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un espacio para leer deQuólibet noviembre 2018 ♦ n o 9 Quodlibet: lo que place o gusta. Es un vocablo que se usaba en las discusiones filosóficas y teológicas medievales para designar un tema cualquiera. Quaestio de quolibet es una cuestión por discutir sobre un tema de libre elec- ción. El vocablo se usa en música para designar piezas ligeras compuestas en contrapunto, como la Variación 30 de las Goldberg de J. S. Bach. Designa también composiciones de cantos infantiles para enseñar música a niños y niñas. Lo usamos como nombre de este boletín para subrayar que es un espacio de lectura libre, por puro gusto. Consejo de redacción: Francisco Quijano, Pablo Caronello, Marta García, Susana Ruani, Miguel Rivas deQuolibet - Avenida Apoquindo 8600 - Las Condes - Santiago de Chile - Correo: [email protected] EL JUDAÍSMO Y LOS DESAFÍOS DE NUESTRO TIEMPO SEGÚN LA VISIÓN DEL GRAN RABINO JONATHAN SACKS Esta es la cuarta entrega de las ideas del Gran Rabino Jonathan Sacks publicadas en el boletín deQuólibet. La primera entrega (No. 6, mayo 2018), trató sobre el amor, el matrimonio y la familia. En la segunda entrega (No. 7, junio 2018) presentamos las grandes fiestas del judaísmo. El tercer número (No. 8, octubre 2018) tocó temas misceláneos de espiritualidad: la fe de Dios, la búsqueda de sentido, pensamientos acerca de la vida, cómo comprenderla oración. En esta última entrega presentamos varios artículos publicados en periódicos de Inglaterra y Estados Unidos sobre los desafíos de estos tiempos que corren: reconocer y respetar en su humanidad a quien es diferente; propiciar el diálogo interre- ligioso, especialmente entre judíos, cristianos y musulmanes; repensar críticamente la religión –mejor dicho, las religiones– para desafiar a los ídolos de nuestro tiempo. Son particularmente lúcidos los dos últimos ensayos: Desafiar a los ídolos de la era secular y No en nombre de Dios: Cómo vencer a la violencia religiosa. El Rabino Sacks reflexiona sobre una paradoja que atraviesa a nuestra cultura moderna. Hay logros civilizatorios indiscutibles de nuestra humanidad: el intercambio comercial, la demo- cracia liberal moderna, la autonomía de la conciencia, la libertad de expresión. Pero estos logros no bastan para responder a nuestra búsqueda de sentido y para orientar nuestra libertad en pos de valores genuinos. ¿Cuál puede ser la respuesta de las religiones antes estos desafíos? [Traducción FQ] LA HUELLA DE DIOS El Rabino Sacks nos invita a ver en la otra persona, diferente, la imagen de Dios. Termina con esta pregunta: «El gran desafío religioso es este: ¿puedo ver un rasgo de Dios en la cara de un extraño?». La historia de los primeros ocho capítulos del Bereshit es trágica pero simple: a la creación sigue una des-creación a la cual sigue una re-creación. Dios crea un orden (Gn 1, 1 ss). La humanidad destruye ese orden, hasta el punto de que “el mundo se llenó de violencia” y “toda ser vivo corrompió su conducta en la tierra” (Gn 6, 11). Dios provoca un diluvio que acaba con toda la vida —con la excepción de Noé, su familia y otros animales— hasta que el mundo volvió al estado en el que estaba al comienzo de la Torah, cuando “la tierra estaba desierta y vacía, la oscu- ridad cubría la superficie del abismo y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (Gn 1, 2). Jurando nunca más volver a destruir toda la vida —sin que ello garantice que la humanidad no lo haga por propia voluntad—, Dios comienza de nuevo, esta vez con Noé en vez de Adán, padre de un nuevo comienzo en la historia humana. Génesis 9 es, por tanto, paralelo a Génesis 1. Pero hay dos diferencias significativas. En ambos pasajes hay una palabra clave que se repite siete veces, pero es una palabra diferente. En Génesis 1, esa palabra es tob, “bueno”. En Génesis

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Page 1: deQuólibet - Colegio Santo Domingo · EL JUDAÍSMO Y LOS DESAFÍOS DE NUESTRO TIEMPO SEGÚN LA VISIÓN DEL GRAN RABINO JONATHAN SACKS Esta es la cuarta entrega de las ideas del Gran

un espacio para leer deQuólibet noviembre 2018 ♦ no 9

Quodlibet: lo que place o gusta. Es un vocablo que se usaba en las discusiones filosóficas y teológicas medievales

para designar un tema cualquiera. Quaestio de quolibet es una cuestión por discutir sobre un tema de libre elec-

ción. El vocablo se usa en música para designar piezas ligeras compuestas en contrapunto, como la Variación 30

de las Goldberg de J. S. Bach. Designa también composiciones de cantos infantiles para enseñar música a niños y

niñas. Lo usamos como nombre de este boletín para subrayar que es un espacio de lectura libre, por puro gusto.

Consejo de redacción: Francisco Quijano, Pablo Caronello, Marta García, Susana Ruani, Miguel Rivas

deQuolibet - Avenida Apoquindo 8600 - Las Condes - Santiago de Chile - Correo: [email protected]

EL JUDAÍSMO Y LOS DESAFÍOS DE NUESTRO TIEMPO

SEGÚN LA VISIÓN DEL GRAN RABINO JONATHAN SACKS

Esta es la cuarta entrega de las ideas del Gran Rabino Jonathan Sacks publicadas en el boletín deQuólibet. La primera entrega (No. 6, mayo 2018), trató sobre el amor, el matrimonio y la familia. En la segunda entrega (No. 7, junio 2018) presentamos las grandes fiestas del judaísmo. El tercer número (No. 8, octubre 2018) tocó temas misceláneos de espiritualidad: la fe de Dios, la búsqueda de sentido, pensamientos acerca de la vida, cómo comprenderla oración.

En esta última entrega presentamos varios artículos publicados en periódicos de Inglaterra y Estados Unidos sobre los desafíos de estos tiempos que corren: reconocer y respetar en su humanidad a quien es diferente; propiciar el diálogo interre-ligioso, especialmente entre judíos, cristianos y musulmanes; repensar críticamente la religión –mejor dicho, las religiones– para desafiar a los ídolos de nuestro tiempo.

Son particularmente lúcidos los dos últimos ensayos: Desafiar a los ídolos de la era secular y No en nombre de Dios: Cómo vencer a la violencia religiosa. El Rabino Sacks reflexiona sobre una paradoja que atraviesa a nuestra cultura moderna. Hay logros civilizatorios indiscutibles de nuestra humanidad: el intercambio comercial, la demo-cracia liberal moderna, la autonomía de la conciencia, la libertad de expresión. Pero estos logros no bastan para responder a nuestra búsqueda de sentido y para orientar nuestra libertad en pos de valores genuinos. ¿Cuál puede ser la respuesta de las religiones antes estos desafíos? [Traducción FQ]

LA HUELLA DE DIOS

El Rabino Sacks nos invita a ver en la otra persona, diferente, la imagen de Dios. Termina con esta pregunta: «El gran desafío religioso es este: ¿puedo ver un rasgo de Dios en la cara de un extraño?».

La historia de los primeros ocho capítulos del Bereshit es trágica pero simple: a la creación sigue una des-creación a la cual sigue una re-creación. Dios crea un orden (Gn 1, 1 ss). La humanidad destruye ese orden, hasta el punto de que “el mundo se llenó de violencia” y “toda ser vivo corrompió su conducta en la tierra” (Gn 6, 11). Dios provoca un diluvio que acaba con toda la vida —con la excepción de Noé, su familia y otros animales— hasta que el mundo volvió al estado en el que estaba al comienzo de la Torah, cuando “la tierra estaba desierta y vacía, la oscu-

ridad cubría la superficie del abismo y el espíritu de Dios se cernía sobre las aguas” (Gn 1, 2). Jurando nunca más volver a destruir toda la vida —sin que ello garantice que la humanidad no lo haga por propia voluntad—, Dios comienza de nuevo, esta vez con Noé en vez de Adán, padre de un nuevo comienzo en la historia humana. Génesis 9 es, por tanto, paralelo a Génesis 1. Pero hay dos diferencias significativas. En ambos pasajes hay una palabra clave que se repite siete veces, pero es una palabra diferente. En Génesis 1, esa palabra es tob, “bueno”. En Génesis

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deQuólibet no 9 noviembre 2018 El Judaísmo y los desafíos de nuestro tiempo

9, la palabra es berit, “pacto”. Esa es la primera diferencia. La segunda es que en ambos pasajes se afirma que Dios hizo a la persona humana a su imagen, pero lo hacen de maneras notablemente diferentes. En Génesis 1 leemos: «Y dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza, y gobierne sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo, y sobre el ganado, y sobre toda la tierra, y sobre todo lo que se mueve sobre la tierra”. Entonces, Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó» (Gn 1, 26-27). Y así es como se afirma en Génesis 9: «Quien derrama la sangre de un hombre, otro hombre derramará su sangre; porque Dios hizo al hombre a su imagen» (Gn 9, 6). Esta diferencia es fundamental. Génesis 1 me dice que yo soy a imagen de Dios. Génesis 9 me dice que la otra persona es a imagen de Dios. Gé-nesis 1 habla sobre el dominio del homo sapiens sobre el resto de la creación. Génesis 9 habla sobre la santidad de la vida y la prohibición del asesinato. El primer capítulo nos habla sobre el poder potencial de los seres humanos, mientras que el capítulo noveno nos habla sobre los lími-tes morales de ese poder. No podemos usarlo para privar a otra persona de la vida. Esto explica también por qué la palabra clave, repetida siete veces, cambia de “bueno” a “alianza”. Cuando decimos que algo es bueno, estamos hablan-do de cómo es en sí mismo. Pero cuando hablamos de un pacto, estamos hablando de relaciones. Un pacto es un vínculo moral entre personas. Lo que hace la diferencia entre el mundo des-pués del diluvio y el mundo anterior es que las condiciones de la constitución humana han cam-biado. Dios ya no espera que las personas sean buenas porque está en su naturaleza serlo. Por el contrario, Dios ahora sabe que “toda inclinación del corazón humano está pervertida desde la in-fancia” (Gn 8, 21), y esto a pesar del hecho de haber sido creados a imagen de Dios. La diferencia es que Dios hay uno solo. Si hubiera un solo ser humano, él o ella podrían vivir en paz con el mundo. Pero sabemos que esto no puede ser el caso, porque “no es bueno que el hombre esté solo” (Gn 2, 18). Somos animales sociales. Y cuando un ser humano cree que tiene poderes divinos frente a otro ser humano, el resultado es la violencia. Por lo tanto, pensar que eres divino, siendo que eres hu-mano, demasiado humano, es sumamente peligroso.

Por eso, con un ligero retoque, Dios transfor-mó los términos de la ecuación. Después del Dilu-vio, le enseñó a Noé, y por medio de él a toda la humanidad, que hemos de pensar, no de nosotros mismos, sino del otro ser humano que fue creado a ima-gen de Dios. Esa es la única forma de salvarnos de la violencia y la autodestrucción. Esta es en verdad una idea que cambia por completo la vida. Significa que el mayor desafío religioso es este: ¿puedo contemplar la imagen de Dios en alguien que no está hecho a mi ima-gen, cuyo color, clase social, cultura o credo es diferente del mío? La gente teme a otra gente que no es como ella. Esa ha sido una fuente de violencia durante todo el tiempo en que ha habido vida humana en la tierra. Al extranjero, al forastero casi siempre se le ve como una amenaza. Pero, ¿qué tal si sucediera al revés? ¿Qué tal si las personas que no son como nosotros, en vez de ser una amenaza, vienen a enriquecer nuestro mundo? Hay una extraña expresión que decimos des-pués de comer o beber algo cuando pronunciamos la bendición shehakol. Dice así: «Borei nefashot rabbot vejesronam». Dios “crea muchas almas y sus defi-ciencias”. Si lo tomamos literalmente, es casi in-comprensible. ¿Por qué deberíamos alabar a un Dios que crea deficiencias? Una respuesta hermosa1 es que, si no tuviéra-mos deficiencias, entonces, como no nos faltaría nada, nunca necesitaríamos de nadie más. Seríamos seres solitarios en vez de seres sociales. El hecho de que todos somos diferentes, y de que todos tenemos deficiencias, significa que nos necesita-mos los unos a los otros. Lo que te falta a ti, puedo tenerlo yo, y lo que me falta a mí, puede que lo tengas tú. Al concordar entre nosotros, cada uno puede darle al otro algo que él o ella no tiene. Nuestras deficiencias y diferencias es lo que nos une en beneficio mutuo, en un escenario de “to-dos-ganan”2. Nuestra diversidad es lo que nos hace animales sociales. Esta es la intuición que se expresa en la famosa declaración rabínica: “Cuando un ser humano acu-ña muchas monedas con el mismo troquel, todas resultan idénticas. Dios nos hace a todos con el mismo troquel, con la misma imagen, la suya, y todos resultamos diferentes”3. Este es el funda-mento de lo que yo llamo —ese es el título de uno de mis libros— la dignidad de la diferencia. Esta es una idea que cambia toda nuestra vida. La próxima vez que nos encontremos con alguien

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deQuólibet no 9 noviembre 2018 El Judaísmo y los desafíos de nuestro tiempo

radicalmente diferente de nosotros, deberíamos tratar de ver la diferencia, no como una amenaza, sino como un regalo que nos enriquece y crea nue-vas posibilidades. Después del Diluvio, y para evi-tar un mundo “lleno de violencia” que lo provocó, Dios nos pide que contemplemos su imagen en

alguien que no está hecho a mi imagen. Adán sabía que estaba hecho a imagen de Dios. Noé y sus descendientes tienen la orden de recordar que las otras personas están hechas a imagen de Dios. El gran desafío religioso es este: ¿puedo ver un rasgo de Dios en la cara de un extraño?

________ 1 Doy las gracias al señor Joshua Rowe de Manchester, de quien escuché esta hermosa idea por primera vez. 2 Esto es lo que llevó a pensadores como Montesquieu en el siglo XVIII a conceptualizar el comercio como una alternati-va a la guerra. Cuando dos tribus diferentes se encuentran, pueden comerciar o luchar. Si pelean, uno al menos perderá y el otro también sufrirá pérdidas. Si intercambian, ambas

ganarán. Esta es una de las contribuciones más importantes de la economía de mercado a la paz, la tolerancia y la capaci-dad de ver la diferencia como una bendición, no como una maldición. Véase Albert O. Hirschman, Las pasiones y los intere-ses: argumentos políticos en favor del capitalismo antes de su triunfo, México: FCE, 1978. 3 Mishnah, Sanhedrín 4: 5.

NOSTRA AETATE: CINCUENTA AÑOS DESPUÉS

Al término del Concilio Vaticano II en 1965, se aprobó la Declaración Nostra Aetate sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas. Nuestro autor destaca este hecho como un paso decisivo en la reconciliación del cristianismo con el ju-daísmo, lo cual conlleva examinar la violencia ejercida por creyentes cristianos contra los judíos y contra creyentes de otras religiones.

A primera vista, fue un gesto teológico de poca monta; sin embargo, provocó una de las mayores revoluciones en la historia religiosa. Nostra Aetate, la declaración de 1965 sobre las relaciones de la Iglesia Católica con las religiones no cristianas, afirmó que “no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios y malditos, como si tal cosa se dedujera de las Sagradas Escrituras”. Como conse-cuencia de ello, hoy en día judíos y católicos se tratan, no como enemigos, sino como amigos que-ridos y respetados. El Concilio Vaticano II, el encuentro interna-cional de obispos católicos del que surgió Nostra Aetate, debe su origen a dos hombres notables, el Papa Juan XXIII y el historiador judío-francés Jules Isaac. Isaac sobrevivió al Holocausto, en el cual perdió a su esposa y a su hija en los campos de exterminio. Se propuso, entonces, descubrir las raíces del antisemitismo que había infectado regio-nes enteras de Europa en los siglos XIX y XX. Isaac se remontó a la historia de la Iglesia pri-mitiva. No creía, ni deberíamos creer nosotros, que el Holocausto, o el antisemitismo, estaban inspira-dos por el cristianismo. El odio de Hitler tenía raíces completamente diferentes, y el antisemitis-

mo es anterior al nacimiento del cris-tianismo. Pero Isaac delineó la tendencia de los primeros tex-tos cristianos, tras la apertura de la Iglesia a los gentiles, a cul-par colectivamente a los judíos por la muerte de Jesús y a ver el judaísmo co-mo una relación fra-casada entre Dios y la humanidad. Esto se acentuó en los escritos de los Padres de la Iglesia, en lo que él llamó “la doctrina del menosprecio”.

Gran parte de esto se debió a tensiones inter-nas en el seno de la Iglesia primitiva. Sin embar-go, esto dio pie a una historia dolorosa, en la cual los judíos fueron unas veces masacrados, otras expulsados, humillados públicamente, con-vertidos por la fuerza, acusados de envenenar pozos, de propagar la peste y matar niños cris-tianos con fines religiosos, el llamado Libelo de

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Sangre. Aunque esa conducta fue condenada a menudo por los papas, en algunos casos como perversión de la doctrina cristiana, dejó, con todo, un legado de sospecha, miedo y odio.

Juan XXIII, un hombre valiente que, siendo el arzobispo Roncalli en Estambul du-rante la guerra, salvó miles de vidas judías, leyó el trabajo de Isaac. En junio de 1960, los dos se encon-traron, y el Papa resolvió volver a examinar la acti-

tud de la Iglesia para con otras religiones, particu-larmente el judaísmo. Así comenzó el proceso del Concilio Vaticano II, aunque Juan XXIII, que mu-rió en 1963, no sobrevivió para ver su pleno cum-plimiento. Si bien el desarrollo doctrinal adoptado finalmente fue limitado, inspiró un espíritu comple-tamente nuevo en las relaciones entre ambas reli-giones que ha persistido hasta el día de hoy. Han ocurrido acontecimientos antes inconcebi-bles, entre ellos la visita del Papa Juan Pablo II en 1986 a la Sinagoga de Roma, donde habló del pue-blo judío con profundo respeto fraterno y con amor, y su oración el año 2000 en el Muro Occi-dental en Jerusalén. Sin embargo, lo más destacado ha sido la declaración del Papa Francisco en 2013, al responder una carta abierta de un periodista italiano, el Dr. Eugenio Scalfari, crítico de la Igle-sia, sobre todo por su actitud para con los judíos. Refiriéndose al Concilio Vaticano II, Francisco escribió: “Dios nunca ha olvidado su fidelidad al pacto con Israel, y los judíos, aun en medio de las terribles pruebas de estos últimos siglos, han pre-servado su fe en Dios. Por eso nosotros, la iglesia y toda la familia humana, no podremos estar nunca agradecidos lo suficiente para con ellos”. Esta es la declaración más positiva jamás pronunciada por un Papa acerca del judaísmo y del pueblo judío, y es

un testimonio elocuente de que, aun ante la dife-rencia religiosa, las relaciones rotas se pueden repa-rar y las viejas heridas pueden comenzar a sanar. Esto es importante como nunca antes, porque nuestro mundo enfrenta desafíos formidables en los cuales es esencial que judíos y cristianos se unan, si es posible extendiendo este abrazo para incluir a otras religiones, especialmente el otro monoteísmo abrahámico, el Islam. La violencia por motivos religiosos ha provo-cado el caos y la destrucción en gran parte del Oriente Medio, en algunos lugares del África subsahariana y en Asia. Los cristianos están su-friendo por su religión algo parecido a la limpie-za étnica en países donde han estado presentes durante siglos. El Islam pacífico está siendo sub-vertido por los yihadistas radicales, lo cual lleva a la barbarie y la matanza, aun de otros musulma-nes, cada vez en mayor escala. Entre tanto, el antisemitismo ha vuelto con toda su fuerza en la memoria viva del Holocausto. Son pocos los que entrevieron que la religión, una vez más, se convertiría en una fuerza importan-te en la arena política mundial. Ha regresado, no como una voz apacible y dulce, sino como un tor-bellino que destruye todo lo que encuentra a su paso. Necesitamos esta vez otra Nostra Aetate de mayor envergadura, que congregue a las principales religiones del mundo en un pacto de reciprocidad y responsabilidad. Debemos estar dispuestos a otor-gar a otros la libertad y el respeto que buscamos para nuestra propia fe. Necesitamos una coalición mundial de líderes religiosos respetados, con la vi-sión que tuvo Juan XXIII en su tiempo y la hones-tidad de admitir que mucho de lo que se hace en nombre de la fe, es de hecho una profanación de la fe y una violación de sus principios más sagrados. Tuvo que suceder el Holocausto para que apa-reciera la declaración Nostra Aetate. ¿Qué habrá de suceder ahora para que los líderes religiosos se unan con el propósito de contrarrestar los odios por motivo de religión, que se están extendiendo como una epidemia a través de nuestro mundo interconectado? Esto es una necesidad urgente, es un riesgo inmenso, es el momento de hacerlo ya.

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UN CAMINO POCAS VECES TRANSITADO

En estos tiempos de fundamentalismo religioso, odio y violencia entre creyentes, el Rabino Sacks recuerda cómo en la Edad Media judíos, musulmanes y cristianos lograron establecer un diálogo filosófico y teológico que enriqueció el pensamiento occidental: Avicena, Averroes, Maimónides, Tomás de Aquino. ¿Será posible e s-to en nuestros días? Es un camino pocas veces transitado.

Nosotros en la comunidad judía a veces olvidamos cuánto le debemos al Islam. Fueron los grandes teólogos y pensadores islámicos, entre ellos al-Farabi, Ibn Sina (Avicenna) e Ibn Rushd (Ave-rroes), quienes recuperaron la tradición clásica de la filosofía, lo cual hizo pasar a la luz a la Edad Media, que suele llamarse Época de las Tinieblas. Maimónides, uno de los más grandes pensado-res judíos del último milenio, tiene una gran deuda con ellos. A lo largo de su obra maestra, Guía para perplejos, está en constante diálogo con los muta-kallimun, los kalamistas musulmanes. Incluso su gran código de leyes religiosas, la Mishneh Torah, se inspiró en los códigos de la Sharia. Maimónides, a su vez, influyó en pensa-dores cristianos como Tomás de Aquino. Así pues, tanto el judaísmo como el cristianismo tie-nen una gran deuda con los pensadores del Islam. Es más, el hijo de Mai-mónides, el rabino Abra-ham, sintió una profunda afinidad con las tradiciones místicas islámicas. En lo personal, yo he aprendido muchas cosas de Ibn Khaldun, a quien se le considera a veces como el primer sociólogo del mundo. Sus ideas sobre los procesos de decadencia social siguen siendo muy relevantes para Occidente hoy en día. Hace algunos años, escribí un artículo en The London Times, en el cual cuento la historia de cómo Averroes llegó a ser el primero en desarrollar un argumento de carácter religioso en pro de la libertad de expresión. Influyó en un sabio judío del siglo XVI, el Rabino Judah Loew de Praga, quien lo cita a este propósito. John Milton, un escritor cristiano, argumentó el mismo punto en su defensa de 1644 de la libertad de expresión, su Areopagitica. Dos si-glos después, el pensador secularista John Stuart Mill reiteró el argumento en su obra clásica de 1859,

On Liberty. Quedé impresionado de cómo un mu-sulmán, luego un judío, luego un cristiano, luego un humanista secular, convinieron para reconocer la importancia de la libertad de expresión y la dignidad de la disidencia. Hoy, sin embargo, todas las religiones enfrentan un desafío. El mundo está cambiando a un ritmo cada vez más acelerado. Entre tanto, las sociedades en occidente están abandonando la ética religiosa que las hizo grandes. La cultura dominante en Euro-pa hoy en día es secular, consumista, individualista y relativista, de modo que aporta poco en la vena de la guía moral, y aún menos en términos del sentido de

lo sagrado. Oscar Wilde una vez definió al cínico como al-guien que sabe el precio de cualquier cosa pero no co-noce el valor de ninguna. En ese sentido, la nuestra es una era cínica. Por eso, en todas las grandes religiones, los grupos que crecen más rápidamente son los más opuestos a la corriente secu-

lar. En cierto sentido, estas son buenas noticias. Significa que la religión todavía tiene voz en el siglo XXI, y es importante porque nos recuerda que las cosas que tienen valor, mas no un precio. En otro sentido, sin embargo, es muy peligroso, porque la religión se ha convertido en una fuente de conflictos por todas partes, en el Oriente Medio, en África y Asia, hasta en Europa. Por esta razón escribí el libro Not in God’s Name – No en nombre de Dios. Es una protesta de carácter religioso contra la violencia por motivos religiosos, contra quienes matan en nombre del Dios de la vida, odian en nombre del Dios del amor, emprenden la guerra en nombre del Dios de la paz y practican la cruel-dad en nombre del Dios de la compasión. Porque este no es el camino de Abraham ni de los que se consideran entre sus herederos.

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Los monoteísmos abrahámicos —Judaísmo, Cristianismo e Islam— han tenido períodos vio-lentos en su historia, pero a la larga estas expe-riencias han sido desastrosas. Comienzan pelean-do contra el “Otro” y acaban peleando contra personas de su propia fe: judío contra judío, cris-tiano contra cristiano, musulmán contra musul-mán. Entonces es cuando los creyentes serios —unos pocos al principio y poco importantes—, llegan a la conclusión de que esto no puede ser lo que Dios quiere realmente de nosotros. Saben que cada vida es como un universo, que el asesi-nato de un inocente es un pecado y un crimen a la vez, y que el terror en nombre de Dios es una profanación del nombre de Dios. Las grandes religiones consagran el nombre de Dios cuando honran la dignidad humana, practican la justicia y la compasión, guían a las personas a alimentar a los que tienen hambre y a ayudar a las personas sin hogar, y enseñan a sus hijos a amar, no a odiar. Quienes respetan a los demás son res-

petados, mientras que aquellos que practican la violencia perecen finalmente por la violencia. Jonathan Swift dijo una vez: “Tenemos religión en exceso para hacer que nos odiemos unos a otros, pero no la suficiente para hacer que nos amemos unos a otros”. Que eso no se diga de no-sotros. Cada uno tenemos la responsabilidad de ofrecer una alternativa a las voces violentas dentro de nuestra propia fe. Solo los judíos pueden hacer esto dentro del judaísmo, los cristianos dentro del cristianismo y los musulmanes dentro del Islam. Escribí No en el nombre de Dios para animar a otros a hacer esto dentro de su propia fe. El verdadero cambio solo viene desde adentro. En una era extremista es fácil ser extremista. El verdadero héroe religioso es el que va por un camino pocas veces transitado, mostrando que la fe sana, no hiere. Eso es lo que hizo el Islam en la gran era de Al-Andalus y La Convivencia en Es-paña, y se ganó la admiración del mundo. ¿Quién hará eso hoy?

MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA DE LA RABIA

Las respuestas mal pensadas en busca cambios en la economía, la política y el go-bierno, debido situaciones de hartazgo de la gente – corrupción, burocracia, deterioro económico, inoperancia de los gobiernos, acoso de migrantes y un largo etcétera – puede conducir a situaciones peores. Es lo que señala el Rabino Sacks en su incis i-va reflexión sobre la política de la rabia. Estas situaciones están generalizándose en distintas partes del mundo y con distintos signos ideológicos.

Lo que está sucediendo no es la política de siem-pre. Las elecciones presidenciales estadounidenses, el voto en pro del Brexit y el creciente extremismo en la política de Occidente son advertencias de algo más extendido, y cuanto antes nos demos cuenta de ello, mejor. Lo que estamos presencian-do es el nacimiento de una nueva política de la ira. Es de cierto algo potencialmente muy peligroso. Ninguna civilización dura indefinidamente. El primer signo de decadencia es que la gente pierde la confianza en la élite gobernante. Se considera que no han resuelto los principales problemas que enfrenta la nación. Se percibe que se benefician a sí mismos, no a toda la población.

Las élites están desconectadas y se rodean de personas como ellos. Han dejado de escuchar a las bases. Subestiman la profundidad y amplitud de la ira popular. Eso sucedió tanto en Washing-ton como en Westminster. La clase gobernante no ve venir el golpe. Así es como el partido del statu quo es derrotado por el candidato o candidata del partido iracundo, por incoherentes que sean de hecho sus políticas. Ahí reside el peligro, porque la ira es un esta-do de ánimo, no una estrategia, y puede empeo-rar las cosas, no mejorarlas. La ira nunca resuel-ve problemas, lo único que logra es inflamarlos. El peligro que se avista en el camino, como ha

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sucedido a lo largo de la historia, es la exigencia de un liderazgo autoritario, lo cual es el principio del fin de una sociedad libre. No debemos olvi-dar la advertencia de Platón de que la democra-cia puede terminar en tiranía. Solo hay una alternativa viable. No es un re-torno al status quo. Es algo que trasciende las divi-siones tradicionales entre los partidos. Es la crea-ción de una nueva política de esperanza. La esperanza no es mero optimismo Comien-za con un sincero reconocimiento de las partes involucradas de cuán mal están las cosas en realidad. Grandes segmentos de la población en Gran Bretaña y Estados Unidos no se han bene-ficiado del crecimiento económico. Han visto decaer su nivel de vida, en términos relativos y absolutos. Han visto cómo los empleos tradicio-nales han sido subcontratados a economías de bajos salarios, de modo que los centros indus-triales que fueron prósperos son ahora desiertos desmoralizados. Necesitamos una nueva economía del capita-lismo con rostro humano. Hemos visto a ban-queros y ejecutivos corporativos comportarse de manera indignante, otorgándose pagos enormes, mientras que el costo humano ha sido asumido por quienes menos pueden pagarlo. Hemos es-cuchado cómo se recurre, cual mantra, a la eco-nomía de libre mercado, desdeñando por com-pleto el dolor y la pérdida que acompañan a la economía global. Hemos actuado como si los mercados pudieran funcionar sin moral, las cor-poraciones internacionales sin responsabilidad social y los sistemas económicos sin tener en cuenta su efecto en las personas que quedaron varadas por la marea cambiante. Nosotros, que somos abuelos, sabemos muy bien que la vida es más difícil para nuestros hijos que para nosotros, y para nuestros nietos será aún más difícil.

Necesitamos reconstruir nuestra ecología social. Cuando una civilización está bien ordenada, cuenta con instituciones que brindan apoyo y esperanza en tiempos difíciles. En Occidente, estas han sido tradicionalmente las familias y las comunidades. Ni unas ni otras se hallan buen estado en todo el Oc-cidente hoy en día. Su colapso condujo a dos de los pensadores más importantes de Estados Uni-dos, Charles Murray por la derecha y Robert Put-nam por la izquierda, a argumentar que, en grandes segmentos de la población, el sueño estadouniden-se se ha hecho trizas sin remedio. Cuanto antes

abandonemos la visión políticamente correcta pero socialmente desastrosa de que el matrimonio ha pasado de moda, tanto mejor. Necesitamos recuperar un sentido vigoroso e inclusivo de la identidad nacional, si queremos que la gente perciba que los que están en el poder se preocupan por el bien común, no simplemente por los intereses de las élites. Occidente sigue sufriendo el daño causado por el multiculturalis-mo, una prueba viviente de que el camino al in-fierno está lleno de buenas intenciones. A no ser que seamos capaces de restaurar lo que George Orwell llamó patriotismo en oposición al nacio-nalismo, veremos el surgimiento de la extrema derecha, como ya está ocurriendo en Europa. La voz de las religiones también es importante, y lo digo no porque yo sea religioso, sino porque históricamente las grandes religiones le han dado a las personas un sentido de dignidad y de valía que no depende de lo que ganan o poseen. Cuando la religión muere y el consumismo ocupa su lugar, la gente se queda con una cultura que la alienta a comprar cosas que no necesita con dinero que no tiene para una felicidad que no durará. Es un mal intercambio y terminará en lágrimas. Todo esto es grave, profundo y arduo, necesi-tamos ir más allá de la política de confrontación y del pensamiento divisivo de suma cero que tanto ha embrutecido el debate público. La ira es siem-pre un peligro de la política en tiempos de cambios rápidos, pero nunca ha sido tan peligrosa como lo es ahora. La revolución en la tecnología de la in-formación ha transformado toda la modulación de la cultura global en el siglo XXI. Los teléfonos inteligentes y las redes sociales empoderan a los grupos que en otras circunstancias podrían carecer de una voz colectiva. Internet tiene un efecto de desinhibición que fomenta la indignación y la pro-paga cual epidemia. Una política de esperanza siempre está a nues-tro alcance. Pero para crearla tendremos que en-contrar formas de fortalecer a las familias y a las comunidades, construir una cultura de responsabi-lidad colectiva e insistir en una economía del bien común. Esto ya no es una cuestión de política de partidos. Se trata de la viabilidad misma de la liber-tad por la que Occidente luchó durante tanto tiempo. Necesitamos construir una narrativa con-vincente de esperanza que nos hable a todos, no solo a algunos de nosotros, y el momento de co-menzar es ahora mismo.

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DESAFIAR A LOS ÍDOLOS DE LA ERA SECULAR

Dos ensayos, en fin, sobre el lugar que deben ocupar las religiones en nuestro mundo para contrarrestar pacíficamente la violencia desatada en nombre de la religión. Una paradoja atraviesa a nuestra cultura occidental, señala el Rabino Sacks. La religión parece haber sido excluida de la era secular, pero ha vuelto por sus fueros de forma violenta asociada con la política. Ha sucedido en otras épocas, pero en la nuestra exige una reflexión seria. El reto es este: «Debemos educar a una generación de jóvenes judíos, cristianos, musulma-nes y otros, para sepan que no es piedad sino sacrilegio matar en nombre del Dios de la vida, odiar en el nombre del Dios del amor, desatar la guerra en el nombre del Dios de la paz y practicar la crueldad en nombre del Dios de la compasión».

¿Puede la religión sobrevivir, incluso florecer, en una era secular? La respuesta es un rotundo Sí. La pregunta es cómo. Las religiones pueden reaccionar al cambio negándolo. Se ven señales de esto en los recintos de adoración, donde se cantan las mismas cancio-nes y se escuchan los mismos sermones. Afuera, el mundo sigue su curso indiferente, dentro de la asamblea envejece y disminuye. La segunda opción es adoptar las vestimentas de la sociedad secular y pretender que siempre han sido religiosas. ¿Que el mundo se ha politi-zado? Nosotros también. ¿Que el mundo celebra las libertades sexuales? Nosotros también. ¿Que el mundo se rinde adoración? Nosotros también. De pronto, el mundo se da cuenta de que la reli-gión, en vez de liderar a la sociedad, la está si-guiendo. Pierde credibilidad. La tercera opción es la resistencia: la religio-sidad que se opone a la modernidad como si fuera obra de Satanás. El fundamentalismo es eso: falla porque no puede lidiar con la comple-jidad, la diferencia y la libertad. ¿Qué debería hacer la religión en una era secular? Debería ser una contraofensiva, desafiar la sabiduría convencional y enfrentar la idolatría. Cada edad tiene sus ídolos. ¿Cuáles son los nuestros? Uno es la política. Nos enamoramos del gobierno del momento y descansamos en el regazo de un nue-vo partido que promete resolver nuestros problemas sin sufrimiento. Nosotros lo hemos elegido. Pero descubre que no se puede resolver los problemas sociales profundos sin sufrimiento, y entonces o bien opta por no resolverlos o bien opta por seguir el camino del sufrimiento. De una u otra forma, nos desilusionamos en nuestro amor por él y el ciclo se repite. Este es el triunfo de las expectativas sobre la experiencia y ocurre cada cinco o diez años. El siguiente es la economía. La gente cree que el mercado resolverá los problemas. Luego, ve-

mos que los bancos buscan ganancias a corto plazo, a un costo a largo plazo para los clientes y la economía. Luego, ponemos nuestra fe en la regulación, olvidando que se pondrá más ingenio en evadir las reglas que en aplicarlas. El tercero es creer que podemos prescindir de la moral, especialmente en cuestiones de sexo. Este fue el pensamiento mágico de la década de 1960. Hoy podemos calcular el costo: niños que crecen sin padres, nuevas formas de pobreza infantil y un aumento triple en los trastornos por consumo de drogas, alcohol y alimentación. La adoración de ídolos y el pensamiento mágico ocurren cuando creemos que alguna institución o alguna persona someterán el mundo a nuestros deseos, haciendo desaparecer los problemas sin esfuerzo de nuestra parte. El ídolo puede ser la democracia liberal, la sociedad de consumo, la ciencia, la medicina o la ingeniería genética. La fe religiosa dice que estas cosas pueden ser una bendición o una maldición, dependiendo de si se usan con humildad, moderación, preocupación por el bien común y cuidado de las consecuencias a largo plazo. La humildad implica reconocer que hay algo más grande que nosotros ante quien hemos de ser res-ponsables. La mesura significa que no todo lo que podemos hacer debemos hacerlo. La preocupación por el bien común significa reconocer que los demás, no solo nosotros, son a imagen y semejanza de Dios. Cuidar las consecuencias a largo plazo significa creer en algo que durará más de lo que duraremos. La religión no es mito ni magia. Es el recono-cimiento de cuán pequeños somos en el plan general de las cosas, y cuán grande es nuestra responsabilidad para con los demás. Es la voz callada y delicada que nos recuerda que no hay logros sin sacrificio, libertad sin autocontrol. Quienes adoran a los ídolos de la época perecen con la época, mientras que la adoración de lo eterno vive por siempre continúa viva.

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NO EN NOMBRE DE DIOS: CÓMO VENCER A LA VIOLENCIA RELIGIOSA Occidente fue sorprendido por el surgimiento del Estado Islámico, como ocurrió hace una década y media por los ataques de Al Qaeda y como lo fue la Unión Soviética por la determinación de los mujahidines de Afganistán en los años ochenta. Estos son algunos de los peores fracasos de la inteligencia política en los tiempos modernos, y las consecuencias han sido desastrosas.

La falta de preparación no fue accidental. Ocurrió debido a un punto ciego en la mente secular: la inca-pacidad de ver el poder elemental y conmovedor de la religión cuando fue secuestrada por la política. Desde el auge de la ciencia moderna, los intelectuales se han convencido de que la fe está bajo cuidados intensivos, a punto de morir o, al menos, ser inofen-siva por su exclusión de la plaza pública.

Pero no todas las regiones del mundo han pa-sado por este proceso. No todas las religiones han permitido que se las excluya de la plaza pública. Y cuando las revoluciones seculares fracasen, debe-ríamos saber ya que podemos esperar que vengan contrarrevoluciones religiosas.

La religión últimamente ha exigido nuestra atención no como una voz tranquila y suave, sino como un torbellino. Si se ha de cumplir la profecía de Isaías de que “de las espadas se forjarán ara-dos”, entonces la tarea esencial hoy es pensar qué relación hay entre religión y violencia.

Tres respuestas han surgido en los últimos años. La primera: la religión es la principal fuente de vio-lencia. Por lo tanto, si buscamos un mundo más pacífico, deberíamos abolir la religión. La segunda: la religión no es fuente de violencia. Puede ser utili-zada por líderes manipuladores para motivar a la gente a librar guerras precisamente porque la motiva

a realizar actos heroicos de autosacrificio, pero la religión misma nos enseña a amar y perdonar, no a odiar y luchar. La tercera: la religión de los otros, sí; nuestra religión, no. Nosotros estamos a favor de la paz. Los otros a favor de la guerra.

Ninguna de estas posiciones es verdadera. En cuanto a la primera, Charles Phillips y Alan Axel-rod examinaron 1800 conflictos para su "Enciclo-pedia de las Guerras" y encontraron que menos del 10% involucraba a la religión. Un estudio, "Dios y la Guerra", encomendado por la BBC encontró que la religión jugó un papel importante en 40% de las guerras principales en los últimos tres milenios, pero por lo general de menor importancia.

La segunda posición es errónea. Cuando los gru-pos terroristas o militares invocan la guerra santa,

definen su batalla como una lucha contra Sa-tanás, condenan a muerte a los incrédulos y cometen asesinatos, mientras proclaman que "Dios es grande", es absurdo negar que están actuando por motivos religiosos. Las religio-nes, en efecto, buscan la paz, pero lo hacen en sus propios términos.

La tercera es una instancia clásica de ses-go dentro del grupo. Los grupos, como los individuos, tienen necesidad de autoestima, e interpretarán los hechos para confirmar su sentido de superioridad. El judaísmo, el cristianismo y el islamismo se definen como

religiones de paz; sin embargo, las tres han desatado la violencia en algunos momentos de su historia.

Mi preocupación en este momento no es la rela-ción general entre religión y violencia, sino el desafío específico del extremismo religioso politizado en el siglo XXI. El resurgimiento de la religión como una fuerza global tomó a Occidente desprotegido y des-prevenido porque estaba atrapado por una narrativa que contaba una historia muy diferente.

Se dice que 1989, el año del colapso del Muro de Berlín y el final de la Guerra Fría, marcó el acto final de un extenso drama, en el que la religión, primero, y la ideología política, después, murieron al cabo de un período prolongado en cuidados intensivos. La edad del verdadero creyente, religioso o secular, había terminado. En su lugar había llegado la eco-nomía de mercado y el estado democrático liberal, en el que los individuos y su derecho a vivir tal co-

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mo lo escogieran tenían prioridad por sobre todos los credos y códigos. Fue el último capítulo de una historia que comenzó en el siglo XVII, que fue la última gran era de guerras de religión.

Lo que los inspiradores del secularismo olvida-ron es que el Homo sapiens es el animal que busca significado. Si hay algo que las grandes instituciones del mundo moderno no hacen es ofrecer significa-do. La ciencia nos dice cómo pero no nos dice por qué. La tecnología confiere poder pero no puede guiarnos sobre cómo usar ese poder. El mercado nos ofrece muchas opciones pero nos deja sin orientación sobre cómo tomar esas decisiones. El estado democrático liberal nos proporciona libertad para vivir como queremos, pero se abstiene, en principio, de guiarnos en cómo hemos de elegir.

La ciencia, la tecnología, el libre mercado y el estado democrático liberal nos han permitido al-canzar logros sin precedentes en materia de cono-cimiento, libertad, esperanza de vida y riqueza. Se encuentran entre los mayores logros de la civiliza-ción humana y deben ser defendidos y apreciados.

Pero no responden las tres preguntas que to-da persona reflexiva se hará en algún momento de su vida: ¿Quién soy yo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cómo he de vivir? El resultado es que el siglo XXI nos ha llevado a máximos en la elección y a mínimos en el significado.

Hay un retorno de la religión hoy en día porque es difícil vivir sin sentido. Por eso, ninguna sociedad ha sobrevivido por mucho tiempo sin una religión o un sustituto de la religión. El siglo XX demostró, de manera brutal y definitiva, que los grandes sustitutos modernos de la religión –nación, raza, ideología política– no son menos propensos a ofrecer sacrifi-cios humanos a sus deidades sustitutas.

La religión que ha irrumpido ahora no tiene la forma apacible, silenciosa, ecuménica que nosotros, en Occidente, deseamos cada vez más. Es la religión en su forma más combativa y agresiva. Es la mayor amenaza para la libertad en el mundo posmoderno. Es el rostro de lo que yo llamo el "mal altruista" de nuestro tiempo: el mal cometido por una causa sagrada, en nombre de los más altos ideales.

El siglo XXI va a ser más religioso que el XX por varias razones. La primera es que, de muchas maneras, la religión se adapta mejor a un mundo de comunicación instantánea global que los estados nacionales y las instituciones políticas existentes.

El segundo es el fracaso de las sociedades occi-dentales después de la Segunda Guerra Mundial al

abordar la más fundamental de las necesidades humana: la búsqueda de identidad. Las grandes creencias mundiales ofrecen significado, dirección, un código de conducta y un conjunto de reglas para la vida moral y espiritual de una manera en que no lo hacen ni el libre mercado ni las demo-cracias liberales del mundo occidental.

La tercera razón tiene que ver con la demo-grafía. En todo el mundo, los grupos más reli-giosos tienen las tasas de natalidad más altas. Durante el próximo medio siglo, como Eric Kaufmann lo ha documentado en su libro, Shall the Religious Inherit the Earth?: Demography and Poli-tics in the Twenty-First Century (Profile, 2010), ha-brá una transformación masiva en la composi-ción religiosa de gran parte del mundo, con Eu-ropa a la cabeza. Con la única excepción de los Estados Unidos, Occidente no está prestando atención al imperativo darwiniano de transmitir sus genes a la siguiente generación.

Esto nos deja casi con la única opción de re-examinar ante todo la teología que conduce al con-flicto violento. Si no hacemos este trabajo teológi-co, enfrentaremos el terror permanente que ha marcado nuestro siglo hasta ahora, puesto que no tiene ninguna otra finalidad.

El desafío no es solo para el Islam sino también para el Judaísmo y el Cristianismo. Ninguna de las grandes religiones, conociéndose a sí misma, puede decir con toda desfachatez: "Nuestras manos nun-ca han derramado sangre inocente".

Como judíos, cristianos y musulmanes, tene-mos que estar dispuestos a hacernos preguntas muy incómodas. ¿Quiere el Dios de Abraham que sus discípulos maten por su causa? ¿Exige sacrifi-cios humanos? ¿Se regocija en la guerra santa? ¿Quiere que odiemos a nuestros enemigos y ate-rroricemos a los incrédulos? ¿Hemos leído nues-tros textos sagrados correctamente? ¿Qué nos está diciendo Dios, aquí y ahora? No somos profetas, pero somos sus herederos, y no carecemos de orientación acerca de estos asuntos aciagos.

Yo valoro la economía de mercado y la política democrática liberal, pero me temo a la vez que Oc-cidente no entiende del todo el poder de las fuerzas que se oponen a ello. Las pasiones que están en juego son más profundas y más poderosas que cualquier cálculo de intereses. La sola razón no ga-nará esta batalla. Tampoco la invocación de palabras como "libertad" y "democracia". Para algunos sue-nan como ideales convincentes, pero para otros son

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el problema contra el que están luchando, no son una solución que ellos querrían adoptar.

En este momento, judíos, cristianos y musul-manes deben permanecer unidos en defensa de la humanidad, de la santidad de la vida, de la liber-tad religiosa y del honor de Dios mismo. El ver-dadero choque del siglo XXI no será entre civili-zaciones o religiones, sino dentro de ellas. Será entre los que aceptan y los que rechazan la sepa-ración de la religión y el poder.

¿Qué debemos hacer, entonces? Debemos poner el mismo proyecto a largo plazo de fortalecimiento de la libertad religiosa como el que se ha puesto en la propagación del extremismo religioso. Los defen-sores del Islam radical han trabajado durante déca-das para marginar las tradiciones más abiertas, gene-rosas, inteligentes y místicas que fueron en el pasado la fuente de la grandeza del Islam.

Ha sido una estrategia notable por su amplio ho-rizonte en tiempo, precisión, paciencia y dedicación. Si la moderación y la libertad religiosa deben prevale-cer, requerirán no menos esfuerzo. Debemos capaci-tar a una generación de líderes religiosos y educado-res que acojan al mundo en toda su diversidad y a los textos sagrados en su generosidad máxima.

Debe haber una campaña internacional contra la enseñanza y la predicación del odio. La educación en muchos países islámicos sigue siendo una des-gracia. Si se sigue enseñando a los niños que los no creyentes están destinados al infierno y que los cris-tianos y los judíos son el Satanás mayor y menor, si la radio, la televisión, los sitios web y las redes socia-les acrecientan una corriente constante de paranoia e instigación, entonces el artículo 18 de la Declara-ción Universal de los Derechos Humanos, en su compromiso con la libertad religiosa, no tendrá ningún significado. Ninguna intervención militar en el mundo podrá detener la violencia.

Necesitamos recuperar los valores absolutos que hacen del monoteísmo abrahámico la fuerza humanizadora que ha sido en sus mejores momen-tos: la santidad de la vida, la dignidad del indivi-duo, los imperativos gemelos de la justicia y la compasión, la insistencia en los modos pacíficos de resolución de conflictos, el perdón por las heridas del pasado y la devoción por un futuro en el que todos los niños y niñas del mundo puedan vivir juntos en gracia y paz.

Estos son los ideales en los que judíos, cris-tianos y musulmanes pueden converger, am-pliando su abrazo para incluir creyentes de otras

religiones y de ninguna. Esto no significa que la naturaleza humana cambiará, o que la política dejará de ser un escenario de conflicto. Significa-rá únicamente que la política seguirá siendo polí-tica y no se convertirá en religión.

Debemos también insistir en el más simple de todos los principios morales: el principio del al-truismo recíproco, también conocido como “toma y daca”. Dice así: “Haz a los demás todo lo que quieras que te hagan a ti”. Si buscas respeto, debes respetar. Si pides tolerancia, debes ser tolerante. Si no quieres ser ofendido, no debes ofender.

Las guerras se ganan con armas, para ganar la paz se necesitan ideas. Ser hijo e hija de Abraham es aprender a respetar a los otros hijos de Abraham, aun si su camino no es nuestro, su alian-za no es la nuestra, su comprensión de Dios es diferente de la nuestra. Nuestra humanidad común debe preceder a nuestras diferencias religiosas.

Sí, hay pasajes en las Sagradas Escrituras de los tres monoteísmos abrahámicos que, interpretados literalmente, pueden llevar al odio, la crueldad y la guerra. Pero el judaísmo, el cristianismo y el isla-mismo tienen tradiciones interpretativas que en el pasado han leído estos pasajes en el contexto más amplio de la coexistencia, el respeto por las dife-rencias y la búsqueda de la paz, y eso pueden ha-cerlo hoy. El fundamentalismo –el texto fuera de

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contexto y su aplicación sin interpretación– no es realmente fe sino una aberración de la fe.

Con el auge del islam radical político, nuestro mundo se ha vuelto de pronto peligroso no solo para los judíos, los cristianos y otros, sino también para los musulmanes que se encuentran en el lado equivocado de la división entre sunitas y chiítas. Habrá ciertamente reacciones militares y políticas, pero debe haber también una respuesta religiosa, de lo contrario las otras fracasarán.

Debemos educar a una generación de jóvenes judíos, cristianos, musulmanes y otros, para sepan que no es piedad sino sacrilegio matar en nombre del Dios de la vida, odiar en el nombre del Dios

del amor, desatar la guerra en el nombre del Dios de la paz y practicar la crueldad en nombre del Dios de la compasión.

Ha llegado el momento de decir lo que no he-mos dicho en el pasado: Todos somos hijos e hijas de Abraham. Somos preciosos a los ojos de Dios. Somos bendecidos. Para ser bendecido, nadie tiene que ser maldecido. El amor de Dios no es así. Dios nos llama a dejar de lado el odio y la predicación del odio, y a vivir por fin como hermanos y her-manas, fieles a nuestra fe y una bendición para todos los demás, independientemente de su fe, a honrar el nombre de Dios honrando su imagen que es nuestra humanidad.

Ilustraciones Adolf Closs (1864-1938): Cargada de caballería de los Cruzados de San Juan contra los Sarracenos en la Primera Cruzada Pintura turca del siglo XV: Toma de Constantinopla por el Sultán Mehmet II en 1453