de templos y casonas arequipeÑas

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DE TEMPLOS Y CASONAS AREQUIPEÑAS Arequipa nació de un plebiscito, hasta donde se sabe el primero de América, pues fue la decisión unánime de los españoles, que en 1539 fundaran la Villa Hermosa de Camaná buscando el dominio del Collasuyo por mandato del gobernador Francisco Pizarro, de dejar esa tierra por insalubre y poco poblada y trasladarse al valle de Arequipa del que tenían conocimiento por su buen clima y notable población y agricultura. Esta decisión se cumple al fundar Garcí Manuel de Carbajal la Villa Hermosa de Arequipa el 15 de agosto de 1540 y, como costumbre y ceremonia, plantar la picota en la designada Plaza Mayor -centro de una traza de ordenado damero de 49 manzanas- como símbolo de posesión de las nuevas tierras. Así se integró el Collasuyo al reino del Perú al tener dominio político y territorial en una posesión mediterránea entre la costa y la sierra sur. Con el tiempo, Arequipa sería la ciudad (al año de fundada obtiene este título) con mayores particularidades del reino, cuna de equilibrado mestizaje y de una arquitectura calificada como la más original de esta parte de la América colonial (1). Pero antes de plantar la picota y luego de haber delimitado la ciudad, se plantó una cruz en el lugar que ocuparía la Iglesia Mayor(2), que fue dedicada a San Pedro y que, originalmente cuando se manda a construirla el 14 de febrero de 1544, fue de una sola nave, con ingreso por la calle Santa Catalina por la Puerta del Perdón y trabajada por negros especialistas e indígenas mitayos. Debió levantarse de adobe y con techo de tejas. El 19 de noviembre de 1558 se le amplía con dos arcos a los costados que serían realizados en ladrillo. En 1569, por crecimiento de la población se la vuelve a ampliar y luego, los terremotos de 1582 y 1604, así como la erupción del Huaynaputina en 1600, la destruyen (3). Al desmembrarse en 1609 la diósecis de Arequipa de la del Cusco, la Iglesia Mayor de San Pedro se convertirá en Catedral, sede del obispado, y en 1621 se especifica que la

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DE TEMPLOS Y CASONAS AREQUIPEÑAS

Arequipa nació de un plebiscito, hasta donde se sabe el primero de América, pues fue la decisión unánime de los españoles, que en 1539 fundaran la Villa Hermosa de Camaná buscando el dominio del Collasuyo por mandato del gobernador Francisco Pizarro, de dejar esa tierra por insalubre y poco poblada y trasladarse al valle de Arequipa del que tenían conocimiento por su buen clima y notable población y agricultura.

Esta decisión se cumple al fundar Garcí Manuel de Carbajal la Villa Hermosa de Arequipa el 15 de agosto de 1540 y, como costumbre y ceremonia, plantar la picota en la designada Plaza Mayor -centro de una traza de ordenado damero de 49 manzanas- como símbolo de posesión de las nuevas tierras. Así se integró el Collasuyo al reino del Perú al tener dominio político y territorial en una posesión mediterránea entre la costa y la sierra sur. Con el tiempo, Arequipa sería la ciudad (al año de fundada obtiene este título) con mayores particularidades del reino, cuna de equilibrado mestizaje y de una arquitectura calificada como la más original de esta parte de la América colonial (1).

Pero antes de plantar la picota y luego de haber delimitado la ciudad, se plantó una cruz en el lugar que ocuparía la Iglesia Mayor(2), que fue dedicada a San Pedro y que, originalmente cuando se manda a construirla el 14 de febrero de 1544, fue de una sola nave, con ingreso por la calle Santa Catalina por la Puerta del Perdón y trabajada por negros especialistas e indígenas mitayos. Debió levantarse de adobe y con techo de tejas. El 19 de noviembre de 1558 se le amplía con dos arcos a los costados que serían realizados en ladrillo. En 1569, por crecimiento de la población se la vuelve a ampliar y luego, los terremotos de 1582 y 1604, así como la erupción del Huaynaputina en 1600, la destruyen (3).

Al desmembrarse en 1609 la diósecis de Arequipa de la del Cusco, la Iglesia Mayor de San Pedro se convertirá en Catedral, sede del obispado, y en 1621 se especifica que la nueva iglesia catedral deberá tener tres naves y los muros deben ser labrados en piedra blanca de cantería de sillar arequipeño, y las tres puertas que dan a la calle Santa Catalina deberían ser labradas al estilo Toscal, con un coro detrás de ellas. Terremotos e incendios posteriores la van transformando, hasta que en 1842 se construye la Torre del Reloj haciendo pareja con la reconstruida y original del Perdón. Luego del incendio de 1844, se hace una nueva traza y se levanta el coro para el nuevo órgano sobre las catacumbas. En nueva fachada se incluyen dos arcos triunfales, y el ingreso por la Plaza de Armas está rematado por un frontón triangular con los doce apóstoles. Se termina en 1847 y se convierte en el mayor edificio neoclásico de Arequipa (4).

El terremoto de 1868 echa por tierra sus torres y frontón. En su reconstrucción toma el aspecto actual que la distingue de otras por tener una fachada lateral de todo el largo de la hoy Plaza de Armas y, en su interior, por debajo de la altura de las estatuas de los doce apóstoles que reemplazan a los desaparecidos de la fachada, un enorme diablo tallado en madera, el único diablo que hay dentro de un templo católico, sostiene angustiado con sus espaldas el púlpito de donde sale la palabra de Dios que conduce a la grey arequipeña que, como su templo mayor, ha forjado su carácter soportando y contrarrestando las fuerzas naturales.

Sin embargo, la mejor muestra de la arquitectura religiosa colonial de Arequipa, por su expresión de mestizaje y conservación de formas y estilos a pesar de terremotos, es el

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templo de La Compañía de Jesús. En él se resume ese proceso que se inicia con el encuentro del español que se afinca en tierras arequipeñas y el nativo que ya la habita y que juntos iniciarán la construcción de la ciudad con un material nuevo para ambos: el sillar, esa piedra blanca producto del tufo de sus volcanes. Así, al trabajarlo, se encuentran dos culturas que de inmediato producen un mestizaje en la forma de edificar y decorar construcciones religiosas y civiles. La traza de las plantas de casas y templos se hace a la manera europea, pero las exornaciones talladas en las fachadas se interpretan con la visión prehispánica y se ejecutan con carácter de fusión creadora (5).

El templo de La Compañía empieza a construirse en 1590, y se concluye la fachada en 1698, como se indica en ella. Considerada como una creación espléndida del barroco peruano, está labrada sobre un diseño europeo nada original pero con una profusión de figuras y formas que no dejan un espacio vacío. Los nativos que la crearon hicieron profundas incisiones en el blanco sillar contorneando y redondeando las figuras, en un estilo contrario al del Renacimiento, sin darle volumen y en dos dimensiones, las que ellos conocían, para que la luz, tan intensa en Arequipa, las resaltara en contraste de claroscuro. En ella, la austuriana águila bicéfala y clásicos mascarones, están mezclados con mazorcas de maíz, pájaros, frutas, trenzas, cabecitas de indígenas y figuras mitológicas altiplánicas de indudable origen local (6).

Pero, su portada lateral, concluida en 1654, aunque para algunos anterior al nacimiento de la arquitectura mestiza, es donde mejor se muestra este proceso. Representa en la parte superior a Santiago Matamoros y, debajo, a dos sirenas aladas. Sin embargo, en esta simple y ajena decoración es donde encontramos “la firma” de sus autores nativos, pues debajo de la puerta, en las gradas, cuya fecha de instalación se desconoce, hallamos como decoración y representación figuras geométricas de indudable origen prehispánico. Es el reencuentro con la piedra, material natural del arequipeño originario, y la trabaja con su ancestral saber diciendo “esto soy yo”.

En esta misma obra de los jesuitas, que contiene vecino un conjunto de claustros con igual riqueza en su labrado, existe en su sacristía la llamada “Pequeña Sixtina”, habitación cuadrada de alta cúpula totalmente pintada en vivos y contrastados colores, mostrando una exuberante naturaleza con flores, pájaros y frutas locales, en contraste con angelitos renacentistas y cuadros de mediano y gran formato que la convierten en pequeño templo casi caleidoscópico por la profusión de color y aristas. Es la representación del Paraíso descubierto en el Nuevo Mundo, “naturaleza mítica que esa civilización vestida y pecadora de Europa buscaba para sentirse en la aurora del mundo con su inocencia e imaginaria felicidad.” (7).

Durante la formación de esta arquitectura mestiza y su desarrollo, como hemos visto en el caso de la Catedral, al factor cultural se suma el factor telúrico, pues los terremotos se suceden con frecuencia que exige replantear los modos constructivos de casas y templos. Se olvidan los techos de tejas y los segundos pisos, se anchan las paredes, se construyen chatas bóvedas y se elevan contrafuertes. Con la fusión de los elementos culturales y naturales, a finales del siglo XVII, en el XVIII y comienzos del XIX, se configura la arquitectura mestiza arequipeña como un arte típicamente regional de gran influencia en el sur peruano y que llega hasta el norte de Argentina pasando por Bolivia.

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Este arte regional, que no solo ha configurado la personalidad de la ciudad, sino que ha forjado al arequipeño como ser que responde a retos con creatividad y fortaleza, ha devenido en la mejor expresión física de la región, cargada de elementos estéticos como resultado artístico de interculturalidad y adaptación al medio (8). Expresión que se traduce en formas y volúmenes de bellas casonas que los arequipeños levantaron y habitaron, formando paralelamente en sus hijos el amor por una ciudad hecha por su propia historia y con un material que estuvo dormido hasta su descubrimiento y al que le extrajeron las formas que soñaba.

CASA DEL MAESTRE BUSTAMANTEUna de estas casonas es la del Maestre de Campo Domingo de Bustamante y Benavides, ubicada en la calle La Merced 110 y sede de la Casa de la Cultura de la Universidad Católica Santa María y Museo Santuarios Andinos, que alberga a la momia Juanita, la Dama del Ampato. Es comparada con las casas solariegas llamadas palacios y fue iniciada por el capitán Juan de Arango y su esposa Margarita Espinoza de los Monteros, quienes la vendieron a Jerónimo Gómez y Trigoso, quien, entre 1740 y 1759, definió la construcción de los techos de bóveda, la fachada, los ambientes del primer patio y una recámara en el segundo.

En agosto de 1759 adquiere la casa el Maestre de Campo Domingo de Bustamante y Benavides, en 14 mil pesos. El daría la fisonomía completa a esta casona, pues en 1797 se señala que este propietario había comprado la casa en estado incompleto. Bustamante hizo construir seis habitaciones de sillar en el segundo patio, colocó hermosas rejas de hierro forjado en las ventanas de la fachada y en las del primer patio(9).

Levantada con sillar, unido con mortero de cal y arena, es de una sola planta, y por dos zaguanes, uno principal y otro accesorio, se llega a dos patios. De anchos muros, sus techos son de bóveda del tipo cañón o cilíndrica, pero a pesar de ello tiene la casa una escalera principal construida con sillar que da acceso a estos techos, que conforman una especie de terraza. Puertas y ventanas son de madera labrada, en el segundo patio hubo rejas de hierro forjado.

La fachada es austera, con un muro liso y elevado para ocultar la altura de las bóvedas. A la portada principal le sigue un zaguán de bóveda que termina en un arco. Generalmente en las casas de mucha presencia, a la altura de este arco de medio punto se coloca una puerta o reja de hierro forjado, que facilitaba tener abierta durante el día la puerta principal de manera que se podía apreciar todo el esplendor luminoso del primer patio, observándolo desde la calle a través de esta reja (10). En este patio se proyectaban las actividades domésticas y productivas, jugaban los niños y algún vendedor pregonaba su mercancía. La privacidad no era una demanda fundamental (11).

En el patio principal se abren puertas y ventanas en muros que representan fachadas internas, con una cornisa en la parte superior y las gárgolas circulares que facilitan el drenaje de los techos. Una particularidad de este patio es un contrafuerte rectangular, en el que se ha agregado una columna cilíndrica rematada en doble cornisa y con una especie de mesa donde descansa un bonete circular con un flamígero, que no se repite en otro lugar. Una capilla, con una hornacina, que estuvo ornamentada con pintura mural, cierra este patio.

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En el segundo patio aparece un detalle típico de la arquitectura Arequipa: un cenador, con su danza de arcos y pilastras octogonales terminadas en cornisas, de donde arrancan las arcadas de medio punto que descansan sobre los muros laterales en las mitades de dos pilastras, una a cada lado. El techo es de bóveda y una puerta adintelada permite la comunicación entre el comedor principal y este cenador, cuyas funciones corresponden al de un espacio fresco y cubierto para temperar los rigores del calor (12).

CASA DEL MORALOtro ejemplo de arquitectura colonial doméstica es la llamada Casa del Moral, de similar distribución y construcción que la anterior y con una historia de sucesión en sus propietarios que parte de alrededor de 1720 en que Bernardo Cornejo y Calderón, casado con Rosa Bustamante y Benavides, vende la propiedad a la Orden Mercedaria. En 1733, los mercedarios la venden a Manuel Santos de San Pedro, con quien casó Rosa Bustamante en segundas nupcias. Luego, los sucesores de Rosa Bustamante y Benavides hasta Bustamante y Cornejo y Valdivieso y Cornejo la venden en 1833 a Melchor Pacheco Alatrista, casado con Gertrudis Bustamante. Los sucesores de Melchor Pacheco la mantienen hasta que, Eduardo Villegas Valdez y Elena Villegas de Núñez del Prado, venden en 1940 huerta y corralones a la Compañía de Bomberos y, en 1948, la casa a Arturo y Barbara Williams. Los sucesores de los Williams a su vez la venden en 1905 al Banco Industrial, en 1994 pasa a Bancosur, en 1997 al Banco Santander y el 2003 al Banco de Crédito(13).

Ubicada en la calle Moral 318, esta casa se distingue por una larga fachada en la que destacan ventanas a diferentes alturas por el declive del suelo y una portada de exornación mestiza sin igual. Las ventanas a la derecha de la puerta son muy bajas porque el piso interior es más bajo que el de la calle, razón por la que se les ha suprimido uno de sus tres dinteles. Al otro lado, otras son muy altas, y para que su ornamentado último dintel no se confunda con los escalonamientos en que termina el muro, se han cortado y se han dejado pasar entre ellos un techo inclinado que corona las ventanas (13).

La portada tiene un tímpano que parte de decoradas cornisas y remata en un ángel con un tocado de plumas flanqueado por cantutas. Más abajo el escudo de armas de los Santos de San Pedro, y que en reciente estudio, se ha ubicado el petitorio de Manuel Santos de San Pedro para ser reconocido como Caballero de la Orden de Calatrava en 1751. “Allí describe el escudo de la familia refiriendo que el Gallo y las Llaves corresponden al apellido Santos de San Pedro, el León rampante corresponde a Ortiz de Ocampo y el Castillo natural a los Antequera, sus antecesores.” (14). Este escudo está rematado por una especie de corona que sostienen dos ángeles, que a la vez están arrodillados, con una pierna, sobre columnas y con el pie de la otra pisan dos cabezas de pumas de cuyas bocas salen figuras semejantes a cuernos de la abundancia. Otras dos cabezas, de las llamadas parlantes, puestas a los costados de las columnas, están rodeadas por flores y debajo tiene cruzados espadas y arcabuces.

Otras dos fachadas que merecen especial mención son las de la Casa Tristán del Pozo y la de la CasaIriberry. La primera, ubicada en la calle San Francisco, tiene como fecha de construcción el año de 1738, y su portada está limitada por dos pilastras que en bajo relieve contienen dos columnas toscanas. En el tímpano, florecen cantutas de cinco ramas con medallones con los monogramas de Jesús, en el centro, y Joaquín, Ana, José y María a los costados. Esta casa lleva este nombre, pues el solar donde se ubica fue

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adquirido en 1736 de Andrés Rosas y hermanos por el general Domingo Carlos Tristán del Pozo y su esposa Ana María Carazas. Los sucesivos propietarios han sido José Joaquín Tristán, el obispo Manuel Abad Yllana, el coronel Raymundo Gutiérrez de Otero, las familias Gutiérrez y Cossio y Ugarteche y Gutiérrez. Luego, Manuel Ballón, Juana Gómez Ballón, Joaquín del Carpio, Juana Manuela Gómez, Roberto Reinecke, José Domingo Montesinos y la sociedad Guillermo Ricketts e hijos. Hoy es la sede del Banco Continental(15).

La segunda fachada, de la Casa Iriberry o también Arróspide, que queda en la esquina de Santa Catalina con San Agustín, tiene en su tímpano más que monogramas, un texto que es la jaculatoria del Viernes Santo: Santus Deus, Santus Fortis, SantusInmortalys, Miserere Nobis. Amén. Otra jaculatoria, sobre una puerta del primer patio reza: "Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar" y, un ruego final de desconocido alarife, en el pórtico que une los dos patios, dice: "Esta casa se yso el año de 1743. Por Dios le pydo al que bybyere en ella, un Padre Nuestro"(16).

Estas inscripciones, especialmente puestas en fachadas y que mezclaban símbolos religiosos y profanos, se hicieron, así como las casonas, en una época en que el barroco, más que un estilo, era una forma de comprender y compartir un mismo criterio de sociedad, que se valió del sillar para devolver a la arquitectura la capacidad discursiva propia de la gente que la ejecutaba, bajo leyes que pedían solo tres condiciones: “Que sean de una forma, por el ornato de la población; que tengan patios y corrales y que cuenten con la mayor anchura para gozar de salud y limpieza.” (17).

CASONA DE SANTA CATALINACuando se funda Arequipa, se reparten los solares siguiendo un orden jerárquico sobre la condición de los beneficiados que coincidía en su importancia con la proximidad a la Plaza Mayor y, además, se dispuso que sus poseedores “los pueblen, cerquen y edifiquen sus casas en ellos dentro de seis meses cumplidos primeros y siguientes so las penas que el señor gobernador manda…” (18). Estos pobladores no siempre mantuvieron una posición social o económica privilegiada y sus viviendas mutaban de dueño como de apariencia en su construcción. Sin embargo, en algunas de ellas como la llamada Casa Cossío, hoy Casona de Santa Catalina, propiedad de Servicios Turísticos Santa Catalina, situada en la esquina de las calles Manuel S. Ugarte y Santa Catalina, sus dueños sucesivos tuvieron cargos importantes de gobierno y manejo administrativo.

A la muerte de doña María Bustamante y de la Fuente, el 2 de febrero de 1829, quedan como propietarios de la casona sus hijos José Mariano, Mateo Fructuoso, Juana y Manuela Cossio Bustamante, de ahí el nombre de Casa Cossio. Doña María era una de las tres hijas de don Manuel Lorenzo Bustamante y Diez Canseco, quien fuera alcalde de Arequipa en 1788 y 1789, asimismo, su padre, don Domingo Bustamante y Benavides, fue depositario general y alcalde en los años 1746 y 1747. Su esposa, doña Toribia de la Fuente y Loayza, fue hija de don Basilio de la Fuente y Aro, alcalde provincial de Arica y Tarapacá, así como benefactor de los templos de su jurisdicción (19).

Las tres hijas de don Manuel Lorenzo, Catalina, Mercedes y María, además de la Casa de Santa Catalina, heredaron una hacienda en Cocachacra y una mina en Tarapacá. Solo la última se casa, con don José Mariano de Cossio y Urbicaín, hijo del Brigadier y Caballero de la Orden de Santiago, don Mateo Vicente de Cossio y la Pedrera. Don José

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Mariano fue teniente coronel, prefecto de Arequipa, diputado del Congreso y alcalde de Arequipa los años 1816, 1822 y 1827 (20), y director de la Casa de la Moneda en 1847.

Con estos datos podemos imaginar cómo era la casa de una familia tan ligada al gobierno local. Los visitantes serían alcaldes, prefectos, intendentes, corregidores, autoridades del clero y vecinos notables. Sus habitantes descansaban en dormitorios de pisos de ladrillo con alfombras de alpaca y pinturas de escenas bíblicas en sus paredes. Durante el día, en el patio jugaban los niños y niñas y los cruzaban portadores de carnes y víveres, así como odres de vinos, aguardientes y vinagre que trían de los valles de Vítor, Camaná y Caravelí. La servidumbre acomodaba la carga en las alacenas del segundo patio cerca al comedor y la cocina que era alimentada con leña y yareta traídas de las faldas del Chachani, Misti y Pichupicchu. Al fondo la huerta con frutales, geranios y rosas de los que se hacían esencias y perfumes. En una esquina las caballerizas y los corrales para aves, conejos y cuyes, parte de la gastronomía familiar (21).

CASA DE LA MONEDANo todos los solares iniciales de Arequipa estaban en manos de fundadores, conquistadores seguidores de Pizarro enla Isla del Gallo, o nobles. También hubo propietarios indios como es el caso de los registrados en el lugar que ocupa actualmente la Casa de Quiros o de La Moneda, hoy Hotel Casa Andina, entre las calles Villalba y Manuel S. Ugarte. El primer propietario fue la india collagua Magdalena Pilco Ciza, quien la hereda de su esposo y, a su vez, por escrituras de 1557 y 1561 la deja en herencia a Francisco Castañeda, quien vende solares a indios plateros formando una ranchería de collaguas y cabanas en la zona (22).

El lugar que ocupa la casona en el siglo XVI era conocido como la calle de las Piedras y la actual calle Villalba como La Ronda (1765). La historia de esta casa está marcada por terremotos y la erupción del Huaynaputina que la dejaron en ruinas, hasta que la levanta don Blas de Quirós, como casa vivienda, en 1794, año que figura en el tímpano de la fachada, manteniendo su forma hasta la actualidad. Tiempo después, el 31 de mayo de 1837, don José Gregorio Paz Soldán, como albacea de don Alejandro Quiros, y don José Mariano de Cossio, como director de la Casa de la Moneda, firman un contrato de alquiler por seis año. Este es el origen del segundo nombre de la casona: Casa de la Moneda(23).

El vecindario de esta casa está muy ligado a la agricultura, ya que la Ronda va paralela al río Chili y era camino de agricultores y gente que trabajaba en los tres molinos del norte de la ciudad. Sus tiendas, que eran alquiladas para subsistencia del propietario, tenían como inquilinos a dueños de cererías, panaderías, chicherías y zapaterías. Era pues centro de distribución de productos artesanales, aparte de la interesante mención que hace su propietario don Blas de Quiros, sobre su construcción en su testamento en la que participaron: “Jornaleros y Alvañiles y los Canteros, Areneros Pedreros, Ladrilleros, Caleros y Dueños de Sillares y Ripios, Herreros, Carpinteros, Pintores y otros oficiales.” (24).

Alrededor de esta casa, como en otros lugares de los extremos de la ciudad con tambos y rancherías, la vida sería muy distinta a la que se desarrollaba en las casas cercanas a la Plaza Mayor. Las chicherías serían los centros de reunión y socialización de artesanos y comerciantes menores, las conversaciones girarían en torno a la agricultura y los

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insumos de sus productos, se discutirían precios y se distinguiría en los rostros la mezcla de las razas. Más tarde las chicherías serían picanterías, se cantaría el yaraví y las conversaciones llevarían a revoluciones, el indio sería el cholo y el cholo el montonero.

Un gran perillón cierra la esquina de la casa, una sucesión de puertas bajo alta pared la continúa a la calle Villalba, simulando una muralla que determina uno de los límites de la ciudad, pues más allá están los llamados pueblos tradicionales como Yanahuara y Cayma sobre feraz campiña, ese otro patrimonio cultural del arequipeño que, sobre prehispánicos andenes y canales, aprendió a implantar y cultivar especies que trajo de Europa, encontrando un nuevo modo de vida y sustento en un desierto que terminó por dominar y en el que, en medio de extenso verde, levantó una ciudad incomparable.

Estos valores arquitectónicos, la fusión de culturas y su consecuencia evangelizadora permitieron que la UNESCO declarara a Arequipa Patrimonio Cultural de la Humanidad el 2 de diciembre del 2000, poniéndola por segunda vez en los ojos del mundo. Para conservar este título muchos esfuerzos concurren a la restauración, preservación y puesta en uso de las casonas coloniales, evitando así una museificación del centro histórico, pues se han revitalizado al ser utilizadas como sedes de centros culturales, universidades y bancos. Nuevamente son habitadas como hoteles, difunden el arte como galerías y mantienen nuestro patrimonio inmaterial en lujosos restaurantes y surtidas tiendas de productos locales como tejidos y artesanías. Arequipa se está refundando como ciudad al reconocerse en un pasado que persiste en el tiempo, sus costumbres y el sillar.

Eduardo Ugarte y ChocanoPeriodista – Presidente (e) de ASDEPROA*

(1) Mario Buschiazzo,Historia de la Arquitectura Colonial en Iberoamérica.(2) Acta de fundación de Arequipa.(3) Álvaro Zúñiga Alfaro, Incendios y sismos convirtieron la Iglesia de San Pedro en Catedral.La Ciudad, Nº 19.(4) Idem.(5) Eduardo Ugarte y Chocano, El nacimiento de la arequipeñidad, prólogo de Arequipa la Inolvidable, de Charles Carty.(6) Mario Buschiazzo, Op. Cit.(7) Eduardo Laurenço, Naturaleza y cultura en Latinoamérica, La Ciudad, Nº 3.(8) Eduardo Ugarte, Op. Cit.(9) Información proporcionada por el Dr. José Antonio Chávez, director del Museo Santuarios Andinos.(10) Idem.(11) Gonzalo Ríos Vizcarra, La casona arequipeña y un pedazo de cielo en el patio, La Ciudad, Nº 18.(12) José Antonio Chávez.(13) Tarjeta informativa de la Casa del Moral.(14) Héctor Velarde, Arquitectura peruana, trascrito por Edgardo Rivera Martínez, en Imagen y leyenda de Arequipa.(15) Tarjeta informativa de la Casa del Moral.(16) http://www.ucsm.edu.pe/arequipa/arquitectura.htm(17) http://www.ucsm.edu.pe/arequipa/arquitectura.htm(18) Gonzalo Ríos Vizcarra, Op. Cit.(19) Acta de fundación de Arequipa.(20) Dante E. Zegarra López, Casona de Santa Catalina, estudio histórico.(21) Idem.(22) Alejandro Málaga Núñez-Zeballos, La Casona de Santa Catalina, historia.(23) María Eugenia TomasioBouroncle, La Casa de la Moneda “Hotel Casa Andina”, Investigación histórica.(24) Idem.(25) Idem.

* Asociación de Defensa y Protección del Centro Histórico de Arequipa