detrás de sus recuerdos

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El primer libro de una trilogía marcada por la vida de un chico. Jerónimo es el protagonista de un mundo espantoso creado por todos a su alrededor. Luego de estar con sus padres, es llevado a un horroroso lugar. Allí aprende que para ser feliz, no hay que tener mucho dinero. Suceden cosas paranormales a este chico. Aunque siempre va a mantener una hermosa sonrisa.

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DETRÁS DE SUS

RECUERDOS

Una vida infeliz

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PRÓLOGO

Cuando pequeño, pensaba que la vida no era nada más que

risas, juegos y estudio. Yo era un niño muy extraño. Algunas

veces sonreía, jugaba, charlaba. Pero otras veces recordaba el

monstruo que vivía en mi casa; mi padre. No quería salir del

colegio a causa de mi temor por él. Yo no solía tener muchos

amigos. Las únicas personas que me acompañaban en el colegio

eran niñas. Odiaba juntarme con los niños ya que eran demasia-

do bruscos para jugar conmigo. Cada noche en mi casa, escu-

chaba los golpes que mi padre daba a mi madre. Los gritos de

ella se convertían en un eco en mi cabeza. Nunca salí de mi

habitación a ver lo que sucedía. Solo un día recuerdo que mi

madre corría del monstruo conmigo en brazos en la calle. Mi

padre la alcanzó, le agarró el cabello y le dio una bofetada.

-¡Perra!- Gritaba mi padre.

Mi madre se soltó y corrió aún más lejos, tomó un bus y huimos

lejos.

Por motivos que en ese entonces yo desconocía, tuvimos que ir

a vivir a un pueblo lejos de la ciudad. Creía que era un muy

buen lugar para vivir. Pero a medida que el tiempo pasaba, poco

a poco el lugar se convertía en un infierno.

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TABLA DE CONTENIDOS

Nace una pareja de novios. ………………………Pág. 15

Comienza el tormento……………………….……Pág. 21

Llego a este mundo de sufrimiento……………....Pág. 27

Un extraño dolor………………………...….….....Pág. 31

Una nueva casa……………………………...…....Pág. 39

Un nuevo integrante en la familia……………..….Pág. 45

Cumpleaños número cinco…………………….…Pág. 49

Accidente en mi triciclo…………………………..Pág. 53

Mi primer dibujo y un día de clases……………...Pág. 59

Historias……………..…………...……………......Pág. 65

Dejo de ser un “Animal”………...……………......Pág. 73

Los loros……………...…………………………….Pág. 79

La peor noche de mi infancia...…………………....Pág.85

¡Corran!..................................................................Pág. 93

Una nueva vida inferno………...…………………..Pág.101

Otro lío………………………..……………………..Pág. 107

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Una mala noticia……………………………………..Pág. 113

El pueblo infernal…………...……………………….Pág. 121

Nuevos amigos……………………………………….Pág.125

¡Que comience el juego!...........................................Pág. 131

La mejor tarde de mis últimos meses…...……..........Pág. 141

El nuevo hogar…………………….………………….Pág. 149

Nuevos vecinos de nuestra vida………...……..........Pág. 155

Sábado en la granja……………………………..........Pág. 161

Otra de las buenas tardes…………………………….Pág. 167

Vuelvo a mi ciudad………………………….……….Pág. 175

Me encuentro con mis padres…………….………….Pág. 179

El nacimiento de un hermoso ser…………………….Pág. 187

Agradecimientos……………..……………………….Pág. 193

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NACE UNA PAREJA DE NOVIOS.

-Felipe, quiero que vayas tú y tus hermanos al grado de mi hija.

Ella estará encantada de verlos-. Insistía la madrina de Felipe.

-Sí señora, le avisaré a mi madre.

-Ve mientras yo voy a invitar a otras personas.

Felipe corrió en busca de su madre para avisarle que iría al gra-

do de la hija de su madrina. El joven era un muchacho delgado,

alto y con el cabello largo. Por supuesto su madre –La señora

Rosalba- iba a dejar ir a sus cinco hijos a aquel grado.

La puerta sonó en la casa de la señora María. -María es cuñada

del padre de la joven del grado- Por supuesto la señora abrió la

puerta.

-¡Hola Martha!- Saludó María.

-Hola María. Quería invitarla a usted, al niño que lleva en el

vientre y a sus dos hijos al grado de mi hija Lina, mañana a las

3 de la tarde en mi casa-.

-Claro que estaremos allá. Y corrección, es una niña la que vie-

ne en camino-.

María cerró la puerta al momento en que Martha se fue. Llegó

al salón donde se encontraban Alejandro y Mariana. Les comu-

nicó la invitación y por supuesto tenían ganas de ir. Alejandro

era un joven alto, moreno y musculoso. Y Mariana era una jo-

ven de estatura promedio, delgada y muy linda.

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Los hermanos de Felipe –Hebert, Jorge, Andrés y Alexander.-

No querían ir a aquella reunión de grado. Su madre les había

dicho que al menos uno debía ir aparte de Felipe que era el ahi-

jado de la señora Martha. Nadie se ofrecía para ir. Solamente

uno se sacrificó para ir.

-Yo voy-. Dijo Andrés alzando la mano.

-Bueno, entonces vamos Andrés y yo-. Asintió Felipe.

Las dos familias vivían en un barrio humilde de la ciudad. No

se conocían la una de la otra. Pero ese grado les cambiaría la

vida a ambas.

María era viuda del padre de Mariana. Cuando este señor murió,

la joven tenía tan solo 11 años de edad, y Alejandro 2 años.

María después de un tiempo, se enamoró de otro hombre, del

cual al poco tiempo quedó embarazada. Tan solo 5 meses de

embarazo, bastaron para que el hombre muriera. A partir de ahí,

María vivió sola toda su vida.

Mariana tenía en aquel momento 17 años de edad y su hermano,

8 años de edad. María pensó en que sería mejor cuidar su emba-

razo y quedarse en casa durante el grado, y cuidar de su peque-

ño hijo de 8 años. Era mejor que Mariana fuera sola al grado.

Mariana aceptó.

El día del grado, todos estaban muy entusiasmados. Lina pare-

cía muy feliz con el encuentro de todos sus conocidos.

-Andrés, mire a esa muchacha que está allá sentada.- Dijo Feli-

pe.

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Andrés giró su mirada hacía Mariana.

-Está muy bonita pero no es de mi gusto.

-Entonces voy a ir yo a hablarle.

Felipe caminó hacia Mariana y al llegar, se sentó a su lado.

-Hola-. Saludó el joven.

-Hola-. Respondió Mariana un poco intimidada.

-¿Cómo te llamas?-.

-Mariana ¿Y usted?-.

-Felipe-.

Al no tener más tema para hablar, Felipe se disculpó y retornó

hacia su hermano.

-Es muy aburrida-. Dijo Felipe.

-Espere yo voy. ¿Cómo se llama?-.

-Mariana-.

Andrés fue donde la joven, la tomó del brazo y la llevó hasta

una silla cerca del salón de la reunión.

-¿Quieres un helado?-. Preguntó Andrés.

-Sí-.

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Andrés le entregó de repente un helado. Conversaron por mu-

cho tiempo hasta que ya se tenían mucha confianza entre los

dos.

Al retornar cada uno a su casa mu tarde, Mariana solamente

pensaba en esa conversación tan buena que tuvieron. Recordaba

todo lo que Andrés le contaba que la hacía reír. En ese instante

los dos jóvenes supieron que estaban completamente enamora-

dos entre sí.

(Si yo hubiera estado en esa conversación, la hubiera impedido)

Un día cualquiera, (maldigo ese día) Andrés le pidió a Mariana

que fuera su novia.

-Claro que sí quiero serlo-. Dijo Mariana muy feliz.

-Antes de todo, quiero contarte algo para que no hayan malos

entendidos.- Dijo Andrés. –Yo ya estuve con otra mujer. Tuvi-

mos un hijo, pero ella me dejó y se llevó a mi hijo. Espero que

no sea problema-.

-Es decir, que tienes un hijo y no sabes dónde está ¿verdad?-.

-Algo así.

-Vale. No importa.

Los dos jóvenes se abrazaron y se besaron apasionadamente.

Andrés solamente le llevaba cinco años a Mariana. Él tenía 22

años de edad, era de estatura promedio, flaco y con cabello

corto.

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Los novios se veían mucho aunque vivían en sus respectivas

casas. Las familias aceptaron el noviazgo aunque María pensa-

ba que Andrés era muy mayor para Mariana, aunque lo callaba.

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COMIENZA EL TORMENTO

Pasaron tres años más de amor, cariño, ternura y pasión; cuando

de repente un ser tomó forma en el vientre de Mariana. Mariana

estaba embarazada. La joven de 19 años de edad termina de

hacer su prueba de embarazo que dio positivo. No sabía qué

hacer. ¿Cómo decírselo a María? ¿Cómo decírselo a Andrés?

¿Cómo lidiar con todo esto? No había marcha atrás. La mujer

debía hacerse cargo de todo esto. Salió del cuarto de baño y se

dirigió a su madre.

-Mamá. Tengo que decirle algo-.

-Y ahora ¿Qué pasó?-.

-Estoy embarazada-.

-¿Qué?-.

María se sorprendió demasiado. Se colocó una mano en su boca

mientras daba de comer a su hija de 2 años de edad María José.

-Eso ya es problema suyo. Usted fue la que se embarazó, no yo.

Ahora vaya dígale a Andrés que van a tener un muchachito-.

María hizo un gesto de presunción frente al tema. Se levantó, y

se dirigió a la cocina.

Mariana muy triste y con temor fue a darle la noticia a Andrés.

Sabía que esto no iba a terminar muy bien.

La joven llegó a casa de Andrés y golpeó la puerta.

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-¿Quién?-. Gritó Rosalba.

-Yo. Mariana-.

La señora Rosalba abrió la puerta.

-¡Hola mijita!-. Dijo sorprendida. –Qué milagro verla por aquí-.

-Buenas tardes doña Rosalba. Vine a hablar con Andrés. ¿Estará

por acá?-.

-Sí. Ya se lo llamo. Pero siga.

Mariana entró a la casa y se sentó en el comedor mientras espe-

raba a Andrés.

-¡Hola!- Saludó Andrés. -¿Me necesitabas urgente?

-Sí. Mira, necesito decirte algo y espero que no lo tomes a mal.

-Sí. Dime.

-Estoy embarazada.

-¿Cómo así?

-¿Cómo así qué?

-¿Cómo así que usted está embarazada?

-Pues sí. Fue cuando…

Andrés interrumpió con un grito.

-¡Ese niño no es mío!

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-¡¿Qué estupidez está usted diciendo?!

-No. No es mío.

Mariana dio un fuerte golpe en el comedor y se fue rápidamente

a su casa llorando. Pues para ella fue un golpe muy fuerte en el

corazón.

La joven entró en su casa y posteriormente a su habitación.

Lloró por estar embarazada. Lloró por el mal padre de esa cria-

tura que venía en camino.

Varios días después, Mariana no ha tenido contacto con Andrés

desde el día en el que le contó la noticia de su embarazo.

-Debería ir a arreglar todo con Andrés.- Se dijo Mariana a sí

misma.

La joven se arregló y se vistió muy bien para ir donde el hom-

bre.

Al llegar golpeó la puerta y abrió Rosalba.

-¡Hola Mariana! ¿Qué tiene? ¿Por qué está tan triste?

-Otro día le cuento. ¿Está Andrés?

-Sí. Está en su cuarto.

Mariana subió hasta el cuarto de Andrés. Abrió la puerta y lo

vio acostándose con otra mujer.

-¡Andrés! Sucio descarado-. Gritó Mariana.

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La joven bajó las escaleras llorando. Rosalba la vio y le pregun-

tó -¿Qué pasó?- Mariana le contó lo que vio.

-¡¿Qué?! Pero yo no vi entrar a Sandra-. Dijo Rosalba con histe-

ria. -¿Cómo se va a acostar con Sandra, viendo que usted es la

novia?-.

Mariana se fue rápidamente a su casa sin dar respuesta a Rosal-

ba.

-¿Dónde está Mariana, mamá?- Dijo Andrés a su madre al bajar

de su cuarto.

-Ella se fue. Y mire a ver joven. Póngase pilas con Mariana que

ella es una buena mujer. Y usted también Sandra. Mire a ver si

deja de estarle moviendo el culo a cuanto hombre pasa por su

lado.

-Ay señora Rosalba respete que… - Dijo Sandra.

-Respete nada. –Interrumpió Rosalba-. Hágame el favor y se

sale de mi casa, prostituta.

Andrés se fue junto con Sandra. Se despidieron con un gran

beso y Andrés fue a casa de Mariana. Golpeó la puerta.

-¿Quién?-. Gritó Mariana con lágrimas en sus mejillas.

-Andrés-.

La joven abrió la puerta y miró a los ojos a su novio (Mejor ex

novio)

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-Mire Mariana. Quiero que le quede clara una cosita. Yo a usted

no la amo. Nunca la amé y jamás la voy a amar. Y ese niño que

lleva dentro, no es mío. Vaya quédese con el papá de ese en-

gendro. Y la última cosa. Me voy a casar con Sandra-.

Mariana tiró la puerta en cara de Andrés y se fue a su cuarto a

llorar.

Semanas después, Mariana fue a casa de Rosalba y le contó lo

sucedido.

-Eso déjelo Marianita que ese se va a estrellar. No más déjeselo

a Dios y verá-.

Mariana asintió.

-Y no crea en esas bobadas de que él se va a casar. Eso son

mentiras. Y si se casa, críe a su hijo. Usted no es la primera ni la

última mujer soltera y con hijo.

-Sí señora. Le voy a hacer caso. Vamos a ver qué pasa-. Dijo

Mariana esperanzada.

-Hola Andrés-. Saludó Sandra en el restaurante.

-Hola mi amor ¿Qué pasa?-.

-Tengo otro novio aparte de ti-.

-¡¿Qué?!-. Gritó Andrés. (Ojala le hubiera dolido)

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-Así como lo oyes-. Dijo Sandra-. Así que me voy de aquí-.

Andrés dejó todo botado y se fue a su casa.

Al llegar, encontró a Mariana. La besó profundamente y la jo-

ven se derritió en sus brazos.

-¿Me perdona?-. Dijo Andrés.

-Claro que sí-. Dijo Mariana. (¡Qué boba!)

Los novios se abrazaron y todo comenzó a marchar bien. Al

menos hasta que yo nací.

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LLEGO A ESTE MUNDO DE SUFRIMIENTO

Era una noche tranquila en donde Mariana dormía plácidamen-

te. Aunque ya tuviera nueve meses de embarazo, no se despertó

en todas las noches por ninguna molestia. Todos dormían. En

aquella casa. De repente María José se despertó bruscamente.

Al abrir los ojos comenzó a llorar muy fuerte.

El fuerte lloriqueo de María José despertó a Mariana. La joven

al ver a su hermana llorar, se levantó para ver lo que ocurría.

Pero en ese instante comenzaron a actuar los dolores de parto.

Mariana se retorcía del dolor en su vientre. Gemía fuertemente

y en consecuencia despertó a su madre.

-¡¿Qué pasa Mariana?!-Exclamó María.

-¡Voy a dar a luz!

-Mamá ¿Qué pasa? –Preguntó Alejandro.

María no puso atención a su hijo. Llamó rápidamente a la casa

de Andrés a través del teléfono.

El timbre sonaba en la casa de Andrés. Rosalba se despertó y

somnolienta contestó el teléfono después del tercer llamado.

-Aló. –Contestó.

-Rosalba, habla María. Por favor, dígale a Andrés que venga

rápido a la casa y lleve a Mariana al hospital. Va a dar a luz.

-¡Bueno! ¡Ya le digo!

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Rosalba llamó rápidamente a Andrés que estaba en su cuarto. El

hombre se despertó y quiso saber a qué se debía tanto escánda-

lo.

-¡Andrés, su mujer va a dar a luz! –Exclamó Rosalba. –Acaba

de llamar María a decirle que vaya rápido por Mariana y la lleve

al hospital.

Andrés se levantó de golpe y corrió a casa de su mujer. Al lle-

gar María abrió la puerta. El hombre vio a su mujer gimiendo

fuertemente sentada en una silla y respirando profundamente.

-¡María, llame un taxi por favor! –Gritó Andrés.

María tomó el teléfono y llamó uno de los pocos taxis que tran-

sitaban a las 4:30 de la madrugada por la ciudad.

El taxi llegó luego de 30 minutos de espera. Rápidamente se

dirigió al hospital más cercano con Mariana, Andrés y conmigo.

Al llegar, llevaron a Mariana a la sala de partos en una cómoda

camilla. Mientras tanto Andrés esperaba ansioso a su hijo.

Mariana no demoró mucho en dar a luz. 10 minutos bastaron

para que yo sintiera el mundo por primera vez.

-¡Es una niña! –Exclamaban las doctoras. (¿No me revisaron

bien?)

Mariana se sorprendió mucho a tan semejante noticia, pues en

la familia de Andrés, solo hay hombres.

La enfermera salió a dar la noticia a mis familiares que allí es-

taban esperando.

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-Tengo que decirles que tienen una nueva integrante en su fami-

lia. Es una niña.

-¡Una niña! –Gritaron varios en coro.

De repente la enfermera se retiró.

Andrés llamó a su madre al teléfono ya que no se encontraba en

el hospital.

´-¡Mamá, es una niña! –Exclamó Andrés.

-¿Una niña? Espérenme allá. Ya voy.

Mi madre me tenía en brazos contemplándome. De repente mi

padre, mi abuela María, mi tío Alejandro, María José, mis tíos

Felipe, Jorge y Alexander, y mi abuela Rosalba que acababa de

llegar, me miraron y me acariciaron.

Pero al retirarme la manta, se dieron cuenta de algo.

-¡Es un niño! –Exclamó mi padre.

-Sí. Es un niño. –Dijo Mariana desconcertada.

-Una enfermera nos dijo que era una niña. –Dijo María.

Mariana soltó una sonrisa.

-Por favor, esperen en la sala de espera. La madre necesita des-

cansar.

Mis familiares salieron de la habitación y nos dejaron a mí y a

mi madre solos. Me recostaron en una pequeña cuna mientras

mi mamá dormía.

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A las pocas horas dejaron salir a mi madre del hospital. Nos

acompañaron mis familiares hasta la casa de mi mamá. Todos

se despidieron y entramos a casa. Mi mamá en todo momento

me tenía en sus brazos acariciándome y dándome besos en todas

partes. De repente mi abuela María se puso de pie frente a mi

mamá qué aún me tenía en brazos.

-¿Usted piensa seguir viviendo aquí con ese muchachito? –

Preguntó mi abuela.

-Pues sí.

-¡Se me va de la casa con ese niño!

Mi mamá y yo salimos de la casa con maletas llenas de ropa. Y

conmigo en brazos. Era una noche lluviosa. Pero mi madre y yo

fuimos a casa de mi padre.

Al llegar, mi madre le contó lo sucedido a mi papá. Él sintió

compasión por nosotros dos y nos dejó entrar.

Dos meses después, mis padres y yo, fuimos a un gran edificio,

en donde me registraron con el nombre de “Jerónimo”. Yo aún

no entendía al llamado de tal nombre. Lo que yo más hacía era

llorar, llorar y llorar. Quizá por llamar la atención.

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UN EXTRAÑO DOLOR

Duramos en casa de mi abuela Rosalba creo que un año com-

pleto. Cuando mi mamá decidió desahogar su incomodidad en

tal casa.

-Andrés, no quiero vivir más aquí con su familia. –Dijo mi ma-

má.

-¿Y entonces? ¿Nos vamos? –Preguntó mi padre.

-Pues sí.

-Deme 15 días para buscar un apartamento o al menos una habi-

tación alquilada.

Mis padres se abrazaron. Yo estaba en otra habitación solo.

Cuando de pronto arranqué a llorar muy fuerte.

-¡El niño! –Exclamó Andrés.

Mi mamá corrió a la habitación donde yo me encontraba, me

tomó en brazos y me arrulló. Rosalba rápidamente me trajo mi

tan adorado biberón.

Creían que yo tenía hambre, sueño, o que quizá había ensuciado

mi pañal. Pero no. Yo no cesaba de llorar.

-Tal vez tenga gases. –Dijo mi abuela.

Mi madre me recostó sobre su regazo boca abajo y me dio sua-

ves palmadas en mi espalda. Pero tampoco tenía gases.

-Ya mi bebé. No llores más. –Repetía mi madre arrullándome.

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No dejaba de llorar.

-Mariana, ¿Y si está enfermo? –Preguntó mi abuela nerviosa.

-¿Será?

-Llévelo al médico. Yo la acompaño.

Las dos mujeres tomaron sus bolsos de mano. Mi mamá tomó

también mi pañalera azul con ositos amarillos. Me envolvió en

una manta y bajando las escaleras, se topó con mi padre.

-¿A dónde van? –Preguntó.

-Al hospital. –Dijo mi madre con frialdad.

-Manténganme al tanto. –Dijo mi padre señalando su teléfono

celular.

-¿Por qué no va? –Preguntó mi abuela a mi padre.

-Tengo que trabajar.

Mi padre en ese entonces, trabajaba como mensajero en el aero-

puerto “El Dorado” de Bogotá. Siempre quiso un cargo más

alto; sin embargo se sentía cómodo con su cargo actual.

Salimos mi abuela, mi madre, mi padre y yo de la casa. Mi pa-

dre tomó un bus hasta el aeropuerto. Mientras que nosotros tres,

nos fuimos al hospital más cercano en un taxi. Yo no cesaba de

llorar. Sentía un gran dolor en mi estómago.

Al llegar, mi mamá caminaba muy rápido conmigo en brazos,

mientras que mi abuela pagaba el servicio de taxi.

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-¿Urgencias? –Preguntó mi mamá a un celador que allí trabaja-

ba.

-Sí señora, al fondo.

Mi madre se veía muy nerviosa igual que mi abuela. Cuando

por fin llegamos.

Mi madre le contó lo sucedido a una enfermera que por allí

caminaba.

-¿Tiene aquí el seguro médico? –Preguntó la mujer.

-Sí señora. –Asintió mi madre entregando mi carné.

-Tome asiento en la sala de espera y en un momento la llama-

mos.

Mariana se sentó en una silla junto a mi abuela.

-¿Qué le dijo? –Preguntó mi abuela.

-Que le entregara el seguro médico y que ya nos atendían.

-Y eso aquí se demoran mucho. –Cuestionó mi abuela.

Yo lloraba cada vez más fuerte. El dolor se hacía cada vez más

y más fuerte. De repente mi estómago se comenzó a hinchar.

-¡Mariana, se le hinchó el estómago al niño! –Exclamó mi abue-

la.

-¡Sí!

Mi mamá me sobaba el estómago al tiempo que me arrullaba.

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Una hora después o tal vez más, se oyó por un parlante mi

nombre y el número de consultorio al que debía entrar. Mi ma-

dre conmigo en brazos caminó rápidamente a la habitación

mientras mi abuela nos esperaba allí sentada.

-Buenas tardes. –Saludó mi madre al especialista.

-Buenas tardes señora…

-Mariana. –Aclaró mamá.

-Mariana. –Dijo el doctor con una sonrisa. –Cuénteme lo que le

sucede a Jerónimo.

Yo aún no cesaba de llorar.

-Doctor, el niño no para de llorar. Y el estómago se le inflamó.

-¿Le da leche materna?

-Sí señor. Y también leche en polvo.

-¿Qué leche le da?

-Klim. Leche Klim. –Dijo mi mamá.

-Lo que tiene el niño es intolerancia a la lactosa. No es bueno

que le siga dando de aquella leche. Pruebe con esta.

El especialista escribió en un papel el nombre de la leche que

según él, me debía sentar bien.

-Además pruebe con los siguientes medicamentos para que el

estómago cese. –Añadió escribiendo nuevamente en la misma

hoja.

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Mi madre recibió la hoja que el doctor le entregó y al despedir-

se, salimos del consultorio.

De tanto llorar, yo me quedé en un sueño profundo.

-¿Qué le dijo el doctor? –Preguntó mi abuela.

-Que el niño tiene intolerancia a la lactosa. Me dijo que la leche

Klim le sentaba mal y me dio el nombre de una leche que le

serviría. Además del nombre de un medicamento que le puede

ayudar para que el estómago se deshinche.

Mi madre recibió mi carné del seguro médico y antes de salir

del hospital, mi padre llamó al celular de mamá.

-Téngame el niño, señora Rosalba, por favor. –Pidió mi madre

en un susurro pasándome a los brazos de mi abuela. Yo aún

dormía.

-Aló. –Contestó mi madre.

-Aló. Mariana ¿Cómo siguió el niño?

-Bien, ya está dormido.

-¿Qué tenía?

-Intolerancia a la lactosa. Es la leche Klim. Pero aquí ya el doc-

tor me anotó el nombre de la leche que le servirá y un medica-

mento para que se le deshinche el estómago.

-Ah. Bueno. Mañana le compramos la leche y el medicamento.

-Bueno. Chao. –Dijo mi madre.

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-Chao. Los quiero mucho.

Mi padre colgó y mi madre guardó su teléfono celular. Volvió a

tomarme en brazos y siguió su rumbo con mi abuela.

-¿Qué le dijo Andrés? –Preguntó Rosalba.

-Que mañana le compraba todo al niño.

-¡¿Mañana?! ¡El niño necesita eso hoy! –Exclamó mi abuela. –

Vamos y yo le compro eso de una vez.

Llegamos a casa y de paso fuimos a comprar lo que yo necesi-

taba en una droguería cercana.

-Gracias doña Rosalba. –Agradeció mi madre.

-Gracias de nada. –Dijo mi abuela. –Él es mi nieto y yo le voy a

dar todo lo que pueda.

-Sí señora.

Al comprar todo, nos devolvimos a casa. Al llegar, desperté y

de nuevo comencé a llorar. Mi abuela tomó el medicamento y

vertió un poco en una pequeña cuchara, mientras mamá me

hacía mi biberón con la nueva leche. Tomé mi medicina dejan-

do toda mi ropa sucia al escupir un poco. Mamá llegó con mi

biberón. El cual tomé con todo el gusto posible.

Al caer la noche, llegó mi tío Jorge del trabajo. Trabajaba en

una pequeña joyería del barrio. Saludó a todos y a mí por últi-

mo. Al verlo, se me escapó una gran sonrisa. Mi tío me tomó en

sus brazos y luego me subió en su espalda. Me agitaba un poco

simulando un caballo. Al bajarme, sintió un olor a excremento

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donde yo estuve sentado. Supo que yo había sido el culpable.

Así que rápidamente llamó a mamá.

Al llegar, me cambió el pañal. La suciedad llegó hasta mi es-

palda. Al terminar, vi de nuevo a mi tío con una camisa limpia.

Al ver su camisa verde a rayas, esbocé una gran carcajada.

Mamá me llevó a mi cuna azul y me recostó. Cantándome sua-

vemente una hermosa melodía, caí en un sueño profundo.

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UNA NUEVA CASA

El dolor de aquel día, fue demasiado grande. Pero gracias a mi

abuela Rosalba me recuperé muy bien.

Esa noche papá llegó del trabajo; saludó a mi madre, y a su

familia.

-¿Cómo siguió Jerónimo? –Preguntó Andrés.

-Bien. Doña Rosalba le compró lo que necesitaba. –Dijo Maria-

na.

-Pero ¿Ya se mejoró?

-Sí. Ya está mejor.

Mis tíos Alexander y Felipe se preparaban para ir al otro día a la

escuela.

-¡Mamá! –Gritó Felipe. -¿Dónde está mi corbata?

-¡En el primer cajón del armario! –Gritó mi abuela.

Con esos gritos a toda distancia, mis ojos se abrieron automáti-

camente. Mi boca hizo una gran “A” y de esta salió un gran

bramido.

Comencé a llorar muy fuerte en espera de mi madre. Ella rápi-

damente llegó a mi cuna con biberón en mano.

Tomé la leche formulada por el doctor. Al principio sabía muy

feo; pero con el paso del tiempo, me acostumbré.

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Los días fueron pasando y cada vez más se acumulaba una gran

inconformidad de mi madre con la casa. Hasta que llegó mi

padre una tarde ardua de difícil búsqueda de un nuevo hogar

finalmente hallado.

La puerta de la casa donde nos hospedamos, sonó.

-¿Quién? –Gritó mi abuela dirigiéndose a la puerta para abrirla.

-Yo. Andrés.

Rosalba abrió la puerta y se saludó con su hijo.

-¿Qué hace aquí? –Preguntó Rosalba. -¿No tiene que trabajar?

-Para hoy pedí un descanso con el fin de buscar una nueva casa.

-¿Encontró apartamento?

-Sí señora.

Andrés muy feliz, corrió en busca de su esposa para darle la

buena noticia. Mamá se encontraba arrullándome suavemente.

Al ver a mi padre, puso un dedo índice en su boca dando una

señal de silencio.

-Mariana, -Susurró mi padre. –Encontré un nuevo apartamento

para nosotros tres.

-¿En serio? –Preguntó mamá sorprendida. -¿Dónde?

-Sí. Una cuadra hacia abajo. Frente al parque.

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-Ay, gracias a Dios. ¿Cuándo nos vamos?

-Ya puede ir alistando todo. –Dijo papá. –Mañana en la mañana

tipo 7 am, llega el camión de trasteo.

Mariana estaba tan feliz, que casi me suelta por abrazar a mi

padre; sin embargo, no lo hizo.

A la mañana siguiente, ya las pocas cosas nuestras estaban lis-

tas. El camión llegó por nuestras cosas. Bastaron pocos minutos

para subir los objetos. Nos despedimos y nos dirigimos a nues-

tro nuevo hogar.

La casa era de dos pisos y una terraza. Solamente el segundo

piso era nuestro y por supuesto la terraza. Era grande, y muy

luminosa. Pero había algo muy desagradable allí: Ratas.

Ya todo estaba agradablemente arreglado. Habían pasado una o

dos semanas desde que nos mudamos; de pronto una tarde cual-

quiera, llegaron mi abuela María, María José y Alejandro en

visita de mi madre.

-¿Mamá? –Preguntó mi madre. -¿Qué hace aquí?

-Quería disculparme con usted y con el niño. No estuvo nada

bien lo que hice. Pero no creo que puedan volver a la casa por-

que pues ya están bien aquí.

Mi madre abrazó fuertemente a mi abuela.

-Tranquila mamá. –Dijo mi madre. –Eso ya pasó.

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Mi abuela se sentó en cama de mis padres y me contempló.

Mientras María José jugaba con Alejandro. Mamá preparaba

café.

-¿Y cómo está ese niño tan hermoso? –Preguntaba mi abuela

dirigiéndose a mí.

Yo solo sonreía y sonreía al mirarle su rostro.

Mamá dio café a mi abuela y me trajo mi biberón. Se incorporó

en la cama junto a mi abuela y charlaron.

-¿Y Andrés? –Preguntó mi abuela.

-Trabajando. Llega esta noche.

La tarde pasó rápido mientras charlaban. Hasta que cayó la

noche y mi abuela y mis tíos tuvieron que irse.

Mi padre llegó poco después con una noticia un poco buena y

un poco mala.

-Mariana, tengo una noticia. –Dijo mi padre.

-¿Qué pasó?

-Me voy para México por asuntos del aeropuerto.

-¡¿Qué?! ¡¿Por cuánto tiempo?!

-Por un mes.

Mi madre se entristeció, pero también se alegró por la buena

noticia para su esposo.

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Dejaron el tema y se incorporaron para dormir. Yo ya dormía

plácidamente.

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UN NUEVO INTEGRANTE EN LA FAMILIA

Un día cualquiera, abrí los ojos muy temprano en la mañana. Mi

madre acostumbraba siempre a dormir a mi lado. Al despertar,

siempre la abrazaba. Y ella después a mí. Papá ya no se encon-

traba. Trabajaba muy temprano y yo nunca me di cuenta del

momento en el que él se iba.

La televisión seguía encendida y mi sueño ya no crecía, al con-

trario, descendía. Yo me limitaba a mirar el techo y mi nuevo

hogar. Me sentía muy feliz al tener una madre tan hermosa. No

pensaba en mi padre ya que nunca había tiempo para que com-

partiéramos momentos juntos. Para mí, mi padre era un conoci-

do y ya.

Mi estómago comenzó a pedir a gritos algo de comida, y por

consiguiente yo también. Desperté a mamá con un gran grito.

-Hola, mi amor. –Saludó mamá con un fuerte abrazo y un beso-

¿Cómo amaneció mi rey?

Yo me limitaba a lloriquear.

-Ya le traigo el desayuno. Mi bebé.

Mamá corrió a la cocina por mi biberón.

Yo seguía lloriqueando a gritos. Al llegar mamá, me trajo mi

biberón con forma de oso que tanto me encantaba. Tomé mi

biberón y sacié mi hambre.

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Al terminar, mamá me quitó la ropa, me cargó en sus brazos y

me condujo hasta la bañera. Vertía sobre mí, agua tibia recogida

con sus propias manos, y acariciaba mi calva cabeza con su

tierno y delicado tacto. Me sentía muy amado. Al terminar mi

baño caliente, me aplicaba cremas que según ella, me hacían

oler rico. Finalmente, me vestía con suave ropa y me acostaba

en mi cuna. Desde allí podía verla tendiendo la cama, mientras

veía televisión. En sus ojos se veía una tierna y melancólica

tristeza. Yo en ese momento no entendía los problemas de los

adultos, hasta que mis propios padres me abrieron los ojos a una

cruel y dura realidad. Pero ya te hablaré de eso, lector. Por aho-

ra sigamos con mis pequeños años. Mamá se limitaba a almor-

zar luego de una dura mañana y una pesada tarde de aseo.

La puerta sonó.

-¿Quién? –Preguntó mamá.

-Yo. Don Luis.

Don Luis era el dueño de nuestro apartamento. Era de baja

estatura, con gafas y un poco obeso. Sus rasgos físicos, siempre

se me asemejaron al del “Señor Barriga” de la serie “El chavo”

¿Qué hacía don Luis aquí si mi padre ya le había pagado el

arriendo?

Venía con un perrito en sus manos.

-Buenas tardes, Mariana. –Dijo el señor. –Mi perra Luna tuvo

crías hace pocos días. Me gustaría que usted adoptara esta ado-

rable cachorra.

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-Pero… El niño… -Dijo mamá tartamudeando.

-No se preocupe por eso. Sasha tiene todas las vacunas al día.

-Hablaré con mi esposo sobre esto y yo le aviso.

-Bueno. Mañana vengo de nuevo.

Mamá cerró la puerta del hogar y entró a revisarme. Yo ya

dormía plácidamente.

Era de noche y mis ojos se abrieron de nuevo. Papá y mamá

hablaban sobre Sasha.

-Pues si quiere, déjela. –Dijo Papá.

-Bueno. Mañana le digo a don Luis que sí.

Mi padre tomó su pijama y se dispuso a cambiarse. Mamá llegó

con la cena de papá y se recostó en la cama.

-En quince días me voy a México. –Dijo Andrés.

-Ah ¿sí? Bueno.

-¿Le da tan igual?

-Pero ¿Qué más quiere que le diga?

-Nada. Deje así.

Mamá se acostó a dormir luego de que papá también lo hiciera.

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Ya la casa estaba completamente oscura y mi estómago pedía

un biberón a gritos. Y así lo hice yo también.

Desperté a mamá.

Desperté de un largo sueño y vi que papá ya no estaba.

Mamá me hacía mi biberón.

Al traerlo, vio que yo ya estaba despierto, me lo dio y me sacié

de nuevo. La puerta sonó. Era don Luis otra vez.

-Buenos días, Mariana. –Saludó el hombre. -¿Acepta a Sasha?

Mamá asintió. Recibió la perrita en sus manos y se despidió.

Cerró la puerta y se sentó con Sasha en la cama. Sasha revolo-

teaba como loca.

Papá le construyó una bonita casa a la nueva integrante y le

compraba todo lo que ella necesitaba. Era como su otra hija.

El día de la partida a México llegó. Papá se despidió amorosa-

mente de mamá y luego de mí. Finalmente de Sasha.

Lo que sucedió mientras papá no estaba, no lo recuerdo muy

bien, así que ya sabrás que pasó mientras Andrés no estaba.

Fui feliz.

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CUMPLEAÑOS NÚMERO CINCO

Mis padres colocaron globos y serpentinas por doquier en casa,

para la llegada de mis primeros 5 años de vida.

Invitaron a muchos parientes. María José ya tenía 8 años de

edad. Mis tíos ya eran adultos. Y Sasha ya tenía 4 años.

Sasha y yo nos llevábamos muy bien. Era mi guardaespaldas.

Por las tardes, ella se recostaba en la terraza. Y en la noche,

dormía en una pequeña cama al lado de la cama de nosotros tres

–Papá, Mamá y yo–.

Un día, Sasha estaba en la terraza amarrada mientras mamá

hacía el aseo a la casa. La amarraba para que no ensuciara la

casa.

-Olvidé el límpido. –Dijo Mamá.

-¿La acompaño? –Pregunté.

Odiaba quedarme solo. Papá estaba trabajando, para variar.

-Vamos.

Fuimos a la tienda más cercana y compramos el límpido. Lle-

gando a casa, vimos algo que colgaba de la terraza.

Era Sasha.

-¡Sasha! –Gritamos los dos al unísono.

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Corrimos rápidamente hacia la puerta y entramos. Mamá subió

a la terraza y encontró a Sasha ahorcándose por la correa con la

que la habíamos amarrado.

Mamá la salvó de una muerte. Sasha estaba en su primer celo,

es decir, ya estaba lista y estaba con ansias de reproducirse.

Cuando nos fuimos por el límpido, la perra vio un grupo de

perros machos que con su gran olfato, lograron oler el celo de

Sasha. La perra se lanzó con esperanzas de estar con ellos pero

se le olvido que estaba amarrada. Sasha ayudaba a ahuyentar

ratones que siempre venían del parque a buscar cobijo en nues-

tra casa. Sasha las atrapaba, las hería y las llevaba hasta la ca-

rretera, donde cualquier carro pasaba y las atropellaba.

Aún no sé quién le enseñó esto a Sasha.

Papá al llegar de México, trajo una gran virgen de Guadalupe.

Se la regaló a mi abuela María. Tomó muchas fotos en el mar,

en el hotel, en el aeropuerto, hasta en la casa de la Chilindrina.

María José y yo jugábamos usualmente en el parque y volvía-

mos. El día que nunca podré olvidar y creo que ella tampoco,

fue el día del accidente en mi triciclo. Pero más adelante les

contaré lo que sucedió. Por ahora centrémonos en lo que ocurrió

hasta mis cinco años.

Una hermana de mi abuela Rosalba, murió y dejó a su hija con

su tía –Mi abuela Rosalba–. Su nombre era Nora. Nora era una

joven campesina de 16 años de edad en ese tiempo. Al llegar,

mi abuela Rosalba le dio estudio y todo lo que pudiera necesitar

una joven como ella. Sin embargo, Nora no aprovechaba todo

esto. Mi abuela ya se estaba cansando de esa holgazana.

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Tenía muchos amigos a los cuales invitar. De los cuales solo

invité a una amiga. Sara. Sara era una pequeña amiga de 4 años

de edad. Me molestaba y me quería.

-Ya están las bombas pegadas. –Afirmó mi madre.

-Ya arreglé la sala. Las sillas, mesas, manteles y demás. –Dijo

papá.

Los invitados comenzaron a llegar con regalos. Yo me sentía

muy feliz por esa gran fiesta que me dieron mis padres. Ya con

cinco años me sentía grande. Ahora me doy cuenta de que lo

que le espera a ese pobre niño, solo lo superan guerreros.

Papá llegó inesperadamente con una gran torta de cumpleaños.

Me sentí aún más feliz. Gritaba, saltaba, reía y bailaba. Los

invitados me miraban con cierta cara de lástima. Pero en ese

momento, eso no me importaba. Yo solo quería mi pastel.

Me cantaron la canción del cumpleaños, y fue emocionante.

Tomaron fotos, y bailaron.

De regalo de parte de mamá, recibí un lindo triciclo. Y de parte

de los demás, recibí muñecos y carritos de colección.

Ya llegaba la noche. Los invitados tuvieron que irse y yo tuve

que irme a dormir. Al otro día sería mi primer accidente.

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ACCIDENTE EN MI TRICICLO

Mis padres me regalaron un triciclo pequeño, color verde con

azul. Me sentí muy feliz y no supe cómo agradecerles.

-Gracias mami. –Dije abrazándola.

-Con mucho cariño de la mamá y el papá. Está creciendo muy

rápido mi niño.

Papá ya no se encontraba en la casa. Quise agradecerle pero en

la noche lo podría hacer.

-Báñese y vamos donde la abuela María.

Rápidamente, tomé uno de los muñecos que me habían dado el

día anterior en mi fiesta de cinco años. Era un hombre vestido

de azul, que practicaba el alpinismo. Hice como si el hombre

tomara vida, y caminara sobre el aire en dirección a la tina. Me

desnudé, entré en la bañera y el agua corría por todo mi cuerpo

como autos de carreras en una competición.

-¿Ya se juagó bien? –Preguntó mamá.

-Sí señora. –Asentí.

Mamá entró, tomó el champú, vertió un poco en sus manos y

me lavó suavemente el cabello. Olía a frutas y a perfume a la

vez. En el envase, aparecía un pequeño delfín rosa. Mamá me

enjabonó muy bien y finalmente salí. Me secó y me vistió. Una

bermuda azul, una camisa polo del mismo color, y zapatos ne-

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gros. Me encantaba vestirme de color azul y afortunadamente la

mayor parte de mi ropa era azul.

-Listo. –Dijo mamá entregándome el muñeco alpinista. –Quedó

hermoso. Espere yo me baño, me arreglo y vamos ¿Vale?

-Sí señora. –Asentí.

Mientras mamá se duchaba, me senté en la cama. El televisor

estaba apagado y todo estaba en silencio. Solamente se escu-

chaba el caer de las gotas de agua sobre el cuerpo de mamá

como un coro sin coordinación.

Los muñecos que me dieron como regalos el día de mi fiesta,

tomaban vida de nuevo. Me sumergí en un mundo de fantasía.

Mi nuevo mundo de fantasía.

“-¡Atención soldados! –Gritó el alpinista a una tropa de soldadi-

tos.

-¡Sí, señor! –Gritaron todos en coro.

-Tenemos que salvar a los demás compañeros de las tropas.

Recuerden su posición. ¡Vayan a por ellos!

La mitad de los soldados se ubicaron de una forma irregular

sobre el campamento de batalla. Mientras que los demás iban a

las celdas donde se encontraban sus compañeros. ”

Me imaginé el campo de batalla como ningún otro campo. Era

grande y con pastos color verde chillón. Los soldados no iban

vestidos de verde sino de azul como el alpinista. Los arboles no

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tenían hojas –Ya se acercaba el invierno- Y el cielo estaba des-

pejado.

Muy despejado.

-¡¿Qué es este desorden?! –Exclamó mamá.

Juguetes por doquier. Mi campo de batalla se derrumbaba poco

a poco.

Comencé a ordenar todo. Guardé el alpinista en mi maleta. Al

día siguiente tenía clases.

-Vamos ya.

Mamá me agarró del brazo y me llevó hasta donde mi abuela.

Golpeamos la puerta.

-¿Quién? –Preguntó mi abuela.

-Yo. Mariana.

Mi abuela abrió la puerta y muy feliz nos saludó.

Entré con esperanzas de salir a jugar con Majo pero ella se en-

contraba haciendo tareas. Me senté junto a ella mirando lo que

estaba realizando.

Un dibujo.

Sentí ansias de hacer lo mismo. Así que Majo me regaló una

cartulina y comencé a dibujar. Me inspiré en mi campo de bata-

lla.

Más adelante les mostraré mi dibujo.

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-¡Terminé! –Dijo Majo en señal de victoria.

-¿Salimos a jugar al parque? –Pregunté.

Majo asintió.

-¿Puede sacar el triciclo? –Preguntó mi tía.

-Voy a preguntarle a mamá.

Me dirigí hacia mi madre y le pedí permiso.

Mamá lo dudó un poco pero finalmente asintió. Nos acompañó

hasta nuestra casa y sacó el triciclo. Mamá se dirigió a casa de

mamá y Majo y yo al parque.

-Allí al fondo hay una rampa. Podemos lanzarnos desde arriba.

–Dijo María José.

En realidad no era una rampa como tal. Era un puente curvo que

bajaba y volvía a subir. Bajo este, había un riachuelo.

Al primer lanzamiento, fue divertido.

Al segundo lanzamiento, coloqué el pie sobre la llanta delante-

ra. Majo iba delante de mí. El triciclo frenó en seco y se volcó

hacia el frente. Yo caí de cara al pavimento, mientras que Majo

“Voló” sobre mí y cayó de igual forma a mi lado. El triciclo

casi cae al riachuelo.

Me levante mientras Majo aún seguía tendida en el suelo. No se

movía.

Un hombre y una mujer caminaban allí cerca. Me dirigí hacia

ellos y les dije:

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-Por favor ayúdenos. –La sangre recorría mi ceja izquierda.

Los jóvenes llamaron a los celadores del parque, quienes llega-

ron para auxiliarnos. Majo estaba a mi lado. –No me di cuenta

cuando se levantó- La sangre recorría su ceja izquierda, su meji-

lla, y su barbilla. La niña lloraba a moco tendido. Yo me dispo-

nía a pensar: “¿Qué dirá mamá?” Nos lavaron la cara con agua

y nos llevaron a casa. Mamá y mi abuela nos vieron así.

-¡¿Qué les ha pasado?! –Exclamaron en un coro bastante des-

coordinado.

-Se han caído de este triciclo. –Dijo el celador con el triciclo en

mano.

Mamá me miró con cara de “Te lo dije”

El celador se retiró y nos dejó con el triciclo en casa. Mamá me

lavaba la cara con vinagre, y mi abuela hacía lo mismo con

Majo.

Mi tía y yo nos miramos, sonreímos.

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MI PRIMER DIBUJO Y UN DIA DE CLASES

El dibujo que realicé antes del accidente, fue así:

Al otro día, mamá me levantó muy temprano en la mañana.

-Se te hace tarde. Vamos. Despierta para ir al colegio.

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Mi colegio quedaba muy cerca de casa. Mi curso era transición.

Ya casi terminaba aquel año escolar y pasaba a primero.

Ya me sentía grande sin haber pisado con mis propios pies…

El infierno.

Me miré al espejo y mi herida ya tenía una gran costra de san-

gre. Me duché rápidamente, -Esta vez no fue en la tina- y mamá

me ayudó. Me vistió, me peinó, desayuné –cereales con leche

tibia- y me cepillé los dientes.

-Adiós papá. –dije despertándolo y dándole un gran abrazo.

En ese tiempo, lo quería como un gran padre.

No faltaba mucho para que esa forma de verlo, cambiase.

Papá me devolvió aquel abrazo y me dio un beso en la mejilla.

-Dios me lo bendiga. –Dijo reacomodándose.

-Amén.

Salí del cuarto, y luego de casa.

-¿Qué lleva ahí, Jerónimo? –Preguntó mamá mirando la hoja

que yo llevaba en la mano.

-Un dibujo, mami. –Dije exhibiéndolo a los ojos de mi madre.

-Déjame verlo.

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Mamá tomó el dibujo que yo había hecho antes del incidente en

el parque.

-No lo entiendo. ¿Qué es?

-Es un mundo muy alejado a la tierra. Hay soldados, y cosas de

muchos colores.

-¿Qué tiene este hombre en la espalda? –Dijo mamá señalando

al alpinista.

-Es el alpinista. Y lo que tiene detrás son los instrumentos para

subir montañas.

Mamá me devolvió el dibujo y sonrió.

Quizá le gustó.

Quizá no.

Llegamos al colegio. Era pequeño y muy estresante. Lo único

que me gustaba, era pasar el rato con mis amigos.

Me daban el almuerzo, y recuerdo que siempre estaba lleno

antes de almorzar. Así que no almorzaba muy bien.

-¿Qué es eso Jerónimo? –Preguntó mi docente mirando mi di-

bujo.

-Es mi dibujo. Lo traje para mostrárselo a mis amigos.

-Pues ¿Cómo te parece? Eso no es de mi clase. –Me quitó el

dibujo- Saca el cuaderno y escribe lo que está escrito en el ta-

blero. –Enrolló el dibujo convirtiéndolo en una bola de papel.

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-¡No! Grité tratando de detenerla.

La profesora botó mi dibujo a la basura.

-¿Ya terminaste? ¡Escribes muy rápido! –Dijo con sarcasmo.

Mis lágrimas comenzaron a caer una a una. Recordaba la sonri-

sa de mamá al ver el dibujo.

Le gustó. Yo sé que sí.

Cerré mis ojos, y los abrí después de tres segundos. Escribí lo

que estaba en el tablero. Eran líneas hacia abajo, y otras hacia

arriba.

-Ya terminé. –Dije mostrándole el dibujo a la profesora.

Me colocó un sello con una cara feliz.

-¿Qué te pasó en la ceja?

-Me caí.

-Ten más cuidado.

-Sí señora. –Dije con mis ojos rojos por haber llorado.

-Siéntate.

Me senté. Quería dibujar.

Saqué mi lápiz, y una hoja blanca.

-Volveré en seguida. –Dijo la profesora saliendo del salón.

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Nos quedamos solos, y yo fui rápidamente a la caneca de la

basura.

Saqué la hoja con mi dibujo.

Volví a mi silla, la planché con ayuda de mis manos, la doblé en

dos partes y la guardé en mi mochila.

La jornada escolar por ese día había terminado. Mamá esperaba

por mí en la puerta.

-¡Hola mi amor! –Me dijo mamá con un fuerte abrazo.

-Hola mami.

-¿Cómo le fue?

Pensé en lo que había pasado con mi dibujo y con la profesora

que cada vez me caía peor.

-Bien, mami.

Seguimos caminando hasta llegar a casa.

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HISTORIAS

Ya no vivíamos en la misma casa. Los bichos se pasaban a

nuestra casa desde el parque.

Nos pasamos a vivir a un edificio de varios apartamentos.

Vivíamos en el piso número tres. El apartamento era grande y

tenía una terraza, donde según varios vecinos, un niño fantasma

asustaba en la terraza jugando con canicas.

-Subíamos a ver lo que sucedía y no encontrábamos nada. Las

canicas dejaban de sonar. –Dijo una de las vecinas del edificio.

–Aunque ya nos acostumbramos.

Cada vez que el crepúsculo recaía sobre la ciudad, comenzaban

a sonar las canicas. Yo no estaba muy acostumbrado. Me daba

miedo siempre que comenzaban a sonar.

-Un día yo subí a la terraza mientras sonaban las canicas –Dijo

Majo –Subí con su tío Alejandro. Y vimos al niño fantasma

jugando con las canicas y de pronto un resplandor de luz cayó

del techo. Bajó el padre de ese niño y nos dijo que bajáramos o

sino nos mataría. Alejandro y yo bajamos muy asustados.

Obviamente era mentira. Pero yo creí.

-¿En serio Majo? –Pregunté temblando.

Las canicas comenzaban a sonar. Ya eran las 6:30pm

-Sí. Yo estoy hablando de eso y mire como suenan.

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No pude olvidar esa historia.

Se preguntarán qué pasó con Sasha luego de que nos cambiára-

mos de casa.

Pues bien. Les voy a contar.

Una tarde, salimos a almorzar. Papá tenía descanso del trabajo y

nos invitó.

Ya estábamos almorzando cuando de repente mamá dijo con-

mocionada: “¡La perra!”

-¿Qué pasa con ella? –Preguntó papá.

-No está amarrada en la terraza.

Terminamos de almorzar y fuimos rápidamente a casa a por

Sasha.

Subimos las escaleras hasta la terraza pero Sasha ya no se en-

contraba. Ese día fue uno de los más tristes de mi vida. Perdí

una gran amiga. A mi guardaespaldas.

En fin. Ya nos encontrábamos en la nueva casa, cuando mamá

decidió trabajar. Trabajaba en una pastelería. Como no había

nadie con quien yo pudiera quedarme.

Odiaba quedarme solo en casa. Además era hasta por la noche.

-Yo se lo cuido. –Dijo mi abuela María.

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Y así fue. Todos los días salían a trabajar mamá y papá y yo me

quedaba con mi abuela. Aunque todos los días exceptuando

sábados y domingos, Majo estaba allí a las 6:00 pm después de

estudiar.

Yo tenía apenas 5 años de edad y no estaba bautizado. Mi abue-

la María, no dejaba de repetirme que yo era un animal, ya que

no estaba bautizado aún.

-¡No es cierto! –Gritaba yo con lágrimas en mis ojos.

-¡Sí es cierto! –Gritaba Majo.

Yo con rabia, tomaba mis carros de juguete y me iba a jugar en

mi cuarto.

Mamá llegaba del trabajo. –Trabajaba en una pastelería-

-Mariana, reprenda a ese muchachito que está muy gamín. –

Decía mi abuela.

-¿Y eso? ¿Qué dijo?

-Cogió esos juguetes y se fue todo grosero a la pieza de él.

-Pero ¿Qué le dijo usted para que él se pusiera así? –Preguntaba

mamá.

-Nada. Yo no sé él.

Yo escuchaba la conversación y comenzaba a llorar a moco

tendido.

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-Ya, mi bebé. –Decía mi mamá entrando en la habitación y

abrazándome.

-Pero es que están que me dicen que soy un animal. –Sollozaba.

-No les ponga cuidado. Más bien mire lo que le traje.

Mamá traía una caja pequeña parecida a la caja de un pastel.

Lo abrí y en la caja había un merengón.

-Me lo regaló tu padre. Pero yo te lo regalo. –Dijo mamá.

-Gracias mamá.

Fui a mi cuarto y lo comí mientras veía televisión.

Mi abuela y mi tía se fueron a su casa. Todos los días iban a la

nuestra para cuidarme mientras mamá no estaba.

Papá llegó del trabajo. Saludó a mamá con frialdad y luego me

saludó con mucho cariño.

La noche cayó rápidamente y tuvimos que acostarnos a dormir.

Mamá y papá no se habían dormido aún.

-Mariana, deberíamos averiguar mañana para bautizar a Jeróni-

mo. –Dijo papá.

-Pero entonces yo averiguo cuando tenga descanso.

-Por eso yo no quería que usted trabajara. No le pone cuidado al

niño.

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-También es su hijo.

-Pero ese no es el punto.

-¿No? –Gritó mamá. -¿Entonces cuál es el punto?

-¡No me grite! –Gritó papá.

-¡De malas!

Papá soltó una cachetada sobre mamá.

-Y me hace el favor y mañana no trabaja. Ni mañana ni nunca

más ¡¿Me oyó?!

Mamá asintió con su mano pegada a la mejilla y sollozando.

Ya era de día. Me levanté y vi que mamá no se había ido. Ni

que mi abuela estaba.

-Sí, mamá. –Dijo mi madre al teléfono. –Renuncié porque no

tenía tiempo para el niño. No hace falta que vuelva a cuidarlo.

Mamá se despidió y colgó el teléfono.

-Hola mamá. –Saludé.

-Hola mi amor. –Dijo mamá.

El desayuno ya estaba servido y papá no estaba.

-Mamá. –Dije.

-¿Qué pasó? –Dijo mamá cariñosamente.

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-¿Por qué peleaban ustedes anoche?

Mamá dudó unos instantes.

-No peleábamos. Simplemente su papá hablaba con un amigo

de él y usted sabe que él cuando habla por teléfono grita mucho.

Yo no lo creí. Sabía que ellos habían peleado.

En la tarde fuimos a la iglesia y mamá averiguó todo sobre mi

bautizo. Yo no tuve que ir a estudiar ya que mis vacaciones

habían comenzado.

Salimos de la iglesia y nos dirigimos a casa de mi abuela Rosal-

ba. Ella vivía cerca de nuestra casa.

Golpeamos la puerta.

-Hola Mariana. –Dijo mi abuela. –Hola mi bebé.

-Hola abuelita. –Dije.

Entramos y yo subí al salón. Mi abuela tenía varios peluches y

yo jugaba con ellos.

Mamá y mi abuela seguían abajo en el comedor.

-Doña Rosalba, mire que Andrés ayer me pegó. –Dijo mamá.

-¿En serio?

-Sí señora. Me dio una cachetada.

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-Eso no se deje. A la próxima péguele usted también.

-Pero me da miedo que yo le haga lo mismo y él me pegue más

duro.

-Tranquila. Solo siga mi consejo. Yo también fui joven.

A mamá le sonó conveniente la idea.

Ojalá hubiera sido así.

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DEJO DE SER UN “ANIMAL”

Yo no sabía lo que era un bautizo. Vi en películas de Jesús, que

Cristo era bautizado en un rio por Juan Bautista. No sabía para

qué servía aquel bautizo. Si era para limpiar el cabello o para

sanar heridas del interior.

No sabía.

Incluso llegué a pensar que el bautizo se daba en un rio. Como

ocurría con Jesús.

Pero no.

-Mamá, ¿Cuándo me van a bautizar? –Pregunté.

Mamá pelaba las papas para el almuerzo.

-Este viernes. –Dijo sin darme la mirada.

Aquel día era lunes.

-¿A qué horas? –Pregunté nuevamente.

-A las seis de la tarde. –Dijo mientras lavaba las papas ya pela-

das.

-¿Yen qué rio? –Pregunté preocupado. –Ojalá no sea muy pro-

fundo. No sé nadar.

-¿Rio? –Dijo mamá muy confusa. -¿De qué habla?

-Me van a bautizar en un rio ¿No?

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-¿Quién dijo eso? ¿Otra vez Majo?

-No. Es que eso lo vi en la película de Jesús.

-Es que a él si lo bautizaron en un rio. A uno lo bautizan en la

iglesia con agua bendita.

Ahora sí entendía todo. No me iban a bautizar en un rio. Sentí

un profundo descanso.

-¡Jerónimo! –Gritó mamá. – ¡Ya a almorzar!

Corrí lo más rápido que pude hasta el comedor. Mi almuerzo ya

estaba servido.

Mamá se sentó a mi lado.

Almorzábamos y de reojo, yo veía que ella me estaba mirando

mientras comía.

-¿Qué pasa mamá? –Pregunté con la boca llena.

Apenas se me entendía.

-Lo amo mucho.

¿A qué venía eso? Me pareció raro pero asentí con una leve

sonrisa.

Seguimos comiendo.

-¿Quiere ir a donde la abuela María? –Preguntó mamá.

-Sí señora. –Dije con alegría.

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Terminamos de almorzar y fuimos donde mi abuela.

-¡Hola hija! –Saludó mi abuela.

-Hola, mamá. –Respondió mamá seriamente. –Voy a dejar al

niño aquí. Ya vengo.

Entré a la casa de mi abuela y mamá se fue. No recibí ni un

despido de ella.

Se fue sin palabras.

¿A dónde iba? No lo sabía.

-¿Cómo está mi niño? –Preguntó mi abuela.

-Bien. ¿Está Majo? –Pregunté buscándola. Aunque recordé que

ella aún no salía a vacaciones como yo.

-No. Pero está el tío Alejandro.

Entré al cuarto de mi tío, y al verme, me dio un fuerte abrazo.

-Hola Jerónimo. –Saludó.

Estaba escuchando música. Le gustaba mucho la música que

toda la familia llamábamos “Música diabólica”. En cuanto yo

entré, detuvo la música.

-¿Quiere que le enseñe algo? –Me preguntó.

-Sí señor. –Asentí con mi aguda voz.

De un cajón sacó un gran afiche que contenía las letras del abe-

cedario en inglés.

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Yo amaba el inglés.

-Está es la “A” y se dice “Ei” –Dijo mi tío mostrándome la pri-

mera letra.

-Ei. –Repetí.

Así proseguimos hasta que terminamos con la letra Z.

La puerta sonó. Mi abuela abrió.

Era mamá.

Luego de aproximadamente un minuto, Mi abuela me llamó.

-¡Despídase de su tío! –Gritó.

Me despedí de él.

-Mañana seguimos hasta que se lo aprenda bien. –Dijo Alejan-

dro dándome un abrazo.

Mamá estaba muy seria y tenía los ojos rojos. Como si hubiese

llorado.

De camino a casa mamá me dijo: “No le vaya a decir a su papá

que yo me fui. Si algo le dice que los dos nos quedamos donde

la abuela”.

Asentí.

El día de mi bautizo llegó.

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-Rápido. –Dijo papá muy feliz.

Nos esperaban los invitados en la iglesia. Ya salíamos de casa.

Íbamos camino a la iglesia. Yo estaba vestido con un pequeño

traje formal. No era de marinero como los demás.

Mamá y un hombre se miraron fijamente. Yo vi las miradas

cruzadas de los dos.

Papá solamente revisaba que yo estuviese sin una mancha en el

traje mientras caminábamos.

El extraño hombre siguió su camino y mamá el suyo.

Tuve miedo. Quise pensar que ojalá no fuese lo que yo estaba

pensando.

Llegamos a la iglesia y había muchísima gente.

El padre habló y dio su típico sermón de misa. Tuve ganas de

dormirme pero no lo hice.

Mi madrina era mi abuela Rosalba. Y mi padrino era mi tío

Felipe. Se pusieron de pie y tomaron el sirio entre los dos, ha-

ciendo promesas al padre.

El momento del agua llegó.

Mamá me alzó, y puso mi cabeza sobre una especie de taza de

cemento decorada, sostenida con un soporte del mismo material

que estaba sujeto al suelo.

El padre vertió agua sobre mí y puso una cruz de aceite en mi

frente.

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Sentí como si fuese el miércoles de ceniza.

La misa terminó y todos junto con los invitados fuimos a casa.

La casa estaba muy decorada y con varias sillas blancas en el

salón. Los sofás estaban en mi cuarto.

Recibí más regalos que el día de mi cumpleaños número cinco.

Fue maravilloso.

Me cambié de ropa y comencé a jugar con todos los juguetes

que cada vez me iban dando.

Papá trajo un gran pastel y un lechón entero para todos.

Fue un día grandioso. Aunque no tenía con quien jugar, me

encerré en mi cuarto con todos mis nuevos juguetes. Encendí la

televisión y comencé a jugar mientras los adultos hablaban y

bebían en el salón.

Creían que yo ya estaba durmiendo.

Mamá entró a mi cuarto y me dio un fuerte abrazo.

-Lo amo mucho. –Dijo.

Y con lágrimas en sus ojos salió del cuarto.

Yo seguía jugando.

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LOS LOROS

Al otro día después del bautizo, desperté temprano en la maña-

na. Salí de mi cuarto, fui al salón y vi dos parientes durmiendo

en sillas de plástico.

Creo que estaban borrachos.

Caminé hacia el cuarto de mamá y papá. Estaban durmiendo.

Me devolví a mi cuarto y encendí la televisión.

Según el canal, eran las 9.24am.

-Solo me queda seguir durmiendo. –Dije mentalmente. –Así

calmo mi hambre.

Dormí de nuevo.

Me desperté nuevamente y eran las 11:30am.

Salí de mi cuarto. Vi que mamá preparaba el desayuno.

-Hola mamá. –Saludé.

-Hola hijo. –Respondió.

Papá no estaba.

-¿Y papá? –Pregunté.

-Fue al trabajo. –Respondió mamá llevando mi plato con el

desayuno hasta el comedor.

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Los parientes ebrios que dormían en las sillas de plástico, tam-

poco estaban.

-¿Y mis tíos? –Pregunté con la boca llena.

-Ya se fueron.

La casa estaba muy desordenada y mamá tenía que ordenarla

ella sola.

-¿Me ayuda a ordenar, por favor? –Me preguntó mamá.

-¡Ay no mamá! Más bien, ¿Podría ir donde mi abuela Rosalba?

Mamá miró todo a su alrededor sintiéndose triste al tener que

ordenar ella sola toda la casa.

-Bueno. Se baña y ahorita lo llevo. –Dijo mamá.

Terminé de desayunar y me levanté de la silla rápidamente para

llevar la losa a la cocina. Mamá se quedó sola en el comedor.

No me sentí tan mal como ahora me siento.

Me bañé y mamá me ayudó a vestir.

Salimos directo hasta donde mi abuela.

Me quedé allá. Mi abuela estaba con dos amigos de ella. Era

una mujer, y un hombre.

Mamá se fue a casa nuevamente.

O al menos eso creo.

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-¿Este niño es Jerónimo? –Dijo la mujer.

-Sí. Ya está grande ¿No? –Dijo mi abuela.

-Está grandísimo.

-Sí. Está muy grande. –Dijo el esposo de la mujer.

Yo no sabía de quién se trataba esas dos personas. Y por lo

visto, ya me conocían desde hace mucho tiempo.

-Venga, salude a la señora Rita y a su marido Armando. –Me

ordenó mi abuela.

Caminé hacia ellos y los saludé con la mano.

-Nos conocimos en Estados Unidos hace mucho tiempo. –Dijo

mi abuela. –Ellos habían venido hace mucho. Estuvieron cuan-

do usted nació. Ellos fueron al hospital a verlo.

-Y supimos que ayer era tu bautizo. –Dijo Rita. –Por eso te

trajimos dos loros. Están allá en el patio.

Fui al patio y había dos loros pequeños amarrados por una

cuerda en la pata derecha. Eran macho y hembra.

-Muchas gracias. –Dije.

Yo los consentí y los miré a los ojos fijamente. Eran tristes. Sus

ojos eran igual de tristes a los míos.

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Mis clases de inglés con mi tío, pasaron del abecedario a los

números y luego a los verbos. Con tan solo 5 años de edad, mi

nivel de inglés estaba en A2.

-That is a draw. –Dije señalando otro de mis cuantos dibujos.

Los loros estaban en mi casa en una gran jaula que papá com-

pró.

Cada vez que iba a casa de mi abuela, ella me ordenaba hablar

en inglés. Decía que se sentía orgullosa de mí.

Me sentía muy feliz hasta que mamá se consiguió otro de sus

trabajos.

Trabajaba en una discoteca como administradora.

La discoteca estaba frente a nuestra casa, por tanto yo podía ver

a mamá todas las noches que me quedaba solo en casa jugando

con Majo.

Una de esas noches, encontramos espuma de fiestas en un ca-

jón. Era del trabajo de mamá.

Majo y yo nos miramos con aire de complicidad.

-¿Jugamos? –Dijo Majo alzando la espuma.

Yo asentí.

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Duramos casi hasta la media noche jugando con aquella espuma

hasta que se acabó.

El suelo quedó cubierto con una espesa capa blanca de espuma

como si fuese nieve.

-Ahora limpiemos que mamá llega a la una de la madrugada. –

Dije.

Limpiamos todo y puntualmente a esa hora, mamá llegó.

Nunca supo lo que hicimos.

Al día siguiente, mamá y yo tuvimos que salir donde una tía.

Teníamos que visitarla, ya que hizo un almuerzo especial para

nosotros.

-Majo, nos cuida los loros, por favor. –Dijo mamá dejando a

Majo sola en casa.

Duramos casi todo el día en casa de mi tía. Llegamos a casa y

Majo no estaba.

Los loros tampoco.

Revisamos todo y encontramos al loro macho muerto en la bol-

sa de mis juguetes y a la lora muerta debajo de la nevera.

Ese día lloré la perdida de mis dos loros y de Sasha.

La extrañé y aún la sigo extrañando.

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LA PEOR NOCHE DE MI INFANCIA

Una prima nuestra fue a casa a visitarnos. Su nombre era An-

drea. Era una de nuestras primas favoritas. Aunque estaba ya

adulta, jugaba conmigo como si fuese una niña.

Ella estaba saliendo con mi tío Felipe.

-Hola Andrea. ¿Cómo está? Pase, pase a mi casa. –Dijo mamá

muy contenta.

-Hola prima. Bien. Ahí pasándola. ¿Y usted cómo está?

Yo seguía en mi cuarto.

-Bien. Aquí con Jerónimo. –Dijo mamá sentándose en el come-

dor.

-Vamos a ver cómo es Jerónimo. Aún no lo conozco. ¿Y An-

drés?

-Andrés está trabajando. Llega en la noche.

Salí de mi cuarto y vi a mi prima desconocida.

-¿Este es Jerónimo? –Preguntó mi prima.

-Sí. –Dijo mamá con una sonrisa mientras juntas me miraban.

Caminé directo hacia mamá y me senté sobre su regazo.

-Tan lindo. –Dijo Andrea. –Es igualito al papá.

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Me ofendió.

Mamá le ofreció café a Andrea y las dos lo tomaron.

Me retiré y fui a mi cuarto a ver televisión.

-¡Jerónimo, vamos donde la abuela María! –Gritó mamá.

Rápidamente me levanté de la cama, apagué la televisión y

juntos fuimos donde mi abuela.

Mientras mamá y Andrea caminaban lentamente, yo corría ha-

cia varias palomas que jugueteaban en la calle.

Me sentía libre corriendo. Pero no me daba cuenta, de que esta-

ba encerrado en una jaula de la que me faltaban muchos años

para salir.

Llegamos donde mi abuela, y allí se encontraba Majo, mi tío

Alejandro y mi abuela María.

-¡Hola Andrea! –Dijo mi abuela muy feliz. –Hola hija. –Se diri-

gió a mamá.

Se saludaron y por último mi abuela me saludó a mí.

Entré a la casa y fui donde mi tío.

Otra clase de inglés.

-¿Cómo vamos con ese inglés? –Preguntó mi tío.

-Very fine. –Dije.

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-Hoy nos vamos a aprender los verbos en futuro simple. ¿Vale?

-Sí señor.

Proseguimos con mi clase de inglés. Cada vez mi nivel ascen-

día.

Anocheció y tuvimos que ir de vuelta a casa.

-Mañana voy donde Felipe. –Dijo Andrea.

Llegamos a casa.

Mamá preparó la comida y juntos comimos.

Papá llegó.

-¡Hola Andrea! –Saludó papá.

-Hola Andrés. ¿Qué más? ¿Cómo está? –Preguntó Andrea.

Mamá seguía en la cocina.

-Bien, ahí trabajando.

Mamá entró al salón.

-Hola Andrés. ¿Cómo le fue? –Preguntó mamá.

-Bien. –Dijo papá secamente. -¿Y sigue con Felipe? –Se dirigió

a Andrea.

Mamá se quedó de pie detrás de papá. Sentí que su tristeza as-

cendía.

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Ella quería llorar. Aunque no lo hizo.

Unas horas más tarde, ya era hora de dormir.

Andrea y yo dormimos en la misma cama. Mi cama.

Me sumí en un sueño profundo.

Me desperté conmocionado. Escuchaba gritos.

No sabía quién estaba gritando. Gritaba con todo su ser.

Volteé a mi derecha, y Andrea estaba con sus ojos pegados al

techo, escuchando los gritos conmigo.

Rezaba.

-Siga durmiendo, mi amor. –Dijo mi prima.

Yo escuchaba los gritos con el sonido de golpes. Sonaba como

un martillo clavando un clavo.

Era la melodía del diablo.

La puerta de mi cuarto se abrió rápidamente.

Era mamá la que gritaba.

La mujer trató de entrar, pero el monstruo la agarró de su cabe-

llo y la haló hacia atrás, haciendo que mamá se devolviese y

cerrara la puerta de un golpe.

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-¡Mamá! –Grité llorando y tratando de salir a salvar a mamá.

Aunque sé que no lo haría. Solamente sería espectador del es-

pectáculo que hacía el diablo.

Mis gritos se unían al concierto del monstruo.

-Ya, tranquilo. No llore. Mamá estará bien. Duérmase. –Dijo

Andrea sosteniéndome para que yo no me fuese.

¿Quién puede estar tranquilo con el monstruo hambriento?

-¡Mamá! –Grité nuevamente.

Grité lo mismo muchas veces por mucho tiempo.

Los gritos se detuvieron. Ya no había más que silencio. Un

horrible silencio.

La luz se apagó después de un rato, y la puerta de la habitación

de mis padres se cerró lentamente.

-Ya se acabó. Duérmase, mi amor. –Dijo Andrea limpiándome

los ojos suavemente y acostándome nuevamente.

Me dejé llevar por el sueño.

Al otro día desperté.

Andrea seguía durmiendo. Me levanté con mucho cuidado.

Caminé hasta la puerta de mi habitación, y la abrí. Miré el pasi-

llo y vi a mamá en el suelo durmiendo, desmayada o algo pare-

cido. Tenía los ojos morados y muy hinchados. Su nariz tenía

sangre seca y sus labios estaban reventados.

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Corrí hacia ella y grité.

-¡Mamá!

Andrea se levantó de golpe, corrió hasta mis gritos y vio a ma-

má en el suelo. Corrió hasta el salón, tomó alcohol y se lo dio a

oler a mamá.

Mariana se levantó con mucha desorientación. Me miró, y las

lágrimas descendieron tanto de ella, como de Andrea y las mías.

-Mi bebé. –Me dijo mamá abrazándome fuertemente.

Lloramos los tres juntos.

Me levanté del suelo viendo cómo Andrea ayudaba a mamá a

levantarse.

Miré por la ventana la habitación de mamá.

Papá no estaba. Se notaba que no había dormido nadie allí.

Pensé en que ayer, apagó la luz, cerró la puerta y se fue con el

diablo.

Papá llegó a casa.

Sentí mariposas en el estómago. Ahora me daba miedo.

-Por fin se levantó ¿No, perezosa? –Dijo papá mirando a mamá

con desprecio.

Mamá lloraba a moco tendido siendo consolada por Andrea.

-Cállese y váyase, asqueroso. –Dijo Andrea.

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Papá dio una sonrisa muy asquerosa y de nuevo se fue.

Aunque afortunadamente mamá se recuperó físicamente.

Ya casi su corazón se volvía piedra.

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¡CORRAN!

Mamá y papá se recuperaron de tan bochornosa pelea.

Papá ya estaba en el trabajo. Andrea un día después del proble-

ma entre mi madre y mi padre, se fue a quedar unos días con su

novio Felipe –Mi tío.

Ahora mamá y yo estábamos solos.

-¿Quiere ir donde la abuela María? –Dijo mamá.

-Sí señora.

-Bueno. Póngase una chaqueta y vamos.

Entré en mi cuarto, tomé mi chaqueta y rápidamente fuimos

donde mi abuela.

El timbre de la casa de María sonó.

-¿Quién es? –Gritó mi abuela.

-Yo. Mariana.

María abrió a puerta.

-Hola mamá. –Dijo Mariana.

-Hola hija. Hola mi niño hermoso.

Yo saludé a mi abuela con un fuerte abrazo.

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-Mamá, -Dijo mi madre- ¿Le puedo dejar a Jerónimo un mo-

mentico mientras yo ya vengo?

-¿A dónde va? –Preguntó mi abuela abrazándome.

-Allí a hacer una vuelta. –Dijo mamá.

Mamá se fue.

Me dio tristeza e inquietud. ¿Por qué mamá se va como si nada?

¿A dónde va?

Olvidé todo y me senté en la cama de mi abuela a ver televisión.

Mi abuela estaba sola. Majo y Alejandro estaban estudiando.

-¿Por qué su mamá se va a toda hora? –Preguntó María mien-

tras lavaba los platos.

-No sé, abuela.

-¿A dónde se va ella?

-Tampoco sé.

El timbre sonó de nuevo.

Mi abuela corrió rápidamente a abrir la puerta.

Era Andrea y Felipe.

-Hola Andrea. Hola Felipe. –Saludó mi abuela.

-Hola tía. –Dijo Andrea.

-¿Qué más María? –Saludó mi tío.

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-¿Cómo están? –Dijo mi abuela.

-Bien. –Respondió Andrea.

-María, es que vinimos por Jerónimo. Vamos a llevarlo a Mun-

do Aventura.

Escuché el nombre del parque y rápidamente me levanté. Corrí

donde mi tío.

-¡Hola tío! –Grité corriendo hacia mi tío con los brazos abiertos.

-¡Hola Jerónimo! –Dijo mi tío abrazándome.

-Pero Mariana no está. –Dijo mi abuela- No sé si lo deje ir o…

-…No, tía. Nosotros nos la encontramos en la calle. –

Interrumpió Andrea- Le preguntamos si nos dejaba llevar a

Jerónimo y nos dijo que sí.

-Ah bueno. Llévenlo entonces.

Se despidieron y yo abracé a mi abuela. Me daba nostalgia de-

jarla sola. Pero prefería ir al parque.

-Me trae algo. –Dijo mi abuela sonriendo.

Tomé a mi tío de la mano y caminamos los tres hasta la casa de

mi abuela Rosalba.

Yo pateaba piedras y tenía ganas de llorar. ¿Dónde estaba ma-

má?

Miré hacia un lado, y mamá estaba hablando con otro hombre

en la calle.

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-Debe ser un conocido. –Pensé.

Seguí mirándola y vi que mamá se estaba besando con aquel

hombre.

Las lágrimas comenzaron a caer sobre mis mejillas.

Andrea me vio, y vio lo que yo estaba viendo. Al ver que yo

estaba llorando, me tomó de la mano, y me alzó sobre sus hom-

bros.

Yo seguía llorando.

-Ya, mi amor. No piense en eso. –Dijo Andrea tratando de con-

solarme.

No había ninguna explicación por la cual mamá estuviese ha-

ciendo eso. ¿Por qué lo hizo? ¿Acaso no quería a papá?

Pensé en que quizá así sea el mundo de los adultos. Si no que-

rían algo, cambiaban y vivían así. Pensé en que era normal.

Quizá el mundo de los adultos es como un cangrejo. Cuando ya

no quieren su concha, cambian y viven felices.

Llegamos a casa de mi abuela Rosalba. Mi abuela abrió la puer-

ta lista para ir con nosotros. Salió de la casa y cerró la puerta.

-¿Por qué llora mi amor? –Preguntó mi abuela.

Yo iba a hablar pero Andrea le dijo un secreto rápidamente a mi

abuela.

Rosalba se sorprendió mucho, me miró con lástima y me alzó.

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-Ya Jerónimo. Eso no es nada. No piense en eso y ya. Vea, va-

mos a ir a un parque a pasarla bien sin que nos importe los pro-

blemas. –Dijo mi abuela tratando de consolarme.

Tomamos un taxi. Yo solamente miraba por la ventana muy

triste pensando en lo que mamá estaría haciendo en este mo-

mento.

Al entrar al parque, todos los problemas se borraron de mi men-

te. Me divertí mucho.

Recuerdo que monté en un pequeño barco con mi tío, y nave-

gamos por un riachuelo que conducía hasta el punto de inicio.

La noche cayó sobre la ciudad y salimos a comer algo. Me comí

una hamburguesa.

Al llegar a casa de mi abuela Rosalba, me llevaron hasta mi

casa y mamá me recibió con mucho cariño.

-¿Cómo le fue? –Dijo mamá muy contenta de mi llegada- ¿Sí la

paso bien?

Yo solo asentí. No quería hablar con ella.

Me despedí de Andrea, de mi tío y de mi abuela.

Subí las escaleras del edificio, entré en mi apartamento y luego

a mi cuarto.

-¿Qué pasó Jerónimo? –Preguntó mamá.

-Mamá, yo la vi con un señor besándose.

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Mamá no supo cómo reaccionar. Me tomó en brazos y me abra-

zó fuertemente.

-No le ponga cuidado a eso.

Fue lo único que dijo mamá.

Yo no sabía cómo iba a reaccionar mi padre ante el hecho.

Papá llegó del trabajo. Se saludó con mamá y se dieron un beso.

Tuve miedo de que papá se diera cuenta y comencé a llorar. No

quería vivir en este mundo de engaños.

-¿Por qué llora mi bebé? –Dijo papá.

Solamente quería desahogarme. Y el peor error de mi vida fue

desahogarme con la persona menos indicada.

-Mamá se besó con otro hombre. –Dije llorando, esperando un

abrazo.

Papá se levantó. Se dirigió a la cocina –Donde estaba mamá con

una olla haciendo la sopa- la tomó del cabello y haló brusca-

mente.

-¡No me toque! –Gritó mamá empujando al monstruo y deján-

dolo atrás.

Mariana corrió, me tomó en brazos y entramos a la habitación

principal. Allí había una gran ventana. Podía ver a papá gritán-

dole cosas a mamá.

Yo simplemente lloraba y lloraba.

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Papá fue por un martillo para romper el vidrio, y así poder en-

trar a golpear a mamá.

Mamá aprovechó para salir corriendo de la habitación conmigo

de la mano. Abrió la puerta de la salida, bajamos las escaleras, y

salimos del edificio. Papá nos perseguía. Mamá me alzó en sus

brazos y corría lo más rápido posible.

Mi padre la alcanzó, le agarró el cabello y le dio una bofetada.

-¡Perra!- Gritaba papá.

Mi madre se soltó y corrió aún más lejos.

Un bus pasaba por allí y lo tomamos.

Huimos lejos.

Paramos en un departamento de policías. Mamá no dejaba de

llorar y yo tampoco.

Me quedé en la sala de espera mientras mamá hablaba con un

guardia.

-Vuelva a su casa. –Dijo un policía- Nosotros nos encargare-

mos del resto.

Volvimos en un bus. Entramos a la casa y papá no se encontra-

ba. Mamá corrió el cerrojo y dormimos en la cama de ella.

Amaneció, tomamos toda la ropa que pudimos y nos fuimos a la

casa del hombre que causó todo esto.

Supuse que era por unos días. Pero los días se alargaron.

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UNA NUEVA VIDA INFERNAL

El timbre del apartamento de mi abuela María sonó.

-¡¿Quién!? –Gritó Majo.

-La dueña del apartamento. –Dijo doña Susana.

Como verán, Susana era la dueña del apartamento donde vivía

mi abuela María. Así que mi abuela vivía en arriendo.

Majo abrió la puerta.

-¿Cómo está, doña Susana? –Saludó Majo.

-Bien, María José. ¿Está su mamá?

-Sí señora. Está en la cocina.

La señora Susana entró a la cocina y saludó a mi abuela, que se

encontraba lavando los trastes.

Por supuesto la señora Susana traía noticias importantes.

-Doña María, le tengo malas noticias. –Dijo Susana.

-¡¿Qué pasó?! –Dijo mi abuela muy sorprendida.

-Me compraron la casa. Ya no puede vivir más aquí. Lo siento.

La señora Susana partió dejando a mi abuela pensando a dónde

irse a vivir con Majo y Alejandro.

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-La única opción, es irnos a vivir con Mariana. –Dijo mi abuela

dirigiéndose a Majo.

María se colocó una chaqueta, y fue con Majo a nuestra “Anti-

gua” casa.

Timbró.

Papá se asomó por la ventana.

-¡¿Quién?! –Gritó.

-¡Yo, María! –Gritó mi abuela.

-Mariana está en su casa ¿No? –Pregunto papá.

-No. ¿Cómo así? ¿Es que no está acá? –Preguntó mi abuela.

-No. Ella se fue de la casa con el niño.

Mi abuela ya se imaginaba por qué era.

-Bueno. Voy a buscarla. –Dijo María.

Mi abuela y Majo fueron a casa de mi abuela Rosalba a ver si

mamá y yo estábamos allí.

El timbre de la casa de Rosalba sonó.

-¡Ya va! –Gritó Nora desde la cocina.

La sobrina de mi abuela abrió la puerta y saludó.

-¿Qué más, señora María? Hola Majo.

-¿Qué más Nora? ¿Rosalba está? –Preguntó mi abuela.

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-Ya se la llamo. Mientras tanto siga y siéntese en el mueble.

Mi abuela y Majo tomaron asiento y esperaron mientras mi

abuela Rosalba bajaba de su cuarto. No había nadie más. Todos

trabajaban, incluso mi tío Felipe que luego de salir de estudiar,

montó una joyería.

-Hola María. ¿Qué más? –Saludó Rosalba- Hola Majo. Cómo

está de grande.

Rosalba tomó asiento.

-Rosalba, vine a preguntarle si usted ha visto a Mariana y al

niño por acá. –Dijo mi abuela María- Se fue de la casa anoche.

Andrés me dijo eso. Yo me imagino que pelearon.

-Por ahí Andrés le pegó. –Dijo Rosalba- Ella hace unos días

vino a decirme que Andrés le había pegado.

-¿En serio? –Preguntó mi abuela muy sorprendida- Pero muy

boba Mariana dejándose pegar.

Majo se aburrió de escuchar conversaciones de adultos y co-

menzó a jugar con peluches que tenía mi abuela Rosalba.

-Precisamente de eso le iba a hablar, María. –Dijo Rosalba- ¿Se

acuerda ayer que Felipe y Andrea fueron por el niño a su apar-

tamento?

-Sí.

-Ellos volvieron a la casa a recogerme. Y en el camino, estaba

Mariana besándose con Alfredo.

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-¡¿Qué?! –Preguntó mi abuela María con asombro.

-Sí. Yo no sé.

-Pero entonces ¿Quién le contó esa atrocidad a Andrés? -

Preguntó María.

-Mariana misma no le contó. Fue el niño.

-Sí. Es el único que sabía eso.

-Bueno, entonces ella debe estar en la casa de ese hombre. –

Dijo María.

-Sí. Debe estar allá.

Majo, María y Rosalba se despidieron. Mi tía y mi abuela fue-

ron a casa de Alfredo.

Timbraron.

-Buenas tardes señora María. –Saludó Alfredo.

-¿Qué más, Alfredo? –Saludó mi abuela- ¿Aquí esta Mariana?

-Sí señora, siga.

Mi abuela subió las escaleras del edificio de tres plantas.

En el segundo piso, había un apartamento desocupado. Y en el

tercero, vivía Alfredo, su madre, sus hermanas pequeñas Lorena

y Ginebra. Y ahora allí en el tercer piso vivía mamá. Yo no.

Yo vivía en otra parte.

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-Hola mamá. –Saludó Mariana.

-Usted qué está… -Dijo mi abuela.

-Mamá yo le explico otro día. –Interrumpió mamá.

-Mariana, me toca irme a vivir a otro lado. Doña Susana vendió

la casa.

-Pues venga a vivir aquí. En el apartamento de abajo.

A mi abuela le pareció muy buena la idea. Aceptó y Alfredo

también lo hizo.

Yo salí de un cuarto llorando.

No quería estar allí. Quería irme a vivir en otra parte. No sé.

Donde mi abuela o no sé. Pero según el destino, debía quedar-

me allí un buen tiempo.

Los días pasaron. No volví a ver a papá. Y mamá no volvió a

hablar con él. Alfredo quería que yo también lo llamase papá.

Nunca.

Mi abuela María llevó todas sus cosas al apartamento del se-

gundo piso.

-Mami, no quiero vivir aquí. Quiero vivir con mi abuela abajo.

–Dije casi llorando.

-¡Haga lo que quiera! –Me gritó mamá mientras Alfredo la to-

maba de la cintura y le daba besos en el cuello.

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Me sentí mal. Nadie me quería. –Supuse-

Tomé mi ropa, y la bajé hasta el apartamento de mi abuela.

-¿Qué hace con toda esa ropa aquí? –Preguntó confundida

mientras doblaba su ropa- Guárdela en ese cajón. –Señaló un

cajón del armario.

Mi cama era un pequeño colchón que se ubicaba bajo la cama

de mi abuela.

Cada día, yo tenía que estudiar. Mis vacaciones habían termina-

do. Mamá no me quería ver y por ende, cada día me quedaba en

casa de mi abuela Rosalba.

Aunque mi abuela no me daba el almuerzo. Al lado de la casa

de mi abuela, había un pequeño restaurante. Mamá pagaba

mensualmente para que me dieran el almuerzo.

Las tareas yo tenía que hacerlas solo. Nadie me ayudaba a hacer

nada. Y por las noches, Mamá iba por mí a casa de mi abuela.

Mamá había dejado sus cariños conmigo a un lado. Me trasmi-

tió su dureza de corazón.

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OTRO LÍO

Me desperté al otro día muy triste, mamá ya no me quería como

antes.

Era sábado. No tuve que ir a estudiar. Nadie estaba despierto

aparte de mí.

Me puse de pie y fui al baño. Salí y encendí el televisor.

-¡Me hizo levantar! –me regañó mi abuela levantándose cuida-

dosamente de la cama para no despertar a Majo.

Me sentí triste. Nadie me quería en este momento.

Apagué el televisor para no despertar a Majo.

Me puse de pie y salí de la habitación. Subí las escaleras y entré

al apartamento de mamá.

Doña Dora –La madre de Alfredo– estaba barriendo.

Me miró.

-¿Qué quiere? –Dijo regañándome- ¿Tiene hambre? Acá no hay

desayuno para usted. Vaya dígale a su abuela que le dé desa-

yuno.

Era cierto. Yo tenía hambre pero no subí por eso. Solo quería

saludar a mamá. Quería que me abrazase y me preguntara

“¿Cómo amaneció?” O algo parecido. Que me dijera cuánto me

quería.

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Pero no. Ya todo eso había terminado.

-Solo quería saludar a mi mamá. –Dije mirando el suelo.

-¿Su mamá? ¿La vaga? ¿Que no trabaja sino que se echa como

la marrana que es a dormir? ¿Ese engendro que su abuela parió?

Su mamá está allá durmiendo con su papá.

¡¿Mi papá!? Gracias a Dios no nací gracias a ese hombre. Y

¿Quién se creía esa mujer para tratar mal a mi mamá? Siempre

me habían enseñado a respetar a los adultos, y por ende no le

dije lo que se merecía.

-Ese hombre no es mi papá. Y mi mamá tampoco es como usted

lo…

-¡Cállese! –Me interrumpió- Me tiene estresada con esa voz de

marica que usted tiene. Y si no le gusta tenerlo como padre,

pues se tiene que acostumbrar, maricón.

Nunca me habían tratado así. Deseé decirle a mamá todo lo que

me había dicho esa señora. Pero fue la primera carga que le di a

mi corazón. Me lo guardé para siempre.

Comencé a llorar. Esas palabras me apuñalaron como si fueran

una espada.

-¿La niña se puso a llorar? Váyase de mi apartamento o le juro

que le pego con esta escoba. –Dijo levantando la escoba.

Mamá entró al salón y vio esa horrorosa escena. Yo llorando y

esa señora a punto de golpearme.

-¿Qué pasó? –Dijo mamá mirándome llorar.

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-No, su hijo que se cayó y le duele el brazo. –Dijo Dora ba-

rriendo de nuevo- Sóbese el brazo –Me susurró.

Yo me sobé el brazo izquierdo. Quería contarle todo a mamá,

pero me daba miedo que Dora me hiciese algo.

-Ya, vaya dígale a su abuela que lo sobe. Voy a hacer el desa-

yuno, señora Dora. –Dijo mamá entrando a la cocina. –

Jerónimo, vaya y dígale a mi mamá que le haga el desayuno a

usted.

Bajé las escaleras y entré llorando al apartamento de mi abuela.

-¡¿Qué le pasó?! –Preguntó mi abuela sorprendida desde la

cocina.

Recordé lo que Dora me había dicho. “Sóbese el brazo”. Así

que le hice caso.

-Me caí y me pegué en el brazo. –Dije.

-Tenga más cuidado. Siéntese que ya le llevo el desayuno. –

Dijo mi abuela señalando el comedor.

Me senté en el comedor y desayuné.

-Jerónimo, ¿Me acompaña a comprar una cosa? –Me preguntó

mamá.

-Sí señora.

Ya había caído la tarde sobre la ciudad.

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Caminamos por muchos lugares buscando algún almacén donde

vendieran afiches de amor y de amistad. Al fin encontramos

uno.

Yo veía las paredes y el techo, y todo estaba repleto de afiches y

posters sobre el amor.

-¿Este está bonito? –Me preguntó mamá levantando un afiche

grande.

-Sí. –Dije con frialdad.

En realidad no me importaba si estaba bonito o estaba feo. Solo

quería vivir en un hogar donde tuviese un buen padre y una

buena madre. Aunque no los tenía en ese momento, me sentía

feliz sabiendo que tenía un apoyo incondicional en todo esto.

Mi abuela Rosalba.

Ella fue la que siempre me apoyó.

Volvimos a casa al comenzar la noche.

Esa noche me quedé donde mi abuela Rosalba.

-¿Cómo va en esa casa? –Preguntó mi abuela dulcemente.

-Pues bien abuelita. –Mentí. -¿Dónde está Nora? –Pregunté al

no verla.

-Ella ya se fue.

Entramos en un silencio torturador.

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-Abuelita, voy a subir a ver televisión. –Dije subiendo las esca-

leras.

Me coloqué la pijama y me recosté en el cuarto de mi abuela.

Mi abuela entró en su habitación.

-¿Me puedo acostar en la cama con usted? –Preguntó.

-Sí señora. –Dije.

Nos quedamos dormidos por al menos una hora.

La puerta sonó cuando se abrió.

Eran mis tíos que regresaban del trabajo.

Nos despertamos. Me levanté, y fui a saludar a mis tíos.

Con ellos venía Andrea.

Nos saludamos y todos nos sentamos en el comedor.

-Allá está Mariana afuera de un bar llorando. –Dijo mi tío Feli-

pe.

Sentí mariposas en el estómago y tuve ganas de llorar.

Andrea y yo fuimos a ver lo que pasaba.

Mamá estaba llorando y tenía sangre en el cuello.

Había pedazos del afiche que compramos hoy, por todo el suelo

de la calle.

-¡Mami! –Grité corriendo hacia ella- ¿Qué pasó?

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-Alfredo me pegó. –Dijo sollozando.

En ese instante, por todo el estrés, la tristeza y el dolor mezcla-

dos, sufrí un desmayo.

Andrea me alzó y me llevó hasta la cama de mi abuela Rosalba.

Desperté sólo en la habitación. Me puse de pie. Caminé hacia el

salón y escuché voces en el comedor. Las seguí.

Estaban Andrea, María, Rosalba y mamá. Mis tíos dormían en

sus habitaciones.

-¿Por qué no llama a Andrés? –Preguntó Andrea- De pronto la

ayuda en algo.

Mamá tomo su celular y llamó.

-Hola Andrés…Estamos pasando por momentos du-

ros…Sí…¿Hasta allá?...Bueno…A las 2 de la tarde….Chao.

-¿Qué le dijo? –Preguntó Rosalba.

-Que nos viéramos mañana a las 2 de la tarde.

Escuché eso y pensé muchas cosas.

Mamá y papá se arreglarían, yo volvería a ser feliz, y toda esta

pesadilla terminaría.

Pero aún iba en la mitad de esa pesadilla.

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UNA MALA NOTICIA

Amaneció en la ciudad, y la mañana en casa de mi abuela era

más tranquila.

Tuve que ir a casa de Alfredo para recoger más ropa limpia para

hoy.

-Abuelita –Dije desde su cuarto- Voy a ir a mi casa a por ropa

limpia.

Mi abuela estaba en la cocina.

-Bueno. Yo le voy haciendo el almuerzo mientras tanto.

-Sí señora.

Salí de la casa, y me dirigí a casa de Alfredo. Timbré y Majo

me abrió la puerta.

-¿Qué pasó? –Preguntó- ¿No se va a quedar en la casa de su

abuela?

-Sí. Vine a recoger ropa limpia para irme a bañar de una vez.

-Bueno. –Dijo.

Subí las escaleras y entré al apartamento de mi abuela.

-Hola, papi. –Saludó mi abuela.

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-Hola abuelita. –Dije.

-¿Qué pasó? –Preguntó.

-Vine por ropa para irme a bañar.

Ya estaba sacando un pantalón y una camiseta.

-¿Y por qué no se baña aquí, se viste y se va?

Me sentí estúpido porque mi abuela María tenía razón.

-Sí señora, tiene razón.

Me quité toda la ropa, tomé mi toalla, y entré en la ducha.

Me bañé y me vestí. Un pantalón azul, y una camiseta del mis-

mo color con zapatos cafés.

-Listo abuelita. –Dije peinándome- Ya me voy donde mi abuela

Rosalba.

-Bueno mi amor. –Dijo mi abuela- ¿Viene por la noche?

-Sí señora.

Bajé las escaleras para salir. Abrí la puerta y mamá me gritó

desde arriba.

-¡Jerónimo! –Gritó.

-¡Señora! –Respondí.

-¡Venga! –Dijo.

Cerré la puerta, y subí las escaleras.

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-Vamos donde su papá. –Dijo colocándose su chaqueta.

Recordé que la noche anterior ella había hablado con él.

-Pero tengo que ir donde mi…

-¡Le dije que vamos! –Me interrumpió mamá.

Me tomó de la mano, y salimos rápidamente de la casa.

Mamá estaba muy arreglada y tenía el cabello aún mojado. Es-

taba muy presentable.

Pero ¿A qué íbamos?

-Mamá –Dije- Tengo hambre. Mi abuela Rosalba me está ha-

ciendo el almuerzo.

-¿Vamos donde la abuela? –Preguntó.

-Sí señora.

Nos desviamos hasta la casa de mi abuela Rosalba.

Ella abrió la puerta.

-¡Hola Mariana! –Saludó mi abuela.

-¿Qué más, doña Rosalba? –Saludó mi madre.

-Bien, mija. Siga. –Dijo abriendo aún más la puerta- Jerónimo,

allá está servido el almuerzo.

-Sí señora. –Dije entrando.

Pasé, y me senté en el comedor. El almuerzo estaba exquisito.

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Escuché toda la conversación. Ellas estaban en el salón.

-¿Para qué se va a encontrar con Andrés? –Preguntó mi abuela.

-Él me dijo que para arreglar las cosas y para que nos fuéramos

a vivir con él.

Sentí un cosquilleo en el estómago. Me sentí feliz. ¡Al fin!

-¿Qué pasó con Alfredo? –Preguntó mi abuela.

-No, yo de él no quiero saber nada.

-¿Pero al fin qué fue lo que pasó?

-Resulta que él…

Mientras yo escuchaba, sostenía un pedazo de papa con la cu-

chara, esta se desvió y cayó sobre mi pantalón.

-¡Ay, Dios mío! –Dije susurrando.

La recogí y la coloqué nuevamente sobre el plato.

-Pero muy abusivo –Dijo mi abuela.

Estas son las horas, en que yo aún no sé cuál fue el motivo de

esa pelea.

-Sí. –Respondió mamá.

-Yo me voy a Cali. –Dijo mi abuela- Me voy esta semana. No

sé cuándo vuelva.

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¡Qué! ¿Para qué se va? ¿No lo tiene todo aquí? Estaba muy

triste por tan horrible noticia.

-¿Y eso por qué? –Preguntó mamá.

-Por unos negocios que me salieron allá.

Escuché que mi abuela susurró. No alcancé a escuchar lo que

dijo.

Terminé de almorzar, y llevé los platos a la cocina.

Me cepillé los dientes y subí al salón.

-Ya, mamá. –Dije- Muchas gracias abuelita.

-Bueno, ya nos vamos doña Rosalba. –Dijo mamá bajando las

escaleras de la mano conmigo.

-Bueno. Que les vaya bien. –Se despidió mi abuela abriendo la

puerta.

Salimos de la casa de mi abuela y nos dirigimos a la parada de

buses.

-¿Sí quedó lleno? –Me preguntó mamá mientras estábamos

sentados esperando el bus.

-Sí señora.

El bus llegó, y subimos.

Pensé que este era el camino a la felicidad.

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Llegamos donde papá. Él nos esperaba en la parada de autobu-

ses.

Nos ayudó a bajar del bus sonriendo.

-Hola Mariana. –Saludó.

-Hola Andrés. –Respondió mamá.

-Hola Jerónimo. –Me saludó.

-Hola. –Dije fríamente.

Caminamos mientras mamá y papá hablaban. Yo jugaba a no

pisar las líneas del suelo.

La noche cayó y papá me llevaba cargado sobre sus hombros

mientras iba cogido de la mano con mamá.

-Papá ¿Ya no va a volver a hacer nada malo? –Pregunté.

Papá sabía a qué me refería.

-No, hijo. Ya eso se acabó. ¿Cierto, amor?

¿Amor?

-Sí, Andrés. –Dijo mamá.

Deseé que esto fuese verdad.

Entramos en la casa de papá.

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Era grande, y de dos pisos.

-Aquí nos vamos a quedar. –Dijo papá- ¿Sí le gusta, hijo?

-Sí señor. –Respondí.

Al otro día mamá y yo fuimos a la casa de Alfredo a por nues-

tras cosas. Llegamos nuevamente a nuestra casa. Mi abuela

Rosalba ya se había ido a Cali. Y mi abuela María se quedó

junto con Majo en casa de Alfredo.

Días después vimos en las noticias que mi abuela Rosalba había

caído presa por ir a Cali llevando droga.

-Tenemos que ir a visitarla –Dijo papá llorando.

-Sí. –Asintió mamá- ¿Cuándo nos vamos?

-Mañana.

Con que a eso se fue mi abuela Rosalba.

En fin. Al otro día llegaría la segunda parte de mi pesadilla.

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EL PUEBLO INFERNAL

Amaneció y la alarma sonó. Papá fue el primero en despertar.

-Ya es hora de levantarnos. –Dijo papá.

Mamá se despertó.

-Jerónimo, vaya báñese mientras yo voy a hacer el desayuno.

Me levanté de la cama, tomé mi toalla de nuestra maleta y entré

al baño.

Mientras me bañaba, escuché a mamá en la cocina haciendo el

desayuno. Papá estaba tendiendo la cama mientras hablaba por

teléfono con mi tío Hebert.

-¿Usted ya está allá? –Preguntó papá. –Entonces paramos en su

casa.

Escuché esto y me dio un revolcón en el estómago.

¿Vivir con mi tío Hebert?

Nunca lo quise y por tanto no quería vivir con él; pero no podía

protestar. Tenía que afrontarlo todo.

Me sequé el cuerpo, y salí del baño. Miré a mi alrededor y todo

se veía muy armonioso.

Me vestí y fui a desayunar.

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Ya estábamos en el terminal de transporte. Pensé que solo era

un viaje. Por aquel “viaje” me sacaron del colegio y no seguí

estudiando.

Subimos al bus y descansamos mirando el paisaje.

Debíamos descansar un poco porque al llegar, todo sería feo.

Al llegar a tal pueblo, nos encontramos con mi tío Hebert, quien

nos llevó a su casa en un taxi. Yo miraba por la ventana, y todo

me parecía muy bonito.

-Papi, mire esa palmera tan grande –Dije señalando una alta

palmera de bananos.

Papá solamente sonrió y siguió mirando al frente tomado de la

mano con mamá.

El taxi entró en un callejón donde el suelo no estaba pavimenta-

do. Era arena como en las playas.

¿Qué es esto? –Me pregunté –Que barrio tan feo.

Nos detuvimos en una casa pequeña de solamente una planta,

que quedaba frente a un volcán de ladrillos. Todos los días ardía

el fuego dentro de ese volcán y por supuesto, allí se fabricaban

los ladrillos.

Salimos del taxi y hacía un calor de infierno.

Todo a nuestro alrededor era pobreza.

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En ese momento de mi infancia, no me importaba que el pueblo

fuese pobre o no. Solamente me importaba que no sucediera lo

mismo que en el edificio.

-Esta es la casa. –Dijo m tío abriendo la puerta de la pequeña

casa.

Entramos y no era una casa como yo me la imaginaba –Grande,

con un balcón, con piscina y con estilo de finca- Era pequeña, el

suelo era solamente de cemento, y las paredes eran ladrillos

pegados.

Apenas teníamos luz y agua.

-Si algo, se pone a trabajar de Moto ratón. –Dijo mi tío a mi

padre.

Moto ratón es una especie de taxista pero en moto. En el pueblo

en el que yo vivía, la gente se transportaba solamente en motos.

-Sí, yo trabajo en eso. –Dijo papá incómodo por la casa.

-Yo le presto la moto. –Dijo mi tío.

De un cuarto salió una señora, una niña, una joven y un joven.

La señora se llamaba Omaira. Era alta, y de color. El nombre de

la niña era Rosa. La joven se llamaba Daniela, Y el joven, se

llamaba Víctor.

Nos miraron sorprendidos.

-¿Ellos son? –Preguntaron a mi tío al unísono.

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-Sí. –Respondió Hebert. –Bueno, la casa es toda suya. –Nos

dijo.

Nos acomodamos y elegimos un cuarto para nosotros.

Yo miraba, y había cucarachas por todas partes.

Todo era un infierno.

Pero era un infierno del que yo tenía que acostumbrarme.

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NUEVOS AMIGOS

Al otro día salí a revisar lo que había en la calle. Me encontré

con niños jugando futbol, otros jugaban al escondite. Otros

jugaban con monedas sobre el suelo, se me hizo raro. ¿Jugar

con monedas?

Lentamente se me acercaron dos niños de color. Me miraron

con palillos en su boca.

-Mira. –Me dijo uno de ellos.

Sacó los palillos de su boca, y su lengua estaba llena de sangre.

Quizá se atravesaban la lengua con los palillos.

Abrí los ojos conmocionado y respondí titubeando.

-S…Sí. Q…Que bien.

Me dirigí a casa lo más rápido que pude. Cerré la puerta y ma-

má se encontraba allí hablando con Omaira. Daniela no estaba.

Víctor estaba estudiando. Rosa también estudiaba. Papá estaba

trabajando.

Me senté en el suelo, muy agitado.

-¿Qué pasó? –Preguntó mamá.

-Vi un escorpión. –Mentí. –Tengo miedo.

-Tranquilo. Ellos no se meten aquí. –Dijo Omaira. – Jerónimo,

Alan, y Leonardo quieren que usted suba a jugar con ellos.

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¿Quiénes? ¿Arriba? Pensé que la casa solamente era de una

planta.

-¿A dónde subo? –Pregunté. -¿Y quiénes son ellos?

-A la casa de al lado. Ellos son mis sobrinos. –Respondió Omai-

ra.

-Ah, vale –Respondí. –Ya subo entonces.

Abrí la puerta, y subí. Una señora estaba allí sentada en un sofá.

-Hola. –Dijo. –Tú debes ser…

-Jerónimo. –Terminé la frase.

-Hola Jerónimo. –Saludó estrechándome la mano. –Yo soy

Magdalena.

-Que nombre tan místico. –Pensé.

-Jerónimo –Continuó. –Así se llama mi hijo también. Alan y

Leonardo, son sus hermanos. Ellos quieren verte. Sigue allá al

fondo. –Señaló un pasillo.

-Gracias.

Entré al pasillo. Escuché voces de los niños. Abrí la puerta y

estaban allí, sentados dibujando.

Me miraron como si yo fuera un extraterrestre.

-Hola. –Me saludó Jerónimo. –Soy Jerónimo.

Se levantó, y me tendió la mano.

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Hola. –Estreché su mano. –También me llamo Jerónimo.

-¡Qué bien! –Miró a sus hermanos. -¡Tengo un tocayo!

Sonreí.

-¿Qué hacen? –Pregunté.

-Estamos dibujando. –Dijo otro de los hermanos. –Por cierto,

me llamo Alan.

-¿Te gusta dibujar? –Preguntó Leonardo. –Lo siento, no me

presenté. Soy Leonardo.

-Sí. –Respondí. –Me encanta dibujar.

Jerónimo sacó varios lápices de colores de todas las tonalidades.

Eran muchísimos colores. Jamás había visto tantos lápices de

colores. Eran más colores que todos los de mi salón de clases

juntos. Los guardaba en una cartuchera que más bien era un

morral.

-Toma. –Me tendió una hoja blanca y el montón de lápices de

colores. –Estamos haciendo un concurso. El que haga el mejor

dibujo, se gana diez monedas de doscientos pesos.

-Pero yo no tengo dos mil pesos para apostar. –Respondí.

-Tú solo has el dibujo. –Dijo Alan.

Miré mi hoja, e imaginé la palmera gigante que había visto lle-

gando a casa. Pero para ser más creativos, la dibujé en una her-

mosa playa. Lo malo era que yo nunca fui bueno para colorear.

Así que se me ocurrió una gran idea.

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-¿Tienen un carboncillo que me presten? –Pregunté.

-En la cartuchera hay varios. –Respondió Jerónimo.

Busqué, y encontré uno que ya se iba a acabar. Por ser educado,

elegí ese.

Comencé a dibujar.

Al terminar, todos teníamos las hojas al revés para que nadie las

viese.

-Vamos a comenzar a girar la hoja, Jerónimo de último por ser

el nuevo. –Dijo Alan. –Comienza Leonardo.

Leonardo giró su hoja. Dibujó una enorme moneda color pla-

teado. Era muy realista. Yo la hubiera escogido como ganadora.

Alan alzó su dibujo a nuestra vista. Era un paisaje muy hermoso

con un atardecer al fondo. Me cautivó aún más.

Jerónimo levantó su dibujo, y vi una hermosa vaca comiendo.

Era un dibujo muy bonito; sin embargo, para mí iba ganando Él.

-Tu turno. –Me dijo Alan.

Levanté mi dibujo a la vista de todos.

Los tres hermanos abrieron sus bocas muy sorprendidos. Jeró-

nimo dejó caer su hoja exageradamente.

-¡Jerónimo! –Dijo Leonardo acercándose a mi dibujo. -¡Eres un

pintor profesional!

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Miré mi dibujo con orgullo, y sonreí.

Alan me sonrió y dijo:

-Tenemos un ganador. –Jerónimo alzó mi mano como si yo

fuese un ganador de la lucha libre.

Mi dibujo era así:

Cada hermano me dio dos mil pesos en monedas de doscientos.

-Ahora viene la segunda parte. –Dijo Leonardo. –El juego de las

monedas.

Ahora si podría saber en qué consistía ese juego.

-¿Sabes jugar? –Me preguntó Alan.

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-No. –Respondí.

-Mira. –Dijo Jerónimo. –Tienes que ensartar todas las monedas

una a una en un hoyo de tierra. El que ensarte todas las mone-

das, gana. Las que queden afuera, las recoges nuevamente, repi-

tes este proceso hasta que ensartes todas las monedas. El que lo

haga, se lleva todas las monedas del hoyo.

-Vale. –Respondí.

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¡QUE COMIENCE EL JUEGO!

Salimos a la calle. Frente al volcán de ladrillos. Buscamos un

lugar donde no hubiera rocas, para cavar nuestro hoyo.

-Aquí está bien. –Dijo Alan cavando con su mano.

-¿No es mejor cavar con algún palo? –Dije.

-No, es mejor así. –Dijo Jerónimo sacando sus monedas del

bolsillo.

Saqué mis monedas ganadas en el concurso y las conté mientras

Alan cavaba el hoyo. Estaban completas. Las mantuve en mi

mano cerrada como un puño.

-Ya. –Dijo Alan levantándose y limpiándose las manos de la

arena. –Hagamos la fila para comenzar a jugar.

Me ubiqué detrás de Jerónimo y delante de Leonardo. Alan se

hizo detrás de Leonardo.

Jerónimo miró detrás de él y abrió sus ojos como platos.

-Que comience Jerónimo. –Dijo nervioso. –Él es el nuevo.

-Sí. –Dijo Leonardo empujándome al frente.

Quedé en primer lugar en la fila. Me agaché un poco y moví mi

mano derecha con la que sostenía solo una moneda. –En la iz-

quierda tenía todas las monedas- Movía mi mano hacia adelante

y hacia atrás preparando mi tiro.

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Lancé y la moneda cayó en el hoyo.

-¡Sí! –Dije en un susurro triunfante que solo yo pude escuchar.

Miré hacia atrás a mis amigos, con mirada de triunfo. Me ubi-

qué detrás de Alan. Ya que yo ya había terminado mi turno.

-¿Qué pasa? –Me preguntó Alan. -¿No vas a seguir jugando?

-Sí. Pero ya se acabó mi turno.

-No. Tienes que seguir jugando hasta que pierdas con una mo-

neda.

Asentí.

Caminé nuevamente hasta la línea de ‘Saque’ y lancé la siguien-

te moneda.

Lo logré nuevamente. Lancé la tercera, y gané de nuevo. Lancé

la cuarta y fallé. Recogí mi moneda fallada y volví a mi lugar.

-Listo, me toca. –Dijo Jerónimo empujándome y haciéndome a

un lado.

Me hice de último en la fila. Pero aún veía el juego e Jerónimo.

Caminó un poco hasta la línea, y lanzó su primera moneda.

Lo logró.

Lanzó su segunda moneda y nuevamente lo hizo. Repitió este

proceso con la primera, segunda, tercera, cuarta, quinta, sexta,

séptima, octava y novena moneda. A la décima y última mone-

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da falló. La recogió y sonrió victoriosamente. Se hizo detrás de

mí.

Era el turno de Leonardo.

Lanzó su primera moneda, y falló.

Los dos hermanos le hicieron burlas a Leonardo, el chico son-

rió, y se hizo de último en la fila.

Era el turno de Alan.

Lanzó su moneda, y lo logró. Al lanzar la tercera, falló.

-Soy malo en esto. –Dijo Alan ubicándose de último en la fila.

-Al menos lograste ensartar una. –Dijo Jerónimo sonriendo, y

mirando a Leonardo.

Todos sonreímos.

Era mi turno nuevamente.

Lancé mi cuarta moneda, y acerté. Lo mismo con la quinta,

sexta, séptima y octava. En la novena, fallé.

-¡Muy bien! –Exclamó Jerónimo.

Siguió el chico, y lanzó su última moneda.

Crucé mis dedos para que hubiese fallado. Pero lo logró.

Saltó de alegría, y Recogió las monedas del hoyo.

Las contó en voz alta.

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-¡Tres mil ochocientos! –Dijo con su mano llena de monedas.

-Yo quedé con mis dos mil pesos. –Dijo Leonardo.

-Y yo con mil seiscientos. –Dijo Alan.

-Perdí. –Dije mirando mis monedas. –Tengo cuatrocientos pe-

sos.

-Tranquilo. –Dijo Jerónimo. Eres principiante.

Sonreímos.

-¿Qué hacen con todas esas monedas? –Pregunté.

-Comprar chicles. –Dijo Alan.

Claro, nos dirigíamos a una tienda al lado de mi casa.

-¿Cuánto valen? –Pregunté.

-Cincuenta pesos. –Respondió Leonardo.

La señora que atendía la tienda era la madre de Omaira, y el

padre de mis tres amigos. Y por supuesto mis tres amigos eran

sus nietos.

-Abuela. –Dijo Jerónimo colocando todas sus monedas sobre la

vitrina. – ¿Nos da esto en chicles?

La señora tomó un tarro lleno de bolitas con forma ovalada y de

colores. Contó muchísimos chicles y se los dio a Jerónimo. Lo

mismo hizo con Alan y Leonardo.

Mis monedas alcanzaron para ocho chicles.

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Ya había anochecido.

-Ahora vamos a casa, y el que escriba el mejor cuento se lleva

diez chicles de cada uno. –Dijo Alan.

-Estos niños viven de apuestas. –Pensé.

Cada uno tomó una hoja y un esfero.

-Comencemos. –Dijo Leonardo.

Y comencé a escribir.

LA MANGA

Había una vez, unos inventores que ya no te-

nían ideas para poder inventar más cosas. Ha-

bían inventado muchísimas cosas, pero pensa-

ban en algo, y ya estaba inventado.

Uno de los cinco inventores, comenzó a dibu-

jar.

-¿Y si inventamos un modelo de una muñeca? –

Dijo el pintor. –Una muñeca con ojos grandes y

desproporcionados a su cara. Un cabello relu-

ciente, y un cuerpo sin igual.

-Buena idea. –Dijo otro de los inventores.

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137

Todos terminamos de escribir, y leímos nuestros cuentos en voz

alta.

Alan escribió sobre un dinosaurio que quería volar, y un ave le

enseñó. El aire no lo contuvo y cayó al vacío. Murió.

Abrí mis ojos a tan expectante historia.

Ese día hicieron una muñeca en arcilla, tan

grande como un hombre promedio.

La noche cayó, y los inventores fueron a dor-

mir.

Al día siguiente la muñeca no estaba. Decidie-

ron comprar un despertador que les avisara la

hora en la cual la muñeca se desaparece.

Los inventores reunieron dinero y compraron

aquel despertador.

Hicieron nuevamente la muñeca, y se fueron a

dormir.

El despertador les avisó, y la muñeca nunca se

fue. Así fue, como esa muñeca se hizo tan fa-

mosa. FIN

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Leonardo escribió un cuento sobre un niño que quería encontrar

a sus padres. Al nacer lo habían dejado en una puerta. Final-

mente los encontró, pero no tuvo el valor suficiente para hablar-

les. Un día después, los padres fueron hallados muertos en un

lago.

-¡Que trágico! –Pensé.

-Me gusta. –Dijo Jerónimo.

Jerónimo escribió sobre el monstruo del lago Ness. Escribió

varias hipótesis sobre este animal de ciencia ficción. Pero en su

historia se veía muy realista.

-Me gusta. –Dije.

-Lee el tuyo. –Me ordenó Alan.

Leí mi cuento, mi breve cuento, que me parecía lo más bobo

que había escrito. Aunque nunca había escrito.

-A mí me gusta. –Dijeron todos al unísono.

-Ganaste de nuevo. –Dijo Jerónimo.

-¿Otra vez? –Pregunté incrédulo.

-Sí.

Recolecté treinta y ocho chicles. De los cuales me comí diez a

la vez.

-¡Jerónimo! –Gritó mamá desde casa.

Me despedí de los chicos, y bajé a casa.

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Mamá y papá me esperaban sentados en la cama viendo televi-

sión.

-Mire lo que le traje. –Dijo papá regalándome un yogurt.

-Gracias. –Dije. Sonó apenas audible. Los chicles no me deja-

ban hablar bien.

-Bote esos chicles. –Me ordenó mamá.

-S…Sí señora. –Dije.

Boté los chicles a la basura, y me tomé el yogurt.

-Mañana vamos a un pueblo cerca, en la moto. –Dijo papá. –¿Sí

quieren ir?

Mamá y yo nos miramos sonriendo.

-Sí. –Dijo mamá. –Muy chévere.

Dejé mi vaso de yogurt en el lavamanos.

-Mañana tomo chocolate en este vaso. –Me dije.

Al otro día nos levantamos, y rápidamente fui a lavar el vaso.

-Jerónimo, -Dijo mamá. –Báñese para irnos.

Rápidamente me bañé. Incluso encontré una lagartija caminan-

do en la pared. Me asusté, pero no pensé que hiciera daño.

Me sequé, y me vestí.

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Corrí hacia el vaso de yogurt, y lo agité. Sonó como si hubiese

un hielo ahí dentro. Lo giré, y salió una cucaracha demasiado

grande. Yo había visto cucarachas; pero no tan grandes como la

que vi ese día. Era ancha, y su caparazón era completamente

gris con líneas. Se subió en mi mano, y el miedo no me dejaba

moverme.

-¡Vamos ya! –Me agitó mamá halándome el otro brazo.

La cucaracha se asustó, y se metió al sifón del lava manos.

Me quedé conmocionado mientras subíamos a la moto.

Papá llevaba una maleta en su mano.

-¿Qué lleva ahí? –Preguntó mamá.

-Una sorpresa. –Respondió papá.

Subió la maleta a la parte trasera de la moto, en un cajón negro

y grande.

-¿A dónde van? –Preguntó Omaira.

-A Panse. –Dijo papá.

-Ay, eso por allá es muy bueno. –Dijo Omaira.

-Sí señora. –Dijo papá.

-Yo mientras tanto les hago el almuerzo. –Dijo Omaira entrando

a la casa.

La moto de papá arrancó. Yo veía las casas, y todo lo que había

en aquel pueblo donde yo vivía.

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No era tan feo como yo pensaba.

Y Panse era aún más hermoso.

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LA MEJOR TARDE DE MIS ÚLTIMOS MESES

Nos detuvimos en un restaurante.

-Comemos algo, y seguimos adelante. –Dijo papá.

-¿Luego a dónde vamos? –Preguntó mamá.

-Es una sorpresa. –Dijo papá.

Entramos al restaurante ‘El Caleño’. Era un restaurante grande,

con sus paredes de guaduas, y su techo en madera. La comida

no se hacía en una estufa común y corriente, sino en leña, era

servida en piezas de madera, y no en platos comunes. Era un

lugar humilde, y con un buen servicio. Además la comida, era

una comida espectacular.

Nos ubicamos en una mesa para cuatro personas. Éramos tres,

así que sobró una silla. Podía subir los pies a la silla vacía en

frente mío.

Una mesera se nos acercó.

-Buenas tardes. ¿En qué les puedo servir? –Dijo anotando en un

cuadernillo.

-¿Qué quiere, amor? –Se dirigió papá a mamá.

-¿Qué hay? –Preguntó mamá a la mesera.

La mesera le describió una lista de las comidas que habían.

Lo que más me sonó exquisito, fue una mojarra frita.

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-…Y sobre barriga. –Terminó la mesera.

-Yo quiero… Una trucha. –Dijo mamá.

-A mí deme… -Dijo papá. –Un bagre en salsa, por favor.

-Yo quiero una mojarra frita. –Dije.

Me dio vergüenza haber dicho esto. Sentía que todos me mira-

ban.

Mamá y papá hablaban sobre muchas cosas que mi edad no

entendía. Así que comencé a jugar con el recipiente de sal.

La mesera se acercó nuevamente con nuestros platos. Pensé que

yo había pedido una mojarra pequeña, pero me sirvieron una

mojarra que parecía para un elefante. Los platos de mamá y

papá eran igual de grandes al mío.

Miré a mamá con los ojos abiertos como platos. Ella ya sabía en

lo que yo estaba pensando.

-Se lo come todo. –Dijo sin más.

-Sí señora. –Asentí.

Tomé el tenedor y comencé a comer.

Al terminar, no podía creer que me hubiese comido toda la co-

mida.

La mesera se acercó a recoger los platos, y nos preguntó.

-¿Qué desean de sobre mesa?

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-Una Coca-Cola familiar, y tres vasos, por favor. –Dijo papá.

La mesera se retiró, y sacó de una enorme nevera lo que había-

mos pedido.

Se acercó, y la dejó sobre nuestra mesa. Los tres vasos de plás-

tico sobre la tapa de la botella.

Papá llenó los tres vasos, con Coca-Cola.

Nos subimos nuevamente a la moto, y la Coca-Cola restante la

guardamos en la parte de atrás.

El pueblo se veía muy acogedor.

Papá giró, y tomó un retorno, creí que volvíamos a casa, y eso

era todo. Solo había sido una salida a un restaurante.

Nos devolvimos, pero no entramos a nuestro barrio, sino que

seguimos derecho.

¿A dónde íbamos? No tenía idea.

Nos detuvimos en un parque llamado ‘Parque del azúcar’.

¿Un parque?

-Esta es la sorpresa. –Dijo papá.

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Nos bajamos de la moto, y entramos al parque. Era grande, y

muy bonito. Tenía juegos como en todo parque, y lugares gran-

des de pasto.

Al fondo divisé una piscina. Me acerqué a la reja, y eran mu-

chas piscinas, con juegos, toboganes, y mucha diversión.

Sonreí, y miré a papá.

Papá llevaba un flotador en la mano, y en la maleta que trajo

misteriosamente, nos trajo toallas, ropa de cambio y un vestido

de baño para mamá.

-¡Sorpresa! –Gritó papá.

Mamá lo abrazó, y desde lo lejos yo le agradecí.

Entramos a la parte de las piscinas, era un lugar de ensueño.

Me quité la ropa, y entré a la piscina en ropa interior, mientras

papá me inflaba el flotador.

-Voy a caminar por la piscina mientras tanto. –Dije a papá.

-Con cuidado. –Dijo.

Mamá se cambiaba en un baño.

Caminé en el interior de la piscina, sosteniéndome del borde de

esta.

Vi a lo lejos un túnel.

-Voy a entrar ahí. –Dije.

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Caminé hasta aquel túnel, y entré. Sobre él habían niños. Pero

dentro no había nadie.

Resbalé, y caí dentro del agua. Movía mi cuerpo para salir a la

superficie, pero era en vano. No podía salir. Mi cuerpo se relajó

súbitamente. Me acosté en el suelo de la piscina. Mis ojos esta-

ban abiertos, y podía ver la superficie del agua.

Recuerdo perfectamente, que al ver la superficie vi algo blanco

que pasó por allí. Cruzó sobre mí y de un momento a otro me

impulsé para salir del agua.

Logré salir y tosí mucho. Había tragado mucha agua. Mis ojos

estaban completamente rojos.

Salí del túnel, y papá me gritó.

-¡Ya está inflado el flotador!

Salí de la piscina, y caminé hasta donde estaba papá.

-No quiero entrar más. –Dije.

-¿Por qué? –Preguntó mamá que ya estaba ahí sentada tomando

el sol.

-Tengo frio.

-¿Frio con ese sol? –Preguntó papá.

-Sí señor.

-Bueno, vaya vístase. –Me ordenó mamá.

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Me coloqué ropa seca, y fui al parque mientras mamá y papá se

divertían en la piscina.

Monté sobre el columpio, y me sentí muy feliz. Sentí que este

era el fin de mis lágrimas.

El monstruo ya se había ido. Pero otro monstruo muy distinto al

que yo conocía, se acercaba. Ya se aproximaba el momento de

la otra mitad de mi pesadilla.

Duré en el columpio toda la tarde. Vi que mamá y papá ya sa-

lían de la piscina.

-Ya vienen. –Dije.

Me levanté del columpio, y caminé hacia unos árboles pensando

en todo lo que me había pasado en mi corta edad.

-Jerónimo. –Me susurraron al oído.

Giré mi cabeza en todos los lugares, y no había nada. Sentí un

cosquilleo en mi estómago.

-Esto no me puede estar pasando a mí. –Pensé. –Eso solo les

pasa a la gente de las películas de miedo.

Sentí que me tocaron el hombro. Una mano fría.

Giré mi cabeza rápidamente, pero no había nada ni nadie. Corrí

lo más rápido que pude hasta el columpio.

Me senté, y el columpio junto a mí comenzó a balancearse len-

tamente.

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-Es el viento. –Dije para explicar todo lo que estaba sucediendo.

-¿Qué pasa, Jerónimo? –Preguntó mamá. -¿Por qué no siguió en

la piscina?

Pensé que era otra vez esa voz inexplicable. Pero me relajé

cuando vi que era mamá.

Papá llegó a la zona verde también.

-Les tengo otra sorpresa. –Dijo.

-¿Otra? –Preguntó mamá sonriendo.

Sonreí.

-Nos vamos a vivir a otro barrio mejor. –Dijo papá con la ale-

gría de un niño que llevan a un parque de diversiones.

-Nos queda más cerca para ir a visitar a mi mamá. –Continuó.

A mi abuela la podíamos visitar solamente los sábados, ya que

ese día podían entrar mujeres y niños.

Los hombres podían entrar los domingos.

Papá cuando iba, debía tener mucho cuidado, ya que al ser una

cárcel de mujeres, todas le decían piropos muy ‘pesados’.

La casa donde íbamos a ir a vivir, estaba ubicada en un buen

barrio. Era un barrio común, pero muy acogedor.

Subimos a la moto, y nos fuimos rumbo a casa.

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Papá le dio la noticia a Omaira, y al otro día nos fuimos a la

nueva casa. No tuve tiempo de despedirme de mis amigos. Des-

de el día de las competencias, no volví a hablar con ellos. Aun-

que aún están en mi mente.

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EL NUEVO HOGAR

Era una casa de una planta. Era grande, agradable, y muy boni-

ta. Al abrir la puerta, estaba el salón de la dueña. Al fondo,

nuestro apartamento.

Al entrar a nuestro apartamento, había un salón pequeño. Al

lado estaba nuestro cuarto, y en una esquina era el baño.

Aunque antes de entrar a nuestro hogar, estaba la cocina. Y ese

era nuestro hogar.

Pequeño, acogedor, y bonito.

La dueña de la casa era una señora de color, que siempre cojea-

ba.

Creo que tenía una pierna mal.

Al entrar por primera vez, papá nos había comprado a escondi-

das una cama, un televisor y un armario. Eso era suficiente para

nosotros tres. No necesitábamos nada más.

-¡Es muy bonito! –Exclamó mamá. –Muchas gracias, amor.

-Somos una familia, no hay que dar las gracias. –Dijo papá.

No dije nada. Mamá me miró como si esperase que agradeciera

a mi padre. Pero no lo hice.

Era muy hermoso, por supuesto. Pero desde que me había hecho

vivir todas las cosas del pasado, mi amor de hijo a padre hacia

él, había terminado. Lo quería, sí; Pero no como un padre mere-

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ce ser amado. Un padre merece que su hijo lo ame por el hecho

de haberle dado la vida. Nuestra madre no es la única que nos

da vida. Que a uno le den la vida, es más que un regalo. Es un

premio. Pero no me importaba. Desde que el monstruo llegó, mi

mamá se había convertido en mi madre, y mi padre a la vez.

Todo me gustaba en aquel hogar. Pero había una cosa que nun-

ca me gustó.

La tarde había caído, y la dueña de la casa, –Doña Mariela- se

acercó a la cocina con un plato en la mano, donde mamá estaba

preparando mi almuerzo. Papá mientras tanto trabajaba.

-Deme almuerzo. –Dijo Mariela.

Yo escuché aquello, y abrí mis ojos sorprendido mientras juga-

ba con las líneas del suelo.

-¿Perdón? –Preguntó mamá haciendo cara de desagrado.

-Lo que escuchó. –Dijo. –Deme almuerzo.

Mamá cedió, y le sirvió almuerzo. La mujer tomó su plato, y se

fue a su apartamento.

Ni las gracias, dio.

Mamá siguió sirviendo mi almuerzo. Me levanté del suelo, y me

encaminé a la cocina.

-Mamá, ¿Por qué le dio almuerzo a esa vieja? –Dije enfadado.

-Déjela. Es una viejita.

-Pero de todos modos.

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Me dio mucha rabia eso que mamá había hecho. Y más con esa

señora.

Amaneció. Era sábado, y por tanto debíamos ir a visitar a mí

abuela.

Nos despedimos de papá, y salimos de casa.

Tomamos un taxi que nos llevase hasta el terminal de transpor-

te, y de ahí caminar y caminar hasta llegar al bus que nos trans-

portaba a la ciudad.

Los paisajes eran distintos a como yo los vi desde la capital

hasta el pueblo. En los paisajes de allí solo había caña de azúcar

y lagunas.

Al llegar a la ciudad, tomábamos un bus que nos llevaba al lu-

gar donde estaba mi abuela.

Al principio mi abuela no quería que yo supiese el lugar en el

que ella se encontraba. Yo no sabía que ella estaba allí.

Al llegar, muchos policías nos requisaban. Desde el primer día,

yo me volví el consentido de ellos. Ya que no hacía falta que

me requisaran. Me hablaban como a un niño de tres años, y me

daban lo que yo pidiera.

Entramos más al fondo de la cárcel, y había rejas por todos

lados. Me imaginaba las cárceles como las veía en televisión.

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Creía que eran habitaciones oscuras y feas con una reja como

puerta. Pero no.

La cárcel donde estaba mi abuela tenía patios para mujeres de-

pendiendo su edad.

Mi abuela estaba en el patio ‘Años dorados’.

-Hola abuela. –Saludé entrando al patio.

-Hola mi niño. –Saludó dándome un fuerte abrazo.

-¿Cómo está, doña Rosalba? –Saludó mamá.

-Hola Mariana. ¿Cómo van? –Saludó mi a abuela con un abra-

zo.

-Bien, sí señora. –Respondió mamá.

Mi abuela vio que yo tenía el cabello demasiado largo. Y me

dijo:

-Aquí en la esquinita, hay una peluquería. Dígale a la señora

Miriam que le corte el cabello. Le paga con esto.

Mi abuela me dio una tarjeta blanca. Allí recargaban su dinero,

para comprar lo que quisieran dentro de su patio.

Me acerqué a la peluquería que mi abuela me indicaba, y en un

dos por tres mi cabello estaba reluciente.

Los guardias daban rondas por cada patio verificando que no

sucediera nada malo. Cada vez que llegaban, charlaban con las

prisioneras como amigos.

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La hora de salida, había llegado. Ya debíamos irnos.

-En ocho días hay un evento en la granja. –Dijo mi abuela.

La granja era un lugar con gran extensión de zona verde. Había

animales de granja, y cabañas para sentarse como espectador.

-Listo. –Dijo mamá. –Nosotros venimos.

Para regresar a casa, debíamos hacer lo mismo que hicimos para

ir a la cárcel. Pero al revés.

La cárcel de mi abuela hacía que las prisioneras se sintieran en

casa. No e hacía sentir incómodo.

Pero con una pequeña mentira, la pesadilla terminaría.

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NUEVOS VECINOS DE NUESTRA VIDA

Papá salía a trabajar muy temprano. Y llegaba siempre a las

8pm.

Recuerdo que ya eran vísperas de navidad. Papá no sabía cómo

hacer para darme algún regalo. Todo su dinero se lo había gas-

tado en la nueva casa.

La noche cayó, y yo esperaba a papá.

Mamá y yo nos sentamos en el suelo de la puerta de salida espe-

rando que papá llegara.

La calle estaba tibia, y muy sola.

Me levanté del suelo, y caminé en círculos mirando el suelo. De

pronto una niña se acercó en una bicicleta.

-Hola. –Dijo.

-Hola. –Saludé.

Miré a mamá, quien sonrió.

-Me llamo Cristina.

-Yo Jerónimo.

-¿Ella es su mamá? –Preguntó mirando a mamá.

-Sí. –Dije.

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Mamá miró a Cristina, y la saludó.

-Yo vivo aquí al frente. –Dijo señalando la casa de en frente.

-Que bien. –Dije sin importarme.

-¡Cristina! –Gritó su mamá. Una mujer grande, fornida, y un

poco gruñona.

-¡Ya voy! –Gritó Cristina. – ¿Quieren venir conmigo? Para que

mi mamá los conozca.

Miré a mamá con mirada de súplica.

-Vale. Vamos. –Dijo mamá.

Cristina fue a su casa en la bicicleta para decirle a su madre que

nosotros íbamos a ir.

-Sí. –Dijo la madre. –Que vengan.

Mamá y yo fuimos a casa de Cristina. Una casa grande, fea, su

techo era de tablas, las paredes en ladrillo, y el suelo en cemen-

to.

-Buenas noches. –Saludó mamá al entrar. -¿Cómo está? Mi

nombre es Mariana.

-Buenas noches. Siga. Mucho gusto. Stella.

Nos sentamos en un sofá viejo que había allí.

-¿Quiere café? –Preguntó Stella.

-Gracias. –Dijo mamá.

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-¿De dónde vienen? –Preguntó Stella. –Porque ese acento no es

de por acá.

-De la capital. De Bogotá.

-¿Vienen de la nevera?

-Sí señora. –Respondió mamá sonriendo.

-¿Viven los dos solos?

-No señora. –Respondió mamá. –Vivimos con mi esposo.

-Yo vivo con Cristina, con mi esposo, y con mi otro hijo.

-¿Su otro hijo?

-Sí. Carlos. –Dijo dándole un pocillo de café a mamá. –Está allá

en el cuarto de él. ¿El niño toma café?

-No señora. –Respondí.

-¿Quiere agua de panela?

-Sí señora. –Respondí.

Entré a la habitación donde se encontraban Cristina y Carlos.

-Hola. –Saludé.

-Hola Jerónimo. –Saludó Cristina. –Carlos, él es un nuevo ami-

go de nosotros. Se llama Jerónimo.

Carlos era un niño pequeño de seis años de edad. Mientras que

Cristina, tenía siete años –igual que yo-

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Los niños estaban viendo televisión. Veían mi canal favorito.

Me senté en la cama, y vi televisión con ellos.

-¡Jerónimo! –Gritó mamá.

-¡Ya voy! –Respondí.

Me levanté de la cama, y fui al salón.

-Tome, Jerónimo. –Dijo Stella dándome un pocillo con agua de

panela.

-Tómeselo rápido, que su papá no demora en llegar. Ya son las

siete y media. –Dijo mamá.

Me tomé el agua de panela, y dejé el pocillo en el lava platos.

-Bueno, ya nos tenemos que ir. –Dijo mamá abrazándose con

doña Stella.

-Bueno Mariana. –Dijo Stella. –Dios los bendiga.

Ya parecían amigas de toda la vida.

-Chao. –Me despedí.

-Chao. –Dijeron Stella, Cristina y Carlos al unísono.

Salimos de la casa, y pasamos a la nuestra.

Dos o tres minutos después, papá llegó.

-Hola amor. –Dijo saludando a mamá.

Se saludaron, y papá me abrazó.

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Entramos a casa, y procedimos a acostarnos a dormir. Por su-

puesto después de comer.

-Hasta mañana. –Dije.

-Dios lo bendiga. –Dijeron mis padres a la vez.

-Amén. –Respondí.

Yo dormía en la cama, y papá y mamá en un colchón en el sue-

lo. Todas las noches encendíamos una radio para escuchar mú-

sica y dormirnos.

La luz se apagó, y cerré mis ojos. No podía dormir, pero mante-

nía mis ojos cerrados, esperando el momento de dormirme.

Pasaron varios minutos, y una hora quizás. Las tablas de mi

cama comenzaron a ser ralladas por uñas. Pensé que había sido

mamá.

-¿Mamá? –Susurré.

No contestó nadie. Sentí miedo, y posterior a eso sudé frio.

La radio seguía sonando.

Cerré mis ojos nuevamente para intentar dormirme.

Las tablas comenzaron a sonar nuevamente.

-Es tu imaginación, Jerónimo. –Pensé. –Tranquilo.

Deseaba dormirme lo más rápido posible.

-Te vas a sorprender. –Me susurraron al oído.

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Abrí mis ojos al instante, y comencé a llorar y a gritar.

-¡Mamá! –Grité.

Mamá y papá se levantaron, y encendieron la luz.

-¿Qué pasa? –Dijeron preocupados.

Yo sabía que no iban a creerme, así que mentí.

-¡Una cucaracha! –Grité.

-Duérmase que eso no es nada. –Dijo papá.

Nuevamente nos recostamos, y nos quedamos dormidos hasta el

otro día.

Desde ese susurro, los fantasmas se hicieron visibles a mi vista.

Aunque los lectores no lo crean, los fantasmas sí existen. Lo

digo porque los he visto. Ellos están entre nosotros. Poca gente

los podemos percibir de algún modo, pero ellos pueden estar

hasta mirándolos a ustedes leyendo en este preciso momento.

No lo ignoren. Ellos están allí. Ya sea ayudándolos, protegién-

dolos, viéndolos, o como a mí pidiéndoles ayuda.

Desde ese día mi vida no fue como antes. Ahora los fantasmas,

espíritus o como los quieran llamar me acompañaban.

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SÁBADO EN LA GRANJA

Todos los días íbamos a casa de Cristina. Ya nos habíamos

vuelto amigos íntimos de aquella familia, incluyendo a papá que

se había convertido en un buen amigo de don José el esposo de

doña Stella.

El sábado en el que era el evento en la cárcel donde estaba mi

abuela, tuvimos que hacer todo el recorrido en buses mamá y

yo.

Entramos, y los policías nos saludaron como si fuéramos ami-

gos lejanos.

-¿Vienen a visitar a doña Rosalba? –Preguntó un guardia.

-No, que va. Venimos a visitarlo a usted. Que pregunta tan bo-

ba. –Pensé en ese momento.

-Sí señor. –Dijo mamá sonriendo.

-Tranquila. –Dijo el guardia. –Sigan.

Pasamos, y los patios estaban completamente vacíos.

Miramos al frente, y la granja estaba llena de gente.

-¡¿Quieren bailar!? –Gritaba el animador.

Entramos, y mi abuela estaba sentada comiendo carne que asa-

ban en una barbacoa.

-¡Hola Mariana! –Saludó mi abuela levantándose de la silla.

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-¡Hola doña Rosalba! –Saludó mamá.

Me saludé con mi abuela como siempre me saludaba con ella.

Abrazo, beso en la mejilla, y ya.

-Jerónimo –Dijo mi abuela. –Vaya juegue con los animales.

Yo sabía que iba a decirle a mamá algo importante que yo no

debía saber; sin embargo hice caso.

Entré a la parte de los caballos, y comencé a acariciarlos. Mira-

ba a mamá y a mi abuela, y mamá asentía.

Un perro gigante llegó a la granja. Era un señor disfrazado de

perro. Los demás niños no lo notaban porque los habían criado

a base de fantasías. En cambio a mí no.

El evento había terminado. Nos despedimos de mi abuela, y nos

fuimos a casa repitiendo el rumbo de cada sábado.

Al llegar a casa, nos encontramos a papá fuera de ella, con

nuestras cosas también afuera.

-¡¿Qué pasó?! –Exclamó mamá.

Me sorprendí mucho al ver esto.

-Nos echaron. –Dijo papá.

-Pero ¿Por qué? –Dijo mamá.

-La familia de esa señora va a venir a vivir ahí.

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Papá ya no tenía dinero. Yo tenía hambre, pero pensé en que ese

no era el momento adecuado para tenerlo.

-¿Y ahora? ¿Qué hacemos? –Preguntó mamá casi llorando.

-No sé.

-En el árbol de ese parque hay mangos. –Dijo papá señalando el

parque.

-¿Y qué pasa? –Preguntó mamá.

–Nos toca vivir a base de mangos mientras tanto.

La noche comenzaba a caer.

-¿Dónde vamos a dormir? –Dije mientras mamá y papá lloraban

sin hacer ruido. Sus lágrimas caían como las gotas de agua so-

bre una ventana.

-No sé. –Dijo papá. –La policía pasa por aquí varias veces. Nos

pueden llevar a un hospedaje mientras…

-Y se llevan a Jerónimo a un internado. –Interrumpió mamá.

Hubo un silencio mortífero.

Yo tenía frio, y me recosté sobre mamá para dormir.

Miré hacia la vacía calle, y una señora vestida completamente

de negro, pasó por allí mirándonos.

Era un fantasma de nuevo. Aunque seguía mirándola. Tal vez

papá y mamá no la veían.

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Cruzó hacia la casa de doña Stella. Me miró, y me sonrió.

Se esfumó.

Me levanté de repente, y le sonreí prácticamente a la puerta de

doña Stella.

-¿Y si le decimos a doña Stella que nos deje quedar en su casa

mientras tanto? –Pregunté.

Mamá y papá se miraron.

-A mí me da pena. –Dijo papá.

-¿Entonces nos quedamos aquí afuera? –Dijo mi madre con

rabia.

-Bueno, está bien. Ya le digo. –Dijo papá levantándose y diri-

giéndose a casa de Cristina.

Golpeó la puerta, y salió la señora Stella. Se sorprendió al verlo,

sonrió y lo abrazó.

Papá comenzó a hablarle, y ella miraba hacia nosotros. Vi que

ella asintió, sonrió, y abrió más la puerta.

Papá se encaminó hacia nosotros.

-Llevemos las cosas a donde doña Stella.

-¿Dijo que si? –Dijo mamá sonriendo.

-Sí. –Dijo papá sonriendo aún más.

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Me sentí muy feliz, y le agradecí a la señora vestida de negro.

Me ayudó muchísimo.

Al terminar, ya era tarde de la noche. Así que nos fuimos a

dormir.

Nos acostamos en un colchón en el salón.

-Mañana tengo que ir con Jerónimo a donde doña Rosalba. –

Susurró mamá ya que todos estaban dormidos.

-¿Para qué? –Preguntó papá.

-Para una cosa. –Respondió mamá.

-Vale. –Dijo papá.

¿Para qué sería?

Amaneció, y madrugamos para ir a donde mi abuela. Como era

domingo, papá también debía ir, solo que por la tarde.

Hicimos de nuevo el transbordo de buses con dinero prestado de

doña Stella.

Al llegar, los guardias nos condujeron a una oficina. Allí estaba

mi abuela.

Antes de llegar, mamá me decía que le siguiera la corriente a

ella, y afirmara que todo era cierto.

-Sí. –Dijo mi abuela a una pregunta que le habían hecho antes

de que llegáramos. –El niño me lo dejaron a mí porque la mamá

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de él se fue a otro país. La que lo está cuidando es la tía. Pero

ellos están viviendo mal económicamente.

-¿Es eso cierto, Jerónimo? –Me preguntó el guardia.

-Sí señor. –Respondí seriamente.

-Explíquenos todo. –Insistió.

-Mi mamá se fue hace mucho tiempo. Yo tenía tan solo 5 años.

–Mentí. –Ella –Señalé a Rosalba ya que no sabía si decirle

abuela, mamá, u otra cosa. –Me ha cuidado por mucho tiempo.

Pero al llegar aquí, me cuida mi tía Mariana. –Mi abuela y mi

mamá me miraban actuar con tanto esmero. –Pero estamos vi-

viendo mal. Incluso ayer nos sacaron de nuestra casa, y tuvimos

que ir a vivir con una vecina. Yo la verdad quiero volver a mi

ciudad con ella. –Señalé nuevamente a mi abuela.

Los guardias se miraron, y concluyeron con un “Ya pueden irse,

y Rosalba ir a su patio.

Nos retiramos, no sin antes despedirnos de mi abuela.

Al salir de la cárcel, mamá me abrazó con mucha fuerza. Dedu-

je que si mi abuela salía de la cárcel, entonces nosotros podía-

mos volver a mi ciudad.

Fue un día extraño. Pero logramos volver felices a nuestra nue-

va casa.

Papá los domingos no trabajaba, así que se alistaba para ir a

visitar a mi abuela.

Traería buenas noticias.

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OTRA DE LAS BUENAS TARDES

La media tarde ya estaba allí en casa.

La lluvia comenzó a caer, sobre mi barrio.

-¡Jerónimo! –Gritó Cristina desde el patio. – ¡Mire esto!

El patio estaba lleno de lodo a causa de la lluvia.

Corrí hasta aquel patio y abrí mis ojos sorprendido al ver lo que

Cristina estaba haciendo.

Cristina estaba sentada en el suelo sin calcetines, y mojándose

sobre el lodo. Del suelo salían caracoles grandes, y caracoles

diminutos que supuse eran bebés.

-¡Qué chévere! –Grité desde la puerta de entrada al patio.

Me quité los calcetines, y me senté junto a Cristina tomando

caracoles y poniéndolos a caminar sobre mis manos.

-¡Trae un vaso de plástico! –Me ordenó Cristina.

-¡¿Para qué?! –Exclamé asustado.

-¡Para meter este caracol que tengo en la mano! –Exclamó.

-¡No! –Grité. –Déjalos libres. A ti no te gustaría estar encerrada

en un vaso. ¿O sí?

Me miró mal.

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-Bueno, tienes razón. –Dijo sarcásticamente mientras se levan-

taba, y tomaba un vaso de plástico. –Vamos a ver que se siente.

Llenó el vaso con agua, y se acercó a mí.

-Me cuentas lo que se siente estar en un vaso con agua ¿Vale? –

Dijo lanzándome el agua encima.

Estaba helada, pero no me enfadé.

-No tenías que mojarme. –Dije tranquilamente. –Si está llovien-

do, y estoy bajo la lluvia es porque me quiero mojar ¿No crees?

Cristina se enfadó, y me gritó.

-¡Salte del patio!

Me levanté, y salí. Tomé una toalla, me sequé y me cambié.

-¿Por qué está mojado? –Preguntó mamá.

-Estaba en el patio jugando con Cristina, y ella…

-¡¿Cristina se está mojando?! –Interrumpió Stella corriendo al

patio a reprenderla.

Escuché los lloriqueos de la niña, y luego vi que se me acercaba

Cristina.

-Muy bien. –Me susurró al oído mirándome mal.

Me encaminé a la habitación del frente del patio, y me cambié

mi ropa mojada.

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La noche cayó, y papá regresó a casa muy feliz, dejó su morral

sobre la cama, y abrazó a mamá sorpresivamente.

-¿Qué pasó? –Preguntó mamá.

-¡La liberaron! –Exclamó papá.

-¿A quién? ¿A doña Rosalba? –Preguntó mamá sonriendo.

Quizás sonreía porque ya podíamos volver a nuestra ciudad,

porque la pesadilla había terminado, o porque de verdad mi

abuela había sido liberada.

-¡Sí! –Exclamó papá. –Sale en ocho días.

Los dos se abrazaron.

-¿Ya podemos volver a nuestra ciudad? –Pregunté.

-Sí. –Respondió papá. –Toca esperar que su abuela salga, y

salimos de aquí.

Me sentí feliz, ahora sí podía ser feliz. Al menos esta increíble

pesadilla había terminado.

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Era sábado. Ese día fuimos donde mi abuela mi madre, mi pa-

dre y yo. Ya que salía de la cárcel.

Hicimos todo el viaje perezoso de cada sábado, porque era mi

último viaje hasta la cárcel.

Al llegar, esperamos afuera. Mi abuela salió con sus maletas

llenas de ropa.

Corrí hacia ella con los brazos abiertos para abrazarla.

-¡Abu…! –Grité. Pero recordé que los guardias se encontraban

cerca, y delante de ellos mi abuela era prácticamente mi madre.

– ¡Rosalba! –Exclamé.

Mi abuela me abrazó, y me dio muchos besos en las mejillas.

-Gracias. –Me susurró mi abuela al oído. –Sin usted, yo seguiría

allá dentro.

-¿Por qué? –Pregunté.

-Cuando esté más grande lo va a entender. –Se limitó a respon-

der.

Se abrazó con mamá y papá, y les agradeció haber pasado tanto

sufrimiento por ella.

Fuimos a un balneario, y fue otra tarde de piscina. Mi abuela me

compró un flotador, y ropa nueva. A mamá y papá les regaló

trajes de baño.

Entré a la piscina con el flotador, y no sentí miedo de ahogarme.

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Al mirar mi familia, los tres estaban bebiendo alcohol; lo cual

me pareció sin importancia.

La noche cayó, y nos dirigimos a una discoteca.

Ahora veo la irresponsabilidad de mis padres y mi abuela, al

llevar a un menor de edad a una discoteca.

No le veía importancia por el momento. Me senté, y comencé a

comer chucherías y a tomar gaseosas.

Apareció la canción de Nino Bravo que se llama ‘Libre’ y se la

dediqué a mi abuela. Me abrazó, y me regaló un billete de un

valor grande.

-Valen los abrazos. –Pensé.

Me quedé dormido en una mesa. Soñé en casa en mi ciudad.

-Jerónimo, ya nos vamos. –Dijo mamá, que al verla no se vio

ebria.

Papá y mi abuela ya estaban ebrios y caminaban hacia la salida.

Me levanté, y fuimos a un hotel cercano.

Amaneció, y al darme cuenta yo estaba durmiendo en una cama

para mí solo, mamá y papá en otra, y mi abuela en otra cama.

Nadie se despertaba, y caminé por la habitación. Era acogedora.

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La puerta sonó. La golpeaban.

-Ya va. –Dije.

Abrí la puerta y no estaba nadie. Había una nota en el suelo. La

recogí.

-Tranquilo. –Leí mentalmente. –Después de las pesadillas lle-

gan los sueños profundos.

Sentí un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.

-Yo mejor me acuesto otra vez. –Dije asustado corriendo hacia

la cama.

Dormí profundamente.

Luego de pocas horas, escuché a mamá, papá y mi abuela ha-

blando. Abrí los ojos, y me saludaron.

-¿Cómo amaneció? –Preguntó mi abuela.

-Bien. –Respondí.

-Ya nos vamos a casa. –Dijo mamá.

Efectivamente así fue. Fuimos hasta el pueblo donde yo vivía.

Mi abuela se presentó con nuestros amigos.

-Mañana me voy a la ciudad. –Dijo mi abuela.

-Se puede ir con Jerónimo ¿No? –Sugirieron mamá y papá.

-Sí. Yo lo cuido allá en la casa mientras que ustedes llegan y se

acomodan. –Dijo mi abuela. – ¿Y dónde está Hebert?

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-Él está trabajando por acá. –Respondió papá.

El tema quedó a un lado. Mañana en la mañana me separaría

por un tiempo de mamá y papá, y llegarán con una sorpresa.

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VUELVO A MI CIUDAD

La mañana llegó. Abrí mis ojos primero que los demás. Siempre

sucedía lo mismo. Me despertaba primero, y tenía que quedar-

me mirando el techo y pensando acerca de otras cosas hasta que

despertaran los demás.

Mientras estaba acostado, pensaba en todo lo que había pasado

hasta el momento. Cuando comenzó a actuar el monstruo,

cuando mi abuela fue a la cárcel, y cuando fuimos al infierno de

pueblo.

Aproximadamente una hora y media después de tantos pensa-

mientos, mis padres y mi abuela despertaron.

-Jerónimo –Dijo mi abuela.-Vaya arréglese y arregle la maleta

para irnos a las 10.

Precisamente eran las nueve de la mañana.

Me levanté de la cama, tomé la toalla y entré al baño. Rápida-

mente me desvestí, y me duché.

Pensé en que me harían mucha falta mamá y papá. No concebía

pasar más de una semana sin ellos.

Terminé de ducharme y salí. Me vestí, y vi que mamá me pre-

paraba el desayuno. Mi abuela entró al baño a ducharse tam-

bién.

Me arreglé, y organicé una maleta amarilla pequeña para mi

ropa. No tenía mucha ropa, así que no ocupó mucho espacio.

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-Jerónimo –Dijo mamá desde la cocina. –Venga a desayunar.

Me senté en el comedor y desayunaba mientras veía a mamá

arreglando la cocina y preparando el desayuno para mi abuela.

Pensé muchas cosas acerca de ella. Aunque hubiese estado con

otro hombre y aunque haya hecho muchas cosas malas, seguía

siendo mi madre, y por tanto para mí era hermosa y la amaba

mucho. Podría pensar lo mismo con papá, pero no lo quería

como a mi madre. Aunque siempre lo aprecié dándole gracias

por lo que me daba cada día y por haberme dado la vida.

-Adiós mamá. –Me despedí saliendo de la casa. –Adiós papá,

doña Stella, Cristina y Carlos. Gracias por todo.

Me abracé fuertemente con mi madre llorando.

Caminé con mi abuela hasta encontrar un taxi. Y luego con el

taxi fuimos hasta la salida de los buses para mi ciudad.

-¿Quiere comer algo? –Me preguntó mi abuela cariñosamente.

-No señora. Estoy repleto por el desayuno.

Así era mi abuela. Amaba que yo comiera mucho. No me servía

un almuerzo en un plato común, sino en un súper plato.

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Subimos a un bus, y allí teníamos que estar sentados por más de

siete horas.

Me senté al lado de la ventana, y veía el pueblo. Me despedí

mentalmente.

-Al fin todo acabó. Voy a volver a mi ciudad, pero tengo miedo

de que mamá vuelva a estar con Alfredo. –Pensé.

Las casas de aquél pueblo terminaron, y ya había comenzado el

paisaje. Era distinto a como yo lo recordaba hace dos años. Dos

años sin estudiar.

¿Qué sería de mi estudio? ¿Me quedaré sin estudiar?

Tantas preguntas que quería resolver, pero no hallaba cómo

hacerlo.

Llegamos al terminal de buses de Bogotá. Tomamos un taxi y

fuimos rumbo a casa de mi abuela.

Al llegar, estaba mi tío Felipe con mi tío Alexander.

Nos vieron a mi abuela, y a mí, y se pusieron muy felices. Nos

saludaron y abrazaron.

-¿Y Jorge? –Preguntó mi abuela.

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-Se fue a vivir con la esposa. –Respondió mi tío Alexander.

Nos hicieron infinidad de preguntas, acerca de mis padres, de lo

que pasó mi abuela en la cárcel y sobre todo lo que vivimos en

ese pueblo.

Mamá me llamó a mi pequeño celular que papá me había rega-

lado, con su pantalla amarilla.

-…Llámeme que no me queda mucho dinero para marcar más.

–Dijo mi madre terminando de decirme cuánto me quería.

-Sí señora.

Mamá colgó, y corrí a decirle a mi abuela que me regalara mi-

nutos telefónicos para llamar a mi madre. Se negó a hacerlo, y

me obligó a ir a dormir. Ya era de noche.

Quise despedirme de mamá y darle las buenas noches. Pero mi

abuela no me dejó.

Lloré demasiado.

Al otro día saludé a mi abuela María, y a Majo que fueron a

casa de mi abuela Rosalba.

Me contaron que en poco tiempo se irían a vivir donde mi tía

abuela. Mi tía llamada Aracely.

¿Dónde viviríamos mis padres y yo?

No lo sabía. En esos momentos yo estaba con mi mente en

blanco.

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ME ENCUENTRO CON MIS PADRES

Mamá y papá ya habían recogido lo necesario para regresar a

Bogotá. Aunque no me habían llamado para contarme.

-Adiós. –Se despidió mamá de doña Stella. –Muchísimas gra-

cias por todo. El camión de la mudanza llega mañana a por

nuestras cosas.

-Ustedes tranquilos. –Respondió Stella.

-Hasta luego. –Se despidió papá. –Muchas gracias.

Mamá y papá partieron caminando hasta el terminal de buses.

Subieron a su bus, y partieron hasta la ciudad.

Mi abuela todas las noches dormía conmigo. Cada dos minutos

me abrazaba, y me decía cuánto me quería.

-¿A usted no le gustaría quedarse viviendo aquí conmigo? –

Preguntó mi abuela mientras almorzábamos.

No quería ser maleducado, y asentí.

-Sí señora.

-¿Se quiere quedar? –Preguntó.

Lo dudé. No quería ser maleducado, pero me gustaba más

estar con mis padres.

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-¿No? –Insistió mi abuela al ver que yo no respondía.

-No lo sé. –Dije.

-¿Cómo que no lo sabe? –Preguntó. -¿Acaso le hace falta algo

aquí?

-No señora, pero yo quiero vivir con mi mamá y mi papá.

Mi abuela se enfadó. Pero aún me abrazaba y me decía que me

quería.

Mis padres llegaron a la ciudad, pero no fueron a casa de mi

abuela a por mí sino que fueron a otro barrio a buscar un nuevo

apartamento. O al menos una habitación en arriendo.

Encontraron una casa grande, en donde arrendaban una habita-

ción con baño y cocina.

La revisaron, y la quisieron. Le avisaron a la dueña que se que-

darían con la habitación y la dueña de la casa aceptó.

Papá llamó al dueño del camión de la mudanza, y le dio la di-

rección de nuestro nuevo hogar para que dejara nuestras cosas

allí.

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Esa noche papá y mamá fueron donde mi abuela María a dor-

mir, es decir, donde mi tía Aracely. Por supuesto María se puso

muy feliz al verlos allí.

Mis padres no fueron a verme, ya que querían darme la sorpresa

de la nueva casa.

Amaneció, y mamá y papá fueron a la nueva casa, que por cier-

to quedaba muy cerca de la casa de mi tía Aracely.

El camión ya había llegado a casa. Así que ya era hora de ir por

mí.

Se encaminaron a casa de mi abuela Rosalba para recogerme.

-¡Hola mamá! –Saludé abrazándola.

-Hola mi amor. –Saludó mamá.

Hice lo mismo con papá.

Se saludaron con mi abuela como si no la hubiesen visto por

años.

-Vinimos por Jerónimo. –Dijo mamá.

-¿Se lo van a llevar tan rápido? –Preguntó mi abuela con triste-

za.

-Sí señora. –Dijo mamá.

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Tomé mi maleta con toda mi ropa, mientras mi abuela rogaba

para que me dejaran más tiempo con ella.

-Adiós abuela. –Dije saliendo de casa.

Me miraron con los ojos muy abiertos.

-Hasta luego doña Rosalba –Dijo mamá.

-Adiós mamá. –Se despidió papá.

Tomamos un taxi, y fuimos hasta el otro barrio de la ciudad

quedaba casi al otro lado.

Al llegar, mamá y papá se miraron sonriendo.

-Jerónimo. –Me llamó papá mientras caminábamos hasta la

casa.

-Señor. –Respondí.

-¿Quiere tener un hermano? –Me preguntó mamá.

-Sí señora. –Respondí.

-Estoy embarazada. –Dijo mamá sonriendo.

-¿En serio? –Dije mirando el estómago de mamá.

Abracé a mamá, y toqué su vientre.

-¡Voy a jugar mucho con él! –Exclamé.

Mis padres rieron.

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Llegamos a la casa, y vi que era muy grande. Aunque luego me

dijeron que viviríamos únicamente en una habitación, así que ya

no me pareció tan grande.

En el segundo piso quedaba un apartamento más grande, que

arrendaban por un valor más caro.

Papá consiguió un empleo en un local donde vendía relojes,

anillos, cadenas, y demás. Era una joyería obviamente. Quedaba

en un barrio muy cercano.

Todos los días mamá iba donde papá a llevar su almuerzo.

Mientras tanto yo me quedaba en casa solo viendo televisión, en

un pequeñísimo televisor que nos habían regalado.

La dueña de la casa era casi una anciana, que tenía un “Novio”

muy joven. Podría ser su hijo, pero me di cuenta que él sola-

mente la quería por el dinero.

El tiempo pasó, y mamá ya tenía una barriga muy grande. Tenía

siete meses de gestación.

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Mi pequeño hermano se movía demasiado. Y papá supo, que

mamá ya no podía ir todos los días hasta su establecimiento, y

tenía el apuro de encontrar un apartamento más cercano, y más

grande.

Mis padres encontraron un apartamento muy cerca al trabajo de

papá. Y allí nos quedamos. De nuevo cambiarnos de casa. Ya

estaba harto de cambiar de casa.

El dueño de nuestra nueva casa era un hombre de treinta y tan-

tos años de edad. Era sargento, y él y su familia vivían en el

segundo piso. La casa tenía dos entradas. Una para nuestro

apartamento, y otra para subir directamente a la segunda planta.

No teníamos sofás, ni nada para llenar espacio en la sala. Solo

la cama de mis padres, y mi cama que nos la había regalado mi

tío Jorge.

La casa se ubicaba en un callejón, que terminaba en la calle

principal. Frente a mi hogar, vivían dos niños. Uno contempo-

ráneo a mi edad, y su hermana que era más pequeña que yo.

Salían todos los días a montar bicicleta; sin embargo no nos

hablábamos mucho.

Un día cualquiera me miraron por su ventana mientras yo mira-

ba por la mía. Me sacaron la lengua. A lo que yo respondí con

lo mismo. Les saqué la lengua y me escondí detrás de la cortina.

Casi todos los días sucedía lo mismo.

Mi abuela María al vivir cerca, nos visitaba cada fin de semana

con Majo. Mientras que mi tío Alejandro se quedó viviendo en

nuestro barrio antiguo.

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Nunca supe dónde vivía mi tío. Lo único que supe, era que allí

en ese barrio había caído en las drogas.

Mamá ya estaba en su último mes de gestación, y en cualquier

momento podría llegar mi nuevo hermano.

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EL NACIMIENTO DE UN HERMOSO SER

Desperté aquella mañana oyendo los pasos de mamá sobre el

suelo de madera. Caminaba en círculos en el vacío salón. Eran

las 5:30 de la madrugada.

-¿Mamá? –Pregunté acercándome a ella.

-¿Qué pasó, mi amor? –Me dijo- Despierte a su papá. Ya viene

el niño.

Sentí mariposas en el estómago. Estaba muy feliz. Ahora tenía

con quién jugar.

-¡Papá! –Exclamé moviéndolo para que despertase- Mi mamá

necesita ir al hospital.

Papá abrió los ojos. Me miró sorprendido.

-¿El niño? –Me preguntó.

Asentí.

Papá se levantó de la cama rápidamente y se dirigió al salón.

-Amor, espere me cambio y vamos al hospital. –Dijo papá en-

trando en la habitación para cambiarse.

-Bueno. –Dijo mamá mientras seguía caminando en círculos

alrededor del salón.

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-Jerónimo se queda mientras llega la abuela María a acompa-

ñarlo. –Dijo papá colocándose su chaqueta- Acabé de llamarla y

ya viene.

-Sí señor. –Dije.

Mamá y papá salieron de la casa rumbo al hospital.

-Adiós mamá. –Dije cerrando la puerta.

Me senté en la cama y encendí el televisor.

Me recosté y el tiempo transcurría rápidamente.

La puerta sonó. Era mi abuela María.

-Hola abuela –Saludé.

-Hola, mi amor. –Me saludó- ¿A qué hora se fue su mamá?

-A las 5 y media. –Supuse.

-Bueno –Dijo sentándose en mi cama.

Me recosté en la otra cama mientras veíamos televisión.

El celular de mi abuela sonó.

-Aló –Contestó.

-Hola María. –Saludó papá- La llamo para ver si puede traer la

pañalera de Mariana. La necesita.

-Ya voy. –Dijo mi abuela.

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Colgó y me miró a los ojos.

-Jerónimo, vístase y me acompaña a llevarle la pañalera a su

mamá.

-Sí señora. –Asentí mientras buscaba ropa limpia.

Salimos de la casa rumbo al hospital. Mi abuela llevaba la pa-

ñalera azul que le regalaron a mamá en el Baby Shower.

Llegamos al hospital. Subimos las escaleras y entramos a la sala

de espera.

Nos dirigimos a la puerta del consultorio pero una enfermera

nos detuvo diciéndonos:

-Solo puede entrar la señora. El niño debe quedarse en la sala de

espera.

-Espéreme allá. –Dijo mi abuela señalando una silla de la sala-

Yo no me demoro.

Caminé hasta la silla y me senté. Vi televisión mientras tanto.

La tarde cayó y yo no había comido nada. Además mi abuela no

salía y por lo visto, papá no estaba.

Mi abuela saló con la pañalera nuevamente.

-Listo. –Me dijo- Vamos.

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-¿Ya nació? –Pregunté.

-Sí. Es hermoso.

Caminamos hasta la casa.

Al llegar, mi abuela me preparó el almuerzo, mientras yo me

duchaba.

Me bañé, almorcé, y de nuevo vi televisión.

Me imaginaba a mi hermano como un bebé muy pequeño y

muy débil que yo debía cuidar también.

Al caer la noche, papá llegó con mamá y el bebé en brazos.

Era un niño indefenso y hermoso. Parecía un ángel. Lo miré y

no podía creer que ese niño era mi hermano.

Comencé a llorar de felicidad.

Allí mi niñez había terminado. Ahora comenzaba mi juventud.

Aún falta mucho que debo contar. Este es el fin de mi niñez,

tengo que contarles ahora mi juventud. Una juventud llena de

sorpresas, pasiones, suspensos, amores, y mucho amor.

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AGRADECIMIENTOS

Solo me queda darle gracias a todos los que se identifican con

lo que conté. A los que siempre me quisieron, como mis padres,

mis abuelas, mi tía que parecía más mi hermana, y a los lecto-

res.

Este libro está dedicado a cada niño que sufre día a día. A los

niños que sufren por culpa de sus padres, o por culpa de la gue-

rra.

A las mujeres también va dirigido, para que no dejen que suce-

da nada en contra de ustedes. Los hombres y las mujeres somos

un mismo ser.

A los padres que luchan por sus hijos para que sean grandes en

un futuro.

Para todas aquellas personas que en momentos de tormenta

buscan el suicidio. Sean fuertes en la vida, que cosas grandes

les traerá.

Para mi hermano, que fue el primero en escuchar mi historia. Y

el único en entender todo lo que el joven Jerónimo ha vivido.

A cada lector, le doy las gracias y un abrazo, por haber sido

testigos de un horrible mundo.

Gracias a ustedes por leer este libro. Recuerden que la vida es

bella.

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UNA VIDA INFELIZ

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