democracia y polÍtica econÓmica en amÉrica latina

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JOSÉ RAMÓN GARCÍA MENÉNDEZ DEMOCRACIA Y POLÍTICA ECONÓMICA EN AMÉRICA LATINA LA DÉCADA OMINOSA Y PERDIDA

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JOSÉ RAMÓN GARCÍA MENÉNDEZ

DEMOCRACIA y POLÍTICA ECONÓMICA

en AMÉRICA LATINALA DÉCADA OMINOSA Y PERDIDA

ISBN 978-9929-702-01-1

Título: Democracia y política económica en América Latina. La década ominosa y perdida (1973-1983)

Autor: García Menéndez, José RamónEditorial: Escuela de Ciencia Política, Campus Universitario,

Edificio M5, Universidad de San Carlos de GuatemalaMateria: Ciencias sociales

Diseño e impresión: Litografía Mercurio (2251 3245)

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ÍNDICE

PRIMERA PARTE

DESARROLLO, DEMOCRACIA Y ESTADO EN AMÉRICA LATINA: LA DÉCADA OMINOSA (1973-1983)

INTRODUCCIÓN

Subdesarrollo, democracia pervertida y estado de excepción en América Latina ............................................................................... 17

CAPÍTULO I

Democracia, estado y mercado: Luces y sombras de los arcanos neoliberales ...................................................................................... 25

CAPÍTULO II

Raíces sociales, políticas y económicas del golpismo en América Latina: militarismo, autoritarismo y fascismo .......................... 43

CAPÍTULO III

La doctrina de la seguridad nacional y la geopolítica del “enemigo interno” ........................................................................ 73

CAPÍTULO IV

Quiebra del modelo oligárquico y crisis del Estado reformista .................................................................................. 95

CAPÍTULO V

La categoría “fascismo dependiente” en América Latina .... 107

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SEGUNDA PARTE

IDEOLOGÍA Y POLÍTICA ECONÓMICA NEOLIBERAL: LA DÉCADA PERDIDA (1973-1983)

INTRODUCCIÓN

Sanear la economía (con la mano invisible) y domesticar a la sociedad (con la manopla de acero)...........................................123

CAPÍTULO VI

El modelo liberal de apertura económica en América Latina ...................................................................................141

CAPÍTULO VII

Políticas públicas y ortodoxia neoliberal en América Latina: entre el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Trilateral ...................................................................................... 183

CAPÍTULO VIII

La mística neoliberal sobre el desarrollo económico: ideología y persuasión.......................................................................................221

CAPÍTULO IX

El modelo neoliberal de crecimiento y apertura: costes sociales y económicos ..................................................................................237

CAPÍTULO X

Estabilización económica y profundización de la dependencia en América Latina (1973-1983) ...................................................275

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PRÓLOGOEl lector tiene en sus manos uno de los más lúcidos estudios críticos que se hayan publicado a la fecha acerca de la relación entre políticas económicas, regímenes oligárquico-militares y mecanismos democráticos en América Latina. El autor despliega a lo largo de su incisivo texto no sólo los datos pertinentes que respaldan sus aseveraciones críticas, sino que construye un edificio argumentativo que deja al descubierto la naturaleza depredadora del dogma neoliberal, la relación orgánica entre los modelos económicos oligárquicos y el fascismo latinoamericano, y a la democracia como una puesta en escena necesaria para el funcionamiento de la lógica del capital.

Con la acuciosidad investigativa que lo caracteriza, el autor apoya en datos duros sus interpretaciones económico-po-líticas y a la vez despliega una aguda capacidad expositiva al explicar las relaciones que establece para desarmar su objeto de estudio, todo lo cual hace de su ensayo una he-rramienta utilísima para los investigadores, los docentes y los estudiantes de ciencias sociales que buscan ejercer el pensamiento crítico para la transformación de sus respec-tivos países. En tal sentido, este libro constituye un aporte de primer orden al rigor académico que debe caracterizar al quehacer teórico que, para efectos prácticos, pretende explicar las raíces causales de los problemas económicos y políticos.

La Presentación con la que su autor da inicio al libro ofrece un puntual repaso de la accidentada vida política latinoamericana a lo largo de la década que le interesa analizar, evidenciando de entrada la relación funcional que opera en América Latina entre el modelo económico oligárquico, los regímenes militares golpistas, la represión contrainsurgente a los movimientos sociales pacíficos y armados, y los Estados “democráticos” que desde arriba imponen la modalidad neoliberal de acumulación oligárquica ejerciendo un control

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militarizado de los medios de comunicación, los partidos políticos y la sociedad civil.

La primera parte del ensayo ofrece al lector un exhaustivo examen contextualizado de los conceptos básicos que le sir-ven al autor para acometer el análisis crítico de la década latinoamericana que va de 1973 a 1983, la cual constituye un momento de crisis regional cuyas causas y ulteriores de-sarrollos explican en gran medida la condición expoliada y oprimida de Nuestra América, desde su aparecimiento en la historia moderna como un doloroso paradigma de la co-lonización.

El despliegue analítico acerca de la función ideológica y prác-tica que han cumplido en el ejercicio del poder latinoame-ricano conceptos como el de desarrollo —en su calidad de emulación del modelo económico capitalista— y el de de-mocracia como ideal político de la modernidad de los países centrales, se liga a la explicación de cómo ha funcionado el Estado en América Latina, para pasar a elucidar las diferen-tes formas de dominación que, a partir del sustrato coloniza-do del continente, ejerce en la actualidad el imperialismo en su versión neoliberal —mediante la doctrina de la seguridad nacional y la ideología del “enemigo interno”—, valiéndo-se de recursos vernáculos como el golpismo militarista y la imbricación del modelo oligárquico de desarrollo capitalista (la vía Junker que analizara Lenin) con el Estado pretendida-mente democrático. Este orden económico y político es man-tenido gracias a una ideología y una práctica del poder dic-tatorial que el autor analiza como “fascismo dependiente”, en alusión a la experiencia europea de la primera mitad del siglo XX y a la condición subordinada del continente que teo-rizaran los científicos sociales latinoamericanos de los años 70 del mismo siglo.

La segunda parte del libro aborda los entresijos del modelo neoliberal aplicado a la América Latina, las políticas públi-cas subordinadas al buen funcionamiento de este esquema

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de dominación transnacional, así como el necesario endeu-damiento de los Estados latinoamericanos, las olas privati-zadoras de lo público y los grandes costes sociales que estas medidas han tenido y que están a la vista. Todo, para demos-trar que, lejos de cumplirse el pretendido ideal del dogma del “libre mercado”, la América Latina ha profundizado más su dependencia desde que este modelo le fue impuesto a san-gre y fuego a partir del Chile de Pinochet.

Dicho esto, me parece que, sin lugar a dudas, el libro que el lector tiene en las manos constituye un hito en las publicacio-nes de ciencias sociales en el medio centroamericano y, por ello, en mi condición de profesor de posgrado de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad de San Carlos de Gua-temala, le agradezco sinceramente al autor su generosidad al ceder el texto a nuestra Escuela para su publicación y di-fusión en los ámbitos académicos en los que tanto él como nosotros nos desempeñamos con similar compromiso ideo-lógico.

No creo equivocarme al interpretar el sentir de nuestra Es-cuela y afirmar que la misma se honra en darlo a conocer ante la comunidad universitaria y el público interesado en forjarse un pensamiento crítico al margen de los colapsados sistemas educativos oficiales.

Por esto mismo, no me resta sino dejar al lector en soledad para que aborde por su cuenta esta obra extraordinaria, y afronte la envolvente agudeza intelectual de uno de los cien-tíficos sociales más lúcidos de habla hispana.

Mario Roberto Morales

Guatemala, marzo de 2015

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PRESENTACIÓNEn el mes de octubre de 2013 y en la Universidad de San Car-los de Guatemala, se celebró un ciclo de conferencias como uno de los actos organizados por la Escuela de Ciencia Polí-tica en su 40 Aniversario. Mi participación constituyó una profunda satisfacción personal y académica debida a diver-sos motivos. Primero, por el trato recibido por responsables, profesorado y alumnado de la Escuela, auténticos protago-nistas de una trayectoria de cuatro décadas de actividad, con frecuencia muy difícil en las condiciones sociales, políticas y económicas de las últimas décadas de historia guatemal-teca. Segundo, al ser convocado a participar por el admira-do escritor y profesor Mario Roberto Morales, una garantía personal de la calidad y proyección del ciclo de conferencias que se abrió con un foro en torno a “Neoliberalismo, Globa-lización y Educación Pública Superior” que el mismo Mario Roberto moderó, anticipando las principales cuestiones que los restantes conferenciantes desarrollaríamos a lo largo del ciclo. Tercero –y no menos importante-, en el evento com-partí mesa con distinguidos colegas como Harry Vanden y Nelson Zárate, con los que mantuve inolvidables paseos por Antigua y largas conversaciones a las que se sumaba el profesor Marcio Palacios, actual director de la Escuela de Ciencia Política. Además, la invitación me permitía volver por motivos profesionales y con normalidad a Guatemala después de treinta años desde que, con algunos colegas de la CEPAL, intentamos infructuosamente visitar el Instituto de Investigaciones Económicas de la Facultad de Economía de la USAC, ocasión en la que el único suelo de Guatemala que pudimos pisar fue el de una oficina de control militar de documentos en el aeropuerto y el de un pasillo de tránsito internacional. Como se puede apreciar, volver a Guatemala por razones académicas para conmemorar el 40 Aniversa-rio de la creación –en 1973- de la Escuela de Ciencia Polí-tica constituyó, repito, una enorme satisfacción personal. Simultáneamente estaba ultimando, en mi trabajo en la Uni-versidad de Santiago de Compostela, un largo ensayo so-

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bre la fundamentación teórica, la aplicación y consecuencias de los programas de ajuste neoliberal en el Cono Sur y, por extensión, en América Latina en aquellos casos en los que se superpuso la red ideológica de la doctrina de la seguridad nacional, justificando golpes de Estado y legitimando el ejer-cicio dictatorial del poder con una praxis político-económica de genética neoliberal, de altos costes sociales y económicos. En nuestro estudio, el inicio de la acotación temporal del re-ferente analítco fue también 1973.

1973, año significativo y aciago que inicia una década sinies-tra en la historia de América Latina desde cualquier perspec-tiva del observatorio que informe el análisis del científico social. El panorama sobre las dimensiones políticas, sociales, económicas, institucionales, culturales de la realidad latinoa-mericana, pasados cuarenta años, ha sido desolador. En efec-to, una breve mirada retrospectiva permitirá al lector un viaje en el tiempo cronológico y en el tiempo histórico en la nave del pensamiento, sin tentaciones nostálgicas pero con un sentido reflexivo crítico. En este sentido, les invito hacer algunas pa-radas en este trayecto.

En 1973, la normalidad democrática argentina está en cua-rentena por el secuestro y ejecución, por parte de la guerrilla montonera, del general Aramburu en 1970. Aramburu, ex-presidente argentino de 1955 a 1958, había encabezado un golpe militar que derrocó el gobierno (y el régimen popu-lista) del general Perón, anidando un sentimiento de rencor en todo el abanico ideológico del justicialismo, desde las facciones protofascistas (representadas por López Rega) a las más proclives a la lucha armada (Ejército Revolucionario del Pueblo-Montoneros). En tres años, los gobiernos mili-tares liderados por Levingstone y Lanusse, y la interinidad de Cámpora, da paso a la vuelta de Perón en septiembre de 1973, fecha en la que se acelera el ciclo cruento de la polí-tica argentina: polarización del justicialismo en las tesis de la extrema derecha, especialmente tras la muerte de Perón en noviembre de 1974; gobierno oscurantista de Isabelita, la viuda del general, que se apoya políticamente en López

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Rega, “el Brujo” (animador de la represión parapolicial) y de los militares nostálgicos del prusianismo peronista (en gue-rra abierta con la recrudecida lucha armada de la guerrilla montonera). Este proceso de inestabilidad institucional y de represión cruenta culmina con el golpe militar de marzo de 1976, encabezado por el general Videla.

Mientras que, en Bolivia, el gobierno militar presidido por el general Banzer reprime la oposición de la Central Obrera Boliviana y la resistencia de estudiantes y campesinos, de-cretando en noviembre de 1972 el estado de sitio y abriendo en 1973 un año muy duro para los disidentes; en Paraguay dicho año es el de la “reelección” del general Stroessner (la cuarta “reelección” de facto desde el golpe de estado ejecu-tado en 1954). La dictadura de Stroessner fue celebrada con satisfacción por el régimen militar en Brasil como garantía de “estabilidad” para el desarrollo de los gigantescos proyectos hidrográficos en Itaipú.

En Brasil, el ciclo reformador de las presidencias de Ku-bitschek (1956-1960), de Quadros (1960-1961) y de Goulart (1961-1964), finaliza con un golpe de estado militar en 1964 del que se suceden tres gobiernos militares hasta 1973 enca-bezados por los generales Castelo Branco (1964-1967), Costa e Silva (1967-1969) y Garrastazu Medici (1969-1974), conti-nuando con un modelo dictatorial represivo, con sangrientos episodios de guerra sucia y bandas parapoliciales actuando con total impunidad.

En 1973, la situación política en Ecuador no era menos dura. El gobierno del general Rodríguez Lara –que había encabeza-do un año antes un golpe militar frente al gobierno populis-ta de Velasco Ibarra- aplica una represión sistemática ante la oposición sindical y campesina que culmina con la masacre de resistentes agrarios en el Chimborazo. A lo largo de 1973, las presiones de las empresas transnacionales del petróleo (temerosas de la deriva nacionalista del gobierno) animaron otro frustrado golpe militar liderado por el general González Alvear. Los intereses económicos de las empresas transna-

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cionales de origen norteamericano del sector petrolífero y de la agricultura de exportación no cejaron en su empeño gol-pista y generaron un caldo de cultivo que desemboca en el siguiente golpe de 1976 dirigido por el Triunvirato militar coincidiendo con el golpe militar argentino.

En septiembre de 1973, el gobierno chileno de la Unidad Popular presidido por Allende es derrocado por un espec-tacular golpe militar encabezado por el general Pinochet. El hecho tuvo una especial repercusión internacional no sólo por la sangrienta represión en términos de asesinatos, des-apariciones y encarcelamientos sin garantías jurídicas (con-secuencias comunes con otros golpes en la región) sino por el abrupto final de la experiencia inédita de un gobierno so-cialista que ocupa el poder por un proceso democrático. El “socialismo por las urnas”, como alternativa al foquismo o al militarismo ilustrado, se percibe como una estrategia po-lítica frustrada en América Latina en esa época, +dadas las condiciones socioeconómicas y geopolíticas del continente en el momento histórico que consideramos.

A pesar del reconocimiento de “revolución tibia”, el gobierno del general Velasco Alvarado en Perú –originado por el gol-pe militar nacionalista de 1968- atraviesa en 1973 una época sumamente complicada de enfrentamientos con sindicatos y con la guerrilla urbana en Lima y Puno, lo que provoca un re-crudecimiento de la represión y de la suspensión de derechos como las declaraciones de estado de emergencia en Pasco y otros territorios del país.

Desde 1970 y hasta 1974, Guatemala atraviesa una dura épo-ca bajo el gobierno militar -presidido por el coronel Arana Osorio- dadas las condiciones extremas de estado de sitio y represión articulada por fuerzas militares y parapolicia-les de limpieza de la resistencia armada y de la oposición política. Informes de Amnistía Internacional y del Tribunal Bertrand Russell valoraron en 15.000 asesinatos el coste de la represión en la época. El siguiente gobierno del general Kjell Laugerud no sólo no remite la violencia institucional sino

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que ésta se añade a las desgracias de la Naturaleza (el te-rremoto de 1976) y a los conflictos diplomáticos internacio-nales (por la cuestión de Belice). “Guatemala, Guatemala… -comentaba Asturias poco antes de su fallecimiento- donde no existe distancia entre la eterna primavera y el volcán de carne humana”.

A pocos kilómetros, en 1973, el coronel Molina y el coronel López Arellano presiden, respectivamente, gobiernos milita-res en El Salvador y en Honduras, originados ambos por sen-dos golpes militares acaecidos un año antes. En El Salvador el gobierno recrudece la represión ante la oposición popular por la crisis económica y el retorno de trabajadores agrícolas sin tierra desde Honduras. A su vez, en Honduras el régimen militar acrecienta sus grados de represión y corrupción por la presión de las conocidas empresas transnacionales del sec-tor de la agricultura de exportación que animarán un nuevo golpe militar encabezado por Melgar Castro. Al final, movi-dos como peones de ajedrez por fuerzas ajenas a los intereses populares de ambos países, la tensión revienta en un aparen-temente trivial partido futbolístico.

El maremoto militarista no perdonó a Uruguay, la denomi-nada “Suiza de América” por su vertebración política y su adelantada posición de bienestar social en el Cono Sur lati-noamericano. El deterioro de la normalidad institucional se inicia ya en 1967, con el gobierno de Pacheco Areco. El estado de guerra de abril de 1972 y la represión consiguiente demos-tró que el proceso estaba tutelado por los militares urugua-yos aunque la presidencia de la República tuviera rostro civil (Demichelli, Aparicio Méndez). Finalmente, el golpe militar encabezado por el general Alvarez muestra el dominio del modelo dictatorial en la doctrina de la seguridad nacional también en territorio charrúa.

En Colombia y a la altura de 1973, los acontecimientos anti-cipan una clara trayectoria hacia la violencia y la corrupción. Los estados de sitio, de 1966 a 1968 y en 1970, derivados de la lucha contra la guerrilla del ELN (liderado por Fabio Váz-

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quez) o el FAR (al que pertenecía el cura Camilo Torres), los sucesivos fraudes electorales y la paulatina pérdida de la he-gemonía del oficial Frente Nacional, así como la corrupción burocrática, informan de una excepcionalidad de Colombia en 1973 comparable al golpismo militar del entorno.

Los casos de México o Venezuela son similares. La represión y el retroceso institucional mexicano estaban sostenidos, en 1973, por un régimen de partido único, de mordidas e in-trigas palaciegas de un modelo autoritario y excluyente. En Venezuela, la descomposición del sistema político se acelera en 1973 cuando el gobierno entrante de AD (socialdemócra-ta) sucede sin ruptura al anterior gobierno de COPEI (demo-cristiano) en un peculiar consenso bipartidista protagoniza-do durante años por Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, en un sistema de contubernio de amplios recursos e ingresos públicos que financian la corrupción de un sistema bipartito claramente agotado.

En definitiva, desde 1973 y hasta 1983, la etapa descrita pre-sentaba un panorama desolador a lo largo de una década dramática en la historia contemporánea de América Latina. Existe un mínimo común denominador de esta nómina de ocupantes del poder según el escalafón. Este factor agluti-nador es, sin duda, la conjugación del militarismo como “fascismo dependiente” (hipótesis que se mantiene en este libro) con supuestos político-económicos de versiones sim-plificadas de la ortodoxia neoliberal (ideología y práctica del “monetarismo vulgar”). La característica mencionada actúa como vector metodológico en el desarrollo de la obra pues nos muestra la interdependencia de las dimensiones políti-ca, institucional y económica en el estudio de los casos más significativos del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay) que ofrecen, a su vez, la posibilidad de extraer conclusiones que comparten, con variantes específicas, todos los países de la región He aquí, en definitiva, las dos líneas temáticas princi-pales de una obra que documenta, con aportaciones acadé-micas e informativas inmediatas, una etapa que denomina-mos la “década ominosa” en la historia contemporánea de

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América Latina, desde el necesario rigor pretendido por el científico social pero, también, desde el compromiso de un observador crítico.

Breves avances de investigación de esta obra se han difundi-do de forma fragmentada en algunas publicaciones especia-lizadas. En esta ocasión se ofrece la obra de forma completa y unitaria. Se amplió la carga bibliográfica y las reflexiones en notas a pié de página para su utilidad académica dada la ins-titución editora. En este sentido, la presentación bibliográfica básica y complementaria, incluso muy prolija en ocasiones, es el resultado de una búsqueda meticulosa de fuentes de he-meroteca en algunas de las principales bibliotecas universi-tarias europeas y latinoamericanas. Se pretendía documentar una década de historia político-económica de América Lati-na con obras, artículos de especialización y de opinión edita-dos, en parte, en el exilio. El autor desearía que esta unidad de texto y fuentes documentales represente una contribución que, entre otras, suponga una herramienta útil para el cono-cimiento de una década crucial en la historia político-econó-mica contemporánea de América Latina.

Finalmente, mi profundo agradecimiento al profesor Mario Roberto Morales. Sus contribuciones literarias, ensayísticas y periodísticas, así como las estimulantes conversaciones mantenidas en los últimos años en Compostela o Antigua, representan un desafío intelectual que, sumado al prólogo, suponen para el autor de esta obra una impagable deuda de amistad.

José Ramón García MenéndezSantiago de Compostela, enero 2015

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INTRODUCCIÓN

SUBDESARROLLO, DEMOCRACIA PERVERTIDA Y ESTADO DE EXCEPCIÓN EN AMÉRICA LATINA

“...las fuerzas que el autoritarismo ha puesto en movimiento en la sociedad chilena (argentina, uruguaya…, a lo largo del último tercio del sglo XX) apuntan a producir y reproducir un orden que se funda en los dictados del capital y que se expresa por medio del gobierno de la burguesía, nucleada en torno de sus grupos económicos. Pero, cuidado, no se trata precisamente de un proyecto burgués cualquiera. Hay en el autoritarismo chileno (argentino, uruguayo), como muchas veces se ha dicho, una pretensión revolucionaria, que equivale al deseo de hacer historia.

Y, en nuestro caso, la historia de esta tardía revolución burguesa se está haciendo por la combinación de cuatro fuerzas...

1) La represión, entendida como estrategia de un poder que funda un orden de exclusiones.

2) El mercado, mecanismo que empleado como fuerza de integración social permite no sólo recuperar a los excluídos sino que, más decisivamente, impone un orden de consumidores por encima de las relaciones de producción.

3) Un discurso ideológico, propiamente autoritario que debe alimentar la conciencia de la dominación y construir la identidad social de los grupos que la ejercen.

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4) Los aparatos ideológicos, que son emplea-dos como la fuerza modeladora de un or-den de masas encargado de interrumpir la formación cultural de las mismas y encua-drarlas dentro de la lógica del poder auto-ritario y del mercado”

J.J. Brunner

J.E. García-Huidobro 1

Al estudiar la naturaleza de la efímera constitución francesa de 1848, Karl Marx analizó en profundidad la contradicción que latía en su seno. Pudo constatar, entonces, que la conquis-ta del sufragio universal fue, en cierta manera, un fenómeno de poder político otorgado. A partir de ese momento histó-rico, la gran burguesía se vió obligada a ejercer su hegemo-nía en condiciones progresivamente ‘democráticas’ pero que amenazaban, al mismo tiempo, los cimientos de la sociedad capitalista2. Para Claus Offe, el marxismo clásico y la teoría liberal del siglo XIX concordaron plenamente en este diag-nóstico. Tanto Marx como sus contemporáneos liberales, ta-les como Mill o Tocqueville, participaban del convencimiento de que el capitalismo y la democracia basada en el sufragio universal e igualitario podrían ser términos antagónicos. Pero esta convergencia analítica se llega a partir de puntos de vista diametralmente opuestos y que C. Offe describe de la siguiente manera (2):

“Los escritores liberales clásicos acreditaban que la libertad y la independencia eran las realizaciones más valiosas de la sociedad, me-reciendo su protección en cualquier circuns-

1 J.J. Brunner y J.E. García-Huidobro: “Chile, un nuevo paisaje cultural”, Mensaje, nº 302, septiembre 1981, p. 488.2 Cf., C. Offe: “A Democracia Partidária competitiva e o Welfare State Keynesiano: fatores de estabilidade e desorganizaçao”, Dados, vol. 26, nº 1, 1983, pp. 29-52; la cita corresponde a la p. 29.

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tancia contra las amenazas igualitarias de la sociedad y la política de masas; amenazas que, de acuerdo con su punto de vista, llevarían necesariamente a la tiranía y a la ‘legislación de clase’ por parte de la mayoría destituída de propiedades y educación.

Marx, por su lado, analizó la constitución fran-cesa de 1848 como una forma política que exa-cerbaría las contradicciones sociales a través de la supresión de las garantías políticas de los grupos socialmente dominantes y de la conce-sión de poder político a los subordinados. En consecuencia, argumentaba, las condiciones democráticas permitirían a la clase propietaria cuestionar los fundamentos sociales de la so-ciedad burguesa”.

La compleja y contradictoria articulación entre capitalismo y democracia estará presente, desde el siglo XIX, en los procesos de ‘transfiguración’ del Estado Liberal clásico hacia el Estado de Derecho y, posteriormente, el Estado Social de Derecho3. En esta firme convicción, el presente ensayo debe enfocar ‘esa’ contradicción en la geografía de nuestro objeto analítico, enfatizando el cómo y el por qué de su emergencia en la historia inmediata del Cono Sur latinoamericano.

Durante un largo período histórico -especialmente en Chile y Uruguay, en menor medida en Argentina- la compatibilidad entre democracia y capitalismo liberal parecía posible. Esa fusión y el esquema político consiguiente eran susceptibles de aplicación en el capitalismo periférico a pesar de la concepción inicial en el centro metropolitano. Sin embargo, las numerosas apelaciones al Estado Reformista y evidentes los signos de su fracaso ponen en cuestión las ventajas de

3 Cf., al respecto, P. Lucas Verdú: Estado Liberal de Derecho y Estado Social de Derecho, Acta Salmaticensia, Salamanca, 1955; E. Díaz: Estado de derecho y sociedad democrática, Ed. Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1975; y M. García Pelayo: Las transformaciones del Estado contemporáneo, Alianza Ed., Madrid, 1977.

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dicho posibilismo4. De igual forma, con la crisis del Estado Reformista quiebra, a su vez, la errónea estimación sobre el desarrollo del capitalismo en América Latina como el principal freno a las plagas de caudillismo tradicional o como revulsivo que lograra extirpar las causas de inestabilidad política característica de la región, al filo de un modelo mecanicista -y, por tanto, ahistórico- que enlaza las teorías de superación por etapas del subdesarrollo (W.W. Rostow) con la libertad económica como garantía de la libertad política5.

En este sentido, la historia inmediata de América Latina confirma que la práctica del liberalismo, ahora ya de retorno, se halla ante la misma paradoja que creó en su evolución. A partir de 1973 (Chile, Uruguay) y de 1976 (Argentina)6, la adopción de una política económica ultraliberal presupone un orden político transfigurador del rostro del Estado, desde el Estado Ilustrado al Leviatán Criollo, donde el liberalismo se promociona mediante constantes violaciones de la institucionalización (y de la institucionalidad) que el capitalismo reclama para sí, ya sea porque la democracia es su verdadera esencia (‘única’, según M. Friedman), ya sea porque es un método de gobierno adecuado (J.A. Schumpeter).

En palabras de A. Wolfe, el capitalismo ya que no puede su-primir la democracia en sus planteamientos (bien porque es parte nominal de su basamento teórico, bien por no facili-tar argumentos a los socialistas) lo que hace es ‘pervertirla’, aflorando el conflicto entre capitalismo y democracia genui-nos: mientras cada uno descubre su herencia, las diferencias

4 Cf., A. Gurrieri: Democracia y políticas neoliberales, E/CEPAL/ R. 308, Santiago de Chile, abril 1982, esp. pp. 3 y ss. Agradecemos al autor el habernos facilitado el presente documento que nos fue de utilidad en la elaboración de nuestro trabajo.5 Cf., W.W. Rostow: Las etapas del crecimiento económico, F.C.E., México, 1970. Una aproximación crítica al pensamiento rostowniano en A. Gunder Frank: Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la sociología, Anagrama, Barcelona, 1971, esp. pp. 35-49.6 Como señalaremos posteriormente, y por una variada motivación, los casos de Brasil (1964), Bolivia (1967), Perú (1968) y Ecuador (1972) merecen estudios particularizados.

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entre ambos se intensifican a pesar de la defensa formal de la democracia por el primero. El tema democracia-capitalismo se constituye, a nivel teórico, como uno de los nudos gordia-nos del debate sobre la situación política anual en América Latina7.

En consecuencia, el Cono Sur latinoamericano es el escenario del capitalismo periférico donde emerge, con mayor claridad en los últimos años, aquella contradicción señalada por Marx y que se resuelve, provisionalmente, a través de los requerimientos al Estado ‘gendarme’ (en toda la extensión del término) que concentre y esgrima el poder en aras de la irrestricta obediencia de la sociedad civil. Así, como un componente de suma importancia en esta estrategia, “la mano invisible del mercado, ese fetiche tan caro a toda la tradición liberal, se transforma imperceptiblemente en un puño de hierro en el cual se concentra la violencia sojuzgadora del Estado hobbesiano”8.

El caso chileno es, a estos efectos, representativo del paradó-jico desarrollo y explosión del binomio democracia-capitalis-mo periférico. Refiriéndose a Chile, aunque podría extender su comentario a Uruguay y Argentina, P.M. Sweezy describe perfectamente este proceso9.

7 Cf., al respecto, A. Wolfe: “El malestar capitalista: democracia, socialismo y las contradicciones del capitalismo avanzado”, América Latina. Estudios y perspectivas, nº 1, p. 21; y G. Burdeau: La Democracia, ensayo sintético, Ariel, Barcelona, 1959, pp. 48 y ss. Desde un plano alternativo, véanse asimismo, los siguientes artículos de T. Moulian: “Dictadura, democracia, socialismo”, Chile-América, nº 64-65, julio-septiembre 1980, pp. 104-109; y A. Heller: “Democracia formal y democracia socialista”, Chile-América, nº 68-69, enero-marzo 1981, pp. 50-58.En esta controversia se pueden observar tres ópticas. La primera, de corte tradicional-liberal, está perfectamente representada por los trabajos de M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy. Report on the Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission, New York University Press, Nueva York, 1975. La segunda, de liberalismo cauto, tiene en C.B. Macpherson su mejor publicista (cf., infra, sobre comentarios y bibliografía del autor). La tercera óptica, de claro contenido marxista, puede apreciarse en U. Cerroni: La libertad de los modernos, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1972. El caso de M. Friedman y su obra será objeto de una específica referencia en páginas siguientes. 8 A.A. Borón: “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América Latina”, Cuadernos Políticos, nº 23, enero-marzo 1980, p. 46.9 P.M. Sweezy: “Capitalismo y Democracia”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 4, nº 4, enero 1981, p. 72.

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“Al acceder a la independencia en el siglo XIX, una serie de países latinoamericanos adopta-ron constituciones según el modelo de la Cons-titución de los Estados Unidos. En la mayoría de los casos, estas constituciones democráticas acabaron siendo poco más que hojas de parra sobre la desnudez del gobierno oligárquico. Pero en Chile se desarrolló una forma demo-crática de gobierno similar a la existente en los países capitalistas avanzados y ésta aparente-mente estaba firmemente arraigada al llegar a la mitad del presente siglo. En estas circunstan-cias surgió un movimiento obrero (sindicatos y partidos políticos) similar a sus equivalentes europeos, pese a que Chile presentaba las con-diciones económicas y sociales propias de un país subdesarrollado. Pero los obreros y cam-pesinos chilenos, que en gran parte veían ne-gadas las ventajas derivadas de un desarrollo económico continuado y con escasas posibili-dades de beneficiarse significativamente con el orden social existente, fueron radicalizándose progresivamente y en 1970 eligieron un gobier-no que había prometido iniciar la transición a una sociedad socialista. Ello sacó a la luz del día la contradicción implícita entre capitalismo y democracia y culminó tres años más tarde con el brutal derrocamiento del gobierno de allende y la destrucción de la democracia chilena”

Más adelante profundizaremos en las principales líneas de po-lítica económica y en la crisis irreversible del Estado Reformis-ta en América Latina. Procedería, en este momento, subrayar algunas notas, a nuestro juicio significativas, sobre la mentada articulación capitalismo-democracia en el Cono Sur, a la luz de los procesos históricos en curso. En concreto, las características más importantes de la eclosión autoritaria en Chile, Uruguay y Argentina.

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En primer lugar, dada la ascendencia de Milton Friedman en la ideología y práctica ultraliberal del Cono Sur, observaremos el ideario y la ‘asimilación’ de la democracia por parte del lau-reado economista de Chicago, como una muestra represen-tativa de la corriente de pensamiento apologeta del ‘nuevo orden liberal’. En segundo lugar, abordaremos las caracterís-ticas más sobresalientes del debate abierto en torno a los di-versos enfoques (militarismo, autoritarismo, fascismo) que califican a los regímenes políticos en cuestión. En tercer lugar, sería inexcusable no referirse a la naturaleza y funcionalidad de la Doctrina de la Seguridad Nacional como un expediente legitimador de los citados regímenes. En cuarto, y último lu-gar, señalaremos la pertinencia analítica de la proposición de fascismo dependiente, que caracteriza los regímenes militares del Cono Sur, a partir de una triple combinación conceptual (Neofascismo, Doctrina de la Seguridad Nacional y Depen-dencia). Esta hipótesis ha sido sugerida por varios autores constituyendo una línea de investigación que, pese a ciertas limitaciones que explicitaremos en su momento, favorece una visión omnicomprensiva del fenómeno a estudiar ya que en-laza ‘una teoría sobre...’ y ‘un cuerpo doctrinario de...’ los re-gímenes militares del Cono Sur.

A nuestro entender, la culminación de la crisis del Estado Re-formista en América Latina se puede abordar en esta direc-ción. No obstante, la dimensión ideológica y política requiere un apoyo argumental complementario y, con frecuencia, im-prescindible en torno a la dimensión socioeconómica, espe-cialmente en la caracterización de los sucesivos modelos eco-nómicos implementados desde la época colonial en América Latina. Existe una fuerte vinculación interdependiente entre las reglas e intereses político-económicos de los modelos de desarrollo propuestos y aplicados en América Latina y los re-quisitos políticos que el modelo de acumulación demanda. El tramo final de nuestro trabajo analizará la serie de carac-terísticas estructurales y de política económica en América Latina desde la época postcolonial hasta la actualidad. En esta secuencia de acontecimientos políticos y económicos de

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importancia se encuentran la obra institucional y académica de organismos y científicos sociales que pertenecen, también, a la historia de América Latina. En este sentido, nos referire-mos a la presencia de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) y a las figuras señeras de Raúl Presbich y de Celso Furtado.

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CAPÍTULO I

DEMOCRACIA, ESTADO Y MERCADO: LUCES Y SOMBRAS DE LOS ARCANOS NEOLIBERALES

Capitalismo y libertad (1960), Libertad de elegir (1979) y La ti-ranía del status quo (1983) constituye una de las partes más significativas de la obra de M. Friedman, escrita en estre-cha colaboración con Rose D. Friedman10, y el exponente más claro de la asimilación que hace el neoliberalismo de la democracia formal, transformándola en el mismo acto de acaparación. Sin embargo, la historia de las sociedades capitalistas desarrolladas demostró que ese vínculo demo-cracia-liberalismo -anudado y defendido con ardor por des-tacados teóricos liberales como Mises o Hayek. El mismo F. Knight, por su parte, no es menos explícito cuando escribe que:

“...el establecimiento de la libertad (...) es la revolución más grande de todos los tiempos (...) Una ciencia y una empresa libres, como parte de la libertad cultural general, darán lugar al avance más rápido jamás visto, no sólo en lo que se refiere a la conquista de la naturaleza por la inteligencia y el uso de las fuerzas naturales para alcanzar los objetivos del hombre, sino también el humanitarismo, la unificación de los pueblos del mundo y la difusión de las ventajas de la vida civilizada entre las poblaciones de las naciones avan-zadas y entre otras que fueran capaces de incorporarse a este proceso con la misma ra-

10 Cf., Capitalismo y libertad, Rialp, Madrid, 1966; Libertad de elegir, Grijalbo, Barcelona, 1980; y La tiranía del status quo, Ariel, Barcelona, 1984.

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pidez11- era esencialmente inestable12, porque respondía a una acción fagocitadora del ca-pitalismo y no a una yuxtaposición comple-mentaria, mientras que Friedman hace del citado vínculo no sólo un hecho inquebran-table sino que lo fundamenta como el único posible13.

La libertad económica, entendida tradicionalmente como un ‘subproducto’ de la libertad política, se somete a una reconversión teórica por parte de Friedman. De esta forma, la libertad económica será conditto sine qua nom de la libertad política y, por ende, de la democracia: “...la libertad en las organizaciones económicas”, escribe Friedman, “es en sí una parte de la libertad en términos generales, así que la libertad económica es un fin en sí misma (...) además es también un medio indispensable para la consecución de la libertad política”14.

11 Cf. “Free Society: Its Basic Nature and Problem”, in On the History and Method of Economics, University of Chicago Press, Chicago, 1956, p. 289). Cf., además, del autor, “Laissez-Faire: Pro and Con”, Journal of Political Economy, nº 6, diciembre 1967, pp. 782-795.Un caso paradigmático de esta corriente de pensamiento está representado por F.A. Hayek (Camino de servidumbre, Alianza Ed., Madrid, 1978). Cf., además, J. Viner: “Hayek on Freedom and Coercion”, Southern Economic Journal, nº 27, 1961, pp. 203-6; y S. Gordon: “The political economyof F.A. Hayek”, The Canadian Journal of Economics, vol. XIV, nº 3, agosto 1981, pp. 470-487, reseñando la obra cumbre del autor en cuestión (Law, Legislation and Liberty, University of Chicago Press, Chicago, 1973-1979, 3 vol.) Otras dos aproximaciones de interés, para la presente problemática, en O.H. Taylor: Economics and Liberalism, Harvard University Press, Cambridge, 1955; e I. Berlin: Four Essays on Liberty, Oxford University Press, Oxford, 1969. 12 Para el Prof. Fabián Estapé fue J.A. Schumpeter uno de los primeros autores que asumieron esta interpretación, especialmente en su Capitalismo, socialismo y democracia. “La tesis de Schumpeter”, escribe el Prof. Estapé, “acerca del futuro desarrollo del capitalismo destaca, como queda dicho, que el éxito económico del sistema es indiscutible, rechazando por tanto todas las teorías del ‘derrumbe’ apoyadas en el forzoso advenimiento de la ruina económica del mismo (...) el pronóstico pesimista que formula Schumpeter sobre la supervivencia del capitalismo se fundamenta en la desaparición del soporte institucional que universalmente es como imprescindible para la existencia del sistema” (“El profesor Schumpeter y el porvenir del sistema económico”, en Ensayos sobre Historia del Pensamiento Económico, Ariel, Barcelona, 1971, p. 205).13 Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 21-38. La posición doctrinaria de M. Friedman no coincide, lógicamente, con visiones alternativas sobre los límites de la democracia liberal en el Estado burgués expuestas, por ejemplo, en J. Solé Tura et al.: El marxismo y el Estado, Ed. Avance, Barcelona, 1977.14 M. Friedman: Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 21-22.

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Friedman constata que la libertad económica produce una dis-persión del poder. En otros términos, el capitalismo competiti-vo genera libertad política en cuanto separa poder económico y poder político, permitiendo que ambos se limiten mutua-mente. Concluye, entonces, el autor en que:

“La evidencia histórica decididamente mues-tra una relación entre la libertad política y el mercado libre. No sé de ningún caso de una sociedad que en algún lugar o momento haya mantenido la libertad política y que no se haya usado también para organizar el grueso de la actividad económica, algo comparable a un mercado libre”15.

El consenso sobre la evidencia histórica que cita Friedman es, cuan-do menos, algo muy precario. Desde la consolidación del Esta-do capitalista, el poder político y el poder económico son las dos caras de una misma moneda y, como es sabido, sus relaciones dinámicas (en el sentido histórico del término) han generado un debate todavía no cerrado en torno a la naturaleza del Estado16.

En realidad, como señala acertadamente A. Borón, M. Fried-man construye una especie de silogismo autosatisfactorio a partir de la utilización tosca de categorías históricas (capitalis-mo competitivo, democracia, libertad). Su explicación es, sen-cillamente, un esquema circular donde se difumina la causa 15 Ibid., p. 23. 16 La bibliografía sobre el tema es muy amplia. Sin afán exaustivo, para una visión general, cf., D.A. Gold, C.Y.H. Lo y E. Olin Wright: “Aportaciones recientes a la teoría marxista sobre el estado capitalista”, Revista Mensual/Monthly Review, vol, 1, nº 8-9, diciembre 1977-enero 1978, pp. 93-122. En este artículo, tras una descripción de las líneas de análisis marxista sobre el Estado capitalista (clásica, instrumentalista, estructuralista...), se proporciona bibliografía adicional de los autores más representativos (pp. 120-122). Cf., en la misma fuente, I. Balbus: “Teoría de la élite dominante vs. análisis de clase marxista”, ibid., pp. 123-132. Igualmente, ha cobrado gran importancia en esta temática el trabajo de J. O’Connor, The Fiscal Crisis of the State (1973), con una traducción al español poco afortunada (Estado y capitalismo en la sociedad norteamericana, Ed. Periferia, Buenos Aires, 1974) y otra, más reciente, La crisis fiscal del Estado, Ed. Península, Barcelona, 1981.Indudablemente, el debate no estuvo ausente en América Latina. Cf., al respecto, N. Lechner (C.): Estado y política en América Latina, Siglo XXI, México, 1981; y M. Kaplan: “La Teoría del Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”, Trimestre Económico, nº 198, abril-junio 1983, pp. 677-711.

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y el efecto porque, en definitiva, la democracia liberal sería la organización política ‘propia’ del capitalismo, por definición, y el capitalismo competitivo es el ‘único’ sistema compatible con la democracia, por evidencia histórica17.

Esta visión excluyente y simplista del nexo democracia-capitalismo-liberalismo se acerca más a un peculiar salto metodológico, en la línea del ‘F-Twist’. La ‘F-Twist’ o ‘Contorsión de Friedman’ responde a un desvío instrumentalista del autor por el cual salva la debilidad de la axiomática neoclásica a través de una declaración de externalidad: independientemente de que las premisas neoclásicas sean verdaderas o no, diría Friedman, lo importante es que las firmas individuales se comporten como si lo fueran; en otros términos, las dudas sobre la evidencia de las premisas neoclásicas son inoperantes dado que se utiliza la ficción (ficcionismo válido en cuanto es útil) de que los agentes individuales actúan como si siempre buscaran maximizar sus rendimientos y proyectaran un conocimiento perfecto sobre todos los datos relacionados con esa tentativa18. Esta argumentación es similar a la presentada en su tiempo por presentada por Max Weber19. Sin embargo, el discurso weberiano poseía una mayor sutileza y elaboración, por lo que mereció un agudo comentario crítico de G. Luckács20.

Fue, a nuestro juicio, C.B. Macpherson quien ha respondido contundentemente a la concepción friedmanita del citado nexo, adjetivándola con una expresión, a su vez, lapidaria: ‘elegant tombstones’21. En síntesis, Macpherson se detiene en tres problemas fundamentales. En primer lugar, considera que las razones de Friedman sobre la unicidad capitalismo-liber-tad son de escaso peso científico y puramente ideológicas.

17 “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués”, art. cit., pp. 47 y ss.18 Cf., al respecto, M. Friedman: Ensayos sobre Economía Positiva, Gredos, Madrid, 1967, pp. 9-44; y L.A. Boland: “A critique of Friedman’s critics”, Journal of Economic Literature, nº 17, 1979, pp. 503-522.19 M. Weber: Economía y Sociedad, F.C.E., México, 1964, tomo II, esp. cap. IX.20 Cf., G. Lukács: El asalto a la razón, Ed. Grijalbo, México, 1967, pp. 492 y ss.21 Cf., del autor, “Elegant tombstones: a note on Friedman’s Freedom”, in Democraty Theory: Essays in Retrieval, Oxford University Press, Oxford, 1973, pp. 143-156.

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Los ejemplos aportados son nulos, confundiendo cualquier variación concomitante y del mismo signo entre libertad y capitalismo para abstraer una causación directa allí don-de sólo hubo coincidencia. Una correlación, diría M. Blaug, nunca es una explicación satisfactoria22. De la misma manera, añadimos nosotros, se llega a demostrar la absoluta incom-patibilidad entre democracia y capitalismo.

En segundo lugar, Macpherson rechaza la afirmación de Fried-man sobre las garantías que ofrece la libertad económica en relación a la libertad política. El Estado liberal, como insti-tucionalización del liberalismo político clásico fue un hecho previo o imprescindible para la creación de aquellas condi-ciones que encauzaron el desarrollo de la economía de mer-cado y no al revés23. De esta forma, Macpherson recupera una reflexión de Hayek sobre el particular que ha sido citada am-pliamente24.

En tercer lugar, para el autor, el análisis marxista ofrecería un discurso coherente respecto a la esencia de clase del Estado capitalista, rechazando cualquier retórica neoliberal sobre el problema de la democracia en el capitalismo sin cuestionarme ‘qué democracia, para qué clase’.

La aparente extravagancia intelectual de Friedman y su con-cepción ‘elegant tombstones’ no son hechos fortuitos. Respon-den ambos, a nuestro juicio, a una específica línea de pensa-miento que predica, en cuanto visión de la organización social, el retorno a cierto paleoliberalismo supuestamente superado. El abandono del componente metafísico en la especulación filo-sófica y el ascenso del positivismo, a mediados del siglo XIX, se afirman mediante varias vías, dos de las cuales -representadas por A. Comte y H. Spencer- tratan de configurar un cuerpo de pensamiento positivo que introduzca ‘orden’ en la investiga-ción crecientemente especializada25. La línea de Comte, segui-

22 M. Blaug: La metodología de la economía, Alianza Ed., Madrid, 1985, pp. 22-7. 23 “Elegant tombstones: a note on Friedman’s Freedom”, art. cit., p. 148.24 Cf., al respecto, F.A. Hayek: Camino de servidumbre, op. cit., p. 43.25 En palabras de J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, Ariel, Barcelona, 1982, pp. 471 y ss.

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da por J.S. Mill, derivó en posteriores y fecundas aportaciones positivistas26. H. Spencer, por su lado, se constituye en el fun-dador y más significativo representante de la escuela sociológi-ca organicista, unida a una férrea filiación liberal. Nos estamos refiriendo al parentesco entre el liberalismo clásico y las teorías evolucionistas de raíz lamarckiana. Lamarcke, como es sabido, propone una teoría de la evolución consciente contrapuesta a la adaptación espontánea de Darwin. La naturaleza, por tanto, produciría individuos eficientes mediante el procedimiento de ensayo-error, es decir, la competencia. Esta concepción evolu-cionista que asume H. Spencer se acerca, según señala Hull, al más neto liberalismo económico clásico27.

Para Spencer, lo que hizo posible el culto a las fuerzas naturales fue el poder y la influencia de un lenguaje presentado con símiles y analogías28. En consecuencia, la sociedad es, en Spencer, un organismo biológico que funciona mediante la división natural de tareas entre sus órganos y cumpliendo una triple función diferenciada: dirección, distribución y nutrición, según sean las propiedades inevitables de cada órgano. De igual forma, las clases sociales desempeñarían sus funciones, natural y armónicamente.

En definitiva, el organicismo reduce las leyes sociales a las leyes de la naturaleza y esta reducción, por parte de M. Friedman, queda palpable en los primeros párrafos de su ‘Lectura del Nobel’:

“¿Acaso las ciencias sociales, cuyos especialistas analizan su propia conducta y la de sus seme-jantes, quienes a su vez observan y reaccionan ante lo que esos especialistas establecen, no re-

26 Sobre la influencia de Comte sobre Mill, cf. E. Roll: Historia de las doctrinas económicas, F.C.E., México, 1974, pp. 328 y ss. “La filosofía de Comte”, escribe el autor, “llevaba directamente al deseo de una nueva ciencia general de la sociedad y esto implicaba la creación de una filosofía de la historia”, concluyendo que “con ambas cosas simpatizaba Mill” (p. 328).27 Cf., L.W. Hull: Historia y filosofía de la ciencia, Ariel, Barcelona, 1978, pp. 365 y ss. Asimismo, ampliando la perspectiva, C.B. Macpherson: La teoría política del individualismo posesivo, Fontanella, Barcelona, 1970.28 En palabras de E. Cassirer: El mito del Estado, F.C.E., México, 1972, pp. 29-31.

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quieren métodos de investigación fundamen-talmente diferentes de los de las ciencias físicas y biológicas?. ¿No deberían ser juzgadas según otros criterios?. Por mi parte, nunca he aceptado tal enfoque, que me parece consecuencia de una incomprensión, no tanto del carácter y posibili-dades de las ciencias sociales como de los que a las propias ciencias naturales corresponden”29.

Aunque la influencia de Spencer alcanzó a las teorías elitistas de O. Spengler, O. Lendt y O. Spann. Las tres han sido consideradas aportaciones fundamentales de la escuela organicista alemana y que G. Lukács calificó como una de las corrientes de pensamien-to que prepararon el advenimiento de la ideología nacional-so-cialista “por mucho que subjetivamente disten de abrigar seme-jante intención”30. No obstante, se suponía que el organicismo oscurantista representaba una corriente de pensamiento ago-tada pero Friedman se encargó de demostrar lo contrario. “La principal premisa de la teoría orgánica”, escribe E. Godoy, “que se creía totalmente desterrada ya en el desarrollo de la humani-dad (...) ha sido retomada nuevamente por el ultraliberalismo económico de estos últimos tiempos, idealizado y propugnado, principalmente, por Milton Friedman y su Escuela de Chicago”. No es ajena a esta ‘resurrección’ organicista en Chicago, el hecho de su arraigada tradicción en este tipo de enfoques. Por ejem-plo, los conocidos estudios de E.W. Burgess sobre la teoría de los círculos concéntricos de la organización urbana, con detalladas explicaciones analógicas sobre la ecología de plantas y animales (competencia, invasión, sucesión), son una de las consecuencias del vigente e implícito darwinismo social en boga31.

29 Existen varias versiones del discurso pronunciado por M. Friedman. La cita corresponde a “Paro e inflación”, Libre Empresa, nº 3, julio-septiembre 1977, pp. 25-6. 30 El asalto a la razón, op. cit., p. 4.31 E. Godoy: “Doctrinas de las Dictaduras Militares en América Latina”, Desarrollo Indoamericano, nº 63, octubre 1980, p. 62. Cf., al respecto, F.H. Forni: “La contribución de la Escuela de Chicago a la sociología norteamericana. La psicología social interaccionista, el estudio de los problemas urbanos y la metodología cualitativa”, Revista Paraguaya de Sociología, año 19, nº 55, septiembre-diciembre 1982, pp. 105-124. Una visión crítica de la escuela de Chicago en sociología en M. Castell: Problemas de Investigación en Sociología urbana, Siglo XXI, Madrid, 1971, pp. 137 y ss.

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A nuestro juicio, la vigencia de lo que denominaríamos ‘el social-darwinismo y sus caricaturas’ no constituye más que la cara ideológica y justificativa de los regímenes militares del Cono Sur que se manifiesta con nitidez en la Doctrina de la Seguridad Nacional y que incorpora, de una u otra manera, la fusión entre el afán competitivo, la selección social y la lógica del mercado. En este sentido, es importante constatarlo aquí, la concepción organicista y excluyente de la sociedad no es un retorno exclusivo de Friedman al paleoliberalismo. Otros ejemplos modernos. En el ámbito de la economía, la metáfora organicista fue empleada con indudable acierto descriptivo por numerosos autores desde W. Petty. Sin embargo, al abandonar el carácter hipotético la metáfora se convierte en una rígida taxonomía adscriptiva de la sociedad (y de las clases sociales) como lo reflejan W. Sombart y Th. Veblen (la lucha por la selección natural en el mundo de los negocios), o R. Williams (reconociendo la desigualdad natural de los hombres como la base de la auténtica democracia)32.

Estos casos confirmarían la permanencia de un pensamien-to que considera a la libertad -sentencia el mismo Fried-man- como “un objetivo que se puede alcanzar solamente entre individuos responsables”. Y prosigue: “No creemos en la libertad para locos ni para niños. La necesidad de tra-zar una línea divisoria entre los los individuos responsables y los otros es ineludible, y sin embargo eso significa que hay una ambigüedad esencial en nuestro objetivo último de libertad. A continuación de los locos y los niños, Fried-man subraya que la defensa de los fundamentos paterna-listas del Estado (desde el Welfare State keynesiano típico de los países desarrollados de postguerra hasta el Estado reformista en América Latina) solamente son defendidos por los apologetas del colectivismo (sic). En consecuencia, y como señala M. Fúnes Valladares, detrás del antiinterven-cionismo friedmaniano se esconde (también) el deseo de

32 Cf., al respecto, J.P. Diggins: El bardo del salvajismo. Thorstein Veblen y la teoría social moderna, F.C.E., México, 1983, esp. pp. 157-163 donde se considera la opinión de Veblen sobre la emulación y la hegemonía del capitalismo.

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debilitar (en el sentido económico, no militar) a los estados de los países subdesarrollados y dependientes. Y todo ello en nombre de una cruzada contra el ‘colectivismo’, hacien-do del término un cajón de sastre donde Friedman mezcla comunismo, socialismo y estado del bienestar, más allá de la distinción de L. von Mises que separaba claramente las acepciones de socialismo e intervención. Para J.F.D. Bilson, profesor de la Universidad de Chicago, “la cuestión empí-rica -¿lleva la pérdida de libertad económica a la pérdida de la libertad política?- es una de las cuestiones más impor-tantes con que se enfrentan los economistas ocupados de dirigir la política económica, particularmente en los países menos desarrollados”.

A partir de aquí, el propósito del artículo es proporcionar una evidencia empírica de la íntima relación entre libertad económica y libertad política, medidas ambas con peculiares criterios. Por ejemplo, Bilson utiliza los índices de R.D. Gastil (Freedom in the world. Political Right and Civil Liberties, Free-dom House, Nueva York, 1978) para la medición de la liber-tad política en un país porque: a) el organismo donde trabaja Gastil es una organización privada y, por lo tanto, objetiva en sus planteamientos; b) los índices de Gastil no se reducen a los aspectos particularizados -número de prisioneros, por ejemplo- sino que miden un nivel general de libertad como el tiempo que disponen para hablar los miembros del parla-mento o el volumen del correo internacional; y c) los índices de Gastil son explícitamente no económicos para superar las dudas que generan los modelos materialistas de crecimiento (!). Con estos datos de partida y recurriendo a la autoridad de un económetra como H. Theil (“The Positive Correlation of Afluence and Freedom”, Economics Letters, nº 2, 1979, pp. 295-297), formulando un exquisito análisis de regresión para evaluar otras influencias económicas (relación entre gasto público y exportaciones respecto al producto nacional, peso de los sueldos y salarios en la renta nacional, etc.), el autor llega a los resultados apetecidos: a mayor libertad económica, mayor libertad política; fenómenos que sólo ocurren en aquellas

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economías capitalistas, con alto nivel de renta per cápita, abiertas al comercio... (sic) (p.118)33.

Concretando más: en nuestra opinión, el paralelismo de la tesis y conclusiones de El individuo contra el Estado, de H. Spencer, y Capitalismo y libertad, obra de Friedman publicada cincuenta años después, es evidente; especialmente lo que se refiere a la valoración de la política social del Estado y a la percepción de la desigualdad natural de los hombres.

La desigualdad de renta o riqueza se debe, en opinión de Friedman, a tres factores: la satisfación de la preferencia por la incertidumbre, las ‘diferencias igualizadoras’ de los agentes económicos así como las ‘diferencias iniciales’ en la dote de capacidad individual como de propiedades aunque este punto lo expresa con mayor claridad y crudeza, a nuestro entender, el mismo Mises cuando señala que “los principios del liberalismo se condensan en una sencilla palabra: propiedad; es decir, control privado de los factores de producción”, concluyendo en que “la desigualdad, aunque parezca mentira, desempeña otra función de no menor importancia: la de posibilitar el lujo”34. “Aquí”, enfatiza el autor, “es donde se presenta un problema ético realmente difícil”35. ¿Cómo resuelve Friedman ‘ese’ problema ético?. Con otro ‘F-Twist’, respondemos nosotros, incorporando al presente ámbito de discusión. Veamos: “la mayoría de las diferencias de nivel, posición, riqueza, pueden considerarse, en algún punto lejano (?), como debidas a la suerte. Se considera que el hombre que es trabajador y ahorrador se merece; sin embargo, estas cualidades las debe en parte a los genes que ha tenido la suerte (¿o la desgracia?) de heredar”36.

33 Véanse, al respecto, las siguientes obras: Capitalismo y libertad, op. cit., p. 52. (“¿Libertad de elegir o libertad de morir?”, Revista Centroamericana de Economía, nº 10, enero-abril 1983, p. 43). Cf., a propósito, La Acción Humana, op. cit., pp. 1039-1044. Además, el curioso artículo de J.F.D. Bilson: “Liberalismo económico, derechos políticos y libertades civiles: una investigación económica”, Cuadernos Económicos ICE, nº 14, 1980, pp. 101-129.34 Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 205 y ss. “ (Liberalismo, op. cit., p. 37 y p. 51). Cf., asimismo, para una extensión del pensamiento de Mises sobre la propiedad y la desigualdad natural en los principios liberales, La Acción Humana, op. cit., pp. 953-6 y pp. 991-3, sobre la propiedad y la seguridad de los propietarios; y pp. 1212-1227, sobre el concepto de desigualdad natural.35 Ibid., p. 208.36 Ibid., p. 210. El subrayado y el primer interrogante son, lógicamente, nuestros.

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Así considerada la ética de la distribución no sorprende que el ideario sobre los problemas de la vivienda, la sanidad, la educación, en fin, sobre la llamada política social, que tiene M. Friedman se retrotrae en un siglo, respondiendo a la aversión clásica de los neoliberales a la justicia distributiva. F.A. Hayek representaría un máximo exponente de esta tendencia. La reciente edición de la obra cumbre de Hayek ha renovado el interés por las concepciones formalistas de la justicia con reglas derivadas del ‘cosmos’ (del orden espontáneo, del mercado...) lo cual rechaza de plano el encantamiento de la política redistributiva. “La ‘justicia social’ se trata simplemente de una superstición cuasi-religiosa...”, dice F.A. Hayek, “contra la que debemos luchar en tanto se use para oprimir a los hombres”. Y concluye: “ahora bien, la difundida creencia en la noción de justicia social es actualmente la más grave amenaza a los valores de una civilización libre”, pensamiento que es matizado críticamente por Hinkelammert comentando unas declaraciones periodísticas de F.A. Hayek en las que consideraba a la propiedad y el contrato como las únicas reglas morales de una sociedad libre (Mercurio, Santiago de Chile, 19.IV.1981), escribe que37:

“Este cálculo de vidas de Hayek es, en reali-dad, un cálculo de muertes. Le sirve para his-postasiar propiedad y contrato. El raciocinio es el siguiente: propiedad y contrato -es decir, las relaciones capitalistas de producción- son la garantía del progreso técnico. Solamente en base a ellas hay un aumento constante de las fuerzas productivas y por tanto la posibilidad

37 (Law, Legislation and Liberty, op. cit.) (Law, Legislation and Liberty, op. cit., vol. II -”The Mirage of Social Justice”- pp. 66-7). Cf., al respecto, para una ampliación de las presentes observaciones, Th. Flanagan: “F.A. Hayek on Property and Justice”, in A. Parel y Th. Flanagan: Theories of Property. Aristottle to the Present, W. Laurier University Press, Waterloo, 1979, pp. 335-357; N.P. Barry: Hayek’s Social and Economic Philosophy, Macmillan, Londres, 1980; y R. Cristi: “Hayek y la justicia”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, pp. 403-407.Para una posición más ponderada, desde una perspectiva neoliberal, sobre la política redistributiva, cf., K. Brunner y W.H. Meckling: “La percepción del hombre y de la justicia y la concepción de las instituciones políticas”, Estudios Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 91-129.Franz Hinkelammert, (“El capitalismo actual y la justicia social”, Revista Centroamericana de Economía, nº 10, enero-abril 1983, p. 13).

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de alimentar una cantidad de población ma-yor (...) El sacrificio de vidas en el presente por tanto es irrelevante, cuando se trata de juzgar sobre propiedad y contrato (...)

De esta manera se pretende garantizar el dere-cho de vida en general y como especie, negan-do un derecho de vida individual, de carácter subjetivo. El resultado es un simple socialdarwi-nismo”

Por poner otro ejemplo, para Friedman la ayuda en vivienda no es más que una intervención pública en los asuntos privados bajo el supuesto de que las familias pobres “necesitan la vivienda más de lo que necesitan otras cosas”, abogando, en cambio, por una ayuda monetaria sin destino prefijado a no ser por aquella libre elección en el mercado38.

Pero, si existiese un punto donde la teoría de Friedman se sublima en la lógica de mercado, éste es, sin duda, la cues-tión del salario mínimo. El autor actualiza un viejo principio liberal y recupera el más fiel neoclasicismo: el problema del desempleo se resuelve, afirma Friedman, mediante la caída de los salarios reales y el complemento de una acción filan-trópica del Estado que salvaguarde la estricta sobrevivencia y amortigüen el pauperismo y la cesantía en masa. Por tanto, fuera de este modelo de exaltación al equilibrio y a la libertad de mercado los problemas de desempleo solamente se agra-van como sucede cuando se introduce una restricción, la re-glamentación de salarios mínimos, cuyas consecuencias son aumentar la pobreza y el paro39. En este sentido, Friedman parece ignorar tres décadas de historia del pensamiento eco-nómico con su impronta keynesiana. De igual forma, el eco-nomista de Chicago rechaza cualquier redistribución de renta o riqueza a nivel internacional sin explicar, en modo alguno,

38 Cf., Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 225-9.39 Ibid., p. 229.

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qué punto de vista analítico considera para concluir en que las distribuciones existentes son óptimas40.

Nos reafirmamos, por tanto, en que M. Friedman es un herede-ro intelectual de H. Spencer, compartiendo un tronco ideológi-co que considera a las medidas de bienestar social (legislación sobre salario mínimo, protección de precios agrarios, política de vivienda, etc.) como la satisfación de necesidades no básicas (sic) que constituyen un conjunto de acciones “designado con el confuso título de ‘seguridad social’”41... y, concluyendo, “el programa de ‘seguridad social’ es una de esas cosas en las que la tiranía del ‘status quo’ está empezando a dar resultados”42, apreciaciones, a nuetro juicio, más radicales que las del propio Spencer, cuyas notas sobre la legislación de la cerveza, en 1853, es idéntica al tratamiento dado por Friedman al problema de la droga en una de sus últimas obras. En efecto, aunque la filo-sofía política de H. Spencer sea, cuando menos, especialmente confusa, lo cierto es que su obra muestra la marca indeleble de la confianza burguesa victoriana de su tiempo y el recelo de clase frente al Estado. Discrepando del aserto liberal que defendió la corriente benthamiana -’la mayor felicidad para el mayor número de personas’-, Spencer asegura que el bien-estar de la Humanidad está garantizado por la ‘disciplina na-tural’ que no puede desviarse de su inflexibilidad para evitar padecimientos individuales o temporales: “la pobreza del in-capaz, las desgracias que acometen al imprudente, el hambre del perezoso y el pisar del fuerte sobre el débil, que dejan a tantos ‘en la nulidad y en la miseria’, son dictados de gran be-nevolencia previsora...” escribe Spencer, quien considera que el incremento del ratio de intervención estatal tiene una doble consecuencia negativa. Por una parte, no cumple con satisfa-ción el estricto rol encomendado por el liberalismo clásico. Por otra, inicia la ‘esclavitud venidera’ (Coming Slavery, en el origi-

40 Cf., al respecto, M. Friedman: “Some Thoghts about the Current Economic Scene”, University of Chicago Magazine, otoño 1974, p. 13, con especial referencia al caso de la India que contradice, aparentemente, anteriores notas sobre el particular en Money and Economic Development, Praeger, Nueva York, 1972, pp. 47 y ss. 41 Capitalismo y libertad, op. cit., p. 225.42 Ibid., p. 232. Ese temor (y el término) ha inspirado un posterior trabajo (y su título) del autor. Cf., en este sentido, M. Friedman: La tiranía del status quo, op. cit.

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nal) mediante un desafortunado exceso de legislación. Esto le hace concluir en que43:

“No debemos sorprendernos, por tanto, que sus esfuerzos por curar males precisos, los le-gisladores hayan provocado continuamente otros distintos que nunca pretendieron (...) Así, por todas partes, unas medidas bien intencio-nadas están produciendo daños imprevistos: una Ley de licencias que fomenta la adultera-ción de la cerveza; un régimen de libertad con-dicional que estimula al hombre a cometer de-litos; una ordenanza de policía que mete a los buhoneros en el asilo (...) Después, y además de los males próximos y evidentes, vienen los lejanos y menos discernibles, que, si pudiéra-mos estimar su resultado acumulativo, encon-traríamos quizás más graves aún”

J.A. Schumpeter, con la ironía que lo caracteriza y refiriéndose a H. Spencer, estima que fue un tratadista profundo, anticipándose a las teorías de Darwin, con una aguda personalidad, como lo demuestran sus numerosos inventos, pero un hombre especialmente obtuso44:

“...que, por llevar el laissez-faire hasta el extre-mo de condenar las normas de sanidad públi-ca, la instrucción pública, el servicio público de correos, etc., puso su ideal en ridículo y escribió cosas que realmente habrían servido perfectamente como sátira de la política que él propugnaba. Ni su economía ni su ética (analítica o normativa) va-len la pena. Lo que vale la pena observar es el argumento según el cual toda política que tien-

43 Social Statics, 1851, in E.K. Bramsted y K.J. Melhuish: El liberalismo en Occidente, Unión Ed., Madrid, 1980, tomo V, p. 65. Obsérvense las similitudes de fondo entre la cita anterior y las declaraciones comentadas de F.A. Hayek (cf., supra, nota 37). Y Over-Legislation, 1853, in E.K. Bramsted y K.J. Melhuis: El liberalismo en Occidente, op. cit., tomo V, p. 88.44 J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, op. cit., pp. 849-850, esp. en nota.

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da a mejorar las condiciones sociales debe ser condenada por que interfiere con la selección natural y, por lo tanto, con el progreso de la hu-manidad”

A nuestro entender, la obra de Friedman sobre la presente temática participa de la corriente de pensamiento impulsada por Spencer exclusivamente en la última adjetivación. La denuncia de ambos, y por extensión de todos los neoliberales actuales, sobre la tiranía del status quo en que se ha convertido la política social del Estado no refleja más que el soterrado temor a la pérdida del ‘otro’ status quo de clase amenazado por las imprevisibles consecuencias de la incompatibilidad histórica entre democracia y capitalismo. Por eso se encontraría en el campo de la sociobiología la más adecuada defensa de ese status ya que, como señala V.J. Stevens, la movilidad social se relaciona siempre con cambios en la conducta y ésta, a su vez, está limitada por restricciones naturales y determinaciones genéticas45, círculo vicioso que emplea con profusión M. Friedman46. En este sentido, procedería reproducir dos comentarios críticos sobre el resurgimiento de la sociobiología en los últimos años que transciende el reduccionismo biologista y su aparente inocencia científica para apuntalar y legitimar un cierto orden social47.

Por una parte, un informe de Science for the People señala que48:

“...durante más de un siglo, la idea de que la conducta humana se determina por impe-rativos evolucionistas y se controla por pre-disposiciones innatas o heredadas, ha sido propuesta como evidente justificación de

45 Cf., V.J. Stevens: “Sociobiología, ciencia y conducta humana”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 4, nº 2, noviembre 1980, pp. 51-62. 46 Cf., al respecto, Capitalismo y libertad, op. cit., p. 210.47 La bibliografía sobre el tema es muy extensa. Sin afán exaustivo, y por su interés para situar el complejo debate que provoca, cf., E.O. Wilson: Sociobiología. Nueva síntesis, Ed. Omega, Barcelona, 1980; y S. Gordon: “A critique of sociobiology”, Institute for Economic Research, Discussion Paper, nº 346, 1979.48 “Sociobiology: A New Biological Determinism”, Science for the People, sin fecha. Cit. in V.J. Stevens: “Sociobiología, ciencia y conducta humana”, art. cit., pp. 55-6.

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políticas sociales concretas. Las teorías de-terministas no se han recibido y tomado en consideración con tanto entusiasmo por su pretendida relación con la realidad, su valor como medio para justificar socialmente lo que existe...”

Por otra parte, H. y S. Rose escriben, en la introducción a una recopilación de textos sobre la Economía Política de la ciencia, lo siguiente49:

“...el biologismo, a pesar de toda su cientifici-dad aparente, es, pues, mera ideología, es la legitimación del status quo. No es un método para explicar a los individuos sino para deva-luarlos (...). En el biologismo, el reduccionismo, que originalmente era un instrumento podero-so para examinar problemas específicos bajo condiciones rigurosamente definidas, se satura de ideología. El reduccionismo es así parte de la ideología de la ciencia, y en el grado en que las teorías sirven a las clases dominantes espe-cíficas, también legitimiza y oscurece la ideo-logía dentro de la ciencia. La importancia del biologismo deriva de la naturaleza de la lucha en la que el Estado burgués tiene que compro-meterse para su defensa”

El capítulo 6 de la obra de los Rose está configurado en torno a un artículo de los autores, “La política de la neurobiología: el biologismo al servicio del Estado” (pp. 150-170) que com-plementa las notas introductorias en cuanto se percibe que el combate contra el reduccionismo biologista provoca una cier-ta inclinación hacia el irracionalismo ingenuo de predicar el abandono de la ‘ciencia’ y la tecnología; una irracionalidad que fomenta, de una u otra forma, el fortalecimiento mismo del sistema que genera el biologismo (p. 170). En definitiva, el

49 H. Rose y S. Rose: Economía Política de la ciencia, Ed. Nueva Imagen, México, 1979, p. 24.

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tratamiento del nexo democracia-capitalismo por parte de M. Friedman y los neoliberales en general es meramente ideológi-co, legitimando la acumulación (y la optimización) del capital en los cánones de una economía de mercado en la cual se re-chaza la redistribución de la renta y la riqueza como un autén-tico objetivo de política económica. A propósito, M. Friedman escribe que “el principio ético que directamente justificaría la distribución de la renta en una sociedad libre de mercado es el siguiente: ‘A cada uno, según lo que él y los instrumentos que él posee y producen50. El retorno de Friedman al paleolibera-lismo decimonónico y spenceriano no se basa exclusivamente en la recuperación del precedente organicista sino que incor-pora otros anacronismos teóricos sobre el funcionamiento del sistema:

“Nuevamente se vuelve a la compañía del fisiócrata Quesnay con su orden económico; de J.B. Say y sus principios malthusianos; de Bastiat y sus armonías económicas; de Ma-cualay y su sórdido utilitarismo de la socie-dad industrial y sus leyes inmutables; de von Mises con su libre concurrencia de los com-petidores en la economía capitalista y su tre-mendo odio al socialismo”, escribe E. Godoy para añadir finalmente: “...como este dominio y expansión económica necesita la ‘paz social’ y el control de la ‘lucha de clases’, todas las doctrinas anteriores son necesariamente com-binadas con las teorías de la guerra de Karl von Clausewitz...”

Si la lucha contra la ‘tiranía del status quo’ y la defensa del vínculo democracia-capitalismo-liberalismo requiere el trata-miento de ‘shock’ propugnado por Friedman en Chile, apli-cado con el previo arrasamiento físico e institucional de la sociedad civil, es cierto que se le premia con el Nobel, para él, y un régimen mmilitar, para Chile. Como señala E. Godoy,

50 Capitalismo y libertad, op. cit., p. 205, subr. nuestro.

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Friedman, en cuanto economista e ideólogo, no se aleja mu-cho de las enseñanzas médicas que describiera Francisco de Quevedo: recetar jarabes, recomendar purgas, para que venda el boticario y padezca el enfermo; sangrarle continuamente, colocarle ventosas; hacerlo así, una y otra vez, hasta que o se acaba la enfermedad o el enfermo; si vive y te pagan, dí que llegó tu hora, y si muere dí que llegó la suya. Como relata en el “Sermón de un economista”, Joan Robinson, con su proverbial buen criterio, lo expone diáfanamente51:

“Pero, si la economía es el opio de los religiosos, el principal culpable de los excesos de los drogadictos son los fabricantes de la droga: los economistas, gra-cias a los cuales a los ricos y piadosos les resultan tan fatalmente sencillo no perder la tranquilidad de con-ciencia, a cambio de sacrificar su integridad intelec-tual”.

51 E. Godoy: “Doctrinas de las Dictaduras Militares en Africa Latina”, art. cit., p. 63J. Robinson: Relevancia de Teoría Económica, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1976, p. 326. Cf., asimismo, el siempre sugerente E. Galeano: “América Latina: las fuentes de la violencia”, Mensual/MonthlyReview, vol. 1, nº 2, junio 1977, pp.1-18. Revista Mensual/MonthlyReview, vol. 1, nº 2, junio 1977, pp.1-18

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CAPÍTULO II

RAÍCES SOCIALES, POLÍTICAS Y ECONÓMICAS DEL GOLPISMO EN AMÉRICA LATINA: MILITARISMO, AUTORITARISMO Y FASCISMO

“La lucha anti-inflacionista se enfrenta a un endeudamiento que sigue siendo importante y a la aspereza de las luchas en torno a la dis-tribución de las rentas. Los intercambios inter-nacionales continúan desorganizados debido a la inestabilidad monetaria. Y, tras la fachada de un resurgimiento del liberalismo económi-co, se asiste a un auge de las fuerzas políticas conservadoras. La violencia y la inseguridad engendradas por la crisis sirven de pretexto para la adopción de medidas de excepción y de intensificación de los sistemas policíacos y militares”

A. Granou, I. Baron y B. Billaudot52

El conjunto de reflexiones teóricas sobre la naturaleza y pers-pectivas de los regímenes implantados militarmente en Chile, Argentina y Uruguay, a lo largo de la década de los setenta, constituye un debate rico y clarificador en muchos aspectos. No sólo por la mera evaluación cuantitativa de la literatura generada, el amplio abanico ideológico de los autores impli-cados o la formulación de tres enfoques principales sobre el problema. Existe, además, la opinión compartida entre los científicos sociales de que el análisis pormenorizado de los regímenes militares del Cono Sur configura un paso previo e ineludible para su superación.

52 A. Granou, I. Baron y B. Billaudot: “La crisis sigue ahí”, Transición, nº 9, junio 1979, pp. 4-7; la cita corresponde a p. 4.

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No obstante, si quisiéramos ser rigurosos, debemos explicitar que ese debate también se caracteriza por una variada gama de elementos de confusión. En efecto, la globalización de los tres casos anteriormente citados junto con las experiencias de Brasil (1964), Perú (1968), Bolivia (1972) y hasta Argentina (1966-1971), produjo un evidente caos teórico. Es necesario, por tanto, analizar monográficamente el caso ‘endémico’ boliviano o las peculiaridades de la ‘revolución’ militar peruana, especialmente en la época de Velasco Alvarado53. De igual forma, el régimen militar del quinquenio que precede a la vuelta de J.D. Perón respondería al ‘fatalismo’ secular de la política argentina54, mientras que el golpe fraguado en 1976 es una consecuencia directa de la emergencia y el deterioro social, como sucede también en Uruguay y su militarismo con rostro civil desde 197255.

Fue la introducción del caso brasileño en el estudio global so-bre los regímenes militares del Cono Sur el que distorsionó el análisis forzando a una caracterización común de realidades heterogéneas. No cabe duda que el tipo de rol encomendado al Estado, el estilo de penetración del capital transnacional, el tamaño de su mercado interno, el papel de la burguesía na-cional, sus características geopolíticas y estratégicas, el ‘mila-gro económico’ y la crisis del mismo, el grado de represión

53 Sobre la revolución peruana de 1968, especialmente en sus primeras etapas, existe una copiosa bibliografía. Sin afán exaustivo citemos, por ejemplo, J. Petras y R. La Porte: Perú: ¿transformación revolucionaria o modernización?, Amorrortu, Buenos Aires, 1971; J.L. Rubio: Aproximación a la revolución peruana, Ed. Acervo, Barcelona, 1974; y J.A. Encinas del Pando: “The Role of Military. Expenditure in the Development Process. Perú: A Case Study, 1950-1980”, Ibero-Americana Nordic Journal of Latin American, vol. XII, nº 1-2, 1983, pp. 51-114. Son de un gran interés dos estudios H. Pease García que abarcan los procesos políticos y económicos del Perú, desde 1968 hasta el agotamiento del modelo militar: El ocaso del poder oligárquico, DESCO, Lima, 1980 (que cuenta con una extensa bibliografía, pp. 253-310) y Los camisno del poder, DESCO, Lima, 1981.El caso boliviano cuenta con una menor producción bibliográfica. Cf., para una aproximación al tema, D. Tieffenberg: Cuatro revoluciones en América Latina, 7x7 Edicions, Barcelona, 1977, esp. pp. 69-67.54 Cf., al respecto, R. Aizcorbe: La crisis argentina, Ed. Occitania, Buenos Aires, 1984.55 En ambos casos, no es ocioso recordarlo, con la presencia activa del movimiento montonero y tupamaro, respectivamente. Para los dos márgenes del Río de la Plata, y hasta los primeros años de la década de los setenta, cf., VV.AA.: Uruguay, hoy, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971; O. Braun (C.): El capitalismo argentino en crisis, Siglo XXI, Buenos Aires, 1973; y G. Duejo: El capital monopolista y las contradicciones secundarias en la sociedad argentina, Siglo XXI, Buenos Aires, 1974.

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social y las exiguas posibilidades de oposición democrática sean, entre otros, factores más que suficientes para merecer una investigación singular del caso brasileño56.

Un pertinente comentario de F.H. Cardoso sobre el parti-cular nos introduce en el problema pendiente en la ciencia política latinoamericana: ¿los regímenes militares del Cono Sur remiten a una categoría conceptual común? Por ello es-cribe Cardoso que: «...en Brasil se mantuvo un juego parti-dista que funciona bajo control cerrando el Parlamento por algún tiempo, mmientras que en los otros tres países Ar-gentina, Chile, Uruguay los militares expulsaron la política hasta simbólicamente y clausuraron los parlamentos y los partidos. En tanto en Chile se dió una ‹desestatización de la economía›, en Brasil se llevó a cabo la expansión del sector estatal. Mientras que la estrategia económica chilena y uru-guaya se orientó hacia la inserción primario-exportadora, en Brasil se hizo un esfuerzo industrializador importante y la estrategia de una expansión acentuada del mercado inter-no. Al mismo tiempo, los desequilibrios sociales y políticos en Argentina no parecen haber permitido avances más con-sistentes en sentido de lograr la integración de la economía mundial por la vía de la industrialización monopólica»57. En este sentido, Cardoso adelanta algunas notas que expon-dremos, más adelante, para sustentar la acotación de nuestro trabajo y la pertinencia analítica en considerar los tres casos del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) para el estudio de la opción monetarista de política económica, en el marco de regímenes de fascismo dependiente y de un modelo de aper-tura irrestricta al exterior, y las consecuencias que se derivan en el proceso de endeudamiento externo.

56 Sobre el auge y crisis del ‘milagro brasileño’, cf., P.I. Singer: “O milagre brasileiro, causas e consecuencias”, Cuadernos CEBRAP, nº 6, 1972; y, del autor, “A economía brasileira despois 1964”, Debate & Crítica, nº 4, noviembre 1974, esp. pp. 15 y ss. Cf., además, R. Arroio Junior: “La miseria del milagro brasileño”, Cuadernos Políticos, nº 9, julio-septiembre 1976, esp. pp. 35 y ss.; Th. Dos Santos: “La crisis del milagro brasileño”, Comercio Exterior, vol. 27, nº 1, enero 1977, pp. 73-80; y, del último autor, Brasil: la evolución histórica y la crisis del milagro económico, Ed. Nueva Imagen, México, 1978.57 “El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, Revista Mexicana de Sociología, nº 3, 1980, p. 1149.

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Podría argüirse, en principio, que estas consideraciones úl-timas podrían afectar también al subconjunto de regímenes militares de Chile, Argentina y Uruguay. Sin embargo, aún asumiendo la presencia de caracteres individuales en cada caso, cabe la posibilidad de un estudio común que transcien-da una simple coincidencia temporal. A nuestro juicio, avan-zando posteriores contenidos e hipótesis de nuestra Memoria Doctoral, el carácter primario-exportador de sus economías, la reacción ante la crisis económica de la región, la proposi-ción y práctica de políticas económicas monetaristas, las con-secuencias de las mismas -en términos de costos sociales y de deterioro del tejido social y económico-, el estilo de endeuda-miento externo, las similitudes de los procesos de dominación y legitimación tras cada golpe militar, etc., son elementos que favorecen un análisis global sin conculcar, repetimos, los ras-gos específicos de cada situación.

Con ello abordaremos la opción monetarista y el problema de la deuda externa en América Latina acotando conveniente-mente, a nuestro entender, la geografía del estudio. Por otra parte, esta decisión evita la diversificación excesiva de los en-foques teóricos sobre los regímenes militares del Cono Sur, como se desprende de la literatura consultada, a partir de una continua sobrevaloración de características nacionales que son, generalmente, secundarias. En este sentido, es importante subrayar dos puntos que demarcarán nuestra exposición. Por una parte, los tres casos aludidos responden a una casuística tí-pica del capitalismo dependiente; por otra, los aspectos analíti-cos comunes en la conjugación entre crisis, política económica y capitalismo periférico adquieren, en nuestro trabajo, una ex-presividad superior a cualquier sesgo individual, si bien reco-nocemos que éstos, en un estudio monográfico, demandarían prioridades metodológicas diferentes.

En definitiva, el afán teórico en hallar una conceptualización representativa produjo numerosas aproximaciones, más com-plementarias que alternativas. Si existen diferencias de crite-rio, la raíz debe localizarse en la complejidad del ‘problema del subdesarrollo’, omnipresente en este debate, y no en la

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manifestación exacerbada de matices que son, en general, fácilmente asumibles por las partes en litigio. Tampoco debe olvidarse, e insistimos en ello, que los enfoques aquí comen-tados no sólo están al servicio de la descripción y el análisis de la actual realidad latinoamericana y su dinámica histórica sino que, también, se muestran como uno de los principales elementos definitorios de alternativas socioeconómicas y sus consiguientes proyectos políticos. Es indudable que este fenó-meno actúa como un poderoso detonante de la vasta literatura sobre el tema pero introduciendo, a modo de cuña ideológica, un sesgo político que enfatiza, frecuentemente, con rango de principal lo que son elementos secundarios. Pero no es menos cierto que todo este ambiente que circunda cada propuesta teórica confirma la vitalidad de la mayor parte de los científi-cos sociales del continente58.

II.1. Regímenes militaristas

Una primera aproximación, de origen estadounidense, par-te de este diagnóstico: a) las sociedades contemporáneas no se deben clasificar por el tipo de gobierno sino por el ‘grado’ de gobierno, dada una escala de (sub)desarrollo político; b) la asimetría entre el atraso político y el desarrollo económico de un país engendra una crisis de gobernabilidad; y, por tanto, c) la ‘solución’ militarista responde a esa crisis, sustituyendo la debilidad interna del sistema político por la ‘fortaleza’ militar capaz de enfrentar los complejos problemas derivados del cre-cimiento económico59.

58 Cf., al respecto, L. de Riz: “Algunos problemas teóricos-metodológicos en el análisis sociológico y político de América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 1, 1977, pp. 157-172.59 La literatura sobre el enfoque militarista, fundamentalmente en lengua inglesa, es muy amplia pudiendo localizar sus inicios en el análisis de los aspectos ‘modernizantes’ del fascismo europeo. Esta línea de investigación tiene un precedente especial en A.F.K. Organski: “Fascism and Modernization”, in S.J. Woolf (C.): The Nature of Fascism, Vintage Books, Nueva York, 1969, pp. 19-41; y posteriores desarrollos en A.J. Gregor: “Fascism and Modernization: Some Addenda”, World Politics, nº 3, abril 1974, pp. 370-385; y A. Hugues y M. Kolinsky: “Paradigmatic Fascism and Modernization: A critique”, Political Studies, vol. 24, nº 4, diciembre 1976, pp. 371-396.

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En otros términos, este enfoque subraya el carácter funcional del militarismo y, a la vez, la incapacidad de la democracia liberal en América Latina para responsabilizarse en la consecución de dos objetivos: progresivas metas de crecimiento económico y la necesaria defensa del orden capitalista amenazado por el ‘avance del comunismo’ Respecto al caso latinoamericano, existen dos tendencias, muy cercanas entre sí, en cuanto al estudio de los regímenes militares, desde esta perspectiva, se trata. Por una parte, la óptica pragmática que realza el carácter funcional del militarismo Por otra parte, existen textos que muestran el escepticismo clásico de la ciencia política tradicional respecto a la incapacidad de las masas para comandar estrategias de crecimiento económico y político.

En relación al tema son destacables las aportaciones de G. Germani, el cual considera la expansión del capitalismo moderno como esencialmente integrador de las masas movilizadas por el mismo proceso de modernización capitalista. A nuestro juicio, la opinión de Germani podría situarse como un segundo escalón del mecanicismo consustancial del análisis, tan celebrado en el continente, debido a Hutington. En otras palabras: el ‘militarismo’ funcional moderniza al capitalismo; la ‘modernización’ (entendida como profundización capitalista) integra el conflicto social y lima las polarizaciones de clase; si no sucede así, se aplica mayores dosis de ‘militarismo’, etc., en fin, una estrategia que se autosostiene en cuanto nunca alcanza sus objetivos60.

Como veremos más adelante, el enfoque militarista tendrá un especial ascendente en la inspiración de la Doctrina de la Seguridad Nacional, corpus justificativo de los distintos re-gímenes militares del Cono Sur, materializando el concepto de ‘frontera ideológica’ sobre el perfil de América Latina. En

60 Cf., al respecto, S.P. Huntington: El orden político en las sociedades en cambio, Paidos, Buenos Aires, 1974; J.J. Johnson: The Role of Military in Developing Countries, Princepton University Press, Princepton, 1962; y S.P. Huntington y C.H. Moore: Authoritarian Politics in Modern Society, op. cit. Cf., también, R. Michels: Los partidos políticos, Amorrortu, Buenos Aires, 1969, un autor y una obra representativos de este pensamiento.Cf., al respecto, G. Germani: América Latina. Política y Sociedad en una época de transición, Paidos, Buenos Aires, 1962.

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este sentido, la influencia de las tesis de la Comisión Trilateral sobre la gobernabilidad de las democracias ha sido eviden-te y los regímenes militares interiorizaron, hasta las últimas consecuencias, su recomendación principal: cuando peligra la democracia, en aquellos casos de insuficiente desarrollo polí-tico de las instituciones, es necesario restringirla en aras de su supervivencia61.

“Un valor que es normalmente bueno en sí mismo”, escribe S.P. Huntington, “no necesariamente se optimiza cuando es maximizado”. Reproduzcamos el contexto en que se enmarca la cita de Hutington. El autor, uno de los más representativos del establishment intelectual norteamericano, contesta a quienes defienden la idea de que los males de la democracia se curan con más democracia en los siguientes términos:

“...nuestro análisis sugiere que aplicar tal cu-ración en el momento actual podrían ser muy bien lo mismo que arrojar gasolina sobre las llamas. En cambio, algunos de los problemas de gobernabilidad en los Estados Unidos de hoy se originan por un exceso de democra-cia (...) Se requiere, en cambio, un mayor gra-do de moderación en la democracia (...) Un valor que es normalmente bueno en sí mismo no necesariamente se optimiza cuando es maximiza-do. Hemos llegado a aceptar que hay límites potencialmente deseables al crecimiento eco-nómico. Hay también límites potencialmente deseables a la extensión de una democracia

61 Cf., M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy, op. cit. La aportación de M. Crozier sobre la democracia en Europa ha sido publicada, en un texto de equívoca titularidad, en lengua española. Cf., al respecto, E. Mendoza: La democracia en Europa, Ed. Nuestra Cultura, Madrid, 1978. Sobre la naturaleza y composición de la Comisión Trilateral, cf., J. Estefanía: “Comisión Trilateral: la democracia en Europa”, Transición, nº 3, diciembre 1978, pp. 51-53; M. Orrantía: Los centros de poder: la Trilateral, Hórdago Publicaciones, San Sebastián, 1979; y J. Estefanía: La Trilateral, Internacional del capitalismo, Akal, Madrid, 1979. No deja de sorprender que el conocido informe sobre la gobernalibilidad de las democracias, especialmente de Europa, Estados Unidos y Japón, tenga tanta influencia en un continente subdesarrollado como América Latina. Como veremos en su momento, este punto tiene una explicación clara en el corpus de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

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política. La democracia tendrá una vida más larga si es que tiene una existencia más balan-ceada”62.

Una visión crítica de este enfoque se desarrollará, posterior-mente, cuando nos refiramos a la valoración de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Sin embargo, es necesario enfatizar, en nuestra opinión, algunos puntos que consideramos de interés sobre el enfoque militarista en general.

1. La tentación teórica que vincula ‘militarismo’ y ‘crecimien-to económico’ (militarismo y modernización, u otro par de conceptos similares)63, está íntimamente relacionada con es-quemas mecanicistas y ahistóricos de superación del subde-sarrollo. A este respecto, la obra de Rostow y la corriente de pensamiento afín, al igual que la mayor parte de las críticas que han merecido, deben encardinarse en el discurso milita-rismo-crecimiento54.

2. Es innegable el paternalismo que subyace en la proposición de ‘revoluciones blancas’: “Del mismo modo que la demo-cracia política se asocia al capitalismo desarrollado”, señala I. Cheresky, “no puede sino pensarse que sus caricaturas anémi-cas que algunas sociedades dependientes conocieron podían tener sólo una existencia episódica y que las cosas vuelven a su orden: las relaciones productivas y sociales tienen el siste-ma político que merecen”65.

3. El apoyo sobre la realidad de ciertas experiencias militaris-tas, como el caso de Brasil, y la constatación de algunos resul-tados empíricos favorables, para demostrar la funcionalidad de la respuesta militar es, realmente, ignorar, como denuncia F.H. Cardoso, que la reorganización de la economía y la espiral del ‘milagro brasileño’ se consiguieron mediante un extraña-

62 “The United States”, in M. Crozier: et al.: The Crisis of Democracy, op. cit., pp. 60-62.63 Cf., al respecto, los comentarios de A. Gurrieri: Democracia y políticas neoliberales, op. cit., esp. pp. 3-15.64 Cf., supra, nota 5.65 “Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, Revista Mexicana de Sociología, nº 3, 1980, p. 1072.

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miento del aparato del Estado respecto a la sociedad civil y sus instituciones; además, el desarrollo -medido estrictamente con índices de macromagnitudes- fue una consecuencia del creci-miento asociado con el capitalismo transnacional y no debido a la propia dinámica interna66.

4. El militarismo así entendido, a pesar de las adhesiones con que cuenta67, no puede liberarse de una imagen autoritaria, je-rárquica y prepotente de las sociedades latinoamericanas68. El escepticismo de estos autores ante la ‘ineptitud’ de las masas oculta un verdadero temor a las mismas. En otros términos, los defensores del militarismo (en el nombre de la moderni-zación de América Latina) olvidan que fueron las reivindica-ciones y la lucha de las clases subalternas las que dinamizaron el proceso capitalista, obligado a ‘modernizarse’ para atender, aunque fuera parcialmente, las presiones económicas y las movilizaciones sociales69.

5. Como hemos dicho, el temor a las masas -común a todos los liberales- tiende a disfrazarse de prepotencia. Por eso, como señala G. Hermet, la mayor parte de los autores que propugnan un enfoque funcional de las intervenciones mi-litares consideran, simultánea y paradójicamente, que esas sociedades son indignas de un sistemático análisis desde la ciencia política70.

6. Finalmente, es preciso notar que el militarismo, como ‘gra-do’ de gobierno en la teoría, se transforma en una modalidad de continuum en la práctica. Dada la indefinición de las pautas

66 Cf., para el tema de ‘crecimiento asociado’, a F.H. Cardoso: Autoritarismo e democratizaçao, Ed. Paz e Terra, Río de Janeiro, 1977.67 Como lo confirma la difusión, en América Latina, de las ya citadas obras de S.P. Hutington y J.J. Johnson, a las que habría que añadir, de éste último, La transformación política de América Latina, Ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1961; y Militares y Sociedad en América Latina, Ed. Solar-Hachette, Buenos Aires, 1966.68 Cf., por ejemplo, las observaciones de G. Hermet: «Dictadure bourgeoise et modernisation conservatrice: problemes méthodologiques de l’analyse des situations autoritaires», Revue Fançcaise de Sciences Politiques, vol. XXV, nº 6, diciembre 1975.69 Un tratamiento ya clásico del tema se debe a B. Moore: Los orígenes sociales de la dictadura y de la democracia, Península, Barcelona, 1973.70 «Dictadure bourgeoise et modernisation conservatrice: problemes méthodologiques de l’analyse des situations autoritaires», art. cit.

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que le dieron origen (qué índices medir, cuál es el crecimiento fijado como meta, cómo evaluar el término de su misión, qué parte y cuánto tiempo se deben congelar los mecanismos de-mocráticos, etc.) solamente tiene sentido cuando se sucede a sí mismo con una ilimitada vocación de permanencia71. Lógica-mente, desde el primer momento de implantación de este tipo de regímenes militares en América Latina, fracasa el intento de asunción de un rol histórico que pertenece a la burguesía por-que, en realidad, el militarismo no deja de ser un instrumento límite de ésta pero existen, sin embargo, versiones más com-placientes sobre la participación de los militares en los asuntos públicos de gobierno, en los países del Cono Sur72.

II.2. Regímenes autoritarios

A partir de los primeros estudios de J.J. Linz sobre el caso es-pañol73, el término ‘autoritario’ fue retomado por politólogos latinoamericanos, con esa misma acepción y variados adjeti-vos. Otras veces se varió ‘autoritario’ por ‘autoritarista’, para acentuar el carácter no legítimo de los regímenes militares del Cono Sur. Desde entonces, el listado de denominaciones se alargó significativamente (autoritarismo clásico, burocrático, corporativo...)74.

La propuesta más elaborada, a nuestro entender, de esta lí-nea de trabajo se debe a dos obras de G. O’Donnell, con su tipificación del ‘Estado autoritario-burocrático’75. Durante la década que separan ambas publicaciones, Guillermo O’Don-71 Sobre este tipo de interrogantes y las múltiples posibilidades de respuesta, cf., E. Nordlinger: Soldiers in Politics: Military Coups and Military Governments, Prentice Hall, New Jersey, 1977, pp. 53-60.72 Cf., por ejemplo, E. Shils et al.: Los militares y los países en desarrollo, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1967.73 J.J. Linz: “An Authoritarian Regimen: Spain”, in E. Allardt y Y. Littonen (Eds.): Cleavages, Ideologies and Party Systems, The Academic Bookstore, Helsinki, 1964; y “Opposition In and Under an Authoritarian Regime: the Case of Spain”, in R. Dahl (C.): Regimes and Oppositions, Yale University Press, New Haven, 1973.74 Existen otras denominaciones similares: “régimen de control militar corporativo” (M. Dias David) o “situación autoritaria modernizante conservadora” (G. Hermet). Sobre formas y nominación del autoritarismo en América Latina, con fuerte componente militar, cf., D. Collier (Ed.): The New Authoritarianism in Latin America, Princepton University Press, Princepton, 1979.

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nell ha dado a conocer diversos artículos, frecuentemente po-lémicos, revisando su pensamiento y contestando a las críticas más importantes, como veremos posteriormente. Fruto de este proceso fue, sin duda, su obra ya citada de 1982 que cobra su pleno sentido cuando se complementa con ciertos aspectos de interés subrayados por Cardoso al estudiar el caso brasileño76.

En síntesis, el Estado autoritario-burocrático (EBA, en adelante) se perfila como un Estado fuerte que responde a las necesi-dades de profundización de la industrialización capitalista en América Latina. Un ente omnipresente, en otras palabras, que sea capaz de concentrar y movilizar los recursos, dirigirlos ha-cia ese fin, superando la serie de obstáculos que generan las disputas de la sociedad civil, en términos de distribución rela-tiva de la renta y la riqueza. El EBA, por lo tanto, se introvierte en su misión, situándose en un lugar crecientemente autóno-mo respecto a los diversos intereses sectoriales de la sociedad.

La ‘profundización’ del capitalismo dependiente se torna, en el EBA, en un objetivo demiúrgico, una auténtica ‘revolución ca-pitalista’, en palabras de O’Donnell77, asumiendo una respon-sabilidad de transformación económica que satisfaga el logro paulatino de una integración vertical de la estructura producti-va en dos direcciones: en la estructura económica interna y en

75 De la abundante obra del autor seleccionamos Modernización y autoritarismo, Paidos, Buenos Aires, 1972; y El Estado burocrático-autoritario, Ed. Belgrado, Buenos Aires, 1982. Entre dichos artículos consideremos, en especial, los siguientes: “Reflexiones sobre las tendencias generales de cambio en el Estado burocrático-autoritario”, Documento CEDES, nº 1, 1975 (por el que citaremos aunque existen otras versiones en Revista Mexicana de Sociología, nº 1, enero-marzo 1977 y, en lengua inglesa, en Latin American Research Review, vol. 1978, pp. 3-38); “Estado y alianzas en la Argentina, 1956-1976”, Desarrollo Económico, nº 64, enero-marzo 1977, pp. 523-554; “Tensiones en el Estado burocrático-autoritario y la cuestión de la Democracia”, Estudios CEDES, nº 4, 1978; y “As forçcas armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América Latina”, Dados, vol. 24, nº 3, 1981, pp. 277-304. Cf., asimismo, para una situación general del tema, la reseña temática de R. Franco: “Estudios Burocráticos-Autoritarios y democracia”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio 1982, pp. 185-192.76 Cf., al respecto, F.H. Cardoso: “El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, art. cit., pp. 1145-1165. Cardoso subraya el avance de los análisis del Estado burocrático-autoritario mediante la reflexión en dos puntos principales: los mecanismos de relación corporativista entre las clases sociales y entre éstas con el Estado (esp. p. 1145 en nota, donde resalta la conocida compilación de J.M. Malloy (Ed.): Authoritarianism and Corporatism in Latin America, University of Pittsburgh Press, Pittsburgh, 1977.77 O’Donnell empleó por vez primera el término ‘profundización económica’ del EBA, en sus “Reflexiones sobre las tendencias generales de cambio en el Estado burocrático-autoritario”, art. cit., pp. 11-21.

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el proceso de internacionalización de la misma. En este marco, O’Donell formula un modelo sincrónico de EBA caracterizado por una relación entre Estado y sociedad civil mediante los vín-culos corporativos y el monopolio de la iniciativa y la decisión de los protagonistas estatales (militares, burocracia civil y tecnocracia apartidaria)78. En este sentido, los EBA son sistemas políticos no democráticos cuyos primeros actores forman una tecnocra-cia de extracción militar o civil, imponiendo su dominación so-bre los aparatos estatales en un triple aspecto: control, a través de la represión, de la participación política de los sectores po-pulares; destrucción, por ende, de la vida política democrática y pluralista; y elección del ‘desarrollo industrial’ como el obje-tivo prioritario que concentre todos los esfuerzos.

De esta forma, el corporativismo del EBA puede ser entendido como el conjunto de “estructuras gubernamentales fuertes y re-lativamente autónomas que tratan de imponer en la sociedad un sistema de representación de intereses en base a un pluralismo limitado e impuesto”, como lo entiende J.M. Maloy y prosigue: “...estos regímenes tratan de eliminar la articulación espontánea de intereses y establecer un marco limitado de grupos seriamen-te reconocidos que interactúen con el aparato gubernamental de manera definida y regular. Más aún, en este tipo de regímenes los grupos con reconocimiento se organizan en categorías fun-cionales verticales más que en categorías horizontales de clase y se ven obligados a interactuar con el Estado a través de líderes pertenecientes a asociaciones de intereses reconocidos y aproba-dos”79. Sería el intento, en palabras de I. Cheresky, de establecer una ‘integración social vertical’80.

En cuanto a su extensión y perspectivas, el corporativismo es, por lo tanto, bifronte: significa, por una parte, subordinación de la sociedad civil a los aparatos del Estado y amortiguación de la lucha de clases e implica, por otra, una ampliación del Esta-

78 Cf., “As forças armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América Latina”, art. cit., pp. 286-297.79 (Authoritarianism and Corporatism in Latin America, op. cit., p. 4; cit. F.H. Cardoso: “El atolladero de los regímenes autoritarios”, art. cit., p. 1146 en nota).80 “Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., pp. 1090-1091.

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do mediante cooptación de organismos e individuos civiles (en concreto, las grandes corporaciones y una parte del alto empre-sariado). Dejemos que sea el mismo O’Donnell quien describa este proceso: “La crisis económica, la activación política del sector popular y los temores de la clase dominante determina-ron el curso escogido. Si los cambios económicos sugirieron la importancia que debían tener las organizaciones productivas más amplias y más modernas, entonces lo que hemos dicho recién apunta en la dirección de un nuevo tipo de Estado, un Estado fuerte mucho más que en el obvio sentido de su ma-yor capacidad coercitiva. Debería ser un Estado en expansión pero no sólo para imponer las grandes transformaciones socia-les implícitas en el proceso de profundización, sino también para garantizar ‘a futuro’ la consolidación del nuevo ‘orden’ sin el cual la profundización no podrían ir muy lejos. El corporativismo es-tatizante es un aspecto fundamental de esa garantía”81.

Junto al corporativismo, existen otras notas inherentes a la caracterización del EBA y que, en apretada síntesis, son las siguientes.

Primero, como respuesta a la crisis socioeconómica y a los de-safíos impuestos por el desarrollo del capitalismo periférico, el EBA evidencia el signo más palpable del fracaso del Estado reformista en América Latina. Posteriormente, profundizare-mos en el tema aquí sucintamente planteamos.

Segundo, en algunos casos, el EBA representaría una fórmu-la socialmente integradora (en sentido horizontal), siendo el ejemplo peruano, a partir de 1968, muy llamativo a este res-pecto82. Sin embargo, las experiencias del Cono Sur, reafirman su carácter represivo y excluyente, en el ámbito sociopolítico, y su activa intermediación entre el capitalismo transnacional y la economía local.

81 “Corporatism and the Question of State”, in J.M. Malloy (Ed.): Authoritarianism and Corporatism in Latin America, op. cit., p. 59, subrayados nuestros.82 Como lo es, también, el interés de la Universidad de Princepton sobre el tema. Cf., al respecto, A. Stepan: The State and Society. Peru in Comparative perspective, Princepton University Press, Princepton, 1978; y A.F. Lowenthal (Ed.): The Peruvian Experiment, Continuity and Change under Military Rule, Princepton University Press, Princepton, 1975.

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Tercero, en consecuencia, el EBA adopta formas burocráticas de control social, político y económico que otorgan viabilidad al proyecto de ‘profundización económica’ y su vinculación a la máquina estatal.

Y cuarto, la función encomendada al EBA exige la aplicación de criterios que obedezcan a la más estricta racionalidad capitalista por parte de los agentes estatales dotados de mayor habilidad técnica. Por tanto, el EBA trata de incorporar al proyecto de ‘profundización’ capitalista a los segmentos de la sociedad civil afectados de un mayor matiza tecnocrático y aparentemente desideologizado.

Las objeciones a los primeros planteamientos de G. O’Donnell obligaron a una reconsideración del autor. En “Tensiones en el Estado autoritario-burocrático y la cuestión de la democracia”, el EBA ya no es definido desde una perspectiva simplemente del análisis, sino en el terreno de las relaciones sociales. Como sucede con frecuencia en el actual debate sobre la naturaleza del Estado capitalista, referirse al Estado como un ente que habla, actúa, en fin, vive por sí mismo, es una forma de relegar, consciente o no, la existencia de las clases sociales como los auténticos sujetos de la Historia83. Al contrario, si el se responsabiliza de la modernización (en el sentido de profundización de las relaciones capitalistas) es porque también asume su papel de organizador de la dominación, por una parte, y el de activo agente representante del ‘interés general’ (aunque, en esencia, responda a intereses sectoriales), por otra.

Puesto que el enfoque del EBA ha gozado de una amplia difusión en los medios especializados, a partir de los trabajos ya citados de G. O’Donnell (algunos de ellos con contenidos verdaderamente anticipativos), no debe resultar sorprendente que haya sido sometido, también, a importantes críticas globales y a ciertas objeciones puntuales. Nos limitaremos aquí a glosar las más importantes en nuestra opinión.

83 Cf., por ejemplo, R.N. Lechner: La crisis del Estado en América Latina, El Cid Ed., Caracas, 1977; y M. Kaplan: “La Teoría del Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”, art. cit.

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En una primera lectura, el estatuto teórico que se le dió al EBA se acercó a un ‘tipo’ de Estado diferente al capitalista. Como vi-mos, esta apreciación pudo estar originada por los primeros es-critos de O’Donnell. Las reconsideraciones del autor convinie-ron en el tratamiento del EBA más allá de su existencia como un agente social y en el centro de las relaciones de fuerza entre las clases sociales en pugna. Aquella visión autónoma, casi fic-ticia, del EBA alentó una línea crítica, como la de F. Fernan-des, que se pronuncia en contra de la noción de ‘autoritarismo’ porque es un enfoque comprometido ideológicamente, en la medida que acepta de forma implícita la linealidad democra-cia-autoritarismo-totalitarismo y no distingue con claridad los diversos sistemas económicos y las específicas relaciones entre los regímenes militares con las clases sociales84.

La consideración de la ‘profundización’ económica como un objetivo primordial del EBA acarrea dos tipos de problemas. Por una parte, el enfoque EBA privilegia el tema del Estado en un marco de ponderaciones entre las acciones políticas y sus nexos causales en la economía. Por otra, el EBA debe asumir el control de la concatenación entre la crisis política interna (y la relación de fuerzas nacionales) y la crisis de reproducción del capitalismo periférico y dependiente. En otros términos, la funcionalidad del EBA resulta de una doble determinación. Pero, se interroga Cheresky, “cuál es el peso de cada determinación y qué tipo de causalidad es sociológicamente admisible”85.

En este sentido, se podría percibir un cierto economicismo del enfoque EBA, ya que la determinación rígidamente económi-ca de los procesos políticos puede presentarse sutilmente me-diante la consideración de los intereses contrapuestos, en el campo político, de la sociedad como meras interpretaciones de una ‘contradicción metasocial’ No es ajeno al problema el hecho de que el corporativismo utiliza ‘interesadamente’ cual-quier precedente filosófico, ya sea de forma o de contenido,

84 Es la tesis que mantienen algunos autores como F. Fernandes: Apontamentos sobre a ‘Teoría do Autoritarismo’, Ed. Hucitec, Sao Paulo, 1979.85 “Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., p. 1093.

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que sea funcional. Por eso, como escriben A. Estrade y J.A. Casado, “si bien la doctrina corporativista aboga en contra de la separación entre economía, política y moral, base del libera-lismo burgués, en la práctica el Estado corporativo se puede servir de ciertos principios liberales (por ejemplo, el derecho al trabajo en contra del derecho de huelga) bajo el fin de evitar la agudización de la lucha de clases”86.

A partir del análisis del caso brasileño87, F.H. Cardoso en-riquece el enfoque EBA en varios aspectos. El autor, sin re-chazar los avances analíticos de la noción EBA y aceptando cualquier precaución antieconomicista, no puede obviar el ca-rácter militar que toma el EBA en el Cono Sur latinoamerica-no. El autor se refiere al ‘autoritarismo esplendoroso’ del EBA caracterizado previamente como autosustentado y represivo., por tanto, un Estado compelido continuamente a no aceptar la dinámica de clases, fenómeno que muestra su propio fraca-so y de las tácticas de represión y limitación de los derechos de la sociedad civil88.

Sin embargo, Cardoso percibe que el EBA, en su doble rol de pro-ductor económico y de gendarme político, posee una autosusten-tación social lograda mediante el reforzamiento de los vínculos entre el personal estatal y lo que denomina ‘burguesía de Estado’, compuesta por calificados tecnócratas y personal dirigente de las grandes empresas privadas. En realidad, el carácter de autosus-tentación social pertenece a los rasgos concretos que toma el EBA en Brasil, de manera que cualquier extrapolación y apresurada generalización del enfoque para los demás regímenes militares del Cono Sur tampoco estaría libre de una glosa crítica.

Como señala el mismo Cardoso, más que hallar una inequívo-ca definición del EBA es preciso comprender todos y cada uno de los procesos históricos (algunos de ellos todavía en curso)

86 Utilizando la terminología de I. Cheresky, ibid., p. 1095. Cf., además Estrade y Casado, “El nuevo corporativismo: una salida capitalista ante la crisis”, Transición, nº 14, noviembre 1979, pp. 20-24; la cita corresponde a p. 21.87 Especialmente en “El atolladero de los regímenes autoritarios: el caso de Brasil”, art. cit., pp. 1149 y ss. Cf., igualmente, Autoritarismo e democratizaçao, op. cit.88 Ibid., pp. 1148.

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que engendraron las condiciones del golpismo y la implanta-ción de regímenes militares, con vocación de permanencia, en países de larga tradición democrática-liberal. También es cier-to que “cualesquiera de los casos referidos buscaron formas de integración en la economía capitalista mundial, además de aumentar la intervención estatal en todas las esferas de la vida social, en especial en la económica, además de reprimir a los trabajadores y a los grupos opositores. En el transcurso de este proceso se marginó a los asalariados de las decisiones políticas y se buscó apoyo en los empresarios y en los sectores de la clase media alta”, concluye Cardoso89.

Las aportaciones que conforma el enfoque EBA (y en ma-yor grado que los estudios sobre el militarismo tradicional) se encuentran como atrapadas por la Historia y sus autores víctimas de una perplejidad similar a la de los intelectua-les europeos que conocieron el fascismo y el nazismo de los años treinta. La generalidad de los atributos del EBA, en una caracterización propuesta por el mismo O’Donnell: “Sugie-ro, por ello, que estamos ante un Estado burocrático-autori-tario en la medida en que se den las siguientes condiciones en conjunto: (1) mantenimiento de lo que en los trabajos ya citados he llamado la exclusión política del sector popular (...); (2) inexistencia, o subsistencia básicamente formal, de instituciones de la democracia política (...) y (3) restricción de la arena política fundamentalmente a acciones al interior del aparato del estado que tienen por actores o miembros de ese aparato -civiles y militares- y a las cúpulas de gran-des organizaciones privadas corporativizadas o no”90. Así se constata que no existieron posiciones previsoras, ex-ante, sobre la posibilidad de que países con un bagaje histórico de-mocrático, tales como Chile, Uruguay y Argentina, sufrieran la instauración de regímenes militares de nuevo cuño, en el sentido de amplias expectativas de continuidad y profundi-

89 Ibid., ibid.90 (“Notas para el estudio de procesos de democratización a partir del Estado Burocrático-Autoritario”, ponencia presentada al seminario ‘El estado actual de los estudios estructuralistas latinoamericanos y la situación de los países intermedios’, La Granda, agosto-septiembre 1979, mimeo, pp. 5-6).

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zación capitalista, como expediente regulador de la crisis de la región91.

Nuestro último comentario hace referencia, por tanto, a la me-tamorfosis observada en el Estado de esos países, consistente en el ascenso, desde dentro, de la influencia de los aparatos militares y represivos. Aparece, entonces, el Estado de la con-trainsurgencia donde el elemento militar no constituirá sólo su columna vertebral sino también su cerebro92.

II.3. Regímenes fascistas y variantes

La tercera corriente de pensamiento que hemos tratado en nuestra investigación doctoral, en la tipificación de los regímenes militares del Cono Sur, se identifica, de una u otra forma, con la noción de fascismo, simplemente, o adjetivándola con términos que apoyan cierta espedifidad del fenómeno: fascismo ‘militar’, ‘atípico’, ‘colonial’, ‘neofascismo’..., entre otros93.

Si exceptuamos los especialistas y obras anteriormente re-señadas, el enfoque presente podría ser considerado como dominante en la teoría política de la región y en el estudio de casos concretos94. No obstante, el paralelismo y, a veces, la estricta asimilación del fenómeno del Cono Sur con la filoso-fía y la praxis del fascismo europeo dió lugar a confusiones analíticas traducibles en defensas (y ataques) apasionadas de

91 Como indica J. Tapia Valdés: “Neomilitarismo y fascismo”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980, p. 166.92 Cf., al respecto, A. Murga Frassinetti y L. Hernández Palacios: “Contrarrevolución, lucha de clases y democracia en América Latina”, Cuadernos Políticos, nº 25, julio-septiembre 1980, esp. pp. 93-95.93 Cf., por ejemplo, el contexto donde se utiliza el término fascismo en Th. Dos Santos: Socialismo o fascismo. El nuevo carácter de la dependencia y el dilema latinoamericano, Periferia, Buenos Aires, 1973. Señalemos, también, la repercusión que tuvo, en su momento, la caracterización de ‘fascismo colonial’ por parte de H. Jaguaribe. Cf., «Stabilité sociale par le colonial fascisme», Tempes Modernes, nº 257, octubre 1967, pp. 602-623.94 Cf., al respecto, I. Sandoval: Las crisis políticas latinoamericanas y el militarismo, Siglo XXI, México, 1976. Son, asimismo, de un gran interés los tratamientos monográficos del tema, desde diversos ángulos, en Nueva Política, nº 1, enero-marzo 1976; y en Chile-América, nº 25-6-7, enero 1977. Se proponen, en estos trabajos, múltiples denominaciones: ‘fascismo latinoamericano’ (M. Kaplan), ‘neofascismo’ (G. Pierre-Charles), ‘fascismo militar’ (E. Hackethal), ‘fascismo atípico’ (A. Cassígoli), ‘fascismo dependiente’ (L. Zea)...

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la utilidad del enfoque. Observemos la existencia de dos lec-turas principales sobre el fascismo en la historia última del pensamiento político. La lectura liberal considera a la ‘tensión fascista’ como la irrupción ‘anti-natural’ de un fenómeno en el desarrollo del estado liberal que correspondería a una cri-sis específica, históricamente demarcada, de las institucio-nes democráticas. En otras palabras, la visión liberal sobre el fascismo tiende a subrayar su carácter de anormalidad, de singularidad histórica, y las numerosas diferencias que tiene con el Estado liberal típico. La lectura marxista es doble.

Por una parte, se considera al fascismo como una fase nece-saria e inevitable del desarrollo del capitalismo en su última fase monopolista e imperialista (postura de la Internacional Comunista hasta 1932 y recuperada por la Escuela de Franc-fort). Esta lectura, por tanto, desvaloriza las diferencias en-tre ‘fascismo’ y ‘régimen liberal-burgués’, incluso si éste está regido por la socialdemocracia (recuérdese la tesis del ‘so-cial-fascismo’ aplicado a los gobiernos socialdemócratas de los años veinte). Existe, desde el marxismo, otra perspectiva que considera al fascismo como una forma de estado capita-lista de excepción que responde a ciertas situaciones del de-sarrollo capitalista en que se abren crisis del dominio político. Se aparta, por tanto, de la noción liberal de un ‘accidente his-tórico’ y de la ortodoxia marxista que ve en el fascismo como un fenómeno inherente a la última fase del capitalismo95.

Como señalamos en páginas precedentes, el enfoque EBA y el del ‘fascismo’ no son, a nuestro entender, marcos rígida-mente alternativos de investigación. Su complementariedad es, cuando menos, esencial en una cuestión: mientras que el enfoque EBA acentúa una visión del Estado a través del en-tramado de relaciones entre las clases sociales y los aparatos estatales, la corriente sobre el ‘fascismo’ enfatiza la excep-cionalidad del Estado capitalista en las crisis recurrentes del capitalismo periférico y dependiente. Para superar los po-

95 Cf., L. von Mises: La Acción Humana, op. cit., esp. pp. 1178 y ss.; y, del autor, Liberalismo, op. cit., pp. 68-73. Y también, N. Poulantzas: Fascismo y Dictadura, Siglo XXI, México, 1971.

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sibles equívocos a los que pudiera llevar el término ‘fascis-mo’ es preciso abandonar una óptica etnocentrista europea en su análisis y situar el referente principal de investigación en la realidad contemporánea de América Latina. Por eso, las notas que caracterizaron tradicionalmente a la ‘tentación fascista’ de los años treinta, evidenciando el derrumbe del liberalismo político clásico96, son -en la actualidad y en Amé-rica Latina- rasgos secundarios. En este sentido, la existencia del partido único, de un movimiento de masas, del racismo e, incluso, del corporativismo tradicional son elementos que no se perciben como definitorios principales mientras que el componente genético del fenómeno, como manifestación del capitalismo en crisis, sigue en plena vigencia: la dominación dictatorial de una minoría sobre la mayoría mediante un corpus doctrinario y una práctica excluyente. Las tácticas de dominación, en cambio, no dejan de ser aspectos singula-rizados y contingentes de procesos históricos más amplios. Sometemos a la consideración del lector las observaciones de tres autores tan significativos como H.J. Laski, P.M. Sweezy y N. Poulantzas97:

“El fascismo, en resumen, surge como una téc-nica institucional del capitalismo en su fase de contracción. Destruye el liberalismo que per-mitió la experiencia de la expansión con objeto de imponer a las masas esa disciplina social que crea las condiciones bajo las cuales espe-ran poder continuar obteniendo utilidades” (Laski)

“Por medio de una alianza con el fascismo, la clase capitalista espera reestablecer el Estado fuerte, subordinar a la clase obrera y ampliar

96 Cf., al respecto, E. Nolte: El fascismo en su época, Península, Barcelona, 1967; del mismo autor, La crisis del sistema liberal y los movimientos fascistas, Península, Barcelona, 1971; y M. Duverger: Las dos caras de Occidente, Ariel, Barcelona, 1972, esp. pp. 126-155.Sobre la importancia de la obra de Nolte en esta temática, cf., M. Pastor: “Fascismo versus liberalismo”, Boletín Informativo de Ciencia Política, nº 8, diciembre 1971, pp. 139-145.97 H.J. Laski: El liberalismo europeo. F.C.E., México, 1953, p. 211; P.M. Sweezy: Teoría del desarrollo capitalista, F.C.E., México, 1963, p. 366: y N. Poulantzas: Fascismo y Dictadura, cit., p. 369.

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‘su espacio vital’ a costa de las potencias impe-rialistas rivales. Esta es la razón de los subsi-dios financieros con que los capitalistas apoyan el movimiento fascista y, lo que es quizás más importante, de la tolerancia que el personal del Estado dominado por los capitalistas muestra frente a los métodos violentos e ilegales del fas-cismo” (Sweezzy)

“Ahora bien, la forma de Estado de excepción, a causa del período y de la crisis a la que este tipo de Estado corresponde, interviene en ge-neral de manera característica en lo económi-co, con el fin de adaptar y de ajustar el sistema frente a la socialización de las fuerzas produc-tivas. La intervención del Estado fascista en lo económico es muy importante. Desde este án-gulo, presenta puntos comunes con la forma de Estado intervencionista (capitalismo mono-polista) de formaciones sociales que no atra-viesan crisis políticas. Lo que distingue como Estado de excepción no es tanto su grado de intervención como las formas bajo las cuales esta intervención se lleva a cabo” (Poulantzas)

Conviene señalar, también, el hilo común a todas las experien-cias de este género. A nuestro juicio, los regímenes militares del Cono Sur satisfacen de modo pleno aquél ‘asalto a la razón’ al que aludía G. Lukács. En concreto, la primacía de la voluntad personal sobre la norma, la legalidad situacionista, el elitismo dirigente, la aversión al pluralismo y a la discrepancia, el culto a la violencia, la noción fatalista sobre la democracia liberal, el belicismo y la prepotencia racial, constituyen una serie de notas que unen, más que separan, dos modalidades de una misma categoría analítica.

Existen discrepancias sobre la consideración del belicismo, el expansionismo y el racismo en los actuales regímenes mi-litares del Cono Sur. Sin embargo quisiéramos subrayar lo

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siguientes comentarios. En primer lugar, los gobiernos que consituyen la ‘Internacional de las Espadas’ (Argentina, Chile y Uruguay) presentan actitudes tensas con otros del área. Véanse, al efecto, los continuos conflictos territoriales de Chile con Argentina, Perú o Bolivia; el contencioso terri-torial-estratégico entre Argentina y Brasil o, por último, las hostilidades derivadas por la guerra de las Islas Malvinas. Uruguay, por obvias razones de localización y tamaño, ac-túa como tercero en discordia asumiendo un papel básica-mente pasivo. De cualquier forma, es necesario señalar que los conflictos aludidos responden a una concepción ‘chovi-nista’ del nacionalismo por parte de estos regímenes más que a cualquier tentativa expansionista. Como subraya A. Cueva, el nacional-chovinismo del fascismo alemán o japo-nés estaba en función directa con las posibilidades reales de expansión del capital monopólico nativo más allá de las fronteras patrias. En segundo lugar, y en consecuencia, el cul-to a la violencia y el belicismo se generan a partir de datos objetivos sobre la provisión de armamentos en estos países. En tercer lugar, aunque el racismo no sea una característica definitoria de los regímenes militares del Cono Sur, no pue-de olvidarse que se agudiza el postergamiento secular y la represión sobre las poblaciones amerindias y mestizas, ade-más del práctico exterminio de los aborígenes amazónicos como un efecto directo del estilo de penetración del capita-lismo transnacional en esa zona. De cualquier forma, y como un ejemplo a señalar, se han detectado gestos antisemitas en Chile, Argentina y Brasil, tras los respectivos y últimos gol-pes militares98.

98 Cf., al respecto, A. Cueva: “La cuestión del fascismo”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, abril-junio 1977, esp. pp. 476 y ss.; y, asimismo, J. Ramírez: Chile, la vecindad difícil, Ed. Instituto para un Nuevo Chile, Rotterdam, 1981, en lo referente a las tensiones entre Chile, Argentina, Perú y Bolivia.Según C.A. Mutto (“La carrera de armamentos en América del Sur”, Indice, nº 347, febrero 1974, pp. 38-41), de los diez países del Cono Sur, son Chile, Argentina y Uruguay los que poseen los más altos porcentajes de efectivos por población y extensión, coincidiendo con los países que tienen graves conflictos de límites. Cf., igualmente, E. Meneses: “Competencia armamentista en América del Sur: 1970-1980”, Estudios Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 5-41.Cf., a propósito, J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las Fuerzas Armadas”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, esp. pp. 33 y ss.

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A este respecto, la opinión de V. Trías es representativa del gru-po de investigadores que se muestran totalmente en oposición al empleo del término ‘fascismo’ en el estudio de los actuales regímenes militares del Cono Sur99. En efecto, Trías señala que: a) el fascismo es un fenómeno histórico irrepetible; b) como una manifestación del acoso interno y externo del capitalismo en crisis, el fascismo es belicista, retador y expansionista100; y c) el fascismo se basa en la figura de un caudillo carismático que aglutina un movimiento de masas medias amenazadas por la agudización del conflicto social. En consecuencia, señala Trías, tampoco podría existir el llamado ‘fascismo dependiente’ por-que el fenómeno es consustancial en el marco de un capitalismo nacional desarrollado en crisis, como el de Italia y Alemania de su tiempo101.

Un esquema así, claramente, goza de múltiples riesgos de unili-nealidad. Como advierte J. Tapia Valdés, no es pertinente aplicar un modelo de análisis sobre el fascismo europeo y enfocarlo ha-cia realidades diferentes, cuarenta años después102. De la misma manera quedaría invalidado cualquier intento de caracteriza-ción de los actuales regímenes militares del Cono Sur en sentido contrario. El enfoque sobre el ‘fascismo’ trataría, en cambio, de abstraer la ‘constancia’ del fenómeno, su núcleo de significación, separando los rasgos nacionales y coyunturales, en una primera instancia analítica, para recuperarlos posteriormente con el ob-jeto de localizar la comprensión del fascismo en América Latina. Abundando en este enfoque, de modo breve, nos detendremos en los siguientes puntos de reflexión sobre algunos temas cuyo esclarecimiento, a nuestro juicio, es imprescindible, para un co-rrecto análisis de esta corriente de pensamiento y, por lo tanto, del debate que comentamos.

99 V. Trías: “Las Fuerzas Armadas en la sociedad iberoamericana”, Nueva Sociedad, nº 49, julio-agosto 1980, pp. 130 y ss. Cf., en el mismo sentido, T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, Ed. Era, México, 1978, esp. pp. 29-33.100 Cf., al respecto, supra nota 98 y V. Trías, ibid., p. 130.101 Cf., A. Tasca: Los orígenes del fascismo, Ariel, Barcelona, 1970; y M. Vajda: “The Rise of Fascim in Italy and Germany”, in J.A. Gregor: Interpretations of Fascism, Morristowm, New Jersey, 1974, pp. 166-170.102 J. Tapia Valdés:: “Neomilitarismo y fascismo”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 168 y ss.

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Primero, y como posición intermedia entre el EBA y el ‘fascismo’, algunos autores, en especial R.M. Marini, han propuesto la denominación de ‘regímenes de dictadura con rasgos bonapartistas’ (102). Esta consideración tiene un claro precedente teórico en los escritos de A. Gramsci. El comunista italiano distinguía dos modalidades en la categoría de ‘cesarismo’ de gobierno: bonapartismo y fascismo103. Sin embargo, a nuestro juicio, el bonapartismo hace referencia explícita a un proceso histórico de alianzas, entre la gran burguesía industrial y terratenientes agrícolas, con el fin de dinamizar la revolución burguesa al margen del proletariado ya vencido en 1848. En este sentido, la historia de la segunda mitad del s. XIX en Francia y la concreta figura de Napoleón III fueron objeto de un profundo estudio de K. Marx104. En síntesis, el ‘bonapartismo’ fue una fórmula de reafirmación burguesa, basculando entre el límite marcado por la profundización de la democracia liberal, por una parte, y el necesario control que debe ejercer sobre las aspiraciones de la clase obrera, por otra. Fue, en definitiva, un intento de control y dirección de las reinvindicaciones históricas de las clases subalternas, ya fuera en aspectos de participación política o de redistribución de los frutos generados por la revolución industrial. Ahora bien, el planteamiento no es relevante, creemos nosotros, para el análisis de cualquiera de los actuales regímenes militares del Cono Sur.

Segundo, la noción de ‘Fascismo-Neofascismo’105 (F-NeoF, en adelante) no caracteriza un modelo-tipo determinado sino al conjunto de situaciones excepcionales del capitalismo en crisis que conculca los derechos individuales y suspende las instituciones representativas defendidas por el liberalismo clásico, ya sea de facto como, generalmente, de una forma

103 Cf., al respecto, R.M. Marini: Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1970; y A. Gramsci: Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, Juan Pablos Ed., México, 1975, esp. pp. 84 y ss.104 El mismo Marx se refería al Estado liberal como una sociedad por acciones cuyo fin es la explotación de la riqueza nacional y cuyo directos es el propio monarca. Cf., K. Marx: Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850, Ed. Progreso, Moscú, 1975, p. 31.105 A partir de este momento, el prefijo introducido en el término en cuestión hace indicación expresa a una coordenada temporal, por una parte, y al nuevo estilo que peculiariza el fenómeno en el capitalismo dependiente, por otra.

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declarativa. En este sentido es necesario subrayar lo siguiente: en primer lugar, a nivel teórico, el F-NeoF recubre una unidad interpretativa asentada en la consideración de los métodos y la naturaleza de clase de la dominación, es decir, como ideología, el F-NeoF imprime un carácter que desborda las especifidades de espacio hasta el punto de dejar al descubierto un componente genético que inspira un determinado modo de organización socioeconómica, y eso es lo que nos interesa en este momento106; en segundo lugar, como consecuencia de lo anterior pero ahora a nivel empírico, la variedad de formas históricas es, según afirman diversos autores, inesencial107 porque el F-NeoF supera la visión de antítesis de la democracia liberal para ser, ante todo, antisocialismo. Así, el F-NeoF deviene en el resultado de una unidad dialéctica de contrarios que se despliega internacionalmente. Estas dos afirmaciones (F-NeoF, como unidad teórica interpretativa y como fenómeno histórico supranacional con un tempus propio) llevaron, en el contexto de carga emocional que tiene el término, a defensas categóricas y a otras tantas objeciones paralelas. Veamos algunas de ellas que nos parecen centrales en el debate.

Tercero, como afirmaba V. Trías, el F-NeoF solamente se mani-fiesta en países capitalistas desarrollados y no en la órbita del capitalismo periférico. Para J. Tapia Valdés, aceptar la primera objeción significaría “olvidar que, aparte los fascismos espa-ñol y portugués -dos casos de naciones en etapa precapitalis-ta-, el fascismo se dió también en la Europa de los 30 en forma simultánea en países hegemónicos y en países dependientes”, y concluye en que “la fascistización de países de economía pre-capitalista y dependiente no es, por consiguiente, un fenó-meno sólo de hoy”108. Si bien los ejemplos proporcionados por

106 Cf., al respecto, opiniones similares de P. Hayes: Fascism, Allen and Unwin, Londres, 1973; de M.A. Macciochi: Elementos para un análisis del fascismo, Ed. El Viejo Topo, Madrid, dos tomos, 1978; y de los trabajos incluídos en G. Levi (C.): Il fascismo dipendente in América Latina, De Donato Ed., Bari, 1976.107 Por ejemplo, I. Cheresky: “Democracia y autoritarismo en los capitalismos dependientes”, art. cit., p. 1087.108 “Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 169.

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Tapia Valdés son poco afortunados y es discutible el carácter pre-capitalista de las economías latinoamericanas de hoy, lo cierto es que el F-NeoF no puede considerarse un hecho histó-rico localizado exclusivamente en el capitalismo central. Por-que, si así fuera, ello implicaría negar de que no se extingue por una derrota directa, sino por el cambio de las estructuras que lo hacen posible109.

Cuarto, otra objeción afecta a la afirmación de que el F-NeoF se debe a un agudización de la crisis económica como factor determinante. Esta tesis, que se mantiene en la mayor par-te de la literatura sobre el tema, confunde un efecto con la causa del fenómeno. Aunque se constata que el ascenso del nazismo en Alemania coincide con la crisis abierta desde las reparaciones que tuvo que atender en la primera postguerra, también es cierto que el fascismo italiano se fortaleció, diez años antes, en una época de relativo crecimiento económi-co110. A nuestro entender, el F-NeoF respondería, más bien, a una crisis hegemónica de la burguesái y a la incapacidad del Estado liberal en el control de la oposición anticapitalis-ta111. Por lo tanto, el F-NeoF como un estado de excepción del capitalismo, como señalaba N. Poulantzas, aparejando una serie de modificaciones sustanciales en los aparatos ideológicos del Estado requiere una matización puntual112. Porque, desde un primer momento, ‘esa’ excepcionalidad está provocada por el ánimo de autodefensa que reacciona ante los avances de cualquier alternativa global al sistema. “Este modelo adquiere una definición más nítida en etapas intermedias o avanzadas del proceso de acumulación”, con-firma L. Allub, “como resultado de la fuerte movilización ‘desde abajo’ por parte de la clase obrera, que amenazaba por igual la posición estructural de las capas medias y de las capas dominantes”; en tal contexto, concluye al autor, “la

109 Ibid., ibid.110 Cf., a propósito, M. Vajda: “The Rise of Fascism in Italy and Germany”, art. cit.111 Para una extensión clarificadora, cf., L. de Riz: “Formas de Estado y desarrollo del capitalismo en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1977, pp. 427-441.112 Fascismo y dictadura, op. cit., esp. pp. 366 y ss.

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instauración del fascismo aparece siempre como respuesta a la amenaza ‘comunista’ y, por supuesto, posee un claro con-tenido anti-obrero”113. Allub investigó con detenimiento el clima pre-fascista y antidemocrático de ciertos autores clá-sicos en el pensamiento político argentino, especialmente en documentación previa al ‘golpe’ de 1930. De esta forma comprueba que el uruguayo J.E. Rodó y los argentinos M. Gálvez y L. Lugones fueron intelectuales orgánicos, reacios al liberalismo positivista y, en concreto Leopoldo Lugones, férreos paladines anticomunista114.

Por eso, a nuestro entender, la ‘excepcionalidad’ no es tran-sitoria ya que se mantiene la casuística que le da origen. La superación nominal del F-NeoF no implica, en modo algu-no, su agotamiento histórico sino que se engarza, encubier-ta pero permanentemente, en el Estado capitalista y aflora con el mismo primitivismo de antaño como se observa en las (sin)razones de sus actuales valedores. El mismo Gral. A. Pinochet ilustra con sus palabras el carácter neofascista de los regímenes militares del Cono Sur como una defensa ac-tiva frente a las amenazas del marxismo-comunismo-socia-lismo (un todo heterogéneo, esgrimido silábicamente como justificación de las distintas intervenciones. En la presenta-ción de las ‘Actas Constitucionales’ (“Mensaje Presidencial”, 11.IX.1976) dice que “el marxismo es una doctrina intrínse-camente perversa, lo que significa que todo lo que emane de él, por muy sano que pueda parecer en la superficie, está im-pregnado del veneno que corroe su raíz (...) Es una agresión permanente (...) Por lo tanto, la nueva institucionalidad se concibe sobre la base de una nueva democracia que sea capaz de defenderse activa y vigilantemente de quienes tratan de destruirla”. Indiquemos, por último, que las Actas Constitu-cionales de septiembre de 1976 dictan, en síntesis, que a) los

113 L. Allub: “El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en Argentina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 3, 1980, p. 1142.Una ampliación del pensamiento del autor en “Industrialización, burguesía dependiente y democracia en Argentina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1974, pp. 241-278; y Los orígenes sociales del autoritarismo en América Latina, Juan Pablos Ed., México, 1980.114 Sobre el tema, cf., E. Zuleta Alvarez: El nacionalismo argentino, Ed. Bastilla, Buenos Aires, 1975, esp. pp. 123-164.

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deberes constitucionales de todo ciudadano son contribuir a la preservación de la seguridad nacional, b) los derechos del ciudadano son: la defensa de la propiedad privada, los de tipo laboral consagrados en fórmulas de conciliación y arbi-traje obligatorio y c) el derecho de huelga es una agresión a la seguridad nacional, ya que todas las actividades del país son vitales.

Quinto, como última objeción, existe el hecho de que el F-NeoF debe sustentarse necesariamente en un movimiento de ma-sas115. Si situamos el problema en el plano de la legitimación y en realidad de los actuales regímenes mmilitares del Cono Sur, constatamos que la legitimidad de que carecen, por esta vía, se gana por la suplantación mitológica de la ‘eficacia’; es decir, el F-NeoF está obligado a fundar su legitimidad en los resultados empíricos de su acción. Por eso, los defensores de este tipo de regímen insisten en la existencia de una do-ble posibilidad de legitimación: la de origen (evidentemente conculcada en Argentina, Chile y Uruguay) y la de ejercicio (deificando el crecimiento y la eficiencia. De todas formas, la existencia de un movimiento de masas, cuando existe, no es más que la instrumentalización que hace el fascismo para su ‘legitimación’. “La paradójica definición de fascismo como doctrina, a la vez, elitista y de masas, sólo puede ser expli-cada”, escribe Tapia Valdés, “en términos de ‘instrumentali-dad’ que el fascismo reviste para sus auténticos iniciados. Por otra parte es necesario señalar que si el fascismo no adopta necesariamente una manifestación de movimiento de masas, tampoco está obligado a sustentarse sobre un movimiento de masas ‘medias’ amenazadas ya que, tarde o temprano, éstas se unen a las oposiciones del proletariado en cuanto sufran los efectos de la represión política y económica inherentes al proyecto de modernización y profundización del capitalismo dependiente. En definitiva, el F-NeoF es esencialmente una dictadura de minoría y nunca una dictadura de masas. Para

115 Opinión contraria es la mantenida por E. Galeano cuando escribe que estas dictaduras del Cono Sur “no tienen capacidad alguna de movilización popular (...) son regímenes solitarios, condenados a caídas tristes y sin grandeza” (“Carta a J. Wimer”, Nueva Política, nº 1, enero-marzo 1976, p. 8).

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una extensión de estas reflexiones y actores en función de la manipulación de las masas)116.

En general, este tipo de comentarios críticos se presentaron en cuadros más amplios de análisis que denunciaban la simplifica-dora consideración de América Latina como una unidad geopo-lítica, a costa de desdeñar las relaciones de fuerza nacionales y un conjunto importante de factores estructurales no-económi-cos. Aunque estos riesgos sean reales, un planteamiento ade-cuado de la categoría Fascismo-Neofascismo no debe extralimi-tarse en privilegiar aquella parte del material de investigación que haga referencia parcial y determinística a las relaciones económicas. La amplitud y el rigor que exigen los problemas aquí planteados no pueden constreñirse a la atención exclusiva de las relaciones políticas como un mero reflejo de los intereses de clase sino, también, abarcando el análisis hacia una doble perspectiva que responda a la cara interna de los procesos his-tóricos en curso (en la ideología y en la estructura económica) y a la cara externa de los mismos (dada la situación periférica y dependiente de los distintos casos).

En este sentido, la proposición de ‘fascismo dependiente’ tiene, en nuestra opinión, una clara pertinencia analítica. Para convenir en ello debemos abocarnos, previamente, al estudio de ese cuerpo doctrinario de los regímenes militares del Cono Sur, la llamada Doctrina de la Seguridad Nacional, que se presenta en esta exposición como una bisagra entre el fascismo de dichos regímenes y el carácter de dependencia política y económica que tienen las relaciones con el centro del sistema. En este contexto, es ineludible referirse a A. Briones, el autor que más ha profundizado en el tema cuando concluye que117:

116 Cf. Tapia Valdés, “Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 169; recurriendo el autor a J. Solé-Tura: “The political ‘Instrumentality’ of Fascism”, in S.J. Woolf: The Nature of Fascism, Vintage Books, Nueva York, 1969).Además, los trabajos reunidos por W. Abendrth (C.): Fascismo y capitalismo, Ed. Martínez Roca, Barcelona, 1972; D. Guérin: Fascismo y gran capital, Ed. Fundamentos, Madrid, 1973; y D. Baranger: “Clases medias y pequeñas burguesías”, Revista Mexicana de Sociología, nº 4, 1980, pp. 1591-1629.117 A. Briones: “América Latina: crisis económica y fascismo dependiente”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 8, agosto 1976, p. 933. Cf., asimismo, del autor, “Neofascismo y nacionalismo en América Latina”, Comercio Exterior, vol. 25, nº 7, julio 1975, pp. 739-748.

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“El fascismo latinoamericano contemporáneo está determinado por la condición de depen-dencia del medio socioeconómico en que se de-sarrolla y a cuya necesidad responde. Por eso es que su desarrollo mismo está condicionado, como ya hemos visto, a los estímulos extendi-dos desde las potencias capitalistas. Se trata, en consecuencia, de una forma de fascismo cuya característica fundamental es también la de-pendencia. El régimen a que da lugar la aplica-ción del esquema de superación de la crisis en los países dependientes es, en consecuencia y esa conceptualización proponemos, el fascismo dependiente”

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CAPÍTULO III

LA DOCTRINA DE LA SEGURIDAD NACIONAL Y LA GEOPOLÍTICA DEL “ENEMIGO INTERNO”

“La creciente impracticabilidad de las institu-ciones liberales, democráticas y parlamenta-rias, para la participación del Tercer Mundo en la división internacional del trabajo y el proceso contemporáneo de acumulación de capital, y el reemplazo de estas instituciones por un Estado militar corporativo que ha de sujetar sectores aún mayores de la población a una represión aún más intensa, requiere tam-bién el reemplazo de la ideología democrática y po-pulista por otra que pueda justificar esta represión, tanto para los que la sufren como para los que la ejercen”

A. Gunder Frank118

“...puede decirse que la Seguridad Nacional existe en tres formas (...) Política de seguridad militar, es el programa de actividades diseña-do para minimizar los esfuerzos dirigidos a debilitar o destruir la nación por parte de fuer-zas armadas que operan desde fuera de sus confines institucionales y territoriales. Política de seguridad interna es la que enfrenta la ame-naza de la subversión, es decir, los esfuerzos por debilitar o destruir el Estado, hechos por fuerzas que operan dentro de los confines ins-titucionales y geográficos. Política situacional de seguridad es la concerniente a la amenaza

118 A. Gunder Frank: “La crisis y la militarización de la Economía en el Tercer Mundo”, Desarrollo Indoamericano, nº 61, agosto 1980, p. 30.

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de erosión que resulta de los cambios a largo plazo en las condiciones sociales, económicas, demográficas y políticas, y que tienden a redu-cir el poder relativo del Estado” S.P. Huntington119

La triple acepción de la Doctrina de la Seguridad Nacional (DSN, en adelante), como expone un autor tan significado como Huntington en la cita que encabeza esta sección de nuestra Memoria Doctoral, señala el desplazamiento de los objetivos de las Fuerzas Armadas en América Latina (FF.AA., en adelante) desde la tradicional ‘homologación occi-dental’, en el centro de la guerra fría interbloques, hacia la ‘defensa activa’, frente a los peligros de subversión interna, especialmente tras el detonante de la Revolución Cubana. La DSN es, en consecuencia, un cuerpo doctrinario que respon-de a las redefiniciones del escenario social, interiorizando la dialéctica del poder a escala mundial en un enfrentamiento con ‘la amenaza externa’ o ‘el enemigo interior’. Indudable-mente, las condiciones socioeconómicas de América Latina proporcionan rasgos específicos al tema. A partir del golpe de estado brasileño y la caída de Goulart en 1964120 vislum-bra un punto de inflexión en las características del interven-cionismo militar en los asuntos de gobierno del continente. Proponemos, al respecto, una hipótesis de trabajo, en el seno de esta investigación, relativa al posible traslado, con los ma-tices y limitaciones ad hoc, del binomio casuístico Revolución Soviética 1917-Fascismo europeo, como hemos apuntado en páginas precedentes, a otro más cercano y localizado en la geografía de nuestro trabajo. Nos referimos, claro está, a las características que unen el triunfo de la Revolución Cubana con la naturaleza de los regímenes militares post-1959. En

119 S.P. Huntington: The Soldier and the State. The Theory and Politics of Civil-Military Relations, Harvard University Press, Harvard, 1957, p. 1. Cit. in J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, p. 23.120 Cf., por ejemplo, R. Dreifus: 1964: A conquista do Estado. Açao Politica, Poder e Golpe de Classe, Ed. Vozes, Rio de Janeiro, 1981.

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otras palabras, y desde 1964, la DSN no se reduce a un mero expediente de ‘alta geopolítica militar’ sino que propone, de una u otra manera, un estilo de desarrollo que no derive, por su fracaso, en procesos revolucionarios de signo socialista. Es la seguridad nacional, por tanto, un concepto amplio de con-trol político y económico que actúa por las siguientes reglas de optimización: maximizando el crecimiento y minimizan-do, al mismo tiempo, el disenso interno distributivo entre los diversos intereses sectoriales. Precisamente con estos objeti-vos fue la DSN auspiciada desde la metrópoli a través de la difusión de conocidos informes.

Respecto a la Comisión Trilateral ya hemos comentado (supra, 1.1., sobre ‘democracia y neoliberalismo’) sus recomendacio-nes de restricción democrática para salvaguardar el sistema en su totalidad. Los objetivos de la C.T. son, naturalmente, más ambiciosos que los del entonces Presidente Nixon cuando so-licitó el Informe a N. Rockefeller. Para A. Aguilar Monteverde, la C.T. como ‘comité ejecutivo del capital transnacional’ pre-tendería

“…coordinar la política de las grandes poten-cias imperialistas, impulsar la transnacionali-zación del capital, hacer aceptar que las gran-des empresas transnacionales son el eje y el elemento más dinámico del proceso capitalis-ta, confiar en ellas como arietes del desarrollo, fomentar la ‘interdependencia’ incluso a costa de lesionar la soberanía nacional, reorganizar el sistema monetario a partir del acuerdo de los países industriales, hacer del mercado y de la libertad de comercio el principal mecanismo regulador de las relaciones económicas inter-nacionales, proyectar una política común en materia de energéticos, evitar la competencia ruinosa entre unos países y otros, asegurar el abastecimiento de productos básicos y hacer descansar la cooperación internacional en la confianza mutua, la adhesión a los principios

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reguladores de la nueva estrategia y la con-vicción de que, más que problemas políticos e ideológicos, el mundo de hoy se enfrenta a las complejas situaciones a que, por encima de los sistemas sociales, plantea el desarrollo tecno-lógico”121.

La DSN se configura, en definitiva, como una justificación del golpismo en el Cono Sur pero es, también (lo que hace novedoso al caso), un programa de acción. Veamos, a continuación, un desbrozamiento más explícito de estos puntos a partir de la amplia literatura existente sobre el tema.

121 “La crisis del capitalismo y el Nuevo Orden Económico Internacional”, Ponencia presentada a la VII Conferencia de Facultades y Escuelas de Economía de América Latina -Quito, 3-7 de setiembre 1978-, mimeo, p. 32. Este tema merece una amplia nota documental. Acotemos nuestras reflexiones entre el Informe Rockefeller, de 1969 (“The Quality of Life in the Americas”, Foro Internacional, vol. X, nº 3, enero-marzo 1970, pp. 286-347), y el Informe de la Comisión Trilateral sobre la Gobernabilidad de las Democracias (M. Crozier et al.: The Crisis of the Democracy. Report on the Gobernability of Democracies to the Trilateral Comission, op. cit.), en 1975. Para D.C. Padim, el Informe Rockefeller refleja lo esencial de la Doctrina de la Seguridad Nacional, “tal como viene siendo transmitida a los oficiales latinoamericanos” (“A doutrina da Segurança Nacional”, Revista Brasileira Eclesiástica, vol. 37, nº 146, junio 1977, p. 336). Cf., para una extensión sobre el significado y consecuencias del Informe Rockefeller, H. Veneroni: Estados Unidos y las Fuerzas Armadas en América Latina. La dependencia militar, Periferia, Buenos Aires, 1973, esp. pp. 89 y ss.; A. Mattelart: “Los aparatos culturales del imperialismo”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 12, junio 1978, esp. pp. 2 y ss.; y H. Jaguaribe: “Implicaciones políticas del desarrollo latinoamericano”, in C.F. Díaz Alejandro, S. Teitel y V. Tokman: Política económica en centro y periferia, F.C.E., México, 1976, esp. pp. 86-9.Cf., además, J. Jordá: “Capitalismo(s) y represion(es)”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 8-9, diciembre 1977-enero 1978, esp. pp. 52 y ss.; J.L. Rubio Cordón: “Elecciones bajo el imperialismo trilateral”, Argumentos, octubre 1978, pp. 33-37; y J. Frieden: “La Comisión Trilateral: economía y política en los años 70”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 11, mayo 1978, pp. 36-53.Existe, como vemos, un alto interés de la DSN desde el centro. Si bien es cierto que la lectura ‘metropolitana’ sobre el tema originó numerosas referencias bibliográficas, no lo es menos el hecho de que en el propio continente donde se manifestaba fue el caldo de cultivo donde más se estudió. En este sentido es resaltable, sin afán exaustivo y para una visión general de la DSN, el siguiente conjunto de trabajos: S. Miranda et al.: Fuerzas Armadas y Seguridad Nacional, Ed. Portada, Santiago de Chile, 1973; J.A. Gurgel: Segurança e Democracia, Livraria J. Olympo Ed., Rio de Janeiro, 1975; J. Rojas y J.A. Viera-Gallo: “La doctrina de la Seguridad Nacional y la militarización de la política en la América Latina”, Chile-América, nº 28-29-30, febrero-abril 1977, pp. 41-54; D.C. Padim: “A doutrina da Segurança Nacional”, art. cit.; A. Briones: Economía y política del fascismo dependiente, Siglo XXI, México, 1978, pp. 305-318; J. Tapia Valdés: El terrorismo de Estado. La Doctrina de la Seguridad Nacional en el Cono Sur, Ed. Nueva Imagen, México, 1979; y, del mismo autor, “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, art. cit. Destaquemos, por último, las aportaciones de M. Ruz y de M.A. Garretón (“Doctrina de la seguridad nacional en América Latina” y “Doctrina de Seguridad Nacional: contribución a un debate”, respectivamente) y que fueron publicadas en Mensaje, nº 261, agosto 1977.

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1. Doctrina de la Seguridad Nacional: conceptualización desde sus promotores.

Para el Tte. Gral. Ratembach, la DSN está formada por el conjun-to de garantías que necesita la sociedad frente a todas las amena-zas que surjan del terreno político, económico, social y cultural. Es decir, la DSN como una combinación de seguridades, fruto de la moderna concepción de la guerra total122. El Gral. Villegas, por su lado, opina que la DSN es un cuerpo doctrinario subor-dinado y dependiente de la seguridad de Occidente, una fuerza ineluctable cuyo final es una, y sólo una, de dos soluciones: o el triunfo del marxismo o su destrucción (sic)123.

A nuestro entender, ambas definiciones de la DSN -con aspec-tos complementarios- subrayan sus notas características. En primer lugar, la ‘seguridad’ entendida como defensa del status socioeconómico y articulada activamente como la contención que requiere cualquier posibilidad de agresión externa y/o in-terna. En segundo lugar, previa localización del enemigo en el ‘marxismo’, las tácticas cotidianas de ‘seguridad’ exigen una lucha tenaz desarrollada en diversos frentes (político, econó-mico, cultural, etc.), en los cuales actúa el ‘enemigo’. En tercero, y último lugar, la ‘seguridad’ estratégica, en la dinámica in-ter-bloques, obliga a la yuxtaposición de fronteras ideológicas sobre las fronteras jurídico-políticas de América Latina, como señala el Gral. Golbery de Couto e Silva124.

La DSN es, por tanto, una doctrina que transciende la teoría de la geopolítica para mostrarse como un ‘arte’ total y un método de pensamiento que permite clasificar y jerarquizar los aconteci-mientos en todos los frentes, en todas las circunstancias. Es úni-ca en sus objetivos pero múltiple en su funcionamiento porque, como tal estrategia, “a cada situación corresponde una estrate-

122 Cf., B. Ratembach: El sistema social militar en la sociedad moderna, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1970, esp. pp. 28 y ss.123 Cf., al respecto, O. Villegas: Guerra revolucionaria comunista, Ed. Pleamar, Buenos Aires, 1963; y, del autor, Política y estrategias para el desarrollo y la seguridad nacional, E. Pleamar, Buenos Aires, 1968, esp. su Cap. I. sobre ‘Filosofía para el cambio nacional’.124 Cf., Golbery do Couto e Silva: Geopolítica do Brasil, Livraria J. Olympo Ed., Rio de Janeiro, 1967, pp. 13 y ss.

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gia particular; cualquier estrategia puede ser la mejor en una de las coyunturas posibles y detestable en otras”, según el Gral. A. Beaufre125. A través de la ‘internalización’ del complejo proceso de relaciones, interdependencias y tensiones políticas internacio-nales, la DSN mide con ‘escala regional’ el nuevo marco del es-cenario internacional desde la segunda guerra mundial126 y, más concretamente, desde el triunfo de la Revolución Cubana.

En esta línea de reflexión, algunos autores como A. Ferrer indican la importancia de la influencia del declinamiento del poder hegemónico de un polo internacional, Estados Unidos, tras la derrota en Vietnam y la crisis económica abierta a finales de la década de los sesenta. Esta hipótesis defendería por tanto el hecho de que la DSN y los regímenes militares que inspira son medidas de defensa de la hegemonía internacional en un ámbito de terceros, como América Latina127.

Sin embargo, la ‘decadencia’ económica y política de Estados Unidos, en la etapa de conformación definitiva de los distintos cuerpos de la DSN, es solamente aparente, como señalan J. Petras y R. Rhodes128, en concordancia con N. Poulantzas: la DSN no es la única sino una más de las soluciones que puede adoptar la estrategia imperialista129. En otros términos, no ha sido la decadencia hegemónica de Estados Unidos la que generó una generalizada actitud de autodefensa de las FF.AA. latinoamericanas, sino la flexibilidad y la recomposición de esa fuerza. Por eso no sorprende que se constate continuamente la íntima conexión entre la DSN practicada en la región y el complejo económico-militar del centro 130, y no exclusivamente

125 Ibid., p. 33 y A. Beaufre: Introducción a la estrategia, Ed. Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1965, p. 22.126 Cf., al respecto, los comentarios de J.C. Portantiero: “La internacionalización de la política y la ideología en América Latina”, in VV.AA.: América Latina: estudios y perspectivas, Ed. Vila, México, 1980, tomo II, pp. 11 y ss.127 Cf., A. Ferrer: “Problemas de la política económica en los países desarrollados”, Cuadernos del CIDE, nº 1, abril, 1977, p. 99.128 J. Petras y R. Rhodes: “La competencia y la dominación entre las potencias capitalistas mundiales”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1976, pp. 389 y ss.129 Cf., al respecto, N. Poulantzas: La crisis de las dictaduras, Siglo XXI, México, 1976, p. 38.130 Cf., N. Stein y T.M. Klare: Armas y poder en América Latina, Ed. Era, México, 1978, pp. 26-27 y pp. 170-189, respectivamente, para los temas de ‘política económica’ y ‘exportación’ de armamento norteamericano a Latinoamérica.

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en el ámbito castrense. Como señala A. Mattelart, también la cultura está determinada por los modos de presencia y de interacción del imperialismo y del complejo económico-militar, mostrando una gran versatilidad. Y, en un interesante párrafo, el autor continúa:

“...si asistimos a un estrechamiento del con-junto de los aparatos que difunden la cultura y la ideología imperialistas, se debe fundamen-talmente a que estos sectores y estos agentes, aislados entre sí, no respondían anteriormen-te a las mismas leyes de eficacia y rentabilidad. Determinadas aproximaciones, como las que, por ejemplo, han permitido el encuentro del mundo industrial y de la racionalidad mili-tar, ya son conocidas. Su importancia jamás será suficientemente destacada. Los grandes modelos tecnológicos deben su existencia a esta alianza entre las grandes firmas industriales (todas ellas multinacionales) y el aparato militar. El ordenador, el satélite, la misma electrónica, ha salido en línea directa de esta asociación permanente que se ha materializado en un tipo de estado, surgido a partir del final de la Segunda Guerra Mundial, el Estado de Seguri-dad Nacional (National Security State). Será ese Estado el que, veinte años después, se expor-tará hacia las realidades del Cono Sur latinoame-ricano”131.

131 “Los aparatos culturales del imperialismo”, art. cit., 13 Cf., además, A. Joxe y C. Cadena: “Armamentismo dependiente, el caso latinoamericano”, Estudios Internacionales, año IV, nº 4, julio-septiembre 1970, pp. 3-81; D. Senghaas: Armamento y militarismo, Siglo XXI, México, 1972; R. Barnet: La economía de la muerte, Siglo XXI, México, 1976.

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2. Fundamento y praxis del orden de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

La teoría que subyace en la pretendida ‘reconstrucción na-cional’ (National Boulding) de la DSN es heredera directa del organicismo social y de una visión globalizadora (en cuan-to es totalitaria) de la cohesión social en torno al tótem, a la identificación falaz de Estado-Pueblo-Nación. La interven-ción militar en el Cono Sur, por tanto, impone un ‘orden’ que estructura la nacionalidad y la ciudadanía a través de la soberanía del Estado y del gobierno. Ante la frágil compati-bilidad democracia-capitalismo en América Latina, el Esta-do se disfraza de ente imparcial, representativo de todos y cada uno de los ciudadanos y el único reconciliador de sus intereses individuales. Es, en definitiva, el retorno contra-dictorio (en cuanto sustentandor de la dominación) a una idea de Estado que asume, confusamente, todas las raíces del Estado liberal: el ‘dios natural’ (Hobbes), el ‘yo común’ (Rousseau) o la sublimación idealizada de sí mismo y de su misión (Hegel)132.

El orden orgánico de la DSN se basa en una estructura pirami-dal donde la cúpula decisoria está ocupada plenamente por las FF.AA., abandonando cualquier responsabilidad personal y los rasgos ‘caudillistas’ del fascismo tradicional133. El poder político no es atribuído a una (s) persona(s) derterminada(s), aunque en la práctica siempre surja un primus inter pares, sino al alto estamento militar (ya sea la Junta de Comandantes en Jefe, ya sea el Consejo de Defensa Nacional)134. Se concentra el poder, en consecuencia, pero se difuminan las responsabilida-des personales por lo que cualquiera discrepancia política es inmediatamente traducible en el cuestionamiento del rol de

132 Cf., J.A. Schumpeter: Historia del Análisis Económico, op. cit., pp. 204-5; J.-J. Chevallier: Los grandes textos políticos desde Maquiavelo a nuestros días, Aguilar, Madrid, 1974, p. 164; y E. Bloch: El pensamiento de Hegel, F.C.E., México, 1949, p. 223.133 En este sentido, el culto a la personalidad, la sublimación de la ‘jefatura’ (Duce, Fürher, Caudillo) y las apelaciones al pasado heroico (el imperio romano, el pangermanismo, las cruzadas) fueron elementos de una gran importancia en el fascismo europeo tradicional.134 Cf., al efecto, J. Tapia Valdés: Neoautoritarismo y neofascismo. Ensayo de interpretación jurídico-institucional, Instituto Latinoamericano de Ciencias Sociales, Caracas, 1976, esp. pp. 38 y ss.

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las FF.AA. y su autodefensa corporativa. Como cúpula diri-gente en la esfera política, económica y social, la DSN otorga a las FF.AA. una misión elitista; como instancia superadora de los intereses sectoriales y de las luchas de clases, se presenta pretendidamente desideologizada; por la importancia del rol en-comendado, en el seno de una grave crisis política y económi-ca, las FF.AA. recurren al encubrimiento tecnocrático. Por una parte, la praxis de los regímenes militares del Cono Sur se basa en el insistente desideratum de la tecnología como el medio más eficaz (y menos contaminado por las ideologías) de abordar un determinado problema social135. Ello requiere, en conse-cuencia, contar con ‘tecnócratas desideologizados’ en los apa-ratos estatales. Como escribe C.F. Díaz-Alejandro, “el hecho de que los regímenes autoritarios del Cono Sur hayan escogido ciertas políticas económicas, y el que se hayan forjado alianzas peculiares entre los tecnócratas económicos nacionales y los generales prominentes constituye un tema fascinante (similar al de la conexión Speer-Hitler)”136.

Este punto, a nuestro juicio, no sólo es fascinante sino cardi-nal en el discurso de nuestra investigación. Un análisis más detallado del pigmento ‘tecnocrático’ de los regímenes mi-litares del Cono Sur nos mostraría que fue una consecuen-cia, más allá de la opción por el ‘eficienticismo’, del mismo proceso histórico que los produjo. En general, la quiebra del Estado Reformista en América Latina estableció una alianza de facto de dos corrientes que no fueron directamente res-ponsables de la gestión estatal de tipo ‘populista’. Por una parte, el viejo componente oligárquico tradicional, de base agraria, que fuera desplazado de los asuntos de gobierno por una fracción burguesa más modernizante y transnacionali-zada. Por otra, los seguidores del neoliberalismo económico

135 Desideratum como consideración ‘autónoma’ de la técnica y su evolución, en el sentido de que ésta se entendería como “la información de carácter técnico y organizativo, requerida para fabricar (resolver) productos industriales (problemas sociales); por ‘cambio tecnológico’ entendemos todas las modificaciones aplicadas a esa información”, en palabras de S. Teitel (“Creación de tecnología en América Latina”, Trimestre Económico, nº 200, octubre-diciembre 1983, p. 2397; los paréntesis, claro está, son nuestros).136 Cf., C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, p. 240.

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y dirigentes empresariales preparados en la Universidad de Chicago y en otras norteamericanas. Cuando la crisis del Es-tado Reformista se desencadena, ambas corrientes se vuel-can hacia las FF.AA., “no sólo para recordarles cuantas veces habían previsto esos males, sino también para sustentar que tenían la receta para erradicarlos”137. En este sentido, es im-portante señalar que el vínculo FF.AA. y tecnocracia estaba fortalecido previamente por múltiples proyectos de mutua colaboración que incidieron, en primer lugar, en el acoso y derribo de los últimos gobiernos reformistas en América La-tina y, en segundo lugar, en el apuntalamiento de la política económica -doctrinaria y personalmente- de los recién insta-lados regímenes militares. De esta manera, como un ejemplo significativo, en nombre de la ‘ineptitud demócrata liberal’ para la proposición de un fecundo proyecto nacional, en Brasil primero y después en todo el Cono Sur, se estimula el trasvase entre tecnócratas y militares que ocupan puestos claves de la administración y de los grandes negocios públi-cos o privados). “Bajo el égido de la tecno-burocracia pública y privada (las corporaciones internacionales), el Estado y la sociedad se movilizan”, escribe F.H. Cardoso, “en vista de objetivos económicos dados, adquieren una cierta eficien-cia pero continúan negando la incorporación de la masa a la vida política”. Y, continúa el autor, “el control ejercido sobre la información permite que se expandan las noticias y los va-lores que, sin que la masa salga de su apatía, contribuye a mantener un cierto dinamismo entre las élites culturales y técnicas, indispensables al desarrollo138.

En nuestra opinión, ya sea por la específica alianza de clases o por los mecanismos de reproducción del poder, estas observa-ciones nos parecen cruciales en nuestro estudio y que merecen una ilustración más amplia. En primer lugar, V. Trías señala que en la ‘Escola Superior de Guerra’ de Brasil, fundada en 1949, “desde un principio participaron en sus cursos profesores o

137 Según G. O’Donnell: “As forças armadas e o Estado Autoritario no Cone Sul da América Latina”, art. cit., p. 283.138 “Industrialización, dependencia y poder en América Latina”, Geosur, nº 54, agosto-setiembre 1984, p. 50).

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conferenciantes provenientes del más alto nivel empresarial y académico. Los fracasos de los partidos, desde la quiebra del populismo, un grupo de calificados oficiales llegaron al conven-cimiento de que los políticos no eran aptos para realizar un fe-cundo proyecto nacional”139. En segundo lugar, el impulso tecno-crático de los militares brasileños se mantiene en y después del golpe de 1964. El nuevo orden apoya la incorporación, por una parte, de empresarios en los equipos directivos del gobierno y, por otra, induce la participación de altos mandos militares en consejos de las grandes empresas mixtas y transnacionales. En este sentido, el ‘Instituto de Pesquisas e Estudos Sociais’ (IPS) puede ser considerado como uno de los centros más importan-tes del trasvase bilateral comentado y sugiriendo, desde sus se-minarios e investigaciones, la adecuación de un programa de desarrollo progresivo que elimine paulatinamente el conflicto social y consolide el capitalismo moderno, todo ello en un ma-nifiesto de clara herencia rostowniana, por sus ideas de supera-ción del subdesarrollo como por su acendrado anticomunismo. En tercer lugar, el ejemplo brasileño se sigue en otros países del área. La ‘Academia de Seguridad Nacional’, creada por la Junta Militar de Chile en 1976, está “destinada a difundir los concep-tos de Seguridad Nacional entre empresarios del sector priva-do y funcionarios de la administración, junto a miembros de las Fuerzas Armadas” (Revista Ercilla, 2181, 18/24 mayo 1977, p. 32). Es así como la corriente liberal-tecnocrática adquiere un claro predominio en la DSN, estableciéndose toda una ideolo-gía de la burguesía amenazada bajo la apariencia de una opción técnica por la política económica monetarista-neoliberal. Se su-perponen, en consecuencia, las continuas apelaciones a la ‘re-construcción nacional’ y a la ‘reestructuración económica’ como retornos a la ortodoxia neoliberal y neoclásica140.

En segundo lugar, como habíamos enunciado, la articulación entre la alta burguesía transnacionalizada, la tecnocracia y las FF.AA., implícita en la DSN, prima una concepción elitista y

139 “Las fuerzas armadas en las sociedades iberoamericanas”, art. cit., p. 125). 140 Cf., J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las Fuerzas Armadas”, art. cit., pp. 26-28.

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desideologizada del modelo. Pero, al mismo tiempo, he aquí su gran contradicción: el Estado, concebido como un ente impar-cial es juez y parte. Su naturaleza conciliadora es meramente formal y sus acciones, pretendidamente arbitrales y/o neutra-les, se tornan arbitrarias e interesadamente beligerantes. Pero esa arbitrariedad y esa beligerancia, a fuerza de ser tecnocra-tizada y desideologizada, se presenta siempre de una forma autoritaria y excluyente. Ya denunciaba O. Letelier que ni la economía ni los técnicos de la materia eran neutrales, desde las páginas de The Nation. Dos semanas después sufriría un aten-tado que le costaría la vida tras varios años de intenso trabajo, qué paradójico, sobre el logro de un ‘nuevo orden económico internacional’141. Una visión alternativa sobre un determinado problema económico o social se entiende, desde la DSN, no como un enriquecimiento engendrado por la libre discusión sino como un obstáculo para la solución ‘correcta’ proporcio-nada por el técnico. Por estrictas razones técnicas y de efi-cacia, en consecuencia, esa discrepancia debe ser eliminada. En este sentido, el arrasamiento de los colectivos de la socie-dad civil de los países del Cono Sur en estudio fue una de las primeras medidas de implantación de la DSN. Los reductos críticos se concentraron, sobre todo, en los departamentos universitarios que sufrieron paulatinamente todo el peso de la represión. Este hecho fue de gran importancia para la eco-nomía y sociedad de Chile, Argentina y Uruguay, ampliando las negativas repercusiones de la sistemática violación de los derechos de expresión y cátedra hacia una grave deterioro de la actividad productiva de esos países, como ilustra J.H. Street en un interesante artículo.

J.H. Street, trabajando preferentemente con documentación de origen norteamericano, analiza las circunstancias históricas que incidieron en la inestabilidad, la eliminación institucional y/o física y la restricción de libertades académicas. Constata que el efecto netamente negativo sobre la capacidad tecnológi-

141 Cf., al respecto, O. Letelier y M. Moffitt: The New International Economic Order, Transnational Institute, Washington, 1977; y S. Caballero: “El gobierno de Pinochet y el asesinato de Letelier-Moffit”, Chile-América, nº 60-1, enero-marzo 1980, pp. 39-42.

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ca de uno de estos países es discordante con la sublimación de la técnica por parte de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Veamos algunos ejemplos. Existen ciertos ejemplos patéticos de vinculación forzada entre DSN, discurso crítico al poder desde universidades laicas y no laicas, depresión cultural y parálisis tecnológica. En Argentina, a los pocos meses del gol-pe de 1976, el Ministerio de Educación decreta la eliminación de 95 carreras universitarias, en su mayoría de ciencias socia-les. En Chile, la Universidad sufre primero las purgas y des-pués la privatización: exclusión del treinta y cinco por ciento del cuerpo docente en los primeros meses de gobierno militar; múltiples detenciones arbitrarias, muertes y desapariciones; reducción de las universidades estatales a solamente cuatro y traspaso de veintiuna disciplinas universitarias a la iniciativa privada. En Uruguay, el caso es similar, tanto por la dureza de la represión como por las repercusiones productivas: se casti-garon las ramas de las ciencias naturales en un país eminen-temente agrícola y ganadero, especialmente con la medida de destitución del ochenta por ciento del cuerpo docente de la Facultad de Agronomía142.

Por lo tanto, la DSN es un cuerpo doctrinario elitista y, por extensión, autocomplaciente. Por una parte, justifica el cúmu-lo de fracasos y la sinrazón de las políticas económicas abor-dadas por la intromisión de elementos extraños a la técnica, reduciendo la responsabilidad de la élite tecnocrática. Por otra parte, su elitismo es autoritario, excluyente. Sometiendo la verdad científica a los dictados del tecnócrata la convierte en ‘única’ e ‘indiscutible’. Esa ‘verdad’, por tanto, no puede entre-garse a las interesadas discusiones de los partidos políticos y de la democracia liberal. Si aislamos el componente anecdóti-co que pudieran tener, las siguientes frases de un Memorandum (M/9.XII.1975) enviado por J.M. Bordaberry, Presidente de

142 Cf., para los tres casos, J.H. Street: “La intervención política y ciencia en el Cono Sur”, Trimestre Económico, nº 200, octubre-diciembre 1983, pp. 2373-2396; E. Galeano: “América Latina: imperialismo, cultura y sociedad”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 5, setiembre 1977, esp. pp. 52 y ss.; y F. Martínez: “Nueva legislación universitaria: un asalto a la fortaleza del patrimonio cultural democrático chileno”, Chile-América, nº 68-69, enero-marzo 1981, pp. 33-40.

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Uruguay, a la Junta de Generales Oficiales, en el último tramo del régimen militar con rostro civil, expresan de modo signi-ficativo la tendencia a la exclusión y la condena a los métodos de la democracia liberal por parte de la DSN. El Presidente uruguayo (insistimos, civil y electo) propone que “...el poder debía ser puesto definitivamente en manos de las Fuerzas Ar-madas, y sus fines deberían definirse claramente (...) las accio-nes de las Fuerzas Armadas no pueden juzgarse ya que actúan sobre la base de normas que no pueden discutirse (...) Sobre esta base, el gobierno tendrá la autoridad y el consenso que son fruto de la ausencia de sectores sindicales y de los intereses económicos en el gobierno. Los partidos políticos se permitirán como corrien-tes de opinión pero no podrán tomar el poder (...) El poder de los partidos políticos y el poder de las Fuerzas Armadas son, por lo tanto, mutuamente excluyentes”143.

Por eso señalamos el cambio implícito en la DSN en cuanto es-timación que tienen las FF.AA. del Cono Sur sobre la naturale-za de la intervención militar en los asuntos públicos. En líneas generales, hasta la consolidación del proceso revolucionario en Cuba, los militares eran llamados a intervenir para la resolución de un impasse político, durante un período en el cual se restitu-yese, en palabras de D.C. Padim, la ‘moralidad’. “Ahora, ante la caducidad de los liderazgos políticos y la inmadurez política de-mostrada por el pueblo, es necesario que las Fuerzas Armadas asuman también la función política para reorientar los rumbos de la nación...”, concluye Padim (144).

En este sentido, el horizonte del proyecto marcado en la DSN demanda el monopolio militar sobre la determinación de ob-jetivos y directrices de actuación145. En primer término, se espe-143 Cit. in A. Gunder Frank: “La militarización de la Economía en el Tercer Mundo”, art. cit., p. 29, subr. nuestro.144 C.D. Padim: “A doutrina da Segurança Nacional”, art. cit., p. 337.145 Para una visión de conjunto, cf., A.M. Tandurella: “Economía, Política Económica y seguridad nacional”, Geosur, nº 54, agosto-setiembre 1984, pp. 3-39. Sobre las características de los ejércitos chileno y argentino (y, entre ellas, la tendencia al golpismo y/o la intervención en los asuntos públicos), cf., entre otros, D. Danton: La política de los militares argentinos, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971; E. Cuenca: El militarismo en la Argentina, Ed. Independencia, Buenos Aires, 1971; A. Joxe: Las fuerzas armadas en el sistema político chileno, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1970; y B. Reiman y F. Rivas: Las Fuerzas Armadas en Chile: un caso de penetración imperialista, Ediciones 75, México, 1976.

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cifican las líneas maestras de carácter estratégico (seguridad militar interna y/o externa) y no estratégico (especialmente el tipo de bienestar y desarrollo económico que se puede alcan-zar sin dinamizar el disenso interno o la incompatibilidad con los intereses transnacionales)146. En segundo término, las metas acordadas tienen un valor absoluto y universal, no admitién-dose definiciones alternativas sobre las mismas que infrinjan la estrategia de la DSN. Al decir de J. Tapia, “...ningún plan de desarrollo económico, cultural o social del país puede ser trazado independientemente de las múltiples y, a veces, rigu-rosas obligaciones impuestas por los imperativos de la seguri-dad nacional”147.

Es importante señalar, a propósito, el múltiple papel táctico y la utilidad que tiene en la DSN la existencia, real o imaginaria, del ‘discrepante’ o ‘enemigo interno’. Recordemos que la DSN es consecuente con la lógica del siguiente silogismo:

1. La oposición a las directrices y objetivos de la DSN, en la práctica, se considera un acto instantáneo de agresión (desánimo, provocación, infravaloración...) a las FF.AA.

2. Por definición extensiva, las FF.AA. es la representación suprema de la identificación Estado-Nación-Pueblo.

3. En conclusión, el opositor nunca puede serlo de las FF.AA. sino de todos y cada uno de los ciudadanos. Ya no es ‘opositor’ sino ‘enemigo interno’.

Y la existencia de ese ‘enemigo interno’ otorga el sentido nece-sario para la vigencia de la DSN y de los proyectos políticos y económicos implícitos en la doctrina. Apenas dos meses des-pués del golpe militar chileno, en setiembre de 1973, el Gral. Prats escribió en su diario: “...en relación al enemigo interno, ha sido predominante en forma creciente el criterio adquiri-

146 Sobre la distinción entre directrices estratégicas y no estratégicas, cf., Golbery do Couto e Silva: Geopolítica do Brasil, op. cit., p. 166 y, desde otra perspectiva, J. Tapia Valdés: “La Doctrina de la Seguridad Nacional y el rol político de las fuerzas armadas”, art. cit., p. 35.147 Ibid., ibid.

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do por los que han pasado por los cursos de la Escuela de las Américas y otros organizados por el Pentágono. En 1973 había ya en el ejército chileno más de tres mil egresados de estos cur-sos. Muchos de ellos respondieron a los estereotipos y reflejos que en estos cursos les inculcaron creyendo librar a la nación del ‘enemigo interior’ han cometido un crimen que sólo pue-de explicarse por su ingenuidad, su ignorancia y su miopía política...”148. El recurso del ‘enemigo interno’, en segundo lu-gar, mantiene la cohesión y el espíritu de cuerpo de las FF.AA. En realidad, esa cohesión y espíritu de cuerpo se basan en la creencia que tienen sobre sí mismos como los nuevos prome-teos, los portadores del fuego. El Tte. Crnel. Pascarelli declara-ba, en Argentina, que “...nuestra lucha no tiene límites morales ni materiales. Estamos más allá del bien y del mal. Combati-mos el fuego con el fuego” (La Opinión, 12.VI.1976)149. Y, en tercer lugar, facilita el desplazamiento de responsabilidades debidas a los fracasos continuos en la implementación de una política económica diseñada por la élite tecnocrática-militar, desplazando, a su vez, la hostilidad del cuerpo social hacia sus ‘enemigos internos’, sus ‘saboteadores’.

Finalmente, otra de las características básicas de la DSN, por su origen y sustentación, es el irrefrenable culto a la violencia y su constante belicismo150. Si bien la DSN se genera como un efecto de la recomposición de fuerzas de uno de los bloques hegemónicos, tras la última guerra mundial, retoma, sin em-bargo, los viejos conceptos y la metodología de la alta geopo-lítica alemana del Tercer Reich. Aunque los geopolíticos lati-noamericanos en boga se esfuerzan en criticar el mal ‘uso’ y la instrumentalización del concepto de ‘geopolítica’, más allá del carácter estratégico y militar, por el nazismo y sus principales

148 C. Prats: Una vida por la legalidad, F.C.E., México, 1977, esp. notas correspondientes al 19.XI.1973).El Gral. Prats, como se sabe, corrió la misma suerte que O. Letelier, M. Moffit, o Z. Michellini.149 Al año siguiente, un comentario editorial del mismo diario le contestaba que “combatimos el fuego con el fuego sin detenernos a pensar que el fuego se combate mejor con agua” (La Opinión, 25.V.1977).150 Cf., al respecto, los comentarios y bibliografía mencionada en supra nota 98. Para una extensión sobre el tema, cf., N. Stein y M.T. Klare: Armas y poder en América Latina, op. cit., pp. 68-81; y J.A. Viera-Gallo: “Militarización y Seguridad Nacional”, Chile-América, nº 76-77, enero-marzo 1982, pp. 57-64.

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teóricos (K. Haushofer), lo cierto es que la geopolítica, como disciplina militar, es definida por Golbery do Couto como un ‘arte’ que, basado en el fundamento geográfico, ofrece directri-ces para la formulación y la realización de objetivos de seguri-dad nacional, preservando los mismos mediante las garantías de una compleja trama de acciones políticas, económicas y psicológicas151.

Otra influencia determinante fue, siguiendo nuestra hipótesis inicial, el triunfo de la Revolución Cubana y las expectativas ‘foquistas’ que despierta en todo el continente. De esta forma, como sistema de dominación del cuerpo social, la DSN genera altas dosis de violencia y sufre, por tanto, crecientes grados de rechazo que alimentan, a su vez, una espiral ampliada de control y represión. Este sistema de combinación violenta, de acciones y reacciones superpuestas, crean el clima más propi-cio para la difusión de los numerosos mitos y representaciones de la cosmología bélica en un medio de permanente estado de emergencia que caracteriza a los estados neofascistas152.

151 Cf., al respecto, Golbery do Couto e Silva: Geopolítca do Brasil, op. cit.; y su mímesis chilena en A. Pinochet: Geopolítica, Ed. Andrés Bello, Santiago de Chile, 1974.Como una extensión crítica, para el caso brasileño, cf., entre otros, S. Ferreira Oliveiros: “La geopolítica y el ejército brasileño”, in V.R. Beltrán (C.): El papel político y social de las fuerzas armadas en América Latina, Monte Avila Eds., Caracas, 1970, esp. pp. 179 y ss.; A. Stepan: Brasil: los militares y la política, Amorrotu Ed., Buenos Aires, 1974; y Th. Dos Santos y V. Bambirra: “Brasil: nacionalismo, populismo y dictadura, 50 años de crisis social”, in P. González Casanova (C.): América Latina: historia de medio siglo, Siglo XXI, México, 1977.Para el caso uruguayo, cf., V. Trías: Uruguay y sus claves geopolíticas, Ed. Banda Oriental, Montevideo, 1971.El caso argentino es, al efecto, más complejo. Conviene señalar que ya el Gral. Onganía estudia el modelo brasileño de intervención militar durante la etapa Illía (1963-1966), recogiendo información en Brasilia sobre la operatividad del concepto ‘frontera ideológica’ que utilizará en su exposición de motivos del derrocamiento de Illía. Según Onganía, una de las causas principales de ruptura con la Presidencia civil fue la negativa de ésta al envío de tropas a la República Dominicana en defensa de la frontera ideológica del continente, “actuando (Illía) con indiferente negligencia y renunciando, de hecho a su cargo de Comandante en Jefe que le correspondía como presidente” (V. Trías: “Las Fuerzas Armadas en las sociedades iberoamericanas”, art. cit., p. 128).El intervalo de ‘retorno a los cuarteles’, en Argentina, fue una fase transitoria que duró el tiempo necesario para demostrar los contínuos fracasos de la política interna desde la proposición de la Alianza Nacional propugnada por el Gral. A. Lanusse (Mi testimonio, Ed. Laserre, Buenos Aires, 1976), en primer lugar, y ajustar doctrinariamente el modelo de la seguridad nacional para que el ejército asumiese los requerimientos sociales derivados de la ineptitud de los últimos gobiernos peronistas, en segundo lugar. El golpe de 1976 fue, en este sentido y al decir de M. Kaplan, la culminación del laberinto de la frustración.152 Sobre el ‘estado de emergencia’, cf., J. Tapia Valdés: Neoautoritarismo y neofascismo. Ensayo de interpretación jurídico-institucional, op. cit.

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3. Legitimación en la Doctrina de la Seguridad Nacional

Quisiéramos resaltar, de modo breve, el hecho de que la DSN no sólo justifica la intervención castrense en los asun-tos civiles de gobierno sino que, además, hace de esa in-jerencia una fórmula no transitoria. Esta observación es una consecuencia directa de lo hasta aquí tratado. Como indicaba C.D. Padim, la DSN no representa un puente co-yuntural sobre la descomposición de la democracia liberal en América Latina y el retorno posible a la institucionali-dad clásica. Al contrario, si el golpismo tradicional en la región fue, en muchos sentidos, profético ahora se muestra mesiánico, asumiendo la dirección y la gestión de la crisis económica y social que no puede abordar el agotado Es-tado Reformista. La promoción de un proyecto político y económico a largo plazo por la élite tecnócratas-burguesía transnacionalizada-militares, tras el baluarte legitimador de la triple identidad Estado-Nación-Pueblo, tiene un cla-ro carácter estructural que exige, para su materialización, no sólo la existencia omnipresente del ‘enemigo’ -interno o externo, real o imaginario- ante el cual defenderse orgá-nicamente sino, también, la presencia imprescindible del militar en aquellas posiciones estratégicas de la seguridad y la vida política y económica del país153. En definitiva, el tratamiento sobre el conflicto social y la crisis económica que propone la DSN imposibilita el tránsito desde una si-tuación de estricta dominación a otra de hegemonía, ya que son regímenes ‘autoritaristas’ y no ‘autoritarios’, en el sentido de que en su génesis y evolución no son legitima-dos como tales. De ahí su acendrada vocación en enfatizar sus obras y no sus razones154. Aunque responda a los inte-reses de las fracciones más dinámicas del capital transna-cional, la DSN es portada por los regímenes militares como si fuera propia. Puesto que de regímenes no legitimados se trata, su horizonte político y su práctica político-económi-

153 En otras palabras, la primacía de la legitimación de ejercicio frente a la legitimación de origen.154 La distinción ‘autoritario-autoritarista’ se debe a H. Zemelman: “Acerca del fascismo en América Latina”, art. cit.

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ca cotidiana no son definidos, en última instancia, por las FF.AA. sino por las necesidades del capitalismo transna-cional y la dinámica interna de los procesos históricos en curso. Como señala pertinentemente A. Gunder Frank155:

“...toda esta represión de las Juntas militares del Cono Sur, si bien en un primer sentido es coyuntural, en otro sentido es cada vez más estructural. Requiere edificar un aparato de Estado político y económico, basado en una alianza de clases que puedan perpetuar un ré-gimen político capaz de permitir este tipo de inserción de los países subdesarrollados en la división internacional del trabajo”

Aunque pudiera considerarse este comentario de Gunder Frank como mecanicista, lo cierto es que acentúa la prioridad que tienen, en la DSN, las necesidades de ‘inserción’ de cada país en la economía mundial respecto a las posibilidades de legitimación o de atenuación de los rasgos atávicos de sus regímenes militares. Es, en este sentido preciso, cuando se vislumbra el carácter no transitorio de la DSN.

La fundamentación de la legitimidad de este tipo de Estados se afilia a la lógica decisionista del Derecho y a la concep-ción de dictadura soberana que tiene en K. Schmitt su máxi-mo expositor156. La política es, para este autor, una relación hostil sobre la que se eleva la suprema voluntad del Estado, libre de restricciones demoliberales en la esfera decisoria y en la generación del Derecho. Será, por tanto, la legalidad situacionista -acorde con las mutaciones de la estrategia de la DSN- quien funda la legitimidad de la ‘dictadura sobera-na’ en ‘la victoria sobre...’ y en ‘la capacidad de adaptarse a...’, el enemigo interno y la juridicidad pre-existente, res-

155 A. Gunder Frank: “La crisis mundial y el Tercer Mundo”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 5, setiembre 1977, p. 33. Cf., asimismo, una ampliación de los puntos de vista del autor en Reflexiones sobre la crisis económica, Anagrama, Barcelona, 1977.156 Cf., al respecto, K. Schmitt: La dictadura. Desde los comienzos del pensamiento moderno de la soberanía hasta la lucha de clases proletaria, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1968; y sus Estudios Políticos, Ed. Doncel, Madrid, 1975.

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pectivamente157. Para K. Schmitt, el Derecho no regula si-tuaciones históricas permanentes y, por lo tanto, debe ser un instrumento moldeable ante las diferentes situaciones que se puedan presentar. Esta legalidad situacionista, en el seno del Estado de facto vía insurreccional, se identifica siempre con la voluntad del líder, individual o colectivo, sin más limitaciones que las generadas por su automoderación. Es, en consecuencia, una legalidad situacionista y decisionis-ta. La dictadura soberana puede, entonces, modificar la le-galidad según dicten la lógica del ‘decisor’ y la lógica de las ‘situaciones’. Está capacitada para modificar, suspender, cambiar o, simplemente, actuar al margen del ordenamien-to constitucional. No sorprende que la DSN haya asumido la herencia intelectual de K. Schmitt para la justificación y fundación de la dictadura soberana, enriqueciendo los aná-lisis del jurista alemán con la experiencia española, durante el primer franquismo, y la experiencia francesa, adquirida en Argelia.

Si observamos la práctica constituyente de los regímenes milita-res del Cono Sur, en los últimos años, constataremos que sigue una lógica decisionista y situacionista. Los ‘Actos Constitucio-nales’ en Chile o los ‘Atos Institucionais’ en Brasil representan dos ejemplos claros. A pesar del aspecto que tienen como un ordenamiento puntual de cuestiones sectoriales se presentan siempre con una jerarquía fundamental, sea cual sea la forma, el contenido o el número de afectados. Es, en consecuencia, una práctica que acrisola en un todo continuo cuasi-constitucional lo que es, meramente, la identificación de la voluntad de la dic-tadura soberana en cada norma jurídica, para cada situación concreta, a través de la usurpación del poder constituyente, la concentración del poder legislativo en el ejecutivo, la interven-ción en el poder judicial y la ampliación de la jurisdicción mili-tar en deterioro de los tribunales ordinarios.

157 Cf., S. Soler: Temas antiliberales. Marxistas y autoritarios, Ed. Sur, Buenos Aires, 1977, esp. pp. 130 y ss. Cf., también, J. Vigón: Teoría del militarismo, Rialp, Madrid, 1965; y P. Paret: French Revolutionary Warfare From Indochina to Algeria. The Analysis of a Political and Military Doctrine, Praeger, New York, 1964.

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Sin olvidar los necesarios matices y las limitaciones inherente al análisis de los regímenes militares del Cono Sur latinoame-ricano, a partir del estudio del componente genético del capi-talismo en crisis, ¿no estamos acaso ante el neofascismo más nítido?. Una respuesta afirmativa a nuestro interrogante no puede olvidar la existencia, en América Latina, de regímenes militares ‘nacionalistas’ como sucedió en Bolivia (1964), Perú (1968) o Ecuador (1972). Estos casos mostrarían la aparente ambivalencia de dos formulaciones históricas de la DSN: una de inspiración neofascista y otra ‘nacionalista-popular’, en contradicción con la primera158.

A nuestro juicio, y como muestra la evolución de esas expe-riencias, la distinción es incorrecta. Cuando un regímen mi-litar levanta la bandera nacionalista con el fin de movilizar a las masas y ganar, con ello, la legitimación que está ausente del proceso, el riesgo de desnaturalización es evidente. Por-que si existe una contradicción no es entre dos lecturas de la DSN sino entre ésta y la posible proyección anti-imperialista que adquiere un regímen militar que adopte esa vía de le-gitimación. En todos los casos -y la experiencia del Perú es muy significativa- la contradicción se resuelve, a medio pla-zo, a favor del neofascismo intrínseco de la DSN159. Parece, pues, constatado que el carácter nacional-popular de la DSN se debe a una consideración errónea y voluntarista sobre sus verdaderos objetivos. Esta calificación crítica es, asimismo, trasladable a cualquiera de las valoraciones moderadas que se han hecho de la DSN. En este sentido, algunos autores como A. Methol Ferre, han creído percibir, en la DSN, la con-tinuidad y el posibilismo de los regímenes militaristas tra-dicionales, con el mismo ideario evangelizador que antaño para luchar contra el foquismo revolucionario, suplantar la industrialización y dinamizar la escasa integración social de los países americanos160.

158 Cf., J. Rojas y J.A. Viera-Gallo: “La doctrina de la seguridad nacional y la militarización de la política en la América Latina”, art. cit., p. 44.159 Como confirma A. Cueva: “La cuestión del fascismo”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, abril-junio 1977, pp. 476 y ss.160 Cf., A. Methol Ferre: “Sobre la actual ideología de la Seguridad Nacional”, Revista del Instituto Pastoral del CELAM, nº 10, junio 1977, esp. pp. 178 y ss.

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Como advertimos en su momento, considerar a la DSN como la filosofía adecuada que ilumine, mediante di-rectrices y objetivos, una crucial etapa del desarrollo de la región, es, de uno u otro modo, una defensa ideológica que enmascara, bajo las expectativas de crecimiento económico que pudiera generar, la necesidad de superar etapas según la mímesis de procesos de desarrollo ajenos a la realidad del continente. En este sentido, la prédica de la modernización mediante la DSN es una herencia intelectual de las interpre-taciones pesimistas de ciertos sociólogos latinoamericanos que vieron el fenómeno del ‘caudillismo’ como una fatalidad histórica pero inevitable, recurriendo, si fuera preciso, a la descontextualización de algunos párrafos de Simón Bolívar cuando propugnaba, en 1815, la existencia de gobiernos pa-ternalistas ‘dado que las representatividades no se adecúan al carácter y costumbres de los latinoamericanos’161. A nues-tro entender, en definitiva, una defensa de la DSN por esta vía no sólo se convierte en apología de la actual violencia ins-titucional de los regímenes militares del Cono Sur sino que descalifica, caricaturizando, un conjunto de ricas sugerencias económicas del pensamiento bolivariano como las presenta-das por J. Consuegra162.

161 Cf., al respecto, D. Gressel: “Seguridad nacional y desarrollo económico”, Estudios Públicos, nº 7, invierno 1982, pp. 43-47. Sobre la caricaturización del pensamiento bolivariano, cf., A. Rouquié: “Dictadores, militares y legitimidad en América Latina”, Crítica y Utopía, nº 5, segundo trimestre 1981, pp. 11-28, y esp. p. 16 nota.162 Cf., J. Consuegra Higgins: Las ideas económicas de Simón Bolívar, Plaza y Janés, Bogotá, 1982, esp. pp. 11-55.

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CAPÍTULO IV

QUIEBRA DEL MODELO OLIGÁRQUICO Y CRISIS DEL ESTADO REFORMISTA

El objetivo del presente capítulo es doble. En primer lugar, estudiaremos la dirección de los procesos de transición inme-diatos a las crisis del Estado Oligárquico y del Estado Re-formista en América Latina. Situamos, por tanto, la compleja articulación democracia-capitalismo, descrita anteriormente, en el ámbito de nuestro discurso. En este sentido, observare-mos que la crisis del Estado Oligárquico y del Estado Reformista responde -sometiéndose a una hipótesis de trabajo- a los cam-biantes requerimientos infraestructurales y las progresivas exigen-cias socioeconómicas. En otros términos, a las consecuencias directas de la tensión democracia-capitalismo en América Latina. En segundo lugar, proponemos, al filo de la crisis del Estado Reformista y la implantación de regímenes militares en el Cono Sur, la pertinencia analítica de ‘fascismo dependiente’ como una categoría trivalente que incorpora el carácter neofas-cista, la Doctrina de la Seguridad Nacional y la situación de de-pendencia política y económica de los casos estudiados.

Desde la Independencia, la vida política de América Latina siempre estuvo afectada por el fenómeno de integración de su economía al expansivo mercado mundial. El Estado Oli-gárquico se presenta, entonces, “como forma estatal capitalis-ta correspondiente al período de predominio de la economía primario-exportadora”163. Se consagran, por tanto, las frac-ciones de la burguesía ligadas, de una u otra forma, al sector externo164. Siendo un ‘estado capitalista’, el Estado Oligárqui-

163 En palabras de A.A. Borón: “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América Latina”, art. cit., p. 56.164 Cf., para el período reformista y sin afán exaustivo, J. Stanley y B.H. Stein: La herencia colonial de América Latina, Siglo XXI, México, 1970; T. Halperin Donghi: Historia contemporánea de América Latina, Alianza Ed., Madrid, 1972, esp. pp. 207 y ss.; M. Kaplan: Formación del Estado nacional en América Latina, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1969; Sbagú: “Tres oligarquías, tres nacionalismos: Chile, Argentina y Uruguay”, Cuadernos Políticos, nº 3, enero-marzo 1975; y A. Cueva: El desarrollo del capitalismo en América Latina, Siglo XXI, México, 1978, esp. Cap. 7 y Cap. 8, pp. 127-164.

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co es susceptible en manifestarse mediante diversos regíme-nes (el ‘porfiriato’ mexicano, la ‘República Velha’ de Brasil, el presidencialismo típico de Argentina o Uruguay, la república parlamentaria en Chile, etc.). Pero todos esos regímenes, con rasgos característicos propios y diversos, se sustentan en una base común: el reflejo del Estado liberal clásico y la tensión contradictoria democracia-capitalismo. Como escribe O. Ian-ni, al cuadro de relaciones económicas, sociales y políticas del Estado Oligárquico se le debe yuxtaponer las diversas raíces del liberalismo de las élites de la clase dominante165:

“Algunas veces el liberalismo es un compro-miso real... Otras veces, es apenas ‘exterior’... Algunas veces el liberalismo está impregnado del positivismo de Comte... Otras veces está directa y abiertamente comprometido con el librecambio de Smith y Ricardo... En la mayo-ría de los casos, sin embargo, el liberalismo formal de los gobernantes corresponde a los compromisos inevitables entre los dos planos antagónicos de la realidad latinoamericana: la sociedad nacional y la economía dependiente. Por esa razón, el autoritarismo más o menos violente (uso interno) se yuxtapone al liberalis-mo formal y retórico (uso externo)”

El filósofo L. Zea mantiene, al respecto, una opinión similar166. Es, a nuestro juicio, E. Torres-Rivas quien resume perfecta-mente el carácter de ruptura y continuación, al mismo tiempo, del modelo oligárquico167:

“La ‘revolución’ o la reforma liberal, como quie-ra llamársele, fue todo menos prolongación li-neal y mecánica del período precedente, al que

165 O. Ianni: “Populismo y relaciones de clase”, in G. Germani et al.: Populismo y contradicciones de clase en Latinoamérica, Ed. Era, México, 1973, p. 93.166 Cf., al respecto, L. Zea: El pensamiento latinoamericano, Ed. Pomaca, México, 1965, tomo I, pp. 62-72.167 E. Torres-Rivas: Centroamérica hoy, Siglo XXI, México, 1975, pp. 65-6, subr. nuestros.

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niega y continúa... Lo niega por el sistema de do-minación política que se forma internamente, que permite a una nueva clase imponer sus ob-jetivos e intereses y sus características ideológi-cas que contradicen el orden político y económi-co colonial y más directamente, su restauración conservadora; lo continúa porque el período colonial formó una estructura social que no fue modificada sustancialmente en la medida en que la economía de exportación se acomodó o retuvo sus rasgos básicos”

Pero no sólo cambian las condiciones internas. Durante la eta-pa oligárquica se dan ciertas variaciones de importancia en la articulación de cada país con el exterior. Como indica el mis-mo E. Torres-Rivas168:

“... la burguesía rural que logra incorporar la economía al sistema capitalista mundial emer-ge como una clase dominante a medias o, como la hemos llamado en otra parte, como un grupo cuya articulación de intereses con la burguesía metropolitana del exterior la convirtieron en clase dominante-subordinada

En esencia, el modelo oligárquico, siendo ideológicamente liberal, tiene una práctica manifiestamente discriminatoria respecto a las clases subalternas en los procesos de decisión política. El liberalismo del Estado Oligárquico se redujo a la mera sanción jurídica de ciertos derechos y libertades pero las políticas jacobinas emprendidas, al decir de A.A. Borón, se debatían contra la dominación exclusivista y oligárquica del nuevo bloque en el poder169. Recuperando los comenta-rios generales sobre la contradictoria articulación democra-cia-capitalismo-liberalismo, el Estado Oligárquico guarda en su seno esa tensión que emerge en la fase de su descompo-

168 Ibid., p. 66.169 “Entre Hobbes y Friedman, liberalismo económico y despotismo burgués en América Latina”, art. cit., p. 57.

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sición, demostrando la fragilidad que tenía un referente uni-versal como el Estado liberal clásico que aglutina las nuevas formas sociales que derivan de la penetración del capitalis-mo en América Latina con las dislocaciones, aún presentes, de las viejas estructuras de la sociedad colonial. Por eso la lucha de las llamadas clases subalternas cuestionará tanto el exclusivismo agrario en el proceso de decisión como el pseu-doliberalismo que actuaba de coraza ideológica protectora de aquél170. “Por lo tanto”, resume E. Yepes del Castillo las conclusiones de uno de los paneles de estudio de la XI Asam-blea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, “no se trata que liberalismo y democracia no son necesariamente lo mismo sino que implícitamente, el liberalismo puesto en marcha por las clases dominantes se ha convertido en un me-canismo que permite la no democratización del país”171.

La dosis de violencia inherente a la quiebra y recambio del modelo oligárquico en América Latina tuvo desigual repercu-sión. Desde la desaparición ‘física’ de los terratenientes en Mé-xico172, como caso límite, hasta el paso a un lugar secundario en la escena política brasileña173. Sin embargo, esta diversidad en la transición hacia el Estado Reformista ha dado lugar a la consideración de ‘tránsito pacífico’, como señala R.M. Marini, cuando, en realidad, fue la culminación de una fase brusca de luchas de clases, como responde A. Cueva174.

Tras la disolución de las bases materiales e ideológicas del Estado Oligárquico, surge el Estado Reformista (Popularista,

170 Cf., al respecto, las diversas aportaciones sobre el tema en R. Benítes Zenteno (C.): Clases sociales y crisis política en América Latina, Siglo XXI, México, 1977.171 E. Yepes del Castillo: “Democracia y liberalismo en América Latina”, Análisis, nº 11, mayo-agosto 1982, p. 79. La XI Asamblea del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO, se celebró en Lima del 30 de noviembre al 3 de diciembre de 1981. Uno de los paneles de discusión estaba dedicado al tema “Democracia y Liberalismo en América Latina”, en el cual se abordaron las relaciones entre la crisis del Estado Oligárquico y la contradicción democracia-capitalismo en América Latina.172 Cf., especialmente, A. Córdova: La formación del poder político en México, Ed. Era México, 1972, pp. 15 y ss.173 Cf., al respecto, F.C. Weffort: “Clases sociales y desarrollo social -contribución al estudio del populismo”, in A. Quijano y F.C. Weffort: Populismo, marginalización y dependencia, Educa, Costa Rica, 1973, pp. 79 y ss.174 Cf., R.M. Marini: Subdesarrollo y revolución, Siglo XXI, México, 1969, p. 11; y A. Cueva: El desarrollo del capitalismo en América Latina, op. cit., pp. 147 y ss.

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Promotor, Ilustrado...) como la expresión de ciertos avances democráticos de la sociedad -en los aparatos estatales, en la fábrica, en la vida cotidiana- pero negando, al mismo tiempo, la vigencia y funcionalidad de las instituciones liberales re-presentativas a las que se reprocha una identificación esencial con el exclusivismo agrario y oligárquico anterior. De aquí, avanzamos nosotros, y en líneas generales, la vida política latinoamericana oscilará desde entonces entre progresos de-mocráticos de la ciudadanía que no se reflejarán en la mate-rialidad y las formas de las instituciones. En otros términos, el Estado Reformista se desarrollará a través del empuje de logros democráticos efectivos que, al no ser asumidos por la trama institucional de modo pleno, se ven despojados del con-secuente contenido real. En la esfera del crecimiento económi-co, la crisis del modelo oligárquico implica la quiebra de una industrialización basada exclusivamente en el dinamismo del sector primario-exportador. El modelo reformista prima, en este sentido, una ‘introversión’ del crecimiento a través, en las primeras décadas del siglo presente, de una industrialización sustitutiva de importaciones y ‘hacia adentro’175.

En definitiva, el estilo de desarrollo y el esquema político descritos forman un binomio que, mientras acelera la conso-lidación del modelo reformista, se orienta preferentemente a la racionalidad del capitalismo periférico y dependiente, donde ninguna clase o fracción de la misma se asegura una hegemonía definitiva. Ello obligará a una estrategia de com-promisos y a la incorporación de nuevos grupos sociales en ascenso, en la vida política, económica y cultural, asegurando la hegemonía de la burguesía nacional a partir de la estabili-dad que exige un proceso de crecimiento económico como el

175 La literatura sobre el tema de la industrialización sustitutiva y la opción por un desarrollo ‘hacia adentro’ es muy amplia. Cf., entre otros, C. Furtado: La economía latinoamericana desde la conquista ibérica hasta la revolución cubana, Siglo XXI, México, 1974, pp. 106-132. Existe, sin embargo, un trabajo que podríamos considerar clásico en la materia y se debe a Mª C. Tavares (“Auge y declinio del proceso de sustitución de importaciones en el Brasil”, Boletín Económico de América Latina, CEPAL, vol. IX, nº 1, marzo de 1964), fue posteriormente revisado y publicado, bajo el título de “El proceso de sustitución de importaciones como modelo de desarrollo reciente en América Latina”, in A. Bianchi et al.: América Latina: ensayos de interpretación económica, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1969, pp. 150-179.

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adoptado. Es por todo lo expuesto hasta aquí, de forma nece-sariamente breve, lo que sustentaría la afirmación siguiente: la democracia liberal, en América Latina, fue la conquista de los estratos de población tradicionalmente marginados que pugnaron por una participación política más amplia a la pre-dicada, sin hechos probatorios, por el modelo oligárquico. Tales demandas se canalizaron, para los tres casos de nuestro estudio, por la vía de ‘alessandrismo’ chileno, el radicalismo argentino y el ‘batllismo’ uruguayo.

No obstante, la profundización democrática requerida por la clase trabajadora terminó por desbordar el estrecho marco del liberalismo ampliado en el modelo reformista. Para E. Laclau, existe un desfase entre el ‘discurso democrático’ y el ‘discurso liberal’ (desfase al que ya hemos dedicado abundantes comen-tarios en notas anteriores) que posibilita el protagonismo del populismo176. Aparte el ‘paternalismo político’ de los citados textos de Bryce y Dahl, el interés académico norteamericano sobre el tema es lo suficientemente pronunciado como para que nos hagamos eco aquí, en especial cuando esa preocupa-ción se traduce en una valoración metropolitana de las conse-cuencias políticas del desarrollo económico en América Latina. Ya comentamos anteriormente el significado de los Informes Rockefeller (1969) y de la Comisión Trilateral (1975) sobre la

176 E. Laclau: Política e ideología en la teoría marxista, Siglo XXI, México, 1978, esp. pp. 221 y ss. Cf., asimismo, R. Prebisch: “Estructura socioeconómica y crisis del sistema”, Revista de la CEPAL, nº 6, segundo semestre 1978, esp. pp. 168-181; y E. de Ipola: Ideología y discurso populista, Folios Ed., México, 1981, en lo que se refiere, respectivamente, a los actores y al mensaje populista.Por una parte, J. Bryce (Modern Democracies, Macmillan, Nueva York, 1921, tomo I, p. 22) considera que Argentina y, posiblemente, Chile y Uruguay, son los únicos países del área que pueden considerarse liberal-democráticos.Por otra parte, R. Dahl (Polyarchy, Yale University Press, New Haven, 1971, pp. 246 y ss.) entiende que ‘poliarquía’ es un régimen abierto a la participación y a la competencia política. Entonces, para el autor y en 1971, solamente existiría una poliarquía plena (Uruguay) y algún caso especial (Chile).El Informe Pearson (L.B. Pearson et al.: Partners in Development, Praeger, Nueva York, 1969) y el Informe Peterson (R.A. Peterson et al.: U.S. Foreing Assistance in the 1970’s: a New Approach, USA Print Off, Washington, 1970) Cf., para una extensión de los comentarios críticos de H. Jaguaribe, Political and Economic Development, Harvard University Press, Cambridge, 1968; La Dependencia Político-Económica de América Latina, Siglo XXI, México, 1969; y, especialmente, “Implicaciones políticas del desarrollo latinoamericano”, in C.F. Díaz Alejandro, V. Tockman y S. Teitel (Sels.): Política económica en centro y periferia. Ensayos en honor a Felipe Pazos, op. cit., pp. 83-130.Cf., en este sentido, para el caso uruguayo, C.M. Rama: Las clases sociales en Uruguay, Ed. Nuestro Tiempo, Montevideo, 1960; e Historia social del pueblo uruguayo, Ed. Comunidad del Sur, Montevideo, 1972; para el caso argentino, D. Tieffenberg: Luchas sociales en Argentina, Ed. Aldaba, Buenos Aires, 1970; y, para el caso chileno, J. Barría: El movimiento obrero en Chile, Ed. UT, Santiago de Chile, 1971.

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‘calidad de vida’ y la ‘gobernabilidad’ de las democracias, de amplia difusión en la región (cf., supra n. 121). En lo que si-gue nos referiremos a otros dos, el Informe Pearson (1969) y el Informe Peterson (1970), cuyas conclusiones fueron conoci-das en una fase convulsiva de la vida política latinoamericana, coincidiendo el final de la opción foquista-revolucionaria con el auge publicista de la Doctrina de la Seguridad Nacional.

Ambos informes, a petición del Banco Mundial y del presi-dente Nixon respectivamente, contaron con la autoría de co-nocidos intelectuales norteamericanos como W.A. Lewis, P.S. Huntington y G. Haberler, entre otros. Sin embargo, tanto uno como otro se someten, al decir de H. Jaguaribe, a una serie de falacias lastrantes sobre el desarrollo político y económico de América Latina. En primer lugar, se postula la flexibilidad de las condiciones políticas a los requerimientos del crecimiento económico. En segundo lugar, ambos informes suponen que el techo potencial de un sistema democrático en la región se reduce al logro de un tipo liberal-burgués de regímen políti-co. En tercer lugar, suponen, también erróneamente, que las medidas económicas preconizadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial favorecen no sólo el creci-miento sino la estabilidad política y económica del área.

Es, en un principio, sorprendente y muy aleccionador el comprobar que la ampliación ‘democrática’ del modelo re-formista en América Latina tiene unos resultados parcos y endebles, a pesar de las previsiones optimistas de algunos científicos sociales que veían, en la expansión profunda del capitalismo en la región, un hecho irreversible de amortigua-ción de las tensiones sociales y de consolidación del sistema democrático representativo. La realidad fue otra. Si acotamos este proceso en cinco décadas, desde 1921 a 1971, observare-mos el estancamiento, cuantitativo y cualitativo, de los regí-menes democráticos de la región.

En nuestra opinión, los análisis de Bryce, Dahl o de los infor-mes citados no profundizan en la cuestión cardinal. Argentina, Chile y Uruguay, que son el objeto directo de nuestro estudio,

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tienen, hasta la implantación de los regímenes militares, un sistema de democracia liberal muy limitado que proporciona débiles y escasas vías de canalización de las demandas cla-sistas. En otras palabras, el sistema político y el bipartidismo tradicional (liberales-conservadores) es una herencia no agota-da del arcaico Estado Oligárquico que se ve rebasado amplia-mente por la movilización popular. Con la crisis definitiva del Estado Populista, la burguesía arrojará los últimos restos de la institucionalidad democrática, en 1973 (Chile, Uruguay) y en 1976 (Argentina), solicitando la intervención militar como la única instancia capaz de enfrentarse a las movilizaciones que el mismo modelo reformista había posibilitado.

Es necesario señalar, en este momento, lo que aquí se entien-de por populismo (y, consecuentemente, por Estado Populista): no como una estricta alternativa ideológica sino como una pro-puesta de configuración sociopolítica que acompaña el paso de las sociedades dependientes al capitalismo industrial, especial-mente en aquellos países que cuentan con un desarrollo más temprano de sus economías (Argentina, Chile y Uruguay, en nuestro caso. Una conceptualización así del populismo y del Es-tado Reformista califica un tipo de sociedad más allá de los mo-vimientos sociales y sin circunscribirse a un modelo sociopolí-tico concreto (como pudiera ser el peronismo). Los referentes aludidos son, ahora, más amplios, respondiendo a un marco global de industrialización, de crecimiento, de relación de cla-ses en pugna y, por lo tanto, a un tipo de lucha de clases177.

En este sentido, el modelo reformista trató de reconstituir el poder oligárquico y el orden liberal mediante las alianzas dictadas por las presiones de la población. De esta forma, el modelo asumió aquellas demandas democráticas que fue-ran viables sin llevar nunca la iniciativa. Paulatinamente el modelo reformista se aleja del origen promotor de su exis-tencia, las fuerzas populares, limitándose a ser el escenario, como señala L. de Riz, donde el conflicto social se constriñe

177 Cf., sobre las relaciones entre un modelo de industrialización y modalidades de lucha de clases, A. Touraine: Les societés dépendentes, Ed. Duculot, Paris, 1976.

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a un mero problema economicista de distribución, una dia-léctica reducida al juego de satisfaciones-reclamaciones de derechos económicos y políticos pero que no se tradujo, en ningún caso, a nivel productivo e, incluso como afirma Ga-rretón, el populismo es un bloque político y social de centro que agrupa, primero, intereses de las llamadas clases medias, asegurando la estabilidad del sistema a través de una política pendular (liberales y conservadores) y, segundo, los intereses de los sectores populares mediante una permeabilidad social que facilite la consecución de fines reinvidicativos, a corto plazo, y asegurando la paz social, también a corto plazo178. En definitiva, el Estado Reformista tiene un proyecto industria-lizador ‘heterodoxo’, en palabras de M.A. Garretón, porque no es alentado por una burguesía regeneradora, agresiva, fiel a su rol histórico, creadora de un orden econodinámi-co y moderno al que la esfera política debe ajustarse. No es ése el proceso; al contrario, el Estado de compromiso se convierte en el principal actor de la industrialización al que la burguesía se asocia incondicionalmente en cuanto cons-tituye una fuente de la que se extraen beneficios y ventajas (e, incluso, protección en fases de crisis). Es, en síntesis, el Estado Promotor, la traducción criolla del Welfare State Key-nesiano, con los defectos estructurales del mismo (dados por el sistema al que pertenece) pero sin ninguno de sus aspec-tos positivos (dada la situación de dependencia económica y política al centro del sistema). Respecto al sugerente tema de los límites del Welfare State, S. Giner escribe que el hecho de que el arbitraje del conflicto social por parte del Welfare State significa que la sociedad corporativa es a la vez geren-te del conflicto y parte interesada en él. Por tanto, el arbi-traje no es simétrico su justicia distributiva es clasista y en todo caso siempre favorece los intereses de los organismos corporativos y de los grupos de presión privilegiados, ade-más de aquellas clases de corte tradicional con suficiente in-

178 Como subraya L. de Riz: “El fin de la sociedad populista y la estrategia de las fuerzas populares en el Cono Sur”, Nueva Sociedad, nº 47, marzo-abril 1980, p. 76. Cf., asimismo, M.A. Garretón: “Las fuerzas político sociales y el problema de la democracia en Chile”, Trimestre Económico, nº 189, enero-marzo 1981, p. 102.

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fluencia para la eficaz protección de sus privilegios. Cuan-do C. Offe se refiere al problema de las contradicciones del Estado del Bienestar y su política económica keynesiana, se advierten las dificultades que tiene cualquier analista en cuanto intente equiparar la situación de postguerra de los países capitalistas desarrollados con el modelo reformista de América Latina. Porque, en los primeros, el Estado del Bienestar estuvo capacitado para controlar, con relativo éxito, la demanda efectiva pero interfiriendo el ajuste de la oferta. Y ahí estaba su contradicción: sólo los problemas que era capaz de resolver se consideraron prioritarios179.

Por otra parte, desde la perspectiva latinoamericana, el WSK representaba el Estado locomotora, el sector clave, el cerebro preciso al que se referían, con cierta dosis de ingenuidad, los primeros trabajos de economistas e instituciones de prestigio como CEPAL180. Al respecto, A. Gurrieri181 indica que:

“El Estado ha tenido siempre en los escrito-res de la CEPAL un tratamiento un poco pa-radójico: se le considera agente decisivo en la formulación y aplicación de la estrategia de desarrollo, pero no se analiza a fondo su cam-biante naturaleza real. La solución a esta pa-radoja se ha logrado suponiendo la existencia de un Estado planificador y reformista ideal, que cumpliría a cabalidad la función que se le ha asignado”

179 Cf., al respecto, E. Laclau: Política e ideología en la teoría marxista, op. cit., pp. 221 y ss.; “Introducción” a B. Rizzi: La burocratización del mundo, Península, Barcelona, 1980, p. 28); y C. Offe: “A democrácia partidária e o welfare state keynesiano: fatores de estabilidade e desorganizaçao”, Dados, vol. 26, nº 1, 1983, pp. 29-52.180 En este sentido son definitorios los textos de R. Prebisch en su primera etapa en la CEPAL: “El desarrollo económico de la América Latina y algunos de sus principales problemas”, Boletín Económico de América Latina, CEPAL, febrero 1962 (orig. 1949); “Estudio económico de América Latina”, Revista de Economía, abril-mayo 1950, pp. 577-582; Problemas teóricos y prácticos del crecimiento económico, CEPAL, Santiago de Chile, 1973 (orig. 1951); y La cooperación internacional en la política de desarrollo latinoamericano, CEPAL, Santiago de Chile, 1973 (orig. 1954). Cf., asimismo, para una evolución del pensamiento de la CEPAL desde sus planteamientos iniciales de industrialización, O. Rodríguez: La teoría del subdesarrollo de la CEPAL, Siglo XXI, México, 1980.181 A. Gurrieri: “Vigencia del Estado planificador en la crisis actual”, Documento SD/ILPES, Santiago de Chile, mimeo, p. i.

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Este trabajo de A. Gurrieri consta de tres partes principales: la atribución que otorga la CEPAL al rol del Estado, las ca-racterísticas principales de esa concepción de Estado y, final-mente, se diseña una estrategia alternativa de desarrollo au-tónomo, equitativo y democrático, sobre la base de un Estado y de procesos políticos que se alejan de anteriores imágenes ideales elaboradas por la CEPAL.

La crisis del modelo reformista evidencia que la profundiza-ción y estabilización del capitalismo en América Latina pasa ineludiblemente por el fortalecimiento de su dependencia. Esta, a su vez, es incompatible con los procesos de negocia-ción, y participación social propios de los regímenes libe-ral-democráticos que el modelo reformista intenta diseñar. La nueva etapa del capitalismo exige no sólo una ‘profundi-zación’ liberal, a nivel económico, sino una ‘ruptura’ con el sistema político precedente.

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CAPÍTULO V

EL “FASCISMO DEPENDIENTE” EN AMÉRICA LATINA

A nuestro juicio, el aporte reflexivo sobre la óptica neolibe-ral del binomio democracia-capitalismo, las distintas carac-terizaciones de los regímenes militares en América Latina, los fundamentos de la Doctrina de la Seguridad Nacional y la proposición, por último, de la categoría ‘fascismo depen-diente’ para el estudio de los regímenes militares de Chile, Argentina y Uruguay, nos permitirá abordar con precisión el cómo y el por qué adoptaron una política económica pre-dominantemente neoliberal (por la filosofía subyacente) y férreamente monetarista (por su instrumentación), en el marco de una apertura económica irrestricta hacia el exte-rior que dió lugar a procesos de endeudamiento externo de especiales características. El único agente capaz de dirigir esa ‘ruptura’ política es aquél aparato estatal revestido no sólo de poder disuasorio sino de represión instantánea: las FF.AA. Es el estamento militar quien deberá enfrentarse a los mayores niveles de movilización social que el mismo modelo reformista fomentó. Utilizando el principio exclu-yente y elitista de la DSN, las FF.AA. ajustan violentamente los procesos político y económico a las nuevas necesidades de refundación del vínculo del Cono Sur con el capitalismo mundial.

La envergadura del diseño, como vimos, transciende el ca-rácter del golpismo tradicional de la región e implica pro-fundas transformaciones y una ‘nueva’ institucionalidad. Lo que fuera una bandera de los científicos sociales progre-sistas de América Latina (es decir, las ‘transformaciones y reformas estructurales’) ahora es un capítulo más de la DSN pero con un sentido radicalmente distinto. De esta manera, se proponen medidas referentes a la transformación del siste-ma educativo, a la revisión de la escala de valores sociales, a la desarticulación del aparato estatal productivo, a la reforma

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de la ‘reforma agraria’, a drásticos cambios en el sistema de organización y representación social182.

La proposición de ‘fascismo dependiente’, como una categoría analítica trivalente en cuanto incorpora el carácter neofascis-ta, la múltiple funcionalidad de la DSN y el fortalecimiento de la dependencia a la metrópoli, a partir de los regímenes militares en cuestión, responde a la importancia de una mi-sión, la de re-situar el Cono Sur en la división internacional del trabajo, que les fue encomendada tras el agotamiento y crisis del modelo reformista. La vinculación ‘neofascis-mo-militares’ es lógica: el ejército es sinónimo de orden, de disciplina, de planteamientos estratégicos. El neofascismo en ascenso puede concebir a las FF.AA. como el más eficaz susti-tuto de la burguesía histórica: “...el ejército (...) con su énfasis de disciplina, orden y planteamientos para el futuro podría llenar, en alguna forma, el rol de la burguesía histórica”, en palabras de A.J. Joes183.

Ya hemos comentado las debilidades de un análisis que asigna al estamento militar el protagonismo de la modernización. La verdadera barbarie no es, en realidad, esa sustitución aparente que gestiona el neofascismo sino el hecho de que se constituya, con el grado de excepcionalidad que se crea oportuno, en una modalidad de profundización del capitalismo periférico y de-pendiente. En consecuencia, la vinculación ‘neofascismo-DSN’ es, también, clara y así lo dicta el carácter antidemocrático, antisocialista y reaccionario de la DSN que es esgrimida por la gestión neofascista para avalar la intervención, localizar los apoyos (y, en su caso, las resistencias) y destruir la teoría políti-

182 Cf., al respecto, M.A. Garretón: “Las fuerzas políticosociales y el problema de la democracia en Chile”, art. cit., pp. 113 y ss.; y, también, “Evoluzione e crisi dello Stato in América Latina”, Politica Internazionale - Mensile dell’Ipalmo, febrero 1981, y reproducido en Chile-América, nº 70-71, 1981, bajo el título de “Dossier sobre el Estado en América Latina - Entre el populismo y el autoritarismo”, con paginación propia a partir de la p. 93, por lo cual citaremos.183 (“Fascism. The Past and the Future”, Comparative Political Studies, vol. 7, nº 11, abril 1974, pp. 129-130). Al respecto, en suma, existirían tres ópticas sobre el particular: la primera, de plena adhesión al comentario como sucede con E. Shils (Los militares y los países en desarrollo, op.cit.), la segunda, totalmente crítica y mantenido, entre otros, por V. Perlo (Militarismo e industria, Grijalbo, México, 1967) y la tercera, como posición prudentemente intermedia, asumida por A. Peralta Pizarro (El cesarismo en América Latina, Ed. Orbe, Santiago de Chile, 1966).

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ca y jurídica del liberalismo clásico, arrasando los movimientos organizados de la sociedad civil (partidos políticos, sindicatos, etc.) así como cualquier tendencia ‘socializante’ en el ámbito económico, político o cultural. Por último, la relación ‘neofas-cismo-dependencia’ manifestaría la tendencia a determinar la situación interna, política y económica, de las experiencias del Cono Sur que tratamos en nuestra Memoria por medio de las necesidades y condiciones de la potencia hegemónica. Este contexto tiene dos consecuencias de importancia inmediata: por una parte, se bloquea cualquier intento endógeno, por la vía del pluralismo y el Estado de Derecho, de desarrollo del capi-talismo nacional; por otra, la dependencia al centro que rige en las relaciones de ‘inserción’ al capitalismo internacional, confi-gura un determinado cuadro interno de fuerzas políticas que se muestra como un verdadero obstáculo, cuando existe una crisis de hegemonía, para el mantenimiento del ritmo de acu-mulación.

Dicho ésto, el término ‘neofascismo’ posee, a nuestro juicio, la suficiente capacidad de abstracción para subrayar, primero, una modalidad de ‘capitalismo en crisis’ y, segundo, la excep-cionalidad del mismo en la periferia latinoamericana. Por eso, el enriquecimiento de la categorización mediante la fórmula ‘fascismo dependiente’ permite situar el objeto de nuestra in-vestigación en un doble plano: las relaciones internacionales del capitalismo y la distribución de fuerzas sociales internas, ambos mutuamente condicionados aunque con indudable predominancia del primero.

Permítasenos someter a la consideración del lector las si-guientes puntualizaciones, con un afán recapitulador y de búsqueda de un ámbito teórico abierto que facilite una com-prensión global del fenómeno histórico en curso en América Latina y, más concretamente, en los países del Cono Sur que estudiamos. Esto nos permitirá sustentar con garantías (no exentas de limitaciones, como indicaremos) nuestra proposi-ción de ‘fascismo dependiente’ como una categoría analítica pertinente, en el hilo conductor de nuestro discurso, y como una adecuada calificación, por su contenido y expresividad,

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de los regímenes militares de Chile, Uruguay y Argentina, que optaron por políticas económicas monetaristas y por gra-ves espirales de endeudamiento externo. Ernesto Laclau afirma categóricamente que los regímenes militares de los tres países antedichos no tienen la más remota semejanza con el fascismo europeo184. Nuestro objetivo, en esta subsección, no es esa identificación lineal. Pero consideraríamos signifi-cativa dicha afirmación si no inspirase, indirectamente, un bloqueo del status teórico del tema.

Algo similar ocurre con otros especialistas, como Vasconi, que perciben la existencia, en tales procesos históricos, de “...una contrarrevolución burguesa protagonizada por un Estado que, correspondiendo al tipo general de Estado capitalista, asume el carácter de ‘Estado de excepción’ bajo la forma de Estado Militar”185. En nuestra opinión, Vasconi se acerca a la concep-ción que mantenemos, por lo menos en parte. Pero es preciso rechazar la negación, explicitada por el autor, de los intentos de subsunción de este Estado Militar en la categoría general de ‘fascismo’. Esto imposibilita, a nuestro entender, la visión de fenómenos históricos diversos, infravalora la singularidad de la práctica política en el Cono Sur y acrecienta el riesgo de confusión entre ‘fascismo’ y ‘totalitarismo’, con fines ma-yoritariamente tendenciosos186. Cuando Vasconi se pregunta a qué fue debido el proceso de fascistización en Europa, subraya que una crisis orgánica de las sociedades capitalistas produce el fenómeno. Entonces, “la pregunta pertinente parece ser aquí: ¿existía en Chile [Argentina, Uruguay] un proceso de ‘crisis orgánica’ similar?... puede ser contestada afirmativamente”187. Si la resolución de la crisis en el Cono Sur pasa, según estos autores, por las ‘dictaduras militares’, esta denominación, creemos, no agota la noción de ‘fascismo dependiente’.

184 Cf., del autor, Política e ideología en la teoría marxista, op. cit., p. 98.185 Cf., T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, Ed. Era, México, 1978, p. 29.186 Al identificar como ‘formas de dominación autoritarias’ a un conjunto de sistemas opuestos a las democracias occidentales, de tipo liberal burgués, se podrían extraer ciertos paralelismos erróneos como fascismo europeo y totalitarismo soviético, por ejemplo. La utilización de ‘fascismo dependiente’ redunda, a nuestro entender, en una clarificación terminológica y conceptual.187 Ibid., p. 34.

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A nivel internacional, como señala E. Righi, se trató de presen-tar la verdadera naturaleza del modelo político implementado en América Latina en una estrategia publicista que podría re-sumirse diciendo que consistía en ‘ser’ sin llegar a ‘parecer’188. Pero, ¿qué es?. A lo largo de nuestra investigación considera-mos a los regímenes militares aludidos como respuestas a las situaciones de excepción, como culminación de una crisis del proceso de acumulación en la que se agudizan las contradic-ciones y se requiere una reorientación forzada del marco po-lítico demoliberal. Como señala N. Poulantzas “...el fascismo constituye una forma de estado y una forma de régimen ‘lími-te’ del Estado capitalista. Por caso límite no es preciso enten-der aquí una forma de vida a una coyuntura particularísima de la lucha de clases”189. Por eso, cuando Vasconi observa la diferencia más relevante entre el fascismo tradicional y los re-gímenes militares en cuestión (a saber: la provocación de una militarización global de la sociedad mediante la proyección de características organizativas e ideologías de los militares)190, más que una separación conceptual se trata de una confusión entre lo que fue (el fascismo europeo) y lo que parece ser (go-biernos militares), sin percatarse de lo que realmente es (sinte-tizado en la DSN).

A nuestro juicio, las enconadas discusiones sobre los rasgos secundarios de la presente problemática hipertrofia cualquier necesaria caracterización, no sólo a nivel descriptivo sino, también, analítico. Con frecuencia, se enmascara una labor teórica con disputas teoricistas olvidando que aquélla es “...subversión de la realidad, desestructuración de la evidencia y de las representaciones del sentido común, hipótesis siempre renovada, problemática guía de interpretación”, como afirma S. Spoerer quien concluye: “la teoría es el reverso exacto del es-quema, de las verdades generadas o de las leyes válidas para siempre y en todo lugar”191. Con éste ánimo (y no con el de la

188 Cf., E. Righi: “Elementos de análisis para la situación argentina”, in VV.AA.: El control político en el Cono Sur, Siglo XXI, México, 1978, esp. p. 198.189 Fascismo y dictadura, op. cit., pp. 52 y 57.190 Cf., T.A. Vasconi: Gran capital y militarización en América Latina, op. cit., pp. 54-55.191 S. Spoerer: Los desafíos del tiempo fecundo, Siglo XXI, México, p. 10.

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‘tipología por la tipología’, que resulta de un mero aislamiento de los procesos históricos en curso) proponemos la conceptua-lización de ‘fascismo dependiente’, susceptible de posteriores enriquecimientos y de verificación empírica según la evolu-ción de dichos procesos.

Es innegable que muchas de las confusiones comentadas son el producto de un lastre teórico consistente en arrastrar, hasta la actualidad, cualquier análisis centrado en el fascis-mo europeo. De esta forma se reproducen las aproximacio-nes, por ejemplo, de un autor tan significado como E. Nolte y sus ‘mínimos del fascismo genérico’, sin localizar su ori-gen histórico (la Europa de los años treinta) ni ciertas au-sencias sustantivas. E. Nolte es uno de los autores citados en nuestra investigación que consideran al fascismo como un fenómeno histórico compuesto por un ‘mínimo fascista’ de caracterización pero que se manifiesta de diversas formas. El mínimo, para el autor, estaría formado por las siguientes notas: antimarxismo, antiliberalismo, anticonservadurismo, caudillaje, ejército de partido y totalitarismo. A nuestro en-tender, las anteriores observaciones requieren una matiza-ción pertinente. Primero, el caudillaje, el ejército de partido y el totalitarismo pueden ser englobadas en la especifidad histórica de la Alemania/Italia de su tiempo. Segundo, es conveniente sustituir ‘antimarxismo’ por ‘antisocialismo’, o apuntar ambas notas. El ‘anticonservadurismo’, tercero, pue-de obviarse en cuanto no se hace una referencia explícita al sistema demoliberal y su ruptura, sino a otra manifestación ‘excepcional’ del mismo.

Aparte de las matizaciones mencionadas, es imprescindible subrayar la ausencia de la dimensión económica del fascismo, según lo entiende E. Nolte, y el lugar secundario concedido a sus rasgos corporativistas. Entonces (en Alemania, Italia, Por-tugal y España) como ahora (el Cono Sur latinoamericano), existen procesos de representación orgánica de intereses de los sectores sociales afectados, organizados en el marco de catego-rías funcionalizadas, diferenciadas, obligatorias, no competiti-vas y ordenadas de modo jerárquico en el seno de organismos

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(movimiento político, sindicatos verticales, asociaciones, etc.) siempre reconocidos, autorizados e incluso auspiciados por el propio sistema fascista.

Esta canalización de intereses y opiniones tiene su razón de ser por la reducción de escala del control político. En este sen-tido, los organismos citados gozan de la concesión de un de-liberado monopolio de representación, en cada parcela de la vida social asignada, a cambio de observar una férrea discipli-na de sus miembros respecto a las directrices y objetivos y de someterse a determinados controles de adhesión a la cúpula de poder real.

Para finalizar quisiéramos enfatizar en un punto, a nuestro entender crucial, y que no ha sido suficientemente analizado cuando se trata este problema en América Latina. Nos refe-rimos a las consecuencias, en especial de orden legitimatorio y de sustentación social, derivadas del temor de la pequeña y mediana burguesía del capitalismo dependiente a la ‘pro-letarización’ provocada por el agravamiento de la crisis eco-nómica. El tema, una de las constantes del pensamiento tros-kista, no ha sido desarrollado, pensamos nosotros, en toda su extensión aunque existen aproximaciones que avalan la riqueza de esta línea de investigación aún sin explotar debi-damente192.

Por otra parte, afirmar, como hace Cardoso, que una forma idéntica de Estado, capitalista y dependiente en América Lati-na, puede coexistir con una gran variedad de regímenes polí-ticos (autoritarios, fascistas, corporativistas o democráticos193, es una generalización que tiende a señalar con exceso las es-pecifidades nacionales de cada caso y provocando, en conse-cuencia, numerosos estudios singulares que obstaculizan una

192 Cf., al respecto, L. Trosky: El fascismo (Sel. y comentarios de A. Pla), Ed. C. Pérez, Buenos Aires, 1971; E.J. Hobsbawm: “Para el estudio de las clases subalternas”, Cuadernos de Pasado y Presente, Año 1, nº 2-3, 1963, pp. 158-167; J. Meza: “Sobre las clases medias”, Cuadernos Políticos, nº 5, 1975, pp. 32-46; D. Baranger: “Clases medias y pequeñas burguesías”, Revista Mexicana de Sociología, nº 4, 1980, pp. 1591-1629; y F.P. Cerase y F. Mignella Calvosa: La nueva pequeña burguesía, Ed. Nueva Imagen, México, 1980.193 Cf., al respecto, F.H. Cardoso: “On the caracterization of Authoritariam Regimes in Latin America”, in D. Collier (C.): The New Authoritarianism in Latin America”, op. cit., p. 39.

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comunicación teórica entre las distintas experiencias. En este sentido, la aportación de D. Collier puede ser considerada pa-radigmática194.

Llegado a este punto, ya estamos en condiciones de explicitar la existencia de dos líneas de interpretación principales, no excluyentes entres sí, que intentan aprehender el complejo proceso que estamos tratando. Un ‘complejo proceso’ que A. Cueva caracteriza de la siguiente manera195:

“En el curso de esta serie de transformaciones se constituye desde luego una cada vez más importante franja de burguesía monopólica nativa, ligada como la uña y la carne con el capital imperialista. Este binomio nativo-ex-tranjero (transnacional, exactamente) teje a su vez una intrincada red de relaciones no sólo ideológicas y políticas, sino también económi-cas, con las alturas de la tecnoburocracia civil y militar, configurando de esa manera el bloque monopólico sobre el que llamamos la atención a comienzos de este capítulo y que en sí mismo conlleva los gérmenes de una eventual fascistiza-ción. Tal proceso político no cuaja sin embargo mecánicamente, como mero epifenómeno del nivel económico, sino que se concreta en aque-llas situaciones en que la exacerbación de la lu-cha de clases llega a amenazar el predominio del gran capital, pero sin encontrar una estrate-gia popular realmente capaz de quebrantarlo”.

La primera línea (económica, a partir del esquema base-supe-restructura y con la categoría ‘explotación’ en un primer pla-no), contiene, a su vez, una doble perspectiva. Una insiste en que los regímenes del Cono Sur son la consecuencia de la cri-sis y los cambios del capitalismo a nivel mundial provocados

194 Cf., D. Collier: “Overview of the Bureaucratic Authoritariam Model”, ibid., pp. 19-32.195 El desarrollo del capitalismo en América Latina, op. cit., p. 234, subr. nuestro)

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por modificaciones sustanciales de la cadena imperialista (A. Quijano)196, o por los efectos contrarrevolucionarios de una onda depresiva larga (Th. Dos Santos)197. El ‘fascismo depen-diente’, por lo tanto, no es visualizado como un problema na-cional, en cada caso, sino como una tendencia, reflejada en las relaciones internacionales, del sistema en crisis. La segunda perspectiva de esta línea de interpretación ‘económica’, repre-sentada fundamentalmente por R.M. Marini198, indica que la existencia de los regímenes aludidos son el resultado de una quiebra del modelo de acumulación que se resuelve, transi-toriamente, mediante el mantenimiento de tasas de ganancia aceptables en el capitalismo periférico por la vía de una supe-rexplotación del trabajo. Esta tesis de Marini mereció diversas acotaciones críticas199.

Entre ambas perspectivas, se situaría una posición interme-dia, suscrita por la mayoría de los ‘dependentistas’ latinoa-mericanos, que muestra su gran debilidad en el tránsito analí-tico del estudio de casos nacionales al marco de las relaciones de clase200. Así fue la crítica formulada por E. Weffort201 y que se correspondió con una respuesta, honesta intelectualmente y nada autocomplaciente, de F.H. Cardoso. El autor concluye este artículo afirmando que “el pensamiento político implíci-to en los análisis del desarrollo es pobre”, y explicita que “si los cepalinos simplemente desdeñaron la cuestión y los de-pendentistas no dieron nitidez a las fuerzas sociales de trans-formación (dejando implícito que se trata del proletariado), los teóricos de esta década, cuando enfrentan concretamente el problema, proponen como sujeto del proceso de transfor-mación las burocracias internacionales” (p. 860); en definiti-

196 Cf., A. Quijano: Crisis imperialista y clase oligárquica, Desco, Lima, 1974, esp. pp. 49-55.197 Cf., Th. Dos Santos: El nuevo carácter de la dependencia, CESO, Santiago de Chile, 1968; y, del mismo autor, “La cuestión del fascismo en América Latina”, art. cit.198 Cf., ya mencionadas, dos obras del autor, Dialéctica de la Dependencia, op. cit.; y Subdesarrollo y revolución, op. cit.199 Como la de K. Glausser: “Figuras productivas y Estado: a propósito de los nuevos regímenes militares sudamericanos”, Chile-América, nº 88-89, 1983, pp. 88-97.200 Cf., al respecto, la obra reconocida de F.H. Cardoso y E. Faletto: Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1969, esp. Cap. VI.201 E. Weffort: “Notas sobre la teoría de la dependencia, ¿teoría de la clase o ideología nacional?”, Comercio Exterior, nº 4, abril 1972, pp. 355-360.

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va, quizás suceda, como indica sugerentemente P. González Casanova, que “la cultura verbal del hombre colonizado prevale-ció sobre la escrita para narrar las experiencias en reflexiones más originales”202.

La segunda línea (política, a partir del esquema de lucha de clases y con la categoría ‘dominación’ en un primer plano), afirma que la implantación de los regímenes militares surgen allí donde el fracaso del Estado Reformista ha entrañado serios peligros para la continuidad del sistema, en cuanto éste se ve desbordado por las pujantes presiones de clase. En Argentina, el movimiento peronista supera a su mentor. En Chile, se elige, por medios democráticos, un gobierno y un programa socialistas. En Uruguay, los partidos tradicionales no consiguen aplacar las reivindicaciones de clase ni contener la guerrilla urbana. Estas tres expresiones de las crisis política requieren una normalización urgente por parte de la única instancia con un poder, las armas, no sometido a las discusiones del sistema democrático burgués.

Si nos hemos detenido en estas líneas de interpretación gene-ral fue para enfatizar que una elección unidireccional sesga el análisis, como se comprueba en la mayor parte de la lite-ratura consultada y citada en nuestra investigación. Veamos los dos casos. Una rígida y exclusiva consideración de la pri-mera línea concluye en que la crisis del modelo reformista y la implantación de los regímenes militares del Cono Sur con-forman una resolución economicista de las contradicciones, mientras que éstas, en realidad, responden a una casuística de múltiples y complejos aspectos. De igual manera, una op-ción teórica por la segunda línea implicaría que todos los mo-vimientos sociales que se enfrentaron, de una u otra forma,

202 Cf., F.H. Cardoso: “El desarrollo en el banquillo”, Comercio Exterior, nº 8, agosto 1980, pp. 846-860. Para una extensión del enfoque de la dependencia, desde diversas perspectivas críticas, cf., C.R. Bath y D.D. James: “El análisis de la dependencia de América Latina”, Latin American Research Review, vol. XI, nº 3, 1976, esp. p. 33; y P. Paz: “El enfoque de la dependencia en el desarrollo del pensamiento económico latinoamericano”, Economía de América Latina, nº 6, primer semestre 1981, pp. 61-82. Cf. González Casanova, “Corrientes críticas de la sociología latinoamericana contemporánea”, Economía de América Latina, nº 6, primer semestre 1981, p. 92.

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con el ya agotado Estado Reformista eran auténticas alter-nativas al mismo, lo cual es evidentemente erróneo. Ante tal disyuntiva, como propone I. García, es preciso alcanzar un status analítico en función de la comprensión del fenómeno y a través de un ponderado equilibrio interpretativo203.

En este orden de cosas sería interesante recuperar dos textos de L. Allub y M. Kaplan, referidos a la variante latinoamericana del neofascismo. Para L. Allub, la peculiaridad de países como Argentina, Chile o Uruguay es que, a diferencia de los modelos clásicos de democracia burguesa o fascismo204:

“… no son capaces de elaborar estrategias de acumulación propias y, por consiguiente, se transforman en objeto de apropiación ‘colo-nial’ de otras sociedades que evolucionaron ‘primero’ hacia el capitalismo, situado ya en su fase monopólica. Por consiguiente son in-capaces, también, de constituir democracias liberales estables y ‘fascismos’ clásicos.

Para analizar esta nueva ‘variante’, es necesa-rio que introduzcamos los conceptos de ‘de-pendencia externa’ y ‘fascismo colonial’, por los que aludo al tipo de ‘motor’ que propele el proceso de desarrollo o modernización ca-pitalistas y el régimen político que se conside-ra como el más instrumental para asegurar la viabilidad del mencionado modelo.

(...)

El objetivo de fondo del fascismo colonial es, como dijimos, la eliminación de la resistencia de los trabajadores para asegurar, mediante un

203 Cf., I. García: “La lucha de los pueblos latinoamericanos por la democracia”, in I. García (C.): Para entender América Latina, Ed. Tarea, Lima, 1979, esp. pp. 70 y ss.204 L. Allub: “El colapso de la democracia liberal y los orígenes del fascismo colonial en Argentina”, art. cit., pp. 1142, 1143 y 1144, subr. del autor.

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proyecto típicamente de partido político fascista, la máxima liberalización de la economía que asegure altas tasas de ganancia a las clases dominantes.

El modelo es fascista, porque se trata de un pro-yecto deliberado de promoción del desarrollo capitalista dependiente, sin cambio alguno en el orden social existente...

Y es colonial porque su programa va en contra de la individualidad nacional (a pesar de su retórica patriotera), dado que busca, median-te la complementaridad de la ‘colonia’ con su(s) metrópolis, el ‘desarrollo’ capitalista del país”205.

Para M. Kaplan, los rasgos definitorios del neofascismo en América Latina exigen contemplar no sólo las formas exter-nas sino el contenido, significado, métodos y estilo de todos y cada uno de los regímenes militares del Cono Sur. Por con-siguiente206:

“a) En su génesis e implantación, el régimen se presenta como solución final para las con-tradicciones entre la exigencia del crecimiento económico neocapitalista periférico y la crisis de hegemonía, para la determinación de la entropía y el desarrollo de las posibilidades del sistema, mediante el ajuste violento de lo social y lo político-ideológico al tipo de eco-nomía y de dominación que se busca. La ex-periencia se funda en un golpe de Estado de las fuerzas armadas contra el gobierno civil...

205 Cf., al respecto, M. Kaplan: “¿Hacia un fascismo latinoamericano?”, art. cit.; y “La teoría del Estado en la América Latina contemporánea: el caso del marxismo”, art. cit., esp. pp. 705 y ss.206 Ibid., pp. 706-8, subr. del autor.

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b) En cuanto al sistema de alianzas y los meca-nismos de legitimación, la hegemonía pasa a ser compartida esencialmente por las fuerzas armadas y sectores de la nueva élite oligárqui-ca (...) en alianza prioritaria con las empresas transnacionales y en alianza secundaria con sectores de la tecnoburocracia civil y otros es-tratos de la clase media...

El neofascismo renuncia a priori a la legitima-ción democráticoliberal. Se autolegitima por la propia fuerza; por el éxito de la represión; por la misión histórica que pretende asumir; por una ideología desarrollista y cientificista-tec-noburocrática...

c) El Estado es restructurado y reorientado en su aparato, en su personal, en sus funcio-nes y modos de operar. Aquél se autoprocla-ma como actor supremo de la sociedad, que asume un autoritarismo represivo llevado al extremo, para defender el sistema contra enemigos internos y externos, y garantizar la unidad y el orden como precondiciones del crecimiento, la grandeza y el bienestar nacio-nales.

d) El neofascismo usa en grado sin preceden-tes las formas simbólicas de poder, las técnicas y aparatos de información y comunicación de masas y de control social.

(...)

e) La militarización del poder se entralaza con la universalización de la represión.

(...)

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f) El régimen político y el Estado del neofas-cismo se entrelazan e interactúan con el pro-yecto de crecimiento neocapitalista y de arti-culación con la nueva diversión mundial del trabajo...”

Situado, entonces, el fenómeno del ‘fascismo dependiente’ en América Latina, con su doble condicionamiento externo e interno, lo que nos permitirá comprender dicho fenómeno como una configuración, en palabras de J. Tapia Valdés:

“...tanto a partir de las políticas y doctrinas concretas y expresas puestas en práctica por el Pentágono y el complejo militar-industrial -una parte manifiesta de la situación de de-pendencia-, cuanto en función de las percep-ciones, actitudes y prácticas de las élites na-cionales que se esfuerzan por crear o restaurar las condiciones de su propia subsistencia, primero como tales, y sólo luego como partes del sistema imperialista a escala global. No se trata, por consiguiente, de atribuir directa y exclusivamente el fascismo dependiente a los manipuladores de la política exterior de la potencia hegemónica queriendo presentar el fenómeno político de la DSN como la con-secuencia exclusiva de un complot integral, detallado y explícitamente formulado. En este sentido, es forzoso reconocer un grado signi-ficativo de autonomía a los centros formales y reales de poder del país dependiente. Son ellos los que, en definitiva, entre otras opcio-nes escogen y desarrollan la DSN como im-prescindible fundamento teórico de su plan de restauración social. Pero estas precisiones no varían la naturaleza de la DSN como forma actual militarizada, del fascismo dependiente. El carácter de dependiente queda de relieve, en úl-tima instancia, porque la DSN pone en práctica

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un modelo no nacional ni menos nacionalista, de desarrollo económico, sino profundamente desna-cionalizante”207.

De igual manera, el problema de su permanencia se mues-tra fundamental. Los regímenes militares del Cono Sur, para Ph.C. Schmitter, tienen ambiciones de instalación indefinida208 o, como declaran los propios militares, hasta el término de su misión (que es, por definición, inagotable). Son regímenes no transitorios porque escogen una vía violenta y excluyente de implantación y ese origen, en palabras de Ferreira Oliveros, “sólo puede hacer que ese Estado se aisle aún más de la so-ciedad y se vea de pronto sin soporte social alguno, si se man-tienen las actuales características del comportamiento militar, inspirado en el ethos militar burocrático y en la resistencia en partidos, inspirados en la esperanza”209.

En otros términos, será el aislamiento de origen y ejercicio de los regímenes militares del Cono Sur quien, a la larga, los sepultó. La experiencia de los procesos históricos en curso donde se restableció la normalidad democrática o donde se fortalece la mayor resistencia a modelos de transición tute-lados por el estamento militar, así lo testimonia. El fascismo dependiente en América Latina, dejando una estela de dete-rioro económico y social difícilmente soportable. Como es-cribe E. Galeano, “...libertad de inversiones, libertad de pre-cios, libertad de cambios: en América Latina, la libertad de los negocios es incompatible con las libertades públicas (...) sabemos en qué consiste esa libertad económica. En América Latina, Adam Smith necesita a Mussolini”210. El déspota está

207 Neomilitarismo y fascismo”, art. cit., p. 165.208 Cf., Ph.C. Schmitter: “The Portugalization of Brazil?”, in A. Stepan (Ed.): Authoritarian Brazil. Origins, Policies and Future, Yale University Press, New Haven, 1973, p. 190.209 S. Ferreira Oliveros: “La geopolítica y el ejército brasileño”, in V.R. Beltrán (C.): El papel político y social de las fuerzas armadas en América Latina, op. cit., pp. 179-180.210 “América Latina: las fuentes de la violencia”, Revista Mensual/Monthly Review, vol. 1, nº 2, junio 1977, p. 17.Para el conjunto de consecuencias adversas, económicas, sociales y políticas del fascismo dependiente en un caso profundamente estudiado, cf., P. Vergara: “Las transformaciones del Estado chileno bajo el régimen militar”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1982, pp. 413-452; y M.A. Garretón: “Democratización y otro desarrollo: el caso chileno”, art. cit., pp. 1167-1214.

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condenado, parafraseando a E. Galeano, a una caída triste y solitaria211. Porque es un fascismo, en palabras de P. García, “cuya condición dependiente le impide intrínsecamente su consumación en formas de organización corporativa o una reconstitución acabada del Estado en sentido integral”212.

211 Cf., E. Galeano: “Carta a J. Wimer”, art. cit., p. 8.212 P. García: “Notas sobre formas de Estado y regímenes militares en América Latina”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, 1982, p. 589.

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SEGUNDA PARTE

IDEOLOGÍA Y POLÍTICA ECONÓMICA NEOLIBERAL EN AMÉRICA LATINA: LA DÉCADA PERDIDA (1973-1983)

“...es imposible construir un esquema de orde-nación social sobre bases estrictamente econó-micas; que el concepto de eficacia económica está expuesto a recibir los más variados con-tenidos ideológicos y que, en fin, cuando una política sea definida en nombre de su eficacia económica, debemos asegurarnos de qué ideo-logía se está enmascarando y de qué precio se intenta que paguemos por esa pretendida efi-cacia.

(...)

La economía de mercado es compatible con las graves crisis, con la perpetuación de estructu-ras feudales, con el estancamiento secular. Y éstos son los problemas de nuestro tiempo. El neoliberalismo es una ideología de lujo”

L.A. ROJO DUQUE213

INTRODUCCIÓN

SANEAR LA ECONOMÍA (CON LA MANO INVISIBLE) Y DOMESTICAR LA SOCIEDAD (CON LA MANOPLA DE ACERO)

Ya sea promovida desde el centro o en la periferia, la variante monetarista de la doctrina neoliberal es una concepción que

213 L.A. Rojo: “Libertad y organización económica”, in AA.VV.: Libertad y organización, Ed. Insula, Madrid, 1963, pp. 152 y 155.

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tiene, en su evolución, una historia ‘interna’ y una historia ‘externa’ a las que es preciso referirse para hallar las caracte-rísticas del modelo monetarista que lo hacen atractivo para ciertas opciones de gestión político-económica.. En este sen-tido, el monetarismo tiene una doble funcionalidad. Por una parte, se presenta como una posibilidad de política económi-ca que se adapta a las condiciones de crisis cuasipermanente del capitalismo central o periférico. Por otra parte, sus com-ponentes ideológicos asumen el rol de la legitimación, rea-firmándose a sí mismo y negando las opciones alternativas. Para el monetarismo, partiendo de sus raíces neoliberales, la democracia es un fin secundario y, por lo tanto, perfectamente prescindible en cuanto el Estado sea capaz de garantizar la libertad económica mediante otros mecanismos (incluso por la vía de la fuerza). La libertad económica es, según los mo-netaristas, un fin en sí mismo al que se debe sacrificar cual-quier otra meta (incluída la libertad política y la democracia representativa) que se alcanzarán, en último término, por una extensión de la primera. Dado que la geografía de la libertad económica se localiza en el mercado (y, por lo tanto, la liber-tad política y la democracia), la defensa de la libre competen-cia y del sistema de precios son los índices más eficaces de asignación y reportan una validez ética independientemente de cuál sea la valoración de sus resultados técnicos y de sus costes sociales. Este moderno ‘maquiavelismo’ supone la as-censión del individualismo clásico, en cuanto el individuo ya no es el ‘homo economicus’ sino el soberano de un olimpo, el mercado, dotado de poderes de información perfecta e igual-dad de oportunidades con los restantes agentes económicos soberanos, no sufriendo distorsiones en su correcto compor-tamiento político y económico a excepción de los efectos per-versos de una indebida intromisión estatal con pretensiones reguladoras y normativas.

Algunos gobiernos adoptaron, del abanico relativamente amplio de gestión político-económica, la propuesta neolibe-ral-monetarista en su versión más radical. Fue el caso de las dictaduras militares que asolaron América Latina en los años

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70 y 80 del siglo pasado. Pero sucede que el monetarismo lle-vado hasta sus últimas consecuencias se muestra como un arma que ataca la misma esencia del orden liberal que pre-tende sustentar, y es en este preciso sentido por lo que incor-pora una seria contradicción. Los casos de política económica neoliberal sustentados en el militarismo golpista demuestran que se aplicó un monetarismo en estado casi puro, sin conce-siones confesadas a la tradición keynesiana. En este sentido, los problemas económicos excluyeron cualquier preocupación de tipo social ya que trataron de estrictos problemas técni-cos. En consecuencia, el modelo político facilitará al modelo económico una serie de datos incuestionables y necesarios (la violencia y la coacción extraeconómica) para que el modelo económico no sólo se implemente sino que se profundice. El ‘thatcherismo’ y la ‘reaganomía’ no dejan de ser, en opinión de algunos críticos, versiones ‘bastardas’ de un monetarismo como el sustentado por los gobiernos militares latinoamerica-nos de la época que requiere la represión abierta sobre las dis-crepancias, el desemantelamiento de los aparatos productivos del Estado, la indefensión internacional y una constitucionali-dad situacionista.

Si, de acuerdo con G. Bachelard, conocer es describir para re-encontrar, estamos en el momento justo del reencuentro con anteriores reflexiones sobre la ‘historia interna’ y la ‘historia externa’ de cómo el liberalismo se plasmó en algunos modelos político-económicos propuestos y/o aplicados en el capitalis-mo periférico. Por supuesto, cualquiera de las interpretacio-nes al caso pertenece a la ‘nebulosa’ ideológica que no sólo se interpone entre el sujeto y el objeto de investigación sino que, ineludiblemente, pasa a formar parte del análisis en cuan-to el carácter ideológico de la ‘contrarrevolución monetaris-ta’ requiere un desentrañamiento más profundo que la mera constatación de su existencia. En otros términos, si el moneta-rismo neoliberal como ideología puede ser un ‘obstáculo epis-temológico’ implica que ya forma parte prioritaria del análi-sis. Indudablemente, la crisis que sufre la economía mundial, especialmente desde la década de los setenta del siglo pasado

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y a través de diversas modalidades, es de una profundidad (inflación, desempleo, déficit externo, recesión generalizada, burbujas especulativas) equiparable a la Gran Depresión. Ante esta situación, el paradigma teórico dominante desde la últi-ma postguerra mundial, la ‘síntesis neoclásica-neokeynesiana’ bautizada por P.A. Samuelson, fue incapaz de explicar la cri-sis del capitalismo, central y periférico, más allá del mero un diagnóstico214.

La quiebra del Welfare State Keynesiano, por tanto, tiene un do-ble significado. En primer lugar, la crisis cuestiona un estilo de asistencia e intervención del Estado en la vida económica y social. En segundo lugar, la crisis del keynesianismo supone la ruptura de la ambigua alianza entre fuerzas sindicales y gran capital en el logro de objetivos aparentemente compatible (au-mento de la productividad del trabajo, crecimiento de los sala-rios reales individuales y de los salarios sociales). En opinión de S. Kalmanovitz, las múltiples debilidades y contradicciones de la gestión keynesiana del ciclo económico que afloran en un tiempo crítico responden a su origen: la profundización de ciertas tendencias del capitalismo. Sin embargo, las políticas de pleno empleo contribuyeron, según el capitalismo más o menos avanzado de cada país, a la generación de cuatro tipos de efectos que emergen en el desarrollo de la crisis actual215.

Primero, indisciplina del factor trabajo que se resiste a la re-nuncia de los aumentos salariales por encima de la producti-vidad o al incremento de ésta, con los evidentes riesgos para el proceso de acumulación. Segundo, disminución de la ren-tabilidad del capital por la creciente proporción de capital

214 Cf., por ejemplo, P. Meller: “Elementos útiles e inútiles en la literatura económica sobre recesiones y depresiones”, Estudios CIEPLAN, n° 12, marzo 1984, pp. 135-158. En este artículo, P. Meller revisa una selección de algunos textos significativos sobre la crisis de 1929 que pudieran tener interés en el análisis de la crisis actual en América Latina, a la luz de la controversia monetarista-keynesiana, cuyas aportaciones más representativas, respecto al tema concreto de la Gran Depresión, son los trabajos de R.J. Gordon y J.A. Wilcox: “Monetary interpretations of the Great Depression: An evaluation and critique”, in K. Brunner (Ed.): The Great Depression Revisited, Kluwer-Nijhoff Publ., Boston, 1981, pp. 49-107; y Ch. Kindleberger: “1929: Ten Lessons for Today”, Challenge, vol. 26, n° 1, marzo-abril 1983, pp. 58-61. 215 S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría y la práctica monetaristas en América Latina”, Comercio Exterior, vol. 31, n° 1, enero 1981, pp. 64-71.

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‘ineficiente’. Tercero, asimetría fiscal de Welfare State (y del Estado Reformista, en nuestro caso) donde el gasto público tiende a un crecimiento superior que los ingresos tributarios, representado un déficit crónico que trasciende la estricta cri-sis fiscal: al mismo tiempo que la burguesía rechaza el gasto público redistributivo, solicita la intervención estatal en apo-yo de sectores/empresas en dificultades. Cuarto, el choque entre la creciente integración de las economías de capitalis-mo periférico en el mercado mundial y las políticas neopro-teccionistas de los países de capitalismo avanzado, lo cual engendra fuentes adicionales de desequilibrio externo en los primeros y facilita, para los segundos, la transmisión de sus políticas económicas anticrisis.

Fue el pensamiento cepalino quien encarnó, en América La-tina, y promocionó, desde diversas tribunas, la aportación keynesiana216. Como observamos en nuestras notas sobre el Estado Reformista, se trataba de superar el sistema oligár-quico heredado de la época colonial -así lo entendía CEPAL- mediante un pacto interclasista trabajo-capital industrial que se opusiese a la ‘reacción’ terrateniente. Por eso, el resurgi-miento, en ámbitos académicos y políticos, del monetarismo de raíz neoliberal cuestiona el apoyo de la institución a las políticas de sustitución de importaciones y a la ‘planeación estatal’217.

216 Cf., al respecto, O. Rodríguez: “La teoría del subdesarrollo de la CEPAL. Síntesis y crítica», Comercio Exterior, vol. 30, n° 12, diciembre 1980, pp. 1346-1362; y A. Pinto: “Centro-Periferia e industrialización. Vigencia y cambios en el pensamiento de CEPAL”, Trimestre Económico, n° 198, abril-junio 1983, pp. 1043-1076. Por la influencia del autor sobre la institución, cf., asimismo, R. Prebisch: “Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo”, Trimestre Económico, n° 198, abril-junio 1983, pp. 1077-1096. 217 Economía de América Latina, n° 1, primer semestre, 1984, pp. 33-34.Tras los fracasos de las experiencias monetaristas-neoliberales, el tema del Estado como promotor del desarrollo y la conveniencia de las políticas de planificación económica han sido revitalizados. Cf., al respecto, R. Bromley: “La planificación del desarrollo en condiciones adversas”, Revista Interamericana de Planificación, vol. XVII, n° 66, junio 1983, pp. 7-19.Sobre el tema, es ineludible referirse a la figura y obra de Carlos Matus, mostrando la evolución de su pensamiento en Estrategia y plan, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1972; El enfoque de planificación estratégica. Política y plan en situaciones de poder compartido, CORDIPLAN, Caracas, 1982; “Planeación normativa y planeación situacional”, Trimestre Económico, n° 199, junio-septiembre 1983, pp. 1721-1781; y Elementos de planificación situacional, IVEPLAN, Caracas, 1984, esp. Cap. III, pp. 43-77.

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Según escribe A. Arancibia, “...en los años cincuenta y se-senta era predominante en América Latina el punto de vista que afirmaba la necesidad, deseabilidad y viabilidad de una estrategia de desarrollo que afincada sobre la piedra angu-lar de la industrialización sustitutiva, permitiría elevar la potencialidad material de las economías del área, afirmaría su autonomía y resolvería progresivamente los apremiantes desequilibrios sociales existentes acortando las brechas que separaban a la región del mundo desarrollado. Existía un con-senso relativamente amplio para reconocer al Estado el papel de impulsor y rector de este proceso y se veía en las empre-sas y organismos descentralizados de su propiedad o control, instrumentos efectivos para alcanzar las metas diversas exigi-das por el progreso económico y social” (“Estado y economía ante la crisis actual en América Latina”, cit., 34)

Pero el enfoque monetarista propuesto y aplicado en Amé-rica Latina, cualquiera que fueran los prefijos utilizados (neomonetarismo, ultraliberalismo...) o los términos que lo motejan (friedmanismo, Chicago Boys...), no representó una auténtica alternativa (en el sentido de culminación de una re-volución científica) a la corriente dominante del keynesianis-mo. En América Latina, como advertiremos de inmediato, el monetarismo representa una ‘contrarrevolución’, en el senti-do que propone un status teórico y una instrumentación po-lítico-económica cuya novedad reside en el estricto retorno a la ortodoxia liberal, en palabras de R. Villarreal: el propio triunfo de la ‘revolución’ keynesiana aseguraba, al mismo tiempo, que se convirtiría en una ortodoxia vulnerable a los ataques de una corriente que, necesariamente, tendría que ser ‘contrarrevolucionaria’. ¿Cuál es la estrategia del contra-taque del monetarismo?. Según el autor el monetarismo co-bra un gran impulso a partir de unos problemas, como el de la inflación, donde la doctrina keynesiana no logra un éxito definitivo. En este sentido, el monetarismo no sólo explica-ría, según sus defensores, la dinámica inflacionaria sino que facilitaría recomendaciones adecuadas de política económica para su atenuación.

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“Tal y como la teoría keynesiana inspiró la revolución”, señala J. Tobin, “así la ola de reacción profesional contra la síntesis de los keynesianos y las doctrinas neoclásicas convertidas en la ortodoxia de los años sesenta es la que ahora sustenta la contrarrevolución”218. Pero este fenómeno no sólo se presenta en el capitalismo periférico: el ‘thatcherismo’ y la ‘reaganomía’ son, asimismo, versiones seminales de la contrarrevolución monetarista219.

Aparte del estado teórico y sus instrumentación, problemas éstos que abordaremos posteriormente al subrayar las premi-sas y la lógica interna de la propuesta monetarista neoliberal, lo cierto es la importancia de la política económica del enfoque se acompaña, ahí radica su peculiaridad en el Cono Sur, por la fortaleza política derivada de los gobiernos militares y la concepción neoliberal-monetarista que ésts mantienen sobre la gestión de la crisis. En este sentido, el monetarismo trans-ciende la teoría económica y se presenta, además, como un cuerpo ideológico que explica su posición de principio, inspira su puesta en práctica y letima a sus promotores.

Como comentamos en páginas precedentes, M. Friedman es uno de los teóricos más representativos de la corriente que es-tudiamos, y que resuelven la contradictoria atriculación capi-talismo-democracia-liberalismo a favor de la libertad económica, como un fin en sí mismo y como condición necesaria para la libertad política. En consecuencia, ésta siempre se debe subor-dinar a la plena realización de la primera220. Descrito el es-quema de conjunción neoliberal, a continuación el corolario: cualquier intervención estatal que no esté contemplada en las funciones, económicas y/o sociales, encomendadas por el li-beralismo limita gravemente la capacidad decisoria y electiva del individuo. De esta forma, el Estado, como definición nega-tiva, se constituye en uno de los centros temáticos del discurso

218 J. Tobin: “El plan económico de Reagan: el lado de la oferta, presupuesto e inflación”, Boletín de Indicadores Económicos Internacionales, Banco de México, vol. VII, n° 3, julio-septiembre 1981, p. 35. 219 Como lo expresa gráficamente R. Villarreal, “Monetarismo e ideología...”, art. cit., p. 1059. 220 Cf., al respecto, M. Friedman: Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 17 y ss.

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neoliberal. Surge en América Latina, pero ahora de regreso al siglo XVIII y a Adam Smith, el enfoque subsidiario a través de dos ejes principales de discusión. En primer lugar, la limitación rígida del campo de intervención estatal. En segundo lugar, el papel político que se debe atribuir el Estado en la sociedad. Abundemos en estos dos puntos.

Por una parte, como lo refleja Friedman en sus últimas obras, el Estado se presentaría como el principal elemento distorsiona-dor del libre funcionamiento del mercado, ya sea en la esfera económica o política221. Introduciendo, por tanto, las conclu-siones del enfoque ‘Public Choice’ y sus más destacados men-tores, J. Buchannan y G. Tullock222, Friedman afirma que las acciones extralimitadas del Estado parecen guiadas por una ‘mano invisible’ pero con un espíritu opuesto al señalado por A. Smith. Por eso, el economista de Chicago escribe que “...un individuo que sólo intenta ayudar al interés público alimen-tando la intervención pública es ‘conducido por una mano in-visible a alcanzar’ intereses privados ‘que no formaban parte de sus intenciones’”, y esta conclusión dice Friedman, “...se cumple una y otra vez a medida que examinamos (...) las di-versas áreas en las que ha actuado el poder público...”223. El movimiento “Public Choice” fue recibido, en nuestra discipli-na, como la gran reformulación interdisciplinar de las ciencias sociales, especialmente entre economía y derecho. Aunque este enfoque se separe de la doctrina típica del neoliberalismo, participa, en cambio, de muchos de sus errores, en concreto los derivados de una posición intermedia que considera a la política como una esfera de actividad servida por fieles tra-

221 Nos referimos, en concreto, a dos libros del autor que han sido ampliamente citados en páginas precedentes, Libertad de elegir y La tiranía del status quo. 222 Los autores que se inscriben en esta corriente, según H. Lepage, piensan que cualquier ‘acción’ de corrección del mercado debe responder a “una reflexión simultánea sobre las condiciones específicas que intervienen en la toma de una decisión pública o administrativa” (Mañana el liberalismo, Espasa-Calpe, Madrid, 1982, p. 41).La literatura sobre el caso es muy copiosa. Sin afán exaustivo, y a título ilustrativo, cf., por ejemplo, J. Buchanan y G. Tullock: El cálculo del consenso, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; W.A. Niskanen: Cara y cruz de la burocracia, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; R.B. McKenzie y G. Tullock: La nueva frontera de la economía, Espasa-Calpe, Madrid, 1980; y, para el caso español, Ch. Lingle y J.C. Vergés: “Las consecuencias del Public Choice en España”, Moneda y Crédito, n° 161, junio 1982, pp. 11-20. 223 Libertad de elegir, op. cit., p. 21.

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bajadores públicos que, en un número adecuado, facilitan los mecanismos de mercado.

Por otra parte, en consecuencia, el mercado político funciona de una manera similar al mercado económico: si, en éste, se manifiesta genuinamente la síntesis de intereses individuales que permite una óptima asignación de los recursos y, en suma, el interés colectivo, no existiría razón alguna, concluye la argu-mentación neoliberal, para pensar que el libre mercado políti-co no permitiese lo mismo.

Como si no fuera suficiente la trama de razonamientos circu-lares respecto al tema, los neoliberales, en general Friedman en particular, añaden un elemento más: la igualdad, porque la “libertad forma parte de la definición de igualdad, no la contradice”. Pero, enfatiza Friedman, la igualdad de opor-tunidades no se debe confundir con igualdad de resultados porque ésta no es más que una meta anómala de la inter-vención extralimitada del Estado que fuerza a la ‘auténtica’ libertad en aras de una pretendida equidad predicada por la ‘nueva clase’, en palabras de Friedman: “...burócratas es-tatales, universitarios cuyas investigaciones son sufragadas por fondos del estado o que están empleados en ‘almacenes de cerebros’ financiados por aquél, equipos de los muchos denominados de ‘interés general’ o de ‘política pública’, pe-riodistas y demás dedicados a la industria de la comunica-ción” (sic)224.

El discurso neoliberal, aunque sugerente en algunas de sus apreciaciones, muestra debilidades de envergadura, como las aquí expuestas, en torno a las nociones de libertad e igualdad225. Respecto a la principal sugestión del monetarismo global, coin-cidimos con J. Fresno Lozano en considerar que su ideología “ha posibilitado su aceptación por parte de aquellos sectores sociales y políticos que han encontrado en el monetarismo una

224 Ibid., p. 201. 225 “Alcance político del monetarismo”, Le Monde Diplomatique (en esp.), n° 38, febrero 1982, p. 25). Cf., asimismo, J. Saint-Geours: «La politique néo-liberale et la crise», Le Monde, 25.XI.1974, pp. 1 y 5.

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herramienta eficaz para enfrentar exitosamente los problemas que la actual crisis económica internacional plantea al sistema económico en su conjunto” y, también, “la instrumentación que de los postulados han hecho los mencionados sectores, han sido posible gracias a la conformación de un Estado políticamente fuerte que ha creado las condiciones para que el funcionamien-to económico de la sociedad gravite en torno a la esfera de la iniciativa privada”. A nuestro juicio, responden a la concepción general sobre la política social que mantienen estos autores. Aquí radicaría una explicación sobre la momentánea sorpresa que provoca en el investigador la considerable audiencia, en cier-tos círculos académicos y políticos, del neoliberalismo, no tanto por sus argumentos sino a pesar de ellos. Por eso nos parece ineludible analizar el carácter ideológico que subyace en el neo-liberalismo. En este sentido, cuando Friedman llega al núcleo de la cuestión, es decir, al problema de cómo se materializa una ‘igualdad de oportunidades’ a partir de situaciones iniciales de ‘desigualdad’ de renta y riqueza226, el autor vuela sobre ascuas y nos desvela sus convicciones. Primero, se siente ‘ofendido’ y ‘conmovido’ ante los contrastes existentes entre el lujo disfruta-do por unos y la pobreza agobiante de otros227. Segundo, insiste en que esas situaciones han empeorado en los países que no dejaron funcionar libremente al mercado y que consideraron el capitalismo librecambista como un mito decimonónico228. Y tercero, en consecuencia, la ampliación de las brechas y des-igualdades de origen se percibe, especialmente, en “la Europa medieval, la India interior a la independencia, así como en una parte de la moderna Sudamérica, donde el status heredado de-termina la posición social”229.

Como observamos en su momento, Friedman resuelve el ca-llejón sin salida al que le lleva su pensamiento con sus par-ticulares ‘F-Twist’ discursivos. El presente fue tan evidente que el autor se vió obligado a la inclusión inmediata, en su

226 Cf., Libertad de elegir, op. cit., pp. 206 y ss. 227 Ibid., p. 206. 228 Ibid., pp. 206-7. 229 Ibid., p. 207.

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texto, de una serie de diatribas, de tono más propagandístico que analítico, sobre su particular visión de las desigualdades sociales en los países de planificación central, constituyendo -sin ser un estudio serio del socialismo realmente existente- un grotesco remedio de Camino de servidumbre y no aportan-do alguna de las virtudes de Hayek (entre ellas, la sutileza de su prosa)230. En definitiva, según Friedman, capitalismo es libertad, y libertad significa igualdad de oportunidades, diversidad y movilidad social porque “conserva la posibili-dad de que los desgraciados de hoy sean los privilegiados de mañana y, en el curso de proceso, capacita a casi todos, de arriba abajo (y, ¿de abajo arriba?), para llevar una vida más plena y más rica”231.

También es cierto que Friedman no puede solventar el bi-nomio libertad-igualdad (como tampoco lo logró con la ar-ticulación democracia-capitalismo) porque no cuestiona, en modo alguno, el origen y la naturaleza de la propiedad, con-siderada por el autor como un valor político supremo232. En este sentido, el neoliberalismo retoma la evolución política del liberalismo clásico que si bien generalizó, mediante el sufragio universal, una extensión ‘cuantitativa’ del voto no es menos cierto que conservó la ‘calidad’ de aquellos votos que representaban la propiedad y los intereses de los propieta-rios. El ascendente de J. Locke fue considerablemente ma-yor que el de J.J. Rousseau en la evolución del liberalismo político clásico. Como escribe G. Rude, “de hecho, de haber estado vivo, Rousseau hubiera condenado a los sans-culottes parisinos de 1793 por el uso que hacían de sus enseñanzas, tan decididamente como Lutero condenara a los campesinos rebeldes alemanes 270 años antes”, y concluye: “todo ésto no hace más que subrayar la convicción de que lo importan-te en la historia no son las ideas en sí mismas, ni tampoco las intenciones de sus autores, sino el contexto político y so-

230 Ibid., pp. 207-9. Cf., asimismo, R. Villarreal: “Monetarismo e ideología...”, art. cit., esp. p. 1063. 231 Ibid., pp. 209-210, subrayado y paréntesis nuestros. 232 Cf., R. Arias, J. Fresno, N. Ordovás y H. Sánchez: “El monetarismo como ideología”, Economía de

América Latina, n° 6, primer semestre 1981, pp. 159-176.

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cial en el que circulaban y la utilización que hacen de ellas aquellos que las leen y las asimilan” (233), de igual manera M. Friedman hace suya otra de las corrientes neoliberales que, como la Escuela del ‘Public Choice’, están en boga actual-mente: la teoría de los derechos de propiedad.

Esta escuela defiende la existencia de un preciso derecho de propiedad sobre los hechos de transacción del mercado, co-laborando con éste y, por lo tanto, con la consecución de la libertad económica y de la libertad política. Mediante este esquema se subrayan dos cosas de suma importancia apolo-gética: por una parte, el carácter beneficioso de la propiedad para existencia de la libertad en todos los sentidos y, por otra, la justificación del origen histórico tanto de la propiedad como del Estado, cuya obligación fundamental es custodiar-la. El enfoque de los derechos de propiedad está vinculado a la Universidad de Virginia y a los nombres principales de A. Alchian y H. Demsetz. Si, en Mañana el capitalismo (Alianza Ed., Madrid, 1979), H. Lepage descubrió a la figura y obra de M. Friedman, en Mañana el liberalismo recobra a Hayek, la corriente del “Public Choice” y el enfoque de los derechos de propiedad que estudia, esencialmente, las relaciones que existen entre el mercado como ente institucional (el ‘meta-mercado’, en palabras de P. Schwartz) y las condiciones del logro de un ‘óptimo económico’. Para Lepage, existen dos ideas principales del enfoque: “Primera: Cuando los costes de transacción no son nulos, la estructura del derecho de propiedad no puede ser indiferente a la búsqueda del optium económico (...). Segunda: Las instituciones que nos ha legado la historia tienen una razón de ser económica debido a que pueden interpretarse como instrumentos cuya vocación es la de ayudar a la sociedad a frenar costes de transacción exce-sivamente altos”

H.J. Laski, expresó magníficamente el cambio de rumbo im-plentado por el liberalismo clásico, engendrado en la Revo-

233 Cf. La Europa revolucionaria 1783-1815, Siglo XXI, Madrid, 1974, pp. 39-40. (22) Y El liberalismo europeo, F.C.E., México, 1953, p. 178

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lución Francesa por la razón ilustrada: “Una doctrina que empezó como método de emancipación de la clase media se transformó después de 1789 en un método de disciplina para la clase trabajadora. La libertad contractual que buscaba emancipó a los propietarios de sus cadenas; pero en el logro de esa libertad estaba envuelta la esclavitud de quienes sólo podían vender su fuerza de trabajo. El expediente doctrinario más sencillo justificó la victoria de los conquistadores”234.

Vemos, pues, como el enfoque subsidiario promueve el retor-no a la esfera restrictiva de funciones del Estado que le son encomendadas por la sociedad. Si el Estado, en la economía occidental, rebasó sus propios límites a partir de la Gran De-presión -afirma Friedman- no se debió a una perentoria necesi-dad de intervención solicitada por la sociedad sino a la incom-prensión de la opinión pública y de los economistas respecto a la verdadera realidad de la crisis (sic). En opinión de Fried-man, el retorno a la esfera restringida modelará el conjunto idóneo de funciones estatales que no distorsionarán el merca-do económico y/o político: mantener el orden y la ley, definir los derechos de propiedad y las reglas de la vida económica, hacer cumplir los contratos, fomentar la competencia, proveer un adecuado sistema monetario y asumir los efectos de vecin-dad y de protección a los ‘irresponsables’ .

Lo cierto es que el enfoque ‘desestatalizador’, como parte in-trínseca del programa monetarista, tiene ahora -desde 1973 y en el Cono Sur latinoamericano- un significado más profundo que la simple propuesta teórica y política de organización so-cial. A nadie se le escapa el hecho de que el Estado, en América Latina, cobra una importancia insusual para los neoliberales ya que la crisis del Estado Oligárquico y su sustitución por el modelo reformista implicó un cambio sustancial del rol del Estado (ahora promotor, beligerante) en la estrategia de cre-

234 (Mañana el liberalismo, op. cit., p. 218). Cf., asimismo, P. Schwartz: “Derechos de propiedad o el círculo de tiza caucasiano”, Información Comercial Española, n° 545, enero 1979, pp. 65-72; y H. Demsetz: “Hacia una teoría general de los derechos de propiedad”, Información Comercial Española, n° 557, enero 1980, pp. 59-66.

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cimiento. El modelo populista encomendó al mismo labores capitales en el apuntalamiento de las políticas sustitutivas de importaciones, fomentando la autonomía de las distintas eco-nomías latinoamericanas respecto al exterior y generando una espiral de crecimiento ‘hacia adentro’ cuyos resultados favore-cían, a través de una ajustada política de intervención redistri-butiva, la disminución de las brechas sociales internas y de la región en su conjunto en relación al capitalismo mundial.

Aunque el modelo de crecimiento descrito no estuvo exento de múltiples impugnaciones del sector privado y del capital transnacional, las críticas no incidieron en la globalidad del proceso porque, entre otros motivos, el apoyo a la rentabili-dad y a la acumulación ampliada del capital requería un rol activo del Estado en la dotación de infraestructura, de crédito asequible, de insumos básicos y, en general, de una serie de economías externas imprescindibles para el proceso industria-lizador que se había adoptado .

Pero, como señala A. Arancibia, la ofensiva neoliberal actual, especialmente en su reafirmación del enfoque subsidiario, en-cuentra un eco ampliado a sus razonamientos como una más de las consecuencias de la quiebra del Estado Reformista y de su modelo industrializador. El nuevo escenario, produc-to del agotamiento de la vía ‘populista’ de crecimiento y de las críticas condiciones de la economía internacional, refuer-za, también, una defensa del enfoque subsidiario en América Latina que se creía agotada tras varias décadas de crecimien-to regional. Este fenómeno, sin duda, se alimenta, a su vez, por una triple casuística. En primer término, la frustración de expectativas sobre la expansión económica y la agudización del conflicto social por las evidentes limitaciones del Estado como motor de la industrialización y de las transformaciones socioeconómicas derivadas. En este sentido, el neoliberalismo defiende el desmantelamiento del sector público y de todos los organismos administrativos o reglamentarios que lubrifi-caban los mecanismos de intervención estatal. Sin embargo, las experiencias del Cono Sur mostraron que la fórmula neo-liberal-monetarista, al mismo tiempo que solicita la desetruc-

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turación del sector público, ya sea productivo o asistencial, defiende, en la práctica, las sucesivas ampliaciones del Estado (control, coerción, influencia ideológica sobre la sociedad ci-vil) como requiere la contención de las tensiones sociales pro-vocadas por el tipo de sistema político imperante y por los resultados de la política económica monetarista235. En segundo término, el enfoque subsidiario denuncia la exigüa capacidad de convocatoria de un modelo industrializador comandado por el Estado. Esta consideración neoliberal centraría el prin-cipal problema en un dilema (estatalización-mercado) que obvia la existencia de todos los actores y centros de poder. En efecto, el intervencionismo estatal y el mercado libre no con-forman un nudo dialéctico de polos dispares y aislados sino un reflejo de la estructura socioeconómica en cuestión. Ade-más, este tipo de dicotomía tiende a olvidar -y no siempre ins-conscientemente- uno de los centros de poder cuya influen-cia, en las últimas décadas y en América Latina, ha marcado indeleblemente cualquier tentativa de desarrollo: el capital transnacional. En tercer término, existe una serie de factores provenientes de la duración, profundidad y extensión de la crisis económica, así como de las transformaciones que en-gendra en la revisión de la división internacional del trabajo, que condiciona el nuevo escenario de redefinición del rol del Estado en este proceso. Añádase la gravitación sobre el mis-mo Estado, de forma directa o indirecta, del volumen y con-dicionamientos políticos de una deuda externa, como la lati-noamericana, que se dispara desde los años setenta al socaire de una pauta de industrialización ‘aperturista’ y de la alta dis-ponibilidad del crédito internacional. En síntesis, y con afán recapitulador, debemos señalar que el carácter ideológico de la contrarrevolución monetarista en América Latina descubre, una vez más, la articulación contradictoria capitalismo-democra-cia-liberalismo. En este sentido, las actuales consideraciones neoliberales sobre la ‘igualdad’ y sobre el enfoque subsidiario del Estado se retrotraen al más fiel pensamiento de H. Spen-cer y A. Smith.

235 Sobre estos problemas, cf., J.P. Arellano: “El gasto público social y sus beneficiarios en América Latina”, Estudios CEPLAN, n° 6, diciembre 1981, pp. 149-173.

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Este retorno a la ortodoxia236 no sólo es un anacronismo en la historia del pensamiento sino una ofensiva político-económica que ha contribuído a la crítica de un modelo de crecimiento basado en la sustitución de importaciones y del rol preemi-nente del Estado en América Latina. Pero esta ofensiva exigió, para su plasmación práctica, que el cuestionamiento de los ob-jetivos redistributivos del Estado Reformista y la desestructu-ración del sector público, sustentado por la política económi-ca keynesiana y promovido por los primeros planteamientos cepalinos, fueran abordados por los gobiernos militares del Cono Sur. En este preciso sentido, la ofensiva neoliberal se tor-na un anacronismo trágico.

Sin embargo, como subraya A. Arancibia, la nueva situación ‘dominante’ del enfoque subsidiario y la retórica que esgri-me en su defensa se asientan sobre el desconocimiento de una trivialidad: el Estado capitalista tiene como función, en cualquier área geográfica y con cualquier modelo industriali-zador, el asegurar las condiciones más adecuadas para la re-producción del régimen capitalista237. No deja de sorprender, por tanto, la proporción del éxito neoliberal basado en dicha trivialidad, especialmente en América Latina donde el rol be-ligerante estatal siempre estuvo dirigido a la perpetuación del sistema porque:

1º. “La actuación del Estado y de las empresas bajo su control no han estado siempre y necesariamente al servicio de los objetivos de atenuar las desigualdades y de impulsar unefectivo proceso de desarrollo económico y social”238.

2º. “Los intentos de privatización encuentran lí-mites por cuanto siempre se requiere algún

236 Cf., al respecto, R. Prebisch: “El retorno a la ortodoxia”, Pensamiento Iberoamericano, n° 1, enero-junio 1982, pp. 73-78. 237 Como señala A. Aracibia: “Estado y economía...”, art. cit., pp. 41 y ss., citando a O. Oszlak: “Capitalismo de Estado: ¿Forma acabada o transición?”, in Gobierno y Empresa pública en América Latina, Ed. Sociedad Interamericana de Planificación, Buenos Aires, 1978, p. 33. 238 A. Arancibia: “Estado y economía...”, art. cit., p. 41.

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nivel de acción estatal directa, particularmente en las economías subdesarrolladas”239.

3º. “Algunos intentos de ‘transformación desde lo alto’ realizados recientemente, ponen en evidencia las limitaciones del Estado como de-miurgo”240.

4º. “La contracción de la participación del Es-tado en la economía, además de limitada, no ha generado la estructura productiva eficiente prometida ni la superación de los problemas seculares del subdesarrollo y ha agravado dra-máticamente muchos de ellos”241.

5º. En consecuencia, “las soluciones a muchos pro-blemas pendientes de organización, gestión y control del sector estatal y de sus empresas de-ben adecuarse a los fines económicos, sociales y políticos de la estrategia global de desarrollo adoptada” .Y, añade el autor, “el gran reto que actualmente encara América Latina se encuen-tra en la necesidad de concebir creativamente una propuesta verdaderamente transformado-ra, que reconozca la demanda de democracia, participación, autonomía y cooperación regio-nal en el carácter de compromisos estratégicos e indisolublemente integrados”242.

239 Ibid., p. 42. Los afanes privatizadores no han podido consumarse debido a una variada gama de razones (debilidad de sectores empresariales locales para situarse en actividades de alta complejidad tecnológica, elevados requerimientos de capital, lenta maduración del mismo, necesidad, entre otras, de insumos básicos, etc.). 240 Ibid., p. 41. 241 Ibid., p. 47. Cf., asimismo, el excelente análisis de F. Fajnzlber: La industrialización trunca de América Latina, Ed. Nueva Imagen, México, 1983. 242 Ibid., p. 49. yp. 50.

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CAPÍTULO VI

EL MODELO LIBERAL DE APERTURA ECONÓMICA EN AMÉRICA LATINA

Desde la publicación de la Teoría General de J.M. Keynes, en 1936, y con la perspectiva de cinco décadas de evolución de la economía convencional, se puede convenir en que fue la ‘política monetaria’ uno de los temas que suscitó el interés académico y las enconadas discusiones entre los interlocu-tores agrupados, desde entonces, en monetaristas y postkey-nesianos243, en el marco de la tensa convivencia entre dos paradigmas teóricos244. Aunque la controversia fuera, fre-cuentemente, irritante, frustrante, más cercana a una disputa medieval, en palabras de M. Blaug245, también es cierto que la ‘política monetaria’ adquirió un calibre de similar impor-tancia, en el seno de la economía ortodoxa, a la conjunción de problemas a los que hace referencia: la metodología de la investigación científica, la teoría macroeconómica y las polí-ticas de estabilización246.

En consecuencia, el prestigio de los autores implicados, la multiplicidad del referente y los prolíficos resultados biblio-gráficos han permitido la situación, en primer plano, del tema ‘monetario’ a través de la difusión de publicaciones lo

243 Cf., al respecto, M. Blaug: La metodología de la economía, op. cit., esp. Cap. 12, pp. 242-249. Cf., asimismo, B. Morgan: Monetarist and Keynesians, McMillan, Londres, 1978; J.L. Stein: Monetarist, Keynesian and New Classical Economics, B. Blackwell, Oxford, 1982; y G. Macesich: The Politics of Monetarism, Rowman and Allanheld, Totowa N.J., 1984.244 Cf., L. Gámir: “¿Es Ud. postkeynesiano o neoclásico?”, Información Comecial Española, n° 598, junio 1983, pp. 245 “Fruit less debate?” (¿un debate inútil?) se interroga M. Blaug, ibid., pp. 242-3. 246 Como señala L.C. Andersen: “The State of the Monetarist Debate”, Federal Reserve Bank of St. Louis, septiembre 1973. Utilizamos la versión de la Profesora Rodríguez Martínez, “El estado del debate monetarista”, Servicio de Publicaciones, Facultad de CC. Económicas, Universidad de Barcelona, Curso Académico 1979-1980.

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suficientemente copiosas para que intentemos aquí pasar re-vista a sus respectivos contenidos247.

Pero, a nuestros efectos, procedería notificar en esta Memo-ria Doctoral las grandes líneas de dicho debate para acotar teóricamente el objeto de nuestra investigación. De esta for-ma, analizaremos el status teórico del monetarismo mediante una necesaria y apretada síntesis que incida en dos vertientes. En primer lugar, en el contexto de economía cerrada, cuál es el análisis monetarista del ‘desequilibrio’ interno. En segundo lugar, bajo el supuesto de economía abierta, cuáles son las ob-servaciones más relevantes de esta corriente de pensamiento sobre el ‘desequilibrio’ externo. En tercer, y último lugar, para ambos casos, qué programas de estabilización recomiendan los monetaristas. Concluiremos la presente sección con un conjunto de notas, a partir de diversos enfoques críticos sobre el contenido y práctica del monetarismo, que enlacen la críti-ca teórica con la naturaleza y características de los programas de estabilización tradicionalmente propuestos en el Cono Sur latinoamericano.

1. Monetarismo y desequilibrio interno

A pesar de que M. Blaug distingue tres fases en la teoría mo-netaria de M. Friedman248, lo verdaderamente importante que éste y todos los monetaristas en general, rehabilitan la teoría clásica del dinero, reformulando la ecuación de cambio. A

247 Sin afán exaustivo, destaquemos, entre otros, las siguientes obras y artículos, H.G. Johnson y R. Nobay: “El monetarismo desde una perspectiva teórica-histórica”, Información Comercial Española, n° 530, octubre 1977, pp. 38-48; H.G. Johson: Inflation and the Monetarist Controversy, North Holland, Amsterdam, 1972; J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, Cuadernos Económicos de ICE, n° 2, 1977, p. 9-19; F. Modigliani: “La controversia monetarista. ¿Debemos renunciar a las medidas estabilizadoras?”, Información Comercial Española n° 534, febrero 1978, pp. 85-100; R.H. Vane y J.L. Thompson: Monetarism, M. Robertson, Oxford, 1979; J. Tobin: “Una valoración de la actual contrarrevolución monetarista”, Información Comercial Española, n° 580, diciembre 1981, pp. 135-143; F. Aftalion y P. Poncet: Le monétarisme, P.U.F., París, 1981; y J. Tobin: “Política de estabilización. Diez años después”, Información Comercial Española, n° 581, enero 1982, pp. 105-126.Cf., además, los siguientes ‘readings’ de L.A. Rojo Duque (Introducción y selección): El nuevo monetarismo, I.E.F., Madrid, 1971; J. Stein (Ed.): Monetarism, North Holland, Amsterdam, 1976; T. Mayer (Ed.): The Structure of Monetarism, W.W. Norton, Nueva York, 1978; y el monográfico de Cuadernos Económicos de ICE, n° 2, 1977. 248 Cf., M. Blaug: La metodología de la economía, op. cit., pp. 245 y ss.; y K. Brunner y A. Meltzer: La teoría monetaria de Friedman, Ed. Premia, México, 1979.

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grandes rasgos, la teoría clásica sobre el dinero fue formulada por D. Hume, en 1752, con una versión que domina la mayor parte del s. XIX. Así lo reconoce el mismo Friedman, cuando señala que “solamente en dos aspectos hemos aventajado a Hume: en primer lugar, ahora tenemos un conocimiento más seguro de las magnitudes cuantitativas que usamos y, en se-gundo, hemos aventajado a Hume por una derivada”249. A partir de ésta, se forjaron las versiones clásica y moderna de la teoría cuantitativa y sus principales proposiciones, cuya pre-sentación se expondrá seguidamente.

Si expresamos la ecuación de cambio en la siguiente doble igualdad:

M . V = P . Q = Y

Siendo,

M, la oferta monetaria nominal;

V, la velocidad de circulación del dinero, es decir, el número promedio de veces que, en un año, una ‘unidad de dinero’ es usada en la com-pra de los bienes y servicios que conforman el PNB;

P, el índice general de precios;

Q, el producto global a precios constantes;

Y, el valor monetario de la producción o ingreso nominal.

Como apreciamos, en esta nota divulgativa, la ecuación de cambio clásica se basa en una tautología (RN=PN=GN), ya

249 (“25 Years the Rediscovery of Money, what have we learned?”, American Economic Review, vol. 65, mayo 1977, pp. 176-7). Al respecto, Friedman se refiere al manejo de los actuales monetaristas no sólo de la tasa de inflación sino, también, a la segunda derivada de los cambios en los precios que induce a cambios en el resto de las variables. Para una ampliación de este tema, cf., entre otros, a A.H. Hansen: Teoría monetaria y política fiscal, F.C.E., México, 1980, pp. 61 y ss.

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que el ingreso nominal (Y=P.Q) es idéntico, por definición, al flujo circular de renta y gasto anual (Y=M.V).

En consecuencia, la teoría cuantitativa clásica afirma que P mantiene una relación proporcional fija con la oferta monetaria, bajo el supuesto de ceteris paribus. En otras palabras, la teoría requiere la constancia de V y Q, dado que las variaciones de M afectan proporcionalmente a P. La reformulación moderna utiliza la misma ecuación de cambio pero en términos de crecimiento porcentual:

.m = M , v = V , etc.

M V

Por lo tanto, la ecuación de cambio reformulada sería:

m + v = p + q = y (1)

La ecuación (1) afirma que la tasa de crecimiento de la canti-dad de dinero (de la oferta monetaria y de la velocidad de cir-culación), se distribuye o es igual al crecimiento de los precios (tasa de inflación y tasa de crecimiento del producto real).

La proposición básica monetarista, en economía cerrada, sería entonces que cualquier aumento de m (considerando el cete-ris paribus de las demás variables) se traduce en un aumento de p. Por lo tanto, en palabras de M. Friedman, “la inflación es principalmente un fenómeno monetario, provocado por un crecimiento mayor de la cantidad de dinero que de la pro-ducción” (Libertad de elegir, op. cit., p. 363). Realmente, la pro-posición de que variaciones de m implica variaciones, en la misma dirección, de p, descansa en el citado ceteris paribus. En consecuencia, éste se constituye como el nudo gordiano de las teorizaciones básicas y las investigaciones empíricas del mo-netarismo, por cuanto m y p, en la medida que se constate la constancia de v y q.

El monetarismo en economía cerrada, al decir de H. Frisch, es un modelo que contiene tres asunciones fundamentales que

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forman una unidad teórica: el teorema de la aceleración, el teo-rema de la temporalidad y el teorema de las expectativas en-dógenas (“La teoría de la inflación 1963-1975: una panorámica de ‘segunda generación’”, Información Comercial Española, n° 541, septiembre 1978, pp. 101-121, esp. pp. 108 y ss.). Y, como vimos, esta unidad teórica tiene en la constancia de v y q sus fundamentos analíticos. Abundemos en ambos supuestos.

1) El supuesto de constancia de v: la demanda de dinero como una función estable. Para J.A. Frenkel y H.G. Johnson, “lo que convierte la ecuación cuantitativa en la teoría cuantitativa es el supuesto de que la velocidad es una especie de función estable (constante determinada institucionalmente) y lo que subyace al enfoque monetarista es el mismo supuesto de que la deman-da de dinero es una función estable” (The Monetary Approach to the Balance of Payments, op. cit., p. 25).

Dicha demanda de dinero, como función estable, relaciona la demanda de saldos monetarios reales con un número limitado de variables:

M = 0 ( P, Y, w, rm, rb, re, 1/P. dP/dt, u), siendo

M, la cantidad de dinero demandada por la colectividad;

0, función de...;

P, nivel general de precios;

Y, valor de la riqueza total;

w, función de riqueza no humana;

rm, tipo nominal de rendimiento esperado del dinero;

rb, tipo de rendimiento nominal esperado de los títulos de renta fija, incluídos los cambios espe-rados en P;

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re, tipo de rendimiento nominal esperados en las acciones incluídos los cambios esperados en las cotizaciones;

1.dP, tipo de variación esperada en los precios de los

P dt bienes y servicios, incluído el tipo de rendi-mienton nominal esperado de los activos rea-les;

u, variable que recoge todas las restantes, excepto la renta, que puedan afectar a la utilidad del servicio del dinero, como son los gustos y pre-ferencias del público así como las condiciones tecnológicas de la producción y que sean rele-vantes para la demanda de dinero.

(Cf., al respecto, L.A. Rojo Duque: Keynes y el pensamiento ma-croeconómico actual, Tecnos, Madrid, 1972, pp. 161 y ss.; H.R. Vane y J.L. Thompson: Monetarism, op. cit., pp. 39 y ss.; y F. Af-talion y P. Poncet: Le monétarisme, op. cit., pp. 7-25).

La reformulación cuantitativa de la ecuación de cambio no afirma taxativamente que exista una estricta constancia de v sino que la velocidad ingreso y sus cambios responden a una fusión estable que permite predicciones satisfactorias entre los cambios de la oferta monetaria y los cambios en el ingreso nominal. Por eso, para reconvertir la teoría cuantitativa refor-mulada modernamente en un modelo de determinación de ingreso, es necesario agregar al supuesto de estabilidad de la demanda monetaria una de las dos siguientes hipótesis:

a) La demanda de dinero es inelástica respecto a los cambios de las variables que la determinan.

b) Las variables que afectan a la demanda monetaria están fijadas fuera de la esfera monetaria, como sucede, según M. Friedman, con la tasa de interés real y el ingreso real (“La teo-ría cuantitativa del dinero: una reafirmación”, art. cit.; y F. Af-talion y P. Poncet: Le monétarisme, op. cit., pp. 54-70).

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Entonces, cualquier variación de m se manifiesta en y, dada la estabilidad de v. No obstante, lo que interesa al monetarismo es conocer los efectos que produce un cambio en m sobre p y q, es decir, la relación entre variaciones de la oferta monetaria y los cambios en el ritmo de inflación y en la producción real.

2) El supuesto de constancia de q: inflación y paro según los monetaristas. Bajo este supuesto, la proposición monetarista es la siguiente: cualquier incremento de m se manifiesta en in-crementos proporcionales de p y en variaciones poco significa-tivas (o nulas) de q. Para los clásicos, Q era constante ya que se partía de una situación de pleno empleo en el seno de una economía competitiva que se ajusta automáticamente a través de la perfecta flexibilidad de los precios, tanto del mercado de bienes y servicios como del mercado de trabajo. El salario, por tanto, perfectamente flexible a corto y largo plazo, a la alza y a la baja, equilibra un mercado laboral en el que no existe des-empleo involuntario.

Actualmente, en especial M. Friedman, se introduce la hipó-tesis de ‘tasa natural de desempleo’, asociándolo al nivel de equilibrio del mercado de trabajo. Se afirma, entonces, que la ‘tasa natural de desempleo’ (TND) no depende de la tasa de inflación (TI) pero ésta permanecerá estable cuando la canti-dad de desempleo coincida con la TND que está determinada por las características estructurales de los mercados de bienes, incluyendo las imperfecciones del mercado, la variabilidad aleatoria de oferta y demanda, el coste de recolectar informa-ción sobre vacantes y ofertas de empleo, costos de movilidad, etc. (F. Aftalion y P. Poncet, ibid., pp. 26-40 y pp. 71-86).

Para presentar el supuesto, los monetaristas recurren al análisis de la curva de Phillips, de gran predicamente postkeynesiano en cuanto representa un ‘trade-off’ inflación-paro expresado en una curva de pendiente negativa. En efecto, el análisis tipo Phillips señala que existe una relación inversa entre la tasa de desempleo y la tasa de cambio de los salarios monetarios. A su vez, la tasa de cambio de los salarios monetarios se relaciona con la tasa de inflación mediante la reconversión basada en el

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supuesto de cualquier cambio de TI es igual a los cambios en los salarios monetarios menos los cambios de q. Si se supone, por otra parte, que la tasa de crecimiento de la productividad del trabajo es nula, tendremos que ‘cambios en la TI = cam-bios en la tasa de salarios monetarios’. De esta forma, se puede construir una curva de Phillips que relacione tasas de inflación y tasas de desempleo, dado un nivel de demanda agregada. Tanto los monetaristas como los keynesianos aceptan que, a corto plazo, la curva de Phillips tiene pendiente negativa, es decir, que si partimos, por ejemplo, de una situación inicial de TI = 8 % y una TD = 12 %, con un nivel de demanda agregada DA1, y la política económica gubernamental pretende favore-cer un aumento de la demanda agregada, de DA1 a DA2, la nueva situación de equilibrio se localizará en B, con una TI = 14 % y una TD = 6 %. En conclusión, el desempleo solamente puede reducirse o, en forma equivalente, la producción puede crecer a costa de una mayor inflación, dado un cierto nivel de tecnología y capital (cf., al respecto, M. Friedman: “Paro e in-flación”, art. cit., pp. 25-53). Si bien la curva de Phillips puede ser de pendiente negativa a corto plazo, los monetaristas como Friedman consideran que es vertical a largo plazo, debido a las ‘expectativas adaptativas’ que, en el enfoque de la ‘nueva ma-croeconomía clásica’, se transforman en ‘expectativas raciona-les’, con lo cual se tendría una curva de Phillips perfectamen-te vertical, al nivel de la TND, no sólo a largo sino, también, a corto plazo (cf., R.J. Gordon: “Recent Developments in the Theory of Inflation and Unemployment”, Journal of Monetary Economics, n° 2, 1976, pp. 185-219). Ampliemos más esta últi-ma observación. Para los monetaristas, el gobierno y la auto-ridad monetaria a su servicio pueden elevar el nivel de de-manda agregada de DA1 a DA2, con el resultado de un menor desempleo con una mayor tasa de inflación. Si se introduce la hipótesis sobre ‘expectativas adaptativas’, los salarios tra-tarían de ajustarse a la nueva inflación, desplazando la curva de Phillips de CP1 a CP2, con una nueva situación de equili-brio (C), donde existe el mismo desempleo (en la TND) pero con una mayor TI . Para los monetaristas que introducen la hipótesis de ‘expectativas racionales’, la verticalidad fijada

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por TND se alcanza no sólo a largo plazo sino que los agentes económicos relevantes -se afirma- conocer cualquier efecto de las políticas económicas discrecionales. De esta manera, como todos conocen, todos conforman las mismas expectativas, no ya de adaptación sino de previo raciocinio, lo cual llevará a un ajuste automático y a corto plazo en el mercado de trabajo (salarios) y en el mercado de bienes y servicios (precios).

Las recomendaciones de política económica monetarista son, en consecuencia, dictadas por la denuncia de las políticas ex-pansionistas de raíz keynesiana que malogran atentar el des-empleo a tasas inferiores a la TND y provocan, en cambio, un mayor ritmo de la TI dadas las expectativas del público.

En síntesis, para los monetaristas, la inflación deriva, como fenómeno monetario, por el hecho de que la tasa de creci-miento de la cantidad de dinero (oferta monetaria y velo-cidad de circulación) es proporcional al crecimiento de los precios (tasa de inflación y tasa de crecimiento del producto real). Sometido el enfoque en economía cerrada a dos su-puestos principales (la constancia de la velocidad-ingreso del dinero y la constancia del crecimiento del producto global), se concluye en que:

Primero, existe una relación funcional estable entre la deman-da de saldos monetarios reales y un número limitado de va-riables. En este sentido, y como señala Friedman, la función de demanda de dinero depende, esencialmente, de variables monetarias250.

Segundo, para convertir la teoría cuantitativa en un modelo de determinación del ingreso es necesario agregar, al supuesto de estabilidad de la función de demanda monetaria, una de las dos siguientes hipótesis: a) que la demanda de dinero es ineslática respecto a las variables que la determinan, o b) que las variables que afectan a la demanda monetaria estén fija-

250 Cf., al respecto, M. Gala: “La cantidad óptima de dinero en Friedman: en torno al concepto de dinero”, Cuadernos de Economía, vol. 4, nº 11, septiembre-diciembre 1975, pp. 463-487.

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das o derminadas fuera de la esfera monetaria. El supuesto de constancia de la velocidad-ingreso confirmaría, por lo tanto, que los incrementos de la cantidad de dinero se manifiesten en incrementos proporcionales del ingreso nominal.

Tercero, como lo que interesa al monetarismo es demostrar el carácter estrictamente monetario de la inflación, se introduce un segundo supuesto que hace referencia a la constancia de la producción global frente a incrementos de la cantidad de dinero que solamente incidirán en el aumento del nivel de precios.

Cuarto, en este sentido la hipótesis de pleno empleo de los clá-sicos se reformula mediante la introducción de la ‘tasa natu-ral de paro’ asociada al equilibrio del mercado de trabajo -tras una lectura crítica, por parte de los monetaristas, de la curva de Phillips y del ‘trade-off’ inflación-paro que inspira a la po-lítica económica mixta de postguerra. En definitiva, el análisis monetarista de Friedman y, posteriormente, con las aportacio-nes de la escuela de ‘expectativas racionales’ se llega a visuali-zar una curva de Phillips perfectamente vertical localizada en la tasa natural de paro, mostrando la ineficacia de una política monetaria expansionista que tratase de elevar el nivel de de-manda agregada. El corolario, en consecuencia, es evidente: la vía monetaria expansiva no mejora el nivel de empleo y tiene, como contrapartida, efectos inflaccionarios en situaciones de tasa natural de desempleo.

En este orden de cosas, las recomendaciones político-econó-micas de los monetaristas, para el tratamiento del desequi-librio interno caracterizado por la existencia simultánea de paro e inflación, son consecuentes con la ideología neoliberal del enfoque subsidiario del Estado. Bajo los supuestos e hi-pótesis citados, significativas variaciones en los precios, en la tasa esperada de inflación o en la tasa de interés nominal no afectará a la estabilidad de la demanda monetaria ni a la constancia de la velocidad de circulación, es decir, no se tra-ducirán en cambios igualmente significativos en la esfera real de la economía y en la atenuación del desempleo.

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Por lo tanto, la intervención del Estado en la vida económi-ca no puede generar efectos positivos, en dichos términos, ni tan siquiera a corto plazo (si intoducimos la hipótesis de ‘expectativas racionales’). El activismo estatal, legitimado por la teoría keynesiana y postkeynesiana sustentadoras -erróneamente, según los monetaristas- del cruel dilema inflación-paro y de una política económica basada en la expansión monetaria para la manipulación de la deman-da agregada, solamente supone el control de precios en el mercado de bienes y servicios en el mercado de trabajo, el desconocimiento de la formación de expectativas de los agentes económicos, facilitar una desproporcionada oferta de crédito, etc., alcanzando cotas superiores del proceso inflacionario pero sin disminuciones del desempleo, estan-cado en la ‘tasa natural’ intrínseca al sistema.

En este sentido, como subrayaría Friedman, la autoridad monetaria desconoce los efectos que tiene una variación de la oferta monetaria sobre el resto de las variables macroeco-nómicas y no contabiliza, además, los retrasos temporales con que operan dichos efectos. En consecuencia, a la supre-sión de cualquier actividad distorsionadora del mercado por parte del Estado se le debería añadir, recomiendan los monetaristas, un conjunto de reglas automáticas de actua-ción monetaria, alejando cualquier tentación discrecional. En otras palabras, la oferta monetaria debería crecer con la misma constancia que el PNB real potencial más una tasa de inflación que se considere objetivo Como escribe el pro-pio Friedman, “en la actualidad la mejor medida consiste en exigir a las autoridades monetaristas que mantuvieran la tasa de crecimiento porcentual de la base monetaria den-tro de un intervalo determinado (...). Una versión podría ser: El Congreso deberá tener poder para autorizar la emi-sión de obligaciones por parte del Estado sin devengar in-terés en la forma de dinero y moneda o asientos contables, con tal que la cantidad total de dólares aumente en no más del cinco por ciento cada año y no menos de un tres por

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ciento...”251. Ello permitiría, dice Friedman, un crecimiento sostenido del producto real con cierta estabilidad de pre-cios; el resto del ajuste lo realizaría el mercado libre252.

R.E. Lucas ha sintetizado las cuatro reglas que forman el programa de política económica de M. Friedman, mostrando el íntimo parentesco intelectual entre éste y la corriente de ‘expectativas racionales’253:

1. Tasa de crecimiento anual del 4 por ciento de M1, sobre la base de un mantenimiento trimestral.

2. Comportamiento de gastos y transferencias rea-les del gobierno que respondan a variaciones seculares y no como un instrumento sacrificado a los cambios cíclicos de la actividad económica.

3. Pautas para la configuración de tipos imposi-tivos igualmente determinados por las varia-ciones seculares y no como mecanismo anticí-clico.

4. Política claramente anunciada sobre el com-promiso gubernamental de no reaccionar ante los acuerdos salariales y de precios alcanzados privadamente, aparte de la preferencia guber-namental por demandas salariales bajas y de lucha antimonopolística.

Lucas se refiere a los por qué (de ámbito profesional y político) del escaso éxito de sus recomendaciones de 1948254 y de

251 (Libertad de elegir, op. cit., p. 425). Cf., igualmente, Capitalismo y libertad, op. cit., pp. 64-78; y La tiranía del status quo, op. cit., pp. 100-126.Con Friedman coinciden, lógicamente, las autoridades del banco central de cualquier país con ideas monetaristas. Cf., por ejemplo, la opinión de K. Klausen desde el Banco Federal Alemán que controlaba su propia creación de dinero con el objetivo de ajustar la masa monetaria a las posibilidades reales de producción a fin de reducir márgenes deflacionistas, in “La política monetaria al servicio de la estabilización”, Información Comercial Española, nº 525, mayo 1977, pp. 61-65. 252 Capitalismo y libertad, op. cit., p. 54. 253 Cf., R.E. Lucas (Jr.): “Reglas, discrecionalidad y la función del asesor económico”, Información Comercial Española, nº 575-6, julio-agosto 1981, pp. 123-9. 254 Lucas se refiere al artículo “A monetary and fiscal framework for Economic Stability”.

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1959255, y a los signos de cambio actual que han influído en una revisión profunda de los trabajos de Friedman sobre el tema monetario. “Como profesión que da consejos”, concluye Lucas, “estamos muy por encima de nuestras capacidades” A pesar del comentario de Lucas, la tesis de Friedman se reduce a la siguiente afirmación: “El modo, y puntualizo, el único modo de acabar con la inflación es la reducción del ritmo de crecimiento de la masa monetaria”256.

Sin embargo, el mismo Friedman se reafirma en su pensamiento, especialmente cuando constata que la experiencia sobre la política monetaria desde 1946 muestra que:

“...la exactitud, regularidad y predictibilidad de la relación existente entre el volumen de dinero, el nivel de precios y el nivel de producción, a lo largo de un considerable período de años...” es incuestionable.

Por lo tanto,

“...no podemos esperar utilizar la política mo-netaria como instrumento de previsión para eliminar otras fuerzas que, a corto plazo, gene-ran inestabilidad. Tratar de hacerlo es proba-ble que sólo sirva para introducir inestabilidad adicional en la economía...”

Ello conlleva a la recomendación de que

“la línea de acción inteligente estriba en tratar de evitar que las políticas monetaria y fiscal ten-

255 Se refiere, en concreto, al artículo “A Program for Monetary Stability”. 256 (Cit. in V. Saval: “Una inflación no tan furtiva”, Información Comercial Española, nº 494, octubre 1974, p. 35). Para R. Frisch, este modelo de inflación monetarista contiene tres asunciones, ya comentadas, de tres teoremas que hacen referencia, respectivamente, a la aceleración, a la temporalidad y a las expectativas endógenas y que conforman su aparato teórico reproducido en los tres siguientes artículos: “A Theoretical Framework of Monetary Analysis”, Journal of Political Economy, vol. 78, nº 2, abril 1970, pp. 193-238; “A Monetary Theory of Nominal Income”, Journal of Political Economy, vol. 79, nº 2, marzo-abril 1971, pp. 323-337; y “Comments on the Critics”, Journal of Political Economy, vol. 80, nº 5, septiembre-octubre 1972, pp. 906-950.

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gan tales efectos adversos, sujetándolas a una norma convenientemente rígida, determinadas por consideraciones a largo plazo más bien que por consideraciones cíclicas”

En consecuencia, para Friedman

“existe, pues, un horizonte para disposiciones constitucionales que protegen al ciudadano de la invasión por parte del Gobierno de sus derechos, tanto económicos como políticos”257

2. Monetarismo y desequilibrio externo

En los últimos años, ha cobrado vigor el análisis monetario sobre el desequilibrio económico en una doble perspectiva complementaria, externa e interna. De esta forma, se impone, en los círculos académicos convencionales, el enfoque monetario de la balanza de pagos (EMBP, en adelante) a partir de las publicaciones pioneras de H.G. Johnson, R. Mundell y R. Dornsbusch, y con el respaldo doctrinal de toda la Escuela de Chicago258.

No es éste, obviamente, el lugar más indicado para la expo-sición exaustiva del EMBP. No obstante, una breve descrip-ción del mismo nos facilitará la captación de aquellos rasgos definitorios de las políticas económicas estabilizadoras, co-nectando la visión subsidiaria del Estado y los fenómenos monetarios implícitos en las relaciones económicas interna-cionales, tal y como fueron difundidas en el Cono Sur lati-

257 M. Friedman: “La política monetaria USA después de la ‘Employment Act’ de 1946”, Revista Española de Economía, año II, nº 2, mayo-agosto 1972, pp. 8-42. Las citas corresponden a pp. 40, 41 y 42.Una visión totalmente diferente entre la frontera de la iniciativa privada y el Gobierno, cf., J. Tobin: Política Económica Nacional, F.C.E., México, 1972, pp. 25-35.258 Cf., al respecto, R.A. Mundell: Monetary Theory: Inflation, interest and growth in the world economy, Ed. Goodyear, Palisades, 1971; H.G. Johnson: “The Monetary Approach to Balance of Payments Theory”, in Further Essays in Monetary Economics, Allen and Unwin, Londres, 1972, pp. 229-249; y A.K. Swoboda: “Monetary Approaches to Balance of Payments Theory”, in E.-M. Classen y P. Salin (Eds.): Recent Issues in International Monetary Economics, North Holland, Amsterdam, 1976. Son, también de gran interés los siguientes ‘readings’, H.G. Johson y J.A. Frenkel (Eds.): The Monetary Approach to the Balance of Payments, Allen and Unwin, Londres, 1976; R.E. Caves y H.G. Johnson: Ensayos de economía internacional, Amorrortu, Buenos Aires, 1972.

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noamericano259. El enfoque monetario de la balanza de pa-gos (EMBP) centra el problema del desequilibrio externo en los excesos de la oferta de dinero sobre el saldo de ingreso y gasto, es decir, entre la adquisición y disposición de fondos, ya sea por la vía de la producción, del consumo o de présta-mos. Por lo tanto, aunque el EMBP incluye la estructura de los precios relativos en el análisis del gasto, tiene un papel secundario. No obstante, el nivel de precios desempeña un protagonismo especial por cuanto determina el valor real de los activos nominales

En este sentido, H.G. Johnson mantiene que el desequilibrio en la balanza de pagos, sea un régimen de cambios fijos, es síntoma de desequilibrios monetarios que se corrigen por sí mismos a su tiempo y sin la inherente necesidad de una determinada política económica gubernamental de balanza de pagos (“Monetary Approach to Balance of Payments. A nontechnical guide”, Journal of International Economics, 1977, pp. 251-268).

Por lo tanto, el desequilibrio de la balanza de pagos: a) es un síntoma de desequilibrio monetario y b) se soluciona de forma automática, sin intervención gubernamental Los supuestos sobre los que se basa el EMBP, en síntesis, son los siguientes: la demanda de dinero es una función estable y los niveles de empleo y producción tienden al pleno empleo. Ahora se añaden otros dos: los precios de bienes, servicios y activos internos están dados por los precios y tasas de interés internacionales; y los desequilibrios de pagos responden únicamente a causas monetarias. Estos supuestos implican que:

1. La demanda de dinero es independiente de los precios y factores, de los gastos, la tecnología y de la oferta monetaria. En otras palabras, se realza la propiedad de ‘neutralidad’ monetaria (H.G. Johnson: Further Essays..., op. cit., p. 236).

259 Cf., International Monetary Found: The Monetary Approach to the Balance of Payments, IMF, Washington, 1977; y VV.AA.: El enfoque monetario de la balanza de pagos, CEMLA, México, 1980.

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2. “El supuesto del pleno empleo en el enfoque monetario es, en parte, resultado de que, a largo plazo, y en el contexto de la economía mundial en crecimiento, los supuestos de rigidez salarial y empleo variable, resultan insignificantes...”, ya que el empleo crece hasta sus niveles de plenitud. Por lo tanto, o se controlan los precios y salarios con sus efectos de hambre y muerte (sic), o estalla una revolución marxista (sic) o el público vota a un partido que no está en el poder y que promete el pleno empleo, además de que el público espera que lo consiga (H.G. Johnson y J.A. Frenkel: “The Monetary Approach...”, art. cit., p. 25).

3. Los precios están dados exógenamente porque aún si los bienes no son comercializables entre sí, lo son sus factores productivos empleados y, además, los bienes no comercializables están relacionados con los comercializables mediante las condiciones de oferta-demanda, los gustos y hábitos, y la relación entre ingreso y gasto interno (Ibid., p. 28).

4. Todos los desequilibrios de la balanza de pa-gos son, en consecuencia, fenómenos mone-tarios. Los déficit y superávit estructurales no existen, a menos que se incluya en el concepto de estructura la propensión del gobierno a pro-porcionar un financiamiento inflacionario a los programas de desarrollo.

Por lo tanto, el desequilibrio entre oferta y demanda monetaria externa ejerce un efecto directo sobre el gasto interno. Por este mecanismo de absorción es a través del cual opera el proceso de ajuste del desequilibrio monetario. Si un país es deficitario se debe únicamente a un exceso ex-ante de la oferta de la oferta monetaria.

El EMBP resalta el origen del desequilibrio en la discrepancia entre tenencias deseadas y reales de saldos monetarios, pro-vocando un déficit o superávit de la balanza de pagos. Y esos

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mismos mecanismos monetarios proporcionarán la solución más adecuada para eliminar dicha discrepancia.

En resumen, bajo el supuesto de un régimen de cambio fijo, la teoría cuantitativa en economía abierta se puede presentar de la siguiente manera:

1. Ecuación de cambio:

m + v = p + q

2. Por los supuestos de partida, v es nula, q es una constante y p está determinada por los precios internacionales (pi).

3. Si m crece a una tasa mayor que la inflación internacional, tendremos que:

m = p + q - v = p + q = pi + q

m = pi + q

4. La diferencia D = m - (pi + q), nos muestra el desajuste, donde los excesos de m se canalizan en la compra de bienes y servicios, o activos internacionales, por lo que se demandan mayores cantidades de divisas por parte del público.

5. Entonces se produce el desequilibrio: mayor demanda de divisas genera una caída de las reservas internacionales del país en cuestión, lo cual produce, en un régimen de cambios fijos, un déficit de la balanza de reservas.

Sin excluir un tratamiento más profundo del tema260, observa-remos que la extensión de los supuestos monetaristas al caso

260 (cf., H.G. Johnson: Further Essays in Monetary Economics, Harvard University Press, Harvard, 1973, pp. 230 y ss.; y J.A. Frenkel y H.G. Johnson: “The Monetary Approach to the Balance of Payments. Essential Concepts and Historical Origins”, in Johnson y Frenkel (Eds.): The Monetary Approach..., op. cit., pp. 23 y ss.).

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de economías abiertas concibe el desajuste de la balanza de pa-gos (en su parte de balanza de reservas) a los excesos de oferta monetaria, canalizados en la compra de bienes y servicios, y/o activos internacionales, con la consecuente demanda de divi-sas por parte del público. Esta, a su vez, se traducirá, dado el régimen de tipos de cambio fijos, en caídas de reservas y en el lógico déficit del balance que las integran. Así es, de forma breve, el diagnóstico del EMBP. Nuestro propósito, en lo que sigue, será señalar las implicaciones político-económicas más importantes y su relación con el tratamiento monetarista para una economía cerrada que se desprenden del enfoque261.

Los déficit de la balanza de pagos, para el EMBP, pueden ser de dos tipos: déficit-fondo y déficit-flujo262. El primero sería el resultado de una decisión social que reemplaza dinero nacio-nal por mayores importaciones o por activos internacionales. En consecuencia, este tipo de déficit no empeora la posición del país en cuestión con relación al exterior, es transitorio y se ajustará fácilmente a través de diversas medidas (cambios en los precios relativos, devaluación o control de cambios, restric-ciones crediticias, etc.).

El déficit-flujo, en cambio, respondería a una decisión agrega-da de gasto por encima de las posibilidades de los ingresos. Por lo tanto, el ajuste, según el EMBP, se centrará en uno de los dos aspectos siguientes: aumento de la producción o reduc-ción del gasto. Como los monetaristas parten, y nos remitimos a la subsección anterior al respecto, de una situación de ‘pleno empleo’ de los recursos el ajuste solamente puede afectar a la drástica minoración del gasto, piedra maestra de una políti-ca estabilizadora tendente a la corrección del desequilibrio en una economía abierta.

261 Cf., al respecto, H.C. Grubel: “Las semejanzas entre el modelo monetarista interno y el internacional”, Información Comercial Española, nº 504-5, agosto-septiembre 1975, esp. pp. 26 y ss.; y J. Requeijo: “Ajuste de la balanza de pagos: una visión panorámica”, Información Comercial Española, nº 536, abril 1978, pp. 47-57, esp. pp. 55 y ss. Cf., además, H.G. Johnson y A.R. Nobay: “El monetarismo desde una perspectiva teórica-histórica”, art. cit., esp. pp. 46 y ss.262 Cf., J. Requeijo: “Ajuste de...”, art. cit., p. 55.

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La expansión del gasto (y del crédito que lo hace posible) se origina, a su vez, en el anómalo tratamiento de la oferta monetaria y en la descompensación entre cantidad de dinero ofrecida y demandada. La devaluación sería, en este sentido, una medida de ajuste que implicará un aumento de precios internos y mayores demandas de dinero. La eficacia de la de-valuación se valoraría por la negativa de la autoridad mone-taria a responder a esas demandas, es decir, una devaluación es eficaz en cuanto la caída de los saldos reales en manos del público no se amortigüe con la expansión del crédito inter-no. Sin embargo, como señala H.J. Johnson, para el EMBP la devaluación solamente es un sustituto de una política mone-taria correcta263 y su funcionalidad atiende a la aceleración del ajuste porque “...el déficit se solucionará mediante un reajuste en términos de stocks, entre saldos reales existen-tes y deseados y, debidamente interpretada, la función de la devaluación debe consistir en acelerar el natural proceso de ajuste fondos-flujos”264. En consecuencia, el EMBP, en franca correspondencia con el análisis monetario del desequilibrio interno, considera que la balanza de pagos es un fenómeno monetario, dirigido por fuerzas monetarias y por la política monetaria más que un fenómeno real dirigido por precios re-lativos y rentas reales, operando a través de las propensiones de gasto y a las elasticidades-precio del comercio exterior265. Por eso, también, las recomendaciones de política económica son netamente monetaristas proponiendo “el uso del proceso de oferta monetaria y, particularmente, la función de deman-da de dinero”, escribe M. Mussa, “como la relación teórica central alrededor de la cual se organiza el pensamiento con-cerniente a la balanza de pagos”266.

A pesar de la repercusión del enfoque monetario de la balanza de pagos, éste no se ha librado de contundentes críticas como

263 Cf., H.G. Johnson: “Monetary Approach to Balance of Payments. A nontechnical guide”, Journal of International Economics, nº 7, 1977, pp. 251-268. 264 Ibid., p.257. 265 Cf., H.G. Johnson: Further Essays in Monetary Economics, op. cit., p. 13. 266 M. Mussa: “Tariffs and the Balance of Payments: A Monetary Approach”, in H.G. Johnson y J.A. Frenkel (Eds.): The Monetary Approach..., op. cit., p. 190.

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la de D.A. Currie267, quien, tras analizar los efectos a largo pla-zo de las políticas de variación y reducción del gasto sobre la balanza de pagos, afirma que “el análisis monetario de la balanza de pagos, basándose en la falaz y simple identidad de que la variación en las reservas es idénticamente igual al cambio en la oferta monetaria menos el cambio en el crédito interno, ha tendido a sobrestimar la importancia de los fac-tores monetarios en la balanza de pagos en perjuicio de los instrumentos no-monetarios tradicionales de corrección de la balanza de pagos”268. Y, a propósito de este comentario, una exposición sintética del monetarismo en su doble versión exi-ge, asimismo, la notificación de diversos enfoques críticos so-bre algunos de sus aspectos más relevantes. Retomamos en este momento un estudio previo sobre aspectos críticos del monetarismo neoliberal avanzado en nuestra obra Crítica de la Razón Económica (Ed. EAE, 2011, tomo II, pp. 276 y ss.).

3. Enfoques críticos del monetarismo neoliberal

Desde los primeros signos de la revitalización monetarista y las controversias consiguientes con los keynesianos, se defen-dieron las diferentes posiciones teóricas con polémicas apasio-nadas, algunas veces agrias y no siempre fecundas. El mismo P. Modigliani rechazaba categóricamente el llamamiento mo-netarista a retrasar el reloj de las disciplina en cuarenta años pues, como Gámir escribió: “…se ha argumentado en favor de un simple movimiento pendular hacia el neoclasicismo-liberal como si la historia diera marcha atrás. Aplicando el esquema, que proviene de la dialéctica hegeliana, diríamos que no se trata de un puro proceso de ‘acción’ y ‘reacción’ pendular sin avances, sino de un proceso dinámico de tesis, antítesis y sín-tesis. En este caso, la tesis es el liberalismo puro; la antítesis, el keynesianismo y la nueva ‘síntesis’ no es la ‘media vuelta’ a lo Von Hayek...”269. Es como si no hubiesen existido ni la Teoría

267 D.A. Currie: “Algunas críticas al análisis monetario del ajuste en la balanza de pagos”, in G. Ruiz, C. Román y A. González: Equilibrio exterior y Política económica, Secretariado de Publicaciones de la Universidad de Málaga, Málaga, 1985, pp. 307-331. 268 Ibid., p. 328. 269 Cf., F. Modigliani: “La controversia monetarista...”, art. cit., p. 99 y Gámir, L.:(“La crisis y la política económica”, Información Comercial Española, nº 558, febrero 1980, p. 11).

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General ni el mensaje político-económico keynesiano implícita en ella270. Una muestra significativa de este tipo de discusiones se observa, por ejemplo, en una conocida pugna entre J. Hicks y H.G. Johnson271.

A nuestro entender, en cambio, existen numerosas apor-taciones críticas al monetarismo que, por la calidad de los trabajos consultados y el prestigio de sus autores, no me-recerían agruparse con histriónicas réplicas y contra-ré-plicas que ensobrece una aproximación adecuada al tema. En este sentido, es necesario que nos refiramos a varios aspectos del análisis monetario que, entre otros, constitu-yen el objeto de la presente subsección. A saber: el ‘idea-lismo’ monetario, el ‘empirismo’ monetario, la ideológica aversión al activismo estatal y la ‘racionalidad’ monetaria como persuasión social. Los dos primeros remiten a la co-herencia teórica y metodológica interna del monetarismo y los dos últimos a su carácter ideológico, con lo cual de-sarrollamos algunas reflexiones de la segunda parte de la presente sección.

1.3.1. El ‘idealismo’ monetario

En el discurso de recpeción a Jacques Rueff, en la Academia Francesa, André Maurois sorprendió al auditorio con una de-finición literaria de la inflación que aquí reproducimos: l’in-flation est l’oeuvre du diable parce qu’elle respecte les apparences et détruit les realités.... Tal inspirada afirmación del autor de Nido de víboras fue retomada, posteriormente, por A. Sauvy para ti-tular un conocido ensayo del autor y por Les Cahiers Français,

270 Para S. Guillaumont-Jeanneney (“Milton Friedman y la política monetaria automática”, De Economía, nº 104, octubre-diciembre 1968, pp. 549-589) el origen de la controversia se puede remontar a una fecha tan significativa como 1936 y la publicación de un artículo de H.C. Simons. Cf., también, D.D. Purvis: “Monetarism: a review”, The Canadian Journal of Economics, vol. XIII, nº 1, febrero 1980, pp. 96-122; E. González Ramírez y J. López Gallardo: “Crisis y política económica en el capitalismo desarrollado”, Trimestre Económico, nº 201, enero-marzo 1984, pp. 147-171. 271 Cf., al respecto, Cuadernos Económicos de ICE, nº 2, 1977, pp. 105-128, con artículos de J. Hicks (“Lo que hay de malo en el monetarismo”, pp. 105-118; y “Lo poco que está bien en el monetarismo”, pp. 125-128) y H.G. Johnson (“Lo que está bien en el monetarismo”, pp. 119-124).

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abriendo dos números monográficos sobre ‘inflación, meca-nismos y políticas atenuantes’272.

La inflación, esa ‘obra demoníaca’, es la pieza angular que sos-tiene la construcción teórica y normativa del monetarismo en la cual encaja la rehabilitación de la teoría cuantitativa y de la ecuación de cambio, y el énfasis en el carácter estable de la función de demanda de dinero, determinada por un número limitado de variables y por la consideración del ‘dinero’ como un activo más en manos del público. En esencia, a pesar de las diversas opiniones monetaristas sobre cuáles activos constitu-yen la oferta monetaria273, existe un consenso generalizado en la aceptación de la teoría cuantitativa reformulada moderna-mente.

No obstante, algunos autores han acusado al sistema teóri-co presentado por el monetarismo de una grave idealización oculta en su aparente cohesión lógica. Pero, ¿qué idealismo estamos tratando?. El de una teoría monetaria que afirma la neutralidad del dinero bajo una extensión de los supuestos walrasianos de la economía de trueque; el de una teoría mo-netaria que acepta la existencia de un sistema real pero que actúa tras el velo monetario -en palabras de J. Robinson-, un velo que debe mantenerse al margen274; el de una teoría mo-netaria que culmina con la siguiente paradoja consistente en que cualquiera “teoría no monetaria, que mantiene que las fuerzas reales tienden a establecer el equilibrio del sistema, alcanza su apoteosis en la doctrina de que el dinero es lo úni-co que importa”275.

272 Cf., A. Sauvy: La economía del diablo, Ed. Magisterio Español, Madrid, 1977; y Les Cahiers Francais, nº 185 y nº 186, marzo-abril y mayo-junio 1978, respectivamente. De ambos números destaquemos los artículos de A. Galula: “Les interprétations traditionelles de l’inflation” (suplemento nº 5 al nº 185 de la citada revista, con paginación propia) y Ch. Schmidt: “Friedman, Keynes ou d’Hayek?” (pp. 5-10 del nº 186). 273 Cf., al efecto, las diversas opiniones de Latané, Bronfenbrenner, Mayer, Meltzer, Laidler, Meiselman y Friedman, entre otros, in R. Arias, J. Fresno, N. Ordovás y H. Sánchez: “El monetarismo como ideología”, art. cit., pp. 163-4. 274 Cf., J. Robinson: Herejías económicas, Ariel, Barcelona, 1976, p. 89. 275 Ibid., p. 102.

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Algunos críticos, como N. Kaldor, indicaron que solamente “las proposiciones monetaristas se podrían aplicar a una economía imaginaria, tal como la que se postula en el famoso modelo de Walras de equilibrio general”276, con un número finito de mercancías que se negocian en mercados perfectos, bajo condiciones de competencia perfecta, en los cuales una de las mercancías sirve como ‘moneda’.

Esta presentación de la ‘moneda’, como hacen los moneta-ristas en general, imprimiéndole una categorización neutra impide que: a) pueda ser útil como concepto científico en el análisis de los fenómenos monetarios, y b) se aprecie el carác-ter ideológico consustancial con la noción de ‘dinero’277; detrás de dicha noción, se encuentra la conjunción de tres concepcio-nes que la marcan indeleblemente: la concepción dicotómica de la economía, acreedora de la extrema confianza liberal que apuesta por el correcto funcionamiento del mercado donde la moneda-velo se adapta automática y satisfactoriamente a los fenómenos reales, la concepción cuantitativa de la moneda y la concepción subsidiaria del Estado.

Como indica S. de Brunhoff, “...ni el Estado ni la moneda son neutros: el papel de la moneda y de la acción estatal son, aun-que específicos, determinados en última instancia por las ne-cesidades de reproducción del capital industrial en beneficio de la clase burguesa”. Y, concluye, “la política monetaria como ideología (real) de una práctica estatal particular (igualmente real) oculta esa determinación fundamental...”278.

No es muy preciso, en consecuencia, caracterizar la posible existencia de ‘correctas’ o ‘erróneas’ políticas económicas, como pretenderían las sempiternas discusiones entre mone-taristas y keynesianos, según la dirección del tema moneta-

276 Cf., N. Kaldor: “Acerca del monetarismo”, Investigación Económica, nº 166, octubre-diciembre 1983, pp. 113-195, la cita corresponde a p. 117. 277 Cf., al respecto, S. de Brunhoff: La oferta de moneda, Ed. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1975, pp. 15 y ss.; y, de la autora, La política monetaria, Siglo XXI, México, 1974, esp. Cap. IV, “La política monetaria: ideología de una práctica estatal”, pp. 148-182. 278 La política monetaria, op. cit., p. 182.

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rio, porque ello sólo redunda en críticas ‘reformistas’ al mo-netarismo279 o en enfrentammientos personales del siempre polémico M. Friedman con W. Heller, R. Musgrave o J.K. Gal-braith, a propósito de ‘la política monetaria versus la política fiscal’280.

Por eso, las críticas materialistas al monetarismo281 denuncian que, bajo la apariencia de una actualización de la teoría cuan-titativa, se encuentra el paso imperceptible de los neolibera-les desde el ya lejano ‘automatismo natural’ al ‘automatismo construido’ como es la recomendación de políticas monetarias no discrecionales y no selectivas: “Careciendo de corrección automática”, escribe Dallemagne, “los burgueses debe recu-rrir a las políticas correctoras (...). El deseo de reemplazar los automatismos naturales, cuya inexistencia deben reconocer los economistas burgueses, por ‘automatismos construídos’ calcados sobre ellos, condena a la ineficacia la intervención de los gobiernos”282. En este hecho radica la tendencia de las críti-cas convencionales a determinada política monetaria (y, entre ellas, la neutral) a reducirse en visiones de meros problemas estadísticos y de tasas de crecimiento de la oferta monetaria

279 Ibid., pp. 153-169. La autora cita, al respecto, a F. Perroux, H. Bourguinat y J. Denizet. 280 Cf., por ejemplo, M. Friedman y W. Heller: Politique monétaire ou politique fiscale, Maison Meme, París, 1969; M. Friedman, R. Musgrave y otros: Política monetaria versus política fiscal, Dopesa, Barcelona, 1972; J.A. Rodríguez: “Samuelson versus Friedman y la Nueva Economía”, Cuadernos de Política Económica, nº 2, 1981, pp. 13-36; M. Friedman y J.K. Galbraith: Friedman contra Galbraith, Instituto de Estudios de Mercado, Madrid, 1982.T. Mayer, por su parte, ha compilado algunos de estos trabajos críticos, desde una visión reformista, del monetarismo tradicional (The Structure of Monetarism, Norton, Nueva York, 1978). Del mismo modo, se consideran a las aportaciones de la ‘nueva macroeconomía clásica’ con similares defectos (débiles fundamentos empíricos, supuestos poco verosímiles del comportamiento humano, indefinición del proceso de aprendizaje por el que se logran ciertas ‘expectativas’, etc.). Cf., al respecto, un artículo ya clásico en la crítica del enfoque de ‘expectativas racionales’ debido a W.H. Butter: “The Macroeconomics of Dr. Pangloss: A Critical Survey of the New Classical Macroeconomics”, The Economic Journal, nº 90, marzo 1980, pp. 34-50.Tanto a uno como a otro enfoque, se le reprocha, en general, el hecho de que preconizando el incremento regular y automático de la masa monetaria se acerca a la ortodoxia cuantitativa clásica pero con una diferencia. Lo que antes hacían las minas de oro, ahora lo hacen los bancos centrales sometidos a esa ley de incremento regular y automático. De esta forma, “Milton Friedman liga el dirigismo con un cierto liberalismo, así como los fisiócratas apelaban al ‘buen déspota’ para hacer reinar el ‘orden natural’” (A. Piettre: “Falsas doctrinas económicas”, Información Comercial Española, nº 451, marzo 1971, p. 131). 281 Por ejemplo, las obras ya citadas de S. de Brunhoff y, asimismo, el trabajo de J.-L. Dallemagne: La política económica burguesa, Siglo XXI, México, 1973, pp. 99 y ss. 282 (ibid., p. 99). Cf., además, J. Stein: “Inside the monetarist black box”, in J. Stein (Ed.): Monetarism, op. cit., pp. 183-232; y R. Perdomo: “La inflación y las políticas anti-inflacionarias”, Revista Centroamericana de Economía, nº 10, enero-abril 1983, pp. 47-57.

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pero ignorando, al mismo tiempo, que ésa es una de las res-ponsabilidades del Estado que no se puede analizar aislada-mente. No existe, en realidad, una estricta función técnico-eco-nómica (o política, o ideológica) del Estado sino un función global de cohesión, legitimación y reproducción del sistema283. De la misma forma, la obra del diablo, como denominamos a la inflación en el encabezamiento de esta subsección, no puede limitarse a ser explicado como una cuestión de tasas anuales del nivel de precios o una circunstancia patológica (y extirpa-ble) de la economía capitalista, sino como un fenómeno inhe-rente al sistema284.

Es en este marco donde deben ser evaluadas las argumenta-ciones reformistas, las cuales, a nuestro juicio, están magis-tralmente representadas por dos autores tan prolíficos como críticos del monetarismo: N. Kaldor y J. Tobin285. Recordemos brevemente el ambiente donde se gestaron las controversias. Los keynesianos esgrimen contra los monetaristas dos consta-taciones importantes: primero, que la teoría cuantitativa asu-me, como supuesto de partida, la tendencia de la economía al pleno empleo, en contradicción con la experiencia histórica; segundo, que la velocidad del dinero es una variable esencial-mente inestable y útil para describir ex-post el proceso econó-mico. Los monetaristas argumentaron, a su vez, que una de-fensa de sus posiciones pasa por la consideración de la teoría cuantitativa como una teoría de la demanda monetaria y no como una teoría que ofrezca respuestas globales al cambio económico. En otros términos, continúan los monetaristas, si la economía se manifiesta con cambios en la inflación o en la producción ante los impulsos del dinero se debe más a una ve-

283 Cf., N. Poulantzas: Poder político y clases sociales en el estado capitalista, Siglo XXI, México, 1969, p. 52.284 Cf., al respecto, S. de Brunhoff: Teoría Marxista de la Moneda, Ed. Roca, México, 1975. 285 Sobre N. Kaldor, además de los artículos anteriormente citados, cf., “El nuevo monetarismo”, in L.A. Rojo: El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 277-308. A continuación (pp. 309-338) se reproducen comentarios de Friedman, Walters y una respuesta del mismo Kaldor; “L’erreur fondamentale du monétarisme”, Le Monde, 5.III.1985, p. 21; y Le Fléau du monetarisme, Ed. Economica, París, 1985.Respecto a J. Tobin, cf., “Friedman’s Theoretical Framework”, in R.J. Gordon (Ed.): Milton Friedman’s Monetary Framework: A Debate with his critics, Chicago University Press, Chicago, 1974, pp. 77-89. Existe versión en español, por la que citaremos, “El marco teórico de Friedman”, Trimestre Económico, nº 185, 1980, pp. 219-234; además de los artículos ya citados del autor.

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rificación empírica de los distintos fenómenos que a la misma teoría cuantitativa. Por último, concluye la defensa moneta-rista, los aspectos positivos y normativos de la teoría mone-taria no se sustentan en la estricta constancia de la velocidad de circulación sino en la reformulación moderna de la misma, haciéndola depender, estable y funcionalmente, a determina-das variables clave286.

El intento de establecer un puente sobre la teoría cuantitativa, en palabras de H.G. Johnson287, uniendo la moderna reformu-lación monetarista con la ortodoxia pre-keynesiana fue frus-trado por D. Patinkin, quien considera a los actuales moneta-ristas como continuadores del neoclasicismo pre-keynesiano, sin mayores novedades que sus antecedentes en la historia del pensamiento económico288. Esta opinión contrasta con la de los monetaristas, F. Aftalion y P. Poncet, cuando se refieren a que “Don Patinkin ha subrayado que la formulación de M. Friedman de la función de demanda de moneda no es más que una presentación elegante de la aproximación keynesiana moderna...”289.

En esta disparidad de criterios, algunas de las críticas re-formistas incorporan, a nuestro juicio, avances significati-vos sobre una discusión caracterizada por su esterilidad. En efecto, N. Kaldor se sorprende, en un reciente artículo, de que la doctrina monetarista tenga tanto éxito a pesar de su falsedad (sic), y localiza su principal error en la creencia de que la oferta monetaria está en el origen de la demanda de bienes y servicios sin percibir que la demanda de moneda es el reflejo de la demanda de mercancías pero nunca su fuente290. Dicha creencia se fundamentaría, por lo tanto, en la errónea consideración de que la oferta monetaria es siem-pre exógena y que la demanda de dinero por parte del pú-

286 Cf., H.G. Johnson: Inflación y revolución y contrarrevolución keynesiana y monetarista, Ed. Oikos-Tau, Barcelona, 1978, esp. pp. 123 y ss. 287 Ibid., pp. 125-7. 288 Cf., D. Pantinkin: “The Chicago Tradition, the Monetary Theory and Friedman”, Journal of Money, Credit and Banking, vol. 1, nº 1, febrero 1969, pp. 46-70. 289 Le monétarisme, op. cit., p. 15. 290 Cf., «L’erreur fondamentale du monétarisme», art. cit.

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blico es una proporción estable del ingreso. A partir de aquí, M. Friedman y los monetaristas en general descubren una correlación entre PNB y oferta monetaria (con un ‘décalage’ muy variable en el tiempo) pero no la correlación entre PNB y velocidad de circulación.

En este sentido, señala N. Kaldor, todo el aparato monetarista se tambalea en cuanto no puede establecer qué supuestos teóricos y empíricos muestran, si existiese, dicha correlación y su implícita dirección de causalidad. Esquemáticamente, por qué sostener que una variación de la masa monetaria implica una variación del producto global, y no al revés. Para N. Kaldor, la principal conclusión de esta análisis sobre la ‘idealización’ monetarista es que:

“...las consecuencias y significación de las variacio-nes de la oferta monetaria serán diferentes según se considere una economía donde la moneda es una mercancía o una economía donde la moneda es un crédito. En el segundo caso, las variaciones de la oferta monetaria son siempre las consecuencias, y no las causas, de las variaciones del valor monetario de las transacciones cotidianas o del ingreso nacional (...). Toda variación en la oferta de moneda es una consecuencia de una variación de la demanda y no la inversa”291

Una crítica de J. Robinson, al respecto, sintetizaría las ya refe-ridas de D. Patinkin y N. Kaldor, cuando confiesa sus dificul-tades para encontrar grandes diferencias entre la nueva y vieja teoría cuantitativa de la moneda, sorprendiéndose, al mismo tiemp, del elemento místico que trata de introducir M. Fried-man en la confusión general de los monetaristas, especialmen-te los de Chicago, que leen la ecuación de cambio, M . V = P . T, de izquierda a derecha, en lugar de hacerlo al revés292.

291 Ibid. 292 J. Robinson: “Quantity Theories Old and New”, Journal of Money, Credit and Banking, vol. 2, nº 4, noviembre 1970, pp. 504-512.

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No menos incisivo que los autores citados es J. Tobin quien considera que el teorema cuantitativo de Friedman no es una teoría cuantitativa, en sentido estricto, sino una teoría de los precios basada en la ‘cantidad de dinero’ donde no se contem-pla el fenómeno de ‘ilusión monetaria’ ni está implicada por la racionalidad. Existiría una teoría cuantitativa verdadera pero siempre sería, al decir de Tobin, “una proposición más general que la teoría de los precios basada en la cantidad de dinero y más vacía que ella”293.

Sin embargo, afirma el autor en otro trabajo, ninguna de las proposiciones centrales de Keynes es inconsistente con la si-tuación contemporánea de cualquier democracia capitalista avanzada pero “el tabú en torno a una política monetaria ex-pansionista permanece”, ante lo cual “el razonamiento es que la interpretación pública de tal política la despoja de efectivi-dad”294.

J. Tobin extiende, en este momento, su crítica desde las ex-pectativas adaptativas a las racionales, escuela que levantó, valga la redundancia, importantes expectativas entre los mo-netaristas. En apretada síntesis, H. Lepage escribe que “por encima de aspectos metodológicos extremadamente sofisti-cados, los trabajos de esta joven generación de universitarios se refiere, entre otros, a R. Barro, Th. Sargent, R. Lucas, M. Boskin y J. Gould llaman poderosamente la atención en dos aspectos:

1. La existencia de comportamientos de aprendizaje que, al tenerlos en cuenta, permiten explicar fenómenos económicos que aparecen como desconcertantes cuan-do se intenta analizarlos empleando métodos econó-micos tradicionales.

2. Al no tener en cuenta los efectos de la fiscalidad sobre motivaciones individuales de trabajo y ahorro, los mo-

293 “El marco teórico de Friedman”, art. cit., p. 230. 294 J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, art. cit., p. 15.

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delos económicos contemporáneos sobrestiman el im-pacto ‘multiplicador’ del gasto público”295. El mismo Lepage aprovecha sus notas sobre las ‘anticipaciones racionales’ para introducir otras teorizaciones com-plementarias al enfoque crítico del intervencionismo estatal: los niveles de protección, a los que nos referi-mos anteriormente, y las tesis del ‘freno fiscal’, de gran actualidad en Estados Unidos y Gran Bretaña.

La teoría de las expecttivas racionales, brevemente y citanto al mismo Tobin, sostiene que: “...la gente racional, o por lo menos razonable, esperará más inflación como consecuencia de un crecimiento monetario más rápido (...). Pero la ingenua asociación de la expectativa de inflación y las tasas de crecimiento monetario no es racional (...). De todos modos, lo que no vamos a negar es que si el público ha sido informado mucho y mal, unas expectativas irracionales podrían ser un obstáculo a una política expansionista”296

No cabe duda que Tobin introduce en su argumentación toda una problemática relativa a la efectividad de la política monetaria o, en términos más amplios, a las ‘limitaciones’ de una política instrumental que abonan el terreno de las críticas reformistas al monetarismo. Resumiendo, estas li-mitaciones tratan de evaluar el instrumento de política eco-nómica bajo tres ángulos de estudio297. Primero, el problema de la efectividad, según los límites teóricos e institucionales. Segundo, el problema de la deseabilidad de su actuación y de

295 (Mañana el liberalismo, op. cit., pp. 75 y 78).A partir del artículo pionero de J.F. Muth (“Rational Expectations and the Theory of price movements”, Econometrica, vol. 29, julio 1961, nº 3, pp. 315-335), la literatura económica sobre el tema es muy abundante. Por ejemplo, G. Cifarelli (“L’aplicazione dell’ipotesi delle aspettative razionali alla teoria della politica economica: una rasegna critica”, Economia Internazionale, vol. xxxv, nº 3-4, agosto-noviembre 1982, pp. 401-434) detalla hasta 86 referencias bibliográficas básicas. No obstante, cf., además de las múltiples aportaciones de estos autores en el monográfico de Cuadernos Económicos de ICE, nº 16, 1981; a M.H. Simonsen: “Teoría econômica e expectativas racionais”, Revista Brasileira de Economía, nº 4, octubre-diciembre 1980, pp. 455-496; y S. Fisher (Ed.): Rational Expectations and Economic Policy, Chicago University Press, 1980. 296 “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, art. cit., p. 15. 297 Cf., al respecto, H. Ellis: “Limitations of Monetary Policy”, in N.H. Jacoby (Ed.): United States Monetary Policy, F. Praeguer, Nueva York, 1964, esp. pp. 195-214; J. Irastorza Revuelta: Las limitaciones de la política monetaria, ENAP, Alcalá de Henares, 1969; y M. Sánchez Ayuso y otros: Introducción a la política monetaria general y de España, Ed. Tucar, Madrid, 1976, esp. pp. 97-111.

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los efectos potencialmente discriminatorios, tanto a nivel social como sectorial298. Y, tercero, el problema de la compa-tibilidad con los fines propuestos. Este punto, en concreto, hace referencia a los fines de la política económica y a la ar-ticulación instrumental más adecuada de políticas ‘mixtas’ para alcanzarlos, donde a la política monetaria se le asigna un rol político-económico en función de la clasificación que atribuye, según autores, a cada política económica un obje-tivo concreto sobre el que tiene, en teoría, mayor impacto. En este sentido, R. Mundell, por ejemplo, supone que la po-lítica fiscal tiene mayor responsabilidad en el logro del equi-librio interno, mientras que el equilibrio externo sería un objetivo de la política monetaria. P.A. Samuelson, en cam-bio, cree que la política monetaria acapara el papel vigilante de las condiciones que impiden una caída de las inversiones privadas299.

I.3.2. El ‘empirismo’ monetarista

La gran debilidad teórica del monetarismo, en opinión de L.A. Rojo, radica en la inexistencia de un cuerpo integrador de las distintas piezas del análisis, alguna de ellas de gran interés pero sin sentido en cuanto sean consideradas aisla-damente300. Y la falta de ese corpus analítico que determine con claridad cuáles son los cauces por los que el dinero ejerce una influencia en el sector real o monetario, hace caer a los monetaristas en un empirismo vulgar donde, en sus afirma-ciones y recomendaciones de política económica, tiene tanta importancia lo que se acepta en ignorar como la insistencia en aquello que puede ser considerado la suficientemente co-rroborado301.

298 Cf., J.K. Galbraith: La sociedad opulenta, Ariel, Barcelona, 1969, pp. 215 y ss. Sobre las discriminaciones sectoriales, cf., asimismo, ILPES: Discusiones sobre programación monetaria-financiera, Siglo XXI, México, 1972, pp. 27 y ss.299 Cf., al respecto, M. Sánchez Ayuso y otros: Introducción a la política monetaria general y de España, op. cit., pp. 109-110. 300 Cf., L.A. Rojo: “Introducción”, a El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 39 y ss.301 Cf., al respecto, los comentarios de F.H. Hahn: “Professor Friedman’s Views on Money”, Económica, febrero 1971, pp. 61-80; y “Monetarism and Economic Theory”, Económica, febrero 1980, pp. 1-17.

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Esta inclinación ultra-empirista es reconocible en la obra de M. Friedman, especialmente en aquella que cuenta con la co-laboración de A. Schwartz, a través de una repetida ‘evidencia gráfica’ de la correlación entre variaciones de la oferta mone-taria y variaciones de la actividad económica, con un ‘rezago’ temporal cifrado en 15-24 meses302. Pero, como vimos en las críticas reformistas a la cidada ‘evidencia’, la proposición bá-sica del monetarismo se torna aún más confusa en cuanto se profundiza en sus raíces.

En su ensayo de apreciación empírica, F. Aftalion y P. Poncet, subrayan las tres conclusiones principales que se desprenden del análisis monetarista303. Primero, los ‘test’ econométricos utilizados dan lugar a una serie de resultados que concuer-dan con las principales afirmaciones del monetarismo y de la teoría clásica que está detrás del mismo. Segundo, estas propo-siciones y su verificación conciernen al largo plazo. Tercero, el análisis econométrico ha demostrado que: a)la expansión mo-netaria de un país explica, en gran parte, el crecimiento de su ingreso nominal; b) el crecimiento monetario excesivo explica la evolución de la inflación, de los tipos de interés y las tasas de paro; y c) el crecimiento real de la economía, por tanto, es independiente de la política monetaria.

Lo cierto es que, como comprueba empíricamente N. Kal-dor, los mismos procedimientos econométricos empleados por Friedman y Schwartz establecerían que, para el caso in-glés, la oferta monetaria es una variable endógena, desauto-rizando el rezago temporal de 15-24 meses como una acota-ción de ‘causalidad’ entre las variables. De igual manera y para el mismo caso, se podría demostrar el comportamiento estable de la velocidad de circulación debido, fundamental-mente, a los movimientos inestables de la oferta de dinero que se adecuó en cada momento a las necesidades genera-

302 Cf., al respecto, A Monetary History of the United States 1867-1960, Princepton University Press, Princepton, 1963.303 Cf., F. Aftalion y P. Poncet: «Le monétarisme: essai d’ appréciation empirique», Banque, nº 449, abril 1985, pp. 329-336.

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les del comercio304. También J. Tobin construyó las mismas gráficas y correlaciones monetaristas pero partiendo de un modelo con dinero endógeno305. Uno caso demostrarían que las pruebas empíricas aportadas por Friedman y asumidas por el monetarismo no poseen un origen unívoco del que extraer conclusiones definitivas sobre una determinada re-lación causal.

Quizás el núcleo del problema provenga, según indica R. Ko-linski, del hecho que otorga mayor sensación de esterilidad en el debate entre keynesianos y monetaristas: tanto la teoría de la demanda agregada como la ecuación de cambio sostie-nen cuestiones empíricas que no son susceptibles de verifica-ción306. Ninguna de las partes en litigio está en condiciones de probar empíricamente la validez absoluta de su teoría y/o la invalidez de la contraria. “Se ha elaborado muy poca eviden-cia en cualquiera de los dos puntos de vista...”, confirma un monetarista como L. Andersen307.

En una larga cita, que no podemos evitar reproducir en este momento, L.A. Rojo señala el problema de fondo:

“Los estudios empíricos han de abordarse desde teorías articuladas que, en el caso del monetarismo, habrían de expresarse me-diante un modelo de relaciones estructurales que recogieran la interacción entre el sector monetario y el sector real de la economía. A partir de tal modelo podrían obtenerse ‘for-mas reducidas’ que pusieran en relación las

304 N. Kaldor: “El nuevo monetarismo”, art. cit., pp. 277 y ss. 305 Publicando los resultados en “The Monetary Interpretation of History”, American Economic Review, junio 1965, pp. 464-485. Para el autor, todos los monetaristas confunden correlación con causación, y causación con precedencia temporal. En este sentido, la precedencia temporal que existe de las variaciones de la oferta monetaria respecto a las variaciones de actividad se darían siempre aunque la oferta monetaria se comportara como una variable pasiva en política económica. Cf., al respecto, J. Tobin: “Dinero y renta: Post hoc propter hoc?”, in L.A. Rojo: El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 221 y ss.306 () Cf., R. Kolinski: “Monetarism or Keynesianism: a matter of faith?”, Economia Internazionale, nº 1, febrero 1980, pp. 36-39.307 L. Andersen: “El estado actual del debate monetarista art. cit., p. 17. Cf., igualmente, los comentarios de L. Klein (p. 27) y de K. Brunner (pp. 31-2) a esta apreciación de Andersen.

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variables que aparecieran como exógenas en el modelo. Pero las ‘formas reducidas’ que los monetaristas utilizan en sus estudios empíri-cos -ya establezcan alguna relación entre las variaciones en la renta monetaria y alguna medida de variación de la oferta monetaria, ya introduzcan también alguna variable ex-presiva de las medidas fiscales, etc.- no deri-van de un modelo estructural que incorpore hipótesis teóricas explicativas de los mecanis-mos de transmisión implícitos.

En estas condiciones, los resultados obtenidos mediante las técnicas de regresión y correla-ción tienen un significado económico cuando menos incierto; pueden considerarse intere-santes, pero más como suscitadores de inte-rrogantes teóricas que como corroboraciones o refutaciones empíricas de teorías que no han sido detalladamente articuladas”308

No deja de ser, también, muy significativo, en la órbita del empirismo vulgar, que cuando una teoría no consigue expli-car satisfactoriamente la realidad, se puede utilizar (como única posibilidad admisible para solventar el problema) un procedimiento ad hoc que adecúe ésta (la realidad) a aqué-lla (la teoría). En este sentido, los profesores D. Hendry y N. Ericson, directores del Instituto de Economía y Estadística de la Universidad de Oxford y del Nuffield College, respectiva-mente, han demostrado en un extenso estudio, patrocinado por el Banco de Inglaterra, que una de las últimas obras de M. Friedman, Monetary Trends in the United States and Uni-ted Kingdom: Their Relation to Income, Prices and Interest Rates, 1967-1975, escrita en colaboración con A. Schwartz y consi-derada como la culminación del pensamiento del autor res-pecto a los problemas monetarios, está basada en datos poco fiables y, en su caso, manipulados. Dos ejemplos concretos:

308 L.A. Rojo: El nuevo monetarismo, op. cit., pp. 40-1.

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por una parte, Friedman reduce arbitrariamente la masa mo-netaria de Estados Unidos, circulando entre 1921 y 1955, en un 20 por ciento; por otra, no utiliza las estadísticas oficiales de postguerra respecto a la evolución del proceso inflaciona-rio, manejando, en cambio, cifras superiores a las reales. La gravedad de la acusación y las pruebas aportadas obligaron, tanto a los auotres como al patrocinador, matizar el sentido de las conclusiones y exigiendo al observador una lectura en-tre líneas: no se descalifica ni a todos los monetaristas ni a la propia teoría cuantitativa pero se demuestra, por otra parte, que ésta no ha sido verificada con datos reales; sigue siendo, en suma, una teoría que requiere la defensa visceral de sus seguidores309.

I.3.3. La ideológica ‘aversión’ al activismo estatal

Como apreciamos anteriormente, los monetaristas y los neo-liberales, en general, presentan en el enfoque subsidiario un pensamiento ambivalente. De esta forma, subraya K. Vergo-poulos, frente a los desheredados, el neoliberalismo desta-ca la naturaleza del Estado como un instrumento de la clase dominante y, frente a ésta, como una impenetrable nebulosa burocrática, oxidada, parasitaria, que se desarrolla a sus ex-pensas310.

En realidad, no se trata de una filosofía de rebelión ciudadana en contra del nuevo Leviatán cuya hipertrofia amenaza el fun-cionamiento de la sociedad y la economía, sino de una guerra sectorial que denuncia algunos aspectos para reforzar otros. En otros términos, más que solicitar la desaparición de mu-chas de las actuales responsabilidades del Estado capitalista lo que el neoliberalismo predica es su privatización, excepto

309 Cf., al respecto, S. Gallego-Díaz: “Milton Friedman acusado de manipular datos para que la realidad concordara con su análisis”, El País, 16.XII.1983, p. 58.310 K. Vergopoulos: “¿El neoliberalismo contra el Estado?”, Le Monde Diplomatique, julio 1981. Cf., asimismo, E.L. Bacha: “Crítica del monetarismo del Cono Sur”, Revista Internacional de Ciencias Sociales, nº 97, pp. 443-454; O. Rosales: “Planificación social, subsidiariedad y teoría económica”, Estudios Sociales, nº 41, tercer trimestre, 1984, pp. 9-34; y, para una visión alternativa y, por tanto, contraria a la mantenida por los autores anteriores, en J.A. Fontaine Talavera: “El Rol Macroeconómico del Estado”, Estudios Públicos, nº 9, verano 1983, pp. 19-42.

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en aquellas áreas de control y represión de los grupos sociales marginados por el mercado.

Este pensamiento ambivalente, por ejemplo, se manifiesta en el tratamiento monetarista del problema del crédito311. Un autor tan significado como R. McKinnon afirma que la intervención del crédito en una economía subdesarrollada es nefasta312 porque obstaculiza la creación de un verdadero mercado de capitales que asignaría racionalmente las diver-sas inversiones a través de las señales correctoras y guía del mercado (tasa de ganancia y tasa de interés), con lo que se incrementarían las actividades más rentables. Esta sería una economía, en palabras de S. Kalmanovitz, “guiada por los que Keynes alguna vez llamó capital especulativo en el tea-tro de un verdadero casino”313, opinión que, obviamente, M. Friedman no comparte: “...especulativo sólo es una palabra y no corresponde a algo malo. ¿Qué es lo que hace el especula-dor?. Trata de ver qué bienes son baratos en un lugar y caros en otros, que suban de precio en donde son baratos y bajen en donde son caros. La gente siempre culpa a los especulado-res, pero en general cumplen una función social útil”314.

Apartándose momentáneamente del enfoque subsidiario, esta capacidad de adaptación del discurso monetarista se ob-serva claramente en el enfoque monetario de la balanza de pagos. Como vimos en páginas precedentes, su aceptación no se debe sólo al ataque a la discrecionalidad de la política económica del Estado sino, también, a las posibilidades que ofrece para incorporar un sistema de cambios fijos o flexibles y a las íntimas conexiones que puede establecer con los últi-mos análisis sobre ‘expectativas racionales’.

311 Cf., S. Kalmatovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 66.312 Cf., al respecto, R. McKinnon: Capital y dinero en el crecimiento, Celam, México, 1977; y, del autor, Monetary control and the crawling peg, Mamillan, Londres, 1980, para una visión desde Standorf. Y M. Friedman: Money and Economic Development, Praeger, Nueva York, 1973 y H.G. Johnson: Macroeconomics and Monetary Theory, Gray-Hills, Londres, 1971, para una visión desde Chicago.313 S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 66.314 M. Friedman: Bases para un desarrollo económico, Ed. J. Schuldt, Santiago de Chile, 1975, p. 101.

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Ahora bien, ya sea por la diagnosis y las recomendaciones monetaristas en economía abierta o cerrada, el tratamiento del ‘desequilibrio’ culmina siempre en el enfoque subsidiario del Estado y en una política económica diseñada para cons-treñir las actividades productivas estatales y liberalizar las relaciones económicas, internas y externas. Es, en otras pala-bras, un programa que entraña una ideológica ‘aversión’ al activismo estatal, en sentido amplio, y que responde a una racionalidad determinada.

¿Cómo se explicaría esa ‘racionalidad’ si, aparentemente, la aversión, como tal, es ‘irracional? En opinión de S. Kalmano-vitz, la contrapartida histórica de esta interrogante se entiende perfectamente en el marco de las experiencias monetaristas del Cono Sur latinoamericano, porque:

“...la desestatalización propuesta por los monetaristas a las burguesías débiles nacionales produciría, en definiti-va, el reino de la libertad para la injerencia de las agen-cias imperialistas en los asuntos internos de los países en cuestión; permitiría ventajas irrestrictas para los capita-les extranjeros, en su competencia contra capitales loca-les; se regalarían los recursos naturales no renovables y se dejaría a la economía desarmada frente a la crisis eco-nómica y a la política de carácter internacional”

Pero no sólo la desestatalización como un paso previo de mo-delo de apertura que se intenta implementar, sino que el en-foque subsidiario se constituye en vehículo de la dependencia político-económica del exterior:

“...según estas propuestas, las burguesías locales de-ben prescindir hasta de su propia política monetaria. De acuerdo con el arzobispo del credo monetarista: ‘la vía más segura para impedir que se utilice la inflación como método deliberado de tributación es unificar la moneda de un país con la de algún otro... En tal caso, el país en cuestión no tendría una política monetaria propia. Lo que haría, en cierta forma, sería como atar

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su política monetaria a la cometa de la política mone-taria de otro país, preferiblemetne más desarrollado, más grande y relativamente estable’ (Friedman)”315

I.3.4. La persuasión social del monetarismo

Entendida la ideología como una concepción global del mun-do o, simplemente, como un conjunto de ideas que abarcan múltiples aspectos de la esfera cultural (valores, creencias, tradiciones, etc.), siempre conforma una unidad de legitima-ción que penetra en los diferentes estamentos de la sociedad, actuando como un mecanismo psicológico de organización (acatamiento) social y abonando, asimismo, el terreno de las relaciones sociales, donde se mueven los individuos y ad-quieren conciencia social de su posición316.

Al hilo de nuestras anteriores reflexiones, podemos considerar la conformación ideológica del monetarismo en ambos sen-tidos. Estamos ante una concepción global porque incorpora una redefinición de la sociedad que tiende a separar, mediante compartimentos estancos, las diversas facetas (políticas, eco-nómicas, etc.) de su funcionamiento. Su directa vinculación al neoliberalismo, y la filiación de ambos en la carga filosófica del liberalismo clásico, le ha proporcionado un marco extenso (metodológico, positivo y normativo) para presentar las exce-lencias del mercado como fórmula ideal de asignación de los recursos, penalizar la tentación ‘estatatizante’ y abogar por la soberanía del individuo. Un marco de visión del mundo que contiene, además, valores políticos, económicos, sociales e, in-cluso, morales acerca de la vida individual y colectiva, amén de la participación de los distintos agentes en la última.

En otros términos, el monetarismo se constituye (y siempre regre-sa) en el discurso del raciocinio que le da vitalidad. No obstante a su demarcación positivista, su método instrumentalista y su

315 S. Kalmanovitz: “Algunos elementos de la teoría...”, art. cit., p. 67. Sobre ‘yatrogenia’ del monetarismo, cf., asimismo, R. Villarreal: “La contrarrevolución monetarista en el centro y en la periferia”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, esp. Pp. 464-471.316 A. Gramsci: El materialismo histórico y la filosofía de B. Croce, Juan Pablos Ed., México, 1975, pp. 58 y ss.

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acendrado empirismo vulgarizante, el monetarismo no requiere, como podría parecer, un conocimiento directo y real del objeto de investigación. Más que una aportación científica, la cláusula del ‘como si’ pretende, parafraseando a N. Poulantzas, “ocultar las contradicciones reales; reconstruir, en el plano imaginario, un discurso relativamente coherente que sirva de horizonte a lo vi-vido de los agentes, dando forma a sus representaciones”317.

De esta forma, el neoliberalismo no sólo enriquece constante-mente su discurso teórico apelando a las fuentes de origen sino que, idealizándolo, se traslada ahistóricamente a la ‘edad de oro’ del capitalismo competitivo, central y decimonónico, del cual extraen ejemplarmente una racionalidad operativa y un programa de política económica: plena libertad de los mercados de bienes y servicios, de trabajo, de capitales...; apertura máxima a los mercados externos; limitación de las actividades estatales al mínimo recomendable en la garantía de aquellas y, en última instancia, de la propiedad y la seguridad de los propietarios.

El reencuentro con los clásicos, en el sentido más amplio de la expresión, responde, en nuestra opinión, a una nostalgia paracientífica y es, desde luego, una confesión de impotencia, como señalara A. Wolfelspergen318. Cuanto menos seguro está el neoliberalismo (y, obviamente, el monetarismo) sobre la úl-tima fase de su evolución, más se interroga sobre su historia y más tiende a confundirse con ella. Una revisión del índice onomástico de las principales obras de F.A. Hayek, I. Berlin o M. Friedman confirmarían nuestra observación.

En este sentido, no se encuentra, en el retorno a la ortodoxia, una lectura ni tan siquiera autocomplaciente del liberalismo sino que se instrumentaliza la historia del pensamiento para reivindicar la objetividad y el conocimiento proporcionado por las citas y el prestigio de los autores citados.

Sin embargo, como subraya R. Tolipan, “la Historia del Pen-samiento puede y debe ser el lugar de manifestación del 317 N. Poulantzas: Poder político y clases sociales en el Estado Capitalista, op. cit., p. 265.318 Cf., al respecto, A. Wolfelspergen: “Introducción”, a J.B. Say: Catéchisme d’écnomie politique, Ed. Repères-Mame, Paris, 1972, p. 8.

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principio dionisíaco que se opone a la voluntad apolínea de conformar un resultado. Su función transciende, además, a los límites del mero saber; un conocimiento humano final-mente satirizado puede ser un poderoso aliado en la neu-tralización del esprit de serieux homicida que domina hoy las reglas de casi todos los juegos”319.

Es por esta senda, a nuestro entender, donde debe dirigirse una valoración ajustada del regreso de la Escuela de Chicago al cuantitativismo, obligada, entonces, “a orientar toda la inves-tigación en la única dirección que permite un empirismo que se condena a ver solamente las apariencias: la búsqueda de las correlaciones inmediatas entre la cantidad de dinero y diversas variables del sistema (‘los ingresos permanentes’), el análisis ‘psicológico’ del ‘deseo de cobro’ y otros falsos problemas”320.

Si el discurso neoliberal conlleva, como vimos, una raciona-lidad teórica que le posibilita explicar el mundo que le rodea requiere, también, otra racionalidad que permita incrementar su capacidad de persuasión social sin colisionar, complemen-tándose, con aquella.

En este sentido, abordando el segundo aspecto de la noción de ‘ideología’ que habíamos adoptado, el neoliberalismo y, más concretamente, el monetarismo, tratan de convertirse en ‘opi-nión pública racionalizada’, mediante un mensaje de múltiples contenidos semánticos (referencias expresas a la ‘verdad cien-tífica’, a la ‘objetividad’ de la investigación, al sentido común, al interés general...) y dirigió a un público supuestamente ‘des-interesado’ y víctima, insisten los monetaristas, de los ‘excesos de la democracia’, del ‘fagocitismo’ burocrático y de las inter-venciones injustificadas del Leviatán contemporáneo.

Si observamos, en concreto, el ropaje científico del moneta-rismo descubriremos algunas de las claves publicistas de su mensaje:

319 R. Tolipan: “A Necesidade da História do Pensamento Econômico”, Literatura Econômica, vol. 4, nº 6, noviembre-diciembre 1982, p. 736.320 En palabras de S. Amin: El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico, Ed. Fontanella, Barcelona, 1974, p. 78.

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1. Utilizando continuamente métodos estadísticos y ‘test’ econométricos, se dota a sí mismo de una apa-rente objetividad científica. Pero no es una objetivi-dad definida por la relación del investigador con los datos, a partir de una visión pre-analítica del proble-ma, sino a una mitificación del dígito, del gráfico, de las series, de las extrapolaciones...

2. Considerando a la ideología, consustancial con cual-quier problema social, como un lastre y no como parte del estudio (y recalcando este supuesto), los moneta-ristas consiguen una mayor receptividad no sólo en los círculos académicos y en los medios de comunicación de masas, siempre vigilantes y al acecho de posibles aportaciones científicas ‘sesgadas’ ideológicamente, sino, también, en los gobiernos militares del Cono Sur latinoamericano: el militar ‘apolítico’ implementa polí-ticas económicas ‘neutrales’ con argumentos ‘objetivos’.

3. Tanto en su racionalidad teórica como operativa, el monetarismo es persuasivo en cuanto subraya la gra-vedad de ciertos problemas, con la inflación, que afec-tan a la mayoría de los ciudadanos. En primer lugar, los monetaristas presentan al proceso inflacionario como causa y no como efecto de la crisis. En segundo lugar, el uso de términos de maleable carga semióti-ca (subida de precios, despilfarro público, paro, etc.) son recibidos por un público profano y sensibilizado que consume toda una ‘oferta cultural’ (best-sellers de divulgación económica, programas de televisión, su-plementos de prensa, etc.) engendrada, en gran parte, por la crisis económica321.

4. En consecuencia, el monetarismo se subroga el papel de portavoz del público ‘despolitizado’ al que se le somete, para su consideración, una versión ‘blanda’

321 Cf., al respecto, los diversos trabajos sobre el tema publicados en el monográfico del Boletín de Estudios Económicos, vol. Xxxiv, nº 122, agosto 1984, bajo el título genérico de “Transparencia informativa”.

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de su doctrina. El receptor del mensaje tiende a iden-tificarse con el individualismo neoliberal, con el homo oeconomicus, el sujeto aislado de investigación en lu-gar del sujeto histórico. El receptor, asimismo, parti-cipa en el argumento monetarista porque se apela a su sentido común, con razonamientos directos y sen-cillos (y, por tanto, simplistas dada la complejidad de los temas tratados) sobre problemas acuciantes (paro, inflación, etc.). Esta colaboración origina, en último término, cierto consenso entre el público y el moneta-rismo para localizar las causas de la crisis en el inter-vencionismo desmedido del Estado.

5. Por último, y en relación con el punto anterior, el mo-netarismo conforma un discurso apologético de cierto orden social, resaltando la amenaza sobre sus puntos vitales: el respeto a la propiedad privada y la seguridad de los propietarios. Un discurso, por tanto, altamente receptivo no sólo para los detentadores del gran capital sino para todos aquellos que aspiran a serlo.

En definitiva, el ropaje científico y los elementos de persuasión social forman parte, pese a la insistencia neoliberal en afirmar lo contrario, de la ideología porque la ciencia, parafraseando a A. Gramsci, no se presenta jamás desnuda sino revestida por los discursos de legitimación que le confieren una racionali-dad y una eficacia propias, respaldando los valores que sus-tentan a la hegemonía.

Pero, también, existen unas causas materiales que alientan al monetarismo y lo hacen atractivo a determinados círculos eco-nómicos y militares del Cono Sur latinoramericano. Al análisis pormenorizado de este tipo de razones dedicaremos gran par-te de las secciones siguientes de nuestra Memoria Doctoral. No obstante, adelantemos como ilustración las que, a nuestro juicio, son determinantes.

A) El agotamiento o lentitud de la acumulación de capital en condiciones políticas que favorecen el ascenso de los mo-

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vimientos democráticos y/o en condiciones económicas que sirven a pautas de crecimiento endógeno (y, en este sentido, autosostenido y autónomo) en América Latina.

B) El fenómeno de hiperinflación, entre otros efectos críticos, y la resistencia de la clase obrera para no pagar unilateral-mente el peso de la crisis que afecta, sobremanera, al capi-talismo periférico y dependiente (Argentina, Uruguay), e incluso eligió, mediante los mecanismos de la democracia parlamentaria, un programa socialista (Chile).

C) Las dificultades que tiene el capital nacional y/o el forá-neo para reproducirse en un esquema de industrialización protegida, debido a los crecientes costos de producción, la limitación de mercados, la dispersión productiva, el atraso tecnológico y la inexistencia de beneficios derivados de ade-cuadas escalas de producción.

D) En consecuencia, el déficit externo provocado por la adop-ción de una política económica sustitutiva y proteccionista es, asimismo, un obstáculo objetivo a la acumulación de ca-pital. Distintas fracciones del capital local o transnacional li-gadas al sector externo aprecian en el monetarismo global no sólo un tratamiento conveniente del ‘desequilibrio’ interno sino la posibilidad de ampliar las actividades de exportación.

La experiencia demostró que la opción monetarista en el Cono Sur facilitó, en cambio, la invasión de los mercados nacionales por productos importados no sólo de las áreas metropolitanas sino de la misam variante ‘asiática’ del monetarismo (Corea, Taiwan, Hong-Kong), generalmente competitivos con produc-ciones locales. Ello provocó la desestructuración, en todos los casos estudiados, de la industria nacional lentamente forjada desde los años treinta; cuantiosos costes sociales en términos de empleo, redistribución de la renta y la riqueza y represión, entre otros; y endeudó fuertemente a particulares y gobiernos con el exterior. Estos serán, en síntesis, los temas que abordare-mos de inmediato en nuestra investigación.

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CAPÍTULO VII

POLÍTICAS PÚBLICAS Y ORTODOXIA NEOLIBERAL EN AMÉRICA LATINA: ENTRE EL FONDO MONETARIO INTERNACIONAL Y LA COMISIÓN TRILATERAL

1. Introducción

Los regímenes militares del Cono Sur, durante la década de los setenta, tuvieron ante sí tres tareas prioritarias: controlar el proceso inflacionario, reestablecer el libre funcionamiento de la economía y eliminar el déficit externo. No eran éstos, a pesar de la radicalidad en su tratamiento, problemas nuevos para la política económica en América Latina. Si la ‘industria-lización’ y los ‘obstáculos al desarrollo’ fueron conceptos cla-ve en el lenguaje económico de la región, desde 1940, no es menos cierto que ambos se situaban en un marco más amplio de discusión sostenida, tradicionalmente, por monetaristas y estructuralistas.

En este sentido, el fenómeno inflacionario centraba la trama argumental de las dos escuelas de pensamiento. Si, por una parte, se consideró a la inflación como un ingrediente nece-sario -a un ritmo adecuado- para el crecimiento, dadas sus características de ahorro interno obligatorio, tal idea, pujante en la primera etapa de postguerra, fue abandonada debido a los escasos resultados obtenidos para los objetivos marca-dos (industrialización y desarrollo). Esta situación generó dos consecuencias importantes: primero, el enfrentamiento abierto entre dos corrientes de pensamiento (monetarismo y estructuralismo latinoamericano) con concepciones opuestas sobre el papel de la inflación como motor del crecimiento económico; segundo, las propuestas de política económica de ambas corrientes que se concretarían en sendos diseños de programas de estabilización.

Finalmente, es imprescindible subrayar que el modelo eco-nómico monetarista implementado por los gobiernos milita-

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res coincide con importantes modificaciones, de fondo y for-ma, del plan de estabilización ortodoxo. A ello dedicaremos las dos últimas subsecciones.

2. Monetarismo neoliberal ‘versus’ estructuralismo reformista

Recordemos que los monetaristas responsabilizan y localizan las raíces de la inflación en el anómalo comportamiento del secto público y de las autoridades monetarias y, además, en la tensión provocada por las pautas distributivas de los distintos grupos sociales. En primer lugar, bajo los supuestos de la teo-ría neocuantitativa de la moneda, se resalta la importancia que tiene, utilizando las palabras de P. Jacobson, ‘una unidad mo-netaria sana’322, a la que deberían llegar el comportamiento del sector público y del banco central, por una parte, y la lógica de una política económica que compatibilice las variaciones del volumen monetario con la estabilidad. Es decir, la convenien-cia -según los monetaristas- en seguir reglas fijas de actuación monetaria que sean coherentes con una tasa de crecimiento po-tencial del output nacional323. En segundo lugar, se subrayan los beneficios que tienen el descubrimiento y amortiguación de las tensiones inflacionarias generadas por el intento de un grupo o sector social de acaparar una parte mayor del producto social frente a la resistencia de los demás grupos o sectores que no están dispuestos a restringir su demanda en la misma medida.

En consecuencia, a partir de una tasa inflacionaria considerada como meta según las estimaciones del potencial productivo, continúa la retórica monetarista, la inflación pierde su fuer-za motriz del crecimiento, lo frena ineludiblemente, ya que las políticas monetaria y fiscal provocan inestabilidad cróni-ca, constituyendo los verdaderos ‘obstáculos al desarrollo’324.

322 Cf., P. Jacobson: Problemas monetarios internacionales y nacionales, Tecnos, Madrid, 1961, esp. Pp. 154 y ss.323 Cf., a este propósito y aparte de la bibliografía ya citada, una muestra del pensamiento de M. Friedman: “Oferta de dinero y variaciones de los precios y la producción”, Información Comercial Española, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, pp. 119-120.324 De una literatura más amplia, cf., por ejemplo, D. Brothers: “Nexos entre estabilidad monetaria y el desarrollo en América Latina: un escrito doctrinal y de política”, Trimestre Económico, nº 116, octubre-diciembre 1962, esp. P. 589; y los comentarios globales de R. Prebisch: Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano, F.C.E., México, 1963.

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Una inflación fuera del control monetario induce a distorsio-nes, dirige ineficazmente a los recursos, fomenta la interven-ción estatal. Las empresas trabajarían sobre beneficios aparen-tes sin reestructurar sus planes de inversión. Algunos sectores de la población solicitarían el control de precios de bienes y servicios de primera necesidad, obstaculizando futuras inver-siones en dichos campos productivos. El mantenimiento de una moneda sobrevalorada, en un sistema de cambios fijos donde la inflación interna es superior al alza de los precios internacionales, promueve a la articulación de medidas pro-teccionistas que desplazará aquellos recursos nacionales asig-nados al sector exportador hacia actividades sustitutivas.

Si, en síntesis, el diagnóstico monetarista de la inflación persistente y descontrolada es como el anteriormente ex-puesto325, la proposición de un programa estabilizador in-corporaba una política anti-estatista y deflacionaria, para el desequilibrio interno, con el realismo cambiario y la entra-da de capitales foráneos, para el desequilibrio externo. En otras palabras, un plan de estabilización ortodoxo de signo monetarista incide en: a) una severa limitación del volumen crediticio y de la oferta monetaria interna; b) eliminación o reducción drástica del déficit presupuestario; c) eliminación o postergación de cualquier ajuste salarial al ritmo igual o superior al de la inflación; d) supresión o liberalización del sistema de control de precios; y e) ajuste de valor de la mone-da nacional sobrevalorada.

Realmente, existe una evidencia sobre quién es el último des-tinatario de un programa de estabilización de signo moneta-rista levantado sobre medidas en torno a la restricción de la demanda de bienes duraderos, a mayores recaudaciones fis-cales, a menores gastos públicos de tipo social, y a una estricta política salarial de congelación de este tipo de rentas mientras se liberalizan los precios de los productos alimenticios.

325 Y, como señala M.A. Miles (Beyond Monetarism, Basic Books, Nueva York, 1984) adolece de serias dificultades, tales como la comprobación de la relación causal entre la oferta monetaria y la actividad económica, del impacto de los mercados financieros internacionales o los problemas derivados de la definición de ‘moneda’ en una economía abierta.

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Es curioso, cuando menos, que la terapia de política de ren-tas salariales sea asumida por el monetarismo. Recordemos que la ‘inflación salarial’ se considera, en la economía con-vencional, como aquella en que el alza de salarios sobrepasa las mejoras en la productividad. Este tema ha sido recurrido ampliamente en los últimos años a propósito de la implemen-tación de los ‘pactos sociales’ como una componente más de las políticas económicas anti-crisis actuales de los países eu-ropeos de capitalismo avanzado. No obstante, una interpreta-ción unilineal de la ‘inflación de salarios’ no distingue entre inflación por ‘exceso de demanda’ o por ‘empujón de costos’, ni contabiliza los efectos, en términos inflacionarios, de la pre-sión de organizaciones sindicales y las características estruc-turales del mercado de trabajo, factores que, en realidad, están íntimamente relacionados y que J. Burton agrupa en dos en-foques, de ‘sobre-precios’ y ‘del poder negociador’. Algunos autores tradujeron el enfoque ‘mark-up’ como de ‘elevación de niveles’, pero en lo que sigue respetaremos la versión de F. Hoffman para la edición citada de 1974 del libro de Burton. En efecto, el enfoque del poder negociador contempla varios factores (exceso de demanda, expectativas inflacionarias, re-bosamiento-tirón-negociaciones laborales clave, el efecto de las tensiones-oscilaciones y, en éste, la fuerza sindical. Para The Economist estos factores, en su conjunto, hacen peligrar el modelo del dilema o precario triángulo de postguerra, cuyos vértices apuntan al pleno empleo, la estabilidad de precios y a un sindicalismo poderoso326. Si el excesivo despliegue mo-netario es, para M. Friedman, la causa central de la inflación y no ‘el poderío cuasimonopolístico de los sindicatos’, en la realidad no aplican su teoría. Como opina un monetarista como Day, existe el caso de ‘trinquete’ visible cuando el ca-rácter monopolístico de los sindicatos impide que los salarios sean flexibles a la baja en aquellos casos que disminuyese la demanda y la producción. El mismo autor se reafirma en su opinión cuando demuestra esa monopolización sindical en

326 Burton, J., Inflación de salarios, Ed. Vicens-Vives, Barcelona 1974, p. 29). Cf., al respecto, Información Comercial Española, nº 396-7, octubre-diciembre 1966, pp. 157-163; y, asimismo, D.J. Mitchel: Unions, Wages and Inflation, The Brookings Inst., Washington, 1980.

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el hecho de que los salarios monetarios se pueden mantener constantes en situaciones de ‘desempleo sustancial’ (que su-pondremos, dice Day, completo) (!)327.

En este sentido, el mismo Friedman y A. Haberger, como con-sejeros económicos del régimen militar chileno tras 1973, no dieron jamás ningún argumento disuasorio, en términos de fluidez monetaria o de empleo, para aplacar las reivindicacio-nes sindicales sino que la simple ‘defenestración’ es una parte más, y no de las menos importantes, del programa de ‘geno-cidio económico’ aplicado en Chile, en palabras de A. Gunder Frank328. Otro representante calificado de la economía conven-cional, G. Haberler, escribe que “parece ser un hecho bien esta-blecido que la existencia del desempleo, y la amenaza que éste aumente, es el freno más efectivo, y en los países democráticos tal vez el único efectivo, al poder de los sindicatos” (“Política sala-rial, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, p. 167, subr. Nuestro). Como observamos, el autor apunta ya a la idea de ‘otra solu-ción’ que se materializa en el Cono Sur americano.

A este propósito, es ineludible señalar que M. Kalecki, con la brillantez que lo caracteriza, denunciaba que el slogan conservador sobre la ‘rigidez de los salarios como freno del desempleo’ es infundado y, de la misma manera, es ‘desespe-ranzadora la actitud de los partidarios de este slogan que predi-can que las negociaciones colectivas, al hacer rígidos los salarios, son la causa del desempleo y de la pobreza de la clase trabajadora”, publicismo que, añadimos nosotros, emplearía cualquier mo-nestarista actual. (M. Kalecki: Estudios sobre la teoría del ciclo económico, Ariel, Barcelona, 1973).

De todas formas, el monetarismo actual defiende la reduc-ción de impuestos como una medida de inversión del ciclo similar a la tradicionalmente propuesta sobre congelación sa-larial. Ese será uno de los componentes novedosos del ‘mo-

327 Cf., A.C.L. Day: Economía del dinero, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1966, p. 51. Y Day, Principios de economía monetaria, Gredos, Madrid, 1967, p. 232. 328 Cf., A. Gunder Frank: Capitalismo y genocidio económico. Carta abierta a la escuela económica de Chicago y su intervención en Chile, Ed. Zero, Madrid, 1976.

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netarismo bastardo’, en palabras de R. Villarreal, practicado en Estados Unidos y Gran Bretaña. “Si la disminución de im-puestos puede provocar mayor déficit”, escribe M. Friedman, “el recurso al presupuesto equilibrado debe asociarse a una disminución del gasto público más bien que a una elevación de los impuestos. Este es el modo adecuado de alcanzar un presupuesto equilibrado. Este es el camino que el presidente Reagan propone seguir. Ese puede ser su éxito”. (“Déficits e inflación”), Información Comercial Española (Bol. Sem.), nº 1774, 2.IV.1981, p. 1255). Sobre los resultados, no muy alen-tadores, por cierto, en términos de crecimiento, pérdida de mercados externos y grave proceso de desindustrialización, especialmente en Gran Bretaña, cf., B. Gould, J. Mills y S. Stewarts: Monetarism or Prosperity, Macmillan, Londres, 1981.

Los estructuralistas, en cambio, singularizan en los estrangu-lamientos reales del sector agrario y exterior los verdaderos responsables del subdesarrollo y de los factores estructura-les que impiden su superación329. Explicitemos más el dis-curso de este enfoque. La teoría ortodoxa se inspiraría, tra-dicionalmente, en los problemas inflacionarios de los países capitalistas avanzados. Esto implicaría una doble limitación teórica: por una parte, ignora la importancia y las peculiari-dades de estructuras económicas diferentes y, por otra, elude las específicas repercusiones que tiene la inflación como un fenómeno crónico en formaciones sociales cuya capacidad de respuesta está condicionada por el desarrollo desigual del capitalismo. Como escribía R. Prebisch, el subdesarrollo no responde mecánicamente a una serie de factores circusntan-ciales o transitorios, sino que “son expresión de la crisis del orden de cosas existente y de la escasa aptitud del sistema económico -por fallas estructurales que no hemos sabido o podido corregir- para lograr y mantener un ritmo de desa-rrollo...”330.

329 O. Sunkel: “El fracaso de las políticas de estabilización en el contexto del desarrollo latinoamericano”, Trimestre Económico, nº 120, octubre-diciembre 1963, p. 624.330 Cf., R. Prebisch: Hacia una dinámica del desarrollo latinoamericano, op. cit., p. 3.

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En este sentido, la óptica estructuralista desborda el marco convencional de estudio (ya fuera con el lente keynesiano o monetarista)331, donde el proceso inflacionario se percibe como una suma economicista de fuerzas contingentes para conce-birlo, en cambio, en el seno del sistema y de las estructuras donde ocurre; un proceso, en palabras de Malavé Mata, que mantiene interrelaciones -primarias y secundarias, inmediatas y mediatas- con las estructuras de la economía en las cuales se manifiesta y evoluciona332.

Sería muy interesante reproducir las líneas de pensamien-to de estructuralismo latinoamericano333. No obstante, es necesario resaltar que esta corriente representó una mag-nífica posibilidad de réplica a los postulados monetaris-tas dominantes, con argumentaciones reales y una visión global pero sin tentar el seudo holismo en boga en los es-tudios sobre el desarrollo económico provenientes de cír-culos convencionales. El estructuralismo latinoamericano no sólo consideraba cada pieza del sistema económico sino que trataba de estudiarla en ese rompecabezas, la econo-mía subdesarrollada, que en su desarrollo histórico, en tér-minos de A. Pinto, “está muy lejos de haber ido armando sus piezas básicas en su proceso fluído de sincronización progresiva”, al contrario afirma el autor, “las característi-cas sobresalientes de ese desenvolvimiento han implica-do desajustes de distinto orden y de proyecciones infla-cionarias más o menos directas y poderosas”334. El proceso

331 Cf., al respecto y para una perspectiva latinoamericana, a W. Baer y I. Kerstenetzky: Inflation and Growth in Latin America, R.D. Irwin, Homewood, Illinois, 1964; y O.N. Feinstein: “Neoestructuralismo y paradigmas de política económica”, Trimestre Económico, nº 201, Enero-Marzo 1984, pp. 99-130, esp. pp. 102-111 y 118-128, sobre modelo, marco teórico y sociopolítico del monetarismo y del estructuralismo, respectivamente. 332 Cf., H. Malavé Mata: Dialéctica de la inflación, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1972, p. 101. El presente trabajo está considerado como uno de los clásicos de la materia reproduciendo anteriores ideas del autor, a veces casi literalmente, como sucede en esta ocasión. Cf., a propósito, “Metodología del análisis estructural de la inflación”, Trimestre Económico, nº 139, julio-septiembre 1968, p. 539.333 Aparte de la bibliografía ya citada y de otras fuentes que señalaremos a posteriori, cf., el sugerente trabajo de O. Sunkel y P. Paz: El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, Siglo XXI, México, 1970.334 A. Pinto: “Raíces estructurales de la inflación en América Latina”, Trimestre Económico, nº 137, enero-marzo 1968, pp. 74-5. Cf., para una compilación actualizada del autor, Inflación: raíces estructurales, F.C.E., México, 1973.

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asincronizado, desigual, del capitalismo en América Lati-na provocaría las rigideces, arritmias y estrangulamientos que motivan, por causas reales y no monetarias, el fenó-meno-reflejo de la inflación como mecanismo de ajuste de economías incapacitadas pero que reproducen, a su vez, un mayor desajuste.

En consecuencia, el análisis estructuralista de la inflación se detiene en tres cuestiones principales: primero, el conjunto de presiones que se consideran de generación del proceso; se-gundo, los mecanismos de propagación del mismo; y, tercero, el programa de estabilización de signo estructuralista que incorpore los elementos de corrección. Por su importancia, ex-tendámonos más sobre el particular.

1. Las presiones básicas de generación inflacionaria según los estructuralistas son, a nuestro juicio, la numeración casi exaustiva de problemas pendientes en las economías lati-noamericanas en los años sesenta, una década marcada por el voluntarismo de Alianza para el Progreso, el foquismo revolucionario y la controversia estructuralismo-monetaris-mo335. Una clasificación convencional observaría que estos rasgos de generación obedecen a múltiples causas estruc-turales, superestructurales y coyunturales. Las primeras configuran la incapacidad de la estructura económica para adaptarse a los cambios, ya sea debido a su innata inflexi-bilidad productiva (rigidez dela producción agropecuaria, insuficiencia de la industria de productos básicos, etc.), al bajo nivel de inversiones, la disparidad de productivi-dades sectoriales, a la distribución desigual del ingreso o al deterioro de la relación de precios de intercambio336. O. Sunkel sostiene una opinión similar337. Las presiones supe-restructurales de la inflación en América Latina tendrían un

335 Cf., al respecto, O. Sunkel: “La inflación chilena: un enfoque heterodoxo”, Trimestre Económico, nº 100, octubre-diciembre 1958, pp. 753 y ss.; y, del autor, “El transfondo estructural de los problemas de desarrollo latinoamericano”, Trimestre Económico, nº 133, enero-marzo 1967, pp. 22-28.336 Cf., al respecto, H. Malavé Mata: “Metodología del análisis estructural...”, art. cit., p. 548.337 Cf., del autor, “La inflación chilena...”, art. cit., pp. 575-583.

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carácter esencialmente institucional y acumulativo: la des-proporcionalidad del gasto público consuntivo, las orien-taciones y condicionalidad de las inversiones extranjeras, las pautas de comportamiento de las firmas transnacionales y la utilización improductiva de los recursos. Las terceras presiones, coyunturales, hacen referencia a circusntancias imprevisibles (catástrofes naturales, epidemias, sequía...), demostrando que no sólo la Historia sino, también, la Na-turaleza ha castigado a la región, y a otras perturbaciones internas que reaccionan, como una ‘paradoja coyuntural’, acelerando el proceso inflacionario en fases relativamente ascendentes del ciclo económico.

2. Las presiones generadoras de inflación nacen siempre, para los estructuralistas, en el campo real pero se manifies-tan, tarde o temprano, en el sector monetario ya que trata-mos economías capitalistas monetarizadas. En las presiones generadoras (déficit público, devaluación monetaria, incon-tinencia crediticia, sobreoferta monetaria y alzas salariales desproporcionadas) nos encontramos la acción desesta-bilizadora de los tres grandes sectores. En primer lugar, el sector público deficitario, que utiliza los ingresos tributarios y el monopolio de emisión como un medio de realización presupuestaria. En segundo lugar, el sector capitalista, que presiona al Estado para mantener su posición frente a los asalariados y salir favorecido, en su caso, de la competen-cia inter-capitalistas). En tercer lugar, el sector asalariado, a través de sus organizaciones y formas de lucha reinvindica mejoras salariales y de condiciones laborales.

Posiblemente, a nuestro juicio, el sistema de propagación inflacionaria descrito por el estructuralismo latinoamerica-no sea el eslabón más débil de su argumentación, adolecien-do de ciertos obstáculos analíticos a pesar de la tradición del enfoque de la inflación basado en la ‘lucha de grupos de ingreso”. C. Dagum está considerado como uno de los autores más destacados en esta línea de pensamiento, en el área latinoamericana, aunque su tradición provenga de

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Europa338. En este artículo, Dagum presenta una triple teo-ría de los juegos de suma cero entre obreros y empresarios (para el ingreso nacional), entre consumidores, empresarios y Estado (para el gasto nacional) y entre empresarios (para el producto nacional). Digamos que los desequilibrios ex-perimentados en ese triple juego propagan, agravan y, a la vez, se nutren del proceso inflacionario, lo que conduce a cierta confusión analítica sobre las verdaderas causas del mismo. Es, en resumen, una explicación sociopolítica de la inflación que remite a la tesis del empate de los mismos monetaristas: inflación como una consecuencia del conflicto social enter grupos de ingreso, cada uno de los cuales aspira a una mayor porción del producto social339. Dicho de otro modo, la tesis del empate se ha convertido en el equivalente tautológico del sociólogo que reproduce su monótono lati-guillo monetarista consistente en repetir las desventajas de la expansión exagerada del dinero340.

De aquí a pensar que la solución más adecuada es el logro de un mayor grado de armonía social, de ‘igualdad de sacri-ficios’, de un nuevo contrato social, solamente hay un paso,

338 Cf., por ejemplo, R. Barre: Economía Pollítica, Ariel, Barcelona, 1959, pp. 392 y ss. Según P. Biacabé: Analyses contemporaines de l’inflation, Ed. Sirey, París, 1962, pp. 82-103, fue H. Aujac el primer teórico que sistematiza esta teoría de la inflación como un problema de reparto de la Renta Nacional. No obstante, fue C. Dagum quien presentó este enfoque para el estudio de la inflación en América Latina. Cf., al respecto, “Un modelo econométrico sobre la inflación estructural”, Trimestre Económico, nº 145, enero-marzo 1970, pp. 39-58. Cf., además, O. Sunkel (“La inflación chilena...”, p. 573), A. Pinto (“Raíces estructurales...”, art. cit., p. 69) y J. Gruwald (“La escuela ‘estructuralista’, estabilización de precios y desarrollo económico: el caso chileno”, Trimestre Económico, nº 111, julio-noviembre 1961, p. 477).Es de interés destacar, también, que Dagum cita (“Un modelo econométrico...”, art. cit., p. 43) a R. Turey (“Theory of inflation in a closed economy”, Economic Journal, vol. 61, nº 243, septiembre 1951, pp. 531-543) como el precedente más lejano de este enfoque. Sin embargo, a lo largo de la búsqueda documental previa a nuestra investigación, nos encontramos con la figura y obra de Bruno Moll, economista alemán proveniente de la Universidad de Leipszig, quien se establece en universidades peruanas hacia los años treinta arrastrando un bagaje teórico netamente monetarista. En algunas de sus obras (La moneda, Ed. Cultura Antártica, Lima, 1949; Problemas Monetarios Contemporáneos, De Miranda Ed., Lima, 1951; y Los países en desarrollo frente a los problemas de estabilidad monetaria del reparto justo, Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, 1961, esp. pp. 12 y ss.) Bruno Moll incide en las presiones salariales sobre el reparto del ingreso como uno de los motores de la espiral inflacionaria.339 A.O. Hirschman: “La matriz social y política de la inflación: elaboración sobre la experiencia latinoamericana”, Trimestre Económico, nº 187, julio-septiembre 1980, pp. 679-709.340 A esa conclusión llega Hirschman y así sustenta su crítica de que la explicación por la presión de grupos de ingreso del fenómeno inflacionario tiene una visión parcial de la realidad, distinguiendo entre sectores y solapando, a la vez, la lucha de clases en un ‘mecano regido por la teoría de los juegos’.

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el mismo que dan los monetaristas ortodoxos con sus pro-gramas de estabilización y que las propuestas estructuralis-tas evitan mediante la afirmación de que una atenuación del proceso inflacionario no sólo responderá a la alteración de las actitudes de los distintos grupos de ingreso sino, también, a la reforma de las relaciones básicas341. Pero, como afirma A. Hirschman las tesis sociopolíticas contienen una teoría que la sustenta y una dosis de gran persuasión pública342 que fue-ron representadas, de una u otra forma, por los movimientos populistas y reconciliadores343.

3. El tercer elemento de interés en la versión estructuralista de la inflación y, por ende, de sus propuestas de crecimien-to y estabilidad, se refiere a lo que podíamos denominar un ‘programa-tipo’ de estabilización estructural. En líneas gene-rales, recordemos, las raíces estructurales de la inflación se manifiestan en la escasa movilidad de recursos, la segmen-tación de mercados y los desequilibrios oferta-demanda, provocando los famosos ‘cuellos de botella’ y las hipertrofias características de las respectivas economías en cuanto han al-canzado un determinado grado de crecimiento y la oferta no reacciona adecuadamente a los cambios en la demanda, atri-buíbles a la influencia de los niveles más altos de ingreso. La estabilización, por tanto, trata la resolución de dichos estran-gulamientos pero de una forma global ya que solamente un éxito parcial, sectorial, de la política económica implementa-da genera, a su vez, otro tipo de desajustes. El programa de estabilización estructuralista propuesto para América Latina aborda, entonces, el ataque simultáneo a los grandes proble-mas básicos de la región, a saber:

- Rigidez de la oferta alimentaria y de otros bienes y servicios de consumo popular.

- Déficit de disponibilidad de divisas.341 Sobre la necesidad de las ‘reformas básicas’, cf., E. Ruiz García: América Latina, hoy. Anatomía de una revolución, Guadarrama, Madrid, 1971, 2 tomos; y J. Maestre Alfonso: Sociedad y desarrollo en América Latina, Castellote Ed., Madrid, 1974.342 Cf., al respecto, supra, sec. 1., del presente Capítulo.343 Según A.O. Hirschman: “La matriz social...”, art. cit., pp. 687-709.

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- Rigidez de la estructura tributaria y del gasto público.

- Incapacidad de aumento del ahorro interno.

Insuficiencia de la oferta de insumos intermedios cuya escasez depende de la dotación básica de recursos y, en algunos casos, del nivel de desarrollo que se ha alcanzado (combustible, fertilizante, medios de transporte, cemento, etc.).

- Escasa disponibilidad de crédito, tanto de origen interno como externo.

A nivel institucional, y entre las grandes reformas pendientes (administración pública, educación y sanidad) y condiciona-das por características peculiares de la población (urbaniza-ción dispersa, mestizaje, bilingüismo), la cuestón agraria cobra un carácter prioritario, en cuanto el análisis estructuralista de la inflación señala la importancia de la rigidez y el anémico desarrollo de las industrias de productos básicos en el agro. La aportación de la producción agraria al ingreso nacional, la pro-porción de mano de obra ocupada, en suma, la ‘primariedad’ de la economía latinoamericana, realza el aspecto cuantitativo de la cuestión agraria y sus numerosas implicaciones como protagonista del ‘tirón’ en procesos de desarrollo, afectando a la propiedad de la tierra, la convivencia de regímenes de cul-tivo extensivo con minifundios de subsistencia, la productivi-dad agraria, el paro encubierto y el despegue rural.

Todo ello, que aquí resumimos drásticamente, ha situado a la reforma agraria como uno de los instrumentos de mayor efica-cia correctora de estabilización, en América Latina, en cuanto cercena, en un plano teórico, el conjunto de presiones básicas de inflación que provienen, en su mayoría, del sector agrario. Y nos referimos al ‘plano teórico’ porque cualquier intento fun-damentado de reforma agraria en América Latina, como una opción estructural de política económica dentro del sistema, ha sido abortado, más pronto o más tarde, por la reacción de su contexto político que tiene en la propiedad su mejor baluarte.

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Complementando estas reflexiones, en la siguiente nota dare-mos cuenta de algunos trabajos significativos referentes a la necesidad de una reforma agraria en Latinoamérica más allá de la mera concentración y racionalidad de ‘superficies’, y las directrices de FAO, OEA y CEPAL, recomendadas para una de-cisión acertada de este tipo344.

El sector externo es, en segundo lugar, el reflejo de los proble-mas estructurales internos multiplicados por la dependencia de la región en el comercio y la financiación internacionales. Rubros como brecha comercial, la política de cambios, el con-trol y diferenciación de los mismos, la condicionalidad de los préstamos de agencias oficiales, la evolución de la relación real del intercambio, el proteccionismo defensivo del centro y las recomendaciones simultáneas de ‘apertura’ para la periferia, la evolución intervenida de los precios de las materias primas y manufacturas regionales, etc., requieren un tratamiento que escapa obviamente al límite de nuestro trabajo.

No cabe duda que el enfrentamiento monetarismo versus es-tructuralismo no sólo marcó el cauce de discusión por el que discurrió el tema de la inflación, en sentido estricto, sino que trasciende la participación en un debate parcial para situarse en el marco de la teoría del desarrollo. En este sentido, nuestro análisis, necesariamente sintético, no obedecería a la riqueza del confrontamiento teórico si no observáramos las aportacio-nes críticas de la ancha banda del pensamiento marxista en la región, en un intento multidisciplinario y convergente345, don-de el objeto ya no es la inflación en sí, sino como una mani-festación del desajuste estructural del capitalismo periférico346. La estabilización, recapitulemos, era una conditio sine qua non para el crecimiento económico, según el monetarismo347, idea cuestionada por el estructuralismo latinoamericano dada la 344 Cf., al respecto, J. López de Sebastián: Reforma agraria y poder social, Guadiana, Madrid, 1968, esp. Pp. 17 y ss.; y O. Delgado: Reformas agrarias en América Latina, F.C.E., México, 1965.345 Como lo califican O. Sunkel y P. Paz: El subdesarrollo latinoamericano y la teoría del desarrollo, op. cit., p. 272.346 En palabras de D. Seers: “Inflación y crecimiento: resumen de la experiencia en América Latina”, Información Comercial Española, nº 396-7, agosto-septiembre 1966, p. 272.347 Una muestra representativa de esta opinión es la sustentada, entre otros, por R. Oliveira Campos: El desarrollo y la inflación en América Latina, F.C.E., México, 1960.

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experiencia histórica y la convicción de que la moneda debe servir a la economía y no al revés348. Sin embargo, la esencia del pensamiento dialéctico está representada, escribe C. Fur-tado, en la consideración de que una de las partes aisladas no puede explicar el todo349.

Especialmente en los países capitalistas centrales, señalan A. Gamble y P. Walton, e “...históricamente, el progreso de la acumulación y la tendencia a bajar de la tasa de ganancia llevó, por una parte, al crecimiento del capital corporativo, a mercados controlados y precios administrados, y por la otra, a una intervención creciente de la economía...»; en consecuencia, “...la economía mixta de la postguerra ha poseído una tendencia inherente a la inflación permanente; el crédito privado y el gasto gubernamental han crecido enormemente, y se han utilizado de manera consciente como demanda anticíclica”350

Otros autores, entre los que citaremos a E. Mandel y M. Aglietta, tienen una opinión similar sobre la inflación galopante como un mecanismo de recuperación de la clase capitalista y como una específica manifestación de la crisis orgánica del ‘fordismo’, auténtica clave de bóveda del modo de regulación del capitalismo contemporáneo351.

Si nos trasladamos a la periferia latinoamericana, siguiendo ahora a P. González Casanova, la inflación se presenta como una de las armas principales de “...los latifundistas, los ex-portadores y los monopolios extranjeros para incrementar utilidades y derrocar gobiernos (...) Entonces la inflación ad-quiere características específicamente políticas”352. por tanto,

348 Una convicción, por otra parte, repetidamente manifestada. Cf., por ejemplo, D. Seers: “La teoría de la inflación y el crecimiento en las economías subdesarrolladas: la experiencia latinoamericana”, Trimestre Económico, nº 119, julio-septiembre 1963, esp. P. 417; C.H. Max: “El mito de la estabilización monetaria”, Trimestre Económico, enero-marzo 1964, nº 121, p. 51; y O. Sunkel: “El transfondo estructural...”, art. cit., pp. 38 y ss. 349 C. Furtado: Dialéctica del subdesarrollo, FCE, México, 1965, p. 30.350 A. Gamble y P. Walton: El capitalismo en crisis, Siglo XXI, Madrid, 1978, pp.250-351 E. Mandel: El capitalismo tardío, Era, México, 1979; y M. Aglietta: Revolución y crisis del capitalismo, Siglo XXI, Madrid, 1979. Cf., asimismo, B. Rowthorn: Capitalism, Conflict and Inflation. Essays in Political Economy, Lawrence and Wishart, London, 1980.352 P. González Casanova: “Las reformas estructurales en América Latina (su lógica en la economía de mercado)”, Trimestre Económico, nº 150, abril-junio 1971, p. 351.

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sólo un fenómeno de desequilibrio básico estructural sino un instrumento político en manos del sector privado que pre-siona en la defensa del beneficio (privado) y convierte las elevaciones salariales en algo puramente nominal, generan-do, además, crecientes necesidades de endeudamiento exter-no353. González Casanova explicita, brillante y brevemente, este proceso. Ante la evidencia de que el nudo monetario es el más cómodo de manejar ante una deseada pérdida de va-lor de la moneda nacional porque, primero, favorece a las actividades especulativas y, segundo, congela las rentas fi-jas (incluído el salario nominal durante un largo período de tiempo), el tratamiento monetarista de la inflación se alinea con las propuestas del Fondo Monetario Internacional y sus ‘píldoras estabilizadoras’, cuyos principales ingredientes son la deflación y la institucionalización de una política de rentas indiscriminada354.

Si bien la euforia keynesiana de una acumulación aparente-mente ilimitada había quebrado, los programas de estabili-zación trataron de ofrecer una terapia positiva. El marxismo se encargó, sin embargo, de demostrar que la inflación no es un fenómeno inherente al capitalismo en su fase crítica del ciclo, sino del propio sistema. Esto supondría, al decir de S. de Brunhoff y J. Cartelier, que la inflación tiene, como el dios Jano, dos caras, la de ser un mecanismo defensivo del capitalismo y la de descubrir su naturaleza en tiempos de cri-sis355. En este sentido, la propia dinámica de la inflación crea tanto las posibilidades para su autocrecimiento como para su resolución transitoria356, lo que obliga a la transición un análisis cuantitativo del fenómeno a otra instancia analítica donde cualquier concepción primaria de la inflación como desequilibrio, “...se debe anteponer, en consecuencia, su re-conocimiento como un modo transitorio -aunque recurrente-

353 Ibid., p. 352.354 Ibid., p. 360.355 Cit. in Sobre la crisis capitalista mundial, op. cit., p. 35. Cf., además de la bibliografía ya citada (supra n. 151), el trabajo de J.-L. Dallemagne: L’Inflation capitaliste, Maspero, París, 1972.356 Cf., al respecto, S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque y el papel de las políticas de estabilización en América Latina”, Economía de América Latina, nº 1, primer semestre 1978, esp. Pp. 23 y ss.

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de sortear la crisis latente y originaria en las relaciones socia-les de producción y en la reproducción del capital, aunque su mecánica se exprese en y a través de pugnas radicadas en el plano de la distribución. Las políticas de estabilización aparecen en los momentos en que la regulación estatal del proceso pierde el control económico sobre el mismo y en el que desencadenan fenómenos de eventual ruptura en la co-hesión política y el patrón de dominación prevaleciente”357.

A los temas que sugiere S. Lichtensztejn, en la última parte de la cita, dedicaremos las dos siguientes subsecciones de esta Memoria, acotando el objeto de investigación a los tres países del Cono Sur (Argentina, Chile y Uruguay) que tienen un interés relevante en nuestra investigación para el estudio de los programas de estabilización propuestos y aplicados, ya sean los inspirados por el monetarismo ortodoxo tradicional como los que tuvieron una vocación restructuradora.

3. Los programas de estabilización tradicionales

Por la naturaleza y características de los problemas básicos, un plan de estabilización estructuralista exigía la articulación de medidas graduales, dentro de un proceso de reformas y cam-bios estructurales, con una política económica cuyo horizonte debería ser el largo plazo. Los monetaristas, en cambio, propo-nen una acción contundente y a corto plazo sobre el proceso inflacionario responsable de las distorsiones en la distribución del ingreso y de la ineficiencia del crecimiento económico así generado. El objetivo principal de un programa de estabiliza-ción monetarista 3erá, entonces, la ‘inflación cero’.

Para tal fin, obviamente, se adapta mejor una política econó-mica de ‘shock’ que cualquier ajuste gradual. La rapidez re-querida, además, se ve favorecida por el hecho de que un es-fuerzo estabilizador de signo monetarista incide en una serie limitada de instrumentos y de ámbitos de actuación (oferta monetaria, déficit fiscal, tipo de cambio, liberación de precios,

357 Ibid., p. 24.

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eliminación de subsidios, reprivatización de actividades pú-blicas), con lo cual se puede, según sus promotores, delinear una política económica con ‘reglas uniformes’ y ‘efectos neu-trales’ respecto al libre funcionamiento de los mercados. En otras palabras, como afirma inequívocamente R. Campos, el monetarista es un estructuralista apurado358.

El caso de la estabilización en Brasil exige, por nuestra par-te, un esfuerzo adicional en orden a caracterizar la política económica del proyecto autoritario. En primer lugar, la in-ternacionalización económica implícita en los programas de estabilización no pasan por una plena ratificación del FMI y del BM, algunas de cuyas misiones fueron rechazadas por el gobierno brasileño. En segundo lugar, el contrapeso de esta aparente independencia nacional sobre la articulación de po-líticas económicas estabilizadoras, respecto a los organismos internacionales, se presenta con una total permisividad de en-trada de capitales extranjeros. Al respecto, N. Werneck Sodre relata cómo Defim Neto, destacada autoridad económica del régimen, expone la situación de Brasil como la de un país alta-mente desarrollado mediante el concurso de la iniciativa pri-vada, sin distinguir entre capital nacional o foráneo, ya que la política económica se sustenta en el principio del ‘mercado nacional’ donde actúan empresas privadas, sean éstas brasile-ñas o no (Brasil, radiografía de un modelo, Ed. Orbelus, Buenos Aires, 1973, esp. pp. 188-9).

De todas formas, el elemento más característico de la política económica en Brasil es la participación activa del Estado en la economía, no tanto como el resultado de un esquema de de-sarrollo preconcebido como a una serie de circunstancias que forzaron la beligerancia estatal y que “van desde reacciones”, escriben A. Villela, W. Baer e I. Kerstenetzky, “frente a las crisis económicas internacionales y el deseo de controlar las activida-des del capital extranjero, principalmente en el sector de servi-cios de utilidad pública y en la explotación de recursos natura-

358 Cit. in A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del ingreso”, Crítica y Utopía, nº 4, primer semestre 1981, p. 12.

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les, hasta la ambición de industrializar rápidamente a un país atrasado”. (“As Modificaçoes do Papel do Estado na Economia Brasileira”, Pesquisa e Planejamento Económico, vol. 3, nº 4, 1973, p. 1).359. Además del caso brasileiro, existen otras experiencias ‘populistas’ que, a nuestro juicio, se asimilan erróneamente a un programa de estabilización estructuralista360 (como el formula-do, con ciertas reservas, por el Gobierno Frei, en Chile, durante la década de los sesenta y principios de la siguiente)361, lo cierto es que entre 1956 y 1962 se programas de estabilización de corte monetarista en Argentina, Chile y Uruguay362.

De la copiosa bibliografía disponible sobre los tres casos mencio-nados363, deseamos destacar aquí las tres instancias fundamenta-

359 Cf., además y sin afán exhaustivo, C.E. Martins (Ed.): Estado e Capitalismo no Brasil, Hucitec-Cebrap, Sao Paulo, 1977; L. Belluzo Gonzaga y R. Coutinho: Desenvolvimento Capitalista no Brasil: Ensayos sobre a Crise, Ed. Brasiliense, Sao Paulo, 1983; C. Von Doelliger y otros: A crise do Bom Patrao, Cedes-Apec, Río de Janeiro, 1983; y F. Razende: “El crecimiento (descontrolado) de la intervención gubernamental en la economía brasileña”, Revista de Estudios Sociales, año X, nº 38, cuarto trimestre 1983, pp. 49-80. Por su interés, y para la política económica brasileña en el período analizado, cf. los siguientes trabajos de C. Lessa: “Quince años de política económica en el Brasil”, Boletín Económico de América Latina, vol. IX, nº 2, noviembre 1964, esp. pp. 160 y ss.; y “Dos experiencias de política económica: Brasil-Chile”, Trimestre Económico, nº 135, julio-septiembre 1967, pp. 445-487; y C. Furtado: O Brasil pós ‘milagre’, Paz e Terra, Río de Janeiro, 1981. 360 Cf., por ejemplo, A. Canitrot: “La experiencia populista de redistribución de ingresos”, Desarrollo Económico, vol. 15, nº 59, octubre-diciembre 1975, nº 15, pp. 331-351; y M.A. García: Periodismo, desarrollo económico y lucha de clases en Argentina, Ed. Trazo, Barcelona, 1980, con un interesante prólogo de H. Prieto que subraya, como última fase del peronismo, el conjunto de circunstancias político-económicas que desemboca en el golpe de estado de 1976.361 Cf., al respecto, R. Ffrench-Davis: Políticas económicas en Chile, Ed. Nueva Universidad, Santiago de Chile, 1973.362 En este período son responsables el Gobierno Provisional (1956-1958) y el Gobierno Frondizi (1959-1962), en Argentina; el Gobierno Ibáñez (1956-1958) y el Gobierno Alessandri (1959-1961), en Chile; el Primer Gobierno Colegiado del Partido Blanco (1959-1962), en Uruguay. Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque…”, art.cit., p. 27.363 Sin ánimo exaustivo, podríamos mencionar, a nivel general, a A. Pinto: Ni estabilidad ni desarrollo: la política del Fondo Monetario Internacional, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1960; G.A. Constanzo: Programas de estabilización en América Latina, CEMLA, México, 1961; y Th. E. Skidmore: “The politics of Economic Stabilization in Postwar Latin America”, in J. Malloy (C.): Authoritarianism and Corportarism in Latin America, op.cit., pp. 149-190.Para estudio de casos, cf., entre otros, a E. Sierra: Tres Ensayos de estabilización en Chile, Ed. Universitaria, Santiago de Chile, 1969, esp. pp. 54 y ss.; R. Ffrench-Davis: Políticas económicas en Chile, op.cit.; E. Eshag y R. Thorp: “The economic and social consequences of ortodox economic policies in Argentina in Post-War Years”, Bulletin of the Oxford University Institute of Economics and Statistics, vol. 27, febrero 1965, esp. pp. 58 y ss.; J. Sourrouille y R. Mallon: La política económica en una sociedad conflictive: el caso argentino, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1973; A. Ferrer: La economía argentina, FCE, México, 1973, esp. pp. 239 y ss.; M. Peralta Ramos: Etapas de acumulación y alianzas de clases en la Argentina (1930-1970), op.cit., esp. pp. 150 y ss.; ILPES: “La programación monetario-financiera en el Uruguay (1955-1970)”, Cuadernos ILPES, nº 22, 1974, esp. pp. 69 y ss.; y el trabajo del Instituto de Economía: El proceso económico del Uruguay, Departamento de Publicaciones de la Universidad de la República Oriental del Uruguay, Montevideo, 1971.

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les que, en opinión de S. Lichtensztejn, caracterizan el contenido de los planes de estabilización: la internacionalización económi-ca, los procesos de concentración absoluta y la administración de economías oligopólicas dependientes364.

Por lo que se refiere a la primera, es necesario enfatizar que el sector externo centró la mayor parte de las medidas adopta-das y donde se reconoció la mayor eficacia de las decisiones. Para los tres casos de referencia, el siguiente cuadro sipnótico muestra la política económica aplicada, cuyas evidentes simi-litudes confirman la clara ascendencia del Fondo Monetario Internacional en el diseño de los respectivos paquetes de esta-bilización365. Devaluación

Anulación de tratados bilaterales de comercio ARGENTINA Adhesión a la Unión Europea de Pagos Incorporación al FMI y al BM Atracción del capital extranjero Devaluación Unificación del cambio con una tasa única y fija Liberalización de operaciones bancarias en moneda

extranjera CHILE Atracción del capital extranjero:

Mediante franquicias tributarias Mediante facilitades a las filiales extranjeras para el

movimiento de utilidades Devaluación Denuncia de los convenios bilaterales de comercio y de

pagos URUGUAY Abolición de los sistemas de control y de licencias Liberalización de los movimientos de capitales con el

exterior:- Facilidades de endeudamiento con el exterior

- Facilidades para las remesas de utilidades

364 Cf., al respecto, “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 27-48.365 Ibid., pp. 27 y ss.

exportación-importación

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En realidad, los efectos de la apertura al capital foráneo, en el proceso de internacionalización económica, tuvo desigual repercusión. Así, en Argentina, gran parte de aquel se dedicó a la expansión de ciertas ramas productivas, renovando y modernizando el parque industrial, mientras que, en Uruguay, la apertura coadyuvó a un fácil endeudamiento del Estado, de los sectores importadores y del sistema bancario con el exterior. El efecto de endeudamiento provocó gravísimas situaciones, especialmente en Chile, donde la modalidad de estabilización político-económica monetarista desembocó en una deuda externa, a fines de 1962, que representaba el doble de las exportaciones anuales366. En suma, mientras que en Argentina (y, en mayor medida, Brasil), el capital transnacional se dirigió en una alta proporción a la inversión directa, generando cambios en la estructura y dinámica industrial, en Uruguay y Chile (exceptuando las inversiones en la minería del cobre) la apertura solamente significó ingreso de préstamos, la repatriación de capitales y la concesión de créditos a proveedores367, manteniéndose la estructura industrial y fomentando el endeudamiento externo del que no se derivan efectos favorables para la actividad económica. Respecto a los procesos de concentración, que marcan una segunda etapa hasta 1966, deben ser analizados como la contrapartida interna de los condicionantes previos de internacionalización. El capital extranjero supone, brevemente, la introducción de nuevas pautas tecnológicas, financieras y de gestión empresarial, entre otras, que generan un natural proceso de concentración. En este sentido, los tres países de referencia profundizan sus programas de estabilización para favorecer dicho proceso. En el segundo cuadro sipnótico podríamos observar, al respecto, los siguientes rasgos368:

366 Ibid., p. 28.367 Ibid., p. 30.368 Fase que coincide con los gobiernos de Guido (1962-3), de Illia (1965-6) y Onganía (1966-1970), en Argentina; de Frei (1965-7), en Chile; el segundo gobierno Colegiado del Partido Blanco (1965-6) y el Gobierno pacheco Areco (1967-1971), en Uruguay. Cf., al respecto, ibid., p. 32 y p. 37.

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Política anti-inflacionaria tradicional Intensa contracción monetaria y crediticia Aumento de la presión fiscal ARGENTINA Medidas de contracción de la demanda Quiebras de empresas nacionales Concentración Transferencia a inversiones extranjeras Política anti-inflacionaria tradicional Contención salarial Restricciones monetarias y crediticias URUGUAY Control del gasto público Medidas excepcionales de seguridad Proceso de concentración bancaria privada nacional Aumento de la participación extranjera en el sistema

bancario Cotención monetaria (1965) Control del gasto público (1966) CHILE Excepto estas dos medidas, no sería pertinente

considerar la política económica del Gobierno Frei como inspirada en un plan de estabilización ortodoxo y monetarista

Como señala S. Lichtensztejn, los programas de estabilización de este período no sólo inducen sino que favorecen abierta-mente los procesos de concentración, iniciando asimismo una transformación de las líneas maestras de estabilización monetarista a través de la reorganización del Estado y sus funciones principales. Es inexcusable, en este momento, una referencia concreta al programa económico del Gobierno Frei, una propuesta de rasgos estructurales que incorporaba un horizonte a medio plazo de la política económica, con medi-das graduales y metas cuantitativas de sacrificio decreciente. Entre las principales medidas de política económica propues-ta, se cuenta la iniciación de reformas estructurales (reforma tributaria, reforma agraria y un plan de expansión de las ex-portaciones de cobre) y las medidas redistributivas de la ren-ta (reorientación de programas públicos de inversión hacia el

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fomento de pequeños productores, gasto público en vivienda, salud, educación, etc., además de una política salarial redis-tributiva369.

¿Por qué?. La contestación obedece a múltiples y complejos aspectos que abordamos a lo largo de nuestra investigación. En resumen, la crisis del Estado Reformista y el agotamien-to del modelo de industrialización sustitutiva coinciden con el ocaso de las expectativas generadas por ‘Alianza para el Progreso’, la crisis de hegemonía de Estados Unidos desde su participación en la guerra del Vietnam, los brotes de rebelión continental vialumbrados en Bolivia, etc., son circunstancias que obligan a los gobiernos latinoamericanos a una redefini-ción institucional del Estado para que asumiese plenamente sus responsabilidades ante situaciones críticas, proporcionan-do gobiernos ‘fuertes’ para ‘duros’ programas de estabiliza-ción con un doble objetivo. Primero, solventar la pugna so-cial engendrada por la crisis y, segundo, atacar las raíces de la inflación derivada de un crecimiento económico ineficiente caracterizado por una “...emisión descontrolada, por un cré-dito desmedido al secto público, prebendas crediticias a em-presas privadas con bajo interés, especulación con divisas por la vigencia de tasas cambiarias no realistas y ajustes salariales permanentes y acumulativos”370.

Parece exagerado afirmar que este viraje hacia las formas au-toritarias de gobierno se debieron unilateralmente al fracaso de las políticas de estabilización tradicionales371. En general, los resultados de las distintas experiencias estabilizadoras or-todoxas mostraron que el ritmo de inflación, problema con-siderado prioritario, fue atenuado aunque con altos costes de oportunidad: estancamiento de la producción, alarmantes índices de desempleo y un deterioro evidente en la partici-

369 Ibid., p. 35. Cf., al respecto, E. Sierra: Tres ensayos de estabilización en Chile, op.cit., pp. 91-132; y A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del ingreso”, art.cit., pp. 10-13.370 Como resume, expresivamente, el mismo S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., p. 35.371 Cf., al respecto, O. Sunkel: “El fracaso de las políticas de estabilización en el contexto del proceso de desarrollo latinoamericano”, art.cit.

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pación salarial en el ingreso nacional de cada economía es-tudiada372.

Incluso el caso cuasi-estructuralista de la política económica implementada por el Gobierno Frei, con una programa de estabilización gradual para un período de tres años, originó un equilibrio tan precario (inflación estabilizada en 30 puntos, ritmo moderado de crecimiento, avances en la participación de los salarios en la renta nacional) que fue fácilmente alterado por la presión de grupos sociales insatisfechos373. Peor destino tendrá el fracaso de la experiencia ‘populista’ argentina (rígido control de precios, expansión del dinero y del gasto público) que desembocará en una situación de permanente desequilibrio donde inverna una inflación ‘reprimida’ que aflorará posteriormente374.

Los desalentadores balances de cualquiera de las tres expe-riencias del Cono Sur, cierran el capítulo del pasado en la his-toria de los planes de estabilización ortodoxo. En adelante, y en palabras del mismo S. Lichtsenzjn, las propuestas de es-tabilización monetarista serán de tipo recesivo, “...en que la concentración más absoluta tiende a corresponderse con una concentración absoluta del capital y del ingreso; y en que la relativa contracción de importaciones y expansión de expor-taciones permite cumplir más satisfactoriamente los adeudos y remesas externas. De tal modo, que en esos y otros planos esta fase depresiva-centralizadora viene a preparar las condi-ciones para un futuro ciclo de recuperación en el crecimiento, bajo las nuevas formas autoritarias-oligopólicas de funciona-miento”375.

4. Los programas de estabilización restructuradora

No cabe duda de que la serie de programas de estabilización aplicados en América Latina (entre ellos, los anteriormente

372 Cf., A. Foxley: “Políticas de estabilización…”, art.cit., pp. 12-3.373 Cf., supra, nota 169.374 Nos remitimos a A. Canitrot: “La experiencia populista...”, art.cit.375 “Sobre el enfoque...”, art.cit., p. 35, en cursiva en el original.

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mencionados) son el resultado de un reactivo desencadena-do por el agotamiento de las políticas económicas sustituti-vas y el rol jugado por el Fondo Monetario Internacional en la región. No es menos cierto que, también, el principio de condicionalidad del citado organismo estuviera presente en la política económica desde 1944 y la conferencia de Bretton Woods, hasta 1968 y los acuerdos sobre los derechos espe-ciales de giro. Recordemos que el papel asignado al FMI, desde su nacimiento, fue objeto de disputa entre las tesis inglesas y norteamericanas representadas por J.M. Keynes y H.D. White, respectivamente. Mientras que Keynes estima-ba que la influencia del Fondo se debería reducir a los casos aislados de riesgo donde algún país miembro pudiera vio-lar las normas o finalidades del Fondo, el cual, en períodos de normalidad, tendría que conformarse con un papel pasi-vo respecto al derecho de iniciativa de los bancos centrales de cada país, White, en cambio, apoya la funcionalidad del FMI con amplias facultades discrecionales, de fijación de políticas y control sobre los bancos centrales de los países miembros, es decir, el Fondo como ‘banco central de bancos centrales.

Aunque, en una primera etapa, los argumentos norteamerica-nos no prosperaron totalmente y el Convenio de Constitución del FMI no contempló la posibilidad de cláusulas especiales de salvaguardia respecto a la dirección de las políticas económicas nacionales, lo cierto es que los derechos de un país miembro a girar, mediante procedimientos cuasi-automáticos, fueron seve-ramente limitados en 1952, año en que se aprueban el principio de condicionalidad y el principio de diferenciación del giro, según la cuantía y el tramo del crédito: cuanto mayor fuera éste, en pro-porción a la cuota del país miembro, mayor sería también la justificación requerida y la seguridad exigible por el Fondo.Esta política de la institución desemboca, en 1968, con un acuerdo global sobre los derechos especiales de giro y la definición de la condicionalidad según fuera el control del Fondo, la provisio-nalidad de los giros que vincula el pago de los créditos a la po-sibilidad de nuevos giros en tramos subsiguientes, y la estricta

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observación de los criterios que informan y evalúan el progra-ma de estabilización recomendado.

Finalmente, en 1979, las líneas maestras de la condicionalidad tradicional del FMI se traducen en un listado de directrices que contemplan los objetivos económicos, sociales y políti-cos; las prioridades de política económica; las circunstancias de cada país miembro, incluídas las causas que generan problemas de balanza de pagos; los criterios de desempeño respecto a las variables macroeconómicas u otras dispuestas por cada negociación concreta y, en su caso, por cada progra-ma de estabilización376. Sin embargo, fue en este último año, 1979, cuando la evidencia de la crisis del sistema monetario internacional permitió que la funcionalidad del Fondo y de organismos afines (Banco Interamericano de Reconstrucción y Fomento, Corporación Financiera Internacional, Asocia-ción Internacional de Fomento, etc.) fuera un tema que ocu-pase, en la actualidad y dentro del perentorio problema de la deuda externa en América Latina, un lugar privilegiado de discusión. Estos organismos afines que constituyen el Banco Mundial representan a una instancia tutelada por el FMI de-bido a su común origen, la condición previa de pertenencia al Fondo para ser miembro del BM, a las íntimas vinculaciones institucionales de ambos organismos y a la similitud de ideas sobre los problemas sociales y económicos internacionale377. Para una visión críticamente moderada sobre las deforma-ciones causadas por las ‘comunidades de donantes’ a nivel internacional, como el BM, especialmente a la agricultura de

376 Cf., IMF: International Monetary Found 1945-1965, IMF, Washing ton DC, 1969, vol. I, pp. 73 y ss.; J. Gold: Aspectos legales de la reforma monetaria internacional, CEMLA, México, 1979; y S. Dell: “El Fondo Monetario Internacional y el principio de condicionalidad”, Revista de la CEPAL, nº 13, abril 1981, pp. 149-161.

377 Cf., al respecto, Th. Hoopengardner e I. García-Thoumi: “El Banco Mundial es un medio financiero en evolución”, Finanzas y Desarrollo, nº 2, junio 1984, pp. 12-4; y M. Baer y S. Lichtensztejn: “Un enfoque latinoamericano del Banco Mundial y su política”, Economía de América Latina, nº 7, primer semestre 1981, pp. 113-152. Según los autores del último trabajo citado (p. 114, esp. n.2), y glosando un comentario de L. Martins (“Política de las corporaciones multinacionales norteamericanas en América Latina”, in J. Cotler y R. Fagen (Cs.): Relaciones políticas entre América Latina y Estados Unidos, Amorrortu, Buenos Aires, 1974, p. 421), el plano secundario del BM, respecto al FMI, se confirma por la inexistencia del primero como un específico objeto de investigación, desde un enfoque crítico, excepto el trabajo de T. Hayter: AID as Imperialism, Penguin, Middlessex, 1971.

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los países subdesarrollados, (cf., T.W. Schultz: “La crítica de la economía de la ayuda externa de Estados Unidos”, Comercio Exterior, vol. 33, nº 5, mayo 1983, pp. 450-455), que concluye con esta expresiva denuncia: “...la mayoría de los pobres del mundo está constituída por campesinos; éstas tienen muy poca influencia política en los países de bajos ingresos cuan-do se trata de mejorar su propia suerte; la ayuda externa ha servido durante demasiado tiempo a los propósitos de los gobiernos de los países receptores y, al haber desempeñado ese papel, ha abandonado en gran medida a los campesinos” (ibid.,p. 455).

En este sentido, el apoyo del FMI a las experiencias esta-bilizadoras tradicionales respondió a una triple (y lógica) concordancia entre el aparato teórico del organismo sobre diagnosis y terapia de la inflación y del déficit de balanza de pagos, las condiciones de los convenios que respaldaban los créditos stand-by acordados y las metas cuantitativas de los programas de política económica de los respectivos países.

En efecto, la idea básica del Fondo que asocia los problemas de desquilibrio externo con la inflación interna378, obligó al organismo a profundizar en la búsqueda de soluciones para la última, función que desborda ampliamente la función que se le asignara en Bretton Woods (recordemos, el tratamiento del desequilibrio de pagos y cambiario con el exterior)379. Si añadimos esta razón a la clásica indefinición teórica de un or-ganismo internacional, nos encontraremos que no existe un marco claro de referencia. No obstante, a la luz de las expe-riencias comentadas en páginas precedentes, se podría hallar

378 Esta asociación inflación-desequilibrio externo será representada, entre otros, por J.J. Polak: “Monetary Analysis of Income Formation and Payments Problems”, in R.R. Rhomberg y H.R. Heller (Cs.): The Monetary Approach to the Balance of Payments, IMF, Washington DC, 1977, p. 15.Para una aproximación crítica al problema, cf., S. Amin: La acumulación a escala mundial. Crítica a la teoría del subdesarrollo, Siglo XXI, Madrid, 1974, esp. Cap. V, pp. 571-633; y S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización a las políticas de ajuste”, Economía de América Latina, nº 13, primer semestre 1984, pp. 13-32. Y, finalmente, para una aproximación de este enfoque en América Latina, cf., M. Lejavitzer: Evolución y estructura de la balanza de pagos en América Latina y el Caribe, CEMLA, México, 1979.379 Cf., S. Lichtensztejn: “De las políticas...”, art.cit., pp. 16-17.

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un modelo ‘fondomonetarista’ ortodoxo que tiene en el bi-nomio inflación-déficit de balanza de pagos el núcleo de sus preocupaciones. Repasemos, brevemente, el sustento teórico de dicho modelo.

En primer lugar, el modelo de elasticidades-precio desarrollado por E.M. Berstein y S.S. Alexander380 que responde, en síntesis, al esquema siguiente:

sobrevaluación cambiaria Ø déficit externo

depreciación de la moneda nacional Ø efecto estalisticidad--

-precio

exportaciones

importaciones

Los posibles efectos de este tipo de políticas centradas en el balance comercial para incidir en el déficit externo deben ir acompañadas por una contención paralela de la inflación que, como reflejo de un exceso de la demanda interna, exige una minoración del déficit fiscal. En consecuencia, una opción ra-zonable, para estos autores, en alcanzar caídas significativas del ritmo inflacionario y del déficit de la balanza de pagos es-triba en un programa de estabilización construído sobre dos medidas prioritarias: la devaluación y el aumento de los ingre-sos tributarios o la reducción del déficit público.

380 Cf., al respecto, J. Requeijo: “Ajuste de la balanza de pagos. Una visión panorámica”, art.cit., esp. pp. 48-50.

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En segundo lugar, el modelo ‘fondomonetarista’ tradicional in-corpora el enfoque monetarista de la balanza de pagos. En definitiva, ambas ópticas se combinaron en la práctica, consti-tuyendo un modelo ‘fondomonetarista’ de estabilización que recomendaba, como vimos, el realismo cambiario, la reducción del déficit fiscal y de los subsidios, la liberalización de precios e indicaciones respecto a la creación de dinero, la expansión del crédito interno y las restricciones salariales381.

Pero los resultados, en la práctica del modelo, fueron muy desiguales382. Comprometieron la capacidad productiva futu-ra, acentuaron el desempleo y empeoraron, en fin, el bienes-tar social y llegaron, mediante la devaluación, a una mejoría transitoria de las respectivas balanzas de pagos383. Si hubo un resultado claro, en las diversas experiencias, ése fue, sin duda, el “abrir sus economías a la expansión e integración del capital transnacional productivo”384.

En efecto, la concatenación de tres factores -expansión del ca-pital productivo internacional, libre circulación de capitales u tratamiento fiscal atractivo, éstos últimos recomendados por el FMI- influyeron en un significativo crecimiento de las inver-siones extranjeras en el continente latinoamericano, especial-mente hacia aquellos países que agotaran el tramo más fácil de sustitución de importaciones pero que contaban con mercados internos de gran tamaño. Este hecho determinó, en gran parte, el tipo de inserción productiva del capital transnacional en el Cono Sur de referencia.

381 Bibliografía adicional en J. Requeijo: “Ajuste de...”, art.cit., pp. 55-57.382 Cf., al respecto, J. Marshall, J.L. Mardones e I. Marshall: “Estabilización económica en América Latina: los programas del Fondo Monetario Internacional”, Estudios de Economía, nº 18, 1982, pp. 3-53. En este extenso estudio, los autores analizan la condicionalidad de los préstamos, el cumplimiento de los objetivos cuantitativos de política económica y el comportamiento macroeconómico posterior de los tres casos que aplicaron programas de estabilización con ayuda del FMI: Argentina (de 1958 a 1977), Chile (de 1958 a 1975) y Brasil (de 1964 a 1972), describiendo, por países y coyunturas, los resultados estabilizadores sobre inflación y precios relativos, equilibrio externo, actividad y crecimiento económico, empleo y distribución del ingreso y la riqueza.383 Cf., R. Villarreal: “El FMI y la experiencia latinoamericana: desempleo, concentración del ingreso, represión”, Comercio Exterior, vol. 30, nº 8, agosto 1980, pp. 889-899.384 Según S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización...”, art.cit., p.17.

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En el caso argentino, por ejemplo, el capital foráneo aborda una pauta de producción de ciclo casi completo, introducién-dose en la mayor parte de las ramas productivas (desde la pro-ducción de bienes de consumo duradero hasta los intermedios e, incluso, bienes de capital)385. En otros casos (Chile y Uru-guay), con mercados de tamaño limitado o poco consolidados, la internacionalización productiva fue escasamente dinámica y reduciéndose, en cambio, a las actividades comerciales y fi-nancieras386. La fase, hasta aquí descrita, coincide con la flexi-bilidad del modelo ‘fondomonetarista’ en suscribir su propia condicionalidad. De inmediato, el organismo recobra un rigor que produce un hecho importante: el capital transnacional que, hasta entonces, se benefició de cierto proteccionismo regional encubierto y de la lentitud de las restricciones crediticias, se encontrará, posteriormente, con que sus activos acumulados crecían a un ritmo mayor que su contribución en términos de inversión directa387. La facilidad que tiene este tipo de capital para acceder al crédito internacional, mediante los bancos in-ternacionales o las transferencias de las propias filiales, con-trasta con la escasez en que actúa el capitalismo nacional, en condiciones francamente discriminatorias y, a veces, críticas, lo que agudiza la concentración oligopólica y desnacionaliza un sector creciente de cada economía388. Se pueden resumir los objetivos fundacionales del FMI en un triple ámbito: diver-sificación del riesgo colectivo por razones de liquidez interna-cional, generación y explotación de créditos internacionales, además de sus funciones de intermediación financiera, y, por último, estabilización económica en aquellos países miembros con dificultades de balanza de pagos389.

Respecto a la tercera competencia -que es la que nos interesa especialmente aquí- se observa un desarrollo del marco teó-

385 Ibid., pp. 17-18.386 Ibid., pp. 18 y ss.387 Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 29-30.388 Cf., entre otros, a D. Chudnovsky: Empresas multinacionales y ganancias monopólicas, Siglo XXI, Buenos Aires, 1974.389 En otros términos, obsérvense los principales objetivos del FMI, según se exponen en el Artículo I del Convenio Constitutivo. Cf., R. Villarreal: “El Fondo Monetario Internacional y la experiencia...”, art.cit., p. 889.

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rico del Fondo, cuyo punto de inflexión se podría establecer a mediados de la década de 1950 con la determinación del principio de condicionalidad ‘fondomonetarista’. El análisis que precede a estos acuerdos se basó en dos puntos principa-les. Primero, el comercio internacional debe realizarse en fun-ción de las ventajas comparativas. Segundo, los desequilibrios económicos de los países- miembro se manifiestan en déficit externo, inflación e insuficiencia de ahorro interno. El ajuste estabilizador como un híbrido del monetarismo ortodoxo y del enfoque ‘elasticidades’ del comercio exterior no alcanzó ninguna de las metas que se proponía el FMI, ni siquiera la desaparición de los déficit comerciales (esperados o transito-rios) ni tampoco se materializaron los supuestos beneficios de la especialización productiva internacional.

¿A qué fue debido tal desalentador balance? Existe, a nuestro entender, una doble casuística. Por una parte, los cálculos del FMI y de los respectivos gobiernos no incorporaron las posi-bles reacciones generadas por una devaluación drástica tales como la consiguiente alza de precios interno, las devaluacio-nes paralelas en países especializados en la exportación del mismo bien o la rigidez de la demanda externa de productos ‘devaluados’. Por otra parte, la funcionalidad de las ventajas comparativas no es viable a largo plazo, en términos de creci-miento económico de los países afectados. Ambas motivacio-nes responden, en suma, a la específica situación de América Latina en la división internacional del trabajo (dada la prepon-derancia del sector primario de sus economías), haciéndola es-pecialmente vulnerable al deterioro de los términos reales de intercambio y a las variaciones (aleatorias o premeditadas) del comercio mundial de materias primas.

No obstante, es preciso señalar que la importancia absoluta y relativa de las actividades primarias no sólo en América La-tina sino en todos los países subdesarrollados es una conse-cuencia de un determinado proceso político y económico que se podría denominar, en palabras de Gunder Frank, como el ‘desarrollo del subdesarrollo’, un producto histórico impues-to y no una ‘elección soberana’, porque “América Latina no

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es productora de materias primas por opción sino por de-pendencia respecto a los intereses de los países que la habían colonizado política y económicamente”390. Dicha dependen-cia, económica y política, no se atenuó en absoluto con los planes de estabilización tradicionales, ya fueran implemen-tados en el modelo reformista en auge o en crisis. Veamos algunos ejemplos. La caída de precios de exportación de la mayor parte de las materias primas generó, a principios de la década de los cincuenta, graves problemas de balanza de pagos. Los gobiernos de los países afectados, alguno de ellos de carácter ‘populista’, acuden al Fondo, procurando crédi-tos correspondientes a su cuota-parte, o a los préstamos del Banco Mundial, organismos que, entonces, monopolizaban el crédito internacional y que imponían condiciones leoni-nas. Según J. Juruna, “...estas dos instituciones impondrán el retiro de las tarifas proteccionistas y la abolición de las tasas de cambio múltiples que los países en vías de desarrollo ha-bían instaurado para sostener la industria naciente, creada durante la guerra por medio del proceso de sustitución de importaciones. Es el caso de los conflictos que oponen al FMI a los gobiernos de Filipinas, México y Brasil”391. La condi-cionalidad draconiana del Fondo se explicita aún más en un segundo bloque de condiciones: la conveniente indemniza-ción de aquellos bienes nacionalizados y que fueron propie-dad del capital transnacional, además del pago de las deudas externas contraídas hasta entonces. A este respecto, el caso más significativo tuvo lugar cuando el Banco Mundial, en negociaciones previas con Guatemala para la apertura de una línea de crédito internacional, resucitó el problema de los pagos de títulos emitidos en 1829 (!)392.

Este estado de cosas provocó un duro enfrentamiento entre el Fondo y los diversos gobiernos reformistas de la región. De igual manera, las burguesías nacionales reforzadas por el

390 Como opinan A. Couriel y S. Lichtensztejn: El FMI y la crisis económica nacional, Ed. Universitaria, Montevideo, 1968, p. 52.391 J. Juruna: “Le F.M.I. Le Gendarme du Grand Capital”, Le Monde Diplomatique, octubre 1977, p. 20.392 Ibid., ibid.

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modelo ilustrado de desarrollo se mostraron reticentes ante el dogma librecambista que amenazaba los procesos de acumu-lación internos. Esto explica que el proteccionismo encubierto, los subsidios estatales, las tasas de cambio múltiples que des-alentaban a las importaciones, el control de precios de los pro-ductos de primera necesidad, el ajuste de los salarios al nivel inflacionario, etc., fueran las medidas ‘populistas’ del reform-mismo que, por una parte, consolidaban el papel hegemóni-co de la burguesía nacional y, por otra, mantenían accesibles, para la clase obrera, los productos de consumo básico, posibi-litando el orden y la paz social exigidos por el proceso de acu-mulación al margen de las estrictas recomendaciones del FMI. No sorprende, por tanto, que la crisis del modelo reformista coincidiera, hacia 1956, con la preponderancia del Fondo en el diseño de las políticas de estabilización tradicionales, como las que hemos comentado extensamente para Chile, Argentina y Uruguay. Una larga etapa en la política económica latinoame-ricana que se subdivide, a su vez, en dos fases que responden a la internacionalización de los sectores clave de la economía y a la posterior centralización-desnacionalización del capital393. Diez años después, la crisis también alcanza al mismo modelo ‘fondomonetarista’ ortodoxo de estabilización. Los alicortos resultados de política económica (persistencia del proceso in-flacionario y agudización del desequilibrio externo) dinamiza-rán, entonces, las luchas sociales en la región, algunas veces de modo radical, permitiendo el regreso triunfal del peronismo en Argentina, un gobierno socialista en Chile y catapultando la lucha guerrillera urbana en Argentina y Uruguay.

Por su lado, el Fondo trata de adecuar el marco teórico por el que rige su comportamiento. Hasta aquel momento (y ya nos situamos en 1973, con la implantación de gobiernos militares en Chile y Uruguay, más el ‘ruido de sables’ en Argentina), el FMI y los programs de estalización que inspira no combatie-ron frontalmente a la inflación, considerada como principal problema, sino que solamente la administraron394. El viraje en

393 Cf., S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit., pp. 31 y ss.394 En expresión del mismo Lichtensztejn, “De las políticas...”, art.cit., p. 19.

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la concepción teórica del Fondo -viraje entendido como pro-fundización de ciertas medidas de política económica y no, claro está, como la instrumentación de un rumbo novedo-so- es de una ostensible necesidad, coincidente con la polí-tica económica (o la ausencia de la misma) de los gobiernos militares. Se inagura, de estas manera, un modelo ‘fondomo-netarista’ restructurador, con un horizonte de estabilización a medio-largo plazo, en perspectiva ‘cuasi-estructural’ (aun-que parezca paradójico) que visualiza los cambios exigibles en las funciones del Estado, el tamaño del sector público y el rol del mercado en el proceso económico. Pero la apertura externa seguirá siendo el componente más importante de la reformulación político-económica del FMI.

En este contexto, el Fondo perfila su programa de estabili-zación en cuatro áreas específicas: cambiaria, fiscal, moneta-rio-crediticia y salarial395, para ser atractivo a los gobiernos autoritarios del Cono Sur y ganar, aunque fuera en parte, la gravitación internacional perdida en los últimos años, espe-cialmente en América Latina. ¿Por qué? Las razones de pér-dida de influencia institucional del FMI obedecen a múlti-ples aspectos. En primer lugar, el último tramo de la guerra del Vietnam presenta, cuando menos, un aparente deterioro político de la ascendencia norteamericana sobre la región396. En segundo lugar, la devaluación del dólar, la flotación de las principales monedas y el alza imprevista del precio del petróleo, patentizan cierta decadencia internacional del país tradicionalmente hegemónico397. En tercer lugar, se redujo notablemente la participación estadounidense en los flujos internacionales de inversión, especialmente en América Lati-na398. Fue entonces cuando los mercados de eurodólares y los

395 Cf., al respecto, ibid., p. 19; y Ch. Payer: The Debt Trap, Monthly Review Press, Nueva York, 1975.396 Ya nos hicimos eco de este factor de declive de la hegemonía americana en todo el continente, lo cual constituye, en palabras de J. Petras, un mito, al filo de la discusión que mantuvieron varios autores marxistas sobre el particular. Cf., al respecto, B. Rowtorn: “Imperialism in the 1970. Unity or Rivalry”, New Left Review, nº 69, septiembre-octubre 1971, pp. 31-5; y J. Petras: “Le mythe du Déclin Americain”, Le Monde Diplomatique, febrero 1976.397 S. Lichtensztejn: “De las políticas de estabilización...”, art.cit., p. 19.398 Cf., al respecto, A. Calcagno: “Informe sobre las inversiones extranjeras en América Latina”, Cuadernos de la CEPAL, 1980.

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centros off-shore de intermediación financiera canalizaron el exceso de liquidez internacional, al margen de la condicona-lidad del FMI. Esto condujo a una política de endeudamiento externo generalizada en toda la América Latina. Observemos, al respecto, algunos datos significativos del sistema financie-ro internacional que ilustran la decadencia del Fondo como prestatario principal. Si, en 1970, por cada dólar invertido en la producción, a nivel internacional, existía 0.7 de dólar nego-ciado en los euromercados financieros, cinco años después la proporción del primero se correspondía con 1.3 del segundo; es decir, las inversiones financieras, en 1975, ya excedían a las productivas. En este mismo año de referencia (1975), por cada dólar de inversión extranjera productiva existía ya otro dólar de endeudamiento externo con la banca transnacional, cuando en 1970, la proporción era de 1 a 4, a favor de las inversiones directas productivas399.

Ante esta situación coyuntural, el FMI impulsa los lineamien-tos neoliberales del Cono Sur, así como las orientaciones de in-ternacionalización financiera que adoptan estos países, a pesar de la escasa participación que tuvo el citado organismo en el origen de dicha tendencia, si exceptuamos las facilidades que proporcionó su propia decadencia. El modelo del Fondo, de estabilización ortodoxa, no concordaba en los variados aspec-tos que entraña el nuevo monetarismo de la región. Introdujo, por tanto, algunas cláusulas programáticas respecto a la nece-sidad de reformas estructurales junto a su clásica oferta esta-bilizadora, recuperando, como vimos, una terminología plena de reminiscencias cepalinas que, al decir de S. Lichtensztejn, fue tan combatida en el pasado como ahora utilizada semán-ticamente en la expresión de los cambios requeridos por la lu-cha anti-inflacionaria400.

¿Cuáles serían, en suma, los principales elementos del modelo ‘fondomonetarista’ de estabilización restructurante?. En síntesis, los tres siguientes: “…el control inflacionario pasa a girar en tor-

399 Datos ofrecidos por S. Lichtensztejn: “De las políticas...”, art.cit., p. 20.400 Ibid., p. 27.

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no del tipo de cambio sobrevaluado y los movimientos de capita-les con el exterior.El equilibrio de la balanza de pagos, cualquiera que sea el déficit de la cuenta corriente, pasa a depender de la capacidad de financiamiento externo. La tasa de interés positiva se constituye en un instrumento activo de atracción del crédito internacional y de restricción del crédito interno” (401). En defi-nitiva, para nuestros efectos, no se puede desvincular la refor-mulación doctrinaria del Fondo con la proposición/práctica de políticas de monetarismo global en Chile, Argentina y Uruguay, así como la relación de ambos con los procesos de creciente inter-nacionalización financiera que son, actualmente, determinantes al igual que lo fuera la vanguardia de los capitales norteamerica-nos en el crecimiento de postguerra402.

Dado el interés complementario para nuestra investigación, no quisiéramos finalizar esta sección sin referirnos, aunque sea brevemente, a las conexiones entre la Comisión Trilate-ral y el Fondo Monetario Internacional. Tanto uno como otro, son organismos cuya influencia ha sido decisiva no sólo en la configuración del corpus doctrinario de la Doctrina de la Se-guridad Nacional sino que su ascendencia alcanza a las reco-mendaciones de política económica adoptada en los tres casos mencionados, especialmente en lo que se refiere al rol del FMI en las nuevas condiciones de internacionalización financiera y de internacionalización de la política económica, implícitas en el modelo de apertura monetarista-neoliberal.

5. La Comisión Trilateral y el Fondo Monetario Internacional

Analizamos anteriormente las líneas maestras que caracterizan las recomendaciones políticas de la Comisión Trilateral sobre la ‘gobernabilidad de las democracias’ y la influencia de sus informes sobre la elaboración y práctica de la Doctrina de la Seguridad Nacional. Recordemos, no obstante, que la posición ‘trilateral’, en síntesis, se funda en la afirmación de que menos ‘democracia’ defiende a ésta de los peligros ‘totalitarios’ que la

401 Ibid., p. 24.402 Sobre el tema de la interdependencia y la internacionalización de las políticas económicas implementadas en el Cono Sur nos referiremos más adelante.

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acechan. En el ámbito que nos ocupa, es decir, la relación del Fondo con los programas de estabilización en América Latina, es curioso observar el rol que le asigna la Comisión Trilateral al FMI, a través de diversos ‘reports’403. Sobre esta cuestión, E. Ruiz García escribe que: “La ideología se impregna, natural-mente, de moral. La moral es una racionalización de las nece-sidades. El capitalismo científico ha condenado, por esa causa, ‘la corrupción con un cáncer que debilita gravemente el papel internacional de las empresas mina los argumentos a favor del mercado libre y amenaza los valores esenciales de la democra-cia’. Esa declaración de la Comisión Trilateral, realizada des-pués de su reunión internacional en Ottawa (11 de mayo de 1976) tiene el carácter de una recapitulación, de un manifiesto. Rechaza los métodos de un capitalismo economicista, subdesa-rrollado y con los procedimientos del subdesarrollo (corrup-ción, cohecho, soborno) y establece como ideología del poder, y para imponerlo como poder, un regreso al calvinismo. La mo-ralización transnacional es una apelación a la racionalización del poder; no a su abandono. Supone, más bien, la decisión fría de mantenerlo por otro camino. Un bautista moralizante e in-geniero nuclear podía cumplir, casi a la perfección, los objetivos del sistema” (La era de Carter. Las transnacionales, fase superior del imperialismo, Alianza Ed., Madrid, 1978, pp. 43-44). al pairo de las reflexiones globales en torno al diseño de un ‘nuevo’ orden económico mundial. Puesto que varios textos significativos se han ocupado de esta cuestión404, nos referimos puntualmente a lo esencial de su contenido.

La Comisión Trilateral (CT, en adelante) propone una nueva es-trategia organizativa, en lo económico y a nivel internacional, integrada en los procesos de interdependencia y transnaciona-lización financiera y productiva que han superado el marco del

403 Nos referimos, en concreto, a los diversos informes publicados por la Comisión Trilateral a lo largo de la década de los ochenta, entre los que destacaríamos los siguientes: ‘Towards a renovated International System’, ‘The Reform of International Institutions’, ‘OPEC, the Trilateral World and the Developing Countries: New Arrangement for Cooperation 1976-1980’, ‘The Crisis of Cooperation’ y ‘Declaration of Otawa’. Cf., al respecto, J. Estefanía: “La estrategia energética de la Trilateral”, Transición, nº 16, enero 1980, pp. 23-5; y B. Stallings: “Los banco privados y políticas nacionalistas: la dialéctica de las finanzas internacionales”, Economía de América Latina, nº 4, marzo 1980, esp. p. 84.

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Estado-nación como una instancia adecuada para el dominio de las políticas instrumentales. En consecuencia, la CT propone la recomposición del ‘leadership’ internacional, compuesto por un país o grupo de países, al que se le atribuye la función de ‘guardián vigilante’ (custodial role, en la terminología de la CT) y que asuma, además, el control de los mecanismos económicos y políticos internos en orden a salvaguardar la defensa del sis-tema de interdependencia económica.

Como quiera que la competencia entre las políticas económicas domésticas, representadas por cada Estado-nación, amenaza la necesaria colaboración internacional se requiere que, a la hora de elaborar una política económica interna, el ‘policy-maker’ traslade la representación de los intereses nacionales a la encar-nación de los intereses mundiales representados, a su vez, por el FMI.. De esta forma, según la CT, el FMI debe constituirse como un ‘banco central de los bancos centrales nacionales’, actualizan-do la vieja fórmula de White en su debate con Keynes, durante la conferencia de Bretton Woods405. Como ‘banco central’, el Fondo tendría la posibilidad (y la capacidad) de emisión de una mo-neda internacional independiente, a medio y largo plazo, de la economía de cada país miembro, si bien, a corto plazo, procede ampliar la utilización de los DTS como un medio de pago inter-nacional. Quizá sea en los DTS, en el orden práctico, donde se materializan la mayor parte de las recomendaciones de la CT, patentizando la íntima conexión entre los dos organismos.

En efecto:

A) La CT propone ampliar el uso de los DTS, idea sumida, en los últimos años, por el FMI a través de una revisión de las ca-racterísticas, la rentabilidad y la facultad de promoción de los mismos como instrumento de reserva, además de su empleo como medio de pago406.

404 Destaquemos, entre ellos, a D. Johnstone: “Une strategie Trilaterl: la bourgeoise transnational”, Le Monde Diplomatique, noviembre 1976 ; y F. Hinkelammert : El credo económico de la Comisión Trilateral y la nueva política del imperialismo, EDUCA, San José de Costa Rica, 1976.405 Cf., al respecto, supra n. 176.406 Así se propuso en el IMF: Anual Repport, 1978. IMF, Washington DCE, 1979.

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B) La política del FMI coincide también con la sugerencia de la CT para la creación de un fondo de sustitución de las monedas de reserva tradicionales (dólar, marco alemán) por DTS407.

C) El Consejo de Gobernadores del FMI hizo suya la propo-sición de la CT en torno a la caída de la importancia del oro como moneda de pago, proponiendo la venta de una tercera parte del oro en manos del FMI y sustituirlo por DTS. En con-secuencia, y a lo largo de 1976, el FMI promovió la abolición del precio oficial del oro y la venta de una sexta parte de sus reservas de dicho metal408.

D) La CT propone una subida de las cuotas de los países de la OPEP en el FMI, para mitigar el desbordamiento del euromer-cado y proveer de mayores recursos a una institución, como el FMI, que rápidamente asume la propuesta409.

Pensamos que estas breves observaciones indican la impor-tancia que tiene la Comisión Trilateral como órgano de reco-mendaciones políticas y económicas, influyendo no sólo en los regímenes militares del Cono Sur, sino, también, sobre insti-tuciones de la envergadura del FMI, en un contexto de transi-ción e inestabilidades que han generado la proposición, desde diversas fuentes, del ‘nuevo orden económico internacional’, eufemismo que, como se ha sostenido, encubre el fenómeno del imperialismo410. Si el influjo de la Comisión Trilateral, en torno a los problemas aquí analizados, ha sido importante, no lo fue menos la difusión de las ideas monetaristas y neolibe-rales sobre la ‘teoría del desarrollo económico’, especialmente las provenientes de la Escuela de Chicago. El estudio de esta concepción teórica será el objetivo de la próxima sección de nuestra investigación.

407 Ibid., ibid.408 Cf., IMF: Annual Repport, 1976, IMF, Washington DC, 1977.409 Cf., al respecto, IMF: “Called Upon to Resolve the Debt Crisis”, Latin America Economic Report, marzo 1977, vol. 5, nº 11.410 Cf., abundando en este enfoque, G. Bidegain y otros: “El FMI, la Trilateral y un nuevo orden económico y monetario”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 85-116.

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CAPÍTULO VIII

LA MÍSTICA NEOLIBERAL SOBRE EL DESARROLLO ECONÓMICO: IDEOLOGÍA Y PERSUASIÓN

Cuando nos referíamos a las políticas de estabilización pro-puests y aplicadas tradicionalmente en América Latina, ya notificamos lo esencial de una crítica monetarista-neoliberal al crecimiento perverso y a la industrialización ineficiente, bajo el impulso del Estado. Una estabilización de tipo ‘estructuralista’, argumentan los monetaristas, deviene indefectiblemente en re-currentes déficits de balanzas de pagos que requieren, a su vez, un mayor endeudamiento externo para atender el servio del anterior y preservar, en lo posible, la condición de país-sujeto de crédito solvente a través de la ‘estabilización’ económica411. Los economistas de inspiración cepalina, en síntesis, considera-ban que: a) la estabilización económica no es un fin en sí mis-mo sino un posible medio de desarrollo equilibrado e integral; b) la estabilización, en un marco de crecimiento económico a largo plazo, exige una clara conceptualización del modelo de desarrollo y del modelo de acumulación o tratamiento del ex-cedente; y c) en consecuencia, la búsqueda de la compatibilidad (ausente en el monetarismo) entre instrumentos y fines se tor-na fundamental en el proceso. En este orden de cosas, el corpus teórico del monetarismo tendió a una ampliación consecuen-te con los afanes ‘restructuradores’ introducidos en la práctica de estabilización económica. La progresiva materialización del componente neoliberal de los programas tradicionales del mo-netarismo provocó que, a la libertad económica, se vinculara el desmantelamiento de las funciones productivas y redistributi-vas del Estado pero sin cuestionar la existencia de sus aparatos represores. En otros términos, la ‘desestatización’ se muestra ahora como el principal objetivo de la estabilización económica,

411 Aparte de las referencias citadas in extenso sobre experiencias estabilizadoras en América Latina, cf., la recopilación representativa de W.R. Cline y S. Weintraub: Economic Stabilization in Developing Countries, Brookings Institute, Washington DC, 1981; y, desde la perspectiva de la condicionalidad expresa o encubierta del FMI, J. Serulle y J. Boin: Fondo Monetario Internacional. Deuda externa y crisis mundial, IEPALA, Madrid, 1984, esp. pp. 169 y ss.

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relegando al ‘desarrollo’ a un lugar secundario412. No obstan-te, el tema del desarrollo económico fue un tema de interés, para los monetaristas, desde los primeros planes de estabilización aplicados en América Latina. Las famosas conferencias de J. Vi-ner, en Rio de Janeiro y en 1950413, dieron paso a la difusión y conocimiento de los trabajos publicados por otros integrantes renombrados de la Escuela de Chicago (Friedman, Haberger, Johnson, Schultz, Stigler, Sjaastad, entre otros)414. Se inicia así la pérdida de influencia de los sociólogos del desarrollo, aunque sus interpretaciones, sobre la problemática latinoamericana, también fueran duramente criticad. Nos referimos, en concreto, a B. Hoselitz que fue considerado como uno de los autores más representativos de la tradición de Chicago respecto al enfoque de índices o tipo-Ideal de los estudios sobre desarrollo econó-mico, con diferencias sustanciales con otro autor reconocido de la tendencia como W.W. Rostow. En torno a la bibliografía bási-ca y a la crítica razonada de la validez empírica, la adecuación teórica y la efectividad política de la concepción de Hoselitz415.

Con todo, el desembarco de la Escuela de Chicago en América Latina, estuvo espoleado por las primeras publicaciones de R. Prebisch y como una exasperante reacción a los comentarios heterodoxos del anterior o de G. Myurdal que calificaban al mercado como una parte de un todo irracional, como es la es-tructura de un país atrasado416. No obstante, ha sido Prebisch

412 Cf., al respecto, los comentarios de J. Chávez Alvarez: “La política de estabilización neoliberal en la perspectiva de la estrategia de desarrollo a largo plazo: ¿desarrollo o desestabilización?”, Socialismo y Participación, nº 22, junio 1983, pp. 79-90.413 J. Viner fue invitado por la Fundación G. Vargas (Río de Janeiro, 1950) y sus conferencias fueron publicadas, posteriormente, como International Trade and Economic Development, Oxford University Press, Londres, 1953.414 Y, también, P.T. Bauer, de la Escuela Económica de Londres, como se desprende de su obra Crítica de la teoría del desarrollo, Ed. Orbis, Barcelona, 1983, como veremos más adelante.415 A. Gunder Frank: Sociología del desarrollo y subdesarrollo de la sociología, Barcelona, 1971, esp. pp. 12-35. 416 Los trabajos polémicos de Prebisch, a los que hacemos referencia, son principalmente El desarrollo económico de América Latina y algunos de sus principales problemas (1949) y Problemas teóricos y prácticos del crecimiento económico (1951), ya citadas. El texto aludido de G. Myrdal es publicado seis años después: Theory and Under-Developed Regions, Duckmoth, Londres, 1957, esp. pp. 90 y ss.Cf., al respecto, O. Rodriguez: “La teoría del subdesarrollo de la CEPAL. Síntesis y crítica”, Comercio Exterior, vol. 29, nº 11, noviembre 1979, pp. 1177-1193; A. Gurrieri: “La economía política de Raúl Prebisch”, introducción a La obra de Prebisch en la CEPAL, F.C.E., México, 1982, 2 vol.; y R. Prebisch: “Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo”, Trimestre Económico, nº 198, abril-junio 1983, pp. 1077-1096.

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uno los autores que generaron mayores críticas desde el mo-netarismo neoliberal. Su extensa obra y la continua actualiza-ción y reformulación de su pensamiento, hacen de R. Prebisch uno de los analistas más fecundos de la región que, sin estar exento de crítica y autocrítica, publica sin descanso durante su etapa en la CEPAL y en la UNCTAD, hasta la obra considera-da definitiva: Capitalismo periférico. Crisis y transformación, FCE, Mé xico, 1981 Por otra parte, y como advertimos anteriormen-te, la pugna estructuralismo versus monetarismo constituyó un telón de fondo que, desde entonces, preside la disparidad de criterios en la valoración del papel beligerante del Estado y de las políticas sustitutivas, además del proceso inflacionario como un tema clave del modelo de crecimiento económico.

Ante una temática tan variada, no debe resultar extraño que M. Riboud y F. Hernández Iglesias hayan llamado la atención sobre la pluralidad de aportaciones de la Escuela de Chicago, más allá de la figura de M. Friedman y del tema monetario que fuera ya inagurado por dos de los apóstoles del monetarismo (Mints y Simon)417, como los denomina maliciosamente P.A. Samuelson418. Sin embargo, continúan aquellos autores, lo que une la Escuela es su ‘enfoque y métodos de trabajo que insis-ten en el realismo’419.

En este sentido, una compilación de D. Wall420, proporciona una visión global de aquella temática en torno a tres ideas centrales por lo que a nuestra investigación se refiere: primero, una crítica dirigida a la descalificación de la visión estructura-lista del desarrollo en América Latina; segundo, una denuncia contumaz a las fórmulas proteccionistas de los países subde-sarrollados; y tercero, una defensa no menos persistente de la economía de mercado, en tanto que es la única forma de cre-cimiento eficiente, lo que, entre otras cosas, implica el rechazo

417 M. Riboud y F. Hernández Iglesias: “La otra cara de la escuela de Chicago: un ensayo en honor de Theodore W. Schultz”, in VV.AA.: La Nueva Economía en Francia y España, Fundación Universidad-Empresa, Madrid, 1980, pp. 37-64.418 Cf., P.A. Samuelson: Curso de Economía Moderna, Aguilar, Madrid, 1975, pp. 924-5.419 ”La otra cara...”, art.cit., pp. 37-8.420 D.Wall (Ed.): Chicago Essays in Development, University of Chicago Press, Chicago, 1972.

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a la ‘ayuda externa’ pero no del ‘crédito exterior’ a través del mercado financiero internacional.

En efecto, relacionada con el contenido de esta sección, Ri-boud y Hernández Iglesias suscriben la crítica tradicional del monetarismo, refiriéndose a “...ejemplos elocuentes de países donde, pese a las condiciones favorables desde el punto de vista de los recursos naturales, se ha obstaculizado el desa-rrollo de la agricultura mediante políticas desacertadas de in-dustrialización. Argentina, Chile y Uruguay, después de los años treinta, sufrieron el impacto de las políticas recomenda-das por los estructuralistas (Singer, Prebisch)”. Y añaden más adelante: “El estructuralismo, como hemos visto, ignoró la planificación a través del mercado. Olvidó la existencia de leyes en el mercado, encareció los precios de los productos me-diante una política de sustitución de importaciones y engendró peligrosos procesos inflacionistas mediante políticas de dine-ro barato que buscaban forzar el ahorro. Los efectos ya dis-torsionados de esta política llegaron a extremos difícilmente tolerables cuando quisieron evitarse reprimiendo la inflación. El potencial de desarrollo fue así despilfarrado con la mejor de las intenciones”421

En este sentido, A. Haberger opina que los modelos teóricos simples de desarrollo económico concebidos como una supe-ración de obstáculos y de ‘cuellos de botella’ resultantes de la escasez de ahorro (brecha del ahorro) y de bienes importados (brecha de divisas), son modelos inaplicables ya que no incor-poran otros problemas institucionales relevantes422. Subraye-mos que A. Haberger, al igual que H.G. Johnson, emplean ra-zonamientos más sutiles, menos primitivos, que M. Friedman. Ahí radica precisamente su fuerza argumental, a pesar de las ‘debilidades’ que, a veces, se observan. Veamos dos ejemplos concretos.

421 La otra cara...”, art.cit., pp. 50-1, subr. Nuestros.422 No deja de ser sorprendente esta afirmación del autor refiriéndose al estructuralismo latinoamericano que, como vimos, propugna una estabilización basada en las reformas estructurales básicas. Cf., A. Haberger: “Issues Concerning Capital Assistance to Dess-Developed Countries”, in D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, op.cit., esp. p. 354.

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La Escuela de Chicago menosprecia los modelos de crecimien-to tipo Harrod-Domar como un residuo keynesiano, rechazan-do, por tanto, cualquier modelo de desarrollo ‘hacia adentro’ basado en las políticas de sustitución de importaciones. ¿Cuál es aquí el fundamento?. H.G. Johnson, olvidándose quizás conscientemente de Mises o Hayek, denuncia que el enrique-cimiento de la teoría del desarrollo por parte de economistas emigrados (N. Kaldor o Th. Balog, entre otros) representa la introducción, en los círculos académicos anglosajones, de há-bitos de pensamiento en términos nacionalistas a expensas de una perspectiva cosmopolita, como exige el complejo proble-ma del ‘subdesarrollo’423. Por su lado, Haberger es más cauto. Después de reconocer que, para la Escuela de Chicago, el tema del crecimiento económico contiene una gran dosis de miste-rio (sic)424, también afirma que la citada Escuela es la única que puede explicar con realismo el proceso y las consecuencias de la inflación. Dejamos a la consideración del lector el juicio de una opinión, como la primera de H.G. Johnson, más cercana a la xenofobia académica que a una reflexión teórica. En cam-bio, la afirmación de Haberger sí merece un comentario más extenso, a partir de las aportaciones del autor sobre el tema inflacionario.

Se considera que “The Dynamics of Inflation in Chile”, de A. Haberger425, constituye la primera evaluación empírica de las proposiciones monetaristas en América Latina, manejando los datos anuales de las variables significativas para el período 1939-1958, en el caso chileno.

El autor, considerando las siguientes variables:

P, nivel de precios;

Y, la tasa de crecimiento del ingreso real;

423 H.G. Johnson: “The Ideology of Economic Policy in the New States”, in D. Wall (Ed.), idem, pp. 30 y ss.424 Cf., A. Haberger: “Some Notes on Inflation”, in D. Wall (Ed.), idem, p. 123.425 Reeditado en C. Christ (Ed.): Measurement in Economics, Stanford University Press, Stanford, 1963, pp. 219-250.

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M, la masa de variación de la oferta monetaria corriente;

M-1, la tasa de variación de la oferta monetaria con un año (-1) de rezago

A, diferencia de las tasas de inflación nteriores ; y finalmente,

W, cambio porcentual del sueldo vital.

El autor llega a la siguiente estimación:

P = -1.15 - 0.89 Y + 0.70 M + 0.29 M-1 + 0.16 A + 0.13 W

(9.56) (0.32) (0.18) (0.18) (0.14) (0.22)

R2 = 0.87

En otras palabras, la estimación muestra que los signos y las significaciones son las esperadas por la teoría monetarista, permitiendo aceptar que todas las variables explicativas tie-nen una especial incidencia excepto A y W. Igualmente, R. Vogel, utilizando la misma metodología que Haberger, para 16 países latinoamericanos con datos anuales entre 1950 y 1969426, concluye que “...el resultado más importante de este estudio es que un modelo puramente monetarista, sin variaciones es-tructurales, revela poco heterogeneidad entre los países. Las diferencias importantes en las tasas de inflación entre estos países no pueden asignarse, de acuerdo con este modelo, a di-ferencias estructurales sino, principalmente a diferencias en el comportamiento de la oferta monetaria”427.

No obstante, la prueba empírica ofrecida por A. Haberger y otros discípulos de la Escuela de Chicago, solamente se redu-

426 Cf., R. Vogel: “The Dynamics of Inflation in Latin America, 1950-1969”, American Economic Review, vol. 64, marzo 1974, pp. 102-114.427 Ibid., p. 106.

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ce a los períodos y casos citados. El mismo método aplicado, por ejemplo, en la variante asiática del monetarismo (Corea del Sur y Formosa) supondría la existencia de resultados, cuando menos, divergentes428, con lo que quiebra la aparen-te ‘universalidad’ e ‘intemporalidad’ de las teorías moneta-ristas. Profundicemos en este último comentario. Si se intro-ducen, como podría ser pertinente, variables relativas a las expectativas inflacionarias, el modelo Haberger-Vogel, como informan Nugent y Glezakos429, solamente es significativo en países muy inflacionarios mientras que las variables estructu-rales poseen una mayor importancia en los países de inflación media. No resulta, pues, sorprendente que estas discordancias hayan provocado una revisión de las pruebas empíricas so-bre la inflación de Latinoamérica, en el seno de la controversia monetarismo-estructuralismo430. A este algunos autores han propuesto un enfoque empírico no tradicional, mediante un análisis diferenciado y sustentado por hipótesis relativas al proceso inflacionario como un fenómeno de rostro monetario pero conectado con desajustes estructurales debidos, especial-mente, a la ausencia del dinamismo inversor y del estanca-miento de la producción agrícola431.

Si, hasta aquí, hemos conocido la perspectiva interna sobre el desarrollo según uno de los hitos de la Escuela de Chicago, como es el caso del artículo comentado de Haberger, no es me-nos cierto que, bajo la hipótesis de economía abierta, los mo-netaristas pueden abordar el tema con variados razonamien-

428 Cf., al respecto, W.A. Bomberger y G.E. Makinen: “Some Further Test of the Haberger Inflation Model Using Quarterly Data”, Economic Development and Cultural Change, vol. 27, julio 1979, pp. 629-644.429 Cf., al respecto, J.B. Nugent y C. Glezakos: “A Model of Inflation and Expectations in Latin America”, Journal of Development Economics, vol. 6, septiembre 1979, pp. 431-446; y M.J. Twomey: “Devaluaciones y distribución de ingresos en América Latina”, Economía, vol. VI, nº 11-12, junio-diciembre 1983, pp. 113-143.430 Cf., para una panorámica general, W. Baer: “The Inflation Controversy in Latin America: A Survey”, Latin American Research Review, vol. 2, nº 3, 1967, pp. 3-25.431 Es la tesis que mantienen L.R. Cáceres y F.J. Jiménez: “Estructuralismo, monetarismo e inflación en Latinoamérica”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, pp. 151-168. Una opinión similar la sostuvo E. de Figueroa cuando escribió que el automatismo monetario es una propuesta sugestiva pero no exenta de peligros. En este sentido, las metas declaradas de crecimiento económico a largo plazo pueden quedar comprometidas si no existe un uso discrecional de la política mixta compensatoria que, concretamente en América Latina, exige la adopción previa de reformas estructurales. Cf., E. de Figueroa: “Inflación, paro y desarrollo económico”, Moneda y Crédito, nº 149, junio 1979, pp. 3-19.

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tos. Veamos algunos de ellos. Friedman, como un economista representativo de la Escuela, siempre abogó por la unilateral abolición, desde los países desarrollados, de todos “los arance-les, cuotas y otras restricciones al comercio antes de una fecha determinada, digamos cinco o diez años”, como la vía más rá-pida de desarrollo mundial432.

La existencia de un proceso de intenciones no siempre es un reflejo de la realidad y ésta, en suma, no puede ocultar que el proteccionismo encubierto en los países desarrollados es un fenómeno cuya envergadura es superior, en el análisis, a los efectos de una protección defensiva en los países subdesarro-llados. En este sentido se entenderían las acotaciones de H.G. Johnson y su matización entre niveles de protección arancela-ria nominales y efectivos. Tras demostrar cuál es el costo de-rivado del uso de aranceles como una fórmula de corrección del desequilibrio en el mercado de factores y bajo la hipótesis de que los países más desarrollados protegen más a sus ma-nufacturas que a sus materias primas, Johnson concluye en que la tasa efectiva de protección al valor agregado puede ser un múltiplo de la tasa de protección a la mercancía. En con-secuencia, escribe el autor, los países subdesarrollados no de-berían objetar tanto el nivel absoluto de los aranceles sino las grandes diferencias dentro de la estructura arancelaria de los países industrializados433.

Realmente, tanto a Johnson como a toda la Escuela de Chi-cago, el arancel entendido como mecanismo de protección a la industria nacional es perjudicial para el desarrollo de un país434. La ingenuidad, sin embargo, marcan a muchos de los argumentos antiproteccionistas. El mismo Johnson considera al proteccionismo como el mayor obstáculo a la captación de

432 Cf., en este sentido, M. Friedman: “Foreing Economic Aid, Means and Objectives”, Yale University Review, verano 1958, p. 509.433 H.G. Johnson: “Tariffs and Economic Development: Some Theoretical Issues”, in D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, op.cit., p. 293. Cf., asimismo del autor, “Una teoría económica del proteccionismo, de las negociaciones arancelarias y de la formación de las uniones aduaneras”, in A. Casahuga y J. Bacaria (introd.. y selec.): Teoría de la política económica, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1984, pp. 459-522.434 Cf., H.G. Johnson: “Trade Preference and Developing Countries”, in D. Wall (Ed.), idem, pp. 309-310.

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externalidades desde el exterior, en cuanto considera al libre-cambio como un aprendizaje singular a través del cual los paí-ses subdesarrollados se benefician (y participan) del progreso técnico. Como en el caso de la inversión directa extranjera, el proteccionismo no debe impedir la transmisión de tecnología, adiestramiento y reinversión de utilidades de una forma más o menos automática435.

Aparte de las conocidas críticas a este tipo de razonamientos que cuentan, por otro lado, con una abundante literatura436, se-ñalemos que la Escuela de Chicago (y especialmente H.G. Jo-hnson) se muestra perpleja ante el caso japonés donde, aún en la década de los sesenta, se mantiene una rígida congelación de las inversiones foráneas y una alta protección efectiva, cer-cana al 30 por ciento, cifra muy superior -según los cálculos de Bela Balassa437- a la protección existente en los Estados Unidos (20 por ciento), en el Mercado Común (18.6 por ciento) o Sue-cia (12.5 por ciento)438. De todas maneras, si se estudiase con detenimiento el peculiar proceso de industrialización iniciado con la Revolución Meiji, la perplejidad monetarista frente al caso japonés se disolvería en la dinámica de una experiencia histórica singular439.

Fueron, asimismo, las enseñanzas de la Historia las respon-sables de la moderación, en los juicios y recomendaciones, de la Escuela de Chicago respecto al uso de la devaluación como un arma antiinflacionaria. La devaluación, recordemos, fue uno de los mecanismos más importantes del tratamiento teórico del monetarismo frente al desequilibrio en economía abierta, además de su instrumentación práctica en los diver-sos programas de estabilización, auspiciados por el FMI, en América Latina durante los últimos treinta años. En nombre

435 Ideas que expone en un tercer artículo de la citada compilación de D. Wall, “Fiscal Policy and the Balance of Payments in a Crowing Economy”, ibid., esp. p. 122.436 Y, también, con paradigmáticas defensas como las debidas a P.T. Bauer: Crítica de la teoría del desarrollo, op. cit., con desesperanzadora visión del Informe Prebisch y de otros estudios concebidos en la UNCTAD.437 ”Tariff Protection in Industrial Countries: An Evaluation”, Journal of Political Economy, diciembre 1965. Cit., in H.G. Johnson: “Trade Preference…”, art.cit., pp. 316-7.438 Ibid., ibid.439 Como señala P.A. Baran: La economía política del crecimiento, F.C.E., México, 1973, esp. pp. 178-187.

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del ‘realismo cambiario’ y de la ‘apertura externa’, se propu-sieron devaluaciones extremas y esporádicas. Las desastrosas experiencias de Argentina y Chile, y el éxito de las pequeñas devaluaciones adaptativas en Brasil o Colombia, incidieron en el cambio de valoración de la Escuela de Chicago en tor-no a la funcionalidad de la medida y los condicionantes de su aplicación político-económica En este sentido, D. Philips se refiere al posible conflicto entre políticas económicas, según diversas modalidades de monetarismo, respecto al tema de la devaluación. En el modelo monetario para una pequeña economía abierta se concluye en que el tipo de cambio es una variable clave en la determinación del nivel interno de pre-cios. Si la moneda es devaluada como parte de un paquete de ajuste de carácter deflacionario, la inflación, por tanto, se acelera. En esas condiciones, los objetivos de la devaluación sólo pueden ser alcanzados si los incrementos de los salarios nominales pueden mantenerse por debajo de los incrementos en el nivel de precios o, lo que viene a ser lo mismo, si la pro-ductividad se incrementa440. Así, A. Haberger constata que la realidad latinoamericana en política cambiaria obstaculiza la tradicional aceptación y la dogmática insistencia monetarista en las tasas de cambio fijo441. De igual forma, la ayuda externa ha sufrido, también, una sustancial modificación en el pensa-miento de Chicago. Lejanos quedan ya los días en que J. Viner propugnaba una libre y abundante corriente de capital entre países desarrollados y menos desarrollados pero solamente en el caso de que esté sabiamente dirigida442. El autor, pensando en el FMI y en el BM, exige la “disciplina internacional dirigi-da contra los planes nacionales económicos que actúan del tal manera que producen déficit de balanza de pagos”443.

Pero si Viner defiende las corrientes internacionales de capital disciplinadas por el Fondo, Friedman argumenta en términos

440 Cf., A. Haberger: “Some Notes on Inflation”, art.cit., pp. 123-157. Cf., al respecto, D. Philips: “The New Reading: Economic Theory, IMF Conditionality and Balance of Payments Adjustment in the 1980’s”, IDS Bulletin, Sussex University, vol. 13, nº 1, 1981, p. 34.441 ”Some Notes on Inflation”, art.cit., pp. 123 y ss.442 International Trade and Economic Development, op.cit., pp. 91-111.443 Ibid., p. 91.

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de ‘maquiavelismo keynesiano’ en lugar de ‘bienestar colecti-vo’. ¿Por qué?. Para Friedman, la ayuda externa, tanto en prés-tamos como donaciones, se canaliza a través de los gobiernos locales a los que se le obliga una acción previa de estabiliza-ción, fijando objetivos cuantitativos y formulando planes para alcanzarlos, es decir, promoviendo el crecimiento del Estado, el nuevo Leviatán, y aceptando implícitamente la aceleración de la ‘ideología’ comunista en América Latina y, en general, en el mundo subdesarrollado (sic)444.

A pesar de la coincidencia de todos los integrantes de la Es-cuela de Chicago respecto a su confesada aversión a cualquier intervención estatal extralimitada, el tema de la ayuda externa -especialmente en lo relativo a ‘donaciones’, en cuanto no tiene significancia equiparar éstas con los ‘préstamos’- ha sido ob-jeto de diversas valoraciones. Además de las de Viner y Fried-man, ya comentadas, son destacables las opiniones de H.G. Johnson (la ayuda como un trato preferencial en el comercio internacional obedeciendo al principio ético de no discrimi-nación entre partes desiguales)445, de A. Haberger (la ayuda fracasa, no por su naturaleza, sino por la deficiente infraes-tructura técnica en los países subdesarrollados que engendra proyectos mal diseñados)446, y de Th.W. Schultz (la necesidad de que una mayor ayuda se otorgue con una paralela moder-nización agrícola a través de políticas educativas y oferta de nuevos factores productivos)447.

Pero, en síntesis, y como señala D. Wall, todas las aporta-ciones de la Escuela de Chicago sobre una compleja proble-mática como resulta de los países subdesarrollados, ya sea respecto al modelo de crecimiento, a la crítica del proteccio-nismo o a la funcionalidad de la devaluación y la ‘ayuda’ externa, entre otros, adolecen de tres defectos principales: “...

444 Cf., M. Friedman: “Foreing Economic Aid, Means and Objectives”, art.cit., p. 511. Razonamientos más sutiles enmarcan, sin embargo, la obra de otro neoliberal como G. Stigler: The Citizen and the State, University of Chicago Press, Chicago, 1975.445 Cf., del autor, “Trade Preference...”, art.cit., p. 307.446 ”Issues Concerning...”, art.cit., pp. 362 y ss.447 Cf., al respecto, “La crítica de la economía de la ayuda externa...”, op.cit., pp. 450 y ss.

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no logran adaptar la teoría neoclásica a las características es-peciales de los países en vías de desarrollo (...), hacen un uso selectivo de las pruebas para corroborar sus puntos de vista (...), y mantienen una creencia ‘reaccionaria’ en el poder del mercado para producir soluciones ‘deseables’ en todas las si-tuaciones”448.

De manera que si existe una pluralidad de aportaciones sobre el ‘desarrollo económico’, gestadas en la Escuela de Chicago, como pretenden Riboud y Hernández Iglesias enfatizando en la ‘otra cara’ de la corriente, lo cierto es que las diferencias son mínimas o artificiosas449. La autocalificación de A. Haber-ger como un ‘heterodoxo’ respecto a economistas como M. Friedman no es más que un sutil juego de palabras que encu-bre la uniformidad teórica esencial de la citada Escuela. De ésta, como ha escrito uno de sus antiguos alumnos, se apren-dió que la quintaesencia de la libertad es el mercado y éste, a su vez, proporciona “el cálculo de las condiciones de equi-librio de los asesinatos en gran escala y del genocidio econó-mico”450. En cualquier caso, ante la experiencia latinoameri-cana, y específicamente antela del Cono Sur, el monetarismo ha sufrido una significativa conversión, que va desde sus presupuestos teóricos tradicionales hacia la ‘aberración eco-nómica total’, como sostiene R. Prebisch451. Ya no se predica, desde Chicago, el desarrollo económico sino la institucionali-zación del receso como mecanismo necesario para establecer el control político. A nuestro juicio, el fenómeno del endeu-damiento externo, a partir de las políticas de estabilización y del modelo de apertura económica implementado en el Cono Sur, deben encardinarse en estos ejes analíticos porque, como piensa J. Child, “así como la fantasía mercantilista consistió

448 D. Wall: “Introduction” a D. Wall (Ed.): Chicago Essays…, p. viii.449 Cf., en este punto, los interesantes comentarios, acreedores en muchos aspectos del contenido de la presente sección, de W.P. Strassmann: “La economía del desarrollo desde la perspectiva de Chicago”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 12, diciembre 1976, pp. 1436-1143.450 Cf., al respecto, Capitalismo y Genocidio económico..., op.cit. También, para una ampliación de lo dicho, A. Gunder Frank: “Las universidades norteamericanas y el fascismo chileno”, Desarrollo, noviembre 1974, pp. 59-67.451 Términos pronunciados en el discurso de aceptación del Premio Fundación Tercer Mundo (Nueva York, 2.IV.1981).

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en generalizarles a todos los países del mundo la receta de buscar una balanza comercial positiva, o sea, un universal imposible, la fantasía monetarista contemporánea pretende que todos los países acumulen capital financiero empujando sobre el hilo del dinero en lugar de acumular primero capi-tal de inversión empujando sobre las bases de la producción real que sostengan en forma más segura su propio desarrollo económico”452. En definitiva, y retomando la calificación de Prebisch453, el monetarismo como elemento de política eco-nómica presente en el desenlace del capitalismo tardío, en una fase de decadencia, y propugnando la apertura y la in-ternacionalización como vía de logro del desarrollo ignora, conscientemente, que “la premisa fundamental del cambio económico es que para transformar las relaciones de merca-do es necesario cambiar las estructuras de poder”454.

El autor termina su interesante y aleccionadora crítica sobre la pérdida monetarista de dichos ‘apóstoles’ con las siguien-tes palabras, cuya significación en el contexto de este trabajo nos obliga a reproducirlas: “...es un empeño sistemático por volver hacia atrás, un tremendo retroceso intelectual, des-pués que habíamos logrado avanzar, con grandes dificulta-des, en la interpretación del desarrollo latinoamericano.(...) !Comprenda Milton Friedman! !Compréndalo también Frie-drich von Hayek! Un proceso genuino de democratización se estaba abriendo paso en nuestra América, con grandes difi-cultades y frecuentes retrasos. Pero su incompatibilidad con el régimen de acumulación y distribución del ingreso condu-ce hacia la crisis del sistema. Y la crisis lleva a interrumpir el proceso, a suprimir la libertad política; condiciones propicias para promover el juego irrestricto de las leyes de mercado” (Prebisch, 1981, cit., p. 181).

452 J. Child: “La crisis actual y el monetarismo”, Nueva Sociedad, nº 55, julio-agosto 1981, pp. 43-56, esp. p. 46 que corresponde con la cita.453 Cf., asimismo, R. Prebisch: “Diálogo acerca de Friedman y Hayek”, Revista de la CEPAL, nº 15, diciembre 1981, pp. 161-181.).454 J. Child: “La crisis actual y el monetarismo”, art.cit., p. 50.

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Precisamente ahí radica la gran contradicción de los moneta-ristas como enemigos de la intervención estatal, ahora consi-derado el nuevo Leviatán Keynesiano, ya que “si el Estado es una póliza de seguros para el sector económico alto de de las sociedades capitalistas, la actividad económica del sec-tor público es su salvavidas”455. En este sentido, la contradic-ción apuntada es más aparente que real porque la corriente de pensamiento monetarista-neoliberal, a pesar de algunas divergencias no siempre marginales, converge hacia un obje-tivo prioritario que rebasa la crítica persitente al Estado inter-ventor. La meta del crecimiento económico, mediatizada por el enfoque subsidiario y, por ende, de la incondicional creen-cia en las virtudes del libre mercado, obedece a la voluntad, especialmente en los gobiernos militares del Cono Sur que adoptaron este tipo de política económica, de imponer “un nuevo reparto de la riqueza, de disciplinar a la mano de obra y de establecer un nuevo consenso social”456, en torno al tó-tem del neoliberalismo político (seguridad) y económico457. Llegados a este punto, la cuestión del crecimiento-desarrollo económico, como parte del paradigma neoliberal, goza de una indudable consistencia lógica pero es incapaz de cubrir con ella el sentido ideológico que subyace en su seno. Todos y cada uno de los economistas que siguen las propuestas de la Escuela de Chicago se oponen a tal afirmación, como si fuera intrínsecamente malévola, recordando a Catch-22, la magnífica novela de J. Heller458. “Porque”, explica J. Requei-jo, “también en este caso, podría pensarse en una ordenan-za que rezara así: ‘Desde mi ideología afirmo que la ciencia económca no es ideológica’”459. Referencia literaria que tiene gran fortuna desde su utilización, en 1977, por J. Tobin cuan-do exclamó, con ocasión de una conferencia en la Western

455 V. Pérez-Sádaba: “Planificación económica y democracia”, Indice nº 361, octubre 1974, p. 9.456 En palabras de P. Dommergues: “El nuevo orden interior”, Transición, nº 8, mayo 1979, p. 5. Este artículo tiene un expresivo subtítulo: “...o cómo el Estado neo-liberal puede ayudar al capitalismo en crisis a franquear una nueva etapa”.457 En este sentido, K. Vergopoulos se interroga: “¿El neoliberalismo contra el Estado?”, Le Monde Diplomatique (en esp.), julio 1981, p. 30. 458 Conocemos una edición en español, J. Séller: Trampa 22, Plaza y Janés, Barcelona, 1973.459 J. Requeijo: “Catch 22, la saga neoliberal”, Información Comercial Española, nº 558, febrero 1980, p. 41.

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Economic Association: “...como ya se ha dicho y se dirá, la expansión monetaria es inflacionaria ‘per se’ La historia de Catch 22!”460. El velo tecnicista con el cual el neoliberalismo solapa la naturaleza ideológica de sus proposiciones en tor-no al crecimiento-desarrollo económico tiene como misión, a nuestro entender, enmascarar la existencia del binomio sub-desarrollo-imperialismo461.

En otras palabras, y frente al comentario de Riboud y Hernán-dez Iglesias, no es precisamente el ‘realismo’ lo que caracteriza al neoliberalismo actual sino el empirismo contumaz que tra-ta, por una parte, de negar su ideología al mismo tiempo que, por otra, se constituye como apologética de un determinado orden social. No obstante, su deliberada (y no menos com-prensible) marginación de aquél binomio, como categoría ana-lítica básica para explicar el proceso de desarrollo, se mantiene a través de equívocas referencias a la neutralidad de la ciencia. Pero, ya fuera desde la filosofía de la ciencia462, la historia de la filosofía463, la ciencia en general464, y la economía en particu-lar465, se han levantado voces autorizadas que descalifican esa concepción neoliberal de las ciencias sociales como instancias nomotéticas, de leyes universales y con un alto grado de for-malización.

460 J. Tobin: “¿Hasta qué punto está Keynes muerto?”, Cuadernos Económicos de ICE, nº 2, 1977, pp. 9-19. La cita corresponde a p. 15.461 Respecto al problema y por la significativa autoría, en el contexto de esta Memoria Doctoral, cf., las palabras de S. Allende pronunciadas con motivo de sus discursos a la Internacional Socialista (febrero 1973) y a la Asamblea General de las Naciones Unidas (diciembre 1972), reproducidos en Indice, nº 338-9, octubre 1973, p. 42 y pp. 54-55, respectivamente.462 Cf., al respecto, M.W. Wartofsky: Introducción a la filosofía de la ciencia, Alianza Ed., Madrid, 1973. Para el autor, el conocimiento científico no es neutral. Ese temor a la no neutralidad solamente se desaloja con un examen crítico y racional de los rasgos fundamentales de la ciencia en cuestión (p. 19). Wartofsky indica que el científico y el que elige fines son uno y el mismo ser, indivisible en su quehacer positivo y normativo en contra de la opinión de los neoliberales que experimentan una suerte de transformación que suele reservarse a los insectos metamórficos al tratar de separar los aspectos axiológicos de su trabajo científico (p. 25).463 J.D. García Bacca: Lecciones de Historia de la Filosofía, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1973, 2 tomos. El autor afirma, en sus advertencias previas, que toda ‘lección’, toda ‘historia’ y toda ‘filosofía’, como cualquier actividad humana, es selección y todas las selecciones son parciales.464 Cf., F. Cordón: La función de la ciencia en la sociedad, Anthropos Ed., Barcelona, 1982.465 Como escribe J. Robinson, “debemos admitir la existencia de juicios de valor en toda doctrina económica siempre y cuando aquélla no sea un formalismo trivial” (La Segunda Crisis del Pensamiento Económico, Ed. Actual, Madrid, 1973, p. 26).

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Como subraya P. Bonnin, refiriéndose a la lengua como un objeto manipulable, la retórica totalitaria tiende a sustentarse en visiones universalistas, unitarias y autónomas de la cien-cia porque así se obvian con facilidad los condicionamientos sociales, las presiones extracientíficas, etc., que conforman el nivel ideológico siempre presente en la neutralidad y desvin-culación axiológica de la ciencia y sus proposiciones466.

En definitiva, el monetarismo neoliberal es generador y transmisor de ideología. Aunque, centrándonos en el objeto de nuestra investigación, la política económica recomenda-da se presente como ‘objetiva’, dada su exclusiva filiación a la ‘técnica económica’, su objetividad no sólo es interesada y parcial, como es natural en cualquier ciencia social, sino también tendenciosa, al tratar de ocultar su ‘sesgo’ ideoló-gico. Si estos comentarios críticos derivan, ahora, de la con-cepción sobre ‘desarrollo económico’ de los monetaristas y neoliberales, no serán menos evidentes cuando analicemos la propuesta/práctica político-económica en el Cono Sur ins-pirada en el modelo de apertura económica irrestricta como la reformulación de los ya agotados planes de estabilización tradicionales.

466 Cf., P. Bonnin: Así hablan los nazis, Dopesa, Barcelona, 1974.

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CAPÍTULO IX

EL MODELO NEOLIBERAL DE CRECIMIENTO Y APERTURA: COSTES SOCIALES Y ECONÓMICOS

1. Monetarismo y restructuración

Las respuestas convencionales de la teoría del desarrollo a la crisis recurrentes de América Latina se redujeron al ‘consenso espúreo’ que enlazaba el diagnóstico de una situación dada (el subdesarrollo) con un objetivo suficientemente ambiguo: la industrialización, sin más calificaciones o significados, a la que se llegaría tras la superación, parcial o global, de los diversos ‘obstáculos’ que se oponen al crecimiento467.

Así, en América Latina, se propugnó el modelo primario-exportador como una vía de desarrollo ‘hacia afuera’, es decir, alcanzando la industrialización a través de la inserción progresiva en la economía internacional468. La posterior propuesta del modelo sustitutivo de importaciones trató, en cambio, de alejarse de los condicionantes que imponía la plena inserción. Sin embargo, superada la primera etapa de ‘sustitución fácil’, el crecimiento endógeno no fue lo suficientemente dinámico para crear las bases de la industrialización y difundir sus frutos. En otros términos, tanto las alianzas de clase (oligarquía terrateniente y burguesía ligada al sector externo, en el primer caso; burguesía industrial y capital extranjero, en el segundo) como el tipo de dependencia con el capitalismo mundial, no fueron capaces de contener el agotamiento del modelo oligárquico y del modelo reformista, sucesivamente, así como la sustentación del Estado activo (promotor, ilustrado y ‘de compromiso’, en palabras de E. Faletto)469.

467 Para una crítica de ese ‘consenso espúreo’, desde la óptica neoliberal, cf., P.T. Bauer: Crítica de la teoría del subdesarrollo, op.cit., pp. 431 y ss.468 Para una vision panorámica del período, cf., T. Halperin Donghi: Historia contemporánea de América Latina, op.cit., pp. 207 y ss.; A. Cueva: El desarrollo del capitalismo en América Latina, op.cit., esp. pp. 127-164.469 Cf., al respecto, V. Bambirra: El capitalismo dependiente latinoamericano, Siglo XXI, México, 1974, pp. 117 y ss.

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Los teóricos de la ‘dependencia’ no llenaron el vacío dejado por la crisis de la teoría convencional del desarrollo económi-co. A pesar de que sus aportaciones representaron un impor-tante punto de inflexión analítico, en cuanto se demostraba la inquietud de los científicos sociales de la región, denuncian-do el expolio y explicándolo a partir de sus raíces históricas, no ofrecieron, en cambio, una alternativa global al modelo de desarrollo a no ser los apuntes, importantes pero aislados, so-bre el deterioro de la relación del continente en la división internacional del trabajo o la presencia imprescindible de una burguesía nacional con la audacia necesaria para comandar el proceso de industrialización470. Ni tan siquiera las ‘cinco reformas’ ya comentadas471, de influjo cepalino, pudieron enfrentarse, teórica y políticamente, a la decadencia del ciclo sustitutivo. Por estas razones, entre otras, la fase de transi-ción fue lente y engañosa. América Latina se aprovechó del último tramo del modelo reformista en un contexto de ‘edad de oro’ y falsa prosperidad, espejismos que agravaron aún más la crisis abierta en la década de los setenta. El manteni-miento consuetudinario de las políticas cambiarias y de pro-tección arancelaria, y la ausencia de aquellas reformas estruc-turales que, aplicadas oportunamente, liberasen un excedente económico vehiculizado ya, de forma casi automática, hacia el exterior a través de la transnacionalización productiva y financiera, motivaron los procesos de concentración oligopó-

470 Cf., como una muestra de las críticas a la teoría de la dependencia, P. O’Brien: “A Critique of Latin America Theories of Dependency”, in L. Oxaal y otros: Beyond the Sociology of Development, Routledge and Kegan, Londres, 1975, pp. 2-27. No obstante, es preciso distinguir diversas líneas de la teoría de la dependencia. Así, para Cardoso y Faletto, la dependencia es una conceptualización que “pretende otorgar significado a una serie de hechos y situaciones que aparecen conjuntamente en un momento dado y se busca establecer por su intermedio las relaciones que hacen inteligibles las situaciones empíricas en función del modo de conexión entre los componentes estructurales internos y externos” (Dependencia y desarrollo en América Latina, Siglo XXI, México, 1969, pp. 19-20). Para R. Mauro Marini, la dependencia es “una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia” (Dialéctica de la dependencia, E. Era, México, 1973). Las críticas y, en su caso, las respuestas son, por lo tanto, diferenciadas. Cf., por ejemplo, V. Bambirra: Teoría de la dependencia: una anticrítica, Ed. Era, México, 1978; A. Gunder Frank: “Quién es el enemigo inmediato”, in, del autor, América Latina: subdesarrollo o revolución, Ed. Era, México, 1973, pp. 327-357; y J. Osorio Urbina: “El marxismo latinoamericano y la dependencia”, Cuadernos Políticos, nº 39, enero-marzo 1984, pp. 40-59.471 Cf., supra, sec. 2.2.

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lica, desnacionalización e ineficiencia económica interna472. Todo el cúmulo de problemas históricos y el progresivo agra-vamiento del ciclo sustitutivo se reflejan contablemente pues, como afirma CEPAL, “a pesar de los avances efectuados en la sustitución de importaciones, el desequilibrio externo se acentuó y aumentó la vulnerabilidad de las economías a la suerte del curso de los balances de pagos”473. El hecho de que el agotamiento del modelo reformista coincidiera con una vi-gorización, académica y política, del enfoque monetario de balanza de pagos, significó que la importancia y el rol del ca-pital transnacional quedaban intactos.

Las nuevas condiciones socioeconómicas generarán un cam-bio cualitativo, de la transnacionalización productiva a la transnacionalización financiera, ante la acuciante necesidad de los países latinoamericanos en hacer frente a los pagos de utilidades de la inversión directa extranjera, de los costos de tecnología, los fletes y seguros internacionales, y de las importaciones básicas e insustituibles. Se comienza, de esta forma, un círculo vicioso que no tendrá un reflejo real en las actividades productivas en el país en cuestión y que deter-minará, en gran medida, la naturaleza del endeudamiento externo en América Latina desde entonces. En este sentido, la coyuntura desfavorable del comercio internacional, el prin-cipio del fin del sistema monetario internacional de Bretton Woods y el alza del precio de petróleo474, aceleraron el proce-so de endeudamiento al que no es en modo alguno, el con-junto de restricciones monetarias y crediticias de los progra-mas de estabilización respaldados (y condicionados) por el Fondo Monetario Internacional. La segunda crisis del petró-leo (1978-9) abrió, en espiral, los primeros círculos viciosos

472 Cf., al respecto, S. Lichtensztejn: “Sobre el enfoque...”, art.cit.473 Hacia la integración acelerada de América Latina, CEPAL, FCE, México, 1965, p. 157.474 En las numerosas descripciones de la crisis económica actual se percibe una ausencia de profundización analítica más allá del discurso reflexivo en torno a lo que ‘no’ es la crisis. En este sentido, nuestra disciplina, desde un ángulo convencional, no sólo es impotente, en parte, para conocer la naturaleza de la recesión sino, también, autosatisfactoria en cuanto considera a la crisis como una ‘anormalidad’. Sin embargo, y recordemos las sensatas palabras de J. Robinson, no existe un período que pueda considerarse normal, ya que si el mundo del siglo XIX hubiera sido normal, 1914 no hubiera sucedido (“La segunda Crisis de la Teoría Económica”, Información Comercial Española, nº 498, p. 14).

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del endeudamiento: ya no se requiere la deuda externa para satisfacer las utilidades de las inversiones directas sino que, además, se necesitan nuevos aportes de capital financiero para pagar el servicio del endeudamiento pasado y afrontar las exigencias de la banca transnacional para continuar sien-do un país-sujeto de crédito475.

Mientras el FMI predica en contra de la tentación proteccio-nista, América Latina se ve implicada en su práctica por los países centrales. Los ingresos por exportaciones cayeron pro-porcionalmente al cierre metropolitano de los mercados para contrarrestar el decrecimiento real del PIB (un 2 por ciento, en los países de la OCDE) y el recorte de las importaciones (los valores negativo de un 16 por ciento, en Japón; un 13 por ciento, en Estados Unidos; y un 7 por ciento en Europa, son lo suficientemente significativos), durante 1975476. Consecuen-temente, se acelera la tendencia a la caída de la participación latinoamericana en el comercio mundial, que si desde 1950 de-creció en dos puntos por década (pasando del 9 por ciento, en 1950, al 5 por ciento, en 1970) solamente necesitó cinco años para situarse en un 3 por ciento, en 1975477. necesario advertir que, a partir de 1973, es imprescindible aislar los casos de Ve-nezuela y Ecuador de los datos estadísticos, dada su condición de miembros de la OPEP. Por otra parte, no sólo las exporta-ciones sufren un retroceso cuantitativo sino que su valor se re-duce en un 12 por ciento, en dicho año de referencia, mientras que las importaciones a la región sufren un aumento de valor de siete puntos478.

Como veremos más adelante, la única salida de la región para equilibrar la balanza de pagos sometida a un sistema mone-tarista de ajuste es acudir, con nuevas demandas, al capital fi-nanciero internacional479, el cual, ya sea por exceso de liquidez

475 Cf., al respecto, O. Caputo y R. Pizarro: Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1976.476 CEPAL: Estudio Económico de América Latina, CEPAL, México, 1975, vol. 1, pp. 2 y ss.477 Cf., P. Serrano Calvo: “Las finanzas en América Latina tras la cola del ciclón”, Comercio Exterior, vol. 20, nº 9, septiembre 1976, pp. 1058-1061.478 Ibid., p. 1060.479 Cf., entre otros, a J. Cambiaso y otros: El enfoque monetario de la balanza de pagos, CEMLA, México, 1980.

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derivado de los mecanismos de reciclaje del ‘petrodólar’480 o ya sea por el interés bancario en colocar sus excedentes rápi-damente y sin estricto control del Fondo, facilita el endeuda-miento. Repasemos algunos datos significativos. En 1975, los ingresos de capital financiero transnacional en América Latina fueron de 14.000 mill. de dólares, un 34 por ciento más que el año anterior, pero la particularidad de que un 80 por ciento procedía de fuentes privadas. La acumulación de esta deuda con la ya contraída se eleva, para los países latinoamericanos no petroleros y en ese año de referencia, a 55.000 mill. de dó-lares, aproximadamente, representando un incremento del 23 por ciento respecto al año anterior481. Quizás, las voces de alar-ma que se dieron desde instituciones como CEPAL o el mismo BIRF no pudieron preveer que el endeudamiento, diez años después, se acercaría a 400.000 mill. dólares.

Obviamente, no existen datos fiables sobre la ‘aportación’ del armamentismo a la espiral de la deuda externa en América Lati-na, especialmente la generada en el Cono Sur. Sin duda, fue im-portante como exigió la envergadura del proyecto de exclusio-nes y represiones de todos y cada uno de los gobiernos militares para cercenar las aspiraciones de la sociedad civil, excepto las del núcleo oligopólico de poder político y económico482. Como observaremos en su momento, las íntimas relaciones entre la Doctrina de la Seguridad Nacional, el monetarismo, como ins-trumental político-económico y como conjugación ideológica y, por extensión, el neoliberalismo organicista, tecnocrático y situacionista en el capitalismo periférico, son, entre otros, fac-tores que coadyuvan a la nueva estrategia de ‘apertura’ irres-tricta al exterior. Desde entonces, los gastos armamentistas de Argentina, Uruguay y, especialmente, de Chile483 alimentan el endeudamiento en un grado de difícil cálculo pero evidente por

480 A. Farhi: “El reinado del dollar. Hegemonía y decadencia”, in VV.AA.: La guerra económica mundial, Ed. Fontanella, Barcelona, 1978, pp. 160 y ss.481 Cf., BIRF: World Bank Annual Report, BIRF, Washington DC, 1976, p. 51 y pp. 98-9.482 Como opina R. Pizarro: “América Latina, la nueva etapa del capitalismo y la crisis económica mundial”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 4, abril 1981, pp. 391-410, esp. p. 403.483 Cf., por ejemplo, A. Varas y C. Portales: “The Role of Military Expenditure in the Development Process. Chile 1952-1973 and 1973-1980: two contrasting cases”, Ibero-Americana. Nordic Journal of Latin American Studies, vol. XII, nº 1-2, 1983, pp. 21-50.

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el contexto de necesidades y exigencias militares. No obstante, será la ‘estrategia de ventajas comparativas’ o modelo apertu-rista quien determine, de una u otra forma, el proceso. En este sentido, nos parece pertinente proceder a su análisis para abor-dar con garantías el objeto de estudio del capítulo III de nuestra Memoria Doctoral que no es otro que el problema de la deuda externa en América Latina.

En efecto, el monetarismo neoliberal propugna una serie de opciones en torno a la reinserción productiva y financiera in-ternacional, a una favorable articulación con el capital trans-nacional y, en suma, a la reestructuración del periclitado Es-tado desarrollista latinoamericano. Es, en otros términos, una opción por el equilibrio entre bienes comercializables y no co-mercializables, configurando aquéllos el sector más dinámico, el externo, de la economía de un país que debe, en opinión de los monetaristas, utilizar todas las ventajas, tanto absolu-tas como relativas, propias y adquiridas, en relación con los demás miembros del comercio internacional. Este estrategia se presenta, a nuestro juicio, como un híbrido del modelo pri-mario exportador, sustentado en la tradición ricardiana del comercio internacional, pero situado en un contexto de de-pendencia económica respecto al centro del sistema. Su objeti-vo, ahora, exige un ajuste restructurador que transciende con mucho el contenido de los tradicionales planes de estabiliza-ción. Una restructuración que responde al funcionamiento de un mecanismo con diversas piezas (nueva división internacio-nal del trabajo, ruputura democrática de los países afectados, etc.), con la deuda externa como lubricante y todo ello aboca-do para una doble funcionalidad. Primero, la estabilidad mone-taria, ya sea desde una óptica de economía cerrada o abierta, no será un objetivo del monetarismo sino la condición previa de ‘res-tructuración’. Las omnipresentes críticas al modelo sustitutivo y desarrollista, las recomendaciones y/o condiciones del FMI y del BM (realismo cambiario, restricción crediticia, reducción del gasto público, congelación salarial...) constituyen, ahora, la primera parte, el tramo inicial de un proyecto monetaris-ta más amplio y ambicioso, como es el de un nuevo ciclo de

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acumulación que tiene un horizonte más lejano que la simple recuperación a corto plazo. Un ‘corto plazo’, recordemos, que definía el marco temporal de un plan de estabilización-tipo de neta inspiración fondomonetarista. Segundo, en consecuencia, se entiende la restructuración como el intento de superación de los tradicionales obstáculos al crecimiento que generaron, por su origen o erróneo tratamiento, un tipo de economía pro-tegida secularmente y una estructura deformada de precios relativos. En este sentido, el monetarismo restructurador niega toda posibilidad de desarrollo económico endógeno que no responda, de una u otra manera, a estímulos externos.

Por lo tanto, y ahora avanzamos una hipótesis de trabajo, la estrategia de las ventajas comparativas, el afán aperturista y la restructuración a largo plazo, con la gestión de la deuda como un, habíamos denominado, lubricante de este complejo mecanismo que trata de cubrir la brecha desarrollo-subdesarrollo, es, en realidad, una vía hacia la internacionalización de la política económica. Se trata, pues, de un proceso que hay que explicar en función, por lo menos en una parte considerable, de los condicionantes de la banca transnacional y de las recomendaciones de organismos internacionales. Ambas propugnan que la estructura productiva y el sistema de precios del país en cuestión (llámese Argentina, Chile o Uruguay) se deben subordinar a las señales emitidas por los mercados internacionales. Pero éstos, a su vez, no funcionan libremente sino que los precios reflejan la toma de decisiones de los centros de poder metropolitano en lugar de la asignación óptima de recursos a escala mundial. En otros términos, consideramos al monetarismo restructurador como la vía de ‘internacionalización de la política económica’ en el Cono Sur latinoamericano, dado el marco sociopolítico implantado por cada regímen militar, como una fórmula de (sub)desarrollo que intentó atenuar la serie de obstáculos (originados, voluntaria o involuntariamente por la Historia y el modelo de crecimiento sustitutivo) que impiden el ‘normal’ trasvase de excedente desde la periferia hacia el capitalismo central484.

484 Cf., al efecto, S. Lichtensztejn: “Internacionalización y políticas económicas en América Latina”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 7, julio 1982, pp. 735-9.

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Dado el interés del problema que acabamos de plantear, en la subsección siguiente abordamos el análisis de los diversos aspectos que caracterizan al modelo aperturista.

2. La lógica del modelo de apertura

El modelo de apertura responde, en lo esencial, al enfoque teó-rico neoclásico del comercio internacional que tiene en R. Nur-kse y G. Haberler, entre otros, a dos de sus más representativos autores485. La estrategia de las ventajas comparativas, implí-cita en el modelo, señala que la especialización productiva y el incremento del tráfico comercial supone un incremento del producto y del bienestar colectivo, tanto en su conjunto como para las diferentes economías nacionales que lo componen486. Por lo tanto, para la consecución de los objetivos de crecimien-to y uso eficiente de los recursos, dicha estrategia parte de una proposición básica: “...el comercio internacional, sin restriccio-nes de tarifas u otras medidas proteccionistas, es el medio más efectivo para estimular el crecimiento y para utilizar eficiente-mente los recursos mundiales”487.

El actual modelo de apertura, heredero directo de las teorías sobre comercio internacional de D. Ricardo y J.S. Mill488, y, como tal, objeto de una de las polémicas más interesantes de finales del s. XIX489, tiene ahora, como vimos, la novedosa in-corporación de un componente ‘restructurador’ en lu lógica monetarista-neoliberal. En primer lugar, la función estricta-

485 Responsables de dos textos considerados clásicos en la materia, desde este enfoque, como R. Nurkse: Equilibrium and Growth in the World Economy, Harvard University Press, Cambridge, Mass., 1961; y G. Haberler: International Trade and Economic Development, National Bank of Egypt, El Cairo, 1959.486 Una síntesis bibliográfica sobre distintas aportaciones al tema, cf., J. Pincus: Trade, Aid and Development, McGraw-Hill, Nueva York, 1967; y C.F. Díaz-Alejandro: “Trade Policies and Economic Development”, in P.B. Kenen (G.): International Trade and Finance, Cambridge University Press, Cambridge, 1975, pp. 93-150.487 Según exponen J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques liberal, estructural y radical en la política económica: una evaluación y una alternativa”, Estudios Sociales Centroamericanos, nº 25, enero-abril 1980, pp. 265-318, correspondiendo la cita a p. 267.488 Cf., al respecto, el clásico artículo de I. Mynt: “The Classical Theory of Internationl Trade and the Underdeveloped Countries”, art.cit., pp. 317-337.489 Cf., C. Von Braunnmühl: “Mercado mundial y Estado nación”, Cuadernos Políticos, nº 35, enero-marzo 1983, pp. 4-14; E. Hobsbawn: Industria o Imperio, Ariel, Barcelona, 1977, pp. 38 y ss.; y C. Marx: El Capital, FCE, México, 1976, tomo I, pp. 644 y ss.

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mente subsidiaria del Estado encomienda al sector privado el papel protagonista del crecimiento económico, guiado exclu-sivamente por las señales que emite el mercado490. En segundo lugar, en consecuencia, la soberanía del mercado libre y com-petitivo es indiscutible. Y, también, en los casos de economía abierta deben regir los mismos principios de la máxima efi-ciencia en la asignación de recursos. Dos testimonios significa-tivos ilustran, para el Cono Sur, la defensa de este supuesto491. Así pues, como ejemplo, el tipo de cambio no es más que un precio de equilibrio que se forma en el mercado de divisas. Por lo tanto, según el modelo, la manipulación político-económica de tal precio con fines estabilizadores o redistributivos es im-procedente y lo mismo cabe decir del mantenimiento de barre-ras arancelarias, subsidios, cuotas o cualquier otra restricción al comercio internacional.

Dicho ésto, los principales defensores del modelo construyen su argumentación en torno a cuatro puntos. Primero, crítica a la industrialización sustitutiva y a los costos derivados del proteccionismo. Segundo, descripción de los beneficios de la apertura, no tanto para la economía internacional como para cada caso singular. Tercero, enunciación de los posibles perjui-cios de la estrategia considerados como efectos aparentemente adversos y, en los casos más extremos, como costos minúscu-los y pasajeros respecto a la magnitud del beneficio proporcio-nado por la apertura. Y cuarto, confección de un conjunto de recomendaciones básicas de política económica para lograr la plenitud del modelo en la práctica.

Por la importancia que tiene para el conocimiento de la lógica de la apertura irrestricta hacia el exterior, abundaremos más en estos cuatro puntos.

490 Como dice D. Wall, “en ausencia de lo contrario, el mercado sí funciona” (Chicago Essays..., op.cit., p. xv).491 Como son los de J.A. Martínez de la Hoz: “Discurso”, Boletín Semanal del Ministerio de Economía, nº 263, 11.XII.1978, esp. Anexo, pp. 2 y ss.; y J.L. Kostner: “Economía chilena frente al comercio exterior”, Boletín Mensual, Banco Central de Chile, mayo 1978, pp. 759 y ss. Cit. in M. Rimez: “Las experiencias de apertura externa y desprotección industrial en América Latina”, Economía de América Latina, nº 2, 1979, p. 105, esp. nota.

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En primer lugar, y como vimos en extenso en páginas prece-dentes, fue el tema de la industrialización en América Latina, vía sustitución de importaciones, como uno de los principales escenarios de discusión entre monetaristas y estructuralistas. Incluso las nuevas autoridades económicas del Cono Sur que adoptaron el modelo primaron esta controversia como un punto de arranque doctrinario para la posterior implemen-tación del monetarismo global492. Podríamos observar que el diagnóstico que hacen los monetaristas del modelo sustitu-tivo en el más genuino pensamiento neoliberal: formación industrial ineficiente, estancamiento del sector exportador y deterioro del potencial agrícola, mayores cotas de desempleo e inflación, así como un constante déficit comercial. En dicho cuadro, por otra parte, observamos en dónde localizan los monetaristas el origen de las distorsiones (proteccionismo, ineficiencia del gasto público expansivo, irrealismo cambia-rio, etc.) y cuáles serían las políticas económicas recomenda-bles para su tratamiento.

En segundo lugar, tras la crítica exaustiva de la industrialización sustitutiva, la argumentación pro-apertura acentúa los benefi-cios del modelo que proponen493. Primero, restituye la ‘sobera-nía del consumidor’ en cuanto incrementa el poder de compra interno para acceder a bienes y servicios extranjeros en condi-ciones de precio y calidad muy convenientes. Segundo, en con-secuencia, dicho acceso atenúa el proceso inflacionario. Tercero,

492 Véanse, al respecto, las repetidas denuncias de los monetaristas sobre los prejuicios (y perjuicios) del modelo sustitutivo de industrialización. Según Martínez de la Hoz, “este sistema de estatismo creciente y economía cerrada nos ha llevado a la frustración...” (Ibid., p. 1); para J. Kostner, “el resultado de la industrialización sustitutiva fue un lento crecimiento del producto (...) La alta protección relativa para la producción no esencial estimuló la formación de empresas de carácter monopólico...” (Ibid., pp. 759 y 763); y, según Sjaastad, Anichini y Caumont, “la última consecuencia de la protección de la industria sustitutiva de importaciones ha sido el estancamiento económico” (La política comercial y la protección en Uruguay, Banco Central del Uruguay, Montevideo, 1977, p. 159).De todas formas, la ofensiva del monetarismo global, en la actualidad se sustenta en una tradición librecambista de raigumbre en América Latina. En Uruguay, por ejemplo, “durante años, la economía nacional se encontró distorsionada por un dirigismo estatal estricto, que colocaba un peso sobre el consumo para subsidiar, en la mayoría de los casos, actividades antieconómicas y deficitarias” (Proceso Económico del Uruguay, op.cit., p. 268).En relación con estos problemas, cf., asimismo, B. Balassa: La reforma de las políticas económicas en los países en desarrollo, CEMLA, México, 1979.493 Cf., al respecto, A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, Crítica y Utopía, nº 4, primer trimestre 1981, esp. pp. 77-81.

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la posibilidad de comunicación con mercados más amplios fa-cilita una motivación adicional para la renovación tecnológica, proporcionando las economías de escala derivadas de la pro-ducción masiva. Cuarto, el modelo de apertura limita la forma-ción de monopolios internos debido a que la fijación de precios al alza por parte de estos últimos se enfrenta con los precios de las importaciones competitivas que no sufren trabas de entrada al mercado intero. Y, quinto, la apertura significa ‘crecimiento económico’ no sólo por los razonamientos anteriores sino por la experiencia empírica de aquellos casos (Corea, Hong-Kong, etc.) cuyo grado de apertura, entendido como proporción del PIB similar al comercio con el exterior, se acerca a 1.85 cuando se considera a 1.0 como el ‘máximo teórico’494.

En tercer lugar, es importante explicitar que los perjuicios del modelo no son considerados por sus defensores como incon-venientes o costes. Se trata, simplemente (y nada menos) de los ‘requisitos indispensables’ o de los ‘resultados coherentes de la restructuración’, eufemismos que remiten a la desapari-ción de ciertas producciones internas como una de las conse-cuencias de la desprotección, constituyéndose, en todo caso, como efectos saludables de la competencia. Asimismo, la al-teración de la distribución del ingreso, que necesariamente se habrá de producir, es considerada como un hecho irrelevante en términos de bienestar, ya que los beneficios obtenidos por algunos sectores a través del modelo aperturista son iguales, o mayores, que las pérdidas sufridas por otros. Este peculiar cálculo de ‘suma cero’ o, en su caso, positiva, contrasta con el análisis costo-beneficio empleado para estimar los efectos de un mayor desempleo. La modernización de la estructura productiva implícita en la apertura, se arguye, implica des-empleo pero, también, una compensación ‘por exceso’ de los incrementos del ingreso global. Para el caso uruguayo, por ejemplo, las estimaciones de este enfoque han concluido en que la diferencia entre mayor crecimiento y mayor desem-pleo es siempre positiva, dentro del modelo de apertura, en

494 M. Rimez: “Las experiencias de apertura...”, art.cit., p. 109.

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una cuantía tal que podría satisfacer el doble de las prestacio-nes a los nuevos desempleados y beneficiarse colectivamente del 8 por ciento del PIB generado por la implementación de la estrategia495.

En cuarto lugar, dados el conjunto de perjuicios del pro-teccionismo, de beneficios de la apertura, amén de aque-llos requisitos indispensables para el funcionamiento del modelo, sus defensores proponen la política económica correspondiente, por lo esencial, a cinco recomendaciones principales496:

1. Desaparición de los instrumentos no arancelarios que afectan a las importaciones.

2. Eliminación total del arancel.

3. Búsqueda, en su caso, del ‘second best’ arancelario cuando no se pueda articular una tarifa ‘cero’.

4. Devaluación de la tasa de cambio.

5. Otras medidas en torno al gradualismo que requiere el modelo de apertura.

Esto temas los hemos tratado en páginas precedentes cuando nos referimos a la perspectiva monetarista-neoliberal sobre la teoría del desarrollo497. Nos limitaremos a realizar las matiza-ciones siguientes:

1. Existe un consenso teórico general entre los defen-sores del modelo cuando consideran que cualquier limitación de las importaciones (sean prohibiciones, restricciones cuantitativas a través de cuotas y contin-gentees o la constitución de depósitos previos) es una medida incluso más perjudicial que el mismo arancel.

495 Cf., L. Sjaastad y otros: La política commercial..., op. cit., pp. 186-191.496 M. Rimez: “Las experiencias...”, art.cit., pp. 110 y ss.497 Cf., supra, sec. 3..

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Esto es así porque, como ha sostenido B. Balassa, el arancel es un instrumento automático y de aplicación indiscriminada mientras que las limitaciones a la im-portación suponen decisiones administrativas, siem-pre discrecionales y muchas veces arbitrarias, lo cual incrementa la incertidumbre de la política económi-ca498.

2. Si exceptuamos el caso extremo de M. Friedman, que aboga por una total eliminación del arancel, los libre-cambistas coinciden en justificar su mantenimiento atenuado por tres motivos499:

A) La existencia de distorsiones en los mercados inter-nos y de “...divergencias o beneficios marginales sociales y privados en el consumo, la producción o el uso de factores”, como opina H.G. Johnson, aun-que proponga posteriormente el uso de política fis-cal y de subsidios para corregir dichas distorsiones en lugar del arancel500.

B) La posible existencia de un arancel óptimo que me-jorase las relaciones de intercambio y de bienestar colectivo, en ausencia de un temor justificado a las tarifas de represalia por parte de los demás miem-bros del comercio internacional. Pero solamente se presentaría esta posibilidad501, en países de gran tamaño y notable influencia política lo que no es el caso para América Latina, ya sea en su conjunto como por cada país.

C) Una vía de recaudación fiscal, aunque los autores librecambistas se inclinen más por los estrictos me-

498 B. Balassa: Principios de reformas arancelarias en países en desarrollo, Banco Central de Chile, Santiago, 1976, p. 14.499 M. Rimez: “Las experiencias...”, art.cit., p. 110.500 Cf., H.G. Johnson: “Tariffs and Economic Development…”, art.cit., pp. 276-7.501 Un ejemplo representativo de este tipo de argumentación en M. Byé: Relations économiques internationales, Dalloz, París, 1971, p. 394.

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canismos impositivos que los derivados del aran-cel502.

3. Sea por una u otra razón, la ineludible presencia del arancel obliga al logro de un ‘second best’ en el trata-miento de las importaciones503. En este sentido, el au-tor se refiere a que “otros adelantos teóricos de la post-guerra han vuelto más espinoso el argumento a favor de la apertura. La teoría del subóptimo (second best) abrió una caja de Pandora en materia de modelos que al señalar que algunos mercados son inexistentes o in-completos, o al suponer una imperfección del mercado o una limitación de los instrumentos podría generar una variedad desconcertante de resultados acerca de los efectos del comercio más libre sobre el bienestar y las políticas convenientes”.

Ahora bien, el problema que se presenta está relacionado con la magnitud porcentual del arancel. ¿Cuál sería, entonces, la recomendación aperturista?. Curiosamente, la literatura con-sultada no ofrece una respuesta unívoca. Bela Balassa, por ejemplo, sugiere que cualquier arancel superior al 10 por cien-to implica una generación de costes superior a las ventajas que produce504. Por su parte, y no sin cierta ironía, H.G. Johnson comenta que las propuestas arancelarias de los librecambistas de su generación varían entre un 10 y un 50 por ciento505. De todo ello se desprendería una proposición general referente al hecho de que si, tradicionalmente, el arancel fue una medida recaudatoria que limitaba el consumo interno y representaba un determinado porcentaje de los ingresos gubernamentales, la aplicación del arancel ‘subóptimo’ debería generar el mis-mo volumen global de ingresos para el Estado506.

502 Según H.G. Jonson: “Tariffs and Economic Development...”, art.cit., p. 280.503 Sobre el ‘óptimo secundario’, cf., C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, p. 212. 504 B. Balassa: Principios de reformas arancelarias..., op. cit., p. 2.505 Cf., del autor, “Tariffs and Economic Development...”, art.cit., pp. 283 y ss.506 Esa propuesta fue estudiada, para Uruguay, por L. Sjaastad y otros: La política comercial y..., op.cit., p. 196.

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4. Respecto a la tasa de cambio, existe también un acuerdo teórico, entre los defensores del modelo de apertura, que vin-culan la reducción de aranceles con la práctica devaluatoria, tanto por los efectos saludables en términos de incentivo ex-portador como para la protección no discriminatoria de la pro-ducción interna507.

Digamos que esos incentivos a la exportación hacen puntual referencia al enfoque ‘elasticidades’ del comercio exterior, eliminado de plano cualquier otro subsidio directo que no responda al empuje de las variaciones de la tasa de cambio. En otras palabras, el modelo de apertura defiende la tajante eliminación de subvenciones a las actividades exportadoras de la misma forma que trata de compensar al sector por los pagos de aranceles de aquellos insumos importados, que se devolverían en su totalidad508. Por otro lado, como parte de las recomendaciones político-económicas sobre el sector externo, el modelo aperturista propugna la aplicación de una exigente normativa anti-dumping que defienda a cada industria nacio-nal de las prácticas de competencia desleal del exterior.

En definitiva, las desventajas de la industrialización sustitutiva de importaciones y de una excesiva protección son tantas y de diversa índole, afirman los monetaristas, que exigen una política económica de apertura basada en la estrategia de las ‘ventajas comparativas’. En el cuadro sipnótico siguiente, sintetizamos estas propuestas en aras de la consecución de cuatro objetivos fundamentales: mayor crecimiento económico y, por ende, del consumo interno, resolución de los problemas de balanza de pa-gos y amortiguación del desempleo; a través de un conjunto de medidas que, si bien conforman la estrategia, no se aplicaron en su totalidad en el Cono Sur, como veremos posteriormente.

El modelo de apertura, en suma, predica la especialización eco-nómica mediante un enfoque teórico heredado, en su esencia,

507 Cf., al respecto, B. Balassa: Principios de reformas arancelarias..., op.cit., p. 22; y A. Haberger: “Notas sobre dinámica de la liberalización del comercio”, Estudios Monetarios, Banco Central de Chile, 1976, pp. 42 y ss.508 Sobre los reintegros, cf., M. Rimez: “Las experiencias de apertura externa...”, art.cit., pp. 112-3.

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del modelo liberal clásico pero con las modificaciones exigidas por dos fenómenos actuales. Por una parte, las tendencias pro-teccionistas, encubiertas y de defensa unilateral, no sólo del capitalismo periférico sino, especialmente, de los países más desarrollados. Por otra, la rigidez de la demanda de ciertos productos básicos de la periferia; producciones que, en teoría, llevarían implícitas las ventajas comparativas por las que los monetaristas-neoliberales abogan.

Añadamos, finalmente, que J. Petras y K. Trachte han situa-do la cuestión en sus justos términos, cuando escribieron que: “Primero, las naciones subdesarrolladas que se encuentran produciendo bienes primarios deben continuar en esa tarea hasta el nivel de la especialización, el que será apoyado por la demanda internacional. Segundo, los recursos más allá de este nivel deberán ser transferidos a las áreas de la siguien-te ventaja comparativa más grande. Tercero, se considera de importancia para las naciones subdesarrolladas originar cone-xiones más efectivas entre el sector exportador y otros sectores de la economía. Cuarto, la aceptación de la ayuda externa y de inversiones es alentada como un instrumento para rellenar las brechas aún existentes”509

Procedería en este momento, y no sólo con afán recapitulador, caracterizar sumariamente el modelo de apertura desde pers-pectivas alternativas a las de sus acendrados defensores. Como indica A. Pinto, existen diversas modalidades de apertura si se atiende, en parte, a la interpretación global de la cuestión des-de distintos ángulos y, en parte, a las particularidades de im-plementación del modelo en cada caso nacional510. De esta for-ma, se podrían distinguir dos visiones principales. Primero, una aproximación ideológica al ‘aperturismo’ donde “...parece obvio que la transformación del relacionamiento externo se encuentra inserta en un contexto de amplitud mucho mayor -’totalizan-te’, como se acostumbra decir- y constituye, en verdad, sólo un

509 Así lo exponen J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques liberal, estructural y radical en la política económica: una evaluación y una alternativa”, art.cit., p. 268.510 A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’ en la América Latina”, Trimestre Económico, nº 187, 1980, pp. 533-578.

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fragmento de un reajuste que abarca prácticamente todas las di-mensiones de la realidad social -aunque no gravite en cada una con igual intensidad”511. Este tema fue nuestra atención cuando nos referimos al monetarismo como ideología y a su actual rol de ‘restructuración’. Segundo, una aproximación pragmática del modelo de apertura económica en el Cono Sur, la materializa-ción de aquella visión ideológica que le daba sentido en la tri-ple experiencia de Chile, Argentina y Uruguy. En estos casos, a pesar de las diferencias de ‘profundización’ del modelo en cada país de referencia, se podrían abstraer aquellos rasgos sectoria-les e instrumentales de política económica que son dominantes. A modo de presentación ordenada y breve de los mismos, como requiere la naturaleza de nuestro trabajo, hemos elaborado el cuadro adjunto donde, a partir de los análisis de A. Curiel y O. Rodríguez512, subrayan los objetivos e instrumentalización del modelo, así como el rol encomendado al Estado (en su faceta de productor, acumulador y orientador), además de las pertinentes consideraciones respecto al capital extranjero. Previamente, pro-cede, a nuestro entender, valorar el modelo de apertura desde una perspectiva crítica, ya sea por las condiciones sociopolíticas o los efectos estrictamente económicos que engendra su aplica-ción en el capitalismo periférico.

3. Una perspectiva crítica del modelo de apertura

3.1. Las condiciones sociopolíticas

Parece absurdo, como sugiere C.F. Díaz Alejandro, pensar que existe una relación unívoca entre apertura y autoritarismo, en-tre economía y política cerrada, cuando tradicionalmente los regímenes autoritarios tendieron hacia la autarquía económi-ca. No obstante, la experiencia de los tres casos del Cono Sur, objeto de nuestra investigación, muestran la existencia de di-cha relación sin que ello signifique la invalidación de hipótesis alternativas513. En este sentido, se avanzaron conjeturas res-pecto a la necesidad de constituir una fuerza de trabajo barata

511 Ibid., p. 545.512 ”El modelo de apertura económica”, art.cit., esp. pp. 54-58.513 ”¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 207.

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y dócil (en el nuevo contexto de competencia internacional) que facilitase la inversión exterior, así como la menos perento-ria ‘estabilidad política democrática’ para garantizar los rendi-mientos derivados de aquélla. En otras palabras, se exige una ‘disciplina autoritaria’ para el logro de la apertura, a costa del sacrificio de algunos intereses internos; una razón, ésta última, que bien puede ser subsumida en la frase ‘capitalismo ahora y libertad más tarde’514.

La tensión apertura-proteccionismo, no cabe duda, se man-tiene no sólo en las actuales propuestas del monetarismo res-tructurador sino en la experiencia histórica de la industria-lización en América Latina. El crecimiento económico de la región desde la década de 1940 y, por lo tanto, en elcontexto favorable de postguerra, generó excesivas expectativase ilu-siones, al decir de A. Hirschman, sobre la supuesta ‘invulne-rabilidad’ latinoamericana en su proceso de desarrollo515. El agotamiento del modelo desarrollista mostró la ingenuidad no sólo del planteamiento sino, también, de los responsables políticos que lo sustentaron. El proceso era, en verdad, el ‘de-sarrollo del subdesarrollo’, en feliz frase de Gunder Frank; y la crisis fue perjudicial, especialmente, para aquellos países de menor tamaño “porque en los mercados pequeños, y en un contexto de economía en expansión, aumenta rápidamen-te los costos de la protección en función de la eficiencia y el crecimiento económico”516. Dos décadas después, la histo-ria de la apertura en América Latina nos enseña la preferen-cia por los flujos financieros internacionales en lugar de la inversión directa, fenómeno que engendra nuevos dilemas para la región y para los protagonistas del endeudamiento. la espiral de la deuda, como un efecto directo de las políticas económicas aperturistas practicadas en Chile, Argentina y Uruguay, llegó a amenazar lapromoción de las exportaciones que el propio modelo propugna517. En consecuencia, también 514 Ibid., p. 208.515 Cf., al respecto, A. Hirschman: “The Turn to Authoritarianism in Latin America”, in D. Collier (C.): The New Authoritarianism in Latin America, Princepton University Press, Princepton, 1979, pp. 61-98.516 C.F. Díaz-Alejandro: “¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 225.517 Ibid., pp. 232 y 234.

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se vieron amenazados losintereses de clase que subyacen en el sector exportador. Lo anterior es importante porque está relacionado con la implantación del modelo de apertura, el cual requiere la presencia disciplinaria del Estado para con-ciliar intereses y dirimir conflictos.

Es en este medio donde se mueven los condicionantes so-ciopolíticos de la apertura. En primer término, el monetarismo restructurador trata implantar la apertura en aquellos paí-ses, como los del Cono Sur de referencia, que han contado con una activa participación del Estado en el crecimiento económico de postguerra, ya fuera como agente productor, protector o representativo de amplias alianzas de clases o grupos que permitieron la existencia de procesosplurales y democráticos de gobierno relativamente estables518. Ahora, en cambio, el modelo de apertura exige del Estado legitima-ción de sus ventajas, la conciliación de sus intereses y la justi-ficación de sus perjuicios, en tanto que la propuesta beneficia exclusivamente a sectores exportadores de productosprima-rios o de manufacturas con alto contenido de factor trabajo, a los intermediarios comerciales y financieros - especialmente transnacionales- que defienden esta opciónpolítico-económi-ca al mismo tiempo que monopolizan la gestión del crédito foráneo y, en fin, a los sectores mediosprofesionales vincula-dos, de alguna forma, con las actividadesexportadoras, los servicios de intermediación y los aparatosburocráticos del Estado519. En segundo término, los sectores de la población que son perjudicados por el modelo de apertura son, lógicamen-te, las capas medias vinculadas tanto a la actividad produc-tiva estatal, que sufre un drástico retroceso derivado del en-foque subsidiario, y a las industrias sustitutivas, condenadas sin paliativos por la estrategia de las ventajas comparativas; los asalariados, por la congelación salarial y el desempleo masivo en aras de la eficiencia económica; y, por último, el sector empresarial dependiente del dinamismo de la deman-da interna.

518 Especialmente en Chile y Uruguay.519 A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, art.cit., p. 59.

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Unos y otros, en mayor o menor medida, son también vícti-mas del desmantelamiento estatal en los servicios de sanidad, educación y seguridad social, de gran tradición en algunos países del Cono Sur, además de la pérdida de garantía en los derechos y libertades básicas520. Como este proceso sucede en sociedades de larga y notable ascendencia democrática-libe-ral, el modelo de apertura exige la intervención del único sec-tor con disciplina propia, aparentemente ‘desideologizado’ y con los medios precisos de disuasión activa y/o pasiva: el ejér-cito. Nos remitimos, por tanto, a nuestras reflexiones sobre la Doctrina de la Seguridad Nacional y el entremado de razones que explican la adopción del modelo de apertura económica externa por parte del fascismo dependiente.

3.2. Los efectos económicos

Como ya hemos tenido ocasión de explicitar, siguiendo a A. Foxley, existen dos elementos que distinguen las políticas de estabilización tradicionales de la ortodoxia actual del moneta-rismo: el marco político en el que se aplica, en el Cono Sur, y el acento puesto en sus contenidos de ‘transformación’ a largo plazo521. En efecto, una parte del papel encomendado a los di-versos gobiernos militares de la región es, en el contexto del fascismo dependiente, el intento de despejar aquellas incerti-dumbres y sospechas que siempre tuvo el monetarismo sobre las causas del fracaso de la estabilización clásica. En este sen-tido, cada gobierno militar en cuestión ‘disciplina’ el proceso y lo defiende ante la reacción del mundo laboral o de aquellos sectores que obligaron, en el pasado reciente, a una palicación del paquete estabilizador.

Por añadidura, como vimos, está fuera de toda duda la pre-tensión restructuradora del monetarismo en el modelo aper-turista. Hasta la década de los setenta, no sólo se proponen estabilizaciones para el ‘corto plazo’ sino que sus resultados también se evalúan en ese parámetro. A partir de entonces, la

520 Ibid., p. 60. Tanto en ésta como en la anterior, los autores se refieren al caso concreto de Uruguay pero la nota podría ser trasladable a los otros países en cuestión.521 A. Foxely: “Políticas de estabilización...”, art.cit., esp. pp. 13 y ss.

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inflación -tema recurrente en la controversia mantenida entre monetaristas y estructuralistas- no es percibida como un fe-nómeno de exclusivo manejo monetario, un problema ‘cuan-titativo’ de variación porcentual de la oferta monetaria, sino que exige transformaciones radicales en la economía, especial-mente en los países capitalistas periféricos: reducción del sec-tor público, liberalización de mercados, apertura externa..., es decir, “una forma de estructuralismo que utiliza instrumentos ortodoxos”522.

No obstante, como señala el mismo Foxley, la dirección, el con-tenido, el respaldo social y las alianzas de clase que sustentan el modelo estabilizador actual son diferentes, por su oposi-ción, al programa estructuralista de incorporación de las capas más perjudicadas de la población latinoamericana al reparto de los beneficios colectivos derivados de las reformas estruc-turales523. Para fundamentar dicha afirmación es preciso que nos situemos en un breve balance socioeconómico del actual patrón de acumulación implementado en el Cono Sur, espe-cialmente en dos rubros de gran significación como el empleo y la distribución del ingreso y la riqueza, por una parte, y el crecimiento económico, por otra.

A) Apertura externa y crecimiento económico.

El modelo de apertura y su estrategia de ventajas compara-tivas, desde las primeras versiones ricardianas hasta su in-flujo en la actual teoría económica convencional, a través del teorema de Hecksher-Chlin524, ha sido refutado a nivel em-pírico tanto en los países subdesarrollados como en el cen-tro del sistema Díaz-Alejandro se muestra desconcertado, según confiesa, “por la animosidad de algunos economistas heterodoxos hacia modelos del comercio exterior de Hecks-cher-Ohlin-Samuelson desarrollados después de la segunda Guerra Mundial. Comparadas con anteriores concepciones 522 Ibid., pp. 14-15.523 Ibid., p. 15. Véanse, por tanto, los rasgos de protagonismo asumidos por los grupos de ingreso más desfavorecidos en un proceso de estabilización estructuralista.524 Cf., al respecto, P. Ruiz Nápoles: “El comercio entre países desarrollados y subdesarrollados”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 10, octubre 1981, pp. 1173-1178.

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ortodoxas del comercio internacional, las formulaciones mo-dernas son mucho más modestas acerca de lo que puede de-cirse a favor del libre comercio y contienen resultados que los economistas anteriores consideraban problemáticos”525. Res-pecto a las críticas de los últimos modelos de comercio exte-rior, Ruiz Nápoles destaca (“El comercio entre...”, art.cit., 1175) el conjunto de conclusiones de W. Leontief sobre el comercio exterior de Estados Unidos en los años cincuenta y Díaz-Ale-jandro subraya (ibid., pp. 209 y ss.) la importancia del teorema de Stolper-Samuelson que “demostró rigurosamente que las políticas de mayor libertad comercial podrían empeorar en términos absolutos el bienestar de algunos habitantes de un país...” (p. 209), afirmación que motivó una áspera polémica entre economistas convencionales como Finlay y Haberger. En otras palabras, la apertura externa no es una condición nece-saria ni suficiente para la consecución de los objetivos perse-guidos de mayor crecimiento. La especialización productiva, a escala mundial, no asegura en modo alguno la resolución de los crónicos problemas de balanza de pagos. Ni tan siquiera, como confirman R. Ffrench-Davis y J. Piñera, se puede asegu-rar que un mayor dinamismo de las exportaciones tenga un efecto neto positivo en términos de crecimiento526. Señalemos, al respecto, seis razones principales.

En primer lugar, la apertura externa se inicia con una especia-lización previa de América Latina, respondiendo a múltiples y complejas causas históricas del desarrollo del capitalismo en la periferia, por una parte, y a los condicionamientos ge-nerados por la crisis del capitalismo maduro, por otra. Esto significaría que, en la especialización de partida, la perife-ria latinoamericana sufre una especie de predestinación, un

525 “¿Economía abierta y política cerrada?”, art.cit., p. 209). Cf., al respecto, T. Willet y otros: Challenges to a Liberal International Economic Order, Institute for Public Policy Research, Washington DC, 1979, pp. 73 y ss.; cit. in Díaz-Alejandro, ibid., p. 210. Cf., asimismo, R. Ffrench-Davis y J. Piñera: “Políticas de promoción de las exportaciones en los países en desarrollo”, in CEPAL: Políticas de promoción de exportaciones, E/CEPAL/1046/Add.2, Santiago de Chile, junio 1979, pp. 55-110, esp. pp. 99 y ss.; y, de los mismos autores, “Promoción de exportaciones y desarrollo nacional”, in R. French-Davis: Economía internacional: Teorías y políticas para el desarrollo, FCE, México, 1979, pp. 285-316.526 Cf., “Políticas de promoción...”, art.cit., p. 58; y A. Couriel y O. Rodríguez: “El modelo de apertura económica”, art.cit., pp. 62 y ss.

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‘fatalismo’ con raíces históricas que la obligan a la produc-ción de productos primarios y manufacturas de baja elastici-dad-renta, con los consecuentes desequilibrios de la balanza comercial de los países subdesarrollados que siguen la estra-tegia aperturista. El centro del sistema, en cambio, aprove-charía intensivamente las oportunidades que le proporciona su monopolio tecnológico, el uso y la capacidad de creación de técnicas productivas sofisticadas abocadas a la produc-ción y exportación de bienes y servicios con penetración en el mercado internacional, además de tener una demanda de elevada elasticidad-renta No cabe duda de que la estrategia de las ventajas comparativas eliminaría la posición ascenden-te de América Latina en el comercio mundial, especialmente en la relación comercial con Estados Unidos. Como indicara G. Martner, las exportaciones latinoamericanas hacia el cen-tro han sufrido una variación cualitativamente importante al incorporar ciertos productos (petróleo, metales de alto valor estratégico, etc.) imprescindibles para el proceso de acumu-lación de los países desarrollados con lo cual se otorga una nueva situación para negociar527.

En segundo lugar, para que exista especialización producti-va es necesario que se establezcan mercados internacionales para los distintos productos de transacción. En realidad, tales mercados no existen, especialmente para las exportaciones la-tinoamericanas que son inasimilables, por sus características de demanda, en los países desarrollados. La coherencia que se exigiría de la propuesta de apertura económica remite a un verdadero ‘redespliegue’ del aparato productivo de los países capitalistas desarrollados. En el nombre de la ‘apertura’ sus defensores deberían solicitar, lo cual es imposible, que mu-chas ramas y sectores de actividad de los países desarrollados se trasladasen a la periferia, no por mecenazgo sino por las ventajas comparativas implícitas en e lmodelo. Tal redespliegue 527 Cf., al respecto, los comentarios de J.A. Ocampo sobre las características estructurales del sector externo en América Latina, y el efecto de las elasticidades precio y/o renta de sus componentes (“Precios internacionales, tipo de cambio, e inflación: un enfoque estructuralista”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, esp. pp. 1585 y ss.). Cf., G. Martner: “El comercio de América Latina con Estados Unidos”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 12, diciembre 1981, pp. 1404-1407.

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no es factible a corto o medio plazo. Existen, al respecto, unos obstáculos que limitan esa estrategia del capital transnacional por encima de las ventajas teóricas de acceso a bajo costo de materias primas, insumos semielaborados, energía y fuerza de trabajo. Estos obstáculos se refieren a estrictas necesidades empresariales: explotación durante el mayor tiempo posible dela capacidad instalada de producción y aprovechamiento, al máximo, de las concesiones estatales y sindicales de los paí-ses centrales para el estímulo del capital a no trasladarse. No es menos importante el hecho de que la inestabilidad política que caracteriza a los países de capitalismo periférico es un factor más de disuasión al redespliegue del capital transna-cional. Sin embargo, como señalan F. Fröbel, J. Heinrichs y O. Kreye, existen, en la actualidad, diversos síntomas tendencia-les “hacia una nueva división del trabajo que introducen una fase de estancamiento de la valorización del capital en el ‘cen-tro’ y un crecimiento absoluto y relativo de la valorización y acumulación del capital en ciertas zonas de la ‘periferia’ (...) (inversiones crecientes, industrialización para la exportación, mayor utilización de la fuerza de trabajo, etc.). No se trata de mucho menos de una crisis que amenace necesariamente la existencia del capital que opera a nivel mundial, ya que es precisamente este capital el que se adapta a las modificadas condiciones de su valorización y acumulación, y a estos des-plazamientos de la producción”528.

En tercer lugar, el fenómeno del proteccionismo actual cobra tanta relevancia en los países centrales como insistentes son sus recomendaciones para que se materialice la apertura en la periferia. Así, G.P. Sampson sostiene que el neoproteccio-nismo es una consecuencia directa de la imposibilidad -o la escasa voluntad politica- en aplicar programas exaustivos de ajuste estructural en el capitalismo desarrollado; y para Ffrench-Davis y Piñera Echeñique, existen otras dos causas que alientan al proteccionismo actual: en primer lugar, la presión de los sectores cuyos productos tienen densidad de mano de obra y que ven amenazada su existencia por las

528 La nueva división internacional del trabajo, Siglo XXI, Madrid, 1980, p. 54).

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importaciones del resto del mundo y sn segundo lugar, los sectores de densidad de mano de obra que temen a las im-portaciones de bajo costo debido a los salarios reales más reducidos en otras partes del mundo. En general, el primer temor corresponde a trabajadores y empresarios de dichos sectores en la periferia y, el segundo, a sus respectivos pares en los países de capitalismo central, tanto en fases de auge como de crisis, con lo que se articulan medidas de restricción cuantitativa como una fórmula de defensa de la industria interna sustitutiva de las reconversiones529. En este sentido, en contra de las recomendaciones de los organismos inter-nacionales (FMI, BM, etc.) y al margen de los acuerdos del GATT, los países desarrollados emplean toda una serie de eufemismo para encubrir la protección practicada restriccio-nes voluntarias de importaciones, convenios de comerciali-zación reglamentados, libre comercio organizado, precios mínimos de importación, subsidios internos, etc En este punto, Ffrench-Davis y Piñera afirman que “aún cuando las negociaciones multilaterales celebradas en el seno del GATT ha logrado reducciones tarifarias no discriminatorias, éstas han favorecido a aquellos bienes cuyo comercio se realiza eminentemente entre las naciones industrializadas. En efec-to, los aranceles nominales con que éstas gravan el tipo de bienes importados desde áreas menos desarrolladas alcan-zan un nivel medio que casi duplica el correspondiente al total de sus importaciones, en tanto que las tarifas efectivas son típicamente el doble que las nominales”530.

529 Cf., G.P. Sampson: “El proteccionismo contemporáneo y la exportación de los países en desarrollo”, Revista de la CEPAL, Nº 8, agosto 1979, pp. 109-126; y A. Valdeés: “La protección agrícola en los países industrializados: su coste para América Latina”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1693-1720. (“Políticas de promoción...”, art.cit., p. 99).530 Así se explica la caída de la participación de las exportaciones latinoamericanas a los países desarrollados, mientras que la prédica del libre comercio solamente se materializa con un aumento de las relaciones comerciales entre los mismos países desarrollados. Cf., por ejemplo y en el caso del decremento de la participación de América Latina en las importaciones de Estados Unidos, a G. Martner: “El comercio de América Latina con Estados Unidos”, art.cit., esp. p. 1407. Sobre el mismo fenómeno, entre América Latina y la CEE, cf., N. Elkin: “Dificultades del diálogo entre América Latina y la CEE”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 12, diciembre 1981, pp. 1423-1427; y C. Furtado: “Las relaciones comerciales entre la Europa Occidental y la América Latina”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1319 y ss. (ibid., p. 75, donde se llama la atención sobre un comentario previo de B. Balassa: Trade Liberalization amog Industrial Countries: Objectives and Alternatives, McGraw-Hill, Nueva York, 1967, p. 556).

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En cuarto lugar, en relación con lo antedicho, el neoportec-cionismo no sólo significa ‘barreras’ a las exportaciones lati-noamericanas sino que tiene un efecto inducido por cuanto mejora los niveles de productividad interna de los países de-sarrollados. En consecuencia, a medio plazo, el capitalismo central estará en condiciones de competir con la periferia en aquellos productos en los que se había especializado Améri-ca Latina531.

En quinto lugar, una parte considerable del comercio interna-cional se canaliza a través de las empresas transnacionales y por el intercambio matriz-filiales, limitando la competencia internacional consustancial con el modelo de apertura, por cuanto este comercio responde a los intereses del conglo-merado y no a las ‘señales’ del mercado. De esta forma, la práctica transnacional abarca una gama amplia de posibili-dades, desde las prácticas ‘dumpling’ a las ventajas de la oli-gopolización productiva y comercial. Por otra parte, y no es una razón de menor peso, el 96 por ciento de la producción transnacional en América Latina se destina al mercado lati-noamericano, mostrando su poca capacidad de exportación desde la periferia. A pesar de la gran relevancia de las empre-sas transnacionales (productivas, comerciales y, actualmente, financieras) en los procesos de (sub)desarrollo en América Latina, el tema es de una magnitud que desborda el presente texto. Pero, por su importancia y repercusiones en el objeto de nuestra investigación, es ineludible dedicarle una larga nota con algunos de los múltiples aspectos que sugiere el tema. Además de los canales legales de remisión de utilidades, la empresa transnacional (ET, en adelante) utiliza los mecanis-mos de trasferencias inter-corporación para cubrir una salida de recursos mediante la sobre-(o ‘sub’, en su caso) facturación de costos. Al respecto, Alma Chapoy escribe que “...investiga-ciones llevadas a cabo en Chile y Colombia sobre los insumos

531 Cf., R. Ruiz Nápoles: “El comercio entre...”, art.cit., p. 1176. Este hecho hace referencia, también, a las nuevas fórmulas proteccionistas basadas en barreras no tarifarias con un sesgo significativo hacia la limitación de las exportaciones de América Latina. Cf., por ejemplo, R.E. Baldwin: Non-Tariff Distortions of International Trade, Allen and Unwin, Washington, 1970, esp. pp. 195-205.

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que utiliza la tecnología importada, mostraron que esos insu-mos, en algunos casos, se venden a un 6 mil por ciento más caros que en el mercado mundial, y el promedio, entre 500 y 600 por ciento más caros que en el mercado mundial” (“La em-presa ‘multinacional’, núcleo de la dependencia”, Problemas del Desarrollo, nº 14, mayo-julio 1973, p. 8). Es muy discutible que las ET aporten, de una u otra forma, ahorro externo a la economía local. Como indicara también Alam Chapoy, hasta mediados de los años setenta, el 88 por ciento de los fondos de las ET de origen norteamericano establecidas en América Latina fueron obtenidos en la propia América Latina, siendo un 12 por ciento el desembolso real de capital desde las ma-trices (Empresas multinacionales, Ed. El Caballito, México, 1975, p. 109). Respecto a la difusión tecnológica, las cláusulas de los contratos de transmisión de tecnología son sumamente res-trictivas y permiten una situación de ventaja en relación a las empresas locales. Este problema se agrava aún más en cuan-to la presencia de ET alteran los patrones de consumo tradi-cionales, sacrificando producciones (y productores) locales al efecto ‘demostración’ de otras pautas que responden, frecuen-temente, a una mera ‘diferenciación formal’ de productos. Cf., al respecto, P. Meller: “Características de la tecnología de las filiales manufactureras norteamericanas”, Estudios CIEPLAN, nº 18, junio 1983, pp. 65-87. En consecuencia, las facilidades de la ET sobre las empresas locales, en el campo de la finan-ciación, tecnología, comercialización y resistencia a las crisis coyunturales, hacen de ella el motor de procesos de monopo-lización del mercado interno. Cf., por ejemplo, F. Fajnzylber y T. Martínez: Las empresas transnacionales, F.C.E., Mëxico, 1976, p. 188. Respecto al nivel externo, la ET puede funcionar simul-táneamente en diversos países, cobrando por ello una venta-ja absoluta y relativa sobre los productores locales, a través de las variaciones del tipo de cambio, donde un devaluación significa automáticamente una revaluación del resto, propor-cionando beneficios especulativos y fiscales. Refiriéndose a las ET financieras, X. Gorostiaga escribe que “la posibilidad de diversificar riesgos que esta liquidez supone, en un período de grandes fluctuaciones en el valor de las monedas y de los

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controles cambiarios, parece ser uno de los grandes beneficios que los centros financieros producen para la administración global de esos fondos disponibles” (Los centros financieros en los países subdesarrollados, Instituto Latinoamericano de Estudios Transnacionales, México, 1978, p. 117). Por eso, en la estrategia aperturista, las ET no responden a las líneas dominantes del modelo como sería el caso de seguimiento estricto de los pre-cios internacionales ya que los precios de transferencia inter-na son muy diferentes a los precios competitivos del mercado mundial. Cf., además, R. Ffrench-Davis: “Dependencia, sub-desarrollo y política cambiaria”, Trimestre Económico, nº 146, abril-junio 1970, pp. 273-295; y A. Pinto: “La ‘apertura al exte-rior’...”, art.cit., pp. 573 y ss. En función de la búsqueda de una situación prepotente, las ET pueden utilizar todo tipo de presiones, tanto económicas como políticas, para alcanzar o defender un status dominante; el caso chileno es significativo, por cuanto las ET ponen en juego, durante la etapa de la Uni-dad Popular, del insólito principio de ‘supremacía total sobre un mercado’. Cf., al respecto, J.D. Collins: “Las corporaciones globales y la polítia de los Estados Unidos hacia la América Latina”, Revista Mexicana de Ciencia Política, nº 72, abri-junio 1973, p. 67; y X. Gorostiaga: Los centros financieros internaciona-les, op.cit., p. 132.

En conclusión, “ciertos mercados internacionales están domi-nados por un número reducido de empresas transnacionales, las cuales perciben cuasi-rentas en el proceso de distribución y mercadeo”, escriben Ffrench-Davis y Piñera, y afirman, final-mente que “es posible que la relajación de las trabas de origen gubernamental a las importaciones conduzcan a un amayor especialización internacional aumentando las corrientes comer-ciales; sin embargo, la medida podría no resultar favorable para las naciones en desarrollo, si este intercambio comercial se rea-liza fundamentalmente entre filiales que pertenecen a una mis-ma matriz o familia de ellas, sin una adecuada regulación por parte de los gobiernos anfitriones” (“Políticas de promoción...”, art.cit., pp. 75-6). Cf., asimismo, C.V. Vaitsos: “El Keynesianismo internacional, las actividades de las empresas mundiales y el

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desarrollo nacional”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiem-bre 1983, pp. 1677-1692.

En sexto y último lugar, la evolución de los términos de intercam-bio bien podrían constituir un índice significativo de la desca-lificación de los pretendidos beneficios del modelo de apertura externa. Dicha evolución, como señalan Curiel y Rodríguez, manifiesta una síntesis de resultados del modelo en una triple dimensión económica: la disparidad de la elasticidad-renta de la demanda de los bienes exportados e importados por Améri-ca Latina, la creciente diferenciación centro-periferia en cuanto ésta no retiene una parte del ingreso técnico que se concentra en los países capitalistas industrializados y, por último, la fi-jación y/o la relación de fuerzas para negociar los precios in-ternacionales, excepto, claro está, el peculiar caso de los países subdesarrollados exportadores de petróleo532.

Es por todo lo dicho que aquellos autores consideran perti-nente concluir que: “Esperar que las señales de precios del mercado internacional que no funciona libremente orienten la asignación de recursos y dinamicen las exportaciones parece-ría ingenuo, si dejáramos de lado las motivaciones políticas y los intereses que se defienden con el modelo de apertura. (...) Definir la estructura de un país en función de las señales de los precios internacionales y a costa de mantener bajos salarios es también un índice de falta de autodeterminación de los países que procuran implantar el modelo de apertura Definir la es-tructura productiva en función del mercado internacional es una forma de limitar el poder autónomo de decisión. Basarlo en los menores salarios es una forma de concebir un modelo de largo plazo que no atiende objetivos de distribución de in-greso, caros a cualquier sociedad”533.

En definitiva, es muy dudoso que un modelo de apertura que no funciona en mercados libres y competitivos, situando, además, la eficiencia en los precios internacionales cuando éstos no representan más que señales distorsionadas, pueda 532 Cf., A. Couriel y O. Rodríguez : « El modelo de apertura...”, art.cit., pp. 65-6.533 Ibid., ibid.

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dirigirse al crecimiento económico sino, más bien, a su blo-queo por cuanto utiliza inadecuadamente los recursos dis-ponibles de la región, olvida que el crecimiento del comercio mundial no implica necesariamente el crecimiento económi-co para todos y cada uno de los países afectados e institu-cionaliza aquella ‘fatalidad’ histórica que mencionábamos: el gap creciente entre centro y periferia debido a un exceso de responsabilidades encomendadas por el modelo al sector exportador, superando, en mucho, las propias capacidades del instrumento534. Si trasladamos estas consideraciones al campo contable, advertimos que la conjugación simultánea de las prácticas proteccionistas de los países desarrollados y la importación de bienes con alta elasticidad-ingreso para satisfacer la demanda, generalmente consultiva, de las capas de la población más beneficiadas por el modelo de apertura, deviene en el agravamiento de la balanza comercial mientras que, en términos de cuenta corriente, la expulsión de exce-dente económico es continua a través del pago de utilidades, tecnología, etc., y el no menos importante canal del servicio de la deuda externa persistente535. En suma, el modelo de apertura económica propuesto en el Cono Sur no resolvió el crónico problema de balanza de pagos de la región, dejándo-lo, en cambio, en términos aún más gravosos para el futuro.

B) Apertura económica, empleo y distribución del ingreso.

Otro de los argumentos sustentados por el modelo que aquí se cuestiona, trata de resaltar el influjo positivo que tiene respec-to al objetivo de creación de empleo y cómo éste se correlacio-na con el de crecimiento económico. Respecto a la indefensión

534 Cf., en este sentido, A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’ en la América Latina”, Trimestre Económico, nº 187, 1980, pp. 533-578.Como escriben Ffrench-Davis y Piñera, “aún cuando aspectos tales como una mejor distribución del ingreso y el equilibrio presupuestario no constituyen objetivos primarios de una política de fomento a las exportaciones, en un país en desarrollo, éstos deberían condicionar la elección de los instrumentos y mecanismos que se empleen en dicha política” (“Políticas de promoción...”), art.cit., p. 58).535 ”El modelo de apertura...”, art.cit., p. 66. Como indica J. Deverrel, el conjunto de presiones y prácticas de las ET que son netamente desfavorables para el país receptor, no implica que, por otra parte, sean la culminación de una brillante estrategia empresarial sino la manifestación de un poder monopólico del mercado, tanto a nivel interno como externo (Anatomía de una corporación transnacional, Siglo XXI, México, 1977, pp. 254 y ss.).

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interna, la controversia se ampara, como vimos, en la apertura como antípoda de la industrialización sustitutiva de raíz cepa-lina. No obstante, CEPAL formuló una autocrítica de su pen-samiento ante la evidencia del agotamiento del modelo: “...se critica con razón la poca eficiencia de muchas actividades industriales que han crecido bajo una protección muy fuerte e indiscriminada (...) que no justifica la actitud extrema opuesta de reconocer los avances industriales que se han logrado en la industrialización y el desarrollo (...) y que habilitan para ini-ciar la etapa de exportación de manufacturas”536, Las mismas restricciones que se observan para la consecución del mismo, serán las que maticen el optimismo de la apertura respecto a un grave problema que sufre:

1. El desmantelamiento del aparato productivo estatal.

2. La eliminación de actividades productivas y la inde-fensión de la producción interna por las drásticas reba-jas arancelarias.

3. El estilo de desarrollo de la periferia latinoamericana que, por la ausencia de reformas estructurales en el sector primario, no absorbe mano de obra adicional a partir de un determinado nivel de productividad y es-tanca la agricultura, bloqueando, al mismo tiempo, sus posibilidades de generación de empleo.

4. Ese mismo estilo en el sector industrial, penetrado por empresas transnacionales, caracterizado por una débilparticipación de bienes de capital, bajo nivel de integración horizontal y vertical (escasa relación in-ter-industrial interna, elevada participación de insu-mos importados, etc.), e inadecuada relación de com-plementaridad agricultura-agroindustria-industria manufacturera.

536 ”El modelo de apertura...”, ibid., p. 70. (CEPAL: “Algunas conclusiones relativas a la integración, la industrialización y el desarrollo de América Latina”, Boletín Económico de América Latina, vol. XIX, nº 1-2, 1974, pp. 64-78, correspondiendo la cita a pp. 64-5).Cf., asimismo y en relación al tema, CEPAL: Políticas de comercio exterior en América Latina: origen, objetivos y perspectivas, E/CEPAL/L.117, Santiago de Chile, abril 1975.

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El modelo de apertura profundica la adversidad, en términos de empleo, del tipo de industrialización alentada en América Latina desde la última postguerra. La heterogeneidad estructural de la región537 se manifiesta, lógicamente, en su capacidad de dar una respuesta holgada al problema del paro, el subempleo y la marginación de una gran parte de la población latinoa-mericana, y, también, en la distribución del ingreso, dada la existencia explícitamente reconocida de mercados laborales muy diferenciados538. Un reciente estudio sobre la estructura ocupacional y de estratificación social de aquellos países que aplicaron un ajuste monetarista restructurador, especialmente Argentina y Chile, muestra unos resultados diametralmente distintos a losprevistos en la retórica aperturista. En concreto, se ha comprobado la gran asimetría entre la oferta de trabajo disponible y las posibilidades de ‘creación de empleo’ del mo-delo a causa de dos fenómenos principales539. Por una parte, se contabilizan caídas significativas del proletariado urbano, tanto en términos absolutos como relativos540. Se aprecia una ‘desmovilización estructural’ de la fuerza de trabajo reflejada en aumentos considerables de la subutilización de la fuerza la-boral, ya sea por desocupación abierta o por una mayor parti-cipación de la mano de obra en actividades de baja productivi-dad, y en la potenciación de sectores informales, de economía subterránea, especialmente en el medio urbano541.

En definitiva, el resultado del modelo genera una situación de empleo y de distribución del ingreso que desarticula el movi-miento social, como sostienen V. Tokman y R. Lagos: “...es tal vez un efecto no buscado, pero una vez que se produce cons-tituye un factor importante para el éxito de la propia política económica que se pretende implantar”542. Pero, en realidad,

537 Es imprescindible citar el nombre señero de Aníbal Pinto, un autor pionero en la conceptualización de ‘heterogeneidad estructural’.538 En esta línea se sitúan los trabajos de PREALC (OIT), como Dinámica del subempleo en la América Latina, CEPAL, Santiago de Chile, 1981; y Políticas de estabilización y empleo en América Latina, PREALC, Santiago de Chile, 1982.539 Cf., al respecto, R. Lagos y V.E. Tokman: “Monetarismo global, empleo y estratificación social”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1437-1473.540 Ibid., pp. 1451-1455, esp. cuadros 6 y 7.541 Ibid., pp. 1456 y ss.542 Ibid., pp. 1468-9.

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ahí está la cuestión clave pues, “si como resultado del experi-mento se hace estructuralmente más difícil la sindicación y la organización de los trabajadores la nueva política económica habrá generado mayorres grados de libertad para avanzar en la aplicación de su recetario económico”543. Es decir, la adversa evolución del empleo y de la distribución del ingreso ya no es considerado como un ‘resultado’ del modelo de apertura sino que se incorpora, consciente o inconscientemente, como un elemento ex-ante en el diseño del monetarismo global.

C) Apertura e ‘internacionalización de la política económica.

Es necesario distinguir, como hace A. Pinto, entre los riesgos de la apertura económica a partir del análisis de variables macro-económicas y las implicaciones del modelo sobre las relaciones con el exterior de la estructura interna de precios y de remune-ración de factores544. Porque, precisa H. Assael, si bien está cla-ro que los precios de losproductos tienden a interrelacionarse con los preciosinternacionales, no tiene por qué darse esa ten-dencia en elsistema remunerativo doméstico545. El apotegma de A.Pinto, “precios internacionales y salarios nacionales”, ilustra muy bien esta divergencia del modelo de apertura546. ¿Por qué?. Como vimos ya en el tema del empleo y la distribu-ción de la renta y la riqueza, el aperturista, en palabras de Pin-to, es un personaje desamparado que implementa la apertura cuyo coste es “reconstituir, establecer o profundizar caracte-rísticas económicas y sociales que han sido criticadas desde antaño en la experiencia latinoamericana...”547, incluso por los mismos monetaristas.

No obstante, sea cual fuere el grado de divergencia del pro-ceso, no cabe duda de que la estrategia de apertura debe en-marcarse en un contexto más amplio relacionado con la in-

543 Ibid., ibid.544 A. Pinto: “La ‘apertura al exterior’...”, art.cit., p. 550.545 Cf., H. Assael: “La internacionalización de las economías latinoamericanas”, Revista de la CEPAL, nº 7, abril 1979, pp. 43-58.546 ”La ‘apertura al exterior’...”, art.cit., p. 554.547 Ibid., p. 555.

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ternacionalización de las políticas económicas548, por cuanto se ha comportado como un canal de tarnsmisión de la inestabilidad internacional hacia las economías periféricas. Así, “a nivel agregado”, escribe R. Ffrench-Davis, “la inestabilidad ha sido transmitida a la economía interna mediante la balanza de pa-gos, el presupuesto fiscal y el mercado monetario; a la escala micro se ha difundido vía cambios en los precios relativos y en las expectativas inflacionarias, así como en la disponibili-dad en el mercado interno de bienes comerciables y de fondos para determinados productores y consumidores”549. En otros términos, el modelo aperturista extiende su ascendencia al ámbito internacional de la política económica y cuestiona, de este modo, la oportunidad que pueda tener la autonomía de decisión nacional de la que deviene la racionalidad y eficiencia económicas inherentes al modelo en cuestión.

Estamos, a fin de cuentas, ante una propuesta de ‘soberanía acorralada’, en palabras de R. Gilpin550, por los procesos de in-ternacionalización de la política económica donde la empresa transnacional juega un papel clave, opinión en la que abun-dan Petras y Trachte cuando sostienen que “este modelo de desarrollo, al igual que aquellos asociados con otras escuelas de la economía política liberal está altamente influído por el modelo neoclásico. Nuevamente su mecanismo de desarrollo se basa en la transferencia de capital, tecnología y habilida-des gerenciales, del mundo desarrollado al subdesarrollado. La diferencia está en que las corporaciones multinacionales son las que se han convertido en el actor clave a través del cual se realiza este proceso de transferencia”551. Pero hay más, ya que, a nuestro juicio, la mencionada transnacionalización, en un modelo de

548 Cf., al respecto, L. Tomassini: “Interdependencia y desarrollo nacional”, Estudios Internacionales, nº 58, abril-junio 1982, pp. 166-189; M. Días David: “La transnacionalización económica versus la autonomía de las políticas nacionales”, Estudios Internacionales, nº 59, julio-septiembre 1982, pp. 247-259; y V.L. Urquidi: “La interdependencia económica global y el cambio social”, Estudios Internacionales, abril-junio 1983, nº 62, pp. 330-335.549 R. Ffrench-Davis: “Nuevas formas de inestabilidad externa en América Latina: fuentes, mecanismos de transmisión y políticas”, Estudios CIEPLAN, nº 6, diciembre 1981, pp. 117-148, correspondiendo la cita a p. 133. Una versión resumida de este trabajo ha sido publicada en Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1271-1297.550 Cit. In J. Petras y K. Trachte: “Los enfoques...”, art.cit., p. 275.551 Ibid., p. 276.

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apertura como el descrito, desemboca indefectiblemente en la transmisión de los desequilibrios externos, lo cual restringe, en consecuencia, los ya de por sí precarios grados de libertad de las políticas económicas nacionales.

Si esto es así, no puede resultar en absoluto sorprendente la cuádruple y desesperada conclusión de M. Flores que transcribimos en su integridad:

“a) Nuevamente, el capital extranjero amenaza, o ya lo está haciendo, en dominar el sector exportador de nuestros países. Si ayer fue sobre la base de las exportaciones agromineras, hoy será sobre las ma-nufacturas

b) El intercambio desigual continuará, a pesar de que seexporten manufacturas, mientras continúen las no-tablesreales entre el capitalismo desarrollado y el sub-desarrollado.

c) Continuará la dependencia multidimensional, sobre todo, la tecnología en tanto que las exportaciones ma-nufactureras requieren tecnologías que controlan los monopolios internacionales.

d) La sustitución de exportaciones no sacará a nuestros países de su condición de subdesarrollo; en todo caso, agregará nuevas dimensiones a la ya compleja reali-dad y debemos tener presente que industrialización no equivale a desarrollo”552.

Así pues, permítasenos reiterar que la internacionalización de la política económica es una faceta de la transnacionalización productiva y financiera en la que seinserta la lógica económica del modelo de apertura. Es, por tanto, una parte de un fenó-meno más amplio de interdependencia que transciende la rela-ción entre el segmento moderno de las economías periféricas y

552 M. Flores: “De la sustitución de importaciones a la sustitución de exportaciones”, Nueva Sociedad, nº 50, septiembre-octubre 1980, pp. 146-155, correspondiendo la cita a p. 155.

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el capital transnacional553. Porque, recurriendo a un trabajo ya ‘clásico’ de O. Sunkel, los mecanismos de integración transna-cional y de desintegración nacional actúan simultáneamente en el capitalismo periférico554, a lo largo de un proceso donde la empresa transnacional tiene una triple función relevante: como agente intermediario de grupos de interés transnacionalizado (in-fluyendo en la legislación, la política exterior, en la correlación de fuerzas interna, etc.); como reductor del control gubernamen-tal de la esfera económica; y como protagonista de estrategias de industrialización (y sus múltiples aspectos tecnológicos, finan-cieros, fiscales, etc.) cuyo diseño escapa a la responsabilidad de las autoridades económicas de la periferia. En suma, la lógica empresarial de las empresas transnacionales no se limita a sus instalaciones sino que determinan la política económica del país receptor a través de la influencia que tienen sobre las técni-cas y el quantum de la producción, las políticas de exportación, las disposiciones financieras, los patrones de consumo, en fin, lo que constituye un determinado estilo de desarrollo en la perife-ria latinoamericana555.

Así, el proceso de internacionalización de la política econó-mica podría explicar no sólo la trasmmisión de inestabilidad externa hacia los países dependientes sino, también, la escasa vulnerabilidad de los principales actores de la transnacionali-zación ante la crisis del capitalismo, de la que emergen forta-lecidos. Porque, hoy y en América Latina, como ya anticipó K. Marx hace cien años, existe una clara motivación que inspira el modelo aperturista556.

553 Cf., al respecto, J. Fontanals: “El papel dela internacionalización financiera en la crisis de América Latina”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 7, julio 1982, pp. 740-7; y A. Varas: “De la internacionalización a la transnacionalización en América Latina”, Estudios Internacionales, nº 65, enero-marzo 1984, pp. 56-65.554 O. Sunkel: Capitalismo transnacional y desintegración nacional en América Latina, Ed. Nueva Visión, Buenos Aires, 1972, esp. pp. 74 y ss.555 Nos remitimos a supra, nota 336 y, además, E. Martins: “La política de las corporaciones norteamericanas”, Revista Mexicana de Ciencia Política, nº 72, abril-junio 1973, esp. pp. 40 y ss.; F. Fajnzylber y otros: Corporaciones multinacionales en América Latina, Ed. Periferia, Buenos Aires, 1973; Ch. Tungendhat: Las empresas multinacionales, Alianza Ed., Madrid, 1973; y C.A. López-Arias: Empresas multinacionales, Ed. Universidad Simón Bolívar, Bogotá, 1977.556 K. Marx: El Capital, op.cit., tomo III, p. 237. En palabras de S. Amin, “si se exportaran capitales, es tan cierto ahora como cuando lo afirmó Marx, es porque se puede hacerlo trabajar con una tasa de ganancia alta” (El desarrollo desigual. Ensayo sobre las formaciones sociales del capitalismo periférico, op.cit., p. 173).

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“Los capitales invertidos en el comercio exte-rior pueden arrojar una cuota más alta de ga-nancia, en primer lugar, porque aquí se com-pite con mercancías que otros países producen con menos facilidades, lo que permite al país másadelantado vender sus mercancías por en-cima de su valor, aunque más baratas que los países competidores”

Por eso, escribe más adelante K. Marx, la fijación en undocu-mento contable del origen de los problemas que asolan a los países subdesarrollados, ya sea desde una óptica mercantilista o monetarista, es, cuando menos, confuso:

“En lo que se refiere a las importaciones y ex-portaciones, hay que observar que todos los países se ven arrastrados, uno tras uno, a la cri-sis y que luego se pone de manifiesto que todos ellos, con muy pocas excepciones, han impor-tado y exportado más de lo debido, con lo cual la balanza de pagos es favorable para todos y el problema no reside, por tanto, en realidad, en la balanza de pagos misma”557.

Y aquí está el nudo gordiano de la cuestión: el modelo de apertura externa y la estrategia de las ventajas comparativas apela al enfoque monetarista restructurador -en su doble vertiente interna y externa- y pretende resolver los proble-mas de desarrollo económico en el capitalismo periférico como si fueran originados por el desequilibrio de la balanza de pagos. Esta errónea trasposición supone, como ya sos-tuvimos en páginas precedentes, un diletante mecanismo analítico que olvida intencionadamente el hecho de que las cuentas con el exterior, comerciales y financieras, manifiestan las contradicciones de un estilo de desarrollo marcado por el

557 Ibid., tomo III, p. 461. Cf., asimismo, V. Trías: La crisis del imperio, Ed. Banda Oriental, Montevideo, 1970, pp. 43 y ss.; O. Caputo y R. Pizarro: Imperialismo, dependencia y relaciones económicas internacionales, CESO, Santiago de Chile, 1972, pp. 270 y ss.

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modelo de acumulación adoptado en la periferia y el tipo de inserción con la economía mundial. La balanza de pagos, en definitiva, es un espejo de profundos conflictos estructurales. Por otra parte, la prioridad político-económica del ajuste mo-netarista interno y externo sitúa a las empresas transnaciona-les (junto a fracciones de la burguesía local beneficiadas por la mayor integración en la economía mundial) como los ver-daderos fiscalizadores de la balanza de pagos (en los ingre-sos: exportaciones de bienes y servicios, inversiones directas, créditos del exterior, etc.; en los pagos: importaciones de bie-nes y servicios, dividendos y utilidades, servicio de deuda externa, etc.). En consecuencia, el modelo de apertura como el aquí descrito para América Latina percibe la relación entre autonomía e internacionalización de la política económica como un mecanismo de vasos comunicantes, una estrategia irreconciliable con el desarrollo de la región, en su sentido más profundo, ya que el modelo inclina el fiel de la balanza (y no sólo de pagos) hacia aquél proceso simultáneo estudiado por Sunkel de desintegración nacional e internacionalización de la política económica558.

558 Cf., además de la ya citada obra de Sunkel, a S. Lichtensztejn: “Internacionalización...”, art.cit.; y C. Furtado: “Transnacionalização e Monetarismo”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, 1982, pp. 13-44.

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CAPÍTULO X

ESTABILIZACIÓN ECONÓMICA Y PROFUNDIZACIÓN DE LA DEPENDENCIA EN AMÉRICA LATINA (1973-1983)

Disponemos ahora del bagaje analítico necesario para pro-seguir nuestro trabajo en la presente sección dedicada a es-tablecer un balance crítico del modelo de apertura aplicado en los países referidos, en el Cono Sur, dadas las razones de acotación, tanto históricas como metodológicas, establecidas en los preliminares de nuestra investigación. Al efecto, la ar-gumentación se desarrollará en torno a dos objetivos bien definidos. En primer lugar, un intento de síntesis crítica de una triple experiencia (Chile, Argentina, Uruguay) a partir de un único modelo, lo cual ha generado resultados tan análogos, en la práctica político-económica, como dispares han sido respecto a la teoría y a la filosofía económica que subyacen en su defensa. En segundo lugar, sostendremos que el problema de la deuda externa de Ammérica Latina es inseparable de la evolución político-econó-mica que ha tenido lugar en el seno de una opción monetarista y de la quiebra del modelo de apertura, de neta raíz neoliberal, en la periferia latinoamericana. Como ya señalamos, una de las características más notables de los programas de estabiliza-ción monetarista, a partir de 1973, ha sido su radicalización y vocación restructuradora559. En primer lugar, se reducen los márgenes de flexibilidad y gradualismo en la aplicación de la política económica. En segundo lugar, se abandona el hori-zonte tradicional del corto plazo para implementar objetivos más ambiciosos de orden económico e institucional.

Esa radicalización responde, en lo fundamental, al tratamiento rápido y contundente inspirado en el diagnóstico monetarista, evitando expectativas y reacciones organizadas de la pobla-

559 Cf., A. Foxley: “Políticas de estabilización y sus efectos sobre el empleo y la distribución del ingreso”, Crítica y Utopía, nº 4, primer trimestre 1981, pp. 9-48; y E.A. Cardoso: “Políticas de estabilização na América Latina: modelos de uso corrente e suas experiências fracassadas”, Pesquisa e Planejamento Econômico, vol. 13, agosto 1983, nº 2, pp. 465-488.

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ción, al mismo tiempo que se tiende a corregir los problemas de base originados por las estructuras económicas y políticas y que fueron objeto del recetario monetarista: enfoque sub-sidiario del Estado y libertad de mercados (en la esfera eco-nómica), reformulación del marco laboral, reforma y privati-zación de la seguridad social, reformas constitucionales, etc. (en la esfera institucional). En este sentido, tanto Chile como Uruguay (desde 1973) y Argentina (desde 1976), a pesar de sus respectivas especifidades nacionales, comparten los rasgos de radicalización político-económica. En palabras de A. Foxley, todos los casos contienen “un origen monetarista, cualquie-ra que haya sido el grado en que incorporaron elementos no ortodoxos al conjunto concreto de medidas”560. Chile sería, por tanto, un test casi puro de un experimento de laboratorio planteado por el neoliberalismo. Sin perjuicio de un posterior análisis más pormenorizado sobre la propuesta/práctica de un programa de estabilización como el aquí apuntado para Chile, Argentina y Uruguay, advirtamos, con A. Ferrer, que estos países presentan, a la hora de valorar su política econó-mica, numerosas diferencias estructurales: tamaño, grado de industrialización, capacidad y diversificación exportadora, peso sectorial relativo, etc. De igual forma, los tres casos mos-trarían características diversas sobre la ejecución del programa de estabilización adoptado: rigor y ritmo del ajuste, las restric-ciones internas, los condicionantes sociopolíticos y la filiación filosófico-económica, confesada o no, que justificó cada fase de los experimentos neoliberales561.

No obstante, más allá de cualquier singularidad nacional, los tres casos muestran evidentes concomitancias, de forma y fondo, y una común servidumbre al credo monetarista-neoli-beral dominante562, lo que facilita una presentación conjunta

560 A. Foxley: “Políticas de...”, art.cit., pp. 17 y ss.561 Cf., al respecto, A. Ferrer: “Política económica comparada: el monetarismo en Argentina y Chile”, Anales de la Academia Nacional de Ciencias Económicas de Argentina, vol. XXV, 1980, pp. 74-96.562 A pesar de las confusiones y/o reiteraciones que se pudieran atribuir a esta expresión, la utilizamos con las reservas anteriormente enunciadas: monetarismo-neoliberalismo, en cuanto instrumentación político-económica básica y filosofía económica que subyace en los actuales programas de estabilización ortodoxa de América Latina.

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del modelo, cuyos mitos y realidades, -al decir de A. Aranci-bia- han generado una amplia literatura563.

Si existiera un elemento inicial de concordancia, éste, sin duda, sería la justificación a partir de una caótica situación previa a la adopción del modelo, ya fuera por la evolución histórica o las condiciones inmediatas generadas por la polí-tica económica de la Unidad Popular, en Chile, la decadencia de los últimos gobiernos peronistas, en Argentina, o el pano-rama progresivamente desestabilizador, en Uruguay564. Pero, ahora, el ‘desorden’ no se percibirá a la manera tradicional cuando una casuística coyuntural exige una respuesta a corto plazo, sino que las autoridades económicas que auspician el modelo de apertura ven, en el caos, la “consecuencia inevita-ble de una larga acumulación de errores que había alejado a cada país de la racionalidad económica”565. Ello produjo, ló-gicamente, recomendaciones sobre el nuevo rumbo a tomar por la política económica enfrentada a problemas de mag-nitud cualitativamente superior al diagnóstico tradicional:

563 Aparte de las obras y artículos ya mencionados, y sin afán exaustivo, cf., A. Ferrer: “Monestarismo en el Cono Sur: el caso argentino”, Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio 1982, pp. 109-115; J. Schvarzer: Martinez de Hoz: la lógica política de la política económica, CISEA, Buenos Aires, 1982; J.V. Sourrouille: Política económica y procesos de desarrollo. La experiencia argentina entre 1976 y 1981, CEPAL, Santiago de Chile, 1983; R. Ffrench-Davis: “Monetarismo y recesión: elementos para una estrategia externa”, Pensamiento Iberoamericano, nº 4, julio-diciembre 1983, pp. 171-180; L. Macadar: Uruguay 1974-1980: ¿Un nuevo ensayo de reajuste económico?, CINVE, Montevideo, 1982; Instituto de Economía: Un reajuste conservador, Fundación Cultura Universitaria, Montevideo, 1978; A.P. Ribas: Inflación, la experiencia argentina 1976-1980, Ed. El Cronista Comercial, Buenos Aires, 1980; y el número monográfico de Problemes d’Amerique Latine, nº 66, cuarto trimestre 1982, con artículos de, entre otros, J. Brasseul (“Le regain du libéralisme économique en Amerique Latine (1973-1981)”, pp. 9-42), R. Ffrench-Davis (“L’essai de politique monétariste au Chili”, pp. 44-72) y A. Canitror (“Ordre social et monétarisme en Argentine”, pp. 74-101).564 Cf., al respecto, J. De Torres Wilson: Diez ensayos sobre la historia uruguaya, Ed. La Banda Oriental, Montevideo, 1973; A. Mattelart y otros: Chile bajo la Junta. Economía y sociedad en la dictadura militar chilena, Ed. Zero, Bilbao, 1976; A. Ferrer: Crisis y alternativas de la política económica argentina, FCE, Buenos Aires, 1977; A. Canitrot: La viabilidad económica de la democracia: un análisis de la experiencia peronista, 1973-1976, CEDES, Buenos Aires, 1978; A. Ferrer: La economía argentina, FCE, Buenos Aires, 1980; A. Barros Lémez: “Clase media. El falso modelo uruguayo”, Nueva Sociedad, nº 49, julio-agosto 1980, pp. 30-43; M.H.J. Finch: A Political Economy of Uruguay since 1870, Macmillan, Londres, 1982; M. Puchet: “Una historia concreta del Uruguay contemporáneo”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 3, marzo 1982, pp. 315-318; y G. Cosse: “Acerca de la democracia, el sistema político y la movilización social: el caso del ‘ruralismo’ en Uruguay”, Estudios Rurales Latinoamericanos, vol. 5, nº 1, enero-abril 1982, pp. 77-100.565 Como lo expresa A. Ferrer: “El monetarismo en Argentina y Chile”, Comercio Exterior, vol. 31, nº 1 y nº 2, enero y febrero 1981, pp. 3-13 y pp. 176-192, respectivamente, correspondiendo la cita a p. 4 de la primera parte del artículo.

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el monetarismo global dirigido hacia la reprivatización y la transnacionalización566.

El patrón de acumulación propuesto al efecto se asentará en los cuatro pilares que ya hemos comentado extensamente: apertura económica, liberación de mercados, privatización de las actividades y nuevas pautas de concentración de la renta y la riqueza. La extensa literatura consultada confirma que, con diverso grado de profundización, la triple experiencia mone-tarista en el Cono Sur se reafirma en dichos pilares567. Proce-de, sin embargo, las siguientes matizaciones para cada uno de ellos.

566 Diversos autores confirman ese carácter restructurador, global, de la triple experiencia monetarista en el Cono Sur. Algunos comentarios ilustrarán esta posición.Para A. Ferrer, la predominancia de cierto tipo de políticas coyunturales durante cualquiera de las fases del programa de estabilización en Argentina, implantado en abril de 1976, no correspnde a cinco políticas económicas distintas, como fases hubo, sino a varias tácticas que responden a una estrategia unitaria, porque “el gobierno estuvo insistiendo en repetidas ocasiones durante el período 1976-1979, en la modificación de los precios relativos y en la reasignación de los recursos conforme lo que se concebía como las ventajas comparativas o, más bien, naturales de la economía argentina”, (“La economía argentina 1976-1979”, Economía de América Latina, nº 5, segundo semestre 1980, p. 184).No obstante, L. Geller reitera la necesidad de diferenciar la fase primera del proyecto autoritario de las demás, por cuanto en ella los objetivos inmediatos eran la fractura del movimiento obrero, la redefinición del rol del Estado y la constitución de un excedente relativo para la expansión de empresas y sectores privilegiados por el enfoque monetarista-neoliberal, en un marco de restructuración a largo plazo basado en un nuevo patrón de acumulación que adquiere sus apoyos en la medida que profundiza en la reprivatización, la apertura externa y la transnacionalización (“Argentina. La ofensiva del 76”, Economía de América Latina, nº 3, 1979, pp. 147-169, esp. pp. 157-8).El caso chileno y uruguayo son similares. Según A. Foxley, y para Chile, “a la ortodoxia estabilizadora inicial, que correspondía en términos gruesos al tipo de recomendaciones técnicas del Fondo Monetario Internacional, se fue crecientemente sobreimponiendo una readecuación radical en el modo de funcionamiento de la economía. De las políticas de estabilización se pasó a los cambios estructurales y de éstos a las modernizaciones, las que constituyen según sus autores nada menos que una agenda de cambios revolucionarios en Chile” (“La economía chilena: algunos temas del futuro”, Estudios CIEPLAN, nº 6, diciembre 1981, pp. 177-8).De manera parecida se presenta el proyecto autoritario en Uruguay. Cf., al respecto, J.M. Quijano: “Uruguay: balance de un modelo friedmaniano”, Comerci Exterior, vol. 28, nº 2, febrero 1978, pp. 173-186; y D. Astori: “La política económica vigente en Uruguay: reajuste interno y reinserción internacional”, Economía de América Latina, nº 6, primer semestre 1981, pp. 123-146.567 Especialmente en el caso chileno que, como dijimos, es un ejemplo paradigmático de implantación del modelo en cuestión y de su creciente radicalización político-económica. Aparte de la bibliografía referenciada anteriormente, serán de interés para nuestro trabajo las siguientes obras y artículos: C.J. Valenzuela: “El nuevo patrón de acumulación y sus precondiciones. El caso chileno: 1973-1976”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 9, septiembre 1976, pp. 1010-1024; S. Bitar: “Libertad económica y dictadura política. La Junta Militar Chilena, 1973-1978”, Comercio Exterior, vol. 29, nº 10, octubre 1979, pp. 1067-1082; A. Bastias: “Chile 1973-1980. La nueva estrategia de desarrollo y su aplicación”, Comercio Exterior, vol. 30, nº 9, septiembre 1980, pp. 974-983; y S.F.: “La situación económica de Chile. Los resultados de un tratamiento de shock”, Información Comercial Española, nº 564-5, agosto-septiembre 1980, pp. 131-136; T. Moulian y P. Vergara: “Estado, Ideología y Políticas Económicas en Chile: 1973-1978”, Estudios CIEPLAN, nº 3, 1980, pp. 65-120; A. Arancibia: “Chile: mitos y realidades del proyecto autoritario”, Economía de América Latina, nº 7, 1981, pp. 169-195; A. Foxley: “Experimentos neoliberales en América Latina”, Estudios CIEPLAN, nº 7,

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1. El nuevo modelo cuestiona el tipo de crecimiento apoyado en América Latina, proponiendo una vía trazada por la racio-nalidad económica que asigne los recursosconforme a la es-trategia de ventajas comparativas reveladas por el sistema de precios internacional567. Es imprescindible, en consecuencia, abrir el mercado de bienes y el mercado financiero a la esfera internacional, convirtiendo las economías periféricas en ‘to-madoras de precios’.

2. La racionalidad tiene solamente un centro regulador: el mer-cado. El será la ‘geografía natural’ donde se dispongan los re-cursos convenientemente. Por tanto, en cumplimiento de esa fundamental función, debe contar con las máximas facilida-des, otorgadas por la apertura, para la ‘recepción’ de señales (precios) internacionales y con la máxima libertad requerida para que no distorsione las ‘señales’ internas.

3. La exigencia del mínimo estatal, en tercer lugar, en activi-dades productivas y redistributivas del Estado, apelando al enfoque subsidiario, marcará las pautas de distribución y con-centración del ingreso y la riqueza acordes con el mercado. En otro términos, la distribución y concentración del ingreso será

marzo 1982, pp. 5-166; y AA.VV.: Modelo económico chileno: trayectoria de una crítica, Ed. Aconcagua, Santiago de Chile, 1982.También en Argentina el enfoque ortodoxo de estabilización-restructuración contempla esas cuatro área. Para A. Ferrer, el programa económico de abril de 1976 considera que “el mercado debe asignar los recursos productivos y distribuir el ingreso entre los agentes de la producción, la empresa privada debe encabezar el desarrollo y el Estado cumplir una función subsidiaria, la economía debe abrirse a la competencia internacional y especializarse conforme a las ventajas comparativas (...), la inflación debe frenarse mediante la reducción del gasto público y el déficit fiscal y el crecimiento del gasto nominal contenerse mediante una política monetaria rigurosa” (“La economía argentina al comenzar la década de 1980”, Trimestre Económico, nº 192, 1981, p. 812).Cf., además y para el caso argentino: M. Botzman, E. Lifschtz, y M.R. Renzi: “Argentina. Autoritarismo, librecambio y crisis en el proceso actual”, Economía de América Latina, nº 2, 1979, pp. 127-154; A. Canitrot: “La disciplina como objetivo de la política económica. Un ensayo sobre el programa económico del gobierno argentino desde 1976”, Desarrollo Económico, vol. 19, nº 76, enero-marzo 1980, pp. 453-475; A. Canitrot: “Teoría y práctica del liberalismo. Política anti-inflacionaria y apertura económica en la Argentina, 1976-1981”, Desarrollo Económico, vol. 21, nº 82, julio-septiembre 1981, pp. 131-189; M. Mora y Araújo: “El liberalismo, la política económica y las opciones políticas”, Desarrollo Económico, vol. 21, nº 83, octubre-diciembre 1981, pp. 391-400; CIDAMO: “Argentina: economía y política en los años setenta”, Cuadernos Políticos, nº 27, enero-marzo 1981, pp. 35-48; G. Hillocoat: “Notas sobre la evolución reciente del capitalismo argentino”, Economía de América Latina, nº 9, 1982, pp. 151-175.Respecto al caso uruguayo, además de los artículos ya citados, cf., M. Rimez: “Las experiencias de apertura...”, art.cit., esp. pp. 113-124.568 Cf., al respecto, A. Ferrer: “Política económica comparada...”, art.cit., p. 79.

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resultado lógica de la ‘eficacia relativa’ de cada agenteeconó-mico, atomizado, individualizado, y no del ‘poder relativo’ de cada clase social o del influjo redistributivo del Estado.

4. El enfoque subsidiario adoptado por el monetarismo global es extremo: no sólo impide la beligerancia estatal en el área de la redistribución sino que exige la reprivatización de las activi-dades productivas y/o asistenciales encomendadas al Estado por el modelo reformista, limitando el activismo, en el pleno sentido del término, a las tareas reproductivas que represen-ten un beneficio para el sector privado (desde la infraestructu-ra viaria hasta la represión social).

Los proyectos autoritarios en cuestión son, en consecuencia, la culminación -en la periferia latinoamericana- de las desvia-ciones y tentaciones ideológicas del liberalismoAhora, como sucedió en 1848 o en la década de los treinta, laevolución del liberalismo consustancial con el sistema muestra sus raíces ‘progresivamente autoritarias’ en cada fase de adaptación a las crisis. Si el bonapartismo, el fascismo o nazismo europeo fue-ron, en su tiempo, los patrones de dominación, actualmente, en América Latina, la solución propuesta fue el ‘fascismo de-pendiente’ con una opción implícita de política económica: el nuevo credo monetarista-neoliberal que expone irónicamente P. Huneeus569:

“Creo que Adam Smith vive, que Keynes murió y que Marx fue una pesadilla.

Creo en ellos mientras crean en nosotros.Creo que la Economía es una ciencia exacta.Creo que los sociólogos son una peste y los

pobres un mal negocio.Creo en los precios internacionales, los salarios

nacionales y en los zapatos argentinos”

569 P. Huneeus: “El nuevo credo de eficientismo o cómo ser economista a la medida de Pinochet”, Comercio Exterior, vol. 30, nº 9, septiembre 1980, p. 973.

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Como tal credo, necesita dogmas y sacerdotes. Entre los primeros, destaquemos el dogma de mercado y el de la libertad económica. Recordando la afirmación de D. Wall (“...en ausencia de lo contrario, el mercado sí funciona”)570, existe, en el discurso de fondo del triple experimento, una auténtica sublimación del dogmatismo de mercado571, que se expondría, como hace A. Foxley, de la siguiente manera: “Sólo el mercado garantizaría simultáneamente la racio-nalidad como base del comportamiento y la libertad, en tanto ausencia de coacción. De acuerdo a esta visión (...) la sociedad ideal consistiría en una en la cual el conjunto de las instituciones sociales se guiara por principios de deci-sión semejantes a los del mercado, y el Estado se limitara a tareas de defender el orden y la seguridad nacional”572 Sin embargo, las relaciones entre democracia y mercado no poseen la correspondencia clara que pretenden los moneta-ristas-neoliberales del Cono Sur, planteando serias interro-gantes sobre la naturaleza del mercado573. A. Di Filippo574, ejemplo, subraya que la clave del proceso de democrati-zación no radica en la esfera del intercambio sino en las pautas de distribución del ingreso, ya que el ejercicio del poder económico, en la esfera privada, en contra de la vo-luntad mayoritaria de la sociedad es necesario concentrar la propiedad de aquella parte del ingreso personal desti-nado al consumo. De esta forma, concluye el autor, “...la democratización del mercado depende centralmente de la distribución personal del ingreso (...). La teoría económica neoclásica escamotea esta conclusión al no analizar el trán-sito decisivo desde la distribución funcional a la distribu-ción personal del ingreso”575. En realidad, el problemático binomio democracia-mercado resuelto por los monetaris-tas en la dirección de ‘libertad económica ahora, democra-

570 Cf., D. Wall: “Introduction” a Chicago Essays…, op.cit., p. xv.571 En palabras de A. Arancibia: “Chile: mitos y ...”, art.cit., esp. pp. 172 y ss.572 A. Foxley: “Chile. Perspectivas económicas”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, p. 414.573 Cf., por ejemplo, M. Castro y F. Rodríguez: “¿Es democrático el mercado chileno?”, Mensaje, nº 299, junio 1981, pp. 250-5.574 Cf., A. di Filippo: “Mercado y democracia”, Trimestre Económico, nº 197, enero-marzo 1983, pp. 245-267.575 Ibid., pp. 265-6.

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cia después’576, es una propuesta que solapa la cuestión de la legitimidad de situaciones de facto porque, como señala M. Zañartu, “parallegar al extremo de su lógica, los ideó-logos debían haberpropiciado también la liberación de las trabas para incorporar al trabajo al sector ‘infantil’, con lo cual se habríarecuperado casi completamente las idílicas condiciones detrabajo de un David Copperfield en la épo-ca de la revolución industrial de la Gran Bretaña Manches-teriana”577, de la que Ch. Dickens fue, sin duda, un lúcido ‘historiador’.

Los sacerdotes que apuntalan el dogma y monopolizan el anatema son el producto, ya ampliamente descrito, de la alianza entre el proyecto militar, expuesto en la Doctrina de la Seguridad Nacional, y una tecnocracia educada en (o se-guidora de) la Escuela de Chicago y sus talleres de análisis latinoamericano578. De una u otra forma, los responsables del área económica en los programas de estabilización con voca-ción restructuradora, como los implementos en el Cono Sur, son, o han sido, discípulos de dicha escuela579. Este hecho, según A. Ferrer, es muy patente en Chile pero más difuso en Argentina y Uruguay, ya que, por declaraciones expresas o funciones encomendadas, los monetaristas son reducidos (pero no relegados) a tareas monetarias en los respectivos bancos centrales580. En este sentido, como hemos comenta-do, el protagonismo ejecutivo de confesos economistas mo-netaristas-neoliberales hacen del caso chileno un ejemplo radical del enfoque. Otra cuestión fundamental del modelo implantado en el Cono Sur, fue la conquista de la hegemo-nía581. Si el Estado, en toda la evolución del liberalismo, trató

576 Cf., C.F. Díaz-Alejandro: “Economía abierta y política cerrada”, art.cit., sobre esta expresión.577 Cit. in A. Arancibia: “Chile 1973-1978: la vía chilena...”, art.cit., esp. p. 106 nota.578 Cf., al respecto, A. Gunder Frank: Capitalismo y genocidio económico, op.cit.; y “Genocidio económico en Chile. Segunda carta abierta a Milton Friedman y Arnold Haberger”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 12, diciembre 1976, pp. 1444-1453.579 Entre los que se cuentan nombres tan significados como J. Cauas (Ministerio de Hacienda) y S. de Castro (Ministerio de Economía), en Chile; J.A. Martinez de Hoz (Ministerio de Economía), W. Klein (Secretaría de Coordinación Económica) y A. Diz (Banco Central), en Argentina; y A. Vegh Villegas (Ministerio de Economía), en Uruguay.580 ”El monetarismo en Argentina y Chile”, art.cit., primera parte, esp. p. 5.581 Como indica A. Arancibia: “Chile: mitos y ...”, art.cit., esp. pp. 174 y ss.

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de legitimar sus acciones y su propia existencia como una de sus preocupaciones fundamentales, en el nuevo proyecto autoritario aplaza esa necesidad en la medida que, por una parte, funda su legitimación en los posibles resultados del modelo de política económica y, por otra, se fortalece sola-mente arrasando sus raíces.

Por eso, todas y cada uno de los regímenes militares que op-tan por el aperturismo monetarista-neoliberal… “le confiere al derecho y a la legalidad un sentido completamente diferen-te, a la vez que ‘renuncia’ a cualquier forma de legitimación que no sea la libertad económica formal: ni directamente -a través de las instituciones políticas tradicionales del Estado-liberal- ni tampoco indirectamente, al negarse como sujeto económico activo y como ente normativo y asistencial”582.

En este sentido, si entendemos por ‘constitución económi-ca’o políticas de ordenación al conjunto de concepciones fundamentales del Estado respecto a la propiedad privada, la libertad de comercio e industrias, la libertad de contra-tos, la naturaleza y grado de intervención del poder públi-co en la economía, el grado de iniciativa individual de los agentes económicos y la protección jurídica de esos dere-chos y libertades583, no puede sorprendernos que los inten-tos de reconstrucción de la institucionalidad de los países del Cono Sur en estudio (como, por ejemplo, la propuesta constitucional chilena de marzo de 1981)584, demuestren lo poco que queda, en América Latina, de los principios clá-sicos de legitimación del Estado Liberal, en cualquiera de

582 R.O.W.: “Chicago en Santiago. El poder invisible”, Mensaje, nº 301, agosto 1981, pp. 416-7.583 Como definen A. Jacquemin y G. Schrans: Le Droit Economique, P.U.F., París, 1974, pp. 64 y ss.; y R. Brañes Ballesteros: “Chile: la nueva constitución económica. Los modelos constitucionales neoliberales”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 1, enero 1982, pp. 36-42.584 Fecha que coincide con un excelente análisis-balance del modelo económico por parte de A. Pinto: “El modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, “Apertura al exterior” y “La inflación y el modelo ortodoxo”, publicados en Mensaje, nº 297, marzo-abril 1981, pp. 104-9; nº 298, mayo 1981, pp. 176-181; nº 299, junio 1981, pp. 256-9, respectivamente, y publicados en un artículo unitario más extenso, bajo el título de “Chile: el modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, Trimestre Económico, nº 192, octubre-diciembre 1981, pp. 853-902.Esta coincidencia, si lo es, sugiere y estimula la comparación entre el proyecto constitucional en discusión y la situación real de la economía chilena, después de ocho años de ‘milagro económico’ y de deprimentes resultados que se tratan de apuntalar a través de una nueva institucionalidad.

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sus variantes históricas (Estado de Derecho, Estado Social de Derecho, Welfare State), y lo mucho que se refleja de las pretensiones organicistas y situacionistas del neoliberalis-mo. Con esta aparente sorpresa se juzgaron, en su día, los resultados negativos de los referendums uruguayos, en un intento postrero del régimen militar en materializar consti-tucionalmente una ordenación fiel al proyecto autoritario. No sorprende que, para ciertos autores, los regímenes de fascismo dependiente de la Década Negra (1973-1982) en América Latina constituyen experiementos geoestratégi-cos585 que implican perspectivas críticas586 pero, también al rol que cumplen los economistas como contrapunto o partícipes de la legitimación de ejercicio de situaciones de fuerza en el Cono Sur latinoamericano587.

Por eso, como sostiene A. Schneider, el mantenimiento del Estado de emergencia fue indicativo de la incapacidad de cada régimen militar del Cono Sur para encontrar un esquema político que implicase la participación de otros sectores sociales que no fueran los incondicionales de partida. En este sentido, la oposición al modelo de apertura económica y a las veleidades del monetarismo global impidieron, también, un desarrollo normal del modelo con cierta autonomía derivada de la lógica interna del proyecto. Las autoridades económicas, entrenadas doctrinalmente en los supuestos de la economía como una ciencia libre de juicios de valor y neutral en términos de ideología, tienen dificualtes en “incorporar en el análisis económico las cuestiones políticas e ideológicas (...). En esta óptica “concluye Schneider, “la representación integral de los intereses de clase tiene un nivel de definición genérico

585 ”Que se trata de experimentos”, nos dice A. Foxley, “en el sentido que la palabra se usa en ciencias naturales, no cabe duda alguna” (“Cinco lecciones de la crisis actual”, Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, p. 162).586 P. Meller: “La reflexión crítica en torno al modelo económico chileno”, Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 125-136.587 Cf., H. Cortés Douglas: “Teoría, economistas y política económica”, Boletín Económico, Universidad Católica de Chile, nº 5, enero-marzo 1983; y, del autor, “Políticas de estabilización en Chile: inflación, desempleo y depresión, 1975-1982”, Cuadernos de Economía, nº 60, 1983, pp. 149-175.

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y, por lo tanto, el acomodo político del régimen resulta de una complejidad inmanejable e incierta”588.

Para algunos autores convencionales, las políticas de econo-mía abierta son apropiadas y que la apertura, bien dosifi-cada, puede usarse con éxito en la lucha contra la inflación, permaneciendo todo lo demás constante”589. No es difícil per-cartarse de que el ceteris paribus propuesto es una cláusula lo ‘suficientemente holgada’ como para garantizar la lógica del aserto590 pero limitándolo a la consideración de una úni-ca variable. Desafortunadamente, la realidad es más com-pleja y, en cualquier caso, la experiencia disponible acerca de la aplicación del modelo en el Cono Sur exige, por nues-tra parte, un esfuerzo adicional que dé cumplida cuenta de dos cuestiones esenciales: las implicaciones del modelo en tér-minos de costos sociales y el debilitamiento del aparato productivo en que culmina todo el proceso de restructuración. Existen varias consideraciones sobre la determinación de las fases que acotan cada uno de los modelos monetaristas implanta-dos en el Cono Sur. Para el caso de Chile, Moulián y Vergara proponen tres períodos principales: 1973-1975 (instalación militar, gradualismo inicial y perfil de cambios restructura-dores), 1975-1976 (política de shock) y 1976-1978 (quiebra de las expectativas de salarios e inflación, profundización en los cambios estructurales). Para Foxley, para el caso la-tinoamericano en general, distingue entre políticas inicia-les de liberalización, tratamiento de shock, contención de presiones de costos y precios, y monetarismo en economía abierta. Por su parte, L. Séller tras una exhaustiva revisión de fuentes oficiales (Boletín Semanal, Ministerio de Econo-mía, Argentina, de julio 1976 a septiembre 1978), observa dos fases en la implementación del modelo en Argentina: una, que implica la adecuación de los requisitos previos y, otra posterior, que atiende a los elementos de un nuevo pa-

588 Schneider: “Chile. Un análisis crítico del desarrollo del sistema financiero”, Economía de América Latina, nº 4, marzo 1980, pp. 144-5.589 H. Cortés Douglas: “Políticas de estabilización...”, art.cit., p. 171, subr. Nuestro.590 Cf., al respecto, M. Blaug: La metodología de la economía, Alianza Ed., Madrid, 1985, esp. pp. 98-9.

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trón de acumulación En este sentido, independientemente de la fase concreta del programa de estabilización imple-mentado591, del ritmo de ejecución provocado -desde el gra-dualismo argentino al tratamiento de ‘shock’ chileno592- y de las singularidades nacionales, se aprecia que los efectos adversos, en ambas direcciones, son compartidos en todo el Cono Sur.

Apertura en el Cono Sur y costes sociales.

Aunque separemos de nuestro balance la irracionalidad y la violencia desbordada con que se implantó el modelo en los tres casos, es decir, los resultados de la represión social generalizada y de la ‘guerra sucia’, no por eso los costes sociales dejan de ser muy significativos. Ni el milagro económico chileno, entre 1973 y 1981, pudo hacer olvidar el precio de su implementación. En ocho años de política económica monetarista, Chile presenta un expediente autosatisfactorio: caída del ritmo de inflación del 1.000 al 30 por ciento, incremento del PNB cifrado en un 8 por ciento anual y un significativo superávit de la balanza de pagos, a tenor del aumento de las exportaciones no tradicionales y de una masiva afluencia de crédito externo593. Pero el milagro chileno por antonomasia, como lo fueran en menor medida los de Argentina y Uruguay, fue un producto momentáneo de recuperación económica periférica con elevados costos

591 Según T. Moulián y P. Vergara (“Estado, Ideología y Políticas Económicas en Chile: 1973-1978”, art.cit., esp. pp. 69 y ss.),). De opinión similar es A. Foxley (“Experimentos neoliberales en América Latina”, art.cit.), (“Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 157 y ss.). Cf., además, S. Moya, M. Pérez y D. Solda: “Política económica abril-1976 marzo-1981. Una experiencia fallida”, Realidad Económica, nº 42, 1981, pp. 29-45.592 Respecto al tratamiento de shock de la política económica monetarista en Chile, A. Pinto escribe que los resultados de la atenuación inflacionaria fueron más importantes por su contrapartida negativa (aumento del desempleo en un veinte por ciento de la población activa, caída del producto nacional en doce puntos y fuerte crisis industrial) que por los puntos en que remitió la inflación. “En otras palabras”, concluye A. Pinto, “la receta de Chicago resultó más dañina que un cuadro de ‘guerra civil larvada’, como se ha denominado a la situación tumultuosa de 1973” (“Chile: el modelo ortodoxo y el desarrollo nacional”, art.cit., p. 856).Sobre el gradualismo argentino, cf., por ejemplo, los comentarios de M. Botzman y otros: “Argentina. Autoritarismo, librecambio y crisis en el proceso actual”, art.cit., esp. pp. 134 y ss.; E.A. Bilder: “La actual coyuntura económica argentina”, Nueva Sociedad, nº 51, noviembre-diciembre 1980, pp. 47-58; y, finalmente, el mismo programa económico de abril de 1976 cuyas medidas en cinco áreas (inflación, agricultura, industria, energía y sector externo) fueron reproducidas por Información Comercial Española, nº 562, junio 1980, pp. 163-4.593 Cf., al respecto, J.P. Arellano y R. Cortázar: “Del milagro a la crisis: algunas reflexiones sobre el momento económico”, Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, pp. 43-60.

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sociales. Por una parte, remitiéndose al caso chileno, es muy dudosa la existencia de un proceso de crecimiento sostenido en cuanto observamos que la tasa de inversiones es tres puntos menor que la lograda en la década de los sesenta (18.5 por ciento)594. Ese fenómeno limita considerablemente la capacidad de proyección a largo plazo del crecimiento. De igual forma, la entrada de capital financiero no se dedicó a la inversión en proyectos de infraestructura ni en sectores productivos generadores de divisas595. Por otra parte, si bien es cierto que la atenuación del proceso inflacionario fue el único resultado brillante del tratamiento de ‘shock’, no fue menos importante el hecho de que dicho logro se basó en el desempleo (hasta alcanzar un 15 por ciento de la fuerza laboral), la congelación y, en muchos casos, el retroceso de los salarios reales (que representaban, en 1980, el 75 por ciento de su valor real en 1970) y el deterioro en la distribución del ingreso596.

A pesar de la retórica monetarista-neoliberal, el mercado de trabajo, en la realidad, no es en absoluto un mercado libre donde se encuentran las partes ‘soberanas’. La intervención del gobierno en la fijación del salario nominal no sólo descarta que éste pueda ser una ‘señal’ del mercado guiado por la eficiencia sino que, a medio plazo, se convierte en un ‘dato’ más de la política económica597.

De igual forma, la tasa de desempleo no será en el modelo una variable significativa para la determinación de los salarios nominales, hecho este cuya relevancia se manifiesta cuando observamos que las políticas de estabilización suponían, de al-gún modo, un enfoque tipo Phillips Como dice J.M. Quijano, “algún monetarista uruguayo, entusiasmado con las obras clá-sicas del s. XIX, vaticinó que con el descenso del salario real se reduciría el desempleo. Lamentablemente, Uruguay es buen

594 Ibid., p. 45.595 Cf., al respecto, A. Foxley: “Experimentos neoliberales...”, art.cit., esp. pp. 137 y ss.596 Ibid., p. 59, esp. cuadro 15, donde Foxley cita a R. Ffrench-Davis: “Indice de precios externos y valor real del comercio internacional en Chile”, Notas Técnicas, nº 15, 1979.597 R. Cortázar denomina a esta hipótesis como ‘modelo centralizado’ que confirmaría en una de sus investigaciones (“Políticas de reajustes y salarios en Chile: 1974-1982”, Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 45-64.

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ejemplo de lo que hace muchos años se sabe: que el salario real en descenso no es incompatible con el desempleo sino, más bien, que ambos marchan de la mano”598. Si añadimos los errores de cómputo estadístico, como el caso chileno, que infravaloran la inflación y, en consecuencia, generan una in-dexación incorrecta, podremos concluir, con R. Cortázar, que los fallos estadísticos del INE chileno constituyeron uno de los más decisivos factores para el milagro económico monetaris-ta. Como indica R. Cortázar, los salarios nominales se ajusta-ron mediante cálculos erróneos del Indice de Precios Oficial al Consumidor, en 1973 y en el bienio 1976-8. Por ejemplo, en estos dos años de referencia, la indexación fue defectuosa a partir de una inflación estimada de casi el doble a la computa-da oficialmente. Las autoridades económicas de Uruguay, en cambio, denunciaron que las estadísticas sobre salarios reales, facilitadas por organismos oficiales, no reflejaban con preci-sión la situación real del mercado de trabajo, bajo el supues-to, discutible, de que el salario real computado se refiere a los aumentos de remuneraciones aprobados por el gobierno, son niveles mínimos que los empleadores pueden superar599. Y la situación del mercado de trabajo, el empleo y la evolución de los salarios reales, fue similar tanto en Argentina600 como en Uruguay601. Abundemos más en estos casos.

Tras cinco años de experimento monetarista neoliberal, los salarios reales cayeron de tal modo en Uruguay que, en 1979, su capacidad adquisitiva representaba un 62 por ciento del que tenía diez años antes y aún menos si la comparación se efectúa con el promedio de salario base real de 1971. De igual forma, el desempleo se agravó en dicho período, do-blando la tasa de desocupación de Montevideo a la existen-te en 1972 (7.7 por ciento). Es más, como sostiene D. Astori,

598 “Uruguay: balance de un modelo friedmaniano”, art.cit., p. 179 nota).599 “Salarios nominales e inflación: Chile 1974-1982”, Estudios CIEPLAN, nº 11, diciembre 1983, pp. 85-111 y “La política económica vigente en Uruguay: reajuste interno y reinserción internacional”, art.cit., pp. 143-4).600 Cf., L. Geller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 162 y ss.601 Cf., S.F.: “En el círculo vicioso del estancamiento y la inflación”, art.cit., pp. 121 y ss.; y D. Astori: “La política económica vigente...”, art.cit., pp. 141 y ss.

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las cifras de paro crecerían de modo significativo si se ana-lizaran otros procesos, como el emigratorio, que inciden en el mercado de trabajo. En este sentido, el autor señala que “las cifras comentadas –a pesar de sus niveles- no ilustran en toda su dimensión las repercusiones desequilibrantes del proceso económico en este ámbito. Ello se debe a que a partir de la primera mitad de los años sesenta comenzó a gestarse en Uruguay un proceso de emigración que hasta 1975 había comprendido un volumen total de, por lo menos, 250 a 300 mil personas (...) La mayor parte de este proceso se explica por la situación laboral interna y, desde el punto de vista de la problemática referida al mercado de trabajo, ha significado –indudablemente- una exportación de la desocupación”602. Sobre estos problemas, a título indicativo, podemos que el salario real, en Uruguay y con datos de la Dirección Gene-ral de Estadísticas y Censos, tuvo la siguiente evolución de índices: 100 (1968), 116 (1971), 94.3 (1973), 80.2 (1976) y 62.6 (1979). Respecto a la tasa de desocupación en Montevideo, como dijimos, se pasa de un desempleo de la población acti-va del 7.7 por ciento (1972) al 13 por ciento (1977), con datos de la misma Dirección General calculados por encuestas para el primer semestre de cada año.

La evolución del salario real en Argentina fue, hasta 1960, de crecimiento desigual pero con una clara congelación durante la administración militar de Onganía (1966) posteriormente reasumida a partir de 1972. No obstante, la caída del mismo a lo largo de los primeros años de experimento monetarista es de evidente gravedad. En términos generales, y considerando a 1960 como año base, el salario real de un peón representaba un índice 129.1, en 1974, y 36.6 en 1978; es decir, la capacidad del salario real era menos de un tercio del conseguido sola-mente cuatro años antes603. Respecto al desempleo, las auto-ridades económicas presentan el caso del Gran Buenos Aires (capital federal y partidos colindantes) como uno de los logros

602 “La política económica vigente...”, ibid., p. 138).603 Cf., FIDE: Coyuntura y Desarrollo, 1979, Anexo II, pp. 29-30, cit. In L. Geller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., p. 162 esp. cuadro 7. Cf., además, P. Gerchunoff y J. Llach: “El nuevo carácter del capitalismo en Argentina”, Desarrollo Económico, nº 60, enero-marzo 1976, p. 630.

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del modelo, con tasas de desocupación, entre 1974 y 1978, que no varían más allá del 3.4 al 4.8 por ciento604.

Realmente, como advirtieron ya varios autores, los datos no son en absoluto representativos de nada, a no ser la desidia (o el interés) en presentar estadísticas donde la muestra de referencia así como la metodología peculiar utilizada invalidan cualquier análisis sobre el desempleo en Argentina. De esta forma, los niveles de desocupación del Gran Buenos Aires, entendido como capital federal y partidos colindantes, son menores que en otras regiones del país. Por otra parte, la metodología de las encuestas considerada desocupada a toda persona que, durante la semana de referencia, buscara trabajo y no lo hallara o quien no haya trabajado ni siquiera una hora durante dicha semana. Esta insólita concepción del ‘parado’, según las encuestas, coincide con una reducción del 10 por ciento, desde 1974 a 1978, de la fuerza de trabajo potencialmente activa, ya sea por emigración forzosa, por desaliento, por la marginalización y actividades por ‘cuenta propia’, etc605. La concentración de ingresos y riqueza que propicia la política económica del modelo aperturista es otro de los considerables costos sociales que hacíamos mención al principio. Dicha tendencia tiene dos destinos principales: favorecer a los sectores de ingreso medio-alto y facilitar la acumulación de los grandes conglomerados privados.

Al efecto, A. Foxley constata que:

“...la tendencia a la concentración resulta tam-bién de la prolongación del proceso estabili-zador caracterizado por la permanencia de fuertes desequilibrios en los mercados. Estos desequilibrios hacen más agudos los proble-mas de acceso desigual a la información y a

604 Cf., Boletín Semanal, Ministerio de Economía, 19.III.1979, p. 5.605 Cf., al respecto, Boletín Semanal, Ministerio de Economía, ibid., y los comentarios críticos de L. Séller: “Argentina. La ofensiva del 76”, art.cit., pp. 163-4; E.C. Schposnik y J.M. Vacchino: “Argentina: ¿fracaso de un ministro o de un sistema?”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 1, enero 1982, pp. 2-13, esp. pp. 11; y A. Ferrer: “La economía argentina 1976-1979”, Economía de América Latina, nº 5, segundo semestre 1980, pp. 182 y ss.

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otros recursos escasos como el crédito, el capi-tal extranjero, etc.”…”...el poder sobre el mer-cado de los productores más grandes y acen-túa las ventajas de los grupos que poseen una situación inicial de liquidez, riqueza o ingreso favorable. Allí debe buscarse el origen de la concentración económica que la aplicación de esas políticas genera”.

La conclusión, termina Foxley, sería que

“...las políticas de estabilización y la prolonga-da estanflación que las acompañan terminan siendo funcionales a la reasignación del exce-dente requerida por el proyecto de reestruc-turación de la sociedad, que constituye parte integral de los procesos de ‘normalización’ autoritaria”606.

La tendencia hacia la concentración del modelo aperturista, sin duda, es un corolario lógico que se desprende de la escala de prioridades adoptadas por la política económica de sig-no monetarista-neoliberal. Ello deviene de la aparente neu-tralidad del modelo que selecciona, con carácter prioritario, a la inflación relegando, al mismo tiempo, los objetivos de empleo y recuperación salarial a un segundo plano607. Por lo tanto, uno de los resultados consecuentes del monetarismo y de las políticas de libre mercado asociadas a él consiste en el efecto regresivo en la distribución de la renta y, en los ca-sos en que se dispone de pruebas empíricas, queda asimismo en evidencia que los activos tienden a la concentración como consecuencia de las políticas de estabilización, según indica A. Foxley608.

606 A. Foxley: “Inflación con recesión: las experiencias de Brasil y Chile”, Trimestre Económico, nº 188, 1980, pp. 978-9.607 Cf., al respecto, R. Cortázar: “Chile: resultados distributivos 1973-1982”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 9, octubre-diciembre 1983, pp. 369-392.608 A. Foxley: “Las políticas de estabilización neoliberales: lecciones de la experiencia”, Trimestre Económico, nº 199, julio-septiembre 1983, pp. 1299-1318, correspondiendo la cita a p. 1306.

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Si la concentración del ingreso y la riqueza, cualquiera que el enfoque utilizado (personal, funcional, regional, etc.), es un fenómeno diáfano en Chile, no lo es menos en los otros dos casos de referencia que merecen una larga nota al respectoSi el significado del proyecto político-económico implantado en Argentina, en 1976, es, en síntesis,

“...un agudo proceso de concentración y centralización de capitales, eliminación de importanes sectores burgueses de la compe-tencia capitalista, fortalecimiento de la gran burguesía monopolista en las distintas formas de existencia del capital (comercial-indus-trial-financiera), políticas de puertas abiertas para el capital extranjero, libre circulación de mercancías y fuerza de trabajo...”

(CIDAMO: “¿Argentina, economía y política en los años setenta?”, art.cit., p. 41).

Entonces,

“...en su conjunto, la Argentina comenzó a girar hacia un modelo elitista de sociedad, con un sector de altos ingresos y el resto de la población marginada de todo tipo de con-fort. En este sentido, se tiende a transformar la economía del país en un tipo de subdesarro-llo clásico” (E.A. Bilder: “La actual coyuntura económica argentina”, art.cit., p. 53).

Cf., asimismo, G. Hillcoat: “Notas sobre la evolución reciente del capitalismo argentino (1976-1981)”, Economía de América Latina, nº 9, 1982, esp. pp. 158 y ss.

Para el caso uruguayo, las notas son similares. Como escribe D. Astori, los datos específicos sugieren dos características en los años recientes:

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“...por un lado, una agudización de las dife-rencias relativas entre los salarios correspon-dientes a los cargos más altos de jerarquía y calificación, y aquellos que perciben las perso-nas ubicadas en los estratos inferiores desde los puntos de vista señalados, por otra parte y simultáneamente, una relación bastante di-recta entre el rango de esa estratificación de ingresos y el tamaño de la empresa” (“La polí-tica económica vigente...”, art.cit., p. 144). Cf., asimismo, J.M. Quijano: “Uruguay: balan-ce...”, art.cit., pp. 178 y ss.

Como señala el mismo D. Astori, para los tres casos, los pro-cesos de concentración, redistribución de la renta y la riqueza, así como la diferenciación salarial son

“...coherentes con el carácter esencialmente con-centrador del modelo vigente, que además de apoyarse en una comprensión genérica de los salarios, origina esta diferenciación de las re-muneraciones y la estimula especialmente al interior de las empresas con más alto nivel de acumulación. Es interesante observar que este rasgo ha sido común a otros modelos concen-tradores de la región latinoamericana, como el brasileño –especialmente durante la década comprendida entre mediados de los sesenta y los setenta-, el chileno y el argentino. Por otra parte, ésta es también una forma de comple-mentar la percepción de la redistribución regre-siva del ingreso desde el ángulo del mercado de trabajo. Así, no sólo la erosión generalizada de los salarios ha sido funcional a dicha redistribu-ción, sino también la diferenciación y la estrati-ficación comentadas precedentemente”609.

609 “La política económica vigente...”, ibid., p. 144).

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No obstante, la aparente neutralidad técnica de la políti-ca económica monetarista fue realmente ‘discrecional’ por cuanto no sólo afectó negativamente a los estratos de ingreso inferiores sino que, también, reforzó la consolidación de los grandes conglomerados privados y favoreció su creciente in-fluencia política y económica. Los ‘grupos económicos’ son, al decir de algún especialista, los nuevos protagonistas del desarrollo en un triple aspecto610: a) controlan progresiva-mente la propiedad de activos industriales, bancos y finan-cieras; b) son los agentes que dinamizan la restructuración interna y las nuevas modalidades de inserción internacional; y c) monopolizan la relación con los bancos transnacionales, controlando el grueso del flujo de crédito y el destino de la deuda externa.

Ante este orden de cosas, y si aceptamos la afirmación de A. Pinto sobre que “el objetivo prioritario de toda política eco-nómica es la satisfación de las necesidades básicas -materia-les y culturales- de la población”611, se requiere un inmediato y profundo cambio de estilo de desarrollo al servicio de la consecución de los equilibrios económicos y la reconstitución de la base productiva dañada, en términos de Pinto, por el populismo conpiscuo de la ortodoxia monetarista. De ello dependerá no sólo el asentamiento sino, también, la repro-ducción de un orden democrático612. He aquí una razón más para sustentar las ventajas de una redistribución equitativa del ingreso y la riqueza.

Apertura en el Cono Sur y debilitamiento del aparato productivo.

Abrir la economía y promocionar las exportaciones fueron, como ya expusimos, dos de las recomendaciones más impor-

610 Cf., A. Foxley: “Hacia una economía de libre mercado: Chile 1974-1979”, Estudios CIEPLAN, nº 4, noviembre 1980, p. 36.611 Cf., al respecto, A. Pinto: “Consensos, disensos y conflictos en el espacio democrático popular”, Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 113-124, esp. p. 118.612 Cf., además, F. Dahse: Mapa de la extrema riqueza. Los grupos económicos y el proceso de concentración de capitales, Ed. Aconcagua, Santiago de Chile, 1979; P. Meller: “Una reflexión crítica en torno al modelo económico chileno”, Estudios CIEPLAN, nº 10, junio 1983, pp. 125-136; y R. Ffrench-Davis: “El experimento monetarista en Chile: una síntesis crítica”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 90, julio-septiembre 1983, pp. 163-196.

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tantes de las políticas de estabilización basadas en el modelo de apertura. Pero, como sostiene R. Ffrench-Davis, de la mis-ma manera que existió una etapa ‘fácil’ de sustitución de im-portaciones también se produce tal circunstancia en los pri-meros tramos de la apertura, con resultados positivos pero coyunturales. Superada dicha fase, “el resultado fue un nivel notablemente bajo de inversión y de utilización de la capa-cidad instalada y de la fuerza de trabajo”613. Este proceso de deterioro es compartido por los casos argentino y uruguayo. Para el caso argentino, A. Dorfamn escribe lo siguiente:

“...la industria argentina atraviesa por la crisis más profunda de su historia. En ella debe dis-tinguirse dos tipos de causas de distinto origen, significado y trascendencia, que se entrelazan entre sí de variadas maneras. Unas, de carácter estructural, se relacionan con la composición y el peso relativo de las ramas que la integran así como la naturaleza del cambio tecnológico que se propaga por todo el sector. Las otras, de índole coyuntural, la afectan con extraordina-ria intensidad desde hace más de un lustro y se manifiestan en cambios estructurales radicales, la consolidación de un concentrado poder mo-nopólico, y la desarticulación y regresión del proceso por el cual se establecieron importantes industrias argentinas, lo que ha promovido la desnacionalización de las empresas y el poderío creciente del capital transnacional”614.

Si, esquemáticamente, se pudiera representar el estilo mone-tarista y neoliberal de los programas de estabilización aquí comentados a partir de un sumatorio compuesto por la libe-

613 ”El experimento monetarista en Chile...”, art.cit., pp. 179-181.614 “La crisis estructural de la industria argentina”, Revista de la CEPAL, nº 23, agosto 1984, p. 127. Cf., asimismo, J. Schvarzer: “Cambios en el liderazgo industrial argentino en el período de Martínez de Hoz”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 91, octubre-diciembre 1983, pp. 395-422.Para el caso uruguayo, cf., J. Millot, C. Silva y L. Silva: El desarrollo industrial del Uruguay, Universidad de la República, Montevideo, 1973; y A. Ricaldeni y otros: El régimen de promoción industrial, F.C.U., Montevideo, 1975.

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ración del comercio exterior, la política anti-inflacionista, los cambios de restructuración y el proyecto autoritario implíci-to en la propuesta, observaríamos, con P. Vergara, que las re-percusiones que tiene sobre la estructura económica interna son, a medio plazo, netamente negativas y representadas en la escasa capacidad para generar empleo, como vimos, en el lento ritmo de expansión industrial y en un aumento signi-ficativo de la vulnerabilidad del desarrollo interno respecto a los sacrificios impuestos por el modelo de apertura615. El caso chileno es ejemplar y la evolución de la política aran-celaria y el libérrimo tratamiento de las inversiones directas y/o los movimientos de capital financiero ilustra la relación entre las líneas maestras de la apertura y el estancamiento de las principales macromagnitudes industriales. Veamos, por lo tanto, la evolución de los índices de producción industrial, de empleo en el sector y el peso relativo del mismo respecto al producto global, desde la implantación del proyecto hasta la crisis del llamado ‘milagro chileno’:

INDICES (1970=100) 1973 1974 1975 1976 1977 1978 1979

Producción 106.2 107.3 82.1 92.2 100.7 110.9 120.0

Empleo 113.4 110.5 100.1 92.7 92.2 92.1 91.1

Industria/PNB (%) 25.3 23.7 19.4 19.9 20.6 21.0 21.1

============================================

Fuente: ODEPLAN y R. Ffrench Davis: “Liberalización de las importaciones: la experiencia chilena en 1973-1979”, Estudios CEIPLAN, nº 4, noviembre 1980, p. 58.

En definitiva, la vía aperturista de integración plena al merca-do mundial no logró reconvertir el aparato industrial interno ni satisfacer el objetivo de crecimiento económico propuesto prioritariamente en el modelo. La desprotección al produc-to interno fue, sin embargo, máxima. En Chile, de una tasa

615 Cf., al respecto, P. Vergara: “Apertura externa y desarrollo industrial en Chile 1973-1978”, Estudios CIEPLAN, nº 4, noviembre 1980, pp. 79-117. Para una excelente panorámica del proceso de industrialización en América Latina y los problemas actuales, cf., F. Fajnzlber: La industrialización truncada de América Latina, Ed. Nueva Imagen, México, 1983.

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arancelaria promedio del 94 por ciento (y llegando a un por-centaje de 500 para algunos productos importados) en 1973, se pasa a otra del 38 por ciento, en 1976, para quedar esta-blecida en una tarifa única del 10 por ciento, en 1979. Argen-tina, por su parte, tiene una evolución arancelaria. El ritmo de crecimiento apenas supera, al comienzo de la década de los ochenta, los de Chile, Uruguay y Haití616. Uruguay, otrora considerado la ‘Suiza de América’, es presentado, tres años después del golpe militar, como el ‘Hong Kong’ latinoameri-cano617.De cualquier forma, el debilitamieto del aparato pro-ductivo industrial de los países que adoptaron una política económica como la aquí descrita no puede responsabilizarse a la apertura como un fenómeno unitario. Al respecto, O. Muñoz propone diferenciar, con razonado criterio a nuestro entender, entre apertura comercial y apertura financiera618. Sin que ello impida un posterior análisis de la influencia de la apertura sobre la quiebra del sistema financiero nacional, para los tres casos. Es necesario destacar, en este momento, el rasgo distorsionador -en términos industriales- de la evolu-ción del tipo de cambio real y la conformación de un merca-do de divisas como la propuesta por el modelo619.

La apertura financiera, íntimamente relacionada con la apertura comercial y el crecimiento de los sectores produc-tivos de bienes exportables, profundiza los desequilibrios (y las contradicciones) entre los tipos de interés y las tasas de retorno del capital. En otros términos, la apertura financie-ra al exterior fomenta la sustitución de ahorro interno y las inversiones productivas por ahorro externo e inversiones meramente especulativas. Este proceso es negativo en un doble aspecto. En primer lugar, alimenta la separación en-tre la esfera real y la financiera de la economía en cuestión.

616 Como señalan E.C. Schaposnik y J.M. Vacchino: “Argentina: ¿fracaso de un ministro o de un sistema?”, art.cit., p. 7.617 Al respecto, escribe J.M. Quijano, “...Uruguay –dijo en 1976 un monetarista nativo- tiene que ser el Hong Kong de América Latina. Muchos se rieron. Quizá porque no sabían que Hong Kong es uno de los grandes centros de maquila mundial” (“Uruguay: balance...”, art.cit., p. 186).618 O. Muñoz: “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta: el caso chileno 1976-1981”, Estudios CIEPLAN, nº 8, julio 1982, pp. 19-41.619 A. Foxley: “Experimentos neoliberales...”, art.cit., esp. pp. 137 y ss.

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En segundo lugar, alienta el endeudamiento creciente del sector real. Esta situación fue definida, gráficamente, como ‘procesos de apertura financiera que no se materializan en chimeneas fabriles’620.

El caso uruguayo es muy representativo al respecto. La acumulación de activos financieros lograda en moneda extranjera y pagando altos tipos de interés provoca, primero, una significativa elevación de la deuda externa uruguaya, difícilmente soportable por una economía de dimensiones reducidas y de una frustrada potencialidad, y, segundo, la acumulación financiera no se ha traducido en una acumulación paralela de activos reales porque: “a) la caída de la demanda interna desestimula la inversión interna; b) la expansión apoyada en la demanda externa parece estar confinada a un grupo muy reducido de industrias; c) el alto rendimiento de los activos financieros los convierte en más rentables que la inversión en activos físicos”621.

Si, en nuestras reflexiones anteriores abordamos el deterioro del tejido industrial de los países mencionados, no ha sido menor el debilitamiento del sector agrario. Chile, también, por el peso relativo a la agricultura, por su tradición y pasado inmediato es un caso paradigmático. No es ajeno al proceso, el hecho incuestionable de que, tras las experiencias de Cuba y Nicaragua, Chile vivió una reforma agraria más allá de la simple reordenación de tierras. Al decir de C. Kay, “la radical reforma agraria del gobierno de la Unidad Popular (1970-1973) ha sido la más extensa y rápidamente ejecutada en América Latina. Trágicamente, Chile ofrece también un ejemplo de la más profunda contrarreforma agraria de América Latina, como resultado de la victoria de las fuerzas contrarrevolucionarias en aquel infausto 11 de septiembre de 1972”622.

620 Cf., al respecto, M.C. Tavares: Da substitução de importações ao capitalismo financeiro, Ed. Zahar, Río de Janeiro, 1972.621 ”Uruguay: Balance...”, art.cit., p. 186.622 C. Kay: “La política agraria del gobierno militar de Chile”, Trimestre Económico, nº 191, 1981, p. 567.

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Pero, a nuestro juicio, el proyecto monetarista neoliberal no sólo descansa en la ‘contrarreforma’ agraria, como una res-puesta autoritaria a la política económica de la Unidad Popu-lar, sino que tiene un programa para el sector que manifiesta claramente su filosofía económica623. Tres principios se obser-varn en la propuesta: privatización, desaparición del soporte financiero y técnico del Estado y, por último, la exclusión po-lítica y social del campesinado624.

¿Qué ha ocurrido con el ‹milagro agrario› de la Junta Mili-tar chilena? En primer lugar, el retroceso de la contrarreforma se fundamentó por la vía de la represión social abierta625. En segundo lugar, suprime las agencias de apoyo al sector y las políticas de precios subsidiados alproductor y/o consumidor. En tercer lugar, reprivatiza, infravalorando la compensación, la mayor parte de las empresas agroindustriales, la cadena de frigoríficos, las empresas de comercialización, exportación, de fertilizantes y semillas, así como de la empresa estatal SEAM que rentaba maquinaria agrícola a tarifas subsidiadas. En suma, el enfoque subsidiario extremo,en el sector agrario, sig-nifica que “...la economía política del Estado está volviendo a la situación existente antes de la crisis de los años treinta”626.

El sometimiento a la regla de hierro de las ventajas compara-tivas y a la competitividad internacional acrecentó los efectos adversos del enfoque subsidiario en el agro, deprimiendo al sector, en términos de producción y productividad, y pro-mocionando nuevas pautas de diferenciación económica y social. El modelo de apertura reorienta la agricultura hacia las exportaciones, abandonando las producciones tradicio-

623 Sobre el presente tema existe una copiosa literature. Cf., entre otros, F. Gil y otros: Chile 1970-1973. Lecciones de una experiencia, Tecnos, Madrid, 1975; G. Martner: Chile. Los mil días de una economía sitiada, Universidad Central, Caracas, 1975; S. Bitar: Transición, socialismo y democracia, Siglo XXI, México, 1979; y G. Martner: “Salvador Allende y la dirección económica durante la Unidad Popular”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 21, septiembre 1980, pp. 25-7.624 Cf., al respecto, “Transformaciones de las relaciones de dominación y dependencia entre terratenientes y campesinos en Chile”, Revista Mexicana de Sociología, nº 2, mayo-agosto 1980, pp. 751-797; J. Crispi: El agro chileno después de 1973: expansión capitalista y campesinización pauperizante, GIA, Santiago de Chile, 1980; y R. Rivera: “Chile 1973-1983. Un decenio de liberalismo en la agricultura”, Comercio Exterior, vol. 34, nº 11, noviembre 1984, pp. 1109-1120.625 “Transformaciones de las relaciones...”, art.cit., pp. 584 y ss.626 Ibid., p. 586.

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nales (cereales, ganadería) por plantaciones frutales y silví-colas que requieren costosas inversiones y un largo período de maduración del capital invertido. En consecuencia “la di-námica de la acumulación de capital será diferente (...). Así, pues, son, sobre todo, los agricultores exportadores quienes se estén capitalizando, intensificando su producción y utili-zando mano de obra asalariada”627.

De igual forma, como sostiene M. Buxedas, la ejecución de la ‘nueva’ política agropecuaria de Uruguay permite advertir el cercano parentesco, a través del discurso neoliberal, con las experiencias de Chile y Argentina628. El autor, partiendodel programa agrario inagurado por el gobierno militar en 1978, resalta tres consecuencias negativas de la praxis político-eco-nómica en el sector: primero, el incremento de la vulnerabi-lidad ante las fluctuaciones del comercio internacional; se-gundo, la tendencia regresiva del ingreso en sudistribución sectorial y persona; tercero, el sesgo exportador imprimido en la asignación de recursos margina la gravitación del mer-cado interno y concentra las energías económicas en una ac-tividad (agroexportación) de reducida capacidad de genera-ción de empleo629.

Esta situación se agrava si consideramos la especial estructu-ra de la propiedad de la tierra en Uruguay: mediante diver-sos lazos familiares, sólo 200 familias controlan la propiedad del 25 por ciento de la tierra, estrechando las relaciones con la gran banca nacional, la agroindustria, el sector exportador y el capitalismo financiero internacional. El caso argentino, por su parte, presenta un proceso630 similar de reprivatización y concentración a los anteriormente mencionados631...

627 En palabras de A. Pinto: “Chile: el modelo ortodoxo...”, art.cit., pp. 869 y ss. Cf., asimismo, C. Kay: “La política agraria...”, art.cit., pp. 596-7.628 Cf., M. Buxedas: “Uruguay. Nueva política y acumulación en la agricultura”, Economía de América Latina, nº 3, 1979, pp. 185-205.629 Cf., al respecto, D. Astori: Latifundio y crisis agraria en el Uruguay, Ed. Banda Oriental, Montevideo, 1971; y DINACOSE: Investigaciones sobre la problemática agropecuaria, Ed. Hemisferio Sur, Montevideo, 1976. En torno a la agricultura y el empleo, cf., asimismo, D. Glauzcue y D. Astori: Estilo de desarrollo, mercado de trabajo y evolución demográfica, CIEDURPISPAL, Montevideo, 1981.630 Cf., V. Trías: Reforma agraria en Uruguay, Ed. El Sol, Montevideo, 1958.631 Cf., entre otros, H. Giberti: “Precios e ingresos del sector agrario”, Realidad Económica, nº 44, 1981, pp. 33-35.

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Quisiéramos referirnos, por último, a un tema ya anunciado anteriormente y que aquí expondremos brevemente por las conexiones que existen entre el debilitamiento del aparato productivo, en los casos de referencia, y la crisis financie-raprovocada por la adopción de políticas monetaristas y de apertura. Como vimos en su momento, el sector financiero es considerado, desde la perspectiva neoliberal de la teoría del desarrollo, como un factor que contiene el impulso ne-cesario para arrastrar el crecimiento económico en los paí-ses subdesarrollados. Este tipo de argumentos utilizados por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA)632, institu-ciones vinculadas con un enfoque convencional del desarro-llo, fueronasumidos, aunque con cierta moderación, por la misma CEPAL. En 1974, este organismo consultivo cree que el desarrollo de unaintermediación financiera diversificada provee de los medios de transferencias de recursos adecua-dos hacia los sectores deficitarios de capital, mejorando, en consecuencia, la eficiencia general del sistema económico633. Lo cierto es que la expansión financiera en el Cono Sur, desde 1973, no sirvió a ninguno de los objetivos de desarrollo que, a priori, le daban sentido. El acelerado crecimiento del sector financiero sin una base productiva real desemboca, lógica-mente, en una hipertrofia del sector y en una introversión de funciones limitadas al ámbito financiero. A partir de enton-ces, el creciente peso relativo de los servicios financieros se fundamenta en meros movimientos de capital de tipo espe-culativo, al juego cambiario y en la gestión de movimientos de capital desde el exterior.

En suma, fue este sector el eslabón más débil del modelo de apertura monetarista-neoliberal. Su existencia era más necesaria en la medida en que separaba continuamente la esfera real de la economía del campo financiero, como si

632 Cf., por ejemplo, VV.AA.: La movilización de recursos financieros internos en América Latina, Banco Interamericano de Desarrollo, Lima 1971; y J. Olcese Fernández: La intermediación financiera y la inversión institucional, CEMLA, México, 1981.633 Cf., al respecto, CEPAL: El desarrollo reciente del sistema financiero en América Latina, F.C.E., México, 1974.

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éste tuviere vida propia y un crecimiento autónomo. Por eso, el anuncio de la crisis financiera, en los tres países en cuestión, era una confesión dederrota del proyecto au-toritario y una constatación delagotamiento del modelo propugnado. En otras palabras, la quiebra financiera re-presentó una de las salidas por la que emergió el cúmulo de contradicciones generadas por una opción de política económica incapaz de compatibilizar ágilmente el mone-tarismo interno y la apertura irrestricta hacia el exterior, por cuanto el carácter endógeno de la oferta monetaria no se corresponde con los requerimientos de economía abier-ta634. El caso chileno es, otra vez, ejemplar. En el contexto de creciente déficit de cuenta corriente, la economía chile-na soporta, a partir de 1979, fuertes alzas de los tipos de interés internacionales y de los tipos de interés real cobra-dos internamente por la gran banca. Ello provocó un des-mesurado aumento de los gastos financieros de las empre-sas –especialmente los grandes conglomerados formados con el apoyo privilegiado de la política económica-, cuya quiebra en cadena arrastra a numerosas instituciones ban-carias y estimula la tendencia, igualmente perjudicial, a colocar activos a corto plazo, en actividades especulativas y sin trasunto productivo635.La filosofía económica neoli-beral del modelo no fue, enabsoluto, óbice para el último tramo de la crisis financiera (anticipando, también, la crisis del modelo), sino, más bien, la demostración palpable del verdadero significado del enfoque subsidiario extremo. De esta forma, se constata un fenómeno aparentemente para-dójico: el protagonismo de la intervención estatal en orden a la asunción de los compromisos de empresas y bancos nacionales liquidados, responsabilizándose el Estado ante

634 Según la opinión de R. Zahler: “Repercusiones monetarias y reales de la apertura financiera al exterior. El caso chileno: 1975-1978”, Revista de la CEPAL, nº 10, abril 1980, pp. 137-163. Cf., asimismo, R. Carranza: “Ventajas e inconvenientes de la apertura externa”, Realidad Económica, nº 42, 1981, pp. 84-92.635 Cf., al respecto, A. Schneider: “Chile. Un análisis crítico del desarrollo del sistema financiero”, Economía de América Latina, nº 4, marzo 1980, pp. 135-160. Una excelente descripción, a pesar de su brevedad, de la crisis financiera de 1981, en J.P. Arellano y R. Cortázar: “Del milagro a la crisis: algunas reflexiones sobre el momento económico”, art.cit., pp. 43-60; y A. Foxley: “Cinco lecciones de la crisis actual”, art.cit., pp. 164 y ss.

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los acreedores internos y externos, como acaeció en Chi-le636, en Argentina637 y en Uruguay638.

Este último comentario, a nuestro juicio, tiene una gran im-portancia por cuanto explica, en el marco de esta investi-gación, el cómo y el por qué el Estado, en el Cono Sur que adoptó políticas monetaristas y de apertura, y primó, en la realidad, el enfoque subsidiario y la reprivatización indiscri-minada, está seriamente comprometido en el problema de la deuda externa de América Latina.

Ahí radica una de las confusiones más graves sobre el parti-cular porque, si bien es cierto que la deuda externa de estos tres países de referencia alcanzó, en el año de crisis finan-ciera interna, aproximadamente 62.000 millones de dólares, representando casi un 20 por ciento de la deuda total lati-noamericana, ese monto fue inferior, por ejemplo, a la deu-da mexicana o brasileña, 81.000 y 75.000 millones de dólares respectivamente. Pero estos dos últimos casos el estilo de endeudamiento fue diametralmente distinto al practicado en el Cono Sur. Por eso, creemos nosotros, no existe un proble-ma de la deuda externa latinoamericana sino, por lo menos, dos: la deuda de aquellos países que adoptaron una política económica con fuerte ascendencia estatal y que se invierte, en gran parte, en faraónicas obras de infraestructura (Bra-

636 Para tener una idea aproximada de los nuevos compromisos del Estado de Chile, véanse los siguientes datos relativos a la deuda financiera total de bancos liquidados, intervenidos e inspeccionados oficialmente, al ocho de noviembre de 1982:

COMPROMISOS FINANCIEROS (Mill. Dólares)

TIPO DEUDA CORTO PLAZO LARGO PLAZO TOTAL

Deuda externa 1122.5 3034.8 4157.3

Deuda interna 293.7 263.0 556.8

Deuda total 1416.2 3267.9 4714.1

Fuente: P. Rozas: “La crisis actual del sistema financiero chileno”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, pp. 121 y 123.

637 Para el caso argentino, cf., L. Séller: “Argentina: redefiniciones tácticas del capital financiero”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 21, septiembre 1980, pp. 27-28; y R.B. Fernández: “La crisis financiera argentina: 1980-1982”, Desarrollo Económico, vol. 23, nº 89, abril-junio 1983, pp. 79-67.

638 Para el caso uruguayo, cf., J.M. Quijano: “Uruguay: balance de...”, art.cit., pp. 176 y ss.

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sil) o en la industria petrolera (México) y la deuda externa de aquellos países que optaron por políticas monetaristas y neoliberales que no sólo no se ha invertido productivamente sino que, además, ha servido para una artificial superviven-cia del modelo implementado cuyos efectos, en términos de costos sociales y debilitamiento del aparato productivo he-mos analizado...

En consecuencia, un enfoque realista sobre alternativas al in-sostenible problema del endeudamiento externo en América Latina debe contemplar esos dos estilos. Sin embargo, por las mismas razones con que relacionamos la opción moneta-rista neoliberal con un determinado estilo de endeudamiento externo son las que nos guían para matizar, en lo que sigue, la conexión entre una salida equitativa y democrática a la crisis provocada por una década de monetarismo en el Cono Sur639 y una solución posible, transitoria o definitiva, al problema de la deuda. El ‘azote’ monetarista640 no fue, en modo alguno, fenómeno exclusivo del Cono Sur latinoamericano. Afectó, en diverso grado, a la política económica de Perú, Colom-bia, Honduras y Ecuador, entre otros641. Fue, no obstante, en Chile, Argentina y Uruguay donde se materializó como monetarismo global, en un proyecto político y económico de largo alcance. El agotamiento del modelo, afortunadamen-te, hace innecesario reproducir los sombríos resultados a los que llegaría a medio plazo, según el ejercicio de prospectiva presentado por S. Bitar642. Pero el agotamiento, también, re-

639 Véanse las convergencias de opinión entre R. Prebisch: “El retorno a la ortodoxia” y E.V. Iglesias: “Angustias frente al ‘Qué Hacer”, ambos publicados en Pensamiento Iberoamericano, nº 1, enero-junio 1982, pp. 73-78 y pp. 79-84, respectivamente.640 Como lo denomina N. Kaldor en Le Fléau du monétarisme, op.cit.641 Para los distintos casos, cf., entre otros, M. Lajo: “Desarrollo económico peruano. Del Plan Inca al Plan Túpac Amaru”, Comercio Exterior, vol. 28, nº 2, febrero 1978, pp. 197-205; J. Iguiñiz: “Perú: democracia y neoliberalismo en tensión”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 39, marzo 1982, p. 27; y, del último autor, “Perspectivas y opciones frente a la crisis”, Pensamiento Iberoamericano, nº 4, julio-diciembre 1983, pp. 15-44; I. Parra Peña: “Comentarios sobre la corrección monetaria en Colombia”, Comercio Exterior, vol. 26, nº 9, septiembre 1976, pp. 1042-1047; A. García: “Los límites del modelo liberal de crecimiento económico. Análisis de la experiencia colombiana” , Estudios Sociales Centroamericanos, nº 26, mayo-agosto 1980, pp. 103-130; J. Silva Colmenares: “Particularidades y efectos del neoliberalismo en Colombia”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 6, junio 1982, pp. 608-620; A. Hernández: “La utopía neoliberal como respuesta al subdesarrollo hondureño”, Revista Centroamericana de Economía, nº 11, mayo-agosto 1983; y G. Ortiz Crespo: “Neoliberalismo autoritario y encrucijada social”, Economía y Desarrollo, nº 9, julio 1985, pp. 1-20.642 S. Bitar: “Chile 1990: Adónde conduciría el modelo ultraliberal”, Nueva Sociedad, nº 53, marzo-abril 1981, pp. 65-74.

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quiere la proposición de fórmulas alternativas y estrategias de desarrollo futuro.

En primero lugar, y como indica O. Muñoz, “desde el pun-to de vista político, el modelo y sus mecanismos de ajuste automáticos son esencialmente contradictorios con la de-mocratización del país, por cuanto sólo puede sustentar-se en una alianza entre los grupos de poder financiero y la banca internacional”643. En segundo lugar, la posibilidad de “alteración de la despiadada e irracional desigualdad dis-tributiva impuesta por la dictadura monetarista”, opina A. Pinto644, reafirmaría el asentammiento y reproducción de un orden democrático. O viceversa, como sostiene A. Gurrieri: “...la desigualdad económica y social y la falta de democra-cia suelen aparecer tan unidas que podría afirmarse que el establecimiento de una sociedad más igualitaria requiere un sistema político más democrático”645. En tercer lugar, es en este marco, a nuestro juicio, donde se debe situar la segunda parte de nuestro objeto de investigación: la deuda externa latinoamericana; porque si la entrada de capitales foráneos (en inversiones directas y financieras) coadyuvó, en alguna forma, al proceso de crecimiento histórico de la región, no es menos cierto que la deuda, a partirde 1973, financió su crisis. En consecuencia, mientras no selogre una solución viable y mínimamente costosa del endeudamiento, los procesos de democratización y de satisfaciónde las necesidades básicas

643 “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta: el caso chileno 1976-1981”, art.cit., p. 37.644 “Consensos, disensos y conflictos...”, art.cit., pp. 118 y ss.; y R. Lagos: “Crisis, Ocaso Neoliberal y el Rol del Estado”, Pensamiento Iberoamericano, nº 5, primera parte, enero-junio 1984, pp. 165 y ss.645 Democracia y políticas neoliberales, op.cit. Cf., asimismo, y para los tres casos, a A. Pinto: La crisis social chilena: trasfondo, conflictos y consensos para la redemocratización, Ed. Vector, Santiago, 1981; A. Foxley y otros: Reconstrucción económica para la democracia, CIEPLAN, Santiago, 1983; y A. Ferrer: Nacionalismo y Orden Constitucional, FCE, México, 1981. El mismo A. Ferrer abre uno de sus artículos (“Las grandes perspectivas económicas de la Argentina”, Información Comercial Española, nº 562, junio 1980, pp. 19-24) con una significativa frase del Quijote que expresa el optimismo de la reconstrucción en aquellos países, como los que aquí analizamos, que sufrieron la política y la economía del proyecto autoritario: “...de aquí se sigue que, habiendo durado mucho el mal, el bien está ya cerca”. Cf., asimismo, IADE: “Lineamientos para un programa de emergencia y reactivación”, Realidad Económica, nº 41, 1980, pp. 4-18.646 Cf., entre otros, a V. Peñarranda: “Concentración económica: mercado de capitales y endeudamiento externo. Algunas líneas de investigación”, Estudios Sociales, nº 23, 1980, pp. 41-60; R. Ffrench-Davis: “El problema de la deuda externa y la apertura financiera en Chile”, Estudios CIEPLAN, nº 11, diciembre 1983, pp. 113-138; A. Ferrer: “La deuda externa: el caso argentino”, Comercio Exterior, vol. 32, nº 12, diciembre 1982, pp. 1338-1345; y J. Schavarzer: “Argentina 1976-1981: el endeudamiento externo como pivote de la especulación financiera”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, pp. 53-78.

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de la población están continuamente bloqueados, amenaza-dos y en entredicho646. En cuarto y último lugar, cualquier al-ternativa político-económica y de democratización de la vida pública, especialmente en los casos de referencia, pasa por una ineludible crítica al discurso monetarista-neoliberal en la periferia latinoamericana y a las propuestas de un modelo de fascismo dependiente (por el método de implantación y las alianzas de clase que los sustentan), monetarista (por su ins-trumentación básica) y neoliberal (por la filosofía económica de fondo), en un diseñode apertura que responde, en lo fun-damental, a la transnacionalización productiva y financiera y a la internacionalización de la política económica647.

A pesar de la tardía descalificación de M. Friedman al mo-delo económico aplicado en Chile y que él mismo inspiró, junto a toda la Escuela de Chicago648, y a la autocrítica de au-tores de prestigio como R. Dornbusch, otrora defensores del modelo pero que han acumulado una sustancial evidencia sobre sus catastróficos resultados649, lo cierto es que la lucha por la ‘desestatalización’ y la libertad de mercados ha sido una de las fuerzas más importantes en la historia última del capitalismo, hasta el punto de que algunos autores, como K. Polanyi, la consideran central en el desarrollo del sistema capitalista650. En este sentido, la crítica no sólo es ineludible sino, también, requisito esencial del cambio. Llegados a este punto, el problema de la deuda externa se nos presenta con un doble aspecto. Por una parte, como una de las consecuen-cias lastrantes de la historia externa e interna del liberalismo en América Latina que superó, en buena medida, la capa-

647 Aparte de las numerosas referencias anteriormente citadas, cf., sobre el particular, S. Lichtensztejn; “Reajuste internacional y políticas nacionales en América Latina”, Pensamiento Iberoamericano, nº 5, primera parte, enero-junio 1984, pp. 223-242; y, sobre la especial incidencia del Fondo Monetario Internacional en estos procesos, R.L. Ground: “Los programas de ajuste en América Latina: un examen crítico de las políticas del F.M.I.”, Revista de la CEPAL, nº 23, agosto 1984.648 Cf., a propósito, S. Bitar: “Friedman pide la salida de Pinochet”, Le Monde Diplomatique (en esp.), nº 39, marzo 1982, p. 26.649 Cf., en especial, R. Dornbusch: “Políticas de estabilización en los países en desarrollo. ¿Qué es lo que hemos aprendido?”, Desarrollo Económico, vol. 22, nº 86, julio-septiembre 1982, pp. 187-201; y E.L. Bacha: “Elementos para una avaliaçao do monetarismo no Cone Sul”. Pesquisa e Planejamento Económico, vol. 13, nº 2, agosto 1983, pp. 489-506.650 Cf., al respecto, K. Polanyi: La Grande Transformation. Aux origines politiques et économiques de notre temps, Ed. Gallimard, París, 1983.

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cidad de adaptación (filosófica, metodológica, científica) de la citada corriente de pensamiento al cambiante mundo real de la periferia. Por otra parte, como una síntesis del proce-so de subdesarrollo de la región. La deuda externa, por los condicionantes e instancias involucradas en América Latina, trasciende la envergadura de su monto y se muestra como un contencioso más de la situación de dependencia histórica, política y económica .

Aquí radica, a nuestro juicio, un nuevo plano de relevancia en torno al problema. Si bien es cierto que, como apreciamos en páginas precedentes, el debate sobre si el modelo mo-netarista- neoliberal podría, en alguna forma, dinamizar la economía del país que lo aplicó, se ha agotado, no es menos importante constatar que su implementación sólo fue posible mediante la represión social interna y abundante capital ex-terno con que se ejerció651. El proyecto autoritario, en el Cono Sur, optó claramente por el modelo de apertura pero éste sig-nifica, en teoría y en la práctica, que las orientaciones de la política económica son determinadas por la acumulación de capital financiero, aún cuando afecten negativamente a los intereses de la mayoría de la población de Chile, Argentina y Uruguay652.

651 Cf., J. Estévez: “Chile derrumbe del neoliberalismo”, Economía de América Latina, nº 10, 1983, p. 113. Cf., asimismo, G. Martner y otros: Dette et Développement, Ed. Publisud, París, 1982.652 En palabras de O. Muñoz: “Crecimiento y desequilibrios en una economía abierta...”, art.cit., p. 37. Para el caso argentino, cf., A. Ferrer: La posguerra. Programa para la reconstrucción y desarrollo económico de la Argentina, El Cid Ed., Buenos Aires, 1982.

Universidad de San Carlos de Guatemala.