salida de su libro, ya que

para él se inicia una nueva era… Debes saber que tú serás el responsable si el libro no es un gran triunfo, pero

que hay pocos autores que reconocerán tu leal participación en el éxito”. Y añade otro consejo para el novel

editor incauto: “Ten por seguro que tanto el día como de noche debes esperar recibir un telefonazo de tuautor.” 

Por su parte, Klaus Wagenbach previene: “Ten siempre en cuenta el síndrome de los tres meses : a más tardar tres

meses después de la salida del libro, el autor constata que el mundo no ha cambiado. Tú eres el responsable.”

 Y también aconseja: “Las cartas de rechazo (de originales) deben ser breves, ya que, si no, el autor te

propinará una respuesta-río demostrándote punto por punto que estabas equivocado; en una palabra, que eres

un imbécil. Aunque eso tú ya lo sabías.” 

Pero olvidemos estas escaramuzas, y observemos que para los buenos editores, tanto en su práctica como en

los escritores sobre su oficio, existen dos temas recurrentes y obviamente interrelacionados: la relación con el

autor y la formación de su catálogo. Así en el libro El editor y su autor  de Siegfried Unseld, el editor de

Surhkamp, en Persona desplazada  de Vladimir Dimitrijevic, el editor de L’Age de’Homme, o en la biografía de

Gaston Gallimard (por citar tres títulos recientes) y en tantos otros testimonios escritos y orales.

Unseld afirma que una editorial literaria se define en su relación con el autor y que él no publica libros

aislados sino autores. Y que su función es desatar energías, animar, reflejar la literatura de su época.

“Dimitri” define la función del editor como la de un  passeur , un intermediario apasionado, alguien que sólo

publica aquellos libros que le afectan personalmente y que, aunque distintos y lejanos, forman una suerte de

archipiélago y le enlazan unos con otros en una peana invisible pero común.

En cuanto a Gallimard, leemos en su biografía que consagra una buena parte de su tiempo en ocuparse de sus

relaciones con sus autores. Y también, según un testimonio del escritor Artaud, “Gallimard podía publicar un

libro estando totalmente persuadido de que no se vendería pero también de que el autor era un auténtico

escritor que sería consagrado un día u otro. Eso es ser un gran editor”. 

Éste es un punto muy importante, importantísimo, ya que delata la muy peculiar naturaleza del editor.

En efecto, los detractores de los editores no consideran que éstos, a menudo, publican libros que saben

ruinosos a ciencia cierta, pero entienden que “deben” publicarlos absolutamente por motivos culturales. El

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editor inglés Anthony Blont, en su libro The Book Book, termina así su reflexión a este respecto: “No hay 

muchas industrias en las que tales argumentos se lleven realmente a la práctica.” Ya que ¿en qué otra actividad

empresarial sería imaginable una afirmación como la del legendario Samuel Fischer: “Obligar al público a

aceptar nuevos valores, que no desea, es la misión más importante y hermosa del editor”?

Pensemos en la energía desplegada para imponer a nuevos escritores que el público ni conoce ni desea en

lugar del camino trillado. Y este esfuerzo de renovación, esta ósmosis permanente con el espíritu del tiempo

ha existido, existe y existirá siempre mientras haya editores dignos de tal nombre. Y es esta actitud la que hace

al editor una figura radicalmente distinta, un híbrido entre la cultura y el comercio, un enfermo, un mutante.

Oig amos de nuevo la voz socarrona de Ernst Rowohlt: “Debes parecer al autor un joven lobo de la venta o

un gentil mecenas; de cualquier forma no era lo uno ni lo otro. (…) El comercio de productos del espíritu

sería siempre un término medio entre tus gustos personales y lo que te apasiona, por una parte, y tu sentidode la oportunidad por otro. Cuando tengas veinte años de experiencia en este comercio que no es tal

comercio, tú mismo serás incapaz de distinguir si es el sentido artístico o comercial el que te guía: te habrás

convertido en un perfecto bastardo.” Y añade: “Editar un libro es una tarea casi más enloquecida que

escribirlo”.