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E / = DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICASEPTIEMBRE-OCTUBRE DE 2015 537 538 La historia que cuenta Deaton debe darnos a todos motivos para no perder el optimismo DAVID LEONHARDT

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D E L F O N D O D E C U L T U R A E C O N Ó M I C A � S E P T I E M B R E - O C T U B R E D E 2 0 1 5

537538

La historia que cuenta Deaton debe darnos a todos motivos para

no perder el optimismo— DAV I D L E O N H A R D T

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EDITORIAL

Un punto de esa distanciaR O C Í O C E R Ó N

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Acertijos y paradojas: una vida dedicada a la economía aplicadaA N G U S D E A T O N

A través de la oscuridad y hacia un mejor futuroA N G U S D E A T O N

Estados débiles, países pobresA N G U S D E A T O N

Sobre ponderaciones y errores de programación: ¿extraña coincidencia o ensayo general?A N G U S D E A T O N

Un optimista disparatadoD A V I D L E O N H A R D T

CAPITELNOVEDADESBreve historia del libro electrónicoE R N E S T O P R I A N I S A I S Ó

E I S A B E L G A L I N A R U S S E L L

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José Carreño Carlón

DI R EC TO R G EN ER AL D EL FCE

Tomás Granados Salinas

DI R EC TO R D E L A GACE TA

Javier Ledesma Grañén

J EFE D E R EDACCI Ó N

Martha Cantú, Adriana Konzevik,

Susana López, Alejandra Vázquez

CO N S E J O ED ITO RIAL

León Muñoz Santini

ARTE Y D IS EÑ O

Andrea García Flores

FO R MACI Ó N

Ernesto Ramírez Morales

VERS I Ó N PAR A I NTER N E T

Impresora y Encuadernadora

Progreso, sa de cv

I M PR E S I Ó N

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La Gaceta del Fondo de Cultura Económica

es una publicación mensual editada por el Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227,

Bosques del Pedregal, 14738, Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor responsable: Tomás Granados Salinas. Certifi cado

de licitud de título 8635 y de licitud de contenido 6080, expedidos por la Comisión Califi cadora de Publicaciones y Revistas

Ilustradas el 15 de febrero de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Económica es un nombre registrado en el Instituto

Nacional del Derecho de Autor, con el número 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Postal,

Publicación Periódica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Económica. ISSN: 0185-3716

I LUS TR ACI Ó N D E P O RTADA : LEÓ N M U Ñ OZ SANTI N I Y AN D R E A GARCÍA FLO R E S

En el Fondo estamos de fiesta por la concesión este año del Premio en Ciencias Económicas del Banco de Suecia en Memoria de Alfred Nobel, mejor conocido como Premio Nobel de Economía, a Angus Deaton, de quien acabamos de publicar El Gran Escape. La larga trayectoria de este académico nacido en Escocia poco después de terminar la segunda Guerra Mundial lo ha colocado en miradores privilegiados para estudiar el consumo, la salud, la desigualdad, tanto desde el plano teórico

como desde la dificultosa confrontación con los datos de la realidad. Econometrista de trapío, no le ha gustado la comodidad de los índices y demás inventos teóricos para tratar de entender cómo la gente reacciona ante la inflación o ante cambios en su ingreso, y siempre ha procurado que el conocimiento económico repercuta en la vida real a través de la política gubernamental. Este número de La Gaceta es por un lado un breve homenaje a su vida profesional y por otro un escaparate para que sus lectores en español conozcan con mayor profundidad su ruta vital, sus campos de batalla, su modo de abordar el áspero tema de la desigualdad y el más ameno de las mejorías en materia de salud, temas centrales del libro con que Deaton entró al catálogo del Fondo.

Dos capítulos suyos en libros en que se convocó a escribir a grandes economistas —unos para hablar sobre el pasado, otros sobre el porvenir— permiten ver un detallado retrato de Deaton: su franqueza y constante necesidad de agradecer a los colegas, su prudencia respecto del futuro, su chispa y su bien dosificado humor, su reclamo de acciones concertadas para corregir los problemas del mundo. Los ponderados elogios de El Gran Escape, en las reseñas incluidas más adelante, complementan esa imagen de alguien que es mucho más que un académico asilado en la torre de marfil.

Cerramos este número con la segunda entrega de un documentado estudio sobre la génesis, evolución y perspectivas del libro electrónico, preparado desde la óptica de las humanidades digitales, ese campo híbrido en que las nuevas tecnologías contribuyen a responder preguntas milenarias.�W

El Gran Deaton, Nobel de Economía

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POESÍA

Está por salir de nuestras prensas Borealis, un poemario en que, a fuerza de repeticiones y sutiles variaciones, Rocío Cerón busca conferir

a su exploración lírica una cualidad “organica”. Sirva este puñado de células para insinuar ese organismo insólito

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Cabalgata.

Volvimos a encontrarnos en las montañas del Sur.

Volvimos a escuchar juntos el brocado/caída.

Olfateábamos un bálsamo (Fierabrás) con manos alineadas.

Baldaquines dorados, incrustaciones de nácar;

en la comisura del labio un sonido reverbera: “lienzo”.

Notas de base en tenor de cumarina.

Justo detrás, translúcida a la mirada, la línea escondía

lechosidades, hojas.

Sándalo/lavanda/cedro: sangre mutada en aire.

Yacen rastros y señas.

Espesura en el borde azul de la córnea. Finitud en el cuerpo.

Pliegues en perspectiva: flancos.

Envolvente.

Mundo incoloro con fecha de caducidad en desfase.

Retorno y atadura.

En esta puerta —rastro— la circulación de los sueños demarca.

Al costado del viento un niño afina canto para murmurar plegaria.

Un punto de esa distanciaR O C Í O C E R Ó N

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DOSSIER

Angus Deaton está convencido de que la suya ha sido una buena época para ser economista, sobre

todo para aquellos que han querido avanzar simultáneamente en la teoría y la recolección de datos. Acompañémoslo en una breve

autobiografía intelectual, en un moderado ejercicio de prospectiva,

en su defensa de los Estados fuertes, en una curiosa polémica académica.

Ahí se verá por qué el autor de El Gran Escape también

merece ese adjetivo

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Acertijos y paradojas:

una vida dedicada a

la economía aplicada

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MEMORIAS

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EL COMIENZOMi padre creía en la educación y gustaba de medir las cosas. Creció en un pueblo minero en Yorkshire, en-tre la primera y la segunda guerras mundiales. Era brillante y estaba motivado; sin embargo, el sistema educativo de su tiempo no estaba diseñado para faci-litar la educación, sino para producir mano de obra para “la mina” y sólo a un niño de cada grupo se le permitía llegar hasta la escuela secundaria. Éste no fue el caso de mi padre, quien tuvo que formarse en la fila para ser minero; posteriormente fue reclutado por el ejército en 1939, para luego recibir licencia por tuberculosis antes del fin de la guerra. En el benévolo mercado laboral de esos días consiguió trabajo en una empresa de ingenieros civiles. El director quedó impresionado por la habilidad de mi padre con la re-gla de cálculo y el teodolito, y no tuvo reparo en pasar por alto su falta de educación formal. Mi padre asistió a la escuela nocturna en lo que hoy es la Universidad Heriot-Watt en Edimburgo, donde después de mu-chos años se recibió de ingeniero civil. Se casó con mi madre, la hija de un carpintero. Ella tenía un gran don para contar historias; se dice que sir Walter Scott caminaba desde Abbotsford hasta nuestra casa en Bowden para compartir cuentos con uno de sus ante-pasados. Aun así, ella no compartía la opinión de su esposo con respecto a la educación; le resultaba difí-cil verme con un libro cuando pensaba que podría es-tar usando las manos. Sin embargo, mi padre estaba resuelto a que yo fuera instruido correctamente y puso su corazón en enviarme a Fettes College, una fa-mosa escuela pública (en el sentido británico) en Edimburgo, cuyas cuotas anuales estaban muy por encima de su salario, incluso una vez que se había convertido en el ingeniero de abastecimiento de agua para el condado de Roxburgh, en las fronteras esco-cesas. En ese entonces, y tal vez incluso hoy, había maestros en las escuelas estatales escocesas que es-taban dispuestos a preparar a un niño brillante para que solicitara una beca que pudiera llevarlo lejos, y a hacerlo en su tiempo libre.

Llegué a Fettes a los 13 años, como uno de los dos niños becados de mi generación: sir William Fettes había dejado su fortuna para dar educación en una es-cuela pública a los hijos de los pobres; no obstante, para 1959 sólo quedaba este remanente de la intención (y de la donación inicial). Fettes tenía todos los recur-sos para proporcionar una gran educación y en esos días enviaba a la mayoría de sus egresados a Oxford o Cambridge, de forma similar a como lo hacía, por ejemplo, la Lawrenceville Academy en los Estados Unidos al enviar a sus alumnos a Princeton. Yo fui uno de los integrantes del grupo que asistió a Cambridge; tocaba el piano, el órgano y el contrabajo, y era muy buen segunda línea, lo que me dio la oportunidad de llegar a Cambridge (“Fitzwilliam necesita segundas líneas, Sr. Deaton”, me dijo el tutor estudiantil duran-te mi entrevista); además, era una especie de matemá-tico en mi tiempo libre. Sin embargo, no tenía ni idea de lo que quería ser o hacer; el rugby en Cambridge era importante y brutal, y las matemáticas se enseñaban de forma espantosa, en grupos enormes y por vejesto-rios enfundados en batas enmohecidas cuyas sinecu-ras dependían únicamente de que nunca se publica-ran sus notas amarillentas. Rápidamente me alejé del rugby y de las matemáticas, intenté ser filósofo de la ciencia, pero mi tutor universitario me rechazó, y en lugar de estudiar adopté los inútiles hábitos estudian-tiles de jugar a las cartas y beber. Con el tiempo, mi fa-cultad, después de haber perdido la paciencia por mi falta de rumbo, me dijo que podía irme o dejar de fin-gir que estudiaba matemáticas. ¿Qué podía hacer? “Bueno, sólo hay una cosa para la gente como usted… la economía.” Hubiera preferido irme, pero no creí po-der explicárselo a mi padre, quien ya pensaba que no estaba aprovechando lo suficiente las oportunidades que se me presentaban y que él no había tenido, así que acepté lo inevitable y partí hacia la Marshall Library

of Economics, donde la falta de rumbo llegó a un sor-prendente y encantador final.

La economía resultó mucho más de mi agrado que las matemáticas. Si bien lo poco que había aprendido de ellas me ayudó, de poco me sirvió para aprobar el curso de econometría de David Champernowne, en el que la primera edición (francesa) de Malinvaud era el único texto, o incluso el examen de economía matemática en el que Jim Mirrlees planteó todas las partes del Diamond y Mirrlees que ni él ni Peter habían podido resolver,1 la mayoría de las cuales estaban mal planteadas y eran irresolubles. No obstante, las conferencias en Cambridge eran como los libros de la biblioteca Marshall: variadas, a veces interesantes, pero totalmente opcionales; lo importante era leer y escribir ensayos, que eran leídos y discutidos con regularidad por los supervisores universitarios designados. Me pareció que el material era interesante —Principles, de Samuelson, era estupendo— y me di cuenta de que podía escribir y, de hecho, que podía escribir con

claridad y con una buena dosis de placer, un beneficio duradero de la enseñanza personalizada en Fettes.

Únicamente ese año de licenciatura en economía (involuntaria), en el que leí los razonamientos de Modigliani y Brumberg sobre el ahorro en el ciclo vi-tal, de Hahn y Matthews sobre el crecimiento econó-mico, de Meade sobre el comercio, de Kuznets sobre patrones de consumo, y luego resumí lo que había aprendido para la discusión y la crítica, me propor-cionó una plantilla para el aprendizaje, el pensa-miento y la escritura que pocas veces he tenido que corregir. Entendí que la economía se trataba de tres cosas: teoría, que especifica los mecanismos y las historias acerca de cómo funciona el mundo y cómo las cosas podrían estar relacionadas entre sí; eviden-cia, que puede interpretarse en función de la teoría, o que parece contradecirla, o simplemente es des-concertante; y la escritura (cuya importancia es en gran medida subestimada en economía), que puede explicar los mecanismos de una manera que los vuelve emocionantes, o que puede extraer las leccio-nes aprendidas de la combinación de la teoría y la evidencia.

Los dos artículos de Modigliani y Brumberg —am-bos sobre la función de consumo: uno sobre series temporales y otro sobre evidencia transversal— han permanecido siempre conmigo. Fueron escritos cuan-do el tema era un caos, con decenas de estudios empí-ricos no relacionados e incoherentes. Modigliani y Brumberg proporcionaron una enunciación rigurosa de una teoría simple del comportamiento que, presen-tada y manipulada con cautela, podía dar una explica-

1� Peter Diamond refi ere al mismo incidente, pero señala que él y Jim

Mirrlees aún no habían comenzado su colaboración en el momento en

que éste estableció el examen. El examen era casi imposible, aunque sólo

fuera porque su lectura tomaba la mayor parte del tiempo asignado.

ción unificada de todas las pruebas y ofreció un marco que ha dominado el pensamiento desde entonces. En los últimos años he llegado a considerar incompletos esos mecanismos, y en ciertos aspectos incluso equi-vocados, pero el principio básico ha permanecido con-migo: una buena exposición teórica debe explicar toda la evidencia que vemos, en este caso los patrones transversales de consumo e ingreso, los patrones en las series de tiempo de consumo e ingreso, y después —aunque algunos años más tarde— los patrones inter-nacionales de ingreso y ahorro. Si no funciona en to-das partes, no tenemos idea de lo que estamos hablan-do, y todo se vuelve un caos.

El trabajo de Kuznets sobre el consumo, y más am-pliamente sobre el crecimiento económico moderno, es otra influencia temprana que ha perdurado. Éste es mucho menos teórico y más histórico, más impulsado por los datos, comienza por empirismos cuidadosos e inducción cautelosa, siempre con gran atención a los problemas de medición y a la calidad de los datos sub-yacentes. Detrás de todo está la medición histórica, sopesada y matizada, pero que conduce a generaliza-ciones de gran alcance y sutileza, con una relevancia que trasciende el tema que nos ocupa. Modigliani par-tió de la conducta y la usó para interpretar la eviden-cia, mientras que Kuznets trabajó sobre todo a la in-versa. Para mí como estudiante, y para mí ahora, el or-den no importa en absoluto. Lo importante es un recuento conductual o institucional coherente que ofrezca la agudeza necesaria para comprender el pre-sente y el pasado, y nos dé cierta esperanza para pre-decir el futuro.

Había estudiado economía sólo para escapar de las matemáticas y para completar mis estudios, pero des-pués de la graduación necesitaba trabajar, así que me dirigí al Banco de Inglaterra. Me parece que acepté el trabajo porque la entrevista había sido en verdad difí-cil y porque la oferta me había llegado en papel mem-bretado y grabado como un billete de alta denomina-ción. Sin embargo, la institución estaba en proceso de cambio: tradicionalmente no empleaba a universita-rios recién egresados y no tenía idea de qué hacer con-migo ni con la pequeña cohorte de recién egresados que entraron conmigo, así que volví a Cambridge, don-de podía estar con mi esposa, Mary Ann Burnside, es-critora y maestra, nacida en Topeka y criada en Evans-ton, estudiante de psicología en Cambridge. Yo era ayudante de investigación en un proyecto de medición de la riqueza nacional, dirigido por mi tutor de econo-mía en la universidad, Jack Revell, quien sentía pena por mí y quería ayudarme a vivir en la misma ciudad que mi esposa. Así, del mismo modo que había caído en la economía cuando era estudiante, caí en ella como profesión, aunque en ese momento era sólo un trabajo. Revell pronto se fue de Cambridge para dictar cátedra en Gales, dejándome protegido económicamente pero sin mucho que hacer. Pronto me encontré con el Cam-bridge Growth Project, dirigido por Richard Stone. El proyecto había comenzado con lo que entonces se co-nocía como “modelo de planificación indicativa”, centrado en el análisis de insumo-producto, si bien su desarrollo apuntaba a convertirlo en algo más parecido a un modelo macroeconómico keynesiano a gran escala, aunque con mucho detalle industrial y de materias primas. Al igual que mis colegas investigadores, me asignaron trabajar en uno de los componentes del modelo, en mi caso, el consumo y la demanda, pero el tiempo que requería no era tanto y una vez más me quedé libre para trabajar en cualquier cosa que me pareciera interesante.

MENTORES Y UN COLABORADORPronto me hice amigo de Richard Stone, quien me dejó en claro que yo era un espíritu afín, o, como él diría, que “estábamos en el mismo lado del movimiento”. Yo no estaba muy seguro de qué era el movimiento, y mucho menos sabía de qué lado estábamos, pero me halagó enormemente que me lo dijera, y de inmediato supe

La segunda mitad del siglo XX y los primeros años del XXI resultaron, para la mirada retrospectiva de Deaton, buena época para consagrar una vida

a la economía. En este recuento autobiográfi co, en el que la sutil ironía sobre sí mismo y el agradecimiento a profesores y colegas acompañan al cronista de toda una era

en las ciencias económicas, hay muchas claves para entender por qué la Real Academia de Ciencias Sueca lo premió este año

Entendí que la economía se trataba de tres cosas: teoría [...], evidencia [...] y la escritura (cuya importancia es en gran medida subestimada en economía)

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ACERTIJOS Y PARADOJAS: UNA VIDA DEDICADA A LA ECONOMÍA APLICADA

que una vida como la de Dick Stone era el tipo de vida que quería tener. Dick estaba casado con Giovanna, Forli era su apellido de soltera, una glamorosa y seduc-tora aristócrata italiana, que se había iniciado como concertista de piano. Vivían en una hermosa casa con jardín, una amplia biblioteca, un Bösendorfer y habita-ciones decoradas de forma espectacular. Sus vidas in-telectuales y personales eran inseparables; trabajaban, hablaban y se divertían. Solía haber muchas cenas, a las que asistían economistas y estadistas de todo el mundo y, puesto que yo estaba en el mismo lado del movimiento, Mary Ann y yo éramos invitados fre-cuentes, participábamos en las embria gantes conver-saciones y en las aún más embriagantes copas de cla-rete y borgoña de las bodegas del King’s. Me habían admitido en la cueva de Aladino y estaba rodeado de las gemas de una buena vida.

El trabajo de Stone inevitablemente se convirtió en modelo para el mío. Durante la guerra trabajó con Ja-mes Meade, a quien Keynes había contratado para la construcción de un sistema de registros de partida do-ble para la contabilidad nacional, labor que más tarde le valdría a Stone el Premio Nobel. En 1970, él todavía estaba muy involucrado con las Naciones Unidas en la elaboración de normas internacionales de contabili-dad nacional; sin embargo, mi propio interés en la me-dición, aunque ciertamente había sido desencadenado por Stone, no habría de llegar a la vanguardia sino has-ta después de algunos años. En lugar de eso, me invo-lucré inmediatamente en el trabajo de Stone relacio-nado con el análisis de la demanda.

En 1954, él introdujo y estimó el sistema lineal de gastos, de modo que, por primera vez, se utilizaba una función de utilidad no sólo para demostrar teoremas o para guiar la reflexión, sino que era el objetivo directo de la estimación empírica. Cuando llegué, los investi-gadores en el Growth Project aún trataban de estimar el modelo usando el algoritmo original de Stone, y una visita rápida a la biblioteca de ingeniería ofrecía un conjunto de procedimientos mucho mejores y más ac-tualizados para la estimación de los modelos no linea-les, así que me decidí a aprender Fortran y pronto tuve listas algunas estimaciones de los parámetros. (Pron-to es un término relativo: el sistema informático acep-taba “trabajos” cada noche y no los entregaba sino hasta la mañana siguiente, por lo general con errores de compilación.) Sin embargo, a medida que barajaba mis resultados, pronto descubrí que mi nuevo juguete tenía algunos inconvenientes graves. Cuando lo usé para calcular elasticidades de ingresos y de precios, necesarias para el modelo, descubrí que las elasticida-des de precio estimadas del sistema lineal de gastos estaban cerca de ser proporcionales a las elasticidades de ingreso, una regularidad no respaldada por la intui-ción ni por la teoría. Fue una excelente idea utilizar la teoría de manera muy directa para construir un mo-delo empírico, pero el papel de la teoría aquí era dema-siado prominente y el modelo no era tan general como permitía la teoría. La solución a estos problemas ha-bría de llegar a través del concepto de “forma funcio-nal flexible”, propuesto por Erwin Diewert en 1973; en mi propio trabajo, esta línea de investigación culmina-ría en el “Sistema casi ideal de demanda” que John Muellbauer y yo propusimos en 1980 como nuestra propia forma funcional flexible favorita. Ese modelo todavía es ampliamente utilizado hoy en día.

Poco tiempo después de que me integré al Departa-mento de Economía Aplicada, la Universidad de Cam-bridge modificó sus reglas, de forma que los investiga-dores del departamento ahora podían obtener su doc-torado si presentaban la investigación por la cual se les había pagado, un acuerdo excelente que me vino a las mil maravillas. Hacia mediados de la década de 1970 yo ya había publicado un libro sobre sistemas de de-manda y un artículo sobre cómo comparar las trayec-torias de los diversos sistemas de demanda populares en ese entonces (publicado en Econometrica, y que más tarde ganaría la primera medalla Frisch de la Econometric Society), por lo que mi doctorado me fue debidamente otorgado, aunque no sin antes aprobar un aterrador examen oral. Cambridge exigía que los examinadores orales no fueran supervisores —no es que hubiera mucha supervisión en esos días— y las te-sis de doctorado —incluidas algunas que después se-rían famosas— a menudo eran reprobadas sin la posi-bilidad de volverse a presentar.

Por esas fechas me había hecho amigo de W. M. (Te-rence) Gorman, entonces profesor en la London School of Economics, quien de alguna manera se las arreglaba para rastrear y contactar a cualquier perso-na que estuviera usando métodos duales. Terence era

un teórico extraordinario para quien la tarea de la teo-ría era proporcionar modelos y métodos que volvieran la vida más fácil para el análisis aplicado, lo que, a mi parecer, corresponde a un tipo de teórico para el cual se ha perdido el molde. Él parecía saber más de todo que cualquier otra persona, pero tenía una encantado-ra, si bien ocasionalmente aterradora, forma (fue uno de mis examinadores orales) de asumir que era uno el que lo sabía todo, y que si uno no le entendía era por-que él no se había expresado con la sutileza y sofistica-ción necesarias, dando pie, así, a una cascada diver-gente de malentendidos. Yo quería entender la prepa-ración de presupuestos en dos etapas, y Terence lo había explicado en un artículo publicado en Econome-trica, pero éste me parecía incomprensible. Yo estaba decidido a comprender el asunto a fondo, así que me encerré durante una semana para pensar y descifrar-lo. Al final de la semana no entendía más que al princi-pio, si bien mi frustración era mucho mayor. Terence había comprendido muy pronto que la doble represen-tación de la utilidad —en la que se expresa la utilidad, no como todos habíamos aprendido, como una fun-ción de ciertas cantidades, sino como función de los precios y el ingreso— permitía una conexión cercana y directa entre la teoría y los datos. En ese entonces es-tos métodos se extendían rápidamente, sobre todo a través de la obra de Dan McFadden. Un enlace con Dan llegó a través de John Muellbauer, quien había he-cho su doctorado con Bob Hall en la Universidad de Berkeley y había aprendido la dualidad de Bob, quien, a su vez, la había aprendido de Dan.

Fue así que, cuando John regresó a Inglaterra, descubrimos que teníamos mucho en común y que

sabíamos un montón de cosas que parecían a la vez tremendamente útiles y eran más bien incomprendi-das. Decidimos, entonces, escribir Economics and Consumer Behavior para explicarlo todo. John y yo éramos el equipo ideal; él era cuidadoso, a veces in-cluso quisquilloso, y tenía una fuerte inclinación teórica: había estado publicando rápidamente desde su regreso de California, y tenía mucho material in-édito importante en el que podíamos basarnos. Yo era menos cuidadoso, estaba impaciente por poner-me a trabajar y tenía un buen sentido de lo que era importante y lo que no, pero con frecuencia necesi-taba que me regresaran al camino y me obligaran a pensar con más cuidado. El libro se publicó en 1980, y 30 años después todavía vende un extraordinario número de ejemplares. Pienso en él como una sínte-sis del trabajo expuesto por Dan McFadden, Terence Gorman y Richard Stone. Éste trataba de exponer una visión de cómo la teoría podía aplicarse directa-mente a los datos, y ser modificada o desmentida de-pendiendo de los resultados, y todo apuntaba hacia una visión integrada de la política y la economía del bienestar. En retrospectiva me doy cuenta de cuán ingenuos éramos, pero no veo razón alguna para mo-dificar mi opinión de que esto es lo que nos gustaría conseguir, incluso si el objetivo es bastante más difí-cil de alcanzar de lo que nos parecía cuando tenía-mos la confianza que da la juventud.

TRASLADO HACIA EL OESTE, EN ETAPASLos inicios de los años setenta fueron una época de expansión universitaria en el Reino Unido y un buen momento para ser un joven economista. En Cambridge, a menudo jugaba al tenis con Mervyn King —entonces gobernador del Banco de Inglate-rra y miembro del Wimbledon Lawn Tennis and

Croquet Club— y después nos gustaba relajarnos en el césped y enfadarnos por el hecho de que nadie nos ofrecía cátedras, mismas que sólo unos pocos años antes habían sido entregadas de mala gana a aspirantes (en ocasiones merecedores) de más de cincuenta e incluso sesenta y tantos años. (En ese entonces la mayoría de los departamentos británi-cos sólo tenían uno o dos profesores.) Al final, nin-guno de los dos tuvo que esperar mucho tiempo; en mi caso, acepté la cátedra de econometría en Bris-tol antes de mi cumpleaños número 30 —ya estaba algo viejo en esos días—. Me encantaba Cambridge, y con excepción de mi tiempo en el Banco de Ingla-terra, había estado allí desde la licenciatura, pero una cátedra significaba mucho más dinero, dinero que ciertamente necesitaba. Mary Ann había muer-to de cáncer de mama en 1975 y yo me había queda-do con dos hijos menores de cinco años: era hora de seguir adelante.

Fue durante mi tiempo en Bristol cuando John Muellbauer y yo trabajamos juntos en nuestro libro. Las instalaciones informáticas de Bristol eran terri-bles; el equipo estaba a más de un kilómetro y medio de distancia, en la cima de una colina, por lo que te-níamos que arrastrar de arriba abajo las cajas de tar-jetas perforadas. Me aconsejaron que consiguiera un asistente de investigación, lo cual fue un consejo ra-zonable, pero nunca he sabido cómo utilizar asisten-cia en la investigación: para mí, el proceso de recopi-lación de datos —en un primer momento con papel y lápiz en los libros y reseñas—, programación y cálcu-lo siempre ha sido parte del proceso creativo, pues de no hacerlo es poco probable que me llegue el golpe de intuición que me diga que algo no encaja, o que este modelo no es el único que no funciona, sino que nin-guno de ellos sirve. Por supuesto, este proceso se ha vuelto mucho más fácil con el tiempo. No sólo tene-mos a nuestro alcance los datos y la potencia de cál-culo de forma constante y accesible, sino que tam-bién es fácil explorar los datos de forma gráfica. Es-tos placeres y posibilidades sólo pueden ser plenamente apreciados por alguien que pasó su ju-ventud con papel milimétrico, lápices y gomas de borrar.

Dado lo lejos que estaba la colina informática, durante algún tiempo sustituí la teoría por los da-tos y escribí artículos sobre la imposición óptima, la estructura de preferencias y sobre índices numéri-cos de cantidades y de precios, aunque nunca aban-doné del todo el trabajo aplicado. Martin Browning había llegado a Bristol por su primer empleo, así que trabajamos juntos en el ciclo de vida de la oferta laboral y el consumo. Esto condujo a algunas bue-nas ideas para combinar series de tiempo de en-cuestas transversales y así generar verdaderos da-tos de panel, un trabajo que sigue siendo parte de mi labor metodológica más citada.

Cuando todavía estaba en Cambridge conocí a Orley Ashenfelter en una conferencia en Urbino y me invitó a visitar Princeton durante un año, cosa que hice entre 1979 y 1980. Un año más tarde, llegó a Bristol como profesor invitado; con él venía David Card, un joven estudiante canadiense egresado de Princeton y posterior ganador de la medalla John Bates Clark. Después de enfrentarse a la computa-dora apostada en la cima de la colina de Bristol, y a sus limitaciones una vez allí, Dave no duró mucho tiempo y huyó de vuelta a los Estados Unidos, úni-camente para que le negaran la entrada en la fron-tera y lo deportaran a Canadá. El departamento de Bristol era extraordinario en aquellos días, con su equipo de futuras estrellas, si bien sus dificultades iban más allá de las instalaciones de cómputo, espe-cialmente cuando la señora Thatcher le recortó el presupuesto a la universidad. Esto llevó a una dis-cusión claramente amarga para decidir qué miem-bros “numerarios” de la facultad habrían de perder sus puestos de trabajo. La interminable tacañería empezó a hacer del trabajo algo muy difícil.

En comparación con el Reino Unido, Princeton lucía como un paraíso inundado de recursos, así que cuando me invitaron a regresar de manera per-manente, acepté con gratitud. A pesar de un aumento de la burocratización a través de los años, Princeton sigue siendo un entorno maravilloso para trabajar, incluso después de la crisis financiera de 2008; en 30 años nunca he sentido que mi trabajo se vea obstaculizado por escasez de fondos. Princeton está lo suficientemente cerca de Washington y Nueva York como para no aislarse de las finanzas y la política, pero también está suficientemente alejada

Las instalaciones informáticas de Bristol eran terribles; el equipo estaba a más de un kilómetro y medio de distancia, en la cima de una colina, por lo que teníamos que arrastrar de arriba abajo las cajas de tarjetas perforadas.

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como para conservar algo de la torre de marfil y apartarse de las olas de la moda que barren todo a su paso en invernaderos como Cambridge, Massa-chusetts. Además, es una universidad excelente, tanto para estudiantes de licenciatura como de posgrado. Mis dos hijos estudiaron en Princeton, uno matemáticas y el otro filología inglesa (como muchos de sus compañeros, en la actualidad ambos trabajan en finanzas), y la amplitud y profundidad de su experiencia fue muy superior a la mía en Cambridge. Para el momento en que se graduaron estaban incomparablemente mejor formados que yo cuando tenía la misma edad.

Princeton era todo lo que había esperado. Impartí el primer curso de econometría a los nuevos estudiantes de doctorado, una clase que en mis primeros años vio pasar a un montón de excelentes jóvenes economistas, incluyendo varias superestrellas en formación; Princeton también atraía como profesores auxiliares a nuevos doctores sobresalientes, y uno de ellos, John Campbell, de Yale, compartía mi interés en el consumo y el ahorro. Recuerdo que ambos deambulábamos felizmente por la Biblioteca de Ingeniería para tratar de informarnos acerca de la densidad espectral en cero y cómo calcularla.

Alan Blinder y yo escribimos un artículo para Brookings sobre el ahorro, y como resultado co-mencé a pensar en las propiedades del consumo y los ingresos como series de tiempo. Después de una gran agonía y de corroborar mi imperfecto entendi-miento del análisis de series de tiempo, me di cuen-ta de que una versión común del modelo de ingreso permanente, la del agente representativo, carecía de sentido. La hipótesis del ingreso permanente dice que el consumo es igual al ingreso permanen-te, el cual se define como el flujo de renta vitalicia sobre el valor presente descontado de los ingresos actuales y futuros. La suavidad relativa del consu-mo —el comportamiento procíclico de la tasa de ahorro— se desprende entonces del hecho de que el ingreso permanente es más suave que el ingreso real. Sin embargo, los encargados de las series de tiempo habían hecho un buen trabajo al mostrar que el agregado del ingreso per cápita era estacio-nario sólo en las diferencias, y que el proceso dife-renciado estaba autocorrelacionado positivamente. Esto implica que el ingreso permanente es menos suave que el ingreso medio; los golpes de crecimien-to, lejos de ser anulados más tarde, en realidad son señales de aún más crecimiento por venir. Por su-puesto, sólo la versión del agente representativo tie-ne esta propiedad perturbadora, y uno de mis estu-diantes, Steve Pischke, descubrió que con un mi-cromodelo adecuado, en el que haya un modelo viable de lo que los consumidores en verdad pueden saber, puede restaurarse algo cercano a una vista estándar. Sin embargo, este trabajo me enseñó algo importante, a saber: que los modelos basados en agentes representativos son tan peligrosos y enga-ñosos como poco realistas.

INTERESES EN DESARROLLOAntes de llegar a Princeton, había comenzado a pensar en el desarrollo económico, y había pasado un verano en el Banco Mundial ayudándoles a re-flexionar sobre sus Encuestas de Medición de Ni-veles de Vida (lsms, por sus siglas en inglés), que comenzaban a ponerse en marcha a principios de los años ochenta. Los investigadores principales del banco estaban preocupados por lo poco que se sabía sobre pobreza y desigualdad en los países más pobres del mundo, y consideraron que un pro-grama de encuestas en hogares era la respuesta para un mejor sistema de medición. Arthur Lewis acababa de retirarse de Princeton cuando yo lle-gué, pero aún frecuentaba el lugar y me apoyó en mis primeros pasos dentro del desarrollo econó-mico, a pesar de que mi enfoque era muy diferente al suyo (por razones que nunca entendí, siempre se refirió a mí como “jefe”). Hacia el final de su vida, lo decepcionaba amargamente lo poco que la profesión económica se interesaba en la terrible pobreza que asolaba a la mayoría de la población del mundo, y en lo que podía hacerse al respecto. Sentía que su propio trabajo no había logrado poner en marcha el esfuerzo profesional que la pobreza mundial requería. Otro economista de Princeton, Mark Gersovitz, un gran admirador de Arthur, también se convirtió en un mentor para mí; compartió generosamente su conocimiento de la economía de los países pobres, área en la cual hizo contribuciones importantes.

Mi nuevo interés en las encuestas en hogares re-sultó ser duradero, y con el tiempo condujo a la publi-cación de un libro en 1997, The Analysis of Household Surveys, el cual se centra en los países en desarrollo y tiene muchos ejemplos de cosas útiles e interesantes que se pueden hacer con esos datos. El volumen tam-bién abarca los fundamentos de la medición y el dise-ño de encuestas en hogares, los cuales habían desa-parecido de los cursos de econometría. A los estu-diantes de economía rara vez se les enseña acerca de cómo el diseño de encuestas en hogares podría ser relevante cuando necesiten analizarlas, y uno de los objetivos de mi libro era llenar ese vacío, así como discutir algunos de los problemas prácticos que se plantean cuando los métodos econométricos están-dar se aplican a las encuestas en hogares, especial-mente en los países pobres. Tuve la suerte de que este libro coincidiera con un resurgimiento del interés en la economía del desarrollo, especialmente el desarro-llo microeconómico, así como con una rápida expan-sión de la disponibilidad de datos de hogares de todo el mundo, así que ha sido ampliamente utilizado.

El libro fue publicado por el Banco Mundial, una institución con la que he seguido trabajando a través de los años. Uno de los peligros de ser un economista académico es que es fácil desviarse por senderos que se vuelven cada vez más estrechos, quizás intelec-tualmente apasionantes pero de interés para muy pocos. Para mí, el Banco Mundial ha sido una fuente constante de temas interesantes que son de impor-

tancia sustantiva, al menos para algunas personas. Por supuesto, la mayoría de los problemas que se pre-sentan son demasiado difíciles como para esperar una mejora significativa, pero de vez en cuando surge un problema donde siento que puedo hacer algo, aun-que sea sólo aclarar un malentendido. De esta mane-ra, hablar con la gente en el banco me ha ayudado a mantenerme anclado como economista práctico.

CONFIRMACIONES Y REFUTACIONESUna de mis colaboraciones más fructíferas en Prin-ceton fue con Christina Paxson. Ella había hecho su doctorado en economía laboral en Columbia, debido a la frustración que le produjo no haber podido estu-diar desarrollo. Fue así que juntos nos convertimos en economistas del desarrollo y colaboramos en una amplia gama de temas. Estudiamos el ahorro en el ciclo vital y mostramos que es imposible sostener que la correlación multinacional entre las tasas de ahorro y las de crecimiento proviene de aquella his-toria del ciclo vital según la cual los jóvenes, que en principio ahorran, son más ricos de por vida que los viejos, quienes desahorran. Simplemente no hay su-ficiente ahorro en el ciclo vital que dé cuenta del ta-maño de la relación.

También afirmamos que, si los individuos son consumidores independientes con ingresos perma-nentes, la acumulación de impactos de por vida hará que los niveles de consumo de las personas se distan-cien con la edad, sin importar si sus ingresos se com-portan de la misma manera o no. Si una generación de la escuela secundaria se vuelve a reunir por su aniversario 25, la desigualdad en sus niveles de vida será mucho más grande de lo que era cuando sus in-tegrantes se graduaron. Éste fue uno de esos casos agradables pero demasiado raros en que una predic-ción que salió de la teoría, cuya validez empírica se desconoce de antemano, resultó ser confirmada por los datos. Por supuesto, hay otras explicaciones posi-bles, como por ejemplo que el consumo está más es-trechamente vinculado a los ingresos de lo que supo-ne la teoría del ingreso permanente, y que el diferen-cial de las ganancias del compañero aumenta a medida que éste envejece, pues la gente obtiene dife-rentes oportunidades a lo largo de la vida, porque las emplea de maneras diferentes y porque estas venta-jas y desventajas se acumulan con el tiempo. Sin em-bargo, la idea clave sigue siendo la misma: los resul-tados dependen (al menos en parte) de la acumula-ción de suerte, lo que impulsa la siempre creciente desigualdad en el nivel de vida dentro de un grupo fijo de miembros a medida que envejecen. La des-igualdad en la riqueza se debe a un proceso de acu-mulación, y crece aún más rápidamente, otra predic-ción que resultó ser correcta.

Chris y yo también escribimos sobre las econo-mías domésticas de escala y su efecto sobre el con-sumo de alimentos. Durante mucho tiempo, los economistas han utilizado el ingreso per cápita como medida del bienestar —por ejemplo para el cálculo de la pobreza o la desigualdad—, pero pue-

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de ser que esto no sea del todo adecuado. Por un lado, las necesidades de los adultos y los niños no son las mismas. Pero, incluso cuando no hay ni-ños, las economías domésticas de escala implican que los hogares más grandes están en mejor situa-ción que los hogares más pequeños al mismo nivel de ingreso per cápita. Algunos bienes son bienes públicos dentro del hogar —la vivienda misma, la calefacción, la preparación de alimentos— y su ne-cesidad se expande menos que proporcionalmente respecto del número de miembros del hogar. Con el mismo ingreso per cápita, los hogares más gran-des pueden remplazar tales bienes y optar por bie-nes más privados, como los alimentos, especial-mente en los países pobres, donde las necesidades alimenticias rara vez quedan satisfechas. Sin em-bargo, Chris y yo encontramos algo muy curioso, a saber, que si se mantiene constante el ingreso per cápita, los hogares más grandes gastan menos en comida por cada miembro. Así, vemos la mayor re-ducción en el consumo de alimentos precisamente donde esperaríamos ver el mayor incremento, en-tre los hogares de los países más pobres, para los cuales una gran cantidad de recursos adicionales se destina a la alimentación.

El rompecabezas de los alimentos y los hogares permanece en gran medida sin resolver; no obstante, es posible que esté vinculado con otra paradoja que he estado investigando recientemente con mi amigo Jean Drèze. (Jean me enseñó casi todo lo que sé sobre la India. Es investigador y activista social, vive sin medios de subsistencia aparentes y su trabajo y escri-tos han tenido un efecto sin precedentes en la políti-ca.) En la India de hoy, que ha estado y continúa expe-rimentando tasas históricamente altas de crecimien-to económico, vemos otro hecho muy extraño relacionado con la comida: el consumo de calorías per cápita ha ido disminuyendo en las últimas dos dé-cadas. Esto ocurre a pesar del aumento de los ingre-sos per cápita, aun entre los pobres, y a pesar del he-cho de que los hombres, las mujeres y los niños indios sufren una de las tasas más altas de desnutrición físi-ca en el mundo. Los adultos indios se encuentran en-tre los más bajos de estatura a nivel global y los niños muestran mayores niveles de desnutrición y pérdida de peso que en lugares mucho más pobres del África subsahariana. Jean y yo sospechamos, aunque no he-mos podido probarlo, que la reducción de calorías es una consecuencia de la disminución del trabajo físico pesado, algo en gran parte alimentado por el consu-mo de cereales. Esta afirmación resulta ser política-mente sensible en la India, donde algunos sostienen que la disminución de calorías es un indicio del em-pobrecimiento sin medida, provocado por los su-puestos horrores de la globalización.

A mediados de la década de 1980, mi amigo Guy Laroque pasó algún tiempo en Princeton trabajan-do con mi colega Sanford Grossman. Guy y yo nos conocíamos desde hacía una década y habíamos or-ganizado conjuntamente una reunión de la Econo-metric Society en Atenas en 1979, yo como econo-

métrico y él como teórico. Sandy Grossman siem-pre estaba corto de tiempo, por lo que Guy tenía mucho tiempo libre durante sus visitas a Princeton —solía quedarse en mi casa—, así que comenzamos a hablar sobre un tema en el que me había interesa-do, a saber, la razón por la cual los precios de las ma-terias primas se comportan como lo hacen. Yo ha-bía estado pensando en las economías del África subsahariana, en las cuales muchas políticas ma-croeconómicas están dominadas por enormes fluc-tuaciones en los precios de los productos básicos. A mediados del siglo xix, Egipto se había vuelto in-creíblemente rico a causa de los altos precios del al-godón que resultaron de la guerra civil estaduni-dense, y después, durante el colapso subsiguiente, había entrado en suspensión de pagos con el Reino Unido, una historia que posteriormente se repetiría (con variaciones) numerosas veces. Las autoridades externas no eran muy buenas asesorando a los paí-ses sobre cómo lidiar con el problema. Durante la década de 1970, mientras el precio mundial del co-bre se desplomaba, el Banco Mundial siguió aumen-tando sus previsiones sobre precios futuros, lo que sumió cada vez más en dificultades a países como Zambia.

Guy y yo escribimos una serie de artículos sobre nuestras conclusiones. Existe una teoría de la de-manda y el almacenamiento especulativos de mate-rias primas, primero desarrollada por Ronald Gus-tafson en Chicago en la década de 1950 y posterior-mente ampliada por Joe Stiglitz y David Newbery en la década de 1970; Guy y yo la convertimos en algo que pudiera aplicarse a los datos. La teoría pue-de ayudar a entender al menos algo de lo que refle-jan los datos —nos hubiese ido bien si nos hubiéra-mos quedado con la calibración según hechos elegi-dos adecuadamente—; sin embargo, la estimación total contaba una historia diferente, a saber, que hay muchos aspectos de la teoría que no concuer-dan con los hechos. Éste es otro de esos rompecabe-zas irritantes pero frecuentes. Tenemos una teoría de larga tradición —cuyas ideas son tan profundas que alguna parte de ellas debe ser correcta— que contradice la evidencia, y en la que es mucho más evidente lo que está mal, o cómo podría modificar-se la teoría para ofrecernos una mejor comprensión de los mecanismos en operación.

Algo que trato de hacer es encontrar nuevas im-plicaciones de teorías antiguas, y más específica-mente alguna implicación que permita una con-frontación relativamente directa entre la teoría y la evidencia. En el mejor de los casos, esa predicción puede probarse a través de algo muy simple, como una tabla de referencias cruzadas o un gráfico sen-cillo, si tan sólo uno sabe qué tabular o qué graficar. Este método hace que la investigación y la manipu-lación de la teoría desempeñen el trabajo que a me-nudo se asigna al método econométrico, y evita al menos algunas de las controversias econométricas, que abundan cuando preguntas formuladas de ma-nera inadecuada se aplican a los datos. Siempre que

me las arreglo para hacer algo como esto consigo refutaciones fácilmente o genero nuevos rompeca-bezas antes que conseguir confirmaciones intere-santes. A decir verdad, puedo recordar sólo dos ca-sos claros de lo último. Uno es la historia de la des-igualdad en el consumo. El otro fue a principios de la década de 1970, cuando el Reino Unido y otros países experimentaban una explosión de alta infla-ción y yo argumenté que los consumidores, quienes compran productos de uno en uno —y no un índice de todos los bienes— no tienen forma inmediata de distinguir entre la inflación no anticipada y los au-mentos relativos de precios de los bienes que com-pran. En consecuencia, la inflación no anticipada provocará un aumento a corto plazo en la tasa de ahorro. Esto era todo lo contrario a lo que mucha gente pensaba que sucedería, pero se confirmó rá-pidamente, no sólo en el Reino Unido, sino en diver-sos países.

Hay algo muy emocionante en hacer una predic-ción basada en la teoría que no sea en absoluto evi-dente, sobre todo si parece obviamente errónea, pero que resulta ser cierta en los datos. Sin embargo, no hay forma de asegurar lo que sucederá después, pues depende, entre otras cosas, de si se juzga que otras explicaciones —incluso si son desarrolladas ex post— son tanto o más convincentes. Incluso las refutacio-nes, aunque producen menos euforia al principio, ge-neralmente son productivas, porque establecen la plataforma para la posterior enmienda y remodela-ción de la teoría, de modo que haya al menos una po-sibilidad de progreso. De hecho, si determinada teo-ría es muy usada en nuestro pensamiento habitual del mundo, las refutaciones y enmiendas pueden ser más productivas que la confirmación de una nueva teoría que esté arraigada de manera menos profunda en nuestra comprensión.

Una de mis formas habituales para encontrar buenos temas de investigación, si bien una forma nada fácil de enseñar o transmitir, es “jugar” con los modelos y los datos hasta encontrar algo que no entiendo. Casi siempre se da el caso de que esta falta de entendimiento, o el sentido de una paradoja, sólo es aparente. El que dos ideas, al parecer ambas co-rrectas, sean mutuamente incompatibles casi siem-pre se debe a que no entiendo una de ellas. O si algu-nos datos no parecen apoyar los resultados anterio-res, por lo general es porque entendí mal las conclusiones previas o porque cometí errores de cálculo (algo mucho más frecuente en el trabajo aplicado de lo que comúnmente se reconoce). No obstante, una de cada cien veces la incomprensión o la paradoja no es sólo mía, sino que está más exten-dida, y eso es oro que vale la pena buscar. También he aprendido a confiar en mis instintos en lo que respecta a hallazgos empíricos que me parecen ab-surdos. O bien el trabajo secundario está mal o hay algo que no entiendo. Un ejemplo es mi trabajo so-bre la hipótesis de Wilkinson, que afirma que la desigualdad de ingresos actúa como contaminación en la atmósfera social y vulnera la salud de todos los

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que viven en una comunidad. La evidencia a favor de esta propuesta resultó ser una red de datos erró-neos, informes incompletos e ilusiones, pero al de-mostrarlo llegué a entender mucho sobre los efec-tos insidiosos de la desigualdad en términos más generales, sobre todo de las profundas desigualda-des (en expansión hoy en día) que separan a los más ricos de la comunidad en la que viven.

PARA UNA BUENA MEDICIÓNLa medición no es un enfoque muy socorrido en la economía de hoy. Ya ni siquiera se enseña el curso obligatorio sobre cuentas de ingresos nacionales, que solía ser lo primero que uno se encontraba al comenzar un curso de macroeconomía, y a los estu-diantes ya tampoco se les asigna la construcción de números índice. Los economistas académicos pa-san mucho menos tiempo que antes con los creado-res y productores de datos, en perjuicio de ambos grupos; los economistas a menudo no entienden los datos con los que trabajan y la evolución de la prác-tica de la contabilidad del ingreso nacional ha teni-do lugar sin mucho aporte por parte de los usuarios académicos. Sin embargo, gran parte de lo que cree-mos saber sobre el mundo depende de datos que pueden no significar lo que pensamos que signifi-can, o que se contradicen con otros datos a los que, sin otra razón bien desarrollada más que la costum-bre, asignamos menos peso. Un ejemplo que me ha preocupado mucho es la inconsistencia entre los datos de las cuentas nacionales y los datos de en-cuestas en hogares que se encuentra en muchos paí-ses. Sólo algunas de las diferencias pueden atribuir-se a diferencias en la definición; otras se deben a una variedad poco investigada de errores en las en-cuestas —declaración de datos inexactos, cobertura u otros—, así como a deficiencias en los datos de las cuentas nacionales. No hay ninguna base aparente que sustente la idea habitual de que las cuentas na-cionales son correctas y los datos de las encuestas están equivocados. Por ejemplo, no hay duda en mi mente de que las cuentas nacionales de la India exa-geran las tasas de crecimiento en aquel país, no a través de alguna siniestra manipulación conscien-te, sino porque todo el aparato es inestable y anti-cuado, y ciertamente no está construido para fun-cionar bien en una economía en constante cambio y de rápido crecimiento.

La India ha sido una fuente continua de fascinación. Para cualquier persona de mi edad que haya crecido en el Reino Unido, la India era el reino tropical mágico y (junto con En los mares del sur de Robert Louis Stevenson) el contraste imaginario perfecto con el gris lúgubre y el frío de Edimburgo. Y al igual que todos los escolares de la época, fuimos educados con historias (unilaterales) del Imperio. Con el tiempo, la India se ha convertido en el ejemplo no de gloria imperial, sino de pobreza mundial y de la esperanza de que el crecimiento económico un día pueda acabar con ella. Mi trabajo allí se ha centrado en los índices de precios y en cómo afectan la medición de la pobreza; además, he trabajado con el gobierno de la India para mejorar sus propias medidas de pobreza. Gran parte de este trabajo ha sido al lado de Jean Drèze; es un reto constante seguir el paso a su escepticismo, a su conocimiento adquirido en campo y a su conocimiento técnico de la economía.

También he estado involucrado en el Programa de Comparación Internacional (pci), que se originó en la Universidad de Pennsylvania en la década de 1970 y que ahora está a cargo de un consorcio mun-dial encabezado por el Banco Mundial. Casi todo el conocimiento empírico que poseemos acerca del crecimiento económico, la pobreza global y la des-igualdad global depende de las estimaciones del pci, que, en esencia, es un proyecto gigante de reco-pilación de precios que reúne millones de cotizacio-nes de bienes muy similares provenientes de casi todos los países del mundo. Estos precios se trans-forman en un sistema de índices de precios (índices de paridad de poder adquisitivo) que se pueden uti-lizar para convertir las cuentas nacionales de cada país en una moneda internacionalmente compara-ble. El proceso de asesoramiento técnico para el pci involucra a un grupo extraordinariamente diverso e interesante de contadores del ingreso nacional, estadísticos y economistas, así como a numerosos especialistas en otras áreas —construcción, vivien-da, etc.— que tratan de resolver una infinidad de problemas prácticos y teóricos que subyacen a la

definición de precios, así como al cálculo de núme-ros índice. Alan Heston, quien trabajó con Irving Kravis y Bob Summers en el primer pci en 1978 —el cual abarcó menos de una docena de países—, permanece activo en este proceso y aporta más de 40 años de experiencia, así como la comprensión más profunda del mundo de las cuentas nacionales y la medición de precios. Trabajar con él ha sido un proceso educativo en sí mismo.

MIRAR ATRÁS, MIRAR AL FRENTEA uno sólo se le pide que escriba un recuento de este tipo cuando ha llegado a cierta edad, y si bien no cabe duda de que es bueno recibir la petición, la empresa tiene un dejo de obituario. Esto hace que de alguna manera parezca inapropiado escribir sobre el trabajo futuro, o incluso sobre el trabajo actual en proceso. Sin embargo, mi sentir con respecto a mis trabajos actual y pasado es el mismo. En especial, en los últi-mos años he tenido la buena fortuna de ocupar la ofi-cina contigua a la de Danny Kahneman, cuyo conoci-miento, curiosidad e interés por aprender y ampliar su mente son modelos de cómo prolongar una carre-ra larga y distinguida. Durante la última década ha estado trabajando con la organización Gallup para recopilar datos, en los Estados Unidos y alrededor del mundo, sobre cómo la gente evalúa y vive su vida. Hay amplias e importantes preguntas sobre lo que realmente significan las diversas medidas de “felici-dad” y el grado en que pueden y deben ser utilizadas en la política y la economía del bienestar. No sé si pueda construirse una nueva economía del bienestar alrededor de tales medidas, pero trabajar con Danny

en estos temas me ha enseñado mucho y estamos lo-grando avances en el estudio de la diferencia entre la evaluación de vida y la experiencia hedónica, así como en las distintas formas en que cada una respon-de a los ingresos. Resulta que la vieja pregunta de si el dinero compra la felicidad tiene una respuesta com-plicada. Como siempre, trabajar con alguien de una tribu diferente puede ser muy frustrante —tal vez perdamos una enorme cantidad de tiempo en lo que después puede resultar un asunto sin importancia—, así como sumamente gratificante, como cuando me doy cuenta de que existen maneras completamente diferentes de pensar en fenómenos sobre los que creí que me había convencido hace mucho tiempo.

La edad trae deterioro mental y físico, pero si el primero puede mantenerse temporalmente a raya, también puede ofrecer la perspectiva propia de haber visto la rueda de la fortuna subir y bajar en numero-sas ocasiones y de haber visto y pensado en las encar-naciones anteriores de los intereses actuales. A últi-mas fechas he estado escribiendo acerca de la ola ac-tual de pruebas controladas aleatorizadas en las ciencias sociales. Éstas a menudo son dispositivos útiles, pero actualmente se utilizan de una manera que me parece no científica: no como un complemen-to a la teoría que permita su investigación empírica, sino como un sustituto de ella. Considero esto un problema, no sólo en economía, sino también en me-dicina, donde la prueba aleatorizada a menudo funge como único proveedor de evidencia aceptable, a pe-sar de muchas críticas razonadas y a veces devasta-doras en los últimos años por parte de estadísticos, médicos y filósofos. De hecho, a mi modo de ver, recu-rrir a las pruebas controladas aleatorizadas, o a susti-tutos como las variables instrumentales o los diseños de regresión discontinua, es síntoma de un malestar

más profundo, a saber, el abismo aparentemente cada vez mayor entre el trabajo aplicado y la teoría. Parece que ha pasado mucho tiempo desde principios de la década de 1980, cuando los teóricos econométricos y económicos, así como los econometristas aplicados, percibían su respectivo trabajo como una parte dis-tinta de lo que claramente era la misma empresa.

Durante mis comienzos en Cambridge, la Econo-metric Society desempeñó un papel de gran ayuda para mi carrera, así como para las de mis contempo-ráneos, no sólo en el caso de los que éramos econome-tristas o teóricos, sino también en el de cualquier persona que estuviera haciendo trabajo aplicado cuantitativo. Econometrica publicó un buen número de ensayos sobre economía aplicada dignos de emu-lación y cada año la sociedad organizaba reuniones de verano en diferentes ciudades europeas. Esas reu-niones se ocupaban de economistas de la “iglesia ge-neral” y nos daban la oportunidad de conocer a otros y de que nos conocieran, además de presentar artícu-los ante una amplia audiencia de economistas euro-peos y estadunidenses. En aquellos días —a princi-pios de los setenta— no había casi ninguna de las re-des o contactos tan importantes de hoy en día y, por supuesto, no había internet, de manera que obtener notas de trabajo era en gran medida un asunto im-predecible. Fue así que la Econometric Society des-empeñó un papel vital en la construcción de la econo-mía europea. En América del Norte y Europa, una beca de investigación de la Econometric Society era señal de haberse convertido en miembro de pleno de-recho de la profesión, y por lo general ésta se acompa-ñaba del nombramiento como miembro numerario de algún buen departamento.

Me parece que la Econometric Society todavía cumple con parte de esta función en Europa, si bien considero que también se ha vuelto mucho menos importante, al menos en lo que respecta al trabajo aplicado. En gran parte, el antiguo papel europeo de la Econometric Society lo asumió la National Bureau of Economic Research (nber), la cual, después de que Marty Feldstein se convirtiera en presidente, llegó a ser un foco central para la creación de redes en eco-nomía aplicada y además abrió el camino a organiza-ciones similares que aparecieron más tarde en Euro-pa. Al igual que tantos en la profesión, le debo mucho a Marty y a la nber, que con frecuencia ha sido el campo para probar nuevos trabajos y nuevas ideas. Fue gracias a ella, al programa sobre envejecimiento de David Wise y al espíritu emprendedor de Richard Suzman, del National Institute on Aging, que me in-teresé en la salud. En los últimos años también he te-nido una relación fructífera con la American Econo-mic Association; tuve el honor de fungir como su pre-sidente en 2009, y durante muchos años de reuniones fui parte del movimiento para ampliar su papel en el ámbito editorial. Con el tiempo dichos esfuerzos rin-dieron frutos a través de la publicación de cuatro nuevas revistas, todas con comités editoriales buení-simos y con excelentes artículos en sus páginas.

Ha sido un buen momento para dedicar una vida a la economía. En comparación con muchas otras, la profesión está muy abierta al talento y está increíble-mente libre del nepotismo y el clientelismo común en profesiones en las que los empleos son escasos. Mere-cida o inmerecidamente, también es una profesión muy bien recompensada. El mejor regalo de una pro-fesión es la gente que trae consigo: para hablar, para trabajar, para aprender y para ser amigos. He sido muy afortunado en este aspecto. Princeton me ha proporcionado estudiantes extraordinarios, no sólo de economía sino también en la Escuela Woodrow Wilson, a la que llegan estudiantes de maestría con múltiples dones, intereses y experiencias; trabajar con ellos es una fuente constante de alegría e inspira-ción. Muchos de mis mejores y más viejos amigos, al-gunos de ellos también mis mentores, llegaron a mí a través de la economía. También a través de la econo-mía fue que conocí a mi esposa, Anne Case; nuestras vidas personales y profesionales se integran casi en su totalidad. Anne es mi crítica, mi colega y coautora, y mi amiga. En muchos, si no es que en todos los as-pectos —nuestras vidas son más rápidas, están más interconectadas y es mucho más difícil tener cenas cada noche sin sirvientes— tratamos de llevar las vi-das académicas ideales que vislumbré y admiré en Cambridge hace cuarenta años.�W

Traducción de Dennis Peña.

Ha sido un buen momento para dedicar una vida a la economía. En comparación con muchas otras, la profesión está muy abierta al talento y está increíblemente libre del nepotismo y el clientelismo común en profesiones en las que los empleos son escasos.

ACERTIJOS Y PARADOJAS: UNA VIDA DEDICADA A LA ECONOMÍA APLICADA

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EL CIELO AMENAZANTECuando Keynes escribió su famoso ensayo “Las posi-bilidades económicas para nuestros nietos”, los tiem-pos eran difíciles y se vislumbraba un futuro som-brío. Sin embargo, Keynes advirtió a sus lectores so-bre no confundir el corto plazo con el largo plazo y les aseguró que los fundamentos del largo plazo eran só-lidos. El progreso técnico que había llevado al mundo hasta donde se encontraba podría ser invocado para llevarlo mucho más lejos. A Keynes le preocupaba que hubiera circunstancias que pudieran hacer descarri-lar el progreso, y condicionó sus predicciones a la au-sencia de “guerras o aumentos demográficos impor-tantes”. La segunda Guerra Mundial y la explosión demográfica seguramente califican como importan-tes y, sin embargo, los niveles de vida hoy en día son tan altos como él predijo.

Hoy, también, los tiempos son difíciles. Los Esta-dos Unidos cojean para salir de la Gran Recesión, la peor desde los propios tiempos de Keynes. El futuro de la economía europea está lejos de verse seguro, y el posible colapso del euro podría precipitar un es-tancamiento a largo plazo, o algo peor. El crecimien-to en la India y China se está estancando. Escribo es-tas líneas en el periodo inmediatamente posterior a la devastación causada por el huracán Sandy en el noreste de los Estados Unidos. El aumento constan-te del nivel del mar no hace sino garantizar que hu-racanes de ese tipo se volverán más frecuentes, y mientras las reparaciones y gastos defensivos (posi-blemente fútiles) estimularán el pib, éste es un caso clásico en que pib y bienestar humano se mueven en direcciones opuestas.

Tal vez, como Keynes, podemos predecir que estas amenazas a corto plazo se disiparán bajo el implaca-ble avance del ingenio humano para mejorar la vida. En el largo plazo, todos estaremos muertos. En cien años a partir de ahora incluso mis nietos (casi segura-mente) estarán muertos, pero los nietos de mis nietos tal vez serán más ricos y estarán más sanos de lo que podemos imaginar. Sin embargo, hoy no es sólo el en-torno inmediato el que nos amenaza; los problemas a corto plazo parecen síntomas de procesos más pro-fundos cuya desaparición no es inminente.

El crecimiento demográfico y las guerras mun-diales tal vez no son hoy las amenazas que vislum-

braba Keynes, pero el cambio climático no regulado es un nuevo y enorme peligro. Las expectativas a lar-go plazo para el control del clima son poco favora-bles; las elecciones presidenciales de 2012 en los Es-tados Unidos se caracterizaron por evadir el asunto, y las bajas tasas de crecimiento en la India y China, incluso si esos países controlan el aumento de las emisiones, también restarán prioridad a la lucha contra el cambio climático de los indios y los chinos.

El aumento del nivel de vida ya se veía amenaza-do incluso antes del cambio climático. El pib per cá-pita en los Estados Unidos ya venía cayendo desde hace décadas, incluso antes de la crisis financiera. Las tasas de crecimiento ya caían mucho antes de la crisis del euro, incluso desde la ola de reconstruc-ción de Europa posterior a la segunda Guerra Mun-dial. Tal vez los dioses del cambio técnico nos han abandonado. Muchos escritores han lamentado que el progreso técnico actual se base casi en su totali-dad en la información, que en los últimos treinta años otros aspectos de la producción y el consumo hayan cambiado poco, y que la internet, el correo electrónico, los teléfonos inteligentes, los iPods y las tabletas no sean más que juguetes seductores que aportan al bienestar humano tan poco como al au-mento de la productividad.

A muchos de nosotros también nos preocupa que el grotesco crecimiento de la desigualdad en los últi-mos treinta años socave el crecimiento económico. Cuando el crecimiento no se vuelve extensivo y cuando una pequeña fracción de la población se vuelve extraordinariamente rica, el poder que po-seen los ricos se convierte en una amenaza para la prosperidad de todos los demás. Los superricos tie-nen poca necesidad de bienes, servicios de salud o de educación públicos, o incluso de algunos tipos de in-fraestructura básica. Sin embargo, en sí mismas la educación y la salud son parte del bienestar, y se re-quiere una población ampliamente educada y salu-dable para sustentar la innovación de la que depende el crecimiento. Al mismo tiempo, a menudo los ricos tienen tanto los incentivos como los medios para bloquear la destrucción creativa que se requiere en cada nueva ronda de innovación.

Quienes tienen éxito se organizarán para proteger lo que hayan conseguido, incluso de formas que los

beneficien a expensas de la mayoría, por ejemplo, mediante cabildeo en pos de normas y regulaciones de interés particular. Las crisis financieras han teni-do lugar a lo largo de la historia, de la misma manera que durante toda la historia ha habido huracanes. Sin embargo, así como el último huracán fue peor porque el aumento del nivel del mar lo avivó y por lo tanto es un presagio de huracanes cada vez más fre-cuentes, la última crisis financiera también fue peor en parte por un sector financiero excesivamente po-deroso e insuficientemente regulado.

Estados Unidos gasta 18 por ciento de su pib en sa-lud y gran parte de este porcentaje se va en procedi-mientos y dispositivos que hacen poco para mejorar-la. El progreso técnico en el cuidado de la salud es impulsado tanto por lo que el gobierno pagará como por sus resultados en la ampliación de la esperanza de vida. Y mientras más grande y más rica sea la in-dustria de la atención a la salud, más poder tendrá para influir en las normas de pago y evitar el estable-cimiento de una autoridad que pueda comprobar la rentabilidad de los nuevos procedimientos. Un siste-ma en el que el gobierno paga la mayor parte del gas-to en salud y en el que los grupos de cabildeo estable-cen las normas y precios es un sistema que permite a una minoría saquear a los demás. Los desproporcio-nados sectores financieros y de salud son máquinas cosechadoras de rentas muy efectivas para sus eje-cutivos, y al mismo tiempo reducen el bienestar del resto de nosotros. Este tipo de procesos frenan el crecimiento económico, y su capacidad de penetra-ción puede justificar el pesimismo sobre las perspec-tivas de crecimiento a largo plazo.

El incremento en la esperanza de vida establecido hace mucho tiempo también está perdiendo impul-so. Las reducciones en la mortalidad infantil que im-pulsaron la primera expansión en la esperanza de vida han sido reemplazadas, en el último medio siglo, por la reducción de la mortalidad en edades mayo-res. La reducción en la mortalidad cardiovascular entre ancianos y personas de mediana edad se ha de-bido a la disminución del tabaquismo, a los métodos basados en fármacos para el control de la hiperten-sión y a mejores tratamientos para quienes han su-frido ataques al corazón. Cualquier reducción en la mortalidad debida a una mejor nutrición ha quedado

A través de la oscuridad y hacia un mejor futuro

A N G U S D E A T O N

ARTÍCULO

Aunque no suelen acertar en sus predicciones, a los economistas les gusta asomarse a la bola de cristal para mirar el futuro. Un grupo de notables estudiosos de la economía

especularon sobre la situación mundial dentro de un siglo. Escrito en noviembre de 2012, éste es el razonado pronóstico de Deaton, en el que describe, con su habitual reserva,

posibles mejorías y alguna amenaza inevitable

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A TRAVÉS DE LA OSCURIDAD Y HACIA UN MEJOR FUTURO

agotada hace mucho y ahora vamos en dirección opuesta, pues la prevalencia cada vez mayor de la obesidad y la diabetes actúa para revertir el descen-so de la mortalidad.

El cáncer es el otro gran asesino, y en la guerra en su contra, declarada hace ya mucho tiempo, estamos lejos de cantar victoria. Incluso si se sigue avanzan-do, los futuros descensos en la mortalidad deben provenir no de los sectores más jóvenes, entre los cuales la mortalidad es ya muy baja, sino de los an-cianos. Mientras yo (y otros ancianos) estaré mejor si tengo unos cuantos años más para estar con mis nietos, e incluso para especular sobre la vida de mis tataranietos dentro de un siglo, los avances hacia el final de la vida no hacen sino posponer lo inevitable por algunos años y ayudan poco a incrementar la esperanza de vida.

El presente es un panorama sombrío y no sería di-fícil convencerse uno mismo de que hay pocas espe-ranzas de nuevos aumentos en los niveles o en la es-peranza de vida. Tal vez podríamos sentirnos mejor con respecto a este asunto si, a diferencia de mí, pu-diéramos aceptar el argumento de que en realidad los niveles de vida están sobrevalorados, que el bien-estar humano no mejora con el crecimiento econó-mico y que debemos buscar mejoras en bienestar en otra parte, a través de mejores relaciones sociales, una mejor salud y más tiempo libre.

Aun así, sigo siendo cautelosamente optimista.Tal como los he planteado, los argumentos negati-

vos son demasiado fuertes y, en algunos casos, son incorrectos. También son demasiado estrechos, tan-to en alcance como en contenido; su ámbito de apli-cación incluye sólo los países ricos, haciendo caso omiso de lo que ha ocurrido y lo que podría ocurrir a la mayor parte de la gente en el planeta. Incluso si mis tataranietos no llegan a ser mucho más ricos o no pueden vivir más tiempo que sus abuelos, las perspectivas para los africanos, indios y chinos son más halagüeñas. La satisfacción de Keynes también estaba demasiado acotada. Él hablaba de condicio-nes materiales de vida, no de salud y esperanza de vida. Pero incluso la salud y la riqueza están lejos de agotar las posibilidades de mejora para nuestros des-cendientes (y los de otros).

EL LADO POSITIVO: CRECIMIENTODurante gran parte de la historia del crecimiento económico, que se extiende ya a lo largo de un cuarto de milenio, el progreso se midió por la cantidad de cosas que eran producidas, por más bienes por per-sona. Hoy en día los productos son menos importan-tes que los servicios y la calidad es más importante que la cantidad, por lo que el aumento de la calidad ha remplazado el aumento de la cantidad como base para incrementos en el bienestar. Sin embargo, es muy difícil medir los servicios y casi imposible me-dir la calidad.

Un punto de carácter más general es que el pib se mide mucho peor de lo que sugiere su importancia cultural. Los conceptos brutos no toman en cuenta la depreciación o la destrucción de capital. Existen tanto dificultades conceptuales —no se asigna valor a servicios sin contrato, de los cuales el más impor-tante es el trabajo no remunerado en el hogar, ni al ocio— como prácticas —supuestos basados en esti-maciones (“imputaciones” en lugar de mediciones)— que tienen un papel cada vez más importante (hasta un tercio de los ingresos de los hogares) en las econo-mías avanzadas. Hay buenas razones para conservar la práctica actual y casi el mismo número de buenas razones para cambiar. Mientras tanto, la magnitud de la incertidumbre conceptual y práctica es grande y sigue creciendo, y debemos tratar las medidas de crecimiento decrecientes con una buena dosis de escepticismo.

Es difícil de medir el valor de muchos servicios, por lo que los estadísticos hacen lo que pueden y miden los insumos, no los resultados; hacen ajustes de producti-vidad —dentro de las cuentas nacionales de cada país y entre países al hacer comparaciones internaciona-les— pero éstas son imputaciones con grandes márge-nes de error. En muchos casos (por ejemplo, en los servicios públicos) se ignora el crecimiento de la pro-ductividad, y el crecimiento excepcional de la produc-tividad en servicios por lo general no está sujeto a me-dición. Uno de los servicios más importantes, los be-neficios que reciben los propietarios por vivir en sus propios hogares, es imputado casi por completo, a me-nudo mediante la extrapolación de los mercados de alquiler, pequeños y no representativos, o mediante la

imputación del costo del bien para el propietario. Las mejoras técnicas que hacen que nuestros hogares sean mejores máquinas de consumo por lo general no están sujetas a medición.

Si bien no hay evidencia de subestimación siste-mática del crecimiento en servicios, éste no es el caso de las mejoras en calidad o de los beneficios de bienes radicalmente nuevos. Numerosas mejoras de calidad y productos nuevos son parches en las cuentas del ingreso nacional, y muchos estudiosos han argumentado que hoy en día los beneficios de las grandes innovaciones de consumo —cajeros automá-ticos, teléfonos celulares, correo electrónico, com-pras por internet, dispositivos de entretenimiento personal— están seriamente subestimados. Nadie sabe cómo solucionar este problema, y las oficinas de estadística dejan cierto margen para mejoras en la calidad de los dispositivos existentes, como los auto-móviles y las computadoras, pero es casi seguro que el aumento del nivel de vida material está siendo subestimado por el tratamiento que se le da a estos artículos.

También cuestiono la idea de que la revolución de la información y sus dispositivos asociados hacen poco por el bienestar humano. Muchos han documentado la importancia de pasar tiempo y socializar con ami-gos y familiares, y sin embargo éste es exactamente el aspecto de la vida cotidiana que los nuevos métodos de comunicación buscan mejorar. Todos podemos mantenernos en contacto con nuestros hijos y amigos día a día; las videoconferencias son, en esencia, gratis, y podemos cultivar una estrecha amistad con perso-nas que viven a miles de kilómetros de distancia. Cuando mis padres dijeron adiós a los familiares y amigos que dejaron Escocia para buscar una vida me-jor en Canadá y Australia, nunca esperaron verlos o hablar con ellos de nuevo, excepto tal vez por alguna breve llamada telefónica astronómicamente cara cuando alguien moría. Hoy en día, muchas veces ni si-quiera sabemos dónde se encuentran físicamente las personas cuando trabajamos, hablamos o jugamos con ellas. También podemos disfrutar los grandes lo-gros humanos del pasado y el presente a través del ac-ceso a la literatura, la música y las películas a bajo pre-cio, en cualquier momento y en cualquier lugar. Que estas alegrías no queden registradas en las estadísti-cas de crecimiento nos dice mucho acerca de las esta-dísticas, no acerca de la tecnología. Que sean menos-preciadas por quienes no las usan es un indicio de que no debemos prestar atención a quienes pretenden uti-lizar su propias preferencias para emitir juicios sobre los placeres de los demás.

Para la mayoría de la población mundial, que no vive en los países ricos, no ha habido una desacelera-ción en el crecimiento. De hecho, los más de 2.5 mi-llones de personas que viven en la India y China han experimentado recientemente tasas de crecimiento sostenido sin paralelo en cualquier país o época. ¿Podemos esperar que continúen?

Las tasas de crecimiento de India y China disminu-yeron luego de la crisis financiera y probablemente hayan sido exageradas por las estadísticas oficiales de ambos países. Si bien la desaceleración es probable-mente un efecto a corto plazo, también debemos re-cordar que los incrementos repentinos del crecimien-to de un país rara vez se mantienen tanto como lo han hecho en China y la India, por lo que tal vez estén por detenerse. El régimen político de China no es uno que tolere fácilmente la destrucción creativa, y su régi-men corrupto y extractivo será un lastre cada vez más pesado para el crecimiento.

Aun así, volviendo a Keynes, hay razones fun-damentales para pensar que la India, China y por lo menos unos cuantos países más, hoy pobres, crecerán rápidamente en el futuro. Ponerse al corriente respecto del crecimiento es más fácil que crecer cuando ya se es grande; muchas ideas nuevas, dispositivos nuevos y formas nuevas de hacer las cosas se pueden importar desde el extranjero y no tienen que ser reinventados desde cero. Y si bien dicha importación requiere de innovación local, un tipo de adaptación (y destrucción) que no llega de forma gratuita, ponerse al corriente respecto del crecimiento es más fácil y, en las circunstancias adecuadas, puede ser mucho más rápido que el crecimiento inicial. Incluso el África subsahariana, el caso perdido del crecimiento económico en la década de 1980 y principios de 1990, está mostrando signos de reactivación. Algo de esto es resultado del alza de precios en las materias primas, una circunstancia en la que no podemos basarnos a largo

plazo, pero otra parte también viene de una mejor gestión macroeconómica aprendida desde el extran-jero. Si Occidente puede frenar la dependencia de la “ayuda” extranjera destructiva que actualmente vierte sobre África, es probable que también mejore la gobernabilidad, y luego vendrá el crecimiento.

EL LADO POSITIVO: LA SALUDLa esperanza de vida estadunidense se ha incremen-tado en cerca de treinta años desde 1900, si bien la tasa anual de crecimiento antes de 1950 era casi el doble de rápida que la tasa anual de crecimiento des-de 1950. Al mismo tiempo, se han estrechado las di-ferencias de esperanza de vida entre los ricos y los pobres en el mundo. Si utilizáramos algún índice compuesto de esperanza de vida y de ingreso como medida de bienestar —por ejemplo, el ingreso per cá-pita multiplicado por la esperanza de vida—, el creci-miento global en los países ricos se ha desacelerado aún más rápido que el crecimiento del ingreso por separado, y los países pobres han alcanzado a los países ricos. O por lo menos así lo hacían, con excep-ción de aquellos afectados por el vih/sida, y espera-ríamos que esos países se pusieran al día una vez que la epidemia fuera controlada.

La desaceleración en los países ricos y la puesta al corriente de los pobres respecto de los ricos son ca-racterísticas mecánicas de la esperanza de vida. La esperanza de vida es una medida conveniente de sa-lud pública, pero en esencia arbitraria, y otorga una importancia muy superior a las muertes de infantes que a las de adultos. Así pues, el aumento atenuado de la esperanza de vida no puede entenderse en el senti-do de que la disminución en todas las tasas de morta-lidad se está desacelerando, o que todas las brechas de mortalidad entre países pobres y ricos se están redu-ciendo. En cuanto al futuro, el menor ritmo de creci-miento de la esperanza de vida no puede tomarse como un signo de lo que vendrá. Hay verdaderas ame-nazas al descenso de la mortalidad futura —controlar o no el vih/sida, por ejemplo—, pero la desaceleración de la esperanza de vida no es una de ellas.

Tanto en países ricos como en pobres la vida es más riesgosa en la niñez temprana y en la vejez, con poco riesgo de muerte en la edad adulta. Pero en los países pobres de hoy, al igual que en los países ricos del pasado, las probabilidades de morir en los prime-ros años de vida son mucho mayores que en los paí-ses ricos. Alrededor de 50 de cada 1�000 niños que nacen en la India mueren en su primer año, cerca de la fracción que moría en Escocia en el año en que yo nací (1945). En 2010, menos de 4 de cada 1�000 recién nacidos murieron en Escocia, la cifra más baja jamás registrada y una de las tasas más bajas del mundo. En los países ricos de hoy, la muerte acecha a los an-cianos. En los países ricos del pasado y en los países pobres de hoy, la muerte acecha a los jóvenes. En los países pobres de hoy, al igual que en los países ricos del pasado, el progreso surge de la reducción de la mortalidad entre los niños. En los países ricos de hoy, el progreso viene de la reducción de la mortali-dad entre los adultos.

Las primeras mejoras en salud se dieron (y en al-gunos lugares se siguen dando) a partir de mejoras en salud pública: agua potable, higiene, vacunación y eliminación de plagas que causan enfermedades. Estos cambios pueden provocar disminuciones rá-pidas de la mortalidad infantil y hacer que la espe-ranza de vida se incremente de golpe. Una vez que se eliminen esos “problemas obvios” —al menos en lo que concierne a la esperanza de vida—, las mejo-ras en la salud tendrán que llegar por vía de una re-ducción de la mortalidad en adultos, lo que significa reducir las enfermedades cardiacas y el cáncer. Los países ricos han progresado enormemente en la re-ducción de la mortalidad por enfermedades del co-razón y se han salvado las vidas de numerosos adul-tos de mediana edad y de edad avanzada. Este tipo de progreso hace mucho menos por la esperanza de vida que los avances en la reducción de la mortali-dad infantil.

Podemos discutir si la vida de un recién nacido vale más o menos que la vida de alguien de mediana edad o de un adulto mayor, pero no puede haber una presunción automática a favor de la idea simplista de que ofrecer más años de vida siempre es la mejor opción. La desaceleración en el ritmo con que mejo-ra la esperanza de vida es esencialmente una medi-da de éxito, no de fracaso. En los países ricos nos he-mos deshecho de muchas de las causas de mortali-dad asociadas con los primeros años de vida, que

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A TRAVÉS DE LA OSCURIDAD Y HACIA UN MEJOR FUTURO

son los que afectan sobremanera la esperanza de vida, y nos hemos trasladado a las siguientes causas de mortalidad, las cuales atacan a edades más avanzadas.

La verdadera pregunta para nuestros nietos y sus nietos es si puede esperarse que continúe el progre-so en la reducción de la mortalidad. Una vez más, el panorama no es del todo claro, pero creo que la res-puesta es sí.

La actual reducción de la mortalidad por enfer-medades cardiovasculares todavía tiene un largo ca-mino por recorrer. Los fármacos antihipertensivos son baratos y eficaces pero exigen que un médico re-vise con regularidad la presión arterial de los pacien-tes, una indicación que muchas personas no siguen. Aquí hay muchas vidas que pueden salvarse a bajo precio. Las tasas de tabaquismo han disminuido en-tre los hombres y, con un desfase, también entre las mujeres, de modo que la brecha en la esperanza de vida entre hombres y mujeres ahora es más pequeña de lo que ha sido durante muchos años. Si las mujeres continúan dejando de fumar como lo han hecho los hombres, muchas menos morirán de enfermedad cardiovascular y de cáncer de pulmón.

¿Qué pasa con los tipos de cáncer distintos al cáncer de pulmón? Los más importantes son el cáncer de mama (principalmente entre las mujeres), cáncer de próstata (sólo entre hombres) y el cáncer colorrectal (entre hombres y mujeres). En años muy recientes se han logrado enormes avances contra estos tres tipos de cáncer, impulsados por una combinación de pruebas de detección y nuevos fármacos, algunos desarrollados de la manera tradicional, mediante prueba y error, y otros por medio de nuevos avances científicos para comprender cómo funciona el cáncer. A diferencia de la reducción de la mortalidad mediante fármacos antihipertensivos —recetar aspirina después de un ataque al corazón— o la disminución en el tabaquismo, estos tratamientos son caros y su uso generalizado podría verse limitado por descensos en las tasas de alza del ingreso, de ser el caso. Sin embargo, muchos estudiosos creen que en los próximos 50 años veremos el progreso contra el cáncer que hemos visto en los últimos 50 años contra las enfermedades cardiovasculares.

Una de las mayores razones por las que la salud continuará mejorando es que la gente quiere que así sea y está dispuesta a pagar por las innovaciones, la ciencia básica, los descubrimientos sobre el com-portamiento, los medicamentos, los procedimien-tos y los dispositivos que la sustentan. Las innova-ciones no crecen en los árboles y no siempre llegan cuando se necesitan, pero no cabe duda de que la urgencia ayuda. A medida que conquistamos cada enfermedad, la siguiente se convierte en el nuevo objetivo; nadie se preocupaba por la enfermedad de Alzheimer cuando una cuarta parte de la población no llegaba siquiera a su quinto cumpleaños. Sin em-bargo, a medida que aumenta la esperanza de vida, estas enfermedades de la edad adulta se convierten en prioridades y, conforme la gente se vuelva más rica, comenzará a dedicar porcentajes cada vez ma-yores de su ingreso a hacerles frente, de forma que el gasto en ellas se elevará más rápido que el ingreso nacional.

En los países pobres la mortalidad infantil sigue siendo una gran maldición, incluso después de los enormes avances del último medio siglo. Los niños que mueren en estos países no habrían muerto de haber nacido en países ricos y a ese grado debemos ser capaces de evitar sus muertes. Los niños no es-tán muriendo de enfermedades exóticas incurables, sino de infecciones respiratorias, de enfermedades diarreicas y de enfermedades que podrían preve-nirse con vacunación, todas las cuales han sido erradicadas de los niños de los países ricos. Por lo tanto, el potencial de progreso es enorme. Algo de este progreso vendrá a través de una educación más generalizada, sobre todo entre las mujeres, lo que aporta una comprensión más amplia de la teoría microbiana de la enfermedad y sus consecuencias, como la necesidad de lavarse las manos y de contar con agua limpia.

El principal obstáculo aquí no es la disponibili-dad de medicamentos, muchos de ellos baratos y de fácil acceso, sino la capacidad de numerosos gobier-nos para desarrollar un sistema de atención mater-na e infantil que pueda ofrecer remedios conocidos a esos niños y a sus madres. Buena parte no depen-derá tanto del crecimiento económico en los países pobres —a China le fue mucho mejor en la reduc-

ción de la mortalidad infantil antes de comenzar a crecer y, en menor medida, lo mismo ocurrió en la India— como de las mejoras en la capacidad del Es-tado y de su compromiso.

Con excepción del África subsahariana, la mayo-ría de las muertes en el mundo de hoy son resultado de enfermedades no transmisibles, como enferme-dades del corazón y cáncer, no de enfermedades in-fecciosas, que han sido el principal enemigo durante gran parte de la historia humana. Como hemos visto, la mortalidad por enfermedades cardiovasculares ha disminuido rápidamente en los países ricos, y lo ha logrado a partir de medicamentos baratos y la disminución en el consumo de tabaco. Si bien los nuevos tratamientos contra el cáncer pueden ser difíciles de costear para las autoridades de salud pública en muchos países no ricos, el costo no es un impedimento cuando se trata de aspirinas o diuréticos, y podemos esperar ver un aumento en las tasas de tratamiento tanto de proveedores públicos como privados de todo el mundo. Una vez más, la restricción puede ser el ritmo al cual los sistemas adecuados de salud dependientes de un médico (sector público) evolucionan y son regulados (sector privado). Las expectativas para las tasas de tabaquismo en los países pobres son menos positivas,

aunque sólo sea porque el aumento del ingreso propicia incrementos en el consumo de tabaco y porque las empresas tabacaleras se enfocan en los consumidores de algunos países de ingresos medios.

Incluso el vih/sida, que durante los últimos 50 años ha barrido con los avances en esperanza de vida en varios países de África, está siendo enfren-tado por el suministro de medicamentos antirre-trovirales. Entre 2003 y 2010, el número de perso-nas que recibió estos medicamentos en los países pobres aumentó de menos de 3 millones a más de 10 millones. Con suerte, la epidemia será historia mu-cho antes de que el siglo termine.

Existen vínculos entre el aumento de los ingresos y el mejoramiento de la salud: una mejor nutrición se adquiere con más dinero, los proyectos de salud pública (agua potable e higiene) cuestan dinero público y la presión por la innovación es a la vez impulsada y financiada por el aumento de los niveles de vida. Sin embargo, es un error pensar que los ingresos y la salud siempre caminan juntos. Las mejoras de recuperación en la salud, al igual que el crecimiento para ponerse al día, requieren una modesta innovación — más en los procesos que en lo conceptual— e históricamente ha habido muchas ocasiones en las que tuvieron lugar reducciones masivas de mortalidad —a través de antibióticos, el suministro de agua, control de mosquitos— en lugares donde los niveles de vida estaban estancados. También la política importa. Cuando China decidió estimular el crecimiento económico rápido a mediados de la década de 1970, se alejó de las medidas de salud pública que habían sido una parte exitosa del régimen anterior. Al pensar en el futuro no debemos suponer que todo depende del crecimiento económico, de manera que, incluso si el crecimiento decae, nada podrá garantizar que la salud caerá también.

EL LADO POSITIVO: TODO LO DEMÁSLos estándares de vida significan poco si las perso-nas no están vivas para disfrutar de ellos; sin em-bargo, para las personas vivas es difícil vivir una buena vida sumidas en privaciones y miseria. Por eso me enfoco aquí en estándares de mortalidad y

de vida. No obstante, una vida buena tiene muchas aristas, y en ellas también hay esperanza para seguir mejorando.

Por ejemplo, la salud es algo más que simplemen-te estar vivo, y hay pruebas no sólo de que la gente está viviendo más tiempo, sino de que ahora sus vi-das son más saludables. Debemos algo de esto a la medicina: tengo una prótesis de cadera que me ha permitido vivir una vida plena y activa que de otro modo habría sido imposible; otros tienen prótesis de rodilla o incluso corazones artificiales. Los im-plantes cocleares están empezando a reducir la fracción de las personas que no puede oír y la ciru-gía de cataratas le ha devuelto la vista a muchos.

Una mejor nutrición y mejores ambientes de sa-lud en la infancia han aumentado la estatura de los adultos en todo el mundo. Durante más de un siglo, los europeos han estado creciendo alrededor de un centímetro por cada década, al igual que los chinos, quienes actualmente están creciendo al mismo rit-mo. Los estadunidenses parecen haber dejado de crecer; los indios apenas comenzaron a hacerlo y los africanos nacidos en la década de 1980 son más ba-jos que los nacidos una década antes. Ingresos más elevados y una mejor salud en la infancia dan como resultado adultos más altos. La altura parece ayu-dar a las personas a llevar una vida mejor, a veces porque las personas más altas son más fuertes y pueden ganar más dinero. La insuficiencia nutri-cional en la niñez y las enfermedades infantiles no sólo frenan el crecimiento físico, sino también el desarrollo del cerebro, de modo que las personas que de niños tuvieron menos enfermedades y mejor nutrición tienen una mejor función cognitiva en la edad adulta. Y, en efecto, en todo el mundo el coefi-ciente intelectual registrado está en aumento.

La violencia ha disminuido: ahora las personas tienen mucho menos probabilidades de ser asesina-das que antes. Esto mejora no sólo la salud, sino también la calidad de vida de los que no tiene que vivir en la inseguridad.

La democracia está más extendida en el mundo de lo que estaba hace 50 años. La opresión de un grupo social por otro es más escasa, ya sea de mujeres por hombres, de homosexuales por heterosexuales, de obreros por capitalistas, de trabajadores agrícolas por aristócratas, o de un grupo étnico o casta por otro. La gente tiene mayores oportunidades de parti-cipar en la sociedad de las que tuvo jamás.

La educación ha ido en aumento en la mayor parte del mundo. Cuatro quintas partes de los habitantes del mundo saben leer y escribir, en comparación con aquella mitad de la década de 1950. Existen zonas ru-rales en la India donde prácticamente ninguna mu-jer adulta fue a la escuela y ahora casi todas sus hijas lo hacen. Sin embargo, una vez más, queda mucho por hacer, sobre todo en África. Empero, si la gente en verdad es el máximo recurso, las personas sanas, bien educadas y que viven en una sociedad abierta son las más valiosas de todas, y las ideas y la innova-ción que ellas ofrecen benefician a todos y son la base para una continuo crecimiento económico.

Por supuesto, no se puede esperar que todas es-tas cosas mejoren por doquier, o que lo hagan de forma ininterrumpida. Las cosas malas suceden. Las guerras destruyen y los regímenes políticos po-sitivos pueden ser reemplazados por regímenes ne-gativos que pueden revertir muchos años de pro-greso. Las epidemias como el vih/sida pueden ter-minar con décadas de mejoras en la salud. Sin embargo, espero que esos reveses sean superados en el futuro, como lo han sido en el pasado.

Tal vez la principal incertidumbre, a escala mun-dial, es si será posible enfrentar el cambio climáti-co. Es difícil ser optimista sobre cualquier acuerdo global moderno, y tal vez tenga que haber un gran sufrimiento y destrucción antes de que la gente se una para hacer cambios. No sé cómo pueda darse esta situación. Sin embargo, las fuerzas de progreso y de acción colectiva contra el peligro inminente también son fuertes y yo apostaría a que resultarán vencedoras.�W

“Through the Darkness to a Brighter Future” es un capítulo de Ignacio Palacios-Huerta (comp.), 100 Years: Leading Economists Predict the Future, © 2014 Massachusetts Institute of Technology; lo publicamos aquí con autorización de The MIT Press.

Traducción de Dennis Peña.

Muchos estudiosos creen que en los próximos 50 años veremos el progreso contra el cáncer que hemos visto en los últimos 50 años contra las enfermedades cardiovasculares.

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En Escocia me enseñaron a pensar en los policías como aliados y a pedirles ayuda cuando la necesitara. Imagi-nen mi sorpresa cuando, a los 19 años de edad, en mi primera visita a los Estados Unidos, un policía de la ciudad de Nueva York que dirigía el tráfico en Times Square me contestó con

una lluvia de obscenidades cuando le pregunté cómo llegar a la oficina de correos más cercana. En mi subsiguiente confusión, inserté los documentos urgentes para mi empleador en un bote de basura que, según yo, se parecía mucho a un buzón.

Los europeos suelen tener en mejor estima a sus gobiernos que los estadunidenses, para quienes los fracasos y la impopularidad de sus políticos federa-les, estatales y locales son un lugar común. Sin em-bargo, en Estados Unidos los varios gobiernos recau-dan impuestos y, a cambio, ofrecen servicios sin los cuales la gente no podría vivir su vida fácilmente.

Los estadunidenses, al igual que muchos ciuda-danos de los países ricos, dan por sentado el sistema legal y regulatorio, las escuelas públicas, la asisten-cia médica y la seguridad social para las personas mayores, las carreteras, la defensa y la diplomacia, así como las fuertes inversiones por parte del Esta-do en investigación, sobre todo la relacionada con medicina. Ciertamente, no todos estos servicios son tan buenos como podrían ser, ni son igual de ce-lebrados por todo el mundo; sin embargo, la gente paga la mayoría de sus impuestos y, si la forma en que se gasta el dinero ofende a algunos, se desata un animado debate público y las elecciones regulares permiten a las personas cambiar las prioridades.

Todo esto es tan obvio que casi es innecesario mencionarlo, al menos para quienes viven en países ricos con gobiernos eficaces. Sin embargo, no es el caso para la mayoría de la población del mundo.

En gran parte de África y Asia, los Estados no tie-nen la capacidad de recaudar impuestos o prestar servicios. El contrato entre el gobierno y los gober-nados —imperfecto en los países ricos— a menudo está totalmente ausente en los países pobres. El po-licía de Nueva York fue poco más que maleducado

(y estaba ocupado prestando un servicio); no obs-tante, en gran parte del mundo, la policía se aprove-cha de la gente a la que debería proteger: la extorsio-na o la persigue en nombre de sus poderosos jefes.

Incluso en un país de ingresos medios como la India, las escuelas y las clínicas públicas enfrentan ausentismo masivo (sin castigo). Los médicos pri-vados dan a la gente lo que (creen que) quiere —in-yecciones, terapia intravenosa y antibióticos— pero el Estado no los regula, y muchos practicantes care-cen por completo de certificación.

A lo largo del mundo en desarrollo mueren niños por haber nacido en el lugar equivocado, no de exó-ticas enfermedades incurables, sino de enfermeda-des comunes de la infancia que sabemos cómo tra-tar desde hace casi un siglo. Sin un Estado que sea capaz de ofrecer servicios básicos de salud materna e infantil, estos niños seguirán muriendo.

Del mismo modo, sin la capacidad del gobierno, la regulación y la aplicación de las leyes no funcio-nan correctamente, por lo que las empresas tienen dificultades para operar. Sin tribunales civiles que funcionen adecuadamente no hay garantía de que los empresarios innovadores puedan cosechar el fruto de sus ideas.

La falta de capacidad del Estado —es decir, de los servicios y el resguardo que dan por sentado las personas en los países ricos— es una de las princi-pales causas de la pobreza y las privaciones en todo el mundo. Sin Estados eficaces que trabajen con ciudadanos activos y comprometidos, hay pocas po-sibilidades de que ocurra el crecimiento que se ne-cesita para abolir la pobreza global.

Desafortunadamente, hoy los países ricos del mundo empeoran las cosas. La ayuda externa — transferencia de recursos de países ricos a países pobres— tiene mucho mérito, sobre todo en térmi-nos de atención a la salud, con muchas personas vi-vas hoy en día que de otro modo estarían muertas. Pero la ayuda externa también socava el desarrollo de la capacidad del Estado local.

Esto es más evidente en los países —sobre todo en África— donde el gobierno recibe la ayuda de manera directa y los flujos de ayuda son grandes en relación con el gasto fiscal (a menudo más de la mi-tad del total). Tales gobiernos no necesitan ningún

contrato con sus ciudadanos, ningún parlamento ni sistema alguno de recaudación de impuestos. Si tie-nen que rendir cuentas a alguien, ese alguien son los donantes, pero ni siquiera esto funciona en la práctica, pues los donantes, bajo la presión de sus propios ciudadanos (quienes con razón quieren ayudar a los pobres), necesitan erogar dinero tanto como los gobiernos de los países pobres necesitan recibirlo, si no es que más.

¿Y qué tal evitar los gobiernos y entregar la ayu-da directamente a los pobres? Desde luego, es pro-bable que los efectos inmediatos sean mejores, so-bre todo en países en los que a los pobres les llega en verdad poca ayuda de gobierno a gobierno. Además, se necesitaría una suma de dinero asombrosamen-te pequeña —unos 15 centavos de dólar al día por cada adulto en el mundo rico— para al menos situar a todos por encima de la línea de la pobreza de un dólar diario.

Sin embargo, ésta no es la solución. Los pobres necesitan de un gobierno para llevar una vida mejor; sacar al gobierno del circuito podría mejorar la si-tuación a corto plazo, pero dejaría sin resolver el problema de fondo. Los países pobres no pueden operar siempre sus servicios de salud desde el ex-tranjero. La ayuda socava lo que las personas po-bres más necesitan: un gobierno eficaz que trabaje con ellos para el hoy y el mañana.

Una cosa que sí podemos hacer es manifestarnos para que nuestros gobiernos dejen de hacer aque-llas cosas que dificultan que los países pobres dejen de ser pobres. Una manera es la reducción de la ayu-da, pero también lo es limitar el comercio de armas, mejorar el comercio de los países ricos y la política de subsidios, prestar asesoramiento técnico no vin-culado con la ayuda y desarrollar mejores medica-mentos para enfermedades que no afectan a la gen-te rica. No podemos ayudar a los pobres debilitando aún más sus ya de por sí débiles gobiernos.�W

Reproducimos este artículo con autorización de Project Syndicate; se publicó en septiembre de 2013.

Traducción de Dennis Peña.

En los tiempos que corren, la noción de Estado no parece gozar de cabal salud ni de la mejor prensa. Para Deaton, sin embargo, su función es esencial en el combate

a la pobreza y la desigualdad, pero se requieren condiciones mínimas para que su acción sea efi caz. Para no ser débil ni fallido, el Estado requiere legitimidad interna y externa,

así como una sólida estructura que suscite confi anza

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1 6 S E P T I E M B R E - O C T U B R E D E 2 0 1 5

La crítica reciente al trabajo de Carmen Reinhart y Ken Rogoff sobre la deuda y el crecimiento1 se asemeja más que nada a un escarnio público. Según sus críticos —un equipo de la Universidad de Massachusetts—, sus resultados incurren en errores de programación y su elección de ponderaciones es

equivocada. Según Reinhart y Rogoff, los resultados de los críticos son idénticos a los suyos, pero esto ha sido ignorado por los críticos. Con todo, nada de esto ha desviado una andanada de críticas y el rechazo público del trabajo de Reinhart y Rogoff.

No comentaré aquí el fondo de este debate —eso lo dejo en las capaces manos de Reinhart y Rogoff—. En su lugar, discutiré un incidente anterior y menos conocido en el que mi propio trabajo (en colabora-ción) fue objeto de críticas por economistas de la Universidad de Massachusetts —uno de los cuales, Michael Ash, estuvo involucrado en ambos casos— y en el que hay una serie casi misteriosa de similitu-des con respecto al debate actual más importante.

LA CUESTIÓN DE FONDOEn 2003, Darren Lubotsky y yo publicamos un artí-culo en la revista Social Science and Medicine. Nues-tro tema era si la desigualdad de ingresos es un ries-go para la salud de las personas que viven en ciuda-des o estados especialmente desiguales. La idea es que la desigualdad de ingresos es una especie de contaminación tóxica: perjudica a todos los que vi-ven con ella. Mi punto de vista, entonces y ahora, es que no existe tal efecto, aunque también creo que la extrema desigualdad de ingresos que vemos hoy en día en los Estados Unidos es una amenaza para la salud pública, pero a través de mecanismos muy di-ferentes (esencialmente políticos).

Nuestro análisis mostró que la correlación entre una mayor mortalidad y la desigualdad de ingresos se debe a un control deficiente de la composición racial de la población de cada ciudad o estado. En las ciuda-des (estados) con una mayor proporción de negros, la diferencia entre los ingresos promedio de los negros y los blancos es más grande, tal vez porque los emplea-dores no consideran a negros y blancos como total-mente intercambiables en la producción. Esto esta-blece un vínculo entre la proporción de negros y la desigualdad de ingresos. No obstante, los negros tam-bién tienen peor salud que los blancos —en parte debi-do a un sistema de salud tipo apartheid que no trata a los negros tan bien como a los blancos— de modo que la proporción de negros también está vinculada a la mortalidad global. Estos dos vínculos inducen una fuerte correlación positiva entre la desigualdad de in-gresos y la mortalidad. El carácter espurio de esta co-rrelación está documentado porque desaparece cuan-do controlamos la proporción de negros: por un lado, las tasas de mortalidad de los negros y los blancos por separado no están correlacionadas con la desigualdad

1� Carmen M. Reinhart y Kenneth S. Rogoff , Esta vez es distinto. Ocho si-

glos de necedad fi nanciera, México, fce, 2011, Economía.

de ingresos, y por otro la desigualdad de ingresos y la mortalidad no están correlacionadas a través del es-pacio en otros entornos donde la raza no es un factor relevante.

Este tema ha adquirido cierta carga política. A me-nudo la izquierda favorece la idea de la desigualdad como contaminación, sobre todo en Gran Bretaña, y los que alegan en su contra en ocasiones han sido acu-sados de hacerlo por razones políticas. Por supuesto, esto no es más que una pálida sombra de la importan-cia política de las cuestiones relacionadas con la deuda presentes en el trabajo de Reinhart y Rogoff.

UN DESAFÍOEn diciembre de 2005 recibí una carta de Michael Ash y Dean Robinson, de la Universidad de Massa-chusetts, en la que me preguntaban acerca de los da-tos de nuestro artículo y me decían que no podían re-producir nuestros resultados. Todos los datos que utilizamos estaban (y siguen estando) a disposición del público en los sitios electrónicos del gobierno, pero requieren de procesamiento y organización para ser útiles. Las consultas de reproducción de resulta-dos por parte de otros académicos son algo normal, y aunque creíamos que nuestros procedimientos ha-bían sido especificados con suficiente claridad en el artículo como para permitir su repetición, nos dio gusto ayudar a otros que estaban menos familiariza-dos con este tipo de cálculos. Darren Lubotsky, quien originalmente había compilado los datos, mantuvo correspondencia con el profesor Ash durante algún tiempo y le proporcionó explicaciones, código y datos que le permitirían reproducir lo que habíamos hecho. Después la correspondencia se detuvo y nosotros su-pusimos que el asunto había quedado resuelto.

No tuvimos tanta suerte. Casi tres años después, Ash nos escribió para decir que Social Science and Medicine publicaría un artículo suyo en el que criti-caba nuestro trabajo, información que más tarde confirmó el editor. Diferentes revistas pueden tener políticas distintas, pero la mayoría busca la opinión de los autores criticados antes de tomar la decisión de publicar un artículo. Por supuesto, los autores no tie-nen poder de veto, pero a menudo son capaces de persuadir a un editor de que el comentario no tiene ningún valor —como fue el caso aquí— y así evitar la innecesaria controversia pública.

La nota de Ash y Robinson afirma que Lubotsky y yo habíamos cometido un error de programación al especificar las ponderaciones en nuestras regresio-nes y que, sin el error, la desigualdad mantiene su im-portante efecto positivo sobre la mortalidad. No hubo error de programación, pero habíamos elegido ponderaciones que, en comparación con las que Ash y Robinson habían elegido, restaban importancia a las grandes ciudades y los estados. Y resulta que a ex-cepción de un caso (en una especificación en un pe-riodo de datos y sólo con uno de sus sistemas de pon-deración alternativos) ninguno de nuestros resulta-dos se ve afectado por el cambio en las ponderaciones. A pesar de esto, Ash y Robinson hacen en el resumen del artículo la extraordinariamente engañosa decla-ración de que “al corregir el error cambian los resul-tados fundamentales del artículo con respecto a la

desigualdad y la mortalidad de una manera impor-tante y sustantiva”; sin embargo, la especificación de Ash y Robinson llega exactamente al mismo resulta-do que nuestro artículo: que la desigualdad de ingre-sos no es un peligro para la salud.

Nuestra respuesta, que fue publicada junto con la nota de Ash y Robinson, aclara todo esto y, hasta donde sabemos, no han surgido controversias posteriores.

CONCLUSIONES GENERALESEs difícil imaginar algún artículo sobre economía aplicada que sea inmune a este tipo de ataque. La pon-deración siempre puede ser tema de debate: cuando se aplica el análisis de regresión usual, ésta no es rele-vante, pero aun cuando llega a serlo, a menudo aquello que se estima es incierto. Si se quiere desacreditar un artículo, analizándolo ecuación por ecuación, proban-do una amplia gama de ponderaciones, es muy proba-ble que al final se encuentre algo que cambia. Enton-ces se puede gritar “error de programación” y esperar que la retórica desplace la carga de la prueba a los au-tores originales.

En nuestro caso, como en el de Reinhart y Rogoff, ni el error de programación (en nuestro caso no hubo ninguno), ni la elección de ponderaciones, tienen efec-to alguno sobre los resultados principales. En nuestro caso, Ash y Robinson simplemente ignoraron los re-sultados que no apoyaban sus posturas y afirmaron que sus resultados eran diferentes a los nuestros de forma “importante y sustantiva”. En el caso de Rein-hart y Rogoff, se refirieron únicamente a un artículo anterior e ignoraron los resultados ya actualizados. Sin embargo, el efecto es el mismo: ampliar un proble-ma pequeño o inexistente y afirmar que amenaza todo el trabajo, mientras que, en realidad, nada de eso es cierto.

También está el asunto de la publicación. En nues-tro caso, me parece que Social Science and Medicine debió habernos mostrado el artículo antes de decidir publicarlo, aunque sí nos permitió publicar nuestra réplica junto con la crítica. En el caso de Reinhart y Rogoff, Ash et al. no presentaron su artículo a una re-vista que ofreciera la posibilidad de enviar una res-puesta profesional adecuada, sino que lo enviaron di-rectamente a la prensa y avisaron a Reinhart y Rogoff el mismo día.

Al parecer, estos métodos de difamación funcionan y proporcionan a los demás una plantilla muy útil para hacer pasar los ataques políticos como un co-mentario científico legítimo. Si bien es ingenuo pen-sar que la ciencia puede aislarse de la política, si se re-producen ampliamente estos métodos de ataque, y si las revistas y periódicos están dispuestos a solaparlos, será mucho más difícil que los investigadores cuyo trabajo es importante para las políticas públicas pue-dan hacer su trabajo. Los académicos también estarán mucho menos dispuestos que ahora a compartir da-tos, y, si esto sucede, entonces cualquier persona lo su-ficientemente inescrupulosa podrá volver nuestra cooperación en contra nuestra.�W

Traducción de Dennis Peña.

En 2013, los autores de Esta vez es distinto —uno de los libros más ambiciosos sobre el origen de las crisis fi nancieras, publicado en español por el Fondo— enfrentaron una

severa crítica por errores que pondrían en duda sus conclusiones. En este texto, aparecido como entrada en el blog Econbrowser en octubre de ese año, Deaton narra una experiencia

semejante y refl exiona sobre la crítica adecuada en economía

Sobre ponderaciones y errores de programación:

¿extraña coincidencia o ensayo general?A N G U S D E A T O N

ARTÍCULO

S E P T I E M B R E - O C T U B R E D E 2 0 1 5 1 7

La nostalgia económica puede tener un fuerte atractivo, sobre todo después de más de cinco años de crisis financiera y sus consecuencias. En los Estados Unidos, la gente habla con nostalgia de mediados del siglo xx, cuando la clase media crecía y la movilidad ascen-dente era la norma. En Europa

y Japón, muchos se remontan a la década de 1980, antes de que naciera el euro y estallara la burbuja japonesa. Incluso en China y la India, dos de las economías más dinámicas del mundo, a algunos les gusta celebrar el momento en que la vida no giraba en torno a un crecimiento vertiginoso.

El mayor logro de El Gran Escape, de Angus Dea-ton, es poner toda esta nostalgia en perspectiva. Deaton, respetado profesor de economía en Prince-ton, no escatima al describir los problemas del mun-do, ya sea la desigualdad de ingresos en los países ri-cos, los problemas de salud en China y los Estados Unidos o el vih en África; grandes secciones del libro giran en torno a este tipo de problemas y sus posibles soluciones. Sin embargo, el mensaje central de Dea-ton es, de forma casi gloriosa, profundamente positi-vo. Por las medidas más significativas —el tiempo que vivimos, lo saludables y felices que somos, cuán-to sabemos—, la vida nunca ha sido mejor y, con igual importancia, sigue mejorando.

Sin duda Deaton está consciente de que muchos lectores verán estas afirmaciones con escepticis-mo, sobre todo porque vienen de alguien cuya disci-plina a menudo parece elevar el dinero sobre las ne-cesidades humanas básicas. Deaton aborda este es-cepticismo con descripciones amplias y detalladas de cómo ha mejorado la vida. La esperanza de vida ha aumentado un asombroso 50 por ciento desde 1900 y sigue en ascenso. A pesar de la explosión de-mográfica resultante, la calidad promedio de vida ha aumentado. La proporción de personas que vi-ven con menos de un dólar diario (en términos ajus-tados a la inflación) ha disminuido a 14 por ciento, de 42 por ciento apenas en 1981. A pesar de que la desigualdad ha aumentado en muchos países, pro-bablemente la desigualdad global ha disminuido, en gran parte gracias al crecimiento de Asia: “las cosas están mejorando —escribe—, y mucho”.

Por supuesto, gran parte del cambio más rápido ocurrió hace tiempo, o —para los lectores de Deaton en los Estados Unidos y Europa— está ocurriendo lejos. En el mundo industrializado puede ser fácil centrarse en las malas noticias (como el lento creci-miento de los salarios y el aumento de la obesidad) y desestimar las últimas innovaciones (por ejemplo, el nuevo iPhone) por considerarlas distracciones materialistas, pero esto, también, sería un error. Puede ser que en Occidente el ritmo del progreso haya disminuido; para ciertos grupos, respecto de ciertas medidas, el progreso puede incluso haberse estancado, pero para la mayoría de la gente el pro-greso no se ha detenido.

La revolución digital ha permitido a la gente se-guir en contacto con amigos y familiares que de otra manera se habrían distanciado. La democrati-zación de los viajes aéreos, a pesar de todos sus de-

fectos, también ha ayudado. El mayor progreso con-tra el cáncer y las enfermedades del corazón se ha logrado en los últimos 20 a 30 años y, si bien Deaton no hace hincapié en ello, casi todas las formas de discriminación se han vuelto menos comunes. Cuando la gente habla con ligereza sobre la vida en los Estados Unidos de la posguerra, suponemos que no se refiere a la vida de las mujeres, los afroameri-canos, los gays, las lesbianas, los católicos, los ju-díos, los mormones, los latinos, los asiático-ameri-canos o los discapacitados.

La mayoría de nosotros podemos encontrar en nuestras familias versiones en miniatura de este cuento. Al regresar de la primera Guerra Mundial, el abuelo de Deaton trabajó en una mina de Escocia y llegó a convertirse en supervisor. El padre de Dea-ton, a pesar de no haber cursado completa la escue-la secundaria, se convirtió en ingeniero civil y vivió el doble de años que su padre. Mi propio abuelo es-capó de los nazis, a Nueva York, pero sucumbió ante el cáncer cuando era relativamente joven, en 1950. Si la medicina moderna hubiera avanzado sólo unas décadas más rápidamente, mi padre habría podido crecer con un padre. La cruda realidad es que la ma-yoría de nosotros hoy en día tenemos al menos un familiar o amigo que no estaría vivo de no ser por las innovaciones de las últimas décadas.

Tal vez lo más impresionante —y, al mismo tiem-po, lo más preocupante— es que el progreso no es en absoluto inevitable. La humanidad ha pasado la mayor parte de su historia sin progresar, sin que aumenten la esperanza de vida ni los ingresos. “Por miles de años —escribe Deaton— aquellos que tu-vieron la suerte de escapar de la muerte en la niñez enfrentaron años de pobreza opresiva.”

El Gran Escape en el título de Deaton se refiere al proceso que se inició durante la Ilustración e hizo que el progreso fuera la norma. Científicos, médi-cos, empresarios y funcionarios del gobierno co-menzaron a buscar la verdad, en lugar de aceptar con obediencia el dogma, y comenzaron a experi-mentar. De acuerdo con la definición de Immanuel Kant de la Ilustración: “¡Atrévete a saber! ¡Ten el valor de usar tu propio entendimiento!” La teoría microbiana de la enfermedad, la higiene pública, la Revolución industrial y la democracia moderna pronto se sumaron a esta idea.

La pluma de Deaton es siempre accesible al lec-tor lego. En ocasiones repite lo que ya dijo (a uno le queda claro que no es un fanático de la ayuda exte-rior) o se adentra en asuntos técnicos que no le inte-resarán a todos, como el cálculo de los tipos de cam-bio. Sin embargo, los lectores que buscan aprender algo de economía sin tomar un libro de texto pue-den disfrutar de estas tangentes. Con todo, El Gran Escape se une a Getting Better —un libro publicado en 2011 por Charles Kenny que se enfoca en los paí-ses pobres (y es más positivo en cuanto a la ayuda exterior)— como una de las guías más sucintas para las condiciones del mundo de hoy.

La gran pregunta sin respuesta es qué tan rápi-do seguirá avanzando el progreso. Deaton se pro-nuncia como optimista cauteloso, aunque también reconoce amenazas crecientes, siendo el calenta-miento global la más obvia de todas. Más allá del cambio climático, en la mayoría de los países ricos

el crecimiento económico se ha desacelerado y la desigualdad ha aumentado, dejando a la clase me-dia y a los pobres con ganancias modestas. El ses-go es tan grave en los Estados Unidos que a la gran mayoría de los estadunidenses —el 99% inferior, se calcula— le ha ido peor que a la gran mayoría de los franceses en las últimas décadas, a pesar de nuestra reputación en cuanto a dinamismo econó-mico. En China, por otro lado, podría estar co-menzando una desaceleración del crecimiento, algo que podría traer verdadero tumulto político e incluso la guerra.

Desde una perspectiva histórica, el desarrollo más preocupante podría ser la tendencia a no pres-tar atención a la enseñanza central de la Ilustración y, por extensión, al Gran Escape de Deaton: los da-tos importan, sobre todo cuando entran en conflic-to con el dogma y las nociones preconcebidas. Pre-tender lo contrario tiene consecuencias.

El conocimiento —es decir, la educación— es el motor más importante de la humanidad para mejo-rar. Deaton concluye, con base en los datos, que el aumento en la educación es la causa más poderosa del reciente auge de la longevidad en la mayoría de los países pobres, incluso más poderosa que los in-gresos altos. Por ejemplo, un residente típico de la India es tan rico como el británico promedio en 1860, pero tiene una esperanza de vida más propia de un europeo de mediados del siglo xx. La difu-sión de los conocimientos sobre salud pública, medicina y alimentación explica la diferencia.

Por desgracia, hoy en día el conocimiento y los hechos a menudo están a la defensiva. Los fundamentalistas de diversas calañas evitan que muchos países completen su Gran Escape. En Occidente, a veces la ciencia todavía cede ante el dogma, sobre todo en relación con el cambio climático, la evolución y la política económica. Las élites, tanto de derecha como de izquierda, ponen en tela de juicio el valor de la educación para las masas y se oponen a los intentos por mejorar las escuelas, incluso cuando gastan incontables horas y dólares tratando de conseguir la mejor educación posible para sus hijos.

Es cierto que muchos de los problemas más gran-des de hoy, entre ellos el crecimiento económico, la educación y el clima, cuestionan las soluciones fáci-les, pero la dificultad era la misma, e incluso mayor, al tratar de escapar de siglos de pobreza y muerte prematura. Fue duro y supuso una gran cantidad de fracasos en el camino. La historia que cuenta Dea-ton —la historia humana más inspiradora de to-das— debe darnos a todos motivos para no perder el optimismo, siempre y cuando estemos dispuestos a escuchar su moraleja.�W

Esta reseña apareció en The New York Times Book Review en diciembre de 2013. © 2013 The New York Times. La reproducimos aquí con autorización de los editores.

Traducción de Dennis Peña.

David Leonhardt es periodista de The New York Times, de cuya sección digital The Upshot es editor. En 2011 ganó un Premio Pulitzer.

No es frecuente que el optimismo marque el tono con que está escrito un libro sobre la economía contemporánea. El Gran Escape no elude los problemas

de nuestros días pero los pone en contexto para evaluar mejor su magnitud. Deaton hurga en la historia para identifi car la fuente, conceptual y práctica, del progreso económico

y refl exiona sobre cómo se ha moderado y a la vez cómo puede extenderse a más personas

Un optimista disparatado

D A V I D L E O N H A R D T

RESEÑA

1 8 S E P T I E M B R E - O C T U B R E D E 2 0 1 5

DIARIO VII . 1951-1959

A L F O N S O R E Y E S

Los diarios de Alfonso Reyes abarcan cerca de medio siglo, desde 1911 hasta 1959, y permiten el acceso a episodios cruciales de la vida íntima, literaria, diplomática, política y académica del insigne humanista universal. Este séptimo tomo —editado por Fernando Curiel Defossé, Belem Clark de Lara y Luz América Viveros Anaya— inicia el 4 de agosto de 1951, anunciando con la gentil pluma de Manuela Mota y Gómez el trabajo de Reyes con el Polifemo de Góngora y, más adelante, su regreso a la Capilla Alfonsina luego de sortear su penúltima crisis cardiaca. La monumental empresa editorial, retomada por Alicia Reyes y por un grupo de especialistas liderado por José Luis Martínez, termina con el trazo de los ejes principales del quehacer alfonsino en el trecho final, permitiéndole escribir la última entrada el 25 de diciembre de 1959 (apenas dos días antes de su muerte).

Ed. crítica, notas y fichas bibliográficas de

Fernando Curiel Defossé, Belem Clark de Lara

y Luz América Viveros Anaya

letr as mexica nas

1ª ed., 2015; xlii, 954 pp.

978�607�16�2575�5

$575

DIARIOS. 1945-1985

S A L V A D O R E L I Z O N D O

Salvador Elizondo procuraba dedicar un momento cada día a la escritura de sus diarios. En ellos quedaron plasmadas ideas, proyectos, poemas, aforismos, crítica literaria, la invención de palabras y crucigramas, algunos dibujos y el registro de hechos cotidianos tanto banales como trascendentes. Con Diarios. 1945-1985, Paulina Lavista, su compañera durante más de treinta años, ha seleccionado algunos de los pasajes reunidos en más de noventa cuadernos perfectamente ordenados y abarca casi la totalidad de la vida del autor: desde el niño enviado al colegio militar en California hasta el escritor consagrado que trata de robarle un poco de tiempo a sus actividades para entregarse a su labor predilecta: escribir en su diario. En estas páginas no sólo se tiene acceso a textos íntimos, también a una increíble muestra fotográfica que revela facetas ocultas de una de las figuras más destacadas de las letras mexicanas.

Prólogo, selección y notas de Paulina Lavista;

edición de Gerardo Villadelángel

tezontle

1ª ed., 2015; 339 pp.

978�607�16�2997�5

$595

LOS TALLERES DE LA VIDA

R I C A R D O E L I Z O N D O

E L I Z O N D O

Esta novela póstuma refleja el interés de Ricardo Elizondo Elizondo por la geografía, la historia, los usos y las costumbres del norte del país; en ella hace un preciso trazo literario de calles, escuelas, iglesias y rincones de una colonia en proceso de urbanización a mediados del siglo pasado. A la vez, mediante estampas que asemejan fichas de presentación, construye los personajes que ahí habitan y narra una jornada llena de susurros callejeros, canciones populares, infidelidades, desilusiones y secretos, en la que sucede un crimen que niños y adultos recordarán al escuchar la ronda Los talleres de la vida. letr as mexica nas

1ª ed., 2015; 401 pp.

978�607�16�3187�9

$250

C ircula desde hace unos meses, publicado por Ariel, un libro con un título y un autor muy prometedores: Manual de super-vivencia para editores del siglo xxi, de

Fernando Esteves. Recorrida ya década y media de la centuria que nos ha tocado vivir, no parece imprudente sacar algunas conclusiones sobre la manera en que hoy funciona la industria del libro, forzada a reinventarse por la irrupción de ciertas tecnologías de la información y la comunicación. El actual es un momento ambi guo en el que se multiplican las editoriales independientes —la alta tasa de mortalidad infantil en esta rama de las industrias culturales no logra desanimar a quienes quieren jugársela en pos de una idea estética o política que se materializa en cientos de ejemplares impresos—, en que la concentración de casas y sellos ha alcanzado un punto culminante, en que el saber gremial fruto de la experiencia se antoja insuficiente para enfrentar los retos de la lectura digital, por lo que es digna de aplauso la iniciativa de ofrecer un volumen con reflexiones, consejos y advertencias para no morir mientras se intenta ejercer el rol de intermediario entre escritores y lectores.

Q ue provenga además de alguien con una trayectoria tan rica como la de Esteves, quien tras estudiar ciencias políticas se inició en el oficio en la

filial uruguaya de Alfaguara, cruzó luego en catamarán hacia Buenos Aires — donde también cursó una maestría en admi nistra-ción—, se trasplantó a México y más tarde a España en diversas respon sabilidades dentro del grupo Santillana, del que se apartó hace poco para recalar en la dirección general del brazo mexicano de Ediciones sm, permitía esperar una visión bien cimentada de los desafíos que aguardan a los editores contem-poráneos. Fernando además está convencido de las bondades de la pedagogía aplicada a un mundillo que sigue sin encontrar su asiento en el universo de la educación formal: fue profesor en la Carrera de Edición de la Universidad de Buenos Aires y en el Centro Latinoamericano de Economía Humana, de Montevideo, desde donde contribuyó a que editores bisoños sufrieran menos en las penosas materias de administración.

Sin embargo, este manual queda muy por debajo de lo que promete, muy por debajo de lo que Esteves conoce del mundo editorial. El volumen, prolo-

gado con entusiasmo por Juan Cruz Ruiz, está organizado en cuatro porciones de irregular extensión y profundidad, más un apéndice. En la primera se avanza a velocidad ultrasónica “De Gutenberg al ebook”, luego el autor diserta sobre “El libro como producto” —es el capítulo más sustancioso— para más adelante ofrecer, en la tercera parada, una apretada exposición de “La economía de la empresa en la cadena de valor del libro en papel” y cerrar finalmente con el inevitable tema de “El libro y las nuevas

Vocación para sobrevivir

C A P I T E L

DE SEPTIEMBRE-OCTUBRE DE 2015

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ABECEDARIO A MANO

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Abecedario a mano propone al lector un acercamiento poco convencional al alfabeto. Se trata de un recorrido visual en el que cada imagen a página completa o a doble página se presenta ante el lector como el fragmento de una historia que requiere ser completada a través de su mirada e imaginación.

“Del juego de dibujar letras —nos dice Isol— surgió este libro.” Para la ganadora del Astrid Lindgren 2013, cada letra, además de un signo gráfico, es un dibujo, así que comenzó a dibujar las letras sin pensar en nada más que en su forma y en el modo de mover la mano.

Después imaginó una imagen que las acompañara y, al final, pensó en una frase que las uniera —a la letra y al dibujo— como si nunca hubieran estado separadas. Con esta idea, la autora de Tener un patito es útil y Nocturno, dimensiona la idea de un libro de abecedario y nos regala una serie de collages hechos a mano que nos cautivan e invitan a jugar.

los especia les de a l a orill a del viento

1ª ed. 2015; 52 pp.

978�607�16�2923�4

$ 110

DON QUIJOTE ¿MUERE CUERDO? y otras cuestiones cervantinas

M A R G I T F R E N K

Don Quijote ¿muere cuerdo? y otras cuestiones cervantinas reúne todo lo referente a Cervantes y el Quijote que hasta ahora ha publicado Margit Frenk. Cuando parecería que los temas y las posibles aproximaciones están agotados, la filóloga hispanista se sigue asombrando ante la primera novela moderna en lengua española y comprueba que en ella todo está en perpetuo movimiento. Convencida del cuidado y la atención a los detalles que Cervantes tuvo hacia su obra, se interna en las pistas y “travesuras” y explora la polifonía del texto, la idea de cordura y locura, la discusión sobre el nombre real de Don Quijote, los enredos, contradicciones y silencios que Cervantes entretejió, así como el folclor popular retratado en la obra, todos ellos elementos que traerán a la mirada de los lectores los “malabares del autor” que subyacen a la trama.

centzontle

1ª ed., 2015; 168 pp.

978�607�16�3096�4

$85

CACERÍA, SACRIFICIO Y PODER EN MESOAMÉRICA. Tras las huellas de Mixcóatl, “serpiente de nube”

G U I L H E M O L I V I E R

Si quisiéramos escribir la biografía de un dios, habría que recurrir a fuentes terrenales y, en el mejor de los casos, al universo mismo del que forma parte. Una deidad se define por aquellos quienes lo sirven y reproducen ritualmente su memoria a través de las generaciones. Desde que la mitología pasó de manos de los poetas a las de antropólogos, esa mirada se ensanchó y organizó, para beneficio de los lectores que no necesariamente han creído en los personajes que se estudian. Así, la lección de Lévi-Strauss fue abordar las mitologías como cuerpos vivos, más que como objeto de anticuario.

Guilhem Olivier, heredero de esa tradición, examinó al dios mesoamericano Mixcóatl (Serpiente de nube) en su propio universo. Para ello recurrió a los códices indígenas prehispánicos, a las fuentes coloniales y a estudios contemporáneos sobre cosmovisión mesoamericana. El resultado es un portentoso retrato de unos de los principales dioses involucrados en los sacrificios y la cacería. Éste es quizás el libro más importante que se ha publicado hasta el momento sobre el tema.

a ntropología

1ª ed. 2015; 744 pp

978�607�16�2626�4

$ 445

tecnologías”; la obra tiene como pilón la conferencia que Esteves pronunció en abril de 2015 en las jornadas profesionales de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, sobre “Concentración editorial: ¿condicio-namiento u oportunidad?” Pero estas piezas no ensamblan, acaso porque no fueron concebi-das como partes de un todo: la porción estrictamente sobre asuntos administrativos es la transcripción casi exacta —ni siquiera se actualizan las cifras de los ejemplos— del capítulo que el autor, junto con Jorge Vanzulli, publicó en 2002 en una obra pionera: El mundo de la edición de libros, mientras que la dedicada a la migración del papel a los bytes parece el guión de una charla, incluidas las ilustraciones, que no pasan de ser meros apoyos visuales, como los que usaría quien diserta delante de un grupo de oyentes. Paradójicamente, este manual sobre edición careció de un editor que le ayudara a ser el libro que podría haber sido. Tal vez por ello, aunque sí logra “introducir al editor que ingresa en el oficio a los retos que habrá que enfrentar”, creo que incumple el propósito de “aportar algunas ideas sobre cómo organizarse para darle sustentabilidad económica a un proyecto editorial”.

En obras como ésta, que tienden puentes entre el marketing y la sociología — Kotler dialoga con Bourdieu— y que buscan crear un terreno común para

la pretenciosa pero insípida jerga del management, para los acrónimos y neolo-gismos de la tecnología de punta y para el léxico propio del anquilosado oficio editorial, se pueden conseguir hibri daciones valiosas. Es el caso, como antici pamos arriba, del segundo capítulo, en el que Esteves lee las memorias de Manuel Aguilar en clave mercadológica. Como el Jourdain molieriano, que practicó la prosa durante más de cuarenta años sin darse cuenta, el editor español puso en práctica, seguramente sin saberlo, los evangelios de la administración contempor-ánea y tal vez por ello fue tan exitoso; en Una experiencia editorial, su educativo libro de memorias, Aguilar postula una sencilla clasificación de los libros como productos: por un lado los que tienen utilidad práctica y por otro los que dan placer. Esteves desagrega la primera en dos subcategorías: aquí los que son soporte de información, allá los que son herramienta de conocimiento. Con esa mínima taxonomía, explora las motivaciones de los diversos compradores de libros, las dificultades para hacerles ver qué encontrarán entre las tapas y algunos aspectos económicos de la producción editorial. Era de esperarse, viniendo de alguien que conoce tanto la minucia de trabajar con un original literario como la feroz maquinaria de los libros de texto, una visión de conjunto sobre las fuerzas, a menudo contradictorias, que confluyen frente a quien publica no una obra aislada sino todo un catálogo, pero lo expuesto resultó un tanto inasible, como si hubiera sido escrito sin deseos de comunicar.

Se mantiene a lo largo de las páginas de este manual de supervivencia un moderado optimismo respecto del presente y el futuro del libro,

cimentado sobre todo en la convicción con que el propio Esteves ha ejercido y ejercerá su oficio —con un compartible tono regañón, el autor exhorta a los nuevos editores a evitar la autocomplacencia y la autocompasión—. Ése es quizás uno de los rasgos perdurables en esta actividad: sea para los editores del siglo xxi o para los de los quinientos años previos, una clave para sobrevivir está en reconocer la propia vocación y en entregarse a ella.�W

T O M Á S G R A N A D O S S A L I N A S

@ t g r a n a d o s f c e

NOVEDADES

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ARTÍCULO

BREVE HISTORIA

DEL LIBRO ELECTRÓNICO

E R N E ST O P R I A N I S A I S Ó E I S A B E L G A L I N A R U S S E L L

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S E P T I E M B R E - O C T U B R E D E 2 0 1 5 2 1 2 1

BREVE HISTORIA DEL LIBRO ELECTRÓNICO

La historia del libro electrónico suele trazarse sobre dos líneas, que generalmente se confunden, pues, de la misma forma que el libro como objeto y el libro como texto, ambas están mezcladas. Éstas son la historia del libro electrónico como texto digital y la historia del libro electrónico de acuerdo con los dispositivos disponibles para su lectura. Además hay una tercera: la historia del libro electrónico de acuerdo con el formato que se utiliza para codificar el texto digital, es decir, la del tipo de archivo electrónico, que determina en qué dispositivos pueden ser utilizados para

visualizar el libro y que afecta tanto a las posibilidades de presentación del texto digital como al dispositivo que se utiliza para consultarlo.

ANTECEDENTES DEL LIBRO ELECTRÓNICOLa idea de que las máquinas podrían auxiliarnos no sólo con procesos de cálculo sino también con el manejo y la recuperación de textos tiene sus inicios en 1945, cuando Vannevar Bush publicó el artículo “As We May Think”, en el que describe un aparato llamado Memex,1 que combinaba microfilm con un lector y pantallas para que el usuario pudiera almacenar libros, registros y otros documentos, así como crear y recuperar vínculos entre estos distintos objetos. El aparato incluía la capacidad de crear índices, hacer anotaciones, cambiar las páginas, entre otras funcionalidades muy similares a las de un libro. Sin embargo, es difícil concebir la propuesta del Memex simplemente como un libro electrónico; más bien era un administrador de documentos. Bush nunca construyó el Memex pero sí dejó un importante antecedente de cómo el cómputo podía apoyarnos para el manejo, la lectura, el estudio y la recuperación de textos.

Ese mismo año, en Italia, el padre Roberto Busa se planteó la tarea de realizar un índice de concordancias de las obras completas de santo Tomás. Las concordancias se utilizan con frecuencia en la lingüística: son una lista de todas las palabras de un texto, sus frecuencias y el contexto en donde aparece la palabra. Previo a la aparición de la computadora, se realizaban pocas concordancias para obras completas, debido al tiempo y el esfuerzo que requerían para su elaboración. El padre Busa, con el apoyo de ibm, trasladó el texto completo de las obras de santo Tomás a tarjetas perforadas y se escribió un programa para elaborar automáticamente las concordancias. Para tener una idea de lo que esto implicaba, se requería una vagoneta para transportar las tarjetas perforadas con todo el texto.2 En 1974 se publicaron los primeros tomos bajo el título de Indice Thomasticus, con más de once millones de palabras en latín medieval. Aunque la versión electrónica de las obras de santo Tomás no era un objetivo, la elaboración de las concordancias requería de la codificación del texto para que pudiera ser procesado por una computadora. Éste es uno de los primeros ejemplos de las posibilidades que los textos electrónicos ofrecen, a diferencia de los impresos: la capacidad de diseñar e incluir herramientas que explotan las capacidades del cómputo para facilitar o realizar estudios adicionales sobre el texto.

A pesar de estos antecedentes, se considera generalmente al Project Guten-berg como el primero en producir libros electrónicos. Las primeras computado-ras disponibles en los campus universitarios eran grandes aparatos que reque-rían de varias horas para procesar o “computar” una serie de instrucciones que se introducían mediante tarjetas perforadas, pero que ya contaban con una pan-talla donde desplegar los datos del procesamiento. En 1971, a un joven estudiante de la Universidad de Illinois llamado Michael Hart le fueron asignadas algunas horas de uso de la computadora universitaria para trabajo de investigación.

Hart supuso que el gran valor de las computadoras no estaba sólo en su po-der de procesar números, sino en su capacidad para almacenar, recuperar y buscar texto. De acuerdo con Hart, la verdadera aportación de las computadoras a la humanidad sería que podrían proveer acceso a los materiales resguardados en las bibliotecas. Su premisa está basada en la idea de “tecnología replicadora”, ya que una vez que un libro está almacenado en una computadora podría ser reproducido con facilidad infinidad de veces. De esta forma, cualquier persona en el mundo con acceso a una computadora podría consultar un libro electrónico.3 Esto permitía imaginar que toda la literatura universal estuviera disponible de forma gratuita y accesible para cualquiera, para alcanzar el anhelo milenario de tener a nuestra disposición todo el conocimiento humano. Incluso esta idea de “tecnología replicadora” se aplica en realidad a cualquier objeto digital, incluyendo audios, imágenes, bases de datos, por lo que sus posibilidades son enormes.

El Project Gutenberg desarrollado por Hart se enfocó primordialmente a la digitalización de textos literarios. Funciona a partir de voluntarios que transcri-ben obras a formato digital creando así libros electrónicos. Éstos se colocan en la página del proyecto y de esta forma quedan disponibles para su consulta; en épocas anteriores a la aparición de internet, ésta solamente podía hacerse directamente en las terminales dispuestas para ello.

En sus inicios, los libros se crearon utilizando ascii (American Standard Code for Information Interchange), código estándar basado en el alfabeto latino. Es la representación numérica de un carácter como, por ejemplo, la i, la f o la @. Esto permite que una computadora pueda desplegar los caracteres correctos de un texto digital. Las ventajas de los archivos ascii eran que podían ser leídos por cualquier computadora y además requerían de muy poco espacio para ser alma-cenados. En aquellos días los libros se distribuían utilizando el ftp,4 ya que la red mundial todavía no existía, y las conexiones eran lentas. Los textos digitales en este formato eran ligeros y podían ser enviados fácilmente por red y cualquier computadora desplegaría el texto correctamente.

Sin embargo, ascii es un formato muy básico y consta de un número muy limi-

1� Vannevar Bush, “As We May Think”, The Atlantic, 1945.

2� Susan Hockey, “The History of Humanities Computing”, en A Companion to Digital Humanities, Blackwell,

2004. Consultado en digitalhumanities.org:3030/companion/view?docId=blackwe

ll/9781405103213/9781405103213.xml.

3�Michael Hart, “The History and Philosophy of Project Gutenberg”, Project Gutenberg, agosto de 1992.

4� ftp corresponde a las siglas de File Transfer Protocol, un protocolo de intercambio de archivos estándar

que se utiliza para transferir archivos entre sistemas conectados a una red tcp (Transmission Control

Protocol).

tado de caracteres. Por ejemplo, al estar enfocado principalmente al inglés, en su formato más básico no incluía caracteres con acentos. Además no tiene muchas facilidades para el manejo de la presentación del texto (tipografía, cursivas, ne-gritas) u otros elementos importantes para el diseño como, por ejemplo, tamaño de letra, alineación y títulos, entre otros. No existía, pues, forma de indicar con facilidad las secciones (por ejemplo, capítulos) o la portada, tabla de contenido, índice o bibliografía; tampoco podía señalarse la paginación. Los textos solían dividirse en archivos separados, uno por capítulo, numerados en orden (moby-000.txt, moby001.txt, moby002.txt) y la paginación se indicaba en el mismo tex-to de la siguiente forma .< p 7 >. No era posible incluir ilustraciones o dibujos den-tro del texto, y se enviaban sólo como archivos separados, con una indicación de qué imagen correspondía.

En resumen, los libros electrónicos del Project Gutenberg eran esencialmente el texto extraído del objeto y se insertaban marcas para indicar aspectos no relacio-nados con el texto per se —eso que se ha denominado metatexto—, pero que forma-ban parte de la construcción de un libro como objeto y no sólo como texto. Los li-bros del Project Gutenberg, en sus inicios, eran sin duda libros electrónicos en el sentido de que el texto en su conjunto se encontraba en formato digital, con un des-pliegue rudimentario en la pantalla. El formato ascii, diseñado para otros fines, no contaba con la sofisticación necesaria para reproducir los elementos no textua-les de un libro. En los siguientes años, con la llegada de la red mundial, el proyecto empezó a manejar otros formatos como html y pdf, y en años recientes el ePub.

EL ADVENIMIENTO DE LA RED MUNDIALUno de los cambios fundamentales para la historia del libro electrónico fue la aparición de la red mundial. Los orígenes de ésta se encuentran en la necesidad de distribuir información, mucha de ella contenida en textos. Académicos y cien-tíficos alrededor del mundo habían comenzado a aprovechar internet para el in-tercambio de información, utilizando el correo electrónico y el ftp para la distri-bución de textos, en particular de artículos académicos. Pero uno de los proble-mas principales era que no todos contaban con el mismo software para procesar los textos y aunque podían intercambiar archivos digitales, no necesariamente podían leerlos. Adicionalmente no existía una forma sencilla de consultar los textos, pues era necesario descargarlos para poder leerlos.

Tim Berners-Lee, trabajando en el Conseil Européen pour la Recherche Nu-cléaire, mejor conocido como cern, buscó un formato que pudiera ser leído por cualquier computadora sin necesidad de instalar un software especial para su lectura y que mantuviera aspectos de presentación y formato básicos, como ne-gritas, cursivas, alineación de párrafos, títulos y subtítulos, entre otros. Además, buscó añadir nuevas funcionalidades a esos textos, como los hipervínculos (vis-lumbrados ya por Bush en 1945 y Ted Nelson en 1960) para facilitar la conexión entre diversos documentos digitales. En 1990, Berners-Lee propuso la World Wide Web o red mundial, un sistema de documentos de hipertexto en internet a los cuales se accede utilizando un navegador.

Los documentos o páginas web, como posteriormente se llamarían, se elabo-ran en un formato conocido como Hypertext Markup Language, o html, lengua-je de marcado que los navegadores interpretan para presentar texto, imagen y otros elementos. El objetivo inicial de Berners-Lee era que el html fuera un sis-tema de marcado sumamente sencillo que permitiera la publicación fácil de do-cumentos en hipertexto.5

La relativa sencillez y facilidad del html para la creación de páginas web es una de las principales razones de la masiva adopción de la red mundial. En 1993, la introducción de Mosaic, un navegador gráfico que permitía a los usuarios vi-sualizar y desplazarse fácilmente por los diversos sitios web existentes, marcó un hito en la historia de la web y para finales del siglo xx la red mundial permea-ba todos los ámbitos de la cultura y de la sociedad. Durante este periodo la mayo-ría de las universidades, gobiernos y empresas privadas, entre otras organizacio-nes, crearon y pusieron en línea su sitio web. Éstos incluían generalmente un gran número de documentos, lo que llevó a una creciente necesidad de mejorar el manejo y despliegue de textos digitales en la red.

LA EVOLUCIÓN DE LOS FORMATOSEl html fue diseñado para ser muy flexible. Conforme se fue dando la profesio-nalización del diseño de los sitios web, la falta de control en la definición de la disposición de elementos significó un gran reto para los creadores. Los diseña-dores estaban acostumbrados a la hoja impresa, en donde gozaban de un total control en la presentación de la tipografía, el acomodo de los elementos, el uso de los colores, el tamaño y el despliegue de los diversos elementos. Esto no era posible con páginas html presentadas en un navegador. Las etiquetas de html no permitían mucho control sobre el formato del texto. Por ejemplo, el párrafo se podía alinear a la derecha, a la izquierda o centrada pero era difícil controlar las sangrías, el espacio entre párrafos o los márgenes. Añadido a esto, el nave-gador permitía que los usuarios tuvieran sus propias preferencias de ciertos elementos como, por ejemplo, la familia tipográfica, el puntaje de la letra o el tamaño de la ventana. El despliegue de colores variaba, además, de acuerdo con las pantallas. Todo esto significaba que cada sitio web se veía diferente depen-diendo de una serie de factores que estaban fuera del control del creador del si-tio. Con el tiempo se fueron introduciendo nuevos elementos, por ejemplo las hojas de estilo (css) con el objetivo de otorgarle al creador mayor control sobre la presentación de su página. Sin embargo, el html mantuvo una cierta fluidez característica y el texto en la pantalla fue adquiriendo una personalidad dife-rente a la página impresa.

Uno de los factores principales en los cambios del impreso al digital es el concep-to mismo de página. Aunque se utilizó el mismo término, página, para nombrar los documentos html, en realidad sus diferencias son notables. Una página en un na-vegador tiene un ancho y un alto variables, a diferencia de una página impresa. Por lo tanto, se puede colocar en una página web todo el texto e imagen que se quiera, ya que se continúa extendiendo verticalmente a modo de rollo antiguo, pero sin fin.

5� Incluso el html está basado en un lenguaje de marcado mucho más sofi sticado llamado sgml. Berners-Lee

realizó una simplifi cación que permitía la sencillez y rapidez que estaba buscando.

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BREVE HISTORIA DEL LIBRO ELECTRÓNICO

De esta forma se puede publicar un libro completo en una sola página web.Aunque se podría considerar que el texto completo de un libro publicado en

una página web es un libro electrónico, éste por supuesto es un formato poco amigable para el lector. Sobre todo porque el navegador tenía funcionalidades li-mitadas para realizar acciones que facilitan la lectura de un texto largo, como por ejemplo marcar dónde se quedó el lector. Pareciera ser que estos libros elec-trónicos fueron pensados para leerse en una sola sentada.

Para solucionar esto, algunos creadores separaban artificialmente el texto en numerosas páginas web, fragmentando de esta forma el texto en secciones más manejables. Incluían hipervínculos de navegación sencillos, tales como “página si-guiente” y “página anterior”, para facilitar la lectura del texto. Incluso algunos co-locaban la numeración de páginas. De esta forma buscaban que el libro electrónico en páginas web mostrara características similares a las del libro impreso.

Sin embargo, el html, ya fuera como una sola página o dividido en numerosas páginas, ofrecía pocas opciones para la presentación del texto y los gráficos. Por ejemplo, era complicado colocar el texto a dos columnas o insertar notas al pie de página. La tipografía continuaba siendo muy limitada. En sus inicios tampoco manejaba ciertos caracteres particulares con facilidad. Por ejemplo, para carac-teres con acentos había que insertar un código adicional, y a veces no se desplega-ban bien, y lo mismo había que hacer para las fórmulas matemáticas o químicas, o los alfabetos no romanos (por ejemplo, caracteres griegos).

El formato pdf (Portable Document Format) proporcionó una solución para la presentación de textos en la red. Al igual que el html, es independiente del hard-ware o sistema operativo que se utilice, porque el archivo encapsula toda la des-cripción del documento incluyendo texto, tipografía, gráficos y la distribución de estos elementos. Originalmente el pdf era un sistema propietario (de Adobe), aun-que el software para su lectura, el pdf Reader, siempre estuvo disponible de forma gratuita. En 2008 se convirtió en un estándar abierto, lo que facilitó enormemente su adopción y hoy en día es uno de los formatos más populares en la web.

Una de las principales ventajas del pdf es que el documento que se muestra en internet es exactamente igual en todas las pantallas. No existen variaciones como en el html. De hecho, los textos se crean en cualquier procesador de textos (por ejemplo, en Word) y el convertidor de pdf crea un tipo de “fotografía” del do-cumento. Por lo tanto, mantiene y respeta tipografías, columnas, gráficos, notas al pie, sangrías, versalitas, colores y todos los elementos de diseño editorial. El pdf maneja el concepto de páginas, como las páginas impresas, y además de pre-sentar la numeración también incorpora la posibilidad de ir directamente a una página en particular. Es posible también visualizar la página de diferentes for-mas (una sola página o doble página por pantalla). Adicionalmente, al imprimir un documento pdf el formato se mantendrá igual.

Otra solución común en los inicios de la red mundial para la presentación de libros electrónicos, en particular para los proyectos de digitalización, era el uso de imágenes. El libro era escaneado utilizando un escáner o una cámara digital, lo cual resultaba en una serie de imágenes, normalmente una por cada página del libro. Esta cadena de imágenes en su conjunto formaba el libro electrónico. Las imágenes se colocaban dentro de documentos html y se utilizaban hipervíncu-los para pasar de una a otra. La ventaja de las imágenes es que se presentaba el contenido y se mantenía la apariencia del original, incluyendo tipografía, dispo-sición de elementos, gráficos, etcétera. Era particularmente efectivo para la digi-talización de documentos más antiguos, como por ejemplo, manuscritos o edi-ciones con anotaciones, marcas de fuego u otros elementos que no formaban par-te del cuerpo de texto pero que son de gran valor.

La desventaja, especialmente al principio de la red, es que las imágenes “pe-san” mucho para el ancho de banda disponible. En ocasiones se tenía que sacrifi-car la calidad de las imágenes para distribuir imágenes de más baja resolución

pero con menor peso para una descarga más rápida. Con los años este problema ha ido disminuyendo, y hoy es posible tener imágenes de muy alta resolución que se despliegan con mucha rapidez. Incluso se ha desarrollado tecnología que per-mite un gran acercamiento a las páginas digitalizadas. Esto es particularmente útil para el estudio de manuscritos antiguos ilustrados porque facilita el examen a detalle de las páginas.

Ahora bien, hay que recordar que las imágenes no son texto: son una imagen del texto. Por lo tanto, no era posible en un principio desarrollar herramientas sofisticadas que permitieran explotar el texto dentro de la imagen. La computa-dora no entiende el texto como texto, sino que lo interpreta como una imagen. Es decir, no es capaz de “leer” el texto y trata la colección de imágenes que forman el libro como cualquier otra colección de imágenes. Por lo tanto, la posibilidad de llevar a cabo búsquedas o construcción de índices u otras herramientas era muy limitada.6 Así que, en el origen de la publicación electrónica, tenemos, por un lado, el código ascii (y similares), que es un texto totalmente interpretable por la computadora pero que tiene diseño muy limitado y pocas opciones para el des-pliegue de los elementos y, por el otro, el texto como imagen (jpg, gif, png) que mantiene fidedignamente los elementos y su disposición, pero que es poco inter-pretable por la computadora.

Con la creciente popularidad de la red mundial y la demanda por un html más sofisticado que permitiera a los diseñadores web un mayor control sobre los ele-mentos, con el tiempo se fueron añadiendo etiquetas y otros innovaciones (tales como las ya mencionadas hojas de estilo css, el JavaScript, el ocr, por mencionar algunas) que eliminaron muchos de los problemas iniciales de diseño editorial y de la “lectura de imágenes”. Esto permite que hoy en día usando html se puedan crear páginas mucho más atractivas incluso con el uso de imágenes.

EL SALTO AL XMLUno de los grandes atractivos de los textos digitales es la capacidad de automatiza-ción y creación de herramientas que ayuden al lector en su estudio. Ya desde 1945 el padre Busa había visto este enorme potencial. El html, sin embargo, presenta im-portantes limitantes para el procesamiento de grandes cantidades de texto. Esto se debe a que el html mezcla elementos de forma con elementos de contenido.

A continuación un ejemplo:

En El origen de las especies Darwin escribió acerca de los homo sapiens.

En html esta oración se codificaría de la siguiente forma:

En <I>El origen de las especies</I> Darwin escribió acerca de los <I>homo sapiens</I>.

Aunque existen dos elementos textuales que se encuentran en cursivas, el lector humano entiende que el primero está en cursivas porque corresponde al título de un libro, mientras que el segundo está en cursivas porque es un término en latín. Sin embargo, en el marcado html y por lo tanto, para la interpretación por la computadora, ambos elementos simplemente están marcados como cursivas y no existe una indicación que los diferencie. Por lo tanto, la posibilidad de utilizar estas etiquetas para realizar procedimientos más complejos es muy limitada.

Para el manejo de grandes cantidades de información textual se requería,

6� Para resolver este problema algunos sistemas realizan automáticamente un ocr (Optical Character

Recognition). Existe software que “lee” el texto en las imágenes, tomando cada trazo y deduciendo qué letra es

y después las transforma a caracteres que pueden ser interpretados por la computadora. Posteriormente las

búsquedas y construcción de índices se hacen sobre este texto digital. Sin embargo, este texto probablemente

contenga errores. El porcentaje de error depende de la claridad del trazo de las letras, el contraste entre la tinta

y la página, la calidad de la digitalización y la complejidad de la tipografía o el manuscrito.

&lt;p&gt;De hecho, el estándar de libro el

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BREVE HISTORIA DEL LIBRO ELECTRÓNICO

pues, de un lenguaje de marcado que explotara de una forma más eficiente las po-sibilidades abiertas por el html. Esto llevo a la introducción del eXtensible Markup Language (xml).7 Al igual que el html, el xml funciona con base en marcas insertadas en el texto. La diferencia es que las etiquetas del xml separan las marcas semánticas de las estructurales. Para entenderlo mejor, regresemos a nuestro ejemplo anterior. En xml se podría marcar de la siguiente forma:

En <TITULO>El origen de las especies</TITULO> Darwin escribió acerca de los

<NOMBRE_CIENTIFICO>homo sapiens</NOMBRE_CIENTIFICO>.

Y por separado se indicaría que las etiquetas <TITULO> y <NOMBRE_CIEN-TIFICO> deben desplegarse con cursivas.

La razón por la cual esto se puede lograr en el xml y no en el html es por el Do-cument Type Definition (dtd) o xml Schema. El dtd es un documento que des-cribe las etiquetas que pueden ser utilizadas específicamente para cada texto o grupo de textos. En el caso del html, el dtd es muy sencillo y ya se encuentra instalado dentro del navegador. El usuario no puede realizar modificaciones a las etiquetas que ya están previamente definidas.8

En xml debe definirse el dtd que se utilizará. Esto permite crear las etiquetas más apropiadas para la descripción del documento en cuestión. Junto con esto es necesario escribir una xsl (eXtensible Style Sheet), que describe cómo se desple-garán las etiquetas descritas en el dtd. De esta forma, el contenido y la presenta-ción quedan separados permitiendo una mayor sofisticación en las herramientas que pueden construirse para la presentación, los índices, las búsquedas y demás procesos que quieran realizarse con el texto. De hecho, el estándar de libro elec-trónico actual, el ePub, está basado en xml.

El ePub es un estándar abierto creado por el International Digital Publishing Forum (idpf) para la publicación de libros electrónicos. El idpf es una organiza-ción internacional que trabaja para promover el desarrollo de aplicaciones y pro-ductos que beneficie a los creadores de contenido, los desarrolladores de los dis-positivos y los lectores/consumidores a través de la adopción de estándares abier-tos e interoperables. El idpf es el encargado de desarrollar y mantener el ePub, que es gratuito y abierto y permite que el texto digital ajuste su presentación al dispositivo de lectura, lo que se conoce como reflowable o documento digital flui-do. La interoperabilidad es clave para el ePub ya que el objetivo es que los produc-tores de contenido puedan producir libros o un lector pueda adquirirlos y que és-tos pueden leerse en distintos dispositivos independientemente de su origen.

En años recientes también se han popularizada las apps como una forma para desarrollar libros electrónicos. Las apps (que es una abreviatura de application software) son programas escritos para desempeñar una tarea en particular. Exis-ten apps diseñadas para ser ejecutadas en cualquier sistema operativo —Android, Windows Phone y iOS—, mientras que otras sólo funcionan en ciertos sistemas —como el del iPad o el iPhone exclusivamente—. Pueden crearse para cualquier fin y en años recientes se han utilizado para la formación y publicación de textos digitales. Las apps para la publicación de libros permiten la incorporación de ele-mentos de programación que pueden resultar en diseños más atractivos y con mayor interactividad que otros tipos de texto. Un ejemplo de un app es el libro electrónico Blanco, en torno al poema homónimo de Octavio Paz, publicado por Conaculta en México en 2012, que incorpora audio e imágenes, además del texto. Esto permite una experiencia de lectura diferente a la de un libro impreso o in-cluso un libro electrónico más “plano”. Existen libros publicados como apps de muy diversos tipos pero sobre todo destacan los libros de texto, los dirigidos a niños y obras literarias con “valor agregado”. En ocasiones se utiliza el término enhanced ebooks o libros electrónicos enriquecidos para describir este nuevo tipo de publicación.

LOS DISPOSITIVOS DE LECTURAComo se definió al principio de esta entrega, la historia del libro electrónico generalmente gira en torno a tres posibles enfoques: el libro como texto digital, el libro como formato de un archivo electrónico y el libro como dispositivo para su lectura. Al principio comentamos que el texto, como tal, simplemente cambia de soporte: del papel al dispositivo digital. Luego hemos revisado los distintos formatos (ascii, html, pdf, imágenes, xml y apps) con los cuales se puede codificar el texto digital para ser considerado un libro electrónico. Ahora revisaremos la historia de los distintos dispositivos para la lectura de estos libros electrónicos y el impacto que ha tenido en su adopción.

Los primeros esfuerzos de digitalización de textos, como el del padre Busa, no estaban enfocados al despliegue del texto para ser leído, sino a su procesamiento por parte de una computadora para, por ejemplo, contar palabras. Este tipo de pro-yectos estaban interesados en experimentar con el cómputo, no en crear textos para ser leídos por nosotros porque, además del interés específico de quienes lleva-ban a cabo los experimentos, las computadoras no tenían dónde desplegar el texto.

Las primeras pantallas aparecieron a finales de los años cincuenta del siglo xx y hasta mediados de los años setenta se utilizaban los tubos de rayos catódicos como la forma de comunicación con las computadoras. Éstas generalmente des-plegaban texto, no gráficos, y pocas manejaban color. Se desarrolló entonces la idea de una terminal utilizando un monitor de video cctv mucho más económico. Las primeras computadoras personales, Apple I y Sol-20, de mediados de los años setenta, utilizaron este tipo de monitor, que se parecía mucho a uno de televisión. Con el tiempo se fueron introduciendo las pantallas de cristal líquido o lcd (Li-quid Cristal Display), más delgadas y portátiles que los monitores de video. Prime-ro se utilizaron para computadoras portátiles, aunque con el tiempo las pantallas lcd también se emplearon para computadoras de escritorio. A lo largo de las últi-mas décadas han mejorado considerablemente la resolución, la nitidez, los tama-ños (de 14” a 21” e incluso hoy en día más grandes), capacidad de despliegue de co-lores, energía, entre otros factores de las pantallas.

Durante mucho tiempo, los monitores fueron la principal forma de consumir

7� El xml, al igual que el html, también es heredero del lenguaje sgml.

8� Las etiquetas del html son acordadas y defi nidas por el w3c (World Wide Web Consortium), organización

mundial que se encarga de mantener el estándar.

los textos digitales. Se puede argumentar que éstos han tenido mayor o menor éxi-to en relación con la facilidad de lectura que permita el dispositivo disponible para su despliegue. Los monitores de computadora eran (y siguen siendo, en general) notoriamente pesados para leer. No tenían buena nitidez y la posición de lectura, con la persona sentada en frente de un monitor, era incómoda, lo mismo que el re-flejo de la luz en los ojos. Hubo formatos, sin embargo, que se acoplaron mejor, por ejemplo si los textos eran mucho más cortos que un libro. Periódicos, diccionarios, enciclopedias y artículos de revistas fueron de los primeros en migrar exitosamen-te a la red mundial y a los monitores de computadoras. Por su parte, el libro que, por su misma definición, tiene una extensión más larga, no se acopló con tanta fa-cilidad para ser leído en un monitor. Así que durante mucho tiempo el libro impre-so continuó siendo más cómodo que cualquiera de sus formatos electrónicos.

Con la aparición de las laptops, más ligeras y adecuadas para la lectura, esto empezó a cambiar. Al filo del nuevo del milenio comenzaron a circular los prime-ros dispositivos de lectura para libros electrónicos, conocidos como e-readers, en-tre los que cabe destacar Rocket eBook, Softbook Reader, eb Dedicated Reader, Millenium eBoook Reader, Gemstar y Cybook. Un factor común de estos prime-ros dispositivos, a diferencia de las computadoras, es que estaban diseñados ergo-nómicamente para propiciar la lectura de documentos extensos y libros.

Este tipo de dispositivos simulaban un libro, muchas veces con algún tipo de cubierta de piel y aproximándose en lo posible al tamaño de un libro de bolsillo. Una pantalla equivalía a una página, y se acostumbraba la idea de que los libros electrónicos tenían “páginas”, incluyendo numeración. Muchos agregaban nue-vas funcionalidades, particulares al medio digital, como búsquedas; algunos ya permitían realizar notas en el texto.

Los libros se cargaban en el dispositivo a través de un cable conectado directa-mente a la computadora o mediante un módem que permitía descargar los archi-vos de internet desde los sitios de los proveedores. Por ejemplo, el Rocket eBook se conectaba al sitio web de la librería Barnes & Noble y el usuario disponía de una opción de títulos para descargar.

Aunque la idea de dispositivos para leer era tan antigua como la de la computa-dora misma, las considerables mejoras en la duración de la batería, la nitidez de la pantalla y la facilidad para conectarse a internet llevaron a analistas a considerar que el 2000 sería el año para el mercado del ebook.9

Sin embargo, sería necesario esperar todavía algo más para que esto sucediera. Existen numerosas teorías acerca de las razones. Una reseña de cuatro dispositi-vos de lectura en 1999 dice: “Probé los cuatro dispositivos […] pero ninguno a mi entera satisfacción. Ninguno era tan cómodo como leer una página impresa. To-dos tenían una oferta de contenido muy limitada. […] Cada dispositivo tiene su propio formato para descargar contenido. Son bastantes caros. Los dispositivos pequeños son difíciles de leer y los grandes son voluminosos.” 10

En el 2004 se lanzó el Librié de Sony, que fue el primer dispositivo que utilizó “tinta electrónica” exitosamente. A diferencia de los monitores que emiten luz, el “papel electrónico” refleja la luz, de la misma forma que el papel impreso. La co-modidad de la lectura y la poca energía que se requiere para desplegar las letras hacen que el papel electrónico sea un medio ideal para los dispositivos de lectura.

En 2007 la librería más grande del mundo, Amazon, sacó al mercado su primer dispositivo de lectura, Kindle, que también utilizaba tinta electrónica. Al igual que sus antecesores, Kindle buscaba simular el diseño de un libro impreso, utili-zaba paginación, permitía ir hacia delante y hacia atrás dentro del texto, pero ade-más ofrecía búsquedas sencillas, la posibilidad de hacer anotaciones y conectarse a un diccionario para buscar ciertas palabras y, mediante una conexión WiFi, des-cargar contenidos de la red. Además de las mejoras considerables que se habían dado con la tecnología en esos últimos años (duración de la batería, nitidez de la pantalla, conectividad, comercio electrónico más sofisticado, ubicuidad en gene-ral de la red), Amazon también prometía acceso a miles de títulos, un contenido más amplio que en cualquier momento anterior. Y además el precio era accesible. Comparado con los más de 500 dólares de los primeros dispositivos, Kindle pron-to se vendió en 199 dólares.

En realidad no fue sino hasta esa fecha cuando se dio la feliz coincidencia de factores que llevaron a que los libros electrónicos se volvieran realmente populares. Aunque los e-readers fueron fundamentales para el éxito, en los últimos años se han multiplicado los dispositivos que se utilizan para leer ebooks. El creciente uso de las llamadas tabletas ha llevado a que muchos las utilicen para sus lecturas. A diferencia de los e-readers, las tabletas proyectan luz al igual que un monitor de computadora. Sin embargo, debido a que existen grandes avances en términos de resolución y nitidez, existen menos dificultades que en otras épocas para llevar a cabo lecturas extensas. Las tabletas permiten la incorporación de imágenes a color, interactividad, video y audio, lo que no es posible con los e-readers. Esto lleva a la creación de libros más complejos que los que pueden producirse para estos dispositivos. Es interesante notar que Amazon ofrece tanto su e-reader Kindle como la opción Kindle Fire, que tiene todas las funcionalidades de una tableta. En los últimos años, los smartphones también se han convertido en dispositivos para la lectura y, en muchos casos son preferidos a las tabletas, según un reporte de Redmill.11

La historia, por supuesto, no se detiene aquí. El éxito del libro electrónico y su estandarización como producto está cambiando la historia. Estos nuevos li-bros, que continúan ganando mercado y lectores, son fruto de un complejo pro-ceso de gestación, que constituye la renovación del principal instrumento de transmisión del conocimiento y, muy probablemente, una revolución en la cul-tura, revolución de la que se atestiguan y se avizoran transformaciones en todo el arco de la cultura del libro, desde la protección de los derechos de autor hasta la forma de comercializarlos, hacerlos y por supuesto, leerlos. En las siguientes entregas nos aproximaremos a algunos de estos cambios.�W

9� David Strom. “E-Books: Still an Unfi nished Work”, Computerworld, 19 de julio de 1999, p. 76. La traducción

es nuestra.

10� Idem.

11� Henrik Berggran. Readmill: The Conference, 18 de septiembre de 2013. Consultado el 8 de junio 2014 en

www.slideshare.net/hinke/readmill-the-conference.