diario de campo

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eleducador mayo 2008 39 utilidad del diario de campo Investigar nuestra práctica docente: Por Fernando Vásquez Rodríguez D IGAMOS PARA EMPEZAR QUE nuestra profesión se renueva esencialmente investigándola. Aunque los cursos de actualización docente pueden en algo nutrirla o animarla, lo cierto es que sólo cuan- do en verdad nos enfocamos a des- entrañar sus redes de actuación, sólo ahí comienza un genuino proceso de transformación y cambio. Mientras que no sometamos nuestro quehacer de maestros a una pesquisa y sospe- cha investigativas, hasta que no nos dejemos conmover o desestabilizar por alguna pregunta o algún proble- ma relacionado con la docencia, el aprendizaje, la formación o la didác- tica, sólo hasta entonces cobraremos conciencia y entraremos a reformular o replantearnos lo que hacemos coti- dianamente. Precisamente, el diario de campo es un dispositivo estratégico para re- gistrar y al mismo tiempo reflexionar sobre la propia práctica docente. El diario es esa escritura que llevamos al aula, bien cuando nos autoinves- tigamos o cuando indagamos sobre algún colega, y que al momento de plasmar lo que hicimos o lo que vi- mos, al instante de escribirlo, entra- mos en una dinámica reconstructiva, en un estado para el reconocimiento. Porque una cosa es “dictar la clase”, “hacer un taller” y, otra bien distinta, recordar y poner en el papel aquello que se hizo o se observó. En ese inte- rregno pasan una infinidad de cosas y todas ellas generadas por la toma de distancia propia de la escritura. Una de esas cosas es el asombro. Al escri- bir un hecho o una acción observada caemos en la cuenta de su justa valía, nos maravillamos o nos decepciona- mos de ella, nos admiramos por su organización o sentimos el peso de la falta de norte. La escritura, al llevarse al diario, se convierte es un especie de espejo para nuestro mismo quehacer educativo. Nos devuelve a los ojos, en cámara lenta, lo que por el inmedia- tismo y el agite de todos los días, no alcanzamos a mirar o dejamos perder sin darnos cuenta. Pero hay más: sabemos que los mejores diarios de campo no son úni- camente un espacio para el registro escueto, sino un lugar para reflexionar sobre eso mismo que consignamos. Por ende, la escritura convoca a la re- flexión. Para decirlo en una imagen, la reflexión es una especie de aserrín que va produciendo la escritura en la misma medida en que avanza recons- truyendo una actividad o reordenando un proceso. Con esas virutas o moro- nas, la escritura catapulta o impulsa la comprensión de los hechos, el alcance de una propuesta educativa. Hay una simbiosis interesante entre escritura y reflexión, cuando de investigar se trata: la primera alimenta a la segun- da y ésta, a su vez, cuando se vuelve sistemática, dinamiza a la primera. La mediación de la escritura impulsa a pensar mejor; la reflexión continuada, reclama la concreción en una escritu- ra. Y allí, en el diario de campo, puede verse ese juego de mutua imantación, de recíproca influencia: la página de- recha gobernada por la escritura que reconstruye y reedifica; la página iz- quierda regida por la escritura que saca provecho de esa obra en cons- trucción, de esas grafías y esos signos, para levantar un edificio radicalmente nuevo, una obra no de piedra docu- mental sino de esa sustancia incorpó- rea que llamamos razonamiento. Concluyamos: si no dejamos en- trar la investigación a nuestra clase o a nuestra institución educativa segui- remos pensando que todo lo que ha- cemos está muy bien o que los proble- mas educativos dependen totalmente de factores externos, de situaciones ajenas al actuar de nosotros mismos. Y el diario de campo puede ser una mediación extraordinaria para regis- trar lo que hacemos, a la vez que un dispositivo potente para tomar una distancia reflexiva y buscar con ello comprender o mejorar nuestra tarea cotidiana de maestros. OPINIÓN

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Page 1: Diario de campo

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2008

39

utilidad del diario de campo

Investigar nuestra práctica docente:

Por Fernando Vásquez Rodríguez

DIGAMOS PARA EMPEZAR QUE nuestra profesión se renueva esencialmente investigándola.

Aunque los cursos de actualización docente pueden en algo nutrirla o animarla, lo cierto es que sólo cuan-do en verdad nos enfocamos a des-entrañar sus redes de actuación, sólo ahí comienza un genuino proceso de transformación y cambio. Mientras que no sometamos nuestro quehacer de maestros a una pesquisa y sospe-cha investigativas, hasta que no nos dejemos conmover o desestabilizar por alguna pregunta o algún proble-ma relacionado con la docencia, el aprendizaje, la formación o la didác-tica, sólo hasta entonces cobraremos conciencia y entraremos a reformular o replantearnos lo que hacemos coti-dianamente.

Precisamente, el diario de campo es un dispositivo estratégico para re-gistrar y al mismo tiempo reflexionar sobre la propia práctica docente. El diario es esa escritura que llevamos al aula, bien cuando nos autoinves-tigamos o cuando indagamos sobre algún colega, y que al momento de plasmar lo que hicimos o lo que vi-mos, al instante de escribirlo, entra-mos en una dinámica reconstructiva, en un estado para el reconocimiento. Porque una cosa es “dictar la clase”, “hacer un taller” y, otra bien distinta, recordar y poner en el papel aquello

que se hizo o se observó. En ese inte-rregno pasan una infinidad de cosas y todas ellas generadas por la toma de distancia propia de la escritura. Una de esas cosas es el asombro. Al escri-bir un hecho o una acción observada caemos en la cuenta de su justa valía, nos maravillamos o nos decepciona-mos de ella, nos admiramos por su organización o sentimos el peso de la falta de norte. La escritura, al llevarse al diario, se convierte es un especie de espejo para nuestro mismo quehacer educativo. Nos devuelve a los ojos, en cámara lenta, lo que por el inmedia-tismo y el agite de todos los días, no alcanzamos a mirar o dejamos perder sin darnos cuenta.

Pero hay más: sabemos que los mejores diarios de campo no son úni-camente un espacio para el registro escueto, sino un lugar para reflexionar sobre eso mismo que consignamos. Por ende, la escritura convoca a la re-flexión. Para decirlo en una imagen, la reflexión es una especie de aserrín que va produciendo la escritura en la misma medida en que avanza recons-truyendo una actividad o reordenando un proceso. Con esas virutas o moro-nas, la escritura catapulta o impulsa la comprensión de los hechos, el alcance de una propuesta educativa. Hay una simbiosis interesante entre escritura y reflexión, cuando de investigar se trata: la primera alimenta a la segun-

da y ésta, a su vez, cuando se vuelve sistemática, dinamiza a la primera. La mediación de la escritura impulsa a pensar mejor; la reflexión continuada, reclama la concreción en una escritu-ra. Y allí, en el diario de campo, puede verse ese juego de mutua imantación, de recíproca influencia: la página de-recha gobernada por la escritura que reconstruye y reedifica; la página iz-quierda regida por la escritura que saca provecho de esa obra en cons-trucción, de esas grafías y esos signos, para levantar un edificio radicalmente nuevo, una obra no de piedra docu-mental sino de esa sustancia incorpó-rea que llamamos razonamiento.

Concluyamos: si no dejamos en-trar la investigación a nuestra clase o a nuestra institución educativa segui-remos pensando que todo lo que ha-cemos está muy bien o que los proble-mas educativos dependen totalmente de factores externos, de situaciones ajenas al actuar de nosotros mismos. Y el diario de campo puede ser una mediación extraordinaria para regis-trar lo que hacemos, a la vez que un dispositivo potente para tomar una distancia reflexiva y buscar con ello comprender o mejorar nuestra tarea cotidiana de maestros.

OPINIÓN

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