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Page 1: De santafé a bogotá el crecimiento de la ciudad en sus mapas e imágenes

DE SANTAFÉ A BOGOTÁ: EL CRECIMIENTO DE LA CIUDAD EN SUS MAPAS E IMÁGENES Por: Ricardo Rivadeneira

EDICIÓN 133 ENERO DE 2001

Revista Credencial Historia. (Bogotá - Colombia). Edición 133 Enero de 2001

RICARDO RIVADENEIRA El testimonio gráfico más antiguo de Bogotá es el croquis de la Provincia de Santa Fe, realizado hacia 1578 por don Diego Torres y Moyachoque, cacique de Turmequé (ver Credencial Historia Nº 14, febrero 1991), un dibujo de Santafé que la muestra rodeada por pequeños poblados, ubicada entre el río Bogotá y el Sol que sale por los llanos. Este mapa incluye Suesca, Cajicá, Cucunubá, Fusagasugá, Guatavita, Ubaté, Tocaima, Villeta y Zipacón.

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IMAGENES DE LA SANTAFE COLONIAL Aunque la imagen de Torres y Moyachoque sea la más antigua no contiene información sobre los orígenes de la ciudad. Santafé de Bogotá fue fundada primero en 1538 y oficialmente en 1539. Por aquella época el Cabildo coordinó la construcción de la ciudad, procediendo a la distribución de las tierras entre los acompañantes del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada. La división predial se hizo mediante la asignación de solares, los cuales correspondían a la siguiente clasificación: los de 800 pasos de frente y 1.600 de fondo, conocidos como caballerías mayores, los de 600 pasos de frente y 1.200 de fondo o caballerías menores, y las peonías o unidades más pequeñas. De esta manera surgieron los espacios para las calles y aparecieron las primeras manzanas. La segunda imagen conocida de la ciudad corresponde a la vista de Santa Fe de Bogotá realizada por el cronista peruano Felipe Guamán-Poma de Ayala hacia finales del siglo XVI. Aunque este dibujo no coincide exactamente con la distribución espacial de los edificios, sí muestra dos elementos que le han dado carácter desde la Colonia: la íntima relación con su entorno natural, evidente en la abundancia de corrientes de agua que riegan la ciudad desde los cerros orientales y permiten que surja la vida de muchas especies de aves y vegetación nativa. El otro aspecto tiene que ver con la tradición de edificar a partir de ladrillos y tejas de barro, elemento fundamental en la construcción de cerca de cuarenta edificios de carácter religioso realizados entre 1550 y el terremoto

de 1785. De 1772 es la vista desde la parte occidental de la ciudad. Esta imagen a vuelo de pájaro fue delineada por Joseph Aparicio Morata para acompañar el plan de la visita del oidor Francisco Antonio Moreno y Escandón a la Nueva Granada. Consiste en una descripción detallada de la sede de gobierno del virrey Manuel de Guirior, quien ordenó organizar la capital en los barrios de las Nieves Oriental, Nieves Occidental, del Príncipe, San Jorge, la

Catedral, el Palacio, San Victorino y Santa Bárbara. Por esta época, la ciudad se extendía hacia el norte hasta la quebrada de San Diego y por el sur hasta la acequia de los Molinos (hoy avenida primera), puntos distantes entre sí tan solo tres kilómetros. Y desde la iglesia de Egipto hasta la antigua Huerta de Jaime (parque de los Mártires) al occidente, separados por casi dos kilómetros y medio. Aquí también aparece el dibujo del Sol que nace por detrás de los cerros, como queriendo indicar su control sobre los diferentes ciclos de la vida en la ciudad y su orientación respecto de los puntos cardinales. Esta delimitación geográfica es suficiente para comprender que todo lo que se ubica dentro de esos límites corresponde a la idea que tenemos hoy de centro de la ciudad, espacio donde predomina el trazado a manera de cuadrícula, interrumpido por el curso sinuoso de los ríos San Francisco (avenida Jiménez) y Manzanares o San Agustín (calle sexta).

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El siglo XVIII concluye con el diseño del nuevo cementerio al occidente de San Victorino y con las obras de puentes y mejoras de caminos sobre terrenos anegables realizadas por iniciativa real. Estas medidas permitieron que la ciudad empezara el siglo XIX preparada para crecer en población, en actividad comercial y en área urbana. Según el plano del ingeniero Domingo Esquiaqui, de 1791, la ciudad contaba con siete puentes al interior del perímetro urbano (San Francisco, San Victorino, San Agustín, de Lesmes, de Santa Catalina, del Espinazo y de Giralda), y según el plano de Carlos Cabrer de 1797, las zonas de inundación más comunes eran el pantano del Salitre, el de la Capellanía y el de Muzú, lo mismo que los alrededores del Molino de Orejuela y el Puente de Aranda. Algunos de estos puntos corresponden a lo que hoy se pretende recuperar de manera ecológica como zonas de humedales. En inmediaciones de Santafé, Esquiaqui realizó trabajos importantes, entre los que se destacan el trazado del camino recto entre San Diego y el Puente del Común, la construcción de este mismo puente y otro sobre el río Serrezuela en Fontibón. Hizo además mejoras en algunas iglesias, pero su labor más importante fue el diseño y construcción del cementerio ubicado en el sector de La Pepita, el cual incluía la construcción de una nueva alameda (calle 13) y el mejoramiento de la antigua (carrera 13). En 1797, el virrey Pedro Mendinueta y Musquiz le solicitó a Carlos Cabrer iniciar la construcción del camino del Norte, pero el presupuesto tan elevado hizo que se aplazara la obra. De todas maneras Cabrer cumplió con el encargo de levantar un nuevo plano de la ciudad y preparar un proyecto para evitar cualquier ataque o insurrección similar a la de los Comuneros. El último plano de la ciudad realizado para satisfacer los intereses de la Corona española lo realizó Vicente Talledo y Rivera en mayo de 1810. Contiene una detallada descripción de la topografía de los cerros, acompañada de los dibujos de la quebrada de San Diego, el río San Francisco, la quebrada de San Bruno, el río San Agustín, la quebrada de San Juan, la acequia o agua de los Molinos, el río de Santa Catalina y el río Fucha. Con Talledo y Rivera concluyen las obras de cartógrafos al servicio de la Corona, la cual tenía desde 1711 un cuerpo organizado de ingenieros militares. Es posible completar el inventario de quebradas mediante la información contenida en el plano realizado por Lorenzo Marroquín de la Sierra en 1805, que muestra los detalles del terreno donde se construiría el camino recto del Norte, este último ejecutado finalmente por Bernardo de Anillo, ingeniero fundador de la primera Escuela de ciencias físicas y matemáticas del Nuevo Reino.

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BOGOTA EN LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XIX

Germán Mejía Pavony ha indicado que es posible establecer desde 1820 un proceso de transformación significativa en la historia urbana de Bogotá, proceso en el cual la antigua Santafé empezó a darle paso a las costumbres republicanas y que en 1810 tenía ya «sentadas las bases» para entrar a la modernidad. Así es como la Bogotá que vio Simón Bolívar en su entrada después de la batalla de Boyacá (1819) no difiere mucho de la que dibujaron Francisco Javier Caro en 1818 y el militar norteamericano Richard Bache en 1823. Por cierto, la de Caro es la primera cartografía donde aparece la Quinta de Portocarrero, conocida después como Quinta de Bolívar. El dibujo de Bache hace especial énfasis en detallar la entrada por el sur, teniendo como eje central el molino de pan de Tres Esquinas o punto donde convergen los caminos de Soacha o Bosa y Tunjuelo o Usme. En la capital había diez iglesias, siete ermitas, once monasterios, cinco conventos, un colegio, siete plazas, veintiseis edificios públicos, dos alamedas, dos molinos, ocho puentes, un almacén de pólvora, un chircal, una fábrica de losa y las ruinas del palacio del virrey. La imagen de la ciudad de mediados del siglo XIX se empieza a dibujar en el plano levantado por José María Lans en 1832, publicado en el Mapa de la República de Colombia de Joaquín Acosta de 1847. A nivel doméstico es posible advertir la existencia de grandes solares cerrados al interior de las manzanas, los cuales se dividían en patio para el corral y la huerta, y solar para el establo y las actividades higiénicas. Corresponden a este período las vistas de José María del Castillo y Edward Walhouse Mark (Plaza Mayor), Ramón Torres Méndez (boquerón del río San Francisco y escenas de costumbres), C. Austin y Henry Price (panorámicas desde el occidente y desde los cerros), obras que permiten ver, también en esta época, la fuerte relación entre el paisaje urbano y el escenario natural.

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SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX

Los planos que dibujaron Agustín Codazzi en 1849 y Miguel Bracho con los hermanos Celestino y Jerónimo Martínez en 1848 muestran una ciudad que no creció mucho con relación a la Santafé colonial. El plano de Codazzi de 1852, que se conserva en el Museo de El Chicó en Bogotá, muestra la fuerte tendencia a la subdivisión de haciendas y ejidos, especialmente los terrenos comprendidos entre la plaza de Las Cruces y Tres Esquinas, San Victorino y San Diego. El plano de los ejidos de Bogotá (1862) realizado por Indalecio Liévano es mucho más explícito y deja ver la minuciosa división predial de las tierras al occidente de la ciudad y a ambos lados del camino de Occidente. De esta misma época es el plano de Bogotá (1861-63) hecho por Francisco Grajales y que según Julio César Vergara y Vergara «contenía gran número de detalles importantes, como frentes de los edificios, número de puertas y pisos de cada casa particular, hoteles, puentes, etc.»; lástima que se encuentre extraviado, porque es un documento importante para entender la desamortización de bienes de la Iglesia durante el gobierno de Tomás Cipriano de Mosquera. La vida cotidiana en torno a la actividad productiva y comercial de Bogotá durante las últimas dos décadas del siglo XIX puede ser reconstruida a partir de la lectura de los planos de Manuel U. Peña (1884), Nicolás Ortiz (1885) y Carlos Clavijo (1891, actualizado en 1894), los cuales contienen extensos listados de establecimientos, personas y oficios, información que puede complementarse con los datos contenidos en las guías de Francisco Javier Vergara y Velasco (1881), Imprenta de La Luz (1889) y Lisímaco Palau (1894), entre otras. El plano de Carlos Clavijo es el más destacado de los de este período; en una de sus versiones manuscritas aparecen cerca de novecientos registros de lugares y doscientos ochenta y cinco en la copia litográfica que el mismo Clavijo regaló a la Biblioteca Nacional. Esta cartografía impresa se divide en dos partes: el plano propiamente dicho y la sección de avisos publicitarios, que suman casi cuarenta, el más grande de todos el de la fábrica de Chocolates Chaves y uno de los más curiosos el que dice: «J.B. Ferrer, profesor de esgrima y gimnasia, Carrera. 7ª., Pasaje Rufino Cuervo». La imagen de la Bogotá comercial de finales del siglo XIX adquiere un contexto geográfico por medio de las descripciones cartográficas y narrativas de Elisée Reclus (hacia 1893), quien publicó en París el primer plano de Bogotá donde aparece Chapinero como traza urbana conectada al centro de la

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ciudad, y Francisco Javier Vergara y Velasco (1906), viajero colombiano que recorrió el país para hacer el Atlas completo de geografía de Colombia. La descripción de Vergara y Velasco indica que la ciudad se componía de 465 manzanas que sumaban 250 hectáreas, donde había 5.300 casas y 4.500 tiendas con el carácter de viviendas. BOGOTA EN EL SIGLO XX

La primera mitad del siglo XX en Bogotá se caracteriza por una fuerte tendencia hacia el cuidado de la salud de los ciudadanos. En 1900, la ciudad abarcaba un área de 260 hectáreas y tenía una población de 96.605 habitantes, los cuales requerían un suministro de agua efectivo. Por eso se contrató en 1906 a la firma londinense S. Pearson & Cia. Limited para levantar un plano de la ciudad y realizar un proyecto de acueducto que «actualizaría las vetustas redes de distribución del líquido». Esta tarea incluyó el reconocimiento de las antiguas líneas del acueducto de Aguavieja, que desde 1738 traía el líquido desde el río Fucha hasta la Plaza Mayor; el de Aguanueva, surtido por el río San Francisco e inaugurado en 1757, y el de San Victorino, inaugurado desde 1803. La Bogotá de 1910 puede ser leída en el plano de Alberto Borda Tanco, hecho para localizar la Exposición del Centenario de la Independencia Nacional. Allí se muestra el perímetro urbano de una ciudad que abarcaba 538 hectáreas. En 1913, el ingeniero José Gregorio Hernández coordinó el levantamiento de un plano que incluía el trazado de la línea del tranvía municipal a Chapinero, cartografía que parecía pronosticar la tendencia de crecimiento de la ciudad hacia el norte. Contemporáneo de este último es el plano topográfico de Bogotá, Chapinero y San Cristóbal realizado por Luis José Fonseca en 1915 y que sirvió de soporte a un proyecto de ensanche de la ciudad, en donde la cultura del automóvil tenía ya algo que decir. Los años veinte han sido catalogados como el periodo de la una segunda modernidad en Colombia. Algunos aspectos de la Bogotá de esta época están relacionados con la tendencia a consumir productos importados; resultado de esto es la renovación urbana que sufrió el sector de Florián: allí se habían establecido desde el siglo XIX los primeros bancos y por esta época aparecieron los primeros edificios construidos especialmente para albergar centros comerciales. De 1918 es el edificio del Pasaje Hernández, donde se ubicó el Almacén Un Centavo a Un Peso y en el mismo sector el Almacén del Día, que distribuyó en 1922 un plano de Bogotá, acompañado de avisos que le hacían publicidad a la venta de «calzado y sombrerería para caballeros». La ciudad expandida sobre la Sabana puede ser vista en el plano de 1923, realizado por Manuel O. Rincón y que corresponde al

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estado de la ciudad antes de la presentación del plan de Bogotá Futuro, coordinado por el ingeniero Enrique Uribe Ramírez. Este proyecto proponía la organización de las 1.172 hectáreas urbanas a través de intervenciones viales de tipo radial. Cabe anotar que desde los años treinta se nota una marcada tendencia por el crecimiento rápido de la ciudad, que coincide con la creación en 1935 del Instituto Geográfico Agustín Codazzi. La Bogotá dibujada en los planos de la Secretaría de Obras Públicas Municipales, realizados en 1932 y 1947, se ve marcada por la construcción del campus de la Universidad Nacional en 1938 sobre un terreno tradicionalmente anegadizo. De los años treinta son los barrios Inglés, Centenario, Teusaquillo, La Magdalena y La Cabrera; de los cuarenta, La Soledad, Samper Mendoza, Santa Fe y Vitelma, entre muchos otros. No hay que olvidar que en 1947 Le Corbusier visitó la ciudad y en 1950 entregó un «plan piloto» para su desarrollo futuro (ver Credencial Historia Nº 114, junio 1999, pp. 8 y 9). Este proyecto contemplaba la idea de sectorización por usos del suelo, proponía clasificar las vías de acuerdo a su capacidad y pronosticaba que en cincuenta años la población total llegaría a un millón y medio de habitantes. Para concluir, es importante retomar el plano de Lorenzo Marroquín de la Sierra de 1805 e identificar en él los diferentes ríos y quebradas que cortaban el camino del Norte o carrera Séptima y determinar los cruces como puntos que pueden servir de resumen para el crecimiento de la ciudad durante el siglo XX. De esta manera, se puede afirmar que hacia 1920 empezó la urbanización de los predios cercanos al río Arzobispo (calle 39), comenzando así un proceso tendiente a conectar la ciudad antigua con Chapinero. Muestra de ello es que, hacia 1923, la quebrada de Chapinero (calle 62) marcaba el límite de crecimiento de Bogotá y para 1932 la quebrada de la Vieja (calle 70 A) bañaba terrenos urbanizados. En 1947 la ciudad llegó hasta las quebradas de la Cabrera y el Chicó (calle 88) y bordeando los años sesenta tocó el río de Los Micos o quebrada de Luce (diagonal 109). La urbanización de los terrenos próximos a la quebrada de Trujillo (calle 127) sucedió hacia 1960 y la quebrada de los Cedros (calle 134) a mediados de la misma década. La construcción de la ciudad a partir de esta época ha estado determinada por el incremento del valor de la tierra alrededor de los centros comerciales, Unicentro el primero de ellos. Definitivamente, la urbe de hoy es muy distinta a la de otros tiempos. Después de este recorrido y, como en Maurilia, la ciudad de las postales de Italo Calvino, en Las ciudades invisibles, vale la pena preguntarse: ¿Qué tánta influencia ha tenido el contexto geográfico en la construcción de las imágenes que tenemos de nuestra ciudad?

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Título: De Santafé a Bogotá : el crecimiento de la ciudad en sus mapas e imágenes Fecha de publicación: Autor: Ricardo Rivadeneira Colección: Credencial Historia Palabras clave: Bogotá (Colombia); Historia; Planos Lugar: Bogotá (Colombia)