descripción de un viaje cultural a cantabria

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1 Rodrigo García-Quismondo – Abril/Mayo 2017 CANTABRIA AUTÉNTICA Nuestro viaje comienza en las entrañas de esta tierra verde y acogedora, donde nuestros antepasados se refugiaban de los rigores del tiempo y los depredadores, y donde dejaron su impronta plasmada en sus paredes. Disfrutaremos del entorno pesquero y de un oficio casi tan antiguo como la caza que realizaban nuestros “abuelos” cuando el frío les permitía dejar sus refugios. También de otros oficios más actuales que mucho tienen que ver con los recolectores como es la confección de vestimenta, calzados, artesanías o elaboración de pan y harinas. Caminando en el tiempo, podremos disfrutar de la evolución de la arquitectura, el arte y la organización social de sus poblaciones a través de los tiempos, tiempos ya más cercanos a nosotros. Pero también nos moveremos por el mundo actual con nuevas edificaciones o palacios decimonónicos y de playas donde la sociedad actual se deleita en su tiempo vacacional.

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Page 1: Descripción de un viaje cultural a Cantabria

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Rodrigo García-Quismondo – Abril/Mayo 2017

CANTABRIA AUTÉNTICA

Nuestro viaje comienza en las entrañas de esta tierra verde y

acogedora, donde nuestros antepasados se refugiaban de los rigores

del tiempo y los depredadores, y donde dejaron su impronta

plasmada en sus paredes.

Disfrutaremos del entorno pesquero y de un oficio casi tan antiguo

como la caza que realizaban nuestros “abuelos” cuando el frío les

permitía dejar sus refugios. También de otros oficios más actuales

que mucho tienen que ver con los recolectores como es la confección

de vestimenta, calzados, artesanías o elaboración de pan y harinas.

Caminando en el tiempo, podremos disfrutar de la evolución de la

arquitectura, el arte y la organización social de sus poblaciones a

través de los tiempos, tiempos ya más cercanos a nosotros.

Pero también nos moveremos por el mundo actual con nuevas

edificaciones o palacios decimonónicos y de playas donde la sociedad

actual se deleita en su tiempo vacacional.

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ÍNDICE TEXTOS

CANTABRIA AUTÉNTICA

Portada Página 1

Índice Página 2

Puente Viesgo Página 3

Cuevas Rupestres del Monte Castillo Página 4

Santander Página 7

Fuente De Página 16

Picos de Europa Página 17

Potes y la Liébana Página 21

Santo Toribio de Liébana Página 22

Santoña Página 25

Lindbergh Página 28

Juan de la Cosa Página 30

Comillas Página 36

Gaudí Página 40

Santillana del Mar Página 41

Valle del Pas Página 44

Historia del Sobao y la Quesada Página 47

Cueva de El Soplao Página 50

El ámbar azul Página 51

Albarcas de madera de Cantabria Página 54

Bárcena Mayor Página 57

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Puente Viesgo: En este territorio, la presencia humana data

desde hace más de 150 000 años, como acreditan las distintas

cuevas que hay en el Monte Castillo, en las que hay muestras que van desde el Paleolítico hasta la Edad del Bronce.

En época de los romanos también estuvieron habitados estos montes,

como prueba el yacimiento arqueológico del Campo Las Cercas

(Hijas), donde se asentó un campamento romano con capacidad de hasta dos legiones, que participaron en las guerras cántabras.

Ya en la Alta Edad Media, Puente Viesgo se incluye en el valle de

Toranzo, dentro de la Merindad de las Asturias de Santillana. Puente Viesgo era un lugar estratégico para la vigilancia de los valles de

Toranzo y Piélagos, y paso obligado hacia la meseta castellana. Las distintas poblaciones de Puente Viesgo están documentadas desde el

año 1000, dependiendo del señorío abacial de Santa Cruz de Castañeda o de Santillana del Mar.

En estos documentos se alude al puente sobre el río Pas, de donde le vendría el nombre al municipio. Posteriormente, pasó el valle al

señorío de los marqueses de Aguilar de Campoo, condes de Castañeda, declarándose su condición de behetría en el Pleito de los

Valles, fallado en 1661.

Pasó entonces a formar parte del Real Valle de Toranzo; no obstante,

siguió ejerciéndose señorío por los marqueses de Aguilar hasta el año 1779, fecha en que pudo recuperar plenamente su condición de

realengo.

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Durante los siglos XVII y XVIII, esta zona vivió una fase de desarrollo

económico, construyéndose numerosas casonas que aún pueden verse hoy en día. Ya en el siglo XVIII eran conocidas las cualidades

de las aguas termales del manantial de Puente Viesgo. Puente Viesgo

fue uno de los ayuntamientos constitucionales, pero que como el resto de España, no tuvo plena efectividad hasta el fallecimiento de

Fernando VII en los años 1830.

Cuevas prehistóricas de Monte Castillo

Las Monedas:

En abril de 1952 el guarda forestal Isidoro Blanco, quien conocía la cavidad desde la década de los años 20 del siglo pasado, informa y

lleva a Felipe Puente, encargado de los guías del Castillo, y a Alfredo García Lorenzo, ingeniero de caminos de la Diputación de Santander,

hasta la entrada de la cueva. Ese mismo día localizaron el conjunto de dibujos negros existentes en su interior.

Al borde del río Pas, a su paso por Puente Viesgo, se alza el Monte Castillo, una elevación caliza de forma cónica que esconde en su

interior un intrincado laberinto de cuevas frecuentas por el hombre durante la Prehistoria.

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A unos 675 metros de la conocida cueva de El Castillo, y siguiendo

por el camino que bordea el monte, se abre la cueva de Las Monedas, la de mayor recorrido de las cavidades conocidas en el Monte de El

Castillo.

En el momento de su descubrimiento, en 1952, se la denominó la

“Cueva de los Osos”. Al poco se observaron en diferentes salas improntas de una bota con tres clavos en el talón. Siguiendo las

huellas, se localizó en una profunda sima de 23 metros, un lote de 20 monedas de la época de los Reyes Católicos, una de ellas resellada en

1503 o 1563. Estas monedas, perdidas o escondidas en la cueva por un anónimo visitante del siglo XVI, son las que dan nombre hoy a la

cueva.

De los 800 metros que tiene la cueva, se visitan unos 160 metros. El recorrido esconde un auténtico espectáculo geológico: estalactitas,

estalagmitas, discos, columnas, terrazas colgadas y coladas de colores, debidos a la variada composición mineralógica de la roca,

describen este paseo geológico. Los procesos de disolución de la

calcita y los procesos de sedimentación y vaciado hacen de la visita a la cueva, un regalo de belleza y colorido para los ojos.

A diferencia de la cueva de El Castillo, las manifestaciones parietales figurativas se concentran en una pequeña sala lateral a pocos metros

de la zona de entrada.

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El conjunto, muy homogéneo en su realización técnica (dibujo negro

trazado a lapicero) y estilo (que apunta a una única fase de ejecución), se compone de al menos 17 figuras de animales y

diversas formas de signos o conjuntos de líneas de difícil

interpretación.

Principalmente caballos, y en menor medida renos, cabras, bisontes, un oso y algún otro animal indeterminado, componen un bestiario

variado correspondiente a una fase climática fría. Las dataciones C14 AMS (Carbono 14) certifican la realización de las figuras durante una

fase glaciar que aconteció hace unos 12.000 a.C.

El Castillo

Está incluida en la lista del Patrimonio de la Humanidad de

la Unesco desde julio de 2008, dentro del sitio «Cueva de Altamira y arte rupestre paleolítico del Norte de España».

La cueva fue descubierta en el año 1903 por H. Alcalde del Río, uno

de los pioneros en el estudio de las primeras manifestaciones rupestres de Cantabria. La excavación la comenzaron H. Obermaier y

P. Werhet de 1910 hasta 1914. Fue financiada por el príncipe Alberto I de Mónaco. Antaño la entrada de la cueva era de menor tamaño

que en la actualidad, ya que fue ampliada con las primeras excavaciones arqueológicas del vestíbulo.

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Las evidencias recogidas en el nivel 18 del yacimiento arqueológico

parecen demostrar la convivencia de ambos Homo hace unos 30 000 años, milenios antes de las primeras pinturas de la propia cueva y de

Altamira.

A través de la citada entrada se accede a las diferentes salas en las que se ha encontrado una larguísima secuencia, desde el Paleolítico

Inferior hasta la Edad del Bronce, con una estratigrafía que abarcaría nada menos que 120 000 años.

En ella se han encontrado más de 150 figuras que ya están catalogadas, entre las que destacan los grabados de varias ciervas en

omóplatos con acabados rayados a modo de sombreado.

Entre las pinturas, representando a la fauna que coexistió con los

sucesivos grupos humanos que poblaron la cueva y distintos símbolos de significado desconocido, destacan el conjunto de manos en

negativo, más de cincuenta. Algunas de estas pinturas podrían ser las más antiguas conocidas, con una antigüedad superior a los 40.000

años.

Santander:

Orígenes y Edad Media

Establecer el origen de los primeros asentamientos humanos en la

actual Santander resulta complejo dados los pocos datos escritos y arqueológicos. Desde la época romana donde aparecen los primeros

datos, la antigua Portus Victoriae Iuliobrigensium, que hablan las

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fuentes romanas, se han hallado restos arqueológicos en la península

de la Magdalena (restos de una edificación con suelos de mosaico, un Hermes de bronce y diverso material monetario y cerámico); en el

promontorio de San Martín (una villa del s I d. C. con restos de

un hypocaustum de unas termas y diversas monedas de plata así como un ánfora del siglo I d.C.; y sobre todo en la zona del Cerro de

Somorrostro (en latín: summum rostrum, 'promontorio mayor') donde se realizaron excavaciones sistemáticas.

También aparecieron bajo la actual catedral restos de iglesias de época altomedieval y estructuras de época romana —

hypocaustum perteneciente a unas estancias de finalidad termal, muros de contención y otros edificios, todo ello acompañado de

importante material monetario, un sestercio de la época del emperador Trajano, otras monedas de Constantino I, etc.— que

indican que los romanos llevaban a cabo actividades mineras y comerciales con el puerto como base.

También se sabe que eran frecuentes las incursiones de los

navegantes nórdicos y, según el historiador Hidacio (siglo V), la población sufrió el saqueo de los Hérulos.

Aunque aparece citada por primera vez en 1068 en un documento hecho redactar por el rey Sancho II, en el siglo IX Alfonso II, el

Casto, funda la Abadía de los Cuerpos Santos en la ermita preexistente en el cerro de Somorrostro, sobre el relicario de las

cabezas de san Emeterio y san Celedonio y los enterramientos de otros mártires desconocidos, a los que debió su nombre de iglesia de

los Cuerpos Santos.

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Los filólogos consideran que el nombre actual de Santander proviene

del nombre de Portus Sanctorum Emeterii et Celedonii, San Emeterio por evolución (Sancti Emetherii > Sancti Emderii > Sanct

Endere > San Andero > Santendere > Santanderio > Santander) Es

una secuencia generalmente aceptada, aunque los saltos fonéticos propuestos no estén muy claros. En muchos de los mapas y

documentos posteriores se refieren a Santander como San Emeterio y Sant Ander.

El 11 de julio de 1187 el rey Alfonso VIII de Castilla nombró al abad de San Emeterio dueño y señor del pueblo y dotó a la villa

de fuero (similar al de Sahagún) que tendía a facilitar el tráfico marítimo, la pesca y el comercio, actividades de las que la Abadía

recibía sus tributos, así como de la elaboración de escabeches y las explotaciones vinícolas.

Durante los siglos XII y XIII la población fue delimitando su estructura dentro del recinto amurallado que toda villa convenía, con

dos pueblas diferenciadas. La Puebla Vieja, más antigua, sobre el cerro de Somorrostro que dominaba la ciudad de cara a la bahía,

incluía el castillo, la Abadía de los Cuerpos Santos, el claustro y el

cementerio.

Por el otro lado se encontraban las Atarazanas y el puerto. Tenía tres

filas de casas, separadas por la rúa de Carnicerías y la Rúa Mayor, donde estaban la viviendas de los pobladores prominentes de la villa,

como el abad, los canónigos, así como los linajes mayores de entonces.

En 1248, Santander participó, junto a otras villas del cantábrico, en la batalla por la conquista de Sevilla, recibiendo como recompensa

un escudo de armas que contiene las imágenes de la Torre del Oro y el río Guadalquivir.

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En 1296 y 1311 la villa de Sant Emeterio queda arrasada por sendos

incendios de los que se salva la abadía. El rey Fernando IV de Castilla exonera de «los diezmos de todas las viandas que viniesen de

fuera de los míos reynos» a la villa por tamaña catástrofe.

En el siglo XIV, el Libro de las Merindades de Castilla (conocido como Becerro de las Behetrías) confirma esta condición, la de

behetría, para la ciudad, es decir, la define como sólo dependiente de la monarquía, sin deberse a ningún otro señor feudal, exceptuando

las prerrogativas del abadengo. Sin embargo, un siglo después, el 25 de enero de 1466, el rey Enrique IV cedió la ciudad el Marqués de

Santillana, lo cual provocó la sublevación de los habitantes, que consiguieron la revocación de la orden real el 8 de mayo de 1467.

Marques de Santillana

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SERRANILLA DEL MARQUÉS DE SANTILLANA

Moça tan fermosa

non vi en la frontera,

como una vaquera

de la Finojosa.

Faziendo la vía

del Calatraveño

a Santa María,

vençido del sueño,

por tierra fragosa

perdí la carrera,

do vi la vaquera

de la Finojosa.

En un verde prado

de rosas e flores,

guardando ganado

con otros pastores,

la vi tan graciosa,

que apenas creyera

que fuese vaquera

de la Finojosa.

Non creo las rosas

de la primavera

sean tan fermosas

nin de tal manera,

fablando sin glosa,

si antes supiera

de aquella vaquera

de la Finojosa.

Non tanto mirara

su mucha beldad,

porque me dexara

en mi libertad.

Mas dixe: "Donosa

(por saber quién era),

¿aquella vaquera

de la Finojosa?..."

Bien como riendo,

dixo: "Bien vengades,

que ya bien entiendo

lo que demandades:

non es desseosa

de amar, nin lo espera,

aquessa vaquera

de la Finojosa".

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En 1372 y tras la victoria en La Rochelle de la flota Castellana frente

a los ingleses, hacen entrada en el puerto de Santander con la comitiva de Enrique II de Castilla entre los visitantes ilustres. Este

hecho goza de gran importancia ya que convierte a Santander en la

base naval del Atlántico y dota a la misma de unas importantes Atarazanas Reales, similares a las de Sevilla y las Drassanas de

Barcelona.

En 1497 hizo escala en la villa la Armada de Flandes para

desembarcar a Margarita de Austria, que venía a casarse en Reinosa con el príncipe don Juan, heredero de los Reyes Católicos.

La flota trajo también la peste y fallecieron unas 6000 personas, de una población de 8000. La ruina y el despoblamiento no empezarían

a aliviarse hasta tres siglos después.

Entre 1596 y 1597, otra epidemia de peste dejó la población en unas

800 personas de un total de 2500 con las que contaba Santander. También a mediados de este siglo XVI hubo una fatal

epidemia de la misma enfermedad en la villa.

Desarrollo comercial y urbano: siglos XVIII y XIX

Al comenzar el siglo XVIII, la villa de Santander comienza a

recuperase de las crisis anteriores, que la habían dejado escasa de población, infraestructuras y lazos comerciales. En el aspecto

administrativo, ya en 1653 había conseguido, junto a las otra villas, que se retirase a Laredo la condición exclusiva de cabeza de partido.

En 1754 el apoyo vino de la Iglesia Católica, que la estableció como capital de diócesis y concedió al abad la categoría de obispo, con lo

cual la Iglesia Colegiata pasó a ser catedral. Además, facilitaba el posterior ascenso a la categoría de ciudad de la villa.

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En 1755, Fernando VI otorga a la villa de Santander el título

de Ciudad, y en 1783 se crea el llamado Consulado de Mar y Tierra de la muy noble y muy leal ciudad de Santander, entidad encargada

de regular el tráfico marítimo con otras ciudades según un

modelo liberalizado de comercio. A principios del siglo XIX, Santander encabeza los intercambios del norte de la península con los

principales puertos americanos.

Este desarrollo económico trajo consigo la formación de una clase

burguesa comerciante que iría consiguiendo sucesivamente la regulación administrativa del territorio, primero como Provincia

Marítima (1816), y después como provincia de Santander, en (1833). La evolución continuó durante todo el siglo.

Hasta 1900 el desarrollo de Santander irá unido al comercio creciente con las colonias españolas, siendo el puerto salida de gran parte de

los productos de Castilla. Este auge económico hizo florecer una burguesía mercantil que, desde mediados del siglo XVIII a finales

del XIX, impulsa el desarrollo urbano de la ciudad con el ensanche de Santander (que amplía la ciudad hacia el este).

Durante la segunda mitad del siglo XIX, aprovechando el auge de las

estaciones balnearias entre las clases acomodadas europeas, que introducían un nuevo concepto de ocio asociado a la salud, una serie

de iniciativas hosteleras promocionaron Santander en la Corte por sus playas propicias para los baños de ola (la primera temporada se

anunció en la prensa en 1847 en un periódico de Madrid) e impulsaron la creación de la ciudad-balneario de El Sardinero, que se

consolidó como destino estival de la alta sociedad española a

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principios del siglo XX. Durante el reinado de Alfonso XIII Santander

se convirtió en el lugar de veraneo favorito de la corte. En 1908 la ciudad construyó y regaló al rey el Palacio de la Magdalena.

El siglo XX

3 de noviembre de 1893, el buque vizcaíno Cabo Machichaco atracó en el muelle de Santander cargado con 51 toneladas de dinamita en

la bodega y depósitos de ácido sulfúrico en cubierta. La normativa sobre mercancías peligrosas venía siendo incumplida

sistemáticamente por autoridades y fletadores. A mediodía, se declaró un incendio en el barco que atrajo a las tripulaciones de otros

barcos (como el vapor Alfonso XII construido en 1889), equipos de extinción, autoridades (incluido el gobernador civil) y curiosos.

Poco después se produjo la explosión de la carga. El balance fue de 590 muertos y 525 heridos. Cabe destacar que en aquel momento

había 50.000 censados en la ciudad. Destruyó las primeras hileras de

casas alrededor del muelle, y se cuenta que el ancla del buque cayó cerca de Cueto, a varios kilómetros de distancia.

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El incendio de 1941

Posteriormente, en 1941 se produjo un incendio que, iniciado en la madrugada del 15 al 16 de febrero en la calle Cádiz, en las

proximidades de los muelles, y avivado por un fuerte viento Sur, arrasó durante dos días toda la parte histórica de la ciudad, cuyas

calles estrechas y casas de estructuras de madera y fachadas con miradores facilitaban la difusión de las llamas. En esta ocasión hubo

una sola víctima, un bombero madrileño.

Pero no nos quedemos con esta triste imagen de Santander, hoy Santander es esto:

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Fuente De

Fuente De, no es realmente un pueblo, es un enclave que pertenece a la población de Camaleño dentro de la Comunidad de Cantabria y

justamente donde su unen Cantabria, Asturias y León, es decir en el corazón de los Picos de Europa.

Fuente De es realmente, aparte de su Parador, la base del teleférico que asciende en un salto casi vertical los 800 metros de desnivel que

hay entre la estación de salida y lo más bello del Macizo Central de los Picos de Europa (Los montañeros lo conocen como “El Cable”).

Quizá las mejores horas sean por la mañana temprano cuando suele

haber nubes bajas en la que te introduces con si entraras en un

mundo distinto, pero cuando las sobrepasas, te encuentras con la magia de un sol radiante y un mar de nubes lleno de encanto.

Una vez arriba, te encuentras con una doble visión y cada una más

espectacular, abajo el valle verde y sus casitas de Nacimiento que se puede contemplar desde un mirador colgado sobre el vacío y por otro

lado la espectacular vista del macizo Central de los Picos que seguro que aún tienen sus cumbres cubiertas de pinceladas de nieve.

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Picos de Europa

Picos de Europa, con 300 millones de años de antigüedad, se presenta como la mayor formación caliza atlántica europea. Con

importantes procesos cársticos, simas que llegan a más de 1.000 metros, erosión glaciar muy patente y presencia de lagos; fenómenos

que necesitaron el paso de 300 millones de años para configurar su

aspecto actual.

Diferentes plegamientos y glaciaciones han conformado su tortuoso paisaje, repartido entre Asturias, Cantabria y León, con montañas

presididas por impresionantes agujas y afiladas aristas, de profundas y retorcidas gargantas surcadas por aguas cristalinas, que dan paso a

frondosos valles cubiertos de bosques y praderas.

Entre sus riscos habitan especies como rebecos, corzos, lobos y osos,

además de albergar la presencia de más de 100 especies de aves, entre las que se encuentran el pito negro, el urogallo, el buitre

leonado y el águila real.

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En el Paleolítico Superior, entre 35.000 y 10.000 años de antigüedad,

apareció en escena la especie humana (tal como la conocemos hoy), un período en el que la actividad principal era la caza. Su preferencia

por los abrigos rocosos dio lugar a una gran cantidad de cuevas

paleolíticas con presencia de este arte rupestre en la Península.

Es en el Neolítico cuando el hombre domesticó a los primeros animales herbívoros y aprendió a cultivar la tierra. Así surgieron los

primeros pobladores de los Picos de Europa que, asentados en los valles, se desplazaban temporalmente a los pastizales de montaña,

donde el ganado encontraba abundancia de alimento.

Entre los siglos II y I A.C. llegaron los pueblos Celtas, antiguos

pobladores de estas montañas. Era un pueblo propenso a divinizar los fenómenos y elementos de la naturaleza y distinguido por su valor en

la lucha, de manera que el 'Mons Vindius' era su Dios, al que veneraban, que no era otro que el 'Monte Blanco', lo que hacía

alusión a las blanquecinas peñas calizas que asoman de los macizos Central y Occidental.

Abrigados por su Dios de Piedra, astures y cántabros eran invencibles

en las contiendas hasta que el propio César Augusto tuvo que

intervenir para conseguir la pacificación tras diez años de luchas internas. Siete siglos después, en el año 711, llegaron los árabes y de

nuevo las peñas brindaron su protección a los astures. De esta manera se inició un proceso que duró más de 600 años y que se

conoció como la Reconquista.

A lo largo de la Edad Media, adquirieron protagonismo las iglesias y monasterios, se fundaron pequeños pueblos y se construyen caminos

en torno a los Picos de Europa. Tradiciones y paisajes inalterables En estos parajes la vida se sustentaba en la caza y ganadería y la fauna

salvaje era tan abundante que todavía en el siglo XVI los hombres de

Abamia iban a misa armados con lanzas. Desde entonces hasta el actual siglo, el aislamiento geográfico mantuvo tradiciones y paisajes

inalterables.

El 22 de julio de 1918 se declaró Parque Nacional de la Montaña de Covadonga del macizo de Peña Santa. Fueron muchas las voces que,

durante una década, solicitaron la integración del resto de los Picos de Europa en la Red de Parque Nacionales y el establecimiento de un

modelo de gestión capaz de asegurar la conservación de sus valores naturales y el desarrollo para sus pobladores.

Con este objetivo, el 30 de mayo de 1995 las Cortes Generales aprobaron la declaración del Parque Nacional de los Picos de Europa.

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Los actuales habitantes de Picos de Europa han sabido adaptar su

trabajo a los ciclos de la naturaleza para aprovechar al máximo la producción de forraje en verano. Entre los meses de abril y octubre,

el ganado, principalmente vacuno, caprino y ovino, sube a los puertos

a pastar la hierba, mientras que en los valles se siega el heno, que es guardado para el invierno.

Hace años, los pastores cuidaban el ganado de montaña durante los

meses de primavera y verano, por lo que una forma de transformar la leche en un producto imperecedero era elaborar queso. De esta

forma, surgieron los quesos de Picos de Europa. De fuerte sabor y aspecto peculiar, son fermentados en cuevas y son tan variados como

sus comarcas de origen.

Formación

La superficie de la Tierra está constituida por una serie de placas tectónicas que se asemejan a las piezas de un gran puzle. Estas

placas tectónicas se mueven debido a las corrientes de convección

que circulan en el interior de la Tierra alimentadas por el calor que emana de las entrañas de nuestro Planeta.

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Las placas “flotan” en una masa de rocas viscosas llamada manto y

estas corrientes hacen que las placas se muevan lentamente produciendo, a lo largo de millones de años, cambios en la

distribución de los mares y continentes.

La Cordillera Cantábrica, al igual que todas las montañas del Planeta

surge como resultado del choque de varias placas tectónicas a lo largo de los últimos 350 millones de años. El primer choque se

produjo cuando todas las masas continentales se unieron formando un supercontinente llamado Pangea.

La cordillera resultante fue la consecuencia de una fuerte compresión

(Orogenia Hercínica) que generó pliegues y fracturas que terminaron levantando las rocas que se estaban depositando en el fondo del mar

y en las zonas emergidas.

Con el paso de los millones de años los continentes se fueron

separando y la placa ibérica, donde se sitúa parte de la Península

Ibérica, viajaba como una isla que poco a poco se fue acercando hasta su posición actual (punto rojo en la figura superior). Hace unos

40-50 millones de años el empuje de la placa africana hacia el norte terminó por unirla a Europa y en la zona de colisión se formaron los

Alpes, los Pirineos y la Cordillera Cantábrica volvió a levantarse para adquirir un aspecto similar al que observamos actualmente. Así la

Cordillera Cantábrica es el resultado de dos Orogenias: la Hercínica o Varisca y la más reciente denominada Alpina por ser la

responsable de la formación de los Alpes.

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Potes y La Liébana

La villa de Potes está situada en la confluencia de cuatro valles además de desembocar en ella el río Quiviesa en el río Deva nacido

este último en altitudes de los Picos de Europa. Como el resto de la comarca lebaniega, Potes disfruta de un microclima de

tipo mediterráneo que permite el cultivo de la vid, del nogal, del

chopo; y con el primero de ellos se elabora el conocido orujo de la zona.

No quedan en este municipio vestigios de la Antigüedad, aunque los historiadores suponen que debió estar poblado en la prehistoria,

por haber restos en otros lugares de Liébana; que los concanos pudieron ser los habitantes en época prerromana; que

los romanos debieron tender por esta localidad la calzada del «Burejo», que partía desde Pisoraca y cruzaba el Puerto de

Piedrasluengas.

Este lugar fue objeto de repoblación en época de Alfonso I de

Asturias. La primera mención es del año 847, como Pautes. En 947 se cita a la iglesia de San Vicente, que dependía del Monasterio de Santo

Toribio.

En el Becerro de Behetrías (1351) Potes aparece como propiedad de don Tello, hijo de Alfonso XI.

Los Mendoza hicieron de Potes la capital de Liébana, y erigieron en la villa una gran torre, llamada del Infantado (siglo XV). De esta misma

época son construcciones destacadas como la cercana Torre de Orejón de la Lama y el puente de San Cayetano. De 1468 son las

primeras ordenanzas de Potes.

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En la Edad Moderna, Potes siguió siendo un lugar de señorío.

El Duque del Infantado nombraba a su alcalde.

Muchos lugareños emigraron a América, y las riquezas del nuevo

continente permitieron la construcción de notables edificios en la villa.

Diputados de la provincia de Liébana formaron parte de las Juntas de Puente San Miguel que dieron lugar a la provincia de Cantabria.

En 1822, Potes tuvo ayuntamiento propio, siendo cabeza de un partido judicial que abarcaba Potes, Castro y Cillorigo, Cabezón de

Liébana, Camaleño, Espinama, Pesaguero y Tresviso.

Tres décadas después, pasó a formar parte del partido judicial de San

Vicente de la Barquera.

Santo Toribio de Liébana

Las primitivas construcciones que conformarían el monasterio serían sencillas, dentro del estilo prerrománico, quizás de estilo asturiano o

mozárabe. Durante los siglos X y XI se había producido una gran expansión del monasterio por los valles de Liébana. En el año 1256,

se construye la actual iglesia, con el apoyo económico de los fieles, por medio de indulgencias concedidas para tal fin por el obispo

palentino Fernando.

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El templo sigue las directrices del gótico monástico de influencia

cisterciense, con la claridad de líneas y de espacios y la sobriedad decorativa que caracteriza a la arquitectura de la Orden de San

Bernardo. Posee una cabecera de tres ábsides poligonales y un

cuerpo de tres naves de similar altura. Todas las bóvedas son de crucería y algunas llevan nervios de refuerzo.

La escasa decoración se concentra en los capiteles. Los del ábside mayor llevan decoración figurada de cabezas humanas y de animales,

el toro y el oso, que según la leyenda ayudaron a Santo Toribio a construir la iglesia.

En el ábside del evangelio se conserva la estatua yacente de Santo Toribio. Tallada en madera de olmo de Burgos consta que existía en

el monasterio al menos desde el año 1316. Conserva la policromía original.

Al exterior destaca la fachada meridional en donde se encuentran las dos portadas. La más amplia es la principal, en arco apuntado

rodeado de arquivoltas, que apoyan en capiteles. A su derecha y

embutida junto a un contrafuerte se construyó la Puerta del Perdón, que se abre solemnemente para el Jubileo (corresponde al año actual

2017). A los pies de la edificación se eleva una maciza torre de campanas, en cuyo interior se encuentra el coro.

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24

Durante la Edad Moderna se inicia la decadencia del monasterio, al

transformarse en parroquias un gran número de las iglesías lebaniegas que de él dependían, acabando su vida monástica con la

desamortización de Mendizábal, en 1837.

En 1960, tras la restauración del ruinoso edificio, se hace cargo de él una comunidad de PP. Franciscanos, que actualmente lo regenta,

recordando la tradición que señala a San Francisco como visitante de Santo Toribio en su peregrinar a Compostela.

Las arcadas apuntadas del atrio, junto a los ábsides del templo, dan acceso al claustro monástico, edificado en el s. XVII, de tradición

herreriana, a cuya entrada se encuentra un admirable relieve de Jesús Otero, que representa a Beato en su scriptorium.

La capilla del Lignum Crucis fue construida a principios del siglo XVIII por el que fuera inquisidor en Madrid y arzobispo de Santa Fe de

Bogotá (Colombia) don Francisco Gómez de Otero y Cossío, (1640-1714) -natural del vecino pueblo de Turieno, donde aún se conserva

su casa natal- cuya estatua orante se erige en un lucillo junto al altar.

El origen del monasterio es oscuro. Durante el reinado de Alfonso I, éste repoblaría la Liébana en una etapa temprana de la Reconquista,

a mediados del siglo VIII. La primera referencia del Monasterio de Turieno, bajo la advocación de Santo Toribio, data de 1125.

Probablemente durante el siglo VIII el cuerpo de otro obispo, Toribio de Astorga, fue trasladado al monasterio junto con las reliquias que

se cree había traído de Tierra Santa. La más importante de estas es

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el Lignum Crucis, el trozo de la cruz de Cristo más grande que aún

perdura según la Iglesia Católica.

Por ello, el 23 de septiembre de 1512 el papa Julio II otorga,

mediante bula, el privilegio de celebración del Año Jubilar Lebaniego,

lo que hace del monasterio un importante centro de peregrinación, siendo uno de los lugares santos más importante del catolicismo

romano en Europa, junto a otros importantes sitios como Roma, Santiago de Compostela, Urda, Caravaca de la

Cruz y Asís.

El monasterio fue además el lugar donde en el siglo VIII el

monje Beato de Liébana escribió e ilustró sus libros, entre los que destaca el Comentarios al Apocalipsis.

La iglesia, de estilo gótico, cuya construcción empezó en 1256, se ha remodelado varias veces, fue construida sobre un edificio románico o

pre románico con connotaciones visigóticas y mozárabes.

El templo sigue las directrices del gótico monástico de

influencia cisterciense, con la claridad de líneas y de espacios y la

sobriedad decorativa que caracteriza a la arquitectura de San Bernardo.

Sus puertas en el muro meridional son de estilo románico y posiblemente anterior al interior del edificio. La puerta principal, la

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26

Puerta del Perdón, solo se abre en cada Año Santo Jubilar, cuando el

día de Santo Toribio coincide en domingo.

Santoña:

Nuestro viaje da un giro de 180 grados de Oeste a Este. Dejamos los impresionantes paisajes de la montaña para acercarnos a la costa

donde el mar nos recibe con toda su belleza.

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La bahía de Santoña estuvo habitada por el hombre desde

el Paleolítico Superior, según indican los yacimientos encontrados en el monte santoñés, estudiados minuciosamente en los últimos años

del siglo XX. Se han hallado utensilios sobre soporte de piedra y arte

rupestre en las cuevas del Perro y de San Carlos.

La romanización se llevó a cabo en Santoña a la par que en toda la

costa cántabra. Según mención de las fuentes clásicas, este lugar pudo ser Portus Vereasueca, Portus Blendium o Portus Victoriae, no

sabiendo hasta la fecha cuál fue exactamente.

Por las excavaciones hechas en la zona de la iglesia y por el nivel

romano sellado encontrado, con la suma de restos de cerámica de gran valor y monedas, se sabe que hubo un asentamiento importante

en la segunda mitad del siglo I.

En la Alta Edad Media, Santoña tendría un núcleo de población, muy

probablemente, alrededor de un primitivo cenobio. Cuando este núcleo entró realmente en la historia fue en 1038, con la intervención

del abad Paterno que restauró el monasterio, reorganizó la

comunidad religiosa y llevó a cabo una intensa tarea de repoblación.

Page 28: Descripción de un viaje cultural a Cantabria

28

En la Edad Moderna, Santoña participó con hombres y con naves en

la hazaña del Descubrimiento de América. Juan de la Cosa (del linaje santoñés de la Cosa) tomó parte activa en este acontecimiento,

siendo el maestre de su propia nao Santa María.

Desde la época de los reyes asturianos, las comarcas cántabras de Liébana, Asturias de Santillana, Campoo y Trasmiera pertenecían al

reino de Asturias. Después fueron patrimonio de los condes de Castilla y de los reyes de Navarra.

El rey de Navarra Sancho III el Mayor (también conocido como Sancho Garcés III de Pamplona) heredó el condado de Castilla,

siendo por tanto dueño de las comarcas cántabras aquí citadas.

La historia sigue con Fernando I de Castilla, que al vencer en

la batalla de Atapuerca a su hermano García el de Nájera, incorporó a su corona los territorios cántabros anexionados anteriormente a

Navarra.

En el siglo XV se elevó una petición al respecto a los Reyes

Católicos que fue desestimada. En el reinado de Felipe II, el

monasterio de Santoña consiguió la independencia del de Nájera, así como el estatus de Villa Real.

Este rey tuvo necesidad en un momento dado de sanear la Hacienda y uno de los objetivos para este fin fue la enajenación de villas y

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lugares eclesiásticos, para lo cual tuvo que pedir el visto bueno al

papa Gregorio XIII, quien otorgó el permiso enviando un Breve Apostólico el 6 de abril de 1574. En este documento se daba permiso

para que dicha enajenación pudiera tener lugar sin el consentimiento

de los abades.

Lindbergh

A las 4 de la tarde del 11 de noviembre de 1933 amerizó en la bahía

de Santoña el aviador norteamericano Charles Augustus Lindbergh. El aviador y su esposa Anne Spencer Morrow estaban realizando una

vuelta al mundo en su hidroplano Albatros.

Ese mismo día habían salido del lago de Constanza, entre Suiza y Alemania, con la intención de llegar hasta Lisboa, pero

las condiciones atmosféricas obligaron al piloto a pedir ayuda y permiso para un amerizaje forzoso, para lo que se puso en contacto

con el embajador americano en Madrid. Éste a su vez pidió permiso al Gobierno español para que Lindbergh pudiera amerizar en cualquier

punto del Cantábrico.

Fue así como el piloto llegó a la bahía de Santoña ante el asombro de

la gente que en ese momento paseaba por el Pasaje. El marinero Zoilo Fernández se acercó con su lancha al hidroplano y trasladó a

Lindbergh a tierra.

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Al día siguiente, domingo, a las 12 de la mañana, Lindbergh y su

esposa acompañados de la familia Albo se dirigieron al Ayuntamiento, recibiendo a su llegada una fuerte ovación de casi todo el pueblo que

había acudido a la plaza, recordando cómo años antes, con el Spirit of

St. Louis, Lindbergh había realizado la primera travesía del Atlántico en solitario y sin escalas, entre Nueva York y París.

El lunes 13 de noviembre, Lindbergh y su avión ya estaban preparados para emprender el vuelo. El pueblo santoñés en pleno

acudió a la despedida. A las 10:50 el Albatros, tras hacer unas evoluciones para calentar motores, emprendió el vuelo rumbo a

Lisboa. Hizo un alto en el río Miño, cerca de Tuy, desde donde mandó un telegrama a la familia Albo.

Juan de la Cosa: Nació en Santoña entre 1450 y 1460. Fue

un navegante y cartógrafo español conocido por haber participado en

siete de los primeros viajes a América y por haber dibujado el mapa más antiguo conservado en el que aparece el continente

americano.

Juan de la Cosa tuvo un papel destacado en el primer y el segundo

viaje de Cristóbal Colón a las Antillas y en 1499 participó como piloto mayor en la expedición de Alonso de Ojeda a las costas del

continente sudamericano. A su regreso a Andalucía dibujó su famoso mapa mundi y poco después volvió a embarcarse hacia las

Indias, esta vez con Rodrigo de Bastidas.

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En los años siguientes alternó viajes a América bajo su propio mando

con encargos especiales de la Corona, incluyendo una misión como espía en Lisboa y la participación en la Junta de pilotos

de Burgos de 1508. En 1509 emprendió la que sería su última

expedición, de nuevo junto a Ojeda, para tomar posesión de las costas de la actual Colombia.

La Cosa murió en un enfrentamiento armado con indígenas antes de poder llegar a ejercer su cargo de alguacil mayor de Urabá.

No se sabe con exactitud dónde nació Juan de la Cosa pero la hipótesis más aceptada es que fue en Santoña (Cantabria),2ya que se

conservan documentos que muestran que fue vecino de Santoña y que su mujer e hija residieron en esa ciudad.

Algunos cronistas del siglo XVI le llamaron El Vizcaíno, lo cual llevó a confundirlo con otros marinos llamados Juan Vizcaíno, los cuales hoy

se sabe que eran personas distintas.

Tampoco se conoce su fecha de nacimiento, estimada

entre 1450 y 1460, ni se tienen datos de su niñez ni de su

adolescencia. Se supone que de joven debió tomar parte en navegaciones por el mar Cantábrico y, posteriormente, en dirección a

las islas Canarias y al África occidental.

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Las primeras referencias fundadas provienen de 1488, cuando estaba

en Portugal. En ese entonces, el navegante Bartolomé Díaz acababa de llegar a Lisboa, tras haber alcanzado el cabo de Buena Esperanza.

Los Reyes Católicos habrían enviado a La Cosa a esa ciudad en

calidad de espía en busca de información y detalles de dicho descubrimiento, logrando regresar a Castilla antes de que los oficiales

portugueses lo capturaran.

Al inicio de la década de 1490 Juan se encontraba establecido en El

Puerto de Santa María (hoy día en la provincia de Cádiz) y poseía una nao llamada Marigalante o Gallega. Se cree que por motivos de

negocios tuvo relaciones con los hermanos Pinzón.

En 1492 participó en el Primer Viaje de Cristóbal Colón a las Indias a

bordo de su nao, que según los cronistas posteriores fue rebautizada Santa María para la ocasión. Ejercía el cargo de maestre,

siendo Colón el capitán.

Juan de la Cosa participó en el segundo viaje de Colón (1493-1496) y se cree que debió ser uno de los cartógrafos de la expedición. Sin

embargo, según una nómina de pagos fechada en 1497 y descubierta por Montserrat León Guerrero en 1998, La Cosa se habría enrolado

como simple marinero en la nao Colina, cobrando 1000 maravedís al mes.

Mapamundi hecho por Juan de la Cosa en 1500. Se muestra el Nuevo

Mundo en la parte superior (en verde) y el Viejo Mundo en la parte

central e inferior (en blanco).

Mapa de Juan de la Cosa

Tras su regreso a Cádiz, La Cosa elaboró para los Reyes Católicos o alguien de su corte14 un mapamundi que es el mapa más antiguo

conservado en el que aparece el continente americano. Está pintado sobre dos pieles de pergamino unidas en forma

de rectángulo irregular de 96 cm de ancho y 183 cm de largo. En el extremo occidental del mapa aparece una efigie de san Cristóbal,

probable alusión a Colón, situado a poniente de las Antillas sobre una

inscripción que dice: «Juan de la cosa la fizo en el puerto de S: mã en año de 1500».15

Dicho mapa refleja los resultados de los descubrimientos realizados en América durante el siglo XV; con información procedente de los

viajes realizados por Colón (viajes de 1492, 1493 y 1498), Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Juan Caboto, Pedro Álvares Cabral y

diversos exploradores portugueses que recorrieron África, como Bartolomeu Dias y Vasco da Gama.

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Palacio de la Magdalena

El Real Palacio de La Magdalena está situado en la península de la

Magdalena, frente a la isla de Mouro, y fue construido entre 1909 y 1911, por suscripción popular, para albergar a la familia real

española.

Obra de los arquitectos Javier González Riancho y Gonzalo Bringas

Vega, se enclava en el lugar donde estuvo el antiguo fortín de San Salvador de Hano, que protegía la entrada a la bahía. Costó 700 000

pesetas de 1912 y fue sufragado por el ayuntamiento y un gran

número de familias lugareñas que desempeñaron un laborioso micro mecenazgo, como las 100 000 pesetas de la Sociedad El Sardinero o

las 1000 pesetas de la familia Botín.

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Fue amueblado en 1913, pasando de inmediato a ser residencia de

verano del rey Alfonso XIII y su familia, quienes lo ocuparon regularmente hasta la proclamación de la II República.

En 1914 fueron proyectadas las caballerizas por González Riancho,

las cuales emulan a un poblado inglés medieval con tejados puntiagudos de vertientes pronunciadas, entramados de madera

vista, etc.

En 1977 Juan de Borbón vendió el edificio a la ciudad por

150 millones de pesetas a pesar de que éste había sido un regalo de Santander a la casa real.

Como antigua residencia real, tiene como antecedente la proyección de una anterior en el Sardinero, frustrada por la revolución que

estalló en 1868, para fijar con un edificio el veraneo real y burgués.

El lugar de La Magdalena no estaba deshumanizado; las excavaciones

arqueológicas remontan la presencia humana al siglo I, en época romana, donde se han encontrado unas dársenas y varios objetos.

La propia reina Victoria Eugenia de Battenberg dirigió su

amueblamiento y decoración. Doña Beatriz de Borbón se refiere a los veraneos de la familia real en el palacio de esta manera:

“Pero a mí donde más me gustaba ir era al Palacio de la Magdalena en Santander, porque allí éramos más libres, hacíamos una vida completamente como “particulares”.

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En 1918 empezaron a impartirse en el palacio cursos de verano,

como lo demuestra el convenio con la Universidad de Liverpool. Estos fueron el germen de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo,

nacida el 23 de agosto de 1932.

La universidad tomó el palacio como sede desde el principio, según el decreto firmado por el entonces presidente de la II República, fruto

del empeño del ministro Fernando de los Ríos Su primer presidente fue Ramón Menéndez Pidal y su primer secretario, Pedro Salinas.

Menéndez Pelayo

Arquitectura: Se trata de una obra de estilo ecléctico, que combina

influencias inglesas, patentes en la disposición de las masas

exteriores, abundancia de las chimeneas, forma de los ventanales, etc., con aportes de estilo francés, como la escalinata de doble tramo

de la escalera principal, la asimetría de los cuerpos del edificio, etcétera, además de trazas tomadas de la arquitectura barroca

montañesa.

Su construcción popularizó un subestilo ecléctico-regionalista en

Cantabria.

La construcción del palacio, desde entonces símbolo de la ciudad,

tuvo tres efectos inmediatos: fijar Santander como lugar de veraneo para la alta clase española, difundir su estilo ecléctico montañés-

inglés, elevando la calidad de las nuevas arquitecturas de la ciudad, y desviar hacia él el crecimiento urbanístico.

El palacio aparece mencionado en un poema de José Hierro, enamorado de Santander, cuando dice:

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La Magdalena. Soles. Sueños.

Mil novecientos treinta y nueve,

¡comenzar a vivir de nuevo!

Y luego ya toda la vida.

Y los años que no veremos.

Miguel de Unamuno empieza hablando del lugar: «Contemplando desde aquí, desde esta atalaya del peñón costero de la Magdalena,

Santander». Treinta y dos de sus poemas fueron recopilados por sus amigos en un libro titulado Cuadernos de la Magdalena, compuestos

mientras estaba en la Universidad Internacional de Verano.

Comillas

La peculiar orografía de Comillas, con numerosas simas y cavernas,

propició el asentamiento hace miles de años de hombres primitivos que vivieron y expresaron su arte representando pinturas y figuras

con técnicas y coloridos extraordinarios.

Muestras encontradas en las de cuevas La Maeza, Portillo y Mina

Numa.

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La romanización llegó a Comillas, y esto se sabe porque entre los

jardines del Palacio de Sobrellano se hayan entre los ramajes algunos restos de ruinas de grutas artificiales, columnas y sarcófagos de

origen romano. Los romanos también sacaban metales de la ría de la

Rabia y de Portillo, minas que ya eran explotadas en la Edad de los Metales. Aunque los romanos estuvieron en Comillas no se conoce

como villa hasta la Edad Media.

Los documentos más antiguos relativos a Comillas datan del siglo XI,

aunque la mayor parte de ellos se perdió tras un incendio en la Casa Consistorial. Su historia aparecía documentada en el año 1088, al

formar su población gentes de behetría, que desempeñaban la condición de hombres libres que disfrutaban la facultad de elegir

señor a quien quisieran sin otra restricción que hacerlo entre los descendientes de un determinado linaje, vinculado con la Casa de la

Vega.

En 1492, al morir en Valladolid Leonor de la Vega, Íñigo López de

Mendoza, obtuvo en 1444 del rey Juan II de Castilla el título de marqués de Santillana. Tres años después también le asignó ese

monarca las localidades de su jurisdicción, entre las que figuraba la

villa de Comillas

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Garcilaso I de la Vega edificó a comienzos del siglo XIV una torre

(conocida en la villa como El Torreón) junto al surgidero de Comillas, para disputar a San Vicente de la Barquera su dominio marítimo en

ese sector de la costa.

Una de las actividades principales de Comillas fue la captura de las ballenas, la ballena franca del Cantábrico, la más lenta de todas las

especies y que además tenía la particularidad de que al ser arponeadas al morir no se hundían al fondo sino que permanecían a

flote, lo que facilitaba las capturas. Estaban presentes en las costas cantábricas de noviembre a marzo. Eran oteadas desde las atalayas

y desde ellas el atalayero daba el aviso al resto de sus compañeros, con señales de humo, cuernos o banderas.

Las pinazas se lanzaban al mar, con el arponero en la proa. Lanzado el primer arpón, el cetáceo quedaba herido y unido a la barcaza por

la cuerda, lo que facilitaba que el resto de embarcaciones desangrasen al animal hasta que, debilitado, podía ser conducido a

tierra.

Ya en la playa, en la conocida como “Piedra de la Ballena” era despiezada. Parece ser que según las costumbres de la época, el

primer trozo era para el atalayero, una parte para la Iglesia y otra para el Consistorio..

Comillas fue considerada la capital de las villas marineras en la pesca de la ballena desde el siglo XVI al siglo XVIII, siendo el último puerto

ballenero del Cantábrico y el más pequeño de todos, motivo por el cual está registrado en El libro Guinness de los récords.

Cuando desaparecieron los cetáceos (siglo XIX), la reducida flota se recalificó en la captura de la sardina.

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Sería largo de relacionar aquí la monumentalidad de Comillas como el

Palacio de Sobrellano, la Universidad Pontificia, y un largo etcétera en el que podríamos destacar “El Capricho” de Gaudí que es una de las

obras Modernistas que se reparten por esta localidad.

Gaudí

Antoni Gaudí i Cornet Nació en Reus eo 25 de junio de 1852 y falleció en Barcelona el 10 de junio de 1962 y fue el máximo representante

del Modernismo Catalán.

Fue un arquitecto con un sentido innato de la geometría y

el volumen, así como una gran capacidad imaginativa que le permitía proyectar mentalmente la mayoría de sus obras antes de pasarlas a

planos. De hecho, pocas veces realizaba planos detallados de sus

obras; prefería recrearlos sobre maquetas tridimensionales, moldeando todos los detalles según los iba ideando mentalmente. En

otras ocasiones, iba improvisando sobre la marcha, dando instrucciones a sus colaboradores sobre lo que debían hacer.

Dotado de una fuerte intuición y capacidad creativa, Gaudí concebía sus edificios de una forma global atendiendo, tanto a las soluciones

estructurales, como las funcionales y decorativas. Estudiaba hasta el más mínimo detalle de sus creaciones, integrando en la arquitectura

toda una serie de trabajos artesanales que dominaba él mismo a la

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perfección: cerámica, vidriería, forja de hierro, carpintería,etc.

Asimismo, introdujo nuevas técnicas en el tratamiento de los materiales, como su famoso “trencadís” hecho con piezas

de cerámica de desecho.

Después de unos inicios influido por el arte neogótico, así como ciertas tendencias orientalizantes, Gaudí desembocó en

el modernismo en su época de mayor efervescencia, entre finales del siglo XIX y principios del XX.

Sin embargo, el arquitecto reusense fue más allá del modernismo ortodoxo, creando un estilo personal basado en la observación de la

naturaleza, fruto del cual fue su utilización de formas geométricas regladas, como el paraboloide hiperbólico,

el hiperboloide, el helicoide y el conoide.

La arquitectura de Gaudí está marcada por un fuerte sello personal,

caracterizado por la búsqueda de nuevas soluciones estructurales, que logró después de toda una vida dedicada al análisis de la

estructura óptima del edificio, integrado en su entorno y siendo una

síntesis de todas las artes y oficios.

Mediante el estudio y la práctica de nuevas y originales soluciones, la

obra de Gaudí culminará en un estilo orgánico, inspirado en la naturaleza, pero sin perder la experiencia aportada por estilos

anteriores, generando una obra arquitectónica que es una simbiosis perfecta de la tradición y la innovación. Asimismo, toda su obra está

marcada por las que fueron sus cuatro grandes pasiones en la vida: la arquitectura, la naturaleza, la religión y el amor a su tierra.

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Santillana del Mar

No se conoce ninguna población antigua en Santillana, aunque sí se

han encontrado evidencias cerámicas en la zona de Vispieres y lápidas sepulcrales en Herrán, todo ello de época romana, por lo que

se ha deducido la existencia de alguna población romana cerca del actual núcleo de la villa, aunque no se han encontrado otros restos

arqueológicos que llenen el vacío de los siglos V al VIII.

En el año 2014, los arqueólogos Javier Marcos Martínez y Lino

Mantecón Callejo descubrieron un asentamiento castreño en la cumbre del monte El Cincho (barrio de Yuso). Se han desarrollado

varias campañas arqueológicas desde entonces en las que se ha

identificado un complejo de amurallamiento; así como, la recuperación de materiales arqueológicos adscritos cronológicamente

a la Edad del Hierro. Los investigadores sostienen que se trata de un castro de castros, un oppidum costero.

Esta villa tiene su origen en la Alta Edad Media, alrededor de

la abadía de Santa Juliana. Se han recuperado huesos humanos medievales en la necrópolis de esta localidad. La fecha de

fundación del monasterio no se conoce.

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Legendariamente se atribuye a unos monjes del siglo VIII o IX el que

se llevaran las reliquias de Santa Juliana de Bitinia, martirizada en Turquía, a este lugar, levantando un cenobio en un lugar llamado

Planes. Actualmente se asocia la fundación del monasterio con la

corriente repobladora impulsada por los sucesores de Alfonso I.

En 1045 Fernando I le otorgó un fuero, por lo que la abadía pasó

probablemente a ser colegiata. Desde entonces recibió sucesivos privilegios y donaciones de los reyes de Castilla. A partir de 1175 se

configura una organización con abad y cabildo. Gracias al apoyo de la nobleza, consiguió convertirse en la abadía más importante de

la Cantabria medieval. En 1209 Alfonso VIII le concedió un nuevo fuero.

En 1445 el rey Juan II dio el señorío de la villa al primer Marqués de Santillana y a sus sucesores, los Duques del Infantado (miembros de

la familia de Mendoza), creándose así el Marquesado de Santillana.

Durante la Edad Moderna las Asturias de Santillana quedan

integradas en la jurisdicción del Corregimiento de las Cuatro Villas, ámbito liderado entonces por Laredo. En 1509 el abad reconoció al

III marqués de Santillana, pero sólo tras violentos enfrentamientos

militares.

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A finales del XVI y durante el XVII se construyeron la mayoría de las

casas que se conservan hoy en día en Santillana del Mar, configurándose su núcleo tal y como existe hoy en día. Casi todas

ellas siguen la misma tipología, con dos plantas, un espacio abierto

delantero y uno trasero más grande dedicado originalmente a corral. Santillana es esencialmente barroca, aunque su proceso de

urbanización sigue siendo desconocido.

A comienzos del siglo XIX Santillana, como otros pueblos del norte de

España, se enorgullecía de estar llena de linajes hidalgos, aunque como reza el tópico, sus apellidos no suponían riqueza intrínseca. Al

ser mayoría, se supone que existía una tolerancia hacia el trabajo, a pesar de que los nobles tenían prohibido trabajar con las manos, por

lo que si no lo hacían se veían obligados a emigrar o a vivir en la pobreza.

Fueron estos hidalgos los que coparon los puestos administrativos y la representación de la villa en organismos superiores. También eran

quienes poseían las tierras, teniendo la mayoría de los campesinos que arrendarlas o trabajar para ellos.

En 1879 se descubrió la cueva de Altamira, una de las joyas del arte

rupestre a nivel mundial. El descubrimiento de la cueva atrajo a un gran número de estudiosos e intelectuales, quienes crearon en

Santillana una serie de asociaciones artísticas y de vanguardia.

A partir de 1849, a causa una epidemia de cólera en el País Vasco, el

turismo aristocrático español arraigó con fuerza en la antigua provincia de Santander.

Fue entonces cuando Santillana del Mar pasó a ser destino de moda.

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La villa de Santillana del Mar aparece en numerosos libros de autores

de renombre desde la publicación de “Histoire de Gil Blas de Santillana”, novela picaresca del escritor francés Alain-René

Lesage que, contando con varios tomos, fue publicada entre 1707 y 1747. Benito Pérez Galdós habla de ella en “Cuarenta leguas

por Cantabria”, al igual que Emilia Pardo Bazán.

Novelistas que visitaron Santillana y quedan prendados de ella son,

entre otros, Amós de Escalante, Miguel de Unamuno y Ricardo León. A Santillana le han dedicado poemas muchos autores, algunos de los

más famosos son Gerardo Diego, José Hierro, etc.

Es conocida la cita de Sartre en su famoso libro La náusea, donde hace decir a uno de sus personajes que Santillana es le plus joli

village de l'Espagne (el pueblo más bonito de España)

Valle del Pas

En todo este valle tuvo gran importancia la repoblación llevada a cabo por la fundación de monasterios, entre los que se encuentran San

Vicente de Fístoles y la Colegiata de Santa Cruz de Castañeda como

los más importantes; de hecho, el historiador Lasaga Larreta señalaba en 1865 esta comarca como posible ubicación

de Primorias, territorio repoblado en la Alta Edad Media por orden de Alfonso III el Magno.

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Además de los monasterios se fueron levantando

templos románicos en los siglos XI al XIII, algunos de los cuales se han conservado: la citada colegiata de Santa Cruz de Castañeda, el

de Santa María de Cayón, el de San Miguel de Monte Carceña entre

otros. Estas construcciones demuestran el auge y la importancia que tuvo esta comarca durante esos siglos.

A partir del siglo XI se fue formando en la parte alta de estos dos valles un hábitat humano especial y único, cuya economía estaba

basada en la ganadería trashumante.

Estas gentes que se llamarían pasiegos se asentaron en las laderas

de los montes del río Miera y del río Pas principalmente y otros valles contiguos. El asentamiento era disperso, habitando cabañas hechas

primero de tabla y posteriormente de piedra (llamadas casas vividoras) que ocupaban en los meses de primavera y verano, cuando

los pastos eran buenos.

Para el invierno recolectaban el suficiente heno para la comida de las

vacas y bajaban a la aldea, al núcleo de población estable que poco a poco fueron formando las tres villas pasiegas: Vega de Pas,San Pedro

del Romeral y San Roque de Riomiera, que no están contiguas unas de otras.

Los documentos de los primeros siglos muestran que ellos se movían bajo el patronazgo monacal o real sobre un extenso territorio en la

región transalpina montañesa, con el privilegio real de estar libres de pagar portazgos de paso o pasto locales o feudales.

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Este territorio se solapaba sobre varias comarcas de la Cantabria

oriental y el Norte de Burgos. Las comarcas y villas o municipios asentados sobre las que se extendía el radio de actuación de estos

pastores no objetaron a su uso de territorio montaraz, al ser

territorios previamente preservados como Cazaderos Reales aun en documentos del siglo XIII.

Estos territorios habían sido evaluados por su condición de montes bravíos y agrestes, ricos en osos y otra fauna salvaje.

Documentos de entonces, en particular una de las Cartas de Donación Real de 1206, dio jurisdicción precisa de estos valles a la

villa real de Espinosa de los Monteros y a los miembros de su guardia residentes en ellas.

En los siglos XVI y XVII se fundaron grandes conventos como los de El Soto y el convento franciscano de La Canal además de iglesias

barrocas, construidas por los artesanos y artistas de la comarca. En estos siglos hubo además mucha emigración a las Indias. Los

indianos a su regreso levantaban iglesias o bien contribuían en la

construcción de capillas, torres o en la adquisición de obras de arte.

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Los mejores ejemplos están en la capilla de la Obra Pía de Bárcena de

Carriedo, que fundó el indiano Manuel Rodríguez y la reconstrucción de la iglesia de San Miguel de Llerana, más el añadido de la sacristía

y del retablo mayor. En la torre de esta iglesia se ha habilitado

un museo sobre el tema de los indianos del valle de Carriedo (que corresponde al Valle del Pas, en concreto a la cabecera del Valle del

Pisueña).

Historia del “sobao” pasiego y la quesada.

La repostería en Cantabria se ha ido nutriendo de elementos

gastronómicos que le son propios, principalmente, harina, leche,

mantequilla, huevos y miel. Sin embargo, el contacto con otros pueblos a lo largo de la historia, las relaciones comerciales que se

establecieron con culturas lejanas aportaron otros ingredientes que hoy tenemos por comunes a todas las cocinas. Este es el caso azúcar

de caña -fundamental para la evolución de la repostería- traída por los árabes a España y no utilizada de modo generalizado hasta bien

entrado el S.XIII como una especie más.

Unos productos pertenecientes a lo que podríamos llamar la

mantequería de los Montes del Pas y que hoy han traspasado sus fronteras originales. En este sentido podríamos decir, incluso,

siguiendo que el uso de la mantequilla, costumbre vinculada a la vida ganadera, marcaba la diferencia entre los pueblos del norte y los del

sur. Los consumidores de aceite de oliva con creencias en dioses meridionales consideraban el uso de este derivado de la leche como

una costumbre bárbara. Conocemos, incluso, la presencia de la

mantequilla en las ceremonias religiosas de bretones e irlandeses por su color y untuosidad.

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El “sobao” pertenece a una economía rural, primitiva, un dulce que

nada tenía que ver con los sofisticados postres conventuales, sino que simbolizaba un tipo de vida rústico, elemental, donde nada

sobraba y todo se aprovechaba, tanto para deleite de los que lo

cocían, como para sacar un dinero extra a base de vender en mercados lejanos a las aldeas un producto no perecedero. La fama

de los pasiegos como excelentes comerciantes está atestiguada en documentos del S.XVI donde se constata que las mujeres recorrían

los mercados cargadas de sobaos.

Los primitivos sobaos se elaboraban con una masa hecha de miga de

pan, huevos y mantequilla. Posteriormente se añadirían la ralladura de limón, el ron o el anís. Cada sobao se cocía sobre un papel

“gorritu” doblado de manera especial y, en principio, no tenía más finalidad que aprovechar la técnica del amasado del pan y el calor de

los hornos. El pan pasiego se amasaba en la masera todo de una vez y se dejaba “dormir” el tiempo necesario para luego dividirlo en

porciones. A la operación de volver a amasar de una manera más ligera, tenaz, con suavidad, estas partes del pan, se le llamaba sobar.

El sobao nace, pues, de sobar la masa de pan sobrante con la energía

y, a la vez, la delicadeza necesaria para introducir en ese resto o bolo la untuosidad de la mantequilla, los huevos, el azúcar o miel. Es un

postre, como hemos comentado antes, propio de la rudeza de una economía ganadera, poco dado a lindezas culinarias. Simple, sencillo,

sin artificios. Pero, quizás, esta misma simplicidad es lo que dota al sobao de una textura excepcional, una suavidad que sólo se consigue

cuando la materia prima es de primera calidad y las manos que los “soban”, utilizando la terminología pasiega son enérgicas y delicadas

a la vez.

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La quesada, por su parte, aparece también en algunos textos

dedicados a la gastronomía como “dulce tradicional de Cantabria”. La quesada original se preparaba horneando una pasta compacta hecha

con queso pasiego fresco, mantequilla, huevos, miel, harina, cáscara

de limón y canela.

El origen de la quesada es un tanto incierto, pero sabemos que en El

Libro de Buen Amor, del Arcipreste de Hita, en el S.XIV y también en el libro de cocina de Ruperto de Nola, en 1529, se habla del queso

asadero, por ser un queso que mejora mucho asándole, así como de una receta muy próxima a la de la quesada.

De las virtudes de la quesada y su relación con la economía pasiega podríamos referirnos en los mismos términos que en el sobao. Se

trata de un dulce simple y sencillo, pero cuyo éxito depende en buena medida de la calidad de la leche de la raza vacuna pasiega. El

queso fresco salía de las ubres de una raza autóctona, preparadas durante siglos para la producción de leche de características

peculiares por gentes, los pasiegos, que lo hacían con mentalidad de pastores.

Éstos llevaban el ganado en la primavera y verano a las “branizas”

(prados robados al bosque) en compañía de toda la familia, con el nomadismo propio de los pastores, para estabularlo posteriormente

en invierno y alimentándolo únicamente con heno.

Cuando el consumidor de hoy en día degusta una quesada, en cierto

modo, está reviviendo las características sutiles y sensuales del hogar pasiego.

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El sabor a humo del horno, las delicias de la mantequilla casera, de

extraordinarias características organolépticas, las reminiscencias animales del odre, el gusto de los huevos de gallinas bien libres, el

sabor seco de trigos perfectamente seleccionados para hacer el pan y

las características de un azúcar que se adapta perfectamente al recocido, producto caro y prestigioso, que dejó en segundo plano a la

miel.

Cueva de “El Soplao”

El Soplao es considerada una cavidad única a nivel mundial por la

calidad y cantidad de las formaciones geológicas (espeleotemas) que alberga en sus 20 kilómetros de longitud total, aunque sólo 4 están

abiertos al público. En ella se encuentran formaciones poco comunes como helíctitas (estatalactitas excéntricas que desafían la gravedad)

y draperies (sábanas o banderas traslúcidas colgando del techo).

Las rocas sobre las que se desarrolla el karst que da lugar a la cueva

datan del Mesozoico, concretamente del periodo Cretácico, hace 240

millones de años.

La cavidad fue descubierta accidentalmente durante las labores de

perforación minera siendo aprovechada posteriormente para la

extracción de minerales (plomo sobre todo).

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Los mineros denominaban soplaos a las cavidades kársticas que

cortaban en sus trabajos y que creaban fuertes corrientes de aire.

Durante su explotación, muchas familias de la zona se sustentaban

con los ingresos que obtenían de esa actividad minera, compaginada

con la ganadera.

Tras décadas de abandono, la espeleología, descubrió su auténtico

valor geológico.

El sitio está propuesto como «Lugar de interés geológico español de

relevancia internacional» (Global Geosite)

Dentro del Bien de Interés Cultural, a unos tres kilómetros de la

cueva, se encuentra el yacimiento paleontológico de Rábago/El Soplao, conocido por los fósiles de insectos, arácnidos y otros

artrópodos atrapados en ámbar a mediados del periodo Cretácico. Fue descubierto en julio de 2008.

El ámbar azul es un tipo de ámbar resina fósil milenaria, que exhibe una coloración azul translucido brillante, interpuesta a la luz Solar o

linterna LED. Es más común en los asentamientos mineros que se

ubican en las montañas de la cordillera

Bajo luz artificial, el ámbar azul aparece como el ámbar ordinario,

pero bajo la luz del sol tiene una intensa coloración azul fluorescente. Cuando se mantiene contra el sol aparecerá como el ámbar ordinario,

y bajo la luz ultravioleta presentará un brillante color azul lechoso.

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El ámbar azul emite un aroma agradable, que es diferente del que

presenta habitualmente el ámbar cuando está en proceso de corte y pulido.

Devastadores incendios en el Cretácico inferior en la actual Cantabria

forjaron el mayor y más fructífero yacimiento de ámbar de Europa.

Hace 110 millones de años, las exudaciones de resina de las coníferas

que crecían en las tierras emergidas se calentaron súbitamente con

esos fuegos, y en su caída hacia la tierra atraparon numerosos

insectos que hoy se pueden ver en fragmentos de ámbar recién

recuperados.

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La comarca donde esto sucedió, cuando los dinosaurios dominaban el

territorio y los insectos comenzaron su labor de dispersión del polen y

por lo tanto empezaron a fecundar de flores la Tierra, se llama El

Soplao.

Hoy, lo que queda de todo esto es el que ya se puede definir como el

mayor yacimiento europeo de ámbar del Cretácico, con las mejores

bioinclusiones halladas hasta el momento y una fuente inagotable de

conocimientos de nuestro pasado.

Idoia Rosales, investigadora del Instituto Geológico y Minero de

España (IGME), ha sido su descubridora, junto con María Najarro, que

prepara su tesis doctoral. Íbamos marcando estratos rocosos y

llegamos aquí, dice señalando la cuneta de la carretera recién

abierta, donde comenzó a salir el ámbar en gran cantidad. Cada vez

más, hasta que los especialistas le confirmaron que el descubrimiento

era excepcional.

Lo hallado es una joya. No sólo se trata de un ámbar de color púrpura

inédito hasta ahora, sino que en sólo cuatro días de laboratorio han

descubierto siete nuevas especies de insectos. "Cuando logremos

analizar el material saldrán un centenar de nuevas especie".

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De estas nuevas especies y vistas por casualidad durante el lavado,

dos de ellos son avispas que con toda seguridad corresponderán a

géneros y especies nuevas. Una de ellas es una hembra que muestra

el aparato de poner los huevos al final de su abdomen.

El yacimiento de El Soplao presenta unas dimensiones y una

cantidad, variedad y calidad de piezas de ámbar azul púrpura con

artrópodos que ya se ha desmarcado como el más importante de

Europa a la espera de iniciar el estudio de las muestras recogidas

durante la primera campaña de excavación.

Albarcas de madera de Cantabria

Se ignora el comienzo del uso de este calzado en las regiones del

norte español (sobre todo en Cantabria) pero ya se citan en un documento de 1657, en el que el rey Felipe IV solicita al Papa la

creación de la Diócesis de Santander. En el Catastro del marqués de La Ensenada, año 1752, consta el oficio del albarquero en varios

pueblos de la zona occidental de Cantabria.

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Dada la humedad del clima de la zona, es un calzado muy apropiado

para preservar los pies del agua y de la suciedad del suelo de determinadas faenas que se realizan en el establo, en los prados y en

las tierras de labranza.

Es práctico para caminar por terrenos escabrosos, barrizales, y también por la nieve, debido a que los "tarugos" o tacos inferiores

dan elevación al pie y prestan agilidad al andar.

Hoy, esta artesanía tan tradicional ha quedado en pocos albarqueros,

que solamente hacen albarcas por encargo, destinadas una vez para usarlas y otras como recuerdo típico de la región cántabra, lo mismo

en tamaño natural que en pequeño formato.

Si bien el uso de las albarcas como calzado se ha visto casi extinto,

ello no ha impedido que se considere a este calzado típico del norte, como un recurso cultural. Así hace mella el papel de la albarca en el

Ecomuseo Saja-Nansa, siendo este calzado típico de esta comarca siglos atrás.

El Ecomuseo Saja-Nansa trata de cuidar y mantener estas

costumbres, así como conservar y presentar a las nuevas generaciones este conjunto de elementos patrimoniales que tienen

por objeto producir y comunicar un cierto conocimiento.

En cada pueblo hay unos modelos diferentes de los demás, y a su

vez, entre los albarqueros de un mismo lugar cada uno les da a sus albarcas un estilo personal que le distingue de los demás, bien sea en

la forma o en el dibujo, que va grabado sobre la parte superior y visible, consistente en flores, hojas, conchas, pequeñas muescas y

variadas figuras geométricas.

Hay unos modelos tradicionales de albarcas propios de determinadas

comarcas. Los principales son: bociconas, carmoniegas (de Carmona), de hebilla, del pico entornado, mochas, piconas, etc.

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Las albarcas suelen ser de diferentes modelos y dibujos, si están

hechas para hombre o para mujer, y varían, igualmente, si son para calzarlas con escarpines o con zapatillas.

Para ponerlas con escarpines se amoldan más al pie, y con zapatillas

quedan más holgadas. Cuando alguna vez se calzan sólo con calcetines, para ajustar la albarca se rellenaba ésta con hierba o con

hojas secas del maíz. A este modo de llevar puestas las albarcas se denominaba ir en amazuelas.

La madera empleada en la fabricación de este calzado suele estar verde, pues se trabaja mejor, y la más utilizada es la

de abedul (aunque no es recomendable emplear esta madera en albarcas destinadas al uso, pues se estropean

enseguida), aliso, haya, nogal y otras, como el castaño maillo, el álamo negro y la zalgatera, que se pueden emplear

ocasionalmente.

Valle de Cabuérniga

El procedimiento para colorear las albarcas ha variado notablemente,

pues en tiempos pasados se usaba la corteza de alisa para dar el color rojo y con calostros (leche de vaca recién parida) se tostaban

las albarcas, poniéndolas al calor del fuego.

En los últimos tiempos se pintan con barnices de diferentes tonalidades, que imitan el color de la madera.

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El color negro se ha empleado siempre para las albarcas de mujeres

mayores, para las viudas y cuando se llevaba luto. Además, gastaba las albarcas pintadas de negro el sacerdote del pueblo.

El escritor cántabro Manuel Llano dejó plasmada la variedad de

albarcas en su obra Brañaflor (1931):

Albarcas negras, de cura rural, que brillan en el pórtico, en la ringlera de la feligresía, feligresía demócrata en que los tarugos del labrador infeliz ocupan la misma losa que los del terrateniente acaudalado, de repletos desvanes. Albarcas de señorita remilgada, también negras, de líneas más suaves, más ligeras, más brillantes. Albarcas blandas, sin la color de la alisa, sencillas, pulcras, de hidalgo. Albarcas tostadas, de mozo roncero. Albarcas recias, de pastor. Albarcas con argolla y remiendos de lata en las hendiduras. Albarcas de mozas, con bordados y tarugo leve y motas, a manera de recosido gentil.

Industria y arte peregrino que tiene poesía, que tiene espíritu y colores y brotes negro de ingenio y características maravillosas de la habilidad campesina... ¡Albarcas pulidas de los mozos de Brañaflor, tan pintadas, tan señoras!

Bárcena Mayor

En esta población cerramos el periplo cronológico de nuestro viaje, ya que como hemos podido ver, se mezclan los contenidos y los paisajes en un desorden que intenta ser ameno.

La población de Bárcena Mayor nos sorprende por su entorno digno de pasear sus caminos por la belleza que los envuelve, aunque la población en si quizás nos pueda parecer como un decorado teatral o de zarzuela con un planteamiento exagerado en su decoración y con una carretera de acceso que se nos antoja que va a llegar a una gran ciudad y no a un entorno rural.

A pesar de todo, es una delicia pasear sus calles, degustar ese cocido montañés del que hace gala y departir con sus gentes.

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En la Edad Media se cita al valle de Cabuérniga, entonces

denominado como Kaornega, como entidad territorial. En el siglo IX esta zona fue afectada por un proceso de repoblación, creándose

pequeños núcleos en torno a monasterios que eran señores sobre sus

tierras y sobre sus habitantes.

Se dice que es el pueblo más antiguo de Cantabria.

La historia de este pueblo declarado conjunto histórico artístico parece que se

empeñó en darle a sus piedras una pátina de gloria, pues por ella transitaron

desde legiones romanas a emperadores de la talla de Carlos V, sin olvidar a los

foramontanos, aquellos aguerridos montañeses que repoblaron la Meseta hace

más de mil años.

Y allí, al pie de la vieja calzada, algunas de cuyas pulidas piedras

todavía muestran las huellas de carros y rumores de caballerías, que

atravesaban desde Castilla por Alto Campoo después de pasar el

puerto de Palombera y descender siguiendo el valle de un joven río

Argozas, se apiña el caserío de Bárcena Mayor.

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Sus casas de una soberbia arquitectura montañesa, levantadas con

piedra de sillería y amplios arcos de entrada, son las de unas gentes

habituadas a vivir al ritmo del cultivo de sus campos y al cuidado del

ganado.

Sus albarcas o las cebillas [arnés tradicional de madera para sujetar

al ganado] o reproducciones de yugos que hoy se venden como

recuerdo a todos los que gustan en deambular por el bellísimo casco

urbano, son, como antaño, elaboradas por manos artesanas que han

dado fama al pueblo. Ya que eran muy apreciados los carros, aperos

de labranza, ruedas y demás útiles por los agricultores castellanos.

Del artesano de la madera a la plazuela, donde asoman las siempre

mirando al sur y este y adornadas de flores; o al bar, en el que

socializan propios y recién llegados.

De la amplia portalada donde se recogen los aperos por las callejas a

las que se abren ventanucos y en las que resuena la fuente. Todo en

Bárcena parece rodear al paseante de un bucólico ambiente rural de

montaña ya desaparecido en la mayor parte de nuestra geografía.

Además de conservar el aire medieval de cuando se fundó, allá por el

siglo IX, Bárcena es el único pueblo situado dentro del Parque Natural

del Saja-Besaya.

Está en su corazón, por ello parece de rigor caminar por sus sendas

antes de dejarse llevar por el tentador aroma del cocido montañés,

rey de los fogones del valle, que surge por las puertas de sus casas..

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Entre pastos de montaña esperan hayedos y robledales, así como

sorpresivos encuentros con ciervos, corzos o jabalíes, sus más

destacados moradores.

A pie o por carretera, conviene ascender valle arriba para disfrutar de

la cascada del Pozo del Amo, en la que se despeña un energético río

Saja después de abandonar la Canal del Infierno para volver a casa.