diciembre de 2012: una navidad llena de amor

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RENACE LA ESPERANZA Un niño, una madre y un árbol Seis aspectos que me encantan de la Navidad ¿Qué es lo que más disfrutas tú? Doblemente estimulante Lo que me despertó en Starbucks CAMBIA TU MUNDO CAMBIANDO TU VIDA

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Que por medio de Jesús, cuyo cumpleaños celebramos este mes, el maravilloso amor de Dios y el gozo de Su presencia te acompañen en esta Navidad y siempre.

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REnacE La ESPERanZaUn niño, una madre y un árbol

Seis aspectos que me encantan de la navidad¿Qué es lo que más disfrutas tú?

Doblemente estimulanteLo que me despertó en Starbucks

C A M B I A T U M U N D O C A M B I A N D O T U V I DA

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1. Juan 3:16

Año 13, número 12

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Director Gabriel García V.Diseño Gentian SuçiProducción Samuel Keating

© Aurora Production AG, 2012www.auroraproduction.com Es propiedad. Impreso en Taiwán por Ji Yi Co., Ltd.A menos que se indique otra cosa, los versículos citados provienen de la versión Reina-Valera, revisión de 1960, © 1960 Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Utilizados con permiso.

A N U E S T RO S A M IG O S

Imagínate recibir un regalo de Navidad y tardar 17 años en abrirlo. Eso ni más ni menos es lo que hice yo. Año tras año desempaqué todos los demás regalos que recibí y los disfruté durante unos minu-tos o unos meses. Lo que no me explico es por qué

no llegué nunca a abrir ese. Será porque de chico otros regalos me resultaban más llamativos, más deslumbrantes. Luego, cuando fui haciéndome mayor, me convencí de que ya sabía lo que había dentro del envoltorio y de que no me interesaba. Hubo años en que ni siquiera lo noté.

Hasta que una tarde de un mes de mayo me topé en un parque con un grupo de gente alegre que me ofreció de nuevo el regalo de Navidad que yo había subestimado todos aquellos años. Lo abrí más que nada por complacer a una amiga que estaba visiblemente emocionada y persuadida de que ese obsequio era justo lo que yo necesitaba. Con gran sorpresa de mi parte, descubrí que ella tenía razón. De pronto, los regalos de los 17 años anteriores quedaron eclipsados por ese. Era distinto de todos los demás, intangible, y sin embargo más firme que la tierra que pisaba. No se me ocurre otra palabra para describirlo que amor, un amor sin límites que embargó mi ser. Además era mío, ¡todo mío! Por un momento me sentí desconcertado por haber esperado tanto antes de abrirlo. Pero luego me di cuenta de que eso ya no importaba. Al fin y al cabo, el regalo ¡era mío!

Y no solo eso: resulta que es para todos. Si todavía no has desempacado el tuyo, hazte el propósito de abrirlo esta Navidad. Lo reconocerás porque viene con una nota que dice: «De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»1.

Que goces de una Navidad llena de amor, llena de Jesús, en compañía de los tuyos.

GabrielEn nombre de Conéctate

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Hace dos años fui con un grupo de amigos a la ciudad de Constitución para llevar cajas de víveres y dulces de pascua a algunas familias desplazadas por el terremoto y maremoto que en febrero de 2010 azotó la zona centro-sur de Chile. Diez meses después de la catástrofe los damnificados todavía se alojaban en aldeas o campamentos provi-sionales de mediaguas. Margarita, una de las voluntarias, había hecho una colecta de adornos navideños en el edificio de oficinas donde trabaja. Con lo que ella consiguió y los aportes de muchos otros amigos pusimos en cada caja varios adornos, junto con un ejemplar de la revista Conéctate de Navidad y un CD de villancicos. Además, una compañera de trabajo de Margarita donó un árbol de Navidad que no cabía en ninguna caja pero que añadimos a nuestro cargamento humanitario sin saber exactamente qué haríamos con él.

Mientras algunos reuníamos a los niños de una de las aldeas para una función navideña consistente

en canciones y breves obras de teatro, otros se repartieron por el campamento para entregar las cajas solidarias casa por casa. En una de las mediaguas, dos voluntarias encontraron a una señora deshecha en lágrimas. Su familia lo había perdido casi todo con el tsunami; el resto se lo habían llevado unos ladrones hacía poco. Nos relató que su hijo había observado a otras familias armar y decorar sus árboles de Navidad, y le preguntaba con insistencia cuándo podrían tener ellos también un arbolito. El chico no hablaba de otra cosa.

Las voluntarias le dijeron que verían lo que podían hacer y, refrenando su emoción, volvieron de prisa al vehículo en el que traíamos los regalos. ¡Cualquiera hubiera pensado que se acababan de ganar la lotería!

—¡Encontramos la familia perfecta para el árbol de Navidad! —exclamaron.

De regreso en la humilde vivienda de la señora, armaron y decoraron el árbol en un santiamén. Ella

observaba boquiabierta cómo se cumplía el deseo de su hijo.

Al terminar la función de Navidad, el niño y su hermanita volvieron a su casa. Su mamá les hizo cerrar los ojos y de la mano los condujo adentro. Cuando el chiqui-llo abrió los ojos y pegó un chillido de alegría, comprendimos que Dios nos había llevado a la familia precisa.

Meses después, otra voluntaria visitó la misma aldea. Cuando se reunió con algunos de los residen-tes, una señora explicó que en un momento dado se había desanimado tanto que se sentía incapaz de afrontar un día más. No obstante, de la nada se presentaron en la puerta de su casa unas personas trayendo de regalo el árbol de Navidad que su hijo tanto deseaba. Aquel hecho había sido un punto de inflexión para ella, y desde aquel día decidió no darse por vencida.

Sally García es educador a y misioner a. Vive en Chile y está afiliada a La Fa milia Inter nacional. ■

R enace l a espeRanzaSally García

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Para la mayoría de noso-tros, hay ciertos aspectos o detalles de la Navidad que nos resultan particu-larmente atractivos. Estos son algunos que me gustan mucho a mí.

La generosidadMe encanta la generosidad que

se siente en el ambiente. Muchas veces en esas fechas hasta los menos desprendidos se tornan más dadivo-sos. Es una época en que los niños pueden aprender la dicha de compar-tir sus bienes con otros. Es asimismo una temporada en que todos pueden dar algo —tengan mucho o tengan poco— y encontrarlo gratificante.

Para mí, desde pequeña, la generosidad siempre fue parte de la Navidad. Mi papá era pastor de una iglesia, y varios meses antes de

las Pascuas las familias de nuestra congregación compraban cajitas de gelatina o de flan instantáneo para cada miembro de la familia. Más que el contenido, les interesaban las cajitas, que eran todas más o menos uniformes, del tamaño de la palma de una mano. Las vaciábamos, las envolvíamos en papel de regalo y les hacíamos una ranura, transformán-dolas en pequeñas alcancías. En los meses anteriores a la Navidad, todos procurábamos ahorrar lo que podía-mos —los adultos de su sueldo y los niños de su mesada— para ponerlo en nuestra alcancía reservada para el cumpleaños de Jesús.

Así, cuando íbamos a la misa del gallo, cada persona llevaba su cajita envuelta en papel de regalo con el dinero que hubiera ahorrado y la colocaba al pie del árbol como ofrenda para Jesús. El dinero se enviaba a los misioneros que nuestra iglesia apadrinaba.

Cuando yo era niña, todos los años hacíamos eso. Fue una

tradición que llegué a valorar mucho. Me hacía pensar más en Jesús. Me recordaba que cuando damos un obsequio a un ser necesitado, se lo estamos dando a Jesús, y que no hay nada que a Él lo haga más feliz1. Me enseñó también a dar lo que yo pudiera, pues ese es el verdadero espíritu de la Navidad. Hasta el día de hoy, cuando veo un árbol de Navidad siempre recuerdo aquella experiencia anual que me causó tan honda impresión cuando era niña.

Dar a conocer a JesúsOtra cosa que me encanta de la

Navidad es que es una época en que se puede hablar de Jesús con mayor naturalidad, y el tema tiene más acogida, a pesar de todo el consu-mismo de la fiesta. Gracias a que la mayor parte del mundo celebra la Navidad de una u otra manera, es una oportunidad ideal para comu-nicar su verdadero sentido a quienes lo desconocen. Es la época perfecta para señalar que Jesús es el regalo

Seis aspectos que me

encantan de la Navidad

María Fontaine

1. V. Mateo 25:34–40

2. Juan 14:6 (RVR 95)

3. Juan 10:9

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que Dios nos hizo por amor, enviado para salvar la distancia entre Él y nosotros; que Jesús es «el camino, la verdad y la vida»2, y también «la puerta» de acceso a la salvación3. Las Navidades y Jesús van de la mano.

La entrega personalMe fascina el concepto de que

en cada regalo de Navidad va un poquito de la persona que lo hace. Cuando yo era niña, la mayoría de los regalos que mis padres nos hacían a mis hermanas y a mí eran artículos de primera necesidad; por ejemplo, prendas de ropa o zapatos. Sin embargo, casi siempre procura-ban mimarnos también con algún gusto o algún detalle, cosas que ellos sabían que queríamos y que tendrían un valor especial para nosotras.

Creo que la educación que ellos me dieron en ese sentido me ha lle-vado a adoptar una postura bastante práctica y pragmática respecto a los regalos. Cuando hago un obsequio, procuro elegir algo a la medida del

destinatario, que para él tenga un valor y un sentido particular. A veces hay que esmerarse y echar mano del ingenio para dar con un regalo más expresivo. No obstante, esos son los obsequios que la gente más estima y recuerda. El escritor Henry van Dyke manifestó: «El mejor regalo de Navidad no es el que más dinero cuesta, sino el que comunica más amor».

Reuniones y actividadesSiempre me han fascinado las

reuniones con familiares y amigos que tienen lugar en Navidad. Además, en mi infancia mis amiguitos y yo participábamos en la representación del nacimiento que se montaba en la iglesia, o cantábamos villancicos y recitábamos poesías.

Recuerdo que cierta Navidad contraje paperas y tuve que perdérmelo. Aunque mis padres me dieron bastante helado y me atendieron requetebién, los gustos con que me consintieron

no me ayudaron mucho a digerir el disgusto de perderme la fiesta de Navidad. La función navideña era para mí una de las ocasiones más destacadas del año, algo que esperaba con mucha ilusión. Era el momento en que entregábamos nuestros presentes a Jesús. Por eso, ¡para mí fue casi el fin del mundo perdérmela!

Es un magnífico regalo poder reunirnos con nuestros seres queridos en Navidad para hacer algo fuera de lo común, gozar de un espacio de fraternidad espiritual, estar en un mismo lugar home-najeando a Aquel que es digno de todos los honores. No tiene qué ser algo muy trabajado ni muy com-plejo para que sea significativo.

La músicaOtra cosa que me apasiona de

la Navidad es la música. Muchos villancicos expresan verdades profundas; tanto la letra como la música están inspiradas. Me gustan

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los villancicos religiosos tradicio-nales, pero también me atraen los modernos. Cualquier canción que nos haga pensar en «el mayor de los regalos» me parece fantástica.

Un día estaba escuchando villancicos cuando una amiga de otro país pasó a visitarme. Si bien ella no entendía la letra de las can-ciones, me comentó que reconocía la mayor parte de las melodías. Eso me recordó que muchos villancicos se han traducido a otros idiomas y se escuchan y entonan por todo el mundo.

Hace muchos años asistí a una misa del gallo en Israel. Era un oficio católico, celebrado en árabe. Fue bellísimo asistir a un culto junto con otros creyentes y oír villancicos que yo me sé y que encuentro preciosos, a pesar de que no entendía la letra ni podía cantar con los demás. Recuerdo

que pasé mucho frío; pero gozar de esos hermosos villancicos con otros cristianos me hizo sentirme bien espiritualmente.

Las lucesMe encantan las luces de

Navidad. A muchas personas les gustan, ¡pero a mí me encantan! Si por mí fuera, las tendría adornando mi casa todo el año. Es más, algunos años lo he hecho. En una época hasta llegué a empacar un par de juegos de luces en mi maleta cuando salíamos de viaje en Navidad. Lo hacía por precaución, en caso de que no las pudiera conseguir enseguida en la ciudad que íbamos a visitar. Me cautiva su resplandor.

Prácticamente todas las luces navideñas me gustan: las blancas, las doradas, las multicolores, las que son como estalactitas, las que parpadean y las de mi arbolito navideño de fibra óptica. Me parece muy lindo cuando los árboles y

arbustos de jardines particulares, y las fachadas de restaurantes y otros locales se engalanan con tiras de lucecitas navideñas.

A propósito de luces, pido a Dios que cada uno de nosotros goce de unas Navidades llenas de luz y amor, y que todos pongamos de nuestra parte para iluminar la vida de los demás con el amor de Jesús. ¡A este mundo le hace falta toda la luz que podamos brindarle!

Esta noche, en la Tierra oscura,prendamos mil luces navideñas.Que miles y miles reluzcany todo el cielo se encienda.Vino a traernos luz y amory paz a los de buena voluntad.Que esparzan las velas su

resplandor.¡Cantemos con júbilo en Navidad!4

María Fontaine y su esposo, Peter Amsterdam, dir igen el movimiento cristiano La Familia Internacional. ■

4. Villancico tradicional sueco

de autor desconocido

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—Mamá, me parece que a ti te gustan esos juguetes más que a nosotros —le decía yo a mi madre cuando íbamos de compras a las tiendas de saldos.

Por la escrupulosidad con que inspeccionaba cada libro, contaba las piezas de los rompecabezas y se fijaba en que todos los juegos estuvieran completos —a veces a los artículos de saldo les faltan piezas—, yo hubiera jurado que a ella le fascinaban esas cosas tanto como a nosotros. Siempre estaba pendiente de las liquidaciones, pues así ella y mi esforzado padre lograban ponernos regalitos al pie del árbol de Navidad.

Sin embargo, mis padres no se limitaban a hacernos regalos materiales. A veces nos obsequiaban su compañía, como cuando nos lle-vaban a un parque para jugar juntos a uno de nuestros juegos preferidos, o cuando salíamos a pasear por el bosque, o cuando nos llevaban a visitar un sitio de interés histórico.

Ahora que lo pienso, no es que a mis padres les gustaran los juguetes y demás tanto como a mí me parecía. Lo que les gustaba en realidad era ser dadivosos. Se caracterizaban por su generosidad. Nos entregaban su tiempo y atención, nos prestaban ayuda con las tareas escolares y las actividades manuales, se tomaban el tiempo para escucharnos… lo que dieran, lo daban siempre de corazón.

Ahora que se acerca la Navidad, no puedo menos que recordar y maravillarme de aquellos obsequios sencillos y llenos de amor. Los rega-los en sí casi no los recuerdo, pero nunca olvidaré el entusiasmo con que mis padres nos los entregaban.

Claro está que la tradición de hacer obsequios data de tiempos inmemoriales y constituye una estupenda expresión de cariño. Y para los niños los regalos han sido siempre fascinantes. Tal vez esa fue la intención de nuestro Padre celestial hace dos mil años cuando nos manifestó Su amor de la forma que

Él sabía que nos resultaría más fácil de entender. Con sencillez y humildad nos hizo el regalo más valioso y perdu-rable que pudiera haber: nos entregó Su amor y Su Espíritu encarnados en un tierno bebito. Jesús fue y sigue siendo el regalo navideño más preciado que Dios nos haya dado a todos.

Hoy son tantos los días festivos que, por instigación de los señores del marketing, celebramos con regalos, que todos terminamos un poco aturdidos sin saber qué día es cuál y a santo de qué damos tal y cual obsequio. Pero detengámonos un momento a pensar en los regalos más memorables que hemos recibido y por qué razón perduran hoy en nuestro afecto. ¿Recordamos sobre todo las cosas visibles y tangibles, o más bien el amor en que venían envueltas?

Que en esta y en todas las Navidades sigamos, en lo que a dar se refiere, el ejemplo de nuestro Padre celestial.

Linda Salazar es voluntar ia de La Fa milia Inter nacional en los Estados Unidos. ■

GUÍAPARA DAR

Linda Salazar

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Akio y Yumi Matsuoka con 10 de sus 12 hijos y 5 de sus 8 nietos. Tomoko es la segunda de la

—Sabía que vendrías —me dijo una abuelita de constitución frágil mientras me tomaba la mano con firmeza.

Faltaba poco para la Navidad y, como en años anteriores, estaba visitando con mis hijos hogares de ancianos y orfanatos. En estos últimos hacíamos todo lo posible para distraer a los niños con juegos y presentaciones artísticas. Además repartíamos regalos proporcionados por nuestros patrocinadores. En los centros para la tercera edad también entregábamos pequeños obsequios y hacíamos un show. Sin embargo, ahí la sola presencia de mis hijos bastaba para deleitar a los residentes.

—¡Qué niños tan encantadores! —solían exclamar.

De los años que llevo haciendo esto, tengo muchos recuerdos conmo-vedores. Hay, en todo caso, una escena que nunca olvidaré. Una octogenaria postrada en la cama, confundiéndome con su hijo al que no veía en mucho tiempo, me agarró la mano y con lágrimas me dijo repetidamente:

—¡Sabía que vendrías! ¡Estaba segura!

Mientras mis hijos presentaban sus danzas y cantos, le sostuve la mano y sonreí. No tuve el valor de decirle que yo no era quien ella pensaba. Una de las enfermeras, que nos miraba desde cierta distancia, me

Sin tuS manoSAnnie Johnson Flint

Sin tus manos Dios no puede hacer Su labor,

ni sin tus pies guiar por la senda del amor,

ni sin tu voz decir que murió crucificado,

ni sin tu ayuda atraer a la gente a Su lado. ■

hizo una seña para indicarme que estaba bien, que podía seguir con-solando a aquella pobre señora que tanto extrañaba a sus seres queridos.

Para mí ella era una desconocida; mas para ella yo era el hijo perdido al que amaba de todo corazón y al que ansiaba ver desde hacía mucho tiempo. No había manera de saber por qué él no la había visitado; pero por el motivo que fuera, lo impor-tante para ella era que la recordaran y la amaran. Creo que Dios dispuso nuestro encuentro aquel día por una razón muy simple: quería que yo le demostrara a ella que Él la amaba y que no se había olvidado de ella.

Todo ser humano anhela sentir el amor de Dios, inclusive los que no lo conocen o descreen de Él. Dios ve esa necesidad y ama profundamente a cada individuo. Así y todo, necesita que nosotros seamos Sus manos, Sus pies y Su voz para transmitir Sus sentimientos de amor y bondad por cada criatura. Ese es el rol que debe-mos desempeñar quienes conocemos el amor de Dios por medio de Jesús. ¡Ojalá seamos todos instrumento de Su amor esta temporada navideña!

Akio Matsuoka ha dedicado los últimos 35 años a labores misioneras y de voluntariado, tanto en su natal Japón como en otros países. Vive en Tokio. ■

Nuestro rol en la vidaAkio Matsuoka

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Aquella Navidad Eiko pesaba treinta y un kilos. Tenía la piel pegada a los pómulos, y ni la gruesa ropa de invierno disimulaba su extrema delgadez. Contaba apenas trece años de edad y padecía una grave anorexia desde los nueve. Hasta entonces, sus padres y hermanos no habíamos sido plenamente conscientes de su lucha interna; pero llegó un momento en

que las consecuencias eran terrible-mente evidentes.

Nuestra hermana, que había sido la alegría de nuestra familia, apenas si sonreía. Por el contrario, tenía una mirada contenida de aislamiento. Mientras más la animábamos a comer, más nos rechazaba. Mis padres observaban impotentes cómo seguía perdiendo kilos a pesar de que estaba ya en los huesos. Dedicamos horas a la oración y mantuvimos lar-gas charlas con ella hasta altas horas de la noche para ayudarla a afrontar la realidad: si no empezaba a comer, su vida se apagaría.

Nuestros padres eran misioneros, y de mis hermanos, todos los que habían alcanzado la mayoría de edad también. Las navidades anteriores se habían destacado por la emoción de montar una función navideña y presentarla en orfanatos y hogares para jubilados. Pero aquella Navidad era distinta. Los preparativos se alargaban, y la acostumbrada atmós-fera festiva quedó desplazada por una marcada tensión. No sabíamos qué hacer. A Eiko se le acababa el tiempo.

Entonces apareció el germen del cambio, cuando a mi padre se le ocurrió una idea mientras oraba: «Ve a Niigata en Navidad, realiza allí labores humanitarias. Invita a Eiko».

La necesidad era evidente, ya que hacía poco un fuerte terremoto había sacudido a Niigata, y muchas familias habían quedado sin hogar y vivían en albergues. ¿Aguantaría Eiko el viaje?

Le preguntamos si quería ir, y por primera vez en mucho tiempo se vio en sus ojos un destello de interés.

Durante los cinco días que estuvimos en Niigata nos presenta-mos en tres gimnasios escolares que hacían las veces de albergues. En cada uno había cientos de personas. Actuamos, interpretamos canciones, confeccionamos figuras con globos que luego regalábamos a los niños y abuelos, y a todos les dimos libritos de lecturas reconfortantes. A medida que nos dábamos a los demás, se iba despertando en nosotros el espíritu de la Navidad. Eiko también lo sin-tió. La sanación había comenzado.

Al cabo de una semana, comía más de lo que había comido en muchísimo tiempo. En Niigata redes-cubrimos el secreto para ser felices en Navidad y a diario: entregándonos a los demás, nos renovamos.

Tomoko Matsuoka es autora de contenido de My Wonder Studio1, un sitio web cristiano orientado a la formación de la niñez. Vive en Chiba ( Japón). ■

SANACIÓN EN NAVIDAD Tomoko Matsuoka

1. www.mywonderstudio.com

tercera fila, yendo de derecha a izquierda; Eiko, la tercera.

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Todos conocemos la historia del nacimiento de Jesús. La hemos visto retratada en tarjetas navideñas y en belenes: María con su vestimenta larga y suelta, el establo bien arreglado, y el Niño Jesús envuelto en impecables pañales blancos o azules. Pero ¿fue así en realidad el nacimiento del Señor? Muchas veces me he planteado esa pregunta, y creo que ya sé la respuesta.

La Navidad de 2004 estaba en puertas. Había atravesado Uganda con un grupo de voluntarios, desde Kampala hasta una apartada región mon-tañosa del norte, llevando medicamentos, útiles escolares y aparatos de radio. Íbamos a entregar todo eso a los ik, pueblo primitivo que vive de la agricultura y la cría de cabras. En la vida había estado yo más lejos de la civilización.

El atuendo de los pobladores no podía ser más sencillo: cuentas de colores y bandas de tela con las que se cubren los hombros o se envuelven el cuerpo. Viven en chozas de adobe. Nuestras tiendas de cam-paña las instalábamos al interior de las empalizadas con que cercan sus aldeas.

Cada día recorríamos a pie senderos transitados por cabras para llegar a otra aldea, donde la gente se reunía para orar e intercambiar relatos y vivencias.

En la tercera aldea que visitamos, una señora acababa de dar a luz. Toqué a la puerta del centro

médico, que no era otra cosa que una choza con cuatro paredes de adobe.

Entré. El aire estaba viciado. En el piso cubierto de paja, sentada junto a unas brasas, una señora delgada se esforzaba por amamantar a un bebé envuelto en una toalla. Me miró con ansiedad.

—No tengo leche —dijo en su idioma, señalando al chiquitín que chupaba sin sacar una gota.

Un tenue rayo de luz entraba por una abertura que hacía las veces de ventana. Miré alrededor, tratando de imaginar cómo sería dar a luz en tales circuns-tancias. A mis oídos llegaban los sonidos de la aldea: los balidos de las cabras, las risas de los niños que jugaban y la música chirriante y apenas perceptible de alguna radio a manivela.

Salí y llamé a Katerina, políglota checa que nos acompañaba para filmar un documental sobre la comunidad ik. Acordamos dar a la madre la ración leche que nos quedaba.

Mientras Katerina iba por la leche, le pregunté a la madre si podía tomar en mis brazos al niño. Con una sonrisa me lo entregó. Se le cayó la toalla y noté que todavía no lo habían lavado y que el cordón umbilical aún pendía del ombligo.

Un soplo de brisa se coló por el ventanuco. La madre tiritó y se envolvió en su chal.

Entonces evoqué un pensamiento de mi niñez: «Si yo hubiera visto al Niño Jesús, ¿qué le habría regalado?»

Nyx Martínez

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Las semejanzas entre aquella situación y las escenas del nacimiento de Jesús saltaban a la vista.

Me dije entonces para mis adentros: «No, el paralelo es absurdo. ¡Este no es el Niño Jesús, ni estamos en la Belén de hace dos mil años!»

Pero una voz interior me habló aún más fuerte. ¿Importaba acaso que aquella criatura fuera un niño anónimo como tantos? ¿Importaba que su madre fuera una humilde mujer de una tribu aislada y que muy pocos la conocieran o se interesaran por su penosa situación? A pesar de todo, cada detalle de aquel nacimiento era importante para Dios. Sin duda aquella era una representación más fiel del ambiente en que nació Jesús que la idealizada que vemos en la mayoría de las tarjetas de Navidad, nacimientos y cuadros.

«¿Qué le daría yo al Niño?», pensé de nuevo. Recordé entonces las palabras de Jesús: «El que tiene dos camisas debe compartir con el que no tiene ninguna»1.

Justamente, a causa del frío, yo tenía dos cami-setas puestas, y en casa muchas más. No necesitaba dos. Mientras tanto, sostenía en mis brazos una viva representación de ese Nacimiento sin igual celebrado desde entonces por miles de millones de

personas. ¡Aquella era mi oportunidad de darle al Señor algo palpable en Navidad!

Me quité una camiseta y con ella arropé con suavidad al niño. ¡Qué hermoso lucía, y qué orgullosa parecía estar su madre, cuya sonrisa reflejaba una profunda gratitud!

La música de la radio de afuera se oía ahora más nítida. ¡Eran villancicos! «¡Dichosa tierra! ¡Proclamad que vino ya el Señor!»

Así era. Realmente había venido. Aquella no era una representación escénica realizada por actores con el vestuario de rigor. Era verídico. De todo lo que había visto yo, aquello era lo más próximo a como debió de ser el nacimiento del Señor.

Terminó la canción que se oía por la radio y empezó a sonar otra: «La noticia sin igual el ángel la dio a los fieles pastores del campo en Belén…»

Allá, lejos de la civilización y del acostumbrado oropel navideño, junto a unos humildes cabreros en las montañas de una apartada región de Uganda, reviví el nacimiento de Jesús.

Ny x M artínez es cronista de viajes y pr esentador a del canal de televisión Living Asia Channel. Se pueden seguir sus viajes en w w w.n y xmartinez.com. ■1. Lucas 3:11 (NVI)

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Page 12: Diciembre de 2012: Una Navidad llena de amor

Todos los años, poco antes de Navidad, me tocaba acudir a la misma oficina a hacer unos trámites. Normalmente mi visita resultaba muy fácil y placentera gracias a la ayuda de Judy, una de las chicas que trabaja allí.

Cierto año, al cabo de unos minutos de conversación, Judy prorrumpió en llanto. A su marido le había reaparecido el cáncer. Ya le habían extirpado un tumor del hígado, y los médicos le auguraban poco tiempo de vida.

—Thomas tiene apenas 42 años —expresó Judy entre lágrimas—, y nuestros dos hijos son muy pequeños todavía.

Recé con ella para que Dios le diera paz y para que sanara a Thomas si esa era Su voluntad.

Judy me sonrió entre lágrimas y me lo agradeció. Cuando la llamé por teléfono al día siguiente, me contó que a su marido le iban a

practicar unos exámenes en un plazo de dos semanas y que entonces tendrían una idea más precisa de cuánto tiempo de vida le quedaba. Convinimos en hablar más del tema cuando fuera a su oficina a terminar mi trámite antes de Año Nuevo.

Pasada ya la Navidad, todavía me daban vueltas por la cabeza algunos pasajes del villan-cico Adeste fideles cuando me puse a buscar unas lecturas para Judy y Thomas, entre ellas un libro de reflexiones y promesas consoladoras para quienes están próximos a morir y para sus allegados. Se titula Vislumbres del Cielo. Me imaginé que iban a necesitar mucho aliento.

Llegué a la oficina, pero Judy no estaba en su escritorio. Supuse que estaría con su marido. Sin duda en aquellos momentos era más importante que ella estuviera a su lado que en la oficina.

De golpe entró, y al verme se le iluminó el rostro. Me explicó que en el último examen que le habían practicado a su marido no se había encontrado ningún rastro del tumor canceroso que el mismo médico le había mostrado claramente en la ecografía anterior, antes que orásemos por su curación. Había desaparecido por completo. El médico estaba perplejo.

Judy y Thomas se pusieron eufóricos. Quisieron llamarme para contarme aquella estupenda noticia, pero no encontraron mi número de teléfono. Judy y yo dimos rienda suelta a nuestra alegría ahí mismo en la oficina.

Al mirar el ejemplar de Vislumbres del Cielo que todavía tenía en la mano, me di cuenta de mi poca fe en que Dios respondería nuestras plegarias. Me sentí un poco avergonzado por eso, pero a la vez muy feliz del maravilloso obsequio que Dios había hecho a Judy y Thomas aquella Navidad: el regalo de la vida.

Michael Palace es profesor entre los aborígenes de las zonas montañosas de Taiwán. ■

EL REGALO DE LA VIDAMichael Palace

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Page 13: Diciembre de 2012: Una Navidad llena de amor

Me encontraba pasando una temporada con mi abuela justo en las afueras de la ciudad de Atlanta. En todos los aspectos era estupendo, salvo cuando tenía que trabajar conectado a Internet. Una mañana, poco antes de Navidad, como necesitaba responder a algunos mensajes importantes, decidí dirigirme al punto de acceso Wi-Fi más cercano y ocuparme de eso antes de hacer unas diligencias e ir por un café.

Llegué al primer sitio que encontré, y no conseguí conectarme a Internet. Fui a otro, pero no se podían enviar correos electrónicos a través de aquella red. Exasperado, me dirigí a Starbucks.

Aunque me costó encontrar estacionamiento, al cabo de un rato se desocupó una plaza. Como estaba atrasado decidí abrir mi portátil en el auto, conectarme con el Wi-Fi de Starbucks y responder los mensajes

—¿En serio?—Sí, señor. Me dijeron que

le deseara una feliz Navidad y que aña-diera a su pedido lo que usted quisiera.

—Está bien, entonces. Ponle el doble. Estás segura, ¿no?

—Sí, señor. En un minuto estará listo.

Cuando trajo el café a la ventani-lla, le pregunté,

—¿Qué pidió el auto que viene detrás?

—Un café grande y un donut.—Bien, me gustaría pagar su

pedido. Deséele una feliz Navidad de mi parte.

—Sí, señor. Lo haré.—Y usted también, ¡que tenga

unas felices fiestas!Más distendido, con una sonrisa

en el rostro y viendo mi pequeño mundo más objetivamente, emprendí el regreso a la casa de mi abuela.

Scotty Crowe es actor. Vive en Los Á ngeles (EE .UU.). ■

DOBLEMENTE ESTIMULANTE

Lo que me despertó en StarbucksScotty Crowe

electrónicos desde allí. Cuando terminé, opté por pasar por la ventanilla de servicio en el auto de Starbucks para evitar la congestión que había dentro de la cafetería. Alcanzaba a ver una cola de 10 per-sonas en la tienda, y solo un auto en el carril de atención en el auto.

Me detuve frente a la ventanilla y pedí un Venti Red Eye, un vaso grande de café con un poquito de expreso añadido. La chica que me atendió me indicó el total y avancé hacia la siguiente ventanilla. Al llegar, la dependienta me preguntó:

—¿Cuánto expreso quiere en el café?

Algo inquieto y confundido, le respondí:

—No entiendo. ¿No viene siempre igual?

—Sí, pero a veces la gente quiere doble cantidad de expreso. Y el auto anterior pagó la bebida de usted. Me dijeron que le deseara una feliz Navidad.

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Es Navidad cada vez que Dios se sirve de ti para manifestar Su amor a otras personas. Efectivamente, es Navidad cada vez que sonríes a un hermano y le tiendes la mano. Madre Teresa (1910–1997)

El mejor regalo de Navidad es vivirla con generosidad. Richard van Dyke (1925– )

Cristo no vino para acabar con el sufrimiento ni para explicárnoslo, sino para llenarlo con Su presencia. Paul Claudel (1868–1955)

La bisagra de la historia está en la puerta de un establo de Belén. W. S. Sacman. clérigo del siglo xix

La magia de la Navidad está en la alegría de hacer felices a los demás, ayudarnos unos a otros, aligerar las cargas ajenas y colmar de regalos generosos vidas y corazones vacíos. W. C. Jones

Reflexiones

La única persona realmente ciega en Navidad es la que no tiene la Navidad en su corazón. Helen Keller (1880–1968), autora y activista sordociega

La Navidad no es una fecha; es un estado de ánimo. Mary Ellen Chase (1887–1973)

De vez en cuando nos viene bien ser niños, y no hay mejor oportunidad de serlo que en Navidad, cuando su gran fundador también lo fue. Charles Dickens (1812–1870) Yo vengo de ver, Antón,un Niño en pobrezas tales, que le di para pañales las telas del corazón. Lope de Vega (1562–1635)

Este es el mensaje de la Navidad: que nunca estamos solos. Taylor Caldwell (1900–1985)

Bendita sea la temporada en que el mundo entero se une en una conspiración de amor. Hamilton Wright Mabie (1846–1916)

Vive a diario la Navidad,y en la Tierra la paz reinará. Helen Steiner Rice (1900–1981)

Pastores y pastoras,abierto está el edén. ¿No oís voces sonoras? Jesús nació en Belén. Los cantos y los vuelos invaden la extensión, y están de fiesta cielos y tierra... y corazón. Amado Nervo (1870–1919)

Mi idea de la Navidad, por anti-cuada o moderna que suene, es muy sencilla: amar a los demás. Pensándolo bien… ¿por qué esperar a que llegue la Navidad para hacer eso? Bob Hope (1903–2003)

La Navidad más auténtica es la que se celebra transmitiendo la luz del amor a quienes más la necesitan. Ruth Carter Stapleton (1929–1983) ■

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El tema de este ejercicio espiritual es la obra más famosa del pintor británico William Holman Hunt (1827–1910): La luz del mundo.

La solitaria figura que se observa en este cuadro es Jesús. Se lo ve resucitado, vestido con una túnica blanca, coronado de espinas y bañado por la luz. Jesús fue mucho más que un buen hombre o un sabio maestro: fue la encarnación de Dios.

«De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna»1.

Examinando más el cuadro, se nota la oscuridad y desolación que hay en el fondo y en torno a Jesús. Se aprecia una puerta cubierta de zarzas y malezas.

«Las [semillas] que cayeron entre los espinos son los que oyen [el Evangelio], pero se alejan y son ahogados por las preocupaciones, las rique-zas y los placeres de la vida, y no dan fruto»2.

Si observamos la puerta a la que Jesús llama, vemos que no tiene manilla. Simboliza la puerta de nuestro corazón, que solo puede abrirse desde el interior. ¿Has abierto tu vida a Jesús? Él no entrará a la fuerza; tú mismo debes abrir.

1. Juan 3:16

2. Lucas 8:14 (RVC)

3. Apocalipsis 3:20

«He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye Mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»3.

Finalmente, pasemos a la última parte de nuestro ejercicio. Si has invitado a Jesús a entrar en tu vida, ¿en qué medida lo haces sentirse bienvenido? ¿Qué lugar le das?

Para ayudarte a responder a esta pregunta, piensa en los demás integrantes de tu familia. (O si vives solo, piensa en tu niñez.) Los saludas por la mañana. Te interesas por su felicidad y bienestar. No pintas las paredes de otro color sin antes consultar con ellos. Cuando vienen amigos de visita, se los presentas. Si traen las com-pras o ayudan con las tareas del hogar, se lo agradeces. Te sientas con ellos a conversar. Comes en la misma mesa. Sería de mala educación hacer como si no existieran u olvidarse de su presencia.

Al recordar el nacimiento de Jesús este mes, piensa en el lugar que ocupa Él en la casa de tu vida.

A bi M ay es docente y escr itor a. Vive en el R eino Unido y es columnista de Conéctate . ■

ABRAMOS LA PUERTAEjercicio espiritualAbi May

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De Jesús, con cariño

Mi nacimiento fue un amoroso regalo que Mi Padre le hizo al mundo, pero también un obsequio para ti personalmente, un obsequio que no ha perdido ni pizca de vigencia.

Para quienes vieron la estrella, el coro de ángeles o el niño en el pesebre, fue una experiencia espiritual inesperada y sobrecogedora. Para los benditos —pocos, por cierto— que reconocieron al Mesías en aquel bebito, fue un sueño hecho realidad. Para ellos y para muchos millones más que desde entonces han creído, es la puerta de acceso a la vida eterna. Y eso no ha cambiado en la actualidad. Si celebras la Navidad en espíritu y en verdad, puedes sentir la misma admiración y gozo inefable, y ser beneficiario de la misma promesa.

Sin embargo, hoy la Navidad es más que eso. Es más que un regalo personal que te hace Mi Padre: es un intercambio de regalos. Para ti es una ocasión singular en que te empapas de Mi amor y revives el prodigio de Mi nacimiento. Pero también es muy significativa para Mí, pues te tomas más tiempo para amarme, darme las gracias y alabarme por todo lo que he hecho por ti. Aunque te cueste entenderlo, Yo necesito y aprecio tu amor tanto como tú el Mío. De modo que si no sabías qué regalarme esta Navidad, ya lo tienes. Hagamos de esta Navidad una fiesta muy especial intercambiando el mejor de los regalos: nuestro amor.