desorden a

10
La imagen, un cuerpo. Hace días me hicieron llegar por medio de redes sociales una fotografía en la que aparezco junto a dos amistades en una sala de exposición de arte. Este hecho, el de compartir imágenes en las que aparece uno, aparenta no tener mayor complicación para aquellas personas habituadas e inmersas en la dinámica contemporánea de registrar, evidenciar o testimoniar todo lo que aparenta ser peculiar de su vida y puesto en circulación por los diversos espacios virtuales. Acostumbrados a compartir imágenes de comida, de selfies, de la naturaleza felina, de los errores que detonan carcajadas, de las reuniones con amistades, perdemos de vista la circulación de asuntos más superficiales que hacen aparecer la cuestión existencial por la verdad, asuntos en los que inevitablemente uno termina enunciando más de lo que quiere o puede decir. No es que me excluya de la práctica de compartir aparentes peculiaridades, no me refiero a eso, la mayoría de los que participamos en el mundo tecnologizado ponemos en circulación los juegos de apariencias. No diría aparentes, no convocaría a la apariencia, si no fuese complicado distinguir lo relevante, el instante revelador a la vez inmediato a la vida aparentemente irrelevante, no así su fuerza, no así la conmoción, no así el registro sensible que disuelve toda posibilidad de aparente irrelevancia; como cuando sentimos que las cosas se vuelven más reales y corremos a enterar a otros de nuestra sorpresa, pero al mismo tiempo nos resulta incomprensible su inmediatez puesta por ejemplo en una imagen. De su inverso: lo que aparenta ser relevante y que en realidad es una nimiedad, algo verdaderamente irrelevante. He dicho apariencia y no superficialidad, he dicho relevante y no importante, porque todo lo superficial ciertamente importa, en el sentido en el que la superficie es tomada como un pliegue entre pliegues en el que emerge toda profundidad y todo extremo de exterioridad, toda relación y toda distancia, plano en el que la aparición aparece para comparecer. Superficialidad inmediata, siempre ahí, a la vista de todos los ojos iluminados por la luz de la sencillez de lo cotidiano en la que se tiende el paño tejido con hilos de honestidad y obviedad. Irónicamente, obviedad oculta ante los propios ojos.

Upload: martist00

Post on 31-Jan-2016

216 views

Category:

Documents


0 download

DESCRIPTION

alimenticio

TRANSCRIPT

Page 1: desorden a

La imagen, un cuerpo.

Hace días me hicieron llegar por medio de redes sociales una fotografía en la que aparezco junto a dos amistades en una sala de exposición de arte. Este hecho, el de compartir imágenes en las que aparece uno, aparenta no tener mayor complicación para aquellas personas habituadas e inmersas en la dinámica contemporánea de registrar, evidenciar o testimoniar todo lo que aparenta ser peculiar de su vida y puesto en circulación por los diversos espacios virtuales. Acostumbrados a compartir imágenes de comida, de selfies, de la naturaleza felina, de los errores que detonan carcajadas, de las reuniones con amistades, perdemos de vista la circulación de asuntos más superficiales que hacen aparecer la cuestión existencial por la verdad, asuntos en los que inevitablemente uno termina enunciando más de lo que quiere o puede decir. No es que me excluya de la práctica de compartir aparentes peculiaridades, no me refiero a eso, la mayoría de los que participamos en el mundo tecnologizado ponemos en circulación los juegos de apariencias. No diría aparentes, no convocaría a la apariencia, si no fuese complicado distinguir lo relevante, el instante revelador a la vez inmediato a la vida aparentemente irrelevante, no así su fuerza, no así la conmoción, no así el registro sensible que disuelve toda posibilidad de aparente irrelevancia; como cuando sentimos que las cosas se vuelven más reales y corremos a enterar a otros de nuestra sorpresa, pero al mismo tiempo nos resulta incomprensible su inmediatez puesta por ejemplo en una imagen. De su inverso: lo que aparenta ser relevante y que en realidad es una nimiedad, algo verdaderamente irrelevante. He dicho apariencia y no superficialidad, he dicho relevante y no importante, porque todo lo superficial ciertamente importa, en el sentido en el que la superficie es tomada como un pliegue entre pliegues en el que emerge toda profundidad y todo extremo de exterioridad, toda relación y toda distancia, plano en el que la aparición aparece para comparecer. Superficialidad inmediata, siempre ahí, a la vista de todos los ojos iluminados por la luz de la sencillez de lo cotidiano en la que se tiende el paño tejido con hilos de honestidad y obviedad. Irónicamente, obviedad oculta ante los propios ojos.

En ese interés superficial, lo que emana del fulgor de esta imagen digital, nítida, clara y transparente como el lente mismo por el cual fue captada, con su respectiva distorsión, es el hecho de que me es relevante, no solo por su capacidad de dar imagen de lo que ya no es sino por la posibilidad de constituir un principio diferente de lo que ya es, esto es la distorsión misma; un extrañamiento y una claridad ante esta imagen. Peculiaridades que hacen que dicha imagen posea distinción y diferencia, clara aparición de la diferencia que me llegó de golpe provocándome una conmoción en la superficie de lo imaginado que recubre mi cuerpo.

Una tarde tomando café con un amigo, le platiqué de cómo mi extrañamiento me cautivó tanto como la primera vez que vi aquella escena del perro andaluz en la que se mira a un sujeto cortando el globo ocular de una mujer, exponiendo la fisonomía y pensamiento de un modo de ver las cosas. Tal acto de disección de una mirada o mejor dicho, de miradas entrecruzadas, tal exposición de las entrañas de las miradas me acababa de ocurrir como dehiscencia en mis ojos, herida abierta hipersensible que atenta contra el mundo cotidiano en el que vivimos, haciendo aparecer los sueños de imágenes corporales, sueños de cuerpos soñados, silencios insistentes, los pesos de miradas dominantes, los conjuntos de máquinas inquisidoras, los conjuntos de instrumentos de tortura, las modulaciones corporales, los extravíos de sentido, las semióticas alimentarias, los comensalismos culturales, las

Page 2: desorden a

privaciones de libertades corporales e incorpóreas, etc. Todo esto esparcido y a la vez asentado en y por el espacio social, en las conversaciones con mis allegados, en las políticas de salud publica, en los programas de televisión, en los aparadores de las tiendas, en los relatos amorosos, en los rituales familiares, en la intimidad del cuerpo y los territorios subjetivos, en fin, por todas partes obviado.

He decidido comenzar esta exploración al tema de la imagen corporal desde la posible caída de una mirada por dos motivos: el primero es por el grado de relación que tiene la mirada con el pensamiento y la imagen como partes constitutivas de la experiencia de realidad. El segundo es por el hecho de que mi formación como artista visual me coloca en posición de hacerlo. Dentro de la experiencia formativa de las artes visuales es común la elaboración de proyectos que examinen la identidad, tomando de esto la brecha entre la imagen corporal y la corporalidad, cuestionando los convencionalismos con los que se reviste al cuerpo y de los cuales se pretenden liberar. Ejemplificaré algunas cuestiones relacionadas con la imagen corporal a través de conversaciones con amistades y experiencias cotidianas en las que aparecen algunas particularidades del tema. Ciertamente padecemos de normalidad

Normalmente me rehúso a ser capturado por la mirada del otro mediante la cámara fotográfica, lo cual resulta muy cómico y a la vez complicado en un mundo altamente dependiente de la imagen, en donde en todo lugar se cuenta con alguna cámara preparada para disparar y captar el momento. Por lo general, cuando me percato de la presencia de un fotógrafo y veo el eje de la cámara dirigirse a mí como si fuese la mira de un submarino, me escabullo del encuadre implementando actos escapismo nada discretos. Esta vez en aquella galería no tenía escapatoria, estaba comprometido por mis dos amistades especialmente con una de ellas con la que constantemente comparto puntos de vista sobre las experiencias de vida y a quien le debo este escrito. Accedí a tomarme la foto sin saber lo que me habría de ocurrir después.

No hace mucho dialogaba con esta misma amistad sobre la forma en que percibíamos nuestros cuerpos y si pensábamos en una imagen idealizada de nosotros mismos, recordándonos aquellas veces en las que a lo largo de la amistad habíamos recorrido nuestras inseguridades corporales y de cómo desde el enfoque del cariño del otro nos habíamos reconciliado con esos espacios. Afirmando con una determinación absurda de mi parte que había que afrontar la vida tal cuál se nos presenta, con toda su crudeza, como si las arrugas de la piel sumasen realismo a la imagen corporal, cosa que en realidad no es cierta si se trata de hacer aparecer lo real del cuerpo. Ella sonrió sabiendo que soy el primero en acobardarse ante cualquier sacudida de polvo que convierto en emergencia existencial, por ejemplo lo que da motivo este escrito: ver las cosas tal cual son nos es imposible. No existe un puro ver desnudo al cual llamemos la verdad, pero sí nos aproximamos a ello a través del corte de la mirada expuesta dándonos cuenta del grado ilusión en la realidad, dejando entrever algo terrorífico e inspirador. En este sentido padecemos de una normalidad repleta de convencionalismos, hay que procurar todo aquello que preserve el orden del pensamiento dominante en correspondencia al mundo. Todo lo que escape a esta taxonomía, a ese orden categórico, a ese principio geométrico armonioso, a esa perspectiva antropocéntrica es anormal y todo lo anormal nos aterra, empujándonos hacia la lógica de exclusión-inclusión. Hay que excluir todo lo que no sea semejante a lo

Page 3: desorden a

ideal, toda diferencia radical, toda asimetría, todo lo inconexo, toda verdadera diferencia. Por eso debemos de tomar distancia de las nociones universales y aproximarnos a la comprensión de la parcialidad de la mirada.

Mirar no es lo mismo que ver, la mirada es por ejemplo cerrar los ojos y seguir teniendo imagen de la realidad. La mirada es una fuerza; mirar es pensar, seleccionar, enfocar, desear, y poseer. La mirada es una proyección, un enfoqué, un encuadre, una delimitación por la cual vemos y somos atraídos a las cosas que miramos en el mundo. La mirada se ejerce en cada giro de cabeza, en cada alto que hace el ojo en su recorrido por la superficie de lo mirado, en cada selección de nuevas centralidades en las que punzan insistentemente exigencias al palpitar de lo desconocido. Hay algo desconocido en la mirada de quien mira, un punto ciego del que proviene la fuerza con la que se mira y un desenfoque alrededor del punto mirado, sumemos la imposibilidad de saber cada unos de los elementos constitutivos de su propia mirada y tendremos un conjunto de aberraciones ópticas o divergencias de la mirada. Paradójicamente quien mira no puede mirar su propia mirada, si no es a través de lo que se refleja fuera de ella o hasta su caída, mirada que ya no mira con los mismos ojos.

Una mirada instituida.

Durante mi etapa como estudiante de maestría en artes, tuve la oportunidad de coincidir con un amigo y colega al que le aprendí un ejercicio muy revelador sobre la exploración al tema de la mirada. La dinámica es un show and tell (Muestra y habla) de cualesquier tema que se quiera hablar: se selecciona un numero indeterminado de imágenes apropiadas de internet, se elabora un montaje, es decir un criterio para determinar qué imagen va primero y cuál después y posteriormente se intenta explicar a los compañeros el hilo de sentido con el que se cosen las imágenes. Si bien el acto de explicar las imágenes por medio de palabras no logra develar la totalidad de la mirada, algo se logra hilar de lo que se dice con lo que se muestra de manera velada, es decir, en el espacio ambiguo de la cualidad polisémica de las imágenes radica algo que se puede intuir; siempre hay una imagen que desentonan del resto, imagen de la cual cuesta trabajo hablar o saber siquiera si tiene sentido. En aquel entonces, surgió de entre el grupo que participamos en la dinámica una serie de cuestiones relativas a la pertenencia de la mirada a partir de la exposición del tema “ la mirada de la mujer en occidente” propuesto por una compañera. ¿Es la mirada una construcción individual? ¿Qué de la mirada es social? ¿Cuáles son los cruces entre las historias singulares y la colectivización de las imágenes? ¿Por qué unas imágenes son más exigidas que otras? ¿Hay un poder mediador y facilitador de imágenes en los medios masivos de comunicación? En la inmediatez del dialogo de grupo logramos hilvanar respuestas orientadas a reconocer la relación entre sentido, lenguaje, conciencia y sujeto, comprendiendo la construcción del sujeto como un proceso social en el que se pliega algo de las formaciones sociales, siempre a entender del propio sujeto capaz de articular una expresión de sentido. Somos seres por naturaleza social, constituidos siempre del encuentro con otros en la producción constante de sentidos. Por eso la mirada, aunque se intenta instituir con un sentido determinado no se puede universalizar, porque en cada singularidad hay un origen común y a la vez diferente de lo que se entiende y practica de la mirada. Siempre me ha costado trabajo entender la expresión “la mirada de occidente” como si fuese una sola y única mirada, una sola y única historia de un solo y único sujeto occidental al cual debiésemos de adherirnos.

Page 4: desorden a

La mirada entonces es por definición, una parcialidad de sentido en la que se despliegan historias singulares construidas socialmente en un proceso especular continuo con el mundo. Lo puede hacer a través del impulso de encontrar lo perdido, lo deseado, lo anhelado o en la construcción misma de una imagen-objeto en la que se encuentra un placer, un malestar, una inquietud de sí. En el vaivén entre una cosa y otra, entre una supuesta interioridad exterior proyectada en una exterioridad interior, se pone en juego una peligrosa función: el poder de ser representados.

Cuando uno lo sabe, piensa dos veces en la posibilidad de ser captado mediante una cámara fotográfica. Sobreestimada o desestimada la imagen que tiene uno de sí mismo se confronta con la imagen que pueda tener otro de uno. Otro que no es el fotógrafo aparece para revelarnos nuestras desmesuradas virtudes o exageradas inseguridades en el espectro óptico de una mirada compuesta por planos a partir de dos ejes de articulación: eje horizontal de control y eje vertical de vigilancia. Ojo de buey comunicante situado en la base exterior de las entrañas del ajeno íntimo por el cual somos mirados constantemente, acusados insistentemente, comparados reiteradamente, pero ¿cómo o de quién es ésa mirada de constante vigilancia y control sobre el cuerpo? o ¿Quién es ese ajeno íntimo que se posa en el borde interior-exterior de nosotros como juez intruso con velos de autoridad?

Lanzo estas preguntas no con el fin de responderlas ni con la profundidad debida, ni con la prematura impertinencia, sino con el propósito de toda cuestión, la de poner en marcha el desplazamiento necesario para una persecución por la verdad en la que el movimiento mismo es la vía para volver tolerable las posibles respuestas.

Esto me hace recordar una anécdota que me compartió una colega fotógrafa hace ya algunos años sobre su experiencia en el tema de la imagen corporal y la representación. En aquel entonces ella hablaba de sus primeras aproximaciones a la fotografía, describiéndose a si misma como una persona tímida llena de inhibiciones a la cual le costaba trabajo situarse frente a una cámara, no se imaginaba siquiera que podría dedicarse a la fotografía como profesión. No fue sino hasta que un familiar le obsequió una cámara que comenzó con un simple pero poderoso experimento, giró el eje de la cámara en dirección a su rostro y se dio cuenta de la posibilidad de tener en sus manos la maleabilidad de la forma en que se es representado. Comenzó a tomarse autorretratos y a reflexionar sobre los puntos de vista del sujeto que mira y el sujeto mirado, al grado de cuestionar la estética dominante de la imagen corporal femenina y del artificio resultante de la objetualización de las zonas erógenas. Tener imagen de sí no es lo mismo que dar imagen o construir imagen de sí. Una imagen siempre informa, es decir, da forma de lo incrustado al cuerpo, una imagen corporal informa sobre la consistencia y organización de un cuerpo, por lo que su función en el continuo proceso de identificación es la de dar acceso al estado de un cuerpo imaginado. Si dicho proceso se ve interrumpido la morfogénesis del cuerpo se paraliza como si fuese una fotografía misma, un instante congelado que aprisiona al cuerpo. Algo así sucede con la circulación de estéticas hegemónicas de imágenes corporales que pretenden fijarse como imagen única del cuerpo, reflejando la diferencia como deformidad.

La imagen única es injusta con la imagine del cuerpo, no existe una imagen justa del cuerpo, si tratásemos de ajustar la imagen de nuestro cuerpo con las normas ideales tendríamos que ajustarlo todo, espejo, mirada, percepción, pupila, etc. La imagen justa de un cuerpo ¿pero qué cuerpo? el cuerpo de la ciencia medica o el cuerpo de la subjetividad

Page 5: desorden a

hegemónica neoliberal, el cuerpo disciplinar, el cuerpo de un objeto o el cuerpo de un síntoma. Un cuerpo no es, ni la carne, ni la forma imaginada, ni el obsequio del lenguaje, un cuerpo es estrictamente todo eso a al vez replegado en una singularidad existente. La apariencia o mejor dicho, a estas alturas, la trans-parencia de una imagen justa e inorgánica del cuerpo pesa como sudario sobre el cuerpo reprimido. Sea en la costosa finura de los huesos, en la obesa capa del ocultamiento, en la debilidad de la excesiva masa muscular o en la concepción mecánica del cuerpo y sus órganos, el objetivo es el mismo: desaparecer el cuerpo en la apariencia, situada en el peligroso horizonte de la muerte. Reitero, no hay imagen justa, la única imagen justa es la que se obtiene directamente de la muerte, como mascara mortuoria de un instante original.

Con el tiempo he aprendido a deslizar fugazmente la mirada sobre los desapercibidos para perturbar lo menos posible su condición, pero siempre fallo en conservar intactos los cuerpos que yacen en la tensión de existir. Siento cuando la mirada los rasga, sin ningún pesar, desinteresados e indiferentes de las situaciones del mundo se mimetizan muy bien en paisajes de ciudades decadentes en donde apenas llega algo de luz. Los desapercibidos hacen aparecer al otro inadvertido en su desfigurada normalidad, toman diversas formas como las vidas que apenas logran tener un cuerpo o los cuerpos que apenas y logran mostrarse vivos. Parecen no tiener voz, no pronuncian ninguna palabra, no se atreven a elaborar pregunta alguna sobre el universo, son los cuerpos tenues en el abismo del universo, siempre contemplativos a las más delirantes ensoñaciones. A solas, ya no se ocupan de su vacío, son su vacío, se consumen en lamentos de vidas no vividas hasta que la propia se extingue.

En cierta medida, un cuerpo es un espejo de agua.

Hace poco, mientras esperaba a una compañera para dialogar sobre el retrato, sentado en la mesa de una cafetería sin comensales, empecé a divagar sobre todas las superficies reflejantes en las que de alguna u otra manera podíamos reflejarnos; vasos, saleros, mesas de aluminio, ventanas, etc. Fue finalmente a través de su reflejo sobre la puerta de cristal de la entrada de la cafetería la que me advirtió de su llegada. Se disculpó por la demora a lo cuál le conteste que no había molestia de mi parte puesto que desde hace un rato ya había llegado a mi pensamiento. Comenzamos a platicar de nuestras experiencias sobre el autorretrato, fijamos nuestra atención en los distintos ángulos que se pueden tomar del rostro y las intenciones que se vinculan a ello en la solicitud de la mirada del otro. Entonces lanzó la pregunta: ¿Por qué nos da tanto miedo mostrarnos tal cuál somos ante el mundo? Miró su reflejo en sus lentes de sol y me preguntó sin darme oportunidad de responder ¿Crees que exista un rostro real detrás de esta mascara? Seguimos el dialogo en dirección a todo lo relativo a nuestra cultura que niega el paso del tiempo sobre la naturaleza del cuerpo y el rostro, hasta llegar al tema de la cosmética del rostro femenino. Es Ovidio quien desarrolló todo un tratado sobre la cosmética vinculándola al amor y sus remedios, es Narciso, es Medusa, es Dorian Grey, es el puer aeternus, es la eterna juventud, son todos los nacimientos de Venus, todas las matrices de representación con las que suponemos similitud de origen le dije. Son todas y cada una de estas marcas de occidente las que construyen el espectáculo y comercio del rostro idealizado, terso, fino, bello, joven, sano y que se vuelve extensivo a cada poro de la piel. Entonces hizo silencio y exclamó ¡Qué miedo envejecer, pero qué necesario es renunciar a lo que creemos que somos para continuar! Tras tal expresión, cada uno comenzó por su parte a atacar el silencio en tierras

Page 6: desorden a

del olvido, buscando los espejos de agua en los desierto en donde nuestra vejez alguna vez se reflejó.

La edad del desierto es engañosa, presume una vejez por su apariencia madura y milenaria pero en sus particularidades y delimitaciones singulares nos damos cuenta que en aquel pedacito de arena apenas nace una planta. Por mi parte le expuse mi inquietud entorno a la vitalidad y a la vejez. Siempre me ha llamado la atención el neonato por su contenido vital y su potencialidad de ser. Me gusta pensar en la vejez como la conservación de esas dos cualidad experimentadas a lo largo de los años ¿Qué no son esas experimentaciones relativas a lo que somos las que encarnan los movimientos vitales que nos orientan a la tarea de hacer nuestro lugar en el mundo?

Si alguna función le atribuyo al arte es la de proponer mecanismos de experimentación existencial conducidos a provocar experiencias estéticas transformadoras por las que podemos llegar a tocar el borde de lo real del cuerpo, con toda su fuerza revitalizante, toque necesario para la actualización de las virtualidades que devuelven a la singularidad su procesualidad organica.