del verbo hablar - ministerio de agricultura,pesca y

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DEL VERBO HABLAR Un texto y una charla son dos cosas di- ferentes. El que lee ante un auditorio ape- nas si tiene oportunidad para controlar la reacción de sus oyentes. En los pasajes difí- ciles lo más que puede hacer es detener el ritmo, pronunciar con más esmero y mati- zar la entonación para recalcar el sentido. En caso extremo, incluso, repetirá el párrafo o la frase. La realidad es que si el confe- renciante se limita a leer no logra estable- cer contacto personal con la concurrencia, condición indispensable para convencer. Para los oyentes de una lectura todo lo que no es comprendido en el acto se pierde. Y cuando un eslabón de la cadena concep- tual se pierde es muy difícil sacar provecho de las argumentaciones posteriores. Hablar al auditorio, o mejor, con el audi- torio, es otra cosa. Todas las reuniones tie- nen por objeto hacer reaccionar a los asis- tentes de alguna manera. Para lograrlo basta, a veces, formular lo que la concurrencia sien- te confusamente. Se trata, entonces, de dar forma a un sentimiento, impreciso todavía en el auditorio, indicándoles seguidamente la manera lógica de actuar. Otras veces el objetivo es que el auditorio se apropie de unos conocimientos o sepa los datos de una determinada experiencia. Se 172 trata de informaciones completamente objeti- vas o puramente técnicas. En uno u otro caso, el que habla puede detenerse en los pasajes complicados de su exposición e in- cluso extenderse exponiéndolos repetidas ve- ces, de distinta forma, hasta asegurarse de haber conectado con su auditorio. En efecto, es necesario observar continua- mente al auditorio para captar sobre la ex- presión de sus rostros, tanto las dudas in- cipientes, como los signos de confusión, de reprobación o de asentimiento para adaptar las argumentaciones y el tono en la conti- nuación de la charla. Hay que detectar cuándo algún sonido o imagen son generadores de malentendidos. Es necesario que las cuestiones sean enfo- cadas y debatidas bajo todos los aspectos, de modo que todos los puntos oscuros sean aclarados, las experiencias sopesadas, las dudas disipadas y los conocimientos y deci- siones grabados tan profundamente en los espíritus como sea posible. Por otra parte, el auditorio debe también tomar parte activa en las intervenciones ora- les. Por eso hay que dejar tiempo siempre para coloquios que permitan a los oyentes dar su opinión y exponer de manera ordena- da sus ideas.

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DELVERBOHABLAR

Un texto y una charla son dos cosas di-ferentes. El que lee ante un auditorio ape-nas si tiene oportunidad para controlar lareacción de sus oyentes. En los pasajes difí-ciles lo más que puede hacer es detener elritmo, pronunciar con más esmero y mati-zar la entonación para recalcar el sentido.En caso extremo, incluso, repetirá el párrafoo la frase. La realidad es que si el confe-renciante se limita a leer no logra estable-cer contacto personal con la concurrencia,condición indispensable para convencer.

Para los oyentes de una lectura todo loque no es comprendido en el acto se pierde.Y cuando un eslabón de la cadena concep-tual se pierde es muy difícil sacar provechode las argumentaciones posteriores.

Hablar al auditorio, o mejor, con el audi-torio, es otra cosa. Todas las reuniones tie-nen por objeto hacer reaccionar a los asis-tentes de alguna manera. Para lograrlo basta,a veces, formular lo que la concurrencia sien-te confusamente. Se trata, entonces, de darforma a un sentimiento, impreciso todavíaen el auditorio, indicándoles seguidamentela manera lógica de actuar.

Otras veces el objetivo es que el auditoriose apropie de unos conocimientos o sepa losdatos de una determinada experiencia. Se

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trata de informaciones completamente objeti-vas o puramente técnicas. En uno u otrocaso, el que habla puede detenerse en lospasajes complicados de su exposición e in-cluso extenderse exponiéndolos repetidas ve-ces, de distinta forma, hasta asegurarse dehaber conectado con su auditorio.

En efecto, es necesario observar continua-mente al auditorio para captar sobre la ex-presión de sus rostros, tanto las dudas in-cipientes, como los signos de confusión, dereprobación o de asentimiento para adaptarlas argumentaciones y el tono en la conti-nuación de la charla.

Hay que detectar cuándo algún sonido oimagen son generadores de malentendidos.Es necesario que las cuestiones sean enfo-cadas y debatidas bajo todos los aspectos,de modo que todos los puntos oscuros seanaclarados, las experiencias sopesadas, lasdudas disipadas y los conocimientos y deci-siones grabados tan profundamente en losespíritus como sea posible.

Por otra parte, el auditorio debe tambiéntomar parte activa en las intervenciones ora-les. Por eso hay que dejar tiempo siemprepara coloquios que permitan a los oyentesdar su opinión y exponer de manera ordena-da sus ideas.

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BLA, BLA, BLA

A veces, cuando se comenta la actuaciónde un orador se oye decir, «¿fulano?; ya sesabe: bla, bla, bla». No hay demasiados sus-tantivos en español que acaben en bla. Ta-bla, niebla, cobla, puebla, nubla, rambla ypocos más. Por eso, tal modo de calificardebe ser el resultado de convertir la tercerapersona del presente de indicativo del verbohablar en onomatopeya: «fulano habla, ha-bla, habla, bla, bla, bla».

Cada intervención del educador ante ungrupo de personas, ya sea en una demos-tración o en una charla, es comparada, cri-ticada, comentada o ignorada por cada oyen-te, que siempre juzga y estima valorando laactuación. El oyente sopesa cada interven-ción contrastándola con sus propios nivelesde apreciar las cualidades, tal como ustedmismo percibe si él le está escuchando.

Presentar un tema es como tirar una flechaal aire. Su auditorio se alegrará si usted daen la diana. Se mofarán si falla o es posibleque les salga el tiro por la culata si usted haestado observándoles y rectifica su manerade apuntar al blanco. Esta respuesta de laconcurrencia es en alguna forma necesariapara el éxito de la intervención ante el audito-rio. Algunos oradores ignoran este hecho yhablan con falta de atención hacia los oyentes.

Psicológicamente cualquier auditorio retasilenciosamente al presentador con expresio-nes como «bien, aquí estoy, gáneme con susideas, convénzame de algo». Pues bien, heaquí diez puntos que debe usted tener encuenta cuando se dirija a un grupo de per-sonas:

1. Conocer a su auditorio. No se tratatanto de saber cuántos hombres o mujereslo componen o sus edades como conocerlos tipos de experiencia de sus componentesy distinguir lo que el grupo tiene en común.

2. Despertar interés y deseo por saber loque se va a decir, enseñar o demostrar. Unbuen extensionista hace que sus oyentes

queden gratamente sorprendidos y satisfe-chos al conseguir lo que se les ofreció. Esbueno involucrar al auditorio en el desarro-llo del tema desde el principio.

3. ¿Hablar simplemente o visualizar ade-más? He aquí una gran pregunta que hayque contestar para cada parte de la diserta-ción y, desde luego, visualizar en lo posible.

4. Después de una cuidadosa selecciónde las ayudas visuales, a usted le atañe usar-las bien, por ejemplo, en un plano superior alde la vista del auditorio. Y las ayudas visua-les deben engranar, naturalmente con la charla.

5. Actuar con naturalidad, sencillez y sincomplicaciones. A veces estamos tan obse-sionados con simplificar lo complejo quecomplicamos lo simple y lo fácil.

6. Las razones o propuestas positivas ynegativas pueden conjuntarse con eficaciacomo elementos de argumentación. Sin em-bargo, las positivas son usualmente mejores.

7. Desafiar al auditorio con alguna pre-gunta o proposición. Hay que hacer trabajarun poquito la imaginación de los oyentes.Manténgales despiertos. Hágales participarcon la mente en lo que usted dice.

8. Nunca perturbe al auditorio con fallosmecánicos y menos justificándose o discul-pándose de los mismos. Un orador avispadono pone nunca de manifiesto sus propios fa-

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llos. Cuando sucedan sabrá orientarlos consentido del humor y poner de relieve su habi-lidad para resolver los accidentes imprevisi-bles. Y por supuestc no eche a nadie la cul-pa de sus fallos y discúlpese con humildadsincera si se los descubren.

9. No moleste al auditorio con la prepa-ración de ociosos detalles. Vaya al grano.

10. Controlar el tiempo es muy, muy im-portante. Hay ayudas visuales o frases quedeben aparecer o decirse con precisión desegundos. Además hay que ser dueño deltiempo, sobre todo para acabar con oportu-nidad porque «pasarse» es peligrosamentearriesgado. Vale más dejar al auditorio condeseo de un poquito más.

LOS MALOS OYENTES

Por su parte, también los oradores califi-can al auditorio tildándole con calificativosque van desde la tímida justificación anímicahasta el duro reproche. Desde el «están algo

inquietos» o «dormidos», hasta el «tienenculo de mal asiento» o «están que muerden».

Pero seamos sinceros con nosotros mis-mos. Los oyentes de una charla, los asis-tentes a una reunión serán buenos oyentesen la medida que seamos capaces de ganarsu atención. Estarán tan atentos como nues-tra habilidad sepa captar su interés. Seráncorrectos siempre que les expongamos el te-ma con el respeto que se merecen.

A continuación se transcribe un cuestiona-rio de diez preguntas que ha sido adaptadode un trabajo de R. Nichols y L. A. Stevens,tomado de la revista «Collier's» de 25 de ju-lio de 1953. Se titula «Cómo escuchar» y di-ce así:

«Escuchar bien es un arte. Cualquiera pue-de adquirirlo con un poco de concentra-ción y práctica. Aquí presentamos la maneracon que usted puede reconocer sus propiosdefectos para que procure evitarlos. Lea cadapunto y señale la respuesta con que ustedcontesta a cada pregunta.

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Preguntas Respuestas

1. 0 La ciencia dice que usted piensa casi cuatro veces másaprisa que le habla una persona, normalmente. ¿Utilizausted este exceso de tiempo en dar vueltas a sus pen-samientos mientras asiste a una reunión? SI NO

2.° Cuando alguien habla, ¿escucha usted más las simplespalabras, que los hechos con las ideas que representan? SI NO

3.° ¿Le previenen a usted ciertos modales, la indumentariao la pronunciación contra el que habla, de manera queno pueda usted escuchar objetivamente lo que le esta-ban diciendo? SI NO

4.° Si usted está perplejo por lo que alguien dice, ¿intentaaclarar inmediatamente su propio pensamiento, inte-rrumpiendo al que habla? SI NO

5.° Si a usted le molesta o le parece que le costaría tiempoy esfuerzo comprender lo que le dicen, ¿se marcha us-ted para no oír hablar de ello? SI NO

6.° ¿Gira usted sus pensamientos deliberadamente a otrosasuntos cuando piensa que el orador habla con des-gana? SI NO

7.° ¿Puede usted adivinar, por la rebuscada elocuenciadel que habla que no va a valer la pena lo que diga? SI NO

8.° Cuando usted asiste a una reunión, ¿intenta hacer queel orador piense que usted está prestando atención,cuando, en realidad, se aburre? SI NO

9.° Cuando está escuchando a alguien, ¿se distrae ustedfácilmente por sonidos o espectáculos exteriores? SI NO

10.° Si quiere recordar los datos que dicen en una reunión,¿piensa usted que es una buena idea escribirlo mien-tras el orador sigue hablando? SI NO

Si contesta usted «no» a todas las pre-guntas, entonces es usted una persona ex-traordinaria —el perfecto oyente—. Cada res-puesta sí, representa que es usted culpablede una costumbre característica del mal oyen-te. Consecuencia: cuando hable a algún gru-po de personas, procure que nadie de losque le escuchan tenga motivos para contes-tar «si» a las preguntas reseñadas.»

Y... PUNTO

El éxito o el fracaso de una reunión de-pende muy a menudo de las cualidades de

la persona que la organiza, la conduce y ac-túa en ella. Entre las cualidades del oradorhay que citar la claridad, la concisión, elrigor, la amenidad, y tantas otras.

Aparte de la destreza para el desarrollo desu propia charla, deberá tener habilidad paradar participación a la concurrencia. Este ar-te incluye tanto el hacer salir a los tímidosde su reserva como reducir a los oradoresinfatigables. Y, por supuesto, controlarse así mismo para no ser calificado también deinfatigable o de bla, bla, bla.

José Mas Candela

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