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Cypher Políticas e incentivos a la innovación SINNCO 2010 ISBN 978-607-95030-7-9 1 Políticas industriales, capacidades tecnológicas, innovación y desarrollo económico en America Latina James Martín Cypher 1 Resumen a ausencia de un proyecto sistemático nacional, designado para institucionalizar las capacidades de innovación, constituye un obstáculo estructural crítico para el desarrollo El logro de tales capacidades en los países altamente industrializados es resultado de la construcción de un Sistema Nacional de Innovación (SNI). La creación de un SNI representa un proceso interactivo e interdependiente: Implica la participación conjunta y combinada de los científicos y actores involucrados en las actividades de investigación y desarrollo (I+D) en (1) los sectores público y privado además de (2) las universidades. Estos elementos se combinan con agentes del Estado facultados para financiar y coordinar de manera centralizada la construcción y mantenimiento de los SNI. La construcción de un SNI constituye la creación de un “bien público”. La consecuencia ha sido inducir a "rendimientos crecientes" en los procesos de producción. En América Latina, sin embargo, bajo el dominio del paradigma neoliberal, "los proyectos de acumulación nacional" dejaron de existir a partir de la década de 1970 en adelante. Evitando la creación de bienes públicos, la mayoría de las naciones de América Latina abandonaron sus esfuerzos incipientes para desarrollar la autonomía tecnológica, emprendidos durante el período de industrialización liderada por el Estado (1940-1973). Recientemente, el control monolítico del neoliberalismo se ha debilitado. Brasil ha experimentado, en cierta medida, un cambio paradigmático al mismo tiempo que ha avanzado hacia la creación de un SNI, de ese modo brinda importantes lecciones para otros países de América Latina. 1 Doctor en Economía por la Universidad de California-Riverside, actualmente Profesor Investigador (Economía) en el Doctorado en Estudios del Desarrollo, Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Miembro S.N.I nivel II. La mayoría del trabajo fue traducido por Roberto del Barco. [email protected] L MT 10

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Cypher Políticas e incentivos a la innovación

SINNCO 2010

ISBN 978-607-95030-7-9 1

Políticas industriales, capacidades tecnológicas, innovación y desarrollo económico en America Latina

James Martín Cypher1

Resumen

a ausencia de un proyecto sistemático nacional, designado para institucionalizar

las capacidades de innovación, constituye un obstáculo estructural crítico para el

desarrollo El logro de tales capacidades en los países altamente industrializados

es resultado de la construcción de un Sistema Nacional de Innovación (SNI). La creación

de un SNI representa un proceso interactivo e interdependiente: Implica la participación

conjunta y combinada de los científicos y actores involucrados en las actividades de

investigación y desarrollo (I+D) en (1) los sectores público y privado además de (2) las

universidades. Estos elementos se combinan con agentes del Estado facultados para

financiar y coordinar de manera centralizada la construcción y mantenimiento de los SNI.

La construcción de un SNI constituye la creación de un “bien público”. La consecuencia ha

sido inducir a "rendimientos crecientes" en los procesos de producción. En América

Latina, sin embargo, bajo el dominio del paradigma neoliberal, "los proyectos de

acumulación nacional" dejaron de existir a partir de la década de 1970 en adelante.

Evitando la creación de bienes públicos, la mayoría de las naciones de América Latina

abandonaron sus esfuerzos incipientes para desarrollar la autonomía tecnológica,

emprendidos durante el período de industrialización liderada por el Estado (1940-1973).

Recientemente, el control monolítico del neoliberalismo se ha debilitado. Brasil ha

experimentado, en cierta medida, un cambio paradigmático al mismo tiempo que ha

avanzado hacia la creación de un SNI, de ese modo brinda importantes lecciones para

otros países de América Latina. 1 Doctor en Economía por la Universidad de California-Riverside, actualmente Profesor Investigador (Economía) en el Doctorado en Estudios del Desarrollo, Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Miembro S.N.I nivel II. La mayoría del trabajo fue traducido por Roberto del Barco. [email protected]

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Palabras clave: sistema nacional de innovación, tecnologías sociales, estructura

institucional, políticas industriales.

Sobre las instituciones: incluyendo la tecnología

La tecnología puede ser definida como la aplicación del aprendizaje humano a los

procesos de producción. El enfoque institucional para la comprensión del rol y la

naturaleza de la tecnología ha sido objeto de varios debates. Algunas formulaciones

argumentan que la tecnología es una fuerza dinámica, pero que sus beneficios

potenciales deben ser filtrados a través de un conjunto de instituciones anquilosadas.

Mientras más anquilosada la estructura institucional —más ceremonial la estructura

institucional— menor la probabilidad de que muchos de los beneficios potenciales del

cambio técnico o desarrollo tecnológico puedan ser alcanzados. Sin ello, el desarrollo

económico es dependiente del proceso exhaustivo —la utilización de más insumos para

alcanzar mayor producción, presumiblemente en el contexto de rendimientos

decrecientes. Se comprende, entonces, que Thorstein Veblen, acreditado con la primera

formulación institucionalista, mantenga la postura de que las instituciones incrustadas

“imbéciles” se sostienen a través del progreso económico, ya que los “intereses creados”

se esforzarían en bloquear los “huracanes de destrucción creativa” que Joseph

Schumpeter definió como el significado por el cual los nuevos paradigmas tecnológicos

fueron incorporados en el proceso de producción. Las instituciones latinoamericanas

fueron forjadas en el Siglo XVI, en un momento histórico cuando elementos depredadores

rentistas del feudalismo Español estaban en plena vigencia. El desprecio ante el trabajo

humano y la cultura del uso de herramientas que rodeaba y alimentaba el proceso de

trabajo, fue el sello del imperio Español, transferido e integrado en Latinoamérica. En la

tensión entre el ceremonialismo y el instrumentalismo, a menudo dominó el

ceremonialismo, compitiendo contra el dinamismo tecnológico.

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Goeffrey Hodgson señala que las instituciones deben ser comprendidas como “un tipo

especial de estructura social” (Hodgson, 2006: 2). De acuerdo con Richard Nelson, las

instituciones se constituyen en “la forma predominante de hacer las cosas”; básicamente

“los factores y fuerzas que moldean y sostienen en su lugar las tecnologías sociales” —

siendo éstas últimas “la manera en la que el trabajo se divide y coordina” (Nelson, 2008:

2-3). En esta formulación, el desarrollo es comprendido como un asunto de la co-

evolución de instituciones y tecnología (Nelson, 2009). En esta formulación, entonces, las

instituciones también evolucionan, —esto significa que no se las visualiza como estáticas.

Hodgson insiste en que la tecnología es un tipo de institución (o al menos un proceso

frecuentemente cargado de prácticas institucionales) que Veblen reconoció como tal, y

que si bien la tecnología y las instituciones pueden estar en ocasiones en conflictos, la

noción comúnmente aceptada de una dicotomía entre tecnología (instrumental) e

instituciones (ceremonial) es incorrecta (Hodgson, 1998: 58-61). El cambio institucional no

es siempre, o invariablemente impulsado, por dinámicas tecnológicas —el cambio

institucional es también resultado tanto del proceso de “desplazamiento”, de la rivalidad

como también de las fuerzas de cambio social. Tampoco es una tecnología ajena a las

fuerzas de la costumbre y tradición. En una declaración en 1898, Veblen presentó las

fuerzas tecnológicas como algo que confiere una “comunidad industrial”, la cual siempre

cuenta con un grupo suficientemente amplio para contener y transmitir las tradiciones,

herramientas, conocimiento técnico, sin los cuales no puede haber organización

industrial’” (Hodgson, 1998: 61—citando Thorstein Veblen, Essays in our Changing Order

p. 34). La tecnología, para Nelson, se divide entre tecnología física y tecnología social —

consistiendo ésta última en “modos habituales de organización” los cuales hacen de los

demás dificultosos o no factibles en la sociedad.” (Nelson, 2008: 3).

América Latina (AL) ha luchado por siglos contra una serie de instituciones relativamente

inmutables, en donde la “forma predominante de hacer cosas” se ha auto-reforzado y la

porción de la sociedad comprometida con el mantenimiento y perpetuación de las artes

tecnológicas, ha sido marginada y disminuida. La tensión entre lo ceremonial y lo

instrumental rara vez se ha puesto en descubierto. El carácter rentista de corto plazo, que

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floreció en la industria minera al comienzo de la era colonial, se extendió en la sociedad

Española hasta el grado de que la comunidad industrial española fue abandonada

mientras que la de Holanda surgía como la maldición de los recursos durante el Imperio.

Retornos fáciles y rápidos fueron nuevamente la esencia de la economía de exportación

agro-mineral del siglo XIX lo cual se disfrutó por en un periodo considerable de alzas en

los términos de intercambio. Cuando los términos de intercambio se volvieron adversos

para los productores primarios —después de un periodo de desorientación— AL se sumió

en la Industrialización por sustitución de importaciones (ISI) desde 1940 en adelante, si es

que no fue desde mucho más antes. Durante este periodo, como se comenta más

adelante, AL empezó adquirir considerables capacidades tecnológicas. Los golpes

militares —organizados, financiados e incursionados por vestigios neo-feudales de la élite

agro-mineral atino americana, que habían sido subordinados por la nueva ola de

industrialización y por firmas de oligopolio, las cuales se resistieron a las políticas de

redistribución de ingresos de los sindicatos y a los cambios de poder institucionales de la

era ISI— pusieron fin con el ISI en el cono sur desde 1973 en adelante. Poco después de

que la crisis de la deuda brinde la oportunidad de desbaratar por completo lo que quedaba

de las naciones dominadas por el ISI, y ser ésta caracterizada como una ideología

retrógrada, el FMI y el Banco Mundial (BM) hicieron causa común para imponer una

reestructuración vía “austeridad” y programas de ajuste estructural (Cypher 1989). La era

neoliberal trajo de retorno a las estrategias de exportación agro-minerales (algunas veces

establecidas como exportaciones “no tradicionales”) y un nuevo modelo ensamblador de

mano de obra barata. En otras palabras la “primarización” a través de la exportación de

materia prima apenas procesada, commodities y trabajo, representados en productos

manufacturados controlados por un “nuevo sistema globalizado de producción “de

empresas transnacionales y consorcios nacionales (grupos), se convirtió en el modus

vivendi, o la nueva estructura de acumulación. En este modelo, existía muy poco espacio

para procesos autónomos industriales y, consecuentemente para el desarrollo de sus

propias capacidades tecnológicas.

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Industrialización por sustitución de importaciones y estructuras económicas latinoamericanas Los términos son extremadamente importantes al elaborar los temas de discusión y al

comprender los procesos históricos. En la controversia sobre el impacto y efectividad de

la “industrialización por sustitución de importaciones (ISI)” el término mismo puede ser

tomado para expresar algo que el proceso histórico negó: es decir, cuando Latinoamérica

llevó a cabo un periodo intenso de rápida industrialización el objetivo no fue ningún acto

mecánico de “sustitución”, la meta era alcanzar un alto grado de eliminación del consumo

de bienes duraderos y no duraderos de la balanza de pagos. Este es un importante punto

de partida en el debate sobre la eficacia de lo que convencionalmente se ha llamado ISI,

ya que a lo largo de AL por los años 70, si no a inicios de los 80, coros de voces se

alzaron pregonando que esta política, sobre la base de tales procesos de “sustitución”, en

gran medida había sido alcanzada. Por consiguiente –fue ampliamente proclamado

que— el ISI estaba “agotado” (Boltvinik y Laos, 1981).

Mientras que la retórica de “agotamiento” estaba al orden del día, los críticos no

comprendieron que lo que podía mejor ser denominado como “Industrialización Liderada

por el Estado” se consiguió a partir del esfuerzo social concertado para construir un

“modelo de organización social que tenía como objetivo principal nada menos que

modificar las reglas de apropiación del excedente generado por el sector primario de la

sociedad, y canalizarlo a la financiación del desarrollo de la manufactura” (Katz and

Kosacoff, 2003:82). Hubo un esfuerzo generalizado de reestructurar sociedades enteras

—esto constituyó la búsqueda iterativa y la construcción de una estructura de

acumulación integradora. Por tanto, tuvo amplias implicaciones en términos de creación y

de distribución de ingresos. Se intentó desplazar la estructura socio económica abierta

pasiva del enclave de la acumulación centrada basada en patrones coloniales y

neocoloniales de especialización con un activo socialmente construido mucho más

inclusivo que el modo de acumulación. Este proceso fue determinado o condicionado

históricamente por la Gran Depresión, que congeló el comercio internacional y los flujos

de capital, estableciendo principalmente los precios de los commodities en una etapa de

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profunda caída. Su justificación teórica se basa —en primera instancia— en el trabajo de

Raúl Prebisch y Hans Singer con respecto a los términos seculares de disminución de

comercio de productos primarios, y en rechazo de lo que Albert Hirchman había

denominado “monoeconomía”, a favor del análisis que llevó al primer plano la naturaleza

bifurcada de los patrones asimétricos o de intercambio internacional (Cypher and Dietz,

2009, 93:168-180). De similar importancia fue el amplio cuerpo de trabajo producido por

Celso Furtado y otros (incluído Aníbal Pinto) quienes formularon lo que se conoce como

“AEAL”- Análisis estructural de América Latina. (Cypher y Dietz, 2009:187-189; da Motta e

Albuquerque, 2007; Guillén y Vidal ,2008; Pinto, 1965; Torres y Mallorquín, 2006: 2-96).

El análisis estructural de América Latina (AEAL) constituyó una clara ruptura con la forma

dominante de comprender la naturaleza y funcionamiento de la economía política en

América Latina (AL), la cual hasta 1920 se había basado en una aplicación muy estricta

de la economía clásica anglosajona, a menudo denominada “liberalismo”, como una

comprensión desde el extremo de las ideas laissez-faire y la influencia de Gustave

Courcelle-Seneuil en Chile (Hirschman, 1989). América Latina logró un cambio

paradigmático con respecto a la política económica a inicios del siglo XX: pudiendo

denominar a este cambio, como lo ha hecho Erik Reinert, como un cambio desde el

modelo “Smithian”— basado en relaciones sociales de intercambio o “circulación” — a

uno en que la economía política está basada en la producción (Reinert, 2009: 344-345).

En el marco de la economía basada en la producción, hay un rechazo declarado de la

supuesta igualdad neoclásica en que “todas las actividades son cualitativamente

parecidas como portadoras de desarrollo económico” (Reinert, 2009: 344). En lugar de

ello, Reinert lanza nuevamente una distinción hecha por Francis Bacon, cuyo 1620

Novum Organum argumentó que las tres diferencias convencionales citadas para explicar

la fortaleza o debilidad económica —raza, suelo y clima— eran erróneas (Reinert, 2009:

335). Por el contrario, Bacon sostuvo que las discrepancias en las condiciones de

bienestar económico se explican a partir de lo que él llamo “las artes”. Por esto, Reinert

argumenta que, Bacon estuvo esencialmente enfocado en los procesos de producción

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porque ellos son, bajo estructuras institucionales constructivas, la manera en la cual los

nuevos conocimientos (“artes” o “tecnología”) pueden ser creados, adaptados y aplicados.

Volviendo a nuestro enfoque, del cambio paradigmático sobre las estrategias de

industrialización liderizada por el Estado en Latinoamérica, encontramos en el plano

político un abandono abrupto de laissez-faire a favor de un enfoque singular de una

política económica basada en producción. Vale la pena recalcar que este nuevo enfoque

se generó muy rápido y sostenidamente en muchos países —el caso de México, donde el

crecimiento anual real del PIB superó el seis por ciento por año desde 1940 -1082, es

frecuentemente citado. Por qué tales resultados fueron posibles y por qué este “modelo”

fue abrupta y completamente abandonado? (excepto en Brasil, donde fue trucando) serán

los cuestionamientos analizados a continuación. Sin embargo antes de entrar en estos

temas, el abandono de la economía clásica anglosajona para dar un giro hacia el

“estructuralismo” merece algunos comentarios: Se ha sostenido que AEAL surgió, en

parte, desde las primeras formulaciones desarrolladas por la Escuela Histórica Alemana y

luego se utilizó, adaptó y aplicó a numerosas investigaciones, casos de estudio,

nacionales realizadas en el Centro de Investigación de las Naciones Unidas, conocido por

su acrónimo en español CEPAL —formalmente la Comisión Económica para América

Latina y el Caribe (Love, 2005, Sunkel, 2006).

La escuela histórica alemana otorgó un lugar privilegiado a la economía nacional,

mientras que las formulaciones anglosajonas (tanto la clásica y la neoclásica) enfatizan en

las posibles tensiones entre los componentes interactivos de la economía (consumidores

y proveedores bajo el supuesto de competencia perfecta) y un Estado reducido que debe

cumplir un rol esencialmente de “observador” pasivo. En contraste, la Escuela histórica

alemana creía que —en la formulación 1893 de Karl Bücher— el foco de la economía

debería ser en “la totalidad de las instituciones, medidas y procesos, los cuales son los

llamados a satisfacer las necesidades de una nación”, puesto que ellos se constituyen en

los elementos estructurales formativos de la economía nacional (Reinert, 2009: 346). A

diferencia de la variante histórica anglosajona, la escuela histórica alemana comparte con

la escuela de economía Institucional la insistencia en los procesos evolutivos que

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demandan una recalibración continua del análisis económico como del movimiento

económico nacional a través de sus distintas etapas. Se reconoce que la versión del

institucionalismo de Veblen fue considerablemente influenciada tanto por su afinidad

como por su resistencia a las ideas principales de la escuela histórica alemana.

En el caso de la CEPAL, un contraste muy similar entre las formulaciones anglosajonas y

la de AEAL constituye el punto de partida para un trabajo reciente y extremadamente

importante, en lo que concierne a la adaptación tecnológica y duración de la era ISI,

realizado por Jorge Katz y Bernardo Kosacoff (Katz y Kosacoff, 2003). Su análisis

empieza por centrarse en lo que ellos denominan “una profunda brecha epistemológica

entre una corriente de pensamiento estructuralista que se origina en la escuela histórica

alemana” y las contribuciones de los pensadores británicos clásicos como Adam Smith

(Katz y Kosacoff, 2003: 58). Los autores hacen hincapié en que, para la escuela histórica

alemana, la perspectiva respecto al desarrollo implicaba

“…una postura predominantemente intervencionista proveniente de la necesidad alemana de cerrar la brecha tecnológica relativa que en este entonces mostraba respecto con las mejores prácticas británicas. En función de ello, pone al Estado como agente central del cuadro de organización social, coordinando y dirigiendo las relaciones económicas individuales” (Katz y Kosacoff, 2003: 58).

Si bien esta perspectiva informaba del trabajo de la CEPAL, en la década de 1950,

posteriormente en opinión de los autores, la perspectiva central de la investigación guiada

por la organización ha evolucionado para incluir el trabajo de los “regulacionistas”

franceses, en particular Boyer, y el de los “evolucionistas” particularmente Schumpeter y

Richard Nelson. Una síntesis de las líneas heterodoxas del análisis ha resultado en que

los factores determinantes de crecimiento económico a largo plazo no se establecen en

cuanto a la asignación de recursos a través de señales de precios adecuadas, “sino que

en la creación y consolidación de nuevas instituciones” y en “el desarrollo de capacidades

y competencias tecnológicas propias” (Katz y Kosacoff, 2003: 59). Esto, entonces, es

extremadamente cercano a la posición tomada por Hodgson y Nelson sobre el proceso

de co-evolución entrelazado con el avance tecnológico y la recomposición institucional. La

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industrialización es vista como la actividad clave de una estrategia de desarrollo, puesto

que: “…dan forma y contenido a una vasta “cultura” productiva e institucional que permea a lo largo de la comunidad. Tal “cultura” —que comprende tanto saberes tecnológicos, como también las capacidades de gestión empresarial y hábitos de comportamiento laboral— constituye un “capital social” de gran importancia que condiciona—y a su vez, es condicionado por—el sendero evolutivo que transita la sociedad” (Katz y Kosacoff, 2003: 60).

La brecha entre la economía anglosajona y la de la CEPAL nunca fue más evidente que

aquella en las críticas formuladas por los economistas neoclásicos, con relación a lo que

ellos entienden por la Industrialización por Sustitución de Importaciones. Cabe destacar al

respecto, que ha sido bien conocida y recibida la parodia del ISI como una política ridícula

que abrió el camino a una conducta de “búsqueda de rentas” tan profunda como para

poner en marcha un proceso que sólo profundizo el subdesarrollo (Krueger 1974). Según

Katz y Kosacoff, el resultado de tales intervenciones fue dejar la impresión de que el ISI

solamente daba a las naciones de la periferia “agentes públicos corruptos y empresarios

rentistas que sólo fueron capaces de instalar plantas productivas ineficientes, sin la

capacidad para enfrentar el desafío de los competidores internacionales” (Katz y Kosacoff,

2003: 62). Enfrentando este estereotipo superficial estos autores presentaron un volumen

de evidencia para mostrar que, antes de la destrucción del aparato productivo puesto en

moción por el proceso de la industrialización dirigida por el Estado—por parte de un serie

de golpes de Estado por parte de la ultra-derecha en el cono Sur entre 1973-76, o por

programas de “austeridad” y “ajuste estructural” por parte del FMI-BM en los primeros

años de la década de los ochenta—el enfoque basado en la producción de la CEPAL,

influenciado por la formulaciones de la escuela histórica alemana, ha rendido resultados

loables y promisorios en muchos países de AL. Esta realidad, generalmente no apreciada,

no es tan sorpresiva porque un grupo de países en Asia fueron capaces de alcanzar en

los ochentas y noventas, verdaderas políticas industriales a diferencia de AL. Y, en cierto

grado, el éxito de Brasil en lo que se refiere a su capacidad de sostener políticas del

dinamismo tecnológico, es resultado de los límites encontrados por parte de los

defensores del modelo neoliberal en este país.

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En cuanto al término “políticas industriales”, vale la pena recordar la perspectiva de Dani

Rodrik, para recordar que esto es, realmente, un sinónimo de ISI —algo comúnmente mal

entendido a lo largo de AL:

“El modelo correcto por la política industrial no es lo de un gobierno autónomo aplicado impuestos y subsidios óptimos, pero de una estrategia de colaboración entre el sector público y el gobierno con el fin de describir por donde queda los obstáculos más significativos para la reestructuración y qué tipo de intervención es más propicio para eliminarlos. …se necesita que la análisis de la política industrial es enfocada no solamente en los resultados de la política industrial…sino que de ser enfocado en el bien manejo del proceso de la construcción de las estas políticas. Hay que ser preocupado sobre la manera del diseño de un entorno en lo que los actores privados y públicos se reúnen para resolver los problemas de la esfera productiva, en donde los dos lados pudieron aprender de los oportunidades y barreras enfrentado por los otros y no por las herramientas correctas por la política industrial….como los subsidios hacia la I+D…. Entonces la manera correcta de pensar en la política industrial es un proceso de descubrimiento… Los argumentos tradicionales en contra de la política industrial se pierdan mucha de su fuerza cuando podemos ver la política industrial en estos términos” (Rodrik, 2004: 4).

Como se ha señalado, aún por parte de los mas reconocidos economistas neoclásicos, el

tratamiento omnipresente de los neoclásicos en cuanto a la tecnología consiste en un

juego de supuestos patéticos que retratan un mercado ficticio en donde existe compra-

venta de la tecnología bajo condiciones de libertad y apertura, haciendo posible el hecho

de comprar “del estante” una gama completa por parte de uno y otros. En ese contexto,

no existe la necesidad de políticas industriales porque, por definición, el “estado del arte”

de cualquiera de las áreas de producción puede ser adquirido del “mercado” exactamente

en la cantidad y calidad deseada —dado que todo es divisible, hasta el conocimiento. Por

este juego de supuestos,

“…el modelo neoclásico sencillamente se cierra a la posibilidad de entender la complejidad histórica y cultural de aprendizaje tecnológico, y la profunda influencia que lo institucional tiene en el sendero del aprendizaje de toda comunidad. … El modelo fracasa aquí en comprender la enorme importancia que tienen otras instituciones además del mercado para dar forma al desarrollo evolutivo de la sociedad y el papel que la dimensión histórica cumple en todo esto” (Katz y Kosacoff, 2003: 63).

Por “desarrollo evolutivo” y “dimensión histórica” los autores tenían como propósito

destacar el hecho de que las políticas de ISI fueron implementadas para facilitar un

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proceso de maduración de las fuerzas productivas. En términos concretos, lo que esto

significó a lo largo de AL (entre los años 1940-1970) fue que:

“…con la expansión industrial infinidad de empresas de la región, ramas completas de actividad, regiones, fueron desarrollando una base tecnológica propia y un acervo de conocimientos empresariales y técnicos, así como calificaciones operarias, hábitos de comportamiento laboral, modos de organización de la producción, mecanismos de interacción social, formas de confianza mutua e interdependencia entre agentes productivos, etc., que les permitió mejorar de manera significativa la productividad relativa de factores, cerrando la brecha que originalmente los separaba [América Latina] del panorama internacional” (Katz y Kosakoff, 2003: 64).

Esta interpretación—radicalmente distinta aquella retratada por los neoclásicos y los

analistas dependentistas, quienes insistieron en el “agotamiento” de las políticas de ISI—

está basada en un conocimiento profundo de los factores dinámicos involucrados en la

rápida expansión de las fuerzas de producción en esta época. Enfatizaron en una serie de

factores que han recibido muy poca atención, incluido (1) el rol importante de los dueños

de empresas adaptables y emprendedoras (muchos de los cuales provenían de los

contingentes de inmigrantes europeos), (2) la habilidad del Estado para coordinar los

grandes componentes del capital con el objeto de financiar el desarrollo de la industria

pesada a partir de la creación de empresas paraestatales, como también (3) el

aprovisionamiento de la infraestructura necesaria.

“Con base en esto, en equipos de capital usados y reparados, en maquinaria autofabricada y en diseños de productos que muchas veces eran copias de un similar europeo o estadounidense con uno o dos decenios de antigüedad, muchas de estas empresas comenzaron a producir de manera local equipos de capital relativamente sencillos—como motores eléctricos, bombas hidráulicas, maquinaria de uso agrícola, etc.--, así como también productos químicos, farmacéuticos, de caucho, etc., que antes se importaban” (Katz y Kosakoff, 2003: 68).

Como resultado de tales prácticas, la productividad laboral en Argentina, Brasil, Colombia,

México y Perú aumentó a un ritmo mayor que la de su similar en Estados Unidos, durante

el periodo de los años 1950-1973 (Castaldi, et al., 2009: 44). Posteriormente, a medida

que las naciones se alejaron, o se vieron forzadas a abandonar las estrategias lideradas

por el Estado, sus niveles de productividad cayeron de manera dramática, hasta el 2007.

Lo que se había logrado en América latina en el periodo de 1940-1980 no fue equivalente

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al éxito de varios países asiáticos desde los años cincuenta hasta el presente; esto por

numerosas razones incluyendo el énfasis en alcanzar altos niveles de exportación,

mayores niveles de inversión y la capacidad de orquestar procesos de mejoramiento

[upgrading] (Cypher and Dietz, 2009: 308-332; Mah, 2007). Los casos asiáticos han sido

bien entendidos — por lo menos para los que no insistieron en poner su visión encima de

la realidad, como el BM (Amsden, 2001: World Bank 1993). Pero, lo que se ha perdido en

el afán de condenar las políticas industriales dirigidas por el Estado en general, y en

particular en AL, argumentan Katz y Kosakoff, es un riguroso entendimiento de los

procesos microeconómicos autónomos del aprendizaje y la actualización continua, los que

se darán lugar a una la salida potencial y la promesa. En este entorno, ellos notaron que,

“Numerosas compañías reaccionaron …creando departamentos o grupos ad hoc de ayuda técnica de planta, de ingeniería de procesos de organización y planeamiento de la producción, etc., cuyo propósito fundamental era generar unidades incrementales, de conocimientos tecnológicos sobre la base de mejorar el diseño del producto, los procesos productivos, la organización del trabajo, los lay-out de ingeniería, las técnicas de control de calidad, las normas de producción empleadas en planta, etc. En innumerables oportunidades dichos grupos de ingeniería acaban diseñando máquinas que luego se autofabrican en los talleres de mantenimiento de las mismas empresas” (Katz y Kosakoff, 2003: 72).

Habiendo añadido de manera secuencial las capacidades tecnológicas y las capacidades

de las empresas en Argentina, Brasil y México, estas tres naciones empezaron a exportar

—primeramente a los países cercanos para luego hacerlo a las naciones industriales más

avanzadas. Sin embargo, muy raras veces, por no decir nunca, éstas empresas

demostraron la vocación para las exportaciones, tal como ha sido el común en gran parte

de las naciones de Asia. A partir de una serie de estrategias de “adaptación”, en

numerosos casos —particularmente en la década de los años sesenta— tanto las

empresas locales como aquellas ubicadas a lo largo de Latinoamérica, demostraron de

manera gradual su habilidad de cerrar algunas de las brechas tecnológicas con los países

industriales avanzados. Esto último llego al punto donde el síndrome de “exportador

renuente” había sido superado y las empresas competitivas “maduras” tuvieron la

capacidad de exportar más del 20% de su producción, demostrando las bondades de la

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ventaja competitiva dinámica. En el período previo a los golpes de Estado militares que

posicionaron a los economistas de la Escuela de Chicago en el poder en el Cono Sur:

…el gradual incremento de la capacidad tecnológica interna y el creciente aumento del grado de refinación tecnológica de muchas de estas empresas hicieron que algunas de ellas incursionaron no sólo en exportaciones de bienes finales sino que también exportaran tecnología pura por medio de plantas fabriles completas, entregadas “llave en mano” a empresas de terceros países de la región, así como licencias de productos y/o procesos localmente diseñados y/o “adaptados” a las condiciones nacionales de producción y/o utilización y servicios de ayuda técnica de producción a empresas de menor grado de desarrollo tecnológico (Katz y Kosakoff, 2003: 76).

Se ha considerado en extenso a los autores de la CEPAL tanto por la importancia de sus

hallazgos, en términos de cualquier debate relacionado al estado del retraso actual de las

artes industriales en Latinoamérica, como también porque ellos cuentan con

documentación cuidadosamente sistematizada y contextualizada que facilita la

reevaluación de la industrialización liderada por el Estado en Latinoamérica. Hasta hace

poco, la comprensión del periodo ISI ha sido hegemonizado tanto por los analistas

neoclásicos como también por aquellos que dan cuenta de las formulaciones de

dependencia, quienes han insistido, muy erróneamente, que el ISI estaba “agotado” y

nunca más, en esencia, podría constituirse en una solución a la asignación de recursos de

manera ineficiente. Los argumentos neoclásicos se han basado exclusivamente en

conceptos estáticos y la idealización falsa de la competencia perfecta, si considerar en

esencia el mayor problema del desarrollo.

El otro “canon” y el dinamismo tecnológico

Hemos dedicado la mayor atención posible a las formulaciones de los autores de la

CEPAL puesto que, incluso aquellos quienes se entienden como auto-referentes en lo que

denominan el “Otro Canon” —muy especialmente Carlota Pérez y Eric Reinert— repiten

los más anquilosados y menos documentados clichés del melodrama profundamente

rentista de Ann Krueger (Pérez, 1996 12, 16; Reinert, 2008: 311-312). Sería difícil

encontrar una discusión menos matizada, sobre la “leyenda Negra” del ISI, por parte de

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cualquier neoliberal dedicado que aquella que ofreció Pérez—una investigadora

destacada por sus ideas creativas sobre la importancia de la tecnología e innovación en

un perspectiva evolutiva institucional. Según ella, la época de ISI fue definida por “modos

de maximizar la rentabilidad que hicieron de la dependencia del Estado una conducta

racional y beneficiosa para la empresa” (Pérez, 1996: 12). De manera similar, enfatizó la

debilidad de los esfuerzos en tecnología, aprendizaje o entrenamiento en la época de ISI

y la centralidad de los subsidios y regulaciones sin sentido, creados por el Estado en un

entorno en donde “la penetrante presencia del Estado en las actividades diarias de cada

empresa, no solo generó hábitos de dependencia sino que también promovió la

corrupción en ambos lados del laberinto burocrático y desestimuló la verdadera iniciativa

empresarial” (Pérez, 1996). Esta corriente de comentarios no está respaldada ni por una

sola pieza de evidencia empírica ni por cualquier citación. En las secciones anteriores

hemos presentado evidencia, sobre todo de los de la CEPAL, que la crítica convencional

que presentó Pérez esta fuera de los acontecimientos de la época de ISI.

Asumiendo que los lectores del trabajo de Pérez están bien familiarizados con las obras

clásicas de A. Amsden y R. Wade, sobre los países “milagrosos” de Asia y el papel del

Estado en el desarrollo de estos países, sería difícil de entender la línea de análisis

presentado por esta autora (Amsden 1989; 2001; Wade, 1990). Amsden argumentó, con

bastante respaldo documental, que “la distorsión de precios” fue una medida integral para

el éxito de estas naciones. Todas las investigaciones disponibles sobre estas naciones

demostraron que el éxito derivó de un proyecto de desarrollo dirigido por el Estado que

forzó la construcción de un “nexo entre las exportaciones y las inversiones”. O sea, fue

una relación de reciprocidad entre el sector público y privado. Los países asiáticos

desarrollaron un proyecto de Estado—pero todo se basó en la reciprocidad en donde la

intervención del Estado era complementada por acciones constructivas por parte del

sector privado. Aunque en Asia la ayuda hacía el mercado exterior fue complementada

por inversiones realizadas por el sector privado, en el caso de AL—dejando de lado la

cuestión del mercado exterior—el Estado no demandó cumplimento y no condicionó su

ayuda para lograr objetivos consistentes en la montaje de un proyecto de acumulación.

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Existe sin embargo, una falla más profunda en la crítica de Pérez y los que comparten

esta percepción convencional: en los noventas las políticas del Estado, mencionadas por

ella, fueron eliminadas en AL por más de diez años en algunos países y en otros incluso

(como Chile) por más que veinte años. Entonces, según la versión convencional que

asumió que todos los males de AL fueron por las políticas de ISI, ¿Por qué después de

este periodo no ha florecido el sector privado—hasta constituirse en la fuerza locomotora

que jale a los países hacia el desarrollo—en la nueva era neoliberal? Según ella, en la

sección citada arriba, podrían ser los “hábitos”—quienes juegan un papel determinante en

relación con el concepto de la “dependencia del sendero” [path dependence]— los que

pudieran explicar la ausencia del crecimiento adecuado y sostenido en AL, hasta el

momento en el que llegó el efecto exógeno del auge de las commodities a fines de 2003

(Cypher, 2009).

Como hemos mencionado, en la formulación de Veblen y en la versión actualizada de

Hodgson y Nelson, las proposiciones institucionales evolucionan—aún incluyendo los

“hábitos”. Pero si el problema pudiera ser el papel del Estado—se debe constatar con el

hecho en que en Corea, y otros países de Asia, las condiciones construidas por el modelo

del desarrollo dirigido por las políticas industriales del Estado fueron el factor clave en el

logro de la frontera de capacidades tecnológicas (Mah, 2007).

De acuerdo con A. Gershenkron y Veblen—quienes fueron los primeros en poner énfasis

en “los meritos de tomar prestado y el castigo de estar a la cabeza” — Pérez sostiene que

los países en desarrollo pueden saltar a una “ventana de oportunidades” como también a

nuevos “paradigmas tecno-económicos” con cierto grado de regularidad, debido a las

“oleadas” económicas creadas por la evolución de los “paradigmas” tecnológicos (Pérez,

2003). Postuló, en los noventas, que el nuevo paradigma era el de lo de modos de

producción flexibles basadas en las TIC (tecnologías de información y comunicación).

Pérez sostiene que el problema clave para la inclusión de Latinoamérica en el nuevo

paradigma fue su pasividad tecnológica. Esto último como legado de las sofocantes

políticas del ISI (Pérez, 1996: 13). Esto, resulta en una inversión de alcances históricos de

las políticas de financiamiento e impulso lideradas por el Estado (aunque de manera

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insuficiente), con un sorprendente grado de innovación tecnológica en condiciones muy

adversas. Pero, una vez que las naciones latinoamericanas comenzaron a construir una

matriz institucional basada en la primacía de las fuerzas de mercado (iniciándose en

Chile en 1973) ha sido posible seguir el rastro del grado de incremento en la pasividad

tecnológica, tal como los registros de los casos de Chile y México lo revelan (Cypher,

2005; Cypher y Delgado, 2010).

Pérez, insistió en que las políticas industriales del ISI fueron la causa de la pasividad

tecnológica y que explican el bajo nivel de productividad (Pérez, 1992: 14). Se ha

documentado en párrafos anteriores, que los niveles de productividad para los principales

países latinoamericanos entre 1950 y 1973, durante lo que fue denominada “la época

dorada” para la economía de los Estados Unidos, fueron lo suficientemente dinámicos

para acortar la brecha de productividad. Esta pasividad, producto de las intervenciones

del Estado, sirve para explicar el bajo nivel de la inversión en investigación y desarrollo

para las empresas latinoamericanas. Una vez más, sin embargo, en la era neoliberal —

cuando las fuerzas del mercado han quedado libres para determinar las condiciones

económicas— el gasto en Investigación y Desarrollo de las empresas mexicanas ha caído

aún mas y se ha dirigido a los aspectos más superficiales como el marketing en lugar de

la producción (Cimoli, 2000).

Los bancos del desarrollo, sobre todo BNDES en Brasil y NAFINSA en México fueron

agentes “empresariales”—en el sentido Schumpeteriano—de las políticas industriales

dirigidas por el Estado (Arés, 2007). A pesar de los resultados bien documentados del

exitoso papel de las instituciones financieros como NAFINSA, Pérez afirma que estos

bancos “nunca aprendieron a aceptar la innovación y el riesgo” (Pérez, 1996: 15). Incluso,

afirma, en la nueva era cuando el ISI se había extinguido, las empresas privadas no

podían esperar alcanzar competitividad, pues no existía una matriz constructiva

institucional que facilite la transición desde la pasividad tecnológica al dinamismo

tecnológico. Esto, sin embargo, es un tema complejo que requiere una contextualización.

En el caso de México ha habido un gran esfuerzo para destruir una institución formativa y

con ella el impresionante “capital social” de Nafinsa. Es difícil de entender como un

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llamamiento para el fin del desarrollo impulsado por el Estado podría haber tenido otro

resultado. En el caso del BNDES, precisamente porque ellos mantuvieron una resistencia

limitada pero sistemática a la destrucción de las instituciones lideradas por el Estado, se

ha mantenido un rol de liderazgo —innovación financiera y riesgo tanto para el éxito de

las empresas públicas (por ejemplo PETROBRAS), la articulación de empresas público-

privadas y empresas del sector privado.

En 2008 Pérez argumentó que la salida para AL podría darse por medio de la explotación

de las potencialidades escondidas dentro de las industrias intensivas en recursos

naturales (Pérez, 2008). A esto llamamos un enfoque de “retorno al siglo XIX” (Cypher,

2009). Pérez sugiere que, a diferencia del siglo XIX, los países de America Latina

deberían tratar de llevar a cabo actividades con mayor valor añadido relacionadas con el

procesamiento de sus recursos, esto lo sostiene sin indicar su familiaridad con la literatura

canadiense sobre este tema conocido como la “staples thesis”. Pero, en AL existen pocos

indicios de los efectos de arrastre, de causalidad acumulativa, y de los círculos virtuosos,

conceptos planteados por H. Innis y otros canadienses también influidos por Veblen, en

cuanto a una economía basada en recursos naturales. Sin embargo, un análisis profundo

a la industria minera del cobre en Chile ha mostrado que el país transandino no se ha

movido en esa dirección (Cypher, 2005). De hecho, se ha visto en Chile un mayor grado

de exportación de minería extractiva sin refinar, mientras que las capacidades

tecnológicas endógenas en minería y en el procesamiento minero se han reducido. Una

porción cada vez mas grande de la minería se encuentra bajo la conducción de las

corporaciones transnacionales, quienes se dedican a transferir porciones importantes del

PIB anual chileno a sus respectivas corporaciones de origen, en los países industriales

avanzados (Cypher, 2009).

En contra sentido, Pérez planteó, que en la nueva era de la revolución de TIC, las

transnacionales se esfumaron. Hoy en día, por un cambio en la paradigma tecno-

económico, las empresas son corporaciones globales (CG) que “siguen una nueva lógica”

porque una nueva estructura institucional de acumulación emergió—una “nueva

organización de redes” (Pérez, 2008). Según esta autora, las privatizaciones realizadas a

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lo largo de AL en el curso de los años setentas, ochentas y noventas han facilitado la

interfaz con estas nuevas CG—dándose el caso de que el sector privado de AL ha sido

(¿por la “mano invisible” del mercado?) funcional en el desarrollo de capacidades

tecnológicas. Todo eso de la funcionalidad es 180º contrario de los que pasó en la época

de las políticas industriales impulsadas por el Estado. Entonces, por un lado, las CG son

transmisores de la tecnología y por el otro lado, las nuevas empresas ex-públicas son

(aparentemente) capaces de mejorar [“upgrade”] la nueva tecno-estructura de estas

empresas ya privatizadas. O sea, los gerentes, los profesionales y los técnicos—los que

forman esta tecno-estructura—hoy en día fungen como receptores funcionales en el

nuevo entorno de las nuevas organizaciones de redes. Por tanto, Pérez sostiene que

una nueva lógica empresarial (aparentemente más propensa a incorporar las necesidades

de desarrollo de Latinoamérica) y la creciente dependencia de América del Sur en cuanto

a las exportaciones de materias primas, han creado condiciones favorables para un

paradigma nuevo del desarrollo basado en una relación de “suma positiva” (Pérez, 2008,

12). Esta interpretación de los efectos de las privatizaciones no coincide con una gama de

investigaciones sobre las privatizaciones en donde la idea de un mejoramiento de las

capacidades como consecuencia de las privatizaciones está ausente (Azpiazu 2005, vols.

1 y 2; Jilberto y Hogenboon 2007; MacLeod 2004; Teubal 2007). No existe tampoco

evidencia que las transnacionales hayan desvanecido, para ser remplazadas por otras

empresas que se desprenden de la CG. Al contrario, hay evidencia amplia de que—en la

ausencia de un estado desarrollista (Cypher y Dietz, 2009: 217-234) — los países de AL

están condenados a ser los países perdedores en un proceso de acumulación asimétrico

(Cypher y Delgado, 2010).

Sobre sistemas nacionales de innovación

La tarea que hoy tiene que enfrentar AL es la de dirigir la política del desarrollo hacia el

mejoramiento de la base industrial con un énfasis en el mejoramiento [upgrading] de

capacidades tecnológicas para poner una cantidad creciente de las actividades

económicas en áreas de alto valor agregado con retornos crecientes. Esto fue el resultado

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de las políticas industriales bien aplicadas en una gama de países de Asia. En el caso de

Corea, por ejemplo, en términos reales, el ingreso por persona creció desde menos que

$100 dólares en 1960 hasta $14,000 en 2004 (Mah, 2007:77). Un factor crítico, si no

determinante—y no solamente en el caso de Asia sino que en muchos países de Europa,

los EE.UU. y Japón—ha sido la realización (parcialmente en unos casos) de lo que ha

sido llamado un “Sistema Nacional de Innovación” (Freeman 1995). Según McKelvey:

“el término ‘sistema nacional de innovación’ es un concepto amplio diseñado para enfocar la atención sobre el proceso de creación y difusión de innovaciones…por adentro de economías especificas nacionales. Le da énfasis en como la innovaciones son introducidos y difundidos en un contexto nacional, por qué economías nacionales son distintos y hasta cierto grado como las innovaciones son importante para el cambio económico” (McKelvey, 1994: 366)

El enfoque del sistema nacional de innovación (SNI) rompió con la larga tradición en

economía de suponer una relación lineal entre el avance de la ciencia y la tecnología, lo

que entonces es aplicado al proceso de producción, de ese modo, impulsando el proceso

de mejoramiento de la productividad y llevando al crecimiento económico. En vez de esta

forma de pensar, los proponentes del SNI postulan que las innovaciones no son limitadas

solamente a la esfera productiva, siendo innovaciones sociales, organizacionales o en la

tecnología de artefactos. La producción y las aplicaciones de conocimiento, aún siendo

importantes, tienen que tener la misma importancia que las características institucionales

nacionales que determinan la capacidad de absorber y difundir el conocimiento. En

términos concretos, según Freeman, un SNI es “una red de instituciones en los sectores

públicos y privados, cuyas actividades e interacciones iniciaran y difundirán la nueva

tecnología” (O.E.C.D., 1987).

En la práctica, el concepto de SNI es frecuentemente expresado en cuanto a redes de

interacciones y complementariedades entre (1) empresas privadas, (2) instituciones

públicas, (3) centros de investigación—siendo en empresas, agencias del Estado o

universidades públicas y privadas (OECD, 1997). Un requisito es el de lograr un nivel

profundo de alianzas públicos-privados para incrustar una estrategia de largo plazo

(Devlin y Moguillansky, 2009). En general, las naciones de AL no han sido capaces de

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llegar a la visión institucional y a las capacidades necesarias para embarcarse en el

sendero para consolidar un SNI.

El caso de México

Ha examinado M. Cimoli la debilidad general en capacidades tecnológicas y la casi

ausencia de un sistema nacional de innovación en México. En términos generosos, lo que

pudiera ser nombrado un SNI es estancado, mientras que la distancia entre las naciones

que operan en la frontera tecnológica y México está en aumento. Lo poco que se ocurre

en México es un resultado de la importación de tecnología incrustado en maquinaria y

equipo (Cimoli, 2000: 285-292). Con respecto a los vínculos hacia atrás y adelante—los

mecanismos más importante en la transmisión de los impulsos para aumentar la

productividad—Cimoli descubrió que ellos fueron “desplazados a un ritmo creciente por

un proceso de integración internacional” (Cimoli, 2000: 285). Un grado mucho menor de

conocimiento y difusión ha ocurrido porque “junto con este proceso [de reemplazamiento],

podemos ver un perdida de articulación en los vínculos existentes y en los proveedores

nacionales de insumos” (Cimoli, 2000, 285).

En cuanto a las capacidades tecnológicas, descubrió M. Capdevielle que 80% de la

industria manufacturera fueron involucrado en actividades “maduras” en donde ocurrió un

grado mínimo del desarrollo tecnológico (Capdevielle, 2003: 455). Por eso, la probabilidad

del desarrollo tecnológico y efectos del derrame era bajo o nulo. La investigación de

Capdevielle reveló que las compañías manufactureras operan en las bajas áreas de

cambio tecnológico—fueron restringidos a procesos de adaptación con la tecnología

importada (Capdevielle, 2003: 456). En cuanto a los gastos para la I+D, las empresas

norteamericanas gastaron 5 veces más en cuanto al ratio I+D/ventas anuales

(Capdevielle, 2003, 459). Según A. Rocha y R. López, ha sido una “notable erosión

institucional”, desde la era de ISI hasta lo presente neoliberal en respecto a la política

nacional sobre ciencia y tecnología (Rocha y López, 2003: 126). Anteriormente tales

gastos fueron dirigidos a la formación y desarrollo de capacidades tecnológicas. En la era

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actual los gastos han sido enfocados, en la mayoría, en un enclave devotado a

investigaciones teóricas y no-aplicadas, en donde los esfuerzos gubernamentales han

exhibido una falta consistente de mecanismos de continuidad y retroalimentación. Los

gastos científicos han sido desvinculados con los esfuerzos y programas de otras

agencias del estado. En corto, las investigaciones recientes revelan una estructura muy

lejos de lo que podemos entender como un SNI, y la trayectoria es de ir aún más lejos y

en contra sentido de los cambios institucionales quienes serían necesarias. Los

conglomerados mexicanos, no son empresas excepcionales—les gastan menos en la I+D

que las empresas medianas mexicanas (Capdevielle, 2003).

Conclusiones

El desarrollo surgió desde el nutrimento de fuerzas no-materiales—particularmente

conocimiento endógeno y, sobre todo, capacidades tecnológicas. Celso Furtado, unos de

los más destacados de AEAL, enfatizó que cualquier análisis de las capacidades

tecnológicas de AL tiene que ser contextualizado dentro de los parámetros estructurales

históricamente determinados, los que definieron el subdesarrollo. Al mismo tiempo,

Furtado insistió que estas condiciones fueron superables. El análisis del Furtado se

combina bien con la perspectiva sobre la tecnología proyectada por los que trabajan con

un análisis enraizado en la economía política institucional Vebleniana así como los neo-

schumpeterianos. No obstante, el entorno de la AEAL es uno que insistía en una síntesis

entre la centralidad de la tecnología y el poder socioeconómico—sobre todo en términos

de la distribución del ingreso y la riqueza. En una expresión concreta de esta síntesis,

Furtado enfatizó los vínculos (o la ausencia de estos) entre las políticas industriales

centradas en la tecnología y los proyectos nacionales de acumulación basados en el

ensanchamiento del mercado interno (da Motta Albuquerque, 2007). Pero, la adaptación

tecnológica en AL ha sido un proceso de aceptar los estrechos límites del mercado

interno. Con esto, las empresas nacionales, en la gran mayoría, han decidido dejar de

lado intentos de invertir en tecnologías de frontera por razones ajenas al riesgo. Da Motta

Albuquerque, basado en una lectura profunda de las obras del Furtado, argumentó que no

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sería posible que AL pudiera lograr la construcción de los sistemas nacionales de

innovación sin tener nuevas políticas industriales que transcendieran los límites

encontrados con las anteriores políticas del ISI—sobre todo en cuanto a la ausencia de

las alianzas público-privadas, tal como fue enfatizado recientemente por Devlin y

Moguillansky (Devlin y Moguillansky, 2009). Pero, aún estos pasos serían inadecuados

sin un proyecto nacional que permita ampliar los límites del Estado de bienestar, tal como

fueron aplicados en la época de ISI. Sin estos pasos, AL quedará anclada en las

condiciones estructurales referidas frecuentemente por Furtado como la “industrialización

dependiente”. Como enfatizó Furtado, esta condición resultó principalmente por la

estructura interna social—no era una creación del las empresas transnacionales, ni por el

capital financiero internacional, por el FMI-BM o los gobiernos de las naciones industriales

avanzadas.

En lugar de la construcción de un sub-sistema económico intensivo en el uso de la

tecnología importada, Furtado buscó una estrategia para ensanchar el mercado y en el

mismo momento inducir la capacidad de aprendizaje tecnológico independiente. Según

Furtado, la barrera principal no era las capacidades sino la voluntad por parte del estrato

dominante—un grupo minúsculo y contento, sin razones para reestructurar la sociedad.

En un trabajo reciente, sobre la inercia institucional de AL, llegaron los autores Cimoli y

Roviera a una conclusión paralela (Cimoli y Rovira, 2008). Furtado no creyó que la

solución para la dependencia tecnológica era una política independiente en la

tecnología—sino que la interdependencia. Para lograr eso, Furtado insistió que sería

necesario montar “un esfuerzo gigante para asimilar” capacidades tecnológicas en una

situación de profundo “desequilibrio en la asimilación de nuevas tecnologías” (Furtado,

1968: 84-85). Vale la pena de notar que Furtado era uno de los pocos trabajando en la

AEAL quienes, tan marcadamente, pusieron en el centro del análisis la obtención/

asimilación de las capacidades tecnológicas. Sin este “gigante” paso, la tecnología en uso

hubiera fallado al corresponder a la sociedad—hubiera sido ‘inapropiada” porque sería

usada meramente para llenar los deseos caprichosos de un segmento menor, los que

pudieron extraer y gastar el grueso del excedente económico—como fue entendido por

Baran (Baran 1957). Entonces la sociedad quedará entrampada —en la condición

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conocida como el ‘dualismo” o quizás mejor expresado como la desarticulación y

“heterogeneidad” (como enfatizó Pinto)—si le hace falta un proyecto nacional de

acumulación anclado en un estado desarrollista.

Después de tres décadas del nihilismo neoliberal en cuanto a las políticas del desarrollo,

promovido por la Escuela de Chicago, poco queda en AL de la legacía del sistema

construido por las intervenciones de la época de ISI. A nivel conceptual, la interjección del

concepto del SNI es un avance. Pero, al mismo momento se aumenta los estándares para

el cambio institucional. A pesar de todo, Katz y Kosakoff han demostrado que no debe

quedar fuera de toda consideración, la necesidad y la posibilidad de reunir fuerzas—por lo

menos en algunos países, dada la debilidad actual del proyecto neoliberal—para una

reestructuración mayor de la política del desarrollo. Hoy en día, todavía resulta demasiado

temprano para descartar la idea de un proceso endógeno y evolutivo que hubiera de

incluir la promoción de las capacidades tecnológicas.

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