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Luis Britto García DEMONIOS DEL MAR Piratas y corsarios en Venezuela (1528-1727) INDICE TOMO 2 CAPITULO 9.- LOS FILIBUSTEROS DE LA HERMANDAD DE LA COSTA: (Predominio de filibusteros de La Tortuga y Jamaica, 1629-1671) 1.-Plantadores, bucaneros y filibusteros establecen la Hermandad de la Costa -Filibusteros libres, igualitarios, fraternos -La Asociación de los Señores de las Islas de América y los colonos ingleses se reparten San Cristóbal -Los fugitivos franceses e ingleses se refugian en la Española -Los Caballeros de Malta establecen un reino en el Caribe -Los bucaneros de La Española devienen cazadores cazados -Bucaneros, plantadores y filibusteros invaden la Tortuga -Ruy Fernández de Fuenmayor reconquista la Tortuga -Los ingleses repueblan, los españoles reconquistan

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Luis Britto García

DEMONIOS DEL MARPiratas y corsarios en Venezuela

(1528-1727)

INDICE

TOMO 2

CAPITULO 9.- LOS FILIBUSTEROS DE LA HERMANDAD DE LA COSTA: (Predominio de filibusteros de La Tortuga y Jamaica, 1629-1671)

1.-Plantadores, bucaneros y filibusteros establecen la Hermandad de la Costa -Filibusteros libres, igualitarios, fraternos -La Asociación de los Señores de las Islas de América y los colonos ingleses se reparten San Cristóbal -Los fugitivos franceses e ingleses se refugian en la Española -Los Caballeros de Malta establecen un reino en el Caribe -Los bucaneros de La Española devienen cazadores cazados -Bucaneros, plantadores y filibusteros invaden la Tortuga -Ruy Fernández de Fuenmayor reconquista la Tortuga -Los ingleses repueblan, los españoles reconquistan -Levasseur establece la dominación de los hugonotes -De Fontenay impone la dominación de los católicos franceses

-Los españoles reconquistan la Tortuga en 1653 -Los franceses retoman la Tortuga en 16592.-Los ingleses conquistan Jamaica y protegen el filibusterismo: 1655-1671

-La Revolución burguesa de 1645 -Cromwell renueva el poderío naval inglés

-El converso Thomas Gage predica la conquista inglesa del Caribe -Cromwell lanza el Western Designa y conquista Jamaica en 16553.-Inglaterra se expande por el Caribe4.-.La Restauración monárquica inglesa en 16605.-Thomas Modyford proyecta la conquista de Venezuela -Una invasión desde Trinidad hasta Cartagena 6.- filibusteros de la Tortuga y Jamaica contra Venezuela -El Cabildo de Caracas dispone auxilios para Santo Domingo

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-Los ingleses capturan en 1655 una fragata que parte de Coro -El inglés Cristopher Myngs asalta Cumaná, Puerto Cabello y Coro en 1659 -Los piratas ingleses lanzan cinco incursiones contra el Litoral Central en 1660 y 1661 -El pirata holandés Bernardo Jansen asalta Santo Tomé de Guayana en 1664 -Los capitanes Juan Gonzáles Perales y Esteban de las Hoces capturan la nave pirata El Caballero Romano en 1665 -Los piratas franceses L'Olonnais y Miguel el Vasco saquean Maracaibo y Gibraltar en 1665 -El pirata Miguel el Vasco asalta Maracaibo en 1667 -El pirata Henry Morgan saquea Maracaibo y Gibraltar en 1669 -El pirata Ansel asalta Cumaná en 16697.-Las guerras entre Inglaterra y Holanda 1652-1674

CAPITULO 10.- LOS FILIBUSTEROS DEL REY SOL (Predominio francés 1670-1697)

1.-El desarrollo del poderío naval francés bajo Luis XIV -Alborada de un Rey -Ascensión solar -El cenit del poder -El matrimonio con las aguas -Los corsarios de monsieur le ministre2.-Las guerras entre Francia y España: 1667-1668; 1672-1678 y 1687-1697 y la guerra de los corsarios3.-Corsarios y filibusteros franceses en Venezuela -Los corsarios franceses destruyen San Carlos en 1674 -Los corsarios franceses asaltan Margarita en 1677 -El conde D 'Estrées y los filibusteros asaltan Tobago en febrero de 1677 -Los corsarios franceses saquean Valencia en 1677 -El conde D Estrées asalta por segunda vez Tobago en diciembre de 1677 -El conde D'Estrées intenta la conquista de Curazao y encalla su flota en Isla de Aves en 1678 -El filibustero Grammont asalta Maracaibo, Gibraltar y Trujillo en 1678 -El marqués de Maintenon asalta Margarita, Trinidad y la costa de Caracas en 1678 -Grammont ataca La Guaira en 1680 -Los franceses toman Trinidad y ocupan las bocas del Orinoco en 1682

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-Los piratas asaltan Chuspa y Arrecifes en 16864.-La guerra de España contra Francia 1687-16975.-La conquista de Haití por los filibusteros franceses en 1690 -Los piratas apresan la nave de don Cristóbal de Valenzuela en Trinidad en 1690 -Los corsarios franceses apresan una nave en La Guaira en 1696 -Crepúsculo

CAPITULO 11.- LOS CORSARIOS DE SU SACRARREAL MAJESTAD (Predominio del corso español y el contrabando holandés 1793-1728)

1.-La Paz de Ryswick y la declinación del filibusterismo2.-El auge de la economía del cacao a fines del siglo XVII y principios del XVIII -Los grandes cacaos -El desarrollo de la flota mercante venezolana -La creación de guardacostas para proteger el comercio3.-La Guerra de la Sucesión 1700-1713 -Los piratas atacan a los indígenas y las autoridades en el Orinoco en 1701 -Un bergantín corsario de Santo Domingo apresa a una fragata corsaria holandesa y combate contra siete traficantes holandeses en 1701 -Nueve naves corsarias holandesas apresan a las naves de cabotaje en aguas de Trinidad en 1702 -Una balandra corsaria anglo-holandesa captura una fragata de registro en Araya en 1702 -Los corsarios holandeses desembarcan en La Guaira en 1702 -La nave de Pedro de Febles es perseguida por corsarios y realiza una arribada forzosa a La Guaira en 1702 -La Gobernación de Venezuela expide patente de corso para José López en 1702 y el marqués de Mijares en 1703, y arma una piragua corsaria -Un corsario inglés captura indígenas de Guaranao en 1705 -Una nave holandesa vara en Coche en 17064-Intensificación del contrabando a principios del siglo XVIII -El alcalde Juan Jacobo Montero de Espinoza expulsa a los contrabandistas holandeses de Tucacas en 1710 -El gobernador José Francisco de Cañas organiza el resguardo naval, el corso y la captura de contrabandistas a partir de 1711 -Los corsarios venezolanos Miguel Ramos y Simón de Lara capturan nueve balandras holandesas y una piragua margariteña captura la nave holandesa de Mathias Exticem en 1711

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-Francisco de la Rocha Ferrer apresa la balandra contrabandista de Bernardo Guillén en 1716 -El pirata Edward Teach "Barbanegra" asalta Trinidad en 1716 -Los franceses ocupan el Guarapiche en 1717 -Diego de Matos Montañés captura una nave holandesa en Puerto Cabello en 1718 -Los habitantes de Guanare se amotinan en 1719 contra los procesos por contrabando 5.-La guerra de España contra la Triple Alianza de Francia, Holanda e Inglaterra 1717-1728 -Los holandeses incursionan por el Orinoco en 1720 -El intendente Olavarriaga se enfrenta con los contrabandistas holandeses Mathey Cristian y Cristian Boon en Tucacas y en Morón en 1720 -Un corsario inglés captura a una fragata isleña en La Guaira en 1720 -El capitán José Campuzano Polanco captura dos botes de contrabandistas en 1721 en Borburata -Los guardacostas comandados por el conde de Clavijo capturan cuatro naves entre Ocumare y Chuao en 1725 -Los corsarios españoles atacan barcos y puertos de las Antillas neerlandesas -Juan Francisco Melero y Alonzo Ruiz Colorado ejercen el corso y el monopolio del comercio desde 1722 -Las autoridades coloniales destruyen San Felipe Cocorote en 1720, 1717 y 1724 para impedir el contrabando

CAPITULO 12. -LA GUERRA CONTRA LOS PIRATAS

1.-La cuestión jurídica: las normas para combatir y penalizar la piratería 2.-Laprotección a los navegantes: flotas y avisos

-La riesgosa carrera de las Indias -Navegación en flotas -Naves sueltas o de registro3.-La organización de los resguardos navales -La metrópoli crea resguardos navales para las Indias -Los colonos crean flotillas de resguardo naval4.-Las fortificaciones y defensas costeras 5.-Los tributos para costear la lucha contra los piratas -Impuesto de habería -Remisiones de impuestos por la guerra contra los piratas -Contribución voluntaria de la Bula contra piratas e infieles

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-Impuestos de armadilla, armada, corso y almirantazgo -Decomiso de naves y bienes de invasores y cómplices -Fondos y tributos especiales contra los piratas -Gastos de defensa y fortificaciones navales6.-La influencia de las incursiones piráticas en la distribución, localización geográfica y jerarquía política de los centros poblados -Los ataques de piratas y corsarios despueblan ciudades costeras -Autoridades y vecinos emigran hacia las ciudades mejor protegidas -El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela coordina la defensa militar contra piratas y corsarios de las Provincias de Margarita y Nueva Andalucía 7.-La organización del resguardo y la vigilancia costera por la Compañía Guipuzcoana a partir de 1727

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CAPITULO 9.-LOS HERMANOS DE LA COSTA (Predominio de filibusteros de La Tortuga y Jamaica, 1629-1670)

Y la muerte no tendrá dominio.Y los muertos desnudos serán sólo unoCon el hombre en el viento y la luna occidental;Cuando sean descarnados y dispersos sus huesos,Estrellas brotarán donde hubo hombros y pies;Y aunque enloquezcan no perderán la razón,Y aunque el mar los devore, resurgirán;Y aunque los amantes se extravíen, perdurará el amor;Y la muerte no tendrá dominio.

Dylan Thomas: Y la muerte no tendrá dominio.

1.-Plantadores, bucaneros y filibusteros establecen la Hermandad de la Costa Empezaron a aparecer los filibusteros en la época del cardenal de

Richelieu, cuando los españoles y los franceses se detestaban aún, porque Fernando el Católico se había burlado de Luis XII, porque Francisco I cayó prisionero en la batalla de Pavía; cuando este odio era tan intenso que el falso autor de la novela política, que tomó el nombre del cardenal de Richelieu, no temió llamar a los españoles "nación insaciable y pérfida que convertía a las Indias en tributarias del infierno"; cuando la Francia no tenía posesiones en América y llenaban los mares los barcos españoles. Los filibusteros fueron al principio aventureros franceses que apenas llegaron a ser corsarios.

Voltaire: Diccionario filosófico.

-Filibusteros libres, igualitarios, fraternos

Hasta 1629, las oleadas de ladrones del mar revientan sobre las costas americanas impulsadas por las mareas de las guerras de Europa. A partir de ese año surge en el Caribe otro foco de perturbación: el del filibusterismo, una nueva variedad de piratería libertaria y autónoma con bases en la costa

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Nororiental de la Española, en las pequeñas islas cercanas de La Tortuga y Petit-Goave y posteriormente en Jamaica.

Los pobladores ilegales de origen inglés, francés y holandés que se establecen en la zona fraternizan por su condición de desterrados y se diferencian según su ocupación. Hemos visto en el primer capítulo de esta obra que los plantadores siembran tabaco y otros vegetales; los bucaneros cazan ganado y puercos salvajes y preservan la carne ahumándola en una parrilla o boucan; los filibusteros se hacen a la mar y asaltan barcos o poblados. Los tres oficios son muy distintos y no necesariamente quien ejerce uno se dedica a los demás. Pero plantadores, bucaneros y filibusteros se ayudan entre sí y a partir de cierto momento no bien precisado se organizan en una suerte de gremio o cofradía autónoma, con costumbres y tradiciones propias: La Hermandad de la Costa. El filibusterismo, que es como se denomina a la piratería caribeña vinculada con la Hermandad de la Costa, imparte un carácter inédito a la rapiña naval en aguas americanas. Hasta ese entonces, piratas, corsarios y contrabandistas actúan bajo la protección más o menos solapada de algún Estado europeo, en cuyos puertos o colonias tienen base, con cuyas autoridades reparten el botín. Perros del Mar, Mendigos del Mar o Corsarios de la Sal son falderos de la Reina, pedigüeños de las Repúblicas Unidas o dependientes de la Compañía de las Indias Occidentales: pillan y matan con el permiso o por la orden del poder establecido. El largo viaje transoceánico requiere naves de calado considerable, tripulaciones numerosas y voluminosos abastecimientos, lo cual a su vez los somete a las autoridades políticas y económicas. No hay pirata sin la complicidad del poder.

Pero los pacíficos plantadores y bucaneros que se establecen en la parte Noroeste de la Española, en la cercana Tortuga y posteriormente en Jamaica, cuando devienen filibusteros lo hacen libremente y sin más autorización que la de la misteriosa Cofradía de los Hermanos de la Costa. Hemos visto que en asamblea igualitaria eligen sus almirantes, objetivos y estrategias; fraternamente comparten penurias y botín y se ayudan entre sí; les basta un barquichuelo insignificante y una pequeña tripulación de voluntarios para el ejercicio de esta piratería que pudiéramos llamar artesanal y que sin embargo opera ocasionalmente con grandes flotas y causa daños de enorme magnitud.

Durante un siglo, todas las potencias que se disputan el Caribe intentan dominarlos: los anárquicos cofrades aceptan todas las alianzas pero se sacuden

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todos los vasallajes. Vale la pena seguir el curso del fenómeno, que aunque se inicia en aguas de las Antillas pronto tiene catastróficas consecuencias en el territorio que después será Venezuela. Pampatar, Cumaná, La Guaira, las haciendas del litoral central, Puerto Cabello, Coro, Maracaibo, Gibraltar e incluso Trujillo son asaltadas por milicias de filibusteros.

-La Asociación de los Señores de las Islas de América y los colonos ingleses se reparten San Cristóbal

El origen de los Hermanos de la Costa es incierto; como dice Haring, acaso fueron desertores, tripulantes de naves náufragas y aun probables cimarrones (*). (Haring: Los bucaneros de las Indias Occidentales, p. 64. Sobre el modo de vida de plantadores, bucaneros y filibusteros véase la Introducción de esta obra). Quizá engrosan su número antiguos colonos de Barbada y Santa Lucía, islas ocupadas por los británicos desde 1607 (*). (Elliot Dooley : Piratas y corsarios; Editorial Bruguera, Barcelona, 1970, 121). En 1624, ingleses al mando de Thomas Warner se apoderan de San Cristóbal (Saint Kitts) para establecer plantaciones. Los caribes casi los expulsan: los salva la providencial llegada de una expedición francesa mandada por Pierre Belain d’Esnambuc, quien, derrotado por un galeón español, encalla en los arrecifes de la pequeña isla. El náufrago D'Esnambuc es agente de los planes de expansión americana de Richelieu: el cardenal es socio capitalista con 10.000 libras de la Association des Seigneurs des isles de l' Amerique, junto con el intendente general de la marina, el presidente del tribunal de cuentas y el tesorero de la caja de ahorros (*). (Arciniegas: Biografía del Caribe, p. 183). Warner es concesionario y teniente del Rey Carlos I, y está financiado por un grupo de sólidos negociantes. El gobernador inglés recibe con los brazos abiertos a los Señores de las Islas franceses: los necesita para masacrar a los caribes. Hecho lo cual, galos y anglosajones se reparten amistosamente la isla(*). (Dooley: op. cit. p. 122).

D' Esnambuc regresa a Francia. Richelieu le encomienda el mando de una flota con trescientos hombres para ocupar las islas desiertas entre los 11 y 18 grados de latitud y liquidar a los ingleses; el comisionado cumple la primera orden y olvida la segunda. Gracias a ello puede hacer frente con sus aliados al contraataque español de don Fadrique de Toledo en 1629. Los españoles arriban en 35 galeones y 14 buques armados en guerra, reconquistan Nevis, caen sobre los colonos de San Cristóbal, los barren, incendian casas y plantaciones. Trescientos ingleses se refugian en las montañas del interior; los sobrevivientes franceses huyen en dos buques hasta San Martín. Los íberos

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regresan a sus bases convencidos de haber aniquilado la expansión inglesa y francesa en el Caribe (*). (Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe, frontera imperial; pp. 192-193). Pero ésta apenas comienza.

-Los fugitivos franceses e ingleses se refugian en la Española

El resultado de la despoblación de San Cristóbal es la repoblación de la Española: Haring sostiene que el número de habitantes ilegales de ésta "aumentó en 1629 con los colonos que huyeron de Saint Kitts ante la presencia de don Federico de Toledo" (*). (Op. cit. p.64). Pues el ataque los reduce a una errancia entre las islas de Monserrate, San Martín, San Bartolomé y el Aguila, inseguros refugios poblados por belicosos caribes. Sólo al cabo de este éxodo llegan a la despoblada costa Noroeste de La Española y a La Tortuga. Entre ellos hay ingleses, holandeses, franceses. Su procedencia preocupa más a los historiadores que a ellos mismos: congenian sin discriminarse. Como testimonia el reverendo padre Jean-Baptiste Labat, ocasional capellán de bucaneros y filibusteros, los franceses e ingleses "sea que estuviesen en guerra o en paz en Europa, eran amigos desde que ponían pie en la isla y no conocían otros enemigos que a los españoles"(*). (Jean-Baptiste Labat: Viajes a las islas de la América; Casa de las Américas, La Habana, 1979, p. 231). Mas bien quieren olvidar sus patrias, y hasta sus propios nombres.

-Los caballeros de Malta establecen un reino en el Caribe

Esta lenta infiltración no satisface las apetencias del cardenal Richelieu. Para recuperar San Cristóbal envía a Philipe de Lonvilliers de Poincy, mayordomo de la Orden de Malta, con los títulos de gobernador de San Cristóbal, Martinica, Guadalupe y María Galante. El mayordomo arriba con considerables refuerzos, entrega armas modernas a los colonos, los organiza en doce compañías, construye un castillo de dos plantas que domina la bahía, lanza expediciones que le dan el dominio sobre catorce islas, las puebla con cinco mil colonos, protege a los piratas de la zona, se rodea de un séquito de 300 esclavos y 100 sirvientes y encarcela a un revisor de la compañía que se atreve a supervisarlo. (*). (Arciniegas: Biografía del Caribe, pp. 188-189). El emprendedor De Poincy fija pronto su atención en dos de las islas con mayores asentamientos espontáneos de europeos no ibéricos: La Española y La Tortuga.

-Los bucaneros de La Española devienen cazadores cazados

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La Española, parte de la cual será llamada después Santo Domingo, es un tentador refugio para el heterogéneo grupo de merodeadores que se hacen bucaneros para aprovechar la carne y los cueros del ganado silvestre. Bien señala Sparke, uno de los oficiales de John Hawkins, que "en S. Domingo, una isla cuyos descubridores llamaron Hispaniola, hay tal abundancia de ganado y el crecimiento es tan grande, que a pesar de los sacrificios diarios para obtener sus pieles, no es posible disminuir su número, sino que las reses son devoradas por perros salvajes, cuyo número es tal que, permitiéndoles merodear por bosques y montañas, ellos comen y destruyen 60.000 al año y, sin embargo, no parecen mermar" (*). (Sparke: op. cit. p. 88).

Sin proponérselo, los españoles facilitan la instalación de los visitantes. Al igual que el resto de las colonias, La Española padece por falta de comunicación con la metrópoli. El arzobispo Dávila y Padilla solicita en vano de ésta el envío de naves que comercien con la desamparada Banda del Norte. A falta de buques españoles, arriban los contrabandistas. Los colonos acuden a venderles cueros, maderas, sebo y tabaco a la feria del tráfico en Guanahibes, al Noroeste de La Española. El comercio ilegal de los Países Bajos en la zona llega a 800.000 florines al año; algunos funcionarios se esconden de noche en los bosques para escapar de los contrabandistas; un oidor de la Real Audiencia escapa mientras lo persiguen a tiros y su escribano es apresado durante dos meses en la bodega de un buque; un vecino arrebata a otro escribano una proclamación contra el trueque ilícito y se la rompe en la cara; a principios de 1600 el deán de la Catedral de Santo Domingo decomisa a sus feligreses unas trescientas Biblias luteranas (*). (Juan Bosch: De Cristóbal Colón a Fidel Castro: el Caribe frontera imperial; p. 186).

Las autoridades planean un remedio peor que la enfermedad. El alférez y escribano de la Real Audiencia Baltazar López de Castro propone el traslado de vecinos y ganados hacia el Sur; tras enzarzadas disputas con las autoridades, Felipe III accede a su petición. El gobernador Antonio de Osorio es encargado desde 1605 de ejecutar el paradójico plan de despoblación. El 30 de enero de ese año Paulus van Caerden, general de una armada holandesa, presenta solemnemente a las autoridades y vecinos de La Española una proclama donde Mauricio de Nassau y los Estados Generales de las Provincias Belgas ofrecen ayuda militar contra las despoblaciones, pero el respaldo no se concreta(*). (Juan Bosch: De Cristóbal Colón... p. 187). Por real orden son destruidas en 1606 las poblaciones de Puerto Plata, Montecristi, Bayajá y Yaguana o Santa María del Puerto. Con los vecinos de estas dos últimas se

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funda el poblado de Bayaguana; con los de las dos primeras, Monte Plata (*). (José Gabriel García: Compendio de la Historia de Santo Domingo, Tomo I. pp. 147-148 ). Los colonos en retirada incendian pueblos, bosques, prados; el mulato Hernando de Montoro encabeza una inútil rebelión contra el éxodo. A mediados de 1606 un tercio de La Española está deshabitado.

Los inmigrantes ilegales se instalan en el vacío demográfico creado por los propios españoles. Estos se arrepienten pronto de su retirada. En 1924, alarmados por la reciente conquista de San Cristóbal por Warner y D’ Esnambuc, el gobernador Diego de Acuña y el prelado Pedro de Oviedo organizan un servicio de montería contra los bucaneros. Hasta esta vigilancia da lugar a abusos. Felipe IV, en Real Cédula de noviembre de 1625, ordena que tales recorridos se hagan con gran moderación, y vigilando que los soldados no se dediquen a los mismos tratos y granjerías que deben prevenir. (*). (García: op. cit. p. 152). El servicio está integrado por un costoso cuerpo de quinientos lanceros, organizados en compañías de cincuenta hombres que los franceses llaman "cinquantaines"(*). (Haring: op. cit. p. 68). Estos tropeles acometen en gran número y montados, como caballeros medievales; los bucaneros se defienden con certeros disparos de sus largos rifles.

En 1630 el alarmado monarca ordena a Federico Alvarez de Toledo -también conocido como Fadrique de Toledo- quien prepara una escuadra para arrebatar el Brasil a los holandeses, que inicie su campaña con un operativo de aniquilación de los bucaneros. El comandante cumple con su característica energía (*). (García: op. cit. p. 153). Como algunos perseguidos sobreviven, se inaugura una táctica de tierra arrasada que luego se reeditará en todas las guerras de contrainsurgencia. Y así, narra el célebre cirujano de los filibusteros Alexandre Olivier Exmelin que

Los españoles, viendo que no pueden con sus cincuentenas destruir a los franceses, ni hacerlos abandonar la isla, o por lo menos la caza, resuelven destruir el ganado a fin de obligar, por estos medios, a los bucaneros a dejar todo. Esta destrucción es la causa de que al presente su número comience a disminuir(*). (Exmelin: Journal de bord du chirurgien Exmelin, p. 42. En este capítulo, como en el resto de la obra, citamos el apellido del cirujano de los piratas respetando las distintas ortografías que le atribuyen las diversas ediciones de sus Memorias que hemos consultado).

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Perseguidos por los tropeles de caballería, privados de carne por las hecatombes de ganado y los incendios, plantadores y cazadores bucaneros son de nuevo acorralados contra el mar, que parece confundirse con su destino.

-Bucaneros, plantadores y filibusteros invaden La Tortuga

Así los bucaneros emigran a La Tortuga, una mínima isla a poca distancia de la costa Noroeste de La Española a la cual, repetimos, no se debe confundir con la que lleva el mismo nombre en Venezuela. No obstante su pequeñez, en aquella hay cerdos salvajes y otras presas, y es posible mantener sembradíos. La retirada, antes que tranquilizar a los españoles, exacerba sus temores. Algunos plantadores y cazadores, cansados de soportar la violencia, deciden ejercerla: se hacen a la mar en barquichuelos, asaltan cuanto barco o poblado mal defendido encuentran. Es decir, se hacen filibusteros. La asociación de las tres especialidades en esa suerte de gremio medieval llamado la Cofradía de la Hermandad de la Costa los hace más peligrosos: plantadores y cazadores procuran alimentos; abastecidos por ellos los filibusteros amplían sus correrías y surten a sus proveedores de herramientas y de armas. Los españoles contestan a partir de 1630 con intermitentes asaltos a la peligrosa base. Como señala Haring:

Es probable que estos cazadores acudieran a Tortuga antes de 1630 porque hay noticia de haber sido enviada desde la Española, una expedición armada contra la isla en 1630 o 1631, y del reparto del despojo hecho al regreso en la ciudad de Santo Domingo (Bibliothèque Nationale, nuevas adquisiciones, 9-334. f. 48). Parece haber sido entonces cuando los españoles dejaron en Tortuga un oficial con veinte y ocho soldados, escasa guarnición que, según Charlevoix, fue encontrada allí al retorno de los cazadores. Los soldados españoles se hallaban ya cansados de su destierro en aquella roca solitaria e inhóspita y la desocuparon con la misma satisfacción con que franceses e ingleses reasumieron su ocupación. Por lo que dicen ciertos documentos de los archivos coloniales británicos puede colegirse que desde el principio preponderaron los ingleses en la nueva colonia, donde ejercían autoridad casi absoluta

(*). (Haring: Los bucaneros... p. 65).

Los acosados bucaneros buscan protección inglesa: la de la sociedad que los británicos han establecido el 4 de diciembre de 1630 en Norteamérica con el nombre de "Compañía de aventureros para las labranzas de las Islas de

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Providencia, Henrieta e islas adyacentes". Ante ésta manifiestan que "los colonos de la isla de Tortuga deseaban que la Compañía los tomase bajo su protección y que se encargase de fortificar la isla, mediante una vigésima parte de los productos anualmente recogidos allí". El duque de Holland, gobernador de la Compañía, solicita del Rey una ampliación de su privilegio en varios grados de latitud norte, para que La Tortuga quede comprendida en él, y envía un buque para proteger el establecimiento insular con seis piezas de artillería, municiones, víveres y una fuerza de aprendices o engagés. Al mando de la colonia designa al capitán Anthony Hilton, uno de los escapados de Nevis cuando el ataque de Fadrique de Toledo; como suplente nombra al capitán Cristóbal Wormley. La dureza de las condiciones de la isla y su continua exposición a los ataques dificulta el desempeño de Hilton; la Compañía recibe noticias de que éste, con la mayoría de sus hombres, proyecta dejar el sitio. Pero el acoso español decide la cuestión.

-Ruy Fernández de Fuenmayor reconquista la Tortuga

Con los contratiempos que sufren los colonos vienen las intrigas. Un sargento mayor irlandés llamado Juan Morf o John Murphi se pelea con las autoridades inglesas, escapa a Cartagena, y el Gobernador de ésta lo remite a don Gabriel de Gaves, presidente de la Audiencia de Santo Domingo. El fugitivo facilita a la Audiencia todos los informes que ésta requiere sobre las fuerzas de los bucaneros en la Tortuga (*). (Haring: op. cit. p. 67). Don Gabriel de Gaves fallece; el oidor Alonso de Cereceda, presidente interino de la Audiencia, prepara una expedición contra la isla rebelde. En diciembre de 1634 la pone al mando de Ruy Fernández de Fuenmayor, experimentado general de galeras y veterano en encuentros contra piratas. A principios del año inmediato, el comandante Fernández marcha al puerto de Bayaba al frente de 150 "hombres de lanza"; junta allí fuerzas con los 50 soldados a las órdenes del capitán Francisco Turrillo de Yebra y zarpa con ellos en cuatro naves. El desembarco es desastroso. Antes del amanecer, la flotilla española encalla en los traicioneros arrecifes que custodian la ensenada; el comandante llega a tierra con una treintena de compañeros. El puerto está dominado por una batería de seis cañones; en la isla hay seiscientos hombres armados. Sin desanimarse, Ruy Fernández se apodera del fuerte y dispersa un contingente que se le opone comandado por el gobernador británico. Los isleños contraatacan y recuperan el baluarte, pero sólo para clavar los cañones y huir con lo que pueden llevar a cuestas en los buques surtos en el puerto, donde sólo dejan un patache y dos barcos desmantelados. Entretanto, el grueso del cuerpo expedicionario desembarca de la encallada

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armadilla. Ruy Fernández los comanda contra una fuerza de varios centenares de ingleses, mata 195 de ellos, pone en fuga a los restantes, toma 39 prisioneros, libra la población al saqueo y ordena quemar las siembras de tabaco y dos urcas echadas de través en el puerto. La victoriosa expedición regresa a Santo Domingo en el resto de su maltrecha flota, exhibiendo como trofeos las seis piezas de artillería, 123 mosquetes y cuatro banderas capturadas. (*). (AGI, Santo Domingo, legajo 75, cit. por Lucas Guillermo Castillo Lara: Las acciones militares del gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor, 1637-1644; p. 22).

Como hemos visto, Ruy Fernández de Fuenmayor es luego gobernador y capitán general de la Provincia de Venezuela en 1642, y en su cargo acomete la persecución de la piratería con el mismo rigor con que la combatió en La Tortuga: prepara milicias y embarcaciones para tal fin, emprende una infructuosa reconquista de Curazao que no pasa de ocupación temporal de Bonaire, y resiste exitosamente la embestida de la flota inglesa de Jackson cuando ésta acomete contra La Guaira.

-Los ingleses repueblan, los españoles reconquistan

Pero las violencias pasan sin dejar mayor huella. Los españoles vencen; una vez más mas no encuentran aliciente para ocupar permanentemente el solitario peñasco. En abril del siguiente año la Compañía de Providencia designa al capitán Nicolás Riskinner gobernador de Tortuga; en 1636 hay noticias ciertas de que está en posesión de la isla, donde habitan cerca de un centenar de ingleses y centenar y medio de negros que ofrecen surtir a La Tortuga con 200 reses sacadas de la Española; pero en 1637 la Compañía detiene un proyecto para el envío de hombres y municiones a la pequeña isla ante la noticia de que sus habitantes han emigrado a La Española. Algunos deben quedar en La Tortuga, porque el general don Carlos Ibarra cae en 1638 sobre ella, pasa a cuchillo a los pobladores que encuentra y vuelve a destruir las edificaciones(*). (Charlevoix: Histoire de Saint Domingue, lib. VII pp. 9-10, citado por Haring: Los bucaneros... p. 68). Pero de nuevo descuida dejar una guarnición fija. Otra vez los testarudos sobrevivientes regresan a sus guaridas y las reedifican. Es tal la cantidad de ataques, contraataques, despoblaciones y repoblaciones, que parece que se estuviera combatiendo por El Dorado y no por un mínimo islote. La intermitente contienda da idea del empecinamiento con el que las potencias competidoras de España le disputan el Caribe y de la

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importancia estratégica que para ellas reviste una base desde donde acechar el paso de las flotas ibéricas. Por ello, poco después de la última incursión exterminadora, un aventurero inglés llamado Villis desembarca en la Tortuga con 200 compatriotas procedentes de la isla de Nevis, cerca de San Cristóbal(*). (Exmelin: op. cit. Anexos, p. 331) . A pesar de que los pocos sobrevivientes franceses lo reciben con amabilidad, al cabo de cuatro meses los desarma y destierra a varios de ellos hacia La Española. El islote deviene temporariamente base inglesa.

-Levasseur establece la dominación de los hugonotes en La Tortuga

Algunos de los franceses fugitivos llegan hasta San Cristóbal y cuentan sus desventuras a monsieur De Poincy, Gobernador general de su Majestad de las islas de América. Este decide instalar en La Tortuga un Gobernador que asegure la codiciada base para Francia. A tal efecto, envía en l640 en una pequeña barca con medio centenar de hombres a Levasseur, quien "no solamente era hombre de ingenio y de corazón, buen ingeniero y buen capitán, sino también dueño de un conocimiento pormenorizado de las islas de América"(*). (Exmelin: op. cit. anexos, p. 331). Por otra parte, su condición de hugonote lo hace incómodo para las autoridades de San Cristóbal y la expedición es una buena excusa, como dice su contemporáneo el historiador Jean Baptiste Dutertre, para "hacer salir con honor a los heréticos". No hay duda de que la cuestión religiosa tiene su peso en la empresa: en el primer artículo del contrato de colonización acordado entre de Poincy y Levasseur, se acuerda "libertad de conciencia igual a las dos religiones" (*). (Jean Baptiste Dutertre: Histoire génerale des Antilles habitées; París, T. Iolly, 1667, T. I. p. 168). Por la vía del contrato, la base filibustera adopta su propio edicto de Nantes.

El emprendedor ingeniero desembarca en La Tortuga en 1640. Los colonos y bucaneros franceses se sublevan contra los ingleses, pillan sus posesiones y los ponen en fuga (*). (Exmelín: op. cit. anexos, p. 332). Según J. y F. Gall, Levasseur se presenta ante Villis, solicita una nueva elección de gobernador y enfrenta la negativa con un duelo incruento. Vencedor en él, es aclamado por los pobladores (*). (Gall: El filibusterismo, p. 94). Sea cual fuere la realidad, los secuaces de Villis regresan, intentan un inútil sitio de diez días y huyen a Providencia (*). (Charlevoix: Histoire de l ' isle ou de S. Domingue, lib. VII, París, 1732, pp. 10-12, cit. por Haring: Los bucaneros... p. 69). Tampoco allí les espera buena fortuna: Providencia es reconquistada por los españoles en 1641.

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Levasseur aprende de la tormentosa historia de conquistas y reconquistas de la isla y la fortifica con infatigable diligencia. Quizá también tiene en mente la masacre de hugonotes de la noche de San Bartolomé. En la colina que domina el único desembarcadero, instala terrazas capaces de alojar centenares de defensores; en la cumbre de ésta edifica el fuerte de La Roche (la Roca) que comprende su residencia, un almacén y una batería de dos cañones, edificaciones accesibles sólo mediante una escala de hierro que puede ser retirada a voluntad de un empinado camino de peldaños excavados en la roca, por el cual no pueden avanzar más de tres hombres de frente (*). (Bosch: op. cit. p. 200). Quizá el nombre del baluarte es una remota alusión al de La Rochelle, rebelde bastión puritano en la Francia católica. En resumen, según testimonia Dutertre, "no omitió nada de lo que puede hacer un buen ingeniero para hacer a la fortaleza intomable" (*). (Op. cit. T. I. p. 171)

Las precauciones del Gobernador no son vanas. En 1643 una fuerza de seiscientos españoles arriba en seis naves desde Santo Domingo. Levasseur les hunde un buque a cañonazos; los restantes se retiran dos leguas a sotavento y desembarcan su infantería en la cercana playa de Cavonne. Allí caen en una emboscada y pierden un centenar de hombres antes de retirarse. La derrota es contundente: los españoles dejan pasar mucho tiempo antes de intentar la reconquista. (*).(Haring: op. cit. p. 71). Esta se convierte en la obsesión del gobernador Nicolás Velasco Altamirano, quien asume el mando en 1646 y ya en 1848 envía una expedición contra el islote, pero, según apunta José Gabriel García, "suponiendo más débil de lo que era al enemigo, emprendió la operación con menos fuerzas, así de mar como de tierra, de lo que su importancia requería, sufriendo por consiguiente el desencanto de ver malogradas sus esperanzas y menoscabados sin provecho los elementos que tanta falta le hacían para hacer frente a cualquiera eventualidad"(*). (García: op. cit. p. 158).

Levasseur respira tranquilo. No hay fuerza que pueda desalojarlo. Afianzado en su invulnerable baluarte, ofrece protección e impunidad a todo tipo de aventureros. Los agricultores reinician sus siembras de tabaco y azúcar. Contando con una retirada segura, los bucaneros incursionan más profundamente en La Española, incrementan su cacería de ganado, saquean haciendas, fundan colonias en Port Margot y en Port de Paix. El resentimiento contra los españoles y la codicia del botín incita a muchos de los cazadores bucaneros a hacerse a la mar como piratas. Bajo la administración de Levasseur el refugio bucanero deviene base filibustera para lanzar

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expediciones, reparar naves, reponer fuerzas, repartir botines y avanzar la futura conquista de La Española. Parapetado en su fortaleza, a la que llama "mi palomar", Levasseur se siente inamovible, y "comenzó a maltratar a los habitantes, exigiéndoles más tributo del que podían pagar; y para obligarlos, los hacía encerrar en prisión en una máquina de hierro, donde los atormentaba tan cruelmente que le aplicaron el nombre de infierno"(*). (Exmelin: Journal de bord du chirurgien Exmelin; anexos, p. 334). También deja de sentirse perseguido por su confesión calvinista y pasa -según los historiadores jesuitas- a perseguir a los católicos. El pagano Caribe se convierte así en escenario de los furores teológicos que devastan Europa. Al mando de sus hugonotes, Levasseur prohibe el culto católico, exilia al sacerdote y quema la capilla: así manda durante 13 años, como dice Dutertre, "más como Rey que como gobernador"(*). (Dutertre: op. cit. T. I Cap VI p. 171-174). Requerido por De Poincy para que entregue el botín de una imagen de plata de la Virgen porque la misma carece de uso para los protestantes, Levasseur le remite otra de madera pintada, ya que los católicos serían "trop spirituels pour tenir à la matière". De Poincy no aprecia la sutileza del argumento. Más bien le parece que Levasseur desea añadir la autonomía política a la autonomía religiosa de su ínsula: quizá proyecta una república de hugonotes como las planeadas por el visionario almirante Gaspar de Coligny. El católico procura atraer al puritano hasta San Cristóbal para deponerlo fuera del "palomar". Levasseur no cae en el lazo. De Poincy prepara entonces una poderosa expedición contra su anterior protegido. A tal fin envía a La Tortuga a principios de 1653 al devoto católico Timoleon Othman de Fontenay -designado como sucesor de Levasseur- y a su sobrino De Treval, al mando de varias naves y de centenares de hombres(*). (Haring: op. cit. p. 86).

-De Fontenay impone la dominación de los católicos franceses en La Tortuga

Mientras la poderosa flota avanza hacia la fortaleza inexpugnable, ésta es tomada del único modo posible. Los dos mejores amigos de Levasseur son sus lugartenientes y herederos Martín y Thibault. Este último está prendado de una bella joven, de quien Levasseur habría abusado. Martín y Thibault acechan el paso de Levasseur por una ventana. Cuando ven su imagen, disparan una descarga de arcabuzasos. El espejo que refleja a Levasseur cae deshecho. Thibault entra en el local y encuentra al mandatario apenas herido que corre a buscar su espada. Antes de que pueda alcanzarla, los conjurados lo acribillan a puñaladas. Levasseur expira a la manera de César, exclamando

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"eres tú, Thibault, quien me mata". Al desplomarse, pide un sacerdote para morir católico. Tal es, por lo menos, la edificante versión del historiador católico Dutertre (*). (Dutertre: op. cit. T. I pp. 174-176).

Pero la sincronía del asesinado con el arribo de la flota encabezada por la nave de 22 cañones comandada por De Fontenay, y las sorprendentes negociaciones en las cuales los homicidas se le rinden a cambio de la impunidad y del disfrute de la herencia del difunto, hacen pensar en una sórdida componenda (*). (Exmelin: op. cit. anexos, p. 334). En digno remate de ella, De Poincy y De Fontenay se apoderan de los bienes prometidos a los asesinos, y disponen que “en lo que toca al dicho Le Vasseur, consentimos que todos sus bienes, oro, plata, sea en barra, pedrerías, joyas, tierras, ingenios azucareros, instrumentos para elaborar aguardiente, esclavos... sean repartidos” (*). (Patrick Villiers, Philipe Jacquin, Pierre Ragon: Les européens et la mer: de la découverte à la colonisation (1455-1860; Ellipses, Tours, 1997, p.77). Se verifica así que Levasseur, al igual que otros plantadores, era precursor de la economía de la caña, el azúcar y el aguardiente que en los siglos inmediatos dominaría la vida antillana.

De Fontenay asume el mando bajo el título oficial de Real Gobernador de Tortuga y de la Costa de Santo Domingo, aumenta el número de bastiones de piedra y de cañones, restablece el catolicismo y se convierte al filibusterismo.

-Los españoles reconquistan La Tortuga en 1653

Los que antes, por sólo enemigos, y Franceses merecian la muerte. Oy por enemigos, Franceses fementidos a la palabra, y fee dada, por invasores y piratas, fue delito y crueldad averles quitado la vida!

Juan Francisco de Montemayor: Discurso político, histórico, jurídico del Derecho y repartimiento de presas y despojos aprehendidos en justa guerra, premios y castigos de los soldados.

Poco dura el flamante Real Gobernador. El Rey de España pierde la paciencia ante el irreductible islote. Una vez más expide instrucciones al Presidente de Santo Domingo para que lo someta. Ocupa el cargo don Juan Francisco de Montemayor y Cordova, quien además ostenta los altisonantes títulos de señor de la villa de Alfozea en el reino de Aragón, miembro del

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Consejo de Su Majestad, presidente de la Real Audiencia y Cancillería, oidor más antiguo de la Real Cancillería de la Nueva España en la Imperial Ciudad de México y consultor del Santo Oficio de la Inquisición. Pocas personas más conscientes del problema: don Juan Francisco de Montemayor, hombre de pluma, escribe que "hallábase la Isla Española desde algunos años antecedentes al de 1653 muy trabajada, y oprimida de los continuos robos, e invasiones que los enemigos que habitan las Islas cincunvezinas de Barlovento hazia a sus naturales, sin poderlo evitar, por darse la mano con los que ocupaban la de la Tortuga, distante desta Española menos de dos leguas por la vanda del Norte, tan dueños de las haziendas, y hatos que estan en sus costas, y en las del Oeste, y Sur, distrito de mas de ciento y sesenta leguas que se rancheavan en ellas por tiempos con todo desahogo, y seguridad, llegando a tener ya en sus costas más de 22 poblaciones, o rancherías con harto número de gentes en ellas"(*). (Juan Francisco de Montemayor y Cordova: Discurso político, histórico, jurídico del Derecho y repartimiento de presas aprehendidas en justa guerra, premios y castigos de los soldados; Amberes, Juan Struald, 1683, p. 1).

En menos de un mes don Juan Francisco de Montemayor reúne quinientos hombres, apresta cinco embarcaciones, las arma, las aprovisiona y encomienda el mando al capitán don Gabriel de Roxas Valle y Figueroa, quien zarpa el 4 de diciembre de 1653. El mal tiempo dispersa las naves, los arrecifes dañan dos de ellas, la artillería del fuerte las maltrata, pero según narra el minucioso Montemayor:

Llego a los diez de Enero, la Armada y gente, al paraxe destinado, y en conformidad de lo dispuesto por las instrucciones, al punto de medio dia (segun la Orden expresa particular que para ello di) y avista del enemigo, salto nuestra gente en tierra, en la dicha isla de la Tortuga, y marchando en la mejor orden que se pudo, por la aspereza de aquellos montes, despues de haver rechazado al enemigo, y ganadole algunas poblaciones, y puertos importantes, le sitiaron, y batieron por ocho dias continuos al Castillo, y fuerça que tenia con mas de quarenta y quatro pieças de artillería encabalgadas donde se avia retirado Monsieur Timoleon Othman de Fontenay, Cavallero Frances de la Religion de Don Juan, Gobernador de aquella Isla y Plaça por el Rey Christianissino de Francia, con toda su gente, que passava de mas de quinientos hombres de armas sin las mujeres, y niños(*). (Montemayor: Discurso... p. 22).

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Thibault, el asesino de Levasseur, trata de arrojar una granada a los sitiadores y ésta explota volándole el mismo brazo con el cual apuñaló a su protector (*). (Dutertre: op. cit. T. I. p. 179, y Exmelin: op. cit. anexos. p. 335). Al noveno día de asedio, De Fontenay se rinde, "dexando bastimentos para mas de mes y medio; cantidad de armas, polvora, balas, cuerda, y otros peltrechos y prevenciones de guerra, ochenta y seis pieças de artillería, y algunas de bronze, onze embarcaciones menores, y tres baxeles en el puerto, de los quales se entregaron dos al enemigo rendido, para hazer viage a Francia, en conformidad con lo pactado"(*). (Montemayor: Discurso... p. 22).

Los vencedores incendian el poblado y vuelven a Santo Domingo cargando con cañones, municiones y esclavos. Esta vez dejan en el fuerte una guarnición permanente de 150 soldados. Poco después De Fontenay intenta recapturar la isla. La guarnición española derrota a los invasores y captura gran parte de éstos. El riguroso Montemayor ejecuta contra ellos una sumaria justicia, ya que, como luego explica, son

Franceses enemigos, fementidos, ó violadores de la fee, y palabra dada, cossarios, y piratas, por todas leyes, derechos, y cédulas, arriba alegadas, merecían la muerte. Hizoseles causa sumaria. Confessaron ser de los que havian salido rendidos de la Tortuga debaxo de la fee, y pactos referidos. Condenoseles a muerte, executose arcabuzeandolos.Luego hizose justicia: sin que sea delito haverle hecho a sangre fría. Porque los delincuentes ordinariamente no se castigan en el acto del delito, sino despues con conocimiento de causa(*). (Montemayor: op. cit. p. 55).

Los filibusteros muertos son enterrados; don Juan Francisco de Montemayor y Cordova escribe un enjundioso Discurso político, histórico, jurídico, del Derecho y repartimiento de presas y despojos, aprehendidos en justa guerra, premios y castigos de soldados, donde narra la reconquista de La Tortuga y examina exhaustivamente el problema de la ilegitimidad del oficio pirático y la legitimidad de los botines.

Como el fénix, la base filibustera resurge de sus cenizas. En 1655 irrumpe en el Caribe la formidable expedición enviada por Cromwell para convertirlo en un lago británico. El conde de Peñalva, presidente de Santo Domingo, llama en su auxilio a la modesta guarnición de La Tortuga, ordenándole enterrar las armas y derruir el fuerte. En la isla sólo quedan para defender los

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derechos españoles dos letreros, uno en castellano y otro en "pésimo inglés"(*). (Haring: op.cit. p. 118)

El general Brayne, gobernador de la recién conquistada Jamaica, encomienda a Elías Watts el gobierno de La Tortuga; éste reúne centenar y medio de colonos entre ingleses y franceses. La isla reasume plenamente sus funciones de base de lanzamiento de incursiones piráticas, entre ellas el devastador saqueo de Santiago en La Española, en 1659.

-Los franceses retoman La Tortuga en 1659

Pero en 1659 el francés Jeremías Deschamps, señor de Rausset, logra de Luis XIV el nombramiento como gobernador de la Tortuga, y consigue del Consejo de Estado inglés una orden para que el coronel Doyle, gobernador de Jamaica, le reconozca tal investidura, de la cual se encarga el año inmediato. Valiéndose del apoyo de la mayoría francesa de los habitantes de la isla, Deschamps la declara sujeta al Rey de Francia. Poco después Arundell toma la isla para los ingleses aprovechando una breve ausencia de Deschamps en Santa Cruz; los franceses contraatacan y lo expulsan. Todavía los ingleses arman expediciones para recuperar la isla; entre ellas la del coronel Samuel Barry y el capitán Langford, quienes desisten del ataque al verificar los preparativos de defensa. El fracasado Langford termina ocupando por breve tiempo Petit-Goave, isla de dimensiones y de importancia estratégica similares a las de La Tortuga, muy visitada también por los bucaneros, y que asimismo deviene base filibustera.

Pero todo es inútil. Los ingleses ya no necesitan emprender costosas y sangrientas campañas para disputarse La Tortuga, porque desde 1655 conquistan Jamaica, igualmente estratégica y mucho más productiva. El Gobernador de esta última invita a los bucaneros y filibusteros ingleses a trasladarse a ella; muchos aceptan. Los españoles también renuncian a sus estériles reconquistas. La Tortuga permanece francesa, pero sobre todo bucanera. De ella salen las principales expediciones de los filibusteros. Por la pequeñez de las embarcaciones que usan, sus incursiones están confinadas en un principio a los mares aledaños a las Antillas Mayores, en los cuales acechan los pasos estratégicos por donde navegan las flotas y las naves sueltas. Posteriormente, los filibusteros caen sobre las costas venezolanas coligados con aquellos que tienen su base en Jamaica: es lo que sucede con las

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incursiones sobre Maracaibo de Miguel el Vasco, de Jean Nau y de Henry Morgan; algunas bandas llegarán a aliarse con las flotas de Luis XIV; muchas de ellas, como veremos en el capítulo inmediato, forman parte de la tripulación de las expediciones que envía el Rey Luis XIV al Caribe al mando del vicealmirante D' Estrées y de su oficial Grammont, el saqueador de Trujillo.

2.-Los ingleses conquistan Jamaica y protegen el filibusterismo: 1655-1671. -La revolución burguesa de 1645

Pero tú, hijo de la guerra y de la fortunasigue infatigable tu marcha;para el último golpemantén todavía en alto la espada.Más que a la fuerza, hay que temera los espíritus de la noche oscura,las mismas artes que conquistaron el poderdeben mantenerlo.

Andrew Marvell: Oda a Cromwell vencedor de Irlanda.

Mientras españoles, ingleses y franceses siguen enzarzados en sus periódicas reconquistas de La Tortuga, en Inglaterra estalla la revolución. La burguesía no tolera que el rey Carlos I sancione impuestos sin requerir la autorización del Parlamento. Colma el descontento la recaudación del Navy money, un tributo para el incremento de la flota, tan odiado que da lugar a la leyenda según la cual el monarca se hunde por su empeño en poner a flote el "Sovereign of the Seas", el galeón más grande y costoso del mundo, con un desplazamiento de 1541 toneladas, 71 metros de eslora, artillería de un centenar de cañones y dotación de 780 hombres(*). (Landström: El buque, pp. 149-153). Enrique VIII enseña en 1535 que la Corona inglesa podía quitar y poner religiones; Carlos I aprende en 1645 que no le es posible tocar el bolsillo de la burguesía sin permiso de ella. El Parlamento niega la aprobación para los nuevos impuestos; el Rey lo disuelve; los parlamentarios levantan una milicia y empiezan a sufrir reveses de las tropas de la Corona.

Como le sucede a toda revolución, la que se inicia en Inglaterra es forzada por la coalición de sus enemigos a depender de los ejércitos, lo que a la larga

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significa depender del jefe militar. Un miembro de la pequeña nobleza, el enérgico parlamentario puritano Oliverio Cromwell, asiduo lector de la Historia del Mundo de sir Walter Ralegh (*) (Estelle Ross: Oliver Cromwell; George G. Harrap & Company; Londres, 1915, p. 15) transforma las indisciplinadas milicias rebeldes en un implacable instrumento de combate, el New Model Army. Su núcleo son los llamados Ironsides o Flancos de Hierro: cuerpos de caballería ligera de gran movilidad, protegidos apenas con casco, peto y espaldar, armados de pistola y espada, que dispersan y envuelven a la acorazada caballería real.

Esta prosaica reyerta sobre pago de impuestos se riñe en medio de una nube de argumentos metafísicos. Los del partido monárquico son suministrados por un matemático aficionado para quien la religión no es más que "aquellas opiniones sobre lo invisible, autorizadas por el Estado", el ser humano un autómata, y el intelecto poco más que una máquina de sumar y restar conclusiones(*). (Thomas Hobbes: Leviathan; Penguin Books, Middlesex, 1968, pp. 85-183). El asustadizo Thomas Hobbes de Malmesbury ve que la contienda entre Monarca y Parlamento desata sobre Inglaterra su más temida pesadilla: la Guerra de Todos contra Todos, en la cual "nada puede ser injusto" y "las nociones de bien o mal, Justicia e Injusticia no tienen lugar", ya que, "cuando no hay un Poder Común, no hay Ley, y sin Ley, ni Injusticia, la Fuerza, y el Fraude, son en esta guerra las virtudes Cardinales" (*). (Op. cit. p. 188). En la campiña inglesa se desata el reino de pavor que piratas y flotas regulares mantienen en los océanos: Hobbes postula que únicamente la concentración de todos los poderes en una sola voluntad -sea ésta la del monarca, el Parlamento o el pueblo- puede hacer cesar la anarquía (*). (Op. cit. p.193).

Mientras Hobbes apuntala al Monarca de Derecho Divino con estos silogismos de helado materialismo, el partido de la burguesía defiende sus intereses con una bruma visionaria. Circula la leyenda de que el puritano Cromwell es visitado por Espectros, uno Blanco rodeado de luz que le predice que será Rey de Inglaterra, otro Negro, a quien se vende antes de la batalla de Worcester ante los ojos de un oficial (*). (Thomas Carlyle: Los Héroes, p. 197). Los poetas metafísicos John Milton y Andrew Marvell lo celebran en versos místicos: lo siguen y luego lo adversan los fanáticos de la Quinta Monarquía, que quieren imponer sobre la tierra como Ley Única la de la Escritura.

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Comandando esta contradictoria hueste de burgueses, visionarios y guerreros, Cromwell derrota a los ejércitos del Rey en 1545 en la batalla de Naseby. Luego aplasta las rebeliones de los irlandeses y de los escoceses: a cada miembro de la delegación del Parlamento que sale a recibirlo después de su triunfo, regala "un caballo y un par de escoceses", que luego son vendidos como siervos contratados para las colonias(*). (Ross: op. cit. p. 148). También, inaugurando una tradición de las revoluciones burguesas, aniquila a su propia ala radical: extermina a los Levellers (Niveladores) que conducidos por el coronel John Lilburne quieren eliminar las diferencias sociales, y desbarata a los Diggers (Cavadores), que liderizados por William Everard y por Gerrard Winstansley intentan repartir los terrenos baldíos bajo el argumento de que Dios hizo a la tierra un patrimonio común, e instan al Parlamento al establecimiento de una República sin compras ni ventas ni pobres ni ricos ni abogados(*). (Melvin J. Laski: Utopía y revolución; Fondo de Cultura Económica, Mexico, 1985, pp. 512-519). Son peticiones poco gratas a los oídos de un Parlamento para el cual sólo pueden ser elegidos los propietarios. Niveladores y Cavadores son exterminados por el Nuevo Ejército Modelo con más saña que los propios monárquicos(*). (Ross: op. cit. pp. 118-121)

En 1649 culmina la Revolución cuando el Parlamento declara que "Inglaterra será en lo venidero gobernada como una República, o Estado Libre, por la suprema autoridad de esta nación, los representantes del pueblo en el Parlamento, y por aquellos que nombren y constituyan como ministros bajo ellos para el bien del pueblo"(*). (Will Durant: The age of Louis XIV; Simon and Schuster, Nueva York, p.183). El mismo año, el Parlamento enjuicia y ejecuta al derrotado Carlos I; en 1653 Cromwell, a la cabeza de sus soldados, disuelve las cámaras y bajo la investidura republicana asume el título de Lord Protector. En realidad ejerce una enérgica autocracia, pues como hace notar sutilmente Voltaire, los ingleses conocían hasta dónde alcanzaban las prerrogativas de los reyes de Inglaterra, pero ignoraban hasta dónde pueden llegar las de un protector (*). (Voltaire: Diccionario Filosófico, p. 252). Cromwell es en verdad rey sin corona de Inglaterra. El caudillo de la burguesía prohibe los new books, hojas de noticias de la época a las que considera portavoces de agitadores, y proscribe las peleas de gallos, en las que sospecha nidos de conspiradores monárquicos.

Cromwell renueva el poderío naval inglés

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Durante el gobierno de Cromwell, en la guerra contra los holandeses, la flota de Inglaterra era superior a la de Holanda, y en la que estalló en los comienzos del gobierno de Carlos II era, si no superior, por lo menos igual a las flotas reunidas de Francia y Holanda.

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Adam Smith: La riqueza de las naciones

La república burguesa revive la política exterior de la monarquía Tudor: garantizar la preponderancia británica mediante el dominio de los mares. En 1651 Cromwell hace aprobar por el Parlamento la célebre Navigation Act, mediante la cual los ingleses se reservan el monopolio de la pesca y la navegación en sus aguas, y establecen la obligación de transportar en buques anglosajones todas las importaciones y exportaciones de su país. Los británicos consideran como aguas inglesas las del Norte de Francia y las que rodean a las Repúblicas Unidas. Para sostener esta pretensión, el Lord Protector inicia un enérgico programa de construcción naval, que prevé la botadura de cinco navíos de guerra al año y la recluta forzosa de 20.000 marinos; un quinquenio más tarde la flota británica eleva su dotación a 160 barcos de guerra (*) (Bradley: op. cit. p. 111). En el momento de la muerte de Cromwell son ya 200 los buques armados, y la marina inglesa la más poderosa de Europa (*). (Smith: The emergence of a Nation State, p. 333). Pues sin Estado protector no hay burguesía, y ésta no existe sin flota mercante, y no hay flota mercante sin armada que delimite a cañonazos esos ámbitos del pillaje exclusivo que los economistas llaman mercados. Los buques ingleses se enfrentan con las temibles escuadras holandesas comandadas por los almirantes De Ruyter y Tromp. Y según señala André Maurois:

Inglaterra no quería al ejército en el interior, pero en el exterior el ejército y la flota hacían respetar el nombre de Inglaterra. El principal adversario fue por largo tiempo Holanda. Ambos países se disputaban el comercio y los fletes. Mediante el Acta de Navegación de 1651, Cromwell prohibió la importación de mercancías a Inglaterra por barcos que no fueran ingleses. Los holandeses se negaron a saludar el pabellón inglés en los mares ingleses. Esto provocó un conflicto en que se hallaron frente a frente dos grandes almirantes: el holandés Tromp y el inglés Blake. Las flotas de combate eran iguales, pero el comercio de Holanda más vulnerable, y esa nación sufrió más que su rival. (*) (André Maurois: Historia de Inglaterra; Editorial Surco,

Barcelona, 1970, p. 329) La paz con Holanda se firma en 1654. Cromwell se cuida las espaldas: en el tratado hay una cláusula de expulsión de los Estuardos y de sus partidarios. Cubiertos sus flancos marítimos cercanos, Cromwell se vuelve contra el secular enemigo político y religioso: España. Para atacarla concluye una alianza secreta con los franceses, en la cual hay otra cláusula de proscripción

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de los Estuardos y sus prosélitos (*). (Smith: op. cit. p. 333). Con el mismo fin renueva la vieja estrategia isabelina de debilitar a los ibéricos cortándole sus conexiones con las Indias. Ello significa, según puntualiza Alan G. R. Smith "la conquista de las grandes islas hispánicas de La Española y Cuba en el Caribe, y en el año inmediato embarcarse en la conquista del propio continente hispanoamericano" (*). (Smith: loc. cit.).

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-El converso John Gage predica la conquista del Caribe

No todo está perdido; la inconquistable (Voluntad

y el estudio de la venganza, el inmortal odioy el coraje de nunca someterse o ceder; ni inclinarse e implorar el perdóncon suplicante rodilla, y deificar su poder que por cierto era bajo,y que fue una ignominia y verguenza inferior a su caída...La mente y el espíritu permanecen Invencibles.

John Milton: Paraíso Perdido.

Esta es la convulsionada Inglaterra a la cual regresa en 1640 el errante y contradictorio fraile Thomas Gage, el predicador de la expansión británica en América. Sopla un viento protestante: el dominico Gage se convierte al puritanismo. Dos años más tarde predica en la Catedral de San Pablo su dramático sermón de retractación "La tiranía de Satanás descubierta por las lágrimas de un pecador arrepentido". Para hacer más patente la contrición, contrae matrimonio, testifica contra su antiguo condiscípulo católico Thomas Holland asegurándole la condena a muerte y se hace elegir miembro del Parlamento. En 1648 publica The English American by sea and land or a new survey of the West Indies; libro cuyo título ambiguo -el Anglo Americano- quizá refiere a la dualidad de Gage como sajón americanizado, o a la de una América que él sueña inglesa(*).(Thomas Gage: Viajes en la Nueva España; Casa de las Américas, La Habana, 1980)

El Príncipe de Maquiavelo tiene un destinatario explícito que es Lorenzo de Médicis; la minuciosa relación de Gage tiene un lector implícito, que es Oliverio Cromwell, Lord Protector de Inglaterra, Escocia e Irlanda. Al caudillo de la burguesía que hay en él están dirigidas las febriles exaltaciones de las riquezas de las Indias; al fanático puritano, las mojigatas exageraciones de la disolución de las costumbres americanas; al activo militar, las tentadoras relaciones de su debilidad estratégica. Los tres discursos encuentran en el Lord Protector un ávido escucha: en sus mocedades, pensó emigrar a América; en 1643 formó parte de una de las comisiones parlamentarias encargadas del gobierno de las colonias del Nuevo Mundo (*). (Smith: op. cit. p. 336).En 1654, Gage le presenta una breve síntesis de largo título, Some briefe and true

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observations concerning the West Indies, humbly presented to his higness Oliver Cromwell, Lord Protector of the Commonwealth of England, Scotland and Ireland (*). (Angelina Lemmo: Notas acerca de la historiografía inglesa sobre Venezuela, siglos XVI, XVII y XVIII: Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1987, p. 38).

En ella califica de fácil empresa la conquista de La Española, Cuba y América Central. Al estilo de Hakluyt, resume su pensamiento en la expresión "ha llegado el momento de dar la carga en América contra el papa, contra España, por Inglaterra". Sus argumentos fascinan a la junta de mercaderes, navegantes y militares que el mismo año asesora a Cromwell en su Western design: el plan de expansión hacia las Indias Occidentales.

-Cromwell lanza el Western Design y conquista Jamaica en 1655

Como la flota adentrada en el mar apenas salida de Bengala o de las islas de Tarante y

(Tidorparece por los vientos que cuelga de las nubes-esas islas de donde los mercaderes venden sus fragantes

(especiasatravesando de Etiopía al Cabo y llegando todas las

(noches al lugar opuesto-así parece a lo lejos Satán en vuelo.

John Milton: Paraíso Perdido

Una Invencible Armada

En efecto, con el genérico objetivo de "adquirir una ventaja" en el Caribe, el Lord Protector fleta en diciembre de 1654 una escuadra de treinta y ocho buques con 1.126 cañones, que transporta 2.960 marineros al mando del almirante William Penn -padre del futuro colonizador cuáquero de Norteamérica- y 2.910 soldados de tierra comandados por el general Robert Venables. Es capellán de la expedición el visionario Thomas Gage. Cruza de nuevo, como conquistador puritano e inspirador mesiánico de la expansión inglesa, las aguas que una vez navegó como dominico desheredado. En su contradictorio espíritu, lo que menos lo perturba son sus saltos desde la observancia jesuita hasta la dominicana y de allí a la puritana; de su convivencia con la nación española a su inmersión en la población indígena

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para luego reconvertirse en inglés a fin de expulsar del Caribe a la una y nuevamente esclavizar a la otra.

Más graves son los problemas éticos que gravitan sobre el zarpazo imperial: la expedición se lanza sin declaratoria de guerra contra una España que ha sido la primera en reconocer a la República inglesa. Apenas se puede invocar como remota justificación la práctica española de secuestrar a los buques ingleses que navegan por el Caribe. Ducho diplomático, Cromwell trata en agosto de 1654 de forzar la ruptura acorralando al embajador español Cárdenas con propuestas inaceptables: que España otorgue a todos los ingleses residentes en sus dominios el derecho a practicar la religión protestante; que conceda a Inglaterra la libertad para comerciar en el Caribe. Cárdenas le contesta que ello equivale a "pedir los dos ojos del rey de España" (*). (Bradley; Navegantes británicos, p. 109)

Las batallas del Señor

Pero la negativa no significa un estado de guerra. Ante la ausencia de éste, el Western design no puede ser tenido ni siquiera por golpe corsario: es una operación pirata de magnitud colosal. Cromwell necesita una justificación, y se la encarga a John Milton. El atormentado poeta ocupa el cargo de Secretario de Lenguas Extranjeras -suerte de Ministerio de Propaganda del puritanismo reinante- y redacta un inflamado panfleto en el cual clama venganza contra la reconquista española de Santa Catalina y la Tortuga, esos Paraísos Perdidos del filibusterismo(*). (Saiz Sidoncha: op. cit. p. 220). Cromwell tranquiliza su tumultuosa conciencia. El pulso no le tiembla cuando escribe a sus almirantes de las Indias Occidentales que "el Señor mismo tuvo una controversia con vuestros enemigos, con esa Babilonia de Roma de la cual los españoles son el gran soporte", por lo que "a ese respecto, peleamos las batallas del Señor"(*). (Francis Russell Hart: Admirals of the Caribbean; George Allen & Unwin Ltd, 1923, p. 44).

Rumbo a su celestial batalla, la flota recluta 4.000 hombres más en Barbada, otros1.200 en Nevis, San Cristóbal e islas vecinas, y aumenta su número hasta 56 naves. Pero cuatro factores gravitan contra el éxito de esta suerte de Invencible Armada que Cromwell envía a apoderarse del Caribe. El primero, la vaguedad de los planes, que postulan de manera genérica ataques contra La Española o Puerto Rico y una posterior arremetida contra Cartagena, la Habana y Tierra Firme, desde el Orinoco hasta Portobelo. El segundo error es la imprecisa división del mando entre el almirante Penn y el general de la

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infantería Venables (*). (Bradley: op. cit. p. 109). El tercer yerro consiste en la ínfima categoría de las tropas, reclutadas entre los indigentes a quienes los señores feudales despojan de sus tierras y fuerzan a emigrar a las ciudades y de allí a los mares. En este éxodo muchos de los honrados labriegos devienen mendigos, criminales o vagos. Seguramente Gage se siente desasosegado con la hueste de redentores que lo acompañan a pelear en las Indias las batallas del Señor. Pues aparte de su insatisfactoria formación moral, tampoco reciben pertrechos ni instrucción militar suficientes.

Pero acaso el principal factor de la derrota sea el mismo atormentado Gage. Así como ha sido el inspirador de la gran flota, también es el demiurgo de su desastre, al ilusionarla con perspectivas de fácil victoria y de inmediato apoyo por parte de criollos, negros e indígenas. Embelesada por la perspectiva de la fácil conquista, la formidable armada cae a principios de abril de 1655 sobre La Española.

Desastre en La Española

El gobernador de Santo Domingo, don Bernardino de Meneses Bracamonte Zapata, conde de Peñalba, bloquea el acceso al puerto con dos naves ancladas. Por ello el vicealmirante William Goodson desembarca el 14 de abril en la lejana Punta Nicoya con 6.000 hombres y 200 caballos. Los ingleses emprenden una fatigosa marcha de 45 kilómetros hacia Santo Domingo. El ataque sigue punto por punto la estrategia utilizada por Francis Drake en 1586; quizá también los dominicanos la tienen en mente y organizan la defensa de acuerdo con ella. De Santiago de los Caballeros llega un contingente de 100 lanceros comandados por el capitán Luis López Tirado; el oidor Montemayor recluta otros 600 vecinos armados. El 26 de abril los ingleses embisten el fuerte de San Jerónimo. Los acribillan arcabuceros y artilleros dirigidos por don Juan de Morfa, don Damián del Castillo y don Juan de Torra; 300 lanceros caen sobre los invasores. La victoria española es total. La columna de Buller se repliega hasta los atrincheramientos de Venables hostigada por emboscadas de los colonos (*). (José Gabriel García: Compendio de la historia de Santo Domingo, Tomo I. Imprenta de García Hermanos, Santo Domingo, 1893, pp. 159-162) Goodson pierde más de mil hombres; los sobrevivientes huyen durante cuatro días antes de reembarcar bajo la protección del fuego de sus naves (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. pp. 221-222).

Asalto a Jamaica

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Por no regresar derrotada, la flota zarpa el 31 de abril hacia Jamaica. A principios de mayo derruye a cañonazos los tres fuertes que defienden la bahía donde luego se alzará Kingston. Después ocupa Santiago, e impone la capitulación a los escasos dos millares de españoles, de los cuales sólo quinientos están en condiciones de manejar armas. El gobernador Francisco Ramírez de Arellano la suscribe el 17 del mismo mes; Thomas Gage tiene la satisfacción de servir de intérprete en esta primera victoria inglesa. Pero los españoles aceptan las negociaciones sólo para ganar tiempo y retirarse al interior de la isla. Francisco de Proenza envía en piraguas hacia Cuba a mujeres, niños y ancianos, reagrupa a los colonos aptos para las armas, pacta con los negros cimarrones y desde su cuartel general en Guatibacoa desata la mortífera guerra de guerrillas (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. pp. 223-224). Los ingleses saquean las ciudades, se dispersan por los campos en busca de botín y alimentos, en pocas semanas degüellan 20.000 reses. La guerrilla de Proenza cae sobre ellos y extermina un millar de invasores(*). (Juan Bosch: El Caribe de Colón a Fidel Castro; Editorial Alfa y Omega C.A. Santo Domingo, 1983, p. 228). Los restos insepultos de reses y combatientes desatan la peste. En un sólo mes, seiscientos expedicionarios mueren contagiados. El mayor general Robert Sedgewicke, delegado personal de Cromwell, es segado por ella. Muere el comisionado civil Edward Winslow, veterano de la colonia comunista instalada por los Padres Fundadores del Mayflower en Nueva Plymouth. Francisco de Proenza también perece; lo sucede en el comando de la resistencia el labrador Cristóbal Arnaldo de Isasi. Llegan dos barcos almacenes de Inglaterra, pero no mejoran la situación. Los asaltantes devoran culebras, lagartos, lombrices y ranas (*) (Bosch: op. cit. p. 229). El 25 de julio, el almirante William Penn zarpa hacia Inglaterra con parte de la escuadra. Nueve días después lo sigue a bordo de la "Marston Moore" el general Robert Venables, jefe de las fuerzas de tierra. Es una deserción flagrante: a ambos los esperan un Consejo de Estado y una breve prisión en la Torre de Londres. Antes de terminar 1655, Thomas Gage muere en Jamaica, viendo reducido al pírrico asalto a una isla su quimérico imperio sobre Centroamérica y el Caribe.

A pesar del revés inicial, los ocupantes británicos se afirman en Jamaica. Los defensores no reciben refuerzos oportunos, porque la plaga es llevada a Cuba por los fugitivos y devasta la isla. En 1657 las fuerzas del nuevo gobernador interino, el coronel Doyle, infligen un fuerte revés a la guerrilla. En mayo de 1658 Isasi viaja a Cuba, regresa con mil combatientes y se

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atrinchera en Río Nuevo. Doyle en persona lo ataca y le hace perder la mitad de sus hombres. Al mando de sus guerrillas de españoles, jamaiquinos y cimarrones, Isasi continúa hostigándolo hasta 1660, cuando los españoles se rinden. Pero todavía en 1720 el gobernador de Jamaica está pidiendo al rey de Mosquitia hombres para reducir a los cimarrones que resisten en los bosques. Y en 1732 los alzados destruyen una columna de 200 marinos(*). (Juan Bosch: op. cit. p. 230).

Los ingleses llaman en su ayuda a los filibusteros de La Tortuga y de otras islas caribeñas. El contingente de aventureros no se hace de rogar, y entra en batalla con su habitual ferocidad. La base conquistada por el puritano Cromwell bajo la inspiración del predicador Gage se convierte así en la mayor guarida de filibusteros de América; su capital Port Royal, en el peor antro de vicio del continente.

Una base en el Caribe

Es una victoria pírrica para Cromwell. Pues, como señala Haring, el Lord Protector "no se había propuesto el simple establecimiento de una nueva colonia en América, sino apoderarse de aquellas porciones de las Antillas y de la tierra firme española que le permitieran dominar la ruta de las flotas del tesoro hispano-americanas, fin para el cual ofrecía Jamaica pocas ventajas sobre las que brindaban Barbada y San Cristóbal (Saint Kitts), y aún era demasiado temprano para que comprendiese que, isla por isla, Jamaica era mucho más apropiada que la Española para asiento de una colonia británica" (*) (Haring: op. cit. p. 91).

Y en efecto Jamaica, situada estratégicamente en pleno centro del Caribe, cerca de Cuba y de Santo Domingo, dominando el paso oceánico que separa a ambas Antillas, resulta a la postre una base de incomparable eficacia para la expansión de los intereses británicos y para abrigo del azote pirático que va minando al poderío español. Ya en octubre de 1655 se dan instrucciones al mayor general Fortescue y al vicealmirante Goodson para desembarcar tropas en territorios españoles, y para apresar buques ibéricos con los doce navíos que ha dejado en la isla el almirante Penn. Goodson desata correrías para depredar las costas bajo dominio español, saquea e incendia Santa Marta y merodea para capturar las flotas que navegan por el Caribe. Jamaica y la Tortuga son desde entonces las seguras bases desde las cuales golpea el azote pirático y corsario a las Antillas Mayores y la Tierra Firme. Portobelo, Panamá, Veracruz, todos los puertos cuya debilidad estratégica y fortaleza

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económica ha señalado Gage, son asaltados inmisericordemente por los aventureros del mar. Desde la conquista de Jamaica en 1655 hasta 1671, fecha en que llegan noticias del Tratado de Madrid, aparte de numerosos abordajes a todo tipo de embarcaciones los filibusteros saquean 18 ciudades, 4 pueblos y 35 aldeas, contando entre sus depredaciones un asalto a Panamá, dos a Cumanagotos, tres a Maracaibo y Gibraltar, uno a Trujillo, cinco a Río Hacha, tres a Santa Marta, ocho a Tolú, dos a Chagres, dos a Santa Catalina y tres a Campeche(*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 180). El golpe de mano sobre Jamaica también tiene consecuencias en Europa. Al enterarse en julio de 1655, el embajador Cárdenas presenta una enérgica protesta y solicita a Cromwell la restitución de la isla; ante la negativa, España retira su embajador y rompe relaciones diplomáticas. Es el inicio de un conflicto que dura hasta 1659. Desde el comienzo la Nueva Marina inflige duros golpes a España: captura parte de una de las flotas del tesoro en 1567; el año inmediato bloquea a Cádiz y destruye otra de las flotas del tesoro americano. Pero no todo son triunfos para el Lord Protector. La contienda significa la pérdida del rico comercio con España, lo cual beneficia a los neutrales holandeses e indispone a los comerciantes de Londres con su caudillo. La guerra exige gastos crecientes; la banca inglesa se niega a hacer préstamos; Cromwell encuentra dificultades cada vez mayores para obtenerlos de los comerciantes particulares; el resultado es una depresión comercial y la creación de una pesada deuda pública que ensombrece los últimos años del Protectorado y quita al sucesor de Cromwell, su hijo Richard, toda posibilidad de convertirlo en dinastía. Y el mutuo desgaste de España y de Inglaterra facilita el surgimiento del poderío francés bajo la conducción política de Luis XIV y la administración financiera de su genial ministro Colbert (*). (Smith: op. cit. pp. 335-336).

3.- Inglaterra se expande por el Caribe

Biblias y perros de caza

En todo caso, Cromwell adopta con su característica diligencia las medidas necesarias para convertir a Jamaica, de isla saqueada por una soldadesca, en verdadera colonia. Para ello exonera de contribuciones a los pobladores, dispone el envío de mil hombres y mil mujeres desde Irlanda, así como de criminales indultados a tal efecto, y manda agentes reclutadores a la islas de

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Barlovento y Sotavento, así como a Nueva Inglaterra (*). (Haring; op. cit. p. 95). Doyle, el nuevo gobernador de Jamaica, distribuye entre sus soldados Biblias y perros para la captura de negros cimarrones. Y como indica Salvador Bueno, "para que la nueva colonia inglesa sea productiva y útil, queda organizada en la lejana Albión la cacería de vagabundos, condenados y mujeres de mal vivir para que se les remita a Barbados y Jamaica", gracias a lo cual "en cuatro años se envían a las Antillas inglesas más de seis mil esclavos blancos cazados en Irlanda y Escocia para mejorar la vida y la hacienda de los 'honrados' burgueses de la Gran Bretaña que han sustituido en estas islas caribeñas a los colonos venidos de España" (*). (Salvador Bueno: "Al lector", introducción a Viajes en la Nueva España de Thomas Gage; Casa de las Américas, La Habana, 1980, p. 15). Pues Cromwell

Da órdenes para que en las islas británicas se organice una cacería de condenados, vagabundos y mujeres de mala vida, que ni dejan vivir en paz, ni sirven para la guerra, y se los envíe a Barbados y Jamaica, donde los dueños de las plantaciones pueden comprarlos como sirvientes y usarlos por cinco años. Se llama vagabundos o mujeres de mala vida a los sacerdotes católicos y a los muchachos y muchachas que profesan esta abominable religión. Tenemos, dice, que limpiar de cizaña la isla. Irlanda es el sitio ideal para desarrollar estos planes, pues de paso se toma venganza de los protestantes que fueron sacrificados en el último levantamiento de los católicos(*).(Arciniegas: Biografía del Caribe; p. 210).

Se encarga de la misión de despoblar Irlanda para poblar Jamaica al general Henry Cromwell, hijo de Oliverio. En cumplimiento de sus instrucciones, el general informa al padre que "Nada tengo que deciros acerca de las muchachas, sino que todos vuestros deseos tendrán cumplida satisfacción; creo que lo que conviene mejor a vuestros negocios y a los nuestros es enviar de 1.500 a 2.000 muchachas entre 12 y 14 años a la plaza indicada, y que a lo mejor se logre por este medio hacer de ellos ingleses de verdad, quiero decir: cristianos" (*). (Arciniegas: Biografía del Caribe, p. 211).

Todas estas medidas no bastan, sin embargo, para consolidar la dominación británica sobre Jamaica. Como hemos visto, el gobernador llama en su ayuda a los filibusteros ingleses de la Tortuga, molestos tanto con los gobernadores franceses de ésta como con los intentos de reconquista española. Doyle les ofrece refugio y establece en Port Royal un "puerto franco" para la venta de

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sus botines (*) (Gall: op. cit. p. 126). Los Hermanos de la Cofradía de la Costa acuden en tumulto.

9.4.-La Restauración monárquica inglesa en 1660

Inglaterra se había librado de Cromwell. Bajo la república se habían producido muchos hechos singulares.Se creó la supremacía británica; se había dominado a Alemania con ayuda de la Guerra de los Treinta Años; se había humillado a Francia con ayuda de la Fronda, y con ayuda del duque de Braganza, se había empequeñecido a España. Cromwell había domesticado a Mazarino, y el protector de Inglaterra, en los tratados, estampaba su firma encima de la del rey de Francia; se había aplicado una multa de ocho millones a las Provincias Unidas, se había inquietado a Argelia y Túnez, se había conquistado a Jamaica, humillado a Lisboa, suscitado la rivalidad francesa en Barcelona y lanzado en Nápoles a Massaniello, se había atado Portugal a Inglaterra; se había barrido a los berberiscos de Gibraltar a Candía; se había establecido el dominio del mar en sus dos formas preponderantes, el comercio y la victoria(...); se había hecho retirarse del Atlántico a la armada española, del Pacífico a la holandesa, del Mediterráneo a la veneciana, y por el Acta de Navegación, se había tomado posesión del litoral universal; por medio del océano se poseía el mundo.

Víctor Hugo: El hombre que ríe.

Pero no hay naves ni soldados ni aventuras expansionistas sin impuestos. La República inglesa debe costear las erogaciones de la Nueva Marina y del Ejército Modelo, que llega hasta 70.000 hombres; en 1657, de un presupuesto de gastos de 2.878.000 libras, 1.900.000 se destinan al Ejército y 742.000 a la Marina(*). (Paul Kennedy: Auge y caída de las grandes potencias; Plaza Janés Editores S.A. Barcelona, 1994, p. 116). El Parlamento se había sublevado contra Carlos I por no tolerar que el Rey elevara los impuestos; decapitado el soberano, debe autorizar gastos que cuadruplican los que llevaron al colapso a la monarquía. Para financiarlos, propone requisar los bienes de quienes tomaron las armas a favor del Rey y realiza pesadas confiscaciones.

La República Inglesa sigue así un camino ya cursado por el Imperio español, e inaugura un modelo que asumirán las revoluciones posteriores.

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Pues el esfuerzo necesario para vencer a sus adversarios obliga al Estado a depender del ejército; para mantenerlo debe erogar pesados gastos militares; tales dispendios quebrantan la economía. Y cansada de estas pesadas cargas improductivas, la nueva clase dominante acepta una restauración formal del viejo orden.

Es justamente lo que sucede en Inglaterra. Después de agotar los recursos ingleses en la simultánea guerra contra España y contra Holanda y en combatir las sublevaciones de Irlanda y de Escocia, Cromwell fallece exhausto en 1658. Designa como sucesor a su primogénito Richard, quien, carente de la vocación de poder y del genio político del padre, cede ante los sectores que promueven una restauración del fugitivo heredero al trono. Este es coronado en 1660 con el nombre de Carlos II, en medio de gran pompa y del carnaval de abjuraciones que acompaña toda restauración. Los líderes parlamentarios juran fidelidad al monarca; pero es un monarca que desde ese momento y para siempre está sujeto al Parlamento. Mientras tanto, la turba profana los sepulcros de los jefes de la rebelión que atribuyó la soberanía al Poder Legislativo; las cabezas de éstos son exhibidas en la Cámara. El ciego John Milton es reducido a prisión, condenado a pagar pesadas multas; sus obras arden en la hoguera. El mismo año de la Restauración se firma la paz con España. Pero es una paz que reconoce el dominio británico sobre Jamaica y ésta sirve durante el resto de siglo como segura base de los ataques filibusteros y de la expansión británica en el Caribe.

Tras deshacerse de la República que había creado las fuerzas necesarias para seguir la política expansionista, los burgueses la continúan sirviéndose de la monarquía. A la postre dominan las islas de Barbados, Bermudas, Anguila, San Cristóbal (Saint Kitts), Tortuga, Antigua, Nevis, Montserrate, Barbuda y Tobago. Todas constituyen guaridas selectas para el contrabando, el corso, la piratería y el lanzamiento de una nueva expansión imperial hacia Centroamérica, que les permite establecerse en la Laguna de Términos, Belice, islas de la Bahía, de Maíz y Mosquitos, Providencia y San Andrés, así como en la "Costa Salvaje" de Guayana. Aunque son territorios de una extensión comparativamente modesta, permiten el dominio comercial y estratégico del Caribe. En su conjunto, como señala Noam Chomsky, tales avances son la prolongación de un antiguo plan de desplazamiento de otras potencias navales, cuyas fases hemos visto en capítulos anteriores:

La Compañía Inglesa de las Indias Orientales recibe su concesión en 1600, y ésta le es prorrogada indefinidamente en 1609, dotando a la compañía

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con un monopolio del comercio con el Este por autoridad de la Corona británica. De ello se siguieron guerras brutales, frecuentemente conducidas con inexpresable barbarie entre los rivales europeos, aprovechándose de poblaciones nativas que a menudo eran sorprendidas en sus propias luchas internas. En 1622, Inglaterra expulsó a los portugueses de los estrechos de Hormuz, "la llave de la India", y luego conquistó ese gran premio. Gran parte del resto del mundo fue en definitiva parcelado de una manera similar(*).(Chomsky: 501: The conquest continues, p. 7)

Este plan maestro, como hemos indicado, avanza bajo la égida delas Navigation Acts a través de las que Inglaterra adopta una firme política de monopolio sobre el comercio con sus propias colonias, todavía más rigurosa que la que tanto criticó a su rival España. Pues, como también señala Noam Chomsky:

Desde mediados del siglo XVII, Inglaterra era lo suficientemente poderosa como para imponer las Navigation Acts (1651, 1662), expulsando a los mercaderes extranjeros de sus colonias y dándole a las flotas británicas "el monopolio del comercio de su propio país" (importaciones), bien por "absolutas prohibiciones" o "pesados tributos" (según Adam Smith, quien examina estas medidas con contradictorios sentimientos de reserva y aprobación). Los "objetivos gemelos" de tales iniciativas eran "el poder estratégico y la riqueza económica a través de la navegación y el monopolio comercial", según relata la Cambridge Economic History of Europe(*). (Chomsky: op. cit. p. 7)

Como la recluta de indentured servants no basta para poblar a Jamaica y a otras islas conquistadas en el curso de este plan de expansión, el piadoso Rey Carlos II de Inglaterra otorga en 1663 una carta de privilegios a la Company of Royal Adventurers of England para comerciar con Africa. El tráfico, siguiendo las prácticas establecidas por John Hawkins bajo la protección de Isabel I, es fundamentalmente de esclavos. En 1672 se crea la Royal African Company, que monopoliza el comercio con seres humanos y que, conjuntamente con sus sucesoras, introduce en el Caribe entre 1680 y 1786 a través de Jamaica cerca de 2.000.000 de esclavos (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe; Casa de la Américas, La Habana, 1984, p. 330). Se inicia la tendencia que llevará a la población esclavizada de Jamaica y otros asentamientos antillanos a sobrepasar a la blanca en proporciones de 9 a 1. La intensificación del

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comercio llamado "del triángulo" en proporciones nunca vistas requerirá de un nuevo fortalecimiento del poder naval.

En tales políticas están las bases del poderío británico, que le permitirá ir sofocando gradualmente a las restantes potencias marítimas hasta comienzos del siglo XX y dominar dos quintos de la superficie terrestre. Pues el Lord Protector, como señala André Maurois:

Fue el primero en tener la idea de enviar y sostener una escuadra inglesa en el Mediterráneo y fortificar Gibraltar para asegurar a esta escuadra un paso libre. Su potencia marítima y mediterránea permitió a Cromwell intervenir con eficacia en los asuntos continentales; protegió a los protestantes perseguidos por el duque de Saboya, bombardeó Túnez y pudo exigir indemnizaciones de la Toscana y del Papa. Mazarino buscó su alianza y los Ironsides ocuparon Dunkerke. Pero estas guerras costaban caras y, a pesar de tantos éxitos por mar y por tierra, la política extranjera de Cromwell fue impopular(*). (André Maurois: op. cit. p. 329)

La geopolítica juega un papel determinante en la duración del imperio que empieza a consolidarse por tales medios. La insularidad de Inglaterra la libra de sostener las ruinosas guerras territoriales bajo las cuales terminan por colapsar el Imperio español, la hegemónica Francia de Luis XIV y el Imperio napoleónico. Frente a estas hecatombes de magnitud continental, los eventuales conflictos de Inglaterra con Irlanda o Escocia son enfrentamientos menores. Inglaterra juega su suerte en los mares, que casi siempre le son favorables: en caso de derrota, sus flotas se retiran a reponerse en su inexpugnable fortaleza isleña. A pesar de todas las restauraciones, todavía perdurará durante varios siglos el poder forjado por Cromwell, designio de su inconquistable voluntad.

5.- Thomas Modyfordproyecta la conquista de Venezuela

-Una invasión desde Trinidad hasta Cartagena

El accidentado y parcialmente exitoso Western design tiene una repercusión indirecta en el destino de Venezuela. Gracias al fiasco inicial en La Española queda sin efecto por el momento el plan de conquista del continente hispanoamericano, lo que significa también descartar la propuesta de Thomas Modyford, el futuro gobernador de Jamaica y protector y yerno de

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Henry Morgan. Su idea era la de lanzar desde Barbados una flota que se apoderara de Trinidad y de las bocas del Orinoco, confiando en que los vientos de barlovento harían difícil a las restantes colonias enviar una armada de auxilio que navegara contra ellos. La ayuda sólo podría venir tardíamente desde España, y para entonces confiaba Modyford en estar afianzado y avanzar por el litoral central hasta Cartagena. (*). (Haring: op. cit. p. 91). Con algunas modificaciones, es un retoño de la obsesión por el control del Orinoco que desde los tiempos de Robert Dudley y Walter Ralegh posee a los ingleses. En 1797, la flota británica ocupa la isla de Trinidad; en el bloqueo de 1902 se reserva para custodiar desde la desembocadura del gran río hasta el Puerto de la Guaira: los mismos parajes reclamados en los delirantes planes de Raleigh y en los prácticos proyectos de Modyford.

6.-Filibusteros de La Tortuga y de Jamaica contra Venezuela

-El Cabildo de Caracas dispone auxilios para Santo Domingo

Ignorantes del plan de Modyford, las autoridades de la Provincia de Venezuela se inquietan sin embargo por el accidentado curso del Western Design. Y así, cuando se reúne el Cabildo de Santiago de León de Caracas el 19 de febrero de 1656, una de las cuestiones urgentes a tratar es la de que

Como es público y notorio, por el año próximo passado llegó a la ysla y sercanía del puerto de la çiudad de Santo Domingo una poderosa armada de navíos del rreyno de Yngalaterra, con determinazion de tomar la dicha çiudad, y para el efecto echaron en tierra por diferentes partes de la çiudad de más de dies mil hombres, con muchos pertrechos, armas y muniçiones, y cantidad de cavallos guarnesidos de soldados(...)(*). (Actas del Cabildo de Caracas, T. X. 1655-1657, Tipografía Vargas, OXIV-29 v. p. 128).

-Los ingleses capturan en 1655 una fragata que parte de Coro

Sobre la invasión de La Española los miembros del Cabildo de Caracas han recibido desde La Española una petición de auxilio, pero "a causa de aver muerto el dicho governador en el puerto de La Guaira de esta ciudad no se save si de esta provincia se le ha hecho algún socorro o no, y lo que se sabe de cierto es que una fregata que salió de Coro para la dicha çiudad con algunos bastimentos la rrobó el enemigo" (*).(Loc. cit). Desde el primer instante, por tanto, el desarrollo del Western Design hace víctimas en naves y pertrechos de

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la Provincia de Venezuela. En virtud de lo cual los cabildantes disponen atender a la solicitud y enviar los auxilios que fuere posible recabar, que han de ser bien escasos, dada la exigüidad de los que pudieron aplicarse para contrarrestar la invasión holandesa de Curazao.

Para mayor preocupación de los colonos, España está también en guerra con Francia, ya que Inglaterra se ha aliado con esta última mientras preparaba en 1655 su golpe contra Jamaica. El conflicto con Francia sólo concluye en 1659, con la paz de los Pirineos. Mientras tanto, una nueva oleada de piratas y corsarios ingleses y franceses cae sobre el Caribe.

-El inglés Cristopher Myngs asalta a Cumaná, Puerto Cabello y Coro en 1659

Desde Londres llegan hasta Jamaica instrucciones de imponer el libre comercio británico en el Caribe por todos los medios posibles. El gobernador Doyle, ducho en el lenguaje diplomático, entiende que ello significa un saqueo en gran escala. No en balde llaman los ingleses al filibusterismo el sweet trade, el dulce comercio. A tal fin manda al oficial de la Royal Navy Cristopher Myngs a pillar el Caribe al mando de tres fragatas que transportan 300 combatientes. A la flota se juntan 15 barcos más tripulados por 500 filibusteros atraídos desde la Tortuga a Jamaica por la impunidad que les ofrece el comprensivo gobernador (*) (Gall: op. cit. 126). El joven Myngs, nacido en 1625, exhibe brillantes credenciales: acaba de desempeñar un papel distinguido durante la primera guerra con los holandeses en el Mediterráneo, y de participar en la batalla de Sheveningen.

Su flota asalta y destruye Cumaná, sus filibusteros desembarcan en Puerto Cabello y en Coro, persiguen a los habitantes de ésta por el descampado y les roban 22 arcas destinadas al Rey, cada una con 400 libras de plata. Los piratas regresan el 23 de abril de 1659 a Port Royal, acarreando un botín de cacao, plata labrada y joyas próximo a las 300.000 libras esterlinas, que Haring estima como el más rico jamás llevado a Jamaica. Como el asalto ocurre a comienzos de 1659, todavía no llegan a la isla las noticias de la paz de los Pirineos entre Francia y España, que deja sin efectos la alianza británica con los galos. La incursión de Myngs puede ser considerada quizá como de guerra, si es que ésta consiste esencialmente en pillaje.

Como suele suceder, el desafío de la súbita riqueza trae consecuencias vergonzosas. Los filibusteros son fraternos a la hora de conquistar el botín,

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pero avariciosos al compartirlo. No toleran que el gobernador separe de lo pillado la décima parte correspondiente al Rey ni la decimoquinta que le toca a su hermano el duque de York, almirante nato de la flota(*). (Gall: op. cit. p. 127). Y sobre el botín de Myngs comienza una turbia historia que, como la de Ralegh y la de Morgan, llega a conocimiento de la justicia británica. Por lo cual, según apunta Haring:

la secuela de tan brillante hazaña fue desgraciada en cierto modo: hubo disputas entre los oficiales de la expedición y el gobernador y otras autoridades insulares sobre el reparto del botín, y a principios de junio de 1659 el capitán Myngs fue enviado a Inglaterra, a bordo de la "Marston Moor”, y suspendido por desobediencia y robo montante a 12.000 piezas de a ocho en la bodega de una de las presas. Myngs era un comandante activo e intrépido, mas evidentemente codicioso y ávido de mando. Parece haber tratado de distraer la mayor parte del dinero cogido en beneficio de sus oficiales y soldados, disponiendo del botín por propia iniciativa antes de dar cuenta precisa de él al gobernador o administrador general de la isla. Doyle escribe que a bordo de la "Marston Moor" había una constante feria y que alegando la costumbre de romper y pillar las bodegas, Myngs y sus oficiales permitieron que las veinte y dos arcas de plata pertenecientes al Rey de España fuesen distribuidas entre los soldados, sin proveer para nada a los derechos del Estado (*). (Haring: Los bucaneros... p. 102).

Pero los tribunales británicos son rigurosos con los aventureros empobrecidos y misericordiosos con los que se enriquecen. Apenas tres años después el animoso comodoro está de nuevo al mando de 12 buques ingleses y de 1.300 hombres, con los cuales ataca Santiago de Cuba en 1662, la saquea y le vuela el castillo, para retirarse con un riquísimo botín de cueros, azúcar, plata, vino, esclavos, cañones menores robados al fuerte y campanas tomadas en préstamo a las iglesias. Casi de inmediato, en enero de 1663, el activo Myngs zarpa de nuevo con otra docena de barcos y 1.500 hombres hacia Campeche, captura 16 buques y regresa luego a Inglaterra(*). (Bradley: op. cit. p. 114). Son incursiones indudablemente piráticas. Desde 1658 ha muerto Cromwell; a partir de 1560, con la restauración de Carlos II en Inglaterra, ésta ha hecho formalmente las paces con España. Como en tiempos de Isabel I, los Perros del Mar muerden por debajo de la mesa donde se celebra la reconciliación.

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Estos detalles no impiden a Christopher Myngs culminar una respetable carrera. Su magnánima Majestad Carlos II, sin dejarse confundir por embrolladas historias de reparto de botín, lo arma caballero por sus méritos en la batalla de Lowestoft en 1665; el año inmediato, el desprejuiciado comodoro muere de una herida de cañón en la batalla de los Cuatro Días.

-Los piratas ingleses lanzan cinco incursiones contra el Litoral Central en 1660 y 1661

Así como Myngs obtiene honores de la expedición, el ingenioso gobernador Doyle extrae experiencia. Ya no intentará someter a los filibusteros a la autoridad de la Royal Navy: los deja elegir su propio almirante, organizarse a su antojo y escoger sus objetivos en asamblea democrática, de acuerdo a la costumbre de la Hermandad de la Costa. En 1663 recibe una orden de hacer que sus protegidos suspendan todo tipo de hostilidades, y contesta que "si les prohibo entrar en nuestros puertos, se irán a proteger a los de los franceses y holandeses, que los acogerán con satisfacción"(*). (Gall: op. cit. p. 128).

La difícil situación entre España e Inglaterra y el ejemplo de las exitosas correrías de Myngs anima a una turba de aventureros menores y contrabandistas a azotar perennemente las costas del litoral central. Al extremo de que el Cabildo de Caracas de 7 de febrero de 1661 propone un Cabildo abierto a fin de discurrir las medidas para poner remedio a la situación:

En este cavildo propusso y dixo el dicho procurador general, que bien constava a su señoría los daños que está rresibiendo la costa del puerto de La Guayra de esta ciudad, así a barlobento como a sotavento, hechos por el enemigo cossario que continuamente anda enella con diferentes bajeles,no abiendo, como no hay, valle ni estancia de cacao seguro de sus rrobos y ymbaciones, saqueándolas y llebándose los esclavos con que se benefician, haciendo muchas muertes y otros ynsultos, conosiéndose que los que los hacen son de nación yngleses, en que puede ser andan mencladas otras, biéndose tan perseguidas y aflixidas las personas que tienen las dichas estancias que tratan de despoblarlas y desamparar lo que tienen labrado y de que se sustentan, en que no sólo será daño particular más general, porque, siendo como son de cacao las dichas estancias, es el fruto más comerciable en esta provincia, rresultará el faltar el trato y contrato y también, es ocasión el dicho enemigo, de que se suspenda el

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comercio de los baseles en que condussen al puerto de La Guayra, assí los vecinos de esta dicha ciudad y los de la Nueva Valencia del Rrey de esta gobernación y dicho puerto y forasteros, sus frutos y bastimentos para dicho comercio y sustento, pues, de doce días a esta parte, el dicho enemigo a rrobado y hecho barar en tierra un barco y una piragua con pérdida de lo que trayan, y ansimismo consta a este cabildo, que por quatro beces a despachado su señorías del señor gobernador y capitán general de esta provincia, en busca del dicho enemigo, a su costa, donde an ydo diferentes embarcaciones con ynfantería, y no se a conseguido el hacerle ningún daño, de que antes a resultado pérdida, como es notorio.(*) (Actas del Cabildo de Caracas, v.XI Concejo Municipal del Distrito Federal, 1969, pp. 57-59)

Son, entonces, cinco incursiones en un lapso aproximado de un año: una de ellas roba y vara en tierra un barco y una piragua; las otras cuatro provocan la salida del capitán general y de sus tropas, sin que se haya "conseguido hacerle ningún daño". Los caraqueños reviven la situación que afligió un siglo antes a Borburata; afortunadamente, sus montes y trincheras los protegen de los merodeadores, que no pasan de la costa, pero los habitantes de las haciendas del litoral amenazan con despoblarlas. Para la época no hay guerra oficial con Inglaterra: son por tanto ataques piratas. Poco es el consuelo que pueden obtener los caraqueños de las deliberaciones sobre la materia. El remedio contra el azote pirático consiste en fortificaciones sólidas, milicias entrenadas, flotas de resguardo, patrullaje perenne y en un poder naval capaz de atacar a los piratas en sus bases y desalojarlos del ámbito de sus correrías.

Todo ello está por el momento fuera del alcance de los castigados caraqueños. La modesta colonia no produce lo suficiente para costear tales medidas de estado de guerra perenne. Sólo con el tiempo construirá fortificaciones más eficaces y dispondrá de resguardo naval efectivo, pero a un costo exorbitante. Entre tanto, sólo queda el recurso de la paciencia.

-El pirata holandés Bernardo Jansen asalta Santo Tomé de Guayana en 1664

España y Holanda han concertado la paz desde 1648. Pero los piratas, al igual que los estadistas, no respetan tratados: los forajidos neerlandeses siguen su guerra particular de acoso contra las posesiones españolas. Como hemos indicado, Holanda e Inglaterra están en guerra entre 1652 y 1674: las antiguas aliadas contra España ahora se pelean porque los adalides del libre

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comercio británicos se reservan el monopolio de la navegación en sus aguas, y el del comercio de importación y exportación de su isla. Y sin embargo, los piratas holandeses parten impunes de la supuestamente enemiga base inglesa de Jamaica. En el vendaval de pactos, treguas y paces violadas, la única fraternidad indemne es la del pillaje.

Así, según relata Haring fundándose en el Diario de Beeston, "en junio de 1663 cierto capitán Barnard zarpó de Port Royal para el Orinoco, tomó y pilló la ciudad de Santo Tomás y regresó en marzo siguiente" (*). (Haring: op. cit. p. 114). El ataque del holandés Bernard Jansen -a quien no hay que confundir con su colega Adriaen Janszoon Pater- tiene lugar a comienzos del año inmediato de 1564, como lo confirman el Presidente de la Audiencia de Santo Domingo, Don Pablo Carvajal, en un despacho del 16 de julio de 1664, así como el Gobernador de la Habana, en carta del 27 de abril de 1664 (*). (AGI, Santo Domingo 60, v.2. y AGI, Santo Domingo 104, v. 1, cit. por Pablo Ojer en nota 4 al Cap. II de la Historia de la Nueva Andalucía de Fray Antonio Caulín; Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1966, pp. 42-43).

El encuentro es violento y destructivo; el resultado, de nuevo desastroso para los lugareños. Fray Antonio Caulín reseña, aunque errando la fecha, que el año de 1579 "invadida aquella Provincia por el Capitán Janson, de nación Olandés, quedó en tan extrema necesidad, que los más de los Vecinos se retiraron a los llanos de Cumaná; estos perecieron al rigor de la hambre, y de las plagas; y entre ellos el venerable Padre Llauri; y el Padre Julián, que quedó solo, de orden de su Superior se retiró a las Misiones de Casanare" (*). (Fray Antonio Caulín: Historia de la Nueva Andalucía; Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1966, p. 35). Una vez más, los pacientes guayaneses no tienen otro remedio que recurrir a su estrategia tradicional: escapar a las selvas circundantes, hostigar desde ellas a los saqueadores, reconstruir su ciudad destruida.

-Los capitanes Juan González Perales y Esteban de las Hoces capturan la nave pirata "El Caballero Romano" en 1665

El pillaje a las haciendas del litoral por parte de los ingleses llegados desde su cómoda guarida de Jamaica se hace tan frecuente, que el almirante don Félix Garci-González de León, designado Gobernador y Capitán General de Venezuela a fines de 1664, toma medidas extraordinarias: perfecciona las fortificaciones de La Guaira y crea varias flotillas para la persecución de los piratas. Los capitanes de una de ellas, Juan González Perales y Esteban de las

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Hoces, capturan diversas embarcaciones pequeñas y una de alto bordo, la nave pirata "El Caballero Romano"(*). (Sucre: op. cit. p. 162). El inmediato año de 1665 es nombrado gobernador de Jamaica sir Thomas Modyford, el autor de los planes para la conquista inglesa de Venezuela. Londres reitera las instrucciones de dejar en paz a las colonias españolas; los filibusteros amenazan con abandonar Jamaica a su suerte; Modyford comprende que sin los aventureros la colonia está perdida y se convierte en su cómplice. Recurre al Consejo de la Isla -una asamblea de terratenientes- para otorgarles las patentes de corso que Londres les niega; encomienda a Mansfeld, el almirante electo de los filibusteros, un supuesto ataque a los holandeses de Curazao que no es más que una excusa para asaltar Costa Rica. Infinidad de otros aventureros devastan las colonias españolas amparados en estas originales patentes de corso expedidas en tiempos de paz.

-Los piratas franceses L'Olonnais y Miguel el Vasco saquean Maracaibo y Gibraltar en 1665

El héroe del mar es un héroe de la muerte.

Gastón Bachelard: El agua y los sueños.

Mocedades de un filibustero

Jean David Nau, alias François L'Olonnais, alias el Olonés, nace en Francia, en la región de Les Sables d'Olonne. En su juventud emigra al Caribe en la mísera condición de sirviente comprometido, que el cirujano de los filibusteros Alexandre O. Exquemelin -cuya narrativa seguimos en lo esencial en esta sección- equipara certeramente a la de esclavo. Terminado su compromiso, Jean Nau arriba a La Española, vive entre los bucaneros, participa en varias expediciones y conquista el favor del gobernador de La Tortuga, Monsieur de la Place.

En una de sus incursiones la tormenta arroja la nave a la costa de Campeche y los españoles derrotan y capturan a su tripulación. Jean Nau se salva a duras penas haciéndose el muerto entre los cadáveres de sus compañeros. Luego escapa al bosque, se restablece de sus heridas, sonsaca a varios esclavos, roba con ellos una canoa, regresa a La Tortuga, consigue otra nave mayor, recluta 21 cómplices y zarpa hacia la villa cubana de Los Cayos.

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Allí se encuentra con un barco que el Gobernador ha mandado para combatirlo, con noventa tripulantes, diez cañones y "un negro que les sirviese de verdugo y ahorcase a cuantos cogieran de dichos corsarios, excepto al capitán L'Olonnais, que debían llevar a La Habana". Jean David cae de madrugada sobre los desprevenidos ejecutores, los decapita y sólo perdona a uno, con quien remite al gobernador un conciso mensaje: "No daré jamás ningún cuartel a español. Tengo firme esperanza de ejecutar en vuestra persona lo mismo que en los que aquí enviásteis con el navío, con el cual os figurábais hacer lo mismo conmigo y mis compañeros" (*). (Exquemelin: Piratas de América, pp. 74-75). Es la proclamación oficial de un odio hacia los ibéricos que luego ratificará con hechos de una crueldad casi pintoresca. Dueño de tres naves, Jean David pone proa hacia Maracaibo, "donde tomó un navío con mucha plata y mercaderías, que había dentro y que iba a comprar cacao" y fija rumbo hacia La Tortuga (*). (Exquemelin: op. cit. p. 76).

El botín del cacao

A su regreso, encuentra que su cómplice Miguel el Vasco ha capturado otro barco, con uno de los más preciados tesoros: dos franceses que han vivido largo tiempo en Maracaibo, conocen al dedillo el difícil paso por la Barra del Lago y están dispuestos a servir de guías (*). (Exmelin: op. cit. p. 54).

Los informes despiertan la codicia de Jean Nau. Para la época Maracaibo es puerto de exportación para las ricas cosechas de la cordillera andina y de las fértiles tierras del sur del Lago. Conforme apunta Exquemelin, los habitantes comercian en pieles y tabaco, y tienen "gran cantidad de ganado y plantaciones que se dilatan en distrito de treinta leguas, que se cuentan desde la dicha villa hasta el grande y populoso lugar de Gibraltar, en el cual se recoge abundancia de cacao y multitud de toda suerte de frutos campesinos". Maracaibo cuenta en ese entonces con una población cercana a las 4.000 personas -comprendidos los esclavos- de las cuales unas 800 son hábiles para las armas, y luce "una iglesia parroquial de muy buena estructura y adorno, cuatro conventos y un hospital" (*). (Exquemelin: op. cit. p., 79).

El triunfante Olonés convoca públicamente a todos los habitantes de La Tortuga interesados en un nuevo asalto hacia la rica zona. Acuden 1.670; el primero de ellos es naturalmente Miguel el Vasco o Miguel el Vascongado, mayor de la isla, veterano de las guerras europeas, secuestrador de los prácticos y conocedor de la región, a quien el Olonés confiere el cargo de capitán de las fuerzas en tierra. Embarcan a bordo de la fragata de 16 cañones

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capturada en la incursión anterior -a al cual por su cargamento rebautizan "La Cacaoyère"- de la fragata de 16 cañones "La Poudrière", donde va el polvorín y de otra fragata, un bergantín y tres pequeñas naves. Cada hombre va armado con un fusil, dos pistolas y un sable (*) (Oexmelin: Historias de piratas; p. 26).

El difícil paso de la Barra

El contingente leva anclas a fines de abril de 1667; en el Norte de La Española recoge todavía más tripulantes y pertrechos. En julio avistan en dicha isla un barco que viene de Puerto Rico, combaten con él tres horas, lo capturan, se apoderan de 120.000 libras de cacao, 40.000 reales de a ocho, 10.000 pesos en joyas y 16 cañones. Con el nuevo buque como nave almirante, fortalecido con un número todavía mayor de reclutas, el Olonés se hace a la vela hacia el Lago de Maracaibo. Seguramente termina de costear el norte de La Española, cruza el Canal de la Mona entre esta isla y Puerto Rico y desde allí fija un rumbo que desde entonces se hará caro a muchos filibusteros: 200 grados, o Sursudeste, como lo llaman las antiguas Rosas de los Vientos. Al ocaso se levanta desde el sureste la esplendorosa Cruz del Sur: cada medianoche más alta sobre el horizonte, señala la ruta su estrella Acrux.

La estrecha entrada del Lago de Maracaibo está dividida por las islas de Zapara y San Carlos en tres bocas. La oriental y la occidental son navegables apenas por lanchas de pocos pies de calado. La boca central tiene una profundidad de unos 15 a 20 pies según la fase de la marea y las épocas, pues las aguas lacustres acumulan incesantemente sedimentos que cambian los bancos del fondo y hasta la configuración de los islotes. Los navegantes deben buscar una especie de canal que les da acceso a la bahía de El Tablazo, y de ésta al puerto de Maracaibo (*). (Antonio Eljuri Yunis S.: La batalla del Lago de Maracaibo; Caracas 1970, pp. 36-39). Para la época, la estratégica entrada del Lago está custodiada apenas por dos instalaciones: una casa con centinelas en la isla de la Vigilia, y la fortaleza de la Barra. Exquemelin, el cirujano de los piratas, mientras prepara sus instrumentos anota que el fuerte no es más que "algunos grandes cestos de tierra puestos en una eminencia" en donde están "plantadas dieciséis piezas de artillería, apoyadas alrededor por otros montes de tierra, para encubrirse"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 82). Los invasores anclan fuera de la vista de la isla; disimulándose en la noche navegan hacia la Barra. Poco antes del amanecer la rutilante Cruz del Sur se oculta por el poniente: domina la noche el rojizo Antares, el Corazón del Escorpión.

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Con el primer destello del sol los filibusteros desembarcan y caen en la trampa del Gobernador, quien "había puesto algunos españoles en emboscada, para servirse de ellos en retaguardia, y coger mejor al improviso enemigo por las espaldas". El torrente de sitiadores combate durante tres horas al arma blanca, ocupa el castillo, desborda a los embocaderos. Los sobrevivientes se retiran hacia Maracaibo voceando "los piratas vendrán aquí con dos mil combatientes". Los vecinos huyen en estampida cargando sus bienes hacia las afueras y hacia Gibraltar (*). (Exquemelin: op. cit. p. 83)

Dueños del fuerte, los filibusteros señalan a sus barcos que la entrada está libre, clavan los cañones, derruyen las insignificantes defensas, entierran a los muertos, embarcan a los prisioneros y heridos y al día siguiente levan anclas hacia Maracaibo. Los prácticos se muestran eficaces: la flota sortea con éxito los dificultosos bancos de la Barra. Inútilmente cañonean edificaciones y alrededores: al desembarcar encuentran una ciudad desierta. La desesperada defensa del fuerte ha permitido a los lugareños salvar sus vidas y parte de sus haciendas.

Saqueos y torturas

Comienza así el operativo usual en estas ocupaciones. Los invasores requisan alimentos, ocupan las mejores casas, se acuartelan en la resistente iglesia y envían una partida de 150 hombres para atrapar fugitivos y rastrear botín. Esta regresa con 20 prisioneros, 20.000 reales de a ocho y mulos cargados con muebles y mercancías. El Olonés descuartiza con su sable a un cautivo para incitar a los demás a descubrir las riquezas ocultas. Uno de ellos accede; cuando los saqueadores llegan, ya han sido cambiadas de sitio. Siguen nuevas pesquisas y un lúgubre estado de desconfianza, ya que "los españoles, huyéndose de término en término cada día y mudando de bosques, se tenían por sospechosos los unos a los otros, de suerte que el padre ni se fiaba de su mismo hijo"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 84). Y según testimonia el impasible cirujano de los invasores, "los filibusteros habrían de tener poco después jornadas de gran intensidad ahorcando a la gente, saqueando y destruyendo". Sólo una escena logra dejarlo, según su expresión, estremecido de pavor. Uno de los prisioneros se resiste a hablar, por lo cual

entonces el Olonnais ordenó que lo amarraran a un árbol y, cuando sus hombres se hubieron apresurado a cumplir esta orden, él de un tirón separó sobre el pecho del prisionero su casaca, y luego extrajo su

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cuchillo y le asestó un descomunal tajo que le desgarró la carne. La sangre brotó en seguida, pero esto no conmovió al Olonnais. Con la ferocidad que le daba su odio hacia los españoles, introdujo la mano en la herida del prisionero y le arrancó el corazón, que ofreció a uno de sus propios hombres. Este se lo comió crudo, con la carne aún palpitante. Y por lo que yo vi, pareció gustarle mucho esa carne(*). (Alex Olivier Oexmelín: Historias de piratas, p. 28).

Tras esta escena clásica de los horrores del filibusterismo, los invasores reembarcan para saquear las poblaciones del Sur del Lago. Les basta para ello navegar de través, aprovechando los vientos alisios que soplan desde el noreste hacia el Suroeste. Mientras tanto, el Gobernador de Mérida baja con cuatrocientos hombres de su comarca, pone sobre las armas a otros cuatrocientos y planta 20 piezas de artillería protegidas con cestas de tierra en el estratégico puerto de Gibraltar, lugar de embarque de las mercaderías producidas en Mérida, en Trujillo e incluso en Pamplona. En sus embarcaciones, los asaltantes vacilan. De acuerdo con la costumbre de la Hermandad de la Costa, el Olonés convoca a consejo, exhorta a los vacilantes y consigue el asentimiento para el ataque, tras lo cual añade: "Está bien, pero sabed que al primero que mostrare temor o escrúpulo, le daré un pistoletazo"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 85).

Batalla por Gibraltar

Cuatrocientos filibusteros saltan a tierra antes del alba. Hallan el camino principal bloqueado con árboles derribados; siguen un sendero fangoso; en él los ametralla la artillería dispuesta por el Gobernador. Los invasores cortan ramas para hacer pie en el lodazal; una carga de los lugareños los pone en fuga. El astuto Olonés finge la retirada total. Los colonos abandonan sus trincheras para perseguirlo; los filibusteros contraatacan, matan doscientos defensores, asaltan el improvisado fuerte, obtienen la rendición de otro pequeño fortín con ocho piezas y trasladan la artillería hasta la iglesia, donde se acuartelan. Han perdido cuarenta hombres y tienen otros tantos heridos, pero han matado quinientos colonos, capturado ciento cincuenta combatientes y cerca de quinientas personas más entre esclavos, mujeres y niños. Los piratas cargan los cuerpos de los enemigos muertos en dos barcas y las hunden en el lago (*).(Exquemelin: op. cit. p. 87).

En Gibraltar recomienza el operativo interrumpido en Maracaibo. Durante cuatro semanas los merodeadores saquean cuanto encuentran. Sus prisioneros

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desfallecen por falta de alimentos; algunas de las mujeres se entregan "más por hambre, que por lascivia"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 88). Los piratas prenden fuego en varios sitios del poblado y piden 10.000 reales de a ocho por no terminar de incendiarlo. Pero las llamas incontroladas abrasan la iglesia y sus alrededores, y los invasores piden ayuda a los lugareños para sofocarlas. Cobrado el rescate, embarcan botín y prisioneros para Maracaibo, donde pillan las imágenes, cuadros y campanas de la iglesia y reclaman 30.000 reales de a ocho por no incendiar la ciudad. Después de arduos regateos, los marabinos logran reducir el rescate a 20.000 reales y 500 vacas. Tres días después de pagarlo, sufren el sobresalto de ver que la flota pirata regresa, pero sólo para pedir un piloto que los oriente en los traicioneros bajos de la Barra (*). (Exquemelin: op. cit. p. 89). Seguramente los eficaces prácticos franceses escaparon, o perdieron la vida en alguna de las ciudades hasta donde condujeron a los piratas.

Destino de un botín

Tras dos meses de rentables tropelías, los aventureros anclan en el puerto de bucaneros franceses de isla de la Vaca en La Española. Juntan en fondo común el botín de 260.000 reales de a ocho y las mercancías capturadas. Lo reparten de acuerdo a sus costumbres, privilegiando heridos y mutilados. Casi un mes invierten en distribuir equitativamente su riqueza, pero al regresar a La Tortuga la mayoría "en tres semanas no tenía ya dinero, habiéndolo perdido en cosas de poco momento y al juego de naipes y dados". Como días antes han recalado en la isla dos naves francesas cargadas de vino "los taberneros y meretrices se llevaron la mayor parte, de tal modo, que ya se veían los navegantes obligados a buscar otras fortunas por las mismas mañas que las precedentes" (*). (Exquemelin: op. cit. p. 90).

Mejor parte que meretrices y taberneros tiene Bertrand de Ogeron, para el momento gobernador de La Tortuga. El astuto funcionario compra "La Cacaoyere" y el cargamento de cacao, se hace a la mar con él para Francia y gana 120.000 libras, descontados los gastos(*). (Exmelin: op. cit. p. 56). Aprovechando la estadía, se comunica con el ministro de finanzas Jean Baptiste Colbert, para proponerle planes que tendrán decisivas consecuencias para el Caribe.

El fructífero negocio confirma que una de las exportaciones más abundantes y valiosas de Maracaibo para la época es el cacao fletado hacia México. Hemos visto que el Cabildo de Caracas lo llama "el fruto más comerciable en

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esta provincia". Para conducirlo hasta Veracruz, según indica Eduardo Arcila Farías, Venezuela dispone a fines del siglo XVII de una flota propia de 18 naves de gran tamaño (*) (Arcila Farías: Economía colonial de Venezuela, T. II. p. 208). Estas naves y sus cargamentos son las presas favoritas de Miguel el Vasco, el Olonés, Morgan y hasta el propio Granmont.

Fin de un filibustero

Tras la costosa francachela, los arruinados filibusteros no tardan en salir de nuevo al mando de Jean Nau en otra expedición, esta vez hacia el golfo de Honduras. En él saquean Puerto Caballo, capturan un buque español de 24 cañones, dan tormento y matan a los prisioneros y toman la ciudad de San Pedro. Tras numerosos percances, Jean Nau encalla su nave cerca de la ría de Nicaragua; al pretender forzar ésta en pequeñas embarcaciones pierde casi toda su tripulación en un ataque de españoles e indígenas coligados. El Olonés huye hacia las costas de Cartagena, cae en manos de los indígenas de Darién y éstos, según narra a Exquemelin un sobreviviente, "le cogieron y despedazaron vivo, echando los pedazos en el fuego, y las cenizas al viento, para que no quedase memoria de tan infame inhumano"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 103).

-El pirata Miguel el Vasco asalta Maracaibo en 1667

Rescate por los habitantes de Maracaibo

Apenas dos años después de la invasión de Jean Nau, Miguel el Vascongado, su flamante capitán de las fuerzas de tierra, cae sobre Maracaibo al mando de una nueva expedición. Con la experiencia reunida en correrías anteriores, vence fácilmente lo que queda de la derruida guarnición, toma por sorpresa a la ciudad, reúne a todos los prisioneros en la iglesia y amenaza degollarlos si no se le paga rescate por ellos. Logrado su objetivo, no considera oportuno proseguir la ruta usual hacia Gibraltar, y se retira para disfrutar el botín en La Tortuga (*). (P. Guzmán: Apuntaciones históricas del Estado Zulia; Universidad del Zulia, Maracaibo, 1967; pp. 130-132).

Leyenda del Angel Exterminador

Montbars nace en 1645, en el Languedoc; según la obligada leyenda romántica, es de origen noble. En su infancia, le habría provocado decisiva conmoción la lectura de los libros de Bartolomé de las Casas; para vengar las

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crueldades contra los indígenas allí descritas, se propone cometer otras equiparables contra los españoles(*). (Zu Mondfeld: Piratas, pp. 218-220).

Pronto realiza sus sueños: expulsado del colegio, embarca en el buque corsario de un tío que zarpa al Caribe y se comporta con tal aplicación en los abordajes que merece el apodo de "Angel Exterminador". A los 18 años se separa del tío en La Tortuga; pronto tiene barco y tripulación propia compuesta, según la piadosa inspiración de Las Casas, de caribes dispuestos a vengarse de sus opresores. Poca es la información que hay sobre las correrías del Exterminador, pero muy precisa la relativa a sus crueldades: al igual que al Olonés, se le atribuye una fanática ferocidad contra los españoles; como a aquél, se le reputa de inventor de suplicios atroces. El más abominable es el de hacer correr a un prisionero después de fijar un extremo de su intestino a un árbol, tormento que se parece sospechosamente a un grabado que figura en el Theatrum crudelitatum haereticorum nostri temporis, panfleto impreso en Amberes en 1587 contra las crueldades de los hugonotes(*). (Georges Blond: Histoire de la flibuste; Stock, Paris, 1969, pp. 45-46). El minucioso Exquemelin anota que de los ojos de Montbars no se podía decir ni la forma ni el color, a tal punto estaban escondidos bajo la bóveda oscura de sus cejas, pero que "en el combate comenzaba a vencer por el terror que inspiraban sus miradas"(*). (Besson: Flibustiers et corsaires; Editions Ducharte & Van Bggenhoudt; París, 1927, p. 28). La descripción anticipa a la de las criaturas demoníacas de Lautreaumont. Al Angel Exterminador se le acredita que "junto con otros piratas llevó a cabo el incendio y saqueo de varias ciudades, entre ellas Puerto Cabello, Maracaibo y San Pedro"(*). ("Monbars o Montbars", en: Enciclopedia General del Mar; T. IV. pp. 637-638). Mario Briceño Iragorry reseña hacia la misma época una incursión contra Maracaibo del célebre filibustero Montbars "el Exterminador"; sus detalles se asemejan punto por punto al relato de la incursión de Henry Morgan realizada por Exquemelin(*). (Briceño Iragorry: Tapices de Historia patria; p. 132). Pero no hemos encontrado datos más amplios sobre estas incursiones: es posible que Montbars participara en ellas como cómplice o auxiliar de otros filibusteros cuyo nombre sí fue registrado pormenorizadamente por las víctimas. Besson le atribuye una incursión a Maracaibo, cuyos detalles también se asemejan punto por punto a la narrativa de Exquemelin sobre el asalto de Morgan a dicha ciudad, hasta en el bloqueo de la Barra por una flota española, y su derrota con brulotes(*). (Besson: op. cit. p. 20). Quizá Besson confunde a ambos filibusteros por la remota semejanza fonética, y a su vez induce a error a Briceño Iragorry.

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El final de Montbars es tan misterioso como su elusiva carrera: en una oportunidad se hace a la vela desde La Tortuga con su tripulación de vengativos indígenas, y jamás se vuelve a saber nada de ellos.

-El pirata Henry Morgan saquea Maracaibo y Gibraltar en 1669 ¡Oh, hazme una máscara! Dylan Thomas.

El anónimo sirviente

El corsario y pirata John-Harry-Henry Morgan, tras descartar La Guaira como presa, invade Maracaibo en l669. Para el momento, tiene ya una larga historia como aventurero del mar. Su apellido mismo ha sido llevado por mitológicas sirenas, pues Mor-gen significa nacido del mar. Desde el comienzo sus diversas biografías se entretejen con la leyenda. Todas le hacen nacer hacia 1635 en el país de Gales; a partir de allí, unas sitúan su cuna en Llanrhymney, otras en Perncarn. Algunas fuentes le atribuyen un novelesco origen noble; otras lo suponen prosaicamente secuestrado en Bristol y vendido en Barbados en la terrible condición de engagé; otras lo presentan huido para buscar la protección de su tío el coronel Edward Morgan, vicegobernador de Jamaica(*). (Cfr. Abella: Los piratas del Nuevo Mundo, p. 100; Georges Blond: Histoire de la Flibuste, pp. 99-102; Wolfram Zu Mondfeld: Piratas, p. 227-229; Robert de la Croix: Historia de la piratería, pp. 47-48). En una carta a las autoridades, el elusivo aventurero resume concisamente sus mocedades diciendo que "dejé la escuela demasiado joven como para hacerme ducho en estas o aquellas leyes, y desde entonces me he acostumbrado más a la lanza que a los libros" (*). (Francis Russell Hart: Admirals of the Caribbean; George Allen & Unwin Ltd, 1923, p. 105). No será el último retoque que hace a su controvertida imagen, que en esos primeros tiempos es borrosa, anónima, contradictoria.

El almirante de los filibusteros

Apenas arribado a la nueva colonia inglesa de Jamaica empiezan sus aventuras. En 1666, aliado con Davis, Le Maire y Mansfeld, asalta Santa Catalina, libera a los confinados en el presidio de la isla, los suma a sus fuerzas y pide ayuda al gobernador de Jamaica, quien se la niega en vista de la situación de paz con España. Esta celebra con Inglaterra en 1667 el Tratado de Madrid, por el cual cada parte contratante se compromete a no interferir en

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el comercio de la otra. Pero el sinuoso gobernador recurre al Consejo de la Colonia, una asamblea de los terratenientes de Jamaica, para que otorguen a los filibusteros las patentes que la Corona es tan remisa en conceder. Mansfeld muere; los filibusteros eligen a Henry Morgan como su nuevo almirante, y el comprensivo Modyford no tarda en expedirle una patente hecha a la medida(*). (Gall: op. cit. p. 134). En 1668 Morgan saquea Puerto Príncipe (el actual CamagÜey) con una docena de barcos y 700 filibusteros. Poco después asesta el golpe maestro de la toma de Portobelo: conquista los fuertes usando religiosos como rehenes, dirige una orgía que dura dos semanas, se retira con un botín de 260.000 escudos. Los saqueadores lo dilapidan en la Tortuga; Morgan ordena a los capitanes de sus naves una reunión en la isla de la Vaca, al sur de La Española, sitio tradicional de reparto de presas y preparación de expediciones.

Una vez allí, el ingenioso galés se apodera de un buque francés de 24 piezas de artillería de hierro y 12 de bronce anclado en el lugar, mediante el original expediente de invitar a los oficiales a un banquete en su nave almirante "Oxford" y hacerlos prisioneros. De inmediato, convoca un consejo que decide dirigirse hacia la isla Savona para acechar veleros separados de la flota española. La imagen del Henry Morgan que preside la celebración consiguiente presenta ya rasgos definidos. Es el primer capitán de los filibusteros que en lugar de una paga doble o triple se atreve a exigir la quinta o la sexta parte del botín, como un Rey. Gall le atribuye para esos tiempos aires de gran señor, camisa de encajes, traje de seda, sable con puño de plata y un cortejo de oficiales que transmiten sus órdenes y le sostienen el catalejo: lo más lejano del áspero igualitarismo filibustero; lo más remoto del mísero engagé (*). (Gall: op. cit. p. 137).

El empresario de pompas fúnebres

La celebración que preside el acicalado almirante de los foragidos no transcurre sin incidentes: a la usanza filibustera, los convidados acompañan cada brindis con pistoletazos; una bala da en el pañol de pólvora en la proa y los 350 festejantes saltan por los aires junto con sus cautivos franceses. Sólo se salvan 30 hombres en la cámara de popa, y entre ellos está Henry Morgan. El diligente aventurero acusa de inmediato a sus víctimas francesas de causar la explosión y ordena la pesca de los restos de sus colegas. Contempla el lóbrego rescate Alexander Olivier Exquemelin, el memorioso cirujano de a bordo, quien consigna en su diario que ello se hace "no con la humana intención de enterrarlos, si bien al contrario, con la mezquina de sacar algo de

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bueno en sus vendas y adornos", ya que "si hallaban algunos con sortijas de oro en los dedos, se los cortaban para sacárselas y los dejaba en aquel estado a merced de la voracidad de los peces"(*). (Exquemelin: op. cit. p. 130).

Consolados de tal manera del macabro incidente, los 600 filibusteros se hacen a la vela en 15 naves comandadas por la capitana de Henry Morgan, dotada de 14 piezas de artillería. Los vientos contrarios les impiden alcanzar la isla de Savona; a fin de avituallarse anclan en la rada de Ocoa. Los españoles advierten su presencia, aniquilan los animales de la zona para impedirles cazar y con un rebaño de vacas los atraen hasta una emboscada que cuesta numerosas bajas a ambos bandos. Morgan se enfurece, desembarca a la cabeza de 200 filibusteros, no encuentra a los agresores, incendia el poblado y leva anclas(*). (Exquemelin: op. cit. p. 132).

Cuando la castigada expedición arriba a Savona, no encuentra naves españolas ni abastecimientos. Morgan envía una flotilla de siete buques con 150 hombres a saquear los pueblos de la costa de La Española, pero los lugareños preparan la defensa con tal orden que los merodeadores no desembarcan. El galés baraja planes para asaltar los pueblos de la costa de Caracas, pero el capitán francés Pierre Picard o Picardo, veterano de la flota del Olonés, lo convence de dirigirse a Maracaibo. Sin esperar a reunirse con la expedición enviada contra La Española, le deja un mensaje convocándola para el Golfo de Venezuela y leva anclas hacia Aruba. Allí hacen escala durante dos días; compran carneros, corderos y leña, y parten de noche para ocultar su rumbo(*). (Exquemelin: op. cit. p. 134). Continúa la guerra entre Holanda e Inglaterra, pero las Antillas neerlandesas siguen a la orden de los filibusteros ingleses para sus correrías contra Tierra Firme.

El saqueador de Maracaibo

El 8 de marzo la flota llega a la entrada del Lago de Maracaibo. Siguiendo la táctica ya probada por el Olonés, los filibusteros anclan fuera de la vista de la isla de la Vigilia; navegan de noche y caen de madrugada sobre el fuerte que los lugareños han reconstruido en la Barra. Este "no es más que un reducto de diez metros de altura, doce de largo y seis de ancho, al cual se sube por una escala de hierro que sus ocupantes retiran después de haber ascendido"(*). (Oexmelin: Historias de piratas, p. 53) Los marabinos disparan para estorbar el desembarco. Exquemelin, ocupado en las horribles tareas de cirujano autodidacta, reconoce en su diario que "uno y otro partido se defendieron con valor y coraje durante el día entero". Al caer la noche cesan

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los disparos. Morgan envía exploradores al fuerte; éstos apagan una mecha que los defensores han dejado encendida en la santabárbara "con la idea de que los piratas entrarían y saltarían por los aires al saltar el castillo". Salvado de nuevo providencialmente de una explosión, Morgan se apodera de pólvora, municiones y mosquetes y hace clavar las dieciséis piezas de artillería(*). (Exquemelin: op. cit. p. 134).

El 9 de marzo la flota zarpa hacia Maracaibo. Los bancos de la Barra cierran el paso a las naves de mayor calado. La expedición prosigue en barcas y chalupas ligeras. La vista de algunos hombres a caballo les hace temer que la ciudad se defenderá; la bombardean, pero al desembarcar la encuentran desierta. De nuevo la encarnizada defensa del fuerte ha ganado el tiempo necesario para que los vecinos se pongan a salvo con sus pertenencias. Los asaltantes ocupan edificaciones vacías: las mejores casas y la iglesia, que requisan para cuerpo de guardia. Una partida de cien filibusteros captura en los alrededores una treintena de hombres, mujeres y niños, y cincuenta mulos cargados. Para obligar a los prisioneros a descubrir sus riquezas, los golpean con palos, les dan tratos de cuerda, les queman con mechas ardientes entre los dedos, les agarrotan corleas en el cráneo hasta hacerles saltar los ojos. Todos se dicen pobres, y juran que los ricos se han puesto a salvo en Gibraltar. Otra partida se extravía por las falsas informaciones del guía, al cual cuelgan de un árbol. Cuando capturan dos esclavos, uno se deja cortar vivo en trozos sin denunciar el paradero de sus amos; el otro resiste al tormento y a la promesa de la libertad, y sólo confiesa al ver los restos palpitantes de su compañero. Gracias a lo cual prenden al amo con una vajilla de plata que, según tasa el observador cirujano de los piratas, vale 30.000 escudos(*). (Exmelin: op. cit. p. 97).

El experto interrogador

Pierre el Picardo insta a Morgan a perseguir a los ricos fugados hacia el Sur del Lago antes de que lleguen refuerzos de la Gobernación de Mérida. El 21 de marzo la flota cargada de prisioneros y botín arriba a Gibraltar. Desde la costa la cañonean los lugareños. Pierre el Picardo discurre desembarcar en un sitio alejado, atravesar los bosques y sorprenderlos por la retaguardia. Pero al llegar por esta vía hallan sólo barricadas desiertas con las piezas clavadas. En el medio del pueblo fantasma encuentran apenas a un hombre. Cuando le preguntan por el paradero de los moradores y de sus bienes, dice que tal cosa no le importa en lo absoluto. Atormentado con el trato de cuerda, ofrece entregar su tesoro. Librado del suplicio, conduce a sus captores a una choza en

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la cual desentierra platos de barro y tres reales de a ocho. Amenazado, dice ser Sebastián Sánchez, hermano del Gobernador de Maracaibo. En la duda de si es un rico que finge la pobreza o un loco que se sueña opulento, lo levantan en el aire con cuerdas, le atan grandes pesos de los pies y del cuello, le queman la cara con hojas de palma. A la media hora muere, sin aclarar las dudas de sus captores. Estos arrastran el cuerpo hasta el bosque; allí lo abandonan (Exquemelin: op. cit. p. 136).

Salen las partidas a peinar los alrededores. La ocupación se convierte en rosario de torturas para arrancar información. Un labrador capturado con dos hijas conduce a los rapiñadores hasta un escondite, pero como está desierto, es colgado de un árbol. Un esclavo a quien los piratas prometen la libertad descubre a numerosos fugitivos y mata a varios para granjearse la confianza de sus liberadores. Un esclavo acusa de rico a un portugués de 60 años: al presunto magnate le rompen los brazos dándole trato de cuerda, lo cuelgan de los dedos gordos de las manos y de los pies de cuatro sogas que tensan con estacas, le ponen una piedra de 200 libras en el vientre y le queman la cara con hojas de palma hasta arrancarle un rescate de 1.000 pesos. A otros cautivos los cuelgan por los genitales, los atraviesan con espadas, les asan los pies en hogueras, los crucifican (*). (Exquemelin: op. cit. p. 138).

Un esclavo a quien amenazan con la horca declara el refugio del Gobernador de Gibraltar y de las mujeres en la isleta de un río próximo, y la presencia de una nave de cien toneladas y otros barcos en la desembocadura del cauce. Parten a buscarlos 250 hombres en dos saetas, mientras Morgan sale al mando de 350 infantes a saquear los alrededores y en procura del Gobernador. A los dos días de marcha, descubren que el funcionario se ha retirado a la montaña, donde los espera bien pertrechado. Es la época de lluvias; un diluvio repentino desbarata las filas de los filibusteros. La crecida del río arrastra bagajes, mulos cargados con plata, mujeres y niños prisioneros. Las saetas, entretanto, capturan la nave con otras cuatro barcas, mercaderías y prisioneros(*). (Exquemelin: op. cit. p. 140).

Tras cinco semanas de pillaje, se agotan el botín y los víveres. Fiel a la tradición, Morgan cobra 5.000 reales de a ocho por no incendiar lo que queda del poblado. También libera a los prisioneros que han pagado rescate, pero no a los esclavos, que son mercancía. A las mujeres bellas, como apunta Exquemelin, "no les exige nada, puesto que tienen con qué pagar sin disminuir sus riquezas" (*). (Exmelin: op. cit. p. 102).

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El almirante de las naves de fuego

Morgan regresa a Maracaibo el 23 de abril. Allí lo espera una desagradable sorpresa. Tres fragatas cierran la boca del Lago. Pues la Corona española ha protestado por la toma de Portobelo y de otras plazas, y Su Majestad británica ha negado haberles otorgado patente para ello a los filibusteros. En consecuencia, Su Majestad Católica arma seis naves y las envía al Nuevo Mundo bajo el mando del almirante don Agustín de Bustos. Los dos buques mayores regresan a España desde Cartagena, y queda al mando de los restantes don Alonso del Campo y Espinoza, quien pierde la pequeña fragata "Nuestra Señora del Carmen" en una tempestad; recoge en Santo Domingo noticias del paso de la formidable flota de Morgan y captura un prisionero que le revela el plan de saquear la costa de Caracas. En aguas de ésta encuentran una barca cuyos tripulantes les avisan que los ingleses están en Maracaibo. Y hacia allí se dirige el vicealmirante Alonso del Campo y Espinoza al mando de su flota compuesta por la "Magdalena", dotada de 36 piezas altas y 12 bajas y tripulada por 250 hombres; el "San Luis", fragata de 26 piezas altas y 12 bajas que transporta 200 hombres al mando de don Mateo Alonso Huidobro, y la "Marquesa", con 16 piezas altas y ocho bajas y 150 hombres(*). (Exquemelin: op. cit. p. 147). Previendo el retorno de los filibusteros, el vicealmirante dota al castillo de Maracaibo con la artillería recogida del "Nuestra Señora del Carmen" y dos piezas más de su nave; destaca en él un centenar de hombres de su tripulación, reagrupa a los lugareños fugitivos y ancla sus tres fortalezas flotantes en la única salida de esa trampa natural que es el Lago. Morgan le envía parlamentarios pidiendo rescate por no incendiar Maracaibo. Alonso del Campo y Espinoza contesta con una altisonante misiva:

Habiendo oído por nuestros amigos y circunvecinos nuevas de que habéis osado hacer hostilidades en las tierras, ciudades, villas y lugares pertenecientes al dominio de S.M. Católica, mi señor, yo he venido aquí, según mi obligación, cerca del castillo que vos habéis arrancado del poder de una partida de cobardes poltrones, el cual castillo he hecho asestar, y en el que he mandado poner en orden la artillería que Vos habíades echado por tierra. Mi intención es disputaros la salida del Lago, y seguiros por todas partes, a fin de mostraros cuál es mi deber. No obstante, si queréis devolver con humildad todo lo que habéis tomado, así como los esclavos y otros prisioneros,os dejaré salir benignamente, con tal que os retiréis a vuestro país, más, en caso que queráis oponeros a

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ésta mi proposición, os aseguro que haré venir barcas de Caracas, y pondré en ellas mis tropas, que enviaré a Maracaibo para haceros perecer a todos por el filo de la espada. Esta es mi última resolución. Sed prudentes en el no abusar de mi bondad ni responder a ella con ingratitud. Conmigo vienen excelentes soldados que no anhelan sino tomar venganza de Vos y de vuestra gente por las crueldades y malas acciones que habéis cometido contra la nación española de América. Fecho en mi real navío, La Magdalena, que está al ancla a la entrada del Lago de Maracaibo, en 24 de abril de 1669(*). (Exquemelin: op. cit.

p. 143).

La situación está en un ominoso equilibrio. Pues si el vicealmirante bloquea la salida de la trampa, Morgan domina su interior, donde conserva como rehenes a sus prisioneros y a la misma ciudad de Maracaibo. De acuerdo con la costumbre de los Hermanos de la Costa, Morgan llama democráticamente a consejo y lee la propuesta de don Alonso del Campo. Responden todos que prefieren morir antes que devolver botín. Uno de ellos ofrece destruir a la formidable "Magdalena" con sólo doce hombres:

La manera será ésta: haremos un brulot, o navío de fuego, con el que tomamos en la ría de Gibraltar, y para que no conozcan que es un brulot, pondremos en los costados piezas de madera con monteras y sombreros encima, para que parezcan hombres desde lejos. Lo mismo haremos en las portiñolas de la artillería, que llenaremos de cañones contrahechos. El estandarte será de guerra, desplegado al modo de quien convida al combate (*). (Exquemelin: op. cit. p. 144).

Mientras envían nuevas propuestas para ganar tiempo, los filibusteros aserran la mitad de la obra muerta del buque capturado para hacerlo más inflamable, y lo rellenan de pólvora, azufre y hojas de palma embebidas en alquitrán, del cual, apunta el observador Exmelin, "se encuentra gran cantidad en la villa" (*). (Exmelin: op. cit. p. 107). Proponen al vicealmirante dejarlos escapar a cambio de no quemar la ciudad; cuando éste se niega, los piratas zarpan hacia la boca del Lago. Al amanecer envían el brulote contra la "Magdalena". Al chocar contra su presa, ambas embarcaciones se convierten en una sola hoguera. El vicealmirante escapa del incendio en su chalupa. Los piratas abordan otra de las naves españolas, mientras el fuego alcanza también a la tercera, que es arrastrada por la corriente hacia el fuerte. Entusiasmados por la repentina victoria, los aventureros intentan tomarlo; al cabo de un día de combate se retiran, dejando 30 muertos y cargando otros tantos heridos. A

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pesar de todo, la trampa sigue cerrada: la artillería del baluarte domina la salida hacia el mar; antes que enfrentarla, Morgan vuelve a Maracaibo.

El galés está ahora en mejores condiciones para regatear el tributo por soltar los restantes prisioneros y no quemar la ciudad. Exige 30.000 pesos y 500 vacas; se transa por 20.000 pesos y la misma cantidad de ganado, pues el tiempo trabaja contra los invasores. Oexmelin, el atareado cirujano de los aventureros, pasa días agitados, "pues algunos hombres que han violado a las mujeres esclavas, han contraído enfermedades venéreas y he tenido que hacerles sangrías de ocho onzas, aplicarles lavativas y proporcionarles píldoras ricas en hierro". A los que se quejan del reuma, a causa de la perniciosa humedad de la temporada de lluvias, les da aceite de jazmín, aplicándoles en los puntos dolorosos bolsitas con salvado y rosas cocidas con vino (*). (Oexmelin: Historias de Piratas; p. 65).

La flota de saqueadores intenta por fin la salida. Conscientes del peligro de la empresa, reparten previamente el botín, que sólo en joyas y metales preciosos alcanza a 250.000 reales de a ocho, sin contar los esclavos y otras mercaderías. Aún recurren a dos ardides para facilitar su paso: utilizan a los prisioneros como escudos vivientes; fingen un desembarco en las inmediaciones del fuerte. El inflexible vicealmirante traslada sus piezas de artillería para apuntar hacia tierra. Los piratas entonces navegan al claro de luna, dejándose llevar por el reflujo de la marea hasta la proximidad del fuerte, y sólo entonces izan las velas, haciéndose visibles para los defensores. Estos trasladan de nuevo su artillería hacia el lado de la costa, y disparan furiosa pero tardíamente mientras las naves piratas escapan sin mayores daños (*). (Exquemelin: Piratas de América, p. 151).

El vicealmirante D' Estrées al rescate

Morgan coloca a los prisioneros de los que se ha servido como escudo humano en una barca y se los remite a Alonso del Campo y Espinoza. Al salir del Lago el 31 de mayo un temporal dispersa la flota. El "Saint-Pierre", la nave de Pierre Picard, pierde las velas y las anclas. Alex Olivier Exmelin se afana día y noche sobre las bombas. Hacia un extremo, divisa rocas en las cuales la nave está a punto de despedazarse; en el otro, indígenas dispuestos a aniquilarlos. El viento los impulsa durante cuatro días hacia el desastre; cuando el temporal amaina, aparecen seis enormes y amenazadores buques que emprenden la caza del estropeado buque pirata. Son navíos de línea, los nuevos colosos que dominarán los mares durante el siglo y medio siguiente:

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los filibusteros deben contemplar con asombro sus aparejos idénticos, sus altas bordas de hasta tres cubiertas, sus dotaciones cercanas al centenar de cañones, el nuevo e ingenioso artilugio de la rueda del timón. Al alcanzar al anegado "Saint-Pierre" se identifican como franceses izando los albos pabellones con la flor de lis. Es la flota enviada al Caribe por el Rey Sol desde 1666 al mando del aristócrata conde Jean d' Estrées. Franceses e ingleses están en paz desde la firma del Tratado de Aix-la-Chapelle en 1699; Luis XIV le ordena al conde permanecer en el Caribe, pues prepara el tremendo enfrentamiento con Holanda y le interesa proteger en aguas americanas a dos aliados potenciales. Como explica Exmelin:

D' Estrées tiene por lo tanto el mayor interés en ayudar a los ingleses en alta mar. ¿Y a los filibusteros? Todavía mayores razones. La acción de los filibusteros en el mar de las Antillas, donde las posesiones españolas son tan numerosas como las holandesas, podrá ser una preciosa ayuda para los gobiernos aliados. Por otra parte, se trata de fortalecer a la colonia francesa de las Islas de América; Ogeron ha atraído la atención del rey Luis XIV sobre la ayuda que podrían aportar los filibusteros. Es una razón más para ayudarlos(*). (Exmelin: Journal de bord... p. 112).

El conde socorre a los aventureros, y tiende su mano en particular al cirujano de los piratas. Es el comienzo de una larga amistad entre el aristócrata que luce uno de los apellidos más rancios de Francia y el filibustero que ostenta un prodigioso exceso de apellidos, todos tan dudosos como sus credenciales de cirujano. Agradecido, este último apunta en su minucioso diario que "el futuro almirante de la flota del Poniente, D' Estrées, en crucero en el mar de las Antillas, consigna en sus libros de a bordo haber aportado socorros a la escuadra de Morgan el 4 de junio de 1669" (*). (Exmelin: Journal de bord... pp. 110-112). También es el comienzo de una larga y sangrienta colaboración entre las flotas del Rey Sol y los filibusteros.

El enemigo que ordinariamente infesta las costas

La incursión de Morgan siembra el pavor, no sólo en el lago, sino en todas las restantes villas cercanas de la costa. Y así, el Cabildo de Santiago de León de Caracas, en su sesión del 19 de septiembre de 1670, cuando el capitán general Fernando de Villegas está a punto de partir hacia Carora a sofocar un motín que conmociona al pequeño poblado, los cabildantes le piden que no realice el viaje por varias razones, y entre ellas

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Lo tercero, que estas costas están amenasadas de enemigos que ordinariamente la ynfestan, pasando cada día a vista del puerto de La Guaira navíos de piratas, y se puede rreselarse cualquiera ynbasión, como las que an hecho en la ciudad de Maracaibo, y si subsede y no se alla en esta ciudad dicho señor governador y cappitán general será el mayor rriesgo que podrá themer (*). (Actas del Cabildo de Caracas, Tomo XIII- 1669-1672, Concejo Municipal de Caracas, Caracas, 1982, p. 149).

No debe tomarse como mera exageración la noticia de que están "pasando cada día a vista del puerto de La Guaira navíos de piratas". Gran parte del tráfico comercial de la época es realizado por contrabandistas, que fácilmente se convierten en corsarios y en filibusteros.

También en la escena internacional repercute el asalto a Maracaibo. De la Corte de España se apodera "una rabia impotente"; el conde de Molina, embajador en Londres, reitera sus peticiones de castigo contra Modyford y sus protegidos, y la restitución del botín. El Consejo responde que el tratado de 1667 no incluye las Indias, y Carlos II le remite una larga lista de quejas de buques ingleses maltratados por los españoles en América (*).(Exmelin: Journal de bord, Anexos, p. 351). En 1666, el Consejo del Almirantazgo de Flandes había ofrecido al gobierno enviar sus fragatas a las Indias para castigar a los filibusteros y proteger las costas; en 1669, los armadores de Vizcaya solicitan permiso para armar buques en corso con igual finalidad. Respetando las antiquísimas prohibiciones de Fernando el Católico contra los corsarios y temiendo los abusos de éstos, la Corona las rechaza (*).(Exmelin: op. cit. p. 351).

El saqueador de Santa Marta y Panamá

En represalia, dos naves de guerra españolas al mando de Manuel Rivero Pardal desembarcan en la costa norte de Jamaica, toman prisioneros e incendian algunas casas. El 2 de julio de 1670 el gobernador Modyford reúne su Consejo, y libra a Morgan una comisión para la defensa de la isla y para "desembarcar y atacar Santiago o cualquier otro sitio donde haya aprovisionamientos para la guerra o reunión de sus fuerzas". Morgan se hace a la mar el 14 de agosto, y durante los tres meses siguientes arrasa la costa cubana y tierra firme, para reunir provisiones e información. El 4 de noviembre, se apodera en el puerto de Santa Marta de dos fragatas cargadas de provisiones para Maracaibo: una de ellas es la "Gallardina", que participó en el ataque contra Jamaica. La comanda Manuel Rivero Pardal; este es herido en

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el cuello, y muere en combate. Luego, el galés pone proa hacia Río de Hacha, la saquea y regresa a isla de Vaca. En septiembre, los capitanes Prince, Harrison y Ludbury remontan el río San Juan de Nicaragua y saquean Granada. Actúan sin comisión de Modyford, pero éste, sabiendo lo que valen sus propias patentes "no considera prudente insistir en tal circunstancia" y les ordena unirse a Morgan en sus depredaciones (*).(Exmelín: op. cit. p. 353).

De isla de Vaca parten todos juntos para el asalto a Panamá, uno de los más grandes golpes del filibusterismo caribeño: el botín alcanza a 443.200 libras. Esta vez Morgan se supera a sí mismo. Muchos piratas recuerdan haber aportado al fondo común del botín cosas de valor que luego no aparecen en el reparto, porque según narra el estafado cirujano Exmelin, "Morgan y su camarilla habían retenido la mejor parte". Los descontentos hablan de apoderarse del almirante y de sus bienes; Morgan corta las discusiones dándose sigilosamente a la fuga con cuatro barcos "cuyos capitanes, sus cómplices, han participado en el insigne robo hecho a sus camaradas". Exmelin intenta seguirlo en un barco sin víveres que hace agua; se ve forzado a pasar una incómoda temporada con los indígenas de Chagres, y mientras lucha por sobrevivir tanto él como sus compañeros se amargan con la idea de que "quizá Morgan descansa en Jamaica, rico, dichoso y de lo más contento entre los brazos de una bella joven" (*). (Exmelin: op. cit. pp. 171-202).

Irónicamente, mientras los filibusteros pillan el istmo, el embajador inglés sir William Godolphin suscribe en Madrid el 18 de julio de 1670 un tratado "para calmar las diferencias, restringir las depredaciones y establecer la paz" en América. En él se reconoce al monarca inglés la soberanía sobre todas las islas y colonias en posesión de los británicos, así como el auxilio y hospitalidad para las naves británicas en peligro en los puertos españoles. Las noticias de Panamá crean en España una conmoción nacional (*). (Exmelin: op. cit. p. 355). Las autoridades inglesas se ven obligadas a deponer a Modyford y seguirle juicio conjuntamente con su protegido Morgan. Este sale para Inglaterra el 6 de abril de 1672, prisionero en una fragata que lleva el premonitorio nombre de "Welcome".

El inocente gentilhombre

De acuerdo a la invariable jurisprudencia anglosajona, la justicia reprime al pirata arruinado y sonríe al enriquecido. No es de pobreza de lo que se puede acusar a Morgan; el aventurero entra al tribunal como pirata y sale como héroe nacional. El filibustero deviene favorito en la disoluta corte de Carlos II.

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Convencido de que el dinero puede lavar la culpa, Morgan le encomienda también la tarea de rectificar la Historia. Y la Historia es su antiguo camarada Alexander Exmelin, quien se empeña en ser cirujano verdadero, se convierte al catolicismo para poder seguir sus estudios y publica en Amsterdam en 1678 con el editor Jan Ten Hoorn su diario de a bordo, De Americaensche Zee Rovers que desde entonces se difunde en numerosas ediciones en todas las lenguas europeas.

Morgan emprende una rencorosa persecución judicial contra su cómplice y médico, hace prohibir su libro, demanda a los editores. Y en el proceso contra el impresor londinense Thomas Mathus, logra lo que los teólogos niegan incluso a Dios: corregir el pasado. Ante todo, sustituye su oscuro origen por una luminosa genealogía, pues la justicia británica obliga al editor a declarar que Morgan "fue hijo de un gentilhombre de Buena Calidad, del Condado de Monmouth, y no fue sirviente de nadie en su vida, salvo de su Majestad, el extinto Rey de Inglaterra, salvo por comisión del gobernador de esas partes". Se obliga también a hacer constar que esta familia fabricada en una sentencia "siempre sostuvo debida y natural alianza al Rey, por mar y en tierra de buena fama, y que contra todos los medios, hechos, piraterías, etc., tuvo el mayor aborrecimiento y disgusto, y que en las Indias Occidentales hay tales ladrones y piratas llamados bucaneros que subsisten por la piratería, depredación y el mal sin autoridad legal, y que a tales gentes Morgan siempre les ha tenido y tiene odio". Y así la justicia ciega, cuyo juez nunca pisó América, obliga al editor del testigo presencial Exmelin a desmentir toda la carrera de Morgan, y en lo relativo a Maracaibo, a declarar que "tampoco, según se me dijo, se cometió crueldad alguna, tal como el malogramiento de un idiota, o la tortura de un rico portugués, o causar que un negro matara varios prisioneros españoles para crear un odio de los españoles hacia él e impedir que volviera con ellos, o el colgamiento de cualquier persona por los testículos" (*). (Francis Russell Hart: Admirals of the Caribbean; pp. 97-99).

Morgan está tranquilo al fin. La piratería ha procurado el oro, el oro ha comprado al juez y el juez ha domeñado la Historia. El filibustero Morgan ha muerto; la máscara del hombre de bien y gentilhombre sir John-Harry-Henry Morgan zarpa para la isla de Jamaica. Un retrato de la época lo muestra como un mofletudo apoplético, que mira de reojo con expresión desapacible y esboza una sonrisa satisfecha bajo sus retorcidos mostachos; bandas, encajes y bordados agobian la voluminosa humanidad; al fondo naufragan incendiadas flotas: la leyenda lo presenta o lo representa como Sr. Hen: Morgan. Con el cargo de teniente gobernador de Jamaica y la comisión oficial de perseguir a

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los piratas, la máscara ejerce con implacable rigor ambas funciones: ahorca en 1679 al capitán filibustero Cornelius Essex, obliga a sus colegas Coxon y Sharp a refugiarse en la isla de Providencia y ve colgado del palo mayor por órdenes suyas al capitán Bannister (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe; Casa de las Américas, La Habana, 1984, p. 336). Para añadir a los blasones de funcionario los méritos de hombre de familia, casa con la hija de Modyford, su antiguo protector y cómplice. Gotoso e inmovilizado, el verdugo de los filibusteros fallece a finales de 1688. Un temblor de tierra acompañado de maremoto sacude a Jamaica en 1699. Port Royal, la guarida de los piratas, desaparece bajo las aguas que se llevan consigo los restos de Henry Morgan.

-El pirata Ansel asalta Cumaná en 1669

La expedición de Morgan contra Maracaibo tiene todavía una consecuencia secundaria en las costas de Cumaná. Los colegas que se separan de la flota principal cerca de la Española no consiguen ninguna presa notable. Al regresar a la isla de Savona tampoco localizan la armada que acaba de partir para Maracaibo, ni la carta protegida en una olla donde se les convoca a unirse con ella. Los cuatrocientos hombres, repartidos en cuatro naves y una barca, celebran consejo, nombran como capitán a un cierto Ansel y asaltan Cumaná. De nuevo la aguerrida población resulta un hueso duro de roer. Según reseña Manuel Landaeta Rosales, la defensa de la ciudad es organizada por Evaristo Lugo, y éste cumple su cometido con eficacia(*). (Manuel Landaeta Rosales: Los piratas y escuadras extranjeras en las aguas y costas de Venezuela desde 1528 hasta 1903; Imprenta Washington, Caracas, 1903, p. 2). Para el mismo año de 1669 el gobernador y capitán general de la Nueva Andalucía sargento mayor Sancho Fernández de Angulo inicia la construcción del primer castillo estable de Cumaná, el de Santa María de la Cabeza, situado en la elevación de Quetepe en el centro de la ciudad, cuyas obras se concluyen en 1673(*). (AGI, Santo Domingo, 622, cit. en Gasparini: op. cit. p. 203). Cumaná será cada vez más inexpugnable.

Del fracaso de Ansel deja también constancia el cirujano de los filibusteros, quien dice que éstos

Desembarcados en aquella costa, mataron algunos indios costeños y se dirigieron a la villa, pero los españoles, acompañados de los indios, les disputaron con tal brío la entrada, que confusamente, y con mucha pérdida se retiraron y se volvieron a sus navíos, y con ellos a Jamaica, donde los chasquearon pesadamente los otros que llegaron con Morgan,

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diciéndoles: "Veamos si el dinero que trajisteis de Cumaná es de tan buenos quilates como el que nosotros traemos de Maracaibo" (*).(Exquemelin: Piratas de América, p. 153).

Ningún juez ordena reescribir la historia de Ansel; no hay corte que obligue a los editores de Exquemelin a glorificar su tragicómico desenlace. Tampoco hay árbol genealógico ni nombramiento oficial para el infortunado Ansel. De él, por razones menos dramáticas que las de Montbars, no vuelve a saberse nunca nada.

6. -Las guerras entre Inglaterra y Holanda 1652-1674

El creciente poderío holandés despierta los celos de Inglaterra, la cual también inicia hostilidades contra la nueva potencia. La presa es el control sobre el lucrativo tráfico de esclavos. Como hemos señalado, entre 1652 y 1674 se suceden un conjunto de enfrentamientos, la mayoría en los océanos, pues Gran Bretaña entiende que la forma de acabar con su rival es desmantelarle las rutas de navegación y de comercio. El conflicto repercute necesariamente sobre América pues, como señala Noam Chomski:

El foco era el Atlántico, donde las colonias del Nuevo Mundo ofrecían enormes riquezas. Las Actas y las guerras expandieron las áreas de comercio dominadas por los mercaderes ingleses, quienes se enriquecieron mediante el tráfico de esclavos y el "comercio de saqueo con América, Africa y Asia" (Hil) asistidos por "guerras coloniales patrocinadas por el Estado" y por los diversos instrumentos de administración económica mediante los cuales el poder estatal ha forjado el camino hacia la riqueza privada y una particular forma de desarrollo conformada por los requerimientos de ésta(*). (Chomsky: op. cit. p. 7).

Francia se une a Inglaterra para hacer la guerra a los Países Bajos en 1672. Cuando los ejércitos de Luis XIV los invaden, los neerlandeses inundan sus tierras abriendo las compuertas de los diques. Con hábil diplomacia, la pequeña República Unida consigue por fin atraer a su lado a su antigua rival España, al Imperio y al elector de Brandenburgo: todos se unen contra el nuevo y amenazador poder galo. En 1674, Holanda firma una paz aparte con los británicos. Tras su breve imperio, corre hacia el ocaso la preponderancia naval neerlandesa, que por un momento pareció dominar todos los océanos del planeta. Sobre las aguas asciende el Sol del poderío francés.

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CAPITULO 10.-LOS FILIBUSTEROS DEL REY SOL (Predominio francés, 1670-1697)

1. -Luis XIV desarrolla el poderío naval francés El poder absoluto degrada a cada súbdito a la condición de

esclavo. El tirano es adulado, hasta el extremo de la adoración, y todos tiemblan ante una mirada suya; pero a la

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menor revuelta este monstruoso poder perece por sus propios excesos. Pues no sustenta su poder en el amor del pueblo.

Fenelón: Aventuras de Telémaco.

-Alborada de un Rey

Minada la preponderancia española por las continuas guerras y las administraciones ruinosas, comienza en Europa una época de hegemonía francesa, que pronto se hace sentir en América. Luis XIV hereda el trono en 1643, a los cinco años de edad. A pesar de que, según consigna luego en sus memorias "el mero nombre de los reyes holgazanes y de sus mayordomos de palacio me causaba repulsión", debe aceptar durante 18 años la regencia de su madre Ana de Austria y la tutela del cardenal Mazarino (*). (Luis XIV: Mémoires de Louis XIV: Le livre club du libraire; Paris, 1960, pp. 11-12). Varios incidentes agravan la prolongada sujeción. En 1649, a los once años de edad, huye del Louvre a Saint Germain en un modesto carruaje para escapar de los insurrectos de la Fronda. Diez años más tarde, enamorado de María Mancini, la sobrina de Mazarino, renuncia a ella porque el implacable cardenal y la Razón de Estado le imponen el matrimonio con la infanta española María Teresa, indispensable para dar fin a la ruinosa guerra que desde hace veinte años mantiene Francia con España. La despedida es atroz. "Sois el Rey, me amáis ¿y permitís que parta?", musita María Mancini al marchar hacia Italia. El Rey busca consuelo en la Hipnerotomaquia Poliphile, un anónimo poema renacentista de amores contrariados cuya emblemática inspira los jardines del Renacimiento y al parecer, regirá posteriormente la simbología del trazado de los de Versalles (*).(Emanuela Kretzulesco Quaranta: Les jardins du songe; "Poliphile" et la mystique de la Renaissance; Editrice Magma, París, 1976 pp. 332-335)).

Pero en 1661, según narra el joven soberano, "la paz general, mi matrimonio, la reafirmación de mi autoridad y la muerte del cardenal Mazarino me obligaron a no diferir más aquello que al mismo tiempo deseaba y temía desde mucho antes" (*) (Mémoires, p. 12). Tras los funerales, el joven Rey ordena a sus cuatro secretarios de Estado y al superintendente no firmar nada sin consultarle; y que no se disponga nada en materia de finanzas sin que sea registrado en un libro donde el soberano pueda ver en todo momento y de una sola hojeada el estado de los fondos y de los gastos hechos y por hacer (*). (Op. cit. p. 19). El control del Estado comienza por el de sus finanzas.

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-Ascensión solar

La realeza en Francia fue más que una realeza: fue un sacerdocio. Ernesto Renán.

Mientras las guerras y el sometimiento de la nobleza feudal consolidan este poder absoluto, crece paralelamente un culto emblemático de la realeza de un fasto y una complejidad hasta entonces desconocidos en Occidente. Desde el momento en que asume el mando efectivo, Luis XIV ordena comenzar grandes obras en Versalles. Al conjuro de su poder, hace surgir de una marisma lo que Bruyére llamará un "jardín de la inteligencia"; un paisaje milagroso dedicado a la unión simbólica del Fuego y del Agua, representada en la captura del sol por los espejos de innumerables estanques geométricos. El propio Rey redacta unas instrucciones para seguir el recorrido de estos parajes, cuyo diseño y numerosas estatuas reconstruyen los melancólicos hitos de la Hipnerotomaquia Poliphile (*). (Emanuela Kretzulesco Quaranta: op. cit. pp. 328-360). Pero este palacio emblemático no es sólo metáfora de la boda imposible de los poderes cósmicos, sino también escenografía del sometimiento de las potestades terrenas. Desde 1682 el Rey Sol centraliza allí la corte y la sede del gobierno. Al concentrar a los nobles en este fastuoso escenario, ya no tendrá que temer sus sublevaciones. Todos los actos de la vida del Rey Sol transcurren en medio de una muchedumbre adoratoria de aristócratas que se disputan las tareas de criados y de criados que asumen las maneras de aristócratas al compás de una etiqueta implacable. El almuerzo, uno de los pocos actos de su vida que el monarca realiza casi en privado, requiere la colaboración de 498 personas (*). (Jacques Levron: La corte de Versalles; Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1991). Un paralelo cortejo de artistas asegura el brillo de este monarca que considera al Sol, por su cualidad de único, por la luz que comunica a sus planetas y la justicia con la cual la distribuye, como "la más viva y más bella imagen de un monarca" (*). (Kretzulesco Quaranta: op. cit. p. 330). Los artesanos de Sévres le ofrendan sus porcelanas, Hardouin-Mansart le traza los planos de la Capilla Real, Le Brun decora sus apartamentos, Le Bernan lo retrata en majestuosos bustos, Le Nôtre le diseña geométricos parterres que codifican sus obsesiones, Jean Warin lo esculpe caracterizado de emperador

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romano, Jean-Baptiste Lully compone marchas para sus mosqueteros y fanfarrias para sus torneos, Michel-Richard de Lalande compone sinfonías para amenizar su cena, Moliére le dedica piezas entretenidas y poemas adulatorios. Todos se afanan en crear un estilo cuya agobiadora intrincación decorativa emula la estética de la Contrarreforma en su esfuerzo por imponer la autoridad mediante la abrumación sensorial. La Iglesia se apresura a bendecir este culto casi blasfematorio: Jacques Benigne Bossuet, obispo de Meaux y tutor del Delfín afirma que "primeramente, la autoridad real es sagrada; en segundo lugar, es paternal; en tercer lugar, es absoluta; en cuarto lugar, es sujeta a la razón" y en definitiva "la Majestad es el reflejo de la grandeza de Dios en el Príncipe" (*). (Treatise on Politics, based on the very words of Holy Writ; cit. en Eugen Weber: The Western Tradition; D.C. Heath and Company, Boston 1959, p. 408). Al imperio donde no se pone el Sol, lo sucede el de un Rey que pretende ser el Sol mismo.

-El cenit del poder

El centro de tal culto, como del resto de la vida francesa y continental, es el Rey Luis XIV; su cerebro, como el de casi toda la maquinaria hacendística francesa, es el lúcido e infatigable ministro Jean Baptiste Colbert. El soberano confíará después a su heredero que el oficio de monarca requiere dos cosas: un gran trabajo personal y una excelente selección de colaboradores. Sobre ésta, se lamenta de que "la suerte tiene, a pesar nuestro, tanta o más parte que la sabiduría, y en lo que a esta última toca, el genio puede más que el consejo" (*). (Luis XIV: Op. cit. p. 21). En este sentido, es a la vez un golpe de suerte y un verdadero destello de genio la escogencia de Colbert, "hombre en quien tuve toda la confianza posible, puesto que sabía que tenía mucha aplicación, inteligencia y probidad, por lo que le encomendé el registro de fondos que he mencionado" (*). (Ibídem, p. 23).

El Rey Sol designa a Colbert intendente y ministro de finanzas desde 1661 y desde 1664 superintendente de edificios, comercio, manufacturas reales y bellas artes; desde 1665 asimismo contralor general de las finanzas y a partir de 1669 además secretario de la naval y secretario de estado. El funcionario acomete todas y cada una de estas tareas con una capacidad de trabajo y una diligencia sobrehumanas. En su condición de financista reforma el sistema tributario; en su carácter de contralor persigue implacablemente a los defraudadores del fisco; en su investidura de superintendente de comercio

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postula que el poderío de Francia reside en su industria, protege las manufacturas domésticas con barreras arancelarias, agrupa las industrias en corporaciones que velan por la calidad de los productos, nacionaliza muchas de ellas, concede a las explotaciones nuevas monopolios transitorios hasta que se afianzan, importa artesanos y obreros especializados para que sus destrezas se difundan en el país y promueve la edición de una enciclopedia de artes, oficios y técnicas fabriles (*). (Will Durant: The Age of Louis XIV; pp. 20-31).

Son el equivalente de las medidas proteccionistas mediante las cuales hacia la misma época Inglaterra fortalece sus industrias y multiplica sus flotas. El absolutismo y el monopolio son el padre y la madre del poder burgués. En consecuencia, ambas naciones se convierten en las potencias dominantes de la Europa de su tiempo, hecho que no deja de deplorar Adam Smith, para quien Colbert

No solamente sintió disposición, al igual que los demás ministros europeos, a dar más estímulo a la industria de las poblaciones que a la del campo, sino que, para apoyar la industriosidad de las poblaciones, se manifestó dispuesto a rebajar e impedir el crecimiento de la del campo. Para que los artículos alimenticios les resultasen baratos a los habitantes de las ciudades, excitando de ese modo las industrias y el comercio exterior, prohibió por completo la exportación de cereales, excluyendo así a los habitantes del campo de todos los mercados extranjeros para los renglones más importantes del producto de sus actividades (*). (Adam Smith: La riqueza de las naciones; pp. 580-581)

Smith no hace más que repetir un lugar común divulgado en la época sobre Colbert. Pues, como dice Voltaire, éste "es condenado en más de veinte volúmenes por no haber hecho el comercio de los granos enteramente libre", siendo lo cierto que "temía al transporte del trigo fuera del reino: conocía bien la impetuosidad francesa, en la cual la avidez de la ganancia presente la hacía con frecuencia olvidar la previsión"; y veía "una nación expuesta a sufrir el hambre por haber apresurado la venta del trigo en la esperanza de una nueva cosecha abundante" (*). (Voltaire: “Défense de Louis XIV contre l ' auteur des éphémérides”; en Le Siecle de Louis XIV, p. 368). En todo caso, la veda de las exportaciones dura sólo hasta 1674; mientras que en su memoria al Rey de 22 de octubre de 1664, especifica claramente el ministro que "las principales metas son la agricultura, el comercio, la guerra en tierra y en el mar" (*).(Loc. cit.).

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Pues venderle trigo barato a los extranjeros no es la pasión dominante de Colbert. En lugar de ello, le interesa incrementar el número de trabajadores franceses: para ello establece exenciones tributarias para los matrimonios tempranos y premios para las familias numerosas. En favor de los campesinos prohibe el embargo de sus bienes de trabajo y pone a la disposición de los criadores animales selectos para fecundar sus ganados. Medidas gracias a las cuales, como concluye Will Durant "los campesinos franceses probablemente estaban mejor que sus colegas de Inglaterra o Alemania" (*). (Op. cit. p. 22).

-El matrimonio con las aguas ¿Si las grandes conquistas son tan difíciles, tan vanas, tan peligrosas,

qué podemos decir de esta enfermedad de nuestro siglo que hace que se mantenga en todas partes un número desordenado de tropas? Ella tiene sus recaídas y deviene necesariamente contagiosa, ya que tan pronto un Estado aumenta lo que llama sus fuerzas, los otros de inmediato aumentan las suyas, de modo que con ello no se logra otra cosa que la ruina común.

Montesquieu: "Sobre la monarquía universal en Europa"

La ecuación que despeja Colbert es la misma que resuelven los industriosos mercaderes holandeses y el empecinado Cromwell: no hay burguesía sin comercio; no hay comercio sin mercados, no hay mercados sin expansión colonial, no hay expansión sin protección del Estado. Incansable organizador, Colbert fomenta cinco sociedades para el tráfico marítimo, entre ellas la Compañía Francesa de las Indias Occidentales. Es el camino del desarrollo de las grandes empresas de colonización y pillaje bajo protección estatal inaugurado por ingleses y holandeses. Pero no hay dominio marítimo sin flotas, ni comercio sin cañones que abran las rutas monopolizadas. Empeñada en sus guerras territoriales, Francia ha descuidado el dominio del mar. Y por ello, como bien señala Voltaire, con la asesoría de su ministro Colbert, el Rey Sol

La misma atención que puso en la formación de ejércitos terrestres numerosos y bien disciplinados, incluso antes de estar en guerra, la tuvo en ganarse el imperio del mar. Ante todo, los pocos navíos que el cardenal Mazarino había dejado pudrirse en los puertos son reparados. Se hace comprar otros en Holanda, en Suecia; y, desde el tercer año de su

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gobierno, envía sus fuerzas marítimas a probarse en Gigeri, en la costa de Africa. El duque de Beaufort purga el mar de piratas desde el año 1665; y, dos años más tarde, Francia tiene en sus puertos sesenta navíos de guerra(*). (Voltaire: Le siécle de Louis XIV: T. I. p.17)

El nuevo poder repercute bien pronto en los usos y ceremoniales del mar. Luis XIV imparte órdenes al conde D' Estrées de no bajar el pabellón francés ante los buques ingleses, homenaje que estos habían impuesto en mejores épocas; al mismo tiempo, somete a la menguada marina española a rendirle igual pleitesía a sus propias naves en virtud de un acuerdo establecido en 1662. El soberano francés se afana para tener con qué apoyar tales disputas aparentemente inanes. Pues, como añade Voltaire:

Mientras tanto, se trabaja por todas partes en el establecimiento de una marina capaz de justificar estos sentimientos de altura. Se construyen la ciudad y el puerto de Rochefort, en la desembocadura del Charente. Se enrola y enlista a los marineros, que deben servir tanto en los navíos mercantes, como en las flotas reales. Bien pronto hay sesenta mil alistados.Se establecieron consejos de construcción en los puertos, para darle a los navíos la forma más ventajosa. Se construyeron cinco arsenales de marina en Brest, en Rochefort, en Toulon, en Dunquerque, en Havre-de-Gráce. En el año 1672, se tienen sesenta navíos de línea y cuarenta fragatas. En el año 1681, se dispone de ciento ochenta navíos de guerra, contando con los aliados, y hay treinta galeras en el puerto de Toulon, armadas o a punto de serlo. Once mil hombres de tropas regulares sirven sobre los navíos; las galeras tienen tres mil. Hay ciento setenta mil hombres alistados para todos los servicios diversos de la marina. Se cuenta en ese servicio, en los años siguientes, mil gentilhombres o hijos de familia, cumpliendo la función de soldados sobre los navíos, y aprendiendo en los puertos todo lo que prepara para el arte de la navegación y de la maniobra: son los guardamarinas; eran en el mar lo que los cadetes en tierra. Se los había creado en 1672, pero en pequeño número. Este cuerpo fue la escuela de donde salieron los mejores oficiales de navíos.(...).

Estas fuerzas navales servían para proteger el comercio. Las colonias de Martinica, de Santo Domingo, del Canadá, antes languidecientes, florecieron, pero con una ventaja que no se había esperado hasta entonces, porque, desde 1635 hasta 1665, estos establecimientos habían estado "à charge".

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En 1664, el rey envía una colonia a Cayena; y muy pronto otra a Madagascar. Trata por todos los medios de reparar el daño y la desgracia que había cometido Francia al descuidar los mares, mientras que sus vecinos se habían formado imperios en los extremos del mundo(*). (Voltaire: Le Siecle de Louis XIV, T. I. pp. 17-18).

Es el mismo febril ritmo con el cual los holandeses acometen la botadura de sus flotas y Cromwell la de su nueva marina. Pronto los navíos con el pabellón de la flor de lis van a disputarles la formación de imperios en esos mares "de los confines del mundo". Decimos bien navíos: el galeón evoluciona en las últimas décadas del siglo XVII hacia el navío de línea, el poderoso buque de guerra de varias cubiertas que alojan dotaciones de hasta un centenar de cañones, sin castillos de proa ni de popa, gobernado mediante la rueda del timón y con desplazamientos que oscilan entre las 500 y las 1.000 toneladas, que dominará los mares durante el siglo inmediato(*). (Daniel Dessert: La Royale: vaisseaux et marins du Roi-Soleil; Fayard, Paris 1996, pp. 103-159)

-Los corsarios de monsieur le ministre

Pero estas fortalezas flotantes y sus dotaciones requieren enormes sumas de dinero. Colbert casi llega al límite de sus habilidades de financista para inventar impuestos con los que costear las dilatadas guerras territoriales, las dispendiosas flotas y el fasto de la corte.(*)(Dessert: La Royale; pp. 17-102)

Incluso quien aprende de la historia se ve obligado a repetirla. Colbert ha sido a los veinte años comisionado del ministro de la guerra Michel le Tellier; a los treinta y dos, intendente del cardenal Mazarino: una y otra vez relee los papeles de estado relativos a los corsarios de los que se valió el desenvuelto Francisco I para llenar sus arcas y conmocionar el imperio americano de Carlos V(*). (Jean Merrien: La course et la flibuste, p. 234). Sus diligencias de promotor de compañías coloniales lo mantienen enterado de las intranquilizantes industrias de los Hermanos de la Costa y de las correrías de los filibusteros. El acucioso ministro da con la solución: grandes flotas para humillar los pabellones británicos y batir a las escuadras holandesas y españolas; bandas de corsarios para bloquear y desgastar al enemigo. Cuando el Rey Sol comienza la primera de sus grandes guerras, ésta es también la crepuscular contienda de los corsarios, que se librará en los mares del Viejo y del Nuevo Mundo.

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2.-Las guerras entre Francia y España 1667-1668 y 1672- 1678 y la guerra de los corsarios

En cuanto se dispara un cañonazo en Flandes, resuena en América y en la costa de

Coromandel.

Voltaire: “Defensa de Luis XIV contra el autor de las Efemérides".

La paz con España no dura más de una década. En 1667 los franceses emprenden la llamada Guerra de la Devolución, en la cual Luis XIV reclama los Países Bajos como herencia de su esposa. En esa época los problemas sucesorales, como ahora los financieros, se dirimen a cañonazos. Sin previa declaración de hostilidades, los galos ocupan las plazas de Flandes; la rápida operación termina en 1668 con la Paz de Aquisgrán. Francia ha demostrado la eficacia de sus ejércitos; de allí en adelante, éstos no harán más que aumentar, al mismo ritmo que los costos de su mantenimiento. En 1659 hay 30.000 hombres sobre las armas; en previsión de la guerra, hay 97.000 en 1666; para 1710, son 350.000 (*). (Kennedy: op. cit. p. 157). Rodeada por sus antiguos enemigos y rivales territoriales, en constante disputa con ellos sobre límites y áreas de influencia, Francia no puede permitirse la relativa austeridad en el gasto de ejércitos de tierra de que goza la insular Inglaterra; además, debe equilibrar a sus adversarios en el mar. El dispendio militar irá minando la compleja maquinaria del Estado francés, hasta exceder todos los arbitrios de Colbert y de sus sucesores y hundir al absolutismo en el diluvio revolucionario.

Las paradojas de la política llevan a Francia a pactar una alianza con sus antiguos enemigos ingleses. En 1672 Luis XIV, apoyado por los británicos, envía a Condé a forzar el paso del Rin y entrar de nuevo en los Países Bajos, los cuales están indefensos porque sus ahorrativos mercaderes consideran un gasto absurdo mantener ejércitos permanentes. Los neerlandeses revisten de máximos poderes al statúder Guillermo de Orange y se defienden perforando sus diques, con lo cual sus comarcas y ciudades se convierten en islas, sólo conquistables mediante naves. Y como consigna La Rochefoucauld entre asombrado y molesto en una de sus reflexiones "el rey de Inglaterra, débil,

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perezoso y sumido en los placeres, olvidando los intereses de su reino y sus ejemplos domésticos, se ha expuesto con firmeza, durante seis años, al furor de su pueblo y al odio de su parlamento para conservar una alianza estrecha con el rey de Francia; en lugar de detener las conquistas de este príncipe en los Paises Bajos, ha contribuido a ellas proporcionándole tropas" (*). (La Rochefoucauld: Maximes et reflexions: Editions Gallimard, Paris, 1959, p 176).

Al mismo tiempo, los holandeses recurren a sus temibles flotas para devastar a las escuadras inglesas y francesas. Los neerlandeses tienen a un almirante de genio: De Ruyter. Gracias al tesón de Colbert, los franceses cuentan ya con sesenta navíos de línea y cuarenta fragatas; el conde D' Estrées mantiene en jaque con ellos al enemigo. Pero el ingenioso ministro además desata contra los antiguos Mendigos del Mar la formidable réplica de la caprerie, como llaman los holandeses a los corsarios franceses por sus kaps o caps (gorras); con ellos jura acosar a los neerlandeses hasta hacerlos "llorar de miseria" (*). (Roger Vercel: Visages de corsaires; p. 28). Y el 5 de diciembre de 1672, el financista tiene el orgullo de estampar en Versalles su firma bajo la del Rey Sol en la Ordenanza en la cual se proclama que

Su Majestad ha declarado y declara, quiere y entiende, que todas las naves enemigas armadas para hacer el corso, que sean tomadas por armadores franceses, o por las naves armadas por las compañías de comercio del reino, bajo el comandodel señor de la Barre, y por la provincia de Bretaña, bajo el comando del señor Marqués de Querjan, pertenecerán enteramente a los capitanes de las naves que las hayan capturado, remitiéndoles a tal efecto Su Majestad todos los derechos que pudiera pretender. Y además de ello Su dicha Majestad quiere que les sea pagada la suma de quinientas libras por cada pieza de cañón que se encuentre en tales naves capturadas(...)(*).(Jean Merrien: La course et la flibuste, p. 176).

Son en verdad condiciones espléndidas: la Corona no sólo renuncia a su tradicional parte del león en las presas del corso, sino que además ofrece recompensas adicionales por el armamento tomado al enemigo. Bajo esta invocación, los puertos franceses de Dunquerque, Boulogne, Dieppe, Cherburgo y Saint-Malo se convierten de nuevo en bases corsarias. De ellas zarpan los célebres Jean Bart, Hervé des Saudras du Fresne y Bellière-le Fer y despedazan el comercio marítimo del cual depende la prosperidad y la subsistencia de los Países Bajos (*). (La Varende: "Jean Bart, capre

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dunkerquois", en Gautier-Languereau (comp.): Grands corsaires; Firmin Didot, Paris 1969, pp. 49-60). El metódico Colbert quiere agruparlos en escuadras, disciplinarlos, reglamentarlos. Todo es en vano: los capres sólo cooperan cuando congenian entre sí. Sin embargo, muestran una fulminante eficacia: los corsarios de Dunquerque por sí solos capturan 324 naves enemigas cuya venta reporta 6.000.000 de libras; en el paso de Calais el corsario François de la Croix-Panetié, al frente de cuatro fragatas, pone en fuga a toda una flota holandesa (*). (Vercel: op. cit. p. 28).

A pesar de todo, según consigna Colbert, "Su Majestad testimonia un gran disgusto por los asuntos marítimos". El habilidoso ministro trata de cultivarle la vocación naval botando modelos de los nuevos buques de línea en los geométricos estanques de Versalles. Las flotas en miniatura navegan entre las alegóricas esculturas de Coysevox, Le Gros, Tuby, Le Hongre, Magnier y Regnaudin, pero el soberano prefiere pasear en el Gran Canal de Versalles en la barcas de fantasía diseñadas por Caffieri y el marqués de Languedon y tripuladas por gondoleros especialmente traídos de Venecia(*). (Jacques Lebron: op. cit. p. 67). Finalmente, el ministro convence a Su Alteza para que visite el buque de Forbin para enterarse de la técnica de los abordajes. Y el corsario narra vívidamente al soberano que

Cuando los navíos se tocan, se liberan los garfios amarrados a una gruesa cadena, para que los cascos no puedan separarse sin un accidente imprevisto. Entonces mis soldados disparan sobre la vanguardia y la retaguardia del enemigo, sobre el cual hacen llover un granizo de granadas lanzadas sin interrupción, y en tal cantidad que no pueden soportarlas. En cuanto percibo que vacilan, me lanzo el primero, diciendo al equipaje: ¡Vamos, hijos, a bordo! (...).Lo que hace estos combates tan sangrientos y mortíferos es que nadie puede huir, y por tanto hay necesariamente que vencer o morir (*). (Forbin: Memoires, comp. en Les corsaires, Delire Editeur, s.d. p. 4)

El nuevo y radiante poder francés, que crece con tan estrepitosos medios, crea recelos equiparables al que suscitó el español en sus mejores tiempos. En 1673 se forma contra Luis XIV la Gran Alianza de la Haya, constituida por España, el Emperador y el partido alemán de los príncipes, pero los franceses una vez más enfrentan exitosamente a la situación, afirmándose en el Franco-Condado. El conflicto concluye con la firma de la Paz de Nimega en 1678. Es el mediodía del poder del Rey Sol: Francia obtiene el Franco Condado, doce plazas de Flandes, entre ellas Valenciennes, Maubeuge y Cambrai; al poco

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tiempo anexa Estrasburgo, ciudad que custodia el paso estratégico sobre el Rin. Pronto llega al Caribe el reflejo de este esplendor.

3.-Corsarios y filibusteros franceses en Venezuela

¡Y nos llovieron sus cañonazos,les devolvimos golpe por golpemientras las barbas echaban humoa nuestros bravos marineros,en un gran bolsón de brumade repente se nos escapó!¡Vamos, muchachos, alegre, alegre!¡Vamos muchachos, alegremente!

Canción del corsario Le Grand Coureur

-Los corsarios franceses destruyen San Carlos en 1674 Como consecuencia de la política de Colbert, el conflicto hispano-francésarroja un nuevo enjambre de corsarios y piratas galos sobre las aguas americanas, con tres objetivos específicos: apoyar la expansión francesa en el Nuevo Mundo, castigar las posesiones españolas y destruir o conquistar los enclaves holandeses.

Aquí, como en Europa, el ingenioso ministro recurre simultáneamente a las flotas reales con sus inmensos navíos de línea, y al indisciplinado pero eficaz corso. Para ello no le faltan bases, ni barcos, ni hombres. La pendenciera Tortuga de la Española es desde 1664 un establecimiento modelo de la Compañía Francesa de las Indias Occidentales, la cual ha conferido comisión como gobernador al angevino Bertrand Ogeron. En 1688 Ogeron regresa a Francia, se entrevista con el propio Colbert y le ratifica pormenorizadamente la importancia de la pequeña isla como enclave caribeño. El ministro ha de quedar impresionado, pues renueva sus credenciales al activo gobernador de la base filibustera. Además, desarrolla una política de monopolio del comercio con las colonias, estimula a los mercaderes franceses con tarifas aduaneras especiales, favorece el desarrollo de la flota mercante otorgando subvenciones estatales a los astilleros y compra naves en el extranjero(*). (Boogaart, Emmer, Klein y Zandvliet: La expansión holandesa en el Atlántico, p. 149).

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Como hemos visto, durante su mandato Ogeron toma todas las medidas necesarias para convertir la base filibustera de La Tortuga en colonia regular: reparte tierras, introduce mujeres, promueve la visita periódica de naves para que los cerriles bucaneros comercien con sus productos. El emprendedor angevino convierte al islote en extraordinaria base para el avituallamiento de las flotas reales; a la alianza con los filibusteros, en piedra angular de la expansión francesa en el Caribe. Hemos visto que mientras recorre aguas próximas a la costa venezolana la flota del conde D' Estrées presta auxilios a la de Henry Morgan el 4 de junio de 1669. El 13 de junio de ese año el rey Luis XIV dirige al conde una carta en la cual lo autoriza a decidir sobre el otorgamiento de patentes de corso a los filibusteros:

Yo no desapruebo que hayáis prohibido a los corsarios franceses armados por las órdenes del señor D' Ogeron, gobernador de La Tortuga, continuar sus correrías, pero sería bueno que conferenciarais con él si es bueno seguir dando tales permisos o revocarlos enteramente. En relación a lo cual debéis observar que los españoles no cumplen el artículo de los tratados que acuerda la entera libertad de comercio a mis súbditos en todos los países que les están sujetos, en relación de aquellos que poseen fuera de Europa, y no toleran que ninguno de mis súbditos aborde en ninguno de sus puertos, por lo que no estoy tampoco obligado por mi parte a ejecutar la paz establecida por aquellos en el ámbito de los dichos países, de manera que debéis examinar si conviene al bien de mi servicio y a la ventaja de mis súbditos allí establecidos, el permitir a los bucaneros y filibusteros hacerles la guerra. Sobre lo cual deseo que me expreséis vuestros sentimientos (*). (Exmelin: Journal de bord, Annexes, D' Estrées, pp. 358-359).

Esta carta es el sello de la alianza del Rey Sol con los filibusteros, sobre la cual gira la política francesa en el Caribe. Desde esa época, las flotas de D' Estrées y De Pouançay acuden a La Tortuga en busca de avituallamiento y tripulaciones aguerridas. Pues como consigna el cirujano Exmelin, que se hace compañero de armas y amigo personal del conde D' Estrées, a la marina francesa

Lo que más le falta para la conducción de sus navíos, son buenos oficiales. De modo que todos aquellos que tienen el hábito del mando son muy bien acogidos y se les confía el de los hombres de tropa a bordo de los navíos, mientras que los maestres se ocupan de la navegación propiamente dicha(*). (Exmelin: op. cit. p. 112).

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Así abastecidos con vituallas y reforzados con guerreros, parten hacia las Antillas y la costa venezolana. Entre los filibusteros con hábito del mando que se acogen al pabellón de la flor de lis está uno que dejará deplorables recuerdos en Venezuela: el llamado caballero François Grammont de la Mothe, salteador de Maracaibo, Gibraltar, Trujillo, La Guaira y numerosas otras ciudades americanas.

En el curso de tal estrategia de devastación de las colonias españolas, una incursión francesa destruye la población de San Carlos, en la provincia de Cumaná. En efecto, en carta sin fecha, pero datada por los archivos de Santo Domingo en 1676, Fray Francisco de la Puente, misionero capuchino de la Provincia de Cumaná de indios chaimagotos, expone que la misión está dividida en dos partes: una en los llanos de la de Caracas, y otra en las montañas de la provincia de Cumaná, y que en el paraje de esta última se fundó la población de San Carlos, destruida dos años antes por los franceses que entraron por el río Guarapiche y llegaron cerca de San Baltazar de los Reyes. Siendo así que la provincia de Cumaná tiene unas 100 leguas de costa, y apenas cuenta con 500 familias españolas divididas en cuatro poblaciones, solicita Fray Francisco de la Puente al Rey que mande poblar con familias de Canarias el lugar por donde entraron los enemigos (*). (s.d. Santo Domingo 218; Marco Dorta: op. cit. p. 61).

Se trata de un ataque efectuado durante la guerra de 1672-1679 entre España y Francia, pero no hay noticias de la presencia de una flota regular francesa en aguas venezolanas hacia 1674. Si damos por buena la datación de la carta en 1676 atribuida por los archivos de Santo Domingo, debemos asumir que el ataque realizado dos años antes estuvo a cargo de buques privados franceses, quizá amparados por una patente, es decir, de corsarios. Pero podría ser que la carta hubiera sido escrita dos años más tarde de la fecha atribuida de 1676, y se refiriera en realidad a alguna avanzada de la flota del conde D' Estrées, que asalta Tobago en 1677. El río Guarapiche, en efecto, entronca con el río San Juan, y éste desemboca a su vez por la barra de Maturín en el Golfo de Paria, limitado por la isla de Trinidad, al norte de la cual está la cercana Tobago. No sería imposible que una avanzadilla de la flota hubiera llegado al Golfo de Paria, y penetrado en chalupas por el río San Juan y el Guarapiche en busca de provisiones o para devastar la zona. Como veremos más adelante, Caulín señala otra virtual ocupación de las riberas del Guarapiche por los franceses en 1717, que hace necesaria una expedición conjunta de los gobernadores de Cumaná y de Margarita para restablecer el

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dominio de la Corona española sobre la región. Evidentemente, los galos comprenden la importancia estratégica de ella como zona de entrada hacia el Oriente, lo que justifica su interés.

Mientras los corsarios ejercen de tal manera su belicosidad contra las poblaciones, las autoridades lugareñas muestran con frecuencia lenidad o complicidad con su comercio ilegal. Así, el mismo año 1674, el visitador Rodrigo Navarro sanciona a un conjunto de funcionarios de hacienda que permiten la entrada y salida de mercaderías sin cumplir con las obligaciones del registro (*). (Arellano Moreno: Orígenes de la economía venezolana, p. 172).

-Los corsarios franceses asaltan Margarita en 1677

El Rey Sol manda al Caribe en septiembre de 1676 otra flota comandada por el conde Jean d' Estrées. Como hemos indicado, éste pertenece a la más granada nobleza francesa. Nace en 1624; ingresa al ejército como voluntario, es herido en el sitio de Gravelinas, combate en Lens, con el grado de mariscal de campo ataca el puente de Charenton en 1648 y es de los primeros en romper el bloqueo de Condé contra Arras. Tras esta carrera distinguida en el ejército entra en 1668 en la armada; al año siguiente comanda en aguas americanas la flota que vigila la entrega de parte de la isla de San Cristóbal (Saint Kitts) a los ingleses y socorre a la escuadra de Morgan castigada por una tormenta tras el asalto a Maracaibo en 1669. Pues el francés busca la insólita alianza con ingleses y filibusteros para la venidera contienda contra Holanda. En 1672, cuando estalla el esperado conflicto, el conde navega por Africa y Flandes. Ese mismo año en el combate de Southwold muestra una falta de acometividad que suscita los más diversos comentarios entre oficiales e historiadores navales. Tras un brillante desempeño en Flandes, muestra una conducta igualmente cautelosa en la decisiva batalla de Texel en 1673. En ella comanda los 30 buques de las fuerzas francesas y permite que una escuadra de sólo 10 buques holandeses al mando de Bakaert corte su línea y acuda al auxilio de Ruyter. El de los marinos es un pequeño mundo: sus colegas sospechan que en ambas ocasiones el contenido vicealmirante obedece órdenes secretas de Luis XIV que le encomiendan dejar que se despedacen lo más posible sus aliados ingleses y sus enemigos neerlandeses(*). (C. Martínez Valverde: "Estrées, Jean d' ; Enciclopedia General del Mar, T.III, p. 264).

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El detalle no carece de importancia: la reputación de prudencia no es la más deseada por los oficiales de la poderosa marina de Colbert. Sean cuales fueren los motivos de su conducta, a su regreso a aguas venezolanas el conde trata de reivindicarla con alardes de una temeridad que lo lleva más de una vez al borde del desastre.

Así, el 17 de diciembre de 1676 Jean d' Estrées, que ahora ostenta el título de vicealmirante del Poniente, al mando de 10 navíos, dos fragatas, dos buques grandes y varias embarcaciones de menor calado desembarca en Guayana con 800 hombres y conquista Cayena. Los expedicionarios siguen los pasos de los frustrados proyectos coloniales del almirante Gaspar de Coligny. El 19 del mismo mes capturan Martinica, donde se reunen con seis buques repletos de filibusteros. En compañía de ellos fijan rumbo hacia la pequeña isla de Tobago, al norte de Trinidad.

El 24 de enero de 1677 llega a Margarita una armada francesa con 600 hombres, los cuales atacan la ciudad, la ocupan ocho días, queman las casas, maltratan la iglesia y los conventos de San Francisco y Santo Domingo y quebrantan las campanas(*). (Carta del gobernador de la isla Margarita al Rey, 20-II, 1677, Santo Domingo 181, Marco Dorta: op. cit. p. 61).

Las cartas de los lugareños no identifican al comandante de la flota, pero en enero de 1677 el vicealmirante D' Estrées, que el año anterior acaba de tomar Cayena, se prepara para caer sobre Tobago el 28 de febrero del mismo año. El objetivo del ataque es desalojar a los holandeses, cuyas flotas ocupan las aguas de la isla. No es frecuente que naveguen por esas aguas flotas francesas capaces de desembarcar 600 hombres de armas. Con toda seguridad el asaltante de Margarita es el mismo D' Estrées, o por lo menos una avanzada de su escuadra que se asegura las espaldas y recaba provisiones antes de la cruenta batalla que le espera en Tobago.

No es extraño que los asaltantes conquisten el centro poblado. Tienen aplastante superioridad en número y en armamentos y los margariteños carecen de defensas: desde hace tiempo están paralizados los trabajos del castillo de San Carlos de Pampatar, comenzados durante el gobierno de Carlos Navarro (1662-1668) (*). (Graziano Gasparini: Las fortificaciones del período hispánico en Venezuela; Ernesto Armitano Editor, Caracas 1985, p. 270). En efecto poco después, en carta de fecha 8 de junio del mismo año, el Gobernador de Cartagena informa al rey Felipe IV de la falta de medios para atender a los fortificaciones de dicha isla(*). (1677, Cartagena, 8-VI, Santa Fe,

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220; Marco Dorta; op. cit. p. 61). Y el gobernador de Margarita, don Juan Muñoz de Gadea, en carta del 17 de noviembre del mismo año informa también al soberano español del estado inconcluso de las obras del castillo de San Carlos, y lamenta que la obra no se prosiga (*). (1677, Margarita, 17-XI, Santo Domingo 622; Marco Dorta: op. cit. p. 61).

De nuevo la crónica penuria de medios y el consiguiente retardo en las obras de fortificación facilita el trabajo de los merodeadores del mar. Jean d' Estrées ordena a su poderosa flota reabastecida con agua, botín y provisiones hacerse a la mar hacia la cercana Tobago.

-El conde D' Estrées y los filibusteros asaltan Tobago en febrero de 1677

¿Y que dirán ahora de él en Inglaterra o en Breslau por haberse dejado derrotar por un lugre de seis cañones él, que tenía treinta y seis?

Canción del corsario Surcouf.

La flota cercana a la veintena de naves del vicealmirante Jean d' Estrées arriba a Tobago el 20 de febrero de 1677. La pequeña isla, en principio territorio de la Gobernación de Guayana, ha cambiado de manos en diversas ocasiones entre ocupantes ingleses y holandeses. Para el momento la ocupa una escuadra holandesa al mando de Jacob Binckes, veterano marino formado bajo las órdenes de los almirantes Tromp y de Ruyter. Binckes viene de derrotar a los franceses en San Martín, y está en Tobago desde el 1 de septiembre de 1676. Inmediatamente construye en Klip Bay el fuerte Sterrechans y convierte a la pequeña isla en una base para atacar a los franceses en Cayena y en sus posesiones insulares. Al advertir la presencia de la flota francesa, Binckes desembarca parte de sus marineros para defender el fuerte, donde monta 42 cañones con los cuales domina la bahía cercana (*). (Goslinga: op. cit. p. 389).

D' Estrées desembarca un millar de hombres. Durante varios días arremeten contra los holandeses atrincherados en el fuerte, cuya ventajosa posición lo hace inexpugnable. Exasperado, el vicealmirante intenta desalojarlos con un ataque combinado por tierra y por mar. El 3 de marzo la flota francesa,

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encabezada por D' Estrées en su nave almirante "Glorieux", de 60 cañones, penetra en la bahía desafiando la artillería que la barre desde el fuerte de Binckes. Los atacantes asestan un millar de cañonazos contra los sitiados, quienes responden con igual brío. Cada buque francés aborda uno de los holandeses anclados. El "Glorieux" captura al "Huis te Kruiningen", el mayor navío de la flota de Binckes; el "Marquis" aborda al "Leyden"; ambos se incendian. El fuego se extiende a otros tres buques holandeses, entre ellos el "Sphera Mundi", donde Binckes ha refugiado imprudentemente a las esposas, hijas y esclavos de los colonos. El incendio alcanza al "Huis te Kruiningen", el mayor buque bátavo; éste estalla antes de que D' Estrées pueda alejar de él su propio navío insignia, el cual también explota, aniquilando la mayor parte de sus 445 tripulantes. El conde es herido en la cabeza y rescatado a duras penas; la chalupa en la cual se salva de la conflagración es alcanzada por un cañonazo: sin embargo el animoso vicealmirante llega a tierra, reorganiza sus fuerzas y obtiene la rendición de la flota holandesa, de cuyos 13 barcos sólo permanecen tres a flote. (*).(Op. cit. p. 391)

Mientras tanto, el fuerte rechaza tres ataques de la infantería francesa, le causa doscientas bajas y dirige sus cañones contra los barcos franceses dueños de la rada. Durante tres días D' Estrées intenta lograr la rendición del fortín y rescatar sus buques "Précieux" e "Intrepide", encallados durante el feroz combate. No logra ni lo uno ni lo otro; se retira a Granada, repara el resto de su flota, cuida de sus heridos y de allí zarpa hacia Francia(*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 302). Los contendores se han batido con ferocidad: D' Estrées casi ha aniquilado a la flota holandesa a costa de la pérdida de cuatro de sus mejores navíos, pero no ha conseguido el desalojo del fortín. En las calles de París se celebra el encuentro como una victoria, con grandes iluminaciones; se acuñan medallas con la efigie del Rey Sol y la inscripción Incensa Batavorum Classe ad Insulam Tabago(*). (Loc. cit).

-Los corsarios franceses saquean de Valencia en 1677

Otra de las víctimas de la proliferación de corsarios y piratas desatada por el conflicto hispano-francés es Valencia, veterana en este tipo de asaltos. Y en efecto José de Oviedo y Baños, al reseñar la historia de la ciudad de la Nueva Valencia del Rey, fundada en 1555 por Alonso Díaz Moreno, especifica que "pudiera ser ciudad muy opulenta, por las muchas conveniencias de que goza, si no hubiera padecido el infortunio de haberla quemado unos corsarios franceses que el año de seiscientos setenta y siete entraron a saquearla, y si la cercanía de la ciudad de Caracas no la hubiera arrastrado mucha parte de lo

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más granado de su vecindad. Contratiempos que, juntos con la suma inutilidad y poca aplicación de sus moradores, son causa fundamental de la gran disminución que experimenta(*). (Oviedo y Baños: Historia de la Provincia de Venezuela; Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, 1965, p. 94)

Alfonso Marín apunta que "el nombre de Trincheras, en Aguas Calientes, por la antigua vía de Puerto Cabello, se origina en la construcción de parapetos levantados allí por los valencianos para defenderse de esta clase de incursiones"(*). (Alfonso Marín: "Valencia", Diccionario de Historia de Venezuela, III, p. 824). Como ha sucedido más de una vez, la seguridad de las defensas naturales de Caracas atrae a los fugitivos que huyen de las ciudades asaltables desde el mar.

No es imposible que la flota francesa que asalta Valencia sea la misma que a principio de año causó tan graves daños en Margarita, pero para tener alguna certidumbre sobre ello sería necesario disponer de la fecha exacta del ataque y de una estimación del número de buques y de asaltantes, que en todo caso ha debido ser considerable para casi causar su despoblación.

-El conde D' Estrées asalta por segunda vez Tobago en diciembre de 1677

Mientras en las calles de París se celebra con estrépito el triunfo del conde D' Estrées, el infatigable Colbert saca minuciosas cuentas. Celebración o no, los holandeses siguen en su enclave en Tobago, que domina las bocas del Orinoco y que, sumado a Aruba, Bonaire y Curazao, integra un cinturón de bases atravesado en las rutas de navegación de Europa hasta el Nuevo Mundo. Ningún plan de expansión francesa triunfará mientras estos cancerberos custodien el Caribe. Colbert arbitra recursos de las empobrecidas arcas fiscales; pronto está lista en Brest una nueva flota, con 11 buques de guerra, seis filibotes y varios brulotes. De nuevo el Rey Sol confía el mando de la empresa al impetuoso Jean d' Estrées. Siguiendo las instrucciones, éste conquista primero la isla de Gores, en el Africa Occidental; luego fija rumbo hacia Tobago (*). (Goslinga: op. cit. 392).

En la pequeña isla su adversario Jacob Binckes está en situación comprometida. Ha implorado ayuda de las autoridades de las Provincias Unidas; éstas envían una flota de refuerzo de tres buques al mando del comandante Hals. Pero lo que arriba a principios de diciembre de 1677 es la flota de D' Estrées, que embotella en la rada a los cinco buques que restan de

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la escuadra de Binckes. El 12 de diciembre traba un nuevo duelo de artillería con el fortín. D' Estrées cuenta ahora con la ayuda del ingeniero De Combes, que maneja un nuevo tipo de arma infernal: las "bombas de fuego" o granadas explosivas. Una de ellas cae en el polvorín del fuerte mientras Binckes y su plana mayor almuerzan; la explosión los hace saltar por los aires con centenar y medio de defensores. D' Estrées ocupa las ruinas de la fortaleza, recupera su nave "Preciéux", toma 300 prisioneros y arrasa las instalaciones de los colonos en Tobago en represalia por las depredaciones de los neerlandeses en Martinica (*). (Goslinga: op. cit. pp. 392-394).

Cuando la flota de auxilio del comandante Hals arriba a la pequeña isla, de la colonia holandesa sólo restan vestigios. Los franceses no han dejado guarnición para proteger la conquista que les ha costado tantos esfuerzos; Hals tampoco estima prudente establecerse para correr la misma suerte de su predecesor. Y sin embargo, se trata de algo más que una victoria pírrica: la derrota del irreductible Binckes en Tobago marca el comienzo de la declinación del dominio holandés en el Caribe. A partir de ese momento, no adquieren nuevas posesiones en él, ni pueden monopolizar parte significativa del comercio de la zona.

Los laureles del vencedor no son sólo simbólicos. Tras su victoria, D´Estrées vende en las Antillas centenares de esclavos africanos que ha pillado a los holandeses al vencerlos en la isla de Gores en Africa(*). (Villiers, Jacquin y Ragon: Les européens et la mer; p. 77) Trátese de forajidos o de encumbrados almirantes, tras el aparato de la guerra está el pillaje.

Mientras D' Estrées conquista su ardua victoria, filibusteros franceses desencadenan una sucesión de ataques desde la isla de Petit-Goave hacia las costa de Cuba y Santo Domingo, donde concentran un contingente en Samaná. El capitán Antonio Pichardo Vinuesa, al mando de seis compañías, los desbarata el 23 de enero de 1677. Al mismo tiempo, los filibusteros ingleses recrudecen sus ataques: tres naves piratas acosan en febrero de ese año en Puerto Caballos al navío español Gran San Pablo, el cual los rechaza a duras penas antes de regresar a Cádiz. El 26 de agosto, una milicia de filibusteros ingleses y franceses sitia y saquea Santa Marta (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 304). Por su parte, el gobernador De Pouançay manda a su lugarteniente Franquesnay a saquear Santiago de Cuba a la cabeza de 800 filibusteros, quienes se retiran tras combatirse tragicómicamente unos a otros gracias a una confusión inducida por Juan Perdomo, un prisionero al cual han tomado como guía (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 304).

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-El conde D' Estrées intenta la conquista de Curazao y encalla su flota en Isla de Aves en 1678

El mar fiel duerme allí sobre mis tumbas.

Paul Valéry: El cementerio marino.

Luis XIV y su infatigable ministro Colbert deben estar satisfechos. El acoso filibustero causa grandes pérdidas a los españoles; la victoria en Tobago les ha permitido arrojar de las cercanías de Tierra Firme a sus adversarios neerlandeses. De facto, ahora dominan las bocas del Orinoco: han asaltado Margarita y Valencia y cuando quieran pueden ocupar Trinidad, la isla que Ralegh codició como llave de las riquezas de tierra firme. Pero todavía no parece sensato emprender una guerra territorial en comarca tan vasta y tan distante de la metrópoli. Siguiendo el ejemplo de sus adversarios, proyectan comenzar por el dominio de las bases insulares. En desarrollo de tales planes, encomiendan en 1678 al conde D' Estrées la conquista de las Antillas neerlandesas; específicamente, de la estratégica Curazao, sede de uno de los más activos mercados de esclavos del Caribe.

D' Estrées recibe la comisión mientras recorre aguas cubanas a principios de 1678. De inmediato, envía dos fragatas a La Española con orden del Rey para que se le incorpore De Pouançay con 1.200 bucaneros; éste último parte con ellos en varios barcos filibusteros hasta San Cristóbal, donde se une con los 15 navíos de Jean d' Estrées. Algunos ostentan nombres melodramáticos, muy acordes con el temperamento del vicealmirante: “Le Terrible”, “Le Tonant”, “Le Belliqueux”, “La Maligne”, “Le Bourbon”, “Le Prince”, “Le Defenseur”, “Le Roy David”, “Le Caiche” y “Le Dromedaire”. Allí fijan el rumbo de 225 grados -que las Rosas de los Vientos de la época llaman Sudueste- confiando en que los alisios que soplan en la misma dirección los llevarán sin tropiezos hasta Curazao. La armada leva anclas el 7 de mayo. El 11 el vicealmirante celebra una junta con los pilotos de la flota, que difieren entre sí sobre la posición de ésta, confundidos por la variación de las corrientes. A las ocho de esa noche culminan en el horizonte Norte el majestuoso León y el gigantesco carro de la Osa Mayor; en el horizonte austral apenas despunta la Cruz del Sur. Y una hora más tarde, según el testimonio del oficial Mericourt, testigo presencial

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A las nueve de la noche, como hacía buen viento, por si estábamos más adelante de lo que creíamos y para avistar la isla largamos velas, y se escucharon delante de nosotros disparos

de mosquete o de cañón, lo que nos hizo saber que se llegaba a tierra. Izamos la gavia, amuramos la mesana, bordeamos el artimon y maniobramos para devolvernos por donde veníamos, tras señalar a los otros navíos para que también viraran. No habríamos cubierto una distancia de dos largos del navío, a babor la una y a estribor la otra para evitar los abordajes, cuando encontramos nueve o diez navíos unos cerca de otros encallados en bancos de rocas, sin ver tierra ni saber dónde

estábamos. Arriamos la mayor para tratar de detenernos con ayuda del oleaje, pero inútilmente. No servía más que para

arrojarnos con la corriente sobre el banco.(*) (Relation du naufrage de M. le Vice-Admiral à l´île d´Aves par le Sr de Méricourt. Comp. en: Daniel Dessert: La Royale... pp. 335-346)

Uno tras otro los navíos de la inmensa flota van encallando en los bancos coralíferos que rodean las islas de Las Aves. Estas son un archipiélago integrado por dos conjuntos, Aves de Barlovento y Aves de Sotavento. La desventurada expedición encalla en la barrera coralífera de este último, que está formado por cinco islotes semidesérticos y situado en una latitud de 12 grados norte y una longitud de 67 grados 40 minutos oeste. (*) (Fernando Cervigón: Islas de Venezuela, pp. 44-45). Está en la ruta por la cual los alisios y la corriente impulsarían a una flota en rumbo desde San Cristóbal hacia Curazao. El archipiélago debe su nombre a las aves marinas que se dan cita en él para desovar: es de imaginar su revoloteo ante la catástrofe. En vano los navíos arrojan por la popa las llamadas anclas de esperanza, especialmente dispuestas para frenar antes del embarrancamiento. La nave almirante “Le Terrible” es de las primeras en encallar. La mar es gruesa y dificulta el salvamento. Medio millar de filibusteros pierden la vida. Apenas se salvan un navío, dos transportes, tres brulotes y tres buques más que pueden ser recuperados después de arduo trabajo.

El desastre de la expedición da lugar a prolongada y amarga polémica. Los marinos profesionales menosprecian los conocimientos náuticos de D´Estrées por provenir éste de los ejércitos de tierra. Algunos le desobedecen, como Duquesne, a quien el vicealmirante malogra la carrera, o como Martel, a quien envía a la Bastilla durante cinco meses (*). (Michel Vergé-Franceschi: Chronique maritime de la France d´Ancien Regime, Sedes, Paris, 1998, p.

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440). El señor de Mericourt, uno de los oficiales allegados a D´Estrées, declaró que “a mi juicio, el señor vicealmirante, al verse tan afortunado en las dos empresas anteriores, tentó excesivamente la fortuna en la tercera presumiendo de su saber o de un consejo suyo que desconozco, porque las gentes que tenemos práctica juzgamos que tiene muy poca, creyéndose uno de los más hábiles hombres de mar, y que nadie sabe tanto como él”(*). (M. Méricourt: Relation du naufrage de l´escadre des Iles arrivé a l´Ile des Oiseaux au mois de mai 1678”, comp. en Dessert: La Royale, pp. 334-342). La investigación sin embargo exonera al vicealmirante.

La catástrofe posibilita la perduración del dominio holandés y desata una prolongada correría pirática en el Lago de Maracaibo. Pues cuando el vicealmirante zarpa hacia Francia, su subordinado De Pouançay comisiona a un oficial para que se encargue del salvamento de los restos de la arruinada flota, y su elección recae sobre un veterano filibustero llamado Grammont.

-El filibustero Grammont asalta Maracaibo, Gibraltar y Trujillo en 1678

Allá en el hondo mar de los placeresuna barca de marfil cruzaba un díaera mi amante que navegaba en ellasus lindos crespos que el viento deshacía

Copla venezolana del Amor y el desengaño

Francisco Esteban Grammont de la Mothe nace en París en 1625. La leyenda le atribuye la condición de noble y el enrolamiento en el ejército francés apenas adolescente, tras matar en duelo a un pretendiente que cortejaba a su hermana. El historiador Besson convierte la leyenda en novela al afirmar que el moribundo deja sus bienes a la joven y una suma elevada al homicida "para que pudiera salvarse"(*). (Besson: Flibustiers et corsaires, p. 45). Un duque de Grammont es asiduo de Versalles y juez incidental en las partidas de billar del Rey; el influyente personaje no intercede en favor del impetuoso joven, lo que hace presumir que los blasones de éste son tan fantasiosos como la herencia (*). (Levron: op. cit. p. 62). Charlevoix registra la pasantía del prometedor duelista por la real marina francesa, y la conducta distinguida en varios combates navales en la flota del señor de La Lauretiere. Grammont arriba a América como comandante de una fragata armada en

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corso. En las proximidades de la Martinica captura una flota holandesa llamada Les bourse d'Amsterdam. La presa vale 400.000 libras; Grammont la conduce hasta La Española, disipa en el juego y en orgías su parte del botín y arruinado, se une a los filibusteros(*). (Haring: Los bucaneros... p. 238).

Su experiencia como militar profesional le granjea un gran prestigio entre tantos homicidas aficionados. Le estiman todavía más por ser "generoso y bienhechor". Según diagnostica con ojo clínico el observador cirujano de los piratas, también lo admiran por haberse señalado en numerosos combates "a pesar de haber pasado los cincuenta años y de que la gota no lo deja nunca", pero "la enfermedad no le impide ser siempre activo y emprendedor" (*). (Exmelin: op. cit. p. 362).

Grammont está en 1678 en la isla de San Cristóbal al mando de una escuadra de una docena de buques que recibe órdenes de unirse a la desventurada flota de Jean d' Estrées. De Pouançay le ordena quedarse en Las Aves para rescatar los buques siniestrados. Después de reflotar y reparar algunos de ellos, se encuentra al mando de 700 hombres y falto de víveres. Grammont decide probar suerte por su propia cuenta(*). (Haring: op. cit. p. 216). Sus instintos filibusteros prevalecen sobre las ínfulas nobiliarias. Curazao está bien defendida por sus ocupantes holandeses: la opción más apetecible es Maracaibo, repetidas veces asaltada por filibusteros atraídos por el botín de cacao, cueros y esclavos. El 25 de mayo de 1678 fijan rumbo hacia la castigada ciudad los restos de la flota fantasma.

Como sus predecesores, Grammont enfrenta el problema del fuerte de la Barra. El 10 de junio de 1678 lo sitia, bombardea el muro durante veintiún horas, derriba el garitón en el cual se guarda la pólvora y el último torreón. El comandante don Diego Pérez de Guzmán rinde la virtual ruina. Los piadosos filibusteros celebran un Tedeum solemne, dejan la custodia del sitio a sesenta hombres y se precipitan hacia Maracaibo(*). (Mario Briceño Iragorry: "Los corsarios en Venezuela. Las empresas de Grammont en Maracaibo y Trujillo- 1678", en Obras Completas Vol.5, Ediciones del Congreso de la República, Caracas 1998, vol. 332).

La invasión encuentra a la ciudad dividida por una de las querellas regionales que no cesarán en los siglos venideros. El Gobernador y Capitán General de la provincia de Mérida y la Grita, el Maestre de campo y Caballero Comendador de la Orden de Cristo don Jorge de Madureira Ferreira acaba de anexar a Maracaibo a su provincia, de acuerdo con lo dispuesto en real cédula

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del 31 de diciembre de 1676. El Cabildo de la ciudad y el capitán general de la provincia de Venezuela Francisco de Alberro hacen empecinada oposición. Madureira Ferreira se traslada a Maracaibo y toma posesión del gobierno el 13 de mayo de 1678. En lo más enconado de la querella, el día 14 de junio se despliega ante la ciudad la formidable flota filibustera.

De nuevo la empecinada defensa del fuerte de la Barra da tiempo a los lugareños para escapar con parte de sus bienes. El Gobernador Jorge de Madureira Ferreira se retira hacia Los Macuaes. Grammont saquea minuciosamente la ciudad. Al igual que sus precursores se acuartela en la iglesia Matriz y en las edificaciones principales. Envía 150 hombres en busca de fugitivos y bienes ocultos y otros 50 en procura de víveres y cacería. Pronto sus buques están cargados de maíz, cacao y medio centenar de esclavos. No es suficiente. El 3 de agosto Grammont envía dos naves a recoger y quemar las embarcaciones españolas que no puedan usar; el día siguiente ancla en el puerto de San Antonio de Gibraltar, que encuentra también despoblado(*). (Mario Briceño Iragorry: "Los corsarios en Venezuela. Las empresas de Grammont en Trujillo y Maracaibo-1678"; pp. 332-333).

La ocupación casi sin lucha de las dos principales ciudades del Lago tienta a los filibusteros a emprender una incursión tierra adentro. Según la costumbre de los Hermanos de la Costa, celebran asamblea para decidir su presa; la ominosa elección recae sobre Trujillo. La decisión tiene su lógica: Maracaibo, Gibraltar y otras ciudades del Lago prosperan como embarcaderos de las riquezas que bajan desde la cordillera andina. El corsario busca sus fuentes. A tal efecto selecciona 420 filibusteros, pertrecha a cada uno con 150 tiros, se aprovisiona de cambures y de carne de mula. Sigue un sendero desviado para evitar trincheras armadas en los llanos de Cornieles; atraviesa el río Caús en balsas improvisadas y emprende el camino hacia Escuque. El fatigoso avance es apenas estorbado por breves escaramuzas con los destacamentos dirigidos por Fernando Valera Portillo y Juan Urbina, quienes se repliegan hacia Trujillo(*) (Ramón Urdaneta: Marco y retrato de Grammont, Francia y el Caribe en el siglo XVII; Universidad Simón Bolívar, Caracas 1997, p. 100). Los filibusteros cruzan el río Motatán ayudándose con cuerdas, encuentran en Sabana Larga otras trincheras sin defensores, y emprenden el fatigoso ascenso por el camino real hasta otra trinchera en Tucutuco, defendida por 300 vecinos al mando del teniente de gobernador don José de Barroeta Betancourt, quien no tarda en caer prisionero. Pues como narra el mismo Grammont:

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El 31 yo entré en la segunda trinchera a tres cuartos de legua de la villa, sobre las cuatro horas. Allí encontré dos cañones cargados con balas de mosquete, ella estaba defendida por trescientos hombres que la abandonaron ante el destacamento de tres compañías que yo formé para ir sobre una eminencia y tomar las espaldas de la trinchera. Mientras tanto yo marchaba a lo largo del río y de repente ocupé la villa cuya gente no había hecho sino salir en la creencia de que estaban de que yo no pasaría la trinchera (*). (Cit. por Briceño Iragorry: Las empresas de los corsarios... pp. 336-337).

Mala fortuna tiene la pequeña ciudad. En poco más de un siglo de invasiones y otras tragedias ha sido refundada en cinco sitios distintos y con cuatro nombres diferentes. Según Vásquez de Figueroa cuenta en 1629 con más de 200 vecinos: éstos poseen grandes crías de ganado y mulas y cosechan cacao, maíz y trigo, que comercian con Maracaibo. Joseph Luis de Cisneros indica que para 1674 su economía depende de los trapiches, el trigo, el cacao, el ganado menor y la lana (*). (Marco Aurelio Vila: Antecedentes coloniales de centros poblados de Venezuela; p. 308).

El 1 de septiembre los filibusteros ocupan la villa y destacan una partida de 150 hombres para explorar los alrededores y tomar botín y prisioneros. El 15 del mismo mes reciben la visita del vicario de la ciudad, Pedro de Azuaje y Salido. Este les ofrece como rescate por el poblado 1.000 sacos de harina y 4.000 piezas de a ocho reales; el asaltante exige 25.000. El eclesiástico no puede obtenerlas de los vecinos, que en su mayoría huyen hacia las ciudades cercanas. Grammont apresta sus teas incendiarias y según informa al gobierno de Francia "El 16, yo incendié esta pobre ciudad virgen, que había costado más de ochocientos mil escudos, después de haber saqueado las iglesias y las casas y haber hecho llevar el Crucifijo, Nuestra Señora y las imágenes a la Parroquia" (*). (Cit. por Briceño Iragorry: Tapices de Historia patria, p. 133).

Arden la Iglesia Matriz, la de Nuestra Señora de la Candelaria, la del convento Regina Angelorum, las capillas La Paz, San Pedro y El Cristo, la ermita del Hospital o de Chiquinquirá y las casas de la Real administración, junto con las edificaciones destinadas a la recaudación de tributos, el granero comunal, el estanco del tabaco, el chimó y el aguardiente y la mayoría de las viviendas particulares (*). (Urdaneta: op. cit. pp. 103-104). Según la tradición, las monjas dominicas del Regina Angelorum escapan con los tesoros del monasterio a cuestas porque cuando suben una empinada pendiente entre

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Santiago y Quebrada Grande, cae muerto de fatiga el capitán de filibusteros que las persigue. El sitio es llamado desde entonces "Cuesta del Judío", pues se consideraba tal a quien irrespetara a personas o bienes eclesiásticos (*). (Briceño Iragorry: "Las empresas..." pp. 338-339).

Amílcar Fonseca recoge la anécdota según la cual sólo se salva de la destrucción el convento de los padres franciscanos, gracias a la astucia del fraile francés llamado en el mundo Francisco Teodoro Wasseur y en religión Fray Benito de la Cueva, quien impedido de huir por la ceguera y el reuma, grita en francés a los piratas que capitaneados por Grammont intentan forzar la puerta: "Rendid las armas, francos, en nombre de su majestad". Según la tradición, la cercanía de una vieja imagen de San Luis de Francia, patrón de los terceros, mueve a confusión a los filibusteros, quienes desertan el sitio creyéndolo protegido por un compatriota investido de la triple condición de Rey, Santo y difunto (*). (Briceño Iragorry: Tapices... p. 132).

No parece creíble semejante piedad en quienes echan al zurrón del saqueo las custodias y las más veneradas imágenes. Pues el gobernador don José Cerdeño informa al Rey en carta del 11 de febrero de 1688, que en el asalto del año anterior el convento de San Francisco de Maracaibo ha sido robado y saqueado por los piratas; que éstos pillaron las lámparas, vasos sagrados, plata labrada y alhajas, y maltrataron la iglesia y las celdas conventuales. Por tal motivo, solicita una ayuda para la restauración (*). (1688, Maracaibo, 11-II; Santo Domingo 197 A; Marco Dorta: op. cit. p. 78). En el mismo sentido, desde Trujillo se remite una información en fecha 7 de mayo de 1688, en la cual consta que el año anterior el enemigo robó toda la plata labrada de las iglesias, lámparas, ornamentos y hasta las custodias donde estaba colocado el Santísimo Sacramento, y que hizo pedazos imágenes y retablos (*). (1688, Trujillo,7-V, Santo Domingo 202; Marco Dorta: op. cit. p. 79). Siguen los franceses las sacrílegas prácticas de Jacques Sore, sin que sea posible distinguir si privan en ellas los furores teológicos o la simple codicia. En todo caso, en la edición francesa de su Diario de a bordo, el cirujano Exmelin traza un epigramático retrato del Caballero de Grammont, que lo anticipa a los libertinos de Sade y quizá sea extensible a tantos otros hombres encallecidos en profesiones que hacen tan poco caso de la vida humana:

El desenfreno en el vino y en las mujeres casi le ha quitado (l' a rendu perclus) el uso de sus miembros. Es impío, sin religión y execrable en sus juramentos. En una palabra, está muy apegado a las cosas terrestres y

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no se preocupa en absoluto de las celestes. Es su gran defecto(*). (Exmelin: op. cit. p. 362).

Mientras arde Trujillo, las partidas de filibusteros exploran los alrededores en busca de ganado, botín y prisioneros. En el sitio de La Encomienda, Grammont hace desollar vivos varios esclavos que se niegan a denunciar la ruta de escape de sus amos. Devastada la ciudad, los ocupantes consideran el plan de seguir hasta Mérida o el Tocuyo. Pero no tienen esperanzas de conseguir suficiente botín, y reciben noticias de que se aproximan 350 hombres de armas enviados desde Barquisimeto y el Tocuyo. Grammont se retira. En Barbacoas de Moporo es rechazado por los atrincherados vecinos, que le hacen perder 26 hombres. El 29 de septiembre ya está en Gibraltar; el 1 de octubre se interna en canoas cuatro leguas por el río Barúa y aborda al buque "San José de Maracaibo", tripulado por cincuenta hombres y dotado con diez cañones y ocho pedreros y mata al capitán y a otros seis hombres; dos días más tarde captura un barco mercante de Cádiz de trescientas toneladas, al cual incendia por encontrarlo en mal estado. El 25 del mismo mes canjea prisioneros con los lugareños; como los habitantes de Gibraltar no pueden reunir el rescate, también lo incendia. Para evitar correr igual suerte, los vecinos de Maracaibo le pagan 6.000 escudos y 1.000 reses. Tras un semestre de correrías sin haber encontrado ningún revés serio, el saqueador leva anclas triunfalmente el 3 de diciembre, con un botín que asciende a 150.000 escudos. El historiador francés La Ronciere calcula el daño causado a los españoles en más de dos millones de pesos (*). (Cit. por Briceño Iragorry: "Las empresas..." p. 344).

Aunque Grammont inicia su viaje acompañando una flota regular de la marina francesa en guerra contra España, ataca Maracaibo, Gibraltar y Trujillo acompañado de un tumulto de filibusteros y excediendo las órdenes que le imparte su superior de Pouançay de invadir Curazao. ¿Se lo ha de tomar por oficial de un ejército regular, por corsario, por pirata? En verdad sus acciones no facilitan trazar la línea divisoria.

La Real Audiencia de Santa Fe de Bogotá, quizá motivada por la conciencia del peligro de los asaltos marítimos a Maracaibo, recomienda el 16 de diciembre de 1678 al Gobernador Madureira y Ferreira fijar su residencia en dicha ciudad. Una vez más la amenaza naval determina la sede de las autoridades coloniales. Por idénticas razones dicho Gobernador trae desde Cartagena al ingeniero Francisco Ficardo, e inicia en 1679 la construcción del castillo de San Carlos, en las bocas del Lago de Maracaibo. El Gobernador

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siguiente, Antonio Vergara Azcárate, recibe una Real Cédula de 10 de junio de 1681 en la cual se le ordena fortificar "las barras en desuso llamadas Barbosa y Zapara, así como la principal" (*). (AGI Santo Domingo, 646; cit. por Graziano Gasparini: Las fortificaciones del período hispánico en Venezuela, p. 173). En agosto de 1682 el castillo está casi terminado, y desde entonces las fortificaciones siguen perfeccionándose a lo largo del siglo XVIII, hasta que las obras del castillo de San Carlos y de Zapara quedan concluidas el 12 de marzo de 1783(*). (Op. cit. p. 185).

El peligro de las incursiones piráticas y la práctica del contrabando es de tal magnitud, que se atribuye al puerto de La Guaira la exclusividad para la carga y descarga de buques que recalan en la provincia de Venezuela. Y así, Oviedo y Baños registra que en el Cabildo del 14 de noviembre de 1679 "está inserto un auto del Governador y la respuesta dada por la Ciudad sobre pedir el Cavildo que la fragata de Gaspar de Acosta vajase a cargar a Puerto Cabello, y que avriese feria antes de executarlo, y el Governador no quiso concederlo por ser contra Real orden el que cargasen las fragatas en otro Puerto que el de la Guayra" (*). (Oviedo: Tesoro de noticias: fol. 27 p. 53).

-El marqués de Maintenon asalta Margarita, Trinidad y la costa de Caracas en 1678

El asalto a Maracaibo y Trujillo no es la única consecuencia indirecta del encallamiento de la desventurada flota del conde D' Estrées. Bertrand d' Ogeron, el gobernador de La Tortuga, arma en dicha isla un navío con una dotación de quinientos bucaneros para unirse a la flota del vicealmirante. Una tempestad lo despedaza contra los escollos de las islas Guadanillas. Los sobrevivientes desembarcan en chalupas en Puerto Rico; los españoles los atacan, dan muerte a parte de los invasores y aprisionan a los demás. Bertrand d' Ogeron se hace pasar por loco, consigue que disminuya el rigor de la vigilancia y escapa junto con el cirujano de a bordo. Llegados a la costa asesinan a un pescador de tortugas y a su esclavo y huyen en la canoa de éstos. En La Tortuga el gobernador junta varias naves y numerosos filibusteros y desembarca en Puerto Rico decidido a rescatar a sus hombres. Los puertorriqueños caen con su caballería sobre los invasores, los despedazan y los obligan a huir en sus naves. Los prisioneros son obligados a trabajar en las fortificaciones de San Juan y de La Habana; luego son remitidos a Cádiz y de allí pasan a Francia, quizá por efectos de la firma de la Paz de Nimega en 1678. Tras lo cual, según reseña Exquemelin "se asistieron los unos a los otros en sus necesidades y así, en poco tiempo, la mayor parte de ellos se hallaron

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de nuevo en Tortuga, en cuyo puerto armaron de nuevo una flota de piratas bajo la dirección de un tal Sieur Maintenon, de nación francesa, con la que atacaron la isla de Trinidad, que está situada entre las de Tobago y las costas de Paria" (*). (Piratas de América, p. 216).

En efecto, el marqués de Maintenon, llegado al Nuevo Mundo hacia 1676, alista a los poco escarmentados prisioneros en su fragata "La Sorciere". El año de 1678 cae sobre Trinidad y Margarita. En la primera hace un afortunado desembarco, que le reporta un botín de seis mil piezas de a ocho, aunque el contraataque de los lugareños lo fuerza a retirarse en desorden(*). (Hendrik de Leeuw: Crossroads of the bucaneers; J.B. Lippincot Company, Londres 1937, p. 355). En Margarita le facilita el trabajo la carencia de fortificaciones, pero el saqueo es improductivo, pues bien poco han dejado en la isla las flotas del conde d' Estrées. Maintenon recoge poco botín, y sus filibusteros se dispersan (*). (Haring: Los bucaneros... cit. p. 216)

Fatigados de tantas invasiones, los margariteños se dedican empeñosos a completar el sistema de defensas de la isla. Hacia 1682, el maestre de campo Don Juan Fermín Huidobro hace un donativo de 12.000 pesos para la fortificación de ella (*). (Sin fecha, hacia 1682, Santo Domingo, 593; Marcos Dorta: op. cit. p. 70). Para la ciudad de la Asunción, se planea un castillo con cuatro baluartes, con 130 pies por el lado interior y con murallas y parapetos gruesos. El 3 de febrero de 1683 el mencionado Juan Fermín de Huidobro, quien ya es gobernador de Margarita, informa al Rey que ha terminado el castillo de la Asunción, y que espera concluir el torreón del Pueblo de la Mar, que no ha sido acabado por falta de agua para la mezcla de la argamasa(*). (Santo Domingo, 181, Marcos Dorta: op. cit. p. 70).

El 12 de febrero del mismo año de 1683, el gobernador de Cumaná don Juan de Padilla Guardiola y Guzmán informa al Rey que edifica la fortificación de la eminencia de San Antonio de dicha ciudad utilizando negros pendientes de venta decomisados a una fragata holandesa que pertenecen al Real Fisco (*). (Santa Fe, 218, Marcos Dorta: op. cit. p. 70).

-Grammont ataca La Guaira en 1680

Grammont dirige en 1680 una nueva incursión contra la costa venezolana. En mayo de ese año desembarca en la Blanquilla, al norte de Margarita, envía dos buques a pillar Tierra Firme y pone proa hacia los seguros fondeaderos de Los Roques, donde los expedicionarios se le reúnen después de haber

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capturado siete piraguas. Grammont se da a la vela hacia el litoral central al mando de una flota compuesta por la fragata “La Trompeuse” con 52 cañones, otros cuatro grandes navíos de guerra y las siete piraguas, y saquea las haciendas costeñas de Los Caracas (*). (Briceño Iragorry: “Las empresas...” cit. 134). La madrugada del 26 de mayo desembarca cerca de La Guaira; al mando de 180 hombres y tras sufrir algunas bajas se apodera de la fortificación que domina al puerto. En el audaz golpe toma prisioneros al castellano y cabo de las fuerzas don Cipriano de Alberró, y a 150 defensores de la guarnición. El puerto queda librado al pillaje; las instalaciones militares son desmanteladas. El jefe del fortín del Salto de Agua, capitán Juan de Laya Mujica, junta a varios de los fugitivos, y al día siguiente contraataca y obliga al corsario a retirarse. Este incendia las edificaciones, destruye 6.000 flechas y 400 mosquetes, destempla la pólvora y se lleva de recuerdo botín, 150 prisioneros, y una seria herida de flecha en el cuello(*). (Sucre: op. cit. p. 181).

Los caraqueños, alertados del golpe de mano, siguiendo su práctica secular sacan en mulas los caudales y los libros de la Real Hacienda, esconden o entierran sus bienes más preciosos en las haciendas de la periferia y a la mañana siguiente salen a repeler al agresor, que entretanto se retira.

Desde 1678 se ha firmado la Paz de Nimega, que pone fin a las hostilidades entre Francia, Holanda y España. Los términos del tratado establecen que cada contendor mantiene las posesiones que domina para el momento del cese de las hostilidades. En consecuencia, los holandeses conservan Aruba, Curazao, Bonaire y las tres islas de Sotavento. Tobago, por el momento, continúa bajo dominio francés. Pero el mismo año de 1678 se inicia el nuevo conflicto entre España y Francia. Es concebible que Grammont disponga de alguna patente de corso.

Tras el asalto, el aventurero navega para reponerse de su herida en su refugio de Islas de Aves, seguramente todavía llena de pertrechos de la varada flota de D' Estrées, y luego fija rumbo hacia Petit-Goave, la tradicional guarida de filibusteros(*). (Charlevoix: libro VIII, pp. 230-238, cit. por Haring: op. cit. p.233). La cuasi homonimia entre la capital y las costas de Los Caracas, así nombradas porque en ellas desemboca el riachuelo del mismo nombre, alentó la confusión según la cual la misma Santiago de León de Caracas habría sido saqueada por Grammont, especie que repiten el jesuita Coleti en su

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Dizionario Storico-Geografico dell' America Meridionale de 1771, y el acucioso Alcedo en su Diccionario geográfico-histórico de las Indias Occidentales o América, publicado en 1789. Valiéndose de tales fuentes, repiten el error Yanes en su Compendio de la Historia de Venezuela publicado en 1840, y Baralt y Díaz en su Resumen de la Historia de Venezuela publicado en 1841, en el cual afirman que los franceses "llevaron a sus bajeles gran botín". Pero, como aclara Arístides Rojas, éste "no salió de la capital Caracas, ni menos fue conducido por el camino y veredas que comunican a ésta con el puerto de La Guaira; sino tomado en las costas de Caracas y haciendas ricas de esta comarca, que fueron saqueadas en 1680, por el célebre pirata Francisco Gramont"(*). (Arístides Rojas; Crónica de Caracas, Fundarte, 1982, p.113).

En todo caso, antes de que Grammont amenace a su ciudad, los caraqueños toman medidas para facilitar la resistencia, proyectan fortalezas, recaudan contribuciones para costearlas. Y así, reseña Oviedo y Baños en su Tesoro de noticias que el mismo año de 1680 "en Cavildo de veinte y ocho de Marzo está la quenta de lo percevido para la fábrica de una fortaleza, que se intentó hacer en esta Ciudad". Y a continuación, señala que "En Cavildo de veinte y nueve de Agosto está la Real Cédula en que Su majestad aprovó por seis años el arvitrio del nuevo impuesto para la fortificazión de esta Ciudad" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 29 p. 57). No hay amenaza inmediata de indígenas ni colonos sublevados: la fortaleza que proyectan los caraqueños está evidentemente destinada a protegerlos contra el enemigo del mar.

Grammont todavía da algunos golpes afortunados antes de su previsible final. Los colonos de La Española, molestos por los asaltos filibusteros en Veracruz, Campeche y los mares del Sur, reemprenden su interminable guerra contra los ocupantes ilegales. De Cussy, gobernador de La Tortuga, quiere tener de su parte a Grammont en el nuevo conflicto, y obtiene para él en septiembre de 1686 el nombramiento de Lieutenant du Roi en la costa de Santo Domingo. Pero, según reseña Haring, "al saber la nueva honra que se le otorgaba, de Grammont quiso asestarles un último golpe a los españoles antes de retirarse a vida honorable: armó un navío, largó velas con 180 hombres y mas nunca volvió a saberse de él". (*). (Haring: op. cit. p. 238).

-Los franceses toman Trinidad y ocupan las bocas del Orinoco en 1684

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En 1684 atracan en Puerto España cinco barcos franceses. El Gobernador huye hasta Santo Tomé de Guayana, donde los españoles se esconden en la selva dejando en la capilla al infortunado gobernante y a algunos de sus funcionarios. Los filibusteros los capturan, torturan a tres de ellos, matan a uno a fuerza de maltratos, roban al gobernador sus tinteros de cuerno de plata y sus esclavos y finalmente lo liberan, famélico y lleno de lastimaduras, en la costa de Trinidad(*). (V.S. Naipaul: La pérdida de El Dorado, p. 126). Mario Briceño Iragorry reseña un asalto similar de los franceses, pero lo data en 1682 y añade que para esta invasión cuentan con el apoyo de los caribes, que como hemos visto habían establecido también una coalición con los holandeses contra los españoles(*). (Briceño Iragorry: Tapices de Historia patria, p. 134). Alex Olivier Exmelin anota en su diario en Santo Domingo que en octubre de 1683 "la patrulla de siete velas del almirante conde D' Estrées regresa de una campaña punitiva sobre La Guaira", y que poco después "la flota real fatigada viene a aprovisionarse antes de regresar a Francia". En ese viaje, Exmelin ocupa la plaza de cirujano en el "Furieux", nave insignia de D' Estrées (*). (Journal de bord; p. 233). Es posible que se trate de parte de la misma flota y de sus poco recomendables tripulantes. Quizá el retorno de ella a las Antillas y luego a Europa pone fin a la efímera ocupación, y los lugareños retoman sus posesiones. De todos modos, esta incursión seguramente refuerza los enclaves franceses de siembra de tabaco en las riberas del Guarapiche, que los gobernadores de Cumaná y de Margarita destruyen posteriormente en 1717.

-Los piratas asaltan Chuspa y Arrecifes en 1686

Una flota de cinco naves aparece en el litoral el 7 de septiembre de l686, desembarca dos centenares de hombres en Chuspa e igual número en Arrecifes. Los vigías instalados en las cumbres del litoral desde la sorpresa de Grammont dan pronta alerta a los fortines y a los caraqueños mediante fogatas y señales de humo: una por cada nave enemiga. La eficaz movilización y el pronto refuerzo de las guarniciones de Catia, Agua Negra, Las Trincheras, Salto de Agua y La Cumbre, induce a los invasores a marcharse después de moderados saqueos(*). (Sucre: op. cit. pp. 182-183).

Mientras estos sobresaltos mantienen en vilo a los colonos, prosigue la tradicional connivencia de algunas autoridades con los traficantes. Así, el gobernador marqués de Casal, que inicia su mandato en 1688, emprende un juicio contra el teniente de gobernador de Coro por complicidad con los

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holandeses, lo condena a pagar 20.000 pesos, y es a su vez enjuiciado posteriormente por extorsión y otros abusos(*). (Arellano Moreno: Orígenes de la economía venezolana, p.172). 4. -La guerra de España contra Francia 1687-1697

Se está cansado de un gran viaje, se desea concluir; se ve la tierra, pero falta el viento para llegar a ella; se está expuesto a las injurias de las estaciones; las enfermedades y las languideces impiden actuar; el agua y los víveres faltan o cambian de gusto; se recurre inútilmente a remedios extraños; se trata de pescar, se atrapa algunos peces sin obtener ni alivio ni alimento; se está cansado de todo lo que se ve; se tienen siempre los mismos pensamientos, y se está siempre aburrido; se vive todavía, y se lamenta vivir; se esperan los deseos para salir de un estado penoso y languideciente, pero no se los experimenta más que débiles e inútiles.

La Rochefoucauld: Del amor y el mar.

En 1686, se forma una nueva coalición contra los franceses: la Liga de Augsburgo, integrada por España, Suecia, el Emperador Leopoldo I, el partido de los príncipes alemanes y Holanda. Al año siguiente, la alianza diplomática inicia la guerra con la invasión del Palatinado. Francia combate la nueva liga hasta 1697, cuando concluye las hostilidades con la paz de Ryswick. En ella hace importantes concesiones para garantizar la paz antes de que se plantee el problema de la sucesión en España: reconoce a Guillermo de Orange como rey de Inglaterra y devuelve gran parte de las conquistas obtenidas después de la paz de Nimega, excepto Alsacia.

5.-La conquista de Haití por los filibusteros franceses en 1690 Ayer español nací

a la tarde fui francés en la noche etíope fuimañana dicen que inglésno sé qué será de mí.

Antigua quintilla de La Española

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El animoso gobernador de La Tortuga Bertran d' Ogeron es hombre de grandes empresas: abriga la idea de conquistar para Francia la isla de La Española, cuyas fértiles colinas contempla a cada momento desde su fortaleza cuando se asoma a las ventanas que dan hacia el Sur. Los tiempos han cambiado: la pequeña Tortuga no será conquistada de nuevo por La Española; sucederá exactamente lo contrario. Para convencer a Colbert de la ambiciosa iniciativa, el gobernador embarca nuevamente hacia Francia, dejando a su sobrino De Poincy al mando de la base filibustera. Pero Ogeron enferma durante el viaje, y fallece en París el 31 de enero de 1676 (*). (Exmelin: Journal de bord, Annexes, p. 367).

Mientras la guerra entre España y Francia reiniciada en 1687 sigue su curso en Europa, los franceses realizan en el Caribe el golpe largamente planeado por el gobernador Ogeron y por el ministro Colbert. En 1690 desencadenan contra La Española su ataque combinado las flotas reales y los filibusteros; el año inmediato Du Casse se instala como gobernador de Santo Domingo, en la parte de la isla incorporada al dominio francés. Los colonos inician poco después una masiva importación de esclavos, que hace de la colonia una de las más productivas y de las más inhumanas del Caribe. La diplomacia legitima los efectos del golpe de mano: en virtud de la paz de Ryswick, España cede a Francia la parte occidental de la isla.

En 1777 franceses y españoles fijan de manera precisa los límites de sus territorios mediante el tratado de Aranjuez; pero en 1795 el declinante imperio español entrega a Francia la totalidad de la isla. Corresponderá a los haitianos independizarse en 1804, mientras Santo Domingo continúa bajo dominio francés hasta 1808, cuando Juan Sánchez Ramírez, al frente del movimiento llamado La Reconquista, derrota a los franceses y restaura el dominio ibérico. En 1821 los dominicanos conducidos por José Núñez de Cáceres proclaman su independencia.

Jean Baptiste Colbert no llega a presenciar esta culminación de su política colonial: ha muerto mucho antes, el 6 de septiembre de 1683, arruinado y exhausto de sus largas batallas ministeriales contra el derroche de la corte y contra las ruinosas guerras. Para costearlas, debe elevar los impuestos; su política, que ha traído a Francia una prosperidad sin precedentes, termina siendo asociada con la miseria que las extravagancias bélicas arrojan sobre la población. Para evitar que las turbas insulten el cadáver, Jean Baptiste Colbert es enterrado de noche (*). (Durant: op. cit. p. 26).

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Por su parte, el impetuoso conde Jean d' Estrées no pierde el contacto con sus aliados filibusteros. En 1682 el vicealmirante bombardea Argel; en 1683, cañonea Túnez. En 1684, invita a su casa a Alexander Olivier Exmelin, para que le amplíe los pormenores de sus viajes por las Indias, y lo pone en contacto con Thomas de Frontinières y con el abate Baudrand, ambos historiadores, con quienes el aventurero prepara una edición francesa de su obra (*). (Exmelin: Journal de bord p. 235). En 1697 el cronista de los filibusteros, ya graduado en la Escuela de Medicina de Amsterdam, es cirujano de a bordo en el "Furieux", buque insignia de D' Estrées en comisión en Brest. El conde volverá más de una vez a los mares americanos: en 1686, cuando es nombrado Virrey de América, y en 1697, para colaborar -debidamente asesorado por Exmelin- en la preparación del asalto de De Pointis contra Cartagena en el cual, como dice Jean Mousnier, "el Estado se hace pirata" (*). (Jean Mousnier: "Préface" al Journal de bord du chirurgien Exmelin, p. 15).

-Los piratas apresan la nave de don Cristóbal de Valenzuela en Trinidad en 1690

El 3 de junio de 1690, en la isla de Trinidad dos naves de piratas persiguen y abordan el barco de don Cristóbal de Valenzuela, matan a siete de los defensores de éste y capturan los 23 restantes. Después de mantenerlos varios días en cautiverio, los foragidos sueltan a casi todos los prisioneros, llevándose a tres como prácticos en navegación (*). (Saiz Cidoncha: Historia de la piratería en América Española, p. 363).

No hay mayores datos sobre los autores del incidente, aunque el minucioso historiador holandés Hendrik de Leeuw apunta en relación a Trinidad que "Lavassor de La Touche, un francés, hizo en 1690 otro intento fallido de saqueo, precediendo casi por 26 años al conocido Teach, Barbanegra"(*). (Crossroads of the bucaneers, p. 355). Debido a que desde 1687 existe un estado de guerra entre Francia y España, es sumamente probable que la captura de la nave de Cristóbal de Valenzuela se deba en efecto a corsarios franceses merodeando las mismas aguas visitadas años antes por las flotas del conde D' Estrées; quizá al mando del citado Lavassor de La Touche.

-Los corsarios franceses apresan una nave en La Guaira en 1696

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En l688, el gobernador Garci-González de León adopta eficaces medidas para mejorar las fortificaciones de La Guaira. Sus desvelos no son injustificados: a las tres de la tarde del 28 de octubre de 1696, cuatro naves corsarias francesas arriban al puerto disimulándose con bandera española, y se acercan al patache de Margarita, una modesta nave de cabotaje anclada en la rada. Los tripulantes del patache y el capitán, al contemplar las banderas, creen que se trata de naves de la Armada de Barlovento, y sólo se dan cuenta del engaño cuando son abordados por los franceses, quienes en la refriega matan al capitán don Francisco de Córdova y escapan con la presa. De paso, bombardean las precarias defensas guaireñas, causando daños en las murallas y las cureñas(*). (Sucre: op. cit. p. 190).

En la carta donde explica al Rey los detalles del breve combate, el obispo Baños concluye: "Señor: el Puerto de La Guaira ha menester más defensas que la que tiene; son muchos los fortines en que se divide la poca gente, que ay, y estos sin fundamento, porque los más de ellos más siruen de padrastros que de defensa; la gente es precisso que pelee a cuerpo descubierto, porque no tiene resguardo alguno y es echarla a perecer sin prouecho" (*). (1696, Caracas, 25-IX, Santo Domingo, 626; Marco Dorta: op. cit. p. 92).

Posiblemente las protagonistas del incidente anterior son las mismas naves francesas a las cuales se refiere la Corona en carta del 1 de octubre de 1697 dirigida al Gobernador de Maracaibo, en la cual le da las gracias por la exitosa defensa contra un complot en el cual

los indios Guayjiros y demas confinantes a los puertos de Magauta Portete y cauo de la Vela tenian hecho pacto con franzeses para yntroducirlos por tierra a essa ciudad y prouincia haziendo desembarco de gente y dejandosse ver de los castillos de ella con nauios y aparienzias en enuestirlos para que acudiessen a su defenssa las fuerzas de la plaza y poder entrar en ella sin rressistencia y que para reparo de esta yntentada ymbasion guarnecisteis los castillos y hicisteis las demas preuenziones de gente embarcaziones y vastimentos que bubisteis por nezesarios para su resistencia y que se tomasen los pasos por donde podia venir con ynfanteria y caualleria y hauiendose dejado ver el enemigo en el cavo de San Ramon con ocho vajeles que se mantubieron alli dos meses combocasteis todas las milicias y vecinos de essa prouincia y la de Caracas (*). (Suárez: Fortificación y defensa; Academia Nacional de la Historia, Caracas, 1978, p. 81)

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Para la época, la propia Corona británica comienza a tomar medidas activas contra la piratería y los corsarios que se exceden de los términos de su patente. La vida de los gobernadores de Jamaica se vuelve una contínua lucha contra sus antiguos aliados y amigos. El Parlamento inglés sanciona en 1669 una severa Acta contra la piratería, que retoma muchas de las rigurosas medidas del Acta de Enrique VIII en el mismo sentido. España e Inglaterra suscriben en 1670 el Tratado de Madrid, por el cual la primera reconoce a la segunda la posesión de Jamaica y el derecho de comerciar con las Indias, con lo cual desaparecen gran parte de los motivos de tensión entre ambas potencias. Se inicia el camino de la paz en esta guerra marítima de desgaste que dura ya casi dos siglos.

-Crepúsculo

El poderío del Rey Sol alcanza al mismo tiempo su cenit y su ocaso en el Caribe con la expedición contra Cartagena de 1697, donde participan unidades de la marina real codo a codo con los filibusteros. El célebre golpe documenta las turbias relaciones que usualmente vinculan poder político, comercio y pillaje. En julio de 1696 el propio Rey Sol otorga a monsieur De Pointis, caballero de la Orden de San Luis, una patente de corso para una expedición en la cual la Corona proporcionará oficiales, marinos y soldados y navíos en buen estado "con sus dotaciones, repuestos, aparejos, aparatos, cañones, armas y municiones suficientes para una campaña de nueve meses". El Rey tomaría la quinta parte del botín; los oficiales y tripulaciones gozarían de un décimo de éste; el resto premiaría a los capitalistas, cuyos fondos recauda el tesorero general Vanolles. Como hemos visto anteriormente, el conde Jean d' Estrées prepara la expedición; le sirve de consejero el avezado cirujano de los piratas Alex Olivier Exmelin. Llegan rumores de que se prepara la paz; De Pointis se precipita sobre sus naves y envía emisarios al gobernador de Santo Domingo, Du Casse, para que prepare suministros y reclute filibusteros. El 4 de marzo llega a Cap François la flota de 15 navíos; Du Casse le aporta 1.400 salteadores. Para evitar que los habitantes huyan a la vista de tan poderosa armada, los invasores atacan por tierra y de noche, ocupan la ciudad, la saquean a gusto, cobran un rico rescate y levan anclas cargados de botín (*). (Blondel: Histoire de la flibuste, p. 250). A partir de allí todo va mal para los filibusteros. El temporal arroja una de sus naves contra escollos cercanos a Cartagena. Una flota de 24 navíos ingleses deja Barbados para perseguirlos, y los embosca en su ruta obligada hacia Europa por el Canal de las Bahamas. De Pointis se les escapa a duras

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penas; los ingleses le capturan dos buques; dos naves holandesas que se unen a los ingleses apresan otros dos. Huyéndoles, otra nave pirata naufraga en Santo Domingo. De Pointis y los aprovechados accionistas se reparten el botín; los filibusteros emprenden un interminable pleito reclamando sus dividendos a la puntillosa Tesorería real; ésta ofrece cancelarlos en tierras e instrumentos de labranza. Los desencantados filibusteros empiezan a emigrar hacia Jamaica (*). (Blondel: op. cit. pp 274-276). Es también el canto del cisne de la alianza entre las flotas monárquicas y las barcas de los Hermanos de la Costa. Atento a la esperada muerte del rey español Carlos II, el soberano francés maniobra diplomáticamente para imponer en el trono ibérico a su propio nieto Felipe de Anjou, y apacigua todas las disputas con España. Los antiguos instrumentos de la política del soberano serán sus nuevas víctimas: los filibusteros son declarados fuera de la ley y perseguidos por las mismas escuadras que solicitaron su ayuda. Pero la aventura sucesoral traerá consigo una confrontación contra una liga de las más fuertes potencias de Europa; a comienzos del siglo XVIII, el poder naval francés corre también hacia su ocaso. También el Rey Sol. La muerte que tan pródigamente ha repartido en los océanos y en los campos de batalla golpea repetidamente su familia. En 1712 mueren la duquesa y el duque de Borgoña y el nuevo delfín, el duque de Bretaña; en 1714 fallece su último nieto, el duque de Berry. El anciano monarca abraza trémulo al pequeño duque de Anjou, el futuro Luis XV, y musita: "He aquí lo que me queda de toda mi familia". Una plateada muchedumbre de cortesanos asiste a la escena, silenciosa e impotente. Según la costumbre cortesana, algunos escamotean disimuladamente a los otros bolsas, tabaqueras, joyas (*). (Levron: op. cit. p. 76).

En el nuevo avatar del expansionismo galo intervienen nuestros viejos conocidos de los mares de América. En 1701 D' Estrées comanda la escuadra francesa enviada a España durante la Guerra de la Sucesión para apoyar a Felipe V de Anjou; en 1702, traslada a la península ibérica al pretendiente al trono, y es nombrado lugarteniente general del conde de Toulouse, gobernador y capitán general de todas las armadas del Rey. Cuando Jean d' Estrées fallece en 1707, entre la numerosa concurrencia de aristócratas y eclesiásticos que acude al funeral, el Mercure Galant reseña una celebridad que se codea con los grandes de Francia: el cirujano Alex Olivier Exmelin, que acude a despedirse de su viejo protector y amigo (*). (Jean Mousnier: "Préface" al Journal de bord du chirurgien Exmelin; p. 15).

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CAPITULO 11.- LOS CORSARIOS DE SU SACRARREAL MAJESTAD (Predominio del corso español y el contrabando holandés, 1793-1728)

Navegando en un barquitopor todo el mar de Granada,no se presentía nada,limpio estaba el infinito;mas quiso el hado malditoque de pronto se enturbió

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y terrible en galeónde pronto el mar enfurecey el viento reinando creceen su primer devoción.

A la Virgen del Valle por la salvación de un naufragio.

1.-La paz de Ryswick y la declinación del filibusterismo

La noticia del asalto a Cartagena produce el comprensible pavor en los habitantes de la Provincia de Venezuela. Pero los caraqueños se sienten aliviados cuando conocen la Real Cédula de 9 de septiembre de 1697 por la cual el Rey informa de la paz concertada entre Francia y España en La Haya. El gobernador don Francisco de Berrotarán ordena por bando solemne "que todos los vecinos pongan luminarias en las ventanas de sus casas, y hagan todas las demás demostraciones festivas que son permitidas en nuevas de tanta alegría, como debe causar la paz entre ambas coronas" (*). (Sucre: op. cit. p. 191). La buena nueva aleja temporalmente el espectro de la guerra europea, que en forma de corsario visita las costas de América. Y en efecto, la Paz de Ryswick representa un real alivio de la plaga de ataques de filibusteros franceses y de piratas ingleses contra las costas venezolanas. Como indica Clinton:

Después del tratado de Madrid en 1670, por el cual se reconoció la aspiración británica sobre Jamaica, declinó la incidencia de los ataques ilegales, mientras que con el tratado de Ryswyck, veintisiete años después, por el cual La Española (o Santo Domingo, como se la llamaba ya) fue formalmente cedida a Francia, el nuevo gobernador Jean du Casse se instaló y con característica firmeza y eficacia reemplazó la piratería con el comercio pacífico, la cacería de ganado y la plantación, obligando a los bucaneros que quedaban en Tortuga a evacuar la isla e instalarse en Santo Domingo. Du Casse, él mismo un ex-bucanero, lanzó una formidable invasión de Jamaica en 1694 que fue, sin embargo, derrotada. (...) Con la Paz de Ryswyck se puede decir que termina la gran época de la bucanería. Pero las viejas costumbres tardan en desaparecer, y el escenario estaba dispuesto para el comienzo de la era de la piratería(*). (Clinton: op. cit. p. 10)

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Puesto que después de emplear a corsarios, filibusteros y piratas como instrumentos de su expansión, los poderes imperiales los persiguen y se deshacen de ellos. Hemos visto a Morgan fallecer en su cama en 1588 después de servir de verdugo de sus colegas; a lo mismo se dedica Du Casse. Los merodeadores del mar se refugian en sus nuevas bases en América del Norte, contrabandean desde las Antillas neerlandesas y esperan la inevitable guerra europea que vuelva a decretar para los mares la ley de la selva.

2.-El auge de la economía del cacao a fines del siglo XVII y principios del XVIII

-Los grandes cacaos A las seis y media

cierran los conventosy las pobres monjasse quedan adentroy hacen chocolatepara la vecina.La vecina dice:-¡Qué riquillo está!¡Dame un poquitopara merendar!¡Botín, boteratabique, y afuera!

Canción infantil venezolana.

El azote de los Demonios del Mar es más dañino porque hacia fines del siglo XVII está firmemente establecido un rico comercio de exportación de cacao desde la Provincia de Venezuela hacia el Virreinato de la Nueva España. En los archivos del Cabildo de Caracas va quedando constancia de las disposiciones que se refieren al hecho. Así, en la sesión de 26 de enero de 1696, se registra que "está inserta otra Real Cédula en que Su Majestad prohive el tráfico a la Nueva españa del Cacao del Guayaquil"(*). (Oviedo: Tesoro de Noticias, fol. 37 vto. p. 74). Y el año siguiente, en el Cabildo de 2 de septiembre, "está inserto un Auto del Governador mandando que los Capitanes de Fragatas cada uno tenga en la Guayra vodega a su costa para rezivir el cacao de su carga según ha sido costumbre; y este auto se probeyó por aver intentado los Capitanes que las bodegas las pagasen los vezinos dueños del Cacao" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 38 vto. p. 76). La nueva riqueza

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es lo que atrae tantas invasiones marinas: es la fuente del rico botín que el Olonés le vende a Ogeron y éste revende con tanto éxito en Francia. Ya que, como señala Arcila Farías:

Hubo un momento en que Venezuela, por su producción agrícola, llegó a ser considerada la más próspera comarca española. Y no es de extrañar, pues el tabaco llamado Orinoco, procedente de Barinas y extraído en su casi totalidad por La Guaira y Puerto Cabello, gozaba de gran reputación; y en cuanto al cacao, era calificado, y se le calificaba aún, el mejor del mundo. El cacao venezolano valía casi tanto como el oro del Perú. En España llegó a valer hasta 80 pesos la fanega; y aunque la Compañía la bajó a 45, ésta seguía siendo una suma nada despreciable con la que un individuo de condición modesta, un estudiante o un amanuense, podía vivir cómodamente durante más de un mes (*). (Arcila Farías: Economía colonial de Venezuela, p. 248)

La baja del precio se debe a la competencia del fruto enviado desde Ecuador a México por el Pacífico. De todos modos, el cacao continúa siendo durante el siglo XVIII uno de las bases fundamentales de la economía venezolana.

-El desarrollo de la flota mercante venezolana

Un marinero en el marpinta diferentes cosaspinta claveles y rosasy dibujos en la playa.Tiene la rica esmeraldaun valor exorbitante.Es piloto calculante sobre su navegación,y en esto tengo razón:marinero es un diamante.

Décima de marinero.

Para comerciar con la codiciada almendra y con el tabaco y los cueros los colonos no pueden confiar en el sistema de flotas, que ha interrumpido su periodicidad desde 1654, y cuyas salidas se hacen cada vez más esporádicas hasta cesar de facto en 1713, cuando uno de los términos de la Paz de Utrech

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concede a la Compañía Inglesa del Mar del Sur el privilegio de la trata de esclavos con las colonias españolas, abriéndoles así el comercio con éstas y dando oportunidad para lo que con tal excusa será un floreciente contrabando de todo tipo de géneros.

Lo cierto es que, excluidos desde un principio de las escalas normales de dichas flotas, los venezolanos se las arreglan con los barcos sueltos o "de registro". Durante el auge perlífero, se separa de cada flota para comunicarse con la provincia de Margarita una nave llamada justamente "de las perlas". Ya en 1590 el Cabildo de Caracas solicita y obtiene de la Corona el envío de dos naves directamente a La Guaira. En 1604 Pedro de Fonseca Betancourt, con apoyo del Cabildo, obtiene la autorización para que una de esas naves sea la de propiedad del capitán Sebastián Díaz de Alfaro, construida en el litoral de Caracas. En repetidas oportunidades, el Cabildo apoya asimismo peticiones para que tal favor sea concedido por una vez, como sucede en la sesión de 5 de junio de 1604, cuando asiente a la petición de Don Agustín de Herrera y Roxas, vecino y encomendero de Indias, el cual, en recompensa de sus muchos servicios como pacificador de indios cumanagotos y sus batallas "contra cosarios e yngleses", y teniendo en cuenta que a Caracas "no biene navío ni flota como a vuesas mercedes consta", solicita licencia "para que yo pueda cargar el dicho navio en la forma referida, ansi en los reynos de España y en las yslas de la Gran Canaria y gosar por esta bes de la mercede de la dicha real sédula". En consideración a lo cual acuerda el cuerpo deliberante "que se le dé poder bastante al dicho don Agustín de Errera, conforme a la merced que su magestad yço a esta çiudad, para que pueda traer un nabío para una ves" (*). (Actas del Cabildo de Caracas, 1600-1605, T. II, p. 211).

Desde 1627 el auge de la exportación de cacao hacia México favorece la paulatina construcción de una flota local, armada en su mayor parte en Venezuela. En uso de la licencia para el arribo de las dos naves anuales, entre 1627 y 1650 zarpan de La Guaira 119 embarcaciones que recorren el Caribe hasta Santo Domingo, Puerto Rico y La Habana, venden productos locales, compran allí mercancías de las flotas y regresan tras haber tocado en algunos casos en Sevilla y en Cádiz. En la segunda mitad del siglo XVII, las salidas son más de 200, con cargas superiores a 322.000 fanegas de cacao; en su inmensa mayoría transportadas en naves de propiedad de venezolanos, quienes establecen un virtual monopolio del transporte de cacao con Mexico en el Caribe. En consideración de lo cual, concluye Eduardo Arcila Farías que la Gobernación de Venezuela tuvo la flota mercante propia más importante entre los dominios españoles en América(*). (Eduardo Arcila Farías: "Flota

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Mercante Colonial Venezolana" en: Diccionario de Historia de Venezuela, T. II. pp. 188-189)

-La creación de guardacostas para proteger el comercio

Para proteger este comercio es indispensable crear un cuerpo fijo de guardacostas. Y así, en Cabildo de 6 de abril de 1699, según reseña Oviedo y Baños "está inserta una Real Cédula fecha en Madrid a catorce de Junio de mil seiscientos Noventa y ocho, en que su Majestad manda, se labren dos embarcaziones para Guardacostas, para cuya fábrica aplica Su Majestad treinta y dos mil pesos de su Real aver, y para su manutenzión manda, que todo el Cacao de la Costa se transporte en estas dos embarcaziones, pagando a quatro reales por cada fanega" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 40. p. 79). Así, los previsivos colonos esperan el nuevo siglo, que ha de traerles otra conmoción suscitada por los asuntos de la metrópoli.

Mucho tiempo después, por la pérdida de seis de estas 18 embarcaciones de la flota mercante venezolana en cinco años con un cargamento de 200.000 pesos, atribuible a mal estado de los cascos y aparejos, entre el 30 de septiembre y el 3 de octubre de 1733 un Cabildo abierto acuerda en Caracas pedir al factor principal de la Compañía Guipuzcoana que se haga cargo de ese tráfico. Por apelación del Conde de San Javier y del Marqués del Toro, propietarios de las naves, sigue un enconado litigio ante el Consejo de Indias, cuya decisión anula la del Cabildo, y ordena además que se adopten providencias para garantizar el tráfico contra el asalto de los piratas y los riesgos del mar (*). (Arcila Farías: op. cit. p. 208). La amenaza pirática, por tanto, quebranta la economía del cacao y agrava los crecientes desacuerdos entre los comerciantes criollos y la Compañía Guipuzcoana. Se cierra así la centuria a la que nos referimos en la investigación sobre “La Piratería en el siglo XVII” convocada por la fundación Francisco Herrera Luque. A partir de ese momento, sin embargo, advienen acontecimientos decisivos para el destino del Caribe y de Venezuela, sobre los cuales versa la siguiente parte de esta obra.

3.-La Guerra de la Sucesión: 1700-1713

Para las potencias europeas no hay asuntos internos: todos, desde el desarrollo de su industria hasta sus problemas sucesorales, se vuelven ocasión de contiendas externas que a su vez golpean los lejanos dominios de América.

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Así ocurre cuando el enfermizo y ensimismado Carlos II, a quien sus peculiaridades atraen el sobrenombre de El Hechizado, fallece en 1700 sin descendencia, dejando por heredero del trono español a Felipe de Anjou, el segundo de los nietos de Luis XIV, quien será el futuro Felipe V de España. Luis XIV acepta este testamento; con ello pone en su contra a toda Europa, empavorecida ante la fuerza que supone tan estrecha unión entre potencias continentales y marítimas de semejante talla. El Emperador Leopoldo reivindica la herencia del trono para su segundo hijo, el archiduque Carlos; Holanda, Inglaterra y Austria se unen contra los franceses. La disputa dinástica se convierte en bélica: sobre los súbditos de los aspirantes a herederos se desata una nueva, prolongada y ruinosa guerra. Antes de enviar a su nieto Felipe de Anjou a ocupar el disputado trono, Luis XIV le redacta unas instrucciones que prefiguran la restauración del absolutismo en España bajo la égida de los Borbones. Pues el Rey Sol, recordando su amarga postergación bajo la tutela de Mazarino, advierte al aspirante en un párrafo final que es casi una aforística autobiografía:

Concluyo con uno de los más importantes consejos que puedo daros: no os dejéis gobernar; sed el amo; no tengáis jamás favoritos ni primer ministro; escuchad, consultad a vuestro Consejo, pero decidid solo; Dios, que os ha hecho Rey, os dará las necesarias luces mientras tengáis buenas intenciones(*).(Luis XIV: Mémoires de Louis XIV, p.256).

Así se forma en 1701 la gran alianza de la Haya, en la cual participan Portugal, Saboya, Inglaterra, Austria y Holanda para sostener los derechos de Carlos, el hijo del Emperador germánico que se hace llamar Carlos III de España. Ya en 1703 Francia comienza a sufrir serias derrotas. La guerra entra en su propio territorio: en 1708 es invadida por el Norte. Felipe V afirma su posición en el trono en 1710 con la victoria de Vendôme. Ya para ese momento, Luis XIV implora en un proyecto de arenga dirigido al reino que "ahora que todos los recursos están casi agotados, acudo a vosotros para pedir vuestros consejos y vuestra asistencia en este encuentro del que depende nuestra salvación" (*). (Mémoires... p. 260). Pero el conflicto se prolonga todavía sin solución a la vista, hasta que en 1711 muere el emperador José I de Austria y lo sucede Carlos de Austria, quien también es pretendiente al trono de España. Holandeses e ingleses ya no encuentran ventajas estratégicas en prolongar de una contienda que, de desalojar a Felipe V, indefectiblemente favorecería a la Casa de Austria.

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Por tanto, el largo conflicto europeo cede en 1713, cuando Francia, Gran Bretaña, Holanda, Portugal y Prusia firman el tratado de Utrech. Dicho pacto reconoce a Felipe V el trono español, pero el soberano renuncia a toda pretensión al de Francia y cede derechos territoriales en Italia. Es la paz en Europa, pero no en la misma España, en donde Cataluña resiste hasta 1714. El Rey Sol se extingue en 1715, arrepentido de haber dilapidado en el ruinoso conflicto la economía y el prestigio de su reino. Lo sucede su biznieto Luis XV, quien, como su antecesor, hereda el trono a los cinco años de edad; al igual que aquél, estará largo tiempo subordinado a un regente, ésta vez el Duque de Orleans.

La gran ganadora de la paz de Utrech es Inglaterra. Obtiene de España el peñón de Gibraltar, que le confiere la llave del Mediterráneo; recibe la isla de Menorca en las Baleares, y el reconocimiento de gran parte de sus conquistas caribeñas. De los franceses obtiene Terranova y Acadia o Nueva Escocia y parte de la bahía de Hudson. De acuerdo con lo dispuesto en dicho tratado, también la Corona española, por Real Cédula de 13 de marzo de 1713, autoriza a los mercaderes ingleses a mandar anualmente un navío de 500 toneladas a los puertos americanos del Atlántico directamente desde Inglaterra, con exención de derechos para las mercancías que acarrea. La Compañía Inglesa del Mar del Sur obtiene el privilegio del asiento de la trata de esclavos. Es la pérdida parcial del antiguo monopolio del comercio español sobre sus colonias.

La Guerra de la Sucesión es aprovechada por numerosos filibusteros para continuar, ahora munidos de una patente de corso, las depredaciones interrumpidas por la paz de Ryswick. Los franceses, alentados por sus recientes correrías en el Caribe, tienen buena parte en ellas. Más de un millar de filibusteros se establecen en 1706 en Martinica, desde donde apoyan a las flotas francesas y hostigan a las británicas, azotando las costas de Virginia, Nueva Inglaterra e incluso las de Guinea y el Mar Rojo. Sólo algunos tienen patente de corso; varios incluso asaltan a los barcos franceses. Haring reconoce que "por modo especial, después del Tratado de Utrecht sobrevino una recrudescencia en la piratería, tanto en las Indias Occidentales como en las Orientales, y hubieron de transcurrir diez o más años para que los filibusteros fuesen por fin eliminados" (*).(Haring: op. cit. p. 261-262) Pero los nuevos forajidos no sólo amagan las costas de Virginia y de Nueva Inglaterra: las toman como bases con la complacencia de las autoridades, incluyendo los puertos de Nueva York y de Rhode Island, y desde ellos barren

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el Caribe hasta el litoral venezolano. Clinton estima que hacia el clímax de la piratería, en la primera mitad del siglo XVIII, llegaría a haber de mil a dos mil de ellos; quizá 5.500 en total. (*) .(Clinton: op. cit. p. 10)

Mientras se estrenan al mismo tiempo el siglo XVIII y la Guerra de la Sucesión española, las potencias antagónicas se esfuerzan por trasladar el conflicto al Nuevo Mundo o por lo menos por transtornar decisivamente el equilibro del poder en éste. Tales tentativas quedan frustradas. Pues como señala Céspedes del Castillo:

Los gobernantes ingleses del Caribe trataron, mediante cartas e intrigas, de convertir el conflicto en una guerra civil en América, como llegó a serlo en la Península, pero no lograron su objetivo; tan solo en Venezuela tomó cuerpo una conspiración para sumar aquella gobernación a la causa del archiduque Carlos, aunque fracasó. Las Indias permanecieron monolíticamente unidas bajo su rey Felipe V, y tanto en lo que se refiere al clero como a los funcionarios reales no existió el menor indicio serio de división o desunión. La guerra en el Caribe, único escenario de operaciones americano, fue favorable a los españoles y a sus nuevos aliados franceses. Jamaica se defendió eficazmente, aunque con gran dificultad, y las colonias inglesas y su comercio padecieron mucho a consecuencia de los éxitos de corsarios franceses y españoles; el ataque a los galeones españoles en aguas de Cartagena de Indias (1708) constituiría el único éxito inglés destacable. La importancia de la guerra de Sucesión en América no radicó en los aspectos bélicos o diplomáticos, sino en el plano comercial. El asiento para la importación de negros en las Indias fue concedido en 1702 a la Compagnie de Guinée, quedando protegido y en manos del aliado francés todo el tráfico trasatlántico. El despacho de buques desde España hasta las Indias alcanza sus mínimos absolutos en 1701-1714; sólo cuatro pequeñas flotas y algunos azogues o buques con carga de mercurio se despacharon a Veracruz durante la guerra, y únicamente un convoy de galeones a Tierra Firme; todos llevaron escolta naval francesa para eludir el bloqueo británico (*). (Guillermo Céspedes del Castillo: América Hispánica (1492-1898), Editorial Labor, Barcelona, 1985, p. 276).

Y en efecto, las autoridades españolas tratan de asegurarse oportunamente la lealtad de las Indias. A tal fin multiplican las advertencias como la que el lO de noviembre de l7OO dirige la Reina al Gobernador y Capitán General de la Provincia de Caracas, previendo la próxima muerte del Rey Carlos II y

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quizá la inminente guerra de Sucesión, en el sentido de que "...debeis estar con particular vigilancia y recato expezialmente en los Puertos y fortalezas de vuestro Govierno para que las naciones extrangeras no logren, o por fuerza, o por industria alguna imvasión en esas Provincias" (...)(*). (Santiago Gerardo Suárez: Fortificación y defensa, pp. 94-95.) La conspiración de la que habla Céspedes es un curioso complot a favor del pretendiente Carlos, en el cual intervienen religiosos jesuitas como enlaces de agentes holandeses, pero este solitario intento de disidencia no tiene mayores efectos (*). (Arauz Monfante: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII, pp. 135-139).

Al temor del asalto corsario se añade el inconveniente del aislamiento. Enfrascada en la contienda, España olvida a sus provincias menos ricas. Algunos historiadores exageran la incomunicación resultante. Gil Fortoul afirma que "en los quince años corridos de l706 a l721, no llegó de España ni un solo barco mercante a La Guaira, Puerto Cabello y Maracaibo" (*).(Historia Constitucional de Venezuela, T. I. p. 131). Eduardo Arcila Farías demuestra que, por el contrario, entre 1701 y 1720 llegaron a La Guaira seis buques directamente de Sevilla; que de 1701 a 1718 arribaron 19 naves desde Canarias, y que hasta 1719 inclusive anclaron en dicho puerto 170 embarcaciones con registros de Veracruz, Canarias, Sevilla, Santo Domingo y otros puertos españoles caribeños, de Curazao y de las posesiones francesas, ellosin contar las naves que tocaban de paso para tomar carga o las negreras -cuya entrada no se registraba, pero sí su salida- en cuyo caso el total asciende a 282 buques que zarpan sólo del puerto guaireño (*). (Arcila Farías: Economía colonial de Venezuela, T. II. p. 227) La disminución del contacto directo con las naves de la metrópoli trae consigo la imperiosa necesidad de recurrir cada vez más a la flota mercante venezolana y a las de otras colonias, así como al contrabando realizado con la complicidad de vecinos y autoridades y siempre bajo el riesgo de los ataques piratas. Los americanos sienten que están cada vez más librados a sus propios medios en lo relativo al comercio y a la propia defensa, como lo demuestran los episodios que reseñamos a continuación.

-Los piratas atacan a los indígenas y a las autoridades en el Orinoco en 1701

El 1 de mayo de 1701 los tripulantes de un bergantín pirata que arriba cerca del Orinoco se embarcan en lanchas y asaltan a unos indígenas arawakos que

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salen en tres piraguas por la desembocadura del río. Dos de ellas escapan; la otra es capturada, sus remeros se salvan a nado y uno de ellos resulta herido. El gobernador don Francisco Ruiz de Aguirre organiza con toda premura una fuerza de 70 indígenas y el 17 del mismo mes los envía al mando del capitán Diego de Torres para vigilar los movimientos de los invasores; éstos los rechazan a cañonazos.

Ruiz de Aguirre alista entonces una fuerza mayor, pero mientras tanto los indios arawakos se alían con algunas tribus de caribes y caen sobre los piratas cuando éstos desembarcan para cortar madera. Varios de los invasores mueren flechados, otros caen por los tiros de una escopeta francesa apuntada por un diestro caribe. Los sobrevivientes escapan a nado hacia el bergantín. Este dispara varios cañonazos para alejar a los atacantes, y huye a todo trapo (*). (Saiz Cidoncha: op. cit. p. 363)

El invasor no deja tarjeta de visita. Para la época, Portugal, Holanda, Saboya, Austria e Inglaterra están involucrados en los asuntos españoles sosteniendo la candidatura de Carlos III. El navegante puede ser un corsario de cualquiera de ellos, o un simple filibustero que actúa por propia cuenta. Seguramente la madera que corta es la del mangle, abundante en el Delta y muy preciada por su resistencia a la humedad; la mortífera escopeta, uno de los largos fusiles bucaneros de afamada precisión, seguramente introducido en la zona por otro contrabandista.

-Un bergantín corsario de Santo Domingo apresa a una fragata corsaria holandesa y combate contra siete traficantes holandeses en 1701

A medida que avanza el siglo XVIII, los americanos recurren cada vez más a la autodefensa del corso. Apenas iniciado 1701, un bergantín corsario de Santo Domingo persigue a una fragata holandesa de 24 cañones, hasta que ésta encalla en la costa de Venezuela. Una fragata es una nave de considerable desplazamiento y de buena andadura; dos docenas de cañones constituyen una respetable dotación artillera: seguramente la nave es también un corsario que lleva a cabo su guerra particular contra España. Pero la costa venezolana está plagada de naves de traficantes holandeses: siete de éstas -entre ellas un bergantín y dos balandras de gran calado- se juntan rápidamente y a su vez persiguen al bergantín dominicano, lo ponen en fuga y se apoderan del cacao y los cañones de la fragata varada. El perseguido bergantín encalla en los arrecifes del puerto de Piraguas; en el naufragio mueren cuatro corsarios.

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El gobernador de Venezuela Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo informa a la Corona del incidente, y expresa su preocupación por la amenaza que representan las actividades de los contrabandistas, "ya que de declarar las guerras Yngleses y Olandeses estas costas vien molestadas de los Olandeses y cometeran en ellas muchos robos y tiranias por ser mui practicos de sus puertos y saver los caminos de las haciendas de cacao de la costa que son las mas considerables de esta provincia y traficarse todo el cacao en barcos del puerto de la Guayra" (*). (El gobernador de Caracas da cuenta a V. M. de como siete embarcaciones Olandesas que estaban comerciando en los puertos de aquella costa se unieron y dieron caza a un vergantin de Corso de la Ysla Española de Santo Domingo hasta hazerla varar y representa a V.M. que en caso de haver guerras con Yngleses y Olandeses haran los olandeses gravisimos daños en aquellas costas, y pide a V.M. se sirva mandar en este lanze navios de guerra que los auyenten y corran. A.G.I. Santo Domingo, leg. 695, cit. en Arauz Monfante: El contrabando holandés... pp. 139-140).

El hecho de que siete embarcaciones holandesas hayan podido unirse con tal celeridad contra un rápido bergantín demuestra que la costa venezolana está infestada de ellas; el que lo pongan en fuga, certifica que están bien armadas y diestramente tripuladas. El estado de guerra entre España y Holanda suscita la presunción de que los maniobrables veleros actúan en una ambigua condición de corsarios y contrabandistas, que es la que despierta los recelos del gobernador Nicolás Ponte. Pronto se harán sentir otras incursiones, en un plan aun más beligerante.

-Nueve naves corsarias holandesas apresan a las naves de cabotaje en aguas de Trinidad en 1702

Y en efecto, los holandeses han olvidado el tremendo revés de la destrucción del fortín y de la flota del almirante Binckes en Tobago cerca de Trinidad, y navegan como amos y señores por esas aguas. El 4 de noviembre de 1702 el gobernador de Trinidad Francisco Ruiz de Aguirre informa al Rey que nueve buques corsarios de Curazao han capturado y destruido varias embarcaciones de comercio costero. En razón de lo cual incita al monarca a apoderarse de la base neerlandesa "no con tinta y papel o razones si no con polvora y balas y con quatro mill hombres veteranos de los que estan exercitados por alla porque los de por aca o sea por malizia o poco animo todo es dificultades e imposibilidad de execuciones" (*). (AGI. Santo Domingo, leg. 582, cit. por Arauz Monfante: op. cit. p. 140).

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Fácil es proponer tales planes con tinta y papel. La situación no ha variado desde los tiempos de Ruy Fernández de Fuenmayor, ni en los ambiciosos proyectos ni en la flojedad de ánimos para acometerlos. Por otra parte, mal puede distraer flotas Felipe V, acorralado en el ruinoso conflicto contra Inglaterra, Holanda y Austria. Los corsarios holandeses barren impunemente el litoral venezolano.

-Una balandra corsaria anglo-holandesa captura una fragata de registro en Araya en 1702

Y así, se multiplican las escaramuzas de la guerra de los corsarios. En octubre de 1702 una balandra con tripulantes holandeses e ingleses entra en la rada cercana a Araya luciendo engañosa bandera francesa y con el pretexto de que trae correspondencia de Francia. Una vez adentro, aborda a una fragata de registro que transporta 1.500 cargas de cacao al puerto de Veracruz y huye con ella. La sorprendida guarnición del fuerte de Santiago de Arroyo de Araya les dispara tardíos e inútiles cañonazos(*). (José Ramírez de Arellano al Rey, Cumaná, 7 de diciembre de 1702, AGI. Santo Domingo, leg. 596, cit. por Arauz Monfante: op. cit. p. 140).

Una balandra es un modesto velero con un sólo mástil y dos velas, foque y mayor; revela la pericia de los corsarios el que con ella asalten a una fragata, nave de regular porte, y el que lo ejecuten con tal rapidez a la vista de la guarnición del castillo. Llama también la atención la facilidad con la cual la alianza europea se replica en la liga de las tripulaciones corsarias: holandeses e ingleses olvidan el furor con el cual se disputaron los mares en tiempos de Cromwell, para caer ahora sobre la presa común.

-Los corsarios holandeses desembarcan en La Guaira en 1702

La sucesión de temidas visitas prosigue. En l702, un grupo de holandeses desembarca al este de La Guaira. Acude a rechazarlos don Francisco Felipe de Solórzano, marqués de Mijares, caballero de la orden de Alcántara y jefe de la trinchera de Agua-Negra. Va al mando de su propia compañía y junto a la de su hermano don Pedro. Tras breve combate, los holandeses reembarcan y se hacen a la vela.

-La nave de Pedro de Febles realiza una arribada forzosa a La Guaira en 1702 tras ser perseguida por corsarios

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En mayo de 1702 arriba a La Guaira un velero comandado por Pedro de Febles, que había salido de Canarias para pescar, topó con corsarios moros que lo persiguieron durante dos días, y debido al cambio de rumbo hizo escala en Trinidad para finalmente echar anclas en el litoral central. Alegando no tener medios para comprar vituallas y otros bastimentos, y ser inadecuada la nave para atravesar de vuelta el océano por tener quilla corta y escasas velas, el capitán Febles solicita licencia para venderla (*). (Solicitud de Pedro Febles en 1702, Col. de Doc. Diversos, t. II-1 f. 405. A.N.C. cit. por Arcila Farías: op. cit. T. II p. 198).

Y en efecto, el viaje de regreso no es tan simple como parece: si elige la vía más corta, el capitán Febles tendría en contra los mismos vientos y las corrientes que lo empujaron hacia la costa venezolana; si sigue la vía más utilizada, debería realizar un largo crucero a favor de los vientos por el golfo de Honduras y el de México, y salir al Atlántico Norte por el canal de las Bahamas, navegación riesgosa y larga para un barco no adaptado para travesías de ese género y en mares que hierven de filibusteros y de enemigos holandeses e ingleses.

-La Gobernación de Venezuela expide patente de corso para José López en 1702 y el marqués de Mijares en 1703, y arma una piragua corsaria

Desde los tiempos de los Reyes Católicos había mantenido España una política contraria a la expedición de patentes de corso. Tras la derrota de la Invencible Armada en 1588, Felipe II expide algunas con carácter de excepción. Forzado por la mengua de su poderío en el mar el Rey Felipe V, en vista del Estatuto de 1674 y mediante Real Cédula de febrero de 1701, otorga a los residentes de Indias el derecho de salir en corso contra enemigos piratas y comerciantes extranjeros. Valiéndose de tal norma, José López introduce ante el Gobernador de Venezuela en 1702 una solicitud de patente de corso, a cuyo efecto aduce disponer en La Guaira de una embarcación "de buen porte artillada y amunicionada", alegando además estar ejercitado en este tipo de navegación en el curso de cinco campañas (*). (Solicitud de patente de corso de Joseph López en 1702. Col de Doc. Diversos, T. II-1, 434. A.N.C. cit. por Arcila Farías: op. cit. p. 200). Las condiciones de la patente reservan un tercio de la presa para la Corona, y el resto para el captor.

La patente es concedida, y aunque no hay informes sobre la suerte que tuvo José López en el uso de ella, su otorgamiento marca una nueva fase en la defensa de las costas venezolanas contra los merodeadores del mar. Ya no es

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necesario esperar la problemática cercanía de las flotas españolas o la retardada creación de armadas de resguardo: los particulares se arman y salen por su cuenta a cazar a los cazadores. Cuando se expide la patente de corso a López en 1702, todavía es gobernador el maestre de campo don Nicolás Eugenio de Ponte y Hoyo, caballero de la orden de Calatrava. Dicho funcionario arma una piragua corsaria, que pone al mando de Simón de Lara, quien apresa varias pequeñas balandras holandesas. En 1703 concede patente a Francisco Felipe de Solórzano, marqués de Mijares y veterano defensor de La Guaira, para armar en corso un queche y dos balandras. Hacia la misma fecha empieza a operar en Cumaná otra embarcación corsaria armada por el sargento mayor Francisco de Figueroa de Cáceres; aparentemente se refiere a ella el Gobernador de Cumaná cuando informa que sus corsarios han hecho dos presas que, al ser rematadas, han producido 3.827 pesos en concepto de quinto real para la Real Hacienda (*). (Lucena Salmoral: Piratas, bucaneros... pp. 258-259).

El gobernador Nicolás Eugenio de Ponte, que tan animosamente reparte patentes de corso y arma piraguas corsarias, debe su cargo a una donación de 16.000 pesos escudos a las arcas reales. Es una práctica cada vez más utilizada, a la que obliga el estado de ruina del fisco español, pero que comprensiblemente incita a los funcionarios a tratar al cargo como cosa comprada y como medio de reponer su inversión. El funcionario es hombre polémico, a quien algunos testigos atribuyen carácter galante y enamorado; las malas lenguas lo suponen bajo un hechizo lanzado por la india Yocama de Tacagua, y el Cabildo lo diagnostica víctima de enfermedad mental, fundándose en la cual lo depone mediante controvertida decisión de fecha 17 de noviembre de 1704. Tras estas acusaciones pintorescas hay una cuestión de fondo: el oficial es partidario del archiduque Carlos de Austria, mientras que las autoridades lo son de los Borbones y de Felipe de Anjou (*). (Letizia Vacari San Miguel: Sobre gobernadores y residencias en la Provincia de Venezuela, siglos XVI, XVII, XVIII; Academia Nacional de la Historia, Caracas 1992, p. 118). La deposición casi provoca una batalla campal entre los alcaldes gobernadores designados por el Cabildo para sucederlo y el maestre de campo don Juan Félix de Villegas, quien aspira también a sustituir al infortunado mandatario(*). (Sucre: op. cit. p. 197). Quizá las depredaciones de holandeses e ingleses, sobre las cuales escribió con tanta preocupación al Rey, han ayudado a conturbar su ánimo. Discretamente, José de Oviedo y Baños reseña

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la situación indicando que para el año de 1704 "El Governador y Capitán General era Don Nicolás Eugenio de Ponte, pero por enfermo, y en virtud de la facultad de Alcaldes Governadores aprovaron las elecciones los Alcaldes antezedentes, y en éste algunos Meses después los Alcaldes exercieron la facultad de Alcaldes Governadores" (*). (Oviedo: op. cit. fol. 43, p. 85).

-Un corsario inglés captura indígenas de Guaranao en 1705

Desde que Inglaterra interviene en la Guerra de la Sucesión española, corsarios y piratas británicos merodean en las costas americanas buscando presas para revenderlas en sus bases en Nueva Inglaterra, es decir, en las colonias de la costa atlántica de América del Norte. Los asaltantes caen de improviso y es a veces inútil la paciente vigilancia que montan los colonos y los indígenas.

Así, según cuenta el capitán indígena Juan Matías Sánchez, "estando el declarante (como Capitán que en la ocasión era del Pueblo de Señora Sta. Anna donde es natural) con otros doze Indios y un muchacho en el Puerto que llaman del Guaranaro por guardar vigía del por que estaban en el dho Puerto dos Balandras divididas una de la otra siendo como después se vio la una de Corzarios Ingleses y la otra donde venía el dho D. Franco. Andrés de Meneses quien les envió a avisar desde a Vordo de su Valandra en una Lancha que estuviesen con cuidado por que la otra embarcazion que allí estava era de Ingleses y pudiera hacerles algun daño y el tal aviso fue al venir del día; y luego dentro de media ora estando el declarante almorzando con los otros Indios de su cuadrilla se hallaron sercados de mas de cincuenta hombres Ingleses con escopetas y Alfarxes que no les dieron lugar a coger sus arcos y flechas y los amarraron menos al declarante con unas cuerdas que traían persevidas y los llevaron así amarrados a Bordo de su Valandra aviéndoles cortado... las cuerdas de los arcosy matádoles dos Bestias Mulares y como a las diez del dia vino a Bordo de dha Valandra Inglesa el dho Capitán D. Franco. Andrés y estubo ablando con los Ingleses sobre que los volvieran a soltar y echar en tierra y los dhos Ingleses dezian que no querían que los avían de llevar a Inglaterra para venderlos; y viendo el dho Capitán Franco. Andrés el rigor de los dhos Ingleses y teniéndoles las Armas trató de resgatarlos al declarante y a sus compañeros y dio por ellos porzion de plata y Arina, con cuya diligencia los sacaron de abajo de la escotilla, donde los habían metido amarrados y los soltaron y se los entregaron al dho Capn. Andrés quien en su lancha los llevó a tierra y les dio algunas cosas que comer y agua de que quedó el declarante muy agradezido y sus compañeros los cuales se acuerda

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de loss nombres de algunos de ellos que son de Matheo Ramón-Agustín Guara- Gabriel Vizente- Franco. Aular- Juan Franco. Sanchez- Franco. Toyo que ya murió- y otros dos que también an muerto- y Bernavé Bentura que es vivo y no se acuerda de los nombres de los otros y que esto es lo que pasó según se acuerda y es la verdad"(*). (RPC. Expedientes sobre tierras, Información tramitada en Coro por el capitán D. Francisco Andrés de Meneses, vecino de Caracas, 1717, cit. en Carlos González Batista: Historia de Paraguaná; pp. 114-115).

El compasivo capitán don Francisco de Meneses, "movido del Real Servicio" tiene así que desembolsar "mill y Dozientos pessos que entrego y pago en dinero y algunas arinas a los dichos Inglessescon cuya diligencia libro a los dichos indios" (* ). (Ibídem: p. 114). Se entiende que la amenaza de "llevar a Inglaterra para venderlos" debe referirse a las colonias norteamericanas de Nueva Inglaterra, cuya economía se basa cada vez más en la esclavitud.

El desenlace feliz del incidente no debe hacernos pasar por alto algunos detalles significativos. Siendo la tripulación de la nave corsaria numerosa y bien armada, llama la atención que no emprenda el abordaje contra la balandra de don Francisco Andrés de Meneses, anclada en el mismo puerto. Este último no debe tener ni armamento ni tripulación equiparables, pues no intenta el rescate por la fuerza, pero tampoco inicia la inmediata retirada aconsejable ante un enemigo que dispone de más de medio centenar de hombres armados con escopetas. Tampoco omite la huida por ignorancia: conoce perfectamente la nacionalidad, las intenciones y la capacidad ofensiva del inglés, pues las avisa oportunamente a los desprevenidos indígenas. Alguna confianza debe tener Meneses en el merodeador, pues "a las diez del día vino a Bordo de la dha Valandra Inglesa", regatea el rescate de los secuestrados y lo paga con la seguridad, no sólo de que éstos recibirán la libertad, sino también de que los captores no cerrarán el incidente apoderándose de la suma pactada, de los indígenas y del propio capitán Meneses y su balandra, conforme es la práctica pirática corriente.

El buen término de las negociaciones hace presumir algún entendimiento entre corsarios y colonos españoles de Coro, que no es extensivo a los indígenas porque los primeros los consideran simple mercancía humana. Muchos otros contactos de la igual índole deben acontecer en la zona, sin que quede registro de ellos cuando no están acompañados de episodios violentos.

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-Una nave holandesa vara en Coche en 1706

Desde que los holandeses intervienen en la Guerra de la Sucesión española, también cubren con sus correrías los mares de la Provincia de Margarita. Prueba de ello es el hecho de que el 10 de febrero de 1708 el gobernador de Margarita don José de Alcántara informa a la Corona española que con lo rescatado de una nave holandesa que encalló en los bajos de Coche, pagó la reparación de "las caras de tres cortinas y los frentes y flancos de dos baluartes del Castillo de Pampatar, fuerza principal de esta isla, que por falta de medios están todas en el suelo manteniéndose sólo con el terraplén y que necesita hacerle explanadas a la artillería pues por su falta se rompió una cureña al hacer la salva al nacimiento de mi príncipe"(*). (Marcos Dorta: Materiales para la Historia de la cultura venezolana, p. 112).

Los efectos rescatados han de ser considerables para que con ellos se pueda pagar la reparación de la fortaleza. No hay noticias del nombre de la nave varada, del destino de su tripulación ni de la fecha exacta del accidente: éste no ha de ser demasiado anterior a las reparaciones, pues el mar habría dispersado o destruido las mercancías y aparejos del pecio.

4.-Intensificación del contrabando a principios del siglo XVIIIAllá va un barco a la velacon un marinero en popa,divisando a Cartagenacon un clavel en la boca.

Canción tradicional venezolana.

Mientras tanto, prosigue y se incrementa el rutinario contrabando entre lugareños y neerlandeses. Y así, en 1704, a tiempo que los alcaldes se apresuran a suceder al infortunado gobernador Eugenio de Ponte y Hoyos, fray Diego de Cumchillos dirige al Rey un informe en el cual se queja de que "Hállase el trato y comercio tan introducido entre españoles y olandeses que hasta aqui asido continuado en los puertos della costa de esta Provincia con tal desenvoltura como si fuera permitido" (*). (Arellano Moreno: Orígenes de la economía venezolana, p. 172). Boogaart, Emmer, Klein y Zandvliet conjeturan que el 20% de las exportaciones de cacao se realizaron hacia Holanda a través de Curazao, y no hacia España; y señalan que desde dicha Antilla se introducían al continente textiles, víveres no perecederos, alcoholes

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y esclavos, de los cuales entraban entre 1675 y 1700 una media de 2.000 por año, y entre 1700 y 1725, unos 600 anuales(*). (La expansión holandesa en el Atlántico, p. 188). El contrabando influye así decisivamente, no sólo en la estructura económica sino además en la configuración demográfica de la colonia.

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-El alcalde Juan Jacobo Montero de Espinoza expulsa a los contrabandistas holandeses de Tucacas en 1710

Los holandeses en efecto cubren con incursiones desde su vieja querencia de Guayana, donde trafican regularmente tabaco, esclavos y otros géneros, hasta el Cabo de la Vela, pasando por el litoral central y las costas de Puerto Cabello y Tucacas. En este último sitio avanzan hacia una nueva fase en su expansión: la del enclave permanente. En él erigen una ranchería y una sinagoga, crían ganado y empiezan la construcción de un fortín. Su líder Jorge Cristian se hace llamar "marqués de las Tucacas". Para financiar el asentamiento, contrabandean cueros, corambre, tabaco, plata, oro, esmeraldas, esclavos y cacao, del cual trafican más de doce mil fanegas al año, según estima el alcalde ordinario de Coro Juan Jacobo Montero de Espinoza. Enterado de los inquietantes detalles del asentamiento, dicho alcalde lo ataca en 1710 acompañado de ciento cincuenta indios flecheros, derriba las edificaciones y da muerte al ganado, pero no puede completar su obra contra los contrabandistas de algunos islotes cercanos, pues estos cuentan para su defensa con balandras armadas (*). (Arauz Monfante: El contrabando holandés... p. 194). Los merodeadores han elegido bien su guarida. Tucacas no sólo es un puerto natural resguardado por la punta del mismo nombre; además queda contiguo a Morrocoy. Hemos pilotado balandros por su intrincado sistema de estuarios, laberintos de mangle, bancos de arena y arrecifes coralinos, perfecto refugio para los conocedores de la zona y trampa mortal para el novato. Desde ellos el velerista puede refugiarse en poco tiempo en Cayo del Sur, Cayo del Medio, Cayo del Norte, Cayo Sombrero, Cayo de Sal o Cayo Borracho y alcanzar Bonaire o Curazao tras una noche de navegación. Todo ataque contra el enclave en Tierra Firme es inútil mientras no se disponga de naves ligeras artilladas para peinar este enmarañado litoral. -El gobernador José Francisco de Cañas organiza el resguardo naval, el corso y la captura de contrabandistas a partir de 1711 El gobernador inmediato, el caballero del hábito de Santiago José Francisco de Cañas, al encargarse de su mandato en 1711 encuentra a la Provincia minada de contrabandistas. Según la dudosa costumbre de la época, Cañas asegura su cargo mediante una donación de 10.000 escudos a las Arcas Reales (*). (Vaccari: Sobre gobernadores... p. 120). Al llegar al puerto de Ocumare, divisa ocho balandras holandesas, que huyen al aproximarse la

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flotilla comandada por el corsario español Miguel Henríquez. No le hace falta más a Cañas para comprender la situación y adopta remedios extremos: arma embarcaciones menores de resguardo empleando 400 hombres, instala guardias en el litoral y en los caminos, practica arrestos, inicia minuciosas pesquisas sobre el tráfico(*). (Arauz Monfante: op. cit. pp 145-147).

No contento con ello, Cañas participa personalmente en las arriesgadas operaciones de resguardo, que se realizan en pequeñas piraguas. En 1711 tiene noticias de que varios españoles contrabandean en Curazao, arma en corso una piragua, persigue a la lancha de los contrabandistas, la aborda en Patanemo cuando éstos descargan fardos de ropa de una balandra curazoleña de Mateo Cristián, y detiene a un neogranadino, un venezolano y cuatro holandeses. Tras obtener la confesión, como explica el Gobernador al Rey en carta fechada en Caracas el 28 de diciembre de 1711 "conviniendo al servicio de V.M. y remedio de tan pernizioso comerzio hacer un ejemplar castigo en los susodichos, para escarmiento de todos, después de substanziada y fenezida la causa segun derecho y con el parezer de dos abogados que ai en esta ciudad, los condene a pena de muerte que se ejecuto el dia siette de septiembre pasandolos por las armas por no haber verdugos, sin haberse admitido la apelacion que interpusieron"(*). (AGI Santo Domingo, leg. 751, cit. por Arauz Monfante: op. cit. p. 147)

-Los corsarios venezolanos Miguel Ramos y Simón de Lara capturan nueve balandras holandesas y una piragua margariteña captura la nave holandesa de Mathias Exticem en 1711

Cañas además organiza el corso contra los contrabandistas fundándose en las Reales Ordenanzas de 1674 y en la política de Felipe IV que reactiva esta práctica largamente en desuso en el mundo hispánico. La pesca es abundante. En los primeros cuarenta días de acecho dos piraguas armadas por Pedro Reynaldo y comandadas respectivamente por Miguel Ramos y Simón de Lara capturan nueve balandras neerlandesas con alijos de cacao y ropas. Los holandeses responden capturando las pequeñas embarcaciones de cabotaje que llevan el cacao a La Guaira. Así, la balandra "La Justicia de Curazao", al mando del capitán Mathias Exticem, apresa dos naves con cargamento de cacao cerca de dicho puerto, y a su vez es abordada por una piragua corsaria de Margarita, con patente expedida por Cañas. Sus tripulantes capturan la balandra y dan muerte en combate a varios holandeses. El Gobernador se enorgullece de que gracias a sus rigurosas medidas durante 23 meses de su administración se exportan a Nueva España 60.000 fanegas de cacao, mientras

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que en los dos años precedentes sólo se habían remitido 31.598 fanegas del producto (*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 149).

Pero su rigor levanta quejas, así como la enconada oposición de algunos cabildantes y comerciantes ricos. Sus enemigos lo acusan de organizar carreras de gatos y decapitar a caballo pollos enterrados, de jugar carnaval con agua y azulillo, de raptar a una joven durante las Carnestolendas, de tener antipatía hacia eclesiásticos y clases altas de la sociedad y de haber nombrado a miembros de éstas como justicias y corregidores en el interior sólo para alejarlos de Caracas. El Ayuntamiento de esta ciudad lo denuncia ante el Rey porque "en siendo vecino, aun a los que no tenían delito ninguno, se les molestaba, se les castigaba, atropellaba, encarcelaba y maltrataba sin más justificación que la mera suposición y lo que le dictaba su intrépido y cruel natural" (*). (Sucre: op. cit. pp. 209-211). Cañas es finalmente depuesto de su cargo por orden del monarca y sometido a prisión. En Madrid confiscan sus bienes, lo degradan del hábito de Santiago y lo condenan a muerte. El indulto general concedido por el nacimiento del príncipe don Carlos lo salva del verdugo, pero no de morir poco después en la miseria (*). (Sucre: op. cit. pp. 212-213).

Su sucesor, el sargento mayor don Alberto Bertodano y Navarra, gobernador y capitán general de Venezuela entre 1715 y 1716, al ocupar su cargo designa al marqués de Mijares teniente general de la Provincia, y nombra cabos a guerra y jueces de comisos a cada uno de los hacendados de las costas en su respectiva zona, para "de esta manera embarazar el trato con extranjeros". Al mismo tiempo, a fin de ofrecer a los lugareños la alternativa del comercio legal con su cacao, dispone "que se abra feria, por estar pronto a salir el navío de registro que va a España" (*). (Sucre: op. cit. p. 217).

-Francisco de la Rocha Ferrer apresa la balandra contrabandista de Bernardo Guillén en 1716

En 1716, Francisco de la Rocha Ferrer navega con su pequeña embarcación por la barra del Lago de Maracaibo; divisa una balandra que le parece sospechosa, la persigue, la aborda y detiene en ella al comerciante y presbítero Bernardo Guillén, quien navega con un alijo de géneros adquiridos en Curazao, donde tiene como asociado a su familiar el padre agustino Fray Agustín de Caicedo. La captura pone a Rocha Ferrer sobre la pista de una organización de contrabandistas, a quienes captura y remite prisioneros al castillo de San Juan de Ulúa (*). (Francisco de la Rocha Ferrer al Rey,

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Maracaibo 19 y 30 de mayo de 1716, AGI, Santo Domingo, leg. 652, cit. en Arauz Monfante: op. cit. p. 102) La codicia no respeta condición social ni religiosa.

-El pirata Edward Teach "Barbanegra" asalta Trinidad en 1716 En l716 cae sobre Trinidad el pirata Edward Teach "Barbanegra", natural de Bristol que ejerce el corso desde las bases de Jamaica durante la guerra de la Sucesión, y que concluida ésta toma por base a Providence y a Carolina del Norte. Según el animado retrato de Daniel Defoe, Teach debe su apodo a "la gran cantidad de pelo que, cual espantoso meteoro, cubría su cara, y amedrentaba a toda América más que cualquier cometa que hubiera aparecido allí en mucho tiempo"(*). (Defoe: Historias de piratas, p. 262). Hombre cuidadoso de su aspecto, Teach teje su célebre barba en infinidad de trenzas y entra en combate armado de tres pares de pistolas alojadas en fundas como cartucheras, mientras de su sombrero cuelgan mechas ardientes que le sirven para encender granadas de mano y piezas de artillería.

El minucioso historiador holandés Hendrik de Leeuw describe su acometida sobre Trinidad precisando que "Teach era buen sicólogo y navegó ceñido al viento causando tal consternación entre los pacíficos habitantes que casi murieron de miedo antes de que empezaran los fuegos artificiales"(*). (Hendrik de Leeuw: Crossroads of the bucaneers; J.B. Lippincot Company, Londres 1937, p. 356). La presa elegida es, desde luego, Puerto España, víctima favorita de los invasores desde tiempos de Ralegh. Según de Leeuw, el excéntrico pirata la saquea "asegurándose un tremendo botín y tesoro y luego, como si nada hubiera sucedido, inocente como un cordero, se hizo a la vela tranquilamente" (*). (De Leeuw: op. cit. p. 356). Jesse A. Noel precisa que parte del botín consiste en un bergantín español anclado fuera de Puerto España, y cargado con cacao de Trinidad destinado para Cádiz (*). (Jesse A. Noel: Trinidad, Provincia de Venezuela; Academia Nacional de la Historia, 1972, pp. 22-23).

Teach es una de esas personas capaces de desprestigiar la profesión más respetable. El fidedigno Defoe consigna que se desposa catorce veces; que por diversión entrega su última esposa a sus compañeros y que sobrepasa a éstos en el deporte de permanecer más tiempo en la bodega de un buque donde hace quemar azufre. Circulan rumores de que ha vendido su alma; en su barco parece haber siempre un hombre más que el grupo de los que embarcan; el estado ordinario de su tripulación es la embriaguez o la locura colectiva. Poco

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después del asalto a Trinidad, azota al Caribe a bordo de un barco de 40 cañones que lleva el melodramático nombre de "Queen Ann' s Revenge". Tras una impresionante sucesión de abordajes en aguas próximas a La Habana, la bahía de Honduras, Jamaica y Gran Caimán, se apodera durante varios días del pueblo de Charleston, cobra rescate por él, abandona a sus compinches, oculta su tesoro y se entrega al gobernador de Carolina del Norte para acogerse a la providencial amnistía que el Rey Jorge concede en 1717 a los piratas arrepentidos (*). (Defoe: op. cit. pp. 250-254).

Se trata sólo de una retirada estratégica para librarse de molestas persecuciones. Ya en 1718 está de nuevo en el mar, pillando cuanta embarcación o poblado encuentra en las Bermudas y Martinica, manteniendo sospechosa correspondencia con Charles Eden, gobernador de Carolina del Norte y protagonizando escandalosas francachelas con las mujeres e hijas de los plantadores de la zona. Estos recurren al Gobernador Lugarteniente de su Majestad y Comandante en jefe de la colonia y dominio de Virginia, quien pone a la cabeza de Teach un precio de cien libras; cuarenta a la de los demás comandantes de barcos piratas, veinte a las de los cabos, contramaestres o carpinteros y diez a la de los simples marinos. En noviembre del mismo año, el valeroso lugarteniente Robert Maynard aborda en su balandra a la del pirata en los bajos del río James de Virginia. Teach recibe al buque agresor con un diluvio de granadas de mano; confiando en que éstas han barrido al enemigo, salta con catorce hombres al buque de Maynard, para encontrarse con que los tripulantes de éste, a salvo bajo cubierta, ascienden para un encarnizado combate cuerpo a cuerpo. Barbanegra se enfrenta personalmente con Maynard y tras larga lucha cae acribillado por veinticinco heridas, cinco de ellas de pistola. Maynard hace cortar la valiosa cabeza, la fija en el bauprés y entra con ella en el puerto de Bath Town exhibiéndola como monstruoso mascarón de proa(*) (Defoe: op. cit. pp. 250-261.). Francisco Mota recoge una tradición según la cual la cabeza es colocada en un poste en la capital de Virginia, los pájaros la descarnan, y en la sonriente calavera se instala finalmente un enjambre de abejas (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe, p. 376).

-Los franceses ocupan el Guarapiche en 1717

Según testimonia fray Antonio Caulín, en 1717 "habían arribado al sitio de Antica, cercano á las bocas del Río Guarapiche, unos Franceses con intención de poblarse en aquel parage, que consideraban de grande utilidad para sus comercios y particulares intereses". Ante lo cual "determinó Don Joseph

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Carreño desalojarlos de aquel sitio; y poniendose de acuerdo con el Governador de la Margarita, destacaron para este fin á un N. Arias con otros muchos, y orden de los Franceses, que sin las correspondientes licencias se habían introducido en los límites de aquella Provincia. Dio el Capitán Arias entero cumplimiento al orden de su Governador; y á su vuelta pensó quedarse con otros en el sitio de Cumanacóa, favorecidos de un Lucas Perez que tenía su posesión á orillas de un Río de su nombre, que entra en el de Cumaná á corta distancia del Pueblo de San Fernando" (*). (Fray Antonio Caulín: Historia de la Nueva Andalucía, T. II; Academia Nacional de la Historia, Caracas 1966, pp. 171-172).

Es seguro que los franceses, grandes agentes del contrabando en la costa de Paria, llevan a cabo dicha ocupación a fin de cultivar tabaco para competir con los codiciados cargamentos que produce Trinidad. Como hemos visto, deben los gobernadores de Cumaná y de Margarita unir sus fuerzas para expulsar a los invasores, con lo cual dan cumplimiento una vez más a la Real Cédula de 1597 que impone a las provincias de la Costa de las Perlas la cooperación contra piratas y corsarios. Lograda la victoria, reconocen la importancia del Guarapiche como vía de acceso a las llanuras de lo que después será el Estado Monagas, de manera que mantienen un patrullaje constante de la zona, reducen a los indígenas y en 1722 se establecen en el territorio que hoy ocupa la ciudad de Maturín (*). (Caulín: op. cit. pp. 173-177) De resultas de esta operación conjunta deciden asimismo mantener en forma permanente una nave de guerra en Trinidad, para vigilar la navegación de flotas hostiles y repeler ataques como el de Edward Teach (*). (Nouel: op. cit. p. 25). La necesidad de guarnecer la región contra las incursiones extranjeras favorece así el poblamiento que da origen a una importante ciudad, que después será capital de Estado.

-Diego de Matos Montañés captura una nave holandesa en Puerto Cabello en 1718 En 1716 se juramenta como nuevo gobernador de la Provincia de Venezuela don Marcos de Betancourt y Castro, caballero de la orden de Alcántara, brigadier de los Reales Ejércitos y alguacil mayor del Santo Oficio. Ocupa el cargo hasta 1720 y durante su mandato dedica gran parte de sus esfuerzos a perseguir el "trato ilícito". A tal efecto nombra Juez superior de comisos y cabo a guerra con los más amplios poderes a don Diego de Matos Montañés. Matos tiene jurisdicción en un extenso territorio, que incluye Puerto Cabello, Tucacas, punta de Morón, Ocumare, Valencia, Nirgua,

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Guanare, Borburata y Barquisimeto; los funcionarios reales están obligados a prestarle toda su ayuda (*). (Arauz Monfante: El contrabando holandés... pp. 187-188). El nuevo juez de comisos actúa con un vigor que linda con el exceso de celo: el contrabando disminuye, pero los rigores en la persecución del mismo causan fricciones con otras autoridades y a la larga alientan protestas de los ayuntamientos, tumultos y motines.

Un incidente ocurrido en el cumplimiento de sus funciones da idea de la pugnacidad que existe en la época entre las autoridades. El 20 de mayo de 1718 Benito de la Calle y otros hombres de la comitiva de Diego de Matos Montañés sorprenden una nave holandesa que está comerciando en Puerto Cabello, esperan la noche, la abordan por sorpresa y la apresan tras un combate en el cual pierden la vida su compañero Philipito de los Santos y dos holandeses. Del buque extraen géneros, pistolas, escopetas y espadas que remiten a sus parientes y amigos, y un bojote de plata que en compañía de Manuel de Viera Camejo llevan al carenero del puerto(*). (Mario Briceño Perozo: "Estudio Preliminar" a: Pedro José de Olavarriaga: Instrucción general y particular del estado presente de la provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721, Academia Nacional de la Historia, Caracas 1965, pp. 74-75). Puerto Cabello está en la orilla de la abrigada bahía que en otros tiempos fue sede de Borburata y enclave de piratas y contrabandistas: siglo y medio después, recupera plenamente tales funciones.

Don Francisco Andrés de Peñalosa, alcalde ordinario de la ciudad de Valencia, aprovecha las aparentes irregularidades en el reparto de la presa para actuar contra don Diego de Matos; lo detiene, embarga sus bienes y dispone asimismo la prisión de Benito de la Calle, Nicolás Gutiérrez, Pablo Cardoso, Acacio Montano y Pedro Pablo por haber capturado al buque. El alcalde llega al extremo de querer aplicar la muerte por garrote a Benito de la Calle por haber capitaneado la acción; al mismo tiempo, libera a los tripulantes holandeses(*). (Briceño Perozo: op. cit. p. 76).

Posteriormente, el intendente Pedro José de Olavarriaga formula cargos en Valencia el 3 de septiembre de 1721 contra Peñalosa, a quien acusa entre otras contravenciones de haber causado un perjuicio de 40.000 pesos al Real Tesoro por su negligencia en asegurarse de la nave y de su carga. Junto con él son acusados don Nicolás de Matos Montañés -hijo de don Diego- y otros funcionarios por haberse apropiado y repartido partes del cargamento de la presa. Tras largo proceso, llegan los autos al Consejo de Indias. El Supremo Tribunal el 19 de agosto de 1724 absuelve en Sala de Justicia a don Diego de

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Matos Montañés por la captura de la nave y a sus hombres de la mayoría de los cargos por su participación en tal hecho; igualmente ordena entregar a Matos la séptima parte del valor de lo decomisado. En cuanto al alcalde Peñalosa, el alto Cuerpo sentenciador admite en su totalidad las acusaciones de Olavarriaga y lo condena a seis años de presidio en el Castillo del Morro en La Habana, a la privación perpetua del oficio de Administrador de Justicia y de Rentas Reales, a una multa de 10.000 pesos y a pagar a las Cajas Reales 990 pesos por el valor de mercancías de la nave de las cuales se había apoderado(*). (Briceño Perozo: op. cit. pp. 76-77). El apresamiento de contrabandistas y el decomiso de sus alijos es ocasión para todo género de irregularidades y de sospechas; tras la mayoría de las capturas veremos sucederse procesos tan complejos y prolongados como el anterior.

-Los habitantes de Guanare se amotinan en 1719 contra los procesos por contrabando

El anterior no es el único incidente que se suscita con motivo de las actuaciones de Diego de Matos y sus subordinados. En Guanare hay un estallido de violencia cuando el secretario de Matos, don José Sigala, enjuicia como contrabandista a don Juan de Ortiz, hombre muy respetado por sus coterráneos. Corren rumores de que el secretario pretende hacerlo condenar a muerte; seis embozados atacan espada en mano al funcionario y lo dejan malherido. Matos, destemplado, ordena a los alcaldes "hacer rondas por la ciudad"; éstos le recuerdan que no tiene autoridad para mandarlos y lo acusan ante el gobernador de "procederes violentos, y usurpación de facultades, por el ancioso deseo de amplificar su Jurisdicción con que se halla" (*). (Cit. en Sucre: op. cit. p. 220). Los vecinos se amotinan, exigen a Matos la entrega del expediente contra Ortiz, y lo sitian en su casa, donde éste se encierra "con las armas en la mano y teniendo sentinelas y parapetos, sin atreverse a salir ni aun a misa"(*). (Loc. cit.).

Se trata de una virtual sublevación. Lo que es peor, cuando las autoridades intentan sofocarla, se rompe la cadena de mando. El gobernador Betancourt ordena que se capture y se envíe a Caracas a los cabecillas; que los alcaldes "se contengan, y no impidan el uso de las comisiones dadas a Matos", y que éste se abstenga de disponer rondas. Pero el sargento mayor don Juan Cristóbal de los Reyes, comisionado para cumplir tales medidas, se excusa porque "sabe yndubitablemente que de ponerlo en practica le han de quitar la vida", ya que el rebelde alcalde Díaz Sánchez tiene en la ciudad partidarios armados e indios con arcos y flechas. Consultado el caso al licenciado Alvarez

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de Abreu, éste recomienda la ida de los alcaldes a Caracas o la del Gobernador a Guanare; pero aquellos se niegan; el Gobernador se enferma, y el sargento mayor se excusa de nuevo(*). (Loc. cit.). Los alcaldes ordinarios de Guanare a su vez acusan a Matos de estar incurso en contrabando. El gobernador Betancourt y Castro abre averiguaciones e informa al Rey en carta del 24 de marzo de 1718 de los cargos. Supuestamente, Matos habría aceptado la designación de juez de comisos a fin de estancar el comercio del tabaco y venderlo a Jonathan Sisson, factor de la Compañía Inglesa de la Mar del Sur. También habría tenido trato ilícito con Juan Chourio, factor de la Compañía de Guinea, a quien terminó adeudando 52.000 pesos; mientras que sus recaudaciones en beneficio de la Real Hacienda en sus quince meses de desempeño serían ínfimas. El indeciso gobernador explica que está "en ánimo de suspender" a Matos, pero pide instrucciones al monarca(*). ("Marcos Francisco de Betancourt al Rey, Caracas, 29 de marzo de 1718, AGI, Santo Domingo, leg. 698, cit. en Arauz Monfante: El contrabando holandés... p. 188).

En la investigación que ordena el gobernador Betancourt y Castro surgen todavía más acusaciones contra Matos. Según diversos testigos, éste negocia abiertamente cacao y tabaco con el judío curazoleño Coche Pereira en Puerto Cabello y en las haciendas del juez de comisos en Cumboto. Los soldados de éste se apropian de los comisos y hostilizan a los oficiales reales(*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 189). También surgen acusaciones relativas al antes citado incidente del apresamiento el 20 de mayo de 1718 de una nave holandesa en Puerto Cabello: los denunciantes afirman que en lugar de depositar la mercancía en La Guaira para su avalúo y subasta, los captores se la reparten.

Ante las numerosas denuncias, el gobernador Betancourt depone a Matos y ordena su prisión. Este se refugia en el convento de San Buenaventura de Valencia, luego se esconde en el monasterio de Santo Domingo de Caracas, finalmente escapa a Bogotá y allí convence al Virrey de su inocencia. En efecto, escribe don Jorge de Villalonga al Rey que "heridos los interesados... le calumniaron por cuantos caminos pudo discurrir la malicia; y hasta el mismo Gobernador se le opuso"(*). (AGI, Sevilla, Audiencia de Santo Domingo, Leg. 759, cit. en Briceño Perozo: op. cit. p. 58). Desde 1717, la Provincia de Venezuela está bajo la jurisdicción política del Virreinato de la Nueva Granada. El virrey Jorge de Villalonga ordena a Matos inhibirse en la causa, y con el fin de poner el problema en claro y sanear la Real Hacienda

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manda a Caracas como jueces de comisión a don Martín de Beato y a don Pedro de Olavarriaga mediante despachos que constan en el folio 200 de las actas del Cabildo de Caracas correspondientes al año de 1720 (*). (Oviedo: Tesoro de noticias; fol. 50 v. p.100).

Los rigurosos comisionados Olavarriaga y Beato abren investigación contra los alcaldes ordinarios, corregidores, tenientes a guerra y otros funcionarios involucrados en el caso, entre ellos el propio gobernador Betancourt. Contra éste registran acusaciones de que tolera el contrabando, de que su hijo Simón de Betancourt y varios socios gerencian una compañía contrabandista que trafica libremente en Caracas y monopoliza el comercio del litoral al puerto de La Guaira, de que legitima fraudulentamente con el sello real las mercaderías extranjeras, de que vende el cacao de sus haciendas de Caraballeda y de Carau a los holandeses en el puerto de Chuspa (*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 191). Los magistrados sentencian contra Betancourt y también disponen "la prizión y embargo de Bienes de los dhos. Alcaldes remitiéndolos a la Carzel Rl. de esta Ciud". El Virrey ordena entonces al Ayuntamiento de Caracas deponer y aprisionar a Betancourt y colocar en su cargo al licenciado don Antonio Alvarez de Abreu, mediante carta que queda archivada en el folio 309 de las Actas del Cabildo de Caracas de 1720 (*). (Oviedo: op. cit. fol. 50 vto. p. 100). Pero mientras tanto los alcaldes obtienen un fallo de la Audiencia de Santo Domingo según el cual "los Alcaldes de Guanare habian cumplido con la obligazion de su ofizio en la dha. competencia". La sentencia también ordena inhibirse de la causa al Capitán General, y "a qualesquiera otros Juezes que lo pretendan". A pesar de ello, los comisionados intentan seguir el proceso, pero los alcaldes, apoyados en la defensa de la autonomía de su municipio por el Ayuntamiento y por los vecinos, no son castigados (*). (Sucre: op. cit. pp. 220-223).

No acaba allí el enrevesado pleito. El Ayuntamiento destituye al gobernador Betancourt y Castro, pero se niega a reconocer al interino Alvarez de Abreu y entrega el mando a los alcaldes de Caracas de acuerdo con la Real Cédula de privilegio que los autoriza a gobernar durante las vacantes(*). (Oviedo: op. cit. 50 v. p. 100). En vano "Su Majestad reprehende a el Cavildo no aver admitido el nombramiento del Virrey de Santa fee de Governador que hizo en Don Antonio Albarez de Abreu" mediante Real Cédula del mismo año(*). (Oviedo: op. cit. fol. 51 vto. p. 102). Los caraqueños siguen firmes en su posición, alegando la precedente Cédula de

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privilegio, y los Alcaldes continúan mandando, hasta que hacia finales de 1721 llega el nuevo gobernador, Diego Portales y Meneses. Este encarcela a los intendentes Beato y Olavarriaga, acusándolos de parcialidad hacia los puntos de vista del Virrey y los de Matos, y los mantiene prisioneros seis meses mientras que Betancourt es al fin declarado inocente de los cargos en su contra en el inmediato juicio de residencia (*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 192).

El conflictivo incidente no es único. Conforme indica Luis Alberto Sucre, hubo varios de índole similar durante el gobierno de Betancourt, y "nada se consiguió con la activa persecución que éste se propuso hacer al 'trato ilícito', que seguía en aumento, porque realmente no se persiguió el contrabando, sino a los contrabandistas que no estaban en connivencia con los altos empleados encargados de vigilarlo y evitarlo" (*). (Sucre: op. cit. p. 224).

El episodio revela el antagonismo entre autoridades y vecinos causado por los contrabandistas. El tráfico de los bienes introducidos por éstos llega a ciudades tan alejadas del mar como Guanare. Acostumbrados a venderles sus cosechas a precios ventajosos y a comprarles mercancías europeas sin pagar tributos, los vecinos oponen, no sólo hostilidad, sino además resistencia abierta a los funcionarios que persiguen o monopolizan el contrabando. Hay un sentimiento de solidaridad con los incursos en la contravención: en el caso de Guanare lo evidencian los alcaldes, al Ayuntamiento y grandes sectores de la población. Tales grupos no vacilan en recurrir a las vías de hecho, mientras que las autoridades resultan impotentes y quedan a su vez envueltas en enrevesados procesos. Sentimientos y actitudes parecidas se exacerban con el posterior monopolio del comercio que la Corona concede a la Compañía Guipuzcoana para que ésta reprima el contrabando. Los alzamientos de Andresote en 1632 y de Juan Francisco de León en 1749 son episodios en cierto modo parecidos al de Guanare, pero en mayor escala, y en momentos cuando sus efectos sobre la supervivencia del imperio español son todavía más decisivos.

5. -La guerra de España contra la Triple Alianza de Francia, Holanda e Inglaterra (1717-1728)

Marinero, sube al tope,y dele a la madre míaque se acuerde de aquél hijo

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que en las galeras tenía

Copla de marineros venezolanos.

Poco dura la paz de la Guerra de la Sucesión que España concierta en 1713. Ya en 1717 la Corona ibérica conquista Cerdeña de manos de los austríacos, con lo cual desafía a la política francesa. De inmediato Francia, Holanda e Inglaterra crean la Triple Alianza para frenar las ambiciones españolas; en 1718 Austria se une a esta coalición. El conflicto se prolonga hasta 1720, cuando Felipe V de España abandona sus pretensiones al trono de Francia y al mando sobre Sicilia y Cerdeña, que cambia a Austria por los ducados de Parma y Piacenza, mientras el rey Carlos renuncia definitivamente a sus aspiraciones sobre el trono español.

-Los holandeses incursionan por el Orinoco en 1720

En el marco de la guerra de España contra la Triple Alianza los holandeses y otros extranjeros realizan frecuentes incursiones por el Orinoco para comerciar con los caribes, quienes mantienen una esporádica resistencia contra los colonos españoles. Por tales motivos, el 8 de enero de 1721 el gobernador de Caracas don Juan de la Tornera Sota escribe al Rey desde Cumaná para comunicarle la necesidad de construir un presidio en la angostura del río Orinoco por donde suben los holandeses y demás extranjeros a comerciar con los caribes; con lo cual se podría evitar la entrada casi más de 100 leguas río adentro (*). (1724, Cumaná, 8-I, Caracas 123; en Marco Dorta (comp.): op. cit. p. 134).

-El intendente Olavarriaga se enfrenta con los contrabandistas holandeses Mathey Cristian y Cristian Boon en Tucacas y en Morón en 1720

Venidos a la Provincia de Venezuela con motivo del complicado proceso contra Matos y Betancourt, los intendentes Pedro Martín Beato y Pedro José de Olavarriaga instalan guarniciones en los sitios frecuentados por los traficantes y acometen de nuevo en noviembre de 1720 contra el asentamiento de Tucacas, repoblado por los neerlandeses y dotado de una sinagoga. El enclave es incendiado por los hombres al mando de Olavarriaga, quien en su minuciosa Instrucción lo describe así:

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La Costa sigue una legua, al cabo de la cual haciendo un ángulo saliente obtuso va corriendo de Sur a Norte, cerca de esta vuelta se aparta el camino para el Tocuyo pasando por unas salinas, y en ellas hay una vereda llamada de Yturris que se conduce a San Nicolás que está prohibida pena de la vida por el Señor Gobernador Don Marcos de Castro por razón del comercio de los Valles de Barquisimeto con las Tucacas que continuamente solían habitar en ellas 14 ó 15 balandras holandesas de asiento; a 1/2 legua de esta vuelta hay un caño ancho de 180 pasos geométricos en el cual entran las balandras; el cayo que habían poblado los holandeses es de la otra banda; este cayo era el almacén, así de los holandeses, como de los de la tierra, adonde hasta ahora se ha hecho el mayor comercio de toda la Costa (...) El Cayo de las Tucacas es un Islote formado por diferentes caños, en los cuales no pueden entrar sino canoas, exceptuando el Caño número 1 en el cual salen balandras por el Caño de Paiclas que es distante 1/2 legua de Tucacas (*). (Pedro José de Olavarriaga: Instrucción general y particular del estado presente de la Provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721; Academia Nacional de la Historia, Caracas 1965, p. 247).

Los traficantes se trasladan entonces al cayo de Paiclás, que forma parte del antes mencionado conjunto de cayos, estuarios, manglares, barreras coralíferas y playas de Morrocoy, escondite perfecto para naves de poco calado. Por otra parte, su proximidad de las Antillas neerlandesas la constituye en base inestimable para los veleros contrabandistas: les basta fijar como rumbo el Norte franco al anochecer, navegar toda la noche con viento de través, y al amanecer ya está a la vista la rada de Kralendijk, en Aruba. Dejándose llevar desde allí hacia el Oeste por los vientos de barlovento que soplan por la cuarta de popa, arriban en pocas horas más a Curazao.

Los holandeses se sienten así dueños de la zona y combaten abiertamente con las autoridades. Es lo que sucede en octubre de 1720 cuando, acompañado de varios oficiales, Olavarriaga apresa en Morón al sindicado de contrabandista Hipólito Briceño y a un práctico que está a la espera de una canoa para traficar con cuatro balandras de los holandeses. Los capitanes Chistian Boon y Mateo Cristian desembarcan tripulantes armados en dos canoas, disparan descargas de fusilería contra Olavarriaga y sus acompañantes, matan a uno de ellos, los obligan a retirarse y rescatan a Hipólito Briceño (*).(Arauz Monfante: El contrabando holandés en el Caribe durante la primera mitad del siglo XVIII, p. 194).

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-Un corsario inglés captura a una fragata isleña en La Guaira en 1720 Pero acaso más importante que la participación del intendente Olavarriaga en las causas de comisos y que sus enfrentamientos bélicos con los contrabandistas, es la pormenorizada y precisa Instrucción general y particular del estado presente de la Provincia de Venezuela en los años de 1720 y 1721 que escribe por encargo del Virrey de Nueva Granada, don Jorge de Villalonga (*). (Academia Nacional de la Historia, Caracas 1965). Es quizá el más completo documento sobre la geografía, la economía, la administración pública y hacendística, la política, la situación estratégica e incluso la arquitectura militar de la Provincia de Venezuela en aquella época. Olavarríaga expone su criterio, siempre conciso y perspicaz, sobre la mayoría de los asuntos relevantes de la Gobernación. Entre ellos le inquieta la falta de defensas de sus extensas y vulnerables costas. Y sobre el particular apunta:

La Guaira es el solo puerto de toda la costa fortalecido pero sus defensas son tan mal arregladas y construidas, tan ridículamente proyectadas e ideadas que no merecen el nombre de fortificación, porque estas obras que no valían nada en su mejor estado, valen aun menos hoy que son arruinadas, no obstante los que no han visto La Guaira quedan admirados de los nombres famosos de fuerza vieja y nueva, de fuertes de San Blas, San Diego, Santiago, San Jerónimo, y de Trincheras etc., y sacan luego por consecuencia que esta plaza es muy fuerte, y a lo menos una de las mejores de las Indias Occidentales, pero yo puedo afirmar que me hallo más seguro atrás del espaldón de un ataque, que no en el mejor fuerte de estos, lo que se conocerá más fácilmente en el Capítulo 5 (*). (Op. cit. p. 217).

Tales deficiencias, ya señaladas por críticos anteriores, explican quizá los fáciles éxitos de Grammont y de otros invasores contra La Guaira. Esta debilidad, según el agudo intendente, dificulta establecer un corso eficaz, pues tanto comerciantes como corsarios precisan "entrar en algún puerto por no caer en manos enemigas", y los embarcaderos venezolanos no están defendidos. En ilustración de lo cual cita varios ejemplos:

El primero es de una fragata isleña la cual saliendo del puerto de La Guaira en el mes de Junio del año de 1720 para seguir viaje a las Islas se halló atacada de un corsario inglés, y no pudiendo puntear bastante para volver al Puerto, fue cogida debajo de la misma artillería de La Guaira, sin que hubo remedio de salvarla; es cierto que si esta fragata hubiera tenido un

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puerto seguro a sotavento para retirarse, se hubiera escapado de las manos enemigas (*). (Op. cit. pp. 329- 330).

Sotavento es el lugar opuesto a aquél desde donde sopla el viento, el cual en la costa venezolana corre usualmente de Este a Oeste: para navegar contra él y regresar al puerto seguro el velero debe ceñir, es decir, navegar con el viento al menor ángulo posible. Esta operación lo pondría a la merced de un enemigo que viniera de la dirección por la cual sopla el viento. Más fácil le sería en efecto huir hacia otro refugio situado al Oeste.

Como ejemplo adicional, menciona Olavarriaga que un corsario armado en Cumaná apresa un bergantín holandés traficante saliendo del Puerto de Ocumare, y "siéndole preciso, o atravesar para ir a una de las Islas españolas, o barloventear para La Guaira, dio tiempo a tres fragatas holandesas que estaban en dicho puerto de Ocumare, a salir al socorro de su compañero; lo que obligó al corsario a dejar su presa (con diez y seis hombres suyos que eran en ella) y huirse" (*). (Op. cit. p. 330).

Barloventear es avanzar contra el viento; para el velero, ello significa navegar en bolina, describiendo zigzags; todas las naves que toman sus presas al Oeste de La Guaira deben hacerlo para llegar a éste, el único puerto medianamente protegido de la Provincia. Olavarriaga propone fortificar Puerto Cabello, y traza minuciosos planos a tal efecto. Los ejemplos dados por el intendente prueban que en las costas de Venezuela prosigue el feroz enfrentamiento entre mercantes y corsarios de las más diversas banderas.

-El capitán José Campuzano Polanco captura dos botesde contrabandistas en 1721 en Borburata

El capitán José Campuzano Polanco, dueño de la fragata "Nuestra Señora de Aguas Santas", recibe noticias en mayo de 1721 de que hay dos botes contrabandistas holandeses dedicados al tráfico ilícito en la zona de Borburata, tradicional escenario de estas prácticas. El capitán envía al teniente Manuel Rubio contra ellos; éste los sorprende, les toma dos prisioneros y un alijo de ropas, pero los holandeses recuperan parte de las mercancías confiscadas y además un cargamento de cacao y tabaco que negociaban en el puerto de Zepe. El gobernador interino Antonio José Alvarez de Abreu acusa al capitán José Campuzano de utilizar la supuesta captura y decomiso de bienes como superchería para legitimar el contrabando de cacao con los bátavos; le embarga la fragata con su cargamento y lo condena a diez

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años de prisión. Tras largo proceso, el Consejo de Indias revoca en junio de 1727 la sentencia (*). (Arauz Monfante: op. cit. pp. 194-196)

-Los guardacostas comandados por el conde de Clavijo capturan cuatro naves entre Ocumare y Chuao en 1725

Para complementar la acción de los corsarios españoles, el intendente general de la Marina José Patiño logra que el consulado gaditano contribuya con el 6% del valor de las importaciones de Indias para financiar dos naves guardacostas encargadas de la vigilancia continua del Caribe y en particular del litoral entre Cartagena y Portobelo. A comienzos de 1725 zarpan de Cádiz los navíos "Incendio" y "Potencia", bajo el comando de Miguel de Sada y Antillou, conde de Clavijo.

En su ruta hacia Cartagena los buques siguen el itinerario ya consagrado para los navegantes de la Costa de las Perlas por los alisios y la corrientes, que pasa por Tobago, Trinidad, isla Blanca, Cumaná, La Tortuga y las costas de Caracas. Pero durante su travesía escudriñan minuciosamente el litoral y las bahías de la zona y entre Ocumare y Chuao apresan un navío francés y tres goletas holandesas, la "Sara Galey", el "Jardín de Tritón" y el "Dragón"; una de ellas se hunde durante el combate de artillería. El conde de Clavijo ancla en Boca Chica con las naves capturadas; ante la noticia de la presencia de 28 naves inglesas y holandesas entre Cartagena y Portobelo, zarpa de nuevo y apresa la fragata holandesa "Neptuno" tras cruento combate en el cual perecen el capitán y los oficiales de la nave invasora. En la subsiguiente descarga y quema de las mercancías decomisadas parece haber irregularidades, que dan lugar a quejas ante la Corona de los representantes del Consulado gaditano en Cartagena(*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 278).

De nuevo llama la atención que en una sola recorrida por dicho litoral, que puede ser cumplida en velero en menos de una semana, se encuentre tal cantidad de naves incursoras y se capturen tantas presas. Ello constituye un indicio adicional de la magnitud del comercio clandestino y de la red de complicidades que supone.

-Los corsarios españoles atacan barcos y puertos delas Antillas neerlandesas Hasta que la acción de los corsarios armados por las autoridades españolas obliga a ponerse a la defensiva a los neerlandeses. Por todo el Caribe se

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suceden apresamientos de barcos contrabandistas. En algunos casos las autoridades holandesas los tachan de ilegítimos puesto que en virtud del Tratado de Munster de 1648 españoles y holandeses pueden navegar y comerciar libremente cada uno en sus propios dominios en las Indias. Según se queja en julio de 1722 el gobernador de Curazao Noah du Fay, "se propasan los corsarios españoles a apresar las embarcaciones que salían y salieron de este puerto (Curazao) así directamente para la Europa como las que van libremente a negociar a Saint Thomas y nuestras islas de Barlovento y Yslas francesas en que dichos corsarios no deven ni pueden intervenir"(*). (Cit. en Arauz Monfante: op. cit. p. 301).

Obviamente, resulta difícil para un corsario español que encuentra una nave holandesa en las inmediaciones o en una bahía de la Costa de las Perlas creer en las buenas intenciones del capitán. Mencionamos, sólo a título de ejemplo, algunas de las presas y capturas más directamente vinculadas con el litoral venezolano. El corsario Baltasar Carrión, armado en Santo Domingo y con licencia de los alcaldes de Coro, captura una goleta en Aruba, desembarca y roba vacas y carneros, secuestra diez indígenas y quita al comerciante Salomón Señor 56 pesos y un esclavo negro. En agosto de 1722 los corsarios Juan Antonio Díaz de la Rabbia y Pedro Borges, armados en Santo Domingo, apresan una balandra inglesa y otra holandesa, desembarcan en Aruba y en la costa de Coro combaten con las naves dirigidas por Thomas Porter y Juan de Carval, corsarios holandeses que queman la balandra de Pedro Borges. Este muere en el incendio; Juan Antonio Díaz dela Rabbia se da a la vela y es capturado cerca de Santo Domingo por el capitán George Norman, quien comanda el navío jamaiquino "Diamond". El mismo año los corsarios Gaspar y Miguel de Santo Domingo, apresan en Curazao la balandra "Jorge Jacob" del capitán Adams Arentz; en 1723 apresan cerca de Aruba a la balandra "Señora Ester", del capitán Herman Small; poco después el corsario Juan Durán llega hasta la rada de Curazao, pero se retira ante la artillería holandesa. Otros corsarios españoles apresan a la balandra "Esperanza" en Isla de Aves; un corsario armado en Trinidad captura cerca de Bonaire a la balandra "María y Paciencia" del capitán Jorge Maycock. (*). (Arauz Monfante: op. cit. pp. 303-304).

El gobernador de Curazao Noah du Fay dirige a las autoridades españolas pormenorizadas quejas y reclamaciones diplomáticas sobre todas y cada una de estas presas, y sobre muchas más interceptadas en el resto del Caribe. Es indiscutible que los corsarios españoles se exceden de sus patentes al desembarcar en Aruba o en Curazao; en cuanto a sus presas, la simple lectura

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de las relaciones de Noah du Fay produce la convicción opuesta. La mayoría de las naves capturadas son balandras, pequeños veleros de un sólo mástil, con un aparejo de foque y vela mayor latina: no es el tipo de barco del cual pueda decirse que "salían y salieron de este puerto así directamente para la Europa" y mucho menos para comerciar. En el siglo XX se han cumplido proezas de navegación en yates muy pequeños, pero con fines deportivos y con la carga mínima requerida para tal fin. En el siglo XVIII el comercio transoceánico requiere buques de mayor calado. Tampoco cabe pensar que el comercio de la mínima Curazao con otras isletas igualmente áridas o con Holanda requiera tan prodigiosa y ubicua flota mercante. Las probidad de los capitanes de estas pequeñas balandras es tan dudosa como la de los corsarios que las capturan.

-Juan Francisco Melero y Alonso Ruiz Colorado ejercen el corso y el monopolio del comercio desde 1722

La ausencia de armadas españolas que ejerzan un resguardo permanente de las aguas caribeñas induce entonces a los colonos a recurrir cada vez más a la autodefensa del corso. Sabemos que en 1702 se conceden patentes en tal sentido a José López y al marqués de Mijares, que el gobernador de Caracas y el de Cumaná arman naves con tal fin y que a partir de 1711 el gobernador Cañas organiza también un corso con pequeñas embarcaciones. El 2 de abril de 1722 Alonso Ruiz Colorado y Juan Francisco Melero, navegantes gaditanos, proponen a la Corona un plan de persecución del contrabando, manteniendo durante seis años en las costas y puertos de Venezuela dos buques, "uno de quarenta cañones, y otro del porte, que les pareciere suficiente para el intento, los que pertrechados, y equipados en la forma necesaria, como en guerra, a sus expensas irán, y se conservarán todo el tiempo expresado en la execucion de su empleo, haziendo mediante las facultades de que necessitan, que en los puertos, lugares y dominios de dicha provincia, observen, y guarden sus habitadores, y tratantes las Reales Ordenes, y mandatos de V. Mg. prohibiendoles conforme a ellos, el ilícito, y pertinaz comercio". La Corona acepta prontamente la oferta en agosto de 1722; la contraprestación consiste en un monopolio a favor de Melero y Colorado para comerciar durante seis años en Venezuela con seis navíos de registro "sin intervención de otro alguno que no fuere de su cuenta"(*). (Arauz Monfante: op. cit. pp. 218-219).

Los éxitos de los corsarios son al principio muy modestos. La costa venezolana, con sus 26 puertos y su infinidad de bahías y cayos, es demasiado

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extensa para que puedan custodiarla dos barcos. Por otro lado, las naves holandesas son muchas, muy ligeras y tripuladas por conocedores del litoral. En fin, algunas de ellas son de gran porte y magníficamente armadas, como se evidencia cuando las naves de resguardo encuentran ocho embarcaciones holandesas en diciembre de 1723 en el puerto de Cata, y declinan el combate por razones de obvia inferioridad de recursos. En todo caso, en enero de 1724 Melero y Colorado se reponen apresando en Ocumare a la nave holandesa "La Sara Galey", con 18 cañones y 36 tripulantes comandados por el capitán Arent Arenz. Esta viene de Amsterdam, con valioso cargamento a cargo de los mercaderes judíos Jesuah Cochemnasi y Jacob Enríquez Morón. Los corsarios utilizan la treta clásica de izar bandera holandesa y abordar sorpresivamente a su presa. Esta encalla, y al hacer agua dificulta el rescate de las mercancías. El reparto de ellas en la Guaira da lugar a incontables disputas con las autoridades; la subasta rinde 106.730 pesos (*). (Arauz Monfante: op. cit. p. 223).

Los corsarios también apresan en febrero de 1725 a la nave neerlandesa "La Constanza", procedente de Midelburg con 45 tripulantes y 22 cañones. De nuevo hay enconadas disputas entre corsarios, alcaldes ordinarios y Gobernador sobre la repartición de la presa. El gobernador Portales acusa a Melero y Colorado de contrabandear en la Guaira y Coro en complicidad con los ingleses dueños del asiento de los esclavos, y reduce a los gaditanos a prisión. El largo e intrincado proceso sigue hasta después de que expira el lapso de la concesión para el monopolio del comercio; acusado a su vez de contrabando, el gobernador Portales se fuga hacia Martinica (*). (Arauz Monfante: op. cit. pp. 240-242).

La empresa de Melero y Colorado fracasa así tanto por la pertinaz oposición de las autoridades locales, como por la exigüidad de los medios para acometerla. Su propuesta prefigura, a una escala modesta, lo que luego será el monopolio del comercio y el ejercicio del corso por la Compañía Guipuzcoana. Es éste el sistema que en definitiva se acogerá durante el inmediato medio siglo de vida colonial venezolana.

-Las autoridades coloniales destruyen San Felipe de Cocorote en 1710, 1717 y 1724 para impedir el contrabando Pero todavía llegan más lejos las incursiones contrabandistas de los emprendedores holandeses: desde las costas del Golfo Triste y por el río Yaracuy alcanzan hasta los llanos, valles y cerros de San Felipe, también

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llamado inicialmente El Cerrito o Los Cerritos de Cocorote, cuyos lugareños tienen importantes plantaciones de tabaco y cacao. El pueblo, situado en lo que ahora es el Estado Yaracuy, aparece citado en un documento de encomienda de 1679. Cuando la visita del obispo Martí en 1781 tenía 2.084 habitantes en 99 casas; su principal producción era el cacao (*). (Marco Aurelio Vila: Antecedentes coloniales de centros poblados de Venezuela, Universidad Central de Venezuela, 1978, p. 128)

Para detener los merodeos, que se prolongan durante décadas, en 1710 el teniente gobernador de Barquisimeto Martín de Gaínza hace demoler las edificaciones del pueblo. Los lugareños se refugian en los campos vecinos y repueblan el lugar rápidamente, pues en 1717 ya se cuentan 2.000 habitantes. Ese mismo año el inflexible gobernador y capitán de la Provincia de Venezuela Marcos Francisco Betancourt y Castro ordena que "se le demuelan las casas y ranchos que tubieren, y salgan y hagan salir fuera desta jurisdicción" a los vecinos (*). (Cit. por Asdrúbal González: "San Felipe", en Diccionario de Historia de Venezuela, T. III, p. 524). Los empecinados colonos reconstruyen su pueblo; el Cabildo de Barquisimeto envía en 1724 al alcalde mayor Luis López Varaona con órdenes de destruirlo de nuevo, lo que el funcionario cumple provocando un incendio. Pero los obstinados vecinos se empeñan en contrariar a las autoridades, y por instancias de ellos fray Marcelino de San Vicente logra el 7 de marzo de 1725 permiso para realizar una nueva fundación, a una legua del sitio original y en terrenos comunales adquiridos por los colonos en 1699 a Francisco de Monpalao y Soler (*). (Loc. cit).

No paran aquí las vicisitudes del resistente poblado. El Cabildo secular de la ciudad de Nueva Segovia de Barquisimeto pide al Rey en 1726 licencia para demoler las poblaciones situadas en la zona de Cocorote, por ser amparo de dicho comercio ilícito con neerlandeses y para destruir la iglesia, ya dañada por un huracán(*). (1726, Santo Domingo, 778-A; Marco Dorta: op. cit. p. 138). Pero Felipe V, mediante Real Cédula dada en Sevilla el 6 de noviembre de 1729, confiere a San Felipe el rango de ciudad; andando el tiempo, llegará a capital del Estado Yaracuy.

El extremo remedio del incendio, demolición y despoblación de ciudades, casi peor que la enfermedad, recuerda las medidas aplicadas por Sancho de Alquiza cuando prohibe el cultivo del tabaco para impedir su contrabando, y las insensatas políticas de despoblación de la Banda Noroeste de La Española,

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que permitieron a los bucaneros instalarse en el consiguiente vacío demográfico.

Al fin la Corona recurrirá de nuevo contra el tráfico ilegal al recurso del corso: esta vez ejercido por grandes sociedades monopolístas del comercio, como la Compañía Guipuzcoana.

CAPITULO 12.-LA GUERRA CONTRA LOS PIRATAS

Remacha el postrer clavo en el arnés. Remachael postrer clavo en la fina tabla sonora.Ya es hora de partir, buen pirata; ya es horade que la vela pruebe el pulmón de la racha.

Rubén Darío: Los piratas.

1.-La cuestión jurídica: las normativas para combatir y penalizar la piratería Durante dos siglos los habitantes de lo que luego será Venezuela libran una guerra casi ininterrumpida contra las potencias imperiales que se disputan el Caribe: entre 1528 y 1728 soportan 154 incursiones de naves o flotas extranjeras, en su gran mayoría de piratas o corsarios. Y se debe advertir que utilizamos el concepto de incursión en la forma más restringida posible: en el de episodio unitario de agresión, que puede comprender la colaboración de varias naves y diversos enfrentamientos. Si debiéramos equipararlo

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únicamente a la arribada de naves hostiles, sólo el episodio de Araya nos permitiría contabilizar más de cuatro centenares de ellas entre 1599 y 1605; si lo asimiláramos al asalto contra ciudades, deberíamos tener en cuenta que una expedición con frecuencia afectaba a varios centros poblados.

Esta contienda se inscribe en otra mayor, de alcance planetario. Como bien señala Enrique Bernardo Núñez:

Tal es la que libran Inglaterra, Holanda y Francia contra España, de la cual sale a la postre la libertad de América. Los corsarios pueden saquear ciudades, apoderarse en el mar de las naves que conducen las riquezas de América, pero aseguran a los colonos privados de comunicaciones frecuentes con la metrópoli, una vía de comercio. Puede decirse que durante el siglo XVI es casi la única que existe. El corsario viene a ser un agente todavía remoto de la libertad. Es la señal en el horizonte de la lucha que entonces se libra en el mundo. No es difícil trazar la línea divisoria del momento en que esa lucha favorece la libertad y aquel en que sustituye a los dominadores anteriores (*). (Enrique Bernardo Núñez: “Juicios sobre la Historia de Venezuela” en: Novelas y ensayos; Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1987, pp. 210-211)

¿Cómo reaccionan los colonos ante el reto, es decir, cómo demuestran su vitalidad? Ante todo, la guerra contra los piratas obliga a la sanción de un régimen jurídico para tipificar, combatir y penalizar la piratería, el corso, el contrabando y la ocupación ilegal. La propiedad hace al ladrón. Para que se pueda calificar de ilegítimo el apoderamiento de un bien, se deben alegar títulos precedentes y demostrar su validez. La ilegalidad de las incursiones piráticas, contrabandistas o corsarias depende de la legalidad de las pretensiones de la Corona española al Nuevo Mundo. Se abre aquí un debate que durante mucho tiempo decide sólo la ley del más fuerte. Quizá el conquistador es el pirata del indígena: ejerce la violencia contra sociedades y Estados constituidos y en posesión evidente de territorios.

Según las Partidas, los Reyes Católicos pueden obtener nuevos reinos por cuatro títulos: por herencia, por aclamación, por matrimonio o por otorgamiento del Papa o del Emperador "quando alguno dellos faze Reyes en aquela tierras, en que han derecho de la fazer..."(*). (Citado por Jesús Varela Marcos: Las salinas de Araya y el origen de la Armada de Barlovento, p. 40). Las tierras que descubre Colón son vindicadas por el título de ocupación. Según el pensamiento jurídico de la época, los Reyes Católicos se apresuran a

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perfeccionar su dominio recurriendo al tradicional otorgamiento del Papa previsto en las Partidas. Para ello recurren a Alejandro VI, quien les concede la bula Inter Caetera "de donación", y la Dudum siquidem, "de ampliación de donación".

La corona española no es remisa a buscar títulos adicionales. El emperador Carlos V agradece al cronista Fernández de Oviedo sus investigaciones para demostrar que las Antillas habían pertenecido a la corona española por más de tres mil años, fundadas en una original interpretación de la Leyenda de las Hespérides que tiene por objeto desvirtuar las reclamaciones de los herederos de Colón:

También vi lo que decis que teneis escrito y entendeis haber probado por cinco autores, que esas islas fueron del rey Tubal, que tomó ciertos reinos después de Hércules, año de mil quinientos cincuenta y ocho, antes que nuestro Redentor encarnase, de manera que este año se cumplen tres mil un años de que esas tierras eran del cetro real de España; y que no sin gran misterio, al cabo de tantos años, las volvió Dios cuyas eran...(*).(Cit. por Marcel Bataillon: Dos concepciones de la tarea histórica, Imprenta Universitaria, Mexico, cit. por Enrique Pupo-Walker "Primeras imágenes de América: notas para una lectura más fiel de nuestra historia" en: Historia y ficción en la narrativa hispanoamericana, Monte Avila Editores, 1985.)

Como hemos visto, la reforma protestante y las consiguientes guerras religiosas ponen en entredicho al mismo tiempo la autoridad del Papa y las donaciones de continentes fundadas en ella. Las potencias europeas competidoras de España rechazan la donación apostólica y postulan el título originario de la ocupación. A tal efecto, dan rienda suelta a sus exploradores y aventureros para que comiencen a ejercerlo de la única manera que ello es posible: por los hechos. La Corona española responde con normas que condenan tal expediente. Desde los albores de la Epoca Moderna los Reyes Católicos dictan estatutos específicos contra los piratas, como la ley de 12 de enero de 1498, que vela

Por reprimir y castigar los CORSARIOS, así súbditos nuestros, como los otros que postposado el temor de Nuestro Señor, y la corrección nuestra, infestan y roban los navíos y personas que navegan por los mares mercantilmente en gran deservicio de Dios y Nuestro daño, y deservicio de nuestros vasallos y de la cosa pública, la cual es aumentada con el

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exercicio de la mercadería, y se desvía a causa de los DICHOS PIRATAS, contra los cuales queremos que sea procedido (...) (*).(Manuel Lucena Salmoral: Piratas, bucaneros, filibusteros y corsarios en América; p. 23)

En estos supuestos está implícita una doctrina jurídica contra piratas, corsarios y ocupantes ilegales, que podríamos formular con los postulados siguientes: tierras y mares del Nuevo Mundo han sido adjudicadas a la Corona española por el Tratado de Tordesillas; tales extensiones están bajo la soberanía de esta última; por tal motivo puede el Rey prohibir la navegación y la ocupación de ellas, así como castigar a quienes asalten naves españolas, sometidas también a la soberanía hispánica, naveguen o no en aguas exclusivas de ésta.

A partir de estos fundamentos se suceden las normativas contra la piratería. Hemos visto que Carlos V ordena ejecutar a Verrazzano apenas se entera de su captura; en 1521 establece el corso español contra los enemigos de la Corona en virtud de que se hacían muchos robos "así por moros, como por franceses, de muchos navíos y mercaderías de grande valor, y de oro de las Indias, y que con los mismos navíos y bienes que roban nos hacen la guerra" (*). (Cit. por Lucena: op. cit. p. 32). El rey Enrique II de Francia dispone en 1557 que los prisioneros españoles sean condenados a galeras y la corona española establece igual castigo para los corsarios franceses, cuyos oficiales, pilotos y capitanes debían ser ahorcados o arrojados al mar (*). (Haring: Los bucaneros... p. 59). El competidor europeo se hace el pirata del español.

Así se va conformando un régimen de extremo rigor contra los piratas. Don Juan Francisco de Montemayor y Cordova, gobernador y capitán general de Santo Domingo, organizador de la expedición que arroja de La Tortuga a los filibusteros en 1667, en su enjundioso Discurso político, histórico, jurídico del derecho y repartimiento de presas y despojos aprehendidos en justa guerra, premios y castigos de los soldados, lapidariamente expresa que "Piratos ni hazen verdaderos prisioneros, ni es suyo lo que cogen". En dicho libro, publicado en Amberes en 1683, resume la legislación vigente para la época en los términos siguientes:

Han sido siempre tan odiosos estos piratas, y cossarios, siendo como son ladrones publicos, perturbadores de la paz, y del comercio humano, que además de ser malditos, y excomulgados I. agenos de todo favor de derechos, y leyes.2.

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en conformidad dellas, puede qualquier privada, y particular persona prenderlos, y matarlos. 3. Por cedulas de su Majestad despachadas a este Govierno 4. se ordena, Que se haga justicia de los piratas y cossarios, y de qualesquiera estranjeros, que con sus baxeles se hallaren en estas costas, o en otra cualquier parte se apprehendieren, passadas las Islas de Canarias. 5. Se manda a los Generales, y Almirantes de Flotas y Armadas, Que si tomaren navios de cossarios, los condene el general a muerte, y lo execute en ellos, y en los Extrangeros que con ellos fueren y los bienes se repartan entre los que se hallaren al rendirlos (*). (Montemayor y Córdova: Discurso... pp. 52-53).

Es la dura ley que el propio Montemayor y Córdova aplica contra los filibusteros que intentan reconquistar La Tortuga de La Española en 1667. Y a medida que la amenaza pirática se exacerba, la Corona incrementa proporcionalmente el rigor contra ella. Así, en Cédula de 31 de diciembre de 1672, dispone que a los piratas se les aplique directamente la justicia en América "para evitar los crecidos gastos que de remitir a los que se aprendían extranjeros a estos reinos se originaban" (*).(Cit. por Lucena: op. cit. p. 24). Esta disposición es ratificada en diversas normas sucesivas; entre ellas en Real Cédula de 6 de marzo de 1684 en la cual se ordena que a los “cabos o capitanes de los piratas que se apresasen, constando del delito, se les castigase allá ahorcándolos o pasándolos por las armas ad modum belli, y que el modo de constar fuese por la voz viva, y declaración de la demás gente del bajel, en el acto de ser apresado, no difiriéndose la ejecución del castigo, y que los demás corsarios prisioneros se remitiesen a España cuanto antes fuese posible, sentenciados a galeras, también ad modum belli, para repartirlos en ellas” (*) (Cedulario. t. 38, fol 345, vto n. 300, M.J. de Ayala: op. cit. t. XI en prensa, citado por Lucena, op. cit. p. 24).

El extremo centralismo de la administración española determina que la mayoría de las disposiciones de carácter general contra la piratería vengan directamente de la Corona española. Y sin embargo, en los capítulos anteriores hemos visto que a lo largo de los dos siglos de la guerra contra los piratas, gobernadores y capitanes generales, alcaldes y cabildos regulan minuciosamente los detalles de tales normativas genéricas y las aplican usando en algunos casos la más amplia autonomía. Las sanciones administrativas y los juicios contra los acusados de colaboración con piratas o contrabandistas no sólo recaen sobre los simples particulares, sino que afectan a funcionarios de todas las categorías, e incluso a gobernadores, como sucede

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con el licenciado Bernáldez en 1567, con Aldonza Villalobos Manrique en 1570, con Fernando de Berrío en 1611 y con numerosos otros gobernadores en el siglo XVIII. En otros casos, la defensa contra los invasores del mar llega a medidas equiparables a políticas de tierra arrasada. Como hemos visto, y como recapitularemos más adelante, Borburata y Cabo de la Vela son abandonados fundamentalmente por la amenaza pirática; San Carlos es destruido por motivo de ella; por la misma causa el obispo Agreda predica la despoblación de Curazao, el Cabildo de Barquisimeto y el Gobernador de Venezuela ordenan la destrucción de San Felipe y en 1604 se prohibe el cultivo del tabaco para evitar su ilícito comercio, lo que provoca la migración de casi un tercio de los habitantes del Valle de Caracas. A pesar de ello, subsiste un problema: las normativas fundadas en el derecho exclusivo de España a su porción asignada del Nuevo Mundo son reconocidas sólo por ella. Los demás soberanos las desconocen o las impugnan atribuyéndose derechos equivalentes o sosteniendo que sobre el mar no hay soberanía posible. Y como ninguna nación puede ejercer un dominio efectivo sobre la totalidad del Océano, para fundamentar la legislación contra la piratería se debe recurrir a la postre a la vieja doctrina del Derecho Natural.

Según ella, ciertas normas, basadas en la racionalidad humana, tienen el mismo carácter perenne, universal e irrefutable que ésta, e igual condición tendrían contratos y propiedad privada. Ya hemos visto que Hugo Grocio invoca tal doctrina precisamente para justificar presas piráticas en un mar que las potencias imperiales llaman libre; cuando cada una de ellas se asegura su parcela exclusiva de Océano, el Derecho Natural es invocado de nuevo para impedir su uso libre a todos, incluso a los piratas.

A la postre los propios ingleses, en ciertas épocas tolerantes de la piratería y partidarios de la doctrina de la libertad de los mares que la facilita, concluyen condenándola. En 1536 los ingleses hacen recaer la competencia para los juicios de piratería en el Almirantazgo; Enrique VIII habilita para tal cometido a los tribunales de los condados, pero ello significaba que los acusados debían ser remitidos a Inglaterra para el problemático juicio.(*). (Hugh F. Rankin: La edad de oro de la piratería; Doncel, Madrid, 1974, p. 108). También se los condenaba en nombre del derecho natural. Como hace notar Alsedo y Herrera, "Guillermo Blackstone, publicista inglés, concreto y sobrio como buen sajón, dice que `el crimen de piratería, o robo y depredación

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en alta mar, es una ofensa a las más sagradas leyes de la sociedad', denomina al pirata hostis humani generis, es decir, enemigo del género humano". (*) (Dionisio Alsedo y Herrera: Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros pueblos de Europa en la América española desde el siglo XVI al XVII, p. 1).

Pero poco caso hacen piratas, corsarios y gobiernos de este supuesto Derecho Natural que cada quien define a su gusto. Como cada Estado es soberano en su propia esfera, a la postre cada uno crea sus propias normas contra la piratería o las acoge mediante tratados internacionales. Así, el Parlamento británico sanciona una rigurosa Acta contra la piratería en 1669 -irónicamente, el año del asalto de Morgan a Maracaibo- ; algunos de sus términos son incluidos en sus convenios internacionales, tal como sucede en el Tratado de Madrid de 1670.

La adopción de tales estatutos no obedece a una repentina agudización del sentimiento ético. A fines del siglo XVII, piratas, corsarios y filibusteros han cumplido la tarea histórica de contribuir a desgastar el poderío español, y ayudado al establecimiento de colonias holandesas, inglesas y francesas en el Caribe. A las pragmáticas compañías colonizadoras no les interesa que el mar que han conquistado gracias a los piratas esté infestado por ellos. Los filibusteros de éxito, como Morgan y Du Casse, terminan sus carreras como funcionarios encargados de exterminar a sus antiguos colegas. Jamaica tolera cada vez menos a los piratas y éstos deben huir hacia el refugio seguro que en las Bahamas les garantiza el gobernador Robert Clarke. De Port Royal los aventureros pasan a Nueva Providencia, sirviéndose también eventualmente de diversos puertos de Nueva Inglaterra y Carolina del Norte, cuyo gobernador Charles Eden es acusado de protector de piratas y de cómplice de Edward Teach, "Barbanegra". Gracias a ello normativas y tratados se traducen en hechos. Tras el ataque de los filibusteros a Cartagena de Indias en 1697, una flota combinada de españoles, holandeses e ingleses les da alcance y los destruye casi totalmente. Los británicos crean estatutos para limpiar de piratas unas aguas que ahora consideran suyas. La Corona crea en 1699 un tribunal del Vicealmirantazgo en las colonias para juzgar a los piratas in situ; aun así, los cómplices o encubridores debían ser remitidos a la metrópoli, para evitar que los jueces coloniales los absolvieran (*). (Rankin: op. cit. p. 109). Luego, el Rey Jorge III promulga el 5 de septiembre de 1717 en Hampton Court un decreto ambiguo según el cual para "cada pirata o piratas que se rindiera según queda dicho, tendrá nuestro gracioso Perdón, de y por su piratería y piraterías

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cometidas antes del próximo 5 de enero". Mientras que la captura de aquellos que se nieguen a acogerse a tal amnistía será recompensada por un monto de 100 libras por cada comandante o buque; de 40 por cada teniente, contramaestre, carpintero y artillero u oficial, de 30 por cada sargento, y de 20 libras por cada marino raso(*). (Johnson: A general history of the pirates, by captain Charles Johnson, T. II, pp. 199-200).

La codicia, principal aliada de los piratas, trabaja ahora contra ellos. En cumplimiento de este estatuto es atrapado y muerto Edward Teach, "Barbanegra" y ejecutados Stede Bonnet, el capitán Kidd y muchos de los más feroces y pintorescos merodeadores del Caribe. Al derrotar sucesivamente las hegemonías navales de España, Holanda y Francia, Inglaterra se hace la virtual soberana de los océanos. El Mar Libre es el mar de los ingleses: sus leyes contra la piratería tienen así una vigencia fáctica global; las demás potencias marítimas aprueban normas similares o acogen las de otros países mediante tratados internacionales. Un cerco jurídico y naval se cierra sobre los Demonios de Mar. El derecho y el interés colaboran en su exterminio.

2.-La protección a los navegantes: flotas y avisos

El sino de un marineroque anda en el mar engolfado,le es por el Cielo enviadohasta pisar el terreno.El mar se queda en su senomejorando su caudal,aquel rico mineralque Dios le dejó sembrado;y, por lo que he calculadode un capitán no hay que hablar.

Décima de marinero.

-La riesgosa Carrera de las Indias

Los incompletos conocimientos náuticos de la época, los azares de las tormentas y el azote de piratas y corsarios agravan el riesgo para quienes se hacen a la mar hacia el Caribe en los siglos XVI y XVII. Haring compila un inquietante cuadro sobre las pérdidas de las flotas españolas en los viajes a América en el período entre 1504 y 1527:

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-----------------------------------------------------------------Períodos Partidos a América Número de Navíos Perdidos Retornados a España-----------------------------------------------------------------1504-1509 159 101 581510-1515 232 168 64 1516-1527 491 269 222 ---- ------ ------ 882 538 344-----------------------------------------------------------------(*) (Fuente: C.H. Haring "Trade and navigation between Spain and the Indies", en Harvard Economic Studies, t. XIX, 1918, cit. por Cartay; Ideología, desarrollo e interferencias del comercio marítimo durante el siglo XVII, p. 99).. Como bien señala Cartay, la pérdida total es del 39% : sólo la enorme rentabilidad de los metales preciosos americanos justifica una empresa sometida a un riesgo tan grande(*). (Loc. cit.). Y este desastroso balance es anterior a la instalación de las bases filibusteras de La Tortuga y Jamaica.

Por ello, desde el principio se deben adoptar medidas para proteger a las embarcaciones que emprenden la riesgosa navegación hacia las Indias. Como hemos indicado en capítulos precedentes, estas medidas son esencialmente tres: la agrupación en flotas protegidas por buques armados; la instauración de un sistema de comunicaciones y de información mediante embarcaciones rápidas llamadas avisos, que alertan a los convoyes contra la aproximación de adversarios, y la creación de resguardos navales para la localización y persecución activa de los ladrones del mar. -Navegación en flotas

Ante los primeros ataques importantes de piratas en las solitarias aguas americanas, los estrategas discurren que la agrupación puede ayudar a la defensa mutua. Walter Cardona Bonet detalla las etapas de implantación de dicha táctica:

Hacia 1537, en vista de la excesiva piratería francesa, el Rey ordenó a todas las colonias de ultramar que los envíos de tesoro debían ser almacenados en Santo Domingo, donde una armada especialmente despachada aseguraría su arribo hasta España (...) A medida que el

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sistema defensivo naval español mejoraba, las flotas fueron cada vez más escoltadas y protegidas por una armada de cuatro galeones fuertemente artillados y tripulados, de una carga de 200 a 300 toneladas, y dos carabelas de 80 a 100 toneladas. En 1540 la Corona sancionó otra armada, y en 1541, por primera vez una fuerte armada que llevaba cuatrocientos hombres paró en La Habana en su viaje a Nombre de Dios con la sola misión de reunir lo remitido desde México. En 1543, las primeras regulaciones navales que prohibían la partida o que se hicieran a la vela "navíos sueltos" fue definitivamente puesta en efecto. En adición, las estipulaciones sobre tonelaje dictaban que las naves que hicieran el viaje tenían que ser de 100 o más toneladas. Más aun, las naves debían navegar en grupos de diez o más, y por lo menos uno de los bajeles debía estar fuertemente armado y servir como "Capitana" o nave insignia de la división. (*). (Cardona: Shipwrecks in Puerto Rico' s history, Vol.I.1502-1650 p.

110).

Pero el peso y el costo de la artillería, así como los gastos del salario y la manutención de los soldados tientan a los avariciosos armadores a incumplir estas normas (*). (Francisco Mota: Piratas en el Caribe, p. 40). Por tal motivo, las crónicas de la época reportan frecuentemente presas sobre naves indefensas. Cuando la armada de John Hawkins se topa con la flota española que arriba a Veracruz, de acuerdo al mínimo que exige la ordenanza de 1543 sólo la nave almirante de ella está armada.

Por tanto, desde 1574 las autoridades españolas protegen sus buques restringiendo todavía más su libertad de navegación al obligarlos a formar parte de los convoyes periódicos llamados flotas. Hemos visto que éstas tienen nombres específicos y travesías asignadas: hay así la Flota de Nueva España, la de Tierra Firme, la de Guarda de la Carrera de Indias, la de Acapulco y el Perú. Dos veces al año salen de Sevilla los Doce Apóstoles, un número igual de galeones bautizados cada uno con el nombre de un Apóstol y que, Dios mediante, regresan cargados con las riquezas minerales del Nuevo Mundo. Las flotas se comunican entre sí y con los puertos cercanos con "avisos", bajeles rápidos que actúan como mensajeros llevando noticias, correspondencia, advertencias e instrucciones especiales(*). (Cardona: op. cit. p. 109).

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La adopción de tal sistema defensivo tiene definidos efectos en el comercio entre la metrópoli y las Indias. Como señala Dionisio de Alsedo y Herrera:

Con semejante disposición se reformaron las licencias de los registros sueltos para los puertos de Tierra-Firme y de Nueva España, y la libertad de navegar solos sin más respeto y guardia de conservas que la voluntad de los maestros y de los pilotos, para el arbitrio y pretextos de las arribadas, escalas y fraudulentas negociaciones en las colonias. Tal fue el establecimiento de Galeones para los puertos de Santa Marta, Cartagena y Portobelo, y de flotas para el de la Vera Cruz; los primeros, a efecto del preciso abasto de géneros y mercaderías en las provincias meridionales de los cuatro Reinos de Granada y las segundas, para lo mismo en los septentrionales de México y sus adyacentes de Goatemala, Guadalajara y Provincias de los Nuevos Reinos de México, León y Vizcaya, comprendidos en el distrito y nombre de Nueva España; bajo de las bien concertadas reglas de que las licencias, que antes se concedían a individuos particulares, fuesen comunes a todo el cuerpo del comercio de cargadores y navegantes de la carrera de Indias y que fuesen juntos bajo de la conducta y convoy de una escolta de navíos de guerra, que fuese trozo de la Real Armada del Océano, en el número que fuese conveniente según las ocasiones constitución de los tiempos de paz y de guerra, para su conserva y seguridad, con el título de Galeones Reales y Flota de la Guardia de ambas veredas, en sus viajes de ida y vuelta. (*). (Alsedo y Herrera: Piraterías y agresiones de los ingleses y de otros pueblos de Europa en la América española desde el siglo XVI al XVII, p. 449).

Las potencias competidoras de España se apuntan una primera victoria al obligarla a adoptar este sistema defensivo, que limita el comercio con América a la espaciada salida de los convoyes, y lo encarece con los impuestos necesarios para costear armamentos y soldados. Y a medida que avanza el siglo XVI, el sistema de flotas se hace cada vez más inclusivo y más oneroso. El sistema es negativo por su lenta periodicidad, por las restricciones y por las cargas tributarias que impone a sus integrantes; a cambio de ello, se revela relativamente eficaz desde el punto de vista militar. Sólo en tres oportunidades son capturadas flotas completas o parte significativa de ellas: en los tres casos, lo son por armadas regulares o corsarias de magnitud equiparable. Los piratas sólo asaltan las embarcaciones que se rezagan o se separan de ellas.

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A partir de 1654, se interrumpe el envío periódico de metales preciosos hacia España; desde ese momento la navegación de las flotas se hace esporádica. En 1713 se interrumpe de facto, con la concesión de privilegios a varias compañías extranjeras para el comercio con las Indias, hasta que desaparece por completo en 1765, con la instauración de medidas de libertad de comercio. Durante este prolongado lapso, el comercio queda de nuevo fundamentalmente a cargo de las naves sueltas. En forma inevitable, gran parte de él queda en manos de los piratas, corsarios o contrabandistas que arriban a América. Como bien señala Enrique Bernardo Núñez, "Los corsarios pueden saquear ciudades, apoderarse en el mar de las naves que conducen las riquezas de América, pero aseguran a los colonos privados de comunicaciones frecuentes con la metrópoli, una vía de comercio. Puede decirse que durante el siglo XVI es casi la única que existe. El corsario viene a ser un agente todavía remoto de la libertad" (*). ("Juicios sobre la Historia de Venezuela", en Novelas y ensayos; Biblioteca Ayacucho, Caracas 1987, pp. 211-212).

-Naves sueltas o de registro

A medida que el sistema de flotas se perfecciona, la travesía de naves sueltas se hace rara, y es en ocasiones formalmente prohibida. A pesar de ello, no desaparece del todo. Entre 1650 y 1699, por ejemplo, Lutgardo García Fuentes comprueba 72 viajes de este tipo a las Indias(*). (García Fuentes, Lutgardo: El comercio español con América, 1650-1700, Sevilla, Escuela de Estudios Hispanoamericanos de Sevilla, 1980, citado por Cartay: op. cit. p. 101). Las cifras muestran lo ocasional de la práctica: menos de una vez y cuarta por año. La mayoría de dichas naves, con un total de 17, llegan a Venezuela, muy por encima de las 13 destinadas a Buenos Aires, de las l2 destinadas a Honduras, y de las 8 que llegan respectivamente a Cuba y Nueva España. Ello no significa que fuéramos la colonia más visitada, sino que recibíamos más embarcaciones solitarias porque las grandes flotas estaban destinadas a los más prestigiosos virreinatos. En todo caso, el comercio de Venezuela con la metrópoli depende fundamentalmente de los dos navíos sueltos o de registro que por licencia real le es permitido fletar cada año a partir de 1590.

Y en efecto, en esa fecha Simón Bolívar el Viejo es enviado por sus conciudadanos ante la Corte a "supplicar a su magestad se aservido de dar licencia que venga cada un año dos navíos de menor porte, con rregistro, a la

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costa desta provincia de Caracas, de Sevilla o Cadis, con flota o sin ella, con mercadurías para el proveymiento de los vezinos desta governacion, por quanto a esta governación no vienen navíos de España con derecha carga por estar fuera de la navegación de las flotas"(*). ("Las veintisiete súplicas del procurador Simón de Bolívar", en Santos Rofulfo Cortés (comp.): Antología documental de Venezuela, pp. 106-112). En el siglo inmediato los colonos obtienen por vía de gracia la autorización para fletar un número cada vez mayor de naves sueltas. Hemos visto en el capítulo anterior que esta iniciativa da lugar a fines del siglo XVII a la creación de una flota mercante colonial de 18 buques, la más importante de las colonias españolas en América.

3.-La organización de resguardos navales

El que ha sido navegantecuando ve la mar, suspiray yo tengo por venganzaolvidar a quien me olvida.

Copla popular venezolana.

-La metrópoli crea resguardos navales para las Indias

La más obvia medida de defensa activa contra piratas y corsarios es la creación de flotillas y resguardos específicamente dedicados a perseguirlos. Y en este sentido, las iniciativas son tempranas; en 1501 una real ordenanza española prescribe la construcción de carracas para perseguir a los corsarios, y en 1513 se envían reales cédulas a los funcionarios de la Casa de Contratación para ordenarles el despacho de dos carabelas que guardasen las costas de Cuba y protegiesen la navegación española, contra los asaltos de los corsarios franceses"(*). ( Marcel: Los corsarios franceses en el siglo XVII, p.8, citado por Haring: Los bucaneros... p. 49) Asimismo, desde 1522, una real provisión establece una armada "para guardar los mares de poniente contra los corsarios franceses que hacían mucho daño y robo" (*). (Mota: op. cit. p. 40). En 1524 se dispone una Armada Real del Mar Océano; en 1552 se establecen escuadrones navales de resguardo en Santo Domingo y en Cádiz; a fines de 1553 se prepara una Guardia Costera que debía ser estacionada en La Española bajo el mando del Frayle Juan de Menderichaga(*). (Cardona: op. cit. p. 110). En 1573 se establece una importante base naval en las islas Scelles y luego una Armada del Sur en el Pacífico. La Armada Real del Mar Océano actúa en Araya y en las Antillas en 1605; para proteger esta zona se

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crea especialmente en 1541 la Armada de Barlovento, cuyas operaciones, si bien discontinuas, se prolongan durante casi un siglo (*). (Céspedes de Castillo: América hispánica... p. 267).

Estas medidas resultan en su conjunto tardías e insuficientes: a lo largo del siglo XVII hay una declinación sostenida de la construcción naval en España que la incapacita cada vez más para defender su vasto imperio; en 1674 debe recurrir a autorizar el corso americano. -Los colonos crean flotillas de resguardo naval

Al lado de estas escuadras armadas por la metrópoli para la defensa de las Indias, los colonos habilitan con frecuencia flotillas específicamente destinadas a defenderse de los piratas o perseguirlos. La primera de que se tiene conocimiento en Venezuela es la dotada de su propio peculio por Diego Fernández de Serpa en 1528 para proteger la Costa de las Perlas; a ella se deben, precisamente, las dos primeras batallas navales y las dos primeras victorias contra corsarios en aguas venezolanas: la captura de monsieur Rondón, y la derrota de Diego Ingenios.

Recapitulemos algunos de los hitos de este proceso que hemos detallado en capítulos anteriores. En 1565, el emperador Carlos V dispone por Real Cédula de 13 de febrero la dotación de un bajel con 60 soldados mosqueteros y 70 remeros para el resguardo de la Nueva Andalucía; en 1577 solicita informes al gobernador de la Provincia de Venezuela Juan de Pimentel sobre la conveniencia de crear una flota de galeras para la defensa de las aguas caribeñas. En 1591, Felipe II dispone por Real Cédula de 18 de mayo convertir las embarcaciones de pescadores de perlas en flotillas con canoeros armados con espada y arcabuces contra los piratas. En 1596, el soberano ordena la creación de flotas de resguardo especiales para la Provincia de Venezuela con cargo a fondos especiales de la Real Hacienda y exenciones tributarias fundadas en el gasto de la lucha contra los invasores del mar. En 1600 Felipe III mediante Real Cédula de 28 de junio acepta la táctica desarrollada por los canoeros margariteños de acudir en sus propias piraguas y armados en flotilla a combatir a los piratas. A principios del siglo XVII Sancho de Alquiza patrulla las costas venezolanas con naves bajo su comando y captura varias naves piratas, entre ellas el buque de alto bordo del pirata Jorge Escudero. En los años 1631, 1633, 1634 y 1635 el gobernador de Cumaná Benito Arias Montano equipa eficaces flotillas de piraguas con las cuales expulsa repetidamente a los holandeses de La Tortuga venezolana. En

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1642 Ruy Fernández de Fuenmayor, tras recabar con enormes dificultades los recursos de la Provincia de Venezuela, fleta la pequeña armada con la cual reconquista transitoriamente Bonaire. En 1665 el gobernador Felix Garci-González de León patrulla el litoral con varias naves y captura la nave pirata "El Caballero Romano". En 1680, se usan en Margarita fragatas de la zona como "avisos" de incursiones piráticas. Y a final de siglo, el año 1699, el Cabildo de Caracas dispone la construcción de naves para guardacostas, en cumplimiento de "una Real Cédula fecha en Madrid a catorce de Junio de mil seiscientos noventa y ocho, en que Su Majestad manda, se labren dos embarcaziones para Guardacostas, para cuya fábrica aplica Su Magestad treinta y dos mil pesos de su Real aver, y para su manutenzión manda, que todo el Cacao de la Costa se transporte en estas dos embarcaziones, pagando a quatro reales por cada fanega"(*). (Oviedo: Tesoro de noticias, p. 79). Como hemos visto, a principios del siglo XVIII, Venezuela dispone de una flota propia de 18 naves para transportar el cacao a Veracruz; en 1702 el cabildo concede una patente de corso a José López y el año inmediato otra al marqués de Mijares, para que capturen a las naves enemigas. Mientras tanto, el Gobernador de Cumaná arma sus propias piraguas corsarias; posteriormente el gobernador José Francisco de Cañas organiza un corso sistemático desde 1711, y los gaditanos Juan Francisco Melero y Alonzo Ruiz Colorado obtienen en 1722 una concesión por seis años para el monopolio del comercio y el ejercicio del corso en la costa venezolana.

En esta apretada síntesis podemos percibir de nuevo el sostenido esfuerzo de las autoridades de las provincias de Margarita, Nueva Andalucía, Guayana, Maracaibo y Venezuela para tomar la iniciativa en el resguardo naval de sus costas.

La perenne amenaza de piratas, corsarios y contrabandistas alienta así la creación de sistemas estables de defensa naval en colonias en las cuales, al principio, no hubo milicia profesional salvo en casos muy excepcionales. Hemos visto cómo las embarcaciones de resguardo de una Provincia colaboran activamente en defensa de las otras; cómo Juan Sarmiento de Villandrando es ayudado en Margarita por naves del Gobernador de Cumaná; cómo éste coopera en la expedición del Gobernador de Venezuela para reconquistar Curazao, y cómo las gobernaciones vecinas ayudan a Trinidad en sus empresas defensivas. Tras cada incursión pirática, las autoridades agredidas envían inmediatamente embarcaciones de aviso a las ciudades

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vecinas amenazadas. Según certeramente apunta Mario Briceño Iragorry de los invasores del mar:

Su obra destructora en nuestro territorio sirvió, en cambio, de martillo para templar el espíritu de los criollos y para abrir sentidos de cooperación a las ciudades. A la voz de "corsario" los pueblos olvidaban el exclusivismo de sus tendencias y se aprestaban a engrosar las fuerzas que salían en auxilio de las ciudades amenazadas. De una a otra Gobernación marchaban los refuerzos; Venezuela cooperaba con Guayana; la Nueva Andalucía con Margarita; Venezuela con Maracaybo. ¡Lástima grande que el claro ejemplo antiguo no lo tomen las nuevas generaciones hispanoamericanas para luchar mancomunadamente contra el nuevo filibusterismo!(*). (Briceño Iragorry: Tapices de historia patria, p. 137).

Hemos visto también los numerosos obstáculos que debieron vencer las autoridades para recabar estos auxilios, como los que encontró Ruy Fernández de Fuenmayor en su intento de recuperación de Bonaire y de Curazao. Ello no hace más que resaltar la importancia de la amenaza pirática en el establecimiento de dichos vínculos de cooperación, a los que por razones obvias podían ser tan remisas localidades débiles y mal comunicadas entre sí. La suprema prioridad que representa el ataque pirático vence sin embargo toda suerte de escrúpulos locales, y abre las vías de una cooperación y comunicación regular en otras materias políticas, económicas y sociales. 5.-Las fortificaciones y defensas costeras

Gobernador que en su gocefortificación no sabe¿Cómo ha de tocar el clavequien las teclas no conoce?

Nicolás de Castro: Axiomas militares.

La guerra contra los piratas exige la construcción de fortificaciones y defensas costeras. No es por casualidad que las grandes edificaciones del período colonial venezolano sean las iglesias y los fuertes para defensa de las costas. El templo (frecuentemente usado como primer reducto militar) defiende la unidad ideológica que cimienta la obra del conquistador; la fortaleza costanera la protege contra los competidores europeos: en el territorio que después será Venezuela, casi todas las grandes edificaciones

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militares están frente al mar o en el camino que une a éste con las grandes ciudades, prueba evidente de que se teme más al enemigo marítimo que al posible sublevado de Tierra Firme. Así, las costas se van llenando de un suelto rosario de fortificaciones, que defienden desde las bocas del Orinoco hasta la Barra del Lago de Maracaibo. Recapitulemos algunos de los hitos de este proceso que hemos expuesto en capítulos anteriores. Cuando piratas y corsarios caen sobre el botín de las perlas, empieza el trabajo de fortificar los puntos estratégicos cercanos a los ostrales. Ya en 1528, poco después del ataque de Diego Ingenios, se inicia en Cubagua la construcción de una fortaleza. Para 1578, el gobernador Juan de Pimentel informa en su Relación geográfica y descripción de la Provincia de Caracas y Gobernación de Venezuela, que "no hay fortaleza ni fuerte edificado en esta provincia mas de ser la tierra muy doblada trabaxosa de andar"(*). (Cortes, comp.: Antología documental de Venezuela, p. 101). La Instrucción y orden para los oficiales de Margarita dispone la construcción de casas fuertes para defender la isla y guardar las perlas y las cajas reales. Poco después, en Real Cédula de 23 de septiembre de 1586, Felipe II pide informes sobre la conveniencia de la erección de una fortaleza en dicha isla. Mediante Real Cédula de 5 de junio de 1591, el soberano instaura en ella un sistema de vigilancia permanente, con vigías, caballos y mensajeros pagados por la Real Hacienda. En 1593 hay ya un pequeño fuerte en Pampatar, desde el cual los margariteños cañonean a la flota de sir John Burg. Y en 1595 el gobernador Pedro de Salazar informa al Rey que ha construido en Margarita una muralla que rodea la ciudad.

En 1595, los caraqueños se ufanan de un pequeño fuerte en el mar y de barricadas en el empinado camino que conduce de éste hasta Santiago de León de Caracas, pero ambas defensas resultan inútiles contra la invasión de Amyas Preston. Poco después el precavido gobernador Piña Ludueña, por haber avistado naves corsarias en su ruta hacia la Provincia, al llegar encarga a Bartolomé de Vides "enderezar y edificar las trincheras del camino que va a la mar, y ahondar el foso", e instala en las murallas dieciséis cañones rescatados del filibote del corsario Anthony Sherley, que había naufragado en Curazao (*). (Sucre: op. cit. p. 90). Igualmente precavido, el gobernador Diego de Osorio no se contenta con fundar la Guaira en l6O3, sino que además inicia de inmediato las obras para fortificarla. Y ese mismo año, según registra Oviedo y Baños en su Tesoro de Noticias, "en Cavildo de quatro de henero se determinó se abriese el Camino de la Guayra que oy se tragina, y se encomendó la obra al Capitán Juan de Guevara que entonces era theniente

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General, quien lo abrió y se mandó Cerrar el que antes de traginaba" (*). (Oviedo: Tesoro de noticias. p. 10)

Mientras los caraqueños perfeccionan las defensas de su ciudad, comienza en 1621 la erección del formidable fuerte de Santiago del Arroyo de Araya, para proteger las salinas homónimas contra las incursiones holandesas: la enorme obra sólo se concluirá dos décadas más tarde.

Hacia l634 el gobernador Núñez Meleán, azote de los bucaneros holandeses, le instala al fortín de La Guaira seis cañones traídos de La Habana. El temblor de l64l derriba la pequeña fortaleza. Consciente de su importancia, el gobernador Ruy Fernández de Fuenmayor de inmediato inicia su reedificación, se ocupa de las reparaciones del fuerte de la Barra del Lago de Maracaibo dañado por la flota corsaria de Gerritsz y en 1644 debe asimismo reconstruir de nuevo el fortín de La Guaira, devastado por la flota de Jackson. El gobernador Vera Moscoso comienza su gestión en la Provincia de Venezuela en l656 reparando estas fortificaciones y mandando abrir un nuevo camino estratégico, entre La Venta y el puerto, por la vía del río. La población de Las Trincheras, entre Valencia y el mar, toma ese nombre por las defensas contra los piratas. En 1667 el gobernador de Margarita Juan de Gadea se preocupa por concluir las obras del castillo de San Carlos en dicha isla. El gobernador de la Nueva Andalucía Sancho Fernández Angulo construye entre 1669 y 1673 en el centro de Cumaná el castillo de Santa María de la Cabeza. El gobernador de Maracaibo Jorge Madureira y Ferreira hace erigir en 1679 el castillo de San Carlos, inicio de un sistema defensivo que comprende fuertes en las barras de Barbosa y Zapara y cuya erección sólo culminará en 1701. Y pocos gobernantes son tan acuciosos en la mejora de las defensas costeras del puerto guaireño como Garci-González de León, de quien apunta Luis Alberto Sucre que "fortificó con fosos y trincheras los sitios más estratégicos entre las costas y Caracas, estableciendo cuerpos de guardia permanentes en los de Salto de Agua, las Trincheras y Agua Negra"(*). (Sucre: op. cit. p. 162-163). En 1680, con motivo de la alarma que causa la incursión de Grammont a La Guaira y Los Caracas, el gobernador don Diego Melo Maldonado exhorta a los vecinos de Santiago León de Caracas a contribuir con la instalación de trincheras y otras obras de defensa, los pobres con su trabajo y los ricos con donativos, que en el caso del Cabildo eclesiástico llegaron a seis mil pesos (*).(Arístides Rojas: Crónica de Caracas, p. 116). Oviedo y Baños registra asimismo que para el año de 1680, "en cavildo de veinte y ocho de Marzo está la quenta de lo percevido para la fábrica de una fortaleza, que se intentó hacer

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en esta Ciudad". Y el mismo año, "en cavildo de veinte y nueve de Agosto está la Real Cédula en que su Majestad aprovó por seis años el arvitrio del nuevo impuesto para la fortificazión de esta Ciudad". (*). (Oviedo: op. cit. p. 20)

Pero es a partir del siglo XVIII cuando se emprenden los más ambiciosos procesos de fortificación militar en Venezuela. Detallar la vasta obra cumplida en este sentido cae fuera del período que estudiamos. Bástenos señalar, a manera de ejemplo del empeño con el cual se edifica, que en 1706 el gobernador de Margarita José Alcántara informa a la Corona que ha reparado el castillo de Pampatar con el valor de la mercancía decomisada a una nave holandesa encallada en las cercanías; que hacia 1735 don Carlos de Sucre está ocupado en la erección del castillo de San Francisco en Santo Tomé de Guayana. En l739, alarmadas por el ataque de una flota inglesa al mando del capitán Waterhouse, las autoridades refuerzan las fortificaciones de La Guaira, las dotan de artillería pesada e instalan en ellas cuatro compañías del regimiento Victoria: afortunadas precauciones que les permiten rechazar en l743 el feroz asalto de la flota del comodoro Knowles.

Aunque exitosa, la defensa revela las deficiencias del sistema de fortificaciones, que ya había señalado desde 1721 el minucioso intendente José de Olavarriaga. En l769 el conde Roncaly, para entonces gobernador de Caracas, deja constancia, en informe dirigido a sus Majestades, de la vulnerabilidad de La Guaira y de la necesidad de edificar un fuerte en la altura de Las Tunas, otro para la altura de El Zamuro, tres edificios para cuarteles y almacenes de víveres y un parapeto alrededor de El Colorado. Construidos los cuales, "se reconocerá quan difícil sea, superen los Enemigos tantos, y tan variados obstáculos que se les presentarán para la Conquista de la Guayra, Frontera de esta capital y Llave de esta Provincia por estta parte y las obras de Fortificación proyectadas en sus contornos que asistidas con el exercito nacional y tropa veterana que combendrá aumentar, parece forzoso haver de convenir que se les repelerá y arrojará del Pais mas bien que se establezcan en el" (...). El presupuesto de la obra, minuciosamente calculado, alcanza a 26O.373 pesos(*).(Suárez: op. cit. pp. 94-95). Al fin, La Guaira y sus dos principales vías hacia Caracas quedan defendidas por una impresionante serie de edificaciones: la muralla del mismo puerto y sus baterías de Santiago y de La Caleta, El Mapurite, puerta de Macuto y San Gerónimo; el Fuerte El Gavilán, el Fortín El Palomo, el Fortín El Zamuro y el Castillo de San Carlos, que dominan las colinas inmediatas al poblado; el Fortín El Salto, casi a mitad del camino hacia la capital; el Fortín Blanco, el

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Castillo Negro y el reducto de San Joaquín, con una extraordinaria vista sobre el valle, y en fin, Puerta de Caracas, acceso fortificado a la ciudad.

Por razones idénticas y en defensa contra los mismos adversarios, todos los puertos importantes, todas las entradas estratégicas del mar hacia Tierra Firme quedan finalmente protegidas por las autoridades coloniales con fuertes. Como hemos visto, los hay en Cubagua; en la entrada del Orinoco; en Pampatar, Porlamar y La Asunción; en Araya, en Carúpano, Cumaná, Barcelona, Puerto Cabello, Coro y Maracaibo. La tardanza en las obras del fuerte de la isla de Trinidad facilitó que una flota inglesa al mando del almirante sir Henry Harvey nos la arrebatara en l797. Nuestras costas son un suelto rosario de esas edificaciones escuetas, usualmente con planta en forma de estrella para que su artillería pueda barrer mejor a los posibles asaltantes. Con la excepción del fortín de Cubagua, derruido por el terremoto de l543, los demás resisten la ocasional metralla de los invasores y de las guerras de Independencia y sobreviven al tiempo y al cambio de regímenes y de agresores. Todavía en l9O2 el venerable Castillo de Puerto Cabello responde con sus anticuados cañones de carga delantera a los disparos de los acorazados prusianos e italianos que bloquean nuestras costas. La misma fortaleza es bombardeada en l962, porque se sospecha que en ella se parapetan insurrectos. Muchos de estos anticuados fortines continúan prestando servicios como cuarteles -y como prisiones políticas- durante las décadas del gomecismo, antes de pasar definitivamente a museos.

Y así, los dos siglos de la guerra contra los piratas unen a los colonos en torno a la tarea de integrar un vasto sistema defensivo, en la cual empeñan sus recursos, talentos e iniciativas. Como también señala Mario Briceño Iragorry:

La virtud del martillo en el caso de nuestra evolución colonial, la podrían invocar Inglaterra, Holanda y Francia por títulos suficientes para ser tenidas como educadoras de nuestros sentimientos de cooperación colectiva. Bien que la escuela fuera dura, ellos lograron, a pesar de todo, el mérito de haber obligado a los colonos y a los gobiernos de las Provincias, a sumar sus energías defensivas y a estar vigilantes en la guarda de los intereses comunes. Sin las naves que aquellas nobles potencias protegían y enviaban para asolar las costas de la América Española, hubieran carecido estos pueblos de oportunidad para estrechar sus fuerzas y para medir sus recursos bélicos(*). (Briceño Iragorry: Tapices de historia patria; p. 121).

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4.-Los tributos para costear la lucha contra los piratas

El demonio le asaltódiciéndole estas palabra:-Marinero, ¿qué me das,como te saque del agua?-Te daré mis tres navíos,si queréis, en oro y plata.-No te pido tus riquezassino que me des el alma.-¡Vete, perro engañador,enemigo de las almas!Mi alma es para mi Diosque le ha costado tan cara;mi corazón pa María,que es nuestra madre abogadami cuerpo para los pejesque están debajo del agua.

Romance español, venezolanizado.

-Impuesto de habería

La guerra contra los piratas, por cuanto impone la creación de resguardos navales, la recluta de milicias y la erección de fortalezas, exige importantes dispendios de la Real Hacienda y la creación de tributos para financiarlos.

Recapitulemos algunos de los hitos en la formación de este sistema tributario, que también hemos detallado en los capítulos anteriores. Una Real Cédula del seis de noviembre de 1528 dispone secuestrar y embargar los bienes y haciendas de los contrabandistas. Otra Real Cédula, de 22 de agosto de 1576, ordena que la caja real y sus oficiales pasen de Río de la Hacha a Margarita, nueva sede del auge perlífero. Otra Real Cédula de 19 de octubre de 1596 instituye en la Real Hacienda un fondo especial destinado específicamente a la lucha contra corsarios.

Entre los primeros tributos destinados de manera directa a la lucha contra el corso y la piratería están los sancionados para costear la defensa de los convoyes, a cuyo efecto, según señala Alsedo y Herrera, "dispúsose a la vez que el costo de su armamento y manutención, se sacase de una regular

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contribución de los comercios con el nombre de Habería, escrito con esta inicial H y no con A"(*). (Alsedo: op. cit. p. 450) El virrey Don Diego de Benavides y de la Cueva es el primero en introducir este impuesto en el Nuevo Mundo. Como acertadamente indica Alsedo y Herrera, dicho funcionario

Celebró durante el mismo año de 1661 las primeras capitulaciones con el Consulado y comercio de aquella ciudad de los asientos de Habería, en virtud de la admirable disposición del Consejo por Reales despachos de 7 y 31 de marzo del año antecedente de 1660, cuya forma se contrajo a que sus contribuciones se establecieran desde las primeras navegaciones de las Indias por particulares, sin relación al comercio de aquél Reino ajustándose como el de Sevilla en el modo equivalente de sacar los gastos de las naos de guerra llamadas entonces (como queda dicho) Galeones Reales de la Guardia de la Carrera de Indias, por asientos particulares entre personas interesadas del mismo comercio para el apresto y costas de la navegación; cuyo gasto se repartía con proporción sobre el oro, plata, frutos y mercaderías que se traficaban de unos a otros Reinos con la precisión de constar del Registro en que regularmente correspondieron los primeros años a razón de 6 por 100.(...)Esta suma se entregaba en la Real Casa de Contratación y se depositaba en una sala particular que, con este motivo,tomó de nombre la del Tesoro de Habería (*) (Alsedo: op. cit. p. 142)

Con el paso del tiempo, el impuesto se hace gravoso. Como indica Cardona Bonet, a la postre no sólo gravó a los envíos desde las Indias, sino también a las provisiones y bastimentos originados en España; y después de pechar en sus comienzos entre el 1,5% y el 4% de los valores, llegó a mediados del siglo XVI hasta el 12% del valor del cargamento (*). (Cardona: op. cit. p. 106).

-Remisiones de impuestos por la guerra contra los piratas

Por otra parte, los colonos del territorio que luego será Venezuela invocan el azote pirático para suplicar reducciones de impuestos. Así, en 1618 el Rey envía al Cabildo de Caracas una Real Cédula en la cual exime durante un plazo de diez años los derechos de almojarifazgo, ya que

Nicolás de Penalosa, en nombre y como procurador general de la Provincia de Venecuela a hecho rrelación que los vezinos della están

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muy pobres y nesecitados rrepeto de los muchos daños que an rresivido de los co(r)sarios, a cuya resistencia siempre an acudido y acuden y a la pasificación de los indios de guerra, suplicándome que, para que se pudiesen alibiar y animar a sus labranzas y crianzas les hisiese merced de prorrogarles por dies años más la que les hize por seis por zédula mía de dies y seis de abrill del año pasado de seiscientos y ocho, en que de los frutos de sus granjerías, labranza y crianza, que de la dicha providencia se llevase a esas, no me pagasen derechos de almojarifazgo(*). (Actas del Cabildo de Caracas, 1612-1619, Tomo IV, p. 127).

Nótese que la remisión de impuestos tenía ya diez años en vigor, desde 1608; que los atormentados vecinos equiparan el desgaste de la resistencia contra los corsarios a la de la "pasificación de los indios de guerra", y que el propio Rey acepta la asimilación de los gastos de esta resistencia a un tributo de hecho, puesto que en compensación dispensa del pago de otro legal.

-Contribución voluntaria de la Bula contra piratas e infieles

Pero la Corona necesita recursos para defender su inmenso y mal guarnecido imperio: para ello, pide a los colonos contribuciones fundamentadas en el prestigio de la fe. Así, en su acta del 24 de mayo de 1618, el Cabildo de Caracas deja constancia de haber recibido instrucciones del Rey para acoger al encargado de la venta de la Santa bula de Cruzada, concedida por el Papa Gregorio XIV para que su producto "se gastase en la guerra contra infieles, piratas, moros, turcos y erejes, enemigos de nuestra sacta fee catholica". El Rey insiste en que el personaje sea recibido "con la solemnidad y beneración que se requiere a tan sacta bula, como mas largamente mando que se haga en mi carta"(*). (Actas del Cabildo de Caracas, Tomo IV, 1612-1619, Consejo Municipal de Caracas, p. 127).

-Impuestos de armadilla, armada, corso y almirantazgo

Mientras que la compra de estas bulas dependía de la voluntad de los adquirentes -sometidos por otra parte a una enorme presión política, social y religiosa en tal sentido- otros tributos son enteramente coercitivos. Así, el gobernador Meneses y Padilla, obedeciendo Real Cédula de 3 de mayo de l627, impone una contribución para mantener una flota que defienda al litoral de los piratas.

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El impuesto de armadilla es creado en 1630, en pleno auge de las expansiones holandesas, y a veces los dineros ingresados en virtud de él se destinan a cuerpos navales específicos. Así, el Cabildo de Caracas en 1650 sanciona un impuesto para mantener a la Armada de Barlovento, el cual recauda "un real por cada cuero de novillo, medio real por uno de vaca; tres reales por cada docena de cordobanes, dos pesos por cada pieza de esclavos, trece y medio maravedises por cada arroba de harina; un real y medio por cada arroba de tabaco en polvo; lo mismo de la arroba de azúcar blanca; un real de cada media zuela curtida; y dos reales cada fanega de cacao, con inclusión de lo que se extraer directamente para las Islas Canarias y de lo que viene a estas de 22 por ciento"(*). (I.C. y G. de la T.E.R.H. 1777 y 1778, cit. por Arellano: Orígenes de la economía venezolana, p. 311). Como ejemplo de los ingresos producidos por el Impuesto de armadilla, podemos citar:----------------------------------------------------------------Año maravedises Equivalencia en Bs. de 19451637 152. 840 mrs 2.5421658 794.417 mrs 11.6831748 4.653.554 mrs 68.435---------------------------------------------------------------(Fuente: Arellano Moreno: Orígenes de la economía venezolana, p. 311. Los bolívares de 1945 equivalen a 3,50 por dólar)

También es de cobro compulsivo el impuesto de armada, que se paga sobre las importaciones con destino al mantenimiento de buques contra los piratas, y que posteriormente se dedicó al pago de guardacostas junto con los impuestos de armadilla y corso, aplicados tanto a las importaciones como a las exportaciones.

Como muestra de los ingresos producidos por el impuesto de armada hacia la declinación de la piratería, tenemos:---------------------------------------------------------------- Equivalencia en Año cantidad Bs. de 19451714 1.950.638 maravedises 28.686 1751 2.747.017 " " 40.3941797 15.415 pesos fuertes 77.075----------------------------------------------------------------

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(Fuente: Arellano Moreno: op. cit. p. 311). A estos tributos se añade el del corso, que alcanza al 2% del valor de la presa, y que llegó a producir hasta 150.000 pesos al año. Sobre las presas que captura la Compañía Guipuzcoana en ejercicio del corso se establece un impuesto especial, llamado almirantazgo, que alcanza a la octava parte del valor del botín. En 1778 produjo la cantidad de 880 reales, equivalentes a 440 bolívares de 1945, que valían 3,50 por dólar (*). (Arellano Moreno: op. cit. p. 310). -Decomiso de naves y bienes de invasores y cómplices

El recurso más expedito para obtener fondos es la confiscación de las naves y bienes de los invasores. Así, el 27 de noviembre de 1657, la Corona se siente obligada a avisar al Gobernador de Mérida y La Grita

por auisos que se an tenido de Amsterdan se ha entendido que de dos años a esta parte hauian salido del Puerto de Roterdan cerca de veinte y ocho nauios que yban a las Indias y que aunque mi embaxador hauia hecho sobre esto sus quejas a los estados Generales de Holanda no se ponía remedio en ello antes respondían qe no podian ympedir a sus subditos el comerçiar donde quieren a su riesgo pero que tocaua a los gobernadores de esas prouinçias embaraçarles el pasage y entrada en los puertos de ellas y que ellos tenian la mayor culpa pues era çierto que si los mercaderes y capitanes de nauios no hallasen tan buen acogimiento en los Gouernadores no hubiera en Olanda tana priesa para yr a las Indias (...)

En vista de lo cual ordena y manda que "si algunos de estos nauios aportare a los puertos de esa prouinçia le apreendais y conprouado ser los mismos segun las señas que ban declaradas los confisqueis proçediendo en ello conforme a derecho y con el cuidado entereza y desuelo que requiere la ymportancia y grauedad de la matheria (...)"(*). (Suárez: Fortificación y defensa, pp. 4-5). Hemos visto que el gobernador Piña Ludueña guarnece las defensas de La Guaira con cañones tomados al naufragado filibote de Anthony Sherley, y que el gobernador de Margarita José Alcántara repara el castillo de Pampatar con lo que rescata de una nave holandesa varada.

Una parte importante de todos los ingresos recaudados por los distintos tributos es remitida a la Corona; el primer envío desde Venezuela sobre el

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cual se tiene documentación ocurre en 1592, yasciende a 1.113.873 maravedises, equivalentes, según Arellano Moreno, a 16.390 bolívares de 1945 (recuérdese que para la época el dólar equivalía a 3,50 bolívares). Los envíos siguen regularmente, elevándose hasta 128.778.824 maravedises en cada uno de los ejercicios fiscales de 1657 y 1658, equivalentes a 423.280 bolívares de 1945, para alcanzar su tope del siglo XVI, en 1678 con la remisión de 177.995 pesos equivalentes a 711.980 bolívares de 1945, y su cumbre absoluta en 1792, con la remisión de 175.000 pesos fuertes de la renta del tabaco, equivalentes a 875.000 bolívares de 1945(*). (Arellano Moreno: op. cit. p. 198).

-Fondos y tributos especiales contra los piratas

Sin embargo, el Rey accede a veces de manera excepcional a que lo ingresado por algunos de dichos tributos se quede en Venezuela para ciertos gastos urgentes u obras de impostergable necesidad. Tales ventajas son concedidas a título de gracia o merced; la primera sobre la que se tiene documentación cierta se otorga mediante Real cédula de 19 de octubre de 1596, para disponer anualmente de 1.500 ducados (Bs. 8.250 al cambio en 1945) en "cosas inexcusables gastando lo forzoso", particularmente en la defensa y guarda de los puertos expuestos a asaltos de piratas y corsarios(*). (Orígenes de la Real Hacienda, Publicación del A.N., cit. por Arellano Moreno: op. cit. p. 298).

Pero pronto empiezan también las autoridades coloniales a cobrar tributos extraordinarios y expresamente encaminados a la defensa territorial contra los piratas. Uno de ellos es el que se recauda con carácter especial con motivo de la alarma causada en Caracas por el ataque de Grammont a La Guaira en 1680, cuya instauración narra Arístides Rojas:

Figuraba como gobernador de Venezuela en ese entonces, don Diego Melo Maldonado, hombre activo, que en presencia del peligro que podía correr la capital, hizo abrir fosos en las cuadras cercanas a la plaza mayor, donde pensó atrincherarse y defenderse. A la realización de esta idea contribuyeron los pobres con su trabajo personal y los ricos con sus caudales. En la lista de magnates de la capital se inscribió el Cabildo eclesiástico, voluntariamente y sin ninguna coacción, con la cantidad de seis mil pesos. Grande se despierta el entusiasmo en el momento del peligro, y menguado aparece cuando cesa el temor. Al partir los piratas, después de pillajes repetidos, Caracas respira, huye el pavor, y los

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moradores se entregan al regocijo religioso, pues la Providencia los había libertado de la miseria. Creía el Cabildo, que por no haber Gramont bajado a Caracas, se libertaba de la suma que habían suscrito, cuando el gobernador, después de recoger la suscripción en totalidad, recuerda a los capitulares, la obligación a que se han comprometido. Es curiosa la correspondencia que se entabla entre el gobernador que apremia y ellos que tratan de escaparse por la tangente, como con frecuencia se dice. Después de idas y venidas, de vueltas y revueltas, el Cabildo, en fin, de buena o de mala gana, con sonrisa o con lágrimas, entrega los seis mil pesos. Y tan escarmentados quedaron los canónigos después de ese chasco, que cuando más tarde, el monarca quiso comprometerlos, en caso semejante, es decir, con contribución espontánea, pero forzosa, por la manera de pedirla, el Cabildo logró, en esta ocasión, irse de veras por la tangente(*). (Arístides Rojas: Crónica de Caracas, p. 116)

De inmediato se aprueba por seis años un impuesto extraordinario para la fortificación de Caracas. En el capítulo anterior hemos visto los esfuerzos de los gobernadores y demás oficiales durante el comienzo del siglo XVIII para sanear la Real Hacienda, cobrar los tributos y mantener con ellos milicias, resguardos y embarcaciones de corso. -Gastos de defensa y fortificaciones navales

Este complejo y gravoso aparato tributario es indispensable porque la lucha contra piratas y corsarios impone fuertes dispendios a la Real Hacienda. Por ejemplo, nada más en las obras del fuerte de La Guaira, se gastan 187.245 maravedises en 1601; en 1602, se desembolsan 263.372; en 1603 por el mismo concepto se gastan 544.824 maravedises; en 1612 se consumen en salarios de soldados y artilleros de dicho fuerte 322.237 maravedises; en 1614 con el mismo fin, 359.652. En 1620 eroga la tesorería por dicha causa 319.068 maravedises; en 1627, luego del asalto de la flota de Hendricks, salen de las cajas reales para reparación del mismo fuerte y salarios de sus custodios 418.449 maravedises; en 1629, con igual motivo se invierten 390.322 maravedises(*). (Vaccari: Sobre gobernadores y residencias... pp. 111-113). Hemos ya indicado que hacia los años cruciales de la ofensiva de los corsarios holandeses, los gastos militares consumen en 1642 el 90,6% de todos los egresos de Tesorería; en 1643, el 84,5% de ellos; y que en 1646, cuando amainan los ataques, los gastos militares consumen sólo el 22,6% de todo el egreso público (*). (Ibídem, p. 13).

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Citamos tales cantidades sólo a título de ejemplo. Cada una de las fortificaciones de las distintas provincias exige dispendios equiparables; la erección del formidable castillo de Santiago del Arroyo de Araya requiere fondos todavía más cuantiosos. Son pesadas cargas para una Real Hacienda exhausta por las guerras europeas y por la menguada productividad de la Provincia de Venezuela. Los colonos sufren, no sólo por el pillaje de los botines, sino por toda la riqueza que tienen que desviar hacia el indispensable pero improductivo gasto militar, y por la forma en que la Corona trata de exaccionarles tales sumas mediante aumentos en la tributación. Así, en mayo de 1773, la penuria de recursos para atender los gastos de la defensa es tal, que el Virrey de Santa Fe "representa la decadencia del erario en este Reyno por cuio motivo no ha podido subministrarse a los situadistas de la Provincia de Guayana toda la cantidad que piden", motivo por el cual "he tenido por indispensable mandar que los productos de la Renta del tavaco de Panamá, que hasta aquí se han remitido a España en virtud de orden expedida para este efecto, se retengan en aquella administrazion con destino su mitad a las Caxas de la misma Ciudad y la otra a las de Cartagena, cuya disposición espero aprueve S.M. y que V.E. eleve a su Real noticia el infeliz estado en que encuentro estas vastas Provincias"(*). (Suárez: Fortificación y defensa, p. 263).

Y ya en el umbral del siglo XIX, prosigue la imperiosa necesidad de sostener un aparato defensivo contra las incursiones de corsarios, y la penuria de fondos que impide mantenerlos, según consta en una representación del Fiscal de su Majestad fechada el 30 de octubre de 1799, en la cual el funcionario hace referencia a las solicitudes del Presidente Gobernador y Capitán General en el sentido de que

se den órdenes anticipadas a los Administradores de Real Hacienda de los Pueblos de la costa, y a los Ministros Reales de Puerto Cabello para que quando en un caso repentino sea preciso poner sobre las Armas algunas Milicias Urbanas para impedir qualesquiera tentativas de los Corsarios Yngleses que frequentemente se presentan sobre la misma costa, puedan suministrar a estas Tropas el prestamo correspondiente de los caudales de la Real Hacienda(...)(*).

(Suarez: op. cit. pp. 456-457).

Esa solicitud de fondos se fundamenta "en la disculpa de algunos Tenientes que propone el Señor Capitan general, respectiva a la dispersion de los vecindarios y pobreza de los vecinos, y en la falta de arbitrios manifestada por

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el Señor Comandante de la Plaza de Puerto Cavello para acudir al resguardo de las costas a el, en las expresadas tentativas e insulto de los Corsarios enemigos"(...). Y el Fiscal la encuentra inaceptable, pues recuerda que la normativa vigente impone a los colonos la obligación de afrontar por sí mismos tales cargas de defensa:

Y finalmente que estando prevenido por la ley diez y nueve del Titulo quarto libro tercero de la Recopilación de estos Dominios que los Señores Virreyes, Presidentes y Governadores pongan mucho cuidado en que los vecinos de los Puertos tengan prevencion de Armas, y caballos conforme a la posibilidad de cada uno para que si se ofreciere ocasión de enemigos u otro cualquier accidente esten apercividos a la defensa, resistencia y castigo de los que trataren de infestarlos; esta Ley misma impone a los Pueblos, y vecindarios de la costa la obligación imprescindible de no dispensarse de estar prevenidos y de castigar por si mismos los insultos de los Corsarios ingleses concurriendo todos segun su posiblidad en cuyo concepto, y en el que deben practicar lo mismo las Poblaciones inmediatas a la Plaza de Puerto Cabello(*). (Suarez: op. cit. p. 457)

Los hechos citados documentan cómo a lo largo de los dos siglos de la guerra contra los piratas, e incluso después, los venezolanos la financian mediante un complejo sistema de tributos, que pesa en forma gravosa sobre su economía. Igual de dañinas son las políticas de prohibición de ciertos cultivos, tales como el del tabaco, bajo la idea de que su erradicación acarreará también la del tráfico clandestino. A partir de 1722, con el monopolio del comercio y del corso conferido a Melero y Colorado, y de 1727, cuando se confiere igual privilegio a la Compañía Guipuzcoana, los venezolanos soportan además otro impuesto indirecto, ya que las tarifas monopólicas de dichas empresas están destinadas en parte al mantenimiento de sus flotas corsarias. Para este servicio arman los Guipuzcoanos 10 naves con 86 cañones y 518 hombres a bordo y 102 en tierra, aprestos que según calcula Manuel Landaeta Rosales cuestan unos 200.000 pesos anuales(*). (Los piratas y escuadras extranjeras en las aguas y costas de Venezuela desde 1528 hasta 1903; Imprenta Washington, Caracas, 1903, p. 5). Son cargas molestas, que perjudican la prosperidad y crean en los colonos un permanente sentimiento de irritación contra sus recaudadores.

6.-La influencia de las incursiones piráticas en la distribución, localización geográfica y jerarquía política de los centros poblados

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La guerra contra los piratas fuerza a los colonos a modificar la localización de los centros poblados y la posición política que éstos adquirirán a la postre.

-Los ataques de piratas y corsarios despueblan ciudades costeras

En efecto, varias ciudades venezolanas se despueblan o pierden toda oportunidad de ascender en rango político, debido a su exposición a los ataques navales. Ya hemos visto que un asalto de corsarios liquida lo que quedaba de Nueva Cádiz en 1543. El repetido azote de corsarios y contrabandistas provoca el despoblamiento de Borburata. El asentamiento de Cabo de la Vela es mudado, entre otras causas, por un asalto pirata. Santo Tomé de Guayana está en plena mudanza hacia un sitio más resguardado contra tales incursiones, cuando lo asalta la flota de Adriano Janz; a la larga es refundado en Angostura para cerrar el paso de los traficantes holandeses Orinoco adentro. San Carlos es destruida en 1674 por corsarios. El Cabildo de Barquisimeto hace demoler y despoblar a San Felipe de Cocorote en 1710 debido a las frecuentes incursiones de contrabandistas; en 1717 lleva a cabo igual medida el capitán general y gobernador Betancourt y Castro; por órdenes de las autoridades barquisimetanas, en 1724 el alcalde Luis López Varaona incendia el redivivo poblado.

-Autoridades y vecinos emigran hacia las ciudades mejor protegidas

Debido a las frecuentes incursiones piráticas y a la amenaza que supone la presencia de holandeses en Curazao, según consta en Real Cédula de 1637, la sede apostólica de la Catedral de Coro debe ser trasladada a Caracas:

Reverendo Inchristo Padre Obispo de la Iglesia Catedral de la Provincia de Venezuela, de mi Consejo, y Venerable Dean y Cabildo de ella, Bartolomé de Naceas Becerra, Cura de esa iglesia en vuestro nombre, me ha hecho relación que habiendo los Holandeses tomado la Isla de Curazao distante ocho o nueve horas de navegación de la Ciudad de Coro donde estaba la Catedral, el dicho Dean os dio cuenta a Vos el Doctor Juan Lopez de Agurto Obispo de esa Catedral, del manifiesto peligro en que estaban los bienes de esa Iglesia por no tener el pueblo defensa alguna con los dos puertos abiertos, el uno a dos leguas y el otro a legua y media de tierra llana donde a todas horas y sin resistencia podia el enemigo echar gente en tierra, y tomar y quemar el dicho pueblo, y que teniendo atencion a lo referido mandasteis Vos el dicho Obispo sacar la

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plata y ornamentos y llevarlos a esconderal campo como lo habian hecho los vecinos a sus bienes, y porque alli tenian igual riesgo de indios y negros fujitivos que los hurtarian si el enemigo tomase el pueblo, juntandose con el como lo han hecho en el Brazil y en otras partes, llevandolo a donde estuviesen los dichos ornamentos y plata, para cuya seguridad mandasteis Vos el dicho Obispo, a instancia del dicho Dean en nombre de ese Cabildo, retiren los dichos ornamentos , plata y prebendados a esta dicha ciudad de Santiago de Leon, lugar en todo tiempo seguro y que en su Iglesia Parroquial se asentase la Catedral y celebrasen los oficios divinos e hiciesen los actos Capitulares como hoy se hacen, quedandose en el pueblo de Coro sus dos Curas y Sacristan mayor como en los demas lugares de ese dicho Obispado, y que reconociendo en Concilio Provincial que se celebro en la Isla de Santo Domingo el año de mil seiscientos veinte y dos, convenia la traslacion de esa Iglesia a esta dicha Ciudad de Santiago de Leon por los muchos inconvenientes que me represento tenía en Coro, me suplico lo tuviese por bien pues era cabeza de esa dicha Gobernacion de Caracas defendida por naturaleza(...) he mandado que con efecto se mude la Iglesia Catedral de esa Provincia de la de Coro a la de Santiago de Leon, donde hoy se halla retirada (...) a veinte de junio de mil seiscientos treinta y siete. Yo el Rey (*).(Cortes (comp.): Antología documental de Venezuela, pp. 117-118).

El fundamento del traslado es claro; igualmente significativa es la elección de Caracas como "lugar en todo tiempo seguro", y además "cabeza de esa dicha Gobernacion de Caracas defendida por naturaleza". Poco después se muda a Santiago de León el Capitán General; el Rey le ordena permanecer en dicha ciudad para coordinar su defensa. Pues mientras el vendaval pirático arrasa nuestras costas a lo largo y a lo ancho, Caracas sobrevive casi incólume durante los siglos coloniales . Como hemos visto, es tomada desde el mar una sola vez, en 1595. Esta relativa inmunidad no es la única explicación de su eminencia, pero algún influjo tiene en facilitarla. Otras ciudades más internadas en Tierra Firme están igualmente libres de los ataques de los filibusteros. Pero a éstas les falta el contacto directo, fácil y protegido con el mar que le permita establecer un comercio regular y de considerable volumen con la metrópoli.

A Caracas la favorecen, además de su relativa seguridad contra los piratas, el hecho de poseer un puerto próximo y defendido con cierta eficacia, y el de

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disponer de una riqueza reproductiva que comerciar a través de él. No es una circunstancia única en Iberoamérica. En ésta, la población ha propendido históricamente a aglomerarse en las llamadas "concentraciones de fachada", es decir, en las zonas costeras próximas a las ciudades-puerto de las que depende el contacto marítimo con el exterior, mientras las llanuras y las zonas boscosas del interior quedan comparativamente despobladas.

Pero también es determinante el hecho de que la ciudad dispone de bienes renovables para comerciar. En efecto, las pocas leguas cuadradas de tierra fértil del Valle lo vuelven el área productiva preponderante en la zona inmediata. En el resto de lo que ahora es el Distrito Federal, el paisaje de cimas abruptas de la Cordillera de la Costa dificulta el poblamiento humano masivo. Sus suelos son lateríticos, de una tierra rica en óxido de hierro que, al ser expuesta al aire, adquiere tono rojizo. Las faldas de las montañas caen abruptamente sobre el mar, y en él se hunden a pico. De trecho en trecho, pequeñas radas o caletas ofrecen un resguardo contra las olas, y protegen franjas de playa que acogen el asentamiento de indígenas y aldeas de pescadores. Cuando la bahía es la prolongación de un abra entre los montes por la cual corre algún pequeño cauce que deposita aluviones fértiles, se instalan tribus indígenas, y posteriormente haciendas que luego devienen poblados: Chuspa, Caruao, Todasana, Los Caracas, Anare, Camurí Grande, Naiguatá, La Guaira, Maiquetía, Mamo, Oricao, Puerto Cruz. En la mayoría de los casos el nombre del villorrio coincide con el del riachuelo: como que el uno difícilmente existiría sin el otro.

Ninguno de ellos adquiere importancia por sí solo. Indefensos ante los ataques de caribes y piratas; con modesta producción propia debido a la limitada extensión del terreno cultivable, la muralla de la Cordillera de la Costa les impide tanto convertirse en puertos con las radas amplias y seguras que se necesitan para albergar las naves que transportan hacia la metrópoli la riqueza de Tierra Firme, como recibir ésta por vías terrestres de fácil acceso. Caracas, por el contrario, tiene un acceso comparativamente fácil desde los fértiles Valles de Aragua, desde los cacaotales de Barlovento y desde el emporio ganadero del Llano. Poco a poco se hará hito obligado en la ruta de los productos de estas regiones hacia el puerto y hacia el mar. El papel de puerto principal gravita así inevitablemente sobre la pequeña bahía que más fácil comunicación tiene con el Valle de Caracas, y a través de éste, con los Valles del Tuy, los de Aragua o los Llanos de Calabozo. Para cumplir tal función, Francisco Fajardo funda en Caraballeda hacia l56O el Puerto de El

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Collado. Como hemos visto, en un momento dado, la defensa contra piratas y corsarios obliga a concentrar en él todas las exportaciones.

-El Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela coordina la defensa militar contra piratas y corsarios de las Provincias de Margarita y Nueva Andalucía

Quizá por este motivo, en Real Cédula dada el 17 de septiembre de 1597 el Rey encomienda al Gobernador y Capitán General de la Provincia de Venezuela la coordinación tanto de las fuerzas defensivas contra piratas y corsarios de su propia provincia como las de las Provincias de Margarita y Nueva Andalucía. De esta manera, se integra por primera vez bajo un comando unificado militar gran parte del territorio que luego será Venezuela: la Corona reconoce que la geografía misma impone a esas partes de su imperio hasta entonces desunidas la necesidad de consolidar sus esfuerzos contra el común enemigo pirata.

Esta coordinación militar a su vez requiere la hacendística. Como hemos visto, la Gobernación de la Provincia de Venezuela debe costear los contingentes que envía en apoyo de las gobernaciones vecinas o enviar a éstas cantidades de dinero. Entre 1706 y 1715, las cajas de Caracas erogan 82.990 pesos a favor de los cuerpos de infantería, misiones religiosas y ministros de las gobernaciones de Cumaná, Margarita, Trinidad y Guayana. En 1723, de 64.363 pesos gastados por la Tesorería de Caracas, 40.922 salen hacia dichas provincias, en su mayoría para costear gastos de defensa. En 1749 la Real Hacienda de Caracas se encuentra agobiada por deudas acumuladas que ascienden a 591.000 pesos, cantidad que supera 7,6 veces los ingresos del año anterior, y que ha sido utilizada esencialmente en gastos y sueldos de las gobernaciones vecinas, fortificaciones, auxilios a una armada que llega del Ferrol, gastos para los guardacostas de Campeche en la Nueva España, gastos para la Armada de Barlovento, e incluso transferencias a favor del virreinato de Santa Fe y de la Corona (*). (Eduardo Arcila Farías: "Hacienda Pública", en Diccionario de Historia de Venezuela, T. II pp 427-428).

No es por ello extraño que a la larga el centro militar y hacendístico devenga asimismo centro político. 7.-La organización del resguardo y la vigilancia costera por la Compañía Guipuzcoana a partir de 1728

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Plegue a Nuestro Señor, por cuya alta bondad escapamos de estas cosas, tomarnos el pasado por penitencia de nuestras culpas y alumbrarnos con su gracia para que en adelante vivamos de manera que le merezcamos, después de los días de vida que él fuere servido, darnos para el alma parte de su gloria.

Relación sumaria del viaje que hizo Fernando de Alvarez Cabral, por Manuel de Mesquita Perestrello, que se halló en dicho naufragio;

en: Bernardo Gomes de Brito: Historia trágico marítima

Las mismas razones que obligan a la centralización de la defensa y de la Hacienda impulsan al monopolio del comercio. En l728, la Corona firma con la Compañía Guipuzcoana un contrato que la obliga a "embiar á Caracas dos Navíos de Registro cada año, de quarenta a cincuenta cañones montados, y bien tripulados en guerra, cargando en los frutos de estos Reynos, y otros generos, con que permutar el Cacao, y los demás de aquellos parages"(*). (Santos Rodulfo Cortés: op.cit. p. l2)

Es un recurso extremo que difícilmente puede reparar el arruinado edificio del comercio español con las Indias. Pues como bien señala Céspedes del Castillo:

El establecimiento de compañías privilegiadas con monopolio comercial de una provincia o región de las Indias es una novedad como institución mercantil, algo así como un parche nuevo en el odre viejo; más que como un fin en sí mismas se instituyen como medio para combatir el contrabando extranjero sin gastos para el erario en regiones especialmente sensibles; la Compañía de Honduras (1714) actuará en las proximidades de costas pobladas por los cortadores de palo ingleses; la de Caracas (1728) y la de Cumaná (1752) actuarán en las costas venezolanas, en peligro por la proximidad de colonias extranjeras; la de la Habana (1740), para estimular la construcción naval, el comercio y el corso al comienzo de una larga guerra con Inglaterra (*). (Céspedes: op. cit. p. 279).

Desde el año de 1728 la economía de Caracas y de las regiones circundantes está determinada, para bien o para mal, por el monopolio del comercio y del corso que los vizcaínos ejercen desde La Guajira hasta el

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Orinoco. No en balde se establece explícitamente que sus navíos han de ser "de quarenta a cincuenta cañones montados, y bien tripulados en guerra".

La amenaza pirática y corsaria ya ha influido en el carácter militar de las principales edificaciones públicas de las Provincias que luego serán Venezuela; ha determinado en parte la estructura de su sistema de contribuciones; requerido la integración de milicias dotadas de notable autonomía de acción y provocado la coordinación de la defensa de las Provincias de Margarita y Nueva Andalucía bajo el mando de la de Venezuela. Ahora es invocada como motivo para una centralización del comercio que invertirá el signo de las amenazas para la Corona. Pues si en un principio éstas vienen de un enemigo externo y marítimo, los abusos de la Compañía Guipuzcoana precipitarán un proceso de sublevaciones internas cuya primera manifestación visible son las insurrecciones de Andresote, de Juan Francisco de León y de los Comuneros, precursoras de la Independencia.

Pero después de estos dos siglos de guerra continua, más que en el terrible recuerdo de la destrucción de un continente en nombre de la apertura a los intereses empresariales, más que en las leyendas de fantasmagóricos tesoros enterrados, los demonios del mar sobreviven en una especie de cultura de la codicia que todavía permea cierta manera de ser en lo económico, en lo político, en lo intelectual.

Puesto que, arrojados del Paraíso Perdido del Viejo Mundo o expulsados de sus Paraísos Reconquistados del Mundo Nuevo, los demonios del mar jamás intentaron reconstruirlos ni asegurarse una posteridad: claudicaron en cambio ante la atracción fácil del lucro instantáneo. Y la riqueza ganada fácilmente se derrocha sin esfuerzo: las tripulaciones triunfantes dilapidaron en el juego y en orgías los botines conquistados por la sangre y el fuego, para llenar las arcas de las naciones más desarrolladas de la época. La ebriedad del dinero abundante les impidió formar todo proyecto. Ello, más que el acoso de los resguardos navales o la firmeza de las fortificaciones portuarias, fue lo que los aniquiló. Pues, según comenta Voltaire, "si hubieran conseguido tener una política que equivaliera a su indomable valor, hubieran fundado un gran imperio en América" (*). (Voltaire: Diccionario Filosófico, T. II. p. 284).

Por lo que su reino, como quizá ellos lo hubieran querido, tuvo la fugacidad de lo inscrito en el mar, y mereció este epitafio de su áspero crítico y secreto admirador Voltaire:

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Lo que inutilizó sus hazañas fue su vida licenciosa y disoluta, en la que gastaron todo lo que habían adquirido por medio de la rapiña y del asesinato. Hoy no queda de ellos más que el nombre. Eso fueron los filibusteros. ¿Pero qué pueblo de Europa no lo fue? (*) (Loc. cit.).

Pero tal ejemplo no fue la única influencia que ejercieron en Venezuela. Si en un principio los demonios del mar son el enemigo militar e ideológico contra el cual se cohesionan los colonos para adquirir conciencia de su necesaria unidad, a lo largo de los dos siglos de la guerra contra los piratas éstos terminan por inducir en la conciencia de sus víctimas una desgarradura indeleble. Pues en la vida de las provincias que luego serán Venezuela empieza una disociación entre prédica y práctica, entre realidad y representación, semejante a la que conduce a su fin a la máquina planetaria del imperio español.

A lo largo de la exposición hemos visto cómo con frecuencia aquellos encargados de luchar contra el enemigo político, ideológico y económico extranjero terminan plegándose a él y sirviéndole de eficaces agentes. No nos referimos a los infelices guías o pilotos capturados y obligados a cooperar bajo amenaza de muerte, ni a los indígenas que los aventureros reclutan con promesas de liberación u ofrecimientos de venganza. Hemos verificado que gobernadores, escribientes y funcionarios hacendísticos se prestan repetidamente a colaborar con el enemigo al que dicen combatir; que jueces y oficiales de la Corona hacen de sus investiduras los disfraces de la cotidiana farsa de las "arribadas forzosas"; que al lado de la economía legal crece otra clandestina del contrabando y del tráfico prohibido, la cual según estimaciones conservadoras alcanza por lo menos a la mitad del volumen de la primera y prospera gracias una vasta red de complicidades sociales. Hemos visto que quienes imponen correctivos contra esta situación son a su vez acusados de participar en ella; que algunos gobernantes se limitan a imponer escarmientos a título de ejemplo, pues temen no encontrar a nadie libre de culpa.

El pacto con los demonios lleva así a una sociedad a escindir su conciencia: mientras ejecuta a sus propios herejes, contrata con los que la invaden; al mismo tiempo que agota su erario en gastos de defensa, comercia con el enemigo; después de huir despavorida de las huestes que saquean e incendian, trafica con ellas. Las más altas jerarquías, custodias de la ley y del honor, son asimismo sus más contumaces infractoras. La vida pública se sustenta sobre una ficción; la privada, sobre una farsa. El momento de la derrota de los demonios es contradictoriamente el de su irrisorio triunfo: barridos del mar,

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desaparecidos sin prole física, dejan en la Tierra Firme su progenie moral en una dirigencia empeñada en destruir mediante el saqueo a la sociedad que la sustenta. En un día despojaron a Venezuela de lo que los piratas no pudieron arrebatarle en doscientos años. La acumulación es de nuevo el paradigma de todo valor; la rebatiña el de toda política. El siglo de los piratas no ha terminado todavía.

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