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Deliberar con John Dewey: Ciencias sociales y educación

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Deliberar con John Dewey: Ciencias sociales y educación

CoordinadoresJuan Mario Ramos Morales

José Antonio Serrano CastañedaBlanca Flor Trujillo Reyes

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Deliberar con John Dewey: Ciencias Sociales y educaciónCoordinadores: Juan Mario Ramos Morales, José Antonio Serrano Castañeda y Blanca Flor Trujillo Reyes

Primera edición, diciembre de 2015

Mayela Crisóstomo Alcántara Subdirectora de Fomento EditorialDiseño de portada y formación de interiores: Margarita Morales SánchezDiseño de maqueta de portada: Jesica Coronado ZarcoEdición y corrección de estilo: Armando Ruiz Contreras

© Derechos reservados por los coordinadores Juan Mario Ramos Morales, José Antonio Serrano Castañeda y Blanca Flor Trujillo Reyes. Esta edición es propiedad de la Universidad Pedagógica Nacional, Carretera al Ajusco número 24, col. Héroes de Padierna, Tlalpan, cp 14200, México, df. www.upn.mxisbn 978-607-413-216-8

isbn Obra completa 978-607-413-153-6

Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, por cualquier medio, sin la autorización expresa de la Universidad Pedagógica Nacional. Impreso y hecho en México.

LB875D5 Deliberar con John Dewey: ciencias

D4.4 sociales y educación / coord. Juan

Mario Ramos Morales.--México : UPN, 2015. 230 p. (Horizontes educativos) ISBN 978-607-413-216-8 ISBN Obra completa 978-607-413-153-6 I. Dewey, John, 1859-1952 – Crítica e interpretación. I. Ramos Morales, Juan Mario, coord.

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ÍNDICE

INTRODUCCIÓN ....................................................................................11

I. TRADICIONES EN LAS CIENCIAS SOCIALES

CAPÍTULO 1

JOHN DEWEY Y LAS TRADICIONES DE LA FENOMENOLOGÍA,

LA HERMENÉUTICA Y EL PRAGMATISMO ........................................21

José Antonio Serrano Castañeda

Introducción ...............................................................................................22

Diálogo de tradiciones cualitativas ...........................................................23

Las hermenéuticas. El acercamiento a la idea de parte-todo,

la vida, y la reivindicación de los lazos intersubjetivos ............................25

Las fenomenologías, una vuelta de tuerca alrededor del sentido ...........29

Los pragmatismos ......................................................................................34

La experiencia en tanto experiencia estética .............................................38

Senderos de la obra de Dewey ...................................................................42

CAPÍTULO 2

CIENCIAS SOCIALES Y PRAGMATISMO: DEWEY Y WEBER,

DEBATES POSIBLES .................................................................................47

Arturo Ballesteros Leiner

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Deliberar con John Dewey

Introducción ...............................................................................................47

Max Weber, racionalidad y modernidad ...................................................52

John Dewey: experiencia e investigación social ....................................... 66

Conclusiones ..............................................................................................70

CAPÍTULO 3

JOHN DEWEY, LA FILOSOFÍA AMERICANA Y EL PRAGMATISMO

(Apuntes sobre la figura de John Dewey y su idea del papel de la filosofía

en la vida social) .........................................................................................73

Miguel de la Torre Gamboa

La filosofía americana ................................................................................73

El pragmatismo originario ........................................................................76

El pragmatismo de Peirce, antecedente del deweyano .............................77

El pragmatismo deweyano ........................................................................81

La herencia yanky .......................................................................................82

El liberalismo radical .................................................................................84

La reconstrucción de la filosofía ................................................................87

La filosofía: una nueva fe ...........................................................................90

Epílogo ........................................................................................................94

II. TRAYECTORIAS CONCEPTUALES

CAPÍTULO 4

EL LUGAR DEL HÁBITO EN LA EXPERIENCIA ..................................99

Blanca Flor Trujillo Reyes

Presentación ...............................................................................................99

Sobre la naturaleza humana ....................................................................101

Comunidad, experiencia y el lugar de los hábitos ..................................105

El carácter moral de los hábitos y la educación .....................................112

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Índice

CAPÍTULO 5

EFECTOS DE LA NOCIÓN DEWEYANA DE INDAGACIÓN ............119

Juan Mario Ramos Morales

Pragmatismo e indagación ......................................................................121

Pensamiento reflexivo y experiencia .......................................................125

Efectos de la noción de indagación .........................................................127

CAPÍTULO 6

RELEVANCIA DE LA EXPERIENCIA ASOCIADA

Y LO PÚBLICO EN LA EDUCACIÓN...................................................137

Rosa María Torres Hernández

Introducción .............................................................................................137

I ...............................................................................................................138

II ...............................................................................................................144

III ..............................................................................................................153

III. DEWEY Y LO EDUCATIVO

CAPÍTULO 7

ARTE, EXPERIÊNCIA E EDUCAÇÃO: O QUE A MENSURAÇÃO

NÃO PODE MENSURAR .......................................................................161

Marcus Vinicius da Cunha

CAPÍTULO 8

DEWEY: EL MAESTRO Y LA EDUCACIÓN COMO

RECONSTRUCCIÓN CONTINUA DE LA EXPERIENCIA ................183

Miguel Ángel Pasillas Valdez

El movimiento y la educación progresista en Estados Unidos ..............183

La Escuela Activa no es propiamente el ideal deweyano

de educación .............................................................................................188

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Deliberar con John Dewey

La experiencia y el medio ambiente son potencialmente

educadores ................................................................................................193

CAPÍTULO 9

PAUTAS PARA LA FORMACIÓN DE MAESTROS DESDE

LA PERSPECTIVA DEWEYANA ............................................................205

Diana Melisa Paredes Oviedo

El maestro y la investigación ...................................................................205

El maestro y su época: la historia y las materias de estudio ...................208

Los maestros y la agremiación: la pregunta por la libertad de acción .....213

El maestro y la libertad de educación .....................................................217

El maestro y el sistema educativo ............................................................219

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Área Académica 1 Política Educativa,

Procesos Institucionales y Gestión

Dirección de Unidades

Red Sujetos y prácticas educativas en contextos escolarizados

Coordinador de la red: José Antonio Serrano Castañeda

Miembros de la Red:

Dr. Arturo Ballesteros Leiner (upn-Ajusco)

Dra. Ana Cristina Castro do Lago (uneb-Brasil)

Dra. Alma Dea Gloria Cerdá Michel (upn-Ajusco)

Mtra. Carla Carolina Costa da Nova (ufrb-Brasil)

Mtra. María del Socorro Costa e Almeida (uneb-Brasil)

Dra. Gloria Díaz Fernández (ub-España; uaspl, México)

Dr. Epifanio Espinoza Talavera (upn-Acapulco)

Dra. Mónica Gijón Casares (ub-España)

Dra. Verónica Abigail Hernández Andrés (upn-Ajusco)

Dra. María de la Luz Jiménez Lozano (upn-Torreón)

Dr. Felipe de Jesús Perales Mejía (upn-Torreón)

Dr. Juan Mario Ramos Morales (upn-Ajusco)

Dra. Ana Ma. Salmerón Castro (unam-ffyl)

Dr. Juan Carlos Serra (ungs-Argentina)

Dra. Rosa María Torres Hernández (upn-Ajusco)

Mtra. Blanca Flor Trujillo Reyes (upn-Ajusco)

Lic. Francisco Javier Villanueva Badillo (upn-DF Sur)

Este libro es resultado de las reflexiones y discusiones de académi-

cos en el Seminario Interinstitucional de Investigación Trayectorias

conceptuales. John Dewey: experiencia, educación y ciudadanía.

El seminario se llevó a cabo durante 2012 y 2013 con la colabora-

ción de académicos de la Universidad Pedagógica Nacional (Red

spece, cac picse); la Universidad Nacional Autónoma de Méxi-

co (geece, ffyl, fes Iztacala); la Universidad Autónoma de Nue-

vo león (geece, ffyl); la Fundación Universitaria Luis Amigó

(Facultad de Educación, funlam), la Universidade de São Paulo

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(Faculdade de Filosofia, Ciências e Letras de Ribeirão Preto) a tra-

vés de la convocatoria emitida por la Red spece: Sujetos y Prácticas

Educativas en Contextos Escolarizados: construcción de trayecto-

rias. El seminario tuvo su sede en la upn-Ajusco y se retransmitió

vía videoconferencia a Monterrey, Brasil y Colombia.

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INTRODUCCIÓN

En los últimos 11 años, la obra de John Dewey ha sido revitalizada

a través de la reedición o traducción al español de su obra. Tal es

el caso, por ejemplo, de los textos editados por Biblioteca Nueva:

La miseria de la epistemología. Ensayos de pragmatismo, Experiencia y

educación, Mi credo pedagógico, y el más recientemente traducido

al español, Teoría de la valoración: un debate con el positivismo sobre

la dicotomía entre hechos y valores. Aun más, existen referentes espe-

cíficos que datan de décadas atrás (mediados de los años setenta),

para dar cuenta de la actualidad de Dewey.

Además de resonancias del pensamiento deweyano en la obra de

autores influyentes en los campos de la filosofía política, la ciencia

política y la pedagogía, entre otros, la obra del filósofo ha sido ob-

jeto de las más diversas interpretaciones, inclusive opuestas entre

sí. Una de sus nociones que ha dado pie a la discusión en diversos

campos es la de experiencia, que Dewey usa para explicar múltiples

problemáticas y mostrar que la existencia de determinados fenó-

menos depende no sólo de la calidad, sino de la posibilidad misma

de tener una experiencia en el sentido que él concibe.

Después de coincidir en la presentación del texto Democracia y

educación cívica. Lecturas y debates sobre la obra de John Dewey en

2011 y convocados por la Red spece. Sujetos y Prácticas Educativas

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Deliberar con John Dewey

en Contextos Escolarizados: Construcción de Trayectorias, se orga-

nizó el Seminario Interinstitucional de Investigación John Dewey.

Trayectorias conceptuales: experiencia, educación y ciudadanía como

un espacio de discusión y debate de las ideas del autor. El seminario

tiene como objetivo aprehender, en sus sentidos fundamentales, la

perspectiva pragmatista de John Dewey y relacionarla con la pro-

blemática de las ciencias sociales, de la educación, de la moral y la

ciudadanía. El planteamiento es inseparable del concepto mismo

de educación para el filósofo.

El seminario inició en el mes de mayo de 2012, y desde esa fecha

se han llevado a cabo debates en la Universidad Pedagógica Na-

cional (upn) con la participación de estudiosos de la Universidad

de Cádiz, la upn, la Universidad Nacional Autónoma de México

(unam), la Universidad Autónoma de Nuevo León (uanl), la Fun-

dación Universitaria Luis Amigó, la Universidade de Sao Paulo y

la Universidade do Estado da Bahía. El presente libro surge del

análisis, discusión y debate de los académicos de estas institucio-

nes ligados al estudio de las ideas, reflexiones y propuestas de John

Dewey en el ámbito educativo.

A partir de lo presentado por los participantes, hemos organiza-

do los textos que forman parte de esta obra en tres apartados: Tra-

diciones en las ciencias sociales; Trayectorias conceptuales; Dewey

y lo educativo.

La primera sección, Tradiciones en las ciencias sociales, expone

las deliberaciones de José Antonio Serrano Castañeda, Arturo Balles-

teros Leiner y Miguel de la Torre Gamboa. El texto de José Antonio

Serrano lleva como título John Dewey y las tradiciones de la fenome‑

nología, hermenéutica y pragmatismo, que expone bajo la idea de ana-

logías, correspondencia, homologías, las relaciones que mantienen

algunas corrientes que en su conjunto se oponen al proyecto carte-

siano. El autor muestra que hay elementos de unión entre las feno-

menologías, las hermenéuticas y los pragmatismos. Recorre algunos

de los argumentos centrales de cada una de las corrientes como la

noción de experiencia, núcleo central de las mencionadas vertientes.

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Introducción

Para Serrano existen, más que diferencias, analogías, tratamiento

semejante de nociones que se apoyan entre sí. Además, demuestra

que algunos autores han referido las preocupaciones de Dewey so-

bre ciertos temas como experiencia, sentido, hábitos de forma ana-

lógica en sus propias elucidaciones. Los planteamientos de Dewey

han permitido extender las cavilaciones de autores tan diversos

como Schütz, Bourdieu y Habermas.

Después, Arturo Ballesteros Leiner en Ciencias Sociales y prag‑

matismo: Dewey y Weber, debates posibles, da cuenta de los traba-

jos elaborados en torno al análisis de estos dos autores y con ello

enfrentar preguntas nodales como las siguientes: ¿cómo actuar en

este mundo hiperracionalizado?, ¿cómo entender el conjunto de

acciones que realizamos día con día?, ¿cómo actuar reflexivamente

frente a lo que hacemos y experimentamos?, ¿cómo construir una

forma adecuada de entender el mundo de la subjetividad humana

y sus complejas formas de expresión e interacciones? Max Weber

(1859-1952) y John Dewey (1864-1920), nos brindan puntos de

vista que nos permiten entender y construir salidas a este tipo

de cuestionamientos. Max Weber en el ámbito general de lo social,

y John Dewey de la filosofía a la educación.

Estos pensadores, indica Ballesteros, no sólo dejaron una clara

impronta, en el mundo intelectual de su época, sino que represen-

tan, hasta la actualidad, una importante referencia en los análisis

teóricos de la sociedad. También es posible encontrar, en ambos,

interpretaciones y modelos teóricos alternativos de la sociedad

moderna y poderlos comparar desde una perspectiva sistemática.

La comparación se hace de acuerdo con tres criterios: en primer

lugar, identificar las diferencias entre Weber y Dewey en cuanto al

diagnóstico de una crisis de modernización de la sociedad burguesa.

En segundo término, exponer sus reacciones ante la problemática de

la modernización y las posibles soluciones que cada uno propone.

Luego, se aborda el lugar diverso que Weber y Dewey concedían

a la ciencia y a la racionalidad que la caracteriza en el proceso de

modernización social. Finalmente, exponemos, una serie de proble-

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Deliberar con John Dewey

mas centrales en la moderna o posmoderna vida política y ética, a

través de la explicación y comparación de John Dewey y los enfo-

ques teóricos de Max Weber y sus prescripciones sobre la ética y la

participación política significativa. De acuerdo con ambos, Dewey

y Weber, el mundo moderno, fragmenta tanto al “individuo” como a

la “comunidad”. Lo que dificulta el sentido de toda la acción política.

Por lo tanto, la cuestión se trata de ¿cómo se da la fragmentación del

individuo y del nivel comunitario, para su reconciliación, coherencia

y sentido que recupere y restaure a toda la acción? Dewey y Weber

tienen conflictos para dar respuesta a este conjunto de preguntas.

Para cerrar este apartado, Miguel de la Torre Gamboa, en John

Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo, nos comparte sus

apuntes sobre la figura de John Dewey y su idea del papel de la

filosofía en la vida social. El autor señala que un buen número

de filósofos en occidente han concebido a la filosofía, en tanto ta-

rea de argumentación y clarificación conceptual, como un campo

comprometido con la verdad objetiva, como un tipo de indagación,

que tiene como propósito fundamental la justificación universal de

sus afirmaciones, unos pocos, en cambio, la conciben como ele-

mento de intervención en la realidad social.

John Dewey, dice De la Torre, es de este tipo de filósofo, que no

busca lo indubitable, lo definitivo y eterno, ni la elucidación de lo

que lo seres humanos debemos ser o hacer. Él, a partir de una crítica

de la filosofía de su tiempo, y de una propuesta de reconstrucción de

esa filosofía, propuso como tarea de ésta: aportar los instrumentos

intelectuales que habrían de llevar, de una manera progresiva, la

investigación “hacia las realidades profunda y totalmente humanas

–es decir, morales– de la situación y del panorama de nuestro tiem-

po” (Dewey, 1970, p. 51).

Para Dewey, los problemas de la filosofía “se originan en los

conflictos y dificultades de la vida social” (Dewey, 2004, p. 272).

Propuso que, como otros campos que otorgan explicaciones sobre

el horizonte social de la conducta humana, la filosofía es agente en

el sostenimiento y evolución de la vida. Para cumplir con este pro-

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Introducción

pósito, la filosofía tiene que pasar por un proceso de reconstrucción

que se proponga, entre otros deberes, el “desarrollo de instrumen-

tos viables para la investigación en los hechos humanos y morales”

(Dewey, 1970, p. 65), evitando la separación antigua entre la teoría

y la práctica.

En la siguiente sección, titulada Trayectorias conceptuales, in-

cluimos una serie de textos que focalizan sus deliberaciones en el

sentido de una noción, desde el pensamiento de John Dewey. Mos-

tramos las reflexiones de Blanca Flor Trujillo Reyes, Juan Mario Ra-

mos Morales y Rosa María Torres Hernández.

De inicio, Blanca Flor Trujillo Reyes expone, en El lugar del hábi‑

to en la experiencia, las ideas de Dewey en torno al hábito ligadas a

la noción de experiencia en dos sentidos: tanto como posibilitador,

resorte de ésta, como punto de llegada. La noción de hábito, dice

Trujillo, es para Dewey de carácter ético y político. Indica que Dewey

consideró que si los sujetos, su forma de saber y hacer –sus hábi-

tos– se orientan por la democracia, tendremos más democracia. La

forma de realizarlo es haciendo público el conocimiento científico,

el arte; en definitiva, la inteligencia humana en todas sus manifesta-

ciones; no como verdades acabadas, sino como instrumentos para la

acción. En este capítulo, Trujillo da cuenta de algunas de las más im-

portantes características de la noción del hábito, cómo se traduce en

términos de experiencia reflexiva y sus relaciones con la educación.

Más adelante, Juan Mario Ramos, en Efectos de la noción dewe‑

yana de indagación, desde el acercamiento de algunos textos de

Dewey, articula la noción de indagación, con el pragmatismo,

que conducen a Dewey a separarse de los dualismos como modo

de explicación de los fenómenos sociales y educativos en particular

con la finalidad de vislumbrar los efectos que ha tenido la teoría de

la indagación en el ámbito de la formación, la práctica reflexiva y el

diseño de programas de formación desde la perspectiva de John

Dewey: el pensamiento reflexivo.

En Relevancia de la experiencia asociada y lo público en educa‑

ción, Rosa María Torres Hernández procura comprender la rela-

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Deliberar con John Dewey

ción entre la experiencia y lo público en el pensamiento filosófico

y político de John Dewey. Para ello analiza la labor de la Comisión

de Investigación de los Procesos de Moscú. Aborda el trabajo de

la comisión como una situación representativa de la función de lo

público.

La autora recurre a un asunto de la vida pública de los que

Dewey formó parte, con el propósito de mostrar el sentido de la

experiencia asociada y su inherente relación con lo público. Para

lograr este propósito, hace una exposición de la situación conoci-

da como el caso Trotsky. Asimismo, revisa conceptos fundamenta-

les de la teoría deweyana como: experiencia, inteligencia, público e

investigación. Por último, presenta algunas de las razones por las

que la participación de Dewey y la Comisión Investigadora misma,

representaron, y representan, una forma de deliberación donde se

despliega la inteligencia social.

En la última parte, Dewey y lo educativo, incorporamos una se-

rie de textos focalizados hacia la educación. Marcus Vinicius da

Cunha, en Arte, experiência e educação: O que a mensuração nãopo‑

de mensurar, discute la tendencia mensurancionista actualmente en

voga en el campo de la educación, especialmente en Brasil, según la

cual todos los fenómenos educativos pueden ser cuantificados, para

facilitar el control del proceso educativo. Para ello, el autor recurre

a las reflexiones de John Dewey, particularmente las abordadas en

el libro Arte como experiencia. Da Cunha se aproxima a Dewey a

través del análisis realizado por Michael J. Sandel en el libro O que

o dinheiro não compra. Al estudiar la penetración del razonamiento

mercadológico en varios sectores de la vida, Sandel muestra que

ese fenómeno produce cambios profundos en las relaciones hu-

manas, a menudo causando la corrupción de los valores que rigen

dichas relaciones. Al utilizar las concepciones estéticas y políticas de

Dewey, el texto sostiene que, análogamente a lo que ocurre con el

predominio del razonamiento mercadológico, la penetración de la

tendencia mensuracionista en educación también precisa discutir-

se, ya que contribuye para cambiar las relaciones entre educadores

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Introducción

y educandos, degenerando valores que son propios de las prácticas

educativas.

Miguel Ángel Pasillas Valdés, en Dewey: el maestro y la educación

como reconstrucción continua de la experiencia, plantea la polémica

de John Dewey sobre asuntos de interés público de su país, al de-

nunciar las limitaciones o extravíos de los ideales de democracia,

progreso social y libertades individuales en que habían incurrido

grupos sociales dominantes en la economía, la cultura y la política

norteamericanos. En educación, expone Pasillas, Dewey también

marcaba sus discrepancias y debatía con teóricos, funcionarios y

educadores. Con adherentes y promotores de la Escuela Activa,

debatía especialmente sobre las concepciones de la enseñanza

que daban importancia unilateral a los gustos, intereses y motivacio-

nes individuales de los estudiantes. Que la educación deba conside-

rar los intereses de los alumnos, no significaba para Dewey que las

escuelas y los maestros tengan que fomentar y permitir que satisfa-

gan exclusivamente lo que les resulte atractivo o motivante, porque

puede tratarse de caprichos pasajeros o aficiones inestables que no

representen “experiencias” valiosas ni elementos relevantes de la

cultura, la historia o la ciencia, de manera que sean merecedores

de atención en la escuela. En distintos momentos y foros, muestra

Pasillas, Dewey rechazó las imputaciones acerca de que él era el pro-

motor o autor intelectual de las escuelas activas. También expresaba

su desacuerdo respecto a otras interpretaciones que los educadores

–contrincantes diversos– y legos, hacían de su propuesta educativa

o sobre elementos particulares de la misma. El interés fundamental

de su teoría educativa se dirige a la “reconstrucción continua de

la experiencia”; problemática que no siempre es reconocida como

aporte central de su pensamiento pedagógico.

En Pautas para la formación de maestros desde la perspectiva

deweyana, Diana Melisa Paredes Oviedo recorre la idea de educa-

ción en John Dewey. Indica que la educación es sinónimo del cre-

cimiento individual y colectivo, en el que los educadores cumplen

un papel esencial. En su escrito revisa su propuesta de formación de

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Deliberar con John Dewey

maestros. En primer lugar mira la relación entre los maestros y la

investigación; en segundo lugar, explora sus discusiones sobre cali-

dad de la formación conceptual que estos reciben, y el desarrollo de

propuestas formativas que les permitan constituirse como agentes

críticos y transformadores. Finalmente, en tercer lugar, estudia el

tema gremial y la libertad de acción que deben tener los educadores

para cumplir con su función social.

Las ideas de John Dewey están vigentes hasta nuestros días, en-

tregamos al lector este texto que intenta contribuir al marco de las

producciones, los debates y el acercamiento al conocimiento y las

reflexiones de John Dewey en las ciencias sociales y en particular

sobre el campo de la educación.

Juan Mario Ramos Morales

José Antonio Serrano Castañeda

Blanca Flor Trujillo Reyes

Referencias

Dewey, J. (2004). Democracia y educación. Madrid, España: MorataDewey, J. (1970). La reconstrucción de la filosofía. Buenos Aires, Argentina: Aguilar.

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I. TRADICIONES EN LAS CIENCIAS SOCIALES

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CAPÍTULO 1

JOHN DEWEY Y LAS TRADICIONES DE LA

FENOMENOLOGÍA, LA HERMENÉUTICA

Y EL PRAGMATISMO

José Antonio Serrano Castañeda*

[email protected]

El objeto no es sencillamente uno y el mismo; el objeto

resulta ser él mismo en la alternancia de modos factuales y

modos intencionales, en que es observado desde cerca o desde

lejos, desde este ángulo o aquel otro, en que es percibido,

recordado, esperado o fantaseado, en que es juzgado, tratado

o anhelado, en que es afirmado como real, como posible o

en que es considerado dudoso o negado. Este enunciado de

variaciones podría ser ampliado, también podría ser histórica y

culturalmente concretado (Waldenfels, 1992, p.18)

*Investigador del sni-Conacyt, doctor en Pedagogía por la Universidad de Bar-celona-España, profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional-México (upn), profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), profe-sor Invitado de la Universidade do Estado da Bahía (PPGEduC-uneb), miembro del cac-picse upn, responsable de la Red Sujetos y Prácticas Educativas en Con-textos Escolarizados (Red spece-upn), responsable del proyecto de investigación Prácticas de Formación (pipf-upn).

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Deliberar con John Dewey

IntroduccIón

El legado del siglo XVIII a la humanidad ha sido diverso y no deja de

ser revisado y analizado. Las variadas reacciones a los postulados ilu-

ministas acaecieron en sus inmediaciones, de diverso alcance y con

movilización de diversos argumentos o prácticas. Unas meditacio-

nes continuaron los ideales, argumentos y modos de racionalización,

con autores que actualmente se reconocen como principales, y otros

secundarios, que nuevamente son releídos. Otras deliberaciones

fueron frontales en la historia del pensamiento occidental, se origi-

naron en variados frentes, tanto culturales como filosóficos. Del lado

cultural encontramos el movimiento Sturm und Drang (tormenta e

ímpetu): reviró o sublevó los principios de la racionalidad, objetivi-

dad y cientificismo que generó la Aufklärung (Ilustración). Colocó

en el centro de sus explicaciones los temas de la subjetividad, de lo

personal, de la acción creativa; la poesía, la literatura, la música, fue-

ron los vehículos de exposición en contra del excesivo racionalismo

imperante.

En su conjunto, para apuntalar o recusar los ideales de la Ilustra-ción los pensadores acudieron a los argumentos filosóficos previos, la filosofía medieval o releyeron a los griegos. Esto unió a los diver-sos grupos. Algunos puntos de la querella diferencian a los distintos argumentos que posteriormente forman paradigmas, tradiciones o metáforas sobre el mundo: en concreto la diferencia viene a la consi-deración de la ciencia y su lugar en la sociedad; el lugar del método para la producción del saber y el territorio de la experiencia humana.

Las comunidades que apoyaron la Ilustración valoraron posi-tivamente los alcances explicativos de la ciencia, en su devenir o con los beneficios sociales que tendría. La Ilustración enmarcó a la ciencia como saber último, su expresión la Enciclopedia esta-ba dirigida a mostrar las virtudes del nuevo saber, luchar contra la ignorancia y la superstición, democratizar el saber alcanzado y modelar un tipo de formación del ciudadano: igualdad de los ciudadanos ante el derecho y con una visión racional del mundo.

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Por su parte, la Ilustración plantó la idea de que los intelectuales –en mucho seguimos siendo ilustrados– tenían un lugar especial en la formación de la sociedad.

Para otros, la ciencia es un saber más en el mundo y no el más privilegiado (uno de los pensadores que en la época contemporánea continuó esta línea es Paul Feyerabend, 1974, 1982, 1984, 1986). Los opositores a los argumentos ilustrados sostienen que el método está relacionado con la generación de un tipo de saber y no con el saber en su conjunto, es más, que el saber se produce en ambientes concre-tos (Bourdieu, 1995). De igual manera, la certeza es un logro y no el producto de una máquina que está en la génesis de su producción.

En una tradición que recorre autores diversos (entre otros, a Rousseau, Weber, Dilthey, Bourdieu, Weber), Dewey elabora sus re-flexiones con base en el saber generado y en la posición que asume; con el tiempo construye sus deliberaciones alrededor de la oposición al pensamiento dualista, en particular, y al lugar del racionalismo en general. Para proseguir viene al caso la siguiente cuestión: ¿cuál es el lugar de Dewey en la disputa y qué heredamos para la reflexión en la indagación cualitativa?

dIálogo de tradIcIones cualItatIvas

Como a muchos, me metieron en la cabeza que existen tradiciones

teóricas que nacieron en oposición a los argumentos cartesianos.

Me enseñaron a diferenciarlas, pero de un tiempo a acá, mi lectura,

sin una intención consciente, ha ido perfilando cruces, analogías,

homología, paralelismos o correspondencias. Las correlaciones en-

tre las afirmaciones tienen más semejanza que lejanía. Los matices

distinguen las deliberaciones centrales, pero a la vez crean sectores

de pensamiento con características claras.

La oposición a las argumentaciones cartesianas proviene de varios frentes: argumentaciones espiritualistas (Bergson), los ini-cios de las filosofías existenciales (Kierkegaard), la hermenéutica

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(Schleiermacher, Dilthey), la fenomenología (Husserl, Shultz), el pragmatismo y el interaccionismo simbólico. Cada campo con su particular estela de deliberaciones lingüísticas, argot, casi caló, y con cogitaciones de diverso alcance, se oponen al paradigma carte-siano. En tal fardo se inscriben las deliberaciones deweyanas

El cartesianismo, que en la actualidad centellea con diversas aristas, se caracteriza por: fe en la ciencia y el racionalismo que le sirve de fundamento; el conocimiento como producto de la escisión entre razón, sentimiento, emoción e imaginación: el méto-do científico como garantía de la elaboración de certezas trastocado en tautología con su producto; cisma de mundos donde las duali-dades remiten a la interminable lucha entre lo bueno y lo malo; la permanencia del paradigma cristiano, la trinidad (res cognitans, res extensa y res divina), o las ligadas al idealismo platónico (la parte racional, la irascible y la concupiscible), para dar cuenta de los fun-damentos del conocimiento.

Crítica tanto al excesivo racionalismo, como la fe en la ciencia así como en la noción de progreso durante el siglo XIX, la encontra-mos, entre otros textos, en la novela de Gustave Flaubert, Bouvard y Pécuchet (el autor deseaba que fuera su obra maestra como crítica a la estupidez humana). Los personajes tenían un inusitado afán de aplicar en la vida cotidiana los conocimientos científicos en boga, pero fracasan. Con los chascos, Flaubert desacredita la excesiva confianza en los avances del conocimiento científico para dar cuen-ta, dirigir y valorar las obras de los humanos en el día a día. A la novela, le antecede el Fausto de Goethe, terminada en 1808, como un resplandor revela el clima (anuncia diversas filiaciones de ex-plicación de las ciencias sociales) anticartesiano predicado por el movimiento Sturm und Drang. Fausto se pregunta:

“En el principio fue la Palabra”. Ya empiezo a atascarme, ¿quién me ayuda-

rá a seguir? No puedo darle tanto valor a la Palabra. Tengo que traducirlo

de otra manera. Si el Espíritu me iluminara... Aquí dice: “En el principio

fue el Pensamiento”. Piensa bien en esta línea, la primera; que tu pluma

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no se apresure. ¿Es el pensamiento el que todo lo crea y por el que todo se

obra? Tal vez ponga “En el principio fue la Fuerza”. Pero ya, al escribirlo,

algo me dice que no he de dejarlo así. Me ayuda el Espíritu, veo cuál es su

consejo y escribo confiado: “En el principio fue la Acción”.

Mientras la ciencia y la filosofía de la época proseguían el camino del

racionalismo, los fundamentos metafísicos y el dogmatismo meto-

dológico, Fausto propone el giro, dar cuenta de la actividad humana,

de la vida de todos los días. Coloca el origen de las preocupacio-

nes humanas fuera de los fundamentos establecidos y propone uno

nuevo: la acción. En la actualidad, el estudio de la acción humana

centellea en el fondo de las argumentaciones de las ciencias sociales.

La estafeta de las preocupaciones esbozadas por filósofos, poe-tas y literatos fue tomada por las ciencias sociales para deliberar con lentes contrarios al planteamiento de principios causales o universales. Bernstein (2010) recuerda a este movimiento como el vuelco hacia la inmediatez –íntimamente vinculado con el plantea-miento de vita activa de Arendt (1993)–. El reconocimiento de las relaciones intersubjetivas, como características de la relación del hombre con el mundo, vino al auxilio como una de las líneas para encarar el dualismo hombre-mundo. Los argumentos que elabo-ra Dewey se inscriben en tradiciones, mostraré, como pinceladas, esbozos de un cuadro más amplio, las afirmaciones de algunas de las corrientes que encararon el vuelco. Tomaré algunos grupos, los hermeneutas, los fenomenólogos, los pragmatistas que precedieron a las argumentaciones de Dewey.

las hermenéutIcas. el acercamIento a la Idea

de parte-todo, la vIda, y la reIvIndIcacIón de los lazos

IntersubjetIvos

Schleiermacher sostuvo a la comprensión para fundamentar la her-

menéutica con principios universales; la comprensión se entiende

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en referencia a la totalidad de la obra analizada. El segundo prin-

cipio del círculo hermenéutico señalado por él dice “El sentido de

cada palabra en un local dado precisa ser determinado a través

de su conexión con las palabras y su alrededor” (Schleiermacher,

Hermenêutica e critica, p. 44, citado en Schmidt, p. 34). Propone

una forma un acercamiento a parte de una obra producida con mi-

ras a la articulación con el contexto, es un camino para dar cuenta

del sentido del producto.

Propuesta del círculo hermenéutico donde la comprensión de las diferentes partes conduciría a la comprensión de todo, la parte no es sino en la totalidad que le daría sentido. Principio, de plano sugerencia metodológica, que es una vía para dar cuenta de la crea-tividad del autor analizado en el trabajo del hermeneuta. La com-prensión, según Schleiermacher, se logra por la ayuda, colaboración que efectúa el saber previo que el intérprete posee. Del lado de la hermenéutica, lo resabido entra en el proceso de conocimiento del sentido de la producción humana y lleva a la comprensión de las circunstancias “como influencia continua de todo lo que es la vida en que el autor está localizado” (Schleiermacher, Hermenêutica e critica p. 106, citado en Schmidt, p. 37). Así, en el proceso de com-prensión participa lo sabido y la referencia del autor en relación con su contexto, que sería la búsqueda del sentido en coordenadas temporales y espaciales. A la par, se reconoce a la intersubjetividad como pivote de la comprensión sobre el mundo y simultáneamen-te como crítica a los planteamientos objetivistas; para Schleierma-cher la solución será la comprensión ligada a lo psicológico. En ese contexto vemos aparecer una jerga original y un modo de encarar la realidad que ligará a sucesores, defensores y opositores.

Dilthey retoma el proyecto de fundamentación de la herme-néutica y va más allá del cimiento psicológico planteado por su antecesor. Sitúa a la hermenéutica en el centro de la fundamenta-ción de las ciencias humanas. Así la comprensión (Verstehen), no es método de la filología, Dilthey la transmuta en fundamentos de las ciencias sociales en contraposición con la perspectiva de la ex-

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plicación (Erklären). Las ciencias humanas estarían encaminadas a dar cuenta de la vida, el ser humano y el ámbito que le rodea. La idea de vida y su concomitante, la experiencia vivida, se con-vierten en el pilar de una visión renovada ante los planteamientos cartesianos.

La experiencia vivida se despliega en el devenir del tiempo. Como conciencia histórica la parte se inscribe en el todo en tanto significado en el presente, vinculado al pasado plantea su relación con el futuro. Para Dilthey el yo no es distinto frente al objeto del que es consciente. El objeto no se incluye como imagen ni como representación, en todo caso se incorpora en tanto relación con el mundo de vida, en una totalidad en flujo, enlazado en significado común como manifestación de la vida. En el flujo constante del de-venir, el espíritu humano en constante creación, está a la obtención de experiencias que son tanto lo efectivamente vivido como lo ima-ginariamente posible. La comprensión se dirige a la parte, al objeto, así como a la vida entera, a las producciones objetivas, institucio-nes, normas sociales, valores.

La comprensión inicia en la vida misma, en las interacciones acaecidas en el proceso social, en las interacciones comunes. En el contacto con los otros, por inferencias, analogías se transponen y recrean las experiencias de otras personas. Entonces, el enten-dimiento de las manifestaciones de vida es recreación de la expe-riencia acaecida por su condición relacional. La transposición de experiencias y su carácter relacional lleva a la comprensión de la obra artística, de los poemas, del sentido planteado por los indivi-duos. En el proceso creativo de transponer la experiencia con ellos, la imaginación tiene su lugar como territorio de las posibilidades de conexión, de nexo con otra persona, de acercamiento a la obra artística, o a cualquier otro producto humano. La conmutación imaginativa conduce al que experimenta la comprensión a “reex-perimentar algo que está fuera de cualquier posibilidad en su vida real” (Dilthey, Obras escolhidas, p. 226, en Schmidt, p. 73).

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Gadamer retoma el proyecto de la hermenéutica, a la que califica de fenomenológica con base en el señalamiento de Heidegger de que la comprensión forma parte de las estructuras ontológicas del ser. Arremete contra Schleiermacher y Dilthey porque sus baluartes gi-ran en torno a lo psicológico o a la herencia cartesiana que sustenta la búsqueda de un sujeto lógico. Gadamer va al encuentro del sujeto real. Al criticar la herencia de la Ilustración, revitaliza los conceptos básicos que había perdido la tradición: formación, sensus comunis, capacidad de juicio y gusto. En especial, los dos últimos son asimis-mo retomados en las preocupaciones deweyanas. En especial en La Lógica y en el Arte como experiencia.

En Gadamer la comprensión se efectúa a partir de las estructuras

heredadas que funcionan como preconceptos, con ello se opone a

la tradición iluminista que resaltaba el papel de la razón en contra

de la tradición. La comprensión se realiza por la reflexión que efec-

túa la conciencia histórica en la fusión de horizontes entre el texto

y el que interpreta. Entonces, la reflexividad se da por la expe-

riencia de la conciencia autorreflexiva abierta a la realización de

nuevas experiencias. Vemos aquí una analogía con Dewey en la

metáfora que establece entre presente, pasado y futuro en relación

con la experiencia. Gadamer afirma:

El que experimenta se hace consciente de su experiencia, se ha vuelto ex-

perto: ha ganado un nuevo horizonte dentro del cual algo puede conver-

tirse para él en experiencia (Gadamer, 1998, p. 429).

En ideas parecidas Dewey afirma que la experiencia es dolorosa,

Gadamer en sus palabras señala algo semejante:

En este sentido la experiencia presupone necesariamente que se defrau-

den muchas expectativas, pues sólo se adquiere a través de decepciones.

Entender que la experiencia es, sobre todo, dolorosa y desagradable no es

tampoco una manera de cargar las tintas, sin que se justifiquen bastante

inmediatamente si se atiende a su esencia (Gadamer, 1998, p. 432).

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La experiencia se efectúa porque la tradición está en el sustento de

su realización. Además, la experiencia está ligada al lenguaje y es

la manera en que se hace accesible. Así experiencia e interpretación

van de la mano en el acto de comprender. Gadamer por lo tanto

devuelve el concepto de experiencia hacia el mundo de vida, expe-

riencia como una unidad en donde el ser se expresa, unidad estética.

Recuperar los conceptos perdidos, volver al asunto de la experiencia,

es una de las formas para responder a la pregunta que se hace “¿pero

merece la pena reservar el concepto de verdad para el conocimiento

conceptual?” (Gadamer, 1998, p. 74).

las fenomenologías, una vuelta de tuerca alrededor

del sentIdo

Los planteamientos de Husserl, quien da origen a la fenomenología

como corriente de pensamiento y especialmente como filosofía, se

crean en oposición a un ambiente dedicado a las reflexiones kantia-

nas. Husserl elabora sus argumentos para oponerse a la psicología

como modo de explicación de la acción. El psicologismo asumía la

tesis cartesiana: distinción entre sujeto y objeto de conocimiento.

El sujeto como una cosa más (res cognitans) en un mundo de co-

sas. Contra este supuesto, la fenomenología plantea la pregunta por

la conciencia y brega con la causalidad supuesta en el proceso de

conocimiento del mundo que no puede pensarse en términos

de captación y conexión de conceptos. En el origen encontramos

a la conciencia ligada al mundo que con intencionalidad indaga,

aspecto sustantivo en esta tradición: la conciencia es conciencia de

algo. Ni la conciencia ni el objeto son independientes o autónomos

y en este proceso la conciencia otorga sentido.

La conciencia, en su proceso genético, está en el mundo, en él experimenta, las vivencias son anteriores al proceso de interpreta-ción e intelectualización. De ahí el lugar de la intuición que permi-te a la fenomenología plantear el lema “volver a las cosas mismas”

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para dar cuenta del mundo de vida. Es el sentido el que une lo que por naturaleza es distinto (sujeto y cosas del mundo). El sentido queda soldado, ligado, trabado enlazado al objeto en el contexto donde el sentido aparece. Husserl advierte:

El árbol pura y simplemente puede arder, descomponerse en sus elemen-

tos químicos, etc. Pero el sentido –el sentido de esta percepción, algo ne-

cesariamente inherente a su esencia– no puede arder, no tiene elementos

químicos, ni fuerzas, ni propiedades reales en sentido estricto (Husserl,

2005, p. 81).

La fenomenología no tardó en aparecer directamente en Estados

Unidos. Los inmigrantes alemanes formaron escuela (tradujeron

textos, difundieron en universidades, crearon revistas) con los dife-

rentes matices que ya tenía en Alemania. El proyecto de instituir a

las ciencias sociales, en especial la sociología, a través de la fenome-

nología lo realiza Alfred Schütz. Como se percibe en su obra, fue un

atento lector de Dewey y utilizó sus trabajos para dar fundamentos

a tal proyecto. Schütz enlaza las deliberaciones de Dewey en el cam-

po del mundo de vida (Levenswelt). En sus palabras:

[…] filósofos tan diferentes como James, Bergson, Dewey, Husserl y Whi-

tehead concuerdan en que el conocimiento de sentido común de la vida

cotidiana es el fondo incuestionado, pero siempre cuestionable, dentro del

cual comienza la investigación, y el único en cuyo interior es posible efec-

tuarla. Dentro de este Lebenswelt, como lo denomina Husserl, se originan,

según él, todos los conceptos científicos y hasta lógicos; es la matriz so-

cial dentro de la cual, según Dewey, surgen situaciones no aclaradas, que

deben ser transformadas por el proceso de investigación en asertibilidad

garantizada (Schütz, 1962, pp. 78-79).

Desde la perspectiva de Schütz, los autores señalados parten de un

supuesto que los une, la construcción de significados producidos

en el mundo de vida que particulariza a los individuos. Además,

el conocimiento es construcción del mundo, no es reflejo ni copia.

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[Según los estudios de James, Bergson, Dewey, Husserl y Whitehead]

Todo nuestro conocimiento del mundo, tanto en el sentido común como

en el pensamiento científico, supone construcciones, es decir, conjuntos

de abstracciones, generalizaciones, formalizaciones e idealizaciones pro-

pias del nivel respectivo de organización del pensamiento. En términos

estrictos, los hechos puros y simples no existen. Desde un primer mo-

mento todo hecho es un hecho extraído de un contexto universal por la

actividad de nuestra mente. Por consiguiente, se trata siempre de hechos

interpretados, ya sea que se los considere separados de su contexto me-

diante una abstracción artificial, o bien insertos en él. En uno u otro caso,

llevan consigo su horizonte interpretativo interno y externo (Schütz,

1952, pp. 36-37).

Para Dewey las reflexiones se construyen en tanto dilucidaciones de

lo factual ligadas al horizonte de interpretación donde el individuo

despliega su relación con el mundo. Schütz asume las argumenta-

ciones deweyanas de reflexión, relación medios-fines y acción para

exponer su proyecto fenomenológico.

Dewey de tan significativa manera, puedo siempre “detenerme y pensar”

[referencia a How we think, Boston, 1910, y Human nature and conduct,

New York, 1922]. Sin abandonar la actitud natural –vale decir, sin llevar

a cabo la reducción trascendental–, puedo siempre pasar, en un acto de

reflexión, de los objetos de mis actos y pensamientos a mi actuar y pensar.

Al hacerlo, convierto mis actos y pensamientos previos en objetos de otro

pensamiento reflexivo, por cuyo intermedio los capto. Entonces emerge

mi “sí-mismo”, hasta entonces oculto por los objetos de mis actos y pensa-

mientos, que no se limita a entrar en el campo de mi conciencia para apa-

recer en su horizonte o en su centro, sino que él solo constituye este acto

de conciencia. Por consiguiente, todos los actos efectuados, pensamientos

y sentimientos se revelan como originados en mi actuar previo, mi pensar

y mi sentir. Todo el flujo de conciencia es en su totalidad el flujo de mi vida

personal, y mi sí-mismo está presente en cualquiera de mis experiencias

(Schütz, 1962, p. 166).

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El acto de la reflexión implica seleccionar algún camino, sin que esté

previamente definido, del flujo de deliberaciones, que Dewey deno-

mina sugerencias. La idea sirve de soporte a Schütz. En sus palabras:

Como lo ha señalado John Dewey, en nuestra vida cotidiana predomina

la preocupación por el paso siguiente. Los hombres se detienen a pen-

sar recién al interrumpirse la sucesión del actuar, y la disyunción en for-

ma de problema los obliga a detenerse y ensayar de maneras alternativas

de superar, evitar o transponer este problema, que les son sugeridas por

sus anteriores enfrentamientos con él. La imagen de un ensayo teatral de

la acción futura, utilizada por el profesor Dewey [en La naturaleza hu-

mana y conducta], es muy acertada. En verdad no podemos descubrir

cuál de las alternativas conducirá al fin deseado sin imaginar este acto ya

realizado. De este modo, debemos ubicarnos mentalmente en una futura

situación que consideramos ya realizada, aunque realizarla sería el fin de

la acción que pensamos poner en práctica. Solo considerando cumplido

el acto podemos juzgar si los medios previstos para llevarlo a cabo son o no

adecuados, o si el fin que queremos alcanzar se adapta al plan general de

nuestra vida (Schütz, 1964, p. 81).

[En otro texto advierte:] Como dice Dewey cada una de las alterna-

tivas que se presentan debe ser ensayada en la fantasía, para permitir la

elección y la decisión (Schütz, 1962, p. 57).

Schütz al sostener su idea de vida cotidiana como fondo de las ex-

periencias también recurre a las ideas de Dewey sobre la lógica de

la indagación. Mientras los otros autores tomaban la Lógica sólo en

su sentido epistemológico, Dewey se dedica a señalar que no existe,

en el fondo, diferencia entre la manera de pensar en la vida común

y la del científico.

Este mundo de la vida cotidiana es, en verdad, la matriz indiscutida, pero

siempre discutible, dentro de la cual comienzan y terminan todas nuestras

indagaciones. Dewey [el autor refiere la obra Logic, the theory of inquiry,

Nueva York, 1938, parte I, esp. pp. 19-20 y cap. III, passim] comprendió

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esto con toda claridad cuando describió el proceso de indagación como

la tarea de transformar de manera controlada o dirigida, las situaciones

indeterminadas que se encuentran dentro de esta matriz o que surgen de

ella, confiriéndoles “asertoriedad garantizada” (warranted assertibility).

Además, la idea de acción esbozada por Schütz está en consonancia

con los planteamientos deweyanos de la experiencia: ella se realiza

como enlace del presente de lo experimentado en el pasado y de lo

que puede realizarse en el futuro.

Cuando proyecto mi acción, ensayo, como dice Dewey, mi acción futura

en la imaginación [referencia a Human nature and conduct, Nueva York,

1922, parte 3ª, secc III, “The nature of deliberation”]. Esto significa que

anticipo el resultado de mi acción. Contemplo en mi imaginación esta

acción anticipada como la cosa que deberá hacerse, el acto que deberá ser

efectuado por mí. Al proyectar, contemplo mi acto en tiempo futuro per-

fecto, lo pienso modo futuri exacti (Schütz, 1962, p. 203).

Con base en ello Schütz asume el postulado elaborado por Dewey y

que está en relación con la idea de intencionalidad de la fenomeno-

logía. La significatividad se produce mediante la acción con el mun-

do que es práctica y estética. El actor, de la relación con el mundo:

Destaca, de sus elementos, aquellos que pueden servirle como medios

o fines para su “uso y goce” [referencia de Dewey de Logic, the theory of

inquiry, Nueva York, 1938, capítulo IV], para promover sus objetivos para

superar obstáculos. Estos elementos le interesan en diferentes grados, y

por esta razón no aspira a familiarizarse con todos ellos de modo igual-

mente exhaustivo. Lo que desea es un conocimiento graduado de elementos

significativos, y el grado de conocimiento anhelado está en correlación

con su significatividad (Schütz, 1964, p. 96).

Los hombres distribuyen su pensamiento sobre asuntos ubicados

en niveles diferentes y de diferente significatividad, y no son conscientes

de las modificaciones que tendrían que efectuar para pasar de un nivel a

otro (Schütz, 1964, p. 98).

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En suma, Schütz toma como referencia a Dewey para señalar que:

los hechos puros y simples no existen, todo hecho es interpretado;

la fantasía, la imaginación cumplen un papel importante en la deli-

beración para la realización de la acción como ejercicio imaginario

de alternativas, la reflexión es un ensayo teatral; la duda, el enfren-

tamiento a situaciones problemáticas lleva a la elección de alter-

nativas de acción, y la temporalidad de la experiencia, entre otros

aspectos. Dewey es compañero en el proyecto de fundamentación

fenomenológica de Schütz.

Dewey no hace referencia explícita a la fenomenología, en los pocos textos que ahora tengo acceso. No obstante, en El arte como experiencia –especialmente, el capítulo 4, El arte como expresión–, al oponerse a los argumentos de que la expresión es un acto de descarga y advertir el lugar del yo pues la “emoción es para, o de, o acerca de algo” (Dewey, 2008, p. 77). Advierte el desazón, la falta de pertinencia de entender la emoción como descarga ya que siempre es “excita-ción-acerca-de-algo” (Dewey, 2008, p. 76). Como se percibe utiliza el modo de escritura de la fenomenología. Más adelante asevera:

El carácter único e irrepetible de los acontecimientos y situaciones ex-

perimentales impregna la emoción a lo que se refiere, no podríamos

hablar nunca de temor, sino solamente de temor-a-este-coche-particu-

lar-que-viene, con todas sus especificaciones de tiempo y lugar o temor-

bajo-circunstancias-específicas-sacando-una-conclusión-equivocada

precisamente de tales-o-cuales-datos (Dewey, 2008, p. 77).

Después de alejarse a los planteamientos hegelianos, Dewey se ads-

cribe al pragmatismo.

los pragmatIsmos

Para Jay (2009) el pragmatismo es subsidiario de la cultura nor-

teamericana que recurrió a la experiencia para bregar contra la

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autoridad centrada en la tradición. La idea de experimentación se

encontraba en el centro de la construcción de la sociedad tanto en

el plano de la lucha contra la naturaleza como en la de sacar pro-

vecho de las lecciones aprendidas en la edificación de las nuevas

colectividades y del uso de la imaginación para instituir nuevas for-

mas de convivencia para proyectar a las pequeñas comunidades que

se estructuraban. Se valoraba la experimentación, la experiencia,

pero en tanto era experiencia colectiva.

Lo que es norteamericano es el énfasis en la continuidad de creencia y

acción, en la experiencia, no el mero aserto de esta unidad y continuidad

solo en la teoría (Stuhr, 1997, p. 15; citado en Jay, 2009, p. 314).

La experiencia, entre otras cosas, está íntimamente conectada con el “saber

cómo” reaccionar ante situaciones, y además con la totalidad de la gama de

hábitos formados por la interacción entre el yo y el mundo (Smith, 1992,

p. 15; citado en Jay, 2009, p. 314).

Habermas señala que el saber previo entra en juego en el proceso

de conocimiento. El pragmatismo comparte este supuesto con las

otras tradiciones señaladas. En palabras del autor:

Pierce llega a la conclusión de que no puede existir conocimiento que no

esté mediado por algún conocimiento que le haya precedido… Incluso la

percepción más simple es producto de un juicio, es decir, una conclusión

implícita (Habermas, 1982, p. 103).

En “¿Qué entiende el pragmatismo por ‘práctico’?”, Dewey (2000)

señala que, en contraposición al racionalismo, el pragmatismo no

considera la verdad como correspondencia entre hecho e idea, en

todo caso la idea es un flujo constante que transporta la experiencia

por su carácter prospectivo, ya que la realidad está en permanen-

te construcción. Esta doctrina considera la actividad práctica como

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Deliberar con John Dewey

productora de efectos: los significados elaborados en nuestra rela-

ción con el mundo no se equiparan con ellos. En palabras de Dewey:

“Significado” quiere decir las respuestas futuras que un objeto exige de noso‑

tros o a las que nos compromete… el significado de una idea consiste en los

cambios que en tanto que actitud ella efectúa en los objetos… el signifi-

cado de una descripción del mundo es práctico y moral… (Dewey, 2000,

pp. 85, 86, 87, cursivas en el original).

El punto de vista pragmático sostiene que la acción es una unidad,

pensar es actuar. Además, “lo personal” en la elaboración del sig-

nificado no es una cuota que se adhiere al significado, es parte de

la construcción de lazos intersubjetivos irrevocables en el andar en

el mundo. “La inevitable implicación del factor personal en toda

creencia aporta una sanción especial a algunas creencias especiales”

(Dewey, 2000, p. 96). En este sentido la acción es una unidad que

compromete al sujeto en su conjunto y lo liga con el mundo en

donde aquel está liado.

El pragmatismo asume la idea de experiencia, con amplia re-ferencia en la filosofía, al trasmutar el sentido dado por varias tradiciones en este campo que, con una idea fuerte de sujeto, la vinculaban a: la suma de impresiones; o la elaboración de sentidos como copia de la realidad; o a la captación de lo sentimental como separado de lo racional; o a la separación de la condición material de los individuos.

Por el contrario, la acción en el mundo se efectúa en términos relacionales. La experiencia es el epítome de la tradición pragma-tista a partir de la cual se despliegan las discusiones filosóficas en su conjunto. James consideró que la experiencia es un caos que tiene efectos para los agentes a través del principio de continuidad como un modo de operar en el mundo. La ligó a la tradición de la Erle-bnis (vivencia), “la experiencia como inmersión prerreflexiva en el flujo de vida” (Jay, 2009, p. 328). Además de considerar un aspecto que será ampliamente referenciado por Dewey, el principio de con-

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tinuidad. “Hay, pues, una cierta continuidad entre la experiencia pasada, presente y futura que nos conduce a una creciente com-prensión, aún cuando nunca podamos alcanzar el conocimiento absoluto” (Jay, 2009, p. 326).

Hasta aquí es posible establecer algunos vínculos con las tradi-ciones teóricas señaladas:

a) Hay preocupación por organizar la acción en relación

con la idea de parte-todo, la acción es una unidad no des-

ligada de sus consecuencias morales y estéticas;

b) El contexto de la acción cala al sentido, significado, que se

produce de ella; el sentido no es un tesoro individual,

es plenamente social y juega del lado de las relaciones in-

tersubjetivas.

c) El saber previo, las intuiciones establecidas impregnan la

acción y el sentido creado;

d) la intersubjetividad es el lazo que une al sujeto en relación

con su mundo y los congéneres en el mundo de vida que

los enlaza;

e) la experiencia vivida se comprende en coordenadas tem-

poralmente enlazadas: pasado, presente y futuro se vincu-

lan en el sentido de reorganización de lo vivido y lo que

está por vivirse;

f) la imaginación no es un aditivo de la experiencia ni pro-

ducto de la separación del mundo, en todo caso es com-

ponente central de ella, aparece inevitablemente en la re-

flexión y organiza la proyección al futuro.

g) En su conjunto, tal armazón discursiva permite superar

los problemas heredados de las tradiciones dualistas que

culminan con el planteamiento cartesiano; el desliz de la

filosofía como teoría del conocimiento y el privilegio del

tema de la separación entre sujeto y objeto.

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Deliberar con John Dewey

la experIencIa en tanto experIencIa estétIca

Es frecuentemente citada la filiación inicial de Dewey a las formu-

laciones hegelianas que prontamente fueron por él rechazadas. No

obstante, alguna herencia dejó esta primera afiliación, Dewey ligó

las reflexiones filosóficas a los asuntos humanos, enlazadas las cues-

tiones sociales explicadas históricamente. Dewey asume las ideas de

James para bregar contra los dualismos, en este trayecto, se arroga

la jerga del pragmatismo a la vez que otorga nuevos sentidos y di-

recciones a lo largo de la producción de sus textos. Es una asunción

activa que le lleva a postular significados originales que lo distin-

guen en la tradición del pragmatismo.

La originalidad de Dewey permite la reformulación de la expe-riencia en términos de flujo constante que liga lo experimentado a lo que adviene; desliga a la experiencia tan sólo como reformulación de lo acontecido en el pasado. Por otro lado, la experiencia está en continuidad con la vida diaria, el sentido común; se separa de las tradiciones que abogaban por la distinción entre la vida común y la experiencia científica. Luego, la experiencia implica la transac-ción en la resolución de problemas; en radical diferencia de la teoría de correspondencia entre sujeto y objeto. Además, la experiencia es contingente, “es la incertidumbre la que la acompaña. Por ello nos sentimos compelidos a decir: actúa, pero hazlo por tu cuenta y ries-go” (Dewey, 1952, p. 6). Se adhiere al sentido de experiencia el he-cho de que hay comprensión de la experiencia en la reflexión que es susceptible de realizarse; por lo que va más allá de los postulados empiristas de la contigüidad de la acción con el objeto.

Para Dewey, la experiencia está contextualizada se genera en si-tuaciones concretas, que lo liga a las versiones modernas del con-textualismo, en sus palabras:

Lo que se designa con la palabra “situación” no es un objeto o aconte-

cimiento singular, ni un conjunto de objetos y acontecimientos. Pues

nosotros nunca experimentamos objetos y acontecimientos aislados,

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ni formamos juicios sobre ellos, sino sólo en conexión con un contexto

total…

La situación es “determinada” si ese todo está integrado, es armónico y

fluido, e “indeterminada” cuando su unidad se quiebra en algún aspecto y

la línea de conducta queda interrumpida, lo que se traduce en una actitud

de duda, de interrogación, de indecisión por parte del organismo. Este

esquema está pensado para superar la dicotomía lógica y epistemológica

entre “sujeto” y “objeto” (Dewey, 1954, p. 70).

La experiencia es compartida, lindante con los problemas que vivi-

mos día a día; la frontera entre lo individual y lo social cede a un

movimiento continuo de transacción con el sujeto que en contextos

singulares efectúa la experiencia. Por el hecho de que la experiencia

es todo el tiempo experiencia compartida, la educación fue un tema

recurrente en los textos deweyanos. Y no por última, la característica

menos importante es que la experiencia conserva un sentido unita-

rio, afecta moral y estéticamente al individuo que la realiza. Disfrutar,

gozar de la realización de la experiencia no corresponde a lo artístico,

es inherente a toda actividad humana que crea unidad de sentido

en el mundo y anuncia probabilidades de realización a futuro.

En relación con este tema, en otro texto señalé: “El entramado conceptual de la idea de experiencia se encuentra en la siguiente estructura, elaborada a partir de mi lectura sobre el texto El arte como experiencia (2008).

Colijo que es de suma importancia la caracterización esbozada por Dewey quien plantea que la experiencia se particulariza por su estructura narrativa. Veamos al autor. La experiencia:

[…] es singular y tiene su propio comienzo y fin, pues la marcha y co-

rriente de la vida no se interrumpen uniformemente. Se trata de historias,

cada una con su propio argumento, su propio principio y particular mo-

vimiento rítmico; cada una con sus propias cualidades irrepetibles que la

impregnan (Dewey, 2008, p. 42, cursivas mías).

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Deliberar con John Dewey

Incertidumbre Irrepetibilidad Singularidad

Hacer/PadecerModos de relaciones cualitativas

EXPERIENCIA(Contexto)

Significado / Reflexión Imaginación Búsqueda / Indagación

Pasado Presente Futuro

En estos términos, la experiencia es particular, acaece en situacio-

nes concretas, y es general, en tanto acontece a un ser singular que

sólo adquirió individualidad en su relación con otros. Si bien la de-

finición es básica, las argumentaciones de Dewey relacionan varios

aspectos de diverso orden. En Dewey, la experiencia está conectada

con la imaginación y ésta:

[…] designa una cualidad que anima y permea los procesos del hacer y

del observar… Hay siempre cierto grado de aventura en el encuentro de

la mente y el universo y esta aventura, en su gran medida es imaginación

(Dewey, 2008, p. 301).

[…] la experiencia se hace consciente mediante la fusión de viejos signifi-

cados y situaciones nuevas que transfiguran a ambos (transformación que

define a la imaginación) (Dewey, 2008, p. 310).

[…] la imaginación es el ajuste consciente de lo nuevo y lo viejo (Dewey,

2008, p. 307).

La experiencia está ligada al desarrollo de la curiosidad, de la bús-

queda, con la aventura:

Toda experiencia, incluyendo la más generosa e idealista, contiene un ele-

mento de búsqueda, de impulso hacia adelante (Dewey, 2008, p. 288).

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John Dewey y las tradiciones de la fenomenología

Si en vez de decir experimental, dijéramos aventurero, probablemente ob-

tendríamos la aceptación general (Dewey, 2008, p. 162).

Sin duda, lo que caracteriza peculiarmente a la experiencia es que

ella es siempre relacional. De nuevo en sus palabras:

Relación en su uso idiomático denota algo directo y activo, algo dinámico

y energético… las relaciones son modos de interacción, son un empujar y

un tirar, contradicciones y expansiones (Dewey, 2008, p. 151).

Si la experiencia tiene fruto ellos no son copia directa de la rea-

lidad. La experiencia no produce representaciones de la realidad.

La experiencia elabora la acción con el mundo y le da al sujeto

una orientación especial de cara al mundo concreto que vive. La

experiencia es relacional pues siempre se realiza con algún otro

–sea real o imaginario–; está ligada a la reflexión sobre la situación

vivida (entendida como espacio de la incertidumbre, singularidad

e irrepetibilidad), la reflexión es la única vía que tenemos para vol-

ver hacia lo realizado, hacer balance sobre la actuación en el mun-

do y aventurar lo que efectuaremos en el futuro” (Serrano, 2013,

pp. 8-10).

En el entramado de las deliberaciones deweyanas, la experiencia tiene lugar porque favorece la indagación. Como ya señalé en otros textos:

La indagación: 1) es sinónimo de reflexión, es un hecho general que atañe a

todos los humanos, no es un proceso exclusivo de mentes escolarizadas

ni académicas ni científicas, lo que me llamó la atención como princi-

pio democrático, Dewey afirma que todos los sujetos tienen la capacidad

de indagar. Dice en Cómo pensamos, “los necios y los tontos piensan”;

2) se posibilita en contacto directo con el medio, es contextualista, surge

de la posición del sujeto ante la incertidumbre de la práctica, de la interac-

ción, de la vida, y moviliza al sujeto para la acción; 3) da bríos a la creati-

vidad, a la imaginación al enlazar al sujeto en la construcción de vínculos

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con los otros, el inicio de la incertidumbre es social y la resolución a ella

se dirige; 4) potencia el sujeto ante el contexto, en tanto producto social y

favorece los lazos comunitarios; 5) se equipara con lo que otras disciplinas

argumentan como interés, averiguación, búsqueda, curiosidad, deseo de

saber, o pulsión epistemofílica; 6) en tanto vía para la generación del saber

con otros, favorece la creación de comunidades de indagación; 7) establece

continuidad entre el sentido común y la ciencia y se abre el camino al mes-

tizaje como matriz de creación de saber; 8) por último, la indagación en

tanto apertura al mundo no se confunde con la investigación. La investiga-

ción es canónica y ligada a las tradiciones, perspectivas, paradigmas al uso

por grupos de investigadores que tienden a legitimar su trabajo (Serrano,

2012, pp. 121-122).

senderos de la obra de dewey

Como señala Del castillo (2010) la lectura de Dewey ha tenido

diferentes matices: en contra y a favor. Sería interesante valorar los

efectos de la obra de Dewey en autores posteriores que pueden ser

considerados clave en las ciencias sociales.

En Bourdieu se encuentra cierta valoración positiva a la obra de Dewey. Por un lado, en la introducción a Bourdieu (1995) Res-puestas por una antropología reflexiva, Wacquant advierte que la idea de:

[…] el sentido práctico expresa esta sensibilidad social (sensivity, para

Dewey) que nos guía incluso antes de que nos planteemos los objetos

en tanto tales… El sentido práctico preconoce; sabe reconocer en el estado

presente los posibles estados futuros de los cuales está preñado el campo.

Porque pasado, presente y futuro se perfilan e interpenetran mutuamente

en el habitus (Bourdieu, 1995, p. 26, cursivas en el original).

Por ejemplo, seguir la pista de Bourdieu cuando hace referencia de

Dewey en su teoría sobre el habitus:

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John Dewey y las tradiciones de la fenomenología

En lo fundamental, y sin tratar de exponer aquí todos los puntos en común

y las diferencias, señalaré que la teoría del habitus y del sentido práctico

presentan numerosas similitudes con aquellas teorías que, al igual que las

de Dewey, asignan un lugar central al habit, entendido no como la costum-

bre repetitiva y mecánica sino como una relación activa y creadora con

el mundo, y rechazan todos los dualismos conceptuales sobre los cuales

se fundamentan, casi en su totalidad, todas las filosofías postcartesianas:

sujeto y objeto, interno y externo, material y espiritual, individual y social,

etc. (Bourdieu, 1995, p. 84).

Otra opinión encontramos en Habermas quien reconoce la in-

fluencia de Dewey en sus ideas:

Antes de estudiar a fondo a Pierce y de verme fuertemente influido por

Dewey, no siempre resistí la tentación de sostener frente a la concepción

realista del conocimiento un pragmatismo que implicaba un concepto ins‑

trumental de verdad. Pero en Conocimiento e interés desarrollo el punto de

vista de un pragmatismo trascendental que no puede combinarse en modo

alguno con la idea de que el éxito de la actividad instrumental sea criterio

suficiente de la verdad de los enunciados (Habermas, 1982, p. 330).

Queda pues para nuestras próximas lecturas y enseñanzas, mostrar

las analogías entre los autores que vienen al uso en nuestro trabajo

de docencia e investigación.

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CAPÍTULO 2

CIENCIAS SOCIALES Y PRAGMATISMO:

DEWEY Y WEBER, DEBATES POSIBLES

Arturo Ballesteros Leiner*

[email protected]

IntroduccIón

El trabajo más reciente es el de Friedrich Jaeger que se encuentra

en el volumen coordinado por Jürgen Schriewer y Hartmut Kaelble

(2010). La comparación en las ciencias sociales e históricas. Un de‑

bate interdisciplinar. El último trabajo del tercer apartado del libro,

es elaborado precisamente por Jaeger y es una interesante “Compa-

ración de sociedades en la historia de las ideas”. En él señala que la

comparación histórica de sociedades no es privilegio de la historia

* Investigador del sni-Conacyt, doctor en Sociología por la Universidad Nacio-nal Autónoma de México (unam), profesor titular de la Universidad Pedagógi-ca Nacional-México (upn), profesor adscrito al Cuerpo Académico Consolidado Prácticas Institucionales y Constitución del Sujeto en Educación (cac-picse upn), miembro de la Red spece-upn.

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social, sino una metodología que se puede aplicar de manera pro-

ductiva al campo de la historia de las ideas.

Más que dar cuenta de la gran multiplicidad de tipos, contenidos

y métodos de comparación en la historia de las ideas, el autor aborda

el campo temático de la “comparación de sociedades” bajo la forma

de una contraposición entre diversos modelos y análisis de la socie-

dad. Para ello, realiza un estudio de caso basado en las teorías de la

sociedad de Max Weber y John Dewey, como forma de aporte a una

historia comparada de las ideas de sociedad. De acuerdo con Jaeger,

estos pensadores no sólo dejaron una clara impronta en el mun-

do intelectual de su época, sino que representan hasta la actualidad

una importante referencia en los análisis teóricos de la sociedad.

Considera que también es posible encontrar en ambos interpreta-

ciones y modelos teóricos alternativos de la sociedad moderna y

poderlos comparar desde una perspectiva sistemática. La compara-

ción que hace el autor se lleva a acabo de acuerdo con tres criterios:

en primer lugar, identifica las diferencias entre Weber y Dewey en

cuanto al diagnóstico de una crisis de modernización de la sociedad

burguesa. En segundo término, expone sus reacciones ante la pro-

blemática de la modernización y las posibles soluciones que cada

uno propone. Finalmente, aborda la diversa importancia que Weber

y Dewey concedían a la ciencia y a la racionalidad que la caracteriza

en el proceso de modernización social (Jaeger, 2010, p. 277).

Otra investigación comparativa entre ambos autores es la de

Christopher J. Roederer (2000) de la Faculty of Law, University of

the Witwatersrand, South Africa, titulado Ethics and meaningful

political action in the modern/postmodern age: a comparative analy‑

sis of John Dewey and Max Weber (La ética y la acción política signi-

ficativa en la edad moderna / posmoderna: un análisis comparativo

de John Dewey y Max Weber).

En este artículo se aborda una serie de problemas centrales en la

moderna o posmoderna vida política y ética. Lo hace en gran parte

a través de una explicación y comparación de John Dewey y los en-

foques teóricos de Max Weber y sus prescripciones sobre la ética y la

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

participación política significativa. De acuerdo con ambos, Dewey

y Weber, el mundo moderno, fragmenta tanto al “individuo” como

a la “comunidad”. Esta fragmentación dificulta el sentido de toda

la acción política. Por lo tanto, la cuestión se trata de ¿cómo se da la

fragmentación del individuo y del nivel comunitario, para su re-

conciliación, coherencia y sentido que recupere y restaure a toda la

acción? Dewey y Weber tienen conflictos para dar respuesta a este

conjunto de preguntas.

El autor sostiene que, sin embargo, se puede encontrar en

Dewey y Weber interesantes puntos de vista a las preguntas y sus

perspectivas y que siguen siendo relevantes en la actualidad. Sostie-

ne también que los problemas causados por la modernidad todavía

florecen en las condiciones de lo “posmoderno”. Además, propone

que, dadas las condiciones actuales (por lo menos para algunos)

una combinación de puntos de vista complementados por Weber y

Dewey sigue siendo la respuesta más adecuada y eficaz para las de-

mandas políticas actuales y ello serviría para una mejor atención a

nuestra necesidad de darle sentido y coherencia a la acción política

significativa.

Estos dos capítulos del libro son, hasta donde he podido indagar,

los más recientes trabajos, si no es que los únicos, que han intenta-

do acercar a estos dos influyentes pensadores del siglo XX. Ambos

me sirven de referencia para intentar una discusión que permite

centrar algunos planteamientos fundamentales de los dos autores

para entender mejor su visión de la sociedad y la posibilidad de su

estudio como disciplina científica.

Si queremos hacer un esfuerzo de síntesis fuerte, podríamos de-

cir que desde el punto de vista del objeto de estudio de las ciencias

sociales se ha nutrido un debate acerca de entender qué es lo que se

estudia. Al menos hay tres formas básicas que se identifican con al-

guna claridad. Aquellos que hablan de los “hechos sociales” y de ahí

se desprenden tradiciones que por supuesto impactan a diferentes

disciplinas, como es el hablar también de los hechos educativos.

Este objeto de estudio así identificado tiene en el marco de las pers-

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pectivas teóricas que lo sostienen, posibilidades explicativas que se

preguntan acerca de las causas últimas y eficientes que lo provocan

de una forma y no de otra.

Así esta tradición busca establecer suficientes regularidades em-

píricas que, asociadas a variables diversas, permitan entender el

porqué ese hecho surge.

Por otra parte, tenemos ya no al hecho como forma determinan-

te que adquiere lo que pretendemos estudiar desde lo social y cuya

característica central es no sólo la de ser externo y general, sino tam-ólo la de ser externo y general, sino tam-lo la de ser externo y general, sino tam-

bién algo dado, algo fijo que se le impone al sujeto que lo estudia; en

cambio, entender al mundo social de una forma dinámica, es decir,

lleno de acciones sociales orientadas por algún sentido que permite

ya no sólo su explicación en términos de sus vínculos causales, es

otra manera de definir el objeto de estudio de las ciencias sociales.

Acciones que adquieren significación para el sujeto o sujetos

que las realizan y con ello establecen una conexión de sentido que

permite comprender racionalmente su génesis y desarrollo. Lo so-

cial entendido como acciones sociales nos vincula con diversas tra-

diciones que buscan no sólo explicar, como lo hacen paradigmas

hegemónicos en las ciencias naturales y exactas y cuya lógica es bá-

sicamente nomotética; sino que nos invitan a entender la naturale-

za propia de lo humano que actúa conforme a valores y cuyos actos

están preñados de subjetividad susceptible a interpretarse.

Las ciencias comprensivas en el campo social están bañadas por

una labor antigua y profunda, la que alude a nuestra capacidad de

entender e interpretar lo que el otro siente, dice, actúa, reflexiona.

Así es posible, como señalaba Habermas (1990), incluso la auto-

rreflexión como crítica del sentido de nuestras acciones. Véase el

paralelismo con los planteamientos de Dewey en torno a la recupe-

ración de la experiencia y su reflexión necesaria para modificar las

tradiciones conservadoras en el campo educativo.

Por otra parte, hay un conjunto de perspectivas de análisis de

lo social que además de reconocer la capacidad explicativa de las

ciencias sociales y sus posibilidades hermenéuticas, entienden que

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

los cambios en la historia son el núcleo central de su intelección y

en esa medida se reconocen como ciencias teleológicas y, por ello,

el objeto de estudio se define y compromete con el cambio social.

Las ciencias sociales centradas en el cambio fundan su labor de

forma relevante desde una perspectiva crítica. Reconocen el valor

de las tradiciones nomotéticas e ideográficas, pero actúan en la bús-

queda de la transformación histórica y así será posible pensar en

condiciones sociales diferentes. La jaula de hierro de la que hablaba

Weber es sin duda una denuncia al proceso racionalizante de la so-

ciedad moderna y en la que los valores humanos han quedado fue-

ra de la sociedad y el hombre preso de su búsqueda y ambición por

la rentabilidad sin fin, expresada en el desplazamiento del “hombre

civilizado” al “hombre especialista”.

La sociología de la religión de Weber –como comenta Jaeger–

concibe la crisis de modernización de comienzos del siglo XX como

una crisis general de la cultura occidental que atañe a la categoría

antropológica misma de “hombre civilizado” por completo (2010,

p. 277). Nos dice Weber como ejemplo de la forma en que operan

las ideas en la historia que la ética protestante y la mentalidad ca-

pitalista actuaron con afinidad electiva, como en aquella novela de

Goethe titulada precisamente así.

En esa novela (1809), Goethe pone en tela de juicio los funda-

mentos del matrimonio. Cuatro personas que pasan una tempo-

rada aisladas en una mansión rural se sienten atraídas de manera

tal que amenazan las relaciones establecidas y esperadas. La fuerza

de esta atracción es imperativa y misteriosa, igual que los poderes

naturales –de donde Goethe toma prestado el título– que empujan

a ciertos minerales a unirse y a otros a separarse. Las reflexiones en

torno a la moral, el dominio de sí y la alienación enfermiza causada

por la dificultad de enfrentar las propias pasiones hacen de la obra

de Goethe un trabajo de gran actualidad sin duda.

La analogía que hace Weber pone en claro que su propósito no

era el de establecer la causalidad genética del sistema capitalista,

sino más bien el de reconstruir las grandes religiones como siste-

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mas generales de interpretación cultural de sentidos e impulsos de

acción prácticos, por medio de los cuales –y dentro de los cuales– la

sociedad llega a constituirse en cada una de las concreciones histó-

ricas del modo de vida humano (Jaeger, 2010).

¿Cómo actuar en este mundo hiperracionalizado? ¿Cómo en-hiperracionalizado? ¿Cómo en-

tender el conjunto de acciones que realizamos día con día? ¿Cómo

actuar reflexivamente frente a lo que hacemos y experimentamos?

¿Cómo construir una forma adecuada de entender el mundo de

la subjetividad humana y sus complejas formas de expresión e

interacciones?1 Weber y Dewey como bien dice Roederer, nos dan

importantes puntos de vista que nos permiten entender y construir

salidas a este tipo de cuestionamientos. Max Weber en el ámbito

general de lo social y John Dewey aplicado al campo educativo.

Veamos con detenimiento algunos supuestos de cada uno de es-

tos autores.

max weber, racIonalIdad y modernIdad

Para analizar la propuesta teórica de Max Weber, es necesario hacer

antes un breve recorrido por algunas de las referencias intelectuales

que más le influyeron.

Para algunos autores (Habermas, Aguilar, entre otros), el evento

histórico que funda el proceso de humanización de la historia es,

sin duda, la Revolución Francesa:

1Esta última pregunta nos remite sin duda a los intensos debates del siglo XIX y XX sobre la constitución de un estatuto epistemológico propio de las ciencias sociales. A este respecto es interesante recordar el esfuerzo que desde la psicología hizo Freud por abordar la tríada mente, cuerpo y cultura. Véase en sus anales clínicos el caso de neurosis obsesiva denominado “el hombre de los lobos” como un ejem-plo claro del enorme reto de Freud de intentar construir un puente hermenéutico entre el consciente y el inconsciente. En la literatura un ejemplo de la complejidad humana es la importante obra de James Joyce Ulises, que ha merecido innumera-bles tesis doctorales en diversas universidades del mundo y en la que desdobla en múltiples manejos de temporalidad el actuar cotidiano.

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

Por primera vez, en 1789, la filosofía del sujeto se hacía mundo. Los prin-

cipios del derecho natural, racionalmente fundado, lograban existencia

social concreta. Por y en el acto político la sociedad se transformaba en

hecho de razón y la razón en hecho social (Aguilar V., 1988, p. 23).

Recordemos que Weber centra su interés cognitivo en el análisis de

la modernización en su vertiente occidental, que reconstruye con el

concepto de racionalidad como hilo conductor.

Esa dimensión que ubica la importancia de la Revolución Fran-

cesa, tiene la clara intención de presentarla como un hecho que

trasciende las fronteras nacionales e históricas. Pone en cuestión

las problemáticas inherentes a la filosofía y la política. Toma como

escenario el contorno histórico que marca tal evento, comencemos

con una influencia intelectual decisiva para el pensamiento we-

beriano y que evidentemente tuvo paralelismo con la revolución

del 89.

Lo que el sujeto crítico-trascendental de Kant y el sujeto revolucionario-

político de Francia descubren, entienden y valoran acerca de sí mismos, lo

que constituye su autoconciencia, es justamente su capacidad de produ-

cir teórica y prácticamente “mundo”: la historia y la naturaleza. Por esto,

autoconciencia del sujeto (autodeterminación) y revolución del objeto

socio-natural (determinación) constituye la instancia de Kant y del movi-

miento del 89 (Aguilar V., 1988, p. 26).

Kant subraya que la ilustración posibilita al hombre su salida de

la minoría de edad. La finalidad del proyecto teórico-práctico de la

ilustración, se plasma en el objetivo de constituir, de configurar al

intelecto que luchará, que vencerá a la superstición. Este intelecto

es el que debe ser amo de la naturaleza desencantada. La Ilustra-

ción en su sentido más amplio, ha perseguido siempre el objetivo

de quitar el miedo a los hombres y de convertirlos en amos. Ya que

el miedo nos vuelve pasivos, nos anonada. Por ello, este movimien-

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to busca liberar al mundo de la magia, disolver los mitos y confutar

la imaginación. 2

Recordemos el enorme ejemplo en la arquitectura del paso del

gótico al Renacimiento, en la religión del tomismo a la Revolución

Franciscana.3 Preguntas que disolvieron el oscurantismo como la

de Roberto de Grosseteste (1170-1253): ¿cuántos ángeles caben

en la cabeza de un alfiler?, son sin duda el principio de la era de la

razón y del empirismo.

La superioridad del hombre, desde esta perspectiva, va a residir

en el saber. Por ello, Kant proclamaba y reclamaba al hombre, su

resistencia al arribo de la mayoría de edad y sentenciaba: “sapere

aude” (atrévete a saber). Recordemos que el propio Dewey se ins-

tala en este planteamiento al decir que, la “inteligencia organizada”

debe ocupar el lugar del mito y el dogma para mejorar el terreno

común y enriquecer la experiencia individual (Hook, 2000, p. 19).

La Revolución Francesa se presentó como el perfecto laborato-

rio en el que la razón se sabía poder. Recordemos que tanto para

Bacon como para Lutero, lo que importaba no era la satisfacción

que los hombres llaman “verdad”, sino la operation, es decir el pro-

cedimiento eficaz. Dice Bacon en el Novum organum (1620) que el

2Una amplia y crítica exposición sobre esto la encontramos en Horkheimer y Adorno (1969).3En la Edad Media la noción que se tenía de Dios como castigador llevaba a una actitud mística de recogimiento es decir de ensimismamiento, de autorreflexión. Esta era la forma de obtener la salvación. Por ello vemos que la arquitectura gó-tica de las iglesias era de dejar entrar poca luz, eran oscuras por definición y a la entrada de las mismas podemos observar gárgolas o demonios que inspiraban el miedo y sobretodo invitaban al sentimiento de culpa y a la necesidad de castigo. La liturgia de Santo Tomás se inspiraba claramente en la idea de un Dios poderoso que castiga y al que se debe tener ante todo miedo. En cambio más adelante, los franciscanos insertan una idea diferente de Dios, el Dios-sol de San Francisco de Asís es un Dios que premia y premia con la luz, con la belleza de la naturaleza, con el color. Es él el que introduce la noción de “milagro” en la práctica religiosa. Vemos aquí un cambio radical en las iglesias del Renacimiento y estas tendrán enormes vitrales que dejan entrar la luz y los colores al recinto religioso. Ya no es la introspección la forma en que se puede ganar la salvación sino la realización de obras piadosas.

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

verdadero fin y tarea de la ciencia, reside no en discursos plausibles,

edificantes, dignos o llenos de efecto, o en supuestos argumentos

evidentes, sino en el empeño y en el trabajo y en el descubrimiento

de detalles antes desconocidos. De ahí que la organización racio-

nal del trabajo sea un aspecto clave para la Modernidad, expresada

tanto en la ciencia baconiana como en la religión luterana, y de ello

sabe muy bien Dewey que es posible extenderlo al campo educativo

con la recuperación de la experiencia, y en el caso de Weber centrar

toda su sociología en el campo de la acción social.

La crítica de la razón kantiana afrontaba la dominación tradi-

cional absolutista y desmantelaba su fundamento teológico y con-

tractualista; para de esa manera postular el triunfo de la dominación

racional republicana.4

A este punto arribamos a lo que podría definirse como una an-

tinomia: la del intelecto y la razón, la del pensar y el conocer, la que

corresponde al reino de las causas y la que corresponde al reino de

los fines. Punto problemático de enorme valía para la configura-

ción de la sociología comprensiva de Max Weber.

Kant, pues, establece una doble causalidad, la determinista necesaria y

la teleológica libre, la natural fáctica y la social axiológica, la que rige en los

hechos del ser y la que quiere regir en los hechos desde el deber-ser del

hombre (Aguilar V., 1988, p. 35).

Con esto se vislumbra que Kant va elaborando una oposición entre

ciencias físico-naturales y “ciencias del espíritu”. Ya que esa doble

causalidad dificulta enormemente la posibilidad de que se cons-

tituya en ciencia el conocimiento histórico, político y sociológico.

4“Kant criticaba e invalidaba la posibilidad de demostrar racionalmente la existen-cia del referente divino del absolutismo político: la Crítica de la razón pura sacu-día la teoría del monarquismo, mostrando su indemostrabilidad. La destrucción teórica del Absoluto, llevada a cabo por la dialéctica trascendental, dejaba sin sus condiciones necesarias de validez gnoseológica a la metafísica, a la teología, y de validez ideológico-política a la monarquía” (Aguilar V., 1988, pp. 26-27).

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Esta dualidad dimensional de la historia social –fenoménica-causas

y práctica-fines–, vuelve irreductibles las parejas epistémicas entre

ser y deber ser, hechos y valores y acción y sentido de la acción. Los

problemas de orden epistemológico y metodológico que se derivan

de ese planteamiento kantiano pasan por todo el idealismo alemán,

el marxismo, el historicismo, el neokantismo y por supuesto el we-

berianismo. A este respecto habrá que decir que la filosofía social

que formula Dewey actúa siempre en oposición a los dualismos,

individuo versus sociedad, libertad versus autoridad, comunidad

versus sociedad, entre otros.

Podemos señalar que a partir del esquema formulado por Kant,5

se ha definido la división moderna entre ciencia y cultura, entre na-

turaleza y humanidad.6 Como es sabido, de Kant proviene también

la distinción entre ciencia y política, así como la convicción de que

las ideas y los enunciados científicos constituyen fuerzas políticas

e históricas, para que de esa manera fuese posible comprender a

la vocación científica como profesión-vocación política; temas que

como sabemos se integran a la agenda de discusiones que aborda

Weber y que son motivo del análisis comparativo con Dewey que

hace el autor sudafricano Roederer.

5 “[...] al igual que Platón, Kant logró postular un mundo al margen de la expe-riencia, distinto y superior con respecto a aquel que la observación y la ciencia ofrecen al hombre; se proclama la certeza del juicio sintético a priori precisamente cuando el empirismo se resigna al escepticismo: esto es lo fundamental de la filo-sofía kantiana”.6 “En resumen, la distinción que Kant pone entre razón teórica y razón práctica es la raíz de la distinción entre las ciencias de la naturaleza (Naturwissenschaften), que operan según un esquema causal estricto determinista, y las ciencias de la acción humana, de la cultura, del espíritu (Kulturwissenschaften, Geistwissenschaften), que operan según un esquema de referencia al valor, a la norma moral-jurídica, al deber ser, y que se estructuran consiguientemente según un esquema causal teleológico. Kant representa el punto de partida de la drástica distinción entre ciencias analítico-hipotéticas y ciencias hermenéuticas, por causas eficientes y por causas finales, explicativas y “comprensivas del sentido” (Aguilar V., 1988, p. 39). En su obra Luis F. Aguilar V. construye magistralmente los puentes entre el pensa-miento kantiano y el weberiano, por lo que resulta una lectura recomendable para los que deseen profundizar en este aspecto.

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

El punto de partida de Max Weber se plantea desde una com-

pleja problemática que surge del ocaso del positivismo, de las limi-

taciones del historicismo y sus variantes y de la tradición clásica.

El problema recurrente a lo largo del nacimiento y desarrollo de la

ciencia histórica y social, fue la cuestión acerca de si la explicación

causal debería tener cabida en ella o no.

Esa aparentemente vieja discusión, iniciada por el neokantismo

(Windelband, Rickert, entre otros), en torno a las diferencias meto-

dológicas entre ciencias de la naturaleza y ciencias del espíritu, en el

debate contemporáneo parece subsumirse en el plano de la teoría de

la ciencia bajo la forma de una metodología universal de las ciencias

empíricas (K. Popper) o de una hermenéutica general de las cien-

cias del espíritu y de las ciencias históricas (G. Gadamer). Con ello,

la teoría analítica de la ciencia y la hermenéutica filosófica parecen

ignorarse.

De acuerdo con Jürgen Habermas (1990, p. 506), mientras que

las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu pueden profe-

sarse mutua indiferencia y soportar una convivencia más enconada

que pacífica,7 las ciencias sociales tienen que dirimir bajo un mismo

techo la tensión de sus propios planteamientos divergentes; aquí la

práctica de la investigación es la que obliga a reflexionar la relación

entre procedimientos analíticos y procedimientos hermenéuticos.

Weber y Dewey plantean un problema polémico en el contexto

del debate entre ciencias empírico-analíticas y ciencias histórico-

7 En este aspecto es interesante a título de ejemplo, el debate generado por dos físi-cos Alan Sokal y Jean Bricmont, al publicar un artículo (Transgressing the Bounda‑ries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity), en la primavera de 1996 en una conocida revista, de corte postestructuralista, Social Text; en la que Sokal tiene la intención, a través de una complicada sátira, de desenmascarar el uso intempestivo de la terminología científica y las extrapolaciones abusivas de las ciencias exactas a las humanas. Los autores analizados son principalmente: Julia Kristeva, Luce Irigaray, Bruno Latour, Jean Baudrillard, Gilles Deleuze, Félix Guattari y Paul Virilio, sin dejar de lado que el debate continúa hasta Derrida. Para profundizar en el tema recomiendo el texto de Sokal y Bricmont (1999, p. 315).

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hermenéuticas: ¿existe una diferencia lógica entre las ciencias na-

turales y las sociales?

Para Weber la diferencia lógica deriva del hecho tradicional-

mente admitido de que el control que puede poner en práctica la

ciencia social no es el habitual control experimental de laboratorio

que consiste en reproducir el fenómeno y, en segundo lugar, del

hecho de que –precisamente por esto– el control ha de ser necesa-

riamente racional puro o conceptual. Y puesto que la elaboración

de conceptos concierne a una materia no verificable experimen-

talmente, se tratará de una elaboración de conceptos-valores, de

configuraciones ajustadas al modo en que el observador concibe en

general el significado de la observación misma, de configuraciones

ajustadas, en definitiva, a valores.

Por otra parte, para Dewey señala que:

La presunción de que la investigación social es ya científica con tal de que

se empleen las técnicas apropiadas de observación y registro (de prefe-

rencia estadístico) –entendiéndose por apropiadas lo más parecidas a las

técnicas empleadas por la ciencia física– no cumplen con las condiciones

lógicas que en la ciencia física prestan a las técnicas de observar y medir su

rango y su fuerza (Dewey, 1950, p. 546).

Esto es una falacia señala Dewey ya que en la investigación social

los problemas genuinos están planteados por situaciones sociales

reales que son, en sí mismas, conflictivas y confusas.

Para Weber, la ciencia natural procede por medio de conceptos

analíticos, formula leyes, crea una imagen mecánica de la naturale-

za y actúa conforme un principio determinista; en cambio la cien-

cia histórica procede conforme a conceptos sintéticos, expresados

de manera compleja como conceptos “concretos”.8

8 “El concepto concreto es el que, al expresar la ‘conjunción’ de los elementos par-ticulares y determinados en un tono unitario y único, representa cabalmente la realidad histórica, la unidad singular de lo real y la unidad única, diferente, de lo histórico” (Aguilar, V., 1988, p. 294).

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

Pero la vida social es entendida por Weber de manera dinámica,

apunta a algo, es activa, es acción social y como tal está orientada

por determinados fines. De ahí que sólo comprendiendo el sentido

de ese movimiento en el contexto del cual forma parte la totalidad,

se arribe a la explicación de las realidades particulares: del para qué se

posibilita el por qué. Weber define lo que deberá entenderse por

sociología como:

[...] una ciencia que pretende entender, interpretándola, la acción social

para de esa manera explicarla causalmente en su desarrollo y efectos (We-

ber, 1977, p. 5).

La definición que hace de acción social se enlaza con el fin hacia el

que se mueve intencional y activamente toda la vida humana;

la cual tiene una precisa ubicación histórica y por tanto tiene una

clara referencia concreta. Así, explicar históricamente significa en-

tender el sentido y la tendencia de lo que existe y sucede, es decir,

su finalidad.9

Dewey plantea el uso de la inteligencia organizada como método

para resolver los conflictos, así como para maximizar las libertades

efectivas de los individuos en una sociedad que piensa democráti-

camente. Con ello simpatiza con la idea de establecer las condicio-

nes sociales adecuadas para el uso más amplio posible del método

experimental, y una efectiva libertad para que todos los individuos

participen de un trabajo socialmente productivo.

Para Weber el método hermenéutico-teleológico, propio de las

ciencias histórico-sociales, no debe caer en aquel “psicologismo vi-

vencial” que hacía a un lado la verdad de los juicios científicos y por

9 “Los fundamentos de explicación son los proyectos de significación que los hom-bres lanzan en la naturaleza y en su sociedad y por medio de los cuales las confi-guran humanamente, ‘hacen historia’, la transforman en ‘cultura’. A la persona y sociedad humanas interesa entender y producir el sentido de su existencia, de su vida, no sólo explicarse como realidad natural, fija en su determinación” (Weber, 1977, p. 295).

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tanto la validez empírica de los juicios. Weber reconoce el enorme

valor de formular conceptos y enunciados sintéticos, construidos

interpretativa y teleológicamente; pero estos deben a su vez ser con-

ceptos precisos y enunciados causales rigurosos capaces de explicar

empíricamente los sucesos humanos y no sólo dar cuenta sobre el

sentido de la vida del hombre en su realidad espacio-temporal.10

Dewey en su teoría de la lógica entendida como una teoría de la investi-

gación, requiere: Una teoría empírica de la mente enraizada en la idea de

que sean lo que sean los procesos psíquicos, sólo lo son por sus efectos ob-

servables con respecto a algo que, en primera instancia, no es en absoluto

psíquico y de lo que emergen como cualidades que dependen del modo en

que se organiza lo no-psíquico (Hook, 2000, p. 85).

Max Weber quiere conjuntar “comprensión interpretativa” y “expli-

cación causal”, creando la “comprensión explicativa” o “explicación

comprensiva”. Dotada de un método histórico y sociológico carac-

terizado por su originalidad y validez, autonomía y rigor, cons-

tituyéndose por tanto en ciencias en sentido estricto y con una

definitiva diferenciación respecto de las universales “ciencias de la

naturaleza” y la “filosofía de la historia”.

La conjunción weberiana entre “comprensión interpretativa” y

“explicación causal” nos lleva a preguntar, ¿cómo resolver el com-

plejo nudo problemático derivado de dicho esfuerzo de conjun-

ción? Weber entiende por interpretación de una acción, algo que

10 A eso se refiere Weber cuando define al método científico como: “consistente en la construcción de tipos investiga y expone todas las conexiones de sentido irracionales, afectivamente condicionadas, del comportamiento que influyen en la acción, como ‘desviaciones’ de un desarrollo de la misma ‘construido’ como pu-ramente racional con arreglo a fines. [...] La construcción de una acción rigurosa-mente racional con arreglo a fines sirve en estos casos a la sociología –en méritos de su evidente inteligibilidad y, en cuanto racional, de su univocidad– como un tipo (tipo ideal), mediante el cual comprender la acción real, influida por irracio-nalidades de toda especie (afectos, errores), como una desviación del desarrollo esperado de la acción racional” (Weber, 1977, p. 7).

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

va más allá de la posición psicologista que remarca los aspectos de

motivación y valoración e introduce en cambio, la categoría de ra‑

cionalidad (Zweckrationalität), lo que permite definir que:

Interpretar o comprender interpretativamente una acción es organizarla y

llevarla a unidad conceptual según un esquema de fin-medios, construido

de acuerdo al principio de racionalidad. Por racionalidad se entiende la se-

lección y el empleo de medios que, bajo la restricción de las circunstancias,

son idóneos en razón de su eficacia para la realización de un fin determi-

nado o, dicho de otro modo, en razón de que la realización de un fin de-

terminado es consecuencia o efecto del empleo de los medios (Aguilar V.,

1988, pp. 331-332).

Ese esquema racional, sin duda, da a Weber la capacidad de resolver

el problema de la conjunción, ya que le permite integrar la teorici-

dad, la causalidad y la comprobación a la comprensión, sin dejar de

lado las reivindicaciones historicistas, esto es, la sinteticidad, la con-

creción, el carácter humano y la teleología. 11

La interpretación racional tiene en la metodología weberiana

un importante valor heurístico, es un instrumento que posibilita la

11 “En suma, comprensión interpretativa significa para Weber, en primer lugar, un concepto sobre el ‘sentido’ (Sinn) de la acción, sobre su ‘conexión de sentido’ (Sin-nzusammenhang). Por tal, Weber entiende la intencionalidad propia de un actuar, la específica articulación entre los medios y el fin, que estructura y determina la operación de la acción entera. En segundo lugar, se trata de una interpretación racional, es decir, formula conceptualmente la articulación perfecta entre un de-terminado actuar y un determinado fin, por cuanto formula los medios que regu-larmente tienen como consecuencia las situaciones que son anheladas como fin o a través de las cuales se logra el fin aspirado. En tercer lugar, el concepto de inter-pretación racional se explicita en un enunciado causal que formula la causalidad propia y adecuada de la acción racional; en este sentido formula una ‘posibilidad objetiva’ de causalidad histórica, la causalidad que tendría lugar a condición de que se actúe racionalmente. Pero no con la pretensión de que ‘orden real’ y ‘or-den lógico’ sean idénticos, sino con el propósito de que la hipótesis ideal (posible, condicionada) de la acción estrictamente ‘racional’ arroje luz para la invención y formación de la hipótesis factual sobre la causalidad histórica de una acción efec-tivamente sucedida” (Aguilar V., 1988, p. 333).

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construcción de hipótesis, la ideal y las causales reales sobre los he-

chos efectivos, para así, arribar a la comprobación y a la validez. De

esta forma puede Weber conciliar aquellas dicotomías epistemoló-

gicas que le heredó su tradición intelectual y que habían impedido

que la ciencia histórica y social fuese ciencia en sentido estricto. 12

Recordemos que Dewey también debate con fuerza a las posi-

ciones dualistas, mente-cuerpo, individuo-sociedad, teoría-prácti-

ca, conocimiento-acción. Para el pragmático Dewey la clave está en

reconocer que en la práctica todos nosotros –tanto filósofos como

no filósofos– hacemos. También por supuesto reconoce el valor de

la racionalidad en la explicación y ella es desarrollada con el mismo

esquema weberiano de los medios y fines, pero sin citarlo.

Por otra parte, la Teoría de la Acción Social de Weber es la que

atiende al concepto de racionalidad y del que se desprenden dos

modelos:

1) Modelo Teleológico: se limita a los aspectos racionaliza-

dores que surgen del concepto de finalidad, entendido

como relación entre medios y fines.

2) Modelo de la Interacción Social: se plantea la existencia

de distintos tipos de relación reflexiva en las orientacio-

nes de la acción y, con ello, aspectos posteriores desde los

cuales es posible racionalizar las acciones.

Desde ese esquema, Weber posibilita la caracterización de la acción

conforme a los fines que la orienta; esto es: a) como racional-te-

leológica, orientada por la utilidad; b) como racional-axiológica,

orientada por los valores; c) como acción racional-afectiva, por me‑

tas emocionales, y; d) como acción racional-tradicional, determina-

da por una costumbre arraigada.

12 Para profundizar en este aspecto (explicación-comprensión), ya que rebasa los modestos propósitos de este apartado, sugiero revisar la obra de Aguilar V. (1988, capítulo IV, pp. 289-438).

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

Esta tipología weberiana no posee, sin embargo, una gradación

equitativa ya que en el contexto de la racionalización occidental

moderna, se mide el grado de racionalidad de las acciones, desde

el modelo de la acción medios-fines, en cuyo caso la acción ra-

cional-teleológica consigue la más elevada calificación. Esta es la

discusión que rescata Roederer en su estudio comparativo entre

Dewey y Weber cuando se refiere al tema de la fragmentación del

sujeto y la comunidad en la sociedad moderna.

De hecho, la acción racional-teleológica se acerca en mejor

medida a la buscada objetividad, debido a que plantea la adecua-

ción de los medios a los fines recurriendo a las consecuencias, lo

que no ocurre con los otros tipos de acción ya que prescinden de la

valoración de las consecuencias.

Podemos decir que Weber al referirse a la acción orientada por

valores, entiende fundamentalmente su versión moral y más preci-

samente las valoraciones éticas de la intención de corte kantiano y

protestante. Este tipo de ética entiende que determinadas acciones

tienen que ser realizadas o evitadas por su valor intrínseco sin aten-

der a las consecuencias.

Pasemos ahora a las consideraciones del ejercicio del método,

es decir el nivel de la formación de los conceptos y los enunciados

causales históricos y sociológicos y su comprobación. Con ello se

abre el profundo debate sobre la relación entre el “enunciado cau-

sal” y el “juicio de valor.”13 Weber pone orden en la polémica a partir

de considerar tres diferenciaciones básicas: “relación de valor”, “jui-

cio de valor” y “libertad ante el valor”.14

13 La amplia argumentación que desarrolla Weber (1976) respecto del complejo hechos-valores se encuentra fundamentalmente en dos ensayos: “La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales” y “El sentido de la ‘libertad de valoración’ en las ciencias sociológicas y económicas”. 14 “Estas tres categorías, relativas al método científico de la historia, la sociología y la economía, determinaban la posibilidad del conocimiento y su ámbito posi-ble de conocimiento histórico-social, dado que por ella se constituye su ‘objeto de conocimiento’ (selección, reducción, conceptualización e hipótesis causal). La ‘libertad ante el valor’ no es ‘neutralidad valorativa’, significa que el investigador

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Deliberar con John Dewey

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Por otra parte, es clara la posición de Weber en torno al espino-

so asunto de la necesaria distinción entre religión, ética y política

respecto de la ciencia. Así la ciencia no podrá emitir juicios de valor

sobre los valores, aunque el científico quedará libre sobre su emi-

sión respecto de sus propias acciones individuales o públicas; en

cambio podrá establecer que determinados medios sean idóneos y

consecuenciales en la realización de cierto valor o que determina-

das condiciones vuelven posible o no su realización. Dewey aboga

con decisión en favor de la intervención de la ciencia como factor

de racionalización en el mundo de la vida. En cambio Weber con-

científico, ante la multiplicidad infinita y caótica de lo empírico, no está determi-nado por la realidad empírica pero tampoco por la multiplicidad heterogénea y aun antagónica de los valores culturales (éticos, religiosos, políticos) de su socie-dad y época. Por esto, y al igual que toda acción, los fines e intereses específicos del conocimiento histórico-social demandaban y suponían la decisión libre y optativa del investigador por determinados valores, con exclusión de otros, de manera que con relación a los valores escogidos se seleccionarán y ordenarán conceptualmente y proposicionalmente los datos de experiencia. De todos modos, la ‘objetividad’ o validez veritativa de los enunciados causales de hechos histórico-sociales no de-penden de ninguna manera de los valores decididos como condiciones y guías de conocimiento, sino únicamente de las ‘normas de pensamiento’ (principio de no contradicción y ‘reglas de acontecer’) que son heterogéneas a las ‘normas prác-ticas’ de los valores y, sobre todo, no libremente opcionales sino propias de la razón científica en cuanto tal. Los límites de los valores en el momento definitivo de la ciencia histórico-social, en su ‘objetividad’, establecen, a la inversa, los límites de la ciencia en el momento definitivo de la afirmación de los valores, en su validez. El ‘juicio de valor’ o ‘valoración’ es precisamente la categoría que denota el ámbito imposible del conocimiento científico o, dicho de otro modo, el uso imposible (inválido) de los enunciados científicos como juicios de valor. La única validez de los valores que la ciencia puede determinar es su ‘validez lógica’ y su ‘validez téc-nica’, su no contradicción y realización. Rebasa en cambio, a toda posibilidad de la ciencia la fundamentación de la validez de los valores últimos en su calidad de tales, el establecimiento y la justificación de ‘normas prácticas’ y ‘preceptos comportamentales’ deducidos de esos valores, la argumentación de hechos y rea-lidades sucedidos como valiosos y ejemplares. Más aún, la incompetencia de toda preferencia científica sobre la validez e imperatividad de los valores concierne no sólo a la determinación de su carácter de validez universal y absoluta, sino también a la de su carácter particular y relativo, relativo a una particular cultura social: no sólo en lo que respecta a lo que debe valer y ser en general y sin más, sino también en lo que respecta a lo que debe valer y ser en una determinada cultura social” (Aguilar V., 1988, pp. 549-550).

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

sideraba que la crisis de su tiempo se fundaba, entre otros factores,

en la cientifización del mundo de la vida (Jaeger, 2010).

El objetivo de Weber al formar el concepto histórico es aten-

der la necesidad de construir un “universal concreto”, es decir un

concepto sintético que integre lo que es peculiar, específico de

lo concreto, esto es irrepetible en un hecho; para poder hacer esto,

se vuelve obligado el análisis de la realidad para así constituirla en

individualidad histórica. El proceso al que nos lleva ese análisis (se-

lección, separación, exclusión y énfasis en la peculiaridad) se lleva a

cabo mediante la “relación de valor”: el resultado es un compuesto

de acción racional, es un concepto estructural y genético, en tan-

to que permite la “conexión de sentido” ya que articula y unifica

los diferentes momentos y elementos que conforman a la acción

y su curso y efectos. El “tipo ideal” weberiano, es en esta medida

un concepto de acciones racionales en el que se han prefigurado,

con conocimiento de lo real, los efectos que pueden idónea y con-

secuencialmente causar la acción conceptualmente elaborada.

Los tipos ideales tienen un doble carácter: por una parte se cons-

tituyen a través de un proceso de análisis, en el que seleccionan y

resaltan rasgos distintivos; y, posteriormente, se constituyen en un

proceso de síntesis en el que se integra y establece una condición

“ideal” de conexión de sentido. Al decir esto, se reconoce que la

“pureza conceptual” del tipo ideal tiene que ver más con una utopía

que con su referencialidad empírica.

Ahora bien, en tanto que la conceptualización típica ideal no es

una representación de la realidad tal cual esta es, entonces su función

es meramente “metodológica”, es decir que tiene una función heurís-

tica, apoya a la exposición y a la investigación. En el primer caso,

ayuda a la creación de conceptos precisos y unívocos, y en el segundo,

a la producción de las hipótesis explicativas individuales.15

15 “Constituye este un cuadro conceptual que no es la realidad histórica, al menos no la “verdadera” y que mucho menos está destinado a servir como esquema bajo el cual debiera subsumirse la realidad como espécimen, sino que, en cambio, tiene

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En conclusión, todos los conceptos del actuar social, econó-

mico y político, que Weber enumera y articula en un “sistema de

conceptos universales” o, como hoy se suele decir, en un “aparato

categorial”, manifiestan diáfanamente, sin excepción, la ingeniería

lógica y metodológica de una construcción individualista (“com-

prensibilidad del sentido de un actuar”) y racionalista (“univocidad

y evidencia racional del sentido de un actuar”). Ahora bien, por sus

características de univocidad, comprensibilidad y evidencia perfec-

ta, los conceptos no pueden ni deben ser entendidos más que como

“tipos”, “tipos puros” o “tipos ideales”... (Aguilar V., 1988, p. 684).

Conviene señalar la diferenciación que hace Weber de los tipos his-

tóricos respecto de los sociológicos. En el primer caso, la intención

es resaltar la comprensión de lo peculiar de los hechos cultural-

mente significativos; en cambio, en el segundo, el interés del cono-

cimiento sociológico es generalizante, esto es que busca definir y

comprender aquellas acciones sociales de orden fundamental para

la sociedad entera.16

john dewey: experIencIa e InvestIgacIón socIal

Señala Dewey que el objeto de los problemas sociales es existencial

y esto lo entiende desde una perspectiva amplia de “lo natural”, en

este sentido, dice, “las ciencias sociales son […] ramas de la ciencia

natural” (Dewey, 1950, p. 534). Aclara que la idea no es si el objeto

del estudio de las relaciones humanas cumplen con los requisitos

que se exige a otras ciencias, sino más bien si la naturaleza de su

objeto permite el desarrollo de métodos que de alguna forma ten-

el significado de un concepto límite puramente ideal, respecto del cual la realidad es medida y comparada a fin de esclarecer determinados elementos significativos de su contenido empírico” (Weber citado por Aguilar V., 1988, p. 568).16 Para una mayor profundización en este aspecto y particularmente sobre cómo Weber acota y prevé una posible lectura “trascendentalista” de esta propuesta, su-giero revisar a Aguilar V. (1988, pp. 687-693).

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

gan condiciones lógicas similares a las que se satisfacen en otras

ciencias.

Dewey hace un esfuerzo teórico al intentar correlacionar a las

ciencias físicas con las sociales y señala incluso que el amplio campo

y la constitución intrincada de los fenómenos sociales en compara-

ción con los físicos es algo más que una fuente de dificultades prác-

ticas para su tratamiento científico. El nudo problemático al que se

enfrenta con este supuesto teórico, lo lleva a resolver –a la manera

kuhniana– que el ambiente físico está constituido por condiciones

existenciales que resultan ser la materia prima de los fenómenos

culturales y sociales. “Ninguna persona ni grupo hace algo si no es

en interacción con las condiciones físicas” (Dewey, 1950, p. 539).

Por ello, enfatiza que la significación teórica de este planteamiento

tiene que ver con el hecho de que no es posible comprender los

fenómenos sociales si no existe antes una previa comprensión de

las condiciones físicas y las leyes de sus interacciones. Con ello es

contundente al decir “No es posible abordar directamente los fenó-

menos sociales en cuanto sociales” (Dewey, 1950, p. 539).

Todo proceso de conocimiento es ese intento de modificación

activa de la realidad, y de él surgen, como funciones o produc-

tos, la conciencia, el espíritu, el yo o la persona. La lógica es el

instrumento adecuado para realizar tal proceso, nos dice Dewey.

Nos desarrollamos mediante el enfrentamiento continuo con

situaciones problemáticas. Es ésta la unidad lógica de Dewey, en

la que distingue cinco momentos: 1) el planteamiento de la si-

tuación problemática; 2) la intelectualización del problema;

3) observación y experimentación; 4) reelaboración de hipótesis;

5) comprobación.17

17 Esas etapas constituirán los cinco grados de la metodología educativa que pro-puso. En el primero, se dará a elegir al niño alguna experiencia actual. Después se hará una interrupción en la continuidad de la actividad. El tercer grado consiste en la revisión de los datos con que se puede contar. La formación de hipótesis para poder continuar la primera actividad será el cuarto paso. El término del proceso exige el someter la hipótesis elegida a la experiencia como prueba de la verdad.

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El material de lo social existe, sobre todo, en una cruda condi-

ción cualitativa y por ello la problemática central de la investigación

social consiste en el establecimiento de métodos con los cuales el

material de las situaciones existenciales pueda convertirse en mate-

ria preparada que facilita y controla la investigación (Dewey, 1950,

p. 540).

Para Dewey la investigación se propone pensar realistamente

lo social y ello significa que la observación del objeto de estudio,

distingue entre condiciones adversas y favorables en una situación

existente, entendiéndose adversas y favorables en conexión con el

fin propuesto. Este planteamiento es típicamente weberiano, si re-

cordamos el esquema de medios y fines en el contexto de la ra-

cionalidad instrumental. Sin embargo, Dewey no logra concretar

heurísticamente su propuesta en la dimensión metodológica como

lo hace Weber con los tipos ideales.

El “realismo” para Dewey no significa captar la situación exis-

tente en su totalidad, sino una especie de discriminación selectiva

de las condiciones como obstáculos y como recursos, o sea negati-

vas y positivas para el logro del fin propuesto. Sin embargo, acla-

ra que las condiciones además de ser material de la observación

analítica, “están cambiando de algún modo en alguna dirección, de

suerte que el problema consiste en establecer modos de interacción

entre ellas que produzcan cambios en la dirección que conduzcan

a la consecuencia objetiva propuesta” (Dewey, 1950, p. 548). El es-

quema weberiano de los tipos ideales es muy cercano a este plan-

teamiento como se puede observar, Dewey quizás por su condición

de apología que hace de la ciencia y en particular de la física, le es

muy difícil llegar al nivel en el que Weber desarrolla y construye el

estatuto epistemológico de las ciencias sociales.

Para Dewey, las condiciones de un hecho social nunca están to-

talmente fijadas, esto es que se encuentran siempre en proceso, son

dinámicas y hacen del hecho una acción y ello las conduce hacia la

producción de una situación que habrá de ser diferente en algún

aspecto al menos. Por ello, precisa, lo que se proponen las operacio-

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

nes de observación que distinguen a las condiciones en dos: facto-

res que impiden u obstaculizan y recursos positivos es, el indicar las

actividades o acciones que deben intervenir para dar al movimien-

to (y por tanto a las consecuencias) una forma diferente de la que

adaptaría abandonado a su suerte; o sea, un movimiento hacia una

propuesta situación existencial unificada (Dewey, 1950, p. 549). Los

tipos sociales como los caracteriza Weber muestran la intervención

de ciertos medios elegidos para el alcance del fin propuesto y cuyas

consecuencias no deseadas se deben a la intervención de condicio-

nes imprevistas, que pueden tener que ver con acciones motivadas

por emociones, entre otros aspectos.

Dewey reconoce, por tanto, que el tomar los hechos como ya

acabados y no en la dinamicidad que los caracteriza como acciones,

llega a tener consecuencias más graves en la investigación de los

fenómenos sociales que cuando se trata de objetos físicos. Recor-

demos la exposición inicial que hicimos sobre las diferencias entre

hecho, acción y cambio sociales.

Para Dewey (como para Weber) los fenómenos sociales son his-

tóricos o bien su naturaleza es la de secuencias temporales indivi-

duales. Asimismo señala (en otra coincidencia con Weber) que la

investigación de los fenómenos sociales supone juicios valorativos

porque sólo pueden ser comprendidos en términos de aquello que

son capaces de promover. Por lo tanto, existen en abstracto, tan-

tas interpretaciones posibles como clases posibles de consecuen-

cias. Sin mencionarlo es obvio que coincide con el planteamiento

weberiano del método de la individualidad histórica. Sin embargo,

se distancia de Marx al decir que “no implica que se introduzca en

los fenómenos sociales una teleología, hace tanto tiempo fuera de

moda en el caso de los fenómenos físicos” (Dewey, 1950, p. 550),

es decir, que no existe una meta preestablecida que gobierne el curso

de los hechos sociales.

Para aclarar lo anterior en el curso del razonamiento de Dewey,

se puede decir que “toda situación problemática, una vez analiza-

da, presenta, en conexión con la idea de las operaciones que habrá

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que realizar, posibles fines alternativos en el sentido de consecuen-

cias ultimadoras” (Dewey, 1950, p. 550). Recordemos nuevamente,

la propuesta weberiana de los tipos ideales en el estudio de las ac-

ciones sociales. Evidentemente su finalidad es heurística como lo

señalamos más arriba y no sustitutiva de la realidad y con ello es

posible imaginar escenarios alternativos que nos acerquen racio-

nalmente de mejor manera a la comprensión de la realidad social.

conclusIones

Con respecto a las ideas de Weber y Dewey de sociedad y el pa-

pel que juega la ciencia en la configuración de los modos de vida

modernos, es importante señalar una diferencia de fondo entre las

dos interpretaciones. Para Weber, la libertad personal del individuo

y la organización racional de la sociedad moderna se encuentran

en una relación de tensión, de la que surge una dinámica histórica

consistente en una dialéctica entre carisma individual y racionali-

zación social. Dewey considera que estos dos polos de la sociedad

moderna se condicionan mutuamente, en la medida en que coin-

ciden, en principio en el marco de un público democráticamente

estructurado y de una organización discursiva de la experiencia del

mundo de la vida (Jaeger, 2010, p. 285).

En las diferentes interpretaciones de los autores trabajados en este

texto sobre la problemática de la modernización, se expresa con cla-

ridad en la manera en que se formula la solución a la crisis del pre-

sente. Para Weber es claro que el último recurso cultural restante es la

fuerza interna de la “personalidad”, para la motivación de la acción y

la producción de sentido. En cambio para Dewey la civilización apun-

ta a un carisma todavía no materializado de la sociedad moderna en sí

y al aporte que pueda efectuar para su renovación e integración

cultural un público en libertad democrática (Jaeger, 2010, p. 281).

De acuerdo con Jaeger, en la reconstrucción que hace Weber so-

bre la sociedad moderna, el surgimiento del capitalismo moderno,

el desencantamiento del mundo por la ciencia y la burocratización

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Ciencias sociales y pragmatismo: Dewey y Weber, debates posibles

creciente son los tres procesos fundamentales del racionalismo oc-

cidental, en los que se anunciaba, a la vez que se concretaba ya, la

pérdida de libertad y de sentido del “hombre especialista” moder-

no. Weber hace entonces un diagnóstico extremo y ve en la crisis

de modernización contemporánea una ruptura de dimensiones

antropológicas con la tradición provocada por factores socioeco-

nómicos, políticos y culturales por igual.

En cambio –con la argumentación de Jaeger–, el análisis de

Dewey sobre lo que llama “la gran sociedad” siguiendo a Roosevelt,

representa un acto de desdramatización sociológica. En lugar del

patetismo de Weber frente al desencantamiento absoluto del mun-

do, aparece en Dewey un tratamiento pragmático-experimental de

los problemas empírico-concretos de orientación y una adaptación

normal de la sociología a las experiencias y exigencias concretas de

la sociedad industrial moderna.

El experimentalismo de Dewey propone que el campo de forma-

ción de las teorías filosóficas lo constituyen las experiencias mun-

danas y que estas teorías deben reaccionar ante esas experiencias

mediante el planteo experimental de nuevas formas de vida. Por ello,

la tarea fundamental de la sociología consiste para Dewey, en adap-

tar la conciencia contemporánea a las modificaciones de las condi-

ciones de vida en la civilización técnico industrial y a las tendencias

económico sociales de la era industrial y la sociedad corporativa.

Por el lado del estatuto de cientificidad del estudio de lo social,

hemos abundado en el sentido de que Weber pudo resolver con

mayor profundidad la configuración metodológica de la ciencia

social. Para Weber los tipos ideales coadyuvan a establecer la com-

prensión explicativa de las acciones sociales y en ello consiste su po-

tencial experimental. La dificultad de Dewey en este sentido radica

en su excesiva valoración sobre las ciencias físicas como referente

de la investigación social. Sin embargo, enfatizamos en el hecho de

que se acerca mucho a la compleja sociología weberiana cuyo hilo

conductor es la racionalidad y en la que se reconoce el esquema de

medios y fines y el papel fundamental que juega la inteligencia or-

ganizada en el proceso de comprender el mundo humano y social.

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CAPÍTULO 3

JOHN DEWEY, LA FILOSOFÍA AMERICANA

Y EL PRAGMATISMO

(Apuntes sobre la figura de John Dewey

y su idea del papel de la filosofía en la vida social)

Miguel de la Torre Gamboa*

[email protected]

la fIlosofía amerIcana

Entre los siglos XVIII y XIX hubo un pensamiento americano que

básicamente interpretaba el lugar del hombre en el mundo y la vida

social según las ideas del calvinismo. Los principales intelectuales

de esta filosofía se encontraban en el noreste de Estados Unidos,

teniendo como centro importante Nueva Inglaterra; Nueva In-

glaterra ha sido la cuna de muchas de las características de la vida

* Investigador sni-Conacyt, doctor en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), profesor titular de la Universidad Autónoma de Nuevo León (uanl), responsable del Cuerpo Académico Cambio Educativo: Dis-cursos, Actores y Prácticas (cedap). Miembro de Grupo de Estudios en Ética, Ciu-dadanía y Educación (geece).

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norteamericana, incluyendo el término yankee.1 Ese pensamiento

americano temprano, era principalmente teológico, expuesto en

sermones, pronunciamientos y documentos políticos en los que se

explicaban el deber ser del hombre, de la vida social, de la natura-

leza, con base en un pensamiento traído de las filosofías y cosmo-

logías medievales inglesas y holandesas que fueron influyentes en

el pensamiento calvinista. El pensamiento griego de la antigüedad,

era un tanto desdeñado y, sobre todo, lo que tuviera que ver con el

desarrollo de la ciencia.

En cambio, la Norteamérica del siglo XVIII ya no era la misma

de los pioneros, aquel núcleo colonizador compuesto de aventure-

ros, pobres, fugitivos, vagos, entre otros, si no que para ese tiempo

ya habían arribado al continente un grupo amplio de poderosos

económicamente que venían a hacer negocios y traían consigo, la

“alta cultura” europea y la intención de conservarla.

Los siglos XVII y XVIII registran, entonces, una serie de pen-

sadores americanos, cuyos temas fueron casi siempre religiosos y

teológicos por ejemplo: la demonología de Cotton Mather, la me-

tafísica de inspiración calvinista de Johnathan Edwards, y muchos

otros que destacaron en los púlpitos, en las asambleas, en la plaza

pública, en las cortes… Vino luego la influencia de la Ilustración

francesa y con ella, pensadores como Jefferson, Franklin y Paine, que

se apropiaron de algunas de las interpretaciones ilustradas sobre la

vida social y la democracia y las adaptaron a la vida pública norte-

americana; recuperaban de ella la idea de la fusión con la naturaleza,

la idea del predominio necesario de la razón, la idea de la nece-

saria caída de las monarquías, pero no ligándolas a cuestiones

trascendentes, tales como una humanidad feliz o una sociedad go-

bernada por la razón, sino a cuestiones prácticas, a la resolución

concreta de su situación frente a la Corona Inglesa, a la solución

1 El término proviene del modo en que los lugareños de Nueva Inglaterra llamaban a los inmigrantes holandeses; muchos de estos llevaban el nombre Jan, y yankee era un modo de decir Juanito.

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

de los problemas del desarrollo económico, de la afirmación de

sus derechos de libertad, entre otros. No podía tratarse de una

recuperación completa de las ideas de igualdad, porque la visión

americana aceptaba las diferencias de clase y aún más practicaba

la esclavitud.

En los años treinta del siglo XIX se desarrollo la filosofía ro-

mántica de los trascendentalistas, ésta comenzó como un movi-

miento de reforma de la Iglesia Unitaria, hacia la idea de un Dios

interior en las personas. En esta propuesta se contenía un dicurso

crítico de la conformidad americana con la situación social de as-

censo de la cultura del industrialismo, el dinero y el consumo, y

se promovía la vuelta a una América original, en continuidad con

la naturaleza; Ralph Waldo Emerson fue la figura más destacada

de este movimiento, en el que también destaca Walt Withman (al

que Dewey valorará mucho) y el utopista Henry David Thoreau.

Los trascendentalistas promovían un pensamiento religioso libre,

un cristianismo anti-dogmático y sobre todo anti-calvinista. Los

trascendentalistas se apoyaban en Kant, en el que veían al gran

vencedor sobre la idea del mundo-máquina del empirismo, pero

ponían en sus interpretaciones una carga de sentimentalismo que

evidentemente no era kantiana y, asimismo, con la palabra trascen-

dental significaban más bien lo divino y no lo racional; también los

trascendentalistas recogieron el pensamiento de Hegel, al que com-

binaron con ideas sacadas de la Ilustración, de ese coctel surgieron

trabajos como los de Walt Withman.

En ese mismo ambiente y época surge el hegelianismo ameri-

cano, cuyo intelectual más destacado es Joshia Royce. Con Hegel,

igual que con los ilustrados, lo que los americanos hicieron fue una

adaptación que se expresó, por ejemplo, en la interpretación de He-

gel como un crítico del empirismo y de la separación mente cuerpo;

la idea más valorada de Hegel era la de la continuidad naturaleza y

pensamiento; por algunos años, Hegel fue el más leído de los auto-

res europeos, pero pronto, para la segunda mitad del XIX, su influ-

jo empezó a decaer en el marco de una lucha por tomar distancia

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de cualquier clase de idealismo, todavía en las primeras versiones del

pragmatismo, hay una gran influencia de Hegel, aunque codo a

codo con el empirismo.

Ni los primeros pensadores, ni estos segundos ilustrados, román-

ticos y hegelianos eran, dice Ludwig Marcuse (1969), pensadores de

convento, ni pensadores de escritorio, sino pensadores al aire libre, lo

que significa que eran, antes que intelectuales o filósofos, hombres

de acción, políticos, empresarios, periodistas, que buscaban influir

prácticamente en el destino de la nación, orientándola y llevándo-

la en una dirección nueva, aunque una institución fundamental

en todo este trabajo fue la Universidad de Harvard; los europeos

tuvieron siempre una mala opinión de esta filosofía de predicadores,

políticos y escritores de revista, y la calificaban como una “filosofía

bárbara” por cuanto que no se ajustaba a los cánones y formas de

la práctica de la filosofía que privaba en Europa. Carl Gustav Jung

dijo (citado por Marcuse): “los americanos son europeos con esti-

lo de negros y alma de indios; es decir no son europeos, sino seres

exóticos e indefinibles”. Joshia Royce, expresó una vez, en el lenguaje

de su maestro Hegel (también citado por Marcuse), lo que la palabra

americanismo significa es: el espíritu enajenado de sí mismo.

el pragmatIsmo orIgInarIo

Es en este contexto, en el que aparece el pragmatismo; los pragmá-

ticos, dice Marcuse, son todos poscalvinistas, posrománticos y pos-

hegelianos. El pragmatismo no se salvó tampoco del menosprecio

y la crítica europea que lo recibió con el calificativo de “filosofía de

tenderos”; llegaron a decir que el pragmatismo entendió el aforis-

mo de Hegel de que todo lo real es racional, en el sentido de que

todo lo que es rentable es racional.

Hubo tres intelectuales pragmáticos en cierto modo fundado-

res: Peirce, más orientado a la semiótica; William James que, con

una perspectiva psicologizante popularizó el pragmatismo en el

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

mundo; y John Dewey que se centró en la teoría del conocimiento,

la política y la educación y que hizo del pragmatismo algo así como

una concepción americana de la vida. El elemento común a los tres

pragmatismos era una cuestión proveniente del empirismo inglés:

no admitir verdad alguna y por consiguiente tampoco verdades fi-

losóficas que no puedan ser comprobadas empíricamente, con lo

que toda verdad es pura provisionalidad.

El empirismo es el marco general en el que se inscribe el pen-

samiento pragmático. Del empirismo inglés del siglo XVII, hereda

la idea de que el conocimiento no es sólo una actividad intelectual

de los individuos, sino un modo de relación con el mundo real, con

la diferencia de que el empirismo entiende al conocimiento como

reflejo de lo existente en la conciencia y el pragmatismo lo ubica

como un medio para actuar en el mundo. De él toma, también, su

interpretación de la verdad como dependiente del objeto, aunque

en el caso de los pragmáticos no lo es de los objetos, sino de la

acción. Para el pragmatismo, si un saber es útil para la práctica, es

esta utilidad en lo que consiste su verdad. El objetivo no es llegar

a la verdad, sino orientar a la práctica.

Con menor relevancia, pero el pragmatismo se apoya también

en Kant, en el pensamiento de la Ilustración, con la que Dewey

comparte, particularmente, la esperanza en la educación como me-

dio del cambio social; y en Hegel, del que, como ya dijimos, retoma

la idea de la continuidad entre naturaleza y espíritu.

el pragmatIsmo de peIrce, antecedente del deweyano

Sara Barrena, traductora y presentadora del libro de Peirce (2008),

nos presenta a éste como hijo de una de las familias más destacadas

del entorno intelectual, social y político de Boston; su padre era

un muy destacado matemático y astrónomo, profesor de Harvard.

Boston era uno de los lugares clave de asentamiento de esos gran-

des capitalistas europeos, ingleses, alemanes y de otras partes que,

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Deliberar con John Dewey

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ya para ese momento, habían encontrado en América una enorme

oportunidad de negocios: terratenientes esclavistas, comerciantes,

banqueros, entre otros, toda una élite que buscaba crear para ellos

y sus hijos las mismas oportunidades de formación y de consumo

cultural de las que disfrutaban en Europa. A lo largo de toda su

vida, Peirce demostró interés por las cuestiones filosóficas a las que

se introdujo principalmente a través de la filosofía kantiana. Peirce

fue un hombre de carácter difícil, lo que hizo que enfrentara siem-

pre dificultades en los ambientes académicos y que a lo largo de su

vida fuera muchas veces solicitado para pronunciar conferencias,

pero no como profesor regular, entre 1879 y 1884, explicó lógica,

en la Universidad John Hopkins, de donde fue profesor de Dewey,

antes de ser despedido por los conflictos de siempre.

El pragmatismo, dice Barrena (2008, p. 13), nació como un mé-

todo lógico para esclarecer conceptos. El origen del pragmatismo

puede situarse en las reuniones del Cambridge Metaphisical Club,

que Peirce había creado junto con otros intelectuales, entre ellos

James, entre 1871 y 1872, para discutir la perspectiva de referir el

conocimiento a la experiencia y no al sujeto mismo. Los primeros

textos escritos relativos al pragmatismo se publicaron en 1878, fe-

cha en que aparecieron con el título Ilustraciones de la lógica de la

ciencia, una serie de artículos del grupo, como un alegato en con-

tra de la duda metódica en la filosofía cartesiana. El texto de Peirce

en esa compilación llevaba el título de: algunas consecuencias de

cuatro incapacidades, y allí afirmaba que no podemos dudar en fi-

losofía de aquello que no dudamos en nuestros corazones. Años

después en Qué es el pragmatismo retomando esa misma idea, dirá:

[…] no hay más que un estado de la mente desde el que puedas “partir”,

a saber, el preciso estado de la mente en el que te encuentras realmente en

el momento en el que “partes”; un estado en el que estás cargado con una

inmensa masa de conocimiento ya formado, de la que no podrías despo-

jarte aunque quisieras…; ¿llamas dudar a escribir en un pedazo de papel

que dudas? (Barrena en Peirce 2008, p. 16).

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

Para Peirce la indagación es un proceso que lleva a cambiar un es-

tado de duda real por otro de creencia, y el método adecuado para

hacerlo es precisamente, afirma Peirce, el método de la ciencia. El

método de la ciencia permite avanzar desde hechos conocidos y ob-

servados hacia lo desconocido. Peirce fórmula de una manera pre-

cisa su pragmatismo en el artículo Cómo esclarecer nuestras ideas,

en el que enuncia:

[…] considérese qué efectos, que pudieran tener concebiblemente reper-

cusiones prácticas, concebimos que tiene el objeto de nuestra concepción.

Entonces nuestra concepción de esos efectos es la totalidad de nuestra

concepción del objeto (Barrena en Peirce, 2008, p. 17).

El pragmatismo, en los desarrollos de James, Schiller y otros, fue su-

friendo una serie de transformaciones, con las que Peirce no siem-

pre estuvo conforme, eso lo llevó a no usar la palabra y calificar su

propia concepción como pragmaticismo, palabra de la que decía,

era “suficientemente fea como para estar a salvo de secuestradores”.

Peirce desarrolla su interpretación del conocimiento, la ver-

dad y la lógica en el marco de sus planteamientos semióticos: todo

concepto y todo pensamiento más allá de la percepción inmedia-

ta es un signo señalaba –citado por Barrena– y ¿cómo se define

un signo? Antes que nada el signo es un medio de comunicación,

como un tercero que relaciona dos cosas: el objeto y el intérprete. Lo

esencial en el signo no es el interpretante, sino más bien aquello por

lo que el signo está, esto es, el objeto: mientras que el interpretante

sucede al signo, el objeto lo antecede; el interpretante se localiza,

por esto, en el futuro. El interpretante puede registrar cuatro cate-

gorías mentales: concepciones, deseos, expectativas y hábitos; los

tres primeros pueden estar desconectados del objeto y no necesitar

de él, pero la subsistencia del intérpretante no depende de ellos; el

cuarto, el hábito, en cambio, es esencial al interpretante lógico y

de él depende su existencia y la del conocimiento, ya que no existe

el conocimiento si no es como sentido para la acción.

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En consecuencia, la explicación más perfecta de un concepto

que las palabras pueden transmitir consistirá, dice Peirce (citado

por Barrena, 2008, p. 21):

En una descripción del hábito que se calcula que ese concepto produci-

rá… El hábito no es sólo un hecho mental (entendiendo mental como

algo relativo a la conciencia) sino que es algo que influye realmente en la

acción externa.

Los hábitos son los que permiten llegar a la verdadera compren-

sión de las cosas y se constituyen en leyes para la acción humana.

Nuestras creencias corresponden a los hábitos que se han formado

en nuestro interior y son lo que determina nuestra conducta en

un sentido o en otro. Las creencias corresponden a hábitos y esos

hábitos se convierten en agentes que determina nuestras acciones.

Lo que quiero destacar aquí, es que el concepto de hábito y su im-

portancia en la concepción pragmática del conocimiento, ya estaba

desarrollado en Peirce y sólo tomará en Dewey otro caríz: el hábito

como plan de acción.

Otro aspecto de la concepción pragmática de Peirce que influirá

en Dewey, y que destaca Barrena (2008, p. 24), es la idea de que el

pensamiento tiene que ver con el futuro y no con el pasado, con

la vida futura y no con imaginarios y misteriosos orígenes extra-

naturales: dice:

El significado reside en el futuro [afirma Peirce, por supuesto citado por

Barrena], una concepción, esto es, el significado racional de una palabra

u otra expresión, reside exclusivamente en su efecto concebible sobre la

conducta de la vida y la única conducta sobre la que podemos influir es

la futura a través de nuestros hábitos.

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

el pragmatIsmo deweyano

A diferencia de Peirce, Dewey nació en el seno de una familia mo-

desta y no tenía la perspectiva de entrar en la Universidad desde el

principio, concluida su educación y al no interesarse en la carrera

sacerdotal, se hizo profesor en una escuela secundaria en Pensilva-

nia, fue luego profesor rural en su natal Vermont, y sólo hacia fina-

les de 1882 se trasladó a Baltimore para ingresar en la Universidad

John Hopkins para hacer el posgrado, motivado por el editor de

una revista en la que Dewey publicaba.

Tres son las influencias principales en Dewey: Darwin, Hegel y

Peirce. Lo que más identifica a Dewey es la idea de continuidad entre

naturaleza y seres humanos, la idea de una evolución constante de

la humanidad, en función de las situaciones de equilibrio y desequi-

librio que enfrenta en el medio en el que vive y a las que tiene que

responder constantemente para encontrar siempre que las solucio-

nes que asuma no son definitivas; de donde se desprende una com-

prensión de la existencia humana como “proceso”; pues bien, esta

convicción la obtuvo del pensamiento de Darwin. Basada en Darwin,

la antropología deweyana enfrenta al racionalismo (el sujeto racional

que actúa sobre el mundo), al idealismo (el sujeto trascendente, que

se realiza imperfectamente en un mundo imperfecto) y al empirismo

(el sujeto sometido a las exigencias de un medio que se le impone).

De aquí viene su concepto de experiencia, en el sentido de interac-

ciones del hombre y el medio, como planes de acción que resultan de

anticipar y organizar el medio de conformidad con lo que se quiere

de él, o de los cambios en el medio que el sujeto humano padece.

La segunda influencia decisiva y más o menos permanente en

Dewey es Hegel, de él recupera la idea de una misma realidad entre

mundo y seres humanos, recupera la idea de totalidad de lo real,

para afirmar que el pensamiento es una forma de la naturaleza

(Marx explicó esto en términos de naturaleza que se trasciende a sí

misma; Dewey comparte la idea, pero coloca al pensamiento toda-

vía más cerca de la realidad que Marx), apoyado en Hegel, Dewey

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combate al pensamiento dicotómico que separa naturaleza y espí-

ritu, tanto de los idealistas, ilustrados y racionalistas americanos

como de la metafísica europea y americana que era su principal

objetivo. También recupera de Hegel la idea de historicidad de la

existencia humana y de la conciencia y de su correspondencia a una

realidad social y cultural determinada.

De Peirce es de quien más tardíamente retoma Dewey elementos

para configurar su filosofía. Durante su formación en la Universidad

John Hopkins, llevó cursos de Lógica con Peirce, pero no tuvo de él

una buena opinión y hasta llegó a señalarlo como oscuro y excesiva-

mente centrado en el tema de la lógica. De Peirce retoma la opinión

de que no hay nada en nuestras cabezas que no tenga un sentido

práctico, es decir, que no esté relacionado con un problema que haya

que resolver en la vida práctica; retoma también la idea de que la

verdad no es un asunto del pensamiento mismo, de su estructura o

de su construcción, sino de su relación con las cosas y las acciones.

De Peirce, igualmente retoma el concepto de hábito como experien-

cia acumulada y como planes de acción probados y eficientes.

la herencIa yanky

El particular pragmatismo deweyano recibió una influencia muy

grande de las prácticas e instituciones sociales de la Nueva Inglate-

rra de su infancia y juventud; Vermont era, dice el propio Dewey:

un lugar donde

[…] no se juzgaba a la gente por lo que tenía, sino por lo que era capaz de

hacer. Las cosas que cada uno hacía, las hacía siempre de un modo diferente

al que sus vecinos practicaban, sin que esas diferencias pusieran en peligro

la homogeneidad cultural y sin llegar a excentricidades (Hook, 2000, p. 19).

Ese ambiente social desapareció con el tiempo, pero Dewey conser-

vó su huella no como meros recuerdos sino como hábitos, como

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

preferencias profundamente arraigadas y como una irrenuncia-

ble predisposición por la democracia; una influencia muy distinta,

pero igualmente importante, la recibió del

[...] ambiente industrializado y activo que encontró en Michigan y Minneso-

ta; el que le mostraba problemas nuevos y urgentes con amplias posibilida-

des de cambio. En ese nuevo ambiente, las recompensas a una adaptación

inteligente eran más cuantiosas y los costes de la ignorancia y los erro-

res, fatídicos; ahí, el mañana tomaba forma como consecuencia de lo que

hoy se hiciera o se dejara de hacer. En ningún otro lugar la vida resultaba

tan innegablemente problemática, ante lo que el pensamiento y la acción

guiada por la información marcaban una diferencia tan observable por lo

que a su impacto sobre los problemas se refiere (Hook, 2000, p. 21).

En Vermont, Dewey había aprendido que: “las ideas lógicas y éticas

básicas, una vez captadas, revelan su significado de un modo com-

pletamente inmediato” (Hook, 2000), en virtud de una percepción

intuitiva natural al ser humano, dando lugar a verdades incontesta- natural al ser humano, dando lugar a verdades incontesta-

bles sobre la existencia, tales como que el mundo externo existe in-

dependientemente de la percepción o que el “yo” es algo distinto del

cuerpo orgánico. Una vez en Baltimore, en la John Hopkins, Dewey

sufrió la crisis emocional provocada por el conflicto entre verdad

científica y dogma religioso, la que se resolvió con el abandono de la

visión intuicionista del conocimiento. Bajo la influencia de George

Sylvester Morris, un profesor hegeliano que lo influiría grandemen-

te, Dewey llevó a cabo un intenso estudio de la obra de Hegel; esto le

llevó al abandono definitivo del intuicionismo, aunque nunca llegó

a ser un hegeliano ortodoxo, pero sí, dice el propio Dewey (citado

por Hook, 2000), dejó una marca permanente en su pensamiento:

Para Dewey el atractivo de Hegel descansaba en la oposición de este

último a todo tipo de dualismos, en su aproximación histórica a toda vida

cultural, cualquiera que ésta sea, en su maestría a propósito de lo concreto

material, y en su percepción, extraordinariamente aguda, de las continui-

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dades entre la materia y la vida, la vida y lo mental, el cuerpo y el alma y

lo mental y la sociedad.

Dewey valoraba el método de Hegel como una aproximación que

lo ponía a uno en guardia contra la introducción de divisiones

superficiales y rígidas o separaciones demasiado drásticas en la den-o separaciones demasiado drásticas en la den-

sa corriente de la experiencia. Dewey se fue alejando gradualmente

del hegelianismo al relacionar la razón con la acción y entender que

la razón es un resultado y no un presupuesto de la acción.

el lIberalIsmo radIcal

Marcuse (2000, p. 211) nos cuenta que para cuando Dewey cum-

plió 70 años, la lista de sus libros, folletos, ensayos y artículos ocu-

paba ya 155 páginas, en esos textos, sin dejar de plantear ideas y

argumentos filosóficos, el tema central no son los problemas de la

filosofía académica profesional, sino problemas como los de la es-

cuela americana, la comunidad americana rural, el desarrollo de las

naciones, la crítica de la injusticia, la defensa de militantes reprimi-

dos o perseguidos, el contestarse a sí mismo porque no era comu-

nista, entre otros. Por supuesto, Dewey no tenía nada que ver con

una práctica de escritorio de la filosofía, era absolutamente ajeno,

dice Marcuse, a la imperturbabilidad monacal.

Dewey se autodefinió claramente en la frase “yo soy más yan-

qui y menos filósofo de lo que parece” (citado por Marcuse, 1969,

p. 215). Él mismo calificó su liberalismo de radical, y lo presentó

como una crítica del liberalismo americano y europeo que se ha-

bían convertido en un puro discurso y que no se interesaban real-

mente por la libertad del individuo. En general Marcuse coincide

con Rorty en considerar a Dewey más un americano modélico que

un filósofo.

Dewey, dice Rorty en la introducción al libro de Hook (2000,

p. 15), nunca se habría molestado en formular sus doctrinas filo-

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

sóficas si no hubiera pensado que su efecto podía ser el de romper

con las viejas formas de pensar de sus conciudadanos y alentarlos a

emprender experimentos sociales cada vez más radicales, como una

herramienta para ampliar la libertad humana.

En su visita a Rusia en 1928, Dewey escribió un informe que

era más contra Estados Unidos que en favor de Rusia. En esa visita,

se convenció de que lo decisivo en Rusia no estaba en la transfor-

mación económica sino en la voluntad de poner la economía al

servicio de una verdadera cultura del pueblo, en una forma que el

mundo jamás había conocido. Estaba impresionado fuertemente

por algo que no se había esperado; le impresionó la participación

ciudadana, el interés de la gente por la cultura, la educación y las

acciones de solidaridad; todo ello le presentaba un panorama que

él hubiera querido para América. A partir de su experiencia en las

casas de la cultura, afirmó: “esto es una democracia que va más allá

de todo lo que las más ambiciosas democracias del pasado habían

querido conseguir” (informe citado por Hook, 2000).

No obstante, no dejaba de ver los ardides de la propaganda rusa

y el sesgo que las cosas iban tomando bajo el gobierno estalinista,

en 1949, en Reconstrucción de la filosofía expresó, a propósito del

socialismo estatista y la colectivización forzosa:

[…] los errores no son solamente desgracias inevitables que hay que la-

mentar, como pecados morales que hay que purgar y perdonar, son tam-

bién una lección, al demostrarnos que se ha empleado mal la inteligencia,

y son a la vez instrucciones para hacer las cosas mejor (citado por Hook,

2000).

Su desilusión no lo convirtió, sin embargo, en un anticomunista.

El pragmatismo de Dewey respecto de las ideas de libertad indivi-

dual, de democracia y de sociedad justa y equitativa, se expresa en

una comprensión de los problemas de la vida práctica en términos

de experiencia individual y colectiva organizada en torno fines-en-

perspectiva que resultan tanto de las limitaciones de lo existente

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como de la posibilidad de proyectar cambios que permitan supe-

rarlas. Cada individuo contribuye a la experiencia y la inteligencia

colectivas para hacer posible ese proyecto de cambio desde su lugar

en la sociedad y en la historia, esto es, desde la necesidad, la inteli-

gencia y la libertad, desde el condicionamiento social, la compren-

sión racional y el interés individual.

Por estas razones, Dewey se opone a los totalitarismos, ya que

estos imponen un ideal de vida social que no nace de la práctica

del debate, de la confrontación de ideas y de los intereses de los

individuos, sino de la teoría, de la filosofía o de otra parte. Igual-

mente critica la idea de lucha de clases y de “dictadura de la clase

que asciende al poder”, porque esto significa falta de democracia y

ejercicio de la violencia contra algún sector de la sociedad, dice al

respecto:

Es necesario que tanto los modos más elevados y complejos de conocimien-

to, como las formas de comunicación más ricas, sutiles, vivas y percepti-

vas tomen posesión de la maquinaria física de transmisión y circulación

y les insuflen vida. La era técnica sólo será un medio de vida y no su des-

pótico amo cuando perfeccione su propio instrumental. La democra-

cia campeará por sus fueros, pues democracia es como llamamos a una

vida de comunicación libre y enriquecedora. Su profeta fue Whitman.

Y se culminará cuando la investigación social libre quede indisolublemen-

te unida al arte de una plena y afectiva comunicación (Dewey citado por

Del Castillo, 2012).

No cabe duda que Dewey fue un intelectual de su tiempo, un crítico

acendrado de los problemas e inequidades de la nueva sociedad nor-

teamericana obsesionada con el dinero y el consumo, un intelectual

que planteó la necesidad de que la democracia y la libertad indivi-

dual no fueran sólo discurso, sino práctica enriquecedora de la vida

social, un intelectual convencido de que es un error interpretar la

existencia y la acción humanas como entidades trascendentes, abso-

lutas, abstractas. Frente a esas situaciones reivindicaba la necesidad

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

de lo que llamó un liberalismo coherente, un liberalismo renovado,

que atendiera a la exigencia real de que la vida social no está hecha,

sino en permanente construcción, lo mismo que el conocimiento.

En Libertad y cultura dice Dewey:

La grave amenaza a nuestra democracia no está en la existencia de estados

totalitarios extranjeros, sino en la existencia, dentro de nuestras propias

actitudes personales y dentro de nuestras propias instituciones, de condi-

ciones semejantes a las que en otros países extranjeros han dado la victoria

a la autoridad externa, a la disciplina, a la uniformidad y a la sujeción al lí-

der. En consecuencia el campo de batalla está también dentro de nosotros

mismos y de nuestras instituciones (Dewey, 1947, pp. 48-49).

la reconstruccIón de la fIlosofía

Al hablar de la historia de la filosofía, dice Hook (2000, p. 35),

Dewey quería evitar la imagen de la práctica de la filosofía como

interminable discusión sobre su objeto y su función y que por ello

se esforzó en tratar de resolver una cuestión empírica: ¿en qué ha

consistido históricamente la filosofía?, ¿qué muestra un análisis

de la filosofía como conducta intelectual? Dewey responde –dice

Hook– que en lo único que hay unanimidad es respecto a qué es-

critos del pasado son filosóficos y, en consecuencia, qué pensadores

son filósofos. Según Dewey la filosofía se ha interesado en primer

lugar por la defensa o la crítica, según los casos, de ciertas formas

de vida, creencias y acciones de la cultura de la que formaban parte.

Esto significa que se ha llamado filosofías a aquellas reflexiones que

han puesto ante los ojos de los demás las características de la época

en que fueron concebidas sea apologética o críticamente.

Algunos filósofos comienzan por la crítica de otros, hablan en

un lenguaje técnico, tienden a traducirlo y reinterpretar los proble-

mas de su cultura en términos y categorías muy abstractas y parece

que se olvidaran de las actitudes y acciones fundamentales de la

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vida de las personas y las sociedades, son reflexiones ubicadas en

los ámbitos de la ética, de la lógica, la epistemología o la metafísica,

pero aun cuando los filósofos reflexionan sobre estas cosas, dice

Dewey, de una u otra forma están reflexionando sobre los asuntos

de su tiempo y tratan de ofrecerle soluciones y alternativas aunque

sean erradas o inútiles, como en el caso de la metafísica y la epis-

temología (citado por Hook, 2000, p. 36). Igual en el caso de los

epistemólogos y metafísicos dice Dewey, su trabajo se nos presenta

como una actividad altamente especializada y desconectada de la

vida y la práctica social, pero si rompemos el armazón de cualquier

doctrina metafísica, lo que aparece no es un conocimiento verifi-

cable sino un prejuicio. No obstante estos filósofos se encuentran

reflexionando sobre las creencias básicas de su tiempo y de su pro-

pia vida e intentando hallar motivos que las justifiquen; aunque

su discurso no necesariamente se ocupe de ellas; aunque hable de

temas aparentemente desconectados como el de la naturaleza del

conocimiento, del bien o del mal, de Dios o de la salvación.

Dice hook:

Las vagas y nebulosas abstracciones de los sistemas filosóficos sólo en

apariencia están alejadas de los problemas inmediatos y concretos de la

experiencia social… La lucha entre los sistemas aparece como una mani-

festación de la lucha entre las culturas, la disputa entre diferentes grupos

dentro de la misma cultura y entre visiones nacidas de diferencias perso-

nales dentro de cada grupo... De este modo, Dewey, entonces ubica como

tema propio de la filosofía, el de la relación entre las cosas y los valores.

¿Qué son las cosas y cómo están organizadas entre sí?, es el tema genéri-Qué son las cosas y cómo están organizadas entre sí?, es el tema genéri-ómo están organizadas entre sí?, es el tema genéri-mo están organizadas entre sí?, es el tema genéri-

co de la ciencia. ¿Qué son los valores, cómo se obtienen y se justifican y

su lugar en la organización de nuestra experiencia dentro de un esquema

coherente?, es el interés genérico del filósofo. Directa o indirectamen-

te, cada filósofo ha proyectado o criticado una perspectiva global del

mundo desde el punto de vista de algún valor o interés particular. Es éste

y solamente este aspecto de su pensamiento el que proporciona al filósofo lo

que de distintivo y legítimo hay en su objeto de estudio (Hook, 2000, p. 39).

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

Respecto del papel de la filosofía en el mundo de hoy, Dewey pro-

pone que los filósofos hagan conscientemente lo que hasta ahora

han venido haciendo casi siempre de forma inconsciente, y por tan-

to, inadecuada, es decir:

a) Que enfrenten directamente los principales problemas y

creencias de nuestra sociedad.

b) Que hagan explícitos los valores que admitimos y proyec-

ten alternativas de elección social.

c) Que estudien los métodos de investigación; que formulen

una teoría de la investigación que pueda ayudar a solven-

tar las conclusiones intelectuales y suministren, si es posi-

ble, fundamentos inteligentes para una acción que vaya al

encuentro de los nuevos tiempos y sus problemas.

Allí donde deban tomarse en consideración problemas fundamen-

tales de valoración, el filósofo tiene un sitio reservado, y no porque

tenga las respuestas, sino porque tiene una teoría crítica de lo que

puede constituir una posible respuesta y por qué.

Al explicar la idea deweyana del método de la crítica filosófi-

ca, Hook (2000) encuentra que es posible comparar la concepción

deweyana con la del empirismo lógico de su tiempo (Russell, Car-

nap, Ayer), ya que ambos hablan de tomar como punto de partida

la clarificación y distinción de los significados. Para el empirismo

lógico, exceptuando la lógica y la matemática, todas las afirmacio-

nes humanas pueden dividirse en dos clases: aquellas que expresan

algo sobre las personas que actúan; y aquellas que expresan que

cierto estado de cosas es o no es. Los enunciados del primer tipo

no son ni verdaderos ni falsos, propiamente no afirman nada. Los

segundos pueden ser verdaderos o falsos, son verificables, son las

proposiciones de las ciencias empíricas; pero ¿qué tipo de enun-¿qué tipo de enun-qué tipo de enun-

ciados son los filosóficos?: son gramaticalmente correctos, pero no

representan hechos, ni son enunciados expresivos; son metafísicos,

psicológicos y lógicos. Los enunciados lógicos de la filosofía son

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lo único que de ella vale, en tanto que son los únicos susceptibles

de ser sometidos a examen, por ello el análisis lógico debe ser el

tema específico de la filosofía; Dewey también cree que la filosofía

puede ser definida como análisis lógico, aunque no reduce la idea

de análisis lógico a la sintaxis lógica, es decir, a las reglas forma-

les que determinan lo que constituye una oración y cómo ciertas

oraciones pueden transformarse en otras, sino que incluye además

un análisis de los métodos de investigación general válidos en to-

dos los ámbitos; particularmente, Dewey no excluye del campo de

la filosofía el que constituyen los enunciados que afirman que al-

gún valor, creencia, política, presupuesto o método resulta “mejor”

o “peor” que otros, que para los empiristas lógicos son meramente

expresivos, por tanto no serían objeto de análisis lógico.

Los filósofos, según Dewey, siempre han estado interesados por

los problemas básicos en torno a las creencias que resultan razona-

bles o dignas de confianza –a veces críticamente, otras veces no–.

Su propuesta a los filósofos es que continúen con esos intereses en

cualquier ámbito en el que tengan algún dominio del tema, pero de

un modo “científico” y autoconsciente.

Otro punto de contacto entre Dewey y el empirismo lógico es

la idea de que los problemas tradicionales de la filosofía son pseu-

doproblemas, que ni siquiera pueden resolverse en los términos en

que fueron planteados, pero, a diferencia de los empiristas lógicos,

Dewey sí encuentra una lógica, un sentido, a la práctica de plantear

problemas metafísicos o epistemológicos, el de tomar postura ante

aspectos de la vida social.

la fIlosofía: una nueva fe

Rorty (en Hook, 2000) considera que esa concepción de la filosofía

como crítica social acerca a Dewey a Hegel y a Marx; ambos, dice

Dewey, han tenido una idea adecuada de lo que los filósofos debe-

rían hacer. Así Dewey, en La reconstrucción de la filosofía, afirma que:

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

“[…] la tarea de la filosofía futura debe ser clarificar las ideas de los hom-

bres entendiéndolas como las luchas sociales y morales de su propio

presente”. Lo que Dewey busca es una ruptura con la mirada antigua y

medieval sobre el mundo, una ruptura con las abstracciones, con las dis-

tinciones entre apariencia y realidad, entre esencia y mundo real, en fin,

superar los dualismos (citado por Rorty en Hook, 2000, p. 13).

Hacer esto, sigue diciendo Rorty, significa tomarse en serio a

Darwin; negarse a atribuir ninguna capacidad a los seres humanos

que no pueda ser entendida como producto de la evolución, al mis-

mo tiempo significa evitar la idea reduccionista de que la biología

puede en algún sentido anular la cultura. Para Dewey la evolución

cultural es la evolución biológica, continuada por otros medios; al

modo en que Marx habla también del hombre como naturaleza que

se supera a sí misma; finalmente Dewey y Marx son discípulos de

Hegel en este aspecto.

Frente a la vieja filosofía, dice Marcuse (1969), basada en ver-

dades absolutas y en abstracciones, que suponen una fe sometida

y crédula, Dewey piensa que no se sabe bien lo que una persona

cree hasta que no se la ve obrar; la nueva filosofía, la nueva fe, que

no fue revelada en ningún tiempo, ni se halla codificada en ningún

libro y, sobre todo, que no está muerta, es la fe en las imprevisibles

revelaciones de la experiencia, siempre nuevas y nunca terminadas.

Dewey llama a la nueva fe “ una filosofía de la experiencia”. La

vieja fe había sido grabada en las tablas de hierro de los fundadores

de religiones y de filosofías. La fe nueva es la proclamación de que la

edad de las tablas de hierro ha terminado. La fe nueva ha coincidido

con la edad de la industrialización. La fe vieja es el espíritu de una

cultura preindustrial. Al pasar las sociedades se fueron con ellas sus

filosofías y sus filósofos. La nueva sociedad ha producido un nuevo

tipo de pensador: el filósofo de la nueva fe. Estos filósofos no son ya

portavoces de lo eterno, sino de lo temporal.

Dewey reconocía que la nueva fe, tanto como la vieja habían de anclarse

en algo; si la vieja fe se anclaba en sus verdades secretas y eternas, la nueva

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fe ha de hacerlo en la experiencia, pero no en cualquier experiencia. No en

una teoría de la verdad sino en el pensar (Marcuse, 1969, p. 224).

Dewey comparó el pensar a un órgano del cuerpo, como lo pueden

ser las extremidades o los dientes. Dewey dice:

Las Teorías no son respuestas tranquilizantes a los misterios, sino creacio-

nes que hay que utilizar como instrumentos. Un instrumento no es un ar-

tículo de consumo ni existe una expresión que puede rebajar más al rango

del pensamiento que la que lo define como producción de un tesoro, con

valor de eternidad (citado por Marcuse, 1969, p. 224).

Dice Marcuse (1969, p. 225) que Dewey atribuye a los filósofos

dos tareas: a) ser un oficial de enlace entre dos distintas áreas de la

cultura: la ciencia y la propia filosofía, y b) cambiar al mundo me-

diante la educación con vistas a crear al individuo libre; y que su

tarea no puede ser la creación de una concepción del mundo; lo de-

finitivo en el concepto de realidad para el pragmatismo es el hecho

de que una teoría general de la realidad no es ni posible ni necesaria

dice en La reconstrucción de la filosofía. El verdadero quehacer de

filósofos no tiene nada que ver con eso. Dewey no cree necesaria

la metafísica porque la sola experiencia basta para la acción. “La

misión de la filosofía futura consiste en aclarar las ideas de los hom-

bres relativas a los fines morales y sociales y a los conflictos de su

época” (Dewey citado por Marcuse 1969, p. 229).

En resumen, la idea de Dewey es que la filosofía de nuestro tiem-

po no puede desentenderse de los desarrollos del conocimiento cien-

tífico y de los métodos de conocimiento de la ciencia. Que debe ser

un saber que se nutra de ellos y se piense jugando un papel al lado

de ellos. La filosofía no puede seguir desconectada de los procedi-

mientos de la ciencia y debe apropiárselos para que su trabajo tenga

sentido. El papel de la filosofía va a ser la valoración de las decisiones

humanas y debe juzgarlas a la luz de su eficiencia o su inutilidad.

Esta equiparación de la filosofía con la ciencia y el establecimiento de

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

las funciones de la filosofía equiparándolas a las tareas de la ciencia

ha sido objeto de muchas críticas, de pensadores que ven ahí una

reducción de la idea de la filosofía y de las tareas de la filosofía.

O sea Dewey habla de la necesidad de abandonar la forma es-

peculativa de la práctica de la filosofía y quiere ligarla estrechamente

con la reflexión científica, pensando que esto será una ventaja para

la filosofía. Pensar científicamente para él es abandonar las causas

trascendentes, sobrenaturales, externas a la realidad perceptible. Él

acepta que la filosofía antigua tuvo una importancia y fue significa-

tiva para las sociedades cuando fue capaz de hablar de lo mismo de

lo que la sociedad hablaba, cuando influyó el pensamiento popular

y se dejó influir por él; pero piensa que hablar del mundo con abs-

tracciones y con causas externas y trascendentes no tiene una fun-

ción práctica y por ello ninguna utilidad; que hoy la filosofía debe

asumir el enfoque de la ciencia y partir de los resultados de la cien-

cia, para que pueda ofrecer orientaciones a los hombres en su vida.

También habla del fracaso de la estrategia de los filósofos “mo-

dernos”, que, ante el desarrollo de la ciencia, reclamaron como

espacio suyo la moral e intentaron hablar de ella como de algo es-

trictamente espiritual o psicológico, desconectado de la vida prác-

tica, hecho de valores y normas abstractas, fijas e inmutables, pero

que la ciencia, en su avance, ha ido proveyendo también orientacio-

nes en el campo de la moral y la filosofía no ha podido evitar que

eso ocurra.

En virtud de este atraso, de esta incapacidad de la filosofía tra-

dicional, anticuada, es que Dewey habla de la necesidad de una re-

forma, que le de a la filosofía una nuevo papel, un nuevo lugar en la

vida pública, en la práctica humana, que la ligue a las acciones hu-

manas que hoy tienen sentido y que, obviamente, están relaciona-

das con el enfoque de la ciencia, es decir, con una interpretación del

mundo en la que no caben fuerzas extrañas, extranaturales, tras-

cendentes, o divinas, para hablar del funcionamiento del mundo y

del ser humano. Dewey entiende que, aunque las ciencias naturales

ya han construido un bagaje amplio que nos sirve y nos orienta

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para las cosas prácticas, las ciencias sociales no han calado hondo

en la comprensión del ser humano; la ciencia ha alcanzado, dice, a

esclarecer algo los asuntos de lo físico y lo fisiológico, pero no otros

asuntos más importantes, como es el caso de la moral; el papel que

la filosofía puede asumir hoy, cambiando su enfoque, sus maneras

de pensar, es precisamente explicar y orientar en ese campo.

epílogo

Si pensamos en la historia de la filosofía como una arena de con-

frontación entre interpretaciones, Dewey, como parte de esa his-

toria, es un intelectual de su tiempo y de su circunstancia, una

narrativa más: se pelea con alguien, se deslinda de alguien, se apro-

pia de alguien…, por ello, al paso del tiempo, la crítica de su obra, lo

ubicó, primero, como un gigante del pensamiento, luego como un

profesor americano muy ligado al empirismo, luego más como

idealista y soñador que como filósofo; conforme el positivismo y

la filosofía analítica fueron imponiéndose en la década de los cin-

cuenta del siglo XX en Estados Unidos, se le vio más entroncado

con la filosofía especulativa que con el espíritu del empirismo: Par-

sons y su funcionalismo venían arrasando.

Ramón del Castillo en Derivas pragmatistas, dice que para los

nuevos filósofos profesionales, Dewey no había sido el “profesio-

nal” de la filosofía, o de la ciencia política, o de la pedagogía, que el

nuevo espíritu reclamaba, había sido un militante, un cronista, un

ensayista; muchas veces vago, ambiguo o demasiado ceñido a la cir-

cunstancia; su postura no era consistente, sonaba ahora a izquierda

hegeliana, luego a empirista lógico, luego defendía a Trotsky, para

enseguida escribir por qué no era comunista, luego criticaba radi-

calmente la cultura moderna norteamericana y proponía un nuevo

liberalismo,centre otras cosas. Los nuevos expertos preferían un

tono más científico y, por supuesto, la neutralidad axiológica. Al-

gunos europ eos, exiliados en Estados Unidos, como Horkheimer,

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John Dewey, la filosofía americana y el pragmatismo

lo siguieron considerando un craso positivista, Hannah Arendt,

dice Del Castillo, por ejemplo, cuestionó duramente ese “liberalis-

mo radical”, diciendo que, al quedar convencido Dewey de que la

fuente de todos los males era el “viejo individualismo” del Laissez

fair (la crítica de Dewey habla de que el viejo individualismo es

aquel que subordina la individualidad creativa del espíritu a la es-

candalosa conservación de un sistema socio-político que enriquece

materialmente a unos pocos y que sistemáticamente evade la nece-

sidad de que la sociabilidad en todas sus formas sea empatada a la

cooperación en las asociaciones humanas), no se daba cuenta de

que su espíritu científico de planificación social también era parte

del infierno. “Los juicios complacientes de Dewey sobre los malos

tiempos pasados y su fe en un progreso de la humanidad que ha

dejado atrás la esclavitud y la servidumbre ocultan su incapacidad

para entender que una época de fábricas de muerte y campos de

concentración, es también una cultura donde los seres humanos

pierden hasta esa utilidad social de la que los siervos y los esclavos

no se vieron privados”; además, dice Del Castillo, citando a Arendt:

“No es posible estar de acuerdo ni en desacuerdo con Dewey, ya que

mientras que afirma estar muy cerca de la realidad y de la experien-

cia, se pierde en argumentos tan abstractos que por eso mismo no

pueden dejar de ser sólidos, obvios y verdaderos. Vive refugiado en

una torre de marfil de abstracciones identificadas con el mismísi-

mo sentido común. Su intención es humanista, pero sus resultados,

antihumanistas”.

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referencIas

Abbagnano, N. (1978). Historia de la filosofía. Vol 3. Barcelona, España: Montaner

y Simón.

Del Castillo, R. (2012). Derivas pragmatistas. Obtenido de http://www.herderedito‑

rial.com/media/2771/ el 15/09/2012.

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miento contemporáneo).

Hook, S. (2000). John Dewey. Semblanza intelectual. Barcelona, España: Paidós

(Educador).

Marcuse, L. (1969). Filosofía americana. Pragmatistas, politeístas, trágicos. Madrid,

España: Guadarrama.

Peirce, C. S. (2008). El pragmatismo. Madrid, España: Editorial Encuentros (Opuscu‑

la philosophica).

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II. TRAYECTORIAS CONCEPTUALES

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CAPÍTULO 4

EL LUGAR DEL HÁBITO EN LA EXPERIENCIA

Blanca Flor Trujillo Reyes*

[email protected] cursivas

presentacIón

Para introducirse al estudio de la noción de hábito, John Dewey

hace un análisis filosófico de la psicología de su tiempo, y apoyán-

dose en la psicología heredada de James, formula una manera de

entender la conducta humana que enlaza con la educación y la de-

mocracia. Lo hace desde la filosofía, y en rechazo a una psicología

que describa el comportamiento humano a partir de observacio-

nes (Dewey, 2000, cap. IV). Las preocupaciones de los enlaces entre

*Maestra en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), profesora titular de la Universidad Pedagógica Nacional (upn), miembro del Cuerpo Académico Consolidado picse upn y de la Red Sujetos y Prácticas Educativas en Contextos Escolarizados (red-spece-upn). Área 1 pepig y miembro de la Red spece de la Universidad Pedagógica Nacional.

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comportamiento, educación y democracia son indiscutibles en la

obra de Dewey. La noción de hábito es central en la forma en que

pensaba que podía reconstruirse la sociedad estadunidense de su

época, en cómo pensó que era posible tomar a la democracia como

una forma de vida. Es interesante entrar a este asunto vía el debate

que establece con Walter Lippman a partir de sus contribuciones

en el diario La nueva República. De acuerdo con Grube (2009, p. 4):

Mientras Lippmann prefería la información cívico-política del pueblo

por expertos para restituir la unidad nacional, Dewey quería restaurar las

comunidades locales sobre la base de las experiencias comunes comparti-

das, acciones, tradiciones y hábitos y, más aún, crear una gran comunidad

a través de la educación pública y la aplicación y mejora de las ciencias

sociales.

En tanto Dewey creía en la posibilidad de la conformación de los

hábitos en las comunidades locales frente a las “difíciles condicio-

nes de la modernidad”, Lippmann señaló que debido a las condi-

ciones del entorno y las limitaciones culturales, la mayoría de los

ciudadanos reelaboraban y adoptaban estereotipos extendidos…

Para Dewey, la formación de tales hábitos tenía como condición “la

comunicación de los resultados de la investigación social”, que con-

tribuye a la “formación de la opinión pública” (p. 7). Su expectativa,

como señala Grube, era que la moderna psicología social aplicada

generase comunidad.

John Dewey concedía especial importancia a la posibilidad de

restaurar el sentido de lo público con base en la comunicación. Su-

ponía que los individuos serían capaces de conducir la vida pública

y contrarrestar la disgregación y atomización experimentadas por

la sociedad de su época. En cambio, Walter Lippmann consideraba

que el ciudadano común, debido a sus limitaciones culturales, de-

bía ser informado por parte de especialistas. Participar o ser infor-

mado, era el centro de esa discusión. Para Dewey, lo público, en

tanto construido por las personas que en ello participan, supone

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El lugar del hábito en la experiencia

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una forma de vida democrática y, en este sentido, requiere la forma-

ción de hábitos reflexivos.

sobre la naturaleza humana

John Dewey estuvo en desacuerdo con las formas de entender la

naturaleza humana que la miran como fija e inamovible. Estas son:

•Comoexpresióndeunaconstitucióninnatayoriginal,enlaqueseenfati-

za lo instintivo, lo no adquirido. En educación, funcionaría como norma

a cumplir.

•Comocapacidadesofacultadespsicológicas.Aquí,lopsicológicoaparece

en oposición a lo social. La educación consiste en velar porque las prime-

ras sean desarrolladas.

•Comoalgosinforma,quetienequesermoldeadoporlainfluenciadel

medio. En educación, supone la habituación del sujeto a las formas de

control social.

•Comoalgoquesólopuedeconocersepormediodelosproductosobjeti-

vos de los seres humanos (lenguaje, símbolos, arte, entre otros). En edu-

cación, supondría la inculcación de cultura (Dewey, 2004a, pp. 101-111).

Cada una de estas concepciones de la naturaleza humana contiene

errores que podríamos sintetizar en que o minimizan la influencia

y moldeamiento por parte del individuo hacia el medio ambiente

social, o niegan la capacidad plástica del sujeto, su capacidad de

crecimiento.

De acuerdo con el filósofo, la naturaleza humana ha sido vista

bajo sospecha, como maligna y culpable de todo aquello que no se

equipare al control y se ajuste a la idea de perfección. Se le ha visto

como contraria a la moral, dado que a ésta se le miró como si sus

reglas y preceptos fuesen ajenos a aquélla, asunto con el que Dewey

está en desacuerdo, si partimos de que considera la naturaleza hu-

mana como el producto de la interrelación entre la estructura con-

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génita, función y uso de los órganos corporales, y las condiciones

ambientales que influyen en la dirección de tales usos.

Un elemento clave para Dewey en el significado de la naturaleza

humana es el hábito, cuyo principio de generación es el impulso; y

la inteligencia, su propulsor a estados más elaborados. Mediante la

acción recíproca de estos es que puede comprenderse la relación del

individuo con su medio ambiente; la relación que para el filósofo

existe entre naturaleza biológica y entorno social.

El hábito es tanto una respuesta al medio ambiente de la mis-

ma manera que lo hace una función orgánica, como operación de

una disposición frente a los problemas que el medio ambiente fí-

sico y social impone. Un hábito, como una función, es una forma

de incorporar el medio ambiente. Como función equiparada con la

biológica, es que puede hablarse de éste como mecanización, como

una reacción, un acto acabado. En tanto rutina, se vislumbra

como conservación de formas de actuación establecidas. La mayor

importancia del hábito recae en su segundo aspecto.

La esencia del hábito es una predisposición adquirida hacia formas o mo-

dos de reacción y no hacia actos en particular, a menos que en condiciones

especiales, estos sean la expresión de una forma de comportamiento. Há-

bito quiere decir sensibilidad o accesibilidad especial a ciertas clases de es-

tímulos, de predilecciones y aversiones permanentes; no simple repetición

de actos específicos. Significa voluntad (Dewey, 1964, p. 25).

En los hábitos se realiza la conexión antecedente-consecuente de las

acciones; son también expresión de sus motivos y consecuencias.

Son de carácter social porque mantienen en el acto en sí formas de

ser y estar del contexto en que vivimos. Asimilamos e incorpora-

mos un contexto total a nuestras acciones.

Como integración comprehensiva de una situación, son res-

puestas inteligentes producto de poner en conexión las cosas con

el uso que se les da. Se trata de expresiones del crecimiento porque

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El lugar del hábito en la experiencia

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al controlar el ambiente que se habita, significa la selección perti-

nente de las condiciones que conduzca a las metas que se tienen

previstas.

Dewey parte de varios casos para ejemplificar cómo se transfor-

ma la naturaleza humana de un momento instintivo a uno en que

es difícil distinguir entre lo innato y lo adquirido. Uno de esos ejem-

plos es el de la necesidad de alimento. Si bien es cierto que desde el

momento en que se nace, el instinto de alimentarnos es imperioso,

aquello que comemos y la manera en que lo hacemos depende del

contexto sociocultural, esto es, de las prácticas, usos sociales y sig-

nificados que en nuestro entorno existen y se nos transmiten vía la

participación conjunta y la comunicación.

La idea que han consolidado sistemas de pensamiento acerca

de que los cambios sociales no pueden llevarse a cabo debido a la

naturaleza humana, se ha solidificado gracias también a grupos que

buscan el control y el poder económico y político. Se trata de grupos

que tratan de conservar un estado de cosas conveniente a sus inte-

reses. “Cuando se piden cambios sociales que tienden a reformar

y mejorar las condiciones actuales, se oye decir que la naturaleza

humana no puede cambiar” (Dewey, 1952, p. 216). Lo que sucede,

señala Dewey, es que persisten costumbres sociales adquiridas, pero

no es que las necesidades sean inmutables; el rumbo que toman

aquéllas, depende de las condiciones sociales, de si la inteligencia

social es comunicada y de si los individuos son partícipes de ella.

Hábito es la palabra para:

[…] expresar esa clase de actividad humana que es influida por actividades

previas y, en ese sentido, adquirida; que contiene en sí misma un cierto or-

denamiento o sistematización de elementos menores de acción; que puede

proyectarse, que es de calidad dinámica, que está pronta a manifestarse de

manera abierta y que se mantiene activa en forma subordinada, aun en

los casos en que no es obviamente la actividad dominante… trae consigo

explícitamente el sentido de actividad, de realidad (Dewey, 1964, p. 48).

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Como rutinas, los hábitos expresan conservación de formas de ac-

tuación establecidas, de costumbres;

[…] en todo tiempo y lugar, las costumbres proporcionan las normas de

las actividades, son el patrón en que debe entretejerse la actividad per-

sonal… el individuo puede, si así lo quiere, adaptar inteligentemente las

costumbres a las condiciones, con lo cual las modifica. En todo caso,

las costumbres constituyen normas morales, ya que son demandas activas

de ciertas maneras de obrar. Todo hábito crea una expectación inconscien-

te y forma una determinada perspectiva (Dewey, 1964, p. 78).

La inteligencia, la experiencia reflexiva, no opera en la nada, ni es

congénita a la naturaleza humana; su desencadenante es el impulso.

Este le viene dado al humano como constitutivo de su estructura,

no así su significado. El significado de los impulsos es personal y se

origina según las condiciones de nuestro medio ambiente. Si bien

el impulso en tanto estructura originaria antecede a los hábitos,

dado que su significado es adquirido, son entonces secundarios en

la medida en que, de acuerdo con los significados que recuperen,

potenciarán modos de ser distintos.

Los impulsos son los ejes en que gira la reorganización de las actividades,

son factores de desviación para dar nuevas direcciones a los viejos hábitos

y cambiar su calidad… Los impulsos incipientes y dispersos de un recién

nacido no se coordinan para hacerse fuerzas utilizables, sino por medio

de dependencias y compañerismos sociales. Sus impulsos son meramente

puntos de partida para la asimilación del saber y destreza de los seres más

maduros de quienes depende (Dewey, 1964, pp. 93, 94-95).

La cualidad plástica de los impulsos hace que muevan al reajuste

de la conducta de los individuos. Dewey supone que si los impul-

sos, el resorte que lleva a la acción se ve transformado, la cultura

se transformará y también, por supuesto, un cierto tipo de cultu-

ra, incorporará en los sujetos significados diversos a sus impulsos.

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El lugar del hábito en la experiencia

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Así, el individuo, ante un impulso formado, que busca dar salida a

través de un hábito establecido, en el momento en que no pudiese

satisfacerse, busca condiciones que le sean útiles para ese efecto

y evita aquellas que lo obstaculizan. Si no hay satisfacción de los

impulsos, de los motivos y deseos, se buscará el cambio de aquellas

condiciones que lo impiden. Esta explicación opera tanto para el

espacio más particular como para el espacio social, en el que las

costumbres (materializadas en instituciones, organizaciones, nor-

mas, entre otros) no permiten la realización de lo que nos propo-

nemos.

La transformación de los hábitos percibidos como conductas

acabadas, supone al mismo tiempo un conservadurismo y la falacia

de intentar determinar una naturaleza de los asuntos humanos. Im-

plica también que la concepción de los medios caería en un error, si

se considera que lo que se debe impulsar son motivos, vistos como

estímulos separados del significado social de la acción en su signifi-

cado de situación total. Es decir, como si por el ordenamiento de un

ambiente, de ciertos estímulos, pudiésemos transformar un hábito.

Por el contrario, lo que habría que transformar son las condiciones

objetivas, incluyendo sus significados en su estabilidad, pero tam-

bién en lo que contiene de conflicto. El principio que permite la

interpretación de lo moralmente bueno, es objetivo; algo se concibe

como bueno, sólo si se ha experimentado con auxilio de las condi-

ciones del medio ambiente. No se puede concebir como buena una

actitud de la que no se concibe el curso de acción, los medios, las

circunstancias que permiten su realización.

comunIdad, experIencIa y el lugar de los hábItos

El crecimiento, no sólo físico, sino intelectual y moral, es la norma

que dirige la vida social e individual. No hay fin moral, como no hay

fin educativo más allá que el crecimiento, y no hay medios (la in-

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Deliberar con John Dewey

teligencia y su función mediadora1) ajenos a la vida real y concreta

del individuo que crece. Medios que, por una parte, nos informan

como educadores acerca del ser humano, ya sea en el ámbito de lo

natural o de lo social, y que al mismo tiempo nos permiten usar-

los para orientar la actividad. Los medios, “situaciones de la vida

susceptibles de ser compartidas”, conjugan diversos fines humanos,

ya sea como contenido de su significado según cómo se les use, ya

sea como instrumentos materiales necesarios para actuar de mane-

ra ordenada, lógica o coherente en una situación. Valga un ejemplo

del propio Dewey, en Escuela y sociedad, sobre las actividades que se

realizaban en la Escuela Experimental:

Nada más extraño y sorprendente para el visitante medianamente inteli-

gente, que ver a niños de diez, doce y trece años entregados, lo mismo que

a niñas, a las ocupaciones del hilado y la costura. Si consideramos esto des-

de el punto de vista de la preparación de los niños para coser un botón o

pegarse un remiendo, claro es que obtendremos una concepción estrecha

y utilitaria, una base que difícilmente justificará el que se dé importancia

a este ejercicio en la escuela. Pero si lo miramos desde otro punto de vista,

encontraremos que este trabajo sirve de punto de partida para que el niño

pueda trazar y seguir el progreso de la humanidad a través de la historia,

obteniendo también un conocimiento de los materiales utilizados y de

los principios mecánicos que se aplican. En conexión con estas ocupacio-

1 Lo que Dewey denomina función mediadora de la inteligencia es clave en la for-ma en que plantea y resuelve las oposiciones a cada una de las problemáticas que expone (niño/programa escolar; factor psicológico/factor lógico; cuerpo/mente; estímulo/respuesta o percepción sensible/respuesta motora en su crítica a la con-cepción de arco reflejo en psicología, entre otras). El término medio asegura la conexión entre dos términos opuestos, extremos. Cada uno de esos términos debe jugar en su momento el papel de término mayor, de término menor y de término medio, de manera que en el proceso, no se incline la balanza a favor de uno o de otro, es decir, que no haya parcialidad. El mismo término es útil para una posible explicación de la relación fines-medios, su separación o cumplimiento de papeles distintos en momentos de la acción, y al mismo tiempo de su unión inseparable, en tanto formando parte de la inteligencia, entendida como herencia cultural de la raza.

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nes, se recapitula el desenvolvimiento histórico del hombre (Dewey, 1994,

p. 90).

En la actividad están presentes el conocimiento de instrumentos y

procesos que adquieren en distintos momentos preeminencia como

articuladores, antecedentes o consecuentes de una acción. Son ele-

mentos inseparables que, presentes en la actividad entendida como

indagación, tienen efectos prácticos como vía para modificar las

condiciones del medio ambiente. Así, el individuo adquiere el sig-

nificado de su acción, los motivos que le subyacen y las consecuen-

cias, interactuando en un todo orgánico, proceso que deviene no

sólo en desarrollo psicológico, sino también, y lo más importante,

en crecimiento.

El modo de vida democrático supone la existencia de herra-

mientas materiales e intelectuales a disposición de los individuos

para posibilitar y dirigir su crecimiento; “una forma de organiza-

ción social que integre las actividades económicas, pero convirtién-

dolas en instrumentos al servicio del desarrollo de las capacidades

superiores de los individuos” (Dewey, 1996, p. 76). La experiencia

reflexiva (o método de la inteligencia), llevada a cabo en todos los

ámbitos de la vida humana, conduce al desarrollo de la comunidad

y de las capacidades de los sujetos. La comunicación de los bienes

de la civilización que la experiencia permite, apunta al crecimiento

también entendido como realización de la libertad. En una orga-

nización social así entendida, la libertad no se limita a la no in-

terferencia en la capacidad productiva y de elección; la libertad se

transforma y adquiere mayor valor en la medida en que se es partí-

cipe de la acumulación de los bienes económicos y culturales pro-

ducidos socialmente, y la educación es un medio importante para

hacer a los sujetos partícipes de esos bienes. Ciencia, educación y

naturalización del método de investigación, son los requerimientos

del tipo de organización social propuesto por el filósofo.

La disponibilidad de los beneficios de la experiencia reflexiva,

requiere del modo de vida democrático y éste, para sostenerse y

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mantenerse en evolución (de las condiciones que permitan el ejerci-

cio de la inteligencia y del crecimiento), requiere del examen de las

condiciones y relaciones morales, económicas, políticas, entre otras.

Si la inteligencia, por ejemplo, se redujera a la consecución de la

libertad económica, significaría la comprensión de las capacidades

intelectuales y morales como manifestaciones útiles a la produc-

ción y acumulación de la riqueza y se privaría a los sujetos de la

participación y disfrute de las producciones culturales. Para Dewey,

la progresiva inclusión del método de la inteligencia en todas las

facetas de la vida humana conduce a la evolución, al crecimiento.

El crecimiento que posibilita la educación sistemática, es inse-

parable en el pensamiento de Dewey, de sus ideas sobre la orga-

nización sociopolítica. No hay crecimiento humano sin actividad

asociada o conjunta. Esta es una condición previa en la conforma-

ción del medio ambiente moral (la vida comunitaria) que impulse

el crecimiento.

La actividad asociada no necesita explicación; así son las cosas. Pero ningu-

na cantidad de acción colectiva y agregada constituye por sí misma una co-

munidad. Para seres que observan y piensan, y cuyas ideas son absorbidas

por impulsos y se transforman en sentimientos e intereses, el “nosotros” es

tan inevitable como el “yo”. Pero “el nosotros” y “lo nuestro” sólo existen

cuando se perciben las consecuencias de la acción combinada y se convier-

ten en objeto de deseo y de esfuerzo, del mismo modo que “yo” y “mío”

aparecen en escena sólo cuando se afirma o se establece conscientemente

una participación distintiva en la acción mutua (Dewey, 2004c, p. 139).

En la interacción con los otros, obligado a construir su capacidad

social, dada su incapacidad física para sobrevivir, el sujeto crea

vínculos significativos que en principio se desarrollan en la comu-

nidad inmediata;2 es en ese espacio en donde se constituyen las

2 Entendemos por comunidad inmediata –a partir principalmente de los plan-teamientos hechos en Democracia y educación, en específico en el Capítulo II “La educación como función social”, así como de múltiples ejemplos en varios de sus

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disposiciones básicas y se adquieren los primeros hábitos. La comu-

nidad que le sigue, la escuela, configura sobre esa base interpreta-

ciones más complejas acerca de tales disposiciones y de las acciones

que el sujeto lleva a cabo.

Los hábitos de pensamiento y acción que sean consistentes con

la experiencia reflexiva, redundan en el establecimiento de institu-

ciones con el mismo sentido. Las instituciones, la cultura, es forjada

por las costumbres y modos de pensamiento de sus miembros; en

consecuencia, para el posible establecimiento de una vida demo-

crática, es necesario que los sujetos lleven a cabo las acciones que

le sean coherentes. El modo de vida que se persigue como el más

deseable, requiere su defensa no sólo por medios formales (el mar-

co jurídico y normativo) o coercitivos directos. Los peligros que

ponen en crisis un modo de vida deseable (el democrático, para

Dewey) provienen del modo de ser de los individuos, es decir, de

sus hábitos.

En lugar de nuestras propias disposiciones y hábitos como acomodados a

ciertas instituciones nosotros tenemos que aprender a pensar de los últi-

mos como expresiones, proyecciones y extensiones de actitudes personales

habitualmente dominantes (Dewey, 1939, p. 226).

La configuración y desarrollo de las asociaciones o corporaciones

como las llama Dewey, integra una serie de consideraciones a lo

textos, entre ellos éste y La opinión pública y sus problemas, entre otros– a la familia (agregaríamos: o el grupo de referencia inmediata desde el momento de nacer). Al respecto, vale anotar el papel que en distintas teorías educativas se le asigna a la familia, como instancia mediadora, en otros casos, preparatoria del individuo para su incorporación al mundo social; también, entre individuo y escuela. Aun-que no es el propósito de este trabajo, nos parece que las discusiones sociológicas, antropológicas y filosóficas en pedagogía, respecto al papel que la familia juega como instancia posibilitadora de incorporación de la cultura, tienen una relevan-cia que poco se ha tomado en cuenta –reitero, en tanto discusión–, asunto que es primordial si atendemos a la idea de Dewey acerca de que somos y hacemos lo que el ambiente nos permite o nos impide.

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Deliberar con John Dewey

que el autor concibe como lo público y su consecuente comunica-

ción entre los miembros de una sociedad. “Dewey entiende que casi

toda asociación, en la medida en que se involucra en prácticas que

afectan indirectamente a otros distintos a los agentes participantes,

tiene un carácter público” (Mougán, 2000, p. 190).

Un modo de vida común supone que sus integrantes poseen

y ponen en juego su carácter personal en todas sus interacciones

con otros grupos e individuos. Las disposiciones y hábitos que con-

fluyen en nuestra conducta, son expresiones, proyecciones y exten‑

siones predominantes en nuestro ambiente. Suponer que tenemos

que adaptarnos, acomodarnos a las instituciones es deshacerse de

la responsabilidad por las consecuencias de lo que hacemos, de las

decisiones que tomamos; nada más contrario a la experiencia inte-

ligente que Dewey defiende.

El individuo no es como para los naturalistas algo ya dado; el

proceso de construcción de la individualidad no es ajeno a las ins-

tituciones ni a las condiciones sociales,

[…] las verdaderas leyes de la naturaleza humana hacen referencia a la

asociación entre individuos. La construcción del individuo se da en el

marco de las instituciones culturales y físicas, incluyendo en lo “cultural”

las instituciones económicas, jurídicas y políticas, así como la ciencia y

el arte (Dewey, 1996, p. 124).

El individuo es creador, parte y producto a la vez, de la cultura. Los

problemas que se le presentan, la posición que toma ante ellos, la

forma en que valora las soluciones para los mismos, son derivados

de la organización y la integración social.

El tipo de reflexión empleado para elaborar propuestas de so-

lución no es de tipo contemplativo ni se orienta exclusivamente

a la evolución del carácter; se trata de un tipo de reflexión que pueda

ser materializada en la transformación de la forma de vida propia,

de las instituciones y en la producción de consecuencias deseables

para una vida democrática. La construcción de la individualidad no

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se puede entender al margen de la condición social de los hombres.

El significado de aquello que impulsa a la realización depende de las

condiciones y de las consecuencias de la acción, y éstas son encau-

zadas por los hábitos.

Modo de vida y acción social serían considerados métodos cam-

bio en la medida en que sean sometidos a pruebas y revisiones

constantes con el fin de dilucidar el alcance y límite del impacto en

las condiciones sociales existentes. El individuo, al producir ideas y

teorías con resultados en el mejoramiento de las condiciones socia-

les existentes, realiza una acción social, pero es condición necesaria

su comunicación vía las condiciones materiales compartidas que

permitan la generación y práctica de hábitos de reflexión. La tarea

de transformación social, pasa por la transformación de los hábitos,

puesto que son una manifestación de los modos de pensamiento y

como tales, impactan el hacer de las instituciones.

Aprender a ser humano es desarrollar mediante la reciprocidad de la comu-

nicación el sentido real de ser un miembro individualmente distintivo de

una comunidad; un miembro que comparte y aprecia las creencias de ésta,

sus deseos, sus métodos, y que contribuye a una mejor conversión de las

facultades orgánicas en recursos y valores humanos (Dewey, 2004c, p. 141).

Transformar las condiciones sociales es transformar los hábitos de

los individuos. Somos el hábito, señaló Dewey. Somos socializados

en instituciones que nos anteceden, pero al mismo tiempo, interve-

nimos en ellas a partir de nuestros hábitos. La acción individual es

fundamental; sin embargo, eso no significa que las relaciones cara

a cara no sean indispensables para que el sujeto se constituya. Es

vital para el intercambio cooperativo y la interacción de intereses,

construir significados comunes. La comunicación da la posibilidad

de revisión y, si es necesario, de mejoramiento de las interacciones; da

la posibilidad de ejercer formas de control inteligente.

La sociedad no sólo continúa existiendo por la transmisión, por la comu-

nicación, sino que puede decirse muy bien que existe en la transmisión y

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en la comunicación. Hay más que un vínculo verbal en las palabras co-

mún, comunidad y comunicación. Los hombres viven en una comunidad

por virtud de las cosas que tienen en común; y la comunicación es el modo

en que llegan a poseer cosas en común (Dewey, 2004a, pp. 15-16).

Una vía posible para la valoración acerca del mejoramiento de las

condiciones de vida individual y social a partir de los fines propues-

tos, radicaría en la propia valoración de lo que se ha hecho para

conseguirlo. No se trata de una verificación de las condiciones que

sea individual. Atender a los criterios de una forma de vida demo-

crática planteados por el filósofo, el recurso a la verificación pública

sería fundamental. La evidencia de las condiciones y su examen ha

de ser comunicable, estar en continuidad con condiciones anterio-

res que dieron lugar a los problemas y sus soluciones.

El asunto de la publicidad de esas condiciones no deja de ser

problemático y Dewey lo reconoce. En gran medida, señala, esas

dificultades radican en condiciones sociales, políticas, económicas,

en formas de pensamiento, en obstáculos de carácter intelectual y

moral, que se materializan en la división de clases sociales, de gé-

nero, de autoridad, entre otras, y que impiden el intercambio y la

comunicación de intereses. El proceso por el que se intente dar so-

lución a esas problemáticas, ha de ser conflictivo, y para que rinda

frutos, deberá estar apegado al método de la experiencia reflexiva,

además de variar según los agentes y las circunstancias.

el carácter moral de los hábItos y la educacIón

La teoría educativa de Dewey puede definirse también como teoría

de la educación moral. Así, la educación entendida en su sentido

más general y la educación moral, son una y la misma. La preocu-

pación del filósofo respecto a la educación, tiene su razón de ser

en la convicción de que es la mejor vía para hacer a los individuos

partícipes de la vida social, y “toda educación que desarrolla la

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capacidad de participar en la vida social es moral” (Dewey, 2004a,

p. 300). Y si bien la actividad y el crecimiento del sujeto son la nor-

ma que dirige la totalidad de los esfuerzos educativos, estos no son

posibles sin la interacción con un medio ambiente social democrá-

tico. Para Dewey, es posible cambiar el modo de ser de los indivi-

duos, cambiando las condiciones sociales.

Si acordamos que según la posición del filósofo, la totalidad de

los asuntos humanos implican una serie de prácticas cuyas conse-

cuencias provienen directamente de la interacción con el ambiente

físico y social, y la interpretación e incorporación que de sus posibi-

lidades y obstáculos hacemos en forma de experiencia reflexiva; es

decir, si aceptamos que la educación es una forma de penetrar en lo

humano, la educación moral no forma una especie de cajón aparte.

En verdad, el problema de la educación moral en las escuelas es el mis-

mo de asegurar el conocimiento conexo con el sistema de los impulsos

y los actos. Pues el uso a que se destina todo hecho conocido depende de

sus conexiones… Lo que se ha aprendido y empleado en una ocupación

que tiene un fin y supone cooperación con otros es conocimiento moral,

lo consideremos conscientemente así o no. Porque construye un interés

social y confiere la inteligencia necesitada para hacer ese interés eficaz en

la práctica (Dewey, 2004a, p. 297).

La transmisión y generación de las tres condiciones para el modo

de vida democrático que Dewey propone –ciencia, educación y na-

turalización del método de investigación–, y de hábitos deseables

para la conservación y evolución de la vida humana, requiere poner

a disposición de los individuos la herencia cultural de la raza a tra-

vés de la experiencia reflexiva.

Toda educación dada por un grupo tiende a socializar a sus miembros,

pero la calidad y el valor de la socialización depende de los hábitos y as-

piraciones del grupo (Dewey, 2004a, p. 78). [Para ello es necesario] el

perfeccionamiento de los medios y las formas de comunicación de los sig-

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nificados, de modo que el interés genuinamente compartido en las con-

secuencias de las actividades interdependientes pueda dar forma al deseo

y al esfuerzo y, con ello, dirigir la acción. Éste es el significado de la afir-

mación de que nos enfrentamos a un problema moral que depende de la

inteligencia y la educación (Dewey, 2004b, p. 141).

La inteligencia cobra existencia individual en tanto es consecuencia

de llevar a cabo el método reflexivo3 tal como lo entiende Dewey

en la resolución de situaciones complejas, que causan sorpresa,

tensión, inestabilidad, situaciones problemáticas que el individuo

se ve obligado a resolver; y existencia social, porque los métodos

no son creados individualmente, ni son de propiedad particular,

sino que son producto del hacer social históricamente constituido.

La inteligencia, los hábitos reflexivos, constituyen una forma de

obrar moral que permiten reformular nuevos cursos de acción

sobre los anteriores, al mismo tiempo que permite prever las

consecuencias de los nuevos hábitos y los cursos de acción que pro-

mueven. Hábito e inteligencia son inseparables, pero si tenemos en

consideración que el pensamiento no se da en el vacío, no se produ-

ce de manera espontánea, y no está constituido fundamentalmente

por ideas, podríamos afirmar que es prioritario el hábito sobre la

inteligencia. Para que la experiencia inteligente se lleve a cabo, es

condición que el modo de obrar de los seres humanos tenga como

3 En el despliegue del método reflexivo, las disposiciones personales y los propios modos de proceder, no se subordinan a principios generales de procedimiento, son orientadas por ellos. En Cómo pensamos…, propone la unión entre actitud y método diestro, con lo que apunta a sugerir la exigencia de posibilitar las “acti-tudes que sean favorables para el uso de los mejores métodos de investigación y comprobación” (Dewey, 1989, p. 42). Las actitudes a las que Dewey refiere como aquellas de las que se debe asegurar su adopción y uso, son: mentalidad abierta, entusiasmo y responsabilidad. Por otro lado, el punto de partida del pensamiento reflexivo, “implica 1) un estado de duda, de vacilación, de perplejidad, de dificul-tad mental, en la que se origina el pensamiento, y 2) un acto de busca, de caza, de investigación para encontrar algún material que esclarezca la duda, que disipe la perplejidad” (Dewey, 1989, p. 28).

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base una modificación de las condiciones objetivas que permitan

operar a la experiencia reflexiva. Afirma Dewey:

[…] tanto la formación de las ideas como su ejecución depende del hábito.

Si pudiéramos concebir una idea correcta sin un hábito correcto, tal vez

podríamos prescindir de éste para ejecutarla; pero un deseo toma forma

definida sólo cuando está conectado con una idea, y ésta a su vez la toma

sólo cuando hay un hábito que la respalde (Dewey, 1964, p. 40).

El modo de obrar está situado en la realidad. No podemos transfor-

mar a las personas si no transformamos su medio, si sólo transfor-

mamos las ideas. Los propósitos que controlan el proceso de pensar,

surgen siempre y necesariamente de deseos e impulsos que les ante-

ceden en un contexto determinado que nos exige, para pertenecer a

él tanto como para hacerlo pertenecer a nosotros, que respondamos

coordinadamente, inteligentemente. Es la inteligencia la capacidad

de hacernos pertenecer y que nos pertenezca lo que nos rodea, es la

finalidad que conduce los esfuerzos por educar. Como señala Childs

(1971), a propósito de la perspectiva de pensamiento deweyana:

Dentro del contexto de esas situaciones problemáticas es donde logramos

tornarnos más conscientes del contenido de nuestra experiencia cotidiana.

El pensamiento humano es creador en el sentido de que se vale de su pura

percepción de todo lo comprendido en nuestras prácticas personales y de

grupo, a fin de idear formas más adecuadas de interpretación y comporta-

miento. Es así como, en cierto sentido, cabe decir que la cultura piensa en

nuestro pensamiento (Childs, 1971, p. 18).

Una construcción social, que se elabora a partir de la identificación

del sujeto con los significados de su medio ambiente social, del

que elige lo más pertinente de acuerdo con los medios que tiene

a la mano. Así, el crecimiento humano no es mero desarrollo psi-

cológico, sino aumento en la capacidad para participar en la vida

social.

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La cualidad moral que lo anterior implica es ineludible. En el

planteamiento deweyano, la búsqueda de fines, la asociación y com-

partición de intereses, van marcando la orientación de las conse-

cuencias de las acciones. Lo que se consigue no está desligado de la

manera en que se consigue, ni de la intención que le subyace. Inten-

ción para Dewey, no significa la voluntad o el “compromiso” para se-

guir el curso de acción elegido hasta el final. Los actos intencionales

suponen el encuentro del individuo, de su conducta con los motivos

que le dan origen, es decir, debe existir una continua reconstrucción,

un circuito orgánico (Dewey, 2000) en la consecución de la signi-

ficación del estímulo. Sólo así puede existir una identificación del

sujeto con sus acciones y con los objetos hacia los que se encaminan

las mismas. La progresiva conciencia de este proceso, con sus múl-

tiples manifestaciones según las distintas etapas del desarrollo indi-

vidual, potencia la dirección de la conducta por hábitos reflexivos.

La inteligencia cumple un papel moral al cambiar los hábitos,

pues es a través de estos que se modifican las situaciones y las ideas.

Señala Dewey, “sólo el hombre cuyos hábitos son ya buenos puede

saber lo que es el bien” (Dewey, 1964, p. 42). No hay motivos que

expliquen de antemano la acción humana, no hay inteligencia dada

que la determine; lo que existe es un organismo en potencia para

organizar y dirigir su acción, la acción inteligente. Dewey mues-

tra al ser humano como transformador del medio. No actuamos

por impulsos, motivos o fines dados; padecemos lo que hacemos,

y somos –o no– capaces de reestructurar nuestras acciones, de re-

conducirlas, de reorganizarlas. No podemos explicarnos la acción

por lo que nos ha antecedido, por las prácticas y fines dados en las

instituciones a que pertenecemos; esto la reduce, la empobrece. “La

labor que la inteligencia cumple en cualquier problema al que se

enfrente una persona o una comunidad es efectuar una conexión

operativa entre hábitos, costumbres, instituciones y creencias an-

teriores y las nuevas condiciones” (Dewey, 1996, p. 89). Su tarea

es liberar las potencialidades para actuar, el enriquecimiento de su

significado, y en consecuencia, el crecimiento humano.

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CAPÍTULO 5

EFECTOS DE LA NOCIÓN DEWEYANA DE INDAGACIÓN

Juan Mario Ramos Morales*

[email protected]

Mi acercamiento a Dewey tuvo lugar mediante la lectura de dos de

sus trabajos en el posgrado en Pedagogía de la Universidad Nacio-

nal Autónoma de México (unam): Democracia y Educación; Cómo

Pensamos… Sin embargo, estar involucrado en el ámbito de la

formación de profesionales de la educación y la discusión de sus

aportaciones, me ha llevado a poner en juego algunas de las ideas

de Dewey. Comencé a recurrir a los planteamientos relativos al

pensamiento reflexivo en los procesos de formación de adminis-

*Investigador del sni-Conacyt, doctor en Ciencias Administrativas por el itesm-ccm-México, profesor titular de la Universidad Pedagógica Nacional-México (upn), profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), res-ponsable del Cuerpo Académico Consolidado Prácticas Institucionales y Consti-tución del Sujeto en Educación (cac-picse upn), miembro de la Red spece-upn y del proyecto de investigación pipf-upn, responsable de prácticas profesiona-les (ppmu-ppca-ppg-ppfi upn), miembro del Consejo Consultivo del Centro de Atención a Estudiantes (cccae-upn).

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Deliberar con John Dewey

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tradores educativos,1 básicamente, mediante el trabajo reflexivo

(en y sobre la práctica). Primero en el proceso de los seminarios

de tesis a través de la construcción de las trayectorias escolares de

los estudiantes, con el objetivo de trazar, a partir de la recuperación

de su experiencia, el origen de su interés por un tema de estudio

para sus trabajos recepcionales. Después, con la mudanza del plan

de estudios de la Licenciatura en Administración Educativa (lae),

en la línea metodológica y en los espacios de prácticas profesionales.

En la línea metodológica, los docentes recurrimos al uso de dia-

rios de reflexión con la finalidad de formar profesionales críticos de

su propio proceso de aprendizaje y formación. En la organización

de proyectos de prácticas profesionales de los futuros egresados de

la lae, los docentes que participamos en la elaboración de pro-

puestas de prácticas elegimos la recuperación de la experiencia de

los estudiantes mediante la narrativa orientada a reflexionar sobre

procesos de formación en los espacios de práctica: perspectivas

de la práctica, sobre la práctica y en la práctica profesional.

En este sentido, es a través de la reflexión sobre mi práctica que

recupero mi experiencia para posicionarme de otra forma en mi

propia tarea como docente. Asimismo, mi inmersión al debate con

colegas que han estudiado las ideas de Dewey, me permiten acer-

carme a la comprensión de sus deliberaciones, que toman como

eje la filosofía y se extienden a diversas disciplinas, vinculadas con

las acciones educativas, a través de la lectura y el trabajo de diver-

sos temas. La reflexión de mi práctica docente se articula con los

planteamientos de Dewey en torno a la indagación, el pensamiento

reflexivo y el pragmatismo.

Para hablar de los efectos de la noción de indagación en el ám-

bito educativo, recupero algunas ideas que se han trabajado en el

Seminario Interinstitucional de Investigación Trayectorias concep-

1 Licenciatura en Administración Educativa (Plan 90 y Plan 2009), Maestría en Edu-cación Básica (promoción dgest, Ajusco-Unidad 097 DF Sur), Maestría en Desa-rrollo Educativo.

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121

tuales. John Dewey: experiencia, educación y ciudadanía: el prag-

matismo y a la experiencia.

pragmatIsmo e IndagacIón

Para Papini (2011, pp. 73-74), los pragmatistas no pretenden ocu-

parse de “las explicaciones universales y racionales del todo –meta-

física–, que son, para [ellos], problemas inexistentes y carentes de

sentido”. El pragmatista, dice Papini (2011, p. 74),

[...] se ocupará [...] de los métodos, de los instrumentos del conocimiento

y de la acción, porque está convencido de que es mucho más importante

mejorar o crear los métodos para obtener previsiones [...] o para cambiar

nosotros mismos o a los otros, que juguetear con palabras vacías en torno

a problemas incomprensibles.

Esta última idea se acercaría al planteamiento que hace Dewey al

procurar superar los dualismos en el campo de la educación. Las

lecturas de Schön (1992b) y Rorty (1993) hacen algunos señala-

mientos al respecto. Por un lado, Rorty (1993, p. 94) indica que

Dewey,

[...] quiere que la tradición [científica] sea superada desdibujando to-

das las distinciones por ella establecidas [es decir], que se borren las

distinciones entre arte, ciencia y filosofía para poner en su lugar cier-

ta [...] inteligencia que resuelve problemas y dota de significado a las

cosas.

Por otra parte, Schön (1992b, p. 121) plantea que Dewey “dedicó

su vida al proyecto de superación de los dualismos que afligen el

campo de la educación en el mundo moderno, los dualismos de

pensamiento y acción, investigación y práctica, ciencia y sentido

común, la Academia y la vida cotidiana”.

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En Dewey, dice Rorty (en Rodríguez, 2003, p. 95), “lo moral y lo

práctico están tanto al principio como al final de su filosofía”.

Dewey es el pragmatista de la primera oleada que emprendió

no solamente la superación de los dualismos, también abordó di-

rectamente la condición del animal laborans, orientado a la mejo-

ra de la calidad de la experiencia en el trabajo, el vínculo entre la

solución, el descubrimiento, la técnica, la expresión, el juego y el

trabajo. En palabras de Dewey (en Sennett, 2009, p. 353), “tanto

el trabajo como el juego son libres y tienen su motivación intrín-

seca […]. El trabajo que se mantiene impregnado de juego es arte”.

Dewey, dice Sennett, junto con John Ruskin y William Morris, instó

a los trabajadores a evaluar su trabajo en términos de experimento

compartido, de ensayo y error colectivo.

Para Sennett (2009) –que pertenece a la nueva oleada de prag-

matistas–, “el pragmatismo ha sostenido que, para trabajar bien,

la gente necesita libertad respecto a las relaciones entre medios y

fines”, bajo esta noción, dice, “subyace un concepto que unifica todo

el pragmatismo. Se trata del concepto de ‘experiencia’”, que en ale-

mán deriva en dos nociones:

Erlebnis y Erfahung. El primero (vivencia) designa un acontecimiento o

relación que produce una impresión emocional interior, mientras que el

segundo (experiencia) se refiere a un acontecimiento, acción o relación

que vuelca el sujeto al exterior y que requiere más habilidad que sensibi-

lidad. El pensamiento pragmatista ha insistido en que estos dos sentidos

no deberían separarse. Si uno [como sujeto] se mantiene únicamente en

el dominio de la Erfahrung [experiencia], creía William James, puede que-

dar atrapado por el pensamiento y la acción dominados por los medios

y los fines y sucumbir al vicio del instrumentalismo. Constantemente es

necesario el monitor interno de la Erlebnis [vivencia], del “qué impresión

produce” (Sennett, 2009, pp. 353-354).

Cuando Dewey se refiere al pragmatismo, habla de generar una

cultura de la indagación, que combina el razonamiento mental y

la acción en el mundo. Cree que hay que alejarse de la búsqueda

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de certezas (verdades2) vía el conocimiento o la razón por sí mis-

mas.3 Rechaza el uso de verdad, recurre a la noción de experiencia

para transitar de estados mediante la apertura a nuevas experien-

cias.4 Adopta el término de warranted assertion5 y con ello busca

alejarse de términos ambiguos como creencia y conocimiento. Se-

gún sus palabras, “es preferible warranted assertion pues implica

una referencia a indagación como aquello que garantiza la aserción

[warrants assertion]” (Dewey, 1938, p. 9).

Dewey considera que es necesario tomar riesgos para mejorar la

calidad de vida de los sujetos (1981, p. 360), saltar de la certidumbre

(ciencia) a lidiar con el cambio, a la contingencia como asunto de

probabilidad, no de certidumbre (Dewey, 1981, p. 368). En este sen-

tido, el practicalismo deweyano está centrado en dar seguimiento a

los trabajos de investigación y buscar que sus resultados transfor-

men de alguna manera a la sociedad, mejoren la experiencia de los

sujetos y permitan la construcción de prácticas sociales más justas.

Además, Dewey articula sus argumentos en contra del dualis-

mo epistemológico en su propuesta de la teoría de la indagación.

En principio, dice Schön, “concibe la indagación con énfasis en lo

situacional, transaccional, abierto e inherentemente social, que se

convierte en un atractivo antídoto a los dualismos de los que está

plagado el campo de la educación” (Schön, 1992b, p. 121). Dewey

aborda la indagación humana como un continuo entre sujetos, or-

ganismo y entorno, con la finalidad de crear una base objetiva para

describir las situaciones problemáticas y determinar su resolución.

2 En este sentido, Dewey reconoce la influencia de Peirce, quien añade “debemos construir nuestras teorías para proveer, para los descubrimientos posteriores... dejando espacio para las modificaciones que no pueden ser previstas, pero que seguramente serán muy necesarias” (Collected Papers, vol. v, p. 376 n.) (En nota al pie, Dewey, 1938, p. 9).3 “Escape from peril”, tradición –religión y filosofía– en The Philosophy of John Dewey, 1981 (from The quest for certainty, 1929) (Dewey, 1981, pp. 355-371).4 Gadamer refiere esta idea de Dewey como “la inutilidad de la vía metódica para dar cuenta de todos los aspectos de la verdad” (en Rodríguez, 2003, p. 95).5 Traducida como afirmación justificada o asertibilidad garantizada.

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En torno a la noción de indagación, Serrano hace una síntesis de

la forma como ésta ha sido abordada:

1) es sinónimo de reflexión, es un hecho general que atañe a

todos los humanos, no es un proceso exclusivo de mentes

escolarizadas ni académicas ni científicas;

2) se posibilita en contacto directo con el medio, es con-

textualista, surge de la posición del sujeto ante la incer-

tidumbre de la práctica, de la interacción, de la vida, y

moviliza al sujeto para la acción;

3) da bríos a la creatividad, a la imaginación, al enlazar al

sujeto en la construcción de vínculos con los otros; el ini-

cio de la incertidumbre es social y la resolución se dirige a

ella;

4) potencia al sujeto ante el contexto, en tanto producto so-

cial, y favorece los lazos comunitarios;

5) se equipara con lo que otras disciplinas argumentan

como interés, averiguación, búsqueda, curiosidad, deseo

de saber o pulsión epistemofílica;

6) en tanto vía para la generación del saber con otros, favo-

rece la creación de comunidades de indagación;

7) establece continuidad entre el sentido común y la ciencia

y se abre el camino al mestizaje como matriz de creación

de saber;

8) por último, la indagación, en tanto apertura al mundo, no

se confunde con la investigación, es canónica y ligada a

las tradiciones, perspectivas, paradigmas, al uso por parte

de grupos de investigadores que tienden a legitimar su

trabajo (Serrano, 2012b, p. 121).

Podemos exponer el tema de la indagación mediante las ideas plan-

teadas por Sennett en El artesano. El autor aborda al maestro arte-

sano con sus tareas, vínculos, procesos, relaciones e implicaciones.

Esta idea de inmediato evoca la imagen de un sujeto en un espacio

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determinado (taller), rodeado de sus aprendices y herramientas.

En el ámbito de la academia, es posible trasladar esta idea: el docente,

el salón de clases, los alumnos, los textos. Tanto el taller como el sa-

lón de clase se convierten en espacios de intercambio y aprendizaje.

En estos contextos, el docente (maestro-artesano) comparte con los

otros (estudiantes, aprendices) no sólo el espacio, los saberes y

los materiales propios de su actividad, sino también la construcción

de procesos de formación, de comunidades de aprendizaje.

Sin embargo, aunque “las habilidades del maestro pueden va-

lerle el derecho a mandar, y aprender de ellas y asimilarlas, puede

dignificar la obediencia del aprendiz o del oficial” (Sennett, 2009,

p. 73), pues también se requiere fomentar la autonomía, el trabajo

autosuficiente realizado sin interferencia de nadie. En el campo

de la docencia, todos, docentes y estudiantes, maestros-artesanos

y aprendices, nos convertimos en indagadores de nuestra propia

práctica, de nuestros procesos de formación, aunque sea un sujeto,

el maestro-artesano, quien guíe y organice las tareas. La versión de

Schön, sobre la teoría de la indagación, orienta la idea de pensa-

miento reflexivo de Dewey hacia la práctica reflexiva, es decir, a los

estudios empíricos sobre la práctica de los profesionales. Pretende

integrar el pensamiento y la acción, la teoría y la práctica, la acade-

mia y la vida diaria, con el propósito de “brindar un acercamiento

constructivista hacia las diversas formas en que los sujetos podemos

construir la realidad de situaciones problemáticas” (Schön, 1992b,

p. 122). La indagación, para Dewey, comienza donde hay duda o

problema; el indagador se involucra en la situación, está en constan-

te interacción con ella, no es un espectador que se encuentre fuera.

pensamIento reflexIvo y experIencIa

El pensamiento reflexivo es aquel “tipo de pensamiento que con-

siste en darle vueltas a un tema en la cabeza y tomárselo en serio

con todas sus consecuencias” (Dewey, 1989, p. 21). Dewey añade,

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“tiene un propósito que trasciende la mera diversión” (1989, p. 23),

que apunta a una conclusión. Nos lleva a “creer” en algo que se

acepta como cierto, “como conocimiento, pero que puede ser cues-

tionado en el futuro” (Dewey, 1989, p. 24). Conserva como función

“la de transformar una situación en la que se experimenta oscuri-

dad, duda, conflicto o algún tipo de perturbación, en una situación

clara, coherente y armoniosa” (Dewey, 1989, p. 98).

El acercamiento a un grupo de profesionales que se vincula con

las ideas de Dewey desde diferentes perspectivas, me llevó a la relec-

tura de algunos de sus textos, en particular Cómo pensamos y Logic:

the theory of inquiry (Lógica, la teoría de la investigación). Retomo

los nombres originales de un texto porque en las traducciones al es-

pañol no se colocó el acento a inquiry como noción de indagación,

sino como investigación que, desde mi lectura, no refiere la idea

que Dewey pretende transmitir.

La indagación de John Dewey tendría en estos textos sus argu-

mentos básicos: el pensamiento reflexivo y la indagación.6 El pensa-

miento resuelve problemas de la experiencia, dice Dewey, y aborda

ciertas fases del pensamiento humano: a) la experiencia, como si-

tuación empírica real (ensayo y error); b) la disposición de datos

mediante la revisión de experiencias pasadas, la observación de la

cultura, de la comunicación; c) las ideas, como fase creadora, pre-

visión de resultados posibles; d) la incompletud del pensamiento

que brinda tentativas, sugerencias, indicaciones, para tratar con cir-

cunstancias de experiencia (aplicación y comprobación para confi-

gurarles un significado y sentido de realidad).

En relación con la noción de experiencia, en Cómo pensamos,

Dewey refiere que:

6 En Logic: the theory of inquiry, Dewey equipara sus argumentos para el pensa-miento reflexivo y la indagación. Al respecto señala: “It would have been possible in the preceding pages to use the term ‘reflective thought’ where the word ‘inquiry’ has been used” (1938, p. 21).

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El término experiencia puede interpretarse como referencia de la actitud

empírica o como referencia de la actitud experimental. La experiencia no es

algo rígido y cerrado; es viva y, por lo tanto, crece. Cuando es dominada por

el pasado, por la costumbre, por la rutina, se opone, frecuentemente, a lo

que es razonable, a lo que es pensado. La experiencia incluye, además, tam-

bién la reflexión, que nos libera de la influencia restrictiva de los sentidos,

de los apetitos de la tradición. Así, se vuelve capaz de acoger y asimilar todo

lo que el pensamiento más exacto y penetrante descubre. De hecho, la tarea

de la educación podría ser definida como emancipación y alargamiento de

la experiencia. La educación toma al individuo en tanto relativamente

plástico, antes que las experiencias aisladas lo tengan cristalizado al punto

de volverlo irremediablemente empírico en sus hábitos mentales (Dewey,

1959, p. 199, en Carlesso, 2009, p. 577).

La experiencia es para Dewey un continuo fluir, una superación de

estados, que no tienen como fin un conjunto de creencias o cono-

cimientos sólidamente fundados, sino la mera apertura hacia nue-

vas experiencias (Dewey, 1917, p. 15; 1925b, p. 13). No obstante,

también refiere Dewey, la mera actividad no constituye experiencia:

“aprender por experiencia es establecer una conexión hacia atrás y

hacia delante entre lo que nosotros hacemos a las cosas y lo que go-

zamos o sufrimos de las cosas, como consecuencia” (Dewey, 2001,

p. 125). La experiencia, dice Dewey, se conforma por la actividad y

se padece. Lo que se hace y lo que se padece constituye el trabajo de

la inteligencia.

efectos de la nocIón de IndagacIón

Dice Rodríguez (2003, p. 97), “las ‘historias’ deweyanas [...] trans-

curren en el medio experiencial, cada final significa un principio,

operan efectivamente en las transacciones humanas, y tener con-

ciencia de ellas nos ayuda a dirigirlas y comprenderlas”. Para hablar

de los efectos de la noción deweyana de indagación, en particu-

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lar en el campo de la educación, me parece que es momento de

contar historias, las de aquellos sujetos que han partido de la idea

de pensamiento reflexivo/indagación de John Dewey y han tran-

sitado hacia la apertura de nuevos derroteros, de la construcción

de nuevas experiencias en relación con los profesionales reflexivos,

la enseñanza-aprendizaje, la indagación en el aula, la formación de

profesionales.

Profesionales reflexivos. La experiencia no es algo rígido y cerra-

do, es viva y, por lo tanto, crece. En el ámbito de la formación esta

idea es recuperada como forma de desvelamiento de experiencias de

formación profesional. El lenguaje escrito, vía la narrativa, ha per-

mitido a algunos autores la construcción de relatos para dar cuenta

de la experiencia humana. La reflexión y la práctica reflexiva han

sido esgrimidas como medio de transmisión de significado, de con-

cientizar nuestras acciones, como vía para reforzar el proceso de for-

mación de profesionales y como postura para actuar en el mundo.

Donald Schön (1992a, p. 9) se involucra en “una serie de debates

sobre la situación actual y las perspectivas de futuro en el campo de

la formación de los profesionales que [lo lleva] a retomar y conec-

tar [...] ideas sobre la teoría de la indagación de John Dewey”, según

relata en el prefacio del libro La formación de profesionales reflexivos.

De hecho, Schön (1992a, p. 9) argumenta a favor de:

[…] una nueva epistemología de la práctica que pusiera de relieve la cues-

tión del conocimiento profesional [...] sobre todo, la reflexión en la acción

(el “pensar en lo que se hace mientras se está haciendo”) que algunas veces

los profesionales utilizan en situaciones de incertidumbre, singularidad y

conflicto.

Schön plantea el diseño de un practicum reflexivo en el que los es-

tudiantes aprenden vía la reflexión en la acción, lo que también im-

plica un diálogo entre tutor y alumno (acción recíproca). Clases,

supervisión y seminarios son caminos para la formación de pro-

fesionales bajo la idea de un practicum reflexivo. No obstante, para

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Schön son claras las limitantes de la nueva perspectiva de forma-

ción que propone, dice al respecto:

Los centros de formación de profesionales en el marco de la estructura

actual de la investigación universitaria otorgan un status privilegiado al

conocimiento sistemático, preferiblemente de carácter científico […]

el currículum normativo de esos centros y el distanciamiento de la prác-

tica que caracteriza su labor investigadora, no da pie para la reflexión en

la acción y, por tanto, origina un dilema entre el rigor y la pertinencia no

sólo para los formadores sino también para los profesionales y los propios

estudiantes (Schön, 1992a, pp. 9-10).

Sin embargo, Schön se adentra en una “aventura intelectual” que

lo lleva al diseño de una propuesta de formación desde la reflexión

en la acción para arquitectura y el taller de diseño como mode-

los. De ahí deriva elementos que le permiten estudiar diferencias

y semejanzas del practicum reflexivo en otras áreas de formación:

músicos, psicoterapeutas, ingenieros, administradores, abogados e

investigadores universitarios. Esto no lo lleva al reconocimiento de

“algunas actuaciones profesionales como superiores a otras”, sino al

reconocimiento de las diferencias y de los procesos de formación.

Además, junto con Chris Argiris, propone teorías y modelos para la

acción (principios rectores, estrategias, consecuencias para el sujeto

y para el aprendizaje).

Los elementos clave en la epistemología de la práctica propues-

ta por Schön para la formación de profesionales reflexivos, están

vincu lados directamente con el pensamiento reflexivo: 1) conoci-

miento en la acción (se refiere a los tipos de conocimientos observa-

bles al exterior o de operaciones privadas), 2) reflexión en la acción

(se retoma el pensamiento sobre lo que hemos hecho para descubrir

cómo el conocimiento en la acción puede contribuir a un resultado

inesperado) y 3) sobre la reflexión en la acción (es un proceso que

nos permite reflexionar sobre nuestra reflexión en la acción, de ma-

nera que seamos capaces de producir una narrativa de ella).

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Las ideas en torno a la reflexión como modo de pensamiento e

indagación y los elementos de la práctica reflexiva de John Dewey,

son considerados por una serie de académicos para abordar la

reflexión de la indagación, la práctica, la enseñanza y las dimensio-

nes éticas de la reflexión y la indagación reflexiva “que proveen nue-

vos marcos de referencia útiles para entender la práctica reflexiva

y sus variantes” (Lyons, 2010, p. XXV).

La experiencia de Brubacher, Case y Reagan (2000) en el ámbi-

to de la práctica de profesores, revela los resultados de un progra-

ma enfocado a mejorar la capacidad reflexiva y de indagación de

los docentes. Su trabajo toma como base el estudio de casos de la

práctica docente, desde la reflexión de la misma, con una estruc-

tura similar (descripción, análisis, conclusiones y propuestas). De

acuerdo con los autores, las propuestas presentadas dan pauta para

la construcción de una cultura de indagación en las escuelas.

La reflexión de la indagación en las profesiones “presenta un

panorama de la reflexión en la educación de profesionales. Inves-

tigadores como Ken Zeichner, Filippa Marullo, Anthony Ryan,

Ellen Cohn, Hesook Kim o Marian Murphy, Cheryl Craig o Ste-

phen Brookfield (en Lyons, 2010, pp. 67-255), dan cuenta de algu-

nas de las disciplinas que han experimentado un renovado interés

por la indagación reflexiva las profesiones como: la formación de

profesores, los abogados, la educación de médicos, los terapistas,

la enfermería, el trabajo social, la educación para adultos. Estas

disciplinas han experimentado un renovado interés en la práctica

reflexiva.

Enseñanza‑aprendizaje y andamiajes reflexivos. Los plantea-

mientos de Dewey han influido en la enseñanza. El aprendizaje re-

flexivo en el ámbito de la educación ha sido trabajado por diversos

investigadores que dan cuenta de la incorporación en el diseño de

programas educativos, procesos y prácticas de formación en di-

versos niveles de educación. Algunos autores brindan experiencias

que contribuyen a la reflexión de los estudiantes, de los propios

docentes, de los procesos de formación, de sus cuestionamientos y

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propósitos en torno al trabajo desde la perspectiva del pensamiento

reflexivo y la indagación.

Richert y Bove; Kubler et al.; Kelly; Downey y Clandinin; Lo-

ughran; Yen y Ng; Kegan y Lahey (en Lyons, 2010), dirigen sus es-

tudios sobre la enseñanza e indagación reflexiva a estudiar aspectos

como la narrativa de la indagación, la indagación como autoes-

tudio, la reflexión pedagógica vía un proceso de portafolio, como

acción colaborativa, a través del diseño curricular o mediante un

acercamiento a la perspectiva constructivista.

Dewey plantea que la participación de los niños en “procesos

de indagación interdisciplinaria” les permite un aprendizaje autó-

nomo. Martinello y Cook (2000, pp. 15-18) retoman estas ideas

y describen diferentes roles del director, el guía y el mentor que,

desde este enfoque, proporcionan formas para abordar los conte-

nidos curriculares en beneficio del aprendizaje que pueden activar,

favorecer y orientar la indagación infantil. Por su lado, Short et al.

(1999) se centran en trabajar con la indagación desde diferentes

derroteros. Las autoras son docentes en escuelas de educación ele-

mental que han hecho uso de la indagación para centrar su interés

en diversos aspectos, desde los portafolios como herramientas para

negociar el currículum, la reflexión con educadores y practicantes

interesados sobre la enseñanza y el currículum, o bien, el aprendiza-

je de la lectoescritura mediante la indagación con niños pequeños.

El aprendizaje reflexivo en educación superior es trabajado por

Brockbank y McGill. En su estudio hacen un acercamiento a las

teorías del aprendizaje para enfocarse en la reflexión, la práctica

reflexiva y los requisitos de la misma. Con base en Schön (1999,

pp. 86-105), los autores exponen una jerarquía de cinco dimen-

siones a saber: 1) la acción, 2) la reflexión-en-la-acción, 3) la

descripción de la reflexión-en-la-acción, 4) la reflexión sobre

la descripción de la reflexión-en-la-acción (reflexión sobre la ac-

ción), 5) la reflexión sobre la reflexión sobre la acción. A partir de

ella, se proveen diversas estrategias para promover un aprendizaje

real, genuino, relevante y significativo para los estudiantes.

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Bateman (1999), Within y Within (1999), Shagoury y Miller

(2000), recurren a la noción de indagación para estimular la curio-

sidad tanto de alumnos como de docentes. Bateman plantea cues-

tionamientos y preguntas orientadas a generar alumnos curiosos

que hagan un tránsito del método tradicional de enseñanza hacia

el método de la indagación por medio de relatos, ejercicios, casos y

preguntas. Parte de la metáfora del “balde vacío”:

[que se refiere al método tradicional de enseñanza, en donde] el docente

es la fuente de sabiduría que llena todos esos baldes, con el agua, limpia,

pura, bebible […], la sabiduría, y brinda propuestas para transitar hacia

lo que apunta Dewey en relación a que los niños no llegan como pizarras

pasivas para escribir lo que el profesor desee. En el proceso de enseñan-

za-aprendizaje hay conocimientos previos, experiencias, comunicación,

construcción, investigación, expresión, indagación, reflexión. El problema

con el método de indagación [dice Bateman, es que] no son suficientes

los que comprenden el poder inherente en la indagación como desafío [la

indagación] “pone énfasis en un papel mucho más activo para el alumno”

(Bateman, 1999, p. 15).

Within y Whitin (1997) sistematizan el trabajo de intervención que

hacen en un aula de 27 alumnos de educación elemental. Al respec-

to señalan,

Los niños del aula modular […] nos enseñaron qué significa realmente in-

dagar el mundo […] nos guiaron en el camino […] Sus preguntas acerca

de lo que veían por la ventana profundizaron nuestra propia curiosidad

y ayudaron a crecer no sólo al profesional reflexivo […] sino también a

nuestra sensibilidad y capacidad de asombro. [El proyecto comenzó sola-

mente con el propósito de] mirar por la ventana, observar y hacerse pre-

guntas sobre la naturaleza.

El registro, la sistematización y organización de los datos y, más

que nada, la reflexión de los procesos de indagación que surgieron

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Efectos de la noción deweyana de indagación

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en el aula desvelaron trayectos para estimular la curiosidad de los

alumnos. Además, los llevaron a hacer consciente la experiencia y a

sostener la creencia de que la experiencia personal debe ser el punto

de partida para el estudio científico de las escuelas.

El estudio de Shagoury y Miller surge de la reflexión de los pro-

pios docentes sobre sus alumnos, sobre su práctica. Si bien los auto-

res no refieren estar vinculados directamente a la noción de Dewey,

es posible vislumbrar su cercanía con la propuesta de Dewey en la

forma de abordar la noción de experiencia. Los autores plantean:

“Somos docentes-investigadores. Este libro surgió a partir de las

necesidades de todos nosotros (sea que trabajemos con niños de la

escuela elemental o con alumnos adultos) de examinar el proceso

de la investigación docente” (Shagoury y Miller, 2000, pp. 11-23).

Las autoras parten de la recuperación de sus experiencias, a las ex-

periencias de otros, de los estudiantes y de sus procesos de inda-

gación para mostrar a otros cómo los docentes se convierten en

profesores-investigadores.

La noción de indagación también ha sido considerada en la re-

flexión y estudio de los efectos de los andamiajes y contextos institu-

cionales en la práctica reflexiva. Algunos casos particulares abordan

los modelos de lección y enseñanza, la variación de contextos de

formación y estudios longitudinales de reformas educativas.

Mast y Ginsburg (en Lyons, 2010, pp. 257-271) recurren a la

reflexión para indagar sobre los principios básicos del desarro-

llo de una lección de estudio japonesa. Los autores discuten el

modelo de lección, estudio y enseñanza de los niños a través de

casos de estudio que muestran cómo las entrevistas clínicas trans-

forman la práctica de los docentes en las lecciones. Por otro lado,

Seidel (en Lyons, 2010, pp. 299-317) aborda la indagación reflexiva

de las “rondas médicas” como un proceso de formación en el que,

en el contexto del día a día, las condiciones de trabajo en las escue-

las y en otros ambientes de aprendizaje nutren la práctica reflexiva.

Mientras que Kelley, Gray, Reid y Craig (en Lyons, 2010) trabajan

con un grupo de docentes de diversas escuelas, quienes han genera-

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Deliberar con John Dewey

134

do andamiajes de prácticas reflexivas en el contexto de movimien-

tos de reformas escolares. La reflexión de sus prácticas ha permitido

que cada uno de los participantes experimente con variados acerca-

mientos y herramientas de enseñanza durante 10 años.

Los planteamientos de Dewey han sido recuperados por diversos

autores no sólo para ponerlos en juego en procesos de indagación

(pensamiento reflexivo), para dar cuenta de problemas, asuntos o

esbozar posibles soluciones en diferentes contextos, sino también

para cuestionarse, preguntarse o precisar las rutas para trabajar

proyectos de intervención o diseño curricular (Schön, Brubacher,

Case y Reagan; Brockbank y McGill; Van Manen; Cochran-Smith,

Serrano [2009]; entre otros). En este sentido, la noción de indaga-

ción de Dewey conlleva el pensamiento reflexivo, la reflexión de,

en y sobre la práctica, el relato o narrativa de las experiencias, pro-

pias o de otros; todo ello “requiere ser organizado y sistematizado

para ser presentado a otros que también han pasado por derroteros

semejantes”.7

En este texto he trazado algunos efectos del pensamiento reflexi-

vo de John Dewey que nos permiten vislumbrar formas y modos de

acercamiento al ámbito de la educación, para atender problemas o

plantear propuestas desde la teoría de la indagación. Sin embargo,

este escrito se queda corto. Hay mucho trabajo por hacer. Se re-

quiere de un mapeo general para vislumbrar los alcances del pensa-

miento de John Dewey.

7 Estas ideas son la base del argumento de Dewey en relación con la indagación y se recuperan en diferentes momentos por diversos autores: Schon, Brubacher, Brockbank, Van Manen, Serrano, entre otros.

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Efectos de la noción deweyana de indagación

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CAPÍTULO 6

RELEVANCIA DE LA EXPERIENCIA ASOCIADA

Y LO PÚBLICO EN LA EDUCACIÓN

Rosa María Torres Hernández*

[email protected]

IntroduccIón

En un intento por comprender la relación entre la experiencia y lo

público, se expone el papel de la Comisión Dewey que, en calidad

de organismo de indagación, registró los testimonios de León Da-

vidóvich Trotsky sobre las acusaciones realizadas en su contra por

la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en los Procesos de

Moscú. El trabajo de la comisión es una situación emblemática

de la función de lo público. Según lo propuesto por Dewey, lo públi-

co tiene un papel central en la vida en común y la educación desa-

rrolla la capacidad de participar en la vida social donde lo público es

de pleno interés educativo.

*Investigadora del sni-Conacyt, profesora titular de la Universidad Pedagógica Na-cional-México (upn), profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), miembro del cac-picse upn, miembro de la Red spece-upn.

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Deliberar con John Dewey

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El liberalismo radical de Dewey estableció la necesaria revitali-

zación de la vida pública, de ampliar la inteligencia a los problemas

sociales porque el hecho de observar los efectos de la acción con-

junta obliga a los hombres a reflexionar sobre su conexión con esas

acciones y convertirlas en objeto de atención e interés para ellos.

En este texto se recurre a uno de estos asuntos de la vida pública

de los que Dewey formó, con ello se pretende mostrar el sentido de

la experiencia asociada (acción conjunta) y su inherente relación

con lo público, reivindicando la investigación como algo que todo

ciudadano debe hacer. De hecho este es, para Dewey, el objetivo

ideal de la educación. Para cumplir con este propósito, se hace, en

primera instancia, una exposición de la situación conocida como el

caso Trotsky; en una segunda instancia, se revisan conceptos funda-

mentales de la teoría deweyana como: experiencia, inteligencia, pú-

blico e investigación. Por último, se presentan algunas de las razones

por las que la participación de Dewey y la Comisión Investigadora

misma, representaron y representan una forma de deliberación que

colocó un conflicto en el espacio público para permitir el desplie-

gue de la inteligencia social.

I

El 15 de agosto de 1936 se anunció en Moscú, bajo el régimen de

Stalin, que Zinóviev, Kámenev y otros 14 reos serían procesados, y

que se consideraba a León Davidóvich Trotsky como el instigador

principal de los actos de los delincuentes, y a Liov Lvovich Sedov,

hijo de Trotsky, como cómplice de su padre. Este fue el anuncio del

primer proceso de Moscú (“El juicio de los dieciséis”). En éste los

acusados declararon que Trotsky era un traidor, terrorista e inspi-

rador contrarrevolucionario. Iguales imputaciones se esgrimieron

en “El proceso de los diecisiete”, llevado cabo en enero de 1937, en

el que los principales acusados fueron Piatakov, Rádek, Murálov,

Sokólnokov y Serebriakov. En ambos juicios el veredicto fue: culpa-

bles. Se condenó a muerte a los reos presentes y acusados ausentes.

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Relevancia de la experiencia asociada y lo público en la educación

139

Poco tiempo después del veredicto, León Trotsky, que en ese

momento se encontraba exiliado en Oslo, Noruega, recibió la visita

de la policía para comunicarle –por órdenes del ministro de Justi-

cia– que había quebrantado las condiciones de su permiso de resi-

dencia, porque escribió y manifestó públicamente su desacuerdo y

condena a los juicios de Moscú; por ello se le instó a no intervenir

directa o indirectamente, de forma oral o por escrito, en cuestiones

contemporáneas en otros países (Deutscher, 1975). Durante seis

meses, Trotsky y Natalia Ivanova Sedova, su esposa, permanecieron

en arresto domiciliario. En enero de 1937 obtuvieron el asilo en

México. Desde su llegada a este país, Trotsky exigió la creación de

una comisión internacional de investigación, compuesta por per-

sonalidades que tomaran testimonio y consideraran las pruebas

documentales (Novack, 1968).

En diversos países se organizaron comités de defensa de Trots-

ky, por ejemplo en Estados Unidos. En ese país los ciudadanos con

inquietudes políticas organizaban comités de defensa con el pro-

pósito de garantizar juicios justos para aquellos casos en los se sos-

pechaba de la imparcialidad del tribunal. Los integrantes de esos

comités podían pertenecer por el sólo hecho de creer que el acusa-

do tenía derecho a un juicio justo (ceip León Trotsky, 2010).

En marzo de 1937 los comités norteamericano, británico, francés y che-

coeslovaco formaron una Comisión conjunta de investigación encarga-

da de llevar a cabo el contra proceso. Sus miembros eran: Alfreg Rosmer

[quien en 1920-21 había sido miembro del Comité Ejecutivo de la In-

ternacional Comunista]; Otto Rüehle [biógrafo de Karl Marx] famoso

por haber sido el único miembro del Reichstang que, en unión con Karl

Liebknecht, votó contra la guerra en 1914-15; Wendelin Thomas [dirigen-

te de la revuelta de los mineros de Wilhelmshaven], también ex miembro

comunista del Reichstang; Carlo Tresca, un conocido anarcosindicalista;

Suzanne La Follette, una escritora americana radical y connotada anti-

marxista; Benjamin Stolberg y John Chamberlain [ex crítico literario del

New York Times] periodistas; Edward A. Ross, profesor [de sociología] de

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140

la Universidad de Wisconsin; Carleton Beals [experto en asuntos latinoa-

mericanos] también profesor universitario; y Francisco Zamora, escritor

latinoamericano de tendencias izquierdistas. Fuera de Rosmer, ninguno

de los miembros había estado relacionado anteriormente con Trotsky; la

mayoría eran sus adversarios políticos. La Comisión debía su autoridad

principalmente a John Dewey, su presidente, el más notable filósofo y edu-

cador norteamericano que, por otra parte, era tenido como amigo de la

Unión Soviética. John F. Finerty, famoso como abogado defensor de gran-

des procesos políticos norteamericanos, especialmente los de Tom Mon-

ney y Sacco y Vanzetti, actuó como asesor legal de la Comisión (Deutscher,

1975, p. 338).

En vista de que Trotsky no podía viajar a Nueva York, se decidió

que un pequeño grupo o subcomisión se trasladara a México para

tomar testimonio y obtener pruebas. El subcomité o comisión pre-

liminar, conocida también como Comisión Dewey, quedó integra-

da de la siguiente manera: Dewey, presidente de la Comisión; Beals,

La Follette, secretarios de la Comisión; Rüehle, Stolberg, Finerty y

Albert Golmand como abogados de León Trotsky, y Albert Glotzer,

taquígrafo.

En el tiempo en que Dewey aceptó y promovió ser parte de la

Comisión de Investigación, estaba escribiendo su libro: Logic, The

Theory of Inquiry, que dejó de lado para dedicarse a la experiencia

práctica de revisar papeles, documentos y cartas; escuchar el testi-

monio de Trotsky y tomar notas. Al aceptar la responsabilidad de ser

el presidente de la comisión se vio expuesto a presiones y amenazas.

Dewey dio por finalizada su relación con la New Republic, revista de

la que fue fundador, miembro del consejo editorial y colaborador

por más de 25 años, ya que pensó que los editores de ese momento se

habían rendido ante los apologistas del estalinismo (Martín, 2002).

Incluso sus amigos le advirtieron que tomara precauciones. Alex

Gumberg le escribió: “John, amigo mío, no te vayas. Me siento obli-

gado de tratar de convencerte nuevamente para que no te alíes con

las ‘fuerzas obscuras’ de la Contra Revolución” (Martín, 2002, p. 410).

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Relevancia de la experiencia asociada y lo público en la educación

141

Lo terrible y sórdido de los Juicios de Moscú causó pánico en al-

gunos liberales. La reacción de Dewey fue persistir ante la comisión

en la búsqueda de la verdad a partir de la imparcialidad, convencido

de que su acción era una tarea de ilustración pública a favor de los

intereses de la sociedad. Dewey afirmó:

He dado mi vida a la obra de la educación, cosa que he pensado como

ilustración pública de los intereses de la sociedad. Si finalmente acepté

el puesto de responsabilidad que ahora ocupo, fue porque me di cuenta

que actuar en otro sentido sería infiel a la obras de mi vida (Farrell, 1950,

p. 362).

Así, se dio cita con los otros integrantes de la Comisión de Investi-

gación en el barrio de Coyocán, en la Casa Azul de Diego Rivera y

Frida Kahlo. Farrell (1950) describió el inicio de las sesiones de este

modo:

La atmósfera era tensa. Había una guardia policiaca afuera de la casa. Al

entrar, los visitantes eran revisados buscando armas e identificados por

un secretario de Trotsky, que estaba armado. La habitación utilizada era

el estudio de Trotsky. Medía aproximadamente cuarenta pies de largo, y

veinte pies de ancho. Daba hacia la calle, tenía tres ventanas francesas. És-

tas estaban cubiertas y atrás de cada una de ellas existían barricadas de seis

pies de tabiques cementados y de sacos de arena para impedir que ningún

asesino pudiera disparar certeramente a través de las ventanas.

Estas barricadas de tabique habían sido construidas la noche anterior. Tra-

bajadores mexicanos, secretarios de Trotsky, amigos americanos y simpa-

tizantes trabajaron en ellas (Farrell, 1950).

Los integrantes de la Comisión de Investigación iniciaron sus acti-

vidades el 10 de abril de 1937 a las 10 de la mañana. En esa sesión

Dewey dijo:

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Deliberar con John Dewey

142

Si León Trotsky es culpable de los actos que se le imputan, ningún castigo

será demasiado severo. Pero la extrema gravedad de las acusaciones es una

razón más para garantizarle al acusado el pleno derecho de presentar las

pruebas que posea en su descargo. El hecho de que el señor Trotsky haya

rechazado personalmente las acusaciones es algo que no concierne a la co-

misión. Pero el que se le haya condenado sin haber tenido la oportunidad

de hacerse oír es algo que concierne en grado máximo... a la conciencia del

mundo entero (ceip LeónTrotsky, 1999, pp. 66-67).

En calidad organismo de investigación para registrar el testimonio

de Trotsky, la comisión revisó las imputaciones, que fueron entre

otras las siguientes: instigar a realizar actos de terrorismo individual

con el propósito de asesinar a los dirigentes del Partido Comunista

y del gobierno de la Unión Soviética; organizar y dirigir numerosos

intentos de sabotaje industrial y “maniobras de distracción”; arrui-

nar fábricas y trenes, con la resultante de una gran pérdida de vidas;

iniciar y promover el espionaje en la urss por parte de los agentes

de las naciones imperialistas (ceip León Trotsky, 2010).

La investigación se dividió en tres categorías:

1) La biografía de Trotsky, en especial en su relación con los

acusados en el proceso de Moscú.

2) Material documental relacionado con las acusaciones deci-

sivas contra él.

3) Sus escritos teóricos e históricos en la medida en que influ-

yen sobre la credibilidad de las acusaciones, el testimonio,

las confesiones y las conclusiones de los dos procesos de

Moscú (ceip LeónTrotsky, 2010).

Se celebraron 13 audiencias del 10 al 17 de abril del 1937. 12 de ellas

duraron tres horas cada una, y la última duró cinco horas. Las se-

siones estuvieron abiertas al público con una asistencia aproximada

de 50 personas.

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Relevancia de la experiencia asociada y lo público en la educación

143

La subcomisión, afirmaron sus integrantes, “no actúo en Méxi-

co en calidad de juez ni de fiscal. No consideramos al Sr. Trotsky

ni procesado ni acusado. Él tampoco se considera como tal” (ceip

León Trotsky, 2010, p. 38). Se tomaron en cuenta como pruebas:

documentos que tenían el propósito de refutar los testimonios de

los Procesos de Moscú; citas de los textos de Trotsky relacionados

con actitudes presentes y pasadas con respecto a los acusados en los

procesos; cartas que mostraban los métodos y la naturaleza de la

comunicación de Trotsky con sus simpatizantes en la Unión Sovié-

tica cuando se encontraba en el exilio.

En la última sesión de la comisión, Trotsky dirigió las siguientes

palabras a los miembros de comisión:

¡Estimados miembros de la comisión! La experiencia de mi vida, en la que

no han escaseado ni los triunfos ni los fracasos, no sólo no ha destruido mi

fe en el claro y luminoso futuro de la humanidad, sino que, por el contra-

rio, me ha dado un temple indestructible. Esta fe en la razón, en la verdad,

en la solidaridad humana que a la edad de 18 años me llevó a las barriadas

obreras de la ciudad provinciana rusa de Nokolaief, la he conservado plena

y completamente. Se ha vuelto más madura, pero no menos ardiente.

El hecho mismo de la formación de esta comisión –el hecho de

que a su cabeza esté un hombre de una autoridad inquebrantable,

un hombre que en virtud de su edad debería de tener el derecho

a permanecer por fuera de las escaramuzas de la arena políticas–, en

este hecho veo un esfuerzo nuevo y verdaderamente magnífico del

optimismo revolucionario que constituye el elemento fundamental

de mi vida (ceip León Trotsky, 2010, p. 34).

El 21 de septiembre de 1937 la Comisión Dewey o Contrapro-

cesos de Moscú dio su dictamen: “¡Los Procesos de Moscú fueron

basados en frames up [falsas acusaciones para inculpar inocentes] y

Trotsky y Sedov no son culpables de los 18 cargos levantados contra

ellos! (ceip León Trotsky, 2010, p. 12). El reporte final de la Comi-

sión de Investigación Not Guilty fue publicado en 1938.

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Deliberar con John Dewey

144

II

La participación de Dewey como presidente de la Comisión de In-

vestigación en 1937, comprueba su tenacidad de no aceptar que la

filosofía deje las cosas como están (Esteban, 2001); pero también

reafirma su apego al liberalismo radical, de tal suerte que a sus 78

años Dewey no cejó en su propósito de confirmar los ideales y mé-

todos democráticos en la búsqueda de la justicia, como algo que

concierne a todos. Esas fueron las causas que guiaron la investi-

gación de los Procesos de Moscú y el trabajo de la comisión para

revelar los vicios ocultos de una camarilla gobernante, permitiendo

así que los liberales y progresistas se dieran cuenta de lo que estaba

sucediendo (Dewey, 1991).

La labor de Dewey al participar en aquello de interés humano,

como el caso Trotsky, es parte de su inclinación por una amplia

gama de asuntos. Le interesó particularmente una perspectiva crí-

tica respecto a los problemas y los conflictos sociales y culturales.

Dedicó su vida a la teoría y la práctica de la educación para una so-

ciedad democrática. “La forma en la que Dewey concibe el proceso

educativo contribuye a la compresión de la experiencia humana y

se ve afectada por ésta” (Bernstein 1991, p. 302). Empero también, es

sabido que Dewey llamó a la revitalización de la vida pública, a la

creación de espacios públicos para el debate, la discusión y la per-

suasión.

Es en la relación entre espacios públicos, comprensión de la ex-

periencia humana y la educación para la democracia, que se aborda

en este texto la relevancia de la experiencia asociada y lo público.

Para tal efecto es necesario plantear las siguientes premisas de la

mirada deweyana.

Primero. Los planteamientos de Dewey están enmarcados en

su preocupación por las artes de hacer y producir, a saber: las

éticas, las estéticas y las políticas. Las artes de hacer y produ-

cir son relativas a las formas de acción individual y social.

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Relevancia de la experiencia asociada y lo público en la educación

145

Segundo. La sociedad es un conjunto de personas que están

juntas, porque trabajan en líneas afines, esto es, bajo un espí-

ritu común en razón de propósitos comunes. Las necesidades

y los propósitos comunes exigen un intercambio creciente

de pensamiento y una unidad progresiva de sentimiento de

simpatía.

Tercero. Los modos de conducta asociada pueden tener con-

secuencias extensivas y permanentes que involucran a otros

que no son los directamente implicados (Dewey, 2004, p. 71).

Cuarto. No hay equivalencia entre lo individual y social

como privado y público.

Las premisas expuestas son comprensibles en el complejo engra-

naje del pensamiento de Dewey que de forma sucinta se expone

en este documento. Es sabido que Dewey dedicó su labor a la re-

construcción filosófica tomando el reino de la experiencia ordina-

ria como uno de sus puntos de partida (Jackson, 2004). Estableció

una conceptualización de experiencia en la cual consideró lo que se

está viviendo y lo que se está por vivir, y no sólo lo vivido. Fiel a sus

principios, consideró a la experiencia como aquello que es distin-

tivo de lo humano y se dedicó a observarla en sus diversas formas

o fases: moral, estética, cognitiva, intelectual, religiosa, personal,

educativa y política.

En sus planteamientos sobre la experiencia, Dewey destacó que

los seres vivientes actúan sobre las cosas y producen cambios, esas

permutas repercuten en ellos, sufren las consecuencias de su acción.

Hay pues, una íntima relación entre acción y padecimiento. Esa in-

teracción es lo que conocemos como experiencia (Dewey, 1993).

Ésta representa un intercambio activo y atento del yo con el mundo

de los objetos y los acontecimientos. Toda experiencia, por tanto,

tiene un lado activo o ensayo y otro pasivo o padecer.

El término experiencia abarca el mundo de los objetos experi-

mentados y el proceso de experimentarlos. La confianza en el poder

de la experiencia implica su consideración en sus formas refinadas

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Deliberar con John Dewey

146

y corrientes, es decir, el imperativo de observar la continuidad entre

la experiencia primaria y la secundaria.

El hecho primario, la categoría básica, es la mutua acción entre el organis-

mo y el medio, de la que resulta alguna adaptación que permite la utiliza-

ción de este último. El hecho de conocer queda relegado a una posición

subalterna, secundaria originalmente, incluso cuando su importancia,

una vez establecida ésta, resulta preponderante. El conocimiento no es un

algo aislado y cerrado dentro de sí mismo, sino que es algo que forma par-

te del proceso mediante el cual se sostiene y se desenvuelve la vida (Dewey,

1993, p. 111).

La experiencia primaria es habitual, directa o irreflexiva, es de or-

den fáctico, es una experiencia bruta o macroscópica. Lo que no

significa que esté falta de cualidad; así, duro, doloroso, de cierto

sabor, de determinado color, son parte de las cualidades de la ex-

periencia primaria; en ella se plantean problemas y se obtienen los

primeros datos para la reflexión. En tanto que la experiencia secun-

daria, mediadora o reflexiva, es guiada por lo cualitativo, es de tipo

cognoscitivo. Dewey propone que la experiencia secundaria abre

un camino de índole significativo en el que los objetos refinados

son la vía para que las cualidades dejen de ser aisladas. Esas cuali-

dades cobran significación en un sistema de objetos relacionados,

así las cualidades pasan a integrar un continuo con la naturaleza y

participan en el sentido de las cosas (Dewey, 1948; González, 2011).

La experiencia, en singular, no es sino el término que Dewey aplica al

continuo proceso de reconstrucción temporal de nuestra experiencia, de

acuerdo con pautas análogas a las que rigen la homeostasis o reequilibrio

orgánico. La neutralidad de la experiencia es un mito: la experiencia es el

continuo temporal donde podemos optar por ocasionar o inhibir deter-

minados sucesos o futuras experiencias. La conducta inteligente reside en

el control experimental de nuestras futuras experiencias (Esteban, 2001,

p. 136).

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Para aprender de la experiencia –sea primaria o secundaria– se re-

quiere de un enlace de nuestra acción con las consecuencias, esa

vinculación se da en un movimiento o ritmo que va hacia atrás y

hacia adelante. De esta manera, en Dewey, se modifica la idea de

causa y efecto al transformarla en la relación medio-consecuencia.

De tal suerte que las consecuencias pertenecen integralmente a las

condiciones que las producen.

Como se observa, la experiencia es continua en el tiempo, tran-

sita desde un orden fáctico hasta un orden discursivo y a la inversa.

Frente al cúmulo de cosas indiferentes, o bien, hostiles que pugnan

por arrojar a los sujetos de la armonía con su entorno, existe la con-

tinuidad de la experiencia para superar los factores de oposición y

conflicto, en esa acción vital se encuentra el origen del equilibrio. La

relación ordenada del yo con su ambiente es esencial para la vida.

La experiencia, en el grado en que es experiencia, es vitalidad elevada. En

vez de significar encierro en los propios sentimientos y sensaciones pri-

vados, significa un intercambio activo y atento frente al mundo; significa

una interpenetración del yo y el mundo de los objetos y los acontecimien-

tos. En vez de significar rendición al capricho y al desorden, proporciona

nuestra única posibilidad de una estabilidad que no es estancamiento, sino

ritmo y desarrollo. Puesto que la experiencia es el logro de un organismo

en sus luchas y realizaciones dentro de un mundo de cosas, es el arte en

germen (Dewey, 2008, pp. 21-22).

Como se ha visto, la experiencia se produce ahí donde los aspectos

del yo y del mundo están implicados, justo esa interacción recali-

fica la experiencia con ideas, emociones o formas de surgimiento

de una intención consciente. No obstante, tiende a confundirse la

experiencia con lo experimentado. Lo experimentado es: la piedras,

las plantas, los animales, las enfermedades, la salud, entre otras co-

sas. Ese material puede simplemente “pasar por nosotros”, esto, en

sentido estricto, no es una experiencia. La experiencia corresponde

a interacciones del ser humano y su entorno de un cierto modo

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preciso; “la experiencia en su forma vital, es experimental, es un

esfuerzo por cambiar lo dado. Se caracteriza por la proyección, por

tratar de alcanzar lo desconocido, por una conexión con el futuro,

esto constituye su rasgo más destacado” (Bernstein, 2010, p. 103).

La conexión hacia el futuro es la base de la actividad inteligente y

el medio por el cual puede hacerse más racional para, de manera

creativa, plantear medios hacia un bien posible.

Los que conocen el pensamiento de Dewey, saben que en la

reconstrucción de la experiencia hay una necesaria conexión con

dos nociones: continuidad e interacción. En la interacción, la ac-

ción no es algo que sólo emana de una entidad sino que tiene lugar

entre entidades. Con frecuencia se olvida que la noción de acción

que Dewey propone, implica la transacción o “interacción orgá-

nica”; ésta no tiene lugar entre un agregado o combinación de

elementos con existencia independiente; por el contrario, lo que

se llama elemento es algo cuya función depende y tiene lugar den-

tro de la transacción. La experiencia misma es una transacción.

Aquí es importante considerar la noción de naturaleza en Dewey,

que la concibe como proceso de procesos. La naturaleza humana

consiste en un serie de transacciones interpenetradas y super-

puestas (Dewey, 1948). Puede haber un ritmo dentro de nuestra

experiencia que pasa del disfrute inmediato a la evaluación crítica

y de la evaluación crítica a la experiencia de consumación o expe-

riencia estética.

Un nivel de las transacciones que aquí interesa es el mental o

de experiencia humana, esa experiencia está marcada por la capa-

cidad para usar el lenguaje, esto es, la forma como se utilizan los

signos para representar algo. La experiencia humana permite la par-

ticipación en las actividades, éstas tienen a la comunicación como

prerrequisito. Los símbolos dependen de la comunicación y la pro-

mueven, los resultados de la experiencia asociada son considerados

y transmitidos. Los acontecimientos no pueden ser pasados de uno a

otro, pero los significados pueden ser compartidos por medio de los

signos. Los requerimientos y los impulsos son entonces adheridos a

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los significados comunes produciendo una voluntad general y una

conciencia social.

Por tanto, la experiencia tiene realidad en la vida diaria:

[…] la experiencia significa la libre interacción de los seres humanos con

el entorno y sus condiciones –en particular, con el entorno humano–. Tal

interacción transforma las necesidades y satisface los deseos por medio del

aumento del conocimiento de las cosas. El conocimiento de las condicio-

nes reales es la única base sólida para la comunicación y la participación;

toda comunicación que no esté basada en dicho conocimiento implica

el sometimiento a otras personas o a las opiniones personales de otros

(Dewey, 1996, p. 205).

Es en lo social donde se da la más rica, completa y delicadamente

sutil forma de transacción natural. En esas transacciones los ac-

tos humanos tienen consecuencias en los demás, algunas de esas

consecuencias se perciben, tal percepción requiere un esfuerzo

de control de la acción para asegurar sus consecuencias y evitar

otras. Las consecuencias son de dos tipos: las que afectan a las per-

sonas directamente implicadas en la transacción y las que afectan a

otras distintas de las inmediatamente implicadas.

La línea entre lo público y lo privado debe trazarse sobre la

base de la amplitud y el alcance de las consecuencias de aquellos

actos que son tan importantes que requieren ser controlados, sea

a través de su construcción o su promoción. Todos aquellos que

se ven afectados por las consecuencias indirectas de las transaccio-

nes son el público. Dado que los afectados indirectamente no están

involucrados en la transacción, entonces es necesario que existan:

los funcionarios o agentes públicos, la res pública y un populos. Los

funcionarios son personas que representan y procuran los intereses

de los afectados. La res son los edificios, la propiedad, los fondos y

otros recursos físicos que intervienen en el cumplimiento de este

cometido, son el ámbito común. Al populos o el público lo organi-

zan los funcionarios y las instituciones, éstas se ocupan de las con-

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secuencias indirectas extensivas y duraderas en la transacción entre

las personas (Dewey, 2004; Bernstein, 2010).

Al reconocer que pueden existir consecuencias perniciosas, sur-

ge un interés común cuya atención exige ciertas medidas y normas

además de la selección de personas que se convierten en guardianes,

en sus intérpretes y de ser necesario en sus ejecutores. Ese fue el

caso de la Comisión Dewey. Además de las normas y los funcio-

narios se requiere del Estado, éste es el público que interviene en

la disposición de las inclinaciones sociales, por ejemplo: aprobar

leyes, cumplir contratos, regular instituciones, entre otros.

La opinión pública gravita en el conjunto de individuos y colec-

tivos afectados por las consecuencias indirectas de las acciones de

otros individuos y grupos. Como ya se indicó, el Estado existe para

controlar esas consecuencias indirectas. De acuerdo con Dewey, el

propósito debería ser que las consecuencias de la acción conjunta

adquieran un nuevo valor cuando se observan, porque observar los

efectos de la acción conjunta obliga a los hombres a reflexionar so-

bre la propia conexión, los convierte en objeto de atención e interés.

Los problemas prácticos de los seres humanos que viven en aso-

ciación mutua, son aquellos conflictos de la humanidad en general,

son problemas complejos que exigen capacidad para percibir y re-

conocer las consecuencias de la conducta de los individuos unidos

en grupos para seguirlas hasta su fuente y su origen. Abordar esos

problemas implica seleccionar personas que actúen como repre-

sentantes de los intereses creados a través de esas consecuencias

percibidas, así como también involucra definir las funciones que

van a tener y realizar. Requiere, además, de la institución de un go-

bierno tal que quienes lo integran posean el renombre y el poder

que acompañe al ejercicio de esas funciones y los utilicen en bien

del público y no en su propio beneficio.

He aquí un asunto clave: el problema del público es mejorar

los métodos y condiciones de debate, discusión y persuasión. Apre-

mia perfeccionar los procesos de investigación y de divulgación.

Se requiere de capacidad para juzgar la importancia de los cono-

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151

cimientos que otros proporcionen sobre los intereses comunes y,

así, formarse un buen juicio. Es conveniente que la investigación

y la publicidad sustituyan el secreto, el prejuicio, la parcialidad, la

tergiversación y la propaganda, así como la ignorancia. Todo ello

para que se exprese la capacidad de la inteligencia que los ciuda-

danos pueden tener para enjuiciar las políticas sociales. En esto no

se debe olvidar que la educación es parte de la capacidad de juicio;

ésta es condición para lograr una inteligencia encarnada. La educa-

ción se trata de una inteligencia acumulada y transmitida. Dewey

pensaba que sólo a través de la educación cuidadosamente dirigida

pueden modificarse los hábitos y las disposiciones que se requie-

ren para asegurar con firmeza una actividad inteligente (Salmerón,

2010; Trujillo, 2011).

Dewey se dio a la tarea de aplicar la inteligencia a los proble-

mas sociales, para él es trascendental el uso de la inteligencia ex-

perimental en la vida humana. La inteligencia es precisamente el

proceso de rehacer lo antiguo uniéndolo a lo nuevo. La labor que la

inteligencia cumple en cualquier problema al que se enfrenta una

persona o una comunidad es efectuar una conexión operativa en-

tre hábitos, costumbres, instituciones y creencias anteriores y las

nuevas condiciones. Se trata de la transformación de la experiencia

pasada en conocimiento, así como de la proyección de ese conoci-

miento en ideas y propósitos que anticipan lo que puede suceder en

un futuro y cómo hacer realidad nuestros deseos. El conocimiento

y los hábitos tienen que modificarse para ajustarlos a las nuevas

condiciones. En situaciones colectivas se involucran hábitos que se

concretan en instituciones y tradiciones, cuando esto es así el riesgo

es que se actúe sobre su base de modo implícito, sin reconstruirlas

y ajustarlas debidamente a las nuevas condiciones, o que se vaya

hacia adelante a ciegas siguiendo algún dogma.

Cabe reiterar que Dewey sostuvo la convicción de que la filo-

sofía debe reencontrarse con los problemas humanos mediante el

mejoramiento del uso de las herramientas intelectuales. El propó-

sito principal es lograr que las prácticas sean actos cada vez más

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inteligentes (Eldrige, 1998). La inteligencia es “la suma total de los

impulsos, hábitos, emociones, registros que predicen lo que será

deseable en posibilidades futuras y que ingeniosamente idea me-

dios para alcanzar un bien imaginado” (Dewey citado en Bernstein,

2010, p. 111). La inteligencia consiste en la observación rigurosa, la

destreza para descartar prejuicios, la capacidad de plantear ideales

a partir de los cuales podamos resolver de forma provechosa si-

tuaciones en las que están presentes los conflictos, la capacidad de

formular hipótesis relevantes y la solvencia para revisarlas a la luz

de nuevas experiencias.

De igual forma que Dewey pone el énfasis en la inteligencia,

también lo hace en la función de la investigación o el hombre exa-

minando, ésta se encuentra en todas las áreas de la vida. La investi-

gación es la transformación controlada o dirigida de una situación

indeterminada en otra que está determinada en sus distinciones

constitutivas y relaciones, que convierte los elementos de la situa-

ción original en un todo unificado. En la investigación juega un

papel principal la situación, de hecho es su condición. La piedra

de toque de la investigación es una situación confusa, en la que los

resultados no pueden anticiparse y los desenlaces no pueden ima-

ginarse de manera fácil.

Un primer momento de la investigación es discernir que la situa-

ción es problemática. El hombre para Dewey va en busca activa de

los problemas genuinos por su inteligencia que disfruta lo dudoso.

Es imperioso descubrir los problemas que han de ser investigados.

La investigación, afirma Dewey, puede ser relevantes para la vida

social y moral porque tienen un papel central en la determinación

inteligente de nuestras decisiones, elecciones y acciones. Lo impor-

tante es cómo debemos deliberar, se trata de apreciar las virtudes

requeridas por la investigación científica y utilizar esos rasgos para

la toma de decisiones en nuestra vida social y moral. Los juicios

científicos son como cualquier otro juicio práctico, se suscitan en

una situación problemática que necesita acción. Todos los juicios

prescriben cursos de acción, todos implican una referencia a los

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Relevancia de la experiencia asociada y lo público en la educación

153

obstáculos, recomiendan medios para superarlos y fijan los fines

que hay que lograr para solucionar una situación.

Dewey confiaba en que los miembros de una sociedad democrá-

tica harían uso de la inteligencia y aplicarían un método de indaga-

ción hasta sus últimas consecuencias. Asimismo, daba a la educación

un papel central en la consecución democrática. Dewey decía:

Solo existe plena educación cuando existe una participación responsable

por parte de cada persona, en proporción a su capacidad, en la tarea de dar

forma a las finalidades y a las tácticas de los grupos sociales a que el indivi-

duo pertenece. Este hecho fija el significado de la democracia. Ésta no pue-

de concebirse como una cosa sectaria y racial, ni como consagración de

algunas formas de gobierno que ha obtenido ya la sanción constitucional.

Democracia es tan sólo un nombre que se da al hecho de que la naturaleza

humana únicamente se desarrolla cuando sus elementos participan en la

dirección de las cosas que son comunes, de las cosas por las que los hom-

bres y mujeres forman grupos, es decir, familias, compañías industriales,

gobiernos, iglesia, asociaciones científicas, etc. […] la identificación de la

democracia con la democracia política, que es la responsable de la mayor

parte de sus fracasos, está basada en las ideas tradicionales que consideran

al individuo y al Estado como entes listos y acabados en sí mismos (Dewey

citado por Esteban, 1996, p. 42).

III

Se puede concluir que el encuadre de la teoría del liberalismo ra-

dical de Dewey, a partir de su método de libre cuestionamiento,

develó con su participación en la Comisión de Investigación de los

Procesos de Moscú una de las mentiras del totalitarismo. En este

sentido Dewey actuó, como presidente de la comisión, haciendo

honor a los principios de la democracia radical, asumiendo un

modo de vida que permitió abrir la comunicación hacia los ciuda-

danos. De aquí que Farrell (1950, p. 377) escribiera:

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Conforme el tiempo pase los hombres que aprecian la libertad recordarán

con amor y calidez la memoria del viejo hombre de los setenta y ocho años

de edad, filósofo de pelo gris que llevó a cabo esta misión de justicia en la

Ciudad de México, y que la realizó con tanta simplicidad, candor, coraje

e inteligencia.

La comisión representa una forma de libre juego de hechos e ideas

para que surjan nuevos puntos de vista que pueden establecer un

cambio de convicción importante respecto a sus significados socia-

les. Algo no trivial, en tanto que en esa época, como ahora, muchos

hombres habían perdido la esperanza en la verdad, en la efectividad

de la verdad en la lucha contra las mentiras totalitarias. Tal como

lo postuló Dewey, el propósito no era aproximarse a ciertos ideales

trotskistas, sino desarrollar formas de deliberación situando los con-

flictos en espacio públicos, donde se pudieran discutir y juzgar; sin

evitar las tensiones que operan en el complejo de fuerzas sociales.

El caso Trotsky implicó un presente vivo, en el que se afrontó un

problema contemporáneo con honestidad e imaginación, en el que

el debate público, la persuasión racional y la acción real de com-

partir se integraron a las prácticas cotidianas de los partícipes de la

sociedad. Para Dewey esto es lo que la democracia requiere, la cons-

trucción de espacios públicos donde los ciudadanos puedan parti-

cipar como iguales y comprometerse en la deliberación colectiva.

Reconsiderar los Procesos de Moscú implicó reflexionar las con-

secuencias de esos hechos para aquellos que no eran los inmedia-

tamente involucrados. La condena de Trotsky, desde la perspectiva

de Dewey, reclamaba una misión, reafirmar el valor moral de los

ideales liberales: la verdad, la libertad y el juego limpio. Según Fa-

rrell (1950, p. 377), “La tradición que John Dewey reivindicaba y

personificaba en México fue la que haría posible que los hombres

vivieran una vida de libertad basada en la verdad”.

Dewey no pensaba en ideales generales, sino más bien preten-

día que se plantearan acciones basadas en el conocimiento de la

situación. No compartía las ideas de Trotsky, consideraba que el

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155

socialismo acertaba en exigir una mayor organización social, pero

se equivocaba al suponer que el fin de la acción era dirigir al indi-

viduo. El verdadero fin, señalaba Dewey, era poner al alcance de los

individuos los hechos concretos que les permitiera dirigirse por sí

mismos.

Es importante resaltar en este momento que, estando o no de

acuerdo con el papel de la Comisión de Investigación, Dewey puso

en acción uno de sus principios fundamentales, su concepción

de inteligencia como inteligencia social. Como lo indica Esteban

(1996, p. 32), “la inteligencia es nuestra en la medida que acepta-

mos la responsabilidad social de sus consecuencias. Esta socializa-

ción de la inteligencia significa una redistribución más igualitaria

del conocimiento, cosa que afecta, claro está, a la distribución del

poder existente”.

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III. DEWEY Y LO EDUCATIVO

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161

CAPÍTULO 7

ARTE, EXPERIÊNCIA E EDUCAÇÃO:

O QUE A MENSURAÇÃO NÃO PODE MENSURAR*

Marcus Vinicius da Cunha**

O tema de minhas pesquisas não é a educação brasileira atual. Meus

trabalhos abordam o que foi pensado e realizado em décadas passa-

das, e será à luz de ideias elaboradas no passado que farei algumas

apreciações acerca do que acontece hoje no Brasil. Por intermédio

dessas apreciações, adentrarei no assunto principal que me dispon-

ho a analisar neste texto –as noções de arte, experiência e educação

em John Dewey.

Não considero inadequado utilizar filosofias de outras épocas

para pensar o presente, pois vejo as filosofias como integrantes

de um diálogo ininterrupto entre vivos e mortos –como alguém

disse anteriormente– e também porque entendo a filosofia como

* As pesquisas que deram origem a este trabalho foram subsidiadas pelo Conselho Nacional de Desenvolvimento Científico e Tecnológico-cnpq, Brasil.** Professor associado do Departamento de Educação, Informação e Comunica- Professor associado do Departamento de Educação, Informação e Comunica-ção da Faculdade de Filosofia, Ciências e Letras de Ribeirão Preto da Universidade de São Paulo, e pesquisador do cnpq.

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Deliberar con John Dewey

162

instrumento intelectual destinado à reflexão, seja sobre os tempos

pretéritos seja sobre os tempos de agora. Reconheço a importância

de conhecer o contexto em que uma concepção filosófica foi ela-

borada, para compreender os problemas que a desafiavam em seu

nascedouro, mas entendo que essa mesma concepção, como arsenal

reflexivo, não deve ser submetida a limites temporais nem espaciais.

Considerando o diálogo entre filosofias antigas e recentes, a re-

tomada de concepções do passado é extremamente fértil para discu-

tirmos ideias de pensadores que analisam os impasses da atualidade,

sempre que esses impasses estejam relacionados com a definição de

homem e de sociedade que vimos buscando desde o início da ati-

vidade reflexiva que nos qualifica como seres humanos –o pensar

filosófico. Seguindo esse norteamento, adotarei neste texto uma es-

tratégia expositiva pouco ortodoxa: em vez de focalizar diretamen-

te John Dewey, procurarei ver as teses deweyanas sobre educação e

democracia através das concepções de um autor contemporâneo.

* * *

O Brasil integra o grupo de países conhecido pelo acrônimo brics,

juntamente com Rússia, Índia, China e, recentemente, África do

Sul. brics designa países “em desenvolvimento” ou “emergentes”,

embora tais conceituações não sejam consensuais. Para evidenciar

a relevância desse agrupamento, basta lembrar que o Produto In-

terno Bruto conjunto dos cinco países corresponde atualmente a

25% da economia mundial.1

1 A definição de país “emergente” ou “em desenvolvimento” considera o estágio da produção industrial, o Índice de Desenvolvimento Humano (idh) e o Produto Interno Bruto (pib), parâmetros estatísticos muito úteis nos meios econômicos, empresariais, acadêmicos e de comunicação. O agrupamento brics é informal, mas tende a se tornar cada vez mais institucionalizado, pois os cinco países vêm ar-ticulando estratégias comuns de atuação, particularmente na área econômica. As informações sobre os brics foram obtidas no site do Ministério das Relações Exte-riores do Brasil: http://www.itamaraty.gov.br/temas/mecanismos-inter-regionais/agrupamento-brics. Acesso em 09.10.2012.

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Arte, experiência e educação: o que a mensuração não pode mensurar

163

Por pertencer ao brics, o Brasil ocupa posição honrosa no cená-

rio mundial, mas eu suponho que não permaneceremos por muito

tempo nesse grupo. Acredito que a intenção de nossos governan-

tes seja conduzir o Brasil para longe da denominação “emergente”

e situá-lo definitivamente no rol dos “desenvolvidos”. É o que se

pode concluir das manifestações de políticos e acadêmicos publi-

cadas frequentemente na imprensa e em pronunciamentos oficiais.

O que lemos e ouvimos todos os dias nos jornais e na televisão é

que o Brasil necessita tomar medidas urgentes para alcançar, em

médio prazo, um patamar econômico superior e, assim, propiciar à

sua população –principalmente às camadas mais pobres– uma vida

mais elevada e digna.

Importante prova da capacidade do Brasil para realizar esse

objetivo será dada em dois eventos que acontecerão nos próximos

anos: a Copa do Mundo de Futebol, em 2014, e os Jogos Olímpi-

cos, em 2016 no Rio de Janeiro. As cidades que sediarão os eventos

esportivos estão realizando grande volume de investimentos fi-

nanceiros em modernização de portos, aeroportos e estradas, bem

como no treinamento das pessoas que atuarão no atendimento a

visitantes estrangeiros e nacionais. O Brasil espera exibir ao mundo

seu potencial turístico, suas exuberantes belezas naturais e o afeto

caloroso de seu povo, além de sua liderança nos esportes, é claro, e,

mais ainda, a sua capacidade para ascender na escala internacional.

Neste momento crucial que antecede a exibição dos valores bra-

sileiros ao mundo, tornam-se evidentes não só a deficiência de nos-

sa infraestrutura urbana e a carência de mão de obra especializada

em setores fundamentais da economia, como também uma série de

problemas que há muito tempo desafiam os administradores pú-

blicos: a desigualdade social, o tráfico de drogas e a violência que

atinge especialmente os jovens de todas as camadas sociais.

Neste momento crucial em que o Brasil se prepara para mostrar

ao mundo que um dia será capaz de deixar o brics, aflora com toda

força, nos meios de comunicação, a seguinte constatação: a educa-

ção é o núcleo de todos os nossos problemas sociais e econômicos;

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portanto, a solução para todos os nossos problemas sociais e eco-

nômicos consiste em superar as nossas deficiências educacionais.

O raciocínio que atribui à educação a responsabilidade tanto pelo

atraso quanto pelo progresso do país vem sendo construído desde o

século XIX no Brasil, como em muitos outros países. Acreditar que

a educação tem o poder de direcionar a vida das nações não é exclu-

sividade do Brasil, e eu penso que poucas pessoas teriam coragem

de assumir publicamente que não compartilham dessa esperança.

O que há de novo no Brasil nas últimas duas décadas (ou pouco

mais) é o fortalecimento da crença de que o poder da educação pode

ser objetivamente medido. Acredita-se que quanto mais quantifi-

carmos o que acontece nas escolas, mais facilmente conseguiremos

controlar o fenômeno educacional e, assim, mais facilmente conse-

guiremos colocar a educação a serviço do progresso do país. O dis-

curso predominante na imprensa e nas manifestações de políticos

e governantes comprova a força dessa crença, que se exprime por

meio de algumas palavras chaves: padronização, avaliação e controle.

Um exemplo disso é o artigo de Priscila Cruz (2012), diretora-

executiva do movimento Todos pela Educação, publicado recen-

temente no jornal Folha de S. Paulo, defendendo a implantação de

um currículo nacional único para a educação básica em todo o país,

de modo a alcançar o objetivo próprio desse nível de ensino, que é

transmitir conhecimentos mínimos necessários ao pleno exercício

da cidadania.2 Priscila Cruz defende a padronização do currículo

porque acredita na necessidade de diagnosticar com precisão os

fenômenos educacionais, para que os “caminhos de sucesso sejam

difundidos” e para que os “erros sejam aprimorados ou corrigidos”.

O título de seu artigo resume claramente o seu pensamento: “Pa-

dronizar para avaliar gestores e educadores”.

2 O movimento Todos pela Educação é integrado por representantes de vários se-tores da sociedade e também por gestores e especialistas em educação. A educação básica abrange alunos de zero a dezessete anos de idade, sendo dividida em três etapas: educação infantil, ensino fundamental e ensino médio.

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Esse tipo de proposta tem sido alvo de opiniões contrárias, como

se pode ver na mesma edição da Folha de S. Paulo –na mesma pá-

gina, aliás. Um artigo de Dalila Oliveira (2012), presidente da Asso-

ciação Nacional de Pós-Graduação e Pesquisa em Educação, anped,

defende que a formação básica comum e o respeito aos valores cul-

turais e artísticos devam ser assegurados por meio da liberdade, não

por meio da padronização.3 Ela considera que um país tão diversi-

ficado como o Brasil não pode prescindir da flexibilidade na orga-

nização dos currículos, pois a padronização que foi regra durante

muito tempo deixou grande número de crianças e jovens fora das

escolas. Para Dalila Oliveira, a educação não pode ser vista “somente

como fator de produção, a serviço de um modelo de desenvolvi-

mento que ignora dimensões indispensáveis à felicidade humana”.

Ao que parece, Oliveira vincula a felicidade humana à liberdade

e à diversidade, valores que devem ser asseguradas aos estados e aos

municípios, para que seja possível “debater a concepção de educa-

ção que interesse à sociedade brasileira no seu conjunto”. Ela pro-

põe que esse debate leve em conta as pesquisas acadêmicas, que têm

sido pouco solicitadas a “contribuir nas políticas públicas a serviço

do bem comum”.

As eleições municipais são uma boa ocasião para compreender

os debates ocorridos no Brasil acerca das políticas públicas para

a educação. Em artigo publicado na revista Veja, Gustavo Ioschpe

(2012) mostrou um levantamento das principais propostas apre-

sentadas pelos candidatos a prefeito nas eleições de outubro de

2012, nas cidades mais importantes do país: aumentar o tempo

de permanência dos alunos na escola, introduzindo atividades ge-

nericamente denominadas “culturais”, como esportes e artes; ins-

talar ou ampliar o uso de equipamentos tecnológicos, tais como

computadores, rede wi-fi e internet; aumentar o salário dos profes-

sores para tornar a carreira docente mais atraente; e instituir cursos

para melhorar a formação dos professores já contratados.

3 anped é a mais importante associação brasileira da área de educação.

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Na cidade onde eu moro, os principais assuntos dos candidatos

foram a necessidade de ampliar o número de vagas nas escolas de

educação infantil –de zero a cinco anos de idade– e a urgência em

construir mais prédios escolares, além de reformar os já existentes.4

Estas informações sobre as eleições municipais constituem uma

amostra do debate sobre educação no Brasil. É uma amostra peque-

na, é verdade, mas permite notar que a discussão política somente

tangencia o problema principal. As propostas veiculadas no perío-

do eleitoral eram inegavelmente relevantes, mas não respondiam

as questões que realmente deveriam responder: o que os nossos

educadores ensinarão, seja por meio da tecnologia, seja no tempo

adicional que os alunos permanecerão na escola; o que acontecerá

no interior dos prédios escolares, novos ou reformados; o que se

espera dos professores ingressantes, quando eles forem mais bem

remunerados, e o que será ensinado aos professores já contratados,

para que as escolas realizem o objetivo de formar os alunos para o

pleno exercício da cidadania.

A resposta a essas indagações exige uma abordagem diferen-

te; exige olhar não só para o que pode ser quantificado e que, por

ser quantificável, facilita o controle –a unificação do currículo, o

número de vagas nas escolas, o salário dos professores, os prédios

escolares. Exige olhar, além disso, para o que não se sujeita à quan-

tificação. É preciso problematizar o que acontece no interior do

fenômeno educacional, não o que se apresenta em sua superfície.

A tendência a quantificar é antiga no pensamento educacional

brasileiro, como em muitos outros países, mas também é antiga a

recomendação de que é preciso ficar atento ao que não se sujeita

à quantificação. Nos anos 1940 e 1950, Anísio Teixeira (1952, p. 79)

considerava importante aplicar métodos objetivos e experimentais,

4 Ribeirão Preto, no interior do estado de São Paulo, é um importante polo de desenvolvimento econômico e educacional. A cidade possui várias universidades e extensa rede de escolas públicas e particulares, sendo a sua renda per capita uma das mais elevadas do país.

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quando isto fosse possível, mas dizia que devemos sempre seguir

o “sentimento profundo do caráter provisório do conhecimento”,

pois a ciência não fornece “receitas para as soluções dos nossos pro-

blemas, mas o itinerário de um caminho penoso e difícil, com idas e

voltas, ensaios e revisões, em constante reconstrução”.

Anísio Teixeira foi um intelectual fortemente influenciado pelas

ideias de John Dewey (Cunha, 2004). E foi certamente com base em

Dewey que ele afirmou que os educadores não são “cientistas, mas,

artistas, profissionais, práticos”, que, utilizando “métodos e técni-

cas tão científicas quanto possível”, exercem “a sua grande arte, o

seu grande ministério” (Teixeira, 1957, p. 17). Para Anísio Teixei-

ra (apud Vidal, 2000, p. 43), a educação é “uma arte que progri-

de como progride a música”; não existe “uma ciência da educação,

mas uma ciência do fenômeno social e uma ciência do fenômeno

psíquico e uma, talvez, do psicossocial”.

A noção de ciência em Dewey (1929) é inspirada na física con-

temporânea, particularmente na mecânica quântica, cujos avanços

permitiram que a filosofia passasse a ver o conhecimento como

uma descrição de relações entre eventos. Para Dewey, ciência não é

um conjunto de leis imutáveis, mas uma tentativa de elaborar fór-

mulas descritivas dessas relações, fórmulas cujo caráter preditivo é

meramente probabilístico.

Ao associar os conceitos de educação, ciência e arte, Anísio Tei-

xeira inspirava-se certamente em Dewey, para quem tanto a inves-

tigação científica quanto a reflexão filosófica possuem um caráter

estético. Dewey (1934, pp. 126-127) diz: “Quando existe arte genu-

ína na investigação científica e na especulação filosófica, o pensa-

dor não procede nem por meio de regras nem cegamente, mas por

meio de significados que existem imediatamente como sentimen-

tos com coloração”.5 Os campos em que se aplica a noção deweyana

de estética possuem muitos fins, mas “nenhum deles é estabelecido

5 Todas citações de obras de Dewey foram traduzidos pelo autor deste texto.

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previamente.” O objeto estético “serve à vida, não à prescrição de

um modo de vida definido e limitado” (Dewey, 1934, p. 141).

Eu tenho plena consciência de que essa filosofia do passado não

se encaixa no pensamento que impera atualmente nos meios in-

telectuais, acadêmicos e políticos. Mas, parafraseando o título do

livro Michael J. Sandel (2012) –O que o dinheiro não compra– eu

acredito que há muitas coisas que a mensuração não pode men-

surar.6 Vejamos quais são elas, tomando como ponto de partida o

raciocínio de Sandel e alguns casos trabalhados em seu livro.

Sandel discute a crescente invasão da mentalidade e das práticas

mercadológicas nos mais diversos espaços de convivência comu-

nitária, afetando o modo como as pessoas se relacionam consigo

mesmas, com os seus pares e com os valores sociais que fazem parte

de sua vida cotidiana. Sandel afirma que a instituição e generaliza-

ção de relações de compra e venda nesses espaços merece ser ques-

tionada, uma vez que provoca profundas alterações no significado

moral dos bens envolvidos. Por isso, as práticas de mercado não

podem ser introduzidas indiscriminadamente em qualquer campo

de atividade, sem antes uma reflexão sobre as suas consequências.

Vejamos o caso de diretores de creches israelenses que enfrenta-

vam problemas com pais que se atrasavam para buscar os filhos ao

término da jornada letiva diária; era preciso destacar um professor

para cuidar das crianças até que chegasse alguém, o que causava

transtornos para a instituição e o corpo docente. A solução encon-

trada foi instituir uma multa em dinheiro aos pais retardatários,

para que a conduta indesejável não se repetisse. O resultado, po-

rém, foi o contrário do esperado: o número de atrasos aumentou!

Sandel (2012, p. 66) explica esse fato inusitado: houve uma

mudança na regra que comandava o comportamento dos pais; se

antes eles se sentiam causadores de dificuldades, por interferirem

6 Michael J. Sandel é professor da Universidade de Harvard. Seus livros foram tra-duzidos em diversos idiomas, destacando-se Justiça, baseado em famoso curso que ele ministra há vários anos.

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negativamente na vida da escola e dos professores, com a medida

tomada pela escola eles passaram a considerar aceitável o atraso,

pois podiam pagar uma soma em dinheiro para que alguém cui-

dasse de seus filhos naquele horário extra. A multa tornou-se uma

taxa, alterando o valor moral do comportamento a ela vinculado:

se eu posso pagar para agir de modo indesejável, posso perfeita-

mente manter a minha conduta, sem me preocupar com as pessoas

por ela atingidas; afinal, eu as remunero pelo transtorno que venho

causando em suas vidas.

Outro caso ilustrativo narrado por Sandel ocorreu na Suíça,

onde o governo tentava encontrar um lugar adequado para arma-

zenar lixo nuclear radioativo. Os estudos indicaram uma peque-

na aldeia, cujos habitantes foram consultados sobre a proposta,

chegando-se a 51% de opiniões favoráveis. Diante de vitória tão

apertada, os pesquisadores modificaram o teor da consulta: e se a

comunidade recebesse uma indenização em dinheiro para abraçar

a iniciativa do governo? Supreendentemente, a nova consulta reve-

lou somente 25% de moradores favoráveis à proposta.

Sandel (2012, p. 114) analisa que o resultado da primeira con-

sulta expressou o espírito público daquelas pessoas, que souberam

reconhecer que o país dependia da energia nuclear, sendo necessá-

rio que alguma localidade se dispusesse a receber o lixo; se a comu-

nidade deles foi considerada a mais adequada, eles concordavam

em assumir os riscos em benefício de todos, motivados pelo mais

puro compromisso cívico. O resultado da segunda consulta, por

sua vez, exprimiu o entendimento de que a oferta em dinheiro re-

presentava uma tentativa de suborno à sua consciência política, o

que os deixou indignados.

Casos como esses evidenciam que o mercado altera –e muitas

vezes perverte– o significado dos valores próprios de certos campos

da atividade humana. Por isso, a monetarização das relações hu-

manas não pode ser tratada como simples incentivo financeiro, ou

mera relação entre compradores e vendedores, como se não produ-

zisse nenhuma mudança no modo como as pessoas passam a ver a

si mesmas e os outros, bem como o mundo em que vivem.

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Diante disso, Sandel debate uma série de situações em que a in-

trodução de recompensas em dinheiro não produz, aparentemen-

te, nenhum resultado perverso. Que mal há, por exemplo, em uma

pessoa tatuar em seu corpo a marca de uma empresa de alimenta-

ção, recebendo em troca almoço grátis pelo resto da vida? Quem

pode criticar a política de remunerar mulheres viciadas em drogas,

em troca de sua esterilização voluntária?7 Do ponto de vista da ló-

gica do mercado, não há perversidade em nenhuma dessas transa-

ções, pois se, de um lado, alguém está disposto a pagar e, de outro,

alguém se interessa por receber, firma-se uma relação mercantil

com benefícios para todos os envolvidos.

Mas é possível levantar objeções, se abandonarmos a mentalida-

de de compra e venda e pensarmos nos efeitos por ela produzidos.

Um argumento contrário é o da “equanimidade”, assim explicado

por Sandel (2012, p. 110): comete-se uma injustiça quando em um

dos polos da transação encontra-se uma pessoa “em condições de

desigualdade ou grave necessidade econômica”; desse modo, a rela-

ção não é verdadeiramente voluntária, contendo forte componen-

te de coação. É o que provavelmente acontece na venda do corpo

para a empresa de alimentação e no programa de esterilização de

mulheres, como também, aliás, em inúmeras outras situações se-

melhantes – por exemplo, a venda de um rim ou de uma córnea

para transplantes, quando o vendedor é movido pela necessidade

de obter alimentos para a sobrevivência da família.

Vejamos agora outro tipo de ocorrência. O que pode haver de

errado em participar de um “bolão da morte”, um simples jogo

de apostas sobre quais celebridades morrerão neste ano? Há algum

mal em remunerar crianças para incentivá-las a obter boas notas

na escola ou a ler os livros indicados pelos professores? Existe algo

7 Os casos mencionados neste parágrafo encontram-se, respectivamente, nas pági-nas 183 e 45 de Sandel (2012).

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perverso no pagamento de bônus em dinheiro a professores que

obtenham sucesso no trabalho com seus alunos?8

Como nos casos anteriormente mencionados, se seguirmos o

ponto de vista do mercado a resposta a essas indagações será não,

restando apenas verificar se a quantia dispendida corresponde aos

efeitos esperados. Diferentemente daqueles casos em que o pro-

blema diz respeito à “equanimidade”, a objeção agora apresentada

por Sandel (2012, p. 110) é a da “corrupção”: “certos bens morais

e cívicos são corrompidos quando comprados e vendidos”. Com

esse argumento, que é o mais enfático e representativo de seu livro,

Sandel (2012, pp. 111-112) não questiona as condições sociais em

que se estabelece a barganha, nem se houve ou não houve real liber-

dade de escolha para uma das partes. O que ele discute é o fato de

certos ideais serem profundamente degradados quando envolvidos

pelo mercado, porque a mentalidade mercadológica encarna certos

valores e, ao mesmo tempo, descarta outros.

Assim, o que está em causa no “bolão da morte” é que, ao acei-

tarmos com naturalidade esse jogo, encarnamos sem reflexão uma

cultura marcada pelo “fascínio mórbido” sobre a vida de celebrida-

des (Sandel, 2012, p. 142). Os participantes modificam o seu modo

de assistir à televisão e de ler jornais; alguns assinam um serviço

chamado Celebrity Death Beeper para receberem mensagens de

texto sobre os alvos de suas apostas. A morte –e talvez não só a

morte de pessoas famosas– torna-se mera brincadeira, que diverte

e excita, além de eventualmente proporcionar algum ganho mone-

tário, deixando de lado qualquer outro tipo de sentimento.

Quando assumimos com a naturalidade dos economistas a prá-

tica de remunerar crianças na escola, algo também é deixado de

lado: talvez o ideal do aprendizado como instrumento de elevação

intelectual da pessoa; talvez a alegria proporcionada pela ativida-

de de ler ou a leitura como forma de conhecer pela simples curio-

8 O primeiro caso mencionado neste parágrafo encontra-se na página 141, e os demais, entre as páginas 52 e 55 de Sandel (2012).

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sidade de conhecer. Quando aceitamos que professores recebam

remuneração extra pelo número de alunos bem sucedidos, talvez

estejamos deixando de enfatizar a relevância social da profissão do-

cente ou abdicando de lutar pela transformação da docência em

um trabalho mais humano e humanizador. Em todos esses casos,

talvez estejamos assumindo que a finalidade da educação não está

nela mesma, mas nas coisas materiais que podem ser obtidas por

seu intermédio.

O argumento da corrupção nos leva a pensar nos ideais que são

atingidos pela degradação mercadológica e nos convida a indagar

se realmente desejamos viver em um mundo desprovido desses

ideais, ou se estamos dispostos a protegê-los. Podemos responder

que desejamos, sim, viver nesse mundo da eficiência, que não per-

demos nada quando deixamos a relação de compra e venda reger

as nossas vidas; apenas nos tornamos mais realistas, menos emo-

cionais, menos fantasiosos. De fato, não se trata de um argumento

imbatível; inúmeras razões podem ser levantadas contrariamente

a ele. O propósito de Sandel não é ser imbatível em sua argumen-

tação, mas nos levar a refletir sobre a alteração que o mercado pro-

duz no significado de bens e valores que nos são caros, para que

façamos uma escolha fundamentada na reflexão.

Voltando ao problema da mensuração do fenômeno educacio-

nal, sugiro traçarmos algumas analogias com a monetarização dis-

cutida por Sandel, utilizando os seus próprios termos. Será que a

decisão de medir é atingida pelo argumento da equanimidade? Será

que, ao quantificar o que se passa na esfera das relações escolares,

impõe-se prejuízo ou coação a alunos que, por algum motivo, este-

jam em situação de inferioridade?

Desde que os testes de inteligência foram popularizados, no iní-

cio do século passado, esse problema vem sendo denunciado por

diversos autores, evidenciando os vieses ideológicos que levam os

instrumentos de medida psicológica a prejudicarem o desempenho

de estudantes atingidos pela pobreza ou submetidos a condições

culturais muito distantes da classe média. Em resposta às críticas,

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os pesquisadores têm se esforçado para minimizar esse efeito, de

modo que o debate sobre a equanimidade pode ser deslocado para

o terreno estritamente técnico: se alguma ferramenta de quantifi-

cação for comprovadamente danosa, basta superar os seus equívo-

cos metodológicos.

Será que o mesmo veredito pode ser aplicado ao argumento da

corrupção? Ou a iniciativa de medir o fenômeno educacional oca-

siona graves alterações nos bens morais e cívicos envolvidos na edu-

cação? Quando assumimos com a naturalidade dos economistas a

prática de quantificar o desempenho de estudantes e professores,

mesmo sem o envolvimento de incentivos monetários, contribuí-

mos para corromper ou para proteger os ideais e os valores que

desejamos ver aplicados ao universo escolar?

A resposta precisa a essas questões exigiria um trabalho tão me-

ticuloso quanto o realizado por Sandel em seu livro, um cuidadoso

exame dos variados casos em que a medida educacional vem sendo

utilizada e o estudo aprofundado dos argumentos que os acompan-

ham. Não pretendo cumprir essa tarefa neste momento; meu intui-

to é somente despertar o debate e incitar a reflexão. Por isso, apenas

reafirmo a convicção de que há muitas coisas que a mensuração

não pode mensurar. E acrescento: há muitas coisas que, ao serem

abordadas por meio de instrumentos de medida, têm seus valores

profundamente alterados e, muitas vezes, corrompidos.

A corrupção deriva do fato de que a prática de medir, quando

adotada como requisito essencial para o bom funcionamento da

educação, desvia nosso olhar para a superfície do fenômeno edu-

cacional; ficamos impedidos de perceber as limitações impostas

pela circunstância de não sermos cientistas, e também de perce-

ber as potencialidades que possuímos por sermos artistas, como

disse Anísio Teixeira. Artistas são quaisquer praticantes de uma

arte, conceito que, para Dewey (1916, p. 143), significa o que não

é “nem meramente interno, nem meramente externo; nem mera-

mente mental, nem meramente físico”. Por relacionar-se com o que

é interno e mental, tanto quanto com o que é externo e físico, a arte

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–e, portanto, o artista– é capaz de produzir “mudanças no mundo”,

o que se distingue de ações puramente mecânicas, que não produ-

zem nem enriquecimento emocional nem intelectual.

O desvio a que nos sujeitamos ao acatar cegamente as práti-

cas mensuracionistas corresponde ao desvio que atinge as obras

de arte, segundo a análise feita por Dewey: quando o objeto artís-

tico torna-se peça de museu, mero item de colecionador, assume

um valor de mercado e passa a ocultar a relação intrínseca entre

o produto e a experiência estética que o produziu. Ocorre, então,

a perda do caráter poético inerente à obra de arte. Nesse tipo de

obra o raciocínio pode estar –e normalmente está– presente; mas,

quando assumem uma “forma instintiva, como as formas e os mo-

vimentos dos animais”, os raciocínios transformam-se em poesia

(Dewey, 1934, p. 40). Compreendendo o caráter anímico da expe-

riência poética, compreendemos também por que Dewey (1934,

p. 37) afirma que todas as coisas que o homem alcança por inter-

médio do “mais alto voo do pensamento” podem ser identificadas

no coração dos sentidos.

O império da mensuração nos desvia de compreender que, mes-

mo utilizando técnicas científicas –tão científicas quanto possível,

nas palavras de Anísio Teixeira– devemos continuar aprimorando

a nossa arte, pois a educação é como a música, um fluxo contínuo

que depende da sensibilidade, das emoções, tanto quanto do inte-

lecto, e que, por isso, não se consegue encarcerar em números. Os

fins inerentes à educação não podem ser estabelecidos previamen-

te, como supõem os defensores da mensuração. O campo em que

a educação se desenvolve é o campo dos objetos estéticos, os quais,

segundo John Dewey, devem servir à vida, não à prescrição de um

modo de vida definido e limitado.

Dewey (1934, p. 53-55) faz uma fina distinção entre as palavras

“artístico” e “estético” –na língua inglesa, artistic e esthetic, respec-

tivamente– associando a primeira ao ato de produzir ou criar, e a

segunda, à percepção ou fruição do objeto produzido. Para servir

a um modo de vida que não seja restritivo, a educação deve pro-

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piciar experiências singulares que estabeleçam conexões entre

a produção criativa e a recepção prazerosa do que é produzido. No

processo de educar e de avaliar a educação ministrada, o compo-

nente estético não pode ser concebido como externo à experiência;

sua função consiste em clarificar e intensificar as características hu-

manas que desejamos desenvolver.

Dewey (1934, p. 259) diz que o século XVIII foi marcado pela

ênfase na razão, na ordem objetiva e na regularidade como fontes

da satisfação estética, deslocando a paixão para um plano secundá-

rio. Podemos dizer que a mesma ênfase atravessou os dois séculos

seguintes, com maior ou menor força, instalando-se entre nós de

modo hegemônico, com sérias consequências para a educação, par-

ticularmente no que concerne ao caráter artístico da profissão do-

cente. Não é difícil encontrar entre nós professores que se adequam

perfeitamente à caracterização feita por Dewey (1934, p. 268): são

profissionais eficientes em excluir de seu trabalho os aspectos emo-

cionais e imaginativos, tornando-se desinteressantes e inflexíveis;

eles podem ser descritos como pedagogos feitos de madeira.

Dewey provavelmente endossaria a reflexão encaminhada por

Sandel: não há fundamento sólido e indiscutível para aceitarmos

nem para rejeitarmos o mundo proposto pela mercantilização das

relações humanas; a deliberação a ser tomada é essencialmente mo-

ral, e no campo da moralidade não há nada que se possa expressar

em termos necessários. Os domínios da moralidade são atraves-

sados pela contingência, e o que vale nesse terreno é a exposição

racional de motivos, o debate sincero acerca de intenções e, funda-

mentalmente, uma tomada de decisão que nos deixe em paz com

nossa consciência. Pensando com Dewey (1922, p. 137), não deve-

mos nos guiar pela razão fria que exclui as emoções: “precisamos de

mais ‘paixões’, não menos”.

Dewey (1916, p. 370) finaliza o livro Democracia e educação ex-

plicando o núcleo de sua proposta pedagógica: é preciso reconhecer

que “os objetivos e valores desejáveis na educação são, eles próprios,

morais”; o que a educação almeja desenvolver são os “traços mo-

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rais” que fazem da pessoa um valioso membro da sociedade que

a educação pretende construir. Para Dewey (1916, p. 370), a edu-

cação não é meramente um meio para alcançar a vida compartilha-

da; “a educação é essa vida”. Ao desenvolver aqueles traços morais, a

educação forma no indivíduo um caráter que não é somente indi-

vidual, mas um caráter que assume o interesse efetivo pelo “reajus-

tamento contínuo”, atitude que é “essencial para o crescimento”. A

educação forma um indivíduo interessado em “aprender com todos

os contatos da vida” –o que é uma disposição “essencialmente mo-

ral” (Dewey, 1916, p. 371).

Educar, portanto, é formar pessoas para um mundo que ain-

da não existe, mas que se deseja que exista. O mundo que Dewey

(1916, p. 370) deseja que exista é habitado por um tipo peculiar

de relação humana: o que é adquirido por uma pessoa no conví-

vio com outras deve manter-se em equilíbrio com a contribuição

que ela possa oferecer. E o que adquirimos e oferecemos, como

seres dotados de “desejos, emoções e ideias, não são posses exte-

riores, mas o alargamento e aprofundamento da vida consciente

–uma realização mais intensa, disciplinada e expandida de signi-

ficados”.

Também não há nenhuma base segura para concordarmos

nem para discordarmos da abordagem mensuracionista, uma vez

que os argumentos favoráveis e contrários à prática da medida em

educação equiparam-se em força persuasiva. O que se impõe é o

desafio de nos posicionarmos perante os ideais e os valores que

a mercantilização e a mensuração transportam, bem como sobre os

ideais e os valores que são deixados para trás. Devemos decidir em

que mundo, afinal, desejamos viver; e que essa decisão nos permita

viver em paz com a nossa consciência.

Michael Sandel (2012, p. 201) diz que a “era do triunfalismo de

mercado coincidiu com uma época em que o discurso público se

esvaziou consideravelmente de qualquer substância moral e espiri-

tual”. Recuar diante do desafio de decidir sobre os valores que alme-

jamos é compactuar com esse esvaziamento e, consequentemente,

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com o enfraquecimento da democracia. A palavra “democracia”

aparece somente na última página de O que o dinheiro não compra,

representando um fecho que incita à reflexão:

Democracia não quer dizer igualdade perfeita, mas de fato exige que os ci-

dadãos compartilhem uma vida comum. O importante é que as pessoas de

contextos e posições sociais diferentes encontrem-se e convivam na vida

cotidiana, pois é assim que aprendemos a negociar e respeitar as diferenças

ao cuidar do bem comum (Sandel, 2012, p. 202).

A escolha desse fecho torna evidente a resposta de Sandel à pergun-

ta por ele mesmo formulada no decorrer de seu livro: o mundo em

que ele gostaria de viver é o mundo democrático. Nesse ponto, San-

del repercute algumas ideias de John Dewey, cuja opção também

é por um mundo democrático. Tanto para um quanto para outro,

esse mundo ainda não existe, e deveria existir, mas nenhum deles

se ocupa em fazer a descrição precisa de como seria ele. Sandel é

bastante conciso: democracia é um espaço de vivência comum en-

tre pessoas diferentes que respeitam e negociam suas eventuais di-

vergências. Dewey (1916, p. 94) também é econômico nas palavras,

oferecendo uma definição que vai além do debate sobre formas de

governo: democracia é um modo de viver, é “uma forma de vida

associada, de experiência compartilhada conjuntamente”.

Dewey (1916, p. 108) acredita que somente uma sociedade

democrática pode realizar o ideal de aprendizagem como empre-

endimento destinado a fomentar a “capacidade contínua de cresci-

mento” das pessoas, como processo dedicado a tornar os indivíduos

aptos a continuarem a sua própria educação, sem a busca por ou-

tra recompensa que não seja o interesse genuíno em aprender. Esse

ideal de educação “não pode ser aplicado a todos os membros de

uma sociedade”, antes que se estabeleçam relações que permitam

“a reconstrução dos hábitos e das instituições sociais por meio de

ampla estimulação derivada de interesses equitativamente distribu-

ídos”, isto é, antes que exista uma “sociedade democrática”.

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Tanto Dewey quanto Sandel podem ser caracterizados como

pensadores utópicos, segundo a definição elaborada por Karl Man-

nheim (1968): o pensamento utópico contém uma abordagem

crítica das condições sociais vigentes, e a sua enunciação visa de-

sencadear disposições ou condutas transformadores da realidade

existente. As utopias se diferenciam das ideologias porque estas ten-

dem não a transformar, mas a manter o status quo. Ainda segundo

Mannheim, as ideologias foram, um dia, utopias, mas, ao se estabe-

lecerem nos domínios do poder, tornaram-se pensamentos conser-

vadores. As utopias, portanto, são concepções que ainda mantêm a

crença em um mundo melhor no futuro, sendo responsáveis pela

semeadura da mudança.9

É impossível prever se determinada semeadura utópica vingará

ou não porque isso depende da capacidade persuasiva dos argu-

mentos veiculados pelo pensador utópico que a realiza, bem como

das disposições daqueles que são alcançados por seu discurso trans-

formador, nas condições oferecidas pelo contexto social, cultural e

político em que todos esses agentes se situam.

A argumentação de John Dewey não se limita a denunciar as

mazelas do mundo contemporâneo na esfera dos ideais que se cor-

rompem pela invasão da mentalidade e das práticas mercadológicas.

Dewey (1916, p. 266) vai além, dizendo que a real transformação

requer muito mais do que a simples mudança nos significados te-

óricos de liberdade e racionalidade, ou nos sentimentos que nu-

trimos quanto à dignidade do trabalho. No entanto, modificações

como essas são importantes por impulsionarem a construção da

“verdadeira sociedade democrática”, uma sociedade em que “todos

participem de serviços úteis e todos desfrutem de lazeres dignos”.

Dewey (1934, p. 346) considera que todo organismo procura

obter satisfação plena na experiência, mas o que a sociedade con-

temporânea possibilita, “por influência da indústria moderna”,

9 Abordei esse tema, caracterizando o pensamento deweyano como utópico, em Cunha (2001).

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é um sentimento de repulsa jamais vivenciado anteriormente. Esse

problema não pode ser solucionado por meio de “simples mudan-

ças no salário, nas horas de trabalho e nas condições sanitárias”.

A única solução permanente reside em “uma alteração social ra-

dical que afete o grau e o tipo de participação do trabalhador na

produção e na disposição social das mercadorias que ele produz”.

O que precisa ser alterado é “o conteúdo da experiência que resulta

na fabricação de objetos para o uso”, pois é nessa experiência que se

encontra “o elemento determinante final da qualidade estética das

coisas produzidas” (Dewey, 1934, pp. 346-347).

O problema central não é a substituição do homem pela tec-

nologia no âmbito da produção, pois, segundo Dewey (1934,

p. 347), a utilização de máquinas não constitui “obstáculo insuperá-

vel à consciência dos trabalhadores quanto ao significado do que eles

fazem” nem quanto “à satisfação propiciada pelo companheirismo

e pelo trabalho útil”. As disposições psicológicas resultantes do

“controle privado do trabalho de outros homens, tendo em vista

o ganho privado”, não são “leis econômicas ou psicológicas fixas”,

mas “forças que suprimem e limitam a qualidade estética na expe-

riência que acompanha o processo de produção”.

Dewey (1916, p. 266) acredita que não basta mudarmos as nossas

concepções sobre a cultura para que ocorra uma verdadeira reorga-

nização educacional, mas as transformações na esfera da educação

são necessárias para efetivar as mudanças que veem ocorrendo na

vida social. Tais mudanças envolvem a crescente emancipação po-

lítica e econômica das massas, devendo resultar no desenvolvimen-

to de um “sistema escolar comum, público e gratuito”, em franca

oposição à tese de que o aprendizado é “monopólio de poucos que

são predestinados pela natureza para governarem os assuntos

de interesse social”.

* * *

Neste texto, procurei colocar uma filosofia do passado em diálo-

go com problemáticas educacionais atuais e concepções filosóficas

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contemporâneas. Concluo afirmando que, se quisermos lutar pela

utopia despertada pela filosofia deweyana, diante dos desafios do

presente, precisaremos exercitar nossa “experiência imaginativa”,

pois, como sugere Dewey (1934, p. 351), parafraseando Shelley,

a imaginação é “o principal instrumento do bem”. A experiência

imaginativa é o que nos permite pensar livremente em uma forma

de educação que seja realmente significativa para as emoções e os

desejos humanos.

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CAPÍTULO 8

DEWEY: EL MAESTRO Y LA EDUCACIÓN COMO

RECONSTRUCCIÓN CONTINUA DE LA EXPERIENCIA

Miguel Ángel Pasillas Valdez*

[email protected]

el movImIento y la educacIón progresIsta

en estados unIdos

De acuerdo con Adams (1983, p. 243): “Progressive Era (Era Pro-

gresista) es como grandilocuentemente han calificado los histo-

riadores americanos al período comprendido entre 1901 y 1917”.

En términos generales, fue un amplio y heterogéneo movimiento

social contra los efectos de la elevada concentración de la riqueza,

generada con la aparición de los grandes monopolios industriales y

*Maestro en Pedagogía por la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), profesor titular, adscrito al Proyecto de Investigación Curricular, uiicse, División de Investigación y Posgrado, Facultad de Estudios Superiores Iztacala, unam, México, miembro del Grupo de Estudios en Ética, Ciudadanía y Educación (gee-ce).

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económicos en Estados Unidos. Esta situación creó señaladas con-

diciones de marginación económica, social, política y cultural, no

sólo para las clases excluidas, sino también para otros grandes sec-

tores de la población norteamericana de esos tiempos.

El movimiento progresista se fue configurando a partir de la pu-

blicación de denuncias sobre problemas sociales que se difundían

en periódicos y revistas; muchas de ellas tratadas con un tinte sen-

sacionalista. “La vanguardia del movimiento la constituían perio-

distas, autores e investigadores, los denominados ‘recolectores de

estiércol’ (muckrakers), quienes, en una serie de obras encendidas,

llamaban la atención del pueblo norteamericano sobre los males

de la época” (Allen, 1975, t. II, p. 35). La era progresista consistió

en una serie de reformas en diferentes esferas de la sociedad, que

buscaban remediar los males sociales, pero sin atentar contra la es-

tructura económico-política de Estados Unidos. El movimiento fue

liderado por reformadores que promovieron cambios en distintos

asuntos sociales como: la corrupción política y del gobierno, cui-

dado de los recursos naturales, protección al consumidor, créditos

para los agricultores, construcción de obras públicas en barrios po-

bres, construcción de escuelas y hospitales, seguros de vida para los

trabajadores, entre otros. Existen interpretaciones respecto a que

el movimiento progresista tuvo una marcada significación política

que frenó muchas presiones por el cambio social radical, especial-

mente las orientadas al socialismo y al comunismo, y que finalmen-

te neutralizó múltiples descontentos políticos y sociales presentes

en aquella época en Estados Unidos.

En el movimiento participaban grupos de sociólogos, periodis-

tas, trabajadores sociales, educadores, filántropos, políticos, entre

otros profesionales, la mayoría de las veces, con visiones e intere-

ses marcadamente disparejos y contradictorios; lo hacían denun-

ciando problemas y proponiendo soluciones de variada índole y

alcance. Se puede entender este periodo como una época de reajus-

te social, político y cultural, más o menos amplio y contradicto-

rio, respecto de las nuevas condiciones socioeconómicas. En este

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Dewey: el maestro y la educación como reconstrucción continua de la experiencia

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contexto, la educación era generalmente considerada por muchos

reformadores como un elemento clave para lograr el progreso; es-

taba muy difundida la idea de que –la educación– era la base y la

posibilidad más efectiva para resolver todos o casi todos los males

sociales. El sector educativo se convirtió así en un espacio donde el

movimiento progresista tuvo un fuerte y muy fructífero impacto, y

se evidenciaron tanto las distintas tradiciones en materia educativa

como las antiguas tensiones e intereses sobre la educación del pue-

blo norteamericano.

El movimiento progresista de la educación no fue un mero eco

del que se desplegaba respecto a la problemática socioeconómi-

ca vigente en Estados Unidos, sino que tuvo su propia dinámica

y temporalidad. A la postre se convirtió en un acontecimiento de

importancia fundamental para la teoría y el quehacer educativo

contemporáneos. En esa etapa de la educación norteamericana se

gestaron, ensayaron y consolidaron muchos de los elementos y pro-

blemas que constituyen la práctica educativa de nuestro tiempo, no

sólo en ese país, sino en muchos otros.

En Estados Unidos se venían experimentando reformas en dis-

tintos niveles y ámbitos del sector educativo, desde la década de

1890, jaloneadas por los palpables progresos económicos, sociocul-

turales y científicos en otros ámbitos de la sociedad. Las reformas

coincidían, aunque por diferentes motivos, en el cuestionamiento a

la educación tradicional y en la búsqueda de posibilidades de solu-

ción a sus respectivos problemas. Podemos afirmar, entonces, que

el movimiento progresista de educación arrancó realmente cuando

se empezaron a articular esos movimientos de reforma, y por eso

no fue un movimiento homogéneo en cuanto a sus fines, procedi-

mientos e ideologías. El progresismo en educación se conformó por

educadores que pretendían fines muy distintos, entre ellos: huma-

nizar la sociedad industrializada, capacitar operarios para el traba-

jo industrial, formar científica y creativamente a los agricultores,

administrar eficazmente las escuelas, entre otros, metas que incluso

llegaban a ser excluyentes entre sí.

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A diferencia del progresismo en general, el que ocurrió especí-

ficamente en el campo educativo no sólo perduró más que aquél,

sino que se fortaleció e institucionalizó, porque logró estructurarse

como una asociación:

Los escritos de Dewey y los experimentos de Marietta Johnson fueron los

que inspiraron la organización de la Progressive Education Association en

1919. Sus miembros eran en su mayoría los padres de los alumnos y los

maestros de las escuelas privadas, pero pronto atrajo a educadores profe-

sionales de las escuelas públicas y a profesores universitarios de educación

(Pulliam y Dorros, 1970, p. 170).

Desde entonces, la Asociación para la Educación Progresiva se con-

virtió en el mayor foro para analizar la problemática educativa y en

una plataforma de apoyo para la experimentación y el desarrollo

de innovaciones educativas en Estados Unidos, entre las cuales es-

taban: el Método de Proyectos, la Escuela Comunitaria, la Escuela

Orgánica, la Escuela Walden. En un principio, tanto los experimen-

tos concretos como las discusiones teóricas giraban básicamente

en torno a los métodos de educación, pero paulatinamente fueron

conectando esos asuntos con problemas más amplios, como la rela-

ción de la escuela con la sociedad y las cuestiones políticas. Dentro

de la asociación existían grupos con orientación revolucionaria que

criticaban los males del capitalismo y buscaban el cambio radical

del orden sociopolítico vigente, ellos planteaban:

[…] lo apropiado de un análisis de clase para comprender la dinámica

de la sociedad en los Estados Unidos. En pro de tal análisis estaban Geor-

ge Counts, John Childs y Theodore Brameld. Contra el mismo estaban

Dewey, R. B. Raup, W. H. Kilpatrick y H. Rugg (Feimberg y Rosemont,

1977, p. 84).

En esta asociación también se consolidó, desde un principio, otra

corriente más moderada que reconocía y criticaba los males pro-

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Dewey: el maestro y la educación como reconstrucción continua de la experiencia

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vocados por la industrialización y la concentración de la riqueza,

y buscaba una mayor, o real, democracia social, pero no rechazaba

radicalmente la organización de la estructura social norteameri-

cana. Uno de los más importantes personajes de esta posición era

John Dewey. Dicen Feimberg y Rosemont:

La filosofía de la educación elaborada por Dewey expresaba un concepto

de la naturaleza y la libertad humanas que era congruente con los reque-

rimientos de la nueva era industrial, desafiando al mismo tiempo sólo en

forma mínima la distribución existente de la riqueza en la sociedad (Feim-

berg y Rosemont, 1977, p. 90).

Adicionalmente, participaban en la Asociación para la Educación

Progresiva poderosos grupos de educadores y otros profesionis-

tas pro empresariales y con una visión abiertamente tecnocrática

y eficientista de la educación, que buscaban organizar las escue-

las, y a la educación toda, bajo los principios de la administración

científica del trabajo: “David Snedden, el educador con inclinación

por la eficiencia que Dewey criticó por apoyar el statu quo indus-

trial, mencionaba el total control de la escuela reformista como el

ambiente educativo ideal” (Feimberg y Rosemont, 1977, p. 92). A

pesar de la mezcla de grupos y orientaciones participantes, Dewey

–el segundo presidente de la asociación– fue quien aportó mayor

influencia teórica al progresismo: sistematizó y explicó, rigurosa y

coherentemente, muchos de los problemas psicológicos, sociales,

filosóficos y metodológicos que se debatían en el terreno educativo.

Sus teorías proporcionaron muchos principios y pautas de acción

para diferentes innovaciones educacionales del periodo. El presti-

gio que tenía en la Asociación para la Educación Progresiva y la

fuerza de sus concepciones, provocaban que se identificara a esta

última, predominantemente, con la figura de John Dewey. Al mis-

mo tiempo, a muchas de las propuestas y experimentos realizados

bajo los auspicios de la asociación se les asignaba –esto todavía sue-

le ocurrir– una paternidad deweyana, no obstante lo heterogéneo

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y contradictorio de los grupos e intereses de los educadores que la

conformaron.

Como el movimiento en general y la Asociación para la Edu-

cación Progresiva eran espacios donde se expresaban intereses y

posiciones respecto a la educación norteamericana muy disímiles

y contradictorios –inclusive que llegaban a ser excluyentes entre

sí–, eran escenarios de polémica y de debates en ocasiones ríspidos.

Lo que tenían en común era su afán por responder a las demandas

que la situación socioeconómica le imponía a la educación en esos

tiempos. La necesidad de ajustarse al recién consolidado modelo

de alta concentración monopólica en los órdenes económico y de

la producción, había vuelto inoperantes e incapaces de dar res-

puesta a las anteriores modalidades e ideales de educación, a las

que posteriormente se conoció como “la educación tradicional”.

Ese clima era propicio para los debates y forcejeos por hacer valer

una concepción educativa que fuera considerada como la mejor.

Esquemáticamente dicho, competían tres posiciones fundamenta-

les: radicales de izquierda, eficientistas y sectores provenientes de

tradiciones educativas con fuerte arraigo en la historia educativa

norteamericana, muchos de estos grupos coincidían parcial o total-

mente con los planteamientos de John Dewey. La Asociación para

la Educación Progresiva fue escenario de una complicación adicio-

nal: coincidió y se articuló en muchos aspectos con el movimiento

europeo denominado la Escuela Activa.

la escuela actIva no es propIamente el Ideal deweyano

de educacIón

La Escuela Activa, o Educación Activa, también fue un movimiento

relativamente amplio y heterogéneo en el que muchos educadores

buscaron innovaciones en la organización de las escuelas, y ensa-

yaron procedimientos didácticos nuevos para la enseñanza –tam-

bién se le denominó “la Escuela Nueva”. Predominantemente, sus

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fundamentos provenían de las distintas corrientes psicológicas y

del aprendizaje, que recientemente habían logrado estatus episte-

mológico por la definición y delimitación de su objeto de estudio

y por el nivel de cientificidad alcanzado. En general, los principios

que orientaban las propuestas de enseñanza activa eran: a) la activi-

dad del alumno es imprescindible para el aprendizaje, b) fomentar

la participación del alumno en las decisiones sobre las actividades

escolares, c) apoyar el desarrollo de la individualidad del alumno,

d) fomentar la socialización de los estudiantes y e) orientar el traba-

jo y la organización de la escuela a los intereses de los niños (estos

son los elementos de lo que se denomina el paidocentrismo).

Es conocido que John Dewey polemizaba frecuentemente en

asuntos de interés público o preocupación general, denunciando,

criticando, discutiendo las limitaciones o extravíos respecto a los

ideales de democracia, progreso social y libertades individuales en

que, desde su punto de vista, habían incurrido los sectores domi-

nantes de la economía, la cultura y la política norteamericanos.

En el caso de la educación no era diferente. Dewey marcaba clara-

mente sus discrepancias y debatía con autores de la teoría de la Es-

cuela Activa, respecto a las concepciones de la enseñanza que daban

importancia preponderante a los gustos, intereses y motivaciones

individuales de los estudiantes, entre otras cosas decía:

Creo que tenemos una gran deuda con la señora Montessori, sin embargo,

ella cometió un error –y llevó al error a otros– al asegurar que se debe

aislar o separar al niño para desarrollar su individualidad, que cada niño

debe estar haciendo algo por su propia cuenta más que trabajando con

otros y que es imposible combinar los dos principios del trabajo escolar

con el desarrollo de la individualidad. Creo que se trata precisamente de

todo lo contrario (Dewey, 2011, p. 100).

Que la educación considere los intereses de los estudiantes, no sig-

nifica para Dewey que las escuelas y los maestros deban fomentar

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o permitir que los alumnos satisfagan exclusivamente lo que en el

momento les resulte atractivo o motivante, porque, según él, puede

tratarse de caprichos pasajeros o aficiones inestables que no repre-

senten experiencias valiosas ni elementos relevantes de la cultura,

de la historia o de la ciencia, de manera que sean merecedores de

atención en la escuela:

[algunas escuelas progresivas] permiten a sus niños una libertad ilimitada

de acción y hablar, de maneras y faltas de maneras […] llevan lo que ellos

llaman libertad casi hasta el punto de la anarquía […] cuando hay control

y dirección genuinos de experiencias que intrínsecamente sean valiosas

[…] la libertad excesiva de la acción estará regulada también naturalmen-

te (Dewey, 1940, p. 115).

No obstante esta posición tan explícita, en Estados Unidos, entre

grupos de educadores y clases medias de la población, especialmen-

te a partir de la década de 1930, era lugar común desacreditar y ri-

diculizar a la Escuela Nueva. Frecuentemente se usaba el sarcasmo:

“la escuela activa en la que los niños están todo el día parados o

brincando encima de los escritorios y saltando sobre el maestro”,

y muchas veces le llamaban a ese tipo de escuelas, “escuelas Dewey”

(Cremin, 1969). Dewey argumentaba que:

Los aspectos negativos de la educación progresiva son resultado de las

condiciones de origen […] son generalmente iniciadas por padres descon-

tentos con las escuelas disponibles y buscan maestros que están de acuerdo

con ellos […] revelan descontento con la educación tradicional […] son

síntomas de reacción contra el formalismo y la regimentación en masa

(Dewey, 1940/1960, p. 111).

En distintos momentos y foros, Dewey rechazó las imputaciones

acerca de que él era el promotor o autor intelectual de las escuelas

activas. También expresaba su desacuerdo respecto a las interpreta-

ciones que los educadores, contrincantes diversos y legos, hacían de

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su propuesta educativa, o sobre elementos particulares de la misma,

como culpables de la mala calidad de la educación que lograban las

escuelas, por ejemplo, decía:

[…] no hay en absoluto una prueba científica, objetiva, para defender la

opinión de que los problemas de conducta son relativamente más comu-

nes en las escuelas progresivas que en las tradicionales o que las primeras

tienen menos éxito para resolver los problemas que surgen que las últimas

(Dewey, 1940/1960, p. 152).

Adicionalmente, se deslindaba de maestros supuestamente progre-

sistas, de educadores de la Escuela Activa y, en general, de personas

que declaraban seguir las propuestas de enseñanza contenidas en

sus teorías educativas. Cabe destacar que, en comparación con las

reflexiones y proyectos sobre la manera de concebir la educación

y sus aspectos fundamentales –y también en comparación con los

argumentos sobre la necesidad de orientarla de manera innovado-

ra, experimental, a las condiciones y lugares específicos donde se

lleve a cabo–. Las propuestas de Dewey sobre procedimientos téc-

nicos, operativos o acerca de métodos de enseñanza eran en mucho

menor cantidad, y en el caso de que hiciera propuestas particula-

res, normalmente aclaraba que no se trataba de un método que se

pudiera aplicar indiscriminadamente, sino que eran únicamente

sugerencias, ejemplos o elementos para ilustrar el espíritu, la orien-

tación que deberían tener. En todo caso, el diseño y la propuesta de

aspectos operativos particulares era responsabilidad de los maes-

tros y personal de la escuela.

La educación progresiva debe disponer de un conjunto de materia (sic) y

actividades mucho más amplio, expansivo y adaptable, producto del estudio

constante de las condiciones y métodos más favorables al desarrollo conse-

cutivo de la capacidad y de la comprensión (Dewey, 1940/1960, p. 116).

Las aportaciones de John Dewey a la teoría pedagógica, a la filoso-

fía de la educación y, en general, a los principios educativos para

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este momento del desarrollo social son de relevancia fundamental

y han mantenido una influencia muy amplia, por un periodo ya

muy extenso, sobre la manera de concebir la educación. Muchos

de sus conceptos, problemáticas y maneras de responder a ellas son

parte del lenguaje y la forma de pensar de los educadores actuales,

aunque no se lleven a la práctica sus propuestas y se entiendan de

manera diferente de lo que originalmente planteó nuestro autor;

pero, de todas maneras, configuró una manera de concebir –por

lo menos de referir– lo educativo desde finales del siglo XIX y has-

ta la fecha. Tal vez a eso se debe el hecho de que muchos educa-

dores dicen adoptar sus propuestas, aunque en realidad no es así.

Sin embargo, aunque Dewey ha sido reconocido en el medio de la

educación como un pedagogo sobresaliente, su impacto –esto es

ampliamente conocido– de ninguna manera se ha limitado o cir-

cunscrito a la educación.

Hay múltiples estudios que muestran su participación e influen-

cia en otros ámbitos de la práctica social. Particularmente quisiera

volver a destacar aquí que su interés por la educación no se limitó a

la enseñanza y, dentro de ella, tampoco se circunscribió a proponer

aspectos sobre el aprendizaje o métodos de instrucción –ya hemos

dicho arriba que la Escuela Activa tiene un fundamento predomi-

nantemente psicologista, y estos fundamentos suelen concentrarse

en lo metodológico de la educación–, sino que tenía en la mira la

construcción de una forma de vida democrática para la sociedad

norteamericana y que en tal proyecto la educación era un aspecto

clave, siempre que no se la concibiera como un medio neutro para

alcanzar esa finalidad, por el contrario, que la educación misma fue-

ra una actividad social que permitiera poner en práctica elementos

constituyentes de la forma de vida democrática. Dewey frecuente-

mente liga la problemática educativa con el proyecto de lograr con-

diciones de mayor democracia. En La educación de hoy señala:

Desde el lado social, este desarrollo personal debe ser tal que proporcione

capacidad y deseo de participar en la vida cooperativa democrática, inclu-

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yendo la ciudadanía política, la eficiencia vocacional y una buena voluntad

social efectiva (Dewey, 1940/1960, p. 118).

En la medida en que la educación es concebida como indisoluble-

mente ligada a las condiciones sociales en que opera, sus proyectos,

planes, organización, entre otros –al mismo tiempo que aporte ele-

mentos indispensables para el desarrollo de los estudiantes–, tendrá

que ocuparse de los aspectos políticos, de la vertiente laboral y la

educación de la ciudadanía; y en la medida que se considere que

es una actividad con claridad de sus metas e intenciones, desde el

punto de vista de Dewey, ha de ser orientada a la configuración de

la democracia. Por eso, para nuestro autor, la educación no se limita

a la enseñanza, ni es paidocéntrica.

la experIencIa y el medIo ambIente son potencIalmente

educadores

El prefacio de Democracia y educación no deja lugar a especulación

respecto a que existe una clara articulación entre educación y de-

mocracia en el pensamiento de Dewey; para empezar, la primera

frase expresa:

Las siguientes páginas representan un esfuerzo por descubrir y expre-

sar las ideas contenidas en una sociedad democrática y por aplicar estas

ideas a los problemas de la obra educativa. […] la filosofía expresada en

él relaciona el crecimiento de la democracia con el desarrollo del método

experimental en las ciencias, con las ideas evolucionistas en las ciencias

biológicas y con la reorganización industrial, y aspira a señalar los cambios

en las materias de estudio y los métodos de la educación indicados por

esos desenvolvimientos (Dewey, 1916/2001, p. 11).

Cuando entra en materia, hallamos muestras de que se guía por

los referidos “desenvolvimientos”. Al argumentar sobre la necesidad

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de la educación, primero propone una analogía con la reproduc-

ción de la vida en la dimensión biológica; sostiene que “la edu-

cación, en su sentido más amplio, es el medio de continuidad de la

vida” (Dewey, 1916/2001, p. 14). Luego agrega algo peculiar sobre

su concepción de educación, “la experiencia” es el dispositivo por

medio del cual se logra la continuidad de la vida del grupo, de la so‑

ciedad. Por medio de “experiencias” los miembros inmaduros de un

grupo se inician en los intereses, propósitos, conocimientos, destre-

zas y prácticas del mismo. Pero no toda acción logra la continuidad,

no es automática, por eso, la educación es una actividad deliberada

y reflexiva que ha de prever las condiciones para reconstruir la ex-

periencia que tienen los estudiantes. Para que las experiencias sean

educativas han de proponerse en situaciones de comunicación.

Explica que para que una experiencia llegue a ser educativa, debe

reflexionarse, organizarse y formularse de tal manera que pueda ser

comunicable. A partir de allí, la sociedad, la vida del grupo, existe y

se perpetúa por medio de la transmisión “auténtica y perfecta” de

los logros de la civilización.

Junto a esta reflexión, encontramos una primera explicitación

de lo que considera que es la sociedad:

La sociedad no sólo continúa existiendo por la transmisión, por la comu-

nicación, sino que puede decirse muy bien que existe en la transmisión

y en la comunicación. Hay más de un vínculo verbal entre las palabras

común, comunidad y comunicación […] y la comunicación es el modo en

que [los hombres] llegan a poseer cosas en común. Lo que han de poseer

en común con el fin de formar una comunidad o sociedad son objetivos,

creencias, aspiraciones, conocimientos –una inteligencia común–, una se-

mejanza mental como dicen los sociólogos (Dewey, 1916/2001, p. 151).

Con lo visto aquí, se puede reconocer claramente que las experien-

cias educativas son un elemento constitutivo de la concepción de

sociedad y de educación en el planteamiento deweyano. Vemos que

hay una profunda articulación entre: educación, comunicación y

sociedad; sobre el asunto señala:

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Toda organización social que siga siendo vitalmente social o vitalmente

compartida es educadora para aquellos que participan en ella […] la vida

social no sólo exige señalar y aprender para su propia permanencia, sino

que el mismo proceso de convivir educa (Dewey, 1916/2001, p. 17).

En Dewey, la Educación Sistemática se caracteriza por la búsqueda

y organización consciente de experiencias que permitan a los estu-

diantes conocer las actividades y usos vigentes en su comunidad y,

adicionalmente, realizadas con las disposiciones requeridas por la

sociedad adulta, por eso la habilitación para que los jóvenes partici-

pen en las actividades de la vida de los adultos no se puede dejar al

azar, corrobora esta concepción la siguiente idea: “Etimológicamen-

te la palabra educación significa justamente un proceso de dirigir

o encauzar […] hablamos de la educación como de una actividad

estructuradora moldeadora, formadora […]” (Dewey, 1916/2001,

p. 21).

Como Dewey concibe un vínculo inseparable entre la dirección y

la educación, propone la necesaria anticipación y preparación de ex-

periencias reflexivas en la actividad educativa; señala que los maes-

tros anticipen su organización y estrategia didáctica para que los

estudiantes logren lo que denomina “la continuidad experiencial”.

Las experiencias reflexivas tienen que buscarse intencionalmente y

organizarse en la educación, así se lograría que la actividad del estu-

diante en el ambiente escolar tenga sentido relevante; actividad que

no es mera conducta exterior, sino al mismo tiempo crecimiento

de la inteligencia. Consecuentemente, una experiencia educativa no

tiene lugar de manera azarosa; tiene una pretensión clara.

Lo que impulsa una experiencia es la percepción del alumno de

que se encuentra con un problema que tiene que resolver. Dewey

señala que “toda experiencia auténtica tiene un aspecto activo que

cambia en algún grado las condiciones objetivas bajo las cuales

se ha tenido la experiencia” (Dewey, 1938/2004, p. 82).

Por eso, se trata básicamente de una condición en la que a un

estudiante se le opone un estado de cosas problemático, que ha de

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entender o superar. “Una experiencia es siempre lo que es porque

tiene lugar una transacción entre un individuo y lo que, en el mo-

mento, constituye su ambiente” (Dewey, 1938/2004, p. 86).

John Dewey señala “dos principios que son fundamentales en la

constitución de la experiencia: los principios de interacción y con-

tinuidad” (Dewey, 1938/2004, p. 93).

Para que la experiencia sea reflexiva es necesario que el ambien-

te permita lograr una percepción de la evolución –de la relación

y concatenación– y la trayectoria que siguen los componentes que

conforman la situación problemática, para con ello anticipar la di-

rección hacia la que evoluciona, tanto por la dirección que lleva

como por las modificaciones que le imprimiría la propia interven-

ción. Dewey denomina a este elemento: principio de continuidad:

“el principio de continuidad de la experiencia significa que toda

experiencia recoge algo de la que ha pasado antes y modifica en al-

gún modo la cualidad de la que viene después” (Dewey, 1938/2004,

p. 79). Necesariamente se requiere tener una percepción del movi-

miento, de la articulación entre los componentes del problema y de

la evolución y transformaciones que han acontecido y se han com-

binado con lo que permanece; además, es importante anticipar la

dirección que probablemente seguirán teniendo tales componen-

tes. En eso consiste la lógica del principio de continuidad.

El otro principio es la interacción y se refiere a los aspectos del

ambiente que concurren para configurar la situación problemáti-

ca, y con los que necesariamente ha de intercambiar el estudiante,

siendo éste simultáneamente impactado por ella y modificador de

la misma en alguna medida:

La palabra interacción que acaba de usarse expresa el segundo principio

esencial para interpretar una experiencia en su función y fuerza educa-

tiva. Aquélla asigna iguales derechos a ambos factores de la experiencia:

las condiciones objetivas y las internas. Significa, una vez más, que existe

una interacción entre un individuo y objetos y otras personas. Las con-

cepciones de situación y de interacción son inseparables una de otra […]

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Tiene lugar una transacción entre un individuo y lo que, en el momento,

constituye su ambiente (Dewey, 1938/2004, pp. 85-86).

Al educador le corresponde organizar el ambiente y los materia-

les con que interactuarán los estudiantes, una organización tal

que configure una situación problemática que provoque “espon-

táneamente” la actividad, la interacción de los estudiantes en una

dirección que asegure que logren realizar una experiencia exitosa;

es decir, de manera que ellos puedan seguir la trayectoria, identi-

ficar las relaciones antecedente-consecuente entre los elementos y

materiales de ese ambiente particular, y que sean capaces de idear

la intervención requerida para llegar al punto análogo al que ante-

riormente otras personas –investigadores, científicos, adultos, entre

otros– llegaron en su momento para resolver adecuada y conscien-

temente sus necesidades, los problemas que les generaba el medio

ambiente, la situación.

A esto se refiere John Dewey cuando propone que los estudian-

tes descubran los conocimientos científicos, los conocimientos ra-

cionales. Es lo que significa la idea de reconstrucción continua de la

experiencia. Se trata de que los estudiantes recorran por sí mismos

el camino que previamente han recorrido los adultos, los científicos

cuando han realizado descubrimientos científicos. Los maestros,

los educadores, así realizan una intervención indirecta, es decir,

no transmiten, no enseñan directamente “los conocimientos” a los

estudiantes, sino que organizan el medio y los ubican en la situa-

ción, de tal manera que sean capaces de percibir la situación proble-

mática que “dispare la reconstrucción de la experiencia”.

Ya vimos que respecto al método de la educación acude al “me-

dio ambiente”. Éste es un elemento fundamental en su estrategia

educadora; es ampliamente difundida la idea de que, para él, los

maestros no han de impartir directamente sus enseñanzas, no han

de transmitir los contenidos de la educación al alumno, sino que

lo deben hacer indirectamente por medio de la organización, de la

estructuración de ambientes que propicien experiencias efectiva-

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mente educativas: “el medio ambiente significa lo que interviene

en esa actividad como una condición de éxito o fracaso” (Dewey,

1916/2001, p. 22).

El ambiente social constituye un ámbito especialmente favora-

ble para la conformación de disposiciones, por eso se trata del entor-

no más pertinente para la enseñanza, dice:

En su formulación general, la respuesta [a la pregunta de cómo se han de

comunicar las creencias y aspiraciones] es ésta: por medio de la acción del

ambiente. Las creencias requeridas no pueden ser incrustadas, las actitudes

necesarias no pueden ser modeladas materialmente (Dewey, 1916/2001,

p. 22).

El ambiente social tiene mucha fuerza –educativa, socializadora– y

por eso hay que saber organizarlo para lograr que los individuos

perciban, reconozcan de primera mano, que sus actividades nece-

sariamente están asociadas con las de otros:

Lo que hace y lo que puede hacer [un individuo] depende de las expectati-

vas, exigencias, aprobaciones y condenas de los demás. Un ser conexiona-

do con otros no puede realizar sus propias actividades sin tener en cuenta

las actividades de ellos […] Pensar y sentir lo que han de ser sus accio-

nes en relación con los demás es un modo de conducta tan social como

lo es el acto más definidamente cooperativo y hostil (Dewey, 1916/2001,

p. 23).

Para Dewey, una categoría vinculada estrechamente con la de “am-

biente social” y con la de “acción educativa” es la de usos. Analiza

el sentido y la fuerza de los usos sociales. Entonces reafirma la idea

de que un ambiente social forma disposiciones, concebidas como

actitudes simultáneamente mentales y emocionales, respecto a

las actividades que se realizan en ese ambiente social; actividades

establecidas que tienen modos, propósitos y que generan deter-

minadas consecuencias. Dado que los individuos viven en grupos,

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en colectividades, inevitablemente participan en las actividades de

esos grupos y al hacerlo no sólo se aprenden las actividades pro-

cedimentalmente hablando, sino también los usos específicos re-

queridos para realizarlas, su sentido, su significado y los usos a que

conducen las consecuencias o resultados de esas actividades reali-

zadas, y al mismo tiempo (quiero subrayarlo), hacen suyas las emo-

ciones de afecto o disgusto sobre tales actividades, sobre esos usos,

con una característica adicional consistente en que:

El modo en que nuestro grupo o clase hace las cosas tiende a determinar

los objetos propios de atención y así a prescribir la dirección y límites de la

observación y la memoria. Lo que es extraño o extranjero tiende a ser mo-

ralmente prohibido e intelectualmente sospechoso (Dewey, 1916/2001,

p. 26, cursivas mías).

Los usos son, al mismo tiempo, ingredientes y exigencias de las ocu-

paciones sociales, podemos decir que por la influencia, éstas –las

ocupaciones sociales– no demandan meramente nuestro cumpli-

miento; en ellas no es posible únicamente nuestra participación

distante, descomprometida, sino que imponen, crean, exigen, dis-

posiciones que atraviesan diversos niveles o esferas emocionales, in-

telectuales, actitudinales, prácticas, entre otras. Dewey afirma que el

ambiente social tiene la capacidad de formar disposiciones, porque

su influencia es tan grande e inevitable que de manera inconsciente o

sutil: “afecta todas las fibras del carácter y el espíritu”. El ambiente

tiene efectos en distintas esferas: a) en los hábitos del lenguaje,

b) en la formación de las maneras, c) en la formación del buen gusto

y la apreciación estética y d) como combinación o síntesis de los

anteriores, en las normas más profundas de nuestros juicios de valor

y normas de las que no somos conscientes (Dewey, 1916/2001,

p. 27).

Reconocer la capacidad de penetración de la influencia en los

distintos niveles del comportamiento y la personalidad de los indi-

viduos, consecuentemente, lo lleva a sopesar y estimar la contun-

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dencia del ambiente social en la conformación de disposiciones o

hábitos; estos dos elementos, aunados a su interés permanente por

encontrar y emplear los medios eficaces para realizar de mejor ma-

nera las actividades que logren las aspiraciones humanas, lo llevan

a aprovechar sus ventajas y proponer como elemento básico de su

teoría educativa que el medio ambiente, tanto natural como social,

son instrumentos fundamentales para conformar disposiciones y

emplea este fenómeno para fundamentar que la educación se pue-

de realizar sin la acción directa de los maestros o educadores, sino

por medio de la organización del ambiente, de la ubicación del in-

dividuo en el mismo y del empleo de la actividad o usos sociales

para conseguir las disposiciones socialmente vigentes y deseables

en los miembros jóvenes de la comunidad.

Podemos reconocer la importancia que John Dewey le asigna

al ambiente social para la formación de las disposiciones. Pero

precisamente por su conciencia respecto al poder de influencia

del ambiente social para la conformación de disposiciones, hemos de

tener en cuenta que al mismo tiempo se interesa mucho –lo hemos

visto arriba– por “la transmisión ‘auténtica y perfecta’ de los logros

de la civilización”, y por esto pone mucha atención en que:

En general, puede decirse que las cosas que aceptamos sin indagación o

reflexión son justamente las cosas que determinan nuestro pensar cons-

ciente y deciden nuestras resoluciones. Y estos hábitos que se hallan bajo

el nivel de la reflexión son precisamente aquellos que se han formado en el

dar y tomar constantes de las relaciones con los demás (Dewey, 1916/2001,

p. 28).

El ambiente social y la participación en actividades vigentes no

siempre tienen consecuencias o efectos valorados positivamente

para los individuos, sino que pueden generar hábitos negativos, es-

tablecidos “por abajo del nivel de reflexión”; no obstante esto, no

propone la intervención directa de los educadores para remediar

las influencias indeseables, señalando o enseñando cómo deben

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hacerse bien las cosas, cómo adquirir usos aceptables, cómo tener

comportamientos aprobados. Por el contrario, mantiene su con-

cepción acerca del ambiente social como agente educador, pero será

el maestro y la escuela, en tanto responsables de la creación de un

ambiente especial, los que se encarguen de que las influencias sean

favorables, positivas, deseables. Concibe que la escuela realiza tres

funciones específicas:

1) Ofrecer un ambiente simplificado, que permite que los estu-

diantes accedan progresivamente a la selección cultural que

ofrece.

2) El ambiente escolar ha de encargarse de eliminar –hasta

donde le sea posible– los elementos perjudiciales del am-

biente social, para que no ejerzan influencia en las disposi-

ciones y hábitos mentales.

3) El ambiente escolar ha de contrarrestar los elementos ne-

gativos o defectuosos del ambiente social y ha de procurar

compensar las limitaciones que éste le impone o transmite a

los estudiantes.

De esta manera resuelve el aprovechamiento de los poderes creado-

res de disposiciones y actitudes que tiene el ambiente, sin necesidad

acudir a la participación directa del maestro1 en la enseñanza, re-

alizando la transmisión de conocimientos y saberes considerados

como verdaderos; será el ambiente escolar simplificado, purificado

1 Es necesario reiterar aquí lo que hemos dicho arriba: los maestros y la escue-la, para Dewey, tienen una participación indirecta, por medio de la organización de un ambiente que sea favorable para que los alumnos desarrollen experiencias educativas. Tal participación indirecta es una demanda muy compleja para los maestros y planificadores de la enseñanza, que en muchas ocasiones ha sido erró-neamente interpretada. Esta insistencia es necesaria, porque es frecuente encontrar simplificaciones burdas sobre el planteamiento deweyano, al entender que se trata de que los estudiantes interactúen espontáneamente, de manera completamente imprevista y desorganizada con su ambiente. El mismo autor se opuso tajante-mente a estas lecturas de su obra (consultar, por ejemplo, Experiencia y educación).

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y equilibrador, el que posibilite que los estudiantes tengan experi-

encias educativas en sentido estricto.

Hasta aquí vimos que Dewey nos aporta argumentaciones cen-

trales para la problemática de la sociedad y la educación: a) ga-

rantiza la continuidad de la vida de un grupo; b) la sociedad es

un ambiente en donde sus miembros tienen elementos en común,

que forman una comunidad en la comunicación, lo que tienen en

común los miembros son objetivos, aspiraciones, conocimientos;

c) existe una continuidad entre los fenómenos de educación, co-

municación y sociedad; d) el ambiente social comunica los usos

sociales y es formador de disposiciones por medio de experiencias;

y e) la educación sistemática es un ambiente social especialmente

organizado para favorecer que los estudiantes vivan experiencias

educativas, lo que significa que participen continuamente en la re-

construcción de las experiencias sociales.

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CAPÍTULO 9

PAUTAS PARA LA FORMACIÓN DE MAESTROS

DESDE LA PERSPECTIVA DEWEYANA*

Diana Melisa Paredes Oviedo**

[email protected]

Si los profesados educadores abdican de su responsabilidad para

juzgar y seleccionar el tipo de entorno favorable en su mejor

comprensión, para el crecimiento, a continuación los jóvenes quedan

a merced de todo lo desorganizado y de las fuerzas ocasionales que

inevitablemente juegan con ellos durante toda su vida.

John Dewey (1989e, LW, IX, p. 200).

el maestro y la InvestIgacIón

John Dewey en su artículo The Relation of Theory to Practice in Edu‑

cation (1904) ofrece elementos que ayudan a identificar las carac-

* Este escrito es un producto de investigación apoyado por Funlam.** Magíster en Educación y Magíster en Filosofía, Universidad de Antioquia. Do-cente de tiempo completo de la Facultad de Educación de la Fundación Universi-taria Luis Amigó (Funlam) y docente catedrática de la Universidad de Antioquia.

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terísticas que tendría la formación de maestros de acuerdo con su

propuesta democrática. El autor parte de una descripción de los

sistemas de formación docente existentes en su época en los que,

básicamente, los educadores se convertían en una suerte de apren-

dices a quienes otros docentes con más experiencia les enseñaban

estrategias o técnicas para dominar los grupos, mantener en silen-

cio a los estudiantes y lograr resultados calificables como buenos o

deseables. Los contenidos también se encontraban prefijados, por

tal motivo los maestros sólo debían aprender a decodificarlos y

también requerían asimilar una serie de “triquiñuelas” y “estrata-

gemas” que emplearían con sus alumnos para que estos asimilaran

la información expuesta. La educación es asumida como control

exterior, silencio y repetición de lo dicho por otros, acerca de esta

mirada Virginia Guichot nos dice:

John Dewey advierte que la formación inicial del profesorado se centra en

equipar al futuro educador con métodos, estrategias, perfectamente defi-

nidas, conducentes a ayudarle a mantener la disciplina en clase, técnicas de

carácter estándar que se adjudican la virtud de dar buenos resultados en

todas las circunstancias. Consiste en la transmisión de una serie de habili-

dades a los docentes del mañana sobre su tarea de enseñante, ya prefijadas

de antemano por otros educadores más expertos y a las cuales no puede

presentar ningún tipo de crítica (Guichot, 2003, p. 306).

Los maestros noveles se sujetaban entonces a clases de muestra o

“modelos” que servían de guía a su quehacer y cuya estructura se

aplicaba indiscriminadamente. El mundo se asumía como algo dado

o acabado, ignorándose así los cambios vertiginosos a los que esta-

ba haciendo frente la sociedad de la época, dejando a estudiantes y

maestros con las manos atadas para tomar decisiones por sí mismos.

Los educadores en la propuesta democrática deweyana deben

constituirse en investigadores de su práctica, lo que para el pragma-

tista implica ser reflexivos y diseñar planes y proyectos que conduz-

can a tomar decisiones. Nunca más el maestro será el ejecutante de

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una partitura escrita por expertos, ahora deberá convertirse en un

profesional de la educación, abierto a los debates y a la necesidad

de ampliar su conocimiento sobre el ser humano. Esta empresa no

es fácil porque, para poder ser investigadores, los maestros deben

aclarar los fundamentos de su práctica educativa, recordemos

que según Dewey estos debían poseer una buena base en materias

como psicología evolutiva, ética, historia de la educación y psicolo-

gía educativa. Esta formación le permitirá al docente comprender

cada interacción que tuviese el alumno, entendida como hábito que

reacciona a los estímulos provocados por diferentes actores exte-

riores. Este requerimiento lo plantea en el artículo The Need for a

Philosophy of Education de la siguiente manera:

La necesidad de una filosofía de la educación es pues fundamentalmente la

necesidad de encontrar qué es la educación realmente. Nosotros tenemos

que asumir esos casos en los cuales encontramos que hay un desarrollo

real de los poderes deseables, encontrar cómo ocurre este desarrollo, y lue-

go qué proyecto ha tomado el lugar como guía para dirigir nuestros otros

esfuerzos. La necesidad de este descubrimiento y esta proyección es la nece-

sidad de una filosofía de la educación (Dewey, 1989e, LW, IX, p. 195).

Tanto maestro como estudiantes están en movimiento: la del maes-

tro sería una acción sobre las acciones de los estudiantes en la que

juega de manera plena como artista y filósofo (Álvarez, 2008; Bár-

cena, 1997). Como artista, debe desarrollar un conocimiento em-

pático de los alumnos a través de sus interacciones con ellos, en este

aspecto Dewey deja de lado cualquier pretensión de desarrollar un

conocimiento objetivo de la infancia que oriente de manera clara y

precisa la práctica educativa. Como filósofo, debe mantener una ac-

titud reflexiva permanente sobre el conocimiento a enseñar y sobre

las disciplinas que le ayudarían a orientar su práctica –que serían la

filosofía, la psicología y la sociología–, así como sobre los efectos

de su práctica experiencial en la que busque “conectar su propio

saber y experiencia y el conocimiento a enseñar con el flujo de la

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experiencia de los estudiantes” (Álvarez, 2008, p. 171). El educador

siempre investiga su labor, aunque el énfasis no serán las materias

de estudio ni los métodos adecuados para enseñarlas. En el centro de

sus reflexiones se encuentra el análisis profundo de las fuerzas

activas existentes en el joven, en calidad de posibilidades y prome-

sas, que deben articularse a todas las herramientas que intervengan

en el proceso educativo.

El educador, en calidad de investigador de la educación, tendrá

en su trabajo un nuevo compromiso: “está íntimamente ligado con

el juicio y desarrollo de las condiciones, los materiales, las herra-

mientas con las cuales se provocará, una vez más por la interacción

con los poderes y preferencias existentes, la transformación desea-

da” (Dewey, 1989e, LW, IX, p. 199). Es precisamente esta actitud

inquisitiva la que hace posible que el maestro modifique la esencia

de su labor, buscando la construcción de escenarios donde las ideas

sean hipótesis que orienten el trabajo de los estudiantes y el diseño

de mecanismos que le ayuden a que las nuevas generaciones ex-

perimenten el conocimiento como algo que requiere ser probado.

Sólo en la relación empática con las nuevas generaciones logra el

educador refrescar su mirada, según Dewey “si la capacidad para la

investigación y la capacidad para la prueba han de ser aprendidas,

los hechos, los valores y las teorías proporcionadas por el maestro

deben adquirir sentido conectándose con la propia experiencia del

niño” (Putnam, 1997, p. 261).

el maestro y su época: la hIstorIa y las materIas

de estudIo

En medio de este clima tan caótico en el que el mundo se encuen-

tra, le corresponde al maestro, en la propuesta del pensador norte-

americano, encarrilar los tiempos que parecen tan desencajados. El

filósofo pragmatista no propone una alternativa específica a elegir

en medio de los antagonismos, sino que le indica al maestro su im-

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posibilidad de dar la espalda a la situación de su época y a los mo-

mentos previos vividos por la humanidad. Ahora, el maestro debe

mirar la dimensión histórica en la que se encuentran situados todos

los seres humanos, especialmente comprender cuál es su lugar en el

mundo, siendo esta actitud la que le permitirá entender las fuerzas

y capacidades de los hombres:

Si no me equivoco, sería de desear que entre los docentes, los padres y las

demás personas responsables de la educación, se promoviese justamente

esta comprensión inteligente de las fuerzas y de los movimientos sociales

de nuestro tiempo y de la función que deben cumplir las instituciones

educativas (Dewey, 1961, p. 86).

Esta meta, a mi parecer, resulta demasiado amplia pero le permi-

te al autor superar la mirada instrumental a la que se ha vincula-

do la labor magisterial. En este enfoque le compete a los maestros

preguntarse por aquello que justifica las acciones que realizan, lo

que les impide circunscribirse al mero hacer. Vistas así las cosas,

los educadores se encuentran ante la necesidad de justificar sus ac-

ciones, para ello deberán conocer el mundo en que viven, valorar las

fuerzas que actúan en él y describir los conflictos existentes entre

las diferentes corrientes que buscan dominar ese mismo mundo.

También deben clarificar los encadenamientos temporales de los

sucesos y las situaciones que abren puertas a nuevas promesas so-

ciales, para Dewey “el docente que se haya hecho una idea acerca de

estas cosas, podrá sin mucho esfuerzo descubrir por sí solo qué es

lo que hace falta para realizar la decisión a que ha llegado” (Dewey,

1961, p. 86).

Esa demanda de época es la base para empezar a pensar la for-

mación de maestros, a quienes las universidades deben ofrecerles

no sólo cursos de historia, sino espacios de investigación donde

lo histórico sea asumido desde su complejidad y se constituya en

elemento que atraviesa el tratamiento de todos los campos de co-

nocimiento, así como de la praxis educativa misma. Lo histórico no

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será una adición, ni una fuente de consulta sino que es una condi-

ción en la que los hombres se desenvuelven y que encierra todos los

logros y desaciertos de la humanidad en general.

Las materias de estudio trabajadas por los docentes son las que,

en parte, le ofrecen el andamiaje metódico y conceptual para com-

prender el momento que viven y las características de los hombres

de su época. Este hecho hace que John Dewey insista en revisar

las materias de estudio con que cuentan los maestros para nutrir su

práctica educativa. Ya en este mismo capítulo se mencionó que los

educadores, para poder diseñar las experiencias escolares, deben

tener conocimientos en psicología, ética e historia. Los campos dis-

ciplinares mencionados no son suficientes para ayudarle al maestro

a comprender la manera en que los estudiantes aprenden y las con-

tingencias del presente, es por ello que en su formación profesional

requieren de un área en donde se investigue sobre la enseñanza de

las materias que desarrollará con los estudiantes, en donde se asu-

ma que no son saberes acabados o definidos para su enseñanza,

sino que son recursos activos o capital disponible para los estu-

diantes, pues “el material de los estudios escolares traduce en forma

concreta y detallada los significados de la vida social corriente que

es deseable transmitir” (Dewey, 1978, p. 198).

El educador tiene como compromiso esencial conocer las ideas

que han sido desarrolladas en el pasado así como las experiencias de

la misma sociedad, esta postura le ayudará a entender el significado

de las acciones aparentemente impulsivas y carentes de sentido de

los jóvenes; serán pues las materias de estudio bajo este enfoque las

que le permitirán tal hecho y, de este modo, le ofrecerán elementos

de los que se valdrá para seleccionar los estímulos necesarios que le

ayuden a dirigir a las jóvenes generaciones; es importante reiterar

que dicho conocimiento no es algo definitivo, pero su valor radica

en que son el efecto de los esfuerzos que han hecho los hombres por

solucionar sus dificultades.

La manera en que el educador se debe apropiar de los conoci-

mientos a enseñar hace que tenga que dar cuenta de las particula-

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ridades y transformaciones de éste en la actualidad, mientras que

para los estudiantes o pupilos ese mismo conocimiento no es un he-

cho sino que se constituyen en posibilidad para ampliar sus com-

prensiones sobre el mundo. Este cambio en la dinámica escolar hace

que el educador no deba preocuparse por tener a la mano el saber

a enseñar –ya que él mismo lo encarna–, sino que debe estar atento

a las interacciones que los jóvenes tengan con el conocimiento del

que dispone, hecho que John Dewey presenta de la siguiente ma-

nera: “el maestro debe estar ocupado, no con la materia de estudio

en sí misma, sino en su interacción con las necesidades y capaci-

dades presentes del alumno” (Dewey, 1978, p. 199). El educador

debe considerar que para el experto, las materias tienen un carácter

extensivo, están medianamente definidas y sus temas se encuentran

interconectados, mientras que para el estudiante no presentan tales

características. En este sentido, su función es la de hacer mover a

este último hacia la dirección que el experto ya conoce y, simul-

táneamente, ser capaz de identificar las necesidades y capacidades

que las nuevas generaciones presentan.

La formación profesional de los educadores deberá profundizar

el trabajo tanto en las materias generales (matemática, física, len-

gua, entre otras) como en las disciplinas que ayuden a comprender

los procesos de producción de conocimiento en los seres huma-

nos, dicha capacitación le permitirá diseñar experiencias educativas

adecuadas sin que el conocimiento se convierta en un fin en sí mis-

mo, sino que sea un fin en perspectiva que da cuenta de su libertad

y que permita la liberación de los otros.

En la educación de los seres humanos, maestros o estudiantes,

desde la perspectiva del filósofo pragmatista, la ciencia se ha per-

filado como elemento determinante para orientar el aumento de

las capacidades de estos. Sin la iniciación del educador en el es-

píritu científico su espíritu carecerá de las mejores herramientas

desarrolladas por la humanidad para dirigir de manera efectiva su

reflexión, así las cosas “en este caso no se trata meramente de con-

ducir la investigación y el aprendizaje hacia el uso de los mejores

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instrumentos, porque falla en comprender el significado total del

conocimiento” (Dewey, 1985, MW, IX, p. 197).

La ciencia aparece pues como método que le ayuda al maestro

a continuar en la investigación y la prueba de sus hipótesis de tra-

bajo no es un sistema de conocimientos que ofrece respuestas, sino

que está constituida por los hallazgos y procedimientos usados para

trabajar. Lo anterior hace que la ciencia esté caracterizada por lo

social, ya que opera bajo las condiciones de la vida social presente y

ha sido transmitida para fines sociales, situación que debe permear

tanto el esquema curricular bajo el cual se forman nuevos educado-

res como aquel que se emplea para educar a los estudiantes:

El esquema de un programa escolar debe tener en cuenta la adaptación de

los estudios a las necesidades de la comunidad de la vida existente; debe

realizar una selección con el fin de mejorar la vida que vivimos en común

de modo que el futuro sea mejor que el pasado. Además, el programa debe

planearse con la intención de colocar las cosas esenciales primero y los

refinamientos después. Las cosas esenciales son las que son socialmente

más fundamentales, esto es, las que se refieren a las experiencias en que

participan los grupos más amplios. Las cosas que representan las necesi-

dades de grupos especializados y los propósitos técnicos son secundarias

(Dewey, 1978, p. 206).

En la propuesta deweyana es recurrente esta idea de que los cono-

cimientos están al servicio de fines sociales,1 lo que excluye en la

1 Frente al tema del funcionamiento de las escuelas y el rol del maestro en este proceso, Stuhr señala que la lógica que opera en estas instituciones es la de los negocios y que, actualmente, las estructuras escolares están incluyendo en el seno de sus propuestas las formas de funcionamiento y fines de los nego-cios. La escolarización se está convirtiendo en negocio educativo y los estu-diantes se están transformando en consumidores de la educación (Stuhr, 2003, p. 20). Según este autor nada se encuentra más lejos de la concepción deweyana del crecimiento como forma democrática de vida, aun su crítica resulta mucho más radical al señalar que nunca dicha concepción ha sido incluida en los fines de los grandes educadores y las grandes fuerzas educativas en ninguna sociedad (Stuhr, 2003, p. 21).

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formación de maestros el entrenamiento para “adquirir” destrezas

que no estén en sintonía con los profundos problemas sociales. No

se puede desconocer la responsabilidad social en la educación y la

presencia de las dificultades que implica vivir juntos; esta situación

exige pues que todo proceso de observación y toda la información

disponible, vinculada a la educación, sean calculados para el desa-

rrollo interno de la sociedad así como el avance de sus intereses.

los maestros y la agremIacIón:

la pregunta por la lIbertad de accIón

En su ensayo The Teacher and the Public (1934) el filósofo de Bur-

lington abre la discusión acerca del trabajo que cumple el educador

o maestro. No parte de una definición que presente referentes his-

tóricos o filosóficos que funjan como justificaciones de su presencia

a lo largo de la historia humana, precisamente introduce el tema

con la siguiente pregunta “Are teachers workers?” (Dewey, 1991b,

LW, XI, p. 158). Para poder resolver este cuestionamiento no basta

con situar al maestro en una estructura social que le otorgue un

lugar específico, es necesario aclarar si éste cumple alguna actividad

que sea productiva para el colectivo.

En comparación con otros profesionales, el educador tiene

como objeto central de su trabajo el producir los más altos estánda-

res de inteligencia en la comunidad, por ello la educación no pue-

de ser una posesión o posibilidad de unos cuantos, sino que debe

extenderse a un número cada vez mayor de personas. El hecho de

necesitar un sistema público de educación se convierte en uno

de los requerimientos más acuciantes en las intervenciones que

hace John Dewey a lo largo de su trabajo como filósofo de la edu-

cación, ya que sólo así se podrá extender el trabajo del educador.

Los estándares mencionados no son un sistema fijo de reque-

rimientos al que debe responder el educador, pues su función no

es obedecer programas prediseñados, ahora debe ayudar a intro-

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ducir nuevas clases de opciones que se requieran en la vida con-

temporánea con base en las cuales se produzcan nuevos materiales.

Estas opciones están vinculadas con los planos moral e intelectual

que prevalecen frente a la necesidad de crear más cosas, aquí lo que

muestra John Dewey es que la calidad de los objetos producidos en

una sociedad dependerá de los planos mencionados y allí es donde

se juega la labor del docente.

En este orden de ideas, los maestros deben organizarse en colec-

tivos que se ocupen de la revisión de planes de estudio, de adelantar

discusiones en torno a la educación, de agenciar propuestas para la

revisión de los métodos de enseñanza y, en general, al perfecciona-

miento de toda la actividad educativa. También que estos mismos

gremios se ocupen de reivindicaciones salariales y de hacer contrape-

so a las decisiones legislativas que les perjudican, así como mantener

actitud de denuncia frente a la corrupción social. En otras palabras,

los cuerpos docentes deben ser gestores de transformaciones sociales

que afecten, de manera directa, la educación pública, pero también

deben mantenerse en contacto con las otras organizaciones sociales

para evitar el señalamiento por parte de otras organizaciones de tra-

bajadores, al momento de reclamar la protección de derechos rela-

cionados con lo salarial, sobre este hecho Dewey señala que:

Las organizaciones de educadores, que tienen por objetivo el logro de

sus fines económicos inmediatos, se han mostrado indispensables. Pero sus

campañas, cuando son conducidas en forma aislada respecto a los otros

grupos de trabajadores, sean empleados públicos u operarios de los co-

mercios, fábricas u oficinas, tienden a producir una reacción desfavorable

para la causa de la educación (Dewey, 1961, p. 88).

Los maestros no pueden seguir considerándose una clase particular

y aislada de los padecimientos de los otros grupos sociales.2 No se

2 Es importante aclarar que para Stuhr (2003), el asunto corporativo o de agre-miación no ha sido ajeno para los maestros. Pero bajo su interpretación, estos se asumen como trabajadores no sólo de las escuelas sino de ese gran aparato edu-

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pueden seguir amparando bajo la figura de “trabajadores intelec-

tuales” que miran con desdén a los “trabajadores con los brazos”, ya

que esta imagen, subrepticiamente, encierra la idea de que lo que

hacen los profesores pareciese no tener efectos directos o concre-

tos en el seno de la sociedad; mientras que los otros trabajadores,

vistos como operarios, sí modifican lo concreto.

Las sociedades industriales con todas sus transformaciones y sus

prácticas de consumo han trastornado profundamente las escuelas

y la educación en general, asimismo la labor del maestro ha sufrido

modificaciones que limitan su función. Las prioridades escolares

han cambiado, posicionando en el centro de la educación meca-

nismos de producción que no atienden esencialmente a aspectos

morales, ahora, según el filósofo de Burlington:

Los estudios que son indispensables para la producción de la habilidad e in-

teligencia que la sociedad necesita han sido eliminados […] El trabajo pro-

ductivo que es asunto especial de los maestros ha sido enormemente afec-

tado y afectado en el tiempo preciso cuando sus productos de inteligencia,

habilidad y carácter son los más necesitados (Dewey, 1991b, LW, XI, p. 160).

Ahora bien, frente al lugar que ocupa el maestro en sociedad cabe

anotar que tiene la misma posición tanto de los trabajadores ma-

nuales como aquellos trabajadores de “cuello blanco”, en otras

palabras tiene los mismos derechos y posibilidades que todos los

trabajadores, aunque se requiere preservar su independencia de

los grupos económicos para permitir que cuestionen la naturale-

za de las estructuras sociales. Esta situación motiva a considerar

incorrectas aquellas interpretaciones que sitúan al educador en

una clase distinta a las demás, menospreciando a los trabajadores

cativo social que les proveerá confort y autosatisfacción. En suma, la finalidad de esta agremiación se aleja del debate por la finalidad de la educación en términos deweyanos y se acerca a una búsqueda de bienestar particular en el que los indivi-duos desarrollan un estilo de vida en el que se sienten en un parque de diversiones.

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manuales, que responde a las exigencias de una minoría económi-

camente poderosa; subyugando así la potencia de su trabajo a ad-

ministraciones no democráticas heredadas.

En el proceso de formación docente es importante que los maes-

tros identifiquen y sientan los efectos positivos de la agremiación,

pero que se vean como otro colectivo social interrelacionado con

otras agrupaciones. Es importante que las universidades ayuden a

erradicar la separación laboral expuesta arriba que, según Dewey,

“se ha reflejado en la estructura administrativa y didáctica de las

escuelas” (Dewey, 1961, p. 89) y ha ayudado a mantener la excesiva

importancia dada a lo académico y lo literario.

Los maestros deben entender la manera en que su acción se en-

cuentra vinculada a los procesos culturales en general y también

a los procesos industriales; por ello, no pueden seguir trabajando

para una clase limitada, sino que deben articular su labor a las ne-

cesidades de la mayor parte de la población, hecho que les impide

mantenerse indiferentes frente a lo vivido y requerido por la gene-

ralidad, al respecto el filósofo pragmatista plantea que:

La educación profesional y técnica ha tenido gran desarrollo;

pero aún aquí se ha mostrado la tendencia a separar la instrucción

profesional o industrial de la cultural, mientras existe la evidente

necesidad de organizar un sistema que sirva a ambos fines con el

mismo programa y los mismos métodos (Dewey, 1961, p. 89).

Los sistemas educativos, en general, y los maestros, en particu-

lar, no deben hacer que la educación excluya de sus preocupaciones

las necesidades de los jóvenes en la vida contemporánea. Por eso

deben estar informados de lo que ocurre en el mundo3 y relacionar-

se de manera directa y vital con las penas y aspiraciones de la masa

del pueblo. La conexión de su gremio con los otros movimientos de

trabajadores le permitirá cumplir con lo anterior, especialmente si

3 Dewey sugiere que pueden hacerlo estudiando literatura económica y socioló-gica, así como leyendo los diarios y periódicos en los que se expongan los hechos sociales (Dewey, 1961).

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se considera que la masa de los trabajadores depende para su edu-

cación de las escuelas públicas, siendo esta misma masa la que ha

hecho reclamaciones por la educación que necesitan a pesar de que

sus actividades son no-intelectuales.

el maestro y la lIbertad de educacIón

Otro de los factores esenciales propuestos por Dewey para explo-

rar el tema de la formación de maestros es la libertad de educación.

Para el filósofo de Burlington, “la educación no es una función que

se cumpla en el vacío, sino que la cumplen los hombres” (Dewey,

1961, p. 91), por ello la libertad de la educación es libertad de los

docentes, estudiantes y escuela, siendo esta última entendida como

medio de educación. Cabe anotar que en el enfoque deweyano la

“libertad de los docentes es una condición necesaria para la li-

bertad de aprendizaje por parte de los estudiantes” (Dewey, 1961,

p. 91).

Lo anterior supone que los programas de formación docente de-

ben tener como eje la preocupación por la liberación de facultades

de los educadores, lo anterior gracias a la aquiescencia de políticas

gubernamentales que consideren las libertades en la circulación de

información, acceso a la escuela y servicios de salud como elemen-

tos esenciales para hacer posible condiciones que propicien el cre-

cimiento de todos. Pero lo más importante en lo relacionado con

la libertad tiene que ver, como se sugirió líneas atrás, con el asunto

moral y con la inteligencia, ya que en muchas escuelas se busca “ce-

rrar el espíritu, la boca y los oídos de estudiantes y maestros a todo

aquello que no esté conforme con las prácticas y las creencias de la

clase privilegiada” (Dewey, 1961, p. 92).

La formación docente debe sujetarse a una idea de libertad como

asunto social y no como un derecho del individuo en particular. En

el centro de las instituciones formadoras de maestros la pregunta

por la manera en que se distribuye el poder y el tipo de relaciones

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sociales que genera, debe convertirse en punto esencial a trabajar

desde todos los frentes posibles, más aún si se quiere responder a

una propuesta democrática en la que las relaciones entre hombres,

mujeres y niños resulten equitativas y justas, bajo la óptica del pen-

sador norteamericano: “hoy, la libertad de enseñanza y aprendizaje

por parte de docentes y escolares es absolutamente necesaria para

que esa clase de ciudadanos genuinamente libres participe en las

reformas sociales sin las cuales la democracia perecería” (Dewey,

1961, p. 93). Se debe promover entonces la libertad de pensamiento

y expresión entre los educadores, de tal manera que hagan parte

de la libertad de educación. Este punto vincula fuertemente a las

sociedades al proceso educativo, ya que la libertad académica es

un problema social porque se encuentra estrechamente ligada con

lo que los futuros ciudadanos del país harán para concretar su des-

tino político y económico.

Ante semejante implicación, no le resulta sorprendente al autor

norteamericano que esta causa democrática –léase libertad acadé-

mica– resulte desvirtuada por aquellos que conocen su importancia,

por ello “no es paradójico afirmar que justamente a causa de la im-

portancia que reviste la libertad de educación, se la presenta como

algo que sólo interesa a los maestros como individuos” (Dewey, 1961,

p. 94). La única manera de lograr que en las escuelas y el sistema

escolar en general se ofrezca la capacitación adecuada a los jóvenes

para que encaren, de manera inteligente, las realidades de nuestra

vida, es estableciendo la legitimidad de la libertad académica de los

maestros como elemento esencial de las sociedades democráticas.

Para John Dewey sólo hay tres fuerzas que controlan la sociedad

que son: el hábito, la fuerza coercitiva y la acción dirigida por la inte-

ligencia (Dewey, 1961), siendo el primero una fuerza que opera gra-

cias a la costumbre pero que cuando entra en crisis abre paso a la

fuerza coercitiva, cuyos agentes son el resultado de una educación

defectuosa en la que no se ha hecho hincapié en la comprensión de

los hechos sociales y tampoco se ha explorado la necesidad del cam-

bio en las estructuras existentes. La acción inteligente es la única

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que le queda a la sociedad, especialmente a maestros y estudiantes,

quienes se preocuparán por la investigación y el estudio sobre las

fuerzas que operan en ésta y de los medios a utilizar para dirigirlas.

De lo expuesto se concluye que la formación de maestros debe

tener como elemento básico el diseño de estrategias o propuestas

en las que se estimule el fortalecimiento de todo aquello que bus-

que liberar el proceso educativo. Esta acción tiene como efecto la

necesidad de utilizar “métodos inteligentes y ordenados para dirigir

los cambios sociales inevitables hacia fines más justos, equitativos

y humanos” (Dewey, 1961, p. 95). Todo esto conduce a pensar so-

bre la importancia del método en la praxis educativa, aspecto que

se encuentra íntimamente relacionado con la naturaleza social de la

escuela misma en la que los maestros se ven abocados a elegir entre

dos visiones sociales: una que mira al pasado y otra que mira al

futuro. La primera se regodea en lo ocurrido, llegando a naturalizar

las divisiones sociales y defendiendo el statu quo; mientras que la

segunda se suma a las fuerzas científicas, técnicas e industriales del

presente, y se interesa por la libertad, seguridad y desarrollo cultu-

ral de las masas.

El método que debe articular la labor de formar educadores con

la acción educativa debe, a su vez, vincular las fuerzas y necesidades

de los individuos, proponerles formas de administración de ellas

a partir del diseño de planes o estrategias jaloneadas por fines al-

truistas; debe, además, propiciar el crecimiento de los individuos y

el colectivo, ahora relacionados de manera simbiótica, y permitirles

abrirse al futuro en el que los prejuicios que han sostenido ciertas

estructuras también sean revisados y eliminados.

el maestro y el sIstema educatIvo

El sistema educativo al que hace frente el maestro, según Dewey,

se asemeja a un patchwork donde lo viejo y lo nuevo convergen.

Hay muchos cursos y demasiados estudios y eso hace confuso el

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panorama educativo; esta situación se torna crítica si consideramos

que las sociedades industriales ejercen mayores presiones sobre una

escuela que solía responder a las demandas de las clases selectas de

sociedades más pequeñas.

Los cambios en los métodos de disciplina e instrucción se han

modificado ostensiblemente con estas demandas modernas. Las es-

cuelas de las grandes ciudades han agregado estudiantes de manera

inhumana a clases abarrotadas, acción que ha modificado profun-

damente la naturaleza de la enseñanza misma y la disposición de

los educadores a su trabajo, por ejemplo:

Los métodos aún son mucho más mecánicos que en el pasado, más que

en las pequeñas escuelas rurales. La peor cosa es que, aún en las escuelas

donde los pupilos no son tratados como robots intelectuales, su trato in-

dividual es estimulado más o menos al azar, en lugar de ser algo dirigido

(Dewey, 1991c, LW, XI, p. 163).

La responsabilidad de los educadores ante las nuevas generacio-

nes desorientadas de jóvenes estudiantes recién graduados de las

escuelas, cuya dirección laboral y personal resulta bastante confu-

sa, es tratar de prepararlos para que comprendan los problemas a

los que hacen frente las personas maduras y experimentadas. Las

escuelas deben ofrecerles las claves intelectuales y morales que les

permitan entender las dinámicas de su época, alejándose de cual-

quier postura que defienda fines disciplinares o experiencias en

las que se mecanicen los procesos de pensamiento de las nuevas

generaciones.

Los maestros deben planear las experiencias educativas sin pre-

tender que los estudiantes memoricen información o adquieran

formas mecánicas de resolución de problemas. Su función es lograr

que egresen de las escuelas y se ubiquen frente a lo que ellos apren-

dan sobre el mundo actual, se necesita pues que los individuos

tengan capacidad de pensar, de identificar problemas, relacionar

hechos y usar ideas, en suma, capacidad de discriminar críticamen-

te aquello que ocurre en el mundo.

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Las escuelas y los maestros existentes no ofrecen lo que John

Dewey señala como esencial. Se centran en presentar una masa de

cosas que el estudiante debe aprender y que, finalmente, sumergen

la habilidad de pensar que tienen los individuos al llegar a las es-

cuelas. Es por eso que cuando las personas han dejado la escuela, el

estado en que se encuentran es de pobreza crítica y de imposibili-

dad para hacer frente a las dificultades sociales.

Si los educadores y las escuelas, en general, quieren emprender

el camino de una reconstrucción del orden social, deben subvertir

sus formas de administración y planeación de lo educativo, resulta

insostenible que las escuelas y los educadores deban conformarse a

los deseos de las clases económicas dominantes. Administradores y

educadores deben cooperar entre sí para organizar un clima escolar

productivo en donde el centro no sea el diseño de syllabus para la

instrucción ni métodos que sostengan este carácter; las iniciativas

profesionales deben estar a la orden del día, quebrando así las ru-

tinas escolares mecánicas, pero bajo la línea de trabajo en la que se

busque que los estudiantes desarrollen su pensamiento.

Sólo el cambio en la educación permitirá cumplir con las de-

mandas de libertad que se encuentran en la vieja concepción de

democracia a partir de la que se fundó Estados Unidos y que John

Dewey presenta como un proyecto que se puede extender a nivel

mundial. El cambio en las mentes de las personas, en sus hábitos

de pensamiento, sus creencias, deseos y propósitos, esperanzas y

miedos, son los requisitos previos para lograr un cambio político

general y esto sólo es posible si se transforma la educación, esta

demanda es presentada por el filósofo norteamericano así:

A menos que las escuelas sean libres para producir estos cambios en las

creencias y propósitos; a menos que aquellos que conducen las escuelas,

administradores y maestros, tengan una total comprensión de la realidad

de los verdaderos ideales americanos; a menos que ellos puedan detectar

las falsas formas que enmascaran esos ideales; a menos que ellos perciban

los obstáculos económicos y políticos que actualmente impiden la reali-

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zación de las ideas originales de la igualdad y libertad democrática, los

cambios que necesariamente ocurrirán, llegarán en cualquier momento

acompañados con un máximo de violencia y, probablemente, con un de-

rramamiento de sangre (Dewey, 1991d, LW, XI, p. 170).

La educación es la manera de lograr las transformaciones mencio-

nadas al hacer posible el encuentro entre lo particular y lo colecti-

vo. Sólo una educación genuinamente libre creará las condiciones

para que los individuos aprendan de sus experiencias particulares

así como de las experiencias compartidas; lo harán de manera pací-

fica al observar cómo las energías de los individuos son canalizadas

para el bienestar social a través de escuelas que investigan libre-

mente, que diseñan su dinámica de trabajo en lo relacionado con la

enseñanza y el aprendizaje, y que son libres tanto en lo moral como

en lo intelectual.

El filósofo norteamericano insiste en que la labor de los educa-

dores no es comercial, en sentido contrario, a pesar de hablar de

empresa educativa, toda la acción escolar parte del hecho de que

las escuelas tienen algo valioso para ofrecer, pues lo que sucede es:

[…] que hay una necesidad social genuina para los valores ofrecidos y ésta

debe ser despertada para que llegue a convertirse en una demanda cons-

ciente. Los valores son diferentes habilidades, un cuerpo de conocimiento,

comida que alimenta el corazón, que da forma a los deseos e inspira obje-

tivos cálidos y duraderos, y cultiva la capacidad y la voluntad de pensar, de

investigar y juzgar (Dewey, 1991e, LW, XI, pp. 171-172).

El sistema educativo debe ofrecer los elementos que le permitan

a la sociedad mostrar un bello espectáculo de sí misma. Por eso

es importante revisar minuciosamente el crecimiento de la educa-

ción pública, el aumento de la población, la edad de los escolares, la

naturaleza de los estudios impartidos en las escuelas y las nuevas

demandas sociales que se hacen a los educadores. Al filósofo norte-

americano le preocupa que, a pesar de la expansión de lo educativo

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producto del crecimiento de la población, la escuela siga sostenien-

do su vieja estructura en la que se enseñaba a leer, escribir y contar

en los grados inferiores, mientras que en la secundaria y la univer-

sidad persista la división entre estudios clásicos cursados por pocos

y otros estudios que eran para el resto de estudiantes.

Las visiones educativas expuestas resultaban para el filósofo de

Burlington una realidad a la que debía hacer frente en su época,

quizá hoy también lo tengamos que hacer. Ambas propuestas apa-

recían entremezcladas a la base de los sistemas educativos existentes

y generaban todos los conflictos posibles para las mentes jóvenes

que estaban en el proceso inicial de su educación, por ejemplo:

El álgebra en la escuela secundaria puede ser un instrumento valioso

para el desarrollo del poder de pensar en términos abstractos, así como

una valiosa herramienta práctica podría ser garantizada. Pero tiene que

ser demostrado que este valor no será concretado con la introducción de

un pequeño número de concepciones algebraicas fundamentales; es difí-

cil explicar un curso de dos años dedicado a la materia, soportado en el

dominio de un tema particular por medio de la acumulación de informa-

ción. Lo que es verdad para el álgebra me parece que aplica para la mayor

cantidad de materias impartidas (Dewey,1991e, LW, XI, p. 178).

Para el pensador norteamericano tenemos en las escuelas un serio

conflicto, especialmente los educadores, entre los métodos que es-

timulan la competencia entre los individuos y aquellos que abogan

por el trabajo cooperativo. Asimismo, hay un conflicto entre las

concepciones de aprendizaje que se puede sintetizar de la siguien-

te manera: aunque en las propuestas teóricas los niños aprendan

a través de la experiencia, en la cotidianidad escolar se continúa

trabajando como si la mente de estos fuera algo que absorbiese de

manera pasiva un cúmulo de información que se facilita para su

consulta. Esta situación es la que hace necesario definir los fines

de la educación, especialmente para los educadores, que orienten

toda práctica escolar y evitar así continuar en la confusión produc-

to de la tensión entre las nuevas fuerzas y las antiguas.

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Si bien a la escuela no se le pueden asignar grandes responsa-

bilidades frente a la resolución de los problemas sociales, la inse-

guridad social y la vida institucional, sí se puede señalar que los

educadores son responsables de la inteligencia y el carácter con el

que hacen frente los estudiantes al salir de la escuela a enfrentar

los problemas de la época. Esta situación exige pues la unidad de

sentido del sistema educativo, sin ninguna excepción, aunque con

esta apreciación John Dewey no pretende obligar a educadores y es-

cuelas a cumplir un programa, sino que sugiere que se establezcan

alianzas entre las diferentes tendencias que operan en la sociedad

y en las escuelas para lograr una propuesta educativa sólida, sobre

este punto el autor señala lo siguiente:

They are, it seems to me, the increased attention given to activity, as against

mere passivity and absorption, to experimentation, and to participation.

And just these things are the newer movements which give the clew to uni-

fied direction of efforts to reorganize the entire educational scheme into a

consistent working whole. These principles are our allies, and everything

in the school, whether in the way of socalled studies, methods, discipline,

or administration, that stands in the way of the victory of these forces are

the enemies of attaining the needed unification (Dewey, 1991e, LW, XI,

p. 180).

El punto es que la propuesta deweyana exige tomar una decisión

radical frente al sentido que se otorga a la educación. Los educa-

dores cumplen un rol esencial en este acto de valentía que busca

revolucionar la educación en todos los sentidos; momento de cam-

bio en cuyo centro se encuentra la idea de tomar las fuerzas con

que cuenta la sociedad y ponerlas a funcionar en niveles mayores,

de tal modo que afecten positivamente a un mayor número de la

población.

John Dewey no es ingenuo cuando nos presenta su propuesta

educativa y política, en sus obras manifiesta la existencia de modos

de asumir la educación y los fines de ésta que se alejan bastante de

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sus aspiraciones y nuevas metas. Quizá esté un poco de acuerdo

con la propuesta de Sthur (2003), uno de los críticos actuales de

la propuesta deweyana, quien plantea que su concepción radical

de crecimiento como forma democrática de vida no ha tenido la

suficiente acogida en el seno de muchas propuestas educativas y,

probablemente, el mismo John Dewey se percató de ello y decidió

enfocarse en el desarrollo de un aparato operativo que lo hiciese

posible.

Creo que en la voz de Stuhr hay una opción, quizá muchas más,

para un enfoque como el desarrollado en este trabajo y es que llevar

a nuestras agendas la propuesta del filósofo de Burlington requiere

dar un paso más allá de la escuela, las organizaciones académicas,

los largos debates al interior de estas instituciones y el sinnúmero

de textos producidos. El reto para nosotros, especialmente para mí,

en palabras de Stuhr es que: “frente a muchos problemas y difi-

cultades para el éxito, esta sigue siendo la tarea educativa más im-

portante, una labor realmente titánica, para aquellas personas que

profesen un nuevo pragmatismo en el milenio después de Dewey

(Stuhr, 2003, p. 21).

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referencIas

fuentes prImarIas

La obra completa de John Dewey ha sido editada por Jo Ann Boydston: The Collec‑

ted Works of John Dewey 1882‑1952, Southern Illinois University Press, Car-

bondale, 1969-1991, en treinta y siete volúmenes. A continuación solamente

relaciono el nombre del autor, el año de publicación del libro o artículo, el

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Secretaría de Educación PúblicaAurelio Nuño Mayer Secretario de Educación Pública

Salvador Jara Guerrero Subsecretario de Educación Superior

Universidad Pedagógica NacionalTenoch Esaú Cedillo Ávalos Rector

Ernesto Diaz Couder Cabral Secretario AcadémicoRomel Cervantes Angeles Secretario AdministrativoAlejandra Javier Jacuinde Directora de Planeación

Juan Acuña Guzmán Director de Servicios JurídicosFernando Velázquez Merlo Director de Biblioteca y Apoyo Académico

Xóchitl Leticia Moreno Fernández Directora de Unidades upnAmérica María Teresa Brindis Pérez Directora de Difusión Cultural y Extensión Universitaria

Coordinadores de Área AcadémicaLucila Parga Romero Política Educativa, Procesos Institucionales y Gestión

Jorge Tirzo Gómez Diversidad e InterculturalidadElsa Lucía Mendiola Sanz Aprendizaje y Enseñanza en Ciencias, Humanidades y Artes

Enrique Agustín Reyes Gaytán Tecnologías de Información y Modelos AlternativosMónica Angélica Calvo López Teoría Pedagógica y Formación Docente

Comité Editorial upnTenoch Esaú Cedillo Ávalos Presidente

Ernesto Diaz Couder Cabral Secretario EjecutivoAmérica María Teresa Brindis Pérez Secretaria Técnica

Vocales académicosCarlos Lagunas Villagómez

María Guadalupe Díaz TepepaAna Lidia Magdalena Domínguez Ruiz

Verónica Hoyos AguilarMaría del Rosario Soto Lescale

Martín Antonio Medina Arteaga

Vocales académicos externosJudith Orozco Abad

Raúl ÁvilaRodrigo Muñoz Talavera

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Esta primera edición de Deliberar con John Dewey: Ciencias sociales y

educación, estuvo a cargo de la Subdirección de Fomento Editorial, de

la Dirección de Difusión y Extensión Universitaria, de la Universidad

Pedagógica Nacional y se terminó de imprimir el 18 de diciembre de

2015 en Litografía Mier y Concha, Cadaqués núm. 69, col. Cerro de

la Estrella, del. Iztapalapa, CP 09860, México, DF. El tiraje fue de 500

ejemplares.

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