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DIALECTOLOGÍA Y GEOGRAFÍA LINGüÍSTICA

Pilar García Mouton

1. Dialectología

La dialectología es la disciplina que estudia los dialectos, la variación lingüística. Ahora bien, el término dialecto no es fácil de delimitar. Las definiciones suelen diferenciarlo de lengua por razones extralingüísticas —de norma, de cultivo, de estatus, de representación, etc.— sin que se puedan señalar entre ellos otras diferencias sustanciales, aunque los dialec-tos de una misma lengua en general resultan inteligibles entre sí. Etimológicamente dialecto significa ‘modo de hablar’, lo que resulta apropiado, ya que cualquier lengua es o ha sido dialecto y, desde luego, todas viven en estado dialectal. Sin embargo, fuera del entorno aca-démico se tiende a evitar el término dialecto, porque tiene connotaciones que lo oponen a lengua como sistema lingüístico sin prestigio, de segunda categoría. En el último siglo la mayor parte de los países hispánicos ha experimentado cambios cultu-rales profundos que han alterado su realidad dialectal. Comunidades rurales aisladas y poco instruidas, que hablaban variedades conservadoras, se convirtieron en comunidades con hablan-tes conocedores de la lengua de cultura, familiarizados con los medios de comunicación. Estos cambios han marcado, en gran medida, el objeto y la evolución de la dialectología actual. La dialectología hispánica hunde sus raíces en la filología románica europea de la segunda mitad del siglo xix, que descubrió el valor de los dialectos como documentación viva y des-pertó la urgencia por recoger información dialectal. En España, los primeros dialectólogos fueron extranjeros, varios de la escuela de Hamburgo, como F. Krüger, que estudió los Piri-neos, Sanabria y otras zonas del noroeste ibérico; O. Fink y W. Bierhenke, la Sierra de Gata; y W. Bergmann, el Alto Aragón y Navarra. Después se hicieron estudios descriptivos sobre hablas concretas, algunos notables, como el de Alonso Zamora Vicente sobre El habla de Mérida y sus cercanías, mientras que los trabajos de síntesis, como El dialecto leonés de Ramón Menéndez Pidal o El dialecto aragonés de Manuel Alvar, se centraron más en los dialectos históricos. Abundaron léxicos, vocabularios y diccionarios sobre distintas varieda-des, de calidad desigual, obra muchas veces de aficionados. Se puede decir que la dialectología creció como instrumento de apoyo a una filología que buscaba las etapas sin documentar de la evolución lingüística en hablantes sin instrucción, en las faltas de nivelación de sus hablas. Y fue el interés por fijar “fronteras” y “límites dia-lectales” el que impulsó el nacimiento de la geografía lingüística.

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2. Geografía lingüísticaEn los últimos años del siglo xix algunos estudios dialectales ya utilizaban mapas para señalar sus límites y, a partir de aquella primera cartografía dialectal, se desarrolló la geo-grafía lingüística, nombre que traducía la denominación alemana, Sprachgeographie, y la francesa, Geographie Linguistique. También se denomina geolingüística para destacar su carácter lingüístico. En realidad, la geografía lingüística no constituye una disciplina al margen de la dialec-tología, pero se diferencia de ella fundamentalmente en que estudia la variación de la lengua en el espacio. Es “un método dialectológico y comparativo [. . .] que presupone el registro en mapas especiales de un número relativamente elevado de formas lingüísticas (fónicas, léxicas o gramaticales) comprobadas mediante encuesta directa y unitaria en una red de puntos de un territorio determinado” (Coseriu 1991: 102). un geolingüista reúne datos simi-lares en una serie de lugares, dentro de una sincronía convenida y de acuerdo con unas exi-gencias rigurosas. una vez elaborados, esos datos se cartografían en mapas, y la suma de ellos forma un atlas lingüístico, un archivo a disposición de todos. Ahora bien, la geografía lingüística abarca el proceso completo: la preparación del trabajo de campo, su realización, la elaboración y el cartografiado de los resultados, pero también —y este es su aspecto más científico, no solo metodológico— el análisis de los mapas. La geografía lingüística hispánica se vincula a la geografía lingüística románica, que nació con el siglo xx. Su fundador, Jules Gilliéron, publicó en 1902 el primer tomo del Atlas linguistique de la France (ALF), que se diferenciaba de la cartografía lingüística anterior porque partía de encuestas directas hechas por un investigador preparado, con un mismo cuestionario y recogidas en transcripción fonética en una serie de puntos de toda Francia. Los estudios que Gilliéron hizo sobre los mapas del ALF sirvieron para explicar la vida de las palabras y la variación en las hablas vivas. Por primera vez el trabajo puntual de los estu-dios dialectales se vio superado por el estudio de la variación lingüística en el espacio.

3. Perspectivas históricas y teóricasEn la geografía lingüística europea se distinguen varias etapas que responden a la evolución histórica de la disciplina. La primera fue la de los grandes atlas nacionales, atlas de gran dominio, que siguieron al atlas francés. En España, Antoni Griera publicó, entre 1923 y 1926, cuatro fascículos del Atlas Lingüístic de Catalunya, una obra que no superó los pro-blemas metodológicos del ALF. La innovación mayor se debe a Karl Jaberg y Jakob Jud, discípulos de Gilliéron, y su Atlas Italo-Suizo, el Sprach- und Sachatlas Italiens und der Südschweiz (AIS) (1928 y 1940), dedicado a los dialectos retorrománicos y a los italianos. utilizaron varios cuestionarios que ordenaban los conceptos por bloques semánticos, apoyándose en la cultura popular, como defendía el movimiento Wörter und Sachen ‘Palabras y cosas’. Más de cuatro mil fotogra-fías y dibujos mostraban la relación entre las palabras y las “cosas”: por ejemplo, junto a los nombres del concepto ‘cuna’, reproducían los diferentes tipos de cuna que encontraron. Sus mapas contenían muchas informaciones complementarias y la referencia al mismo concepto en otros atlas publicados. El AIS se tomó como modelo y, a partir de entonces, casi todos los atlas pasaron a ser lingüísticos y etnográficos. En 1910 Menéndez Pidal se había planteado la necesidad de hacer un atlas, el que sería el Atlas Lingüístico de la Península Ibérica (ALPI), que estudió las variedades románicas peninsulares (con las islas Baleares). Tomás Navarro Tomás, su director, contó con la ayuda

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de Amado Alonso para redactar el cuestionario y comenzó las encuestas en 1931, con un equipo que se repartía los dominios lingüísticos: Aurelio M. Espinosa hijo, Lorenzo Rodrí-guez-Castellano, Aníbal Otero y Manuel Sanchis Guarner hicieron la zona castellanoha-blante; Aníbal Otero y Armando Nobre de Gusmão, la zona gallegoportuguesa, y Francisco de B. Moll y Manuel Sanchis Guarner, la de hablas catalanas. Navarro Tomás y sus colabo-radores fueron publicando, sobre todo en la Revista de Filología Española, importantes trabajos derivados. Amado Alonso, nombrado entre tanto director del Instituto de Filología de Buenos Aires, puso en marcha la Biblioteca de Dialectología Hispanoamericana, que ya en 1930 editó obras tan importantes como los Estudios sobre el español de Nuevo Méjico, de Aurelio M. Espinosa, o los Problemas de dialectología hispanoamericana del propio Alonso. El ALPI no se pudo terminar en los plazos previstos porque la guerra civil española lo interrumpió en 1936, con las encuestas del dominio castellano acabadas, las del catalán casi terminadas y atrasadas las del gallegoportugués. Navarro Tomás decidió entonces llevarse al exilio americano los materiales, para protegerlos, pero, cuando resultó evidente que no vol-vería a España, negoció con Menéndez Pidal que algunos de sus antiguos colaboradores terminasen y editasen el atlas en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en Madrid. El resultado fue la publicación en 1962 de un único volumen con 75 mapas de fonética, lo que apoyó la idea equivocada de que el ALPI era meramente fonético y no recogía las innovaciones del AIS (Navarro Tomás 1975). Desde el año 2009, un proyecto del propio CSIC, coordinado por Pilar García Mouton, se ocupa de la edición electrónica de todos los materiales del atlas de gran dominio peninsular [www.alpi.csic.es]. En 1939 Albert Dauzat planteó un atlas nuevo para Francia, el Nouvel Atlas linguistique de la France par régions (NALF), formado por atlas regionales. Con este proyecto se inau-gura la segunda etapa geolingüística, la de los atlas regionales o de pequeño dominio, aunque se siguieran haciendo atlas de una nación o de un determinado ámbito. En España cabe des-tacar el Atlas Lingüístico Galego (ALGA) (1990–2003), dirigido por Constantino García y Antón Santamarina y realizado por Mª Rosario álvarez Blanco, Francisco Fernández Rei y Manuel González González; el Atlas Lingüístic del Domini Català (ALDC) (2002–2012), en cuyos comienzos intervinieron Germà Colon y Antoni Mª Badia Margarit, prácticamente acabado gracias a Joan Veny, su director, y a Lídia Pons Griera; y el atlas vasco, Euskararen Herri Hizkeren Atlasa (EHHA) (2010), de Gotzon Aurrekoetxea y Charles Videgain. Con mapas elaborados del ALDC, J. Veny ha redactado el Petit Atles Lingüístic del Domini Català (PALDC) (2007–2013), un didáctico atlas sintético. La metodología geolingüística pasó pronto a América, donde K. Jaberg asesoró el Atlas Lingüístico de los EEUU y Canadá, dirigido por H. Kurath. Para el español americano resultó fundamental la publicación en 1945 del Cuestionario Lingüístico Hispanoamericano de Tomás Navarro Tomás, guía de muchos trabajos posteriores, y su libro El español en Puerto Rico. Contribución a la geografía lingüística hispanoamericana (1948) que, en rea-lidad, fue el primer atlas lingüístico del español, precursor en muchos aspectos de los atlas de pequeño dominio elaborados. El tiempo ha demostrado que no tenían sentido los recelos sobre si sería o no sería útil en América una metodología nacida en Europa para el estudio de dominios lingüísticos patrimoniales. En la línea de los atlas regionales europeos, Manuel Alvar concibió el primero de sus atlas regionales españoles, el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Andalucía (ALEA), en cola-boración con Antonio Llorente y Gregorio Salvador (1961–1973), cuando todavía no se había publicado el vol. I del ALPI. El ALEA sirvió de modelo al atlas de gran dominio americano ALEC, Atlas Lingüístico-Etnográfico de Colombia (1981–1983), y a otro menor,

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el Atlas Lingüístico-Etnográfico del Sur de Chile (ALESuCh) (1973), dirigido por Guillermo Araya y realizado por Constantino Contreras, Claudio Wagner y Mario Bernales. Otros atlas similares se han hecho en Argentina, en Chile, etc. M. Alvar fue sumando atlas con la misma metodología: el Atlas Lingüístico y Etnográfico de las Islas Canarias (ALEICan) (1975–1978); el Atlas Lingüístico y Etnográfico de Aragón, Navarra y Rioja (ALEANR) (1981–1983), con Tomás Buesa, Antonio Llorente y Elena Alvar, y el Atlas Lingüístico de Castilla y León (1999). En 1984 publicó, con Antonio Quilis, el cuestionario del Atlas Lingüístico de Hispanoamérica, base de sus trabajos americanos, que fueron apareciendo a partir del año 2000 en forma de estudios parciales con mapas. Entre tanto, Juan M. Lope Blanch presentó en 1990 el Atlas Lingüístico de México (ALM), un atlas de gran dominio innovador, de orientación sociolingüística, como el Atlas Lingüís-tico Diatópico y Diastrático del Uruguay (2000) de Harald Thun y Adolfo Elizaincín, ambos con un cartografiado complejo. Otros atlas americanos interesantes en una línea cercana son los coordinados por Miguel ángel Quesada Pacheco en el marco de su proyecto de un Atlas Lingüístico Pluridimensional de América Central (ALPAC). A finales de 2013 se presentó el Atlas Lingüístico de Cuba (en prensa), con pluralidad de informantes de distintos niveles, mapas elaborados y un apéndice de entonación. Estos trabajos geolingüísticos contribuirán a resolver la cuestión de cómo se podrían definir las áreas dialectales del español americano, que tanto preocupó a lingüistas como J. P. Rona, que planteó los principales Aspectos meto-dológicos de la dialectología hispanoamericana. Otros importantes trabajos se centraron en variedades nacionales, como El español de la Argentina y sus variedades regionales, coor-dinado por Mª B. Fontanella de Weinberg, o en el concepto de “americanismo”. En España, donde la dialectología se ha orientado hacia trabajos cercanos a la sociolin-güística, como los de Julio Borrego Nieto para el mundo rural y los de Juan Villena para el urbano, y tesoros lexicográficos inaugurados por el Tesoro lexicográfico del español de Canarias de Cristóbal Corrales, Dolores Corbella y Mª ángeles álvarez, el Atlas Lingüís-tico y Etnográfico de Castilla-La Mancha (ALeCMan) (2003), dirigido por Pilar García Mouton y Francisco Moreno Fernández [www.linguas.net/alecman.es], mantiene la metodo-logía de los atlas regionales anteriores, combinándola con innovaciones metodológicas de corte sociolingüístico. Junto a los atlas de grande y pequeño dominio, se han hecho otros de mínimo dominio —como llamó en su día Alvar al Atlas Lingüístico y Etnográfico de Cantabria (ALECant) (1995)—, con las ventajas de los regionales, pero necesitados de contexto. Suelen estudiar zonas de interés, como el Atlas Lingüístico de El Bierzo de Manuel Gutiérrez Tuñón (1996–2002) o el Atlas Dialectal de Madrid (ADiM) de Pilar García Mouton e Isabel Molina Martos (en prensa), un pequeño atlas sociodialectal. A grandes rasgos se puede decir que la evolución ha ido de los grandes atlas a los atlas pequeños, pero también se puede comprobar que, por diversas causas, las distintas etapas se han superpuesto a lo largo de la historia (García Mouton 1994). Por otra parte, después de las guerras surgió en Europa un movimiento de colaboración que planteó atlas de las dimen-siones del Atlas Lingüistico del Mediterráneo, dirigido por Miro Deanović, a partir del que surgieron el Léxico de los marineros peninsulares de Manuel Alvar (1986–1989) y otros. Actualmente dos macroatlas europeos incluyen variedades hispánicas: el Atlas Linguarum Europae (ALE) y el Atlas Linguistique Roman (AliR), dos atlas secundarios, sintéticos, interpretativos, de enfoque motivacional, que salvan las distancias culturales con expertos de cada dominio lingüístico. Junto a ellos no hay que olvidar el AMPER, Atlas Multimédia Prosodique de l’Espace Roman, dirigido por Michel Contini (2002), que estudia la prosodia de variedades hispánicas europeas y americanas.

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4. Metodología: conceptos y evoluciónLos primeros trabajos de campo no solían describir su metodología. Lo habitual era que el dialectólogo se instalara en una comunidad —como los antropólogos que practicaban la “observación participante”— para reunir los materiales de una monografía más o menos exhaustiva, no siempre contextualizada. Esto ya suponía un avance, teniendo en cuenta que los lingüistas de fines del xix con frecuencia obtenían sus datos sin desplazarse, enviando encuestas por correspondencia a curas, maestros o eruditos locales. En cambio, los primeros dialectólogos que hicieron geografía lingüística tuvieron que explicar qué método garantizaba el rigor de sus trabajos. Aunque compartían bases metodo-lógicas con los autores de monografías y léxicos locales, los geolingüistas buscaban caracte-rizar la variación de la lengua en un territorio más amplio, ver su comportamiento en el espacio, de ahí que los atlas aseguraran a las monografías un marco en el que trascender su dimensión local.

4.1. La red de encuestaAntes de empezar el trabajo de campo, el dialectólogo tiene que definir qué va estudiar: la(s) variedad(es) de un lugar, una zona, una región, todo un país. .. En el caso de las monografías resulta más sencillo, pero en el caso de los atlas, como no se pueden investigar todas las localidades, el geolingüista tiene que establecer una red de encuesta con las localidades elegidas. El trazado de la red sigue unos criterios que han ido cambiando a medida que han evolucionado los intereses de los lingüistas. Cuando buscaban datos arcaizantes, escogieron poblaciones rurales aisladas, alejadas de las ciudades, pero actualmente las redes de encuesta incluyen también ciudades y áreas bien comunicadas. Estas redes no siempre tienen la misma densidad. Cuando se estudia un territorio grande, se hace un atlas de gran dominio y la red de encuesta tiene menos puntos que cuando se investiga un territorio reducido. K. Jaberg argumentó la necesidad de que coexistieran atlas de gran dominio y atlas de pequeño dominio, ya que son complementarios: los primeros caracterizan grandes espacios; los segundos profundizan en las hablas y la cultura de un territorio menor (Jaberg 1954–1955). Mientras un atlas de gran dominio gana en visión de conjunto lo que pierde en detalle, un atlas de pequeño dominio sorprende por sus resultados, pero necesita enmarcarlos en otro mayor. A la hora de fijar los puntos, hoy se consideran aspectos como el número de habitantes de la zona, el interés de sus hablas, la cercanía con otra variedad, etc., y también se hacen redes mixtas, con más puntos en ciertas áreas y menos en otras.

4.2. El cuestionarioLas monografías suponen un estudio global; los atlas, en cambio, cartografían una selección de datos representativos de distintos aspectos lingüísticos para conseguir la panorámica de un territorio. En ambos casos la información se obtiene por medio de un trabajo de campo, la encuesta, que hacen el investigador y los hablantes. Para asegurar el rigor de ese trabajo, los investigadores deben conocer la bibliografía sobre lengua, cultura e historia de la(s) comunidad(es) elegida(s). A partir de ese conocimiento, los geolingüistas redactan un cues-tionario, que asegura que se preguntará de la misma manera por los mismos conceptos en todos los lugares. Esta guía suele tener forma de cuaderno, con los conceptos en el margen izquierdo de la página y espacio en blanco detrás para escribir las respuestas. Con el tiempo,

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los cuestionarios han evolucionado: cuando privilegiaban los aspectos fonéticos, se basaban en conceptos que mantenían, por ejemplo, denominaciones herederas de un mismo étimo latino (como pontem ‘puente’); después, fueron agrupando las preguntas sobre léxico por campos semánticos y las completaron con otras de fonética, morfología y sintaxis. Para que sea útil al encuestador sin dirigir en exceso las respuestas del informante, el cuestionario debe estar organizado de la forma más lógica posible. Lo normal es probarlo varias veces antes de darlo por definitivo. Como las comunidades tradicionales eran rurales, los cuestionarios se apoyaban temáticamente en la cultura campesina de sus habitantes. En algunos casos, se completan con dibujos esquemáticos o con fotografías de pájaros, peces, plantas, etc. Aunque han evolucionado, siguen respetando un número amplio de cuestiones heredadas para permitir la comparación con los atlas anteriores. De todas formas, el cambio cultural ha forzado a emplear más de un cuestionario según los tipos de comunidad y, como los intereses científicos han evolucionado, los estudios urbanos adaptan hoy sus cuestiona-rios a otras realidades culturales.

4.3. Encuestador(es) e informante(s)Cualquier encuesta exige la colaboración de encuestador(es) e informante(s). El encuesta-dor debe tener formación en el trabajo de campo, conocimientos del habla de la zona, habi-lidad para la transcripción fonética y sensibilidad lingüística. Su primera tarea consiste en contactar con la comunidad y seleccionar al informante o a los informantes adecuados. La encuesta sigue con flexibilidad el cuestionario, siempre que sea posible en forma de conver-sación dirigida, y las respuestas válidas se obtienen preguntando de forma indirecta. Nunca se debe preguntar, por ejemplo, “¿cómo llaman aquí al arco iris?”, sino “¿cómo llaman al

Figura 1. ALPI 315, Felechosa (Asturias). Encuesta de L. Rodriguez-Castellano

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arco de colores que se ve en el cielo mientras llueve?”. Cuando excepcionalmente se tenga que recurrir a una pregunta directa, habrá que marcar la respuesta como inducida. Las res-puestas se suelen recoger en transcripción fonética, con grabación, o bien se graban para transcribirlas después. El investigador tiene que estar pendiente de cualquier información interesante que surja y de las reacciones de la(s) persona(s) con la(s) que trabaja, para poder interesarla(s) por la mecánica de la encuesta y obtener informaciones al margen del cuestio-nario. Nunca es aconsejable forzar una respuesta, en todo caso habrá que volver sobre una pregunta pendiente o sobre una contestación dudosa, sin corregir al informante. Y conviene recordar que la facilidad actual para grabar la encuesta permite reforzarla en uno de sus puntos débiles, la sintaxis y la entonación, que escapan al trabajo con cuestionario. Grabar textos orales en determinados momentos de la encuesta asegura contar con ejemplos valio-sos de usos sintácticos, procesos de fonética sintáctica, entonación, etc. Se ha discutido si es preferible el encuestador único o varios encuestadores y si es mejor un encuestador de fuera o natural de la zona investigada. Actualmente, siempre que el equipo no sea demasiado grande, tenga una formación y una técnica de encuesta homogéneas, se considera razonable la participación de varios encuestadores, algo que siempre alivia tiempos y gastos. Siempre ha sido más polémico el tema de los informantes, llamados también informado-res, sujetos de encuesta, etc. En la primera época, su elección fue muy errática; después, se establecieron requisitos bastante rígidos: el informante no debía tener instrucción, ni haber viajado mucho, pero debía conocer a fondo la cultura material de su localidad. La tradición prefería que fuese hombre, de edad y nacido en el lugar, aunque algunos encuestadores hicieron encuestas con mujeres, admite la división del cuestionario entre varios encuestado-res y varios informantes, como se hizo habitualmente en el ALPI, o el recurso a informantes secundarios para recoger el léxico de los diferentes oficios. En las monografías nunca se cuestionó el papel de los informantes, aunque de hecho sus resultados correspondieran a una serie de individualidades, pero en los atlas se dudó pronto de la representatividad del informante, porque solían trabajar con uno solo. Ahora bien, los geolingüistas argumentaron desde el principio que en poblaciones pequeñas un informante bien elegido representaba el habla de toda la comunidad. Como reflejo de la evolución teórica, los atlas se preocuparon por incorporar la variación social, y eso se reflejó en la selección de informantes; de hecho, los primeros trabajos sobre diferencias entre la forma de hablar de mujeres y hombres surgieron en el contexto del atlas de Andalucía. Actualmente algunos atlas incluyen ciudades con una selección de informantes por niveles económicos y de instrucción, sexo, barrio, edad, etc., y otros, como algunas monografías, especialmente en América, han optado por la metodología sociolingüística (Ruffino 1999). El resultado de los trabajos aparece en forma de artículos, monografías, léxicos, diccio-narios y atlas. Los atlas pueden reunir diferentes tipos de mapas. En los tradicionales los puntos de encuesta se identifican con unas letras y un número bajo el que se colocan las respuestas en transcripción fonética, sin elaborar, como se muestra en el mapa de las hablas rurales de Madrid. A partir de ellos se pueden hacer mapas elaborados, con isoglosas (líneas que fijan límites lingüísticos), áreas, como en los mapas siguientes, símbolos, etc., para facilitar su lectura. Algunos atlas también incluyen mapas lingüístico-etnográficos, que reflejan la extensión de aspectos relacionados con la cultura popular.

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5. Presente y futuroLa dialectología y la geografía lingüística hispánicas han influido en la evolución del pensa-miento lingüístico al tiempo que se han ido adaptando a ella. Del foneticismo de las primeras épocas pasaron a estudiar la lengua en contexto, un contexto tradicional y rural, al principio, y después abiertamente social (trabajos sobre la forma de hablar de las mujeres, sociolin-güística rural, convergencia dialectal entre campo y ciudad, dialectología urbana, etc.). En algunos países, las actitudes lingüísticas de los hablantes hacia su realidad dialectal han estimulado estudios y obras lexicográficas que responden a esa necesidad identitaria y devuelven a la sociedad la imagen dignificada de su norma local. El interés de los dialectólogos ya no se centra en el trazado de límites e isoglosas, sino en recoger y elaborar datos vivos que evidencian, por ejemplo, que casi todo el territorio románico europeo constituye un continuum lingüístico dibujado por la historia y la geografía. Aunque no basta con publicar los resultados del trabajo de campo y se echan de menos estudios interpre-tativos, resulta esperanzadora una tendencia reciente a considerar estos materiales desde otros enfoques teóricos, a revisitarlos desde la fonética y la fonología, la historia de la lengua, la lexicografía y la lexicología, la enseñanza de lenguas, la planificación lingüística, etc. Por otra parte, es cierto que los geolingüistas han ideado acercamientos productivos a la hora de trabajar sobre espacios tan grandes como los que cubren el Atlas Linguarum Europae y el Atlas Linguistique Roman. El novedoso enfoque interpretativo analiza esas masas de

Mapa 1. ADiM Canastilla

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Mapa 2. áreas de aguijión a partir del SLPI T. Navarro Tomás

Mapa 3. áreas de ustedes a partir del ALEA

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Dialectología y geografía lingüística

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datos a partir de las motivaciones que subyacen en el léxico, identificando capas de pobla-ción, de colonización cultural y religiosa, relaciones entre áreas lingüísticas y áreas genéti-cas, etc. (Alinei 1996). Por otra parte, la informática ha revolucionado los soportes, lo que se traduce en avances notables en ciertos aspectos. Jean Séguy y Henri Guiter desarrollaron en su día las bases teóricas de la dialectometría, que mide la distancia dialectal entre variedades, pero fueron las herramientas informáticas las que hicieron posible un cartografiado refinado a partir de los atlas (Goebl 1992), lo mismo que la aparición de atlas que hablan, donde los mapas incorporan el sonido de las respuestas de los informantes, y de otros atlas que estudian ento-nación. Es un hecho que las posibilidades de presentar los materiales se han multiplicado y que los atlas resultan más atractivos, pero lo importante es que un mapa lingüístico ya no tiene que ser estático y definitivo, puede hacerse prácticamente a demanda de los usuarios, siempre que la base de datos que consultan contemple sus expectativas, y puede incorporar toda la información complementaria que necesite. Es de esperar que la informática ayude a resolver adecuadamente el cartografiado de la pluralidad de niveles y de informantes, aún pendiente, en los atlas de base sociolingüística. De todas formas, para la geolingüística es importante publicar, como se hizo en el pasado, los datos primarios en bruto, para que se puedan utilizar sin restricciones, y dejar su elabora-ción para los estudios secundarios. Se ha progresado mucho en los aspectos formales y en el acceso inmediato a los datos, pero en cierto modo se está diluyendo la continuidad en la forma-ción de los encuestadores y en el trabajo de campo, cuando mantener vínculos con la tradición garantiza la posibilidad de comparar lo actual con estados lingüísticos anteriores. La adapta-ción a los nuevos soportes y la evolución hacia contenidos sociodialectales y sociolingüísticos suponen un enriquecimiento evidente, pero no deben suponer un alejamiento de la dimensión diatópica y la orientación filológica, fundamentales en estos estudios (García Mouton 2014). La dialectología y la geolingüística hispánicas trabajan hoy con las distintas caras de las variedades vivas, considerando etapas del cambio, mezcla de dialectos, contacto entre lenguas y dialectos, etc. Y la conciencia de que la ciudad es un observatorio privilegiado de variación dialectal ha cambiado el foco, dirigiéndolo, entre otros temas, hacia los dialectos urbanos, las actitudes de los hablantes, la nivelación, la convergencia, el peso de la norma y del prestigio, y los procesos de integración lingüística.

BibliografíaAlinei, M. (1996) Origini delle lingue d’Europa. I, La Teoria della Continuità, Bolonia: Il Mulino.Coseriu, E. (1991) “La geografía lingüística”, en El hombre y su lenguaje, 2.ª ed. Madrid: Gredos.García Mouton, P. (2014) “Reflexiones metodológicas sobre lengua y espacio”, en Hernández, E. y

Martín Butragueño, P. (eds.) Variación y diversidad lingüística. Hacia una teoría convergente, México: El Colegio de México, pp. 99–144.

García Mouton, P. (ed.) (1994) Geolingüística. Trabajos europeos. Madrid: CSIC.Goebl, H. (1992) “Problèmes et méthodes de la dialectometrie actuelle (avec application à l’AIS”, en

Iker-7, Actas del Congreso Internacional de Dialectología (1991), Bilbao: Euskaltzaindia, pp. 429–275.

Jaberg, K. (1954–1955) “Grossräumige und Kleinräumige Sprachatlanten”, Vox Romanica, XIV, pp. 1–61, versión española “Atlas lingüísticos de grandes y pequeños dominios”, trad. esp. de J. Mondéjar en Estudios de geolingüística. Sobre problemas y métodos de la cartografía lingüística (1995), Granada: universidad de Granada.

Navarro Tomás, T. (1975) “Noticia histórica del ALPI”, en Capítulos de geografía lingüística de la Península Ibérica, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, pp. 9–20.

Ruffino, G. (1999) Dialettologia urbana e analisi geolinguistica, Palermo: Centro di Studi Filologici e Linguistici Siciliani.

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Lecturas complementariasAlvar, M. (dir.) (1996) Manual de dialectología española. El español de España, Barcelona: Ariel.Alvar, M. (dir.) (1996) Manual de dialectología española. El español de América, Barcelona: Ariel.García Mouton, P. (2014) Lenguas y dialectos de España, 6ª ed. Madrid: Arco Libros.García Mouton, P. (2009) “La investigación geolingüística española en la actualidad”, en Corbella, D.

y Dorta, J. (eds.) La investigación dialectológica en la actualidad, Santa Cruz de Tenerife: Agencia Canaria de Investigación, Innovación y Sociedad de la Información.

Zamora Vicente, A. (1974) Dialectología española, reimp. de la 2.ª ed. Madrid: Gredos.

Entradas relacionadasdialectos del español de América; dialectos del español de España; entonación; fonética; lenguas de España; lexicología y lexicografía; sociolingüística; variación fonética

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