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12 13 n el refrigerador, que es un mueble más del living de la casa de Andrea y Luis, en la po- blación San Luis de Peñalolén, hay dos hojas pegadas con imán, con tres títulos: Conducta apropiada, Castigo y Premio. Dice cosas como esta: 1: Solo podrá invitar a la casa a los amigos pro-sociales. Si no lo cumple, no podrá usar internet en dos días. Si lo cumple durante una se- mana, se le premiará con uso de celular. 2: No podrá amenazar a los padres con irse de la casa, mucho menos irse. Si no lo cumple, dos días sin zapatillas, ni ropa de marca. Si lo cumple, podrá usar el celular para hablar con sus amigos. 3: Solo podrá salir si dice a dónde va, con quién va y a qué hora va a volver. Si lo cumple todo en un mes, podrá disfrutar de un paseo junto a la familia a la piscina. Siete meses antes, la tarde del 27 de septiembre de 2012, una asistente social llegó de improviso a la casa de Andrea y Luis. Su hijo Eduardo llevaba meses sin ir al co- legio, por lo que la visita, pensa- ron, era para hablar de eso. –Eduardo hizo un lanzazo y hace un mes cayó preso– les dijo la asistente social. Andrea no lo podía creer. La funcionaria sacó los papeles del adolescente y se los mostró. En ellos constaba que Eduardo, de 14 años, el 28 de agosto ha- bía robado un celular a un tran- seúnte, que había sido detenido y que lo había ido a sacar de la comisaría su abuela, la madre de Andrea, quien les ocultaba las andanzas de su nieto. Andrea lloró. La asistente social entonces les habló de un proyecto de rehabi- litación para jóvenes adolescentes que infringen la ley por primera vez. Les dijo que era revolucio- nario, que se llamaba Terapia Multisistémica, que tenía una alta tasa de resultados positivos en el extranjero y que si ellos aceptaban ser parte se haría en su propia casa. Andrea y Luis se miraron y aceptaron. El 2010 fue el último año en que Eduardo tuvo clases forma- les. El año anterior había cursado quinto básico en el exigente Liceo República de Siria y repitió. Has- ta cuarto básico había mantenido las buenas notas que se le pedían para estar en ese establecimiento de Ñuñoa, pero tras su mal ren- dimiento, la dirección le ofreció un cupo para irse al Liceo 7 de la misma comuna. Allí se encontró con la primera marcha estudiantil y las tomas. Él no participó. Mientras muchos de sus compañeros levantaban pan- cartas, él esperaba en su casa, durmiendo a veces, mirando tele, o no haciendo nada, a que el movimiento terminara. Su madre entonces decidió cambiarlo a un colegio de Peñalolén, el Alicura, un lugar al que le dicen “la puer- ta”, por su mala fama. Ella recuerda: –Ahí va lo último y se hizo de sus juntas. No quiso seguir estu- diando, se me puso rebelde, y cada vez que lo retaba me decía “me voy donde mi Tita”, que es mi mamá. Y ella, en vez de decir- le, “quédate donde tus papás”, lo recibía. Era puro conflicto. Varias veces Andrea y Luis lo fueron a buscar, pero él no quería volver. Incluso llegaron a buscarlo con los carabineros, a la casa que la abuela tiene en Peña- lolén Alto, pero no lo pudieron traer de vuelta. Tenía 13 años. La búsqueda de libertad no fue lo único que lo hizo huir de su casa. Eduardo ya no soporta- ba las constantes borracheras de su padre, menos aún las conduc- tas violentas que venían con cada episodio: cada vez que lo insultaba a él y a su hermano o agredía a su madre, él lo enfrentaba. Pero le dolía cuando su mamá se ponía de parte de su padre y lo perdonaba. Luis es guardia de seguridad, tiene el curso del OS10, pero por su adicción al alcohol iba de trabajo en trabajo y de pelea en pelea en su casa. –La última vez que Eduar- do se fue a la casa de mi mamá fue porque quedó la embarrada. Mi marido me faltó el respeto y Eduardo lo echó. Cuando volvió tres semanas después, se había puesto un pellet para no volver a tomar nunca más. Se dio cuenta de que iba a perder su familia, pero mi hijo no le creyó y se fue al otro día. Muchas veces antes nos había dicho que iba a cam- biar y estaba un mes sin tomar, pero después volvía a lo mismo. Yo sí le creí. La primera vez que Eduardo hizo un lanzazo corrió tan fuerte que casi no se acuerda hasta dón- de llegó. Estaba volado. –Empecé a fumar cuando re- cién cumplí 14, con amigos más grandes. En Peñalolén Alto ha- cía lo que quería, mi abuela no me decía hora de llegada, nada, y tampoco se fijaba en cómo lle- gaba yo. Entonces me dieron de probar y me gustó, después anda- ba siempre fumado –dice. En el grupo de Eduardo ha- bía cerca de 15 niños. Él era de los menores. Los más grandes rondaban los 18 años. Se jun- taban en la plaza, fumaban, los fines de semana tomaban, salían a fiestas. Para conseguir el dine- ro para la marihuana y el trago salían a robar. Se separaban en grupos de dos o tres. –Más abajito de las casas rojas, hay una villa donde vive pura gen- te que tiene plata. No había que ser el más choro para andar ro- bando. Yo robé una casa una vez, de ahí seguí haciendo lanzazos y caí preso porque me pillaron con un pito de marihuana. Esa vez me fue a buscar mi mamá. Eduardo cuenta que en un día podía llegar a los 100 mil pesos. –Por un iPhone te pueden dar 50 lucas, aunque con eso no te alcanza para nada. Nos movía- No había que ser el más choro para andar robando. Yo robé una casa una vez, de ahí seguí haciendo lanzazos y caí preso porque me pillaron con un pito de marihuana GETTYIMAGES Desde el año pasado en Chile se está aplicando la Terapia Multisistémica, un programa que ha sacado a varios adolescentes de la delincuencia. La familia de Byron está siendo sometida al tratamiento y pronto lo hará la del “Cisarro”. Esta es la historia de antes y después de Andrea y Luis, y de su hijo Eduardo. POR ESTELA CABEZAS AGUIRRE

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n el refrigerador, que es un mueble más del living de la casa de Andrea y Luis, en la po-blación San Luis de Peñalolén, hay dos hojas pegadas con imán, con tres títulos: Conducta apropiada, Castigo y Premio.

Dice cosas como esta:1: Solo podrá invitar a la casa

a los amigos pro-sociales.Si no lo cumple, no podrá usar

internet en dos días.Si lo cumple durante una se-

mana, se le premiará con uso de celular.

2: No podrá amenazar a los padres con irse de la casa, mucho menos irse.

Si no lo cumple, dos días sin zapatillas, ni ropa de marca.

Si lo cumple, podrá usar el celular para hablar con sus amigos.

3: Solo podrá salir si dice a dónde va, con quién va y a qué hora va a volver.

Si lo cumple todo en un mes, podrá disfrutar de un paseo junto a la familia a la piscina.

Siete meses antes, la tarde del 27 de septiembre de 2012, una asistente social llegó de improviso

a la casa de Andrea y Luis. Su hijo Eduardo llevaba meses sin ir al co-legio, por lo que la visita, pensa-ron, era para hablar de eso.

–Eduardo hizo un lanzazo y hace un mes cayó preso– les dijo la asistente social.

Andrea no lo podía creer.La funcionaria sacó los papeles

del adolescente y se los mostró. En ellos constaba que Eduardo, de 14 años, el 28 de agosto ha-bía robado un celular a un tran-seúnte, que había sido detenido y que lo había ido a sacar de la comisaría su abuela, la madre de Andrea, quien les ocultaba las andanzas de su nieto.

Andrea lloró.La asistente social entonces les

habló de un proyecto de rehabi-litación para jóvenes adolescentes que infringen la ley por primera vez. Les dijo que era revolucio-nario, que se llamaba Terapia Multisistémica, que tenía una alta tasa de resultados positivos en el extranjero y que si ellos aceptaban ser parte se haría en su propia casa.

Andrea y Luis se miraron y aceptaron.

El 2010 fue el último año en

que Eduardo tuvo clases forma-les. El año anterior había cursado quinto básico en el exigente Liceo República de Siria y repitió. Has-ta cuarto básico había mantenido las buenas notas que se le pedían para estar en ese establecimiento de Ñuñoa, pero tras su mal ren-dimiento, la dirección le ofreció un cupo para irse al Liceo 7 de la misma comuna.

Allí se encontró con la primera marcha estudiantil y las tomas. Él no participó. Mientras muchos de sus compañeros levantaban pan-cartas, él esperaba en su casa, durmiendo a veces, mirando tele, o no haciendo nada, a que el movimiento terminara. Su madre entonces decidió cambiarlo a un colegio de Peñalolén, el Alicura, un lugar al que le dicen “la puer-

ta”, por su mala fama. Ella recuerda:–Ahí va lo último y se hizo de

sus juntas. No quiso seguir estu-diando, se me puso rebelde, y cada vez que lo retaba me decía “me voy donde mi Tita”, que es mi mamá. Y ella, en vez de decir-le, “quédate donde tus papás”, lo recibía. Era puro conflicto.

Varias veces Andrea y Luis lo fueron a buscar, pero él no quería volver. Incluso llegaron a buscarlo con los carabineros, a la casa que la abuela tiene en Peña-lolén Alto, pero no lo pudieron traer de vuelta. Tenía 13 años.

La búsqueda de libertad no fue lo único que lo hizo huir de

su casa. Eduardo ya no soporta-ba las constantes borracheras de su padre, menos aún las conduc-tas violentas que venían con cada episodio: cada vez que lo insultaba a él y a su hermano o agredía a su madre, él lo enfrentaba. Pero le dolía cuando su mamá se ponía de parte de su padre y lo perdonaba.

Luis es guardia de seguridad, tiene el curso del OS10, pero

por su adicción al alcohol iba de trabajo en trabajo y de pelea en pelea en su casa.

–La última vez que Eduar-do se fue a la casa de mi mamá fue porque quedó la embarrada. Mi marido me faltó el respeto y Eduardo lo echó. Cuando volvió tres semanas después, se había puesto un pellet para no volver a tomar nunca más. Se dio cuenta de que iba a perder su familia, pero mi hijo no le creyó y se fue al otro día. Muchas veces antes nos había dicho que iba a cam-biar y estaba un mes sin tomar, pero después volvía a lo mismo. Yo sí le creí.

La primera vez que Eduardo hizo un lanzazo corrió tan fuerte que casi no se acuerda hasta dón-de llegó. Estaba volado.

–Empecé a fumar cuando re-cién cumplí 14, con amigos más grandes. En Peñalolén Alto ha-cía lo que quería, mi abuela no me decía hora de llegada, nada, y tampoco se fijaba en cómo lle-gaba yo. Entonces me dieron de probar y me gustó, después anda-ba siempre fumado –dice.

En el grupo de Eduardo ha-bía cerca de 15 niños. Él era de los menores. Los más grandes rondaban los 18 años. Se jun-taban en la plaza, fumaban, los fines de semana tomaban, salían a fiestas. Para conseguir el dine-ro para la marihuana y el trago salían a robar. Se separaban en grupos de dos o tres.

–Más abajito de las casas rojas, hay una villa donde vive pura gen-te que tiene plata. No había que ser el más choro para andar ro-bando. Yo robé una casa una vez, de ahí seguí haciendo lanzazos y caí preso porque me pillaron con un pito de marihuana. Esa vez me fue a buscar mi mamá.

Eduardo cuenta que en un día podía llegar a los 100 mil pesos.

–Por un iPhone te pueden dar 50 lucas, aunque con eso no te alcanza para nada. Nos movía-

No había que ser el más choro

para andar robando. Yo robé una casa una vez, de ahí seguí haciendo

lanzazos y caí preso porque me pillaron

con un pito de marihuana

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Desde el año pasado en Chile se está aplicando la Terapia Multisistémica, un

programa que ha sacado a varios adolescentes de la delincuencia. La familia de Byron está siendo sometida al tratamiento y pronto lo hará la del “Cisarro” . Esta es la historia de antes y después

de Andrea y Luis, y de su hijo Eduardo.por EstEla CabEzas aguirrE

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mos todos, y luego juntábamos la plata y no importaba si tú lleva-bas más o menos, al final todo lo que comprábamos lo repartíamos por igual. A veces estaba robando desde las dos hasta las siete de la tarde.

Mientras eso pasaba, ningún adulto de su familia sabía dónde él estaba.

La Terapia Multisistémica fue inventada en la década del 70 por el doctor Scott Henggeler, un es-tadounidense que, frustrado de los pocos avances que tenía con sus pacientes en los centros juve-niles en los que trabajaba, decidió un día ir a ver a sus pacientes a sus casas. Lo que encontró fue la clave para entender por qué, nunca, nada de lo que él hiciera iba a generar cambios. Comen-zó a desarrollar el programa que tiene como base trabajar con me-nores que han infringido la ley y serán potenciales delincuentes en el futuro en su ecología, es decir, en su propio hogar. Esto impli-ca trabajar con sus padres, o los adultos que están a su lado, por un periodo acotado de tiempo -al-rededor de cinco meses- con tres o cuatro sesiones por semana. Un tratamiento intensivo.

Actualmente el programa TMS, por sus siglas en inglés, está siendo desarrollado en países como Inglaterra, Canadá, Nue-va Zelandia y Suiza, entre otros. Chile es el primer país de Lati-noamérica en incorporarlo. La Subsecretaría de Prevención del Delito evaluó varios programas para ver cuál se podía adaptar a la realidad chilena.

–Queríamos una terapia que tuviera resultados comprobables, y la TMS tiene 30 años. Por eso destinamos 1.400 millones de pesos en 900 familias, que serán las intervenidas de aquí a fin de año. Es más dinero de lo que se gasta comúnmente en terapias de rehabilitación, pero este es un programa más intenso para la fa-

milia, con dedicación total de los terapeutas, con profesionales ca-lificados, es algo de otro nivel. Si uno piensa en lo que se gastará en cárcel a futuro, en víctimas, por esos niños que no fueron interve-nidos y que en el futuro pueden delinquir, es dinero bien invertido –dice Cristóbal Lira, subsecreta-rio de prevención del delito.

Un estudio publicado en 2005 por la revista Journal of Consulting and Clinical Psychology reveló que, 14 años después de haber sido tratados, los egresados tienen un 54 por ciento menos de deten-ciones; un 59 por ciento menos de detenciones por actos violen-tos; un 64 por ciento menos de detenciones relacionadas con drogas; un 57 por ciento me-

nos de días en reclusión cuando adultos y 43 por ciento menos de días con libertad condicional cuando adultos.

En Chile este programa se está llevando a cabo en 14 comunas, en-tre ellas La Florida, La Granja, Lo Espejo, Puente Alto y Valparaíso. Son 14 equipos, cinco psicólogos por equipo (un supervisor y cuatro terapeutas) y cada terapeuta atiende máximo seis familias simultánea-mente. Han tratado hasta ahora a cerca de 250 familias.

Isidora Peñafiel es psicóloga, tie-ne 29 años y trabaja siete días a la semana, con una disponibilidad de horario de 24 horas. Es una de las profesionales que forma parte de la

red de TMS de Chile. Ella trabaja en la comuna de Peñalolén y fue seleccionada desde Estados Unidos, porque la compra de la licencia de este programa implica una supervi-sión exhaustiva del procedimiento por parte de los creadores para ase-gurar los resultados. En simple: es como cuando los canales de televi-sión compran la licencia de un pro-grama y este viene con una Biblia que les indica incluso cómo debe ser la escenografía y el tipo de ropa que deben usar los animadores, además de un grupo de profesionales que es-tarán en terreno supervisando que todo se haga de esa manera.

Rodrigo Pantoja, psicólogo encargado de implementar el programa en Chile explica cómo debe ser lo que él considera fun-damental en este tratamiento:

–Los psicólogos deben ser persis-tentes y ser tolerantes a la frustración. Aquí no nos sirven personas que se queden en ir a dejar un papel a la casa de la persona que van a aten-der, a modo de aviso de que se les fue a ver. Ellos deben convencer a las personas de atenderse. Nosotros los responsabilizamos por el éxito de una terapia. No se rinden fácilmente ante las negativas, porque los papás más que decir que no, usan técnicas evasivas, “tengo que ir al consultorio, a la municipalidad”, “Yo llego des-pués de las 10 de la noche”, entonces nuestros terapeutas trabajan en régi-men 24/7, porque si la persona tiene que ir al consultorio, los acompañan y hacen la terapia durante el rato que esperan. Lo mismo en el supermer-cado. Y vamos conversando. Así se va produciendo su vinculación.

Isidora Peñafiel: “Es gente que está acostumbrada a que la citen al consultorio, entonces al ver que tú las atiendes a la hora que sea, se sor-prenden y te comienzan a creer”.

La Terapia Multisistémica busca bajar la reincidencia en las infrac-ciones y delitos, pero lo hace a tra-vés del empoderamiento de los pa-dres. De hecho, los sicólogos no se vinculan con los jóvenes, sino con los adultos a cargo para que ellos vuelvan a tomar las riendas de la

crianza. Muchas veces terminan también siendo psicólogos de la madre, del padre y de la pareja.

–Nuestros terapeutas rehabilitan a los papás y ellos se hacen cargo de los niños. Si hacen bien su trabajo, lo lógico es que no tengan buen víncu-lo con los niños, porque el terapeuta lo que hace es activar a los padres y eso significa que ya no pueden hacer lo que quieran, no pueden llegar tar-de a la casa, ni drogarse. Los niños resienten el control, es contrario a las terapias más típicas, donde lo que se valora es la cercanía entre el psicólo-go y el niño –dice Rodrigo Pantoja.

Cuando la psicóloga Isidora Peñafiel llegó a la casa de An-drea, Luis llevaba tres meses con pellet, sin beber una gota de al-cohol, Eduardo seguía en la casa de su abuela, había sido detenido por consumo de marihuana una vez y por el lanzazo.

La primera gran tarea de Isido-ra, quien iba a verlos tres o cuatro veces a la semana, fue lograr que el adolescente regresara a su casa. Para eso tuvo que incluir en la te-rapia a la abuela. Era ella quien debía cerrarle la puerta a su nieto para que a él no le quedara más que volver a su hogar. La sorpresa fue que la abuela lo recibía para protegerlo de su padre alcohólico.

–La dinámica familiar era el problema, por eso él se iba de la casa, fumaba pitos y robaba, entonces trabajamos primero la comunicación, las relaciones, el empoderar de a poco a los padres, porque ellos sentían que si le de-cían algo a Eduardo, él se iba a ir de casa; entonces, siempre estaban con temor –dice la psicóloga.

Lo otro, para la profesional, fue motivar a Luis para que participara, que cambiara la forma de ver los pro-blemas y que entendiera que su acti-tud era la primera razón por la cual su hijo se iba de la casa. Se le enseñó a conversar, a controlar sus enojos y a compartir espacio con su familia.

–Cuando era chico, Eduardo era súper tranquilo, pero a los 12 años

cambió, me llamaban del colegio para decirme que no había ido, ha-cía la cimarra, y yo, siempre con el miedo a Luis, le decía, “ya, no le va-mos a decir a tu papá. Va a quedar entre nosotros” y si lo suspendían, lo mismo. Siempre escondí lo que él hacía y eso se me fue de las manos, él se aprovechó –relata Andrea.

Luego, Isidora trabajó el tema de las drogas. Lo primero que de-bió hacer fue convencer a Andrea de que no podía permitir que su hijo se fumara ni un solo cigarro de marihuana. Ella, hasta enton-ces, lo veía como algo normal.

–Yo decía: “Que se fume un

pito es normal, cuántos cabros no se fuman uno, prefiero que lo haga en la casa, antes que en la calle y que lo lleven preso, como pasó” –dice Andrea.

A los tres meses de iniciada la terapia, Eduardo volvió a la casa. En el refrigerador se pegaron las reglas que debía seguir.

Pero hubo momentos de crisis, como lo que pasó en Navidad.

Andrea y Luis discutieron. Eduardo y su hermano menor llegaron después.

–Mi esposo se enojó con él y le dijo que había peleado conmi-go por su culpa. Y lo insultó. Él se enojó, me pidió permiso para salir, era el 25 y se fue donde mi mamá. Luego me llamó y me dijo “no voy a volver, mamá”. Y ahí yo dije “no más”, me desalenté, quería dejar la terapia. Y llamé a la Isidora. Ella me decía “cálmate, voy para allá” –cuenta Andrea.

–Yo estaba visitando a otra familia en Peñalolén y venía en el colectivo cuando Andrea me llamó –dice la psicóloga–. Me estaba contando que Eduardo se había ido de la casa, cuando lo vi esperando un colectivo en una esquina. Me bajé y ahí mis-mo, en la calle, hicimos la interven-ción. Por un lado tenía a la madre al teléfono, y por otro estaba él y yo sentados en la calle. Me decía “no quiero saber nada de mi mamá”. Y yo, tratando de que entendiera a su papá. Él estaba súper cerrado. Pero lo peor era que Andrea quería dejar la terapia y si eso pasaba, yo perdía.

Logró que todos continuaran con el tratamiento. Le explicó a Andrea que no podía botar a la basura tanto tiempo invertido y le prometió que le ayudaría a tener una mejor comunicación con su hijo. Y puso en práctica una de las técnicas que se utilizan en la terapia: los juegos de rol.

–Practicamos qué le iba a de-cir cada uno cuando lo fueran a buscar a la casa de su abuela. Yo interpreté a Eduardo e hice como que me rebelaba y ellos me tu-vieron que contener, explicar por qué se habían enojado conmigo. En algunos momentos tuve que hacer de los padres para mos-trarles caminos alternativos de conversación. Después que prac-ticamos toda una tarde fueron a buscarlo y volvieron con él.

Eduardo entró a una escuela vespertina hace pocas semanas, su madre conoce a sus profesores –ha ido varias veces al colegio– y mu-chos le han comentado la buena cabeza que tiene su hijo para los

estudios. Eduardo quiere estudiar mecánica. Hace una semana en-tró a trabajar como empaquetador en un supermercado en Peñalolén. Cuando no está ocupado, suele acompañar a su mamá a la ver-dulería donde ella trabaja.

Ya no ve a sus amigos de Peña-lolén Alto. No los visita. Solo los saluda cuando va donde su abue-la junto a su madre: tiene prohi-bido ir solo. Dice que tampoco extraña lo que hacía con ellos.

–¿Te costó dejar a tus amigos?

–Sí, cuando recién empezamos con el tratamiento me iba para arriba. Me gustaba estar con ellos. Ahora a veces me invitan, me dicen salgamos, vamos a una fiesta, pero yo digo no, mejor me quedo en la casa.

Isidora Peñafiel: “Por eso fue tan importante trabajar el am-biente familiar, porque ahora Eduardo está tan bien, que no le dan ganas de ir. Está bien con su papá, hacen cosas distintas y en-tretenidas juntos, ya no se siente solo, no tiene miedo.

Andrea: “Mi marido trabaja cuatro por dos, y yo ahora me tomo un día libre para estar todos juntos, salimos, vamos al supermercado, vamos a una plaza a tomarnos un helado, eso no lo hacíamos antes.

–Eduardo, ¿qué ha sido lo más positivo?

–Que ahora nos llevamos súper bien. Leseamos caleta, nos tira-mos tallas, es diferente. Estamos bien con mi papá, no me dan ga-nas de irme. Antes me mandaba solo, pero ahora, no. Si no soy un adulto, soy un adolescente.

Tras cinco meses, la familia ya terminó la Terapia Multisistémica. Desde hace un mes que Eduardo no fuma marihuana. Su madre lo chequea con test de drogas y cada día que pasa desintoxicado es una estrella más en el calendario que está pegado con scotch en la puerta de entrada de la casa y que dice:

Mi plan para el cambio.

Dos de los casos que están siendo tratados bajo esta nue-va modalidad es el de Byron, el niño de 11 años que en abril de 2012 luego de robar en una casa en La Reina, junto a dos niños de 14 años, chocó el auto de una profesora, causándole la muerte, y el de Jonathan, otro menor que robó a una familia y luego asaltó un peaje. Estos casos son más difíciles de dar de alta, porque a diferencia de la historia de Eduardo, en ambos casos el compromiso delictual de los menores es alto ya que no fueron intervenidos la pri-mera vez que cayeron presos.—He estado en la casa de Byron. Llevamos pizza para comer junto a su familia. Tu-vimos que sacar a su madre de la cama porque se había esta-do drogando, su hermana se prostituye por droga, su tío es alcohólico y violento, entonces se ha trabajado con ellos para preparar a la familia para cuan-do Byron regrese. Ha sido un trabajo duro, mucho más que otros casos, ahora la madre y su hija están en tratamiento de drogas, su primo volvió al

colegio. Se le está ayudando a volver a trabajar al tío, para que pueda apoyar a su sobri-no. Ellos saben que están mal, quieren salir adelante, pero no pueden solos. La Terapia Multisistémica los está ayu-dando —dice Cristóbal Lira, subsecretario de prevención del delito.La semana pasada el menor conocido como “Cisarro”, cayó nuevamente preso, por esa ra-zón el Sename se contactó con la Subsecretaría de Prevención del Delito para que él pasara a formar parte de los menores que recibirán el tratamiento de la Terapia Multisistémi-ca. El menor estuvo dos años tratándose en los centros del Sename.Cristóbal Lira dice: “Si tu sacas al niño del entorno, puedes tra-bajar años con él, pero si vuelve al mismo círculo vicioso, volve-rá a su comportamiento origi-nal. Con Cristóbal (“Cisarro”) pasó eso, lo aislaron, pero cuan-do volvió a su casa se encontró con el entorno de siempre y volvió a caer y ¿cuánta plata ha gastado el país en él?

Ahora nos tiramos tallas, es diferente. Estamos bien con

mi papá, no me dan ganas de irme. Antes

me mandaba solo, ahora, no. Si no

soy un adulto, soy un adolescente