desarrollo economico en al - cypher
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Cypher Políticas e incentivos a la innovación
SINNCO 2010
ISBN 978-607-95030-7-9 1
Políticas industriales, capacidades tecnológicas, innovación y desarrollo económico en America Latina
James Martín Cypher1
Resumen
a ausencia de un proyecto sistemático nacional, designado para institucionalizar
las capacidades de innovación, constituye un obstáculo estructural crítico para el
desarrollo El logro de tales capacidades en los países altamente industrializados
es resultado de la construcción de un Sistema Nacional de Innovación (SNI). La creación
de un SNI representa un proceso interactivo e interdependiente: Implica la participación
conjunta y combinada de los científicos y actores involucrados en las actividades de
investigación y desarrollo (I+D) en (1) los sectores público y privado además de (2) las
universidades. Estos elementos se combinan con agentes del Estado facultados para
financiar y coordinar de manera centralizada la construcción y mantenimiento de los SNI.
La construcción de un SNI constituye la creación de un “bien público”. La consecuencia ha
sido inducir a "rendimientos crecientes" en los procesos de producción. En América
Latina, sin embargo, bajo el dominio del paradigma neoliberal, "los proyectos de
acumulación nacional" dejaron de existir a partir de la década de 1970 en adelante.
Evitando la creación de bienes públicos, la mayoría de las naciones de América Latina
abandonaron sus esfuerzos incipientes para desarrollar la autonomía tecnológica,
emprendidos durante el período de industrialización liderada por el Estado (1940-1973).
Recientemente, el control monolítico del neoliberalismo se ha debilitado. Brasil ha
experimentado, en cierta medida, un cambio paradigmático al mismo tiempo que ha
avanzado hacia la creación de un SNI, de ese modo brinda importantes lecciones para
otros países de América Latina. 1 Doctor en Economía por la Universidad de California-Riverside, actualmente Profesor Investigador (Economía) en el Doctorado en Estudios del Desarrollo, Universidad Autónoma de Zacatecas, México. Miembro S.N.I nivel II. La mayoría del trabajo fue traducido por Roberto del Barco. [email protected]
L
MT 10
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Palabras clave: sistema nacional de innovación, tecnologías sociales, estructura
institucional, políticas industriales.
Sobre las instituciones: incluyendo la tecnología
La tecnología puede ser definida como la aplicación del aprendizaje humano a los
procesos de producción. El enfoque institucional para la comprensión del rol y la
naturaleza de la tecnología ha sido objeto de varios debates. Algunas formulaciones
argumentan que la tecnología es una fuerza dinámica, pero que sus beneficios
potenciales deben ser filtrados a través de un conjunto de instituciones anquilosadas.
Mientras más anquilosada la estructura institucional —más ceremonial la estructura
institucional— menor la probabilidad de que muchos de los beneficios potenciales del
cambio técnico o desarrollo tecnológico puedan ser alcanzados. Sin ello, el desarrollo
económico es dependiente del proceso exhaustivo —la utilización de más insumos para
alcanzar mayor producción, presumiblemente en el contexto de rendimientos
decrecientes. Se comprende, entonces, que Thorstein Veblen, acreditado con la primera
formulación institucionalista, mantenga la postura de que las instituciones incrustadas
“imbéciles” se sostienen a través del progreso económico, ya que los “intereses creados”
se esforzarían en bloquear los “huracanes de destrucción creativa” que Joseph
Schumpeter definió como el significado por el cual los nuevos paradigmas tecnológicos
fueron incorporados en el proceso de producción. Las instituciones latinoamericanas
fueron forjadas en el Siglo XVI, en un momento histórico cuando elementos depredadores
rentistas del feudalismo Español estaban en plena vigencia. El desprecio ante el trabajo
humano y la cultura del uso de herramientas que rodeaba y alimentaba el proceso de
trabajo, fue el sello del imperio Español, transferido e integrado en Latinoamérica. En la
tensión entre el ceremonialismo y el instrumentalismo, a menudo dominó el
ceremonialismo, compitiendo contra el dinamismo tecnológico.
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Goeffrey Hodgson señala que las instituciones deben ser comprendidas como “un tipo
especial de estructura social” (Hodgson, 2006: 2). De acuerdo con Richard Nelson, las
instituciones se constituyen en “la forma predominante de hacer las cosas”; básicamente
“los factores y fuerzas que moldean y sostienen en su lugar las tecnologías sociales” —
siendo éstas últimas “la manera en la que el trabajo se divide y coordina” (Nelson, 2008:
2-3). En esta formulación, el desarrollo es comprendido como un asunto de la co-
evolución de instituciones y tecnología (Nelson, 2009). En esta formulación, entonces, las
instituciones también evolucionan, —esto significa que no se las visualiza como estáticas.
Hodgson insiste en que la tecnología es un tipo de institución (o al menos un proceso
frecuentemente cargado de prácticas institucionales) que Veblen reconoció como tal, y
que si bien la tecnología y las instituciones pueden estar en ocasiones en conflictos, la
noción comúnmente aceptada de una dicotomía entre tecnología (instrumental) e
instituciones (ceremonial) es incorrecta (Hodgson, 1998: 58-61). El cambio institucional no
es siempre, o invariablemente impulsado, por dinámicas tecnológicas —el cambio
institucional es también resultado tanto del proceso de “desplazamiento”, de la rivalidad
como también de las fuerzas de cambio social. Tampoco es una tecnología ajena a las
fuerzas de la costumbre y tradición. En una declaración en 1898, Veblen presentó las
fuerzas tecnológicas como algo que confiere una “comunidad industrial”, la cual siempre
cuenta con un grupo suficientemente amplio para contener y transmitir las tradiciones,
herramientas, conocimiento técnico, sin los cuales no puede haber organización
industrial’” (Hodgson, 1998: 61—citando Thorstein Veblen, Essays in our Changing Order
p. 34). La tecnología, para Nelson, se divide entre tecnología física y tecnología social —
consistiendo ésta última en “modos habituales de organización” los cuales hacen de los
demás dificultosos o no factibles en la sociedad.” (Nelson, 2008: 3).
América Latina (AL) ha luchado por siglos contra una serie de instituciones relativamente
inmutables, en donde la “forma predominante de hacer cosas” se ha auto-reforzado y la
porción de la sociedad comprometida con el mantenimiento y perpetuación de las artes
tecnológicas, ha sido marginada y disminuida. La tensión entre lo ceremonial y lo
instrumental rara vez se ha puesto en descubierto. El carácter rentista de corto plazo, que
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floreció en la industria minera al comienzo de la era colonial, se extendió en la sociedad
Española hasta el grado de que la comunidad industrial española fue abandonada
mientras que la de Holanda surgía como la maldición de los recursos durante el Imperio.
Retornos fáciles y rápidos fueron nuevamente la esencia de la economía de exportación
agro-mineral del siglo XIX lo cual se disfrutó por en un periodo considerable de alzas en
los términos de intercambio. Cuando los términos de intercambio se volvieron adversos
para los productores primarios —después de un periodo de desorientación— AL se sumió
en la Industrialización por sustitución de importaciones (ISI) desde 1940 en adelante, si es
que no fue desde mucho más antes. Durante este periodo, como se comenta más
adelante, AL empezó adquirir considerables capacidades tecnológicas. Los golpes
militares —organizados, financiados e incursionados por vestigios neo-feudales de la élite
agro-mineral atino americana, que habían sido subordinados por la nueva ola de
industrialización y por firmas de oligopolio, las cuales se resistieron a las políticas de
redistribución de ingresos de los sindicatos y a los cambios de poder institucionales de la
era ISI— pusieron fin con el ISI en el cono sur desde 1973 en adelante. Poco después de
que la crisis de la deuda brinde la oportunidad de desbaratar por completo lo que quedaba
de las naciones dominadas por el ISI, y ser ésta caracterizada como una ideología
retrógrada, el FMI y el Banco Mundial (BM) hicieron causa común para imponer una
reestructuración vía “austeridad” y programas de ajuste estructural (Cypher 1989). La era
neoliberal trajo de retorno a las estrategias de exportación agro-minerales (algunas veces
establecidas como exportaciones “no tradicionales”) y un nuevo modelo ensamblador de
mano de obra barata. En otras palabras la “primarización” a través de la exportación de
materia prima apenas procesada, commodities y trabajo, representados en productos
manufacturados controlados por un “nuevo sistema globalizado de producción “de
empresas transnacionales y consorcios nacionales (grupos), se convirtió en el modus
vivendi, o la nueva estructura de acumulación. En este modelo, existía muy poco espacio
para procesos autónomos industriales y, consecuentemente para el desarrollo de sus
propias capacidades tecnológicas.
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Industrialización por sustitución de importaciones y estructuras económicas latinoamericanas Los términos son extremadamente importantes al elaborar los temas de discusión y al
comprender los procesos históricos. En la controversia sobre el impacto y efectividad de
la “industrialización por sustitución de importaciones (ISI)” el término mismo puede ser
tomado para expresar algo que el proceso histórico negó: es decir, cuando Latinoamérica
llevó a cabo un periodo intenso de rápida industrialización el objetivo no fue ningún acto
mecánico de “sustitución”, la meta era alcanzar un alto grado de eliminación del consumo
de bienes duraderos y no duraderos de la balanza de pagos. Este es un importante punto
de partida en el debate sobre la eficacia de lo que convencionalmente se ha llamado ISI,
ya que a lo largo de AL por los años 70, si no a inicios de los 80, coros de voces se
alzaron pregonando que esta política, sobre la base de tales procesos de “sustitución”, en
gran medida había sido alcanzada. Por consiguiente –fue ampliamente proclamado
que— el ISI estaba “agotado” (Boltvinik y Laos, 1981).
Mientras que la retórica de “agotamiento” estaba al orden del día, los críticos no
comprendieron que lo que podía mejor ser denominado como “Industrialización Liderada
por el Estado” se consiguió a partir del esfuerzo social concertado para construir un
“modelo de organización social que tenía como objetivo principal nada menos que
modificar las reglas de apropiación del excedente generado por el sector primario de la
sociedad, y canalizarlo a la financiación del desarrollo de la manufactura” (Katz and
Kosacoff, 2003:82). Hubo un esfuerzo generalizado de reestructurar sociedades enteras
—esto constituyó la búsqueda iterativa y la construcción de una estructura de
acumulación integradora. Por tanto, tuvo amplias implicaciones en términos de creación y
de distribución de ingresos. Se intentó desplazar la estructura socio económica abierta
pasiva del enclave de la acumulación centrada basada en patrones coloniales y
neocoloniales de especialización con un activo socialmente construido mucho más
inclusivo que el modo de acumulación. Este proceso fue determinado o condicionado
históricamente por la Gran Depresión, que congeló el comercio internacional y los flujos
de capital, estableciendo principalmente los precios de los commodities en una etapa de
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profunda caída. Su justificación teórica se basa —en primera instancia— en el trabajo de
Raúl Prebisch y Hans Singer con respecto a los términos seculares de disminución de
comercio de productos primarios, y en rechazo de lo que Albert Hirchman había
denominado “monoeconomía”, a favor del análisis que llevó al primer plano la naturaleza
bifurcada de los patrones asimétricos o de intercambio internacional (Cypher and Dietz,
2009, 93:168-180). De similar importancia fue el amplio cuerpo de trabajo producido por
Celso Furtado y otros (incluído Aníbal Pinto) quienes formularon lo que se conoce como
“AEAL”- Análisis estructural de América Latina. (Cypher y Dietz, 2009:187-189; da Motta e
Albuquerque, 2007; Guillén y Vidal ,2008; Pinto, 1965; Torres y Mallorquín, 2006: 2-96).
El análisis estructural de América Latina (AEAL) constituyó una clara ruptura con la forma
dominante de comprender la naturaleza y funcionamiento de la economía política en
América Latina (AL), la cual hasta 1920 se había basado en una aplicación muy estricta
de la economía clásica anglosajona, a menudo denominada “liberalismo”, como una
comprensión desde el extremo de las ideas laissez-faire y la influencia de Gustave
Courcelle-Seneuil en Chile (Hirschman, 1989). América Latina logró un cambio
paradigmático con respecto a la política económica a inicios del siglo XX: pudiendo
denominar a este cambio, como lo ha hecho Erik Reinert, como un cambio desde el
modelo “Smithian”— basado en relaciones sociales de intercambio o “circulación” — a
uno en que la economía política está basada en la producción (Reinert, 2009: 344-345).
En el marco de la economía basada en la producción, hay un rechazo declarado de la
supuesta igualdad neoclásica en que “todas las actividades son cualitativamente
parecidas como portadoras de desarrollo económico” (Reinert, 2009: 344). En lugar de
ello, Reinert lanza nuevamente una distinción hecha por Francis Bacon, cuyo 1620
Novum Organum argumentó que las tres diferencias convencionales citadas para explicar
la fortaleza o debilidad económica —raza, suelo y clima— eran erróneas (Reinert, 2009:
335). Por el contrario, Bacon sostuvo que las discrepancias en las condiciones de
bienestar económico se explican a partir de lo que él llamo “las artes”. Por esto, Reinert
argumenta que, Bacon estuvo esencialmente enfocado en los procesos de producción
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porque ellos son, bajo estructuras institucionales constructivas, la manera en la cual los
nuevos conocimientos (“artes” o “tecnología”) pueden ser creados, adaptados y aplicados.
Volviendo a nuestro enfoque, del cambio paradigmático sobre las estrategias de
industrialización liderizada por el Estado en Latinoamérica, encontramos en el plano
político un abandono abrupto de laissez-faire a favor de un enfoque singular de una
política económica basada en producción. Vale la pena recalcar que este nuevo enfoque
se generó muy rápido y sostenidamente en muchos países —el caso de México, donde el
crecimiento anual real del PIB superó el seis por ciento por año desde 1940 -1082, es
frecuentemente citado. Por qué tales resultados fueron posibles y por qué este “modelo”
fue abrupta y completamente abandonado? (excepto en Brasil, donde fue trucando) serán
los cuestionamientos analizados a continuación. Sin embargo antes de entrar en estos
temas, el abandono de la economía clásica anglosajona para dar un giro hacia el
“estructuralismo” merece algunos comentarios: Se ha sostenido que AEAL surgió, en
parte, desde las primeras formulaciones desarrolladas por la Escuela Histórica Alemana y
luego se utilizó, adaptó y aplicó a numerosas investigaciones, casos de estudio,
nacionales realizadas en el Centro de Investigación de las Naciones Unidas, conocido por
su acrónimo en español CEPAL —formalmente la Comisión Económica para América
Latina y el Caribe (Love, 2005, Sunkel, 2006).
La escuela histórica alemana otorgó un lugar privilegiado a la economía nacional,
mientras que las formulaciones anglosajonas (tanto la clásica y la neoclásica) enfatizan en
las posibles tensiones entre los componentes interactivos de la economía (consumidores
y proveedores bajo el supuesto de competencia perfecta) y un Estado reducido que debe
cumplir un rol esencialmente de “observador” pasivo. En contraste, la Escuela histórica
alemana creía que —en la formulación 1893 de Karl Bücher— el foco de la economía
debería ser en “la totalidad de las instituciones, medidas y procesos, los cuales son los
llamados a satisfacer las necesidades de una nación”, puesto que ellos se constituyen en
los elementos estructurales formativos de la economía nacional (Reinert, 2009: 346). A
diferencia de la variante histórica anglosajona, la escuela histórica alemana comparte con
la escuela de economía Institucional la insistencia en los procesos evolutivos que
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demandan una recalibración continua del análisis económico como del movimiento
económico nacional a través de sus distintas etapas. Se reconoce que la versión del
institucionalismo de Veblen fue considerablemente influenciada tanto por su afinidad
como por su resistencia a las ideas principales de la escuela histórica alemana.
En el caso de la CEPAL, un contraste muy similar entre las formulaciones anglosajonas y
la de AEAL constituye el punto de partida para un trabajo reciente y extremadamente
importante, en lo que concierne a la adaptación tecnológica y duración de la era ISI,
realizado por Jorge Katz y Bernardo Kosacoff (Katz y Kosacoff, 2003). Su análisis
empieza por centrarse en lo que ellos denominan “una profunda brecha epistemológica
entre una corriente de pensamiento estructuralista que se origina en la escuela histórica
alemana” y las contribuciones de los pensadores británicos clásicos como Adam Smith
(Katz y Kosacoff, 2003: 58). Los autores hacen hincapié en que, para la escuela histórica
alemana, la perspectiva respecto al desarrollo implicaba
“…una postura predominantemente intervencionista proveniente de la necesidad alemana de cerrar la brecha tecnológica relativa que en este entonces mostraba respecto con las mejores prácticas británicas. En función de ello, pone al Estado como agente central del cuadro de organización social, coordinando y dirigiendo las relaciones económicas individuales” (Katz y Kosacoff, 2003: 58).
Si bien esta perspectiva informaba del trabajo de la CEPAL, en la década de 1950,
posteriormente en opinión de los autores, la perspectiva central de la investigación guiada
por la organización ha evolucionado para incluir el trabajo de los “regulacionistas”
franceses, en particular Boyer, y el de los “evolucionistas” particularmente Schumpeter y
Richard Nelson. Una síntesis de las líneas heterodoxas del análisis ha resultado en que
los factores determinantes de crecimiento económico a largo plazo no se establecen en
cuanto a la asignación de recursos a través de señales de precios adecuadas, “sino que
en la creación y consolidación de nuevas instituciones” y en “el desarrollo de capacidades
y competencias tecnológicas propias” (Katz y Kosacoff, 2003: 59). Esto, entonces, es
extremadamente cercano a la posición tomada por Hodgson y Nelson sobre el proceso
de co-evolución entrelazado con el avance tecnológico y la recomposición institucional. La
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industrialización es vista como la actividad clave de una estrategia de desarrollo, puesto
que: “…dan forma y contenido a una vasta “cultura” productiva e institucional que permea a lo largo de la comunidad. Tal “cultura” —que comprende tanto saberes tecnológicos, como también las capacidades de gestión empresarial y hábitos de comportamiento laboral— constituye un “capital social” de gran importancia que condiciona—y a su vez, es condicionado por—el sendero evolutivo que transita la sociedad” (Katz y Kosacoff, 2003: 60).
La brecha entre la economía anglosajona y la de la CEPAL nunca fue más evidente que
aquella en las críticas formuladas por los economistas neoclásicos, con relación a lo que
ellos entienden por la Industrialización por Sustitución de Importaciones. Cabe destacar al
respecto, que ha sido bien conocida y recibida la parodia del ISI como una política ridícula
que abrió el camino a una conducta de “búsqueda de rentas” tan profunda como para
poner en marcha un proceso que sólo profundizo el subdesarrollo (Krueger 1974). Según
Katz y Kosacoff, el resultado de tales intervenciones fue dejar la impresión de que el ISI
solamente daba a las naciones de la periferia “agentes públicos corruptos y empresarios
rentistas que sólo fueron capaces de instalar plantas productivas ineficientes, sin la
capacidad para enfrentar el desafío de los competidores internacionales” (Katz y Kosacoff,
2003: 62). Enfrentando este estereotipo superficial estos autores presentaron un volumen
de evidencia para mostrar que, antes de la destrucción del aparato productivo puesto en
moción por el proceso de la industrialización dirigida por el Estado—por parte de un serie
de golpes de Estado por parte de la ultra-derecha en el cono Sur entre 1973-76, o por
programas de “austeridad” y “ajuste estructural” por parte del FMI-BM en los primeros
años de la década de los ochenta—el enfoque basado en la producción de la CEPAL,
influenciado por la formulaciones de la escuela histórica alemana, ha rendido resultados
loables y promisorios en muchos países de AL. Esta realidad, generalmente no apreciada,
no es tan sorpresiva porque un grupo de países en Asia fueron capaces de alcanzar en
los ochentas y noventas, verdaderas políticas industriales a diferencia de AL. Y, en cierto
grado, el éxito de Brasil en lo que se refiere a su capacidad de sostener políticas del
dinamismo tecnológico, es resultado de los límites encontrados por parte de los
defensores del modelo neoliberal en este país.
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En cuanto al término “políticas industriales”, vale la pena recordar la perspectiva de Dani
Rodrik, para recordar que esto es, realmente, un sinónimo de ISI —algo comúnmente mal
entendido a lo largo de AL:
“El modelo correcto por la política industrial no es lo de un gobierno autónomo aplicado impuestos y subsidios óptimos, pero de una estrategia de colaboración entre el sector público y el gobierno con el fin de describir por donde queda los obstáculos más significativos para la reestructuración y qué tipo de intervención es más propicio para eliminarlos. …se necesita que la análisis de la política industrial es enfocada no solamente en los resultados de la política industrial…sino que de ser enfocado en el bien manejo del proceso de la construcción de las estas políticas. Hay que ser preocupado sobre la manera del diseño de un entorno en lo que los actores privados y públicos se reúnen para resolver los problemas de la esfera productiva, en donde los dos lados pudieron aprender de los oportunidades y barreras enfrentado por los otros y no por las herramientas correctas por la política industrial….como los subsidios hacia la I+D…. Entonces la manera correcta de pensar en la política industrial es un proceso de descubrimiento… Los argumentos tradicionales en contra de la política industrial se pierdan mucha de su fuerza cuando podemos ver la política industrial en estos términos” (Rodrik, 2004: 4).
Como se ha señalado, aún por parte de los mas reconocidos economistas neoclásicos, el
tratamiento omnipresente de los neoclásicos en cuanto a la tecnología consiste en un
juego de supuestos patéticos que retratan un mercado ficticio en donde existe compra-
venta de la tecnología bajo condiciones de libertad y apertura, haciendo posible el hecho
de comprar “del estante” una gama completa por parte de uno y otros. En ese contexto,
no existe la necesidad de políticas industriales porque, por definición, el “estado del arte”
de cualquiera de las áreas de producción puede ser adquirido del “mercado” exactamente
en la cantidad y calidad deseada —dado que todo es divisible, hasta el conocimiento. Por
este juego de supuestos,
“…el modelo neoclásico sencillamente se cierra a la posibilidad de entender la complejidad histórica y cultural de aprendizaje tecnológico, y la profunda influencia que lo institucional tiene en el sendero del aprendizaje de toda comunidad. … El modelo fracasa aquí en comprender la enorme importancia que tienen otras instituciones además del mercado para dar forma al desarrollo evolutivo de la sociedad y el papel que la dimensión histórica cumple en todo esto” (Katz y Kosacoff, 2003: 63).
Por “desarrollo evolutivo” y “dimensión histórica” los autores tenían como propósito
destacar el hecho de que las políticas de ISI fueron implementadas para facilitar un
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proceso de maduración de las fuerzas productivas. En términos concretos, lo que esto
significó a lo largo de AL (entre los años 1940-1970) fue que:
“…con la expansión industrial infinidad de empresas de la región, ramas completas de actividad, regiones, fueron desarrollando una base tecnológica propia y un acervo de conocimientos empresariales y técnicos, así como calificaciones operarias, hábitos de comportamiento laboral, modos de organización de la producción, mecanismos de interacción social, formas de confianza mutua e interdependencia entre agentes productivos, etc., que les permitió mejorar de manera significativa la productividad relativa de factores, cerrando la brecha que originalmente los separaba [América Latina] del panorama internacional” (Katz y Kosakoff, 2003: 64).
Esta interpretación—radicalmente distinta aquella retratada por los neoclásicos y los
analistas dependentistas, quienes insistieron en el “agotamiento” de las políticas de ISI—
está basada en un conocimiento profundo de los factores dinámicos involucrados en la
rápida expansión de las fuerzas de producción en esta época. Enfatizaron en una serie de
factores que han recibido muy poca atención, incluido (1) el rol importante de los dueños
de empresas adaptables y emprendedoras (muchos de los cuales provenían de los
contingentes de inmigrantes europeos), (2) la habilidad del Estado para coordinar los
grandes componentes del capital con el objeto de financiar el desarrollo de la industria
pesada a partir de la creación de empresas paraestatales, como también (3) el
aprovisionamiento de la infraestructura necesaria.
“Con base en esto, en equipos de capital usados y reparados, en maquinaria autofabricada y en diseños de productos que muchas veces eran copias de un similar europeo o estadounidense con uno o dos decenios de antigüedad, muchas de estas empresas comenzaron a producir de manera local equipos de capital relativamente sencillos—como motores eléctricos, bombas hidráulicas, maquinaria de uso agrícola, etc.--, así como también productos químicos, farmacéuticos, de caucho, etc., que antes se importaban” (Katz y Kosakoff, 2003: 68).
Como resultado de tales prácticas, la productividad laboral en Argentina, Brasil, Colombia,
México y Perú aumentó a un ritmo mayor que la de su similar en Estados Unidos, durante
el periodo de los años 1950-1973 (Castaldi, et al., 2009: 44). Posteriormente, a medida
que las naciones se alejaron, o se vieron forzadas a abandonar las estrategias lideradas
por el Estado, sus niveles de productividad cayeron de manera dramática, hasta el 2007.
Lo que se había logrado en América latina en el periodo de 1940-1980 no fue equivalente
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al éxito de varios países asiáticos desde los años cincuenta hasta el presente; esto por
numerosas razones incluyendo el énfasis en alcanzar altos niveles de exportación,
mayores niveles de inversión y la capacidad de orquestar procesos de mejoramiento
[upgrading] (Cypher and Dietz, 2009: 308-332; Mah, 2007). Los casos asiáticos han sido
bien entendidos — por lo menos para los que no insistieron en poner su visión encima de
la realidad, como el BM (Amsden, 2001: World Bank 1993). Pero, lo que se ha perdido en
el afán de condenar las políticas industriales dirigidas por el Estado en general, y en
particular en AL, argumentan Katz y Kosakoff, es un riguroso entendimiento de los
procesos microeconómicos autónomos del aprendizaje y la actualización continua, los que
se darán lugar a una la salida potencial y la promesa. En este entorno, ellos notaron que,
“Numerosas compañías reaccionaron …creando departamentos o grupos ad hoc de ayuda técnica de planta, de ingeniería de procesos de organización y planeamiento de la producción, etc., cuyo propósito fundamental era generar unidades incrementales, de conocimientos tecnológicos sobre la base de mejorar el diseño del producto, los procesos productivos, la organización del trabajo, los lay-out de ingeniería, las técnicas de control de calidad, las normas de producción empleadas en planta, etc. En innumerables oportunidades dichos grupos de ingeniería acaban diseñando máquinas que luego se autofabrican en los talleres de mantenimiento de las mismas empresas” (Katz y Kosakoff, 2003: 72).
Habiendo añadido de manera secuencial las capacidades tecnológicas y las capacidades
de las empresas en Argentina, Brasil y México, estas tres naciones empezaron a exportar
—primeramente a los países cercanos para luego hacerlo a las naciones industriales más
avanzadas. Sin embargo, muy raras veces, por no decir nunca, éstas empresas
demostraron la vocación para las exportaciones, tal como ha sido el común en gran parte
de las naciones de Asia. A partir de una serie de estrategias de “adaptación”, en
numerosos casos —particularmente en la década de los años sesenta— tanto las
empresas locales como aquellas ubicadas a lo largo de Latinoamérica, demostraron de
manera gradual su habilidad de cerrar algunas de las brechas tecnológicas con los países
industriales avanzados. Esto último llego al punto donde el síndrome de “exportador
renuente” había sido superado y las empresas competitivas “maduras” tuvieron la
capacidad de exportar más del 20% de su producción, demostrando las bondades de la
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ventaja competitiva dinámica. En el período previo a los golpes de Estado militares que
posicionaron a los economistas de la Escuela de Chicago en el poder en el Cono Sur:
…el gradual incremento de la capacidad tecnológica interna y el creciente aumento del grado de refinación tecnológica de muchas de estas empresas hicieron que algunas de ellas incursionaron no sólo en exportaciones de bienes finales sino que también exportaran tecnología pura por medio de plantas fabriles completas, entregadas “llave en mano” a empresas de terceros países de la región, así como licencias de productos y/o procesos localmente diseñados y/o “adaptados” a las condiciones nacionales de producción y/o utilización y servicios de ayuda técnica de producción a empresas de menor grado de desarrollo tecnológico (Katz y Kosakoff, 2003: 76).
Se ha considerado en extenso a los autores de la CEPAL tanto por la importancia de sus
hallazgos, en términos de cualquier debate relacionado al estado del retraso actual de las
artes industriales en Latinoamérica, como también porque ellos cuentan con
documentación cuidadosamente sistematizada y contextualizada que facilita la
reevaluación de la industrialización liderada por el Estado en Latinoamérica. Hasta hace
poco, la comprensión del periodo ISI ha sido hegemonizado tanto por los analistas
neoclásicos como también por aquellos que dan cuenta de las formulaciones de
dependencia, quienes han insistido, muy erróneamente, que el ISI estaba “agotado” y
nunca más, en esencia, podría constituirse en una solución a la asignación de recursos de
manera ineficiente. Los argumentos neoclásicos se han basado exclusivamente en
conceptos estáticos y la idealización falsa de la competencia perfecta, si considerar en
esencia el mayor problema del desarrollo.
El otro “canon” y el dinamismo tecnológico
Hemos dedicado la mayor atención posible a las formulaciones de los autores de la
CEPAL puesto que, incluso aquellos quienes se entienden como auto-referentes en lo que
denominan el “Otro Canon” —muy especialmente Carlota Pérez y Eric Reinert— repiten
los más anquilosados y menos documentados clichés del melodrama profundamente
rentista de Ann Krueger (Pérez, 1996 12, 16; Reinert, 2008: 311-312). Sería difícil
encontrar una discusión menos matizada, sobre la “leyenda Negra” del ISI, por parte de
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cualquier neoliberal dedicado que aquella que ofreció Pérez—una investigadora
destacada por sus ideas creativas sobre la importancia de la tecnología e innovación en
un perspectiva evolutiva institucional. Según ella, la época de ISI fue definida por “modos
de maximizar la rentabilidad que hicieron de la dependencia del Estado una conducta
racional y beneficiosa para la empresa” (Pérez, 1996: 12). De manera similar, enfatizó la
debilidad de los esfuerzos en tecnología, aprendizaje o entrenamiento en la época de ISI
y la centralidad de los subsidios y regulaciones sin sentido, creados por el Estado en un
entorno en donde “la penetrante presencia del Estado en las actividades diarias de cada
empresa, no solo generó hábitos de dependencia sino que también promovió la
corrupción en ambos lados del laberinto burocrático y desestimuló la verdadera iniciativa
empresarial” (Pérez, 1996). Esta corriente de comentarios no está respaldada ni por una
sola pieza de evidencia empírica ni por cualquier citación. En las secciones anteriores
hemos presentado evidencia, sobre todo de los de la CEPAL, que la crítica convencional
que presentó Pérez esta fuera de los acontecimientos de la época de ISI.
Asumiendo que los lectores del trabajo de Pérez están bien familiarizados con las obras
clásicas de A. Amsden y R. Wade, sobre los países “milagrosos” de Asia y el papel del
Estado en el desarrollo de estos países, sería difícil de entender la línea de análisis
presentado por esta autora (Amsden 1989; 2001; Wade, 1990). Amsden argumentó, con
bastante respaldo documental, que “la distorsión de precios” fue una medida integral para
el éxito de estas naciones. Todas las investigaciones disponibles sobre estas naciones
demostraron que el éxito derivó de un proyecto de desarrollo dirigido por el Estado que
forzó la construcción de un “nexo entre las exportaciones y las inversiones”. O sea, fue
una relación de reciprocidad entre el sector público y privado. Los países asiáticos
desarrollaron un proyecto de Estado—pero todo se basó en la reciprocidad en donde la
intervención del Estado era complementada por acciones constructivas por parte del
sector privado. Aunque en Asia la ayuda hacía el mercado exterior fue complementada
por inversiones realizadas por el sector privado, en el caso de AL—dejando de lado la
cuestión del mercado exterior—el Estado no demandó cumplimento y no condicionó su
ayuda para lograr objetivos consistentes en la montaje de un proyecto de acumulación.
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Existe sin embargo, una falla más profunda en la crítica de Pérez y los que comparten
esta percepción convencional: en los noventas las políticas del Estado, mencionadas por
ella, fueron eliminadas en AL por más de diez años en algunos países y en otros incluso
(como Chile) por más que veinte años. Entonces, según la versión convencional que
asumió que todos los males de AL fueron por las políticas de ISI, ¿Por qué después de
este periodo no ha florecido el sector privado—hasta constituirse en la fuerza locomotora
que jale a los países hacia el desarrollo—en la nueva era neoliberal? Según ella, en la
sección citada arriba, podrían ser los “hábitos”—quienes juegan un papel determinante en
relación con el concepto de la “dependencia del sendero” [path dependence]— los que
pudieran explicar la ausencia del crecimiento adecuado y sostenido en AL, hasta el
momento en el que llegó el efecto exógeno del auge de las commodities a fines de 2003
(Cypher, 2009).
Como hemos mencionado, en la formulación de Veblen y en la versión actualizada de
Hodgson y Nelson, las proposiciones institucionales evolucionan—aún incluyendo los
“hábitos”. Pero si el problema pudiera ser el papel del Estado—se debe constatar con el
hecho en que en Corea, y otros países de Asia, las condiciones construidas por el modelo
del desarrollo dirigido por las políticas industriales del Estado fueron el factor clave en el
logro de la frontera de capacidades tecnológicas (Mah, 2007).
De acuerdo con A. Gershenkron y Veblen—quienes fueron los primeros en poner énfasis
en “los meritos de tomar prestado y el castigo de estar a la cabeza” — Pérez sostiene que
los países en desarrollo pueden saltar a una “ventana de oportunidades” como también a
nuevos “paradigmas tecno-económicos” con cierto grado de regularidad, debido a las
“oleadas” económicas creadas por la evolución de los “paradigmas” tecnológicos (Pérez,
2003). Postuló, en los noventas, que el nuevo paradigma era el de lo de modos de
producción flexibles basadas en las TIC (tecnologías de información y comunicación).
Pérez sostiene que el problema clave para la inclusión de Latinoamérica en el nuevo
paradigma fue su pasividad tecnológica. Esto último como legado de las sofocantes
políticas del ISI (Pérez, 1996: 13). Esto, resulta en una inversión de alcances históricos de
las políticas de financiamiento e impulso lideradas por el Estado (aunque de manera
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insuficiente), con un sorprendente grado de innovación tecnológica en condiciones muy
adversas. Pero, una vez que las naciones latinoamericanas comenzaron a construir una
matriz institucional basada en la primacía de las fuerzas de mercado (iniciándose en
Chile en 1973) ha sido posible seguir el rastro del grado de incremento en la pasividad
tecnológica, tal como los registros de los casos de Chile y México lo revelan (Cypher,
2005; Cypher y Delgado, 2010).
Pérez, insistió en que las políticas industriales del ISI fueron la causa de la pasividad
tecnológica y que explican el bajo nivel de productividad (Pérez, 1992: 14). Se ha
documentado en párrafos anteriores, que los niveles de productividad para los principales
países latinoamericanos entre 1950 y 1973, durante lo que fue denominada “la época
dorada” para la economía de los Estados Unidos, fueron lo suficientemente dinámicos
para acortar la brecha de productividad. Esta pasividad, producto de las intervenciones
del Estado, sirve para explicar el bajo nivel de la inversión en investigación y desarrollo
para las empresas latinoamericanas. Una vez más, sin embargo, en la era neoliberal —
cuando las fuerzas del mercado han quedado libres para determinar las condiciones
económicas— el gasto en Investigación y Desarrollo de las empresas mexicanas ha caído
aún mas y se ha dirigido a los aspectos más superficiales como el marketing en lugar de
la producción (Cimoli, 2000).
Los bancos del desarrollo, sobre todo BNDES en Brasil y NAFINSA en México fueron
agentes “empresariales”—en el sentido Schumpeteriano—de las políticas industriales
dirigidas por el Estado (Arés, 2007). A pesar de los resultados bien documentados del
exitoso papel de las instituciones financieros como NAFINSA, Pérez afirma que estos
bancos “nunca aprendieron a aceptar la innovación y el riesgo” (Pérez, 1996: 15). Incluso,
afirma, en la nueva era cuando el ISI se había extinguido, las empresas privadas no
podían esperar alcanzar competitividad, pues no existía una matriz constructiva
institucional que facilite la transición desde la pasividad tecnológica al dinamismo
tecnológico. Esto, sin embargo, es un tema complejo que requiere una contextualización.
En el caso de México ha habido un gran esfuerzo para destruir una institución formativa y
con ella el impresionante “capital social” de Nafinsa. Es difícil de entender como un
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llamamiento para el fin del desarrollo impulsado por el Estado podría haber tenido otro
resultado. En el caso del BNDES, precisamente porque ellos mantuvieron una resistencia
limitada pero sistemática a la destrucción de las instituciones lideradas por el Estado, se
ha mantenido un rol de liderazgo —innovación financiera y riesgo tanto para el éxito de
las empresas públicas (por ejemplo PETROBRAS), la articulación de empresas público-
privadas y empresas del sector privado.
En 2008 Pérez argumentó que la salida para AL podría darse por medio de la explotación
de las potencialidades escondidas dentro de las industrias intensivas en recursos
naturales (Pérez, 2008). A esto llamamos un enfoque de “retorno al siglo XIX” (Cypher,
2009). Pérez sugiere que, a diferencia del siglo XIX, los países de America Latina
deberían tratar de llevar a cabo actividades con mayor valor añadido relacionadas con el
procesamiento de sus recursos, esto lo sostiene sin indicar su familiaridad con la literatura
canadiense sobre este tema conocido como la “staples thesis”. Pero, en AL existen pocos
indicios de los efectos de arrastre, de causalidad acumulativa, y de los círculos virtuosos,
conceptos planteados por H. Innis y otros canadienses también influidos por Veblen, en
cuanto a una economía basada en recursos naturales. Sin embargo, un análisis profundo
a la industria minera del cobre en Chile ha mostrado que el país transandino no se ha
movido en esa dirección (Cypher, 2005). De hecho, se ha visto en Chile un mayor grado
de exportación de minería extractiva sin refinar, mientras que las capacidades
tecnológicas endógenas en minería y en el procesamiento minero se han reducido. Una
porción cada vez mas grande de la minería se encuentra bajo la conducción de las
corporaciones transnacionales, quienes se dedican a transferir porciones importantes del
PIB anual chileno a sus respectivas corporaciones de origen, en los países industriales
avanzados (Cypher, 2009).
En contra sentido, Pérez planteó, que en la nueva era de la revolución de TIC, las
transnacionales se esfumaron. Hoy en día, por un cambio en la paradigma tecno-
económico, las empresas son corporaciones globales (CG) que “siguen una nueva lógica”
porque una nueva estructura institucional de acumulación emergió—una “nueva
organización de redes” (Pérez, 2008). Según esta autora, las privatizaciones realizadas a
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lo largo de AL en el curso de los años setentas, ochentas y noventas han facilitado la
interfaz con estas nuevas CG—dándose el caso de que el sector privado de AL ha sido
(¿por la “mano invisible” del mercado?) funcional en el desarrollo de capacidades
tecnológicas. Todo eso de la funcionalidad es 180º contrario de los que pasó en la época
de las políticas industriales impulsadas por el Estado. Entonces, por un lado, las CG son
transmisores de la tecnología y por el otro lado, las nuevas empresas ex-públicas son
(aparentemente) capaces de mejorar [“upgrade”] la nueva tecno-estructura de estas
empresas ya privatizadas. O sea, los gerentes, los profesionales y los técnicos—los que
forman esta tecno-estructura—hoy en día fungen como receptores funcionales en el
nuevo entorno de las nuevas organizaciones de redes. Por tanto, Pérez sostiene que
una nueva lógica empresarial (aparentemente más propensa a incorporar las necesidades
de desarrollo de Latinoamérica) y la creciente dependencia de América del Sur en cuanto
a las exportaciones de materias primas, han creado condiciones favorables para un
paradigma nuevo del desarrollo basado en una relación de “suma positiva” (Pérez, 2008,
12). Esta interpretación de los efectos de las privatizaciones no coincide con una gama de
investigaciones sobre las privatizaciones en donde la idea de un mejoramiento de las
capacidades como consecuencia de las privatizaciones está ausente (Azpiazu 2005, vols.
1 y 2; Jilberto y Hogenboon 2007; MacLeod 2004; Teubal 2007). No existe tampoco
evidencia que las transnacionales hayan desvanecido, para ser remplazadas por otras
empresas que se desprenden de la CG. Al contrario, hay evidencia amplia de que—en la
ausencia de un estado desarrollista (Cypher y Dietz, 2009: 217-234) — los países de AL
están condenados a ser los países perdedores en un proceso de acumulación asimétrico
(Cypher y Delgado, 2010).
Sobre sistemas nacionales de innovación
La tarea que hoy tiene que enfrentar AL es la de dirigir la política del desarrollo hacia el
mejoramiento de la base industrial con un énfasis en el mejoramiento [upgrading] de
capacidades tecnológicas para poner una cantidad creciente de las actividades
económicas en áreas de alto valor agregado con retornos crecientes. Esto fue el resultado
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de las políticas industriales bien aplicadas en una gama de países de Asia. En el caso de
Corea, por ejemplo, en términos reales, el ingreso por persona creció desde menos que
$100 dólares en 1960 hasta $14,000 en 2004 (Mah, 2007:77). Un factor crítico, si no
determinante—y no solamente en el caso de Asia sino que en muchos países de Europa,
los EE.UU. y Japón—ha sido la realización (parcialmente en unos casos) de lo que ha
sido llamado un “Sistema Nacional de Innovación” (Freeman 1995). Según McKelvey:
“el término ‘sistema nacional de innovación’ es un concepto amplio diseñado para enfocar la atención sobre el proceso de creación y difusión de innovaciones…por adentro de economías especificas nacionales. Le da énfasis en como la innovaciones son introducidos y difundidos en un contexto nacional, por qué economías nacionales son distintos y hasta cierto grado como las innovaciones son importante para el cambio económico” (McKelvey, 1994: 366)
El enfoque del sistema nacional de innovación (SNI) rompió con la larga tradición en
economía de suponer una relación lineal entre el avance de la ciencia y la tecnología, lo
que entonces es aplicado al proceso de producción, de ese modo, impulsando el proceso
de mejoramiento de la productividad y llevando al crecimiento económico. En vez de esta
forma de pensar, los proponentes del SNI postulan que las innovaciones no son limitadas
solamente a la esfera productiva, siendo innovaciones sociales, organizacionales o en la
tecnología de artefactos. La producción y las aplicaciones de conocimiento, aún siendo
importantes, tienen que tener la misma importancia que las características institucionales
nacionales que determinan la capacidad de absorber y difundir el conocimiento. En
términos concretos, según Freeman, un SNI es “una red de instituciones en los sectores
públicos y privados, cuyas actividades e interacciones iniciaran y difundirán la nueva
tecnología” (O.E.C.D., 1987).
En la práctica, el concepto de SNI es frecuentemente expresado en cuanto a redes de
interacciones y complementariedades entre (1) empresas privadas, (2) instituciones
públicas, (3) centros de investigación—siendo en empresas, agencias del Estado o
universidades públicas y privadas (OECD, 1997). Un requisito es el de lograr un nivel
profundo de alianzas públicos-privados para incrustar una estrategia de largo plazo
(Devlin y Moguillansky, 2009). En general, las naciones de AL no han sido capaces de
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llegar a la visión institucional y a las capacidades necesarias para embarcarse en el
sendero para consolidar un SNI.
El caso de México
Ha examinado M. Cimoli la debilidad general en capacidades tecnológicas y la casi
ausencia de un sistema nacional de innovación en México. En términos generosos, lo que
pudiera ser nombrado un SNI es estancado, mientras que la distancia entre las naciones
que operan en la frontera tecnológica y México está en aumento. Lo poco que se ocurre
en México es un resultado de la importación de tecnología incrustado en maquinaria y
equipo (Cimoli, 2000: 285-292). Con respecto a los vínculos hacia atrás y adelante—los
mecanismos más importante en la transmisión de los impulsos para aumentar la
productividad—Cimoli descubrió que ellos fueron “desplazados a un ritmo creciente por
un proceso de integración internacional” (Cimoli, 2000: 285). Un grado mucho menor de
conocimiento y difusión ha ocurrido porque “junto con este proceso [de reemplazamiento],
podemos ver un perdida de articulación en los vínculos existentes y en los proveedores
nacionales de insumos” (Cimoli, 2000, 285).
En cuanto a las capacidades tecnológicas, descubrió M. Capdevielle que 80% de la
industria manufacturera fueron involucrado en actividades “maduras” en donde ocurrió un
grado mínimo del desarrollo tecnológico (Capdevielle, 2003: 455). Por eso, la probabilidad
del desarrollo tecnológico y efectos del derrame era bajo o nulo. La investigación de
Capdevielle reveló que las compañías manufactureras operan en las bajas áreas de
cambio tecnológico—fueron restringidos a procesos de adaptación con la tecnología
importada (Capdevielle, 2003: 456). En cuanto a los gastos para la I+D, las empresas
norteamericanas gastaron 5 veces más en cuanto al ratio I+D/ventas anuales
(Capdevielle, 2003, 459). Según A. Rocha y R. López, ha sido una “notable erosión
institucional”, desde la era de ISI hasta lo presente neoliberal en respecto a la política
nacional sobre ciencia y tecnología (Rocha y López, 2003: 126). Anteriormente tales
gastos fueron dirigidos a la formación y desarrollo de capacidades tecnológicas. En la era
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actual los gastos han sido enfocados, en la mayoría, en un enclave devotado a
investigaciones teóricas y no-aplicadas, en donde los esfuerzos gubernamentales han
exhibido una falta consistente de mecanismos de continuidad y retroalimentación. Los
gastos científicos han sido desvinculados con los esfuerzos y programas de otras
agencias del estado. En corto, las investigaciones recientes revelan una estructura muy
lejos de lo que podemos entender como un SNI, y la trayectoria es de ir aún más lejos y
en contra sentido de los cambios institucionales quienes serían necesarias. Los
conglomerados mexicanos, no son empresas excepcionales—les gastan menos en la I+D
que las empresas medianas mexicanas (Capdevielle, 2003).
Conclusiones
El desarrollo surgió desde el nutrimento de fuerzas no-materiales—particularmente
conocimiento endógeno y, sobre todo, capacidades tecnológicas. Celso Furtado, unos de
los más destacados de AEAL, enfatizó que cualquier análisis de las capacidades
tecnológicas de AL tiene que ser contextualizado dentro de los parámetros estructurales
históricamente determinados, los que definieron el subdesarrollo. Al mismo tiempo,
Furtado insistió que estas condiciones fueron superables. El análisis del Furtado se
combina bien con la perspectiva sobre la tecnología proyectada por los que trabajan con
un análisis enraizado en la economía política institucional Vebleniana así como los neo-
schumpeterianos. No obstante, el entorno de la AEAL es uno que insistía en una síntesis
entre la centralidad de la tecnología y el poder socioeconómico—sobre todo en términos
de la distribución del ingreso y la riqueza. En una expresión concreta de esta síntesis,
Furtado enfatizó los vínculos (o la ausencia de estos) entre las políticas industriales
centradas en la tecnología y los proyectos nacionales de acumulación basados en el
ensanchamiento del mercado interno (da Motta Albuquerque, 2007). Pero, la adaptación
tecnológica en AL ha sido un proceso de aceptar los estrechos límites del mercado
interno. Con esto, las empresas nacionales, en la gran mayoría, han decidido dejar de
lado intentos de invertir en tecnologías de frontera por razones ajenas al riesgo. Da Motta
Albuquerque, basado en una lectura profunda de las obras del Furtado, argumentó que no
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sería posible que AL pudiera lograr la construcción de los sistemas nacionales de
innovación sin tener nuevas políticas industriales que transcendieran los límites
encontrados con las anteriores políticas del ISI—sobre todo en cuanto a la ausencia de
las alianzas público-privadas, tal como fue enfatizado recientemente por Devlin y
Moguillansky (Devlin y Moguillansky, 2009). Pero, aún estos pasos serían inadecuados
sin un proyecto nacional que permita ampliar los límites del Estado de bienestar, tal como
fueron aplicados en la época de ISI. Sin estos pasos, AL quedará anclada en las
condiciones estructurales referidas frecuentemente por Furtado como la “industrialización
dependiente”. Como enfatizó Furtado, esta condición resultó principalmente por la
estructura interna social—no era una creación del las empresas transnacionales, ni por el
capital financiero internacional, por el FMI-BM o los gobiernos de las naciones industriales
avanzadas.
En lugar de la construcción de un sub-sistema económico intensivo en el uso de la
tecnología importada, Furtado buscó una estrategia para ensanchar el mercado y en el
mismo momento inducir la capacidad de aprendizaje tecnológico independiente. Según
Furtado, la barrera principal no era las capacidades sino la voluntad por parte del estrato
dominante—un grupo minúsculo y contento, sin razones para reestructurar la sociedad.
En un trabajo reciente, sobre la inercia institucional de AL, llegaron los autores Cimoli y
Roviera a una conclusión paralela (Cimoli y Rovira, 2008). Furtado no creyó que la
solución para la dependencia tecnológica era una política independiente en la
tecnología—sino que la interdependencia. Para lograr eso, Furtado insistió que sería
necesario montar “un esfuerzo gigante para asimilar” capacidades tecnológicas en una
situación de profundo “desequilibrio en la asimilación de nuevas tecnologías” (Furtado,
1968: 84-85). Vale la pena de notar que Furtado era uno de los pocos trabajando en la
AEAL quienes, tan marcadamente, pusieron en el centro del análisis la obtención/
asimilación de las capacidades tecnológicas. Sin este “gigante” paso, la tecnología en uso
hubiera fallado al corresponder a la sociedad—hubiera sido ‘inapropiada” porque sería
usada meramente para llenar los deseos caprichosos de un segmento menor, los que
pudieron extraer y gastar el grueso del excedente económico—como fue entendido por
Baran (Baran 1957). Entonces la sociedad quedará entrampada —en la condición
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conocida como el ‘dualismo” o quizás mejor expresado como la desarticulación y
“heterogeneidad” (como enfatizó Pinto)—si le hace falta un proyecto nacional de
acumulación anclado en un estado desarrollista.
Después de tres décadas del nihilismo neoliberal en cuanto a las políticas del desarrollo,
promovido por la Escuela de Chicago, poco queda en AL de la legacía del sistema
construido por las intervenciones de la época de ISI. A nivel conceptual, la interjección del
concepto del SNI es un avance. Pero, al mismo momento se aumenta los estándares para
el cambio institucional. A pesar de todo, Katz y Kosakoff han demostrado que no debe
quedar fuera de toda consideración, la necesidad y la posibilidad de reunir fuerzas—por lo
menos en algunos países, dada la debilidad actual del proyecto neoliberal—para una
reestructuración mayor de la política del desarrollo. Hoy en día, todavía resulta demasiado
temprano para descartar la idea de un proceso endógeno y evolutivo que hubiera de
incluir la promoción de las capacidades tecnológicas.
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