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DESIGUALDAD Y PODER EN GUATEMALA Captura de Estado Harald Waxenecker Guatemala, Noviembre 2018

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DESIGUALDAD Y PODER EN GUATEMALA

Captura de EstadoHarald WaxeneckerGuatemala, Noviembre 2018

ÍNDICE

1. Introducción: el campo problemático 3

2. El concepto de Captura de Estado (CdE) 5

3. El proceso de transición y las complejidades del poder 7

3.1 El bloque económico hegemónico 8

3.2 Líneas de continuidad: poder militar, CIACS, OTD 14

4. Perspectivas: ciclos de transformaciones no-agotadas 18

(a) Ciclos de reforma estatal 18

(b) Ciclos de reconversión militar 19

(c) Ciclos de reformas económicas 21

(d) Ciclos de partidos políticos 24

(e) Ciclos de reforma judicial 25

Bibliografía 28

3

La interdependencia entre poder económico

y político y la desigualdad de su distribución

en las sociedades son –en general– asuntos

ampliamente discutidos y aceptados en ciencias

sociales. El Informe sobre Desigualdad Global 2018

afirma que la desigualdad económica es un hecho

generalizado en el mundo y que su abordaje pasa,

en última instancia, por procesos políticos y de

deliberación pública (LDG, 2017: 4). No hace falta

estudiar mucho –de acuerdo a Pérez Attias1 – para

evidenciar la situación guatemalteca en materia

de concentración de recursos y de riqueza –y, en

consecuencia, de poder– pues, es una realidad

construida desde la Colonia y perpetuada a lo largo

de los regímenes posteriores; los conservadores,

los oligárquico-liberales, los autoritario-militares

y los democráticos.

En la actualidad, las características de las

desigualdades se expresan en múltiples formas.

Guatemala, por sus asimetrías socioeconómicas,

es considerado “…uno de los diez países más

desiguales del mundo y uno de los cinco con

mayor desnutrición crónica. Es el cuarto país con

el gasto público más bajo del mundo y el séptimo

con la carga tributaria más pequeña, mientras

el 1.0% de la población más rica anualmente

obtiene 522 veces el ingreso con el que cuenta

el 1.0% más pobre. Los pueblos indígenas

continúan siendo marginados del desarrollo y

actualmente se enfrentan a la explotación de los

recursos naturales en su territorio. Las mujeres

reciben, en promedio, 14.0% menos ingresos

que los hombres…” (Icefi, 2017: 29). El índice de

Gini continúa punteando entre 0.60 y 0.50 en el

siglo veintiuno y, en consecuencia, la pobreza se

perpetúa como un flagelo para casi el 60% de la

población guatemalteca.

En este contexto, la democracia –(re)establecida

apenas hace unos 33 años– está en crisis por no

haber cumplido con las expectativas sociales.

Sólo el 26% de la población guatemalteca está

satisfecha con la democracia existente, un ínfimo

20% confía en el gobierno (Latinobarómetro,

2017: 9, 25) y los indicadores de soporte social

al sistema democrático son alarmantes: la

tolerancia política es la más baja en América Latina

(29.5%) y únicamente el 7.5% tiene actitudes

favorables para una democracia estable. En estas

condiciones, el régimen democrático podría estar

en riesgo de deteriorarse o incluso de colapsar,

dando un giro hacia un modelo autoritario (Azpuru

/ Zechmeister, 2015: 124-125, 136-146). Los

partidos políticos (11%) y el Congreso (17%) gozan

de poca confianza ciudadana (Latinobarómetro,

2017: 26-27), y el nivel de participación social

ante gobiernos locales se redujo en los últimos

años a un 9.3% (Azpuru/Zechmeister, 2015: 83).

La representatividad política es excluyente. En

los comicios de 2015, 22 mujeres (solamente

una mujer indígena) –correspondiente al 13.9%–

fueron electas para los 158 curules del Congreso

de la República. El 11,4% de representantes

legislativos son personas indígenas. Únicamente

8 mujeres (ninguna mujer indígena) –

correspondiente al 2.4%– fueron electas como

alcaldesa en las 338 municipalidades del país,

y sólo el 10% de cargos de las corporaciones

municipales es ocupado por mujeres (TSE, 2016).

1. INTRODUCCIÓN: EL CAMPO PROBLEMÁTICO

4

En 2016, en la medición de la percepción de

corrupción, el puesto que ocupa Guatemala “…es

el 136 de 176 países evaluados; y su calificación

fue de 28, puntuación por debajo del promedio

mundial (43)2.“ La Comisión Internacional contra

la Impunidad en Guatemala (CICIG) considera que

“la corrupción es una forma del ejercicio del poder,

que asigna premios y castigos desde intereses

oscuros y perversos, configurando la forma de

hacer política en los países que afecta. Entre otras

consecuencias nefastas, el círculo vicioso que

reproduce la corrupción bajo el manto negro de la

impunidad, mantiene esquemas de desigualdad,

de exclusión, de pobreza y de negación del acceso

a los servicios básicos públicos, esenciales para

tener oportunidades de una vida digna...”3 En

este sentido, la impunidad4 y la corrupción son

formas sistémicas de los ciclos de realización de

poder y desigualdad.

Guatemala es, pues, un ‘paraíso desigual’ y

“…la desigualdad constituye un lastre para la

democracia y el desarrollo” (Icefi, 2017: 74).

En otras palabras, el poder se (re)produce en

la desigualdad socioeconómica y distorsiona

la democracia existente. Ello cobra especial

importancia, cuando se toma en cuenta que la

realización y reproducción de estas desigualdades

de poder no suceden exclusivamente en las esferas

de la legalidad, la formalidad y la transparencia;

sino también de la ilegalidad, la informalidad y el

secreto. Estas zonas grises del poder han incidido

decisivamente en los sistemas económico y

político, configurando una realidad que difiere

de la normalidad y modernidad democrática.

Parafraseando a Torres-Rivas5, la modernidad

–asociada a crecimiento económico y progreso

democrático de sociedades desarrolladas– ya

pasó de moda. Guatemala ha hecho esfuerzos por

crecer, y de manera paralela, por democratizar.

Pero se ha constatado que ambas categorías de

la modernidad no van juntas, están disociadas,

porque se trata de un modelo con muchos ejes

independientes: ¿Qué cambios económicos han

ocurrido en Guatemala y explican tanto atraso

político? - ¿Cuál es el contenido y la forma

de la transición democrática? - ¿Quiénes han

moldeado este proceso político?

5

2. EL CONCEPTO DE CAPTURA DE ESTADO (CDE)

El concepto de Captura de Estado (CdE) aborda

las complejidades de la influencia privada sobre

el Estado en contextos de transición. Ese enfoque

–en contraposición a los debates sobre el Estado

y su rol en las economías– pone énfasis en la

‘capture economy’ y su incidencia sobre procesos

de transformación política en las sociedades.

Para Hellman y Kaufmann (2001), –que han

investigado el fenómeno especialmente en países

post-soviéticos– la corrupción ha tomado una

nueva imagen en sociedades en transición: la de

oligarcas que manipulan la formación de políticas

públicas, normas jurídicas y regulaciones

institucionales en beneficio propio. Esta forma

de alteración –nombrada ‘state capture’– es

reconocida como uno de los problemas más

perniciosos en la economía política de procesos

de reforma, y “…los efectos que tiene son

múltiples y se considera que refuerzan o generan

desigualdad” (Durand, 2016:10). Transparencia

Internacional (2009: 43) resume la CdE como

una situación en la que poderosos individuos,

instituciones, compañías o grupos, desde dentro

o fuera del país, utilizan diversos mecanismos

(legales e ilegales) para dar forma a las políticas

nacionales, el entorno legal y la economía para

beneficiar sus intereses privados.

En este sentido, la particularidad del concepto

de CdE consiste en: i) la CdE es un fenómeno

de sociedades que se encuentran inmersas en

procesos de reformas económicas y políticas,

ii) reconoce la desigualdad de poder en las

sociedades, y iii) analiza los mecanismos que dan

forma y contenido a un sistema emergente, en

especial a partir de capture economy, la captura

propiamente dicha de la política, así como los

andamiajes de impunidad. Se trata, por tanto, de

la confluencia de diversos factores que moldean

la transición, en dependencia de la composición

y la correlación de fuerzas de actores de poder

–principalmente económicos, aunque no

exclusivamente–; su capacidad de generar

excedentes extraordinarios al margen de la

normatividad y competitividad; su capacidad de

influencia sobre las transformaciones económicas

y políticas; y su capacidad de (re)crearse en

el nuevo modelo. Hellman y Kaufmann (2001)

afirman que la CdE es más evidente en países con

reformas económicas y políticas parciales y con

regímenes políticos que se caracterizan por una

alta concentración de poder y limitaciones en

la competencia política. Además, la experiencia

latinoamericana señala que la impunidad es otro

factor decisivo para la perpetuidad de modelos

basados en la captura.

Si bien este enfoque conceptual guiará el presente

ensayo, también se busca aportar a diversos

campos de discusión desde la experiencia propia

de Guatemala:

Las décadas de regímenes autoritario-militares

y de guerra han significado acumulación de

poder en sectores (para)militares. La transición

hacia la democracia y la paz ha transformado los

andamiajes de poder; y en el caso guatemalteco, se

consolidaron paralelamente los cuerpos ilegales

y aparatos clandestinos de seguridad (CIACS). Es

decir, militares –y su poder– se insertaron en otros

espacios sociales e institucionales, consolidando

articulaciones con capacidad de incidencia en

6

las dinámicas económicas y políticas de la CdE.

El universo de actores de poder en la sociedad

post-conflicto se presenta más complejo.

La transición democrática se circunscribe

comúnmente a una etapa de reformas al régimen

político, de instauración de la preeminencia civil y

de consolidación de normas y reglas de elección y

traspaso del poder gubernamental. No obstante,

en el caso guatemalteco se trata de una transición

múltiple, que supera los límites propios de una

reforma política de lo autoritario-militar hacia

lo democrático-civil. Se trata también de un

proceso de reforma de los modelos económico

y estatal en el marco de los lineamientos del

Consenso de Washington, y de un proceso de

negociación de paz que culminó unos 10 años

después de la formalización democrática. La

complejidad de esta transición múltiple –en

cierto modo inconclusa y errática hasta hoy día–

imprime particularidades propias al fenómeno de

la Captura de Estado.

Mientras Hellman y Kaufmann argumentan que la

liberalización de las economías evita la CdE, otros

estudios argumentan precisamente lo contrario:

la CdE se debe a las medidas de libre mercado y

privatización. Esta disyuntiva “…requiere de un

enfoque más amplio que indaga acerca de lo que

intermedia –en ambas direccionalidades– entre

los actores privados y el Estado, y acerca de las

zonas grises y realidades subyacentes que se

crean en esta interrelación” (Waxenecker, 2017:

8 – 9).

Hellman y Kaufmann consideran que la alta

concentración de poder y las limitaciones en la

competencia política también favorecen la CdE.

Es decir, para sostener una capture economy

también habrá que sostener la concentración

de poder político en el mediano y largo plazo.

La acumulación se produce, no solamente en lo

económico sino también en lo político; e incluso,

esta interdependencia puede convertirse en

una normalidad sistémica que se perpetúa en

la impunidad. Salcedo y Garay (2016) nombran

la Reconfiguración Cooptada del Estado (RCdE)

como una etapa superior, que implica “…la

acción de organizaciones legales e ilegales que

mediante prácticas ilegítimas, de doble vía,

modifican, desde dentro del Estado y del sector

privado, el régimen político y económico de

manera sistémica e influyen en la formulación,

modificación, interpretación y aplicación de las

reglas de juego y de las políticas públicas, pera

obtener beneficios sostenibles…”

En los últimos años, en Guatemala se han judicializado

diversos casos de ‘mecanismos y entramados

ilícitos’, y éstos han aportado importante

conocimiento público sobre la realización indebida6

de poder, riqueza e impunidad. De alguna manera,

se cuenta con piezas de un rompecabezas que aún

se deben unir.

7

3. EL PROCESO DE TRANSICIÓN Y LAS COMPLEJIDADES DEL PODER

En Guatemala, la transición concretó sus inicios con la elección de una asamblea constituyente en 1984, las elecciones generales en 1985 y la instauración de un gobierno civil en 1986. No obstante, aún durante la década de 1980, la incipiente democracia se enfrentó a dos intentos de golpe de Estado –fraguado desde el poder militar-conservador– y, entre 1993 y 1996, a la ruptura constitucional por el propio presidente Jorge Serrano Elías y posteriormente a un gobierno transitorio y un proceso de depuración legislativa. Aún posterior a la firma de la paz en diciembre de 1996, el sistema democrático continuó caracterizándose por su volatilidad e inestabilidad –pese a la normalidad formal en el traspaso gubernamental–, consolidando una alta concentración de poder y limitando la competencia política en el seno de partidos políticos transitorios y las influencias fácticas de actores extra-partidarios. El impacto de la judicialización de entramados de corrupción condujo a la renuncia y encarcelación de la cúpula gubernamental y, de nuevo, a un gobierno transitorio a finales de 2015. De manera paralela, las elecciones generales del mismo año se caracterizaron por la perpetuación de poderes establecidos. Es decir, la transición –desde el punto de vista político– ha sido un ciclo errático e interrumpido, sin haber alcanzado una consolidación democrática (en un sentido amplio) y mostrando señales de crisis y agotamiento en los antagonismos actuales.

Este enfoque –sumado al carácter múltiple de la propia transición– abre la posibilidad de analizar un ciclo de reformas y transformaciones a lo largo de más de tres décadas.

El problema del poder es crucial en los procesos de transición, y se expresa en diferentes factores

y actores que crean, moldean, (re)producen y distorsionan los sistemas sociales, actuando no solamente en los marcos regulatorios definidos, sino también en y desde espacios opacos, zonas grises y franjas ocultas.

El concepto de Captura de Estado enfatiza en su sentido original en la influencia de empresas ante el Estado en periodos de reforma. Es un enfoque sugestivo, pues, indaga sobre la acción de poderes privados ante el poder público. No obstante, la realidad guatemalteca se caracteriza por una composición más compleja de ‘poderes privados’ que configuran el proceso de transición y, por tanto, también la capture economy, la captura política y la impunidad.

Y al abordar la composición compleja de estos poderes, la historia importa. De ningún modo en un sentido determinista, sino en sus significados dialécticos de concatenación, proceso y contradicción. Es decir, las características de los poderes que dieron forma y contenido a la transición guatemalteca, difícilmente se pueden percibir y explicar al margen de la historia colonial, las pugnas post-independencia, los imperialismos del siglo XIX, los regímenes liberales, la primavera democrática, la Guerra Fría, las dictaduras militares en América Latina (y las propias de Guatemala), los 36 años de guerra en el país y el two track approach7, entre otros. Una diversidad de factores endógenos y exógenos definen el carácter propio de estos poderes privados; que en esencia pertenecen a lo viejo y, al mismo tiempo, influyen decisivamente sobre lo nuevo.

8

3.1 EL BLOQUE ECONÓMICO HEGEMÓNICO

Resalta –por excelencia– el llamado bloque económico hegemónico8 , que concentra riqueza y poder. Históricamente, se ha fundamentado y reproducido sobre los andamiajes de la finca y la familia. Por un lado, el dominio colonial se cimentó sobre el control de la tierra y la mano de obra indígena, mediante un complejo sistema de privilegios concedidos por la Corona, y por otro lado, la transmisión patrilineal de estos privilegios y los matrimonios de conveniencia fueron dos vías complementarias en la conformación y perduración de las élites coloniales en América Latina. Casaús Arzú ha estudiado las redes familiares hispanas establecidas a partir del siglo XVI en Guatemala,

“…analizando de forma especial a aquellas familias que por su importancia en el proceso productivo del momento, por su influencia económica y política, por su capacidad de reproducción y para establecer extensos y exitosos enlaces matrimoniales pudieron reproducir su linaje y lograr que su estirpe sobreviviera hasta nuestros días, como parte integrante del bloque en el poder. Escogimos a las que, en cada siglo, jugaron ese papel y supieron diversificar su producción a tiempo y establecer una red familiar amplia y exitosa.

Por ello pasaron de un siglo a otro hasta llegar a la actualidad, a saber: 1) los Castillo (1544-1995); 2) los Díaz Durán (1600-1995); 3) los Delgado Nájera (1648-1995); 4) los Aycinena (1753-1995); 5) los Arzú (1770-1995); 6) los Urruela (1774-1995); 7) los Skinner Klee (1803-1995). En la actualidad, éstas son las redes familiares oligárquicas que forman parte del núcleo central de la oligarquía…” (2000: 47-48).

Son 22 familias –de acuerdo a Casaús Arzú– que provienen de seis entronques principales y que vienen ejerciendo directa o indirectamente el poder en Guatemala. Díaz (2017) retoma estos entramados familiares –basándose en el estudio de Dosal (1995)– y analiza la compleja interrelación de parentesco del núcleo oligárquico en la historia reciente (figura 1), afirmando que las “…principales familias de la red oligárquica y de la élite económica se vinculan a través de matrimonios y negocios” (2017: 65).

Ciertamente, estas redes familiares se han mimetizado a lo largo de los siglos –según Casaús Arzú–, conservando el poder económico y muchas veces político en Guatemala. Es una metamorfosis de las oligarquías, cuyas tramas de parentesco se transforman, pero mantienen vigencia en el ejercicio del poder9.

9

FIGURA 1. RED DE PARENTESCO DE PRINCIPALES FAMILIAS DE LA OLIGARQUÍA GUATEMALTECA10

Elaboración propia, basada en Díaz (2017: 62)

El otro anclaje histórico de la oligarquía es la

finca; es decir, la tierra como principal medio

de producción para mercancías primarias de

exportación. Hace unos cien años, Guatemala fue

un país monoexportador y un enclave económico:

el 76.6% y el 12.9% de las exportaciones de

Guatemala en el año 1929 correspondieron a

café y banano, respectivamente. Es decir, estas

exportaciones –junto con el azúcar (1,3%)–

sumaban el 90,8% del valor de todas las

exportaciones en 1929.

Posteriormente, el peso del café en las

exportaciones se diluyó ante el auge del algodón

(temporalmente limitado11), del azúcar y

recientemente de aceites vegetales. En cambio,

el banano sigue sosteniendo su participación

porcentual en las exportaciones y su calidad de

enclave hasta la actualidad.

En conclusión, durante los últimos 80 años se

dieron cambios elementales en el país. Por una

parte, Guatemala perdió paulatinamente su

10

calidad de monoexportador ante la diversificación

y el incremento de otros productos de

agroexportación. Y por otra parte, el peso del

conjunto de la agroexportación tradicional se

redujo en términos relativos: su peso disminuyó al

Pese a estos cambios estructurales, se observa

tendencialmente un aumento en la superficie

dedicada a la agroexportación en las décadas

pasadas. En 1960 se ocuparon unos 393 mil

hectáreas para los cultivos de café, banano,

algodón y caña de azúcar. En 1980, el área

de café y banano se mantuvo en promedio,

79,7% en 1970 y al 42,4% en 2015. Ciertamente,

esta reducción no significa que el peso real de

la agroindustria carezca de importancia para la

producción nacional: el valor agregado (registrado

en el PIB) suma más de Q.51 mil millones en 2015.

Producto 1929 1970 2015Café 76,6% 53,5% 10,3%Banano 12,9% 7,2% 11,8%Algodón - 14,1% -Azúcar 1,3% 4,9% 13,2%Cardamomo - - 3,6%Aceites vegetales (palma aceitera)

- - 3,5%

TOTAL 90,8% 79,7% 42,4%

Año Café Banano Algodón Caña de azúcar Palma aceitera TOTAL

1960 232.800 78.000 65.900 15.315 - 393.975

1980 257.800 73.000 104.800 78.000 - 515.580

2015 248.700 73.800 - 268.800 146.565 739.880

TABLA 1. EXPORTACIONES DE GUATEMALA (PORCENTAJE DEL TOTAL)

TABLA 2. SUPERFICIE CULTIVADA (EN HECTÁREAS) DE PRINCIPALES PRODUCTOS DE AGROEXPORTACIÓN

Elaboración propia con datos de Bulmer-Thomas (2011) y MAGA (2016)

Elaboración propia con datos de Guerra Borges (2011), MAGA (2016) y CABI13

mientras el algodón y el azúcar aumentaron

considerablemente: un total de 515 mil hectáreas

se dedicaron a la agricultura de exportación. En

2015, el área total se había incrementado a 739

mil hectáreas: el cultivo del café se sostuvo, el

algodón prácticamente desapareció, la caña de

azúcar incrementó considerablemente y la palma

aceitera apareció como opción novedosa.12

11

Hoy por hoy, la producción de café es una

producción segmentada: los 354 grandes

productores (0,3%) abarcan 67 mil hectáreas

(22,1%) y los 121 mil productores pequeños

(96,8%) suman 142 mil hectáreas (46,9%).14 En

cambio, el banano, el algodón, la caña de azúcar

y la palma aceitera han sido y son producciones

altamente concentradas, cuyas estructuras de

propiedad sostienen fuertes lazos con familias de

la élite guatemalteca (con excepción del banano).

Entonces, se puede deducir que estos sectores

altamente concentrados –y, por tanto, también

la finca– siguen siendo un pilar de acumulación

de la red hegemónica guatemalteca15, en especial,

el remanente de la gran producción de café, la

producción de azúcar, y recientemente también

la producción de aceite vegetal. No obstante,

este pilar de acumulación se inserta también en

una creciente articulación horizontal y vertical

de las cadenas de producción, industrialización y

comercialización.

Ya en el devenir del siglo XX era difícil –o

prácticamente imposible– definir una línea

divisoria en el propio núcleo oligárquico entre

terratenientes, por un lado, e industriales y

comerciantes, por el otro. Ciertamente, las divisas

del sector exportador han estimulado el comercio

y algunas industrias desde los años veinte, pero al

mismo tiempo, el sector bancario –fuertemente

vinculado al café– “…no estaba interesado en

estimular el desarrollo industrial y no tenía

ninguna obligación de hacerlo. La ausencia de

crédito bancario para actividades productivas

fuera de la AEX [agricultura de exportación]

significó que los empresarios en perspectiva

debían tener acceso a sus propias fuentes de

fondos. Por lo tanto, no es ningún accidente que

los nuevos desarrollos industriales en la década

de los veinte, tal como los hubo, tendieran a ser

financiados por inmigrantes que usaban su propio

capital” (Bulmer-Thomas, 2011: 88).

Pero estos sectores no se desarrollaron de manera

independiente –o incluso, antagónica–, pues,

como sostiene Dosal, las familias industriales (y

comerciantes) conservan una posición segura

en los círculos propios del poder oligárquico,

sabiendo “…que los Castillo, Ibargüen, Köng

y Novella se han casado con otras familias

prominentes o han invertido fuera del sector

industrial…” ([1995] 2017: 21). La clave del éxito

oligárquico es la capacidad de sostener el poder,

pese a los cambios socio-económicos y políticos

en el país y el entorno geopolítico. Es un hecho

histórico –tomando en cuenta otros momentos

de transición en los siglos XVIII, XIX y XX– y es

una característica per se de la oligarquía16. En

términos de la modernidad económica significa

diversificación y apertura, y lo que Torres-Rivas

(2013) denomina el aburguesamiento de una

parte de la oligarquía17.

Esto concuerda con la disminución del peso

relativo de la agroexportación tradicional

en el Producto Interno Bruto (PIB) en las

últimas décadas18. Se debe, por un lado, a las

transformaciones propias del sector y, por otro

lado, al auge de otras actividades económicas.

Por tanto, la atención se tiene que dirigir también

a sectores del bloque económico hegemónico,

que se han diversificado y transnacionalizado:

12

“Estos corresponden a grandes corporaciones

que incluyen diversas actividades productivas

y financieras, generalmente adscritas a grupos

familiares cuya característica más importante

es que, aunque su base de acumulación

originaria fue Guatemala, generalmente con

apoyo político y estatal, han logrado trascender

las fronteras nacionales y llevar sus negocios a

Centroamérica, otros países de América y, en

algunos casos otros continentes. Estos grupos

[…] se caracterizan además por dominar los ejes

de acumulación económica más dinámicos en

la actualidad.” (Sáenz, 2014: 38-39)

No hay línea continua y condiciones únicas

que expliquen el proceso de diversificación

de la economía guatemalteca; y tampoco hay

información y análisis concluyente sobre las

dinámicas de los entramados empresariales

transnacionalizados en el país. En todo caso, el

enfoque analítico debe asumir nuevas premisas:

si bien la finca y la familia siguen siendo pilares

de poder, la modernidad agrega complejidad

a partir de la diversificación de flujos de capital

y actividades productivas. La tendencia –

como señala el caso salvadoreño– es una red

hegemónica de relaciones económico-familiares

que hace difícil identificar a ‘las familias’ o

‘los grupos económicos’ por separado. Estas

redes hegemónicas “…son interdependientes,

transitorias y excluyentes. Interdependientes,

por la influencia mutua entre diferentes ‘capas’

de relacionamiento; transitorias, por su carácter

cambiante en un sentido histórico-temporal;

y excluyentes, por reproducir y afianzar

estructuras de concentración de riqueza y poder”

(Waxenecker, 2017: 58). Un análisis parcial de

interlocking directorates19 de 20 empresas de

los sectores agroindustrial, minero, petrolero y

energético indica que esta tendencia también

parece tener lugar en Guatemala.

13

FIGURA 2. RED DE 20 EMPRESAS INTERRELACIONADOS (INTERLOCKING DIRECTORATES20 )

Elaboración propia con datos del Registro Mercantil de Guatemala, disponibles en Laberinto de Poder (PzP)

Este ejemplo muestra también la confluencia entre

actores económicos nacionales e internacionales;

y desde este punto de vista, se puede asumir que

los entramados transnacionalizados –de origen

guatemalteco– ocuparían un lugar céntrico en

la red hegemónica. Precisamente, estos actores

céntricos (bróker) sostienen una posición de

poder y liderazgo –abierto o solapado– en el

mundo transnacionalizado. Algunos estudios

(Dosal, [1995] 2017 / Fuentes Knight, 2011 / Sáenz,

2014) enfatizan en el rol céntrico de i) Bosch-

Gutiérrez (un conglomerado agroalimentario,

inmobiliario y financiero); ii) Novella-Torrebiarte

(alrededor de Cementos Progreso y el Banco

Industrial); iii) Castillo21 (alrededor de la

Cervecería Centroamericana); iv) Vila, Campollo y

Herrera (principalmente alrededor de la industria

azucarera y el sector energético); v) Köng, y vi)

Botrán; entre otros22.

En todo caso, el bloque hegemónico es un

entramado interdependiente, y no es “...una

articulación ni homogénea, ni monolítica […]

Como se ha señalado recientemente todo

14

apunta a que las viejas categorías de estudio

de élites (como la división entre tradicionales,

tradicionales en transición y emergentes) van

perdiendo actualidad analítica.”23 Pero, sin duda,

es un bloque de poder, cuya influencia sobre las

dinámicas de la transición ha sido y sigue siendo

clave desde el punto de vista de la Captura de

Estado.

Por su parte, el capital externo –en forma

de inversión extranjera directa (IED)– no es

un fenómeno nuevo en la región y el país: a

principios del siglo XX, Inglaterra “…mantuvo

su liderazgo en América Latina, con un total de

3,700 millones de dólares de IED, imponiéndose

sobre Francia (1,200 millones). En este mismo,

año los Estados Unidos con 1,700 millones y

Alemania con 900 millones de dólares vivieron

un auge importante” (Waxenecker, 2014: 2). Este

balance cambió durante la primera mitad del

siglo XX y, paralelamente, se afianzó en los países

centroamericanos el llamado enclave bananero,

donde la United Fruit Company (UFCO) “…tenía

un monopolio virtual de las exportaciones de

banano…” (Bulmer-Thomas, 2011: 80). Por tanto,

el capital externo ha sido –al menos desde el siglo

XIX– un factor de poder que ha convivido con la

élite económica nacional en diversas formas e

intensidades.

Diferentes etapas han marcado –según Dosal

([1995] 2017)– el influjo del capital externo, en

especial el impulso a la inversión industrial24 en la

década de 1960 y los ajustes estructurales en los

campos económico y político durante la década

de 1990. El capital externo se diversificó en origen

y destino, y sobre todo, se mantuvo como factor

de poder. No obstante, es cuestionable que el

capital externo se hubiese establecido como

factor dinámico para el desarrollo económico en

la región, pues, “…la inversión extranjera directa

en Centroamérica ha ingresado, en gran medida,

a través de la compra de activos existentes por

parte de empresas transnacionales, sobre todo

en el periodo 1990-2010 […] Las fusiones y

adquisiciones han llegado a representar el 83%

del total de la IED en la región centroamericana

en 2010 […] Hay que recordar que las fusiones y

adquisiciones, al menos en un primer momento,

no suponen un incremento de la capacidad

productiva, dado que el ingreso del capital (vía

inversión extranjera directa) es el pago por

un activo previamente existente.” (Sánchez/

Martínez, 2014: 18).

15

3.2 LÍNEAS DE CONTINUIDAD: PODER MILITAR, CIACS Y OTD

En la historia moderna, el poder coercitivo de

los ejércitos y de los militares no es un elemento

excepcional en el ejercicio de poder como tal;

pero su concreción y sus transformaciones han

adquirido contenidos y formas peculiares durante

la segunda mitad del siglo XX en Guatemala.

Por ello, es sumamente complejo definir este

universo de poder, pues, hoy por hoy el desarrollo

del poder militar no se circunscribe a los límites

institucionales ni al enfoque weberiano de

superioridad civil.

El contexto de la Guerra Fría y la Operación

PBSUCCESS, –que depuso al presidente Jacobo

Árbenz en 1954–, indudablemente son referentes

en el desarrollo doctrinario y operativo de las

fuerzas armadas, de los gobiernos militares y

de aparatos clandestinos (escuadrones de la

muerte) en Guatemala. PBSUCCESS abrió un ciclo

de operaciones secretas y violencia sistemática,

y durante aproximadamente tres décadas se ha

creado “…un sistema que permitiera tutelar el

poder político mediante un sistema regido por

normas no escritas, mixtificadas y yuxtapuestas

a la misma Constitución [de 1965], que asignaba

a las organizaciones de corte empresarial […] y

al aparato de inteligencia del Ejército, el papel de

tutores del poder político,”25 operando en gran

medida bajo el auspicio de los EEUU. Según Vela,

la guerra y la política se convirtieron en categorías

inseparables y mutuamente penetradas en el

ejercicio de poder: “Impunidad, corrupción26

y secreto fueron tres piezas de poder que en

el pasado estuvieron en manos de las fuerzas

armadas” (2002: 28). Ello se constituiría –pese al

cierre del ciclo autoritario-militar– en una línea de

continuidad en el marco del two track approach

y el paradigma liberal de democratización y

pacificación.

Entre otras, Alpha 66, Mano Blanca, Congress of

United Revolutionary Organizations (CORU)27, la

Confederación Anticomunista Latinoamericana

(CAL) asociada a la Liga Anticomunista Mundial

(WACL28), el Movimiento de Liberación Nacional

(MLN), la oficinita y la inteligencia castrense –en

especial, el Estado Mayor Presidencial (EMP29)–,

se convirtieron ante los vaivenes de la democracia

y la paz en redes multiformes30 que fomentaron

–no sin contrariedades– un fraccionamiento

complejo entre los ámbitos institucionales y

extra-institucionales del poder militar. “Comenzó

entonces un proceso que fragmenta, oculta,

privatiza y criminaliza el poder de los militares,

dando origen a nuevos núcleos de poder…”

(Waxenecker, 2014: 3), que se reconocieron en

los acuerdos de paz como CIACS31. Es el sinónimo

–propio del caso guatemalteco– para cuerpos

ilegales y aparatos clandestinos de seguridad, y

“…la Minugua [Misión de las Naciones Unidas para

Guatemala] llegó a afirmar: […] hay una mutación

de las estructuras de la época del conflicto en

redes multiformes, involucradas en la corrupción

y el crimen organizado” (Gutiérrez, 2016: 17).

Ciertamente, existe un vacío de investigación

histórica sobre el desarrollo propio de CIACS,

que aún durante la década de 1990 tuvieron su

principal ‘razón de ser’ en la violencia política:

casos paradigmáticos son –entre otros–

los asesinatos de Myrna Mack (1990), Jorge

Carpio Nicolle (1993), Epaminondas González

16

(1994) y del obispo Gerardi (1998). A la vez,

los entramados de enriquecimiento ilícito e

impunidad se sofisticaron, en especial, alrededor

de la defraudación aduanera (Red Salvavidas y

Red Moreno32, 1996) y el tráfico internacional de

drogas33 (p.e. Coronel Ochoa Ruiz, 1992).

La guerra y la droga se potenciaron mutuamente34,

y estos entramados de tráfico ilícito se

adaptaron en su relación con el Estado ante la

democratización. Durante la década de 1990 y los

primeros años de la siguiente, las organizaciones

de tráfico de drogas (OTD) se caracterizaron

por una relativa estabilidad, operando en zonas

geográficas más o menos constantes y gozando

un alto grado de impunidad. En años más

recientes, se produjeron rupturas y cambios en las

OTD, debido a un clima de creciente inestabilidad

generado por las disputas internas, conflictos

de expansión, y las políticas de las guerras

antinarcóticas, así como la complejización y

diversificación de las estructuras criminales y

los negocios ilícitos. Pese a estas volatilidades

en el contorno del narcotráfico, se constituyó

una relación simbiótica entre democracia y

droga desde lo local hasta lo nacional, y el

financiamiento político se ha convertido en un

ámbito clave de interacción. De acuerdo a la CICIG,

“…en las últimas tres décadas han irrumpido en

la escena política fondos y actores del crimen

organizado (sobre todo, estructuras dedicadas

a la narcoactividad y al contrabando). Con esto,

además de la distorsión de la institucionalidad

democrática y la perversión de la política, actores

criminales buscan influir en funcionarios públicos

de diverso nivel y moldear, de acuerdo con sus

intereses, la institucionalidad pública” (CICIG,

2015b: 4).

Los cuerpos ilegales y las organizaciones de

tráfico de drogas se han convertido en actores

fácticos de poder, con capacidad de influir desde

dentro y fuera del Estado guatemalteco en los

procesos políticos propios de la democracia

y la paz. En este sentido, el análisis de Captura

de Estado en Guatemala no se puede limitar a

actores netamente económico-empresariales,

sino debe abordar los entramados de poder

con arraigo en la historia reciente de anti-

comunismo, contrainsurgencia, conspiración y

autoritarismo militar. La continuidad y mutación

de estos poderes se perciben a lo largo de todos

los gobiernos del siglo veintiuno: Caso Alfonso

Portillo35 (2000-2004), Caso Estafa IGSS36

(2001-2002), Caso Presupuesto militar/Crédito

Hipotecario Nacional37 (2002), Caso IPM (2003),

Caso Parlacen (2007), Caso Pavón (2007),

Caso Rosenberg (2009), Caso La Línea (2015)

y Cooptación del Estado (2016), entre muchos

otros.

Estos hechos “sugieren que con el reemplazo

de los gobiernos militares por gobiernos civiles,

los militares iniciaron la conformación de redes

poderosas que les permitieran un beneficio

económico por medios no lícitos. Utilizando sí,

como plataforma, las propias estructuras del

Ejército y del mismo Estado” (SEPAZ, 2011: 66).

Las transformaciones posteriores al autogolpe

en 1993 y la firma de la paz en 1996 plantearon

nuevos desafíos: en tanto la capacidad de

influencia institucional del poder militar se

redujo, se fueron fortaleciendo redes extra-

institucionales, las cuales se prepararían también

17

para la disputa político-partidaria y el control

sobre la estatalidad civil, y por ende, también

sobre las posiciones de privilegio que permitían

la continuidad de una criminalidad compleja. En

otras palabras, la disputa por el poder se trasladó

al escenario electoral y el poder militar y los

aparatos clandestinos crearon instrumentos

políticos para ser partícipes. En ese sentido,

“los CIACS predominantes en la coyuntura de

Guatemala pueden entenderse como redes

político-económico ilícitas […] Puede afirmarse

entonces, que los CIACS, actualmente son redes, es

decir grupos de personas, que se interrelacionen

ya sea de manera oculta o semi-oculta con el

fin ejercer el control político y generar negocios

redituables.” (Velásquez, 2015).

En ese marco se inscribe –desde finales de los

años 80– el proyecto político del general retirado

y exjefe de facto del Estado, Efraín Ríos Montt:

el Frente Republicano Guatemalteco (FRG). Al

tiempo que gobernó el FRG (2000 – 2004),

se conformó otro proyecto político-militar a

partir de noviembre de 2000: el Partido Patriota

(PP) alrededor de la figura del general retirado

Otto Pérez Molina. Tras ganar las elecciones

presidenciales en 2011, el gobierno del PP

condujo hacia “el (re)encuentro en la política

y en la institucionalidad estatal de dos mundos

que se fueron diferenciando en las décadas

pasadas en el marco de la democracia y la paz:

los ámbitos institucional y extra institucional del

poder militar. […] En este sentido, lo sui generis

del gobierno patriota consiste en [haber creado]

una situación peculiar que no corresponde a una

lógica tradicional de militarización. El carácter

político-militar no proviene de la restitución de la

institución armada como fuerza gobernante, sino

de la interacción formal-informal entre redes de

poder en amplias zonas grises dentro del aparato

estatal, y cuyas finalidades estarían caracterizadas

por la acumulación indebida de poder y riqueza.

[…] De esta manera se conforma una estructura

vertical, incrustada en la institucionalidad estatal,

que reúne complejas redes ilícitas que se han

articulado desde lo militar y lo político-partidista,

en confluencia con poderes de facto que operan

desde lo económico y lo regional.”38

El PP entró en crisis a partir de la judicialización

de complejos entramados de poder y

enriquecimiento ilícito en abril de 2015. Esta

crisis llevó a la renuncia de la cúpula gobernante

del PP en los meses posteriores. No obstante,

la profunda incrustación de actores y factores

de poder en lo político-partidario y lo estatal-

institucional evidencia líneas de continuidad,

que durante décadas han distorsionado el

proceso de democratización y han instaurado

un sistema político unipolar, fraccionado,

apolítico y clientelar. Esa situación condujo a

la victoria electoral de otro proyecto político-

militar en 2015. El partido FCN-Nación –surgido

desde el entorno de la Asociación de Veteranos

Militares de Guatemala (AVEMILGUA)39 – asumió

el gobierno en enero de 2016 y a los pocos meses

se constituyó –a fuerza del transfuguismo– en

mayoría legislativa, desde donde se gestan los

pactos del continuismo desde entonces.

18

4. PERSPECTIVAS: CICLOS DE TRANSFORMACIONES NO-AGOTADAS

La transición es un elemento intrínseco del

concepto de Captura de Estado. Pero, la transición

es en sí misma un campo problemático, dado

que existe una amplia discusión teórica sobre

los contenidos y confines temporales de estos

procesos múltiples de transformación y reforma.

Sin duda, los hitos son –desde el punto de vista

político– la instauración de un gobierno civil electo

en enero de 1986 y la firma de la paz en diciembre

de 1996; pero también lo son el autogolpe en

1993, la volatilidad propia del sistema de partidos

políticos y la crisis de 2015.

Paradójicamente, el punto de partida de la

democracia guatemalteca –como sostiene Vela

(2002)– se encuentra en golpes de Estado40

y el two track approach. Incluso, Torres Rivas

(2010) afirma que la democracia fue un arreglo

contrainsurgente y un pacto entre fracciones

de la élite militar, empresarial y política bajo el

auspicio de la embajada estadounidense. No fue,

–a su criterio–, una transición como tal.

La democracia se construyó –según Sáenz–

a partir de un arreglo político histórico,

entendido como el resultado de relaciones de

poder cambiantes entre elites y entre Estado y

sociedad. “La configuración de estas relaciones

está condicionada por los equilibrios de

fuerzas y en muchos casos son el resultado del

conflicto” (2014: 22), tomando cuerpo en las

instituciones formales e informales de gobierno y

el comportamiento económico. El arreglo político

de mediados de la década de 1980 se caracterizó

por: i) el racismo y la discriminación contra los

pueblos indígenas, legitimando la dominación

de las elites de origen criollo; ii) la utilización del

Estado por parte de los grupos de poder para el

desarrollo de sus actividades productivas, y por

ende, la continuidad del statu quo económico y

social; iii) la preeminencia del Ejército en temas

de seguridad y la continuidad de los ciclos de

corrupción e impunidad, y iv) el diseño político

excluyente en la disputa parcial del poder (2014:

26-36).

Lo cierto es que desde mediados de la década de

1980 se iniciaron transformaciones múltiples y

no-agotadas en lo político, económico y estatal.

En tanto, el bloque económico hegemónico y

el poder militar (y sus interacciones complejas)

han sido protagonistas en la construcción de

la democracia y la paz, sus intereses estarían

reflejados en forma y contenido en diferentes

ciclos de reformas:

(a) Ciclos de reforma estatal: La Constitución

Política de 1985 estableció el marco general del

Estado guatemalteco y su sistema republicano,

democrático y representativo de gobierno. En

especial, el Movimiento de Liberación Nacional

(MLN) y la Democracia Cristiana Guatemalteca

(DCG) predominaron –junto a la Unión del Centro

Nacional (UCN)41 – la asamblea constituyente,

que dio forma y contenido a la democracia

naciente. Los dos primeros gobiernos civiles de

Vinicio Cerezo (DCG, 1986-1991) y Jorge Serrano

Elías (Movimiento de Acción Solidaria - MAS,

1991-1993) fueron caracterizados como una

democracia vigilada (REMHI, 1998: 255) ante

los poderes fácticos del bloque económico y

el Ejército, quienes impulsaron una defensa

19

férrea –aunque no granítica– de sus intereses

particulares. El (des)balance de poder entre lo

civil y militar y entre lo estatal y privado marcó las

contradicciones del momento: el Ejército trazó

una política sui géneris para militarizar el poder,

mientras se desmilitarizó el gobierno (Torres

Rivas, 2013: 334) y los empresarios asumieron el

discurso de gobierno mínimo para incrementar la

base de acumulación privada.

La crisis del serranazo –el autogolpe del

presidente Serrano Elías en 1993– dio impulso a

estas contradicciones: por primera vez, el Ejército

tuvo que subordinarse al poder civil y los partidos

tradicionales (DCG, MLN, etc.) y de primera

generación (UCN y MAS) perdieron vigencia en las

elecciones legislativas anticipadas de 1994. Pero

no necesariamente se fortaleció la democracia,

sino las reformas constitucionales y la pérdida

de poder del Ejército favorecieron a “…las élites

económicas industriales y modernizantes que

se fortalecieron en este proceso. Fue, para

describirlo de alguna manera una transferencia de

recursos políticos entre las elites42 [...] [Además]

este realineamiento de fuerzas políticas permitió

que se abrieran paso a reformas encaminadas a

la liberalización económica” (Sáenz, 2007: 249).

Por su parte, tras la firma de la paz en diciembre

de 1996 se fortalecieron los derechos y libertades

fundamentales de la ciudadanía. No obstante, el

diseño estatal continuó impulsándose por la vía del

ajuste estructural. Los procesos de privatización

y de descentralización experimentaron un

fuerte impulso durante los gobiernos de Álvaro

Arzú (Partido de Avanzada Nacional – PAN,

1996-2000) y de Alfonso Portillo (Frente

Republicano Guatemalteco – FRG, 2000-2004),

respectivamente43. En cambio, las reformas

constitucionales –propuestas en los acuerdos

sustantivos de la paz– fueron contrariados en

la consulta popular de mayo de 1999, que se

desarrolló en un contexto hondamente polarizado.

Con ello, elementos fundamentales del arreglo

político histórico –en especial, la exclusión de

los pueblos indígenas– mantuvieron vigencia.

Las reformas constitucionales –centradas en

la problemática de la justicia– volvieron a la

palestra nacional en 2017, y facciones de poder

fáctico utilizaron –de nuevo– la polarización para

la defensa de intereses espurios y particulares.

(b) Ciclos de reconversión militar: Desmontar

la atadura entre guerra y política ha sido uno

de los principales desafíos en el transcurso de

la democratización y la paz. Ello supone –en

términos formales– la reconversión doctrinaria e

institucional de las fuerzas armadas, el irrestricto

respeto a la superioridad del poder civil, el

desmantelamiento de estructuras paramilitares

y secretas, así como la implementación de

procesos de justicia transicional.

En cambio, a pocos días de la toma de posesión

del gobierno democristiano, “…el régimen militar

terminó de asegurar su futuro legalmente. El 10

de enero de 1986 fueron publicados 16 decretos-

ley, de un total de 40 emitidos en esas fechas. Los

más conocidos fueron el 8-86, que establecía

la amnistía para todos los delitos políticos y

comunes conexos cometidos durante el periodo

1982-86, y el decreto 25-86, que modificaba

20

nuevamente la Ley Constitutiva del Ejército”

(REMHI, 1998: 240). Durante el primer gobierno

civil se instaló también la pugna interna entre

facciones castrenses –la Cofradía y el Sindicato44

– en torno a un cambio doctrinario de un ejército

hondamente penetrado por el anti-comunismo

y, no menor, en torno a posiciones de privilegio y

poder en lo institucional.

Tras el episodio del autogolpe en 1993, la

capacidad de veto de los militares sobre la

institucionalidad civil disminuyó; situación

que se profundizó en la reducción de efectivos

y presupuestos militares en el marco de la

implementación de los acuerdos de paz. Pero

quizá en la medida que el poder institucional se

redujo, aumentó también la influencia legal e

ilegal de entramados extra-institucionales y de

(ex)militares en los campos económico, político

y estatal propiamente dichos45. A ello se suman

episodios convulsos y pugnas subterráneas46

en los campos de la inteligencia y la seguridad

tras el desmantelamiento del Estado Mayor

Presidencial (EMP) a finales de 200347: en

este entorno se inscriben –entre otros– los

casos de las ejecuciones extrajudiciales en el

sistema penitenciario (Casos Pavón e Infiernito,

2005-2006), del asesinato de tres diputados

salvadoreños al PARLACEN (2007), del asesinato

de Víctor Rivera (2008)48 y del espionaje en casa

presidencial (Caso Quintanilla, 2008)49.

No obstante, el reencuentro de los ámbitos

institucional y extra-institucional del poder

militar se hace evidente durante los dos últimos

periodos gubernamentales del Partido Patriota

y de FCN-Nación. Nuevas generaciones de la

oficialidad –por ejemplo, la promoción 108

de la Escuela Politécnica– han rearticulado el

poder institucional a redes ilícitas y al ejercicio

gubernamental de proyectos político-militares50.

Esta situación evidencia la debilidad profunda de

la reconversión militar en más de tres décadas de

democracia y paz.

(c) Ciclos de reformas económicas: El tema

fiscal es una piedra angular en las políticas

económicas desde los inicios de la democracia.

El primer gobierno civil heredó una situación

maltrecha de las finanzas públicas51 y se vio en

la necesidad de impulsar una reforma tributaria

en 1987. El empresariado guatemalteco contrarió

la reforma, utilizando un nuevo mecanismo

de la institucionalidad democrática: la Corte

de Constitucionalidad (CC). La impugnación

de reformas fiscales vía declaratorias

inconstitucionales se convertiría en una constante

durante todos los gobiernos siguientes, y pese

al pacto fiscal basado en los acuerdos de paz, la

creación de la Superintendencia de Administración

Tributaria (SAT) en 1998 y continuadas

reformas fiscales52, la carga tributaria puede

calificarse como tendencialmente creciente,

pero efectivamente raquítica: los promedios de

recaudación tributaria son –según Icefi (2015: 38-

39)– del 7.7% del PIB (1980-1996), 11.1% (1997-

2003) y 11.5% (2003-2007), para luego caer al

10.3% en consecuencia del impacto de la crisis

mundial (2008-2010). Además, la carga tributaria

es altamente regresiva: alrededor del 70% de los

ingresos tributarios continúa proviniendo de los

impuestos indirectos (Icefi, 2015: 113). De esta

21

manera, la resistencia e influencia del sector

empresarial sobre las reformas fiscales –aunado

a la corrupción fiscal (Red Moreno – 1996; La

Línea – 2015, Caso Traficantes de influencia

– 2018, etc.)– mantiene el nivel de ingresos

estatales por debajo del mínimo socialmente

requerido. Y precisamente, un elemento

relevante “…de la reforma económica hasta el

año 1996 fue la venta de activos estatales para

financiar la brecha fiscal y obtener recursos para

actividades y programas de la agenda social. La

mayoría de las privatizaciones realizadas en este

período […] fueron altamente criticadas por los

procedimientos poco transparentes aplicados”

(Rivera, 2007: 17).

En Guatemala, los sectores estratégicos de

transporte, telecomunicaciones y energía se

habían impulsado en el marco de los gobiernos

oligárquico-liberales a finales del siglo XIX y a

principios del XX, principalmente en forma de

concesiones estatales para empresas privadas.

En otra etapa –la del Estado desarrollista53 de

mediados del siglo XX–, se creó institucionalidad

estatal para impulsar estos sectores estratégicos:

Instituto Nacional de Electrificación – INDE (1959),

Ferrocarriles de Guatemala – FEGUA (1969) y

Empresa Guatemalteca de Telecomunicaciones

– GUATEL (1971). En este sentido, desde finales

de la década de 1980 se produjo un proceso

contrapuesto y multidimensional de liberalización

de mercados y (re)privatización de los sectores

estratégicos –entre otros–, que se ha concretado

por medio de externalización, concesión,

tercerización de servicios y/o asociación público-

privada (APP).

TABLA 3. PROCESO MULTIDIMENSIONAL DE LIBERALIZACIÓN ECONÓMICA EN GUATEMALA

GobiernoLiberalización de

mercados y capitales

Privatizaciones y alianzas público-privadas (APP)

Externalización de servicios públicos

Concesión y tercerización de sectores

estratégicos

Gobierno del General Óscar H. Mejía Víctores

Decreto 65-1985 Ley de Impuesto a las Transacciones Internacionales

Decreto 69-1985Ley de Minería

Gobierno de Vinicio Cerezo (DCG)

Decreto 22-1986Ley Transitoria de Régimen CambiarioDecreto 29-1989Ley de Fomento y Desarrollo de la Actividad Exportadora y de MaquilaDecreto 65-1989Ley de Zonas Francas

Se concreta:• Concesión de telefonía celular (Millicom /COMCEL)

• Venta parcial de AVIATECA (TACA)

Decreto 20-1986Ley de Fomento al Desarrollo de fuentes nuevas y renovables de EnergíaDecreto 55-1987Ley Temporal de Exoneración de Convocatoria para la Celebración de Contratos de Exploración y Explotación de Hidrocarburos

Gobierno de Jorge Serrano Elías (MAS)

Decreto 02-1991Ley de Nacionalidad para Inversionistas ExtranjerosDecreto 28-1992Ley de Liberación de Importación de las Medicinas

Procesos disputados de privatización de sector eléctrico

Decreto 57-1992Ley de Contrataciones del Estado

22

Gobierno transitorio de Ramiro de León Carpio

Procesos disputados de privatización de sector eléctrico, incluyendo:Decreto 64-1994 (Ley Orgánica del Instituto Nacional de Electrificación – INDE)

Decreto 41-1993 Reforma a la Ley de Minería

Gobierno de Álvaro Arzú Irogoyen (PAN)

Decreto 34-1996Ley del Mercado de Valores y MercancíasDecreto 57-1997Ley de Transformación del Banco Nacional de Desarrollo Agrícola (BANDESA)Decreto 89-1997Disolución, liquidación y supresión del Banco Nacional de la Vivienda (BANVI)Decreto 09-1998Ley de Inversión Extranjera

Decreto 93-1996Ley General de ElectricidadDecreto 94-1996Ley General de TelecomunicacionesSe concreta:• Privatización de GUATEL• Usufructo privado de frecuencias de frecuencias del espectro radioeléctrico (SIT)

• Privatización de FEGUA• Privatización de Correos de Guatemala

• Privatización del sector eléctrico: EEGSA e INDE

Decreto 48-1997Reforma a la Ley de MineríaDecreto 106-1996Ley de Fomento al Transporte de la Ciudad Capital y Áreas de Influencia Urbana

Gobierno de Alfonso Portillo (FRG)

Decreto 94-2000Ley de Libre Negociación de DivisasDecreto 04-2002Ley de Bancos y Grupos FinancierosDecreto 16-2002Ley Orgánica del Banco de GuatemalaDecreto 17-2002Ley MonetariaDecreto 18-2002Ley de Supervisión FinancieraDecreto 19-2002Ley de Bancos y Grupos FinancierosDecreto 30-2002Ley para concluir el proceso de disolución, liquidación y supresión del Banco Nacional de la Vivienda (BANVI)

Decreto 82-2002Reforma a la Ley General de Telecomunicaciones

Decreto 34/73-2001Reformas a la Ley de Contrataciones del EstadoDecreto 52-2003Ley de Incentivo para el Desarrollo de Proyectos de Energía Renovable

Gobierno de Óscar Berger (GANA)

Decreto 38-2004/11-2005Reformas a la Ley de Fomento y Desarrollo de la Actividad Exportadora y de Maquila

23

Gobierno de Álvaro Colom (UNE)

Decreto 25-2010Ley de Actividad Aseguradora

Decreto 16-2010Ley de Alianzas para el Desarrollo de Infraestructura Económica

Decreto 27-2009Reformas a la Ley de Contrataciones del EstadoDecreto 45-2010Reformas a la Ley de Contrataciones del EstadoDecreto 06-2011Reformas a la Ley de Contrataciones del Estado

Gobierno de Otto Pérez Molina (PP)(Gobierno interino de Alejandro Maldonado)

Decreto 26-2012Reformas a la Ley de Bancos y Grupos FinancierosDecreto 19-2016Reformas a la Ley de Fomento y Desarrollo de la Actividad Exportadora y de Maquila

Decreto 34-2012Reformas a la Ley General de Telecomunicaciones

Decreto 09-2015Reformas a la Ley de Contrataciones del Estado

Gobierno de Jimmy Morales (FCN)

Decreto 28-2016Reformas a la Ley de Bancos y Grupos Financieros

Decreto 46-2016Reformas a la Ley de Contrataciones del Estado

Elaboración propia.

La transferencia de activos económicos del

dominio público al privado tiene relevancia para

la Captura de Estado; especialmente cuando

se realiza por vías ilícitas, no-transparentes

y/o informales. El fenómeno se ha estudiado

principalmente en países post-soviéticos, donde

se aplicó la ‘terapia de shock’ –privatización,

liberalización de los mercados y austeridad

fiscal– en la década de 1990; pero –en efecto–

también tiene importancia para América Latina:

de acuerdo a Guarnido, Jaén y Amate (2006) se

privatizaron unas 900 empresas estatales en la

región y se traspasaron numerosas obligaciones

estatales a manos privadas entre 1990 y 1997.

En Guatemala, la concreción de la privatización

de bienes estatales se produjo con mayor énfasis

durante la administración de Álvaro Arzú (1996 –

2000), conformándose mercados concentrados

alrededor de las telecomunicaciones (Luca S.A./

TELECOM; COMCEL/Millicom), del usufructo de

frecuencias radioeléctricas (Grupo Albavisión) y

de la distribución de energía eléctrica (Iberdrola,

Teco Power Services), entre otros54.

Igualmente problemática es la transformación de

otros segmentos del mercado, en especial: i) el

mercado financiero, ii) la concesión de recursos

estatales y iii) la adquisición de obras, bienes y

servicios públicas. El acceso y el uso de bienes

públicos –ya sean recursos del Banco Central,

recursos naturales y/o el propio erario público–

está intermediado por la compleja interacción

entre el sector privado y el Estado55, la injerencia

de RPEI y también del sistema fragmentado de

partidos políticos.

24

(d) Ciclos de partidos políticos: En el ciclo de reforma

estatal se analizaron los partidos tradicionales y

los partidos de primera generación, que dieron

forma y contenido a la democracia guatemalteca

hasta 1993. Después de la crisis generado por el

autogolpe, fue el turno de la segunda generación

de partidos: el FRG y el PAN, “…que se consolidarían

en los procesos electorales de 1994, 1995 y 1999

como las fuerzas políticas principales a nivel

nacional; y desde entonces empiezan a tener

expresión las leyes de hierro que se convertirían

en características y garante del status quo en

la democracia guatemalteca: i) la fluidez en el

sistema de partidos políticos, ii) la fragmentación

del sistema político, y iii) la volatilidad del voto.”

(Waxenecker, 2015: 13). Esa etapa ¬–posterior

a la firma de la paz– dio paso al desafío de la

consolidación del sistema democrático por

la vía de la pluralidad política; sin embargo,

“…por el lado conservador, la complejidad

propia de la composición de las fuerzas del

status quo no permitió la consolidación de la

segunda generación de partidos políticos como

instrumentos de estabilidad política56, […] [y] por

el lado progresista […] las dificultades internas y

la lógica clientelar del sistema electoral llevaron

a estos actores a la marginalidad política.”

(Waxenecker, 2015: 14). Esas dinámicas de disputa

de poder desencadenaron la creación de una

tercera generación de partidos políticos. Al menos

los últimos 4 partidos gobernantes se inscriben en

esa generación: Gran Alianza Nacional (GANA)57, la

Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), el Partido

Patriota (PP) y el Frente de Convergencia Nacional

(FCN-Nación).

Lo sui generis del momento actual del ciclo político

–y con ello se incluye explícitamente el gobierno

de Jimmy Morales y el partido FCN-Nación– “…se

caracteriza por tanto por un sistema democrático

unipolar fraccionado, integrado por múltiples

fuerzas particulares y coyunturales (la tercera

generación de partidos políticos) […] En otras

palabras, unipolar desde el punto de vista de la

continuidad del status quo, y fraccionado por la

disputa y la interacción de poderes complejamente

entrelazados. Se conformó un sistema político

dependiente y sin contrapesos, cuyo manejo de

poder real se despliega desde complicadas zonas

grises y se constituye en garante del status quo.

[…] De esta forma, las disputas políticas de los

últimos procesos electorales representaron, –en

su esencia–, una contención asimétrica que ha

profundizado el arraigo de los principales actores

de poder, –lícitos e ilícitos–; rivalizando entre

sí por posiciones privilegiadas en una realidad

predominada por la liberalización económica

y política, la reconfiguración de las élites y

la expansión de una criminalidad compleja.”

(Waxenecker, 2015: 14-15). Este modelo partidario

y eleccionario ha afectado profundamente el

ejercicio gubernamental y ha desmantelado el

Estado de Derecho. La actual crisis –desatada en

2015– es expresión del agotamiento del ciclo de

la tercera generación de partidos políticos, y la

resistencia al cambio proviene de la confluencia

de actores políticos, el poder militar (institucional

y extra-institucional), feudos oligárquicos y redes

criminales.

(e) Ciclos de reforma judicial: La Constitución

Política de 1985 modificó el sistema judicial

en Guatemala. Sin embargo, hasta 1994

25

mantuvieron vigencia el modelo inquisitivo y

los fueros militares58; ambos característicos de

sistemas autoritarios. La reforma del Código

Procesal Penal (Decreto 51-1992), las reformas

constitucionales del año 1993 y la Ley Orgánica

del Ministerio Público (Decreto 40-1994) crearon

un nuevo modelo que “…separó las funciones

de investigar y juzgar que estaban concentradas

en la función del juez e introdujo el proceso oral

a los casos penales. En ese contexto, a través

de la reforma a la Constitución Política en el

año 1993, se le asignó al Ministerio Público una

función específica como institución auxiliar de

la administración pública y de los tribunales,

con funciones autónomas” (Escobar, 2018: 4).

De esta cuenta “…se configura un sistema de

administración de justicia “acusatorio formal”,

que responde a los principios republicanos

y democráticos de gobierno” (Ramírez et.al,

___: 52). En otras palabras, la era democrática

se instauró en el campo de la justicia apenas a

mediados de la década de 199059.

Pese a esta transición, la OEA da cuenta –

apenas unos 10 años después– que “[e]

ntre los problemas más graves que afectan

la administración de justicia se encuentran

la impunidad estructural que comprende

tanto las violaciones de derechos humanos

del pasado como las conductas punibles

del presente, la insuficiencia de recursos,

los escasos avances en la modernización

de la justicia, la deficiente capacitación de

jueces y operadores de justicia, la falta de

independencia e imparcialidad de algunos

jueces, la politización de la justicia, las

presiones de diversa índole sobre jueces y

operadores de justicia, la falta de acceso

a la justicia por numerosos sectores de la

sociedad, la falta de aplicación adecuada de

una carrera judicial y la inestabilidad en el

cargo que ello acarrea” (CIDH, 2003: 9).

El incumplimiento de los Acuerdos de Paz, el alto

impacto de la criminalidad organizada y los CIACS,

así como una justicia ineficiente y corrupta han

convertido “…a Guatemala en un paraíso para la

delincuencia y la impunidad.”60 En este contexto

problemático, se reconoció oficialmente la

necesidad de investigar y desarticular las

estructuras de poder oculto que distorsionan el

Estado de Derecho en Guatemala y se gestó la

firma del Acuerdo relativo al establecimiento de

una Comisión Internacional contra la Impunidad

en Guatemala (CICIG) entre el gobierno

guatemalteco y la ONU en 2006, marcando

un impulso importante a un nuevo ciclo en el

proceso mismo de reforma del sistema de justicia

y la seguridad pública:

26

Decreto 16-2005 Ley de Garantía a la Imparcialidad de Comisiones de Postulación

Decreto 52-2005 Ley Marco de los Acuerdos de Paz

Decreto 58-2005 Ley para prevenir y Reprimir el Financiamiento del Terrorismo

Decreto 71-2005 Ley de la Dirección de Inteligencia Civil

Decreto 07-2006 Ley para combatir el Crimen Organizado y la Delincuencia Común

Decreto 21-2006 Ley contra la Delincuencia Organizada

Decreto 32-2006 Ley Orgánica del Instituto Nacional de Ciencias Forenses de Guatemala

Decreto 33-2006 Ley del Régimen Penitenciario

Decreto 35-2007 Ratificación del acuerdo relativo al establecimiento de CICIG

Decreto 18-2008 Ley Macro del Sistema Nacional de Seguridad

Decreto 22-2008 Ley contra el Femicidio y otras formas de Violencia contra la Mujer

Decreto 28-2008 Ley Reguladora de Procedimiento de Extradición

Decreto 29-2008 Reformas a la Ley de la Carrera Judicial

Decreto 09-2009 Ley contra la Violencia sexual, Explotación y Trata de Personas

Decreto 15-2009 Ley de Armas y Municiones

Decreto 17-2009 Reforma Ley contra la Delincuencia organizada

Decreto 19-2009 Ley de Comisiones de Postulación

Decreto 21-2009 Ley de Competencia Penal en Procesos de Mayor Riesgo

Decreto 23-2009 Reformas a la Ley contra la Delincuencia Organizada

Decreto 04-2010 Reformas al Código Penal

Decreto 18-2010 Reforma Código Procesal Penal

Decreto 28-2010 Ley del Sistema de Alerta Alba-Keneth

Decreto 40-2010 Ley de Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura y otros Tratos o Penas

crueles, inhumanos o degradantes

Decreto 52-2010 Ley que regula los Servicios de Seguridad Privada

Decreto 55-2010 Ley de Extinción de Dominio

Decreto 07-2011 Reforma al Código Procesal Penal

Decreto 15-2012 Ley de la Dirección General de Investigación Criminal (DIGICRI)

Decreto 31-2012 Ley contra la Corrupción

Decreto 13-2016 Reformas al Código Penal

Decreto 32-2016 Ley de la Carrera Judicial

Decreto 18-2016 Reformas a la Ley Orgánica del Ministerio Público

Decreto 06-2017 Reformas a la Ley de Armas y Municiones

Decreto 17-2017 Reformas a la Ley de la Carrera Judicial

27

Este proceso continúa siendo contradictorio.

El fortalecimiento de la capacidad investigativa

del Ministerio Público –especialmente a partir

de 2010 bajo la conducción de la fiscal general

Claudia Paz y Paz–, el apoyo y respaldo de esta

labor por la CICIG, así como la implementación de

juzgados de mayor riesgo han permitido impulsar

casos de impacto contra altos mandos castrenses

por violaciones a los Derechos Humanos durante

el conflicto armado y contra estructuras y redes

ilícitas que generan poder, enriquecimiento e

impunidad en detrimento del Estado de Derecho,

la democracia y el bien común. A criterio de la

Fundación Myrna Mack “…la efectividad del MP

mejoró del 5% al 21% entre los años 2009 y

2012…” (CICIG, 2015a: 11).

Al mismo tiempo, la influencia de actores de

poder –de los ámbitos económico, político,

militar y/o criminal– continúa teniendo

injerencia sobre el sistema judicial. De acuerdo a

Impunity Watch (2017: 85), “[l]a corrupción en el

sistema de justicia, es un mal sistémico que se

encuentra sumamente enraizado…”; situación

que se refleja –entre otros– en la condena contra

el ex diputado Gudy Rivera, el caso “Bufete de

Impunidad”, el caso “Comisiones Paralelas” y el

caso “Manipulación de justica”.

Desde 2016 ¬–como se ha mencionado

anteriormente– los presidentes de los tres

poderes del Estado presentaron una propuesta

de reformas constitucionales para profundizar

el proceso de democratización del sistema de

justicia:

“La propuesta contiene elementos para cambiar

el sistema de comisiones de postulación,

separar las funciones administrativas y

jurisdiccionales, fortalecer la carrera judicial,

reconocer el derecho indígena y promover

la equidad de género en la justicia. [...]

Desafortunadamente, en el 2017 el Congreso

de la República suspendió la discusión de

las reformas constitucionales debido a las

presiones de grupos de poder que se oponían

a los cambios constitucionales con el fin de

mantener el sistema actual que les permite

incidir en la justicia. Entre los grupos que se

opusieron a las reformas constitucionales se

encuentran empresarios conservadores, ex

militares, partidos políticos señalados de actos

de corrupción, y los medios de comunicación

conservadores” (Impunity Watch, 2017: 11).

De nuevo en 2018, el Congreso de la República

actuó de forma regresiva, reivindicando la

amnistía general y los tribunales militares para

revertir procesos de justicia transicional61. El 31

de agosto de 2018, el presidente Jimmy Morales

–rodeado de la cúpula militar y policial– anunció

la no-renovación del acuerdo con dio vida a

la CICIG. Esto se produce en un momento que

el presidente es requerido judicialmente –de

nuevo– por financiamiento electoral en los

comicios de 201562. Este conjunto de acciones

corresponde a la orquestación de actores de poder

–económicos, políticos, militares y abiertamente

criminales– para sostener los andamiajes del

sistema de impunidad.

28

En este sentido, la impunidad ha sido y sigue siendo

una pieza clave en los ciclos de perpetuación de

poder y desigualdad. Hoy por hoy, los procesos

judiciales contra responsables de crimines de lesa

humanidad, contra cuerpos ilegales y aparatos

clandestinos de seguridad, y contra redes ilícitas

ha logrado romper parcialmente este manto de

arbitrariedad y abuso. La contradicción entre

arbitrariedad e imparcialidad es una característica

primordial del ciclo de transformación judicial en

la actualidad.

29

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