del régimen hispánico. estudios sobre la conquista y el orden virreinal peruano del libro sanchez...

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Presentación de Del Regimen Hispánico, de Rafael Sánchez-Concha CC PUCP, Jueves 5 de setiembre 2013 Quiero agradecer la amable invitación del autor para participar de la presentación de su última obra de la que quiero hacer referencia sirviéndome de tres conceptos: Dos de ellos, presentes en el libro y que lo recorren como un hilo conductor, y otro que, al estar ausente me ha hecho levantar preguntas conducido por la erudita pesquisa y descripción hecha por Rafael en esta interesante compilación de artículos que reflejan una unidad no sólo temática, sino de posición intelectual. Me refiero al debate que el autor abre al proponernos hablar de un "régimen hispánico" y no "colonial". Es desde esta toma de posición que quiero comunicarles mi interesada lectura del libro que hoy presentamos. Partiré pues, de la segunda parte del libro. En ella pude percibir con nitidez los mencionados dos conceptos que ahora quiero hacer explícitos: "orden" e "hispánico". 1. “Orden” Una idea que recorre los artículos presentados en Régimen Hispánico es aquello que en el medioevo era concebido como el Ordo, término que puede definir el ideal subyacente al sistema de la época que reconstruye Sánchez-Concha. El concepto de Orden está simbólicamente asociado a la imagen aristotélica de un organismo corpóreo, modelo que se visibiliza en una sociedad corporativa donde el equilibrio reposa en el hecho de que cada parte respeta y acepta su lugar en el conjunto, ya que sabe que de ello depende el buen funcionamiento del todo. Como sabemos el modelo es propiamente el Aristotélico-tomista, y es desde las aulas en que se imparte la escolástica, en la Real Universidad de San Marcos, así como en el Colegio San Pablo, que la conciencia de un orden se hace concreta en las distintas corporaciones que conforman la sociedad, en última instancia, pálido reflejo del paradigma del cuerpo místico de Cristo. Debo resaltar el recurso a fuentes importantes de la teorización proveniente de la Segunda Escolástica, aquella que, elaborada en los claustros salmantinos, llegó a evolucionar el pensamiento de la época, dando lugar a una verdadera Teología política, al vaivén de las inquietudes antropológicas y filosóficas que el Nuevo Mundo levantaba entre los eruditos de aquellos tiempos. Sánchez-Concha

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Page 1: Del Régimen hispánico. Estudios sobre la Conquista y el Orden virreinal peruano del Libro Sanchez Concha

Presentación de Del Regimen Hispánico, de Rafael Sánchez-ConchaCC PUCP, Jueves 5 de setiembre 2013

Quiero agradecer la amable invitación del autor para participar de la presentación de su última obra de la que quiero hacer referencia sirviéndome de tres conceptos: Dos de ellos, presentes en el libro y que lo recorren como un hilo conductor, y otro que, al estar ausente me ha hecho levantar preguntas conducido por la erudita pesquisa y descripción hecha por Rafael en esta interesante compilación de artículos que reflejan una unidad no sólo temática, sino de posición intelectual. Me refiero al debate que el autor abre al proponernos hablar de un "régimen hispánico" y no "colonial". Es desde esta toma de posición que quiero comunicarles mi interesada lectura del libro que hoy presentamos.Partiré pues, de la segunda parte del libro. En ella pude percibir con nitidez los mencionados dos conceptos que ahora quiero hacer explícitos: "orden" e "hispánico".

1. “Orden”Una idea que recorre los artículos presentados en Régimen Hispánico es aquello que en el medioevo era concebido como el Ordo, término que puede definir el ideal subyacente al sistema de la época que reconstruye Sánchez-Concha. El concepto de Orden está simbólicamente asociado a la imagen aristotélica de un organismo corpóreo, modelo que se visibiliza en una sociedad corporativa donde el equilibrio reposa en el hecho de que cada parte respeta y acepta su lugar en el conjunto, ya que sabe que de ello depende el buen funcionamiento del todo. Como sabemos el modelo es propiamente el Aristotélico-tomista, y es desde las aulas en que se imparte la escolástica, en la Real Universidad de San Marcos, así como en el Colegio San Pablo, que la conciencia de un orden se hace concreta en las distintas corporaciones que conforman la sociedad, en última instancia, pálido reflejo del paradigma del cuerpo místico de Cristo. Debo resaltar el recurso a fuentes importantes de la teorización proveniente de la Segunda Escolástica, aquella que, elaborada en los claustros salmantinos, llegó a evolucionar el pensamiento de la época, dando lugar a una verdadera Teología política, al vaivén de las inquietudes antropológicas y filosóficas que el Nuevo Mundo levantaba entre los eruditos de aquellos tiempos. Sánchez-Concha cita a Santo Tomás, Juan de Solórzano y Pereira, Diego de Encinas, quienes a su vez nos retornan a los viejos esquemas platónico-aristotélicos del orden del mundo; a través del análisis de la idea de "República" o de la noción de "miserabilidad" aplicada al indígena, o de la descripción de la organización de las cofradías, el autor nos da cuenta de un "sistema" que se sostenía en una proyectada armonía de un macrocosmos en el que "todo tenía un lugar"; el desplazamiento del lugar ocupado en el sistema podía ser ocasión de trastornos, de una inversión del mundo, y por ende del caos. El análisis del carácter corporativo de la sociedad virreinal realizado por Sánchez-Concha nos hace ver en imagen especular, cómo nuestro actual sistema democrático aun no encuentra la solución a la tensión que le significa hacer compatible el valor dado en la modernidad secularizada a la autonomía del individuo con la necesidad del Bien común como fundamento de todo proyecto de vida. Esta es la fuente de tantos debates contemporáneos en la ética discursiva de Habermas, el comunitarismo de Charles Taylor, o en el retorno de las Virtudes propuesto por Alsadair McIntyre. Las descripciones de la organicidad del cuerpo social virreinal en el mundo que Sanchez Concha denomina Hispánico nos reflejan que lo que hoy no se resuelve, aun con tensiones, mantenía un equilibrio en ese ideal de concordia concors que años atrás trabajara Maravall al describir el orden barroco. En el, bajo una perspectiva que podríamos llamar "providencialista" cada parte del cuerpo

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social tenía su razón de ser por una voluntad divina que trascendía el interés individual y conminaba al sujeto a asumir su identidad corporativa como fundamento de la coherencia del sistema. 2. “Hispanismo” Este término, da cuenta de un origen, el español. Con él, se nos introduce en un universo donde el lugar que ocupan los individuos (no atomizados, sino pertenecientes a cuerpos del sistema, tal y como nos lo deja ver Rafael) responde a una lógica que es heredera de la hidalguía hispana. Esta no es solo dada por una raigambre perdida en el tiempo y que hace del hidalgo o del noble una suerte de paniaguado inútil o un niño bien de los que estamos acostumbrados a ver en la ficción o en la realidad, desconectado de la realidad y cuya cuchara de plata le sirve de espejo para contemplarse y anonadarse del entorno. Una genealogía puede dar pie a lustrar más esa cuchara de plata pero también puede dar pie a pensar que el hidalgo o el hombre de bien, carga encima de si una responsabilidad, la que su sangre le da para estar al servicio no solo de su país, sino de la vida que le ha sido dada como don. Es el caso del padre Alonso de Messia, de quien el autor nos transmite una erudita exploración de sus raíces y de sus conexiones familiares todas ellas hablando de ancestros que cumplieron un deber cívico y que su herencia les condujo a un sentido de deber en el que en el caso del jesuita, lo llevó a entregar su vida al servicio de las castas marginadas, como buen discípulo que fue del venerable Francisco del Castillo. La pregunta es de qué manera debemos entender este sentido jerárquico del Régimen hispánico. Pienso que el énfasis que el autor coloca en el vínculo que existe en esta aristocracia local con la pertenencia a una práctica religiosa, podría ser tildada hoy en día de una perspectiva conservadora, claro está, pero a mi juicio, manifiesta algo con raíces en la historia de la Iglesia católica: son las élites las que debían probar que la práctica espiritual es el medio que conduce al fin último al que se puede aspirar, y es a través de esas prácticas que ellas demuestran la pertinencia de su filiación y de su estirpe. Cofradías, prácticas devotas, beneficios dados a Ordenes, las que a su vez se encargaban de montar obras de misericordia, etc. El ideal de simplicidad rústica de la que hacían gala los romanos de bien, sigue como hilo conductor esta tradición en Occidente cristiano, y que, al contemplarla a la distancia nos hace pensar cuán distante estamos hoy en día, de contar con una elite que siendo cristiana, considere auténticamente los viejos valores de la tradición.

Ahora bien, el tercer concepto que quiero evocar no está presente en el texto de Rafael y ello da cuenta de una opción, que repito, abre puertas a un debate. Se trata del término "colonial". En principio quiero anotar que como dice el autor, no podemos aplicar categorías de dominación o de resistencia para la época en que ello se vivió. Sin duda, pero sí creo que a la luz de la crítica histórica y de la autocrítica de la misma institución eclesial, debemos reconocer que este sistema aparentemente ordenado en la medida en que cada parte del cuerpo era consciente de "su lugar" (en una lógica de casta) contenía ya el germen de una subalternización de la cual el Perú de hoy vive sus consecuencias y no siempre de manera pacífica. Decir "colonial" atestaría pues, una posición en la que el punto de vista del observador se sitúa desde el presente y considera el pasado como una suerte de interlocutor. Entiendo que la elección de "Hispánico" haciendo además una hermenéutica del texto, opta por asumir el punto de vista del sujeto del estudio; así, Rafael en ocasiones en su vocabulario, estilo y perspectiva, se coloca en el lugar de aquellos personajes y situaciones que nos describe además, con pluma elegante y no exenta de respetuosa ironía.

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Para finalizar, quiero concluir mi comentario con un artículo que me ha parecido central y que nos describe gráfica y sintéticamente las nociones de Orden e Hispanidad y que además, dan cuenta de lo que daría pie a argumentar, el modo en que el Régimen Hispánico es además -a mi juicio personal-, colonial pues desde el enfoque de la historia de la espiritualidad encontramos nítidamente este sistema como sostenido por un paradigma de origen espiritual. Me refiero al complejo y fascinante tema del robo de la eucaristía. La narrativa es aparentemente simple: un truhán, hijo natural de un noble, es autor del robo de un Copón -no un cáliz- de plata; al confesar su crimen a un sacerdote, menciona que las hostias las había enterrado en un terreno en extramuros. El incidente moviliza a toda la población, a todos los miembros de este cuerpo de la República y concluye con el desentierro de las hostias consagradas y una pacificación inmediata de la población aterrorizada. Sánchez Concha deshilvana todos los hilos que componen este tapiz mostrándonos entre otros elementos, el contexto de la guerra de Secesión, que habría exacerbado más los ánimos contra los adversarios de a la fe católica, así como otros eventos anejos de profanación que habrían poblado el imaginario de aquel entonces. Este evento nos da cuenta de cómo la carga simbólica inherente de manera natural de la Eucaristía se ve incrementada por la dimensión trágica -y quizá surrealista para nuestros ojos secularizados- en una atmósfera barroca, en la que la transgresión a lo sagrado desdibuja los límites del orden temporal, dando lugar a una suerte de experiencia liminal, subversiva de dicho orden y que trastoca los fueros (dando pie, por ejemplo, a un conflicto entre la audiencia y la Inquisición). ¿Es un hurto o es algo más que un robo? ¿Es un hecho delictivo que amerita una sanción civil o aquí hay "algo más" algo que atañe a un discernimiento espiritual para entender mejor el alma del ladrón, quizá víctima de fuerzas sobrenaturales y que actuaron a despecho del sujeto? Etc.

Ciertamente no se trata de un evento de sutilezas teológicas propias de los debates en San Marcos o en San Pablo; pero lo cierto es que el robo del Cuerpo de Cristo representaba para todos los miembros del cuerpo de la república de españoles, una crisis de la "Realidad" (en sentido escolástico clásico) de todas las explicaciones vehiculadas en sermones, prédicas callejeras, catequesis, etc. No olvidemos que el universo religioso cubría una buena parte de los lenguajes cotidianos, y si bien no todos podían hacer alambicadas reflexiones teológicas, me parece que el nivel promedio de conocimiento de la fe cristiana, para aquel entonces, era bastante mayor que el del promedio actual, en el que los creyentes viven confundidos por muchísimos más juegos de lenguaje paralelos que menguan o enredan el sentido del discurso de la fe. En consecuencia, es altamente probable que lo que vivieron los limeños en una situación como la narrada en el robo de la eucaristía, fue una experiencia vivida con la misma intensidad por distintos estamentos, castas y corporaciones. El atentado contra el cuerpo de Cristo era la banalización del núcleo simbólico, del eje de todo este Orden. Era natural que el pánico se apoderase de todos y que el temor por una subversión del mundo paralizara el devenir de lo cotidiano.

En este sentido creo que no podríamos evitar percibir que el sistema hispánico, soportado por este sistema de creencias tan literalmente extraído de un esquema aristotélico, tomista y dionisiano, haya sido el corazón de lo que podríamos llamar una situación colonial de tipo trascendental. Es decir, la misma idea de que el mundo podía ser castigado por la profanación del cuerpo de Cristo, refleja a todas luces la introyección de una relación amo y esclavo. Mundo en el que Dios opera benéficamente siempre y cuando el orden y las jerarquías estuviesen firmemente custodiados. Cuando este orden es infringido, tal y como se muestra en este episodio, se produce la ira de Dios. El sujeto actúa no por un mero respeto, sino que el orden aquí nos revela también su cara oculta: un

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temor reverencial que colinda con el miedo a la divinidad no es precisamente aquello que surge del Dios misericordia del Evangelio.

Este relato descrito y analizado por el autor nos da quizá una de las claves para entender un sistema en el que una determinada manera de entender la dimensión divina lo conminaba a una colonización de las mentes de los creyentes, y con la cual éstos no establecían una relación propiamente filial sino subalternizada, mediada por un temor a la condena que podía, en muchos casos, fungir de paradigma de dominación para aquellos que cínicamente querían beneficiarse de este sistema de creencias.

Con esto no quiero negar la veracidad de sentimientos devotos y religiosos de muchos que sostuvieron este sistema; como el autor, creo que no podemos juzgar ni entender desde nuestra perspectiva secularizada el sentimiento genuino de fervor auténtico que también existió, sin duda. Pero de otro lado, tampoco podemos negar, desde la óptica de una historia critica de la espiritualidad cristiana, que un régimen en el que muchos no eran conscientes de su carácter eminentemente excluyente, no era precisamente un régimen propiamente cristiano.

La pregunta es si pese a los supuestos cambios en la conciencia moderna, los progresos y las evoluciones, los sistemas ulteriores permiten una mayor fidelidad al mensaje cristiano. No me corresponde responder aquí a esta pregunta pero lo cierto es que la lectura del Régimen Hispánico de Rafael Sánchez Concha es, para un peruano cristiano e ilustrado de nuestra época, una referencia indispensable para formularse esta y otras inquietudes similares e indagar por los escenarios de la fe a través de nuestra historia que tan bien retrata el autor y que nos lanza a imaginarios posibles. Quiero de nuevo agradecer a Rafael por su importante lectura de un periodo que por absurdos sentimientos anacrónicos, no siempre ha sido apreciado de manera objetiva en los últimos años. Espero que con la misma honestidad y convicción su ejemplo sea seguido por las nuevas generaciones de historiadores.