diario de una mochila

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Texto que hace un recorrido por las culturas indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta.

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Diario de una mochila Un viaje de 129 aos por la Sierra Nevada y su historia bien pueden cifrarse en solo seis das. O quiz no? Caminos serpeantes, entre el muy cercano olor del mar lejano y las murallas verdes que opacan el sol, a veces avaro con el caminante y, otras, implacable en su certero golpe en la nuca. Historias que se repiten, vidas que no se aprenden.

Texto: Camilo Alzate. Fotos: Rodrigo Grajales.Da 1. Enero. 2015.Cruzar la Sierra Nevada de Santa Marta de sur a norte. Queremos cruzarla en una semana. Nos acompaa un lugareo que sabe los senderos. Parece razonable partir de Atnquez a la caada del Guatapur, pasar La Nevadita al costado en dos, tres das, subir la aldea Kogi de Makotama, y descender siguiendo el ro Palomino otras tres jornadas. En el mapa es cerca. De los nevados al mar, se dice por ah, no hay ni 50 kilmetros en lnea recta.Guatapur no es uno, son dos, el ro helado y el pueblo a orillas, que de entrada nos recibe enrarecido. Aunque impregnado de cultura costea, pertenece ms bien a la tierra fra. Ya es trillado eso del Caribe imperio de la desmesura. Ac reinan la parquedad, la moderacin, incluso el silencio: un inconfundible casero de montaa. Del cerro La Bveda chorrea brisa templada. Esta ltima comunidad Kankuama subiendo la Sierra luce original: su vecindad inmediata con otras tribus del corazn del mundo permea lo cotidiano. La rutina de los tejidos, el uso del poporo, la tradicin de la piedra, el intercambio en trueques, el misticismo y la parquedad de los habitantes se perciben naturales. Pienso que arriba nadie, ni siquiera los colonos, necesitaran fingirse nativos porque lo son espontneamente, sin poses ni discursos ni argumentaciones elaboradas. El nico paso vehicular sucumbe al final de Guatapur; la carretera que viene de Atnquez -fangal desde que recuerdan- fue pavimentada no har mucho con piedras redondas, al uso de los senderos aborgenes de la Sierra. Se desprende un enredo de pasadizos sin orden, callejones, atajos al ro. Los cercos separando patios no son cercos, son tapias de piedra apilada. Los caminos de la montaa tambin van alfombrados en piedra. Roca y sosiego. Pareciera, en efecto, que la tarde nos encontrara en un pueblo de piedra. De hilo y piedra.Con el sereno Judith Pacheco Mindiola sali al portn, como el resto de mujeres, a hilar cordeles finos sujetados de los almendros que dan sombra en el da. Decenas de metros que giran, se retuercen, envolviendo filamentos rubios, van estirando la cabuya. Hilan hebras para sus mochilas kankuamas originales, de fique, porque esas que venden ahora en lana de ovejo son imitacin de las que tienen los arhuacos, aclara Judith, presidenta de la asociacin de mujeres que hace dos dcadas mantiene viva la tradicin. Uno supondra que ella, tan alta y blanca, esos rasgos finos, esos labios delgados, sera una seora mestiza de Antioquia o del eje cafetero. La entonacin vallenata la descubre: No seores, yo soy kankuama... Y a mucho honor!.Ofreciendo artesanas de sus compaeras, un mes viaja a Bogot a congresos indgenas; en carnavales arrima por Barranquilla; luego anda en Medelln en una feria de artesanos, por Bucaramanga, por Santa Marta en eventos. As consiguen desenredar el negocio de esas maraas de intermediarios que desvanecen las ganancias antes de tocar las manos de las tejedoras nativas. Estas prendas autctonas, populares en el Caribe -las famosas mochilas atanqueras rays o rayadas- eran bien apreciadas por campesinos de cinagas y sabanas debido a su resistencia y belleza.Los periodistas quieren el souvenir de rigor, entonces, los mete adentro. Vengan les muestro. Destapando un bulto repleto de diseos y tamaos, la animada conversacin ataviada de mochilas pronto conduce al xtasis. A nadie le quedan miradas para un tro de soldados que desciende del puesto militar. Seis perros entablaron un debate de ladridos que ya es reyerta. Las quiero todas, escucho desde fuera. Mochilas y ms mochilas. Hay colores que hipnotizan, colores que ensordecen, que no dejan or los cuatro disparos en la colina. Pero puede que nada ms fueran tres. Es polgono, murmura el baquiano de la zona que nos acompaa. Por cmo suenan son tiros a ras del piso. Ni los soldados se inmutan. Cada nuevo diseo hermoso opaca los anteriores. Son tiros a ras del suelo? Seguro que s. Ac tienen cara de saber sobre esas cosas. Da 2. Agosto. 1997.Un ao ajustaba la peste del maguey hayalero, la penca gruesa de hojas largas y anchas, con bordes aserrados, de donde extraen la fibra de fique. La marchitez y los cogollos podridos coincidan con la sequa en la regin; la naturaleza zanjaba por sustraccin de materia aquel oficio antiguo que -obviando los cultivos ilcitos- constituye una de las pocas fuentes de ingresos monetarios en la Sierra Nevada. La Asociacin de Artesanas Indgenas Kankuamas, contando pocos aos de existencia, sorteaba carencia tras carencia. A mediados de 1996 circulaba el rumor que un nuevo grupo armado se mova en la montaa, donde las guerrillas llevaban dcadas asentadas. Tendiendo ropa, las seoras relataban sucesos macabros en los solares. Los jornaleros afirmaban que era mejor no pedir trabajo en tal vereda, ni caminar por tales caadas. Que a esa finca se la coma la maleza. Que aquellos ganados se malograron.Las guerrillas trenzaron su control territorial resguardando cultivos de coca. Mataban colaboradores del ejrcito o muchachos desertores, y con frecuencia diriman conflictos con los colonos, solucionando litigios de linderos, peleas entre vecinos, robos. Autoridad arbitraria all donde nunca hubo autoridad. Molestias personales de familias se diriman con balaceras, o viceversa. La guerrilla se recuerda con miedo camuflado de respeto. Algunos con evidente recelo y desconfianza, otros con mal disimulada simpata. Los guerrilleros impusieron una calma de fusiles. Pero, paradjicamente, era calma.Ac la guerra fue una vaina tesa, muy dura. Judith anud soltando la mirada del hilo. Muy dura, oste?.S, oigo. El Bloque Norte de las Autodefensas Unidas de Colombia, grupo paramilitar de derecha, bajo instrucciones de Rodrigo Tovar Pupo, alias Jorge 40, incursion primero en la va Valledupar-Bosconia, en el casero de Mariangola. Asesinaron miembros de una familia campesina. Montaron retenes y ejecutaron homicidios selectivos en La Mina y Ro Seco, aldeas bajas del territorio kankuamo. Acostumbraban moverse de noche, caravanas que franqueaban los puestos militares sin inconvenientes. Un da estuvieron por Pueblo Bello, los vean en El Copey, aparecieron alguna vez en Patillal. Pero no fue sino hasta agosto de 1997 que los rumores se volvieron certezas. Camionetas con medio centenar de encapuchados ocuparon Atnquez, lista en mano eligieron a los hermanos Yailson y Eudes Villazn Arias, y a Otoniel Donado. Aquella incursin inaugura un perodo de exterminio en el territorio kankuamo. Desmovilizados sealan que la ordenaron Hernandito Molina Arajo y Jorge 40 para castigar al poblado que consideraban guarida de Freddy Arias, un comandante del Ejrcito de Liberacin Nacional guerrilla de izquierda que de tiempo atrs tena azotados a los poderosos ganaderos en Valledupar.El diario El Tiempo alert entonces del peligro que corran las artesanas tpicas a causa de la peste del maguey hayalero. La plaga atacaba las plantas hasta inutilizarlas. Curiosamente, la fabricacin de mochilas declinaba por dolencias ms humanas. Disputando el dominio de la Sierra Nevada, los paramilitares junto al ejrcito nacional libraron una guerra sin piedad contra las guerrillas. Las comunidades estigmatizadas con la histrica presencia subversiva acarrearon la mayor desdicha. El maguey hayalero continuaba secndose podrido en los potreros abandonados. Y aunque brotara frtil, nadie se atreva a subir al monte a buscarlo.Da 3. Enero. 2015.Cruzar la Sierra fue una odisea. Tres das volteamos las pendientes de Marumake, del cerro La Bveda, la cuchilla de la quebrada Makana. Terminamos reversando el cerro Bukunkusa, un peasco negro y redondo, sin permiso para atravesar los pramos. De regreso, Judith ensea mochilas nuevas. La compraventa reinicia. En el saln se arrinconan sacos de caf, al lado varios manojos del fique bruto, sin cardar, fajos tasados en libras que los kogi cambian por mantas de cotn, sal, bastimentos. Parece una costumbre primitiva, sin embargo el negocio de las mochilas demanda una complicada organizacin, divisin especializada del trabajo, modelos asociativos, intercambios tribales y, finalmente, comercializacin local y en el extranjero. Empieza por el maguey, que no es una, sino siete plantas distintas. El mejor el hayalero- mezcla resistencia con relativa suavidad en la fibra. Crece silvestre en toda la Sierra, como los dems, sin necesidad de cultivos tecnificados. Recientemente plantaron cuatro hectreas en Los Haticos (Atnquez), motor de gasolina a bordo para el desfibrado. Sin embargo, es tradicin que hombres y nios kogi o wiwa busquen las matas en el campo. Cortan las hojas y pelan el fique tendido al piso, sujetado bajo el pie, con una rstica paleta de macana rastrillando la fibra fuera. En los 80 lo importaban de lugares distantes como los Santanderes.Judith anota que en Guatapur compran al kogi, por $10.000, una libra que rendir dos mochilas medianas. El valor es nominal, en la Sierra las transacciones generalmente son por comida. Lavan el enrollo (la savia de la planta empapa una leche espesa) y lo mordentan con pepas de aguacate para que el tinte surta efecto. Hilan y corchan con carrumba en trenzas de dos cordeles finos. La carrumba es un huso de madera que gira mediante una palanca de cuerda. Cualquier muchachita indgena la maneja con estupenda destreza a temprana edad. La maana de teir las tejedoras se juntan bajo el ramaje del mango, distribuyendo funciones en plena calle. All unas cocinarn tinturas, otras muelen materiales que sus compaeras recolectaron en el monte. El rojo se obtiene con cayena, achiote para el anaranjado, el gris se saca del palo brasil, el violeta lo dan las hojas del morado, destilan de cscaras de cebolla el verde. Hay ingredientes inslitos: bejuco de ojo de buey, corazn de morito, corteza de nola, raz de batatilla, hojas de la enredadera chinguiza, legumbre de dividivi. Ese saber ancestral de artificios y componentes, de maas y brebajes, despreciado casi al olvido, se recuper con ancianas y abuelas que perpetuaban los usos antiguos. Fue tarea de la Asociacin de Artesanos de la Regin de Atnquez, establecida en 1986, simultnea al proceso del renacer kankuamo, movimiento que abander el rescate de la identidad indgena en Atnquez y sus doce comunidades. Judith expone que las tinturas artificiales son baratas y fciles de emplear, por eso reemplazaron las tradicionales en los 60 y 70. Esa tuya, por ejemplo, est pintada con anilina. Una docena de mochilas teidas artificialmente, como la ma, cuestan alrededor de $50.000. Los negociantes las venden muy por encima, ofrecindolas como originales.Hilo teido, a tejer. Los momentos ms inocuos se acompaan puntada a puntada. Durante la charla maanera, en la cama, sobre el burro que va al cultivo, frente al televisor, entre el comadreo nocturno, afuera de la iglesia. La mochila es como el caracol: tiempo que camina con una espiral a la espalda. Tiempo que carga ms tiempo al hombro.Una carguera ($70.000) demora cinco das tejiendo. La tercera ($50.000) tres. Un susugao pequeo ($10.000) gasta una jornada. El chinchorro ($200.000) una semana, o ms. Al final toca venderlas. Es ah que la tira se enreda.

Da 4. Diciembre. 2002.Y volvieron. El 8 de diciembre volvieron. A medioda. Un batalln de encapuchados sacando gente de las casas, del mercado, acorralando alrededores, que nadie escape, vociferando, metiendo sospecha. La segunda masacre de Atnquez quiso vengar el secuestro y asesinato de Consuelo Arajo, que los kankuamos injustamente llevaron encima tantos aos, como si fueran ellos los responsables de la tragedia. No entraron. A Guatapur nunca entraron. Las lomas hostiles de la Sierra disuadan, creyeron que aquel era un casero completo de subversivos. El ejrcito suba con recelo, agarraba detenidos o buscaba milicianos, no pernoctaba mucho por ah, evitando emboscadas.Una semana llegaban unos, abran cuenta y haba que fiarles carne, granos, gasolina. A la semana entrante llegaban los otros y lo mismo. Y todos se iban sin pagar.Judith, adems de tejidos, maneja tienda. Slo ella y tres tenderas lograron mantener abastecido el casero durante aquella tensin insoportable. Los hombres, confinados en las casas, no cogan un carro a Valledupar sin arriesgar que los bajaran y los dejaran acostados en la cuneta. A quin le tocar hoy, comentaban las seoras viendo alejarse la ruta.Mi esposo -dobla la hebra, voltea la aguja- era inspector. Para la guerrilla l defenda al gobierno, lo amenazaron. Pero para el gobierno ac todos ramos guerrilla. Quedamos en la mitad. Te fijas? Me fijo. La calamidad alcanz registros escabrosos cuando iban ms de doscientos kankuamos asesinados, principalmente por paramilitares. El 24 de septiembre de 2003 el gobierno nacional fue obligado en la Corte Interamericana de Derechos Humanos a implementar medidas cautelares de proteccin. Guatapur y Chemesquemena estaban sitiados por la presin militar y paramilitar desde abajo, mientras los frentes de las FARC y el ELN ambas guerrillas de izquierda se atrincheraban en las franjas altas boscosas: sometidos a cuatro fuegos en tierra de nadie, o mejor, en su propia tierra. scar Rodrguez, comerciante barranquillero que pegaba el viaje a comprar mochilas, no volvi. Ni l, ni los dems. Acusaron a la cooperativa de caficultores de fachada de grupos subversivos. La tienda comunitaria, gruan los paras en el retn, era una despensa de los terroristas arriba. Cerr, cuatro aos clausurada. Si sobrevivan a la guerra, los acosaba el hambre. Como cuando temprano las madres mandaban chiquillos casa por casa, averiguando a quin le sobraba una miguita de panela, o ese sbado que, casi a escondidas, rotaron una libra de sal de un solar al otro, atravesando medio pueblo.Abajo no dejaban pasar mercanca, decan que era para abastecer los guerrilleros.La infamia goza de sarcasmo: la moda, caprichosa, se fij en las mochilas de la Sierra aunque resultara una proeza ir a conseguirlas. Los hijos de un poderoso expresidente entablaron multimillonarias exportaciones, adquiriendo artesanas tpicas casi regaladas que luego ofrecan en Europa y Estados Unidos como prendas exticas de lujo: se llevaron buen surtido que nunca pagaron, por eso no les volvimos a vender. La comercializacin siempre ha sido injusta, incluso ahora que no la dominan intermediarios. Calculado por tiempos y costos el trabajo, con el valor actual del producto, cualquiera de las 40 socias gana un promedio de $350 hora. Irrisorio, peroQu ms hacemos? Ac no hay opcin, mejor eso que quedarnos sentadas.No le digo a Judith algo que conoce de sobra. En el interior, en las tursticas metrpolis del Caribe, los almacenes venden las artesanas arhuacas y kogi, arsarias y kankuamas, dos, tres o hasta cuatro veces ms caras de lo que valen en la Sierra. No interesa la calidad. Los mercaderes en San Jacinto ganaban tanto con la mochila atanquera, que la gente la crea errneamente oriunda del pueblo de las gaitas y las hamacas.Mam contaba que en poca de ella los negociantes compraban una docena a cinco pesos. Ya vendemos directamente, ganamos ms.En Guatapur la agricultura es de supervivencia. No hay quehaceres. El caf y la caa tampoco abarcan grandes extensiones. La coca y marihuana, que inyectaron energa descomunal a estos pueblos, prcticamente desaparecieron. Por eso todos cogen el hilo. Tambin los hombres.Hubo un tiempo, no lejano, en que entregaban mochilas a cambio de ron barato y latas de atn. Chinchorros por espejitos. Belleza por baratijas. Da 5. Abril. 1886.Wilhelm Sievers monta el caballo sucio, fatigado de moscas y garrapatas. Exhausto, las temperaturas provocan calenturas malsanas, los aguaceros no dan respiro y los aires infectados del trpico le sofocan. La topografa de la Sierra, abrupta, forma una coleccin de pirmides y tringulos de roca impredecibles como sus tormentas. El joven gelogo traa encargo de la Sociedad Berlinesa de Geografa para levantar un informe que aportara la mayor cantidad posible de datos valiosos sobre la Sierra Nevada y la Serrana del Perij, dos regiones de la nacin virtualmente desconocidas a finales del siglo XIX. Sus averiguaciones alentaran posibles misiones comerciales, enclaves extractivos o aventuras colonizadoras de las compaas europeas.Desembarc en Barranquilla el 9 de enero, siguindole los pasos a Eliseo Reclus y Jos de Breties, que recorrieron la montaa aos atrs. Sievers parti a Santa Marta primero. Con semanas atravesando el macizo y sorteando selvas poco amigables, en una jornada polvorosa Sievers divisa la regin cubierta de guijarros de Atnquez. Ya haba recorrido la vertiente norte de la Sierra, la ms aislada en su tiempo. Visit los asentamientos kogi de Santa Cruz y San Antonio, el valle de San Sebastin de Rbago, el cauce del ro Fundacin. Los indios se dedicaban indistintamente al tejido de mantas, chinchorros, arreos, lazos y bolsos. Admiraba esa destreza con los fiques, con el algodn o las lanas de ovejo. El trueque a forneos lo practicaban desde la Colonia. Esta industria local abasteca mercados de Santa Marta, Mompox, Montera, San Jacinto. Creen que las mochilas de la Sierra lucan en destinos tan lejanos como las islas del Caribe o los conucos llaneros. Sievers observ dispersas por doquiera las abundantes pencas del maguey. Se atrevi a cifrar su lmite superior a 2.100 metros del nivel del mar. Sievers no entendi, no poda entender, esas lunas y esas recitaciones en el fogn, los Mamos explicando a los nios que una diosa milenaria clav un huso afilado en mitad del mar desenrollando la tierra alrededor, como tejiendo un hilo. Ese huso es la Sierra Nevada, Gonawindua, el corazn del mundo.El da que su comitiva arrib al pequeo ranchero contiguo al ro Candela, las mujeres secaban las cuerdas teidas en los callejones. El alemn observa chozas alzadas apenas con barandales de gusimo y macanas. Familiarizado con los entejados de palma, con las tnicas blancas de las ancianas coloreadas por los ventarrones, sonre a los nios desnudos correteando detrs de los hilos. Sievers brinca del caballo embelesado frente al enredo de tiras, de piolas y cuerdas, hilachas, hebras que le tupen la vista, cordeles que le mochan el paso. La escena, tan sorprendente y pintoresca, provoc que ante un auditorio colmado de Berln, donde concurran sabios y eruditos contemporneos en la 59 reunin de mdicos y naturalistas alemanes, el joven explorador afirmase sin vacilar:Todo el pueblo de Atnquez est cubierto con una red de hilos, de manera que es difcil andar a caballo por ah, ya que los animales se asustan cuando entran en el enredo de los hilos.

Da 6. Enero. 2015.Andamos lejos, aguardando caf sin colar en territorio ika. Esta sequa quiere derretir los peascos. A Guatapur lo dejamos por la trocha india pegada al ro y el calor es de otro planeta. Los periodistas estrenan indumentaria tpica. Diseos variados: el ramo, el camino, el caracol, la cocada. Cada motivo conserva un significado, un relato posible, una leyenda trenzada. Pero eso no importa a casi nadie. Cada tamao conserva una funcionalidad dentro de los oficios campesinos: cargar lea, llevar agua, depositar el poporo y la coca que se masca. Pero eso en la ciudad es irrelevante. Las mochilas kogi suelen indicar en lneas y tonalidades el dke y el tuxe (clan y linaje) del propietario. Las kankuamas comnmente revelan el apellido bordado de la familia. Nadie anda sin ellas. Hasta hoy los antroplogos se acaloran discutiendo qu representan los tejidos y sus significados; que si hay maridaje de lo ancestral con la sociedad de consumo, o simple cosificacin de la cultura para ganar algo con las tradiciones. O que as se salva la cosmovisin mitolgica de los pueblos, su resistencia, sus usos, el apego a la identidad. Jorge Elicer Sols, arhuaco fornido y conversador, me cuenta que l no se despega de su mochila.Es como si te vendiera mi seora, entiendes?Entiendo. Y pienso en la ma, en la seora, obviamente. Soy el nico que no compr nada, a estas alturas ya s que por el resguardo Arhuaco tampoco podremos cruzar la Sierra y no me saco de la cabeza el viejo proverbio de los kankuamos en Atnquez: si uno sale sin mochila, sale sin esperanzas.