de obregÓn a cÁrdenas galatea rebelde a … · ... aunque la juventud de méxico pudiera tener...

DE OBREGÓN A CÁRDENASGALATEA REBELDE A VARIOS

PIGMALIONES

TOMO I

JOSÉ MANUEL PUIG CASAURANC

DE OBREGÓN A CÁRDENASGALATEA REBELDE A VARIOS

PIGMALIONES

TOMO I

Antecedentes del fenómenomexicano actual determinadopor:

1. Un proceso “político” evolutivo en penosodesarrollo: el crepúsculo del régimen delos “caudillos”.

2. Una Revolución económico-social, muypropia, en marcha.

3. Hombres conductores en las diversas etapas,y

4. El reflejo sobre México de dos fenómenosmundiales de la post-guerra: la afirmación,casi “la madurez política” del proletariadoy la crisis del régimen capitalista, por elpaso de la economía liberal del siglo XIX.


SENADO DE LA REPÚBLICA

Primera edición: Impresores Unidos, 1938.Segunda edición: enero de 2004, Senado de la República, México, 2004ISBN: 970-727-033-0

Impreso y hecho en MéxicoPrinted and made in México

Envío

Dedico este libro de afirmación revolucionaria y de fé yesperanza en el porvenir de México, como resultado del

proceso siempre constructivo, aunque dislocado simple denuestra Revolución.

A la juventud de América

En vísperas de la Conferencia Panamericana de Lima, a laque, por la gravedad del momento historico —crucial paralos destinos del continente— convendrá que se llegue conlas más completa visión posible acerca de los problemas

políticos y sociales de nuestros pueblos.

NOTA PRELIMINAR

VÉASE, SI SE DESEA, EN el Apéndice de esta obra, como “In-serción Núm. 1”, el artículo del autor que, con el títulode “¡Esta juventud de ahora...!”, se publicó en El Uni-

versal, de la ciudad de México, en marzo de 1935. Escritoapenas habíamos dejado la Secretaría de Relaciones Exte-riores de nuestro país, después de habernos asomado porprimera vez a los pueblos de Sur América, de sentir la noblecuriosidad fraterna de su juventud por el fenómenorevolucionario nuestro, que tan confuso tenía que parecer-les, y cuando habíamos podido palpar la desilusióncontinental, lógica, de las generaciones jóvenes, nuestro ar-tículo contenía, implícita, la promesa de decir la verdadcuando, ya sin trabas de orden administrativo o político, pu-diéramos escribir con más libertad acerca de nuestras luchasrecientes “de estructuración”, y señalaba ese camino —de-cir la verdad— como el único medio de que la juventud,desilusionada entre nosotros también, como lo está en todoel mundo por diversas causas, recobrara respeto y cariñopor la Revolución Mexicana, si los había perdido por culpasnuestras, o afirmara ese cariño y ese respeto por nuestro fe-nómeno social máximo contemporáneo, aunque la juventudde México pudiera tener derecho de renegar de etapas de la

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vida de algunos, de muchos o de todos sus hombres conduc-tores... ¡Pero la Revolución, galatea inmortal, debía seguirmereciendo amor, aunque hubiera tenido que mostrarse re-belde a tantos pigmaliones...!

LIBRO PRIMEROEL PANORAMA EN SU CONJUNTO Y DOS HOMBRES: OBREGÓN

—DESDE EL SEPULCRO— EN EL FONDO DE LA ESCENA, Y

CALLES DOMINANDO EL PAISAJE... HASTA SEPTIEMBRE DE 1933

“En el tiempo, que es marsin horizontes, las vidasde pigmeos y gigantes tansólo son instantes...”

PRIMERA PARTEDEL FONDO Y DE LA FORMA DEL DRAMA YDE SU EXPRESIÓN LITERARIA EN EL LIBRO

“Es propio de las ideas fe-cundas crecer solas, irmás allá de la intencióndel que las concibe, y al-canzar a veces desarrollosinesperados. La verdade-ra creación consiste enesto: la criatura se arran-ca de su creador yempieza a vivir por cuen-ta propia.”

Alfonso Reyes en suDiscurso por Virgilio.

CAPÍTULO IFENÓMENOS DIVERSOS EN UN MISMOMARCO: LA REVOLUCIÓN MEXICANA

EL CONOCIMIENTO DE NUESTRA REALIDAD.COMPLEJIDAD DEL MOMENTO REVOLUCIONARIO

ACTUAL

PARECERÍA innecesario decir que apenas intentaremos acu-mular antecedentes para contribuir así a la obra —quealguna vez tendrá que hacerse— de verdadera, valiosa, des-apasionada exégesis revolucionaria. Que no pretendemosescribir la historia del decenio (1928-1938) a que espe-cialmente se referirá este libro. Ni la historia política ni lasocial-económica.

Conocemos bien la casi imposibilidad de escribir con acier-to historia contemporánea. La calidad, además, en nuestrocaso, no ya de testigos sino de actores (aunque sea de últimacategoría) en numerosas escenas del drama, disminuye ne-cesariamente, ante los ojos del lector, el aspecto indispensablede imparcialidad, aun cuando pueda apoyarse la parte derelato en documentación nutrida. Tiene que pensarse consobrada razón que intereses de grupo, o personales, o afec-tos u odios que nada puede extinguir, llevan a exageracioneso a reticencias o influyen en el desarrollo de los juicios.

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Sabemos bien, por tanto, que nuestra obra sólo será un“testimonio personal interpretativo” que muchos —o todos—considerarán interesado o tendencioso. Pero tendencioso ointeresado o no, este libro buscará, quizás procurará, en al-gunos aspectos, mejor comprensión del fenómeno mexicanoactual. Y esto puede interesar a todos. Se trata de una reali-dad y hay que conocerla lo mejor que se pueda. Para que ladepuren, la perfeccionen y la completen, quienes la amen ola acepten como inevitable o lógica. Hasta paraanatematizarla o combatirla, quienes juzguen que la reali-dad actual de México es algo funesto o susceptible de cambiofundamental o de destrucción.

FENÓMENO, el actual de nuestro país, que es muy intrincado,que es muy complejo, ciertamente. Ni en aspiraciones, si-quiera, ya que no en realidades, es determinado el panoramade hoy por impulsos relativamente simplistas, como eran losde 1910, cuando enarboló Madero la bandera de la Revolu-ción: renovación de hombres y de métodos, en lo político;modesto desiderátum de justicia, en el orden social.

Ni da sólo tonos al cuadro actual aquel más extenso y pro-fundo anhelo de renovación económico-social-educativa quecuajó, como pudo, en la Constitución de 1917 y que, en laacción de los gobiernos “revolucionarios”, unas veces se tra-dujo con sinceridad, con valor, hasta con gallardía física ymental, y otras se arrastró penosamente. A los fenómenosoriginales, a los impulsos primitivos, a los planes (logrados,deformados, abandonados o incumplidos), a las promesasfrecuentemente olvidadas, se han ido añadiendo exigenciasverdaderas o artificiales y motivos legítimos u oportunistasque han determinado o constituido ya no nuevos fenómenossino nuevos “conjuntos de fenómenos ligados”, es decir,nuevos procesos. Hasta llegar al momento en que vivimosen el que vienen desarrollándose, en el mejor de los casos

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GALATEA REBELDE A VARIOS PIGMALIONES

paralelamente, otras veces con funestas o apreciables diver-gencias, tres procesos cumbres. Que no se ha logrado (y talvez ni intentando seriamente) hacer que converjan, comohabría sido preciso para un resultado rápido de definiciónde alcances y de métodos, es decir, de cristalización integralútil o de pronto, merecido fracaso. En todo caso, para quepudiera de modo orgánico, constructivo, trascendente, du-radero, ser liquidada la Revolución Mexicana.

LOS TRES PROCESOS cumbres que nos parece que están desen-volviéndose en nuestro medio, cuyos antecedentes precisaconocer y valorar, para atenderlos bien y que con las in-fluencias de sus diversos hombres conductores, vivos omuertos, caracterizan el instante, son:

A. El crepúsculo de un sistema casi feudal de “caudillajepolítico y de gobierno”. Aquel viejo sistema de caudillaje,de altura y de arrabal, de provincia y de villorrio, nacional,en una palabra, carcoma eterna, política y social, del Méxi-co de toda su historia; aquél sistema que había intentadodestruir la Revolución (original y fundamentalmente anti-caudillista) subsistía, casi intocado, hasta 1928. De modoinevitable la Revolución, en sus etapas más sangrientas, ha-bía tenido que conservar o hasta que intensificar el sistemade “feudos”, en el campo de las armas, en el de la adminis-tración y en el de la política. Los “barones”, grandes,medianos y chicos, eran, al mismo tiempo que estorbos cons-tantes, constantes “puntales” de toda situación. Se legó así,en 1928, a la desaparición del que parecía el “último caudi-llo” y por las circunstancias especialísimas creadas a sumuerte, que se detallarán más adelante, se quiso, honorable,sincera, enérgicamente, destruir el viejo sistema de“caudillismo”. Se consideró entonces, a la muerte deObregón, dada la organización y disciplina semi-orgánicalogradas ya en el país; en vista de lo sembrado, si no de lo

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cosechado todavía en todos los campos por la Revolución;se consideró anacrónico ese sistema de “caudillaje” —aunel más inteligente, generoso o patriótico— y con un clarosentido de responsabilidad histórica y con verdadera visiónde estadista, predicó Calles en 1928 “sustituir el viejo siste-ma de hombres únicos por un régimen de instituciones”.

Independientemente de la sinceridad o de la continuidadde obra o de esfuerzo en el creador y en quienes debierondesarrollar el programa anti-caudillista (que eso lo analiza-remos detenidamente en capítulos posteriores), éste: ladesaparición de los caudillos, la lucha por lograr que des-aparezcan, es uno de los procesos cumbres, en marcha, desde1928.

Y lo hemos definido en su etapa actual como “el crepúscu-lo del sistema casi feudal del caudillismo político y degobierno” porque el caudillismo realmente tiende a desapa-recer aunque la lógica histórica, que nos empeñamos enllamar fatalidad, parezca, después de Obregón y de Calles,estar a cada paso intentando la formación de nuevos caudi-llos. En el campo amigo de la Revolución, en días recientes,actuales, por un sistema de excesiva centralización políticay de gobierno a que fatalmente hubo de llegar el presidenteCárdenas, aunque no lo hubiera deseado. Fenómeno, el dela concentración exagerada de mando (hasta rebasar límitesconstitucionales a veces) que halla sus raíces en la saluda-ble aceleración de ritmo habida en las accionesrevolucionarias de orden “social” y, secundariamente, en laola de desprestigio que —por maniobras, en el fondo anti-revolucionarias, de una oposición incompleta, insincera“sorda”, a que después hemos de referirnos— se produjo deministros, gobernadores y líderes abajo, durante los prime-ros años de este gobierno.

Ya indicábamos antes que la falta de convergencia —y apa-rentemente hasta de posibilidad de coexistencia— de los

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procesos fundamentales de México, hace que unos rumbossean estorbados por otros.

Así ha pasado con el proceso de la salida del caudillismo.Porque para producir una intensa obra revolucionaria, defondo económico-social, precisa y precisará siempre con-centrar mando y alejar o destruir las influencias moderadorasque, aunque sean legales, debilitan o imposibilitan el frutodel impulso social. Con lo que, cuando se ha avanzado eneste campo: en el de la Revolución social-económica, caside modo forzoso, ha habido que retroceder en el campo po-lítico, alejándose día a día nuestra salida de los regímenesde “hombres únicos”... Ha de surgir del libro este conflictológico, a cada paso. Basta por ahora con señalarlo y conadvertir que desde diciembre de 1937 y con más claridad enmarzo de 38, cuando fué necesario afirmar los cinchos de lacooperación nacional con motivo de la ley de expropiacióndel petróleo, se ha tratado ya de empezar a corregir esa si-tuación que podría haber conducido o conducir a un nuevobrote de “caudillismo”, aunque fuera, en un gran tanto porciento, resultado —y casi necesaria y salvadora condición—de la aceleración del ritmo de la acción social revoluciona-ria. Pero, de cualquier modo, ha existido o existe el peligrode la formación de un nuevo “hombre indispensable”.

Peligro que existió también, de resurgimiento del“caudillismo”, en diciembre de 1935, cuando se produjo laeliminación del general Calles y que piensan muchos quetambién existe ahora, por maniobras en el campo enemigode la Revolución avanzada, en cuyo campo, aseguran, se hainiciado desde hace tiempo una rebusca ansiosa de supues-tos hombres fuertes que se atrevan a cortar con la espalda deun fascismo criollo o mestizo, importado, o de un“caudillismo” indo-americano típico, el nudo gordiano dela situación actual.

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B. El paso de un sistema, también semi-feudal, casi colo-nial, de la vida económica de México, a normas nacionalistasy colectivas no del todo coherentes ni bien determinadasaún, pero, como quiera que sea, más acordes con el pensa-miento y la realidad universal del día y con las más altasnecesidades del país. Estimulado este proceso de cambio enla estructura económico-social, por un impulso indomable,inextinguible, en las grandes colectividades, en las masas,organizadas o no que trata de orientar durante todos estosaños a los líderes revolucionarios, de gobierno y de acciónsindical, hacia la izquierda, cada vez más hacia la izquierda.Oscilando el péndulo de la influencia de los intereses y de lapolítica oportunista, en los gobiernos, desde la reacción, fran-ca o disimulada, hasta la demagogia; pero conservándosesiempre característico, el proceso de aceleración en las gran-des sacudidas revolucionarias.

Proceso que ha constituido nuestra muy propia Revolu-ción económico-social, en marcha. En lucha, en el desarrollode este proceso, y en confusión visible, en México como entodo el mundo, ideas de gobierno las más diversas: de regí-menes democráticos, siglo XIX, de dictaduras deproletariado, de dictaduras de burocracias sobre el proleta-riado, de regímenes totalitarios diferentes, de economíasdirigidas o controladas, de socialismos de Estado, decapitalismos de Estado... Yéndose a cada paso, y a veceshasta por las mismas gentes, de manera voluntaria o no, deconcepciones apenas liberales a “hegelianas” o hasta “mar-xistas”. Sin que hayan podido cuajar todavía plenamente,siquiera en postulados concretos y en métodos continuos,todas las aspiraciones económicas y sociales, realizables,de nuestra Revolución y las maneras para lograrlas.

C. El aspecto mexicano, es decir, el reflejo sobre nuestropaís, de dos fenómenos mundiales, novedosos, en el recorri-do de la civilización, lo mismo la oriental que la occidental.

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En efecto, asiste nuestra generación desde la Guerra Mun-dial del 14, no ya al nacimiento sino a un período deafirmación rotunda, casi al tiempo de madurez, de una clasesocial que ha crecido como gigante, “políticamente”, desdela post-guerra: el proletariado. Y presenciamos también latransición incierta del régimen de la economía “liberal” delsiglo XIX, de lo que se llamó el “sistema capitalista”, anuevas formas económicas de sentido colectivista, en gene-ral. “Colectivismo” manejado por oligarquías de derecha ode la izquierda y que se halla sujeto, en estos instantes, alreactivo de la espalda y del cañón, no para determinar siseguirá siendo colectivista el nuevo pensamiento del siglo,sino para fortalecer regímenes de derecha o de izquierda,pero que no hay que olvidar que son todos, más o menosfrancamente, anti-individualistas. Al margen de esta lucha,pretendiendo permanecer al margen de esa lucha, mejor di-cho, se sitúan tímidamente las “democracias” que sontambién ya de sentido colectivista, por supuesto, y que re-pudian formas dictatoriales francas de fuera... Aunque puedantenerlas bien tiránicas en casa.

FENÓMENOS PROPIOS, y reflejos del exterior los últimos, quehan complicado, de manera inevitable y hasta angustiosa,los aspectos más singulares de nuestro problema mexicano,que tratamos de solucionar con lo único que existe en todaspartes para resolverlos: con hombres, que en cada etapa orecoveco del proceso se sienten y son de hecho conducto-res, aunque con frecuencia estén muy lejos de ser productoresde los fenómenos que se van enmarañando. Y así, en el mo-mento actual, ese factor de “hombres conductores” influyecon Cárdenas y va a influir muy pronto con la incógnita hu-mana que representa para el país y para el rumbo de laRevolución el punzante problema de la elección de nuevopresidente. Problema al que no hemos de asomarnos, ya que

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nuestro propósito es sólo presentar antecedentes que expli-quen o aclaren los aspectos “sociales” del México actual.

MEDIOCRIDAD Y RESISTENCIA, DOS DE LASCAUSAS SECUNDARIAS DE MAYOR ENREDO

CREEMOS que bastaría la anterior presentaciónultraesquemática del fenómeno mexicano actual para que seapreciara su complejidad; pero lo agrava, lo distorsiona, loconfunde (en el sentido lógico del término), una laguna opantano de mediocridad general por que atravesamos (comose atraviesa en todas partes) y una nueva, naturalísima etapade mayor resistencia (mental, casi siempre, mientras madu-ra y se vuelve física) para todo lo que tenga sentidoverdaderamente revolucionario, a menos que tome el aspec-to crítico, aparatoso, del problema del petróleo, por ejemplo,en el que, de modo natural, lo revolucionario llega a ser cau-sa nacional, patriótica. Resistencia general que, aunque másostensible en aquellos sectores que constituyen los intereseso las llamadas “fuerzas vivas del país”, dista mucho de ha-llarse circunscrita a las reconocidas de la derecha, e invadecampos que se califican a sí mismos hasta de “radicales”.

La mediocridad, lógico resultado, en lo general, en lo ex-terno, de la crisis universal del espíritu que trajo lapost-guerra. En lo local, resultado de tremendas crisis polí-ticas muy propias: entre ellas, muy principales, la que seprodujo por el asesinato del general Obregón y la que suce-dió a la eliminación completa —inevitable, ya lo veremos—del general Calles. Fenómenos de forzosas repercusionesinmediatas y a distancia, de orden político y psicológico yque tenían que influir en la formación del cuadro de los hom-bres dirigentes de la Revolución en marcha, de dentro y defuera del gobierno, y que tenían que influir también,naturalísimamente, en el cuadro de los hombres que han pre-

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tendido manejar nuestra desordenada y débil opinión públi-ca. Resucitando en ambos campos, al mismo tiempo quevalores reales injustamente relegados al olvido por dichospolíticos, elementos de incapacidad o de mediocridad yaejecutoriadas. Resurrección que nada evita en los instantesde desconcierto, cuando muere un hombre como Obregón ose produce la eliminación de un fuerte bando como pasó a lacaída de Calles. Lo mismo en México que en Cochinchinahay entonces brotes de mediocridad, porque bastan las nue-vas “etiquetas” para acreditarse hasta como estadistas1 y conmás facilidad como severos catones de la moral política... Yde la otra. Con lo que, inevitablemente, aunque se gane ennumerosos casos concretos, se pierde, en general, el efectosaludable de procesos de selección de hombres, de etapasanteriores en el recorrido político o social de los pueblos ode los partidos. Y hasta puede llegar a producirse el fenóme-no muy natural —siempre transitorio— de inversión devalores.

La resistencia, en variados sectores de la inteligencia, dela juventud universitaria, del capital, de los bandos políticosvencidos, de grupos vencedores que luchan por lograrhegemonías y de la masa amorfa apolítica; la oposición, de36 a 38 muy real de fondo, mayor que nunca antes, desde1910. Aunque muchos ingenuos y no pocos hábiles oposito-res renieguen que existe oposición ahora en México,fundados en que “todo el mundo —dicen— acepta las nor-mas radicales de Cárdenas”. Pero la verdad es queúnicamente “se dice” que se aceptan las actitudes radicalescumbres mientras puede socavarse la acción general revolu-cionaria de cada día.

1 Inútil decir que, durante el período de su acción, también el autor fuéparte del sector mediocre. Pero aceptarlo no implica el desconocimien-to de esa mediocridad, propia y ajena, anterior y actual.

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Esta oposición es también producto de causas externas einternas. Entre aquellas, la Guerra Civil en España, conver-tida en campo de batalla internacional en el que puede estarsejugando muy efectivamente la suerte inmediata de las ideasavanzadas, en todo el mundo; el auge del fascismo europeoy asiático y del “continuismo” latino-americano, cuyo másreciente brote ostensible, en el Brasil. (¿Será el más recientecuando se imprima este libro?) Y la gentilísima tolerancia,aplauso, absolución o disimulo, por parte de las “democra-cias” de nuestro continente, son por demás ilustrativos.2

Entre las causas internas de la nueva oposición, el senti-miento, que indudablemente existía, de pasada, recienteconformidad, de casi sincera aceptación de la RevoluciónMexicana cuando, por diversos motivos (que ya estudiare-mos) se había moderado el ritmo revolucionario. Alproducirse, desde el acceso de Cárdenas al poder, una nota-ble aceleración en este ritmo, la alarma, el rencor de las claseso de los grupos que se han ido sintiendo amenazados o heri-dos, han aumentado de modo muy natural. El incremento en laalarma o en el rencor, que llamaremos humanos, lógicos, se haextendido a campos en los que no ha habido lesión ni real ame-naza de intereses, pero en los cuales el colaborador torpe o elhábil opositor han sembrado miedo. Y como estos estadosanímicos coexisten con el desmenuzamiento, como la real pul-verización de los sectores revolucionarios primitivos ysubsecuentes, hasta 1935, y como hay también señales de dis-gregación del frente original “cardenista” (dividido al soloanuncio de la sucesión presidencial), el campo de la oposiciónreal aumenta. Son señales de los tiempos, constantes faltas derespeto para todo lo que encarne la Revolución (menos Cárde-nas, personalmente, por ahora); pérdidas de esperanza y de fé,porque basta una inevitable complicación con petroleros o una

2 Menos que “fascista” el caso de Brasil apenas es típico de nuestro“continuismo” criollo o mestizo.

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fatalidad económica cualquiera de aumento en el costo de lavida, para que se hagan casi nulas, y a veces de burla, las venta-jas logradas en los salarios, o porque malas cosechas o créditoinsuficiente o técnica defectuosa o falta de sentido de responsa-bilidad o luchas intergremiales hagan fracasar de momentogenerosos planes de reforma agraria y obrerista. Y son señalesde los tiempos, también, las discrepancias reales de propósitosy de métodos sociales que se ven en diversos sectores de lapolítica o del gobierno, aunque todos se apresuren, en cada fuertearista que marca el presidente, a establecer su conformidad ab-soluta... platónica y pasajera. Y todo se traduce, en el campoque se llama a sí mismo revolucionario y en los adversos, ennuevas resistencias de fondo a la consolidación de lo logrado yen estorbo al proceso de avance. Luchan y lucharán, más deahora en adelante, el nuevo ritmo radical que alcanzó la Revo-lución con Cárdenas y esas resistencias. Y como de modoinevitable —y conveniente— interviene día a día el sentido detransacción y de equilibrio político de todo gobierno —y máscon un fuerte fenómeno de crisis económica y en vísperas deuna tormenta electoral— se alarga, otra vez, la etapa de crista-lización integral revolucionaria que pudo quedar casicompleta con el periodo de Cárdenas.

PERO NO sería colaboración revolucionaria señalar únicamen-te fenómenos sin insistir, seriamente, en los daños queproducen.

Por eso repetiremos que esta “oposición”, sorda la más delas veces, incompleta porque no llegaba a la cabeza, Cárde-nas, ayudó a que se produjera el aspecto de retroceso políticoque ya hemos apuntado y que sería necio negar que caracte-riza la primera mitad del gobierno de Cárdenas: la extremacentralización del poder, con lesión —involuntaria peroreal— del régimen democrático y federativo, porque causóuna llegada general, al presidente Cárdenas, de la casi tota-lidad de los problemas del país, chicos y grandes. Y decimos

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que esa oposición, porque era incompleta, “porque no apun-taba alto”, porque era insincera, ayudó a ese retroceso, porquehasta cuando traducía o fingía traducir la opinión pública en“clamores de fé y de confianza ciega en el general Cárde-nas”, iban acompañadas las bocanadas de incienso con todogénero de manifestaciones de odio o de desdén o de opro-bio, merecido o no, para casi todos los órganos de la acciónrevolucionaria, de dentro y de fuera del gobierno. Se produ-jo así, frecuentemente, el desprestigio de casi todas lasagencias secundarias, de ministros y gobernadores abajo, yel desprestigio, también, en un amplio sector de la concien-cia popular, de numerosos directores y líderes de la acciónpolítica, parlamentaria, agrarista y obrerista, aumentando eldaño, en estos dos últimos sectores, por la lucha intergremialque ha dado y dará tan especiales matices al fenómeno mun-dial de ascensión, de afirmación, de madurez política delproletariado. Una vez logrado ese desprestigio, no quedó,como agencia a la que ocurrir para la resolución de todos losproblemas, sino Cárdenas. Con lo que, desde losordenamientos de carácter más técnico y los de exclusivacompetencia de otros poderes, o de los gobiernos locales,hasta los más insignificantes pleitos intergremiales oedilicios, en los más apartados villorrios, todo, absolutamentetodo, se ha querido que lo resuelva el presidente de la Repú-blica. Lo que, si bien es cierto que pudo ser saludable a veces,por la superioridad frecuente indiscutible, de generosidad yde intención del gobernante, amenazaba incubar, con todoslos conocidos males del “sistema”, un nuevo “hombre úni-co”, un nuevo “hombre indispensable”, es decir, un nuevo“caudillo”, que si hubiera llegado a formarse, al mismo tiem-po que habría detenido criminalmente uno de los aspectoscapitales de nuestra Revolución, en el terreno político: “lasalida del caudillaje”, habría sido fatal para Cárdenas por la

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trágica, inexorable trayectoria de todos los caudillos mexi-canos.3

3 Demostrativo del hecho que señalamos: el peligro constante de que seconvierta en dictadura personal indefinida en tiempo y casi “legaliza-da”, nuestro sistema “republicano, democrático y federal”... en el papelde la Constitución, y demostrativo, al mismo tiempo, del sincero deseode Cárdenas de no dejarse convertir en dictador más completo de loque ha sido en realidad, hasta ahora, por las ineludibles exigencias dela vida política mexicana, es la reforma constitucional que inició endiciembre del año pasado (1937), lo es el intento de reorganización delPartido Nacional Revolucionario, y lo es, por último, la nueva actituddel presidente en lo que toca al campo legítimo de acción de los gober-nadores de los Estados. Estimó Cárdenas, en efecto, que “la continuaciónindefinida” de la vieja práctica de gobernar con “facultades extraordina-rias”, que casi siempre, mansamente, han dado los congresos a los jefesde Estado (con rarísimas excepciones de independencia y decoro), “con-duce a una dictadura”. (En realidad, como lo explicaremos más adelante,al hablar de lo que significan dictaduras, tiranías y despotismos; en reali-dad, gobernar en esa forma ya es hacerlo dictatorialmente, aunque otrasea la intención). Quiere Cárdenas, ahora, que sólo puedan reunirse enadelante facultades de dos o más poderes en una sola persona, en loscasos de invasión de enemigos exteriores, de perturbación grave de lapaz pública o cualquiera otra que ponga a la sociedad en grave peligro oconflicto. En el mismo mes de diciembre de 37 inició la modificación delP.N.R. que puede tal vez conducir a una política más orgánica, menospersonal y personalista, de menos sabor totalitario burocrático, y, portodo esto, con menos matices de dictadura presidencial criolla o mestiza.En marzo de 38, también, las juntas con los gobernadores con motivo delconflicto petrolero, condujeron a nuevos planes de cooperación y de de-limitación de funciones, muy saludable. Ya hemos de volver, al señalarantecedentes, sobre todos estos puntos. Entonces veremos si en realidadhemos tenido y si tenemos o no dictadura en México ahora, y se verátambién si es o no posible que exista aquí o en cualquiera otra región deluniverso obra revolucionaria social verdadera sin gobiernos de dictadu-ra. Aunque puedan perfectamente ser las dictaduras “democráticas”, enel sentido gramatical y lógico del término, (aun cuando no son “constitu-cionales”, aun cuando no son “liberales”) y no obstante que al sentidopolítico de las democracias repugne tanto, no la esencia misma sino elsonido de esa palabra: “dictadura...” Pero todo esto lo hablaremos másadelante. Ahora era de justicia, desde que señalamos el fenómeno inne-gable de la extrema concentración de mando —político y de gobierno—en Cárdenas, señalar los remedios que al mismo gobernante se le hanocurrido para corregir el grave y eterno mal.

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Porque hay que advertir que nuestro caudillismo históricoha sido inferior en amplitud de espíritu, en tolerancia (si-quiera para lo que no afecte el poder del dictador absoluto),en espíritu civilizador constructivo, a cualquier caudillismo“cesáreo”. Desde este punto de vista, el caudillismo criollo-mestizo, ultra-individualista, es muy inferior al modernofascismo. Y recordamos esto porque en el momento actual,en que tan de moda están los “césares”, el espejismo de lasventajas, siquiera materiales o transitorias, traducidas enaparente prosperidad de los negocios (mientras los mata laguerra) en quietud interna y en fuerza internacional, de al-gunos regímenes cesáreos, ilusiona a no pocos mexicanos.Hay que recordar que en nuestra América, aun hombres pu-ros, aun inteligencias claras y una que otra ocasión hastapreclaras, aun soñadores originalmente sinceros, si caen al“caudillismo”, son arrastrados casi fatalmente a derroterosde “Santa Anas o de doctores Francia.

¡COMPLICADA SITUACIÓN LA NUESTRA! De la que deducen, lomismo los que no aman la Revolución de ahora que no po-cos que se agitan “por salvarla”, que puede venir, para 1940o antes, con el pretexto de la sucesión presidencial, o pormaniobras de capitalistas, o por angustias económicas queestorben la reforma social y enfermen nuevamente de des-encanto al pueblo; que puede venir: o un torbellino político,o un movimiento militar o cívico armado en los que naufra-garían los propósitos del régimen, si no el régimen mismoactual... Naufragio no por caída del presidente, quizás, perosí porque se hundiría el régimen en un continuismo disimu-lado o franco (es decir, en un nuevo brote de “caudillismo”),o en una dictadura militar de cualquier tipo (que tipos deesas dictaduras los hay ahora para todos los gustos), o en unperíodo anárquico. Pero ya insistiremos más adelante en es-tos riesgos que no hemos de ver nosotros sin remedio, puesto

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que de modo tan voluntario y tranquilo nos aferramos a vi-vir nuestra modesta vida en nuestro México... Nosconformamos por ahora con señalar hechos y circunstanciasque los embrollan, y apuntadas dos de ellas: mediocridad yoposición, sigamos adelante.

“Cuando te ves sóloa ti mismo...”

HABLAMOS de la nueva y mayor oposición casi siempre in-completa (y por eso peligrosa) que ha sido, desde las sombrasdel disimulo y tras la humareda del aplauso insincero y cons-tante a Cárdenas, deturpadora y nulificadora real de lasfuerzas y de las influencias legítimas de la obra de la Revo-lución. Creer otra cosa es hacerle el juego al derechismoemboscado, o a lo poco que quede de la reacción clásica, eimitar al avestruz... Porque sólo los convenencieros o losilusos no advertían que es esa oposición sorda, disimulada,pero muy efectiva, una de las características del instante. (Yno hay que destruirla drásticamente ni soñar en curarla conbondad. Hay que procurar disolverla con sinceridad ycon inteligencia.)

Pero no sería justo, ni menos inteligente, circunscribir ladesconfianza, los presagios y juicios que se escuchan: “yapasarán estas cosas...”, “ya vendrá quien ponga orden en elcaos...”, “un ignorante vesánico sin el más remoto sentidode gobierno...”, “una situación que necesita un franco queya sabremos encontrar...”; circunscribir, decimos, la mur-muración constante, angustiosa, el escepticismo, las burlas,los aires de perdona-vidas de antiguos y modernos enemi-gos que apenas toleran a los hombres de la “nuevaRevolución”, a aquellos sectores que (para hacerlos “cabe-zas de turco” a menudo) hemos venido llamando, de modomuy convencional, “reaccionarios”. Ni podríamos tampo-

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co, con criterio ultra simplista, hablar de una división enMéxico, fundamentalmente de pobres y de ricos. La torpedivisión sería muy poco ilustrativa de verdadero o de falso“revolucionarismo”, entre otros motivos, porque hay tantoso más ricos ahora, quizá, venidos de la Revolución o concontactos actuales o pasados con ella, que los nacionalesricos —¡tan escasos!— de otra extracción u origen. Pero,cualquiera que sea ese origen de la riqueza, pasa en México,por supuesto, lo que en la alada parábola de Ansky, que cuentaque un buen día un rico, avariento chassid fué a visitar a surabí y se quejó del estado caótico de la sociedad, “que con-duciría pronto al mayor de los fracasos...”

El rabí lo invitó a asomarse a una ventana que daba a unagran avenida de la ciudad:

—Mira a través del vidrio —dijo— ¿qué ves?—Pueblo, gente que pasa, la multitud de siempre... —con-

testó el chassid.Luego el rabí lo llevó a un espejo y le preguntó:—¿Qué ves ahora?—¡Vaya una pregunta...! Me veo a mí mismo... —contestó

el avaro.Y entonces comentó el rabí:—Pues piensa que en la ventana había vidrio ante tus ojos

y que vidrio hay también en el espejo. Pero éste se hallarevestido, atrás, de una capa de plata y desde el momento enque se interpone plata entre tus ojos y los objetos, cesas dever a los demás y te ves sólo a ti mismo...

Sería injusto, repetirnos, y muy poco inteligente, sobretodo, afirmar que esto y sólo esto es lo que pasa en Méxicoy lo que explica las cosas. La parábola tiene aplicación cuan-do faltan del todo la comprensión del instante y lagenerosidad; pero lo cierto es que las resistencias mayoresnacen en otros campos en los que no es el dinero lo quemueve, fundamentalmente. Mueve, más bien, la indiscipli-

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na, la ambición, el odio faccional, el despecho. Todo lo quehabía estado más guardado, “en cavidad cerrada”, por añosy años, durante las etapas de pura represión. Lo que hoy,para honra de Cárdenas, puede brotar porque se permite yaque se manifiesten todas esas pasiones que, si causan hoymás escándalo, en cambio han de disminuir poco a poco envirulencia porque ya no están “en cavidad cerrada”.

Pero aparte de las resistencias naturales que dictan el inte-rés, el miedo a perder lo que se tenga, la incomprensión, orencores o pasiones de cualquier origen, hay cien motivosmás de legítimo enredo, de sincerísima complicación en lospensamientos y en los actos, aún de los mejor intenciona-dos. Y todo estorba la cristalización final, útil, posible, lógica,de nuestro movimiento revolucionario. La cristalizaciónsemi-definitiva, siquiera, de los objetivos y de los métodos.Cristalización que exigen todos los hombres conscientes.Porque llevamos, desde 1910, más de cinco lustros en losque la etiqueta constante, fatigosa ya, ha sido “la Revolu-ción”... Y “los revolucionarios. Y es excesivamente difícilque un pueblo aguante, por toda una generación, un procesoconvulsivo que se cree, o se dice interesada o sinceramente,en todos los tonos, que no cuaja... En algo sólido, integral,homogéneo, compacto, posible y aceptado.

La murmuración, la confusión, aumentan cuando a cadavuelta de esquina, a cada cambio de hombres en los episo-dios de nuestra Revolución, se repudia todo lo anterior porlos grupos oportunistas aunque a poco los nuevos hombresconductores tengan, aun contra su voluntad, que orientarsepor rumbos híbridos, tan poco precisos, a veces, como susantecesores. Pero este es el caso: ¿podía ya alguien, antes deahora, haber logrado “liquidar” lógica, constructivamente,de manera integral, nuestra Revolución? ¿No será más bienla verdad que “la liquidación” era imposible por la naturale-za misma de los fenómenos —a veces encontrados— que

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estaban constituyendo nuestro proceso histórico? ¿Y quehemos llegado, tal vez, con la experiencia lograda y los ejem-plos del mundo nuevo que se está formando, a estar en aptitudde definir ya y quizás de “liquidar” constructiva,revolucionariamente, nuestra etapa convulsiva que vienedesde 1910.

Primer paso para liquidaruna Revolución: afirmarla,precisando su profundidady su extensión, es decir,definiéndola.

HEMOS SOSTENIDO desde nuestro modesto ensayo La aspira-ción suprema de la Revolución Mexicana (publicado en1933) que para llegar a un grado medio, general, de vidanacional homogénea, de aspectos realmente civilizados, porhumanos, y para que esto se logre con la rapidez que el paísnecesita para su paz orgánica (dadas las fatalidades, hastade orden geográfico, que exigen prontamente esa transfor-mación nacional), hay que afirmar nuestra Revolución y noconsiderarla artificialmente liquidada antes de que haya cum-plido, siquiera medianamente, lo que creemos que originaly subsecuentemente ha querido conseguir: el mejoramientointegral de las grandes colectividades de México.

Pero entendíamos desde entonces, por supuesto, que esaexpresión sintética poco resolvía en cuestión de reales al-cances, y de métodos sobre todo, aunque allá, a la situaciónde inferioridad y de injusticia —educativa, social, económi-ca, política— de las inmensas mayorías de la familiamexicana, allá fueran todos los males que aquejan a nuestroorganismo, México.

Por eso, intentar un proceso práctico, inspirado en las en-señanzas de los años transcurridos desde 1910 y alumbrado

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por responsabilidad de reales políticos —si no de estadis-tas— y no de demagogos; intentar un nuevo procesorevisionista de definición, de alcances y de métodos, nosparece indispensable en el momento actual, cuando la Re-volución Mexicana volvió a encontrar un cauce que le hapermitido acelerar su ritmo y enderezar su curso. Procesode definición que no pretendemos hacer; al que sólo intenta-mos ayudar con este libro de antecedentes. Proceso que tieneque ser anterior a los de balance y de liquidación final quese imponen en toda empresa humana.

En efecto, todo fenómeno político-social, planteado, o pro-vocado sin planteo previo, por un partido militante o por ungrupo continuo en el tiempo aunque heterogéneo en sus con-ductores, de hombres enérgicos o afortunados que hayanlogrado dominar la política y el gobierno de un país por lar-go tiempo (particularmente si ese fenómeno ha sido denaturaleza violenta, revolucionaria), necesita ser liquidadoalguna vez. De otro modo, aun los estadistas pueden dege-nerar en demagogos o, por una ilusión de “orden”, seconvierten en reaccionarios, o por fatalidades del instantellegan a considerar un aspecto de la lucha como el objetivototal o central, o bien, fuerzas extrañas al proceso revolucio-nario, o desprendidas de su seno, interrumpen las etapasconstructivas de nuevas formas sociales con períodos de lu-chas estériles o con caricaturas sangrientas de resurrecciónde viejos regímenes. Porqué creemos nosotros que no hapodido ser liquidada la Revolución Mexicana, será materiaconcreta del Capítulo VI. Antes necesitamos asomarnos aotros de los fenómenos actuales y anteriores, que han deter-minado el instante que vivimos o que están influyendo sobreél. Entre los últimos, al fenómeno de la confusión.

Porque mientras no se logre disipar ésta, ni aun el primerpaso lógico del proceso de liquidación revolucionaria: ladefinición de nuestros propósitos posibles, puede lograrse.

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PARA proyectar, con nuestro relato de antecedentes y con elcomentario de ellos, alguna luz sobre el fenómeno actualmexicano; para que se disipe, siquiera algo, la inevitableconfusión reinante (inevitable en sus orígenes recientes), espara lo que, de modo fundamental, escribimos este libro.Que no es un testamento político porque, a más de no sentir-nos cerca de la muerte, nos reconocemos tan insignificantesque nada intentaríamos legar a las generaciones venideras.4Pero si le debemos algo a la actual, al movimiento contem-poráneo de nuestro país a cuyo estudio (y algo a su servicio)hemos dedicado la mitad de nuestra existencia, y esta obraes “la manera” que hemos encontrado para liquidar, noso-tros, nuestra modesta vida pública de revolucionarios

4 Menos es este libro, por supuesto, “un libro de memorias”. Esto expli-ca que el lector pueda encontrar muy incompletos algunos capítulos.Sólo hemos de decir lo que interese a nuestro proceso. Y no porque nosrepugnen “las memorias”. Pero si llegamos a escribir algunas, ello serámucho más adelante cuando la relación apenas pudiera tener interésnovelesco. Aunque tendríamos que advertir, también, que en ningúncaso, por voluntad nuestra, serían “memorias póstumas”. Ese sistemanos ha parecido siempre detestable, porque el que presenta su testimo-nio está ya muerto, y muertos están, regularmente, los actores del dramaque se ha vivido y que se reseña, y los que pudieran ser testigos deacusación y de descargo. Cómodo para el autor sí es, por supuesto, esesistema de las “memorias póstumas”. No se oyen las injurias, desdeluego. Parece, también, como que adquieran automática ponderaciónlos juicios, aun los calumniosos o apasionados. La benévola aureolaque rodea de ordinario a “los muertos frescos” (de que hablara algunavez Querido Moheno con tanta espiritualidad; ¡Querido Moheno quepudo ser el tribuno máximo de México!), esa aureola, decimos, comoque prepara el ánimo del lector para tragar fácilmente las mentiras. Portodo esto y por mil motivos más, hasta de hombría, no nos seduce esesistema de las “memorias póstumas”. Pero tampoco juzgamos que po-dríamos o deberíamos escribir nuestras “memorias” ahora. Este libroes, insistimos, o pretende ser, una obra de disección fría, en la que sólopermitiremos que aparezca tono pasional en lo que toque a los aspectos“sociales” de nuestra Revolución. Por eso, porque el elemento “hom-bre”, por importante que parezca, queremos que sea secundario, ennuestro libro, ni siquiera tiene esta obra “índice de personas citadas”.

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mexicanos. Háganlo otros como lo quieran: a ninguno con-denamos. Háganlo renegado de su pasado ideológico,confesando su error o explicando cuál fué y hasta dónde lle-gó, solamente, en materia de “revolucionarismo”, suconvicción, su compromiso, su actitud, pública o privada.Adopten algunos formas extrañas de falso revolucionarismo,sea verdad o no que lo hacen para satisfacer agravios o des-pechos o hasta para justificar alianzas reales con quienes lodeseen, silenciosamente, en la capa que puedan de la socie-dad seudo-aristocrática o super-burguesa, suplicando con susdocilidades de hoy, amnistías de sus tiempos de revolucio-narios... Nosotros queremos (antes de callar definitivamenteen el terreno político —si así lo decidimos— y de encerrar-nos en nuestra actividad privada) ser conocidos comorealmente somos; ser recibidos (si lo somos ocasionalmentepor motivos de orden profesional o por ligas de afectos per-sonales o por semejanzas de formas externas o de cultura)por grupos hostiles al proceso social avanzado, revolucio-nario de México; ser recibidos, decimos, no comoamnistiados ni como solicitantes de perdón o de olvido, sinocon pleno conocimiento y respeto de nuestra fé revolucio-naria. E independientemente de estos aspectos personalesde nuestra vida de relación (que tenemos derecho a cuidar-los como cualquier hombre), escribimos este libro porquequeremos vaciar en él nuestra esperanza en el resultado fi-nal —salvador para el pueblo de México— de la Revolución,cualquiera que sea la evolución que haya de sufrir o estésufriendo. Aun cuando el conato de exégesis nuestra quepueda desprenderse del libro sea calificado de torpe o deheterodoxo. Entonces podríamos (si éramos tan vanidosos otan testarudos que nos aferráramos a nuestra interpretación)perder la fé en los hombres que, a nuestro juicio, no hubie-ran hallado, con sus métodos, el curso salvador de laRevolución; pero seguiríamos creyendo siempre —y siem-

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pre esperando— en un hallazgo final, constructivo, redentorde México.

Por último, procuraremos con este libro que se disipe laexistente “confusión” hasta por sentirnos algo responsablesde ella, por no haberla combatido más enérgicamente a sutiempo cuando la advertimos, ocupada como se hallaba nues-tra atención de hombres públicos —entonces— con el estudiode problemas punzantes de orden político o administrativo,de gobierno.

CONFUSIÓN Y “CONFUSIONISMO”DE QUE SE REÍAN EN MÉXICO

QUIENES, SIN SER TONTOS, HABÍAN

OLVIDADO LA LÓGICA...

PORQUE NO ES NUEVA nuestra actitud, hemos venido soste-niendo desde 1930 (desde que se apareció el fenómeno demodo notable), lo mismo en consejos de ministros que enfolletos, discursos o libros, que existe en nuestro país, si noconstante sí muy frecuente, un estado de confusión de he-chos, que a veces llega a ser “confusión mental” que oscurecey dificulta el buen juicio y la conducta lógica. No sólo enmateria política, en casi todas las materias, en todos los cam-pos. De orden social, gubernativo, universitario, artístico,literario, político, hasta religioso, a las veces. Parecería enocasiones que únicamente “los hombres de negocios” sabenconservar el buen juicio y la conducta lógica... En aquelloque toca al incremento inmediato de sus intereses. Pero nisiquiera lo conservan para su inteligente defensa. Porqueaun en ese campo tan restringido basta una palabra: comu-nismo (que se ha convertido, aquí como en todas partes, enmonstruoso biombo para ocultar intenciones y verdades),para que se oscurezca el buen sentido, baje la facultad decrítica y nos precipitemos todos en la incomprensión o en la

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más absoluta intolerancia. (Ejemplo típico de lo anterior, elcaso petrolero, en el que sinceramente creemos que algunosabogados y gerentes hicieron a sus empresas víctimas de su“confusión”).

Ese fenómeno de la confusión, como es bien sabido, casies universal, desde la post-guerra. Y nos compensa de ata-ques y de burletas, cuando lo hemos señalado desde hacetiempo en nuestro país, el hecho de que ahora es ya casiimposible abrir un periódico o leer un libro de sociología,de crítica histórica o de política contemporánea, sin enterar-nos de que “la confusión existe en todas partes” y de que esreconocida, ya, “como fuente de no pocos atrasos y riesgosnacionales”. Blum, desde 1936, la caracterizó como “el másgrave peligro para Francia”. No hay escritor extranjero quenos visite que no diga, ahora, que el fenómeno de la confu-sión “señala, define la situación mexicana”. Rafael Zubarántituló “Confusión” a un bello artículo de análisis político dela actualidad. Sánchez Azcona lo cita constantemente, comoorigen de males. Luis Cabrera no lo olvida, aunque no laaclare, como podría hacerlo. Pedro Gringoire, bajo cuyo seu-dónimo se oculta uno de los más sutiles espíritus mexicanos,se refiere a esa “Confusión” en la mayoría de sus artículos,particularmente en los muy luminosos que ha escrito sobreeducación. Lombardo Toledano ha gritado que precisa acla-rar las ideas, disipar la confusión “para no volverse locos...”Y lo ha dicho refiriéndose a una materia que podría parecerclarísima y ultra-explorada: la doctrina cooperativista... Elmás curioso maremágnum de ideas se produjo al margen dela discusión iniciar de este asunto, en la Cámara de Diputa-dos, y el general Iturbe, el ponente de la comisiónparlamentaria que lo estudió, quiso dar a Lombardo oscurí-simos “remedios para curar su locura...” Es decir, aunhombres inteligentes y sinceros se sienten “volver locos”...

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en materias que en otros tiempos serían de claridad meridia-na y cada uno llama loco a su contrario, por supuesto.5

La verdad es que priva ahora en todas partes una extrañaconfusión de fenómenos, por el extremado entrecruzamien-to de los hechos, por la pluralidad de sus causas, por la mezclade sus efectos. Viene entonces la confusión, naturalísima, enlos juicios, aun sin considerar los estragos que hacen, en elpensamiento lógico, la pasión o el interés. Y sin olvidar elotro estrago, mayor, mental, que se produce cuando, por pare-cer que se está “en línea”, por pretender que se vive dentro deuna doctrina radical, como la de Cárdenas, se intenta, inge-nua o interesadamente, mansamente y a perpetuidad, acomodarlas ideas, adaptar las conveniencias, las convicciones y lasactitudes propias —aun las más inteligentes o patrióticas olas más reaccionarias o manidas— al tono “radical” del ins-tante. De todo lo que viene, insistimos, confusión einsinceridad en la conducta, de grupos, de intereses; a veceshasta del partido oficial revolucionario (que Cárdenas tratade orientar por rumbos que ya habíamos señalado nosotros—¡tan clara era la necesidad de un cambio!— desde nuestrolibro El sentido social del proceso histórico de México, publi-cado en Buenos Aires y en México en diciembre de 1935);confusión, también en los seudo-partidos opositores al go-bierno, en numerosos sectores de éste, en el público indiferenteo apolítico, para no hablar de la universidad, de los centros deactividad, de negocios de toda naturaleza...

Pero, a más de la confusión, existe y ha existido un verda-dero confusionismo (que no hay que escribir con c, en el

5 El ministro de Relaciones de Inglaterra, Halifax, en la recientísimacrisis en que puso a prueba definitiva Mussolini el orgullo británico,dijo ante el parlamento, como razón suprema para su blanda actitud:“no quisimos ir a la guerra arrastrados por el fenómeno de confusiónque caracteriza el instante mundial”. ¿Era tan torpe, entonces, señalaren México, sobre todo desde 1935, que existe entre nosotros esa “con-fusión”, origen de gravísimos males?

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medio, amigo linotipista, para que no se piense que habla-mos de la doctrina de Confucio...) “confusionismo”interesado, porque todos o casi todos hemos estado, al pare-cer, empeñados en mantener un estado de oscuridad, de actos,de palabras, de ideas, de interpretaciones de los hechos. Enmantener la oscuridad por varios caminos. O hablando oescribiendo mal, o con pasión, o de modo incompleto, o ca-llando, unos por indiferencia o cobardía, otros para noprecipitar sobre antiguos jefes respetados el alud de los ren-cores, en instantes de desbordamientos políticos pasionales.Y el resultado ha sido que ha llegado, casi, a erigirse la con-fusión en sistema. Por eso, aunque no esté en el diccionarioel neologismo y aunque tengamos el mayor respeto por elidioma (que no podemos olvidar, siquiera por gratitud a quie-nes nos eligieron, que somos “académicos de la lengua”),hemos de usarlo en este libro. Como “sibaritismo” es lamanera particular de vivir o de interpretar la vida, de unsibarita, que se pretendiera convertir en régimen general deexistencia, “confusionismo” tiene que ser “la confusión eri-gida en sistema”. O voluntaria, interesadamente, por finespolíticos inconfesables, para distraer la atención, para im-pedir que se forme correctamente la opinión pública, parajustificar posiciones físicas o espirituales ilógicas, o de modoinvoluntario, cuando la atmósfera de confusión generaliza-da en que se vive, en el hogar, en la sociedad, en los partidospolíticos, en los gobiernos, en la universidad, en la escuela,en los círculos de negocios, intelectuales y profesionales,nos va conduciendo a todos insensiblemente, a aumentar esaconfusión y a aceptarla como atmósfera normal, hasta unpunto en que casi ya no nos entendemos.

Ahora bien, ¿por qué nos atrevemos nosotros a hacer unesfuerzo para disipar siquiera en pequeñísima parte esta con-fusión? ¿Nos creemos más inteligentes o con criterio analista,lógico, superior a los de los demás? Si así lo creyéramos,

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sería ridículamente vanidoso, más que necio nuestro inten-to. Pero no lo es porque nos llevan al atrevimiento otrascircunstancias: nuestro conocimiento de los antecedentes quehan provocado, de modo inevitable, al mismo tiempo que laaceleración del ritmo revolucionario, las oscuridades del ins-tante: nuestro alejamiento, por años (desde diciembre de 1934),de la política interna de México, en lo que toca a las legítimasambiciones o a los apetitos de puesto o de influencia; losmuchos años de acción prominente, en los más elevados car-gos administrativos y diplomáticos que nos han hecho sentirya —y no desearlos más— los muy relativos goces de la altaposición social y política; nuestra profesión de médico quepuede permitirnos una vida independiente, sin necesidad detraducir, en pesos y centavos, la experiencia o los conocimien-tos logrados en la vida política; nuestra total carencia de odioso rencores; nuestro afecto —que nunca opacó nada, ni la in-comprensión ni aun el insulto— por todos los hombres sincerosde la Revolución, lo mismo maderistas “puros” que “villistas”,que “carrancistas”, que “zapatistas”, que “obregonistas”, que“callistas”, que “delahuertistas”, que “cardenistas”... nuestroafecto también, y nuestro mayor respeto (manifestado en todanuestra vida pública, sin un solo detalle de enemistad) paratodas las organizaciones campesinas y obreras, fueran quie-nes fueren sus líderes; por todos, en fin, por quienes hayanluchado o luchen, como sepan o como puedan, pero sincera-mente, por la construcción de un México mejor. Y porque nossentimos hoy, como siempre, colocados en un plano de revo-lucionarios no faccionales y porque sólo queremos, comomejor podamos, pagar algunas de nuestras deudas con el mo-vimiento de México, al que debemos un cuarto de siglo defé en nuestro país, es por lo que, humildemente, pero consinceridad, nos atrevemos a hablar como lo haremos, paraque otros, más calificados, lleguen a hacer la exégesis denuestra Revolución.

CAPÍTULO IICUANDO LA REVOLUCIÓN ACELERÓ

NUEVAMENTE SU RITMO, CON CÁRDENAS

YENDO A LOS ORÍGENES RECIENTES DEL“ESTADO DE CONFUSIÓN”

PARA ESCARBAR en los orígenes recientes de nuestra mexica-na “confusión” (los orígenes remotos van hasta nuestrapre-historia, quizás), hemos de hacer que pasen ante los ojosdel lector, sin capas que oculten la verdad fundamental (aun-que respetos y afectos y el hecho de que esta obra no es un“libro de memorias” nos hagan olvidar detalles), hemos dehacer que pasen ante los ojos del lector, numerosas escenas,algunas de entre-bastidores, de siete años de nuestra vidapolítica, de 1928 a 1935. Años que de modo fatal han tenidorepercusiones sobre días más recientes. Años, aquellos, so-bre los que proyectó su sombra un gran desaparecido,Obregón, al mismo tiempo que les imprimía sello caracte-rístico, indeleble, otro caudillo, éste en crepúsculo: Calles.

En largo, voluntario tramonto de poder y de influenciaoriginalmente. Porque así lo quiso en 1928 y siguió que-riéndolo o aceptándolo después, hasta junio de 1935,Calles. Inspirado por la generosa idea de hacer salir aMéxico del sistema de caudillaje, para que alcanzáramos

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“políticamente” una etapa superior, como la lograda porla Argentina con Sáenz Peña, siquiera.

En forzado crepúsculo después, cuando quiso Calles dete-ner su rol en su carrera, porque así lo ha dispuesto, desdejunio de 1935, en voz alta, la opinión revolucionaria, repre-sentada, en su ritmo actual, por el régimen de Cárdenas.Opinión que anhelaba, y ya exigía, un ritmo más aceleradoy un propósito más firme, constante y mantenido, de refor-ma social y económica. Y crepúsculo forzado, también,porque así lo venía exigiendo (calladamente, por afectos yrespetos), desde la renuncia de Ortiz Rubio, en septiembrede 1932, la resurrección, la afirmación, el robustecimientode la tesis original anti-caudillista, del mensaje histórico deCalles a las cámaras a la muerte del general Obregón, tesisinstitucionalista que ya iban haciendo olvidar a su creador,fariseos o nuevos ricos convertidos en centristas, cuando noen derechistas, o políticos desencantados de la Revolución,o espíritus tímidos que lo único que querían ya era que ter-minara “el experimento revolucionario peligroso”, paraafirmar las posiciones logradas, o tremendos y torpes ambi-ciosos, en fin, que necesitaban un nuevo, omnímodo podercaudillista del que pudieran derivar o seguir derivando in-fluencia política, mando o fortuna personal.

Proceso, el de la liberación de un país de un sistema clási-co de caudillaje; el de salida de un antiquísimo régimen feudalen el terreno político, de caudillos de altura y de infinitoscaciques de cabotaje —de provincia, de villorrio, de arra-bal— que, una vez iniciado, tenía y tendrá, aun fuera de lavoluntad, hasta fuera de la clara consciencia de los supues-tos autores o de los aparentes directores del fenómenomexicano, que imprimir caracteres extraños, que puedenhaber sido y que pueden ser en el futuro hasta los aspectos“negativos”, durante las etapas de transición. De transicióna un régimen, que no alcanzamos aún, en el que ya no sean

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necesarios, ni admitidos, indefinidamente, los “hombresúnicos”. Períodos de transición, el de ayer como el de hoy,con Calles antes y ahora con Cárdenas. Regímenes que, demodo, inevitable, dan pábulo a ideas falsas, a torpes crea-ciones políticas, a situaciones confusas, hasta que lasinceridad de verdaderos estadistas, con la ayuda de los nue-vos tiempos y de la mayor madurez del proceso, permitenque se alcancen etapas de más firme y verdadera vidainstitucional. Y cuando, como pasó con Calles en 1935, ac-titudes equívocas parecen afirmar intentos de renovadocaudillismo, se produce una cura enérgica y el país sigue,aun con tumbos, por senderos de instituciones.

Años, en fin, los de 1928 a 1935 en los que, como nosdijera alguna vez, en gravísima crisis, el presidente AbelardoRodríguez, con una frase lapidaria que habrá de hacerle ho-nor, “había que salvar a la idea original de Calles... aun deCalles mismo, si eso llegaba a ser preciso”. Como llegó aserlo en diciembre de 1935 cuando, como lo veremos a sutiempo, los que sabemos cumplir con nuestro deber para conla Revolución, aun haciendo jirones de caros efectos, quisi-mos salvar a Calles del mayor peligro para su prestigiohistórico: el de enfrentarse con un régimen institucional re-volucionario avanzado de México, en un vano intento dedestruir lo que él había creado.

Años, de ahora en adelante, en los que, quienes realmentecomprendan el significado salvador para el país, la altura de“la construcción política” original que se pretendió crear ala muerte de Obregón, habrán de procurar que el pensamientoinstitucional no fracase. Ni por el triunfo de rebeldías, paraque podamos salir del régimen de los cuartelazos, ni por unmaremágnum político faccional que lleve, fatalmente, a losmismos pasos de principios de salida del caudillaje; a pasossemejantes de tutela, de continuismo real, del inmediatopasado. Pero tutela que era indispensable, entonces, en su

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origen, ya que habría sido imposible el paso de los regíme-nes como los de Obregón y Calles a una vida institucionalperfecta con lo único que había en el país en 1928: segundo-nes como Portes Gil, y otros muchos que, cualesquiera quefueren sus virtudes cívicas o sus calificativas de estadistas,no suficientemente probados entonces, no tenían ni podíantener lógicamente, en nuestro medio, cuando ascendieran alpoder, fuerza propia ni respaldo militar que les permitiera,sin el apoyo del caudillo, Calles, mantenerse un mes en elgobierno... Situación muy distinta, por supuesto, como yaveremos, poco tiempo después, cuando la creación, “la vidainstitucional”, había tomado ya saludable vigor, tal vez in-esperado.

Un sistema “transitorio”...que se alargó por culpas de todos

NUESTRA obra quizás pueda servir, hoy o mañana, para evi-tar el nacimiento o el desarrollo de nuevos periodos decaudillaje. Sólo por eso, exactamente por eso, nos extende-remos tanto en el análisis de las crisis políticas desde PortesGil a Rodríguez, por ver de inspirar un horror saludable afuturos caudillos en ciernes, si llega a haberlos, cuando semiren en el espejo tan penoso de esas crisis, que marcan elcrepúsculo voluntario de Calles. Período que es la lecciónmás demostrativa de la imposibilidad de éxito de los regí-menes de tutela, aun de los mejor intencionados, cuando seprolongan más del tiempo que, estrictamente, pudieran du-rar con el aplauso público y la gratitud de los gobernantes“protegidos”... Ejemplo trágico, también, para quienes qui-sieran no entender que una vez iniciado un movimiento firmede liberación del caudillismo, nada lo detiene, ni el creadordel movimiento generoso.

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Pero se logre o no la enseñanza que nos proponemos alpresentar la minuciosa reseña política de aquellos días, y senecesite o no la presentación de los dolorosos ejemplos deaquél período de “la crisis crónica”, lo que sí es indudablees que ese relato crítico-histórico servirá para la explicacióno la mejor inteligencia de una realidad del inmediato pasa-do, poco comprendida en su significado y alcances iniciales:el sistema “transitorio” (aunque no lo fué...) político y degobierno, imaginado a la muerte de Obregón para salvar alpaís del caos que lo amenazaba. Sistema imaginado porCalles, con la sincerísima colaboración del autor de este li-bro, que no fué entonces, como no lo ha sido con nadie, unamanuense, sino un coautor, modestísimo pero perfectamenteresponsable ante su conciencia y ante su generación. Y sipudimos por diez años —¡y en seis, por lo menos de esosaños, era ese “sistema”, aun desvirtuado, base y apoyo deregímenes y materia de aplauso popular y cortesano!—; sipudimos antes guardar absoluto silencio respecto de nuestracolaboración, única, entonces con Calles, no vemos por qué(ahora que todo lo sucedido y creado a la muerte de Obregónsólo es motivo de ataques y de encono) habíamos de escon-der por más tiempo nuestra participación en la obra políticade aquellos días. Aunque tengamos también el derecho máslegítimo de hacer hincapié —con pruebas— en el significa-do de origen y en los alcances iniciales de la construcciónpolítica que encarnaba el mensaje de Calles a las cámaras,el primero de septiembre de 1928. Porque en él pusimos nosólo nuestras manos y nuestra pobre inteligencia, sino nues-tro corazón. Tanto más significativa esa colaboración “única”con Calles, cuanto que no entraba en las funciones ordina-rias, ni de consejo ni de rutina burocrática, del puesto queocupábamos, secretario de Educación Pública, sólo podía-mos ser llamados a esa colaboración íntima, sin ningún otrocolaborador más, en asunto tan trascendental y de carácter

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absolutamente político, por la sincerísima coincidencia deCalles y nuestra en el propósito: aprovechar la tremenda cri-sis producida por la muerte de Obregón para satisfacer elaspecto político de la Revolución, concluyendo con el régi-men de los caudillos.

Nadie, absolutamente nadie que no fueran Calles y el au-tor de este libro, puso su pensamiento en la redacción de laparte política del documento leído ante las cámaras, que se-ñalaba el propósito y establecía las normas “políticas” delrégimen de transición, con un llamamiento, a la vez, a lasfuerzas contrarias al movimiento revolucionario para que,organizadas en partidos, tuvieran vida efectiva las institu-ciones en México. Documento que hemos de analizar líneapor línea, porque no insertamos en él una sola palabra queno tuviera sentido o propósito... Aunque propósito y sentidoinicial se olvidaran a poco... Pero nosotros, con nuestra mo-desta parte de responsabilidad como coautores, no loolvidamos ni lo olvidaremos nunca...

Por eso, lo diremos de paso, aunque ha de surgirdiáfanamente de todo el libro, por eso, por responsabilidadconjunta, de coautor de una construcción política fundamen-tal: la salida de los regímenes de caudillos, tuvo Puigimperiosamente, en diciembre de 1935, que recordar al oídode Calles, al oído, con sólo un oidor más: el presidente Cár-denas (como lo haremos ver al hablar más adelante de esacrisis), que recordarle las responsabilidades históricas quele impedían, de modo absoluto, tuviera o no la razón en suquerella personal, oponer al carro del gobierno legítimo deCárdenas piedrecillas o montañas que pusieran en peligro lavida institucional... Que Calles había prometido crear.

Sistema, el imaginado en 1928 para alcanzar, tras un régi-men de transición política (que pudo no durar sino losprimeros meses del interinato de Portes Gil), una vida deregularidad institucional que acabara con el caudillaje. Sis-

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tema que tuvo, por lo que ha de verse, con sólo una aparenteinvariabilidad, notables modificaciones desde que asumióla jefatura del Estado Portes Gil, hasta junio de 1935, cuan-do, Cárdenas en el poder, se produce, sin resistencias porparte de Calles, su eliminación aparatosa, pública. Y preci-samente porque esa eliminación se produjo, en junio de 35,sin resistencias de Calles, sin peligros para la vidainstitucional de México, pudo y debió el autor, entonces,permanecer callado en su cómodo retiro de la embajada enBuenos Aires. No había necesidad —a menos de ser movi-dos por un afán de exhibicionismo o por un torpe intento demayor acomodación política o burocrática con el régimende Cárdenas—, no había necesidad de recordar a Calles sudeber de no hacer nada, nunca, que pudiera herir, directa oindirectamente, la vida institucional del país, que apenashabía nacido... Por la generosa renunciación de Calles a obrarcomo un “caudillo” egoísta a la muerte de Obregón. Cual-quiera que hubiera sido la opinión de Calles respecto delmomento político o de gobierno, en junio de 1935, al pro-ducirse su eliminación, se había resignado noblemente.Cometido el error de haber permitido que se deslizara unaamenaza: “el recuerdo de lo que había pasado a Ortiz Ru-bio...”, en las declaraciones que provocaron esa crisis deeliminación de Calles, y caído su espíritu, por mil causas, aplanos de falta de fé en la acción obrerista del gobierno deCárdenas, el viejo líder se retiraba en silencio, primero al tam-bor y luego a las playas de California. No había pues, entonces,por qué gritarle —sólo por exhibirse— que debía cumplir consu deber supremo. Lo había cumplido (cosa distinta, lo he-mos de ver, de lo que pasó en diciembre del mismo año...)

Pero decíamos que fué, la de junio de 1935, la eliminaciónaparatosa, pública, del general Calles. Porque la silenciosa,de hecho, privada si no secreta; el término de su acción, comojefe, en las esferas de gobierno, ya se había producido, en

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realidad, desde septiembre de 1933, desde tiempos del pre-sidente Abelardo Rodríguez, como lo probaremos másadelante. Fecha histórica (septiembre de 1933) en que ter-minó el sistema de la diarquía en que había degenerado elrégimen de dualidad política, en 1928 creador y salvador delas instituciones. Conocidos mejor esos fenómenos, “políti-cos”, resultará más clara su repercusión en el hondo,complejísimo proceso de orden económico-social-educati-vo, de carácter francamente revolucionario, porque ha sidoy es de aceleración forzada. Proceso que, comenzado en1910, en el aspecto contemporáneo de las luchas socialespor la estructuración de México, adquiere con Cárdenas,desde su campaña electoral, modalidades novedosas.

La unidad real de los varios momentos revolucionarios

MODALIDADES novedosas, ciertamente, en grado, en ritmo,en táctica de ejecución, en sinceridad, en valentía. Sobretodo por la naturaleza, casi integral, del ataque a las formascaducas, aunque las vicisitudes políticas y de todo ordenhayan hecho, a veces, estéril ese ataque. Novedosas, tam-bién, por un tardío, todavía incompleto, reconocimiento dela justicia y hasta de la conveniencia tácita de abandonarcauces secundarios, interesados, oportunistas, que habíanhecho perder velocidad de corriente y caudal de hombres almovimiento revolucionario. Como nuevas penosas confu-siones de hombres, de doctrinas, de senderos y de métodos,estorban también hoy, en 1938, como espolones en un cau-ce. Pero no novedosas con relación a la esencia misma delfenómeno original, de 1910, y aún de antes, hasta Morelos.Porque combaten los mismos eternos males: caciquismo,caudillismo, personalismo en una palabra, en el orden polí-

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tico; injusticia, en todos los demás órdenes de la vida eco-nómica y social de México.

Por esto son la misma, en esencia, las revoluciones “deentonces” y “la de ahora”. Porque, siquiera de modo vago,sin que tuviera expresión concreta y menos precisa, lo quese buscó fué siempre un perfeccionamiento en el orden polí-tico (primero, con Madero, en el sentido de una “democracialiberal”, culta, muy siglo XIX, en los últimos tiempos, deuna democracia “nueva” que Cárdenas llamó: una “demo-cracia de trabajadores”, mal definida), y la transformaciónde un México que también fuera de los sectores políticoscorrespondía y corresponde aún en varios aspectos al me-dievo, por la pronta, rápida, forzada modernización de surégimen económico, por la inteligente nacionalización delos recursos vitales y por el desarrollo de la vida espiritualdel país, fenómenos que pudieran traer el rápido, forzadomejoramiento de las grandes colectividades. Mientras estoúltimo, “lo no político”, no se logre, seguirá siendo clasifi-cado nuestro país como “retrasado”, cualquiera que puedaser la condición satisfactoria de sus clases acomodadas, cual-quiera, que llegue a ser la altura espiritual de sus “élites” ysea cual fuere el éxito aparente o la fortaleza militar o eco-nómica o política o internacional de cualquiera situación degobierno en México. Y mientras “lo político”, es decir, lasalida de los regímenes de caudillos, no sea una verdad defi-nitiva y no sólo ilusoria, seguiremos corriendo los riesgosde hacer ilusorio también y pasajero cualquier avance socialo económico, porque seguirá abierto el abismo de las rebe-liones, seguiremos deslizándonos por el plano inclinado delas asonadas y de los cuartelazos cada vez que, por cual-quier procedimiento, desaparezca de la escena un“caudillo”... A menos de que sea sustituido inmediatamentepor otro...

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ES DECIR, los dos procesos cumbres muy nuestros: el de lasalida del caudillaje y el de la salida del régimen semi-colo-nial en materia económica, están fatalmente ligados, aunqueen la vida práctica a las veces se estorben el uno al otro.Tienen que ser hermanos siameses en el proceso más gene-ral de nuestra elevación, de nuestra significación como país.Aunque, como veremos más adelante, movidos por estosestímulos: el político o el económico-social, tengan que pro-ducirse, en ocasiones, las actitudes más ilógicas,aparentemente, cuando (lo que no era excepcional en esosaños de la crisis crónica, consecutiva a la muerte de Obregón,ni lo es ahora), el fenómeno “político” estorba el “hechosocial”, o la exigencia o la persistencia o la continuidad delfenómeno “económico social” obliga a tolerancias políticas,a extra-limitaciones anti-constitucionales, caudillistas, o apasos de transición —“el continuismo”— para mantener si-quiera la sombra de un régimen de instituciones mientras sedefiende o se agita el sentido “social” de la Revolución...

El remedio de cura para esos males: el “político” y el “eco-nómico social” tiene que hallarse. El remedio de curacióncompleta, no sólo de alivio. No podemos encontrarlo o re-signarnos a buscarlo, como otros pueblos, en la evoluciónnormal, lenta y pacífica, porque, para sobrevivir como país,para subsistir como nacionalidad (dada nuestra honrosa peroperturbadora e inquietante proximidad al foco más intensode civilización imperialista y maquinista), debemos, si nosomos suicidas, acelerar el proceso de nuestra estructuracióny consolidar nuestra fisonomía, al mismo tiempo que nues-tra alma nacional. Para lo que, antes que nada habría quehacer más aproximados los intereses, menos profundos losactuales abismos entre las clases, más homogéneos, en unapalabra, sus componentes. No nos ha quedado ni nos quedaotro camino para lograrlo que el de la aceleración forzada,es decir, el de la Revolución. Hecha pacíficamente, aunque

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con violencia a veces, desde gobierno inteligentes y avan-zados (que sepan apoyarse en el verdadero pueblo, interpretarsus necesidades y sus anhelos, moderándolos, limitándoloscuando rayen en lo imposible de conseguir e inyectandosiempre hondo sentido de responsabilidad), o producida laaceleración revolucionaria después de triunfos en los cam-pos de batalla, cuando cegueras de políticos, o amenazas decaudillejos ambiciosos o de la reacción —traducidos en re-beldías— hayan conducido a esos extremos.

PORQUE SE sigue pretendiendo curar los mismos males, aun-que los médicos sociales de nuestro organismo nacionalhayan sido tan poco valientes o tan poco sinceros o inteli-gentes o continuos en su tratamiento, que se haya alargadoindebidamente el proceso de la enfermedad; o porque el malsea tan hondo y tan rebelde que haya habido necesidad deensayar cada vez curas más radicales; por eso, porque per-siste el mal y tiene que persistir el intento de curación, espor lo que la Revolución “de ahora” y las “de entonces” sonla misma, en esencia. Aunque “los médicos” sean muy dis-tintos, y diferentes a sus métodos.

La comprensión, el aniquilamiento, la aceptación de lasgrandes necesidades de México fueron, poco a poco, otumultuosamente como en los albores de la Revolución, ga-nando los espíritus. Aun los menos revolucionarios, pornaturaleza, como nosotros, por conformación cerebral, poreducación, por mediano conocimiento de la historia (que tie-ne que conducir a escepticismos, tan frecuentemente), todoshemos tenido que aceptar, aunque muchos sólo en teoría ymientras no suframos en nuestros intereses, que hasta pornecesidad de vida, como hemos dicho, hasta para persistircomo país autónomo, es precisa la rápida elevación de Méxi-co, no sólo en lo político, sino en lo económico, en loeducativo, en lo moral. De otro modo nuestro país languide-

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cería cada vez más, frente al empuje irresistible (para unanación de apenas pequeñísimas “élites” conformes con susmedios de vida), ante el empuje del coloso del norte. Y cuan-do por la crisis de la post-guerra aquel coloso se ha enfermadotambién de inquietud, y sus masas, con muchos más dere-chos reales y con un nivel de vida muy superior al nuestro,se han lanzado también, con Roosevelt, por caminos de re-construcción social y económica, sería más que ingenuo,infantil, pensar que el movimiento renovador de México pu-diera detenerse...

Siempre hemos creído que el resto de la América criolla omestiza, al sur de Venezuela y del Perú, que aun sufra bajoun disimulado o franco caudillismo, que aun se agite bajoformas caducas de su economía, quizás puede esperar. No-sotros no, a menos de ser suicidas. Pero todo en México havenido retardando la cristalización final, semi-final, siquie-ra, del proceso revolucionario que la gran Guerra europeanos permitió desarrollar, y sería pretender ocultar el Sol conun dedo negar que, en estos instantes, al mismo tiempo quesurgen nuevos obstáculos fuera, aparecen nubarrones tam-bién dentro de nuestro país. Que crece la hostilidad, unahostilidad abierta o sorda, pero que ya empieza a manifes-tarse a gritos, y hasta con insolencia, en varios sectores, paratodo lo que tenga sabor fuerte, radical, sinceramente revolu-cionario. Aunque parezca temblar todo el pueblo de emociónpatriótica en el primer instante de la expropiación del petró-leo y se vacíen entonces, y antes y después, las cornucopiasde la adulación para Cárdenas...

No maniobra contra-revolucionaria armada precisamente,porque tal vez no la haya definida, concreta, con planes, conjefes; no maniobra armada quizás, pero sí el ambiente, sí laconfusión, señala peligros. Priva una confusión de ideas yde valores reales, que es lo único que explica la toleranciade farsantes y de ingenuos en las filas de la Revolución en el

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momento más sinceramente radical de su derrotero. Confu-sión que ha traído ya como efectos, en 1938, anarquía muyreal de pensamientos en todos los sectores, dispersión devoluntades, olas de sarcasmos, nuevos escepticismos, tra-bajos de zapa de quienes y por quienes sienten que, con todoeso, se desprestigia el régimen. Y desprestigiado este régi-men, el más sinceramente enérgico y radical de laRevolución, ¿qué podría venir si no cualquiera forma denuestro viejo caudillismo o del novedoso fascismo?6

Confusión que ha traído, además, otro, el mayor peligrode todos, porque sería la renunciación, por el régimen, a surazón suprema de existencia. Que ha traído, ya, el riesgo deentrega a un nuevo “hombre único”, cuando pudiera llegar apresentarse el dilema de: “aceptar un continuismo, con unlíder radical, enérgico, honrado, o caer en madrigueras dederechistas emboscados o de comunizantes utópicos o in-sinceros” que, a la primera salida a los campos de Montiel(decimos nosotros) se estrellarían contra la brutal realidadrepresentada por el propósito político, definitivamenteanticomunista para toda la América, de la Casa Blanca... ¡ypor supuesto que quienes presentan ya públicamente, o antesus íntimos, o ante su conciencia, ese dilema, no quierenentender que no se razonaba, con buena razón o sin ella, demodo muy distinto, cuando se pretendía justificar, “por elderechismo de Ortiz Rubio”, el “maximato” del generalCalles! Olvidando entonces y ahora que la salida verdaderade los regímenes de caudillos, o sea la muerte del continuismode los “hombres fuertes”, es cosa tan fundamental en laRevolución Mexicana como la transformación económico-social. Porque sin aquel fenómeno político, ninguna situaciónde mejoría social puede ser estable en México.

6 El día que corregimos estas pruebas estalla el movimiento armado deCedillo.

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Pero todos estos espolones —y otros más que ya irán apa-reciendo— en el cauce inteligente de la Revolución, lo únicoque pueden demostrar (además de que siguen existiendo loseternos obstáculos) es la persistencia del mal. Y porque elmal persiste y persiste el propósito y la necesidad supremade cura, persiste con unidad trágica, pero definitiva y con-cluyente, la Revolución Mexicana.

¿REVOLUCIÓN, LA ACTUAL, DISTINTA A LAS DEMADERO, CARRANZA, OBREGÓN Y CALLES?

¿Y QUÉ, EN ÚLTIMO EXTREMO?

¿CÓMO PODRÍAMOS extrañarnos, con sólo lo que llevamos visto(que ya veremos mucho más, después), de que aun claroscerebros de las primeras etapas de nuestras luchas contem-poráneas por una nueva estructuración de México, se sientantan lejos de la Revolución actual? Pero hasta en el caso im-probable de que, ya no con ademán y tono de magíster, yano académica, sino plebiscitariamente (en el más ideal, jus-to, supra-humano por limpio, mejor organizado y verdaderode los plebiscitos), se estableciera como “verdad” que “la”que se desarrolla hoy en nuestro país no es la Revolucióndel apóstol Madero, ni la de Zapata, el vidente; ni la deCarranza, el estadista; ni la de Obregón, el primer “radical”de la Revolución en el gobierno; ni la de Calles, a quiendeben, directa o indirectamente, su existencia todos los re-gímenes del período de la “crisis crónica”; o si ese plebiscitodijera que tampoco conviene o satisface al país lo que haintentado hacer Cárdenas —el que encendió nuevamente lamecha de la Revolución “social”—, aun en esos casos, si elpueblo seguía exigiendo o permitiendo que existiera unaacción francamente revolucionaria, de aceleración violentay forzada, esto significaría que lo buscado por los políticoso lo construido por pensadores o los estadistas, o los aficio-

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nados a estadistas, o los gobernantes de otros días, o de losactuales, no satisface plenamente al pueblo, pero que éstesigue exigiendo que se haga —en campos de batalla o desdeesferas de gobierno, o desde núcleos de partidos de las cla-ses submedias o desde organismos campesinos y obreros—la Revolución. Y no se nos diga que no existe pueblo enMéxico con voluntad o con conciencia de lo que quiere.Conciente o no “de la manera” como pueden lograrse lascosas que necesita y desea, existe en nuestras masas popula-res, en los campesinos, en los sindicatos, en el ejército deextracción revolucionaria y en las clases sub-medias, comoconjunto, la voluntad de un cambio, el propósito de búsque-da de formas nuevas para curar la política y la economíanacional. Cuando esa voluntad existe, ni errores o fracasosrepetidos, ni dictaduras dentro, ni amenazas fuera, puedenmatar un movimiento de nueva estructuración. A menos deque, como en España y en China, se clave en la carne de lospueblos que sufren y que anhelan un cambio, se clave defi-nitiva, mortal, la garra de potencias militares extranjeras. Yhasta por ese riesgo lo inteligente, lo útil, lo patriótico escompletar rápidamente nuestro proceso, ponernos en víasde liquidar, constructivamente, nuestra Revolución. De otromodo ya veremos mañana (si no lo remedia la conciencia deAmérica, en un nuevo despertar, como el de Montevideo),ya veremos dentro de dos o cinco o diez años, alguna reso-lución “humanitaria”, “civilizadora”, de coaliciones deAmérica (¡ya no de la Santa Alianza...!), pidiendo, ordenan-do a algún grupo de potencias criollo-sajonas que “por amora la civilización y al espíritu democrático de América y deacuerdo con la letra y con el espíritu del “protocolo” firma-do en Buenos Aires, se ponga punto final a una Revolución”que —interesadamente dirán— “provoca desagrado a ‘po-tencias’ amigas, vecinas y hermanas, dura ya treinta años ydeja casi insoluto, en su esencia, en amplísimos sectores de

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población y territorio, el problema original político y socialque encarnó...”

PERO PRECISA explicar algo más (sobre todo para las gentesdel exterior): por qué el devenir de nuestro movimiento hasido tan penoso y complicado. Desde luego habría que tenerconstantemente en cuenta, para entender el complejo proce-so mexicano de los últimos seis lustros —¡la reforma religiosanecesitó más de un siglo de luchas mortales en Europa!—,que en ningún momento se ha tratado de un proceso “políti-co” más o menos fácil de arreglar por combinacionesinteligentes de hombres y que, por tanto, no ha podido tenerlimitaciones previas, inmutables, establecidas por “políti-cos”. Cosa distinta, tal vez, de lo que pasa hoy, porque,aunque tampoco es “político” el problema, sino económico-social, y muy intrincado, sí nos ha enseñado ya la historiamundial de los últimos años hasta donde podríamos llegaren México; qué cosas han tenido éxito; cuales otras —auncon circunstancias, recursos, voluntades, disciplinas e inte-ligencias muy superiores a las nuestras— han sido fracasos;hasta qué punto nos permitiría la realidad en el resto de laAmérica... ¡y traducida en el artículo 2º del peligroso “pro-tocolo” de Buenos Aires!, llevar nuestro experimentoeconómico-social. Llevarlo, siquiera, hasta los éxitos —quefrecuentemente son superiores a lo conseguido en México—que se ha tolerado que logre la voluntad de cambio del pue-blo norte-americano...

Es sabido, además, que ni siquiera respondió nuestro mo-vimiento de 1910 a una etapa de preparación espiritual, porfilósofos. Aunque de poco habría servido eso para la forma-ción rápida de un programa completo de alcances y demétodos. Preparación filosófica brillante la hubo en la Re-volución Francesa y no logró que se formaran, ni siquierapara los días ya avanzados de la “convención”, verdade-

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ros partidos políticos o parlamentarios, de acción socialconcreta... Ni “la montaña” ni “la gironda” fueron realespartidos políticos, de programas definidos y coherentes...Fué la Revolución Francesa misma la que amasó, lenta-mente, entre temblores y sangre, su contenido eterno.

EL CURSO DE nuestra Revolución ha tenido que ser circuns-tancial. Pero todos los incidentes de nuestras luchas, todoslos derroteros que se han ido encontrando, han sido determi-nados por brotes de un viejo mal, el mismo que obligaba anuevas resoluciones, a distintos programas, a diversos méto-dos, a cambios de hombres, a medidas convulsivas de cualquiergénero, en fin, cuando el mal se hacía ya intolerable.

La obra de la demagogia política, en muchos instantes, hapodido opacar, aun ante cerebros de hombres generosos yhonrados, pero moderados o tímidos, el fenómenoreivindicador muy real: la necesidad de elevación integralde nuestro pueblo.

La represión derechista de claudicantes, la obra de los eter-nos “suavizadores” interesados en proteger lo que tienen, olo que han adquirido por su alianza con etapas de la Revolu-ción. El laiser faire de los líderes cansados por años y añosde lucha o de gobierno, ha podido detener, en ciertos instan-tes, el proceso enérgico preciso para el tratamiento del mal.Todo esto, y más que ha sucedido a las veces (mentira, faltade inteligencia, cobardía, concupiscencia, cansancio, clau-dicación), ha podido engañar respecto de la fuerza intrínseca,verdadera, del sentir revolucionario. Y hasta llegar a produ-cir dudas acerca de la existencia misma, en el pueblo, deldeseo de renovarse.

La obra erosiva de los años pudo llevar a los más parali-zantes escepticismos, dentro y fuera de México. “Total”, seha gritado en todos los tonos, “una obra educativa mediana-mente extensa”, que se llama en la Constitución reformada,

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“socialista”, pero que las más altas personalidades del go-bierno se empeñan en explicar, para que no les sigan cortandoa los maestros las orejas, que no tiene nada de “marxista”...una repartición de tierras, mal conducida, para la que semodifican las leyes, como convenga, haciéndolas más radi-cales o aterciopeladas; reparto de tierras que mantiene a loscampesinos en situaciones de inferioridad desesperante, res-pecto de los otros países que no han hecho durante 28 añosuna revolución “social...”; mejoría muy relativas en el sala-rio obrero, que llega a ser, el mínimo, de dos pesos cincuentacentavos al día, de la ciudad de México en 1938, cuando loes ya en la Argentina, desde 1936, de cinco pesos diariospara los más ínfimos peones de albañil... Y sin los cacareosmolestos de Revolución eterna... todo lo cual hubiera podi-do conseguirse por sólo la acción del tiempo y por el ejemplodel mundo, aun bajo gobiernos moderados, pero que tuvie-ran, como los de Sur-América, sentido de su deber de“gobernantes de pueblos en el siglo XX...”

Esto es lo que gritan, dentro y fuera de México, los que noentienden nuestra Revolución, porque no nos conocen. Losque no pueden ver (aun aceptando su argumentación parano perder el tiempo en tratar de convencerlos de su falacia),que fuere cual fuere el pasado o el presente, la existenciamisma de los males sociales que persisten en México, haceimperioso que persista la Revolución como método acelera-do de cura o de despertar de estímulos de cura. Porque, aunadmitiendo (insistimos que sólo para ahorrarnos tiempo yesfuerzos dialécticos) que lo que ahora existe habría sidologrado por el milagro de una acción pacífica de “sabios”gobiernos, continuados, en un cuarto de siglo, eso querríadecir que necesitaríamos siglos más, de tiempo, para llegara disfrutar del futuro milagro de tener, siquiera por cincuen-ta años consecutivos, gobiernos de “acción inteligente,patriótica, suave y ordenada”... que hicieran lo que aún falta

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por hacer... Siglos de vida para ponernos a todo con la civi-lización... Y ya para entonces, por supuesto, habríamos sidobarridos, como país, por las exigencias naturales de la obracivilizadora, igualitaria, en Norte América... ayudada por elespíritu cartaginés de los industriales imperialistas del veci-no del norte, que paradójicamente necesitarían “pueblo conmayor poder de adquisición al que vender sus productos”,aunque lo querían también de “economía colonial” para se-guir comprándole o extrayéndole, al precio o en lascondiciones que se les antojara, sus materias primas...

Por eso, porque persiste el mal, por lo que sea, no ha habidoni creemos que habrá —dentro de México— hombres capacesde detener, de modo duradero, el curso de la historia mexicanacontemporánea, en el sentido de la renovación violenta acele-rada, de su régimen de vida; en la dirección de las reformasrealmente útiles para la destrucción, siquiera parcial, de las for-mas caducas, mientras no se logre que salga nuestro país delplano semi-feudal, casi colonial, que domina gran parte de suvida espiritual, en las grandes masas, casi toda su vida en losplanos políticos, y su existencia física, también, en la casi tota-lidad de su extensión y de su población. Y esto a pesar de loconseguido hasta 1938. Aún en su vida política subsisten for-mas de feudalismo. Caciques de altura y de arrabal hay en variaspartes del territorio y aunque la reforma del Partido NacionalRevolucionario augure algo parecido a una política más orgá-nica, mientras no resulte la “verdad” política nacional de unjuego de partidos institucionales, y mientras no vea el país elprimer fruto —en elecciones honorables, democráticas— de lanueva organización, el pueblo, en general, y el mundo exterior,tendrán derecho de aceptar con sonrisas de conejo, las prome-sas de “ahora sí”, salida de los regímenes de “caudillos”... (¿Quéno podría decirse respecto del feudalismo económico, del cualla denominación de petroleros del exterior es un aspectoapenas?)

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PERO EL propósito revolucionario, a través de todas las con-fusiones, por encima de todas las claudicaciones y retrasospor falta de sinceridad o de valentía o de inteligencia, ha depersistir. Porque persiste, muy vivo, bien definido o no, enla conciencia de las grandes masas. Se trata de conseguir demodo integral, efectivo, una rápida mejoría económica, po-lítica y cultural de las grandes colectividades. Del campo,en primerísimo lugar, porque sus trabajadores son losmás miserables, los menos nutridos, los más enfermos, los máscruel y constantemente burlados en sus derechos humanos,cívicos y políticos, los más frecuentemente conformados —en apariencia— con una mala enseñanza del alfabeto, paraque lo olviden a los seis meses por falta de material poste-rior de lectura, dada su pobreza que les impedirá comprarun periódico, siquiera en segundo término, de los trabajado-res del taller, evitando la formación de sectores antagónicospor el abandono de los que no comulguen con “nuestro” in-terés del gobierno, por la “preferencia política”. De las clasessub-medias, por último, clases paupérrimas, las más opri-midas ahora, quizás, porque han perdido, por el contacto yla colaboración generosa con las clases privilegiadas, mu-chas de sus facultades de agresividad, de empuje para lainiciativa, de vigor para la defensa. Clases todas: obreros,campesinos y componentes de las capas sub-medias de lasociedad mexicana, comprendiendo en ellas a la oficialidaddel Ejército, que viven en nuestro país como conjunto, endiverso grado de miseria y de atraso, una existencia real deépocas pasadas. Que no han llegado, siquiera, a las modes-tas pero generalizadas colinas de bienestar colectivo, dedesarrollo generalizado cultural, a todos extendido (por lomenos como derecho), que en países de mejor organizacióntrajo ya el capitalismo...¿Qué interés real, constructivo, puede tener entonces con-

denar a la Revolución “de ahora” o a cualquiera de las de

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“entonces”, desde un solio de magíster? Si hombres anterio-res no supieron curar los males o si fracasan en sus intentoslos de ahora, ya habrá quienes de nuevo lo procuren. Y losrevolucionarios, cuando no podamos ayudar, siquiera noestorbemos.

CAPÍTULO IIILA REVOLUCIÓN DE MÉXICO ES UN

BLOQUE, HAN DE FALLAR LOSHISTORIADORES DE MAÑANA

celui qui n’a de veille,comment lui ferait-on un

lendemain?Charles Péguy

al que no tiene ayer,¿cómo le haremos un mañana?

“La Revolución es un bloque”,fallaron ya, de la Francia,los historiadores. Y lo mismo diránde la nuestra.

QUIENES ESTAN intentando ahora, en México, una nueva curadel mal, o (si éstos fracasan o no completan su objetivo),quienes lleguen a encontrar, alguna vez, los caminos de éxi-to para conseguirlo, habrán logrado con su Revolución, pordiferente que parezca en métodos o alcances reales, en rela-ción con etapas anteriores del proceso revolucionario,exactamente lo mismo que los hombres generosos de todos

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los tiempos habían intentado sinceramente conseguir. Sin-ceramente, siquiera alguna vez o por más o menos tiempode su acción: la mejoría política y una justa organizacióneconómica y social de nuestro país. No pretendemos, natu-ralmente, que nuestra abstracción sintética de los fineshumanos, últimos, del proceso revolucionario de México,lo diga todo o lo abarque todo; menos que baste para definirmétodos y reales alcances. Pero sí estamos firmemente con-vencidos de que “eso” es lo que da su “elan” a nuestraRevolución. Que es lo que mueve a las grandes colectivida-des, sin cuyo concurso no ha podido ni podrá —menos deahora en adelante— existir paz “orgánica” en México. Quees así como el pueblo, como los soldados entienden y amanla Revolución, que significa para ellos, la rápida, integralelevación del régimen de vida de las grandes mayorías de lafamilia mexicana. Y quienes no lo entiendan o sean lo sufi-cientemente ingenuos para esperar o desear paz sobrebayonetas en México, que sustituya a la paz orgánica y vidatranquila, estable y medianamente feliz, para ellos y parasus hijos en un régimen anacrónico de desigualdad y de jus-ticia social, cuando han despertado ya, por 28 años deRevolución, las masas de México, y cuando su característi-ca espiritual predominante es ahora la inquietud, que no securará sino con la mediana satisfacción de sus necesidades;quienes no entiendan lo anterior y pretendan resistir en cual-quiera forma al movimiento —incluso los prevaricadores ylos farsantes, enemigos o emboscados que se hacen la ilu-sión de que están haciéndose sólidamente ricos, “sirviendo”a la Revolución—; quienes no lo entiendan o así procedan,están, sencillamente, cavando su tumba. Su tumba física yel foso en que se enterrarán, hoy o mañana, todos sus intere-ses legítimos o ilegítimos, por no haber tenido sinceridad ensu conducta —los farsantes—, por no haber sacrificado, loshombres de negocios o los apolíticos, algo de lo poco o

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mucho que habían podido sacrificar, sin perecer. Y al mis-mo resultado ha de conducir, por supuesto, “la resistencia”que presenten los que hayan tenido que sacrificar algo omucho, ante las exigencias ineludibles de la Revolución yque se empeñen torpemente en hallar “hombres de hierro”que la detengan o la deformen. Vendría entonces un totaldesbordamiento. Y al salirse de madres, el río arrasaría contodo. Creemos, por tanto, que precisa, conviene casi en elmismo grado, a revolucionarios y componentes de todos losmatices de la derecha o de la reacción manifiesta o solapa-da, ayudar, como cada quien sepa o pueda, a que llegue a serfactible un trabajo metódico, constructivo, de liquidaciónintegral de nuestro proceso.

LA TENDENCIA, por lo demás, y hasta la necesidad y la urgen-cia patriótica de esa rápida mejoría en el nivel de vida dosmillones de hijos de México, casi nadie se atreve ya a discu-tirla, menos a negarla. Hasta los más recalcitrantes opositoresque no son, por cierto, ni los más linajudos, ni los más ricos,dicen comprender que en el ángulo forzado a que llegó lacivilización, después de la Guerra mundial, ese mejoramientode las masas, en México como en todas partes, es condiciónde vida para los mismos privilegiados. Pero, por la confu-sión existente, por la ola derechista de los últimos tiempos(como reacción contra el necesariamente sangriento comu-nismo ruso), por los fenómenos de España, por los incidentesque han desprestigiado etapas próximas y lejanas de nuestraRevolución (sin que nos demos cuenta de que defender loque valga de lo pasado es defender el presente), por nuestraincompetencia real como estadistas, a veces, lo cierto es que,hasta lo ganado en México (resultados efectivos de ciertamejoría de vida, despertar espiritual en las masas, concien-cia de su valer, grandes obras materiales), se negóobstinadamente por casi todos los que se llaman “pensado-

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res” mexicanos, cuando dejan de ser “hombres de gobier-no” o “políticos en el candelero”... de alguna revolución. Yha precisado, para iluminar la verdad, que extranjeros sien-tan el cambio en México y que vayan a gritar, alguna queotra vez a sus tierras, la favorable aunque modesta modifi-cación sufrida por las masas en nuestro país, aunque, másfrecuentemente abran sólo sus ojos ante el panorama civili-zador o el campo de negocios descubierto por las nuevascarreteras o las grandes presas...

EL SOMBRÍO “NEGATIVISMO” DEL INSTANTE

Y si esto sucede en el campo de las ventajas logradas, lacosa es peor en otro terreno: en el de la lucha espiritual, enel plano de atracción sincera, desinteresada, “por convenci-miento”, a la causa de la Revolución, de los reales valorescívicos, sobre todo de la juventud y de los sectores, tan nu-merosos, apolíticos. En ese terreno, lo dolorosamente ciertoes que hemos ido perdiendo, aunque hay que decir, regoci-jados, que el caso de la expropiación petrolera augura éxitoy triunfo en los sectores juveniles si se logra que la actitudsea persistente. Es verdad también que, no obstante separa-tismos doctrinales o personalistas torpes, la conciencia delas masas obreras y campesinas está mucho más despiertaque hace algunos años; que ahora, siquiera a veces, creen denuevo. Y ese fenómeno, el de la resurrección de la fé revolu-cionaria, siquiera ocasional en las masas y en la juventud, esel mérito mayor de Cárdenas, que logró soplar el fuelle paravolver a poner al rojo blanco, cuando no al rojo cereza, elalma del pueblo... ¡Único medio de que pueda forjarse elhierro —antes dejado enfriar— de la obra revolucionaria!

Pero si esto es verdad, no es menos cierto que nunca antes,como ahora, con más saña, no ya se discute sino se ha nega-

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do el pasado de la Revolución, mientras se atreven los ene-migos, todavía emboscados casi todos, a discutir o a negarcon más crueldad o valentía el presente... No es menos cier-to que nunca, con más claros intentos “negativistas”,derrotistas, se negó todo en todos los hombres del pasado dela Revolución: en Madero, en Zapata, en Carranza, enObregón, en Calles, y los métodos, anteriores y del día, paraconseguir esa elevación de vivir de las masas. Y el caso vie-ne a ser el mismo que si se negara todo el pasado y toda ladoctrina, la pasada y la actual. Salvándose del oleaje deldesprecio escrito, la persona de Cárdenas. Aunque no se sal-vó del odio que brotaba de la murmuración en todos losrincones. Pero en las manifestaciones en voz alta, escritassiquiera, se salvaba la persona de Cárdenas, que ojalá sehubiera salvado por respetos, pero que se salvaba sólo tran-sitoriamente, en realidad, en algunos sectores, por temor, opor adulación o por hipocresía o por maniobra inteligentede las derechas que creían que fingiendo respeto por Cárde-nas y apoyando la expropiación petrolera en voz alta,mientras auguraban el caos entre sus íntimos, podían pasarante el país como revolucionarios y aprovecharse de la de-tención forzosa de la obra revolucionaria. Como resultadode un terror, sincero o sólo “político”, por “el comunismo”de la Revolución “actual”, se afirma a sotto voce la propa-ganda de que el problema de México, agudizado como está,revuelto, retorcido por tantos años de acciones y reacciones,no tiene otra solución que en el campo de la lucha armada, ala manera de España... ¿infundado, ilógico terror? En todocaso propaganda criminal que urge contener, señalando depaso errores o desviaciones del pasado y del presente, paraahorrar nuevas demoras a la Revolución en su sano procesode cristalización útil y posible, y sangre y lágrimas a todos,pero más amargas y abundantes, de seguro, de quienes ter-ca, dolorosamente, por incomprensión o por odio, se han

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opuesto bajo formas distintas de astucia y disimulo, o conmayor nobleza, ostensiblemente, al paso hacia adelante queha dado nuestra Revolución en su sano proceso de cristali-zación útil y posible, y sangre y lágrimas a todos, pero másamargas y abundantes, de seguro, de quienes terca,dolorosamente, por incomprensión o por odio, se han opuestobajo formas distintas de astucia y disimulo, o con mayornobleza, ostensiblemente, el paso hacia adelante que ha dadonuestra Revolución de Obregón a Cárdenas, así sea ese paso,en ciertos aspectos, todavía necesariamente desordenado eimpreciso.

EL MOVIMIENTO de la Francia, con sus numerosísimasfacetas, con sus muy diversos caracteres, fué y sigue siendo“uno”. “La Revolución es un bloque”, han fallado los histo-riadores, recuerda y acepta un enemigo de aquellaRevolución, Tardieu. No ha admitido la historia la existen-cia de una revolución de Marat y de otras de Danton, deMirabeau, de Robespierre o de Sieyès. Aquel movimiento,en Francia, con sus mil glorias, con sus miles de crímenes,con sus cien variantes, fué uno: “la Revolución” que diócarta de ciudadanía política y de mando económico y degobierno a la burguesía, llegada a la mayoría de edad des-pués de siglos de penoso desarrollo, desde que había nacidoen los albores del renacimiento. La Revolución que estable-ció en Francia —y a poco andar en todo el mundo— unanueva realidad igualitaria de derechos humanos, cívicos ypolíticos. Y como producto un fenómeno social persistente,duradero hasta apenas ayer: la madurez y el dominio políti-co de una clase social nueva, la burguesía, fenómeno queseñala a la Revolución Francesa y junto al cual palidecenlos otros varios aspectos concretos de aquel gran procesoconvulsivo.

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EL MOVIMIENTO de México, con sus numerosísimas facetas,con sus muy distintos hombres, con sus triunfos, con susclaudicaciones, con sus crímenes, ha de ser, también, juzga-do “uno”: “la Revolución Mexicana”. Aunque los dosremedios muy nuestros, buscados para males muy propios:la transformación política del país que acabará con el caudi-llaje y el cambio de nuestro régimen, también semi-feudalen materia social y económica, se hayan visto complicadospor el conflicto lógico de estas aspiraciones, y necesaria-mente perturbados por el reflejo, sobre nuestro campo propio,de los dos grandes fenómenos de orden universal que ve-nían produciéndose desde la post-guerra y la gran crisis: latransición del régimen “liberal” del siglo XIX, y del siste-ma capitalista, a nuevas formas económicas colectivistas y,como consecuencia, la forzada aceptación de reales proleta-rios (no de proletarios “de origen” ya con pensamiento“burgués”) en el mando económico, político y de gobierno.

SE MUEVE LA ENTRAÑA DE LA CIVILIZACION;¿QUÉ NACERA?

En tanto que penosa, penosísimamente, se desenvolvía nues-tro angustioso proceso mexicano: el de la salida de regímenesfeudales en el campo político y económico-social, empezó aoperarse un cambio en la entraña misma de la civilización.Llegaba a un crepúsculo el capitalismo y se robustecía elproletariado como “clase política”; ya no solamente se des-envolvía como clase merecedora de respetos y de temoresen el campo de sus luchas económicas frente al patrón; yano se conformaba con sumarse a la burguesía, arrasando elcarro de su política a cambio de migajas en los parlamentos.Ya exigía mando efectivo, político y de gobierno. Se con-vertía en clase “política”, por excelencia, algunos de cuyos

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componentes, en unos países, aun en los fascistas, y todossus componentes conquistando o habían conquistado ya re-presentación efectiva o hasta dominio en el mandoeconómico y de gobierno.

Fenómeno muy semejante, en su esencia, al que se produ-jo cuando nació para el mando económico y de gobierno, laburguesía. Con sólo la nueva (relativamente) característicaactual, de enérgicos o tímidos o aplazados o revertidos pro-pósitos de, si no abolición completa de la propiedad privada,sí de hondísimas modificaciones en el concepto clásico dela propiedad. Conformándose al fin el comunismo oficialruso con abolir la propiedad de “los medios de producción”pero conservando la propiedad privada de “los medios deconsumo”, y resignándose los regímenes colectivistas dederecha o de centro (fascismo, hitlerismo, economías dirigi-das), a tener que establecer ciertas modalidades, como“función social”, al régimen de la propiedad individual. Pero,aparte de este sabor, medianamente novedoso en la lucha, elfenómeno predominante del siglo XX (ya lo hemos expre-sado en nuestro libro Los errores de satanás) es el mismodel siglo XVI, cuajado hasta el XVIII por la Revolución fran-cesa. Es la afirmación de una nueva clase “política” que ahoraserá el proletariado, como antes fué la burguesía. Con unrégimen concomitante casi universal de dictaduras de since-ra o de supuesta acción proletarista, o para estorbar elcrecimiento del proletariado, como desde el siglo XVI hastael XVIII florecieron las dictaduras dinásticas para estorbarel crecimiento de la burguesía. Sólo que ésta necesitó desiglos para alcanzar su madurez, la mayoría de edad, y conella el reconocimiento forzado de sus derechos, en tanto que,por la aceleración del ritmo de la vida moderna, por la tre-menda rapidez difusiva de las influencias del día, por lainterdependencia real de los pueblos (que han creado lascorrientes de opinión, más fáciles de formarse y de ser cana-

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lizadas ahora, con los libros, el aeroplano, el radio...), por elcrédito, el comercio internacional, el maquinismo, etc.; portodos estos nuevos factores de difusión extra-rápida y desemejanza “forzada” en los más diversos medios del plane-ta, el proletariado ha necesitado o está necesitando muchomenor tiempo para llegar a la mayoría de edad que el quenecesitó la burguesía. Por lo que, concretándonos a México,nadie podría afirmar hoy, lógicamente, si la Revolución nues-tra se caracterizará en el futuro, cuando se haga su historia,como el proceso que llevó al proletariado al mando econó-mico y de gobierno, total, o más bien como una etapa,confusa, de fenómenos retorcidos, propios y extraños, queapenas logró que salieran las masas de México, en el terrenopolítico y en el económico social, de las épocas tenebrosasdel medioevo. Pero, en cualquier caso, el fenómenoproletarista, de afirmación del proletariado como clase polí-tica nueva, tendrá que dar tonos fuertes al proceso mexicano.

EL HECHO DE tratarse de la afirmación “política” de una clasenueva, que ya no se contentará con veinte o treinta represen-tantes en las cámaras (que eso y más, 40 por ciento dediputados y de senadores, ofrecimos al partido “laborista” yal “agrarista”, cuando tuvimos el honor de dirigir la campa-ña presidencial de Calles, en 1923 y 24); que exigirá y lograráposiciones de mando efectivo, político y de gobierno; esehecho, decimos, de tratarse de un proceso de afirmaciónpolítica de una nueva clase, explica otro de los fenómenoscaracterísticos de nuestros días: la predominancia o la agu-dización del carácter intergremial en las luchas delproletariado, sobre todo del obrero.

PERO, ¿VAMOS, HEMOS IDO HACIA EL

COMUNISMO, EN REALIDAD? ¿OPODRÍAMOS LLEGAR A ÉL SIN CAMBIAR

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DE LUGAR NUESTRO PAÍS EN EL MAPA,AL TURKESTÁN O A LA SIBERIA?

PORQUE HAY un fondo inevitable, político, en la evoluciónhacia la madurez del proletariado, han tenido que surgir, ne-cesariamente, lo mismo en Francia que en los Estados Unidoso en México, profundas divisiones “políticas” en el seno deese proletariado, sobre todo del obrero, porque es el sectorde más alto nivel intelectual en las clases proletarias y por lomismo en el que más se manifiestan las ambiciones políti-cas. Divisiones, por supuesto, que tienen un fondo doctrinarioa menudo. Pero que haya rojos y amarillos y hasta blancosentre los proletarios (como en la burguesía existían y exis-ten todos los matices), en nada afecta a la existencia, queseñalamos, del fenómeno de fondo: la afirmación políticadel proletariado como clase nueva, que está conquistandoen todas partes posiciones de responsabilidad, de mandoeconómico y de gobierno, ya no sólo de representación par-lamentaria. E imaginar que nuestra Revolución pudiera habercerrado los ojos a la nueva realidad mundial, filosófica, po-lítica, social: la madurez del proletariado, del que pueden ydeben extraerse dirigentes para el mando político, económi-co y de gobierno; desconocer esa realidad histórica, tanacorde con el sentido proletarista, humano, de nuestra Re-volución, es sencillamente absurdo. La tesis, pues, de laaceptación del proletariado en el mando político, económi-co y de gobierno, tenía lógicamente, consciente oinconscientemente, que ser incorporada a nuestro credo re-volucionario, por difuso o por confuso que este haya sido, yque pensar en el programa de acción de los gobiernos aun-que, de manera inevitable, llegara a ser —transitoriamente—nuevo germen de confusión en directores, en enemigos denuestro movimiento y en sectores políticos del pueblo mis-

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mo. Pero la introducción de ese nuevo elemento: el sentidoproletarista, no rompe la unidad de nuestra Revolución.

Aunque se dijera repetidamente, por irresponsables o porex-líderes de la mayor responsabilidad histórica, que vamoshacia el comunismo, lo que no es la verdad porque no sólono se logra (como debería lograrse), limitar y abolir la pro-piedad individual en varios renglones de los medios deproducción y de consumo (en general cuando la propiedadse extiende enormemente en una rama de la producción odel consumo o del transporte o de los medios de cambio,monetario y de crédito, de modo que lesione real, indiscuti-blemente, los intereses generales de la sociedad); no sólo nose logra o se puede intentar aun esto con firmeza y con ladebida extensión inteligente, constructiva, sino que ni si-quiera se ha pretendido, por nadie, que se entregue la totalidaddel mando político o de gobierno a una sola clase, el prole-tariado, con absoluta exclusión de las demás. Apenas elpensamiento “colectivista” ha marcado nuevos derroteros,confundiéndose por muchos la expropiación del petróleo conla completa independencia económica y la colectivizaciónde los medios (tierras, aguas, crédito, maquinaria) con lacolectivización “del trabajo”, que es cosa diferente, en susresultados inmediatos. Pero todo esto que lo grita la reali-dad, que lo aceptan los líderes más responsables y avanzados(que confiesan que quizás en cincuenta años no estará pre-parado México para un régimen comunista), no convence,por supuesto, a quienes por horror individualista a los cam-bios, por intereses personalísimos, o por despechos políticos,tienen necesidad de establecer o de hacer más honda aún laconfusión. Por esto ha culminado, en 1938, en nuestro Méxi-co, la extraña situación que padecemos: de aparenteconformidad con Cárdenas, de real oposición a sus ideas“bolcheviques”... (que no lo son), situación de “mar de fon-do” que del modo más humilde, pero más sincero, por ver

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de evitar retrasos fatales a nuestro proceso, pretendemos ex-plicar y hasta calmar con antecedentes y enseñanzas delpasado.

EL PUEBLO SE ENCOGE DE HOMBROS

Y SIGUE SU CAMINO

PRETENDIDA calificación extranjerizante de nuestro movimien-to revolucionario o de nuestros gobiernos, la ha habido, porlo demás, en todos los tiempos de nuestro proceso contem-poráneo. Calles en 1923 y 1924 era señalado en México como“comunista”. El mismo cargo se le hacía, ya presidente electo,por telegramas de mexicanos al gobierno alemán, cuandovisitábamos al presidente Ebert. Y Kellog denunciaba des-pués a nuestro país “ante el mundo”, desde la Secretaría deEstado de los Estados Unidos. Y en México y en el extranje-ro gastamos horas, en la tribuna y en la prensa, en negar queCalles fuera a ser bolchevique o que lo fuera ya en sus actoscomo gobernante. Y hacíamos la distinción, porque tenía élentonces empeño en que se explicara bien que, a no obrarcomo “comunista”, obligaríanlo sus deberes constituciona-les y su responsabilidad de estadista y no repugnancias decredo filosófico...”

Desde antes de su elección, también Cárdenas ha sido de-nunciado como “comunista” y lo ha sido cien veces después,ya como gobernante. Y también ahora, desde la SéptimaConferencia Panamericana de Montevideo, en diciembre de1933, exactamente la tarde en que se verificaba en Méxicola Convención de Querétaro en que fué designado candida-to del P.N.R., tuvimos que explicar en privado largamente, aquienes convenía hacerlo, “que no era la verdad que fuera aestablecerse el comunismo en México, con Cárdenas”. Ynuevamente nuestra fé en el proceso que se opera en nuestropaís, nos llevará incidentalmente, en este libro de “antece-

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dentes”, a señalar a grandes rasgos qué busca y por qué lobusca la Revolución Mexicana, sin importarnos mayormen-te si la “de ahora” es una nueva revolución o es apenas unalógica prolongación de “la”, o más bien (con el criteriodesmenuzante de los inconformes), de “las” revoluciones“de entonces”. Como no interesa única ni mayormente almédico que ve aparecer un fenómeno grave y novedoso enuna convaleciente, sólo definir si se trata de una “recaída” ode una “recidiva” o de un nuevo proceso morboso desarrolla-do en un organismo que es —y esto es lo capital einteresante— terreno propicio para el desarrollo de los males.

Así en México, quien quisiera estudiarlo como hemos pro-curado hacerlo nosotros por más de 25 años, encontraría enlas grandes masas un fondo permanente, irritante, de injus-ticia social y política; de incultura; de desproporción, no sólode los medios económicos, sino de los goces de la satisfac-ción de las necesidades más elementales de su vida materialy espiritual; de olvido, por centurias, de todo derecho huma-no, al trabajo bien remunerado, a la protección social, a lacomodidad, a la elevación de espíritu, a la justicia, a unamediana verdad “política”; a la salud individual y colectiva,en una palabra. Y sobre ese fondo trágico, apenas arañadoen la superficie, en realidad por las generosas obras de laRevolución, encontraríamos ansias despertadas por 28 añosde sangre, de lucha, de violencias, de tanteos, de promesasde redención. Ansias que es ilógico esperar que desaparez-can y que dejen de obrar como fuerza social o política —hastadisolvente o ciega— porque, una vez despertadas, no puedehacerlas desaparecer sino su satisfacción. De ninguna ma-nera el engaño; menos el intento de ahogarlas con negacionesy bayonetas.

ESTE ES el terreno y cualquier brote que en él se advierta deenfermedad o de cura es interesante, sea novedoso o resu-

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rrección de alguno viejo y tenga o no la bendición apostóli-ca, o de “magíster”, o el reconocimiento paternal de“legitimidad”, de los que descubrieron, después de Hidalgoy de Morelos, por enésima vez en 1910, el crónico, eternomal de México. Que quisieron curarlo con democracia muyrelativa, con generosidad de intención, con honestidad degobierno, con liberalismo político y social, siglo XIX, y fra-casaron. Por quienes le inyectaron algo de desteñidosocialismo desde 1917 y fracasaron también. Por los quepredicaron un radicalismo salvador en 1924, que asustó lue-go, y fracasaron, por supuesto. Y por quienes ahora, concualquiera etiqueta política histórica (personalista o no) conque se presenten, así sea la respetabilísima de “precursoresde la Revolución”, porque el enfermo se agita y clama y habuscado nuevos médicos que sin métodos propios de cura,dictaminan, frunciendo el entrecejo, amenazando con el“desconocirniento” y acusando a la revolución “de ahora”de comunismo, que “lo que hoy se hace no es el procedi-miento con que ellos quisieron curar aquél crónico mal...”Eso ya lo sabíamos. El pueblo, que ha seguido sintiéndosebien enfermo, cuando viejos directores le gritan que no es“ésa” la revolución a que lo condujeron, simplemente seencoge de hombros, acepta otros líderes y sigue, como me-jor puede, buscando su camino de redención.

Camino que no es el de Marx, el sublime iluminado queestuvo a punto de cambiar con su talento, desde la tumba,toda la historia futura; técnica y táctica para la aplicación dela teoría comunista, que muy pocos conocen a fondo enMéxico o están preparados para estudiarla y entenderla ensu significado filosófico y en su aplicación de gobierno. Ymenos autorizados moralmente, con responsabilidad plenade estadistas, para aconsejar su aplicación en un pueblo quetendría que saltar casi todo del medioevo al comunismo,como quiso saltar Rusia... Sólo que nosotros tendríamos que

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dar ese salto en presencia, en vecindad de “hermanossiameses”, con el Estado “capitalista” más poderoso delmundo, aunque ese Estado se halle en la actualidad dirigidopor un hombre que imaginó un new deal... que ya hemosvisto que no logra transformar todo los viejos conceptos, nisiquiera en materia de protección o de “indemnizaciones” aciudadanos americanos...

Camino, el nuestro, que tampoco puede ser el de Stalin,menos radical que Lenin, más “realista”, más “farsante”,gritan sus millones de enemigos; pero que, como quiera quesea, no ha logrado la implantación del comunismo “puro”en Rusia, sí está logrando transformar un país de una anti-quísima economía agrícola, en otro de la mayor potenciaindustrial, en Europa. ¡Potencia industrial que, por serio,quiere convertirse en la mayor potencia militar del mundo...!

Camino el de México que menos podía ser el de Trotzky,cuyo buen sentido y su problema personal de opositor y per-seguido, y de posible nuevo “salvador” de Rusia y del“leninismo”, le hace ver con burlas la nueva Constitución(que Stalin pretende que es “modelo de constituciones de-mocráticas” en el mundo), y que se horroriza de lascrueldades del régimen y denuncia aquella macabra organi-zación policiaca que Trotzky apoyó, por años, con elformidable Ejército Rojo que ayudó a formar. Lo que olvidala burguesía que, como nosotros a las veces, se conmuevecon Dewey y hasta simpatiza con el exiliado que, si estuvie-ra en Rusia, sería cien veces más radical y, por ineludibleley de vida, quizás tan sanguinario como Stalin...

Camino, el nuestro que no se espanta por nombres de co-sas, pero que no tiene por qué adaptar ciegamente en Méxicoexperiencias extrañas, imaginadas para medios totalmentediferentes, por lo que toca, sobre todo, a sus fatalidades deorden histórico, político, económico y geográfico. Caminode México que tiene que marcar a los revolucionarios mexi-

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canos, lo que necesita México, lo que le permite su peligro-sa vecindad, su población, sus recursos propios, su modestacapacidad militar y económica, su no aislamiento, el gradode su evolución, la heterogeneidad de sus hijos, la capaci-dad técnica, en fin, de los componentes de sus grandes masas.

Camino de la Revolución mexicana que por vericuetos,cuando no es posible seguir “caminos reales”, habrá de con-ducir a la realización de las dos aspiraciones supremas denuestro pueblo; a la satisfacción de las dos necesidades máxi-mas de nuestro país: su salida del régimen feudal tanto en elterreno político (cura del caudillismo) como en el terrenosocial-económico-educativo: transformación rápida, revolu-cionaria, valiente, integral de la estructura. ya no sólocapitalista sino medioeval que ahogaba a México y fuerte“inteligente” tono nacionalista en el aprovechamiento denuestras riqueza. Hasta entonces hemos de lograr la real ele-vación de México, de sus grandes colectividades irredentas.Hasta entonces podríamos sentirnos legítimamente satisfechosdel estado de nuestro país. Lo que no puede suceder hoy, aun-que vamos bien que existen minorías en México que puedenfigurar sin desdoro al lado de las más refinadas o cultas “élites”de los pueblos de más perfecta organización.

CAPÍTULO IVCONNOTACIÓN Y DENOTACIÓN DE ALGUNOSTÉRMINOS QUE SE USAN EN LA OBRA. JULIONAVARRO MONZÓ NOS AYUDA A DEFINIR

CONCEPTOS

NOS PARECE conveniente, antes de seguir adelante, definir laconnotación y limitar la denotación de algunos términos quehemos usado ya y que usaremos con frecuencia: “democra-cia”, “liberalismo”, “dictaduras”, “despotismos, “tiranías”.De este modo se nos entenderá mejor y no podráachacársenos —con justicia— que queremos decir lo queno queremos al usar estos términos. Lo dejaremos estableci-do con ayuda de Navarro Monzó:

a) El concepto fundamental democrático es que “el go-bierno de los pueblos tiene que estar de acuerdo con laopinión pública, con la mayoría de la opinión pública, almenos”. Pero conste que no vamos a entender por opiniónpública (como estamos seguros de que tampoco lo entien-den ellos), la opinión de los “gerentes” de los grandesperiódicos, de modo constante o necesario. Gerentes que, essabido, son los que mueven las plumas de sus editorialistasy aun de algunos de los escritores que con firma publican“sus” opiniones en los grandes rotativos. Lo que sucede, porlo demás, en todo el universo.

b) Liberal, en su significado político (el que nosotros usa-remos), es: “el partidario de la libertad”. No deberáconfundirse, por tanto, y nosotros procuraremos no hacer laconfusión, democracia con liberalismo. Así podremos decir

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que tales o cuales actos de nuestros gobiernos han sido de-mocráticos, porque responden a la opinión, o estánrespaldados por la voluntad o por el sostén de las grandesmayorías, aunque no hayan sido “liberales”, porque no ha-yan respetado la libertad. Se puede ser “demócrata”antiliberal. Julio Navarro Monzó lo explica muy bien conestos dos ejemplos:

Democrática era Atenas; lo era en el triple sentidode que los más altos puestos fueran accesibles almérito de que el pueblo gobernaba directamente yde que la opinión pública era soberana. Sin embar-go, ese pueblo soberano, esa opinión que hacía lasleyes y las aplicaba, negó a Sócrates la libertad deir por las calles haciendo preguntas. Lo condenó amuerte por corruptor de la juventud y por el cargo—¡contradictorio!— de ser ateo y de tratar de in-troducir dioses extranjeros. Igual que cuatro siglosmás tarde el pueblo de Jerusalén expresaba‘democraticamente’ su falta de liberalismo, al re-clamar la crucifixión de Aquel a quien lossacerdotes acusaban de blasfemo.

Lo que queremos significar, como bien se comprende, esque cuando se impone una ideología determinada por unEstado, puede no perderse el carácter democrático de ungobierno, aunque se pierda el aspecto de “liberalismo”, yaun se llegue, como en Italia y en Alemania o en Rusia, aaplastar a las minorías. Y entiéndase bien, por favor, que noestamos adelantando que eso sea siempre conveniente o siem-pre político o siempre justo hacerlo. Apenas loaconsejaríamos o lo aplaudiremos en los grandeslineamientos, en aquellos indiscutibles como convenienciageneral, en los casos fundamentales, no en lo secundario oaccesorio, menos en lo arbitrario, en lo oportunista o artifi-

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cioso. Insistimos lo que en estos instantes estamos intentan-do afirmar, para definir bien los términos (fuente única deposible comprensión), es que un gobierno, con sólo que sigaa la opinión pública o que tenga el respaldo indudable, in-equívoco, de las grandes mayorías, es, en el sentidogramatical lógico, un “gobierno democrático”, aunque pue-da no ser “un gobierno liberal”.

c) En el exacto sentido etimológico de la palabra, que es elque emplearemos en este libro cuando la apliquemos, des-potismo no significa gobierno “arbitrario” sino gobiernoabsoluto.

d) La calidad de “arbitrario” hace de cualquier gobierno,aunque no sea despótico, una tiranía.

e) Por tanto, si como debe ser, entendemos por dictadurauna forma cualquiera de gobierno, de una o de varias perso-nas como cabeza (es decir, de ejecutivo unitario o de forma“dual” o aun múltiple), el gobierno que tenga como caracte-rística constante “que se rige sólo por su ley”, por la ley quequiere darse o por la ley que logra, siempre que se le dé a suvoluntad por cuerpos legislativos absolutamente identifica-dos con el Ejecutivo o sumisos del todo a su voluntad o a susimple deseo, hallaremos que, en el sentido gramatical y ló-gico, se confunden dictadura y despotismo, porque ambasformas de gobierno significan gobiernos absolutos, sin queesa condición los haga, de modo original o necesario, nibuenos ni malos, ni siquiera “tiránicos”, si no son arbitra-rios. No será, pues, necesariamente un insulto calificar a ungobierno de “dictadura”, ni aun de “despotismo”, aunquepor viejos prejuicios contra este último término, poco lo usa-remos. Pero podría usarse como sinónimo de dictadura,lógicamente. En el sentido expuesto, los gobiernos revolu-cionarios de México —el de Cárdenas inclusive— cuandohan contado con la voluntad del todo identificada o sumisade las cámaras legislativas, han sido gobiernos de “dictadu-ra”, sencillamente porque han gobernado con la ley que han

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querido darse, usando de facultades extraordinarias, o conlas que han logrado que les den, como las han querido o losparlamentos.

f) Una tiranía —gobierno arbitrario— puede ser personalo colectiva, oligárquica o democrática; pero siempre seráoriginalmente repulsiva y funesta, por el elemento de “arbi-trariedad” que de modo necesario encarna, si puede merecer,de acuerdo con el sentido gramatical y lógico, del epíteto de“tiranía”.

g) Una dictadura —poder absoluto no arbitrario, por quesi lo es se transforma automáticamente en “tiranía”— puedetambién ser personal o colectiva, oligárquica o democrática.Se caracterizará en la vida práctica con sólo que el régimenque la encarna esté al servicio de un concepto exclusivo quepodría, teóricamente, ser cualquiera: una concepción justa(o injusta) del bien público, de verdad, de filosofía, de reli-gión, hasta de belleza. De lo que se crea “conveniencia” o“necesidad nacional”. En este sentido, ni será insulto ni de-berá aparecer como cinismo el hecho de aceptar que hansido y tienen que ser “dictaduras”, casi siempre, en la mayorparte de los instantes de su acción renovadora, nuestros go-biernos revolucionarios, porque el régimen que encarnandeberá estar —en los grandes objetivos— al servicio de unconcepto exclusivo: el de modificación inteligente, posible,de la estructura feudal o colonial de la vida del país, en elterreno político y en el económico-social.

De todo lo que resulta que, fundamentalmente, como ya loindicamos, la palabra “dictadura” no es siempre un términodesagradable ni menos injurioso. Todo dependerá —en eljuicio histórico y hasta en el contemporáneo— de que seejercite inteligente o sinceramente al servicio de un induda-ble bien público, correctamente hallado y definido. Auncuando no estén bien definidos ni hallados —por juventuddel proceso político o social revolucionario, o por su falta

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de madurez o hasta por incapacidad de sus dirigentes— losmétodos, los procedimientos concretos que, a la postre, ha-brían de resultar, fatal y útilmente, en conveniencia de lanación misma, si efectivamente lo que se busca constituyela salud de las mayorías. Porque no puede haber salud, feli-cidad ni progreso en un organismo si la mayor parte de él sehalla enfermo. Y porque cuando —por cualquier motivo—fracasen “los métodos”, si el propósito sincero es de conve-niencia o de necesidad nacional, ya surgirán alguna vez lospigmaliones que logren domar del todo a la rebelde Galatea.

CAPÍTULO VUNA “MANERA” LITERARIA QUE EXCLUYE

ENCONOS Y PASIÓN. INTENTOS DE“UNIVERSALIZACIÓN” DE NUESTRA OBRA

TENEMOS el firme propósito y hasta la esperanza lógica dehacer de este libro, siempre que ello sea posible, no obstantela naturaleza local mexicana, de los problemas, de los fenó-menos y de los caracteres que definirá o analizará, una obrade amplia generalización de situaciones.

No creemos que sea vanidoso, ni siquiera difícil, el inten-to. Puesto que trataremos de problemas humanos,humanísimos, dada la semejanza de fondo última, de loscaracteres humanos, de sus problemas, necesidades y apeti-tos, y de los elementos que entran constantemente en juegoen la conducta de todos los hombres —muy semejantes, encircunstancias análogas, en Siberia o en Patagonia— nues-tro drama, aparte, por supuesto, de sus modalidades propias,específicas y de etapas distintas en el proceso eterno, hastamonótono, del recorrido del hombre, nuestro drama ha deparecer, no sólo mexicano sino universal, en realidad.

Libro éste, necesariamente, “de política”, aunque lo quede él queramos desprender sea la explicación de los aspec-tos actuales de nuestro proceso “económico-social”. Escritopara enseñanzas y hasta posibles correctivos de orden polí-tico, para que no se incurra en los mismos errores en que

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nosotros incurrimos, tendrá que asomarse el autor en casitodas sus páginas a ese arte “de la política”. Arte científica,la menos reconocida como tal, lo que hace que todos (elautor entre ellos ) se crean, sin reales conocimientos, no sólocalificados para ejercitarla sino aun para hacer su crítica conpujos de “científica”. Atrevimiento, claro está, que no sejustifica en el autor ni siquiera por su larga experiencia enese campo; pero que tal vez pueda justificarse por su inten-ción: la de decir nuestra verdad.

Ahora bien, un libro de esta naturaleza perdería en objeti-vos, en alcance y, desde luego, en perdurabilidad —¡oh, ladesearíamos tan modesta...!— si no procurásemos alejarnosde excesivos localismos y de pasiones de campanario paratratar de encontrar la esencia de los fenómenos, lo que cons-tituiría su universalidad de caracteres y de hechos sociales ypolíticos. Resultado de lo dicho antes será que evitemos —para condenar, no para aplaudir— señalar nombres propiosde caracteres secundarios. (Aunque tengamos fatalmente quereferirnos al autor, “carácter” indiscutiblemente menos se-cundario, pero que es “el que presenta su testimoniointerpretativo”). Pero si hemos de procurar siempre que, aunomitiendo nombre propios, la atmósfera “de fondo” estéconstituida por genuinos caracteres. Ese intento de “univer-salización” y las esperanzas de que puedan aprovecharse ennuestro país o en algunos otros pueblos de Latinoaméricalas enseñanzas políticas que puedan derivarse del libro (loque es distinto totalmente de hacer “proselitismo”), ese in-tento de generalización explica que hayamos procurado queno se asome en estas páginas la pasión, como no sea, comoya lo admitimos, por el aspecto “social” del proceso revolu-cionario de México.

Creemos absolutamente necesario que se complete yvigorice —inteligentemente— ese aspecto “social” porquelo consideramos condición precisa hasta para la superviven-

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cia de México como pueblo independiente. ¡Júzguese, pues,si podríamos, al tratar de nuestro proceso revolucionario ensus aspectos “sociales”, ser o parecer desapasionados o fríos!Pero necesitamos aclarar nuestro concepto. Cada día se ro-bustece nuestra viejísima convicción de que México, parasobrevivir, por hallarse al lado del foco más poderoso decivilización en este siglo —y por más poderoso, más absor-bente— necesita adquirir pronto, por la homogeneizaciónde su pueblo, por la elevación material y moral de millonesde hijos suyos, condenados hasta hace poco a la miseria fi-siológica, a la degeneración y al desastre los caracteresmínimos de una verdadera nacionalidad, si desea perdurarsin merma en su cuerpo y en su espíritu.

No es sólo la ilusión de reformadores sociales ni menospensamiento político lo que mueve a los revolucionariosconcientes de México, a los que piensan y escriben lo mis-mo dentro o fuera de los gobiernos. Sabemos que escondición científica, biológica, mejorar nuestra poblaciónpara que pueda sobrevivir nuestro país, que se halla, no noscasaremos de decirlo, en vecindad muy interesante, pero muypeligrosa, históricamente. Deben adquirir sus hijos muy pron-to, mucho más pronto de lo que haya sido o sea necesario enel Brasil o en la República Argentina, cuyos caracteres es-tructurales son, por lo demás, tan diferentes de los nuestros;deben adquirir los hijos de México, muy pronto, tal vez an-tes de que medie el siglo XX, reales, definitivos vínculos desemejanza y de solidaridad nacional que no estén sólo fun-dados en el hecho de haber nacido en el solar mexicano, nimovidos por acicates románticos de glorias comunes y tra-diciones de orgullo de raza, que ya no alimentan a las masasen este siglo, a menos que las muevan grandes actores tea-trales capaces de resucitar ante la conciencia de las multitudeslos prestigios de los imperios del pasado. Y aun así, ¿en

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México qué gran imperio de césares podríamos pretenderresucitar en el alma del pueblo?

No; manera de vida, medios económicos, de unidad de as-piraciones actuales son los lazos y las similitudes que —másaún que la raza, ¡concepción teórica en América!— puedenunir a nuestros hombres en fuertes nacionalidades, fuertes nopara la conquista sino para la supervivencia legítima, para laconservación de nuestros caracteres tan modestos de culturapropia. Tan modestos, pero que son los únicos que nos danderecho moral a la existencia... Y cuando esos lazos no exis-ten, no se logra crearlos pronto sino por procesosrevolucionarios de orden “social”, que produzcan, para mejo-rarla, una rápida transformación de la vida económica yespiritual de un pueblo. Transformación espiritual en el senti-do de más difundida cultura, de mayor regocijo interior devivir, de más altos estímulos, un poco o un mucho derivadossiempre —fatalmente— de las condiciones materiales de laexistencia... Si una gran mayoría de mexicano se sentía —ose siente aún— condenada económica, social, políticamente,por una oligarquía incomprensiva, no podemos hacernos lailusión de tener una verdadera patria. La evolución es dema-siado lenta como remedio para países en plena estructuración,cuando tienen la necesidad vital de medio completar su pro-ceso estructural ante el espolonazo supremo de un focoinmediato, muy absorbente, de una civilización de tipo ma-quinista superior que ha logrado ya, siquiera, una tolerablehomogeneidad de la vida y que reconoce, siquiera, el derechode todos al bienestar material y a la cultura... ¡el “derecho” sino la realidad misma del bienestar y de la cultura...!

En México, en donde formamos apenas un débil antemu-ral a fatalidades geográficas e históricas, bien manifiestasen el pasado, no se puede esperar, lógicamente, en los pro-cesos evolutivos. Se tiene que ser revolucionario “social” sise quiere ser patriota a distancia en el tiempo y en el espa-

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cio, no sólo en el momento que vivimos. Porque únicamen-te por procesos acelerados, con todos sus naturales peligrosy sus dolores y hasta sus aparentes injusticias y crueldades,es como puede lograrse una mejor estructuración del paísque permita constituir rápidamente una unidad nacional per-durable, orgánica, que no pueda ser acusada hoy o mañanade rémora; que sea elemento de real valor, no sólo románti-camente “concedido” en conferencias internacionales dediplomáticos: ¡elemento de real valor en el desarrollo deAmérica, por la que ya vuelve a pasar (como lo anunciába-mos desde 1931) el eje de la civilización occidental!

POR SUPUESTO que, aun con nuestro interés pasional, hastasectario, si así quiere llamársele, por el proceso revolucio-nario “social” de México, ante cuyo éxito, como lo dijimossiempre (aunque nunca fuésemos tal vez creídos), palidecentodas nuestras demás conveniencias y todos nuestros afec-tos; aun con ese fondo pasional (que confesamos), no seránuestro libro, en ninguna de su páginas, un panfleto políti-co, como podría temerse por el momento en que se escribe.Preferimos, para evitar que lo parezca y para no dar mayo-res satisfacciones a la reacción de dentro y de fuera de Méxicoque la obra resulte muy incompleta en ciertos aspectos. Enbuena hora —y hasta útil— que los enemigos de los gobier-nos revolucionarios escarben en la totalidad de las lacras deesta época. A nosotros sólo nos interesa analizar los erroresque habían retardado el ritmo “social” de la revolución yseñalar sinceramente las circunstancias (algunas ajenas a lavoluntad de los políticos), que tenían que influir, de modoinevitable, en la moderación o en el retardo de ese ritmo. Yhay que decir muy claramente lo anterior, porque cada vezque en las etapas renovadoras de todos los países, hay elnatural y saludable cambio de hombres conductores, quecumplieron ya su papel, bueno o malo; o cada vez que las

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maniobras triunfantes del “divisionismo” anti-revoluciona-rio, desprestigian, nulifican u matan a los conductores delos grandes movimientos “sociales”, háyanse llamadoMirabeau o Robespierre o Madero o Carranza o Calles, lareacción y los supuestos “apolíticos” baten palmas en todoslos tiempos, sonríen maliciosamene y comentan: “¡Qué buenoque la revolución siga comprobando, en todos los climas,geográficos e históricos, que el carnicero de hoy ha de ser,fatalmente, la res sacrificada de mañana...¡”

UN CONVENCIMIENTO muy sincero, también, de la identidad,que causa estupor, de los caracteres humanos en todas par-tes, lo mismo en Buenos Aires que en Nueva York o que enMéxico; el parecido de fondo, tan perfecto, de las figuras dela política, de la burocracia, del mundo de los negocios, del“social” (del mundillo de la página “social” de los grandesdiarios), que todas coinciden en virtudes, no tan raras comoa veces se juzga, y en prestigiosos valores, y otras ocasionesen versatilidad de espíritu, en mediocridad, en apetitos deéxito, pronto y traducido en metálico, o en exhibicionesenfermizamente vanidosas; todo frecuentemente retorcido.confundido, sobrecargado, en esta época de confusión uni-versal de la post-guerra y de la gran crisis económica; esasimilitud del elemento humano, decíamos, haría hasta irra-zonable que nos indignáramos excesivamente por nuestraspequeñas o grandes miserias, por nuestras lacras. Son, mutatismutandis, las de todos los pueblos en etapas comparables desu evolución. En todas partes se cuecen habas y aquí y allá acalderadas. Dentro o fuera de la burocracia; dentro o fuerade los círculos de acción política, el instante ha sido de fero-cidad, de acometividad ciega, de excesiva defensa, de luchaa brazo partido, más que nunca quizás, contra todo y contratodos los que parezcan cerrar nuestro camino, lo que puedeexplicar el porcentaje tan alto de esas lacras.

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La inmoralidad de los políticos¿pero sólo o sobre todo de ellos?

Lacras que, hay que insistir en ello, están muy lejos designificar monopolio de los campos, de las actividades po-líticas. Y a riesgo de que la incomprensión o la maldadjuzguen que está hablando el autor pro domo sua, escarba-ré en este aspecto.

Ya está muy gastado el disco que sólo cantaba inmorali-dad y flaquezas, de los políticos. En las esferas de acciónprivada, en las empresas particulares de cuyo esfuerzo “siem-pre constructivo y civilizador” se envanece demasiado, porcierto, el capitalismo, sabemos hoy muy bien que existe, allado de las más honradas, de las más reconocidas eficienciasy pulcritud de métodos, la misma o mayor perversidad quepueda haber en los peores elementos de empresas o de si-tuaciones políticas o gubernamentales Puede observarse encualquier grupo humano numeroso, frialdad de batracio,crueldades de hiena. La burla de la confianza, el engaño,hasta sistematizado, el olvido de las promesas, no es patri-monio de políticos, y no sufren de modo muy distinto, casisiempre, electores y accionistas de sociedades anónimas...La comodísima careta de austeridad general y constante delos defensores de potentados de todas las ramas manejadorasde capital propio y ajeno, su estudiado desdén por los políti-cos, engañan ahora menos de lo que engañaban antes. Laconsagración del éxito, y siempre del éxito (cuando no lindepúblicamente con las funciones del Estado), y la búsquedaimpía de lacras y la negación constante de valores moralesen los políticos, es vieja añagaza de hombres que defiendena empresas que viven, en realidad, frecuentemente del apo-yo de los gobiernos y de sus contactos con “políticos”. Laabsolución previa de todos los actos que conduzcan a la for-tuna, cuando se haga ésta en el alto comercio o en la alta

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banca o en la altísima industria —”los tres pilares maes-tros”, “las tres eternas fuerzas vivas de toda sociedad bienorganizada”— es hecho de rigor en el alto mundo de losnegocios. No importa, entonces, que las fortunas se hayanhecho comprando políticos o pervirtiendo hombres de Esta-do; pero siempre se contarán los meses que tarda undesterrado (que casi nunca tarda más) viviendo “de los aho-rros de sus robos”, mientras abre un restaurante mexicanode séptimo orden en Texas, o mientras puede volver un ex-político a cualquiera actividad profesional abandonada porservir a su patria.7 Pero decíamos que todas estas actitudesson ya mejor comprendidas y justipreciadas. Ya no conven-

7 Solopara los efectos, saludables para la juventud, de que pueda verse cómoes difícil volver a una actividad profesional cuando ésta no se relacionacon la política, y cómo, en cambio, es facilísimo traducir en dinero, sise quiere, las enseñanzas, influencias o amistades logradas en la vidapolítica anterior, relataremos esta experiencia nuestra En el año trans-currido desde nuestra renuncia al cargo de Embajador en la ArgentinaY la aparición de este libro (año en el que nos hemos dedicado total,absolutamente, a escribir este libro y - recobrar nuestro hábito médicoprofesional y “ponernos al día” en visjan especialidades quirúrgicas,hasta haciendo cursos de postgrado en Nueva York), hemos tenido, comoes natural escasísimos pacientes, pero, en cambio, hemos recibido, ennuestra, casa de México y durante nuestra estancia en Nueva York,ofertas, para ejercitar acciones “legales” de defensa de Intereses, ¡porun valor de 270,000 pesos. . .! Como tenemos la ingenua creencia deque lo adquirido (en conocimientos, expertenclar legal o Influencias)al servicio de un Gobierno, pertenece al pata y no es propiedad privada,no hemos aceptado, naturalmente, las ofertas ni aún nos hemos paradoun segundo en ninguna agencia de¡ gobierno como no sea para accio-nes de¡ ejercicio profesional médico. Pero puede jurar la Juventud, a laque este libre se dedica, que el comentario de la maledicencia eternacontra los hombres que tienen el pecado de no haber claudicado de supensamiento revolucionario “social”, ha de ser: “Claro, ¿qué le puedenimportar 300 mil pesos a Puig... que ha atesorado millones?” Aunqueresulte extraño que un hombre que ha robado tanto, como siempre sedirá de todos los que tengan el pecado de seguir siendo revoluciona-rios, se empeñe tontamente en volver a empezar la modesta vidaprofesional que dejó, por servir a su país, varios lustros atrás...

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cen los “apolíticos” al pueblo, que sabe que pueden engañarlomuy a menudo, si se quiere, los políticos; pero no de modopeor como lo engañan, muy frecuentemente, hombres denegocios y sus defensores y panegiristas. En el primer casosiquiera se puede —a las veces— castigar el engaño con ladescalificación pronta o tardía, con expulsiones con destie-rros, con muertes, en tanto que hay que resignarse, cuandolos que engañan son los que se dicen “apolíticos”, con pedira los políticos que hagan mejores leyes para que los explo-tadores puedan filtrarse menos por las mallas de la justicia,mejores leyes que sólo defenderán al pueblo mientras losencargados de cumplirlas y de interpretarlas: los funciona-rios y los jueces, no se conviertan, a su vez, en cómplices delos explotadores...

UNIVERSALIDAD DEL FENÓMENOPOLÍTICO-SOCIAL

PERO ADELANTÉMONOS a los críticos serios, no a losmurmuradores perpetuos. Dejando ya la universalidad decaracteres humanos, volvamos a nuestro intento ya expresa-do, de generalización, de universalización de nuestrosfenómenos políticos y sociales. Tal vez no faltarán quienesprotesten de buena fé por ese “atentado contra los pueblosverdaderamente cultos”, atentado que puede constituir, paraespíritus demasiado europeizados, nuestro intento de daruniversalidad al fenómeno mexicano, nuestra afirmación dela similitud de hechos y de vicios de la vida social y políticade México con los de otros muchos pueblos que, digámoslode una buena vez, no tengan “eso” que tantos sabios supues-tos en materia de razas, creen, o gritan sin creerlo, queconstituye “nuestro estigma”: nuestro carácter étnico, queno negamos ni encubrirnos, nuestros millones (¿cinco?,¿seis?) de indios puros, nuestra mezcla tan generalizada de

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español y de indio; es decir, nuestros once o doce millonesde vigoroso y definido mestizaje. ¡Ya casi sólo va quedandoVasconcelos como Ulises Criollo! Los demás, Ulises o no,nos hemos conformado con saber o con aceptar que somosmestizos, o por la sangre, o por el pensamiento... o por nues-tro destino, fatalmente ligado al de los mestizos.

Encuentro en un interesante artículo de Luis Bello, escritodesde Madrid para La Nación, y que se publicó en BuenosAires, en agosto de 1935, una prueba de que aun los fenó-menos que nos han parecido más propios y, a juicio de los“sabios”, “debidos a nuestra tara indígena y a nuestra mesti-zaje” (el caciquismo, el caudillaje político, de capital

y de aldea, el personalismo), no son una herencia indígenani “una fatalidad de mestizos”, solamente, sino, cree Bello,cuando estudia el fenómeno en España una “estructuraciónpsíquica y social, individual y colectiva”, que puede remon-tarse... ¡hasta las épocas de la colonización del ImperioRomano! Vale la pena de reproducir algunos párrafos deBello que estudian la realidad española en ese artículo titu-lado “Conversación sobre las Guerras Electorales”:

Este —dice Bello— es un pueblo viejo, con muchahistoria. Hace más de 30 años los políticos y los es-critores eminente de España convinieron, tras unafamosa información propuesta y dirigida por JoaquínCosta, en que la ‘fórmula’ del ínfimo y verdadero ré-gimen nacional era: oligarquía y caciquismo. Poderpersonal de ciertos grupos, fuertes en Madrid pordepender de ellos el enlace con los jefecillos de gru-pos electorales, fuertes en los pueblos.Acaso tenga [esa “fórmula”: oligarquía y caciquis-mo] corte demasiado local, pues nadie puede decirque estén libres en absoluto de tan extraña confor-mación política todos los países de Europa y de

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América... Y aquí viene otra objeción al sistema—dice más adelante. Si para llegar a los pueblos(a los distritos) el poder, captado por oligarcas oejercido directamente por gestión funcional, nece-sita de instrumentos muchas veces indeseables ycasi siempre al margen de la legalidad; si esa es lasolución que ha encontrado la íntima realidad delpaís para adaptarse a un régimen pegadizo [se re-fiere Bello al régimen parlamentario, en España],condenado la solución está condenado también elrégimen, al menos para España. Ataque de flancoque busca un punto débil, e, indudablemente, cer-tero ;pero que no hiere de muerte. La conformacióndefectuosa del cuerpo político viene de muy anti-guo; no de ‘la cabila’, según la interpretaciónafricanista del iberismo sino más bien de la colo-nización romana —y explicar esto nos llevaría muylejos—; pero estas son las cosas que el tiempo y laley, exponentes de voluntad, van corrigiendo..8

¡Con que ya vemos que habrá que volver los ojos a otrolado, o por lo menos, no a un solo lado (el de nuestra famosatara indígena) para encontrar los orígenes remotos de estasrealidades mexicanas de casi perpetuo caciquismo y caudi-llaje, de altura o de arrabal, que tantos pretenden calificar de“caracteristicas”, de “estigmas constantes y exclusivos deesos países cálidos de sangre india americana”! Y ya se vetambién cómo, al asomarnos más de una vez en nuestro es-tudio a la oligarquía y al caciquismo, tan nuestros también,como lo son de España, no pecaremos de absurdos si pre-tendemos encontrar caracteres de universalidad —ya que no

8 El autor presentó esta cita española en Buenos Aires, durante un cur-sillo de conferencias sobre México, con el desconcierto que podráImaginarse, en un público en el que no pocos eran super-españolistas yanti-indigenistas... por ignorancia, por supuesto, no por esnobismo.

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motivos de disculpa ni razones para resignación— en losfenómenos mismos, en los daños que nos causan y en losremedios que la experiencia ajena y los fracasos mexicanosaconsejen.

Lo que se espera cuandose pierden conductores

QUIENES, POR encima de todo, aspiramos a ver un Méxicomejor estructurado, más homogéneo, de abismos de menosprofundidad entre sus clases (mientras puedan desaparecerdel todo esos abismos), porque lograrlo es condición abso-luta precisa para su paz orgánica y para su perdurabilidad,como país, no podríamos entregarnos a un torpe “derrotis-mo” ni enmudecer por lo que haya pasado o lo que puedasuceder, hoy o mañana, en las filas de los hombres de laRevolución. Lo que nos interesa —siquiera para retirarnos—es señalar lo que ha valido y vale la pena de continuar ennuestro proceso revolucionario; la afirmación de las gran-des cosas logradas, para que no se pierda el tiempo en nuevosensayos, y el abandono de los cauces secundarios, estériles,de resultados dudosos o muy tardíos, que hicieron que seperdiera caudal y volumen de sinceridad y de fé en los cana-lillos de derivación, por donde se escapaba a menudo, pordebilidad, por torpezas, o aun por intereses mezquinos, elimpulso primitivo de la reforma social, indispensable ysalvadora que, empezada a precisar en tiempos de Carranza,adquiere forma y volumen en los días de Obregón y de Ca-lles y ahora se ensancha más, aunque todavía no se afine. Loque se espera, lo que se procura por las derechas, cuando sepierde a un Calles, como cuando se perdió a un Madero o aun Carranza o a un Obregón, es que se gaste en salvas laacometividad revolucionaria, recrudecida o despierta des-

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pués de cada crisis o de cada “purga”, hecha por la naturale-za o por los hombres, en las filas de la Revolución.

Así se enfermó de anemia la Revolución desde sus princi-pios. Porque al día siguiente de la caída de Carranza, paramuchos “obregonistas” ‘de tipo ingenuo, los reaccionariosparecían hasta “adorables” en comparación con los“carrancistas”. Pero esto es hacer el juego, insistimos, a losenemigos del proceso de fondo de la Revolución, que esosno proceden por ingenuidad, por cierto. Saben bien lo quebuscan: que los rencores sigan desmenuzando a los gruposy eliminando más y más hombres, no para sustituirlos porhombres mejores, que eso lo queremos y lo pedimos los re-volucionarios sinceros, sino para que, en cada nueva etapade nuestro proceso histórico, el período de ajuste, de selec-ción de caracteres, vaya deteniendo la aceleración del ritmorevolucionario en el terreno de las obras, al mismo tiempoque desacredita más y más a la Revolución. Por eso nos pa-rece que la actitud revolucionaria debiera ser seguir cadaquien su camino propio, sin preocuparse por lo sucedido, yconsiderar preferible sufrir todo, hasta injusticias de los nues-tros —que son las únicas que podrían doler— antes queconvertimos, en realidad, en instrumentos de cualquier gé-nero de la reacción. Lo que no entendió Calles,desgraciadamente. Aun la mayor actitud de humildad, aunla apariencia o la realidad del mayor fracaso personal ha-brían sido menos lesivas a su carácter histórico y a laRevolución, desde luego, que convertirse, aun sin quererlo,en una bandera de reacción. Por eso nosotros, en nuestrohumilde papel de traductores de la verdad de México, demodestos observadores de su realidad (que es a lo único aque siempre hemos aspirado), escribimos este libro con elque no buscamos éxitos políticos ni puestos; pero con el quesí reivindicamos nuestro legítimo derecho de escribir, cuan-do lo crearnos necesario o útil, como hemos pensado siempre,

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desde que tomamos por primera vez la pluma para definir opara defender a la Revolución.

TAL ES, EN GENERAL, el criterio que normará este libro. Podráparecer, en algunas páginas, de acerada crítica; pero, ademásde que será auto-crítica, en realidad, ya que no intentaremosevadir responsabilidad justa ni solidaridad correcta alguna,legal o moral, nuestro libro no ha de oscurecer, sino de lim-piar, en lo que pueda limpiarse, la historia “política” de losúltimos años. Y por lo que toca a la historia “social”, preci-samente porque sabemos de sobra que tiene detenciones,retrocesos y sombras en ésta como en todas las épocas denuestro proceso histórico, hemos de procurar que resplan-dezcan los indiscutibles fulgores que haya tenido en los añosde nuestra reseña. Esos fulgores de todas las etapas de nues-tras luchas revolucionarias, que no son propiedad privadade tales o de cuales hombres, por cumbres que hayan pare-cido en su día o por indeleble o personal que parezca el selloque supieron imprimir a ciertas épocas, sino propiedad legí-tima, intangible, de un carácter más alto y duradero, en elespacio y en el tiempo. Carácter siempre limpio de inten-ción, repleto de sinceridad, acicate cuando no creador detodas las grandes realizaciones: el pueblo de México. Pue-blo que ha hecho todas nuestras modestas glorias con sucarne y con su espíritu colectivo, gran maestro y forjador denuestro fenómeno social máximo, desde que México esMéxico: La Revolución que, empezada en 1910 con carac-teres predominantes políticos, se transforma, aun desde antesde morir Madero, en revolución “social” que busca una mejorestructura, física, económica, política, espiritual, orgánica,en una palabra, del México feudal que existía.

Cuando se tiene alguna sangre,siquiera, de escritor

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Y HASTA MOTIVOS, ya personales, por último, de orden pro-piamente literario, hay en nuestro espíritu para querer“universalizar” los fenómenos nuestros, mexicanos, y parano sentir ni tratar de inspirar encono por ninguno, absoluta-mente por ninguno de los personajes de altura o secundarios,amigos o enemigos, revolucionarios o reaccionarios, queformarán parte del material humano de esta obra. Por esomismo, porque van a formar parte —con nombres o anóni-mos— de nuestro material literario.

Por poca sangre de escritor que se tenga, llega a sentir porlos caracteres lo que de muchachos nos pasaba en los cursosde microbiología, cuando veíamos aparecer en los camposdel microscopio, guiados por nuestro viejo maestro Fabela,gérmenes bien coloridos. ¡Hasta los más virulentos nos pa-recían amables cuando “tomaban” bien el Graham! U otrasveces la roja color del protoplasma hacía interesantes, des-de un punto de vista artístico, de trabajador de laboratorio,hasta a las celdillas cancerosas... Y podemos anticipar nues-tra convicción de que ni siquiera tropezaremos con muchasde éstas en el correr de los años que estudiará el libro.

Años que son de “confusionismo”, porque, por torpeza, oarrastrados por un error casi universal, no vimos a tiempo la“confusión” mental y material que estaba produciéndose enMéxico corno en todo el mundo... y llegamos a erigir la con-fusión en sistema. Años que, en nuestro medio, eran deensayos, algunos estériles; otros. luminosos. Años, no haypor qué no confesarlo, de “entelequias” políticas, en la exactaconnotación del término; de atraso de realizaciones de or-den “social”; de sobre abundancia de fenómenos políticos.Si exhibimos y condenamos esa monstruosa proliferación“política” que estorbaba, nulíficaba o imposibilitaba, de 28a 35, la obra social enérgica e inteligente de la Revolución,con sólo eso creemos que prestaríamos algún servicio, comopodrá quizás prestarse cuando confesemos que fueron esos

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años, como los de 35 acá, en muchos instantes de pérdida defé en los rumbos primitivos. Tiempos, los de ayer y los dehoy, en los que se ha preferido, a las veces, seguir torrenterassecundarias, artificiales, por las que se precipita la fortalezarevolucionaria combativa. Y prestaremos algún servicio auncuando no podamos negar que, en ocasiones, esto se hizopara engañar al sentido social de la Revolución. Años, enfin (los de 28 a 32 particularmente), de un fondo constantede molestia, de un ambiente de irritabilidad casi enfermiza,producto de la crisis crónica que provocó la pistola automá-tica de Toral. Y que intensificó, más tarde, el revolversuperfino de Flores. Años de desesperante mediocridaden algunos planos, mediocridad que después se ha quin-taesenciado; de achatamiento progresivo (en no pocoscasos) de fenómenos originalmente generosos y de ca-racteres desgastados.

Pero la esperanza, nunca apagada, del pueblo. Su decisiónpara hacer nuevos sacrificios. Su generosidad al poner su féen nuevos hombres cuando ya no la vayamos mereciendolos chicos o los grandes de antes o de ahora. Su voluntad detriunfar alguna vez; de estructurar un México mejor que atodos acoja, limpia y redime de impurezas atenúa fracasos ypresagia el éxito final de la Revolución. ¡Que la vida conce-da a nuestros hijos, si no a nosotros, verlo!

CAPÍTULO VIPOR QUÉ NO HA PODIDO SER LIQUIDADA

LA REVOLUCIÓN

PARA LA SERIE de acciones y reacciones; hasta para juzgar dela conducta de los diversos elementos humanos de alturaque van interviniendo en el drama (aunque este juicio seaapenas secundario, intrascendente, ya que lo que importa esla comprensión de los fenómenos); para entender la vida deMéxico y poder entonces, con mediana sagacidad, avizoraren el futuro, debe tenerse presente el constante “devenir” denuestra Revolución. No olvidar que el fondo predicado, gri-tado a todos los vientos, a cada instante de más de cincolustros ya, enarbolado como justificación suprema ante elmundo civilizado, era y sigue siendo: que se estaba y que seestá operando en México un hondo proceso revolucionario,de carácter “social” para aproximar, siquiera (como aspira-ción mínima), la vida de grandes masas de nuestro país a lasnormas humanas del siglo XX. Algo, aun en su aspecto mí-nimo de aproximación a las condiciones de vida másfavorables que haya producido el capitalismo en los paísesmás civilizados, algo mucho más comprometedor y durade-ro que cualquier programa político o de partido o quecualquiera conexión personal con caudillos o con líderes.

Y aunque no llegara a estar nunca total, nítidamente defi-nido, ese proceso social, económico-social-educativo (y tal

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vez precisamente por no estar definidos sus alcances), nadase hacía o se intentaba o se intenta, “sino por la Revolución...”Pensárase sólo, con espíritu de liberal-socialista-cristiano, enresultados muy modestos; pusiéranse los directores, comolímite, la condición del obrero y del campesino en los Esta-dos Unidos, o fueran guiados, otros, por la ilusión lógica, denuestros tiempos, de fuertes posibilidades de avance socialaún mayor, de más profunda modificación de la estructuraeconómica del país hasta procurar su relativa independen-cia, de más justo rendimiento, para los trabajadores y parala nación, de los medios económicos de producción, de másinteligente manejo de los medios de transporte, de monedao de crédito, siempre, en la totalidad de los casos, los gober-nantes y los líderes políticos y sindicales de México, hansostenido “que buscan, en el mejoramiento, rápido, de nues-tras grandes masas, aliento inspirador para sus acciones”.En ese deseo de mejoramiento, tan cacareado, se ha hallado,siempre, última excusa para todas las posturas de gobierno.Se habría necesitado, entonces, que nuestro pueblo fuera unconglomerado compacto de imbéciles, para que no se hu-biera aferrado definitivamente a esas esperanzas deredención, siquiera a las más modestas que, para la genera-lidad, no han llegado a realizarse. El pueblo, claro está, haido creyendo y dejando de creer en directores, en guías; perono ha perdido su fé un solo segundo, desde que se logró ladefinitiva agitación de sus conciencias, en la necesidad y enla posibilidad de éxito de reformas de carácter económico-social precisas para “su” mejoramiento. Por eso ha repudiado,muchas veces ya, a hombres de la revolución; pero no haabandonado jamás la idea renovadora, radical, que pudieraconducir a la transformación, rápida, de sus modos primiti-vos, lamentables de existencia. Cuando haya podido parecerque “se sigue a quienes combaten el 'agrarismo'”, por ejem-plo; a quienes invitan al pueblo a derrocar gobiernos que

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“desconocen” o que “atacan” su religión, aun en esos casos,la aparente movilización anti-revolucionaria se logra, por-que se ha minado, antes, el campo de la fé pública, por actosinsinceros de falso revolucionarismo, o porque se descora-zonan los campesinos por la opresión de malos comitésagrarios (camarillas de políticos voraces que hayan hechomedio de opresión y de medro personal de la doctrina re-volucionaria), o porque el pueblo, que no se engaña casinunca, comprende que se va. interesadamente, la acciónde los gobiernos, a las veces, por los canalillos fáciles,mentirosos, de “intentos de sólo modificación de su espíri-tu”, con abandonos de los propósitos iniciales demodificación íntegra de su miserable vivir. Entonces apa-recen “cristeros” y “anti-agraristas”, pero que vuelva la féa esas masas; que palpen beneficios indudables, que mejo-ren su existencia, Y vuelve a producirse el milagro de laexaltación revolucionaria. Esta es la verdad, aunque casinunca hayan querido entenderla quienes se hacen la ilu-sión de que puede conservarse indefinidamente, la fé delpueblo, cuando ya ni la acción, ni el pensamiento, corres-ponden a la postura revolucionaria primitiva.

Y a nadie puede extrañar que los nuevos ritmos de unarevolución en marcha vayan dejando atrás a hombres quesobreviven sólo físicamente a su época. Cuando exigenciasnuevas del sentido social de la revolución, o el desencantode las masas por la moderación del ritmo impreso por losdirectores, o espejismos de la vida exterior —que fatalmen-te obra y reacciona sobre el proceso netamente mexicano,en esta época de real interdependencia universal—; cuandocualquiera de esas como se produce, vienen, inevitablemen-te, desalojamientos de hombres No porque los políticos, contodas sus lacras de humanos, ni las masas, con su naturalinquietud y hasta con su veleidad psicológica, característicade las multitudes, sean más crueles que en cualquiera otra

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parte, sino porque, en México, se halla, en marcha un fenó-meno revolucionario, o, lo que es lo mismo, de evoluciónforzadamente acelerada, de carácter “social”.

Ahora bien, las dos únicas “maneras” históricas que noso-tros conocemos para “la liquidación” de un proceso socialrevolucionario, son, y nos parece que siempre serán: el cum-plimiento, la satisfacción de los fines mínimos buscados, oel definitivo abandono de ellos. Pero abandono decidido nopor dirigentes cansados o vueltos tímidos, o desencantados,u oportunista sino por el pueblo que aceptó hacer la Revolu-ción, y que la sigue haciendo (en tanto que no se cumplenlos fines primordiales), hasta cuando viejos directores o guíasle aconsejan que se detenga. Las maneras clásicas de liqui-dación revolucionaria no se han producido su México. Poreso continúa la Revolución; por eso, aunque fatigue a losingenuos o a los reaccionarios, tiene que seguir existiendo;eso es todo. Ni aun los fines mínimos, infra-mínimos, origi-nales (sufragio efectivo, muy moderada justicia social), sehan conseguido plenamente. Las grandes masas del país nohan podido conformarse con los resultados, ni con los polí-ticos, ni con los de orden económico-social, aunque, enalgunos renglones, esos resultados parezcan muy satisfac-torios ya; a veces, hasta admirables.

Por eso, por la insuficiencia general de lo conseguido, noha podido haber, como sucedió en Francia, con Napoleón,ni siquiera regímenes que liquidaran forzadamente la revo-lución. Liquidándola, por supuesto, aunque forzadamente,por el procedimiento indudablemente constructivo, creadorde nuevas formas de vida política y social, que significó elperíodo del “Consulado”. Conservando de la Revolución,de sus épocas atormentadas, lo que se juzgó vital, anhelonacional, necesidad imperiosa colectiva. Dando, en una pa-labra, forma legal, jurídica y, al mismo tiempo, práctica, a lacriatura que había llegado a la mayoría de edad con la Revo-

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lución Francesa: el burgués, y amortajándose (transitoria-mente, mientras renacía parcialmente en el Imperio) lacriatura muerta: el aristócrata.

En México empieza prematuramente el intento de “liqui-dación” revolucionaria, con la obra de los constituyentes de1917 y se acentúa con los períodos gubernamentales deObregón y Calles; pero no puede completarse, por dos razo-nes. La primera, porque la Revolución se va superando, acada instante: es decir, buscando la solución, cada vez, demás hondos problemas. La segunda, porque aunque resultedoloroso confesarlo, ni aun los lineamientos claramente tra-zados ya, hasta 1925, se siguen después con absoluta firmeza,con unidad de pensamiento y de acción, con la unidad indis-pensable para un éxito modesto, pero generalizado, integral.Abundan los instantes en que factores de todo orden, ajenosal sentido “social” del movimiento revolucionario, distraenla acción o nulifican los programas. Y el resultado de la dis-persión o de la atenuación de los esfuerzos de naturaleza“social”, es que vaya siendo imposible conseguir, para Méxi-co, la vida más homogénea, mejor estructurada, de aspectosrealmente civilizados, por humanos. Desiderátum que pare-ce superior, en ciertos instantes, a las posibilidades y a lasfuerzas. Pero no era imposibilitado en realidad sino por elfenómeno yuxtapuesto, perturbador, de las luchas políticas,de los odios personalistas, de los apetitos de facción, de losintereses, en fin, que, de modo fatal, iba formando la vida.El pueblo, naturalmente, ha fallado, en cada detención o re-troceso o expresión de desencanto, que la consecución,posible, de los fines buscados, ha sido estorbada por la faltade sinceridad o de valentía o de fé o de continuidad de ac-ción o de inteligencia; por la atenuación o la pérdida delentusiasmo revolucionario; por la incomprensión de líderescansados; por la fatal caída de las fuerzas de directores vie-jos —en edad o en tiempo de lucha— a quienes va aplastando

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por cualquier medio, o por cualquier motivo, la vida. Y en-tonces se produce, también por cualquier medio o porcualquier procedimiento, su olvido o su eliminación.

Sin pretender profundizar en ese fenómeno de desencan-to. previo a la caída de los hombres, en los movimientosacelerados de orden social, que son las revoluciones en mar-cha, podemos apuntar que, aparte de motivos más personaleso egoístas los abandonos o los desfallecimientos en la ac-ción revolucionaria, han resultado frecuentemente de lapérdida de la fé que viene, sin que nada pueda evitarlo, cuan-do se gasta la energía en luchas de campanario; cuando sepermite, por ingenuidad o por mala fé, que se abandonen loscauces legítimos de lucha, por vericueto, de egoísmos polí-ticos o por líneas fantásticas que a nada en realidad conducen,como no sea a la división de los hombres, a la paralizaciónde los esfuerzos constructivos, a la confusión en los senci-llos espíritus del pueblo y, al fin y al cabo, a la indiferenciao al desdén de las masas. ¡Cuántos abandonos de éstos, decauces de mejoramiento humano, por torrenteras inútiles enlas que se pierde el fuerzo constructivo de la Revolución,hemos presenciado...! Y lo curioso es que entonces, precisa-mente, es cuando las resistencias clásicas, las llamadas“capitalistas”, son menores. Porque como es natural, menosse alarman los sabios, grandes intereses, con una lucha esté-ril, artificiosa, que con una política firme y sincera demodificación profunda, generalizada, de la estructura eco-nómica y social. A su tiempo lo veremos con toda claridad,por ejemplo, en los casos aquellos, de 1931 y 1934, cuando,contra la voluntad del presidente Ortiz Rubio y del presi-dente Rodríguez, se produjeron resurrecciones, interesadasy oportunistas, de viejas luchas a las que en 1926 había idocon toda justificación —con toda la razón original de suparte— el gobierno revolucionario. Las agitaciones de 31 y34, de aspectos de campaña anti-religiosa, insincera, sólo

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oportunista, para parecer “radicales”, en un aspecto de su-puesta acción revolucionaria, que sólo costara sangre, peroque no hiriera intereses de latifundistas ni banqueros, teníaque ser considerada por el verdadero pueblo, cosa muy dis-tinta de aquella acción de defensa legítima de la Revolución,cuando, en 1926, los errores de la jerarquía convirtieron enrebelión armada un proceso íntimo, bastante casero, de su-cesión arzobispal... Por eso, en 26, las masas estuvieron conla Revolución, y en 31 y 34 sintieron desdén por los “radica-lismos”, el último de los cuales había sido despertado porun “tamborazo”9 del general Calles, que ingenuamente juz-gaba que con él se ponía a tono con la propaganda, de ordeneconómico-social, fundamentalmente, que ya venía hacien-do en su campaña, Cárdenas...

9 Llegaron a llamaras así: “tamborazos”, las declaraciones que hacía elgeneral Calles al volver de la playa El Tambor. Al tomar, entonces,íntimo, nuevo contacto con la vida del país, a veces, por desgracia, eradesproporcionado el gesto e inconveniente la actitud. Y no nos quedael remordimiento de haber escrito nosotros ninguna de esas declaracio-nes oportunistas, nosotros que como se verá en el libro, fuimosintérpretes del pensamiento de Calles muchas veces, y que pensamoshoy exactamente como entonces escribimos.

CAPÍTULO VIINOS ASOMAMOS AL “DUALISMO” Y

AL FENÓMENO DE “LA RESISTENCIA”A LEGALIZAR “LA DICTADURA” DE CALLES

ALGO Y HASTA mucho de todo esto —abandono de caucesútiles por torrentes estériles— hubo del 29 al 34, como lo hahabido después. (En ningún caso, ya lo veremos detallada-mente, cuando teníamos responsabilidad concreta, dejamosde cumplir con nuestro deber de advertir el peligro y la in-utilidad de esas desviaciones. Y cuando pudimos, dejamos,hasta en “actas de consejos de ministros” la prueba de nues-tra actitud). Al lado de claras visiones, de firmes propósitoscómo la intensificación del ritmo de la distribución de tie-rras, en tiempos de Portes Gil, o de afocamiento del problemaagrario por líneas de resolución integral, con crédito ejidalsuficiente, en los días del presidente Ortiz Rubio (propósitoque fracasó no por culpa del jefe del Estado); al lado de lacampaña para la elevación del jornal, en la época del presi-dente Rodríguez, y de su tesonuda decisión, tan rica enresultados, para una política “revisionista” en la Secretaríade Relaciones, que dejara franco el camino a la Revolución,por lo que se procuró y logró en Montevideo y por el defini-tivo arreglo de punzantes problemas internacionales; juntoa estos detalles luminosos del período 1928-34 (que ya cita-remos más en el curso del libro), hay días y más días deverdadera confusión de intentos; de heterogeneidad abra-

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cadabrante de supuestos revolucionarios que se odia-ban entre sí corno no fueran nunca capaces de odiar—doctrinariamente— a la reacción. Convivencia de elemen-tos heterogéneos que determinaba, y sigue determinando,un casi constante aquelarre político. Pero no fué ese período(ya lo hemos afirmado en nuestro libro El sentido social delproceso historico de México, y creemos que podremos aho-ra probarlo), no fué ese período, ni aún en lo político, unaetapa de sólo regresión y menos de dictadura constante deCalles, vulgar, franca o cínica, ni siquiera de aquellas que sedisfrazan con la cómoda piel de gobernantes de juguete, re-signados y siempre mansurrones a la voluntad de un poderdetrás del trono.

No; nuestro relato de esos días no será la historia de unadictadura de sólo regresión social, ni la de una tiranía sinresistencias, como tantos creen, o dicen, que fué ese períodode la vida de México, “sin gestos de protesta, sin más acciónde los jefes del Estado que la de un modesto ritual adminis-trativo y protocolario”. Ninguno de esos fenómenos fué elcaracterístico o constante o superior, de diciembre de 28 ajunio de 35, período en el que la influencia de los hombres,por poderosos que parecieran ser, era siempre cortada enángulo recto por un generoso propósito de creación de vidainstitucional, y por el sentido, muy despierto, de las masas,que exigían acción social renovadora y que la conseguían,aunque moderada, por la brutal predominancia de los fenó-menos simplemente “políticos” que tenían que detener, entodos esos años, la acción propiamente “social”.Parafraseando a Tardieu, podríamos decir: “gastada por susquerellas, la revolución no tenía tiempo para los principios”.

NUESTRO DRAMA es más complicado que cualquiera tiraníapersonalista. Estas son fenómenos de todas las latitudes, detodos los tiempos, y más de los actuales, con sólo circuns-

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tancias favorables a la extrema concentración del mando.Pero “la materia literaria” de nuestro libro será otra, muydiversa, en el fondo, aunque a los cortos de vista, y hasta agentes no profanas en cosas de política, pudiera parecer elfenómeno en algunas de sus fases, el mismo, en esas etapasde la vida del general Calles. Porque, efectivamente, él fuéla influencia determinante, absoluta, de gobierno y de polí-tica (y nosotros la aceptamos entonces y ahora la seguimosconsiderando como útil y hasta indispensable), en diversosmomentos de este periodo, cuando había concluido ya sutérmino presidencial. Pero sólo fué ese el caso, dictatorial ohasta tiránico, en ciertos momentos que no bastan para ca-racterizar todo el período y menos para comprender susdiversos fenómenos.

Período de la acción “política” de Calles, después de sutérmino constitucional de gobierno que, para ser compren-dido en relación con el proceso social revolucionario deMéxico (que es el que nos interesa), tendría que descompo-nerse en dos etapas.

Hasta 1932 existió indudablemente en México, a gusto, osiquiera con el consentimiento tácito o expreso —ya lo ve-remos después— de los presidentes constitucionales, o contrasu voluntad, pero con su resignación mansa o forzada, tem-poral o permanente; existió, decimos, un régimen extraño (acuyo origen, a cuya creación, con su sentido inicial, contri-buyó el autor, ya veremos cómo y hasta qué punto), régimenque llamaremos de “dualismo político”,10 que a veces dege-

10 A sabiendas de que “dualismo” no tiene la significación que en estaobra lo damos: “entelequia de gobiernos de dos aspectos, formas, acti-vidades y hasta orígenes”, nos decidimos a emplear el término por nohallar otro que englobara mejor las diversas calidades y grados del fe-nómeno de acción de Calles, del 29 en adelante. No era siempre una“diarquía” el gobierno de México en ese período; no era de modoconstante la Influencia de Calles sólo “política”; no siempre era “real’’,fué, por mucho tiempo, hasta “mítica”. Se nos figura que caben losdiversos matices de su acción en la palabra “dualismo”, que bien

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neró, por lo que hemos de ver, en un “dualismo guberna-mental”, en una verdadera “diarquía”, no señalada en laConstitución mexicana y de imposible existencia normal,continuada dentro de nuestro sistema, neta, exagerada, has-ta rabiosamente presidencial de gobierno.

Sería ingenuo negar —y sobre todo nosotros— que en vir-tud de la existencia de ese “dualismo” (que produciríasituaciones de “bicefalismo” real del Poder Ejecutivo), laacción de Calles, sin tener siempre características de cons-tante o de aceptada dictadura, y menos de tiranía, muchas

sabemos que significa: “Creencia que consiste en considerar al Univer-so como formado y mantenido por el concurso de dos principiosigualmente necesarios, de dos esencias diversas y que pueden ser hastacontrarias”. Así, sabiendo, insistimos, que cometemos un pecado con-tra el lenguaje al emplear una extensión connotativa no aceptada porlas academias, “dualismo” a nuestro fenómeno artificioso mexicanopor el que existía, y se aceptaba que existiera, la parte de Influenciapolítica o de gobierno o hasta mítica de Calles, como un principio ouna esencia distintos del exacto significado de gobierno regular... porconsiderarlos (hasta 1935) o tolerarlos como un mal... o un bien, nece-sario. De modo curioso, Ya empezado este libro, en La Religión de losAztecas, interesante monografía de nuestro sabio Alfonso Caso, halla-mos un párrafo en el que, al hablar de las etapas más avanzadas de lacultura religiosa, dice que “se llega a concebir que todo cuanto existeobedece a la acción de dos principios antagónicos, que luchan eterna-mente (dualismo)...” Pues bien, en nuestro curioso proceso políticomexicano del 28 al 36, la concepción, hasta la popular, no fué muydistinta, en el fondo, de esto. Se llegó a concebir que todo cuanto en-tonces exista obedecía a la acción de dos elementos, frecuentementeantagónicos, que luchaban entre sí: los presidentes de la República... yel general Calles. Por supuesto que ese fenómeno de lucha, aunquemuy real, no fué constante en el caso del “dualismo”, ya no religiososino político, del período 28-35; pero véase cómo, aun con esa inter-pretación popular, que todos habrán advertido en México, en esos días,encaja la palabra “dualismo” en nuestra realidad de esos tiempos. Enfin, quienes no acepten esta nota, pueden anatematizarnos también poreste concepto de poco gramátIcos, y entender, cada vez que se hable deaquel “dualismo”, que se refiere el autor al gobierno a la, influenciapolítica o de cualquier orden, de dos personas: quien fuera por esosdías presidente de la República, y el señor general Calles.

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ocasiones pareció una y otra, y hasta diremos que lo fué enlos instantes más agudos de la crisis casi sin término, provo-cada por el asesinato del presidente electo, Obregón, cuandola crisis crónica se agudizaba, por reacciones políticas o deorigen “social”, en super-crisis, verdaderas, artificiales oprovocadas.

La segunda etapa de la acción post-presidencial de Callescomienza desde fines de 1932, pero se significa más, hastaque diáfanamente precisada, por un documento escrito, des-de que en septiembre de 1933 el presidente AbelardoRodríguez, con conocimiento de Calles concluyó, de hecho,con el régimen de “dualismo gubernamental”, aunque per-mitiera el general Rodríguez que continuara un “dualismopolítico” que, lógicamente, debía ser el presidente Cárdenasquien lo destruyera, cumplido ya el término racional, máxi-mo, de la crisis crónica, es decir, pasado el vado políticodeterminado por la muerte de Obregón.

Pero el fenómeno superior, insistimos el más constante,hasta imprimir sello característico a toda esa época, en lopolítico, es el de una resistencia decorosa, pudorosa, en casitodos; en los presidentes de ese período: Portes Gil, OrtizRubio y Rodríguez; en el mismo general Calles (cuando sedaba cuenta de su posición, peligrosa, por equívoca, en mu-chos ministros, en numerosos jefes del Ejército, en no pocascabezas del Partido Nacional Revolucionario. Resistencia aaceptar francamente que debiera perdurar —de modo inde-finido— esa extraña situación extra-constitucional, yresistencia también (ésta definitivamente triunfadora, en elánimo de Calles y en el de todos), a regularizarla o legali-zarla de modo inequívoco, como se estaba haciendo entonces,y se ha seguido haciendo en varios pueblos “faros”, con muyreales dictaduras y hasta con tiranías. ¿Fenómeno sólo demarrullería política, de gazmoñería de falso puritanismo le-gal, de hipócrita ocultación, esa “resistencia” a aceptar como

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“indefinida”, en tiempo y en amplitud de acción, o a legali-zar de alguna manera (más inteligente que la torpe“regularización” de la “jefatura máxima” de que despuéshablaremos), esa “injerencia” extra constitucional de Callesen esa época? Creemos sinceramente que no.

NO PRETENDEMOS, por supuesto, que fuere ese un fenómenode resistencia siempre consciente en todos, ni que la resis-tencia, cuando fuera consciente, se originara principalmenteen un sentido de vida institucional, muy despierto. No lleva-mos nuestra ingenuidad política hasta suponer, tampoco, quefuera inspirada la resistencia por directores de altura, espe-cialmente celosos de la democracia y de nuestras normasconstitucionales. ¡Habría parecido insincero, hastapedantesco, un Poco ridículo en realidad, cuidar con tantocelo “eso” en una época del mundo, y sobre todo en un paísen el que se ha vivido, casi constantemente (por hallarnossometidos a un proceso de revolución en marcha), al mar-gen de la ley...! No; nos parece que el fenómeno de “laresistencia” a una dictadura real, permanente, constante, in-definida de Calles, era algo menos, pero también algo másque todo eso. Era originalmente en Calles, firme, sincerísimaconvicción de los males que trae el “caudillismo”, aun conel mejor de los “caudillos”. Era, sin duda, en los presidentesde la República, al mismo tiempo que una actitud hasta ins-tintiva de defensa humana, naturalísima (ante la invasiónfrecuente de campos y de facultades), era una postura dedecoro, muy legítima, para salvar su responsabilidad histó-rica, legal y moral. Pero me consta que en todos ellos,además, y en no pocos colaboradores de la época, era unamanifestación (casi siempre desconocida, menospreciada,mal interpretada y siempre motivos de desconfianzas y dehablillas en el entourage inferior de Calles), una manifesta-ción de verdadera lealtad, de muy sinceros intentos de

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salvación para la Revolución y ante la historia, de un nota-ble carácter: el de Calles.

Por encima de todo, era “la resistencia” una resultante vagadel proceso revolucionario mismo por su carácter predomi-nante “social” incumplido. Era tan acto instintivo del sentidosocial de la Revolución que se resistía a crear un super-go-bierno que pudiera intentar “liquidarla” antes de versatisfechos sus grandes fines, o capaz, ese super-gobierno,por su fortaleza física, militar, de oponer en el futuro diquesinvencibles a las ansias y a las necesidades reales del pue-blo. Instinto de no consolidar en una super-estructura política,novedosa, de gobierno a ningún nuevo caudillo que hubierasurgido o que pudiera surgir después de muerto Obregón.Por esto: porque en último extremo la vida política de Méxi-co ha sido, en estos años, una defensa contra la resurreccióndel régimen feudal del “caudillaje”, tiene señalado este li-bro, desde su carátula, como uno de los fenómenosdeterminantes de la situación actual, El crepúsculo de loscaudillos. No sólo el del general Calles. Mucho menos quenos hagamos la ilusión de que ha salido ya del todo, Méxi-co, sociológicamente, de la época de los caudillos. Pero síque el fenómeno capital, en el orden político, de los últimostiempos, ha sido, es y seguirá siendo, surgir de la malezamedieval del caudillismo latino-americano, como lo ha sidoen el orden social, salir del medioevo de nuestro régimeneconómico. Llegar, en una palabra, a formas nuevas de unademocracia, pero de muchísimo más sentido social, por su-puesto, que las democracias liberales del siglo XIX.Aspiración que no difiere en el fondo de la fórmula que pre-sentó Roosevelt a los pueblos de América en su viaje aBuenos Aires: “libertad democrática y justicia social”. Sóloque en pueblos como México, retrasados en su evolución yque necesitan imperiosamente una transformación acelera-da, no puede pensarse que justicia social pueda existir con

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el abandono real de las clases débiles, por la protección cons-tante aun legal, de las clases privilegiadas. Con mucha mayorenergía y frecuencia que se ha hecho en los Estados Unidos,desde el New Deal, habrá de necesitarse en México, a me-nudo, aumentar de tal modo la protección a las clases débiles,para acelerar su mejoramiento, que esa protección ha deparecer inevitablemente a las veces, ataques a, o abandonode las clases privilegiadas. Cuando una realidad punzanteobligue a sacrificar los intereses de los menos en aras denecesidades imperiosas de los más. Sólo que (y esto es loque distingue a los “estadistas” de los demagogos), hay queestar plenamente seguros de que se consigue ese mejora-miento y no ceder a impulsos demagógicos estériles.

PRUEBA DEFINITIVA nos parece, de que el fondo psicológicodel fenómeno “de la resistencia” a la acción irrestricta enamplitud y en tiempo de Calles, era un deseo y un acto ins-tintivo de salir de la época de los caudillos, podemos hallarlaen el hecho indiscutible, innegable, de que la aparición deltítulo de “Jefe Máximo de la Revolución” con que se quisosublimar a ese carácter en los últimos años de su influencia,fué un incidente oscuro, casi anónimo, muy difícil de preci-sar en fecha y en exacto origen. Sería interesante, sería muyilustrativo encontrar en qué acto, por primera vez, y porquien, se usó me título de “Jefe Máximo de la Revolución”,al dirigirse o al referirse a Calles. Pero lo que sí podemosafirmar es que no fué Calles quien solicitó el absurdo títuloy que no le fué concedido, siquiera, por resolución “oficial”del Partido Nacional Revolucionario, aunque después deaparecido llegara a ser usado por todos. El título contraria-ba, hacía más difícil, “confundía” el sentido íntimo delfenómeno político que tan trabajosamente veníaprocurándose desarrollar: el establecimiento, la afirmaciónde la vida institucional del país... Se dice con insistencia que

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el nacimiento del “maximato” (del título, por lo menos), fuéde generación casi espontánea; que por primera vez se oyóel nuevo grado “conferido” a Calles en una salutación, en suonomástico, en Santa Bárbara en 1931; otros aseguran quefue poco después, pero en el mismo año, en una comida depolíticos del Estado de Morelos. Pero como quiera que hayasido, fué un acto que trajo después serios atrasos, y no fuésiquiera, manifestación hábil o habilidosa, “política”, aun-que tiene como única excusa la de haber sido la etapa finalde un verdadero mosaico de tentaciones y de tanteos en unaépoca en que, indiscutiblemente también, Calles represen-taba más el sentido social de la Revolución ante las masas(aún las desafectas a él), que el jefe del Estado, que lo erapor entonces el ingeniero don Pascual Ortiz Rubio. Ante losataques, infundados los más, de “extremo derechismo” detodos los sectores de esa Administración (ya hemos de verque no era así), lo único que parecía posible era mantenerencendida, bajo el cuidado supremo de Calles, aunque fueraya vacilante, la llama revolucionaria “social”. En tanto queno fuera factible, por la constante distracción de las fuerzasen el problema netamente político de todos los instantes, yno sólo ni principalmente por culpa o responsabilidad deCalles, sino por el cansancio, el desencanto y el aburguesa-miento de viejos líderes que la revolución recobrara su ritmoy tomara el nuevo impulso que las masas exigían, el dilemade los hombres con sentido revolucionario era: irse a Texas,a correr los riesgos “mentales” de los “revolucionarios” enel estéril exilio, de despechos, de murmuración, que por ne-gar todo llegan a considerar a don Lucas Alamán como eloráculo de más alta sabiduría de la vida de México, o con-formarse con que, como Vendimión, en el verso de GuerraJunqueiro, “siguiera viviendo...” una vida tímida, vacilante,el sentido social de la revolución mexicana.

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Pero todo esto; los tanteos, los errores, losdesfallecimientos, los escrúpulos de conciencia, los brotesde sinceridad que hasta en los consejos de ministros, y algu-nos presididos por Calles, se dejaban oír, pidiendo mayor“radicalismo”, más claro sentido social en los actos de losgobiernos de la época, particularmente en los días de OrtizRubio; todos los errores, el más tremendo de todos el de “lajefatura máxima” (el más tremendo de todos porque tendríaque conducir, lógica y fatalmente, a fortalecer el caciquis-mo de provincia y de arrabal; porque habían de nacer, o derobustecerse, a su sombra, muchos jefecillos “supremos” encada Estado y hasta en cada sierra y villorrio); todo espera-mos que surja claramente, como lo veremos más adelanteen. esta obra. Para nuestro propósito en estos capítulos: aso-marnos al panorama de conjunto y a su background; haceralgo como un resumen de la obra y señalar el campo y “lamanera” literaria de nuestro “testimonio interpretativo”, nisiquiera importaría que no fuera aceptada nuestra afirma-ción capital anterior: que al hablar del período 28-35 nopodría escribirse, porque no lo fué, la historia de una dicta-dura o de una tiranía vulgar. Y no importaría, porque lo quevamos a decir nosotros en los capítulos que se refieran al“dualismo”, no será ni describirá sólo (tenemos que repetir-lo), un caso común u original o distinto o extraño, de una detantas dictaduras y tiranías de nuestra América. Más bien hade servirnos la relación y crítica de la política de esos tiem-pos, de antecedentes, de elementos de comprensión, delestado actual del problema social mexicano.

Se entenderá mejor, con esos antecedentes, por qué hadurado tanto el desarrollo de nuestros procesos, por qué tie-nen que ser abandonados los hombres y por qué se produceninevitablemente épocas como la actual, de una aceleracióntan violenta del ritmo revolucionario, que se espantan losingenuos, tiemblan los tímidos y se separan de la línea de

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responsabilidad y de deber aquellos que van perdiendo, porla obra de erosión que hace la vida, las aristas recias, primi-tivas, de su carácter de renovadores sociales, al mismo tiempoque todo género de detritus va cegando en ellos las fuentes,antes ricas, de su valor y de su generosidad, en vez de hacerlo único que sería útil: analizar valientemente y decir la ver-dad, pero permaneciendo siempre en el camporevolucionario.

Pero aun antes de profundizar, como podamos, en los an-tecedentes del fenómeno del día, propiamente “social”, hande brotar de este libro tres cosas que nos parece que salendel marco mexicano y que toman, o pueden tomar, interés oalcances de universalidad, sobre todo para nuestra América.

CAPITULO VIIICÓMO Y POR QUÉ LA CREACIÓN

DESTRUYE A SU CREADOR

LA PRIMERA y la más importante de las cosas fundamentalesque pueden surgir de este libro, sería la explicación lógicadel fenómeno que viene operándose en México desde junioy diciembre de 1935, cuando con asombro de muchos. Y seha puesto en marcha hasta con absurdo terror de no pocos,acelerada la Revolución, tal corno lo habíamos anunciadonosotros que tendría que suceder. Como lo habíamos anun-ciado desde antes de la toma de posesión del presidenteCárdenas, en declaraciones hechas ante el Cuerpo Diplomá-tico, en nuestro carácter de secretario de Relaciones delgobierno del presidente Rodríguez y aprovechando la opor-tunidad de despedir al Embajador Uriburu, de la RepúblicaArgentina. Y lo habíamos anunciado no porque fuéramosprofetas, ni siquiera porque nos lo hubiera dicho el futuropresidente, Cárdenas, sino porque sabemos ser medianosobservadores de nuestra vida mexicana y porque conveníaque particularmente los representantes extranjeros se fueranacostumbrando a la idea de que, al hacerse cargo de la Presi-dencia el General Cárdenas, tendría que producirse, fatal,inevitablemente, una aceleración en el ritmo de la acciónsocial revolucionaria. No se necesitaba ser zahorí, insisti-mos, para comprender que esto tendría que producirse. Había

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que ganar, en tiempo y en resultados prácticos, lo perdidopor la crisis crónica consecutiva a la muerte de Obregón.Para explicarlo también, y ya en el mismo puesto de secre-tario de Relaciones, habíamos publicado en 1933, desde antesde la designación de candidato presidencial, un folleto des-tinado a prevenir alarmas en el extranjero, cuando seprodujera la lógica, inevitable, acción futura del nuevo Pre-sidente, desde su campaña. (El título solo del folleto: Unapolitica social-economica de preparación socialista, seña-laba bien la tendencia de nuestro estudio).

PERO HABLAMOS de la pérdida de la velocidad y de profundi-dad de la acción revolucionaria que en el terreno social sehabía producido; que había tenido que producirse durante eltiempo de la “crisis crónica” (1928-35), y es justo insistirdesde ahora, en que no fué, al principio, efecto buscado opremeditado por nadie, ni siquiera culpa definida de ningúnsector de gobierno o de grupo político identificable. Fué sim-ple fenómeno de mecánica social. Fenómeno de un procesoque halla, en una crisis política crónica, que dura casi sieteaños, un remanso que había que pasar, sencillamente, parapoder recobrar el ritmo anterior y sobre todo para acelerar-lo. Lo que no significa que estemos insinuandodesconocimiento u olvido de responsabilidades posterioresal principio, fatal, del fenómeno de detención. Pero sí esta-mos procurando la comprensión integral de un hechopolítico-social complejo y por eso decimos que la pérdidade velocidad inicial, la moderación del ritmo revoluciona-rio, en ese período, era casi inevitable, ya que lo mismoacaece en mecánica social o celeste cuando un cuerpo enmovimiento —o una idea— atraviesa por campos —o porépocas— de resistencia o de dificultad mayores para el francoavance, sobre todo cuando esa resistencia nace en el campopropio, en el seno mismo de la Revolución, en el caso nues-

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tro. Lo que explica también por qué, por comprender esefenómeno, y sin ser inconsecuentes con sus actitudes ante-riores y de ahora, pudieron hombres de izquierda conformarsecon lo que, en materia de renovación de la estructura mismadel país, pudiera hacerse en ese período de la crisis crónica,pero siempre dispuestos a no permitir que dejará de reco-brarse el ritmo, cuando se hubiera pasado la dificultadpolítica, que era el régimen de los interinatos o de gobiernos“sustitutos”: de Portes, de Ortiz Rubio y de Rodríguez, en elperíodo del vacío político que provocó la muerte de Obregón.Mientras no se produjeran las condiciones políticas propiaspara acelerar el ritmo de la acción revolucionaria, sólo ha-bía dos caminos, insistimos: el de la separación de Calles yla estéril oposición, o la colaboración con los gobiernos deesa época. Con el retiro de los hombres inconformes con lamoderación del ritmo, sólo se habría logrado, por supuesto,la esterilidad absoluta de los esfuerzos renovadores. Por esohubo que esperar el término del período que habría corres-pondido a Obregón, cuando todo mediano observadorpolítico tenía que entender que un hombre que no tuviera(como no tenía ya Cárdenas), las excesivas limitaciones deorigen, de los gobiernos anteriores, iba a acelerar, sin quenada ni nadie pudiera evitarlo, el ritmo de la acción socialde la Revolución.

OTRA DE LAS COSAS que surgirán de la parte política del libroes un fenómeno de creación de algo que llega a ser superiora todo, menos al sentido “social” de la Revolución. Superiora su creador, desde luego, y superior a todas las dificultades,a todos los obstáculos que se iban amontonando para debili-tar a la realidad que pretendía crearse, realidad no sólosaludable para la vida de México, sino salvadora. Esa reali-dad que se crea o que se intenta crear, durante ese período—y que nos parece que lo salva, políticamente— es la vida

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institucional del país, el propósito de salida del período delos caudillos, la prédica del respeto a la legalidad, “a menosde nuestro proceso revolucionario”. Por eso el camino erafácil de escoger en las grandes crisis. Sólo había que pre-guntarse: ¿dónde está el sentido “social” más alerta de laRevolución? ¿Dónde está la legitimidad? Y cuando, comoen el caso de Cárdenas, en junio y en diciembre de 1935, yen abril de 1936, como hasta ahora, coincidieran “legali-dad”, “vida institucional” y “sentido revolucionario”, laelección no era dudosa. Esa “Constitución Política”, la afir-mación del régimen institucional del país, ha sido, a nuestroparecer, la más alta y valiosa (siempre en el terreno “políti-co”) de la época de la Revolución, que empieza con elderrocamiento de un caudillo, Díaz, y que se salvará, políti-camente, en la historia, si deja siquiera como conquistadefinitiva, política, la desaparición del caudillaje “mayor”,aunque no lograra, como no lo ha logrado aún, darnos sufra-gio efectivo, ni menos sufragio respetado, ni haya conseguidola desaparición del caudillismo del villorrio y de arrabal.Como no se ha conseguido eso ni siquiera en la RepúblicaArgentina. Pero aun con estas deficiencias en las conquistas“políticas”, sería, tal vez, la salida del régimen de los gran-des caudillos, de “los hombres únicos”, la construcciónpolítica “consciente” más interesante de México desde suindependencia. Por eso importaba que Cárdenas no permi-tiera que lo convirtieran en “caudillo”.

Para afirmar esa realidad nueva —tan abstracta y elevadadebía ser la construcción política— hubo que eliminar a sucreador cuando él la ponía en peligro, y sin que significaraya en 1935, como en los tiempos de Ortiz Rubio, el ritmomás acelerado, que entonces parecía posible, del programa“social” de la Revolución. La fortaleza física y moral, enefecto, de los jefes de Estado, en México, cuando su pensa-miento y su acción correspondan a la voluntad de las grandes

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mayorías y a las necesidades vitales del país, en su caminode nueva estructuración económica y social, exigía enton-ces y podrá exigir en el futuro esas eliminaciones de hombrescon reminiscencias de jefes “necesarios y únicos”. Sólo asíse podrá lograr el establecimiento de la fuerza legal y moralque traduzca el ansia de vida del país, sobre cualquiera otrafuerza oportunista representada por políticos, por militareso por viejos o nuevos caudillos. Y siempre, en esos casos,las preguntas lógicas, las únicas que deberán hacerse los re-volucionarios “sociales” sinceros, serán: ¿dónde está lalegalidad?, ¿coincide con el sentido social más alerta, posi-ble en nuestro medio, de la Revolución? Y sólo cuando nocoincidan serán justificables (desde el punto de vista revo-lucionario, ya que no desde el legal o político) la oposiciónarmada o las piedrecillas o las montañas intencionalmentepuestas en el camino de los gobiernos, para hacer que fraca-se la vida institucional.

PERO LO QUE se cree, generalmente, es que sólo en las crisisrecientes, aparentes, visibles, de la eliminación política delgeneral Calles, fué cuando se impuso la realidad creada des-de 1928: la vida institucional, sobre todas las demás fuerzas,particularmente sobre la fuerza representada por Calles mis-mo. En este libro ha de verse que no es así, que la creación,la construcción política que significaba o encarnaba el finde los regímenes de hombres fuertes y unicos, en México,venía teniendo triunfos callados, a veces tímidos, pero queempezaron a producirse, en verdad, desde la primera sema-na de diciembre de 1928, desde la primera semana delgobierno del Lic. Portes Gil. Es decir, desde que la creaciónnació; inmediatamente después de que Calles la hizo alentaren su mensaje histórico de primero de septiembre de 28 alas cámaras federales, y la consagró, urbi et orbi, a expensasde su fuerza y de su prestigio como superjefe, en la primera

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crisis de ese gobierno de Portes Gil, en la que llamaremos asu tiempo “crisis laborista” y que hemos de estudiar, comotodas las otras de la época, en capítulos siguientes.

Cuando el creador de este germen de la vida institucional,Calles, se iba enfrentando con realidades penosas para élpersonalmente; que minaban su prestigio político, pero quefortalecían a la creación (la vida institucional, la desapari-ción de los caudillos), con generosidad o a regañadientes,sin alardes o con estrépito, iba Calles adoptando actitudes,hasta junio de 1935, que hacían prevalecer a la creación so-bre todas las cosas, sobre todos los intereses y sobre él mismo:Calles. Este es el enorme mérito “político”, que es justo re-conocer, del Calles de 28 hasta junio de 1935. Cada vez quepor torpezas, por más francos abandonos de la línea “so-cial” de la Revolución, por deficiencias políticas o morales,por incapacidad, por incomprensión, por lo que fuera (queya procuraremos analizar los motivos en cada caso concre-to); cuando la realidad creada: la vida institucional, o laapariencia de esta vida, si se quiere, se convertía momentá-neamente en cosa desagradable o molesta para Calles, elcreador; cuando se producían, justificadas o no, pero siem-pre lógicas, por humanas, las luchas (que no son otra cosa,en el fondo, las superficies agudas políticas de todos esosaños), las luchas entre Calles y los diversos presidentes quese iban sucediendo en el régimen de la “dualidad”, o entreCalles o los presidentes, o sus grupos, y el sentido “políti-co” o “social” de la Revolución, siempre, de modo más omenos franco, hasta 1935, iba venciendo a Calles la crea-ción generosa. Esto hay que decirlo muy alto, en honor cuyo.La creación (porque no la desamparaba Calles, en últimoextremo), la vida institucional o lo que de ella fuera quedan-do (por la crisis que se sucedían y apelotonaban), la creaciónvencía a las circunstancias, a la concupiscencia faccional, alos apasionamientos e intereses personales, a las ansias mis-

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mas del continuismo. Hasta diciembre de 1935 vencía siem-pre la creación a su creador y lo vencía —que era loimportante— en su espíritu mismo, cuando llegaba la horade las resoluciones supremas. Cuando, como sucedió al re-nunciar Ortiz Rubio, parecía —y aún parece así hasta ahora,por ignorancia real del fondo del fenómeno— parecía el crea-dor superior a la creación, ya que, aparentemente, pasabaCalles sobre el representante supremo de la vida institucionalmisma (el jefe del Estado), precisamente entonces se forta-lecía la creación, aun involuntariamente; la creación quetomaba nuevo cuerpo y vigor en el presidente AbelardoRodríguez, y el resultado, a distancia, y previsto, de la eli-minación de Ortiz Rubio, era la eliminación casi total, delcampo de las acciones del gobierno, si no del campo políti-co, del general Calles, desde 1933. Al estudiar ese episodiolo veremos con toda claridad y no atestiguaremos, por su-puesto, con muertos. Pero adelantaremos desde ahora nuestrojuicio de que, en ese caso de la renuncia de Ortiz Rubio,verdadera piedra de toque para probar la vitalidad de la es-tructura política creada: la vida institucional, ésta pudo habersido, de haberlo querido Ortiz Rubio, más fuerte, aun mili-tante, que Calles, el creador.

EN TIEMPOS del presidente Portes Gil la creación venció alcreador, ya lo dijimos, desde la primera semana del gobier-no. Lo venció en su espíritu mismo (en el del creador: Calles)sin necesidad de fuerza material extraña, aunque con la ayu-da de fuerzas morales que velaban por el prestigio de esecarácter de la Revolución. Y lo mismo pasó en las crisis“ocultas” del gobierno del general Rodríguez, e igual suce-dió en la primera crisis “callista” del gobierno del presidenteCárdenas en junio de 1935. En los momentos álgidos de laspruebas (hasta la crisis de diciembre de 35, en la que el casoes ya más complicado y en el que la eliminación de Calles

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no fué ya, por desgracia para él, resultado de su voluntad),siempre hasta entonces, en los momentos supremos de laspruebas, la creación: el fin del régimen de los caudillos, elpropósito de robustecer la vida institucional, cuando no seopusiera al sentido revolucionario, va teniendo más fuerzamoral y práctica, en el espíritu de Calles, en los hechos re-sultantes de su decisión final, que los grupos personalistas,que los elementos moderados o retardatarios que prepara-ban siempre su resurrección, con la esperanza de unadictadura de tendencias centristas o hasta derechistas... Queliquidara los excesos “comunistas” de la Revolución... Ysiempre, hasta diciembre de 1935, la responsabilidad de crea-dor de ese sueño, siquiera, de vida institucional en México,salvó a Calles, de todos y de sí mismo. Por eso, fundamen-talmente, el empeño del autor, en diciembre de 1935, desalvar a Calles del peligro de serlo, por desgracia para sucarácter histórico, ajena en absoluto a su convicción primi-tiva, y sostenida por años, que robustecer los regímenesinstitucionales, sobre todo cuando, como en el caso de Cár-denas, representaba, de modo indiscutible, hasta porcircunstancias internacionales propicias —un poco prepa-radas por nosotros, obrando como instrumentos e intérpretesdel presidente Abelardo Rodríguez—, se presentaba unaoportunidad, casi única, de comprensión simpática, de soli-daridad y hasta de convergencia de rumbo social... Allendeel Río Bravo. Es decir, en momentos en que de la maneramás lógica la Revolución Mexicana debía acelerar su ritmoy definir, de una buena vez, sus reales alcances y sus pro-yecciones sociales.

NO ERA, POR LO DEMÁS, no podía ser el fenómeno de la crea-ción de la vida institucional de México, el caso poético deuna ficción que toma vida —galatea amorosa— para pagaren gratitud, en belleza, en ciego amor a su creador... Que

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hubiera pretendido ahogarla a poco de nacer. Porque la exis-tencia misma política del creador, en un plano desorbitadode acción absorbente, lastimaba a la creación: la vidainstitucional, si pretendía controlarla y dirigirla siempre, sinmás derecho que su título de creador y sin que buscara yainspiración revolucionaria en los latidos mismos del cora-zón del pueblo. Pero, aun no pudiendo ser, lógicamente, elfenómeno de la creación de la vida institucional de México,un proceso de suavidades, de gratitud eterna, de amor, conperpetua mansedumbre y obediencia, no fué el fenómenoque se operó en México, en la eliminación política de Calles(provocada, en último extremo, por la pérdida de su fé revo-lucionaria, de claro matiz “social”), no fué un acto de rebeliónde criatura monstruosa que destruye a su creador por trai-ción, por ingratitud, por interesada e ingénita rebeldíafaccional, o por apetitos de no compartido mando. Es algomás fuerte, y hasta bello, dentro del sentido trágico que en-vuelve la eliminación de tan notable carácter. Es la creaciónmisma, que por su fuerza íntima de verdad, de necesidad deser y de persistir, de ansia de perdurar; por su significadopermanente, generoso, constructivo de una vida política na-cional más duradera y respetable, se impone —y debeimponerse— a toda las asechanzas, a las más duras realida-des. Y cuando, por algún impulso deplorable humano (queno estamos manejando caracteres de “divinos”, ni siquierade “héroes de Carlyle”, ni seres mitológicos), cuando porcualquier impulso egoísta, muy humano, nacían en el crea-dor deseos de destruir con sus propias manos lo creado,siempre tomaba, hasta diciembre de 1935, cuerpo y vida, enCalles, la leyenda alada del ermitaño y de los petirrojos, deSelma Lagerloff, y llegaban, después de vacilaciones, a guar-dar celosamente las manos en garra, del viejo líder, la vidaque anunciaba vuelo: la creación salvadora institucional.¡Cómo no habríamos de desear, y de enviar un grito de alar-

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ma, por conseguirlo; cómo no habríamos de desear que asítambién, en diciembre de 1935, en una suprema denomina-ción de todas las pasiones, hubiera tenido el viejo líder unrasgo de sublime respeto, hasta de humildad, que consagra-ra, definitivamente, la vida institucional del país sobre loscaudillos...! Pasada la borrasca de la pasión; hecho el balan-ce, ese rasgo final habría limpiado definitivamente aquelcarácter, ante la Revolución y ante la historia. ¡Así había-mos deseado que sucediera —pero no sucedió— endiciembre de 1935, cuando ya no fué Calles —el creador—el que salvó a la creación!

Pero sí sucedió así, como hemos de verlo y de demostrar-lo, en tiempos de Portes Gil, a quien salvó Calles en 1929cuando la rebelión “escobarista”, aunque estuviera lejos dehallarse personalmente “satisfecho” de él o de su grupo. Asípasó con Ortiz Rubio, a quien Calles salvó de una inminentecaída anticipada, dispuesta por el P.N.R. o por su presiden-te, Portes Gil, en octubre de 1930. Así fué en el último instanteprevio a la renuncia del presidente Ortiz Rubio, cuando Ca-lles le ofreció un consejo para solucionar de una vez portodas, las crisis de su gobierno: formar un gabinete propio,absolutamente personal, de la plena confianza del presiden-te. Es decir, eliminando del todo a él, a Calles y a su grupo.Hacer un gobierno sin influencias ni hombres de Calles. ¡Todopara salvar a la creación: la vida institucional! ¡Y no era unamaniobra preparada para la caída, forzada, dispuesta, de OrtizRubio, porque con el consejo transmitido por mí, y por esolo afirmo, iba su palabra de honor de que ni él ni nadie de lossuyos, hostilizaría un minuto a ese gobierno, comprometién-dose Calles, también, a combatir al lado del presidente, sialguien intentaba rebelarse...! Aun contra su íntimo deseo, oen contra de sus resoluciones primitivas, o de su aparenteconvivencia personal inmediata, se detenía siempre Calles,en esos episodios y en otros que hemos de señalar después,

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con sólo que hubiera cerca de él, en los instantes culminan-tes de la crisis hombres sinceros que le recordaran suspromesas, voluntades que robustecieran la suya, primitiva,de no seguir jamás los caminos tortuosos de una políticapersonalista que, al herir a su creación más alta, echaría portierra muchos de sus prestigios.

LA ÚLTIMA DE LAS TRES cosas fundamentales que hemos di-cho que esperamos que surgirán de los capítulos “políticos”de este libro, nos parece un fenómeno bastante novedoso enla vida de México y hasta en la de la mayor parte de lospaíses: la ciega aceptación, casi universal de la existenciade una “dualidad de gobierno”... cuando ya no existía. Enotros términos, para singularizar más el fenómeno, la extra-ña, curiosísima supervivencia en el ánimo público, en lasmás altas esferas de gobierno, en el exterior del país y aúnen el ánimo de Calles, de una situación gubernamental anó-mala, de un “bicefalismo” del Poder Ejecutivo, de una“diarquía” cuya hora no sólo había pasado en 1935 (como lorecordamos entonces a Calles) sino que esa situación habíadejado de existir o de ser tolerada, desde que la había modi-ficado, radicalmente, en 1933, el presidente AbelardoRodríguez, con la conformidad o la aceptación de Calles.

La nueva realidad: la de no existencia, ya, de un régimende “gobierno dual” o como quisiera llamársele (de “transfe-rencia de responsabilidades constitucionales”), situaciónnueva que había cambiado, de modo total, la acción permi-tida, solicitada o tolerada de Calles, hasta 1932; la nuevasituación creada por Rodríguez, por la que se habíanulificado, de hecho, en campos de gobierno, esa acción deCalles, aunque se dejara persistir el “dualismo” en sus as-pectos políticos; esa nueva realidad, decimos, no se habíapretendido, por lo demás, ocultarla sistemáticamente, comotantos creen.

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Suponemos que no la hizo pública, a tambor batiente, elpresidente Rodríguez, como llegaría a hacerlo, obligado, dosaños después, el presidente Cárdenas, porque en 1933 nofué preciso hacerlo así; para evitar inútiles, entonces, y quepor inútiles parecerían ingratas, crueles, excesivaslastimaduras de amor propio y ofensas a un carácter de laRevolución que a todos convenían, hasta por decoro, con-servar respetable ante el público interior y exterior, mientrasno lo hiciera imposible el mismo general Calles. Pero cuan-do fué necesario, a juicio del presidente Rodríguez, por ladignidad de su administración y del país mismo, en penosí-simo incidente internacional, en marzo de 1934, definir lostérminos reales de las cosas y delimitar campos de respon-sabilidad administrativa y política, para la comprensión, endonde interesaba, de nuestra vida interna, y para desvanecerideas torcidas de algún gran gobernante de fuera, acerca delas normas reales, en 1934, de la vida de México, sí se habíahecho conocer la nueva situación. Sí, concretamente, la ha-bíamos hecho conocer nosotros, de modo oficial, como jefede la Cancillería mexicana, obedeciendo órdenes deljefe del Estado, Rodríguez. Por esto no pudieron, lógica-mente, producir sorpresa en la Casa Blanca los fenómenosde junio y de diciembre de 1935, que ya tenían precedentesen 34. Y además, para los efectos interiores, el presidenteRodríguez había hecho conocer, diáfanamente, a sus cola-boradores inmediatos, la desaparición del “bicefalismo” delEjecutivo, en que había degenerado, hasta 32, el útil, enton-ces salvador “dualismo político”. Había hecho conocer lanueva situación el presidente Rodríguez por un “acuerdo pre-sidencial” a todos sus ministros, documento del que hahablado ya dicho ex-mandatario.

Sólo que, por todo lo que se irá viendo en la obra, esanueva situación, de ya no existencia tolerada, consentida obuscada, del “dualismo gubernamental”, no llegaba, no di-

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gamos a la conciencia pública, pero ni siquiera a la de todoslos altos políticos y funcionarios de México, tal vez porqueno pocos estuvieran egoístamente interesados en hacer creeral pueblo —y al mismo general Calles, si podían— que el“dualismo de gobierno”, es decir, una seudo-dictadura deCalles, solicitada, consentida o tolerada, seguía imperandoen México, no únicamente en los campos de la política elec-toral y parlamentaria, sino en el radio más privativo, de mayordecoro, de responsabilidad legal estrictamente personal, delos presidentes de la República.

Es posible también que el ocultamiento de la situaciónnueva, creada por Rodríguez, a más de plausibles motivosde efecto y de respecto por Calles (mientras no se hiciera,insistimos, absolutamente preciso, por acciones de él, defi-nir, hasta a gritos, la nueva situación), es posible que eseocultamiento, verdadera conjuración de ocultamiento en cier-tos sectores moderados que soñaban con el “freno” que creíanque significaría Calles; es casi seguro que esa conjura deocultación obedeciera al deseo o la esperanza ilusoria deque se produjeran circunstancias que hicieran imprescindi-ble resucitar ese “dualismo” en toda su acción de los añosanteriores, cuando esa acción había crecido,monstruosamente, desde el botón prometedor de “desinte-resada influencia protectora de la legalidad”, que eso —yno otra cosa— significaba el mensaje político ante las cá-maras de 1928.

Pero el hecho histórico es que la “jefatura máxima”, paralos efectos francamente de gobierno, había desaparecidodesde 1933, por lo menos, y que en los límites en que exis-tiera sólo podría existir desde entonces por deslealtad de loscolaboradores más inmediatos del jefe de Estado, ya quetenían éstos órdenes precisas de no consultar los asuntos dela administración con el señor general Calles, debiendo re-nunciar a sus carteras si creían que debían hacer esas

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consultas... (nosotros, aún desde antes de que se dictara ese“acuerdo presidencial”, aun en los casos en que el presiden-te nos sugería o autorizaba a consultas con el general Calles,sobre asuntos internacionales, procurábamos “regularizar”la situación, haciendo, por ejemplo, que fuera nombrado elgeneral, “miembro” de la Comisión de Programa de la Sép-tima Conferencia Panamericana. Así se daba a su injerencia,utilísima, en esos casos, carácter de perfecta regularidadpolítica y administrativa).

El mundo oficial, pues, no habría debido sorprenderse porlo que empezó a producirse, de desajustes, de diferencias,de alejamientos, desde los principios de la administracióndel presidente Cárdenas, que ni siquiera estaba destruyendouna situación de Calles, fundamentalmente ya destruida,desde 1933, en sus acciones resultantes de extinto“bicefalismo del Poder Ejecutivo”. Lo verdaderamente no-vedoso, lo capital que hacía Cárdenas desde que llegó algobierno, y públicamente desde junio de 1935, era marcar,de modo inequívoco, que su gobierno difería esencialmentede los “actuales” pensamientos del viejo jefe, en materiasocial revolucionaria y en su apreciación de cuáles deberíanser las fuerzas políticas directoras del país. Con esa defini-ción de su actitud, Cárdenas iba a matar, por supuesto, elúnico aspecto del “dualismo” que aún sobrevivía: su aspec-to “político”, que se reflejaba en la dirección del PartidoNacional Revolucionario y en las cámaras federales. Por estofueron las cámaras, necesariamente, sitio de franca luchaentre las tendencias que, porque habían de llamarse de al-gún modo, lógicamente se calificaron como “alas” delparlamento, de izquierda y de la derecha. El país, todo elpaís, con una vigorosa inclinación de cabeza de las clasessubmedias, de la gleba, de las masas todas, campesinas yobreras, aprobó el fin de la entelequia, el “dualismo”. Lasclases privilegiadas se regocijaron, al principio, de la caída

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política del viejo líder. Pero un segundo después empeza-ron, lógicamente también, a dolerse de que no hubieracuajado la posibilidad —miraban ellas— de una dictadurabajo un Calles “adecentado”, “desilusionado del comunis-mo”... Y, decían, “encantadoramente anti-izquierdista”. ElEjército, el órgano de peligro que en el pasado, aún reciente,era siempre el que decía la última palabra en estos diferendosde altísima política entre un caudillo y un presidente, mos-tró, una vez más, que estaba ya suficientemente curado depretorianismo. Y a nadie pudo extrañar que fuera así, pueshay que reconocer, y que gritarlo a todos los vientos, parahonra suya, que desde la crisis de depuración que había sig-nificado la rebelión “escobarista” de 1929, el EjércitoMexicano —nacido de la Revolución— ha venido aferrán-dose, leal y generosamente, a normas de “legalidad”, de “vidainstitucional”, ¡que eran, exactamente, la valiosa prédica yla creación del general Calles!

CAPÍTULO IXLA LEYENDA DEL “HOMBRE QUE GOBERNÓ

ONCE AÑOS”

EL GENERAL CALLES representa, seguramente, diez años deun proceso revolucionario que apenas tiene —en su etapacontemporánea— cinco lustros de duración. Decimos en suetapa contemporánea porque no es —a nuestros ojos— elproceso de México, desde 1910 acá, sino la modalidad re-ciente del viejísimo, original proceso de su estructuracióneconómica y social, que viene, por lo menos, desde la Colo-nia. Pero volviendo a nuestra idea: no es verdad que Calleshaya gobernado once años, como generalmente se cree o sedice. Porque “gobernar” es imposible sin “conocer”, sin “sa-ber”, sin “estar plenamente informado”, y Calles, desde 1929,estuvo muy lejos, aunque cosa distinta pudiera creer él mis-mo, a veces, de tener el material de conocimiento necesariode las cosas que sucedían en México y en el gobierno, paraque hubiera podido, en realidad gobernar, aun en las épocasen que menos resistencia se opusiera a su acción extralegalgubernativa. No; Calles no gobernaba en México. Cumplía,a las veces, con su función de viejo y respetado jefe (comoen el caso de la reforma monetaria de 1931) inspirando sa-bias medidas de gobierno pero, más generalmente, conexcepción de los casos (numerosos en el período del inge-

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niero Ortiz Rubio), en que “corregía”, hasta arbitrariamen-te, la acción gubernamental, preparando, sencillamentecavando su tumba, lo único que podía hacer era ir desde lacrítica de altura, de estadista, de las obras de gobierno,hasta dejarse salpicar en los riachuelos sinuosos y casisiempre sucios de la murmuración. Ya nos explicaremosmás adelante.

Pero precisamente porque ni aun en sus mejores tiempos,después de diciembre de 1928, gobernó Calles en realidad;precisamente por eso en pocas ocasiones un material de cró-nica histórica tendrá más caracteres de real dramaticidad, yaque, de la acumulación de antecedentes explicatorios, dehechos políticos y de gobierno y de consecuencias que pre-sentaremos en este libro, ha de brotar, no fundamentalmente,sino como un cuento marginal, aunque de grandes enseñan-zas, la parte más extraña de la historia de un hombre, sinduda excepcional por muchos aspectos, que tiene en un ins-tante crucial de su vida como gobernante (en julio de 1928,a la muerte del presidente electo Obregón), la indiscutiblenobleza de huir de una tentación vulgar de completo“continuismo” forzado, de un “caudillismo” muy tropical,típico, de tantos de nuestros pueblos de América. La tenta-ción vulgar, hay que señalarlo siempre, en honra de Calles,sobreinsinuada por el embajador de los Estados Unidos,Morrow. La tentación, el cuchicheo de las brujas, que signi-ficaba “la dictadura personalista más perfecta, regularizadaconstitucionalmente por alguna prórroga del período presi-dencial” (que con menos motivos las hemos visto y lasveremos en estos días, fuera de México), o, si no se queríallegar a la prórroga del período presidencial, conseguida laprolongación del mandato por otro recurso, también legal:“una apresurada modificación constitucional que permitie-ra una inmediata reelección...” Todo, dados los consejos deMorrow, con la “absolución” anticipada de la Casa Blan-

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ca... Calles, ya lo veremos detalladamente después, salvacon gallardía y patriotismo esa tentación y decide, con todoentusiasmo —y aún juzgamos que con plena sinceridad—sembrar en México un germen efectivo, desinteresado, de“vida institucional sobre los caudillos”.

Prueba luego, desde diciembre de 1928 hasta junio de 1935,con una que otra debilidad o vacilación vencidas a tiempo,aun en la crisis de la caída de Ortiz Rubio, que es más fuer-te, ante su conciencia misma, la creación que el creador.

Pero pasa, desde 1933, por una etapa en la que se le hacevivir artificiosamente una existencia mítica de gobernante,mito casi heroico que recuerda, con caracteres más ciertos,durables y dramáticos, la hazaña legendaria de Rodrigo Díazde Vivar. Porque El Cid ganó, a lo que quieren los romancesdespués de muerto, alguna escaramuza. Y Calles, despuésde muerto como jefe efectivo de gobierno (en septiembre de1933), siguió siendo un jefe político “máximo” que más bienque hacer, aprobada lo que hacían sus lugartenientes, y queen el campo de la política —la electoral sobre todo— y en elde la supuesta orientación “revolucionaria”, ganaba y per-día diariamente batallas que raras veces daba él; que la más,las más estériles, desde luego, eran amigos o falsos voce-ros quienes las planeaban y quienes se empeñaban enhacer creer al país que “Calles estaba dispuesto a comba-tir hasta contra los gobiernos emanados de laRevolución...”¿Cómo pudo producirse ese fenómeno de la prolongación

“mítica” de influencia aparentemente irrestricta de Calles,después de 1933?¿Qué peligros significaba esa prolongación de supuesto

mando para la afirmación del sentido “social” de la Revolu-ción y hasta para la conquista verdadera de un régimen deinstituciones en el país?

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¿De qué modo los hombres con real sentido de responsa-bilidad y con firme convicción revolucionaria procuraban,sin herir al viejo y respetado jefe (por no herir a la Revolu-ción misma), corregir en lo posible los errores, llenar o mediollenar los abismos que se producían a diario entre el jefe“máximo” y los presidentes, y rectificar, ante la concienciapública, con libros, con folletos, con actos y declaraciones,la mala semilla de derechismo, de renunciación, de olvidode propósitos sociales que iban pretendiendo infiltrar hábil-mente los Juan López-Sánchez López en la vida “política” yen la supuesta literatura “de orientación” de Calles?¿Cómo en esos choques iban siendo sacrificados, justa o

injustamente, muchos hombres, por rara fortuna para ellos,mientras muy pocos sobrevivíamos para ser —fatalmente—llamados “desleales”, cuando no pudiéramos ya —por leal-tad a la Revolución— mantener oculta nuestra inconformidadde pensamiento “social” con el viejo jefe?

Esto, y mucho más, esperamos que brote muy claro deeste libro que escribimos ahora, cuando están frescos nues-tros recuerdos y vivos los principales actores del drama yque no hacemos publicar dentro de diez años, porque es elnuestro, ante todo, un libro de afirmación revolucionaria enmomentos, y en vísperas, acaso, de acontecimientos queharán precisas estas afirmaciones, dados los problemas pro-pios de México y la orientación derechista casi universal.

De la obra resultará muy posiblemente, en algunos capítu-los, un Calles disminuido, pasajeramente enfermo; que habíaperdido, desde 1930 sobre todo, ante la imposible, estériltarea, de consolidar y de hacer viable en vida normal comofenómeno permanente, un régimen absurdo de “dualidad degobierno” (cuando lo único que se había imaginado a lamuerte de Obregón era crear algo como una “dualidad polí-tica”, mientras hubiera presidentes de escasa influencia; pero“dualidad” que sólo sirviera para robustecer la fuerza legal

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de los jefes provisionales del Estado y para inyectar a susespíritus toda la energía precisa en los instantes de losdesfallecimientos de la obra revolucionaria...); resultará dellibro a veces, decimos, un Calles que había perdido, desde31, (cuando, como se verá, pedimos al presidente Ortiz Ru-bio que nos alejara de México, porque desesperábamos yade la salvación histórica del carácter de Calles), que habíaperdido visión de estadista, condiciones de líder social y hastafacultades “mexicanas” de “político”; pero que no fué nun-ca un salteador de presidencias ni un condottiero a sueldode la reacción. Y hasta cuando pareció que circunstancias yfalsos amigos y lesiones de amor propio habían torcido suespíritu, velado por despechos y desilusión, aun entonces—como ahora— seguimos aferrados a nuestra esperanza detodos los tiempos: que la Revolución Mexicana habrá pro-ducido al fin, después de las dolorosas experiencias delpasado, tipos de hombres capaces de detenerse ante los abis-mos definitivos, para no manchar la historia de la Revolución—¡qué es en parte, y grande, su propia historia!— con in-tentos de caricaturas de Santa Ana.

CAPÍTULO XUNA ATMÓSFERA DENSA, DE INCOMPRENSIÓN

Y DE MENTIRAS

DE TAL MODO es desconocida la verdad acerca de ese períodoqué fué primero de “dualismo político”, luego de “dualismogubernamental” y al fin de “influencia mítica” de Calles,que un hombre tan inteligente como José Vasconcelos, perocasi siempre mal informado, pudo decir el 7 de junio de 1935,apenas nueve días antes de la admirada muerte “política”de Calles, en declaraciones a la prensa de San Antonio(Texas): “no hay esperanzas de un cambio de régimen enmi país mientras el general Calles viva... se habla mucho—añadió—, pero el poder de Calles es fuerte, no habiendoningún indicio de que lo pierda...” ¡y nueve días despuéspasaba “lo imposible”!

La verdad era, ya lo hemos dicho hasta el cansancio y ha-blaremos de demostrarlo plenamente más tarde, que Calleshabía dejado de ser una de las “cabezas” de los gobiernos“duales” que siguieron a la muerte de Obregón, desde eldía, casi, en que hubo que sacrificar —por la humildad ge-nerosa, por la incredulidad, por la testarudez política o porla extrema hidalguía de Ortiz Rubio— la sombra de vidainstitucional en que se había convertido su gobierno.

Como esos golpes “de rechazo” (que se llaman en trauma-tología), que producen, a distancia fracturas de la base del

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cráneo, cuando se recibe un golpe en los talones, el mazazoque había herido —aparentemente— a la vida institucionalencarnada en Ortiz Rubio, hería, —y de muerte— al cam-peón del institucionalismo, al general Calles. Desdeseptiembre de 1932, por el desgraciado antecedente de laeliminación, que se creyó y tenía que creerse, “forzada”, deOrtiz Rubio, (cuyo proceso hasta ahora, en este libro, se co-nocerá en su verdadera esencia), cualquiera advertencia deCalles, hasta cualquier consejo útil suyo, si no se cuidabaexquisitamente su forma y su tono, tenían que ser interpre-tados como torpes amenazas. Por eso, de modo fatal,inevitable, el general Abelardo Rodríguez tendría que pro-curar —como lo procuró y lo consiguió— que, siquieracalladamente y sólo para sus colaboradores más inmediatosy para los efectos de conocimiento de nuestra realidad polí-tica en algún sector del exterior, desapareciera el régimen“dual”, en sus aspectos de intromisión en la obra de gobier-no, aunque por su carácter de jefe de Estado sustituto,provisional de hecho, y por su propósito de no incurrir, éltambién, en el vicio de frecuentes intromisiones políticas enmateria electoral, dejara subsistente “el dualismo” en su sig-nificado de dirección del partido “oficial” y en su acción—por lugartenientes de Calles— de influencia política de-cisiva en la selección, no elección, de gobernadores y cámarasfederales. Aunque no le dejó a Calles esa libertad cuando setrató de elegir al nuevo presidente. Entonces sí estorbóRodríguez, por un elevado sentido “social” de orden revolu-cionario, aunque otra cosa puedan creer sus malquerientes,estorbó la posible elección, por grupos sedicentes del “jefemáximo”, de cualquier elemento moderado. (Por eso, desdeahora lo afirmamos, apresuró Rodríguez la salida del minis-terio de la Guerra, del general Cárdenas, a fin de dejarlo“calificado” para la inmediata aceptación de su candidaturapresidencial. Calles así, se vería fatalmente obligado, o a

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aceptar al candidato radical, o a distanciarse desde luego, nosólo del futuro gobierno de Cárdenas, sino del “actual” go-bierno del presidente Rodríguez).

Continuando el examen de las consecuencias de aquelgolpe “de rechazo” sufrido por Calles, cuando lo recibió di-rectamente Ortiz Rubio, adelantaremos también otroresultado tardío. La crisis de eliminación total de Calles. Enefecto, siempre por el infortunado antecedente de la renun-cia de Ortiz Rubio, la tesis contenidas en las declaracionesde Calles, hechas en junio de 35 por intermedio del senadordon Ezequiel Padilla, en las que se coló, de modo intencio-nal o no, algo que tendría que ser interpretado como unaamenaza: el recuerdo “de lo que le pasó a Ortiz Rubio”, ha-brían de tener una repercusión que, ni en el extranjero, aúncon la constante falta de noticias completas, pudo nadie con-siderar “excesiva”. Todos entendían claramente que teníaque ser una crisis sólo resuelta por el rompimiento definiti-vo. Inaceptables las declaraciones por el fondo de desencanto,hasta de condenación del obrerismo avanzado; molestas porla forma, combativa, de la literatura reporteril del senador(que ya desde antes —sin desearlo— había metido al gene-ral Calles y aun a Cárdenas en peligrosos vericuetos“derechistas” al interpretar “sus” pensamientos, en sensa-cionales reportazgos de amateur); la infortunada alusión a“lo que había sucedido a Ortiz Rubio”, decimos, tenía queobligar a Cárdenas, así se hubiera tratado de su padre, porelemental decoro de gobernante, a la eliminación completa—gubernamental— de quien parecía que amenazaba, sobretodo si no se rectificaban inmediatamente las declaracionespuestas en labios de Calles, siquiera en aquel aspecto, invo-luntario o no, de amenaza. (Rectificación que no se hizo,aunque se procuró. Y hasta conocemos por uno de los úni-cos dos testigos presenciales, por qué no se hizo, porhabérnoslo referido en Buenos Aires, en diciembre de 1935,

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uno de los presentes: el senador don Carlos Rivapalacio.Pero este detalle que sería definitivamente ilustrador del in-cidente, es uno de los varios que habremos de callar porquesería atestiguar con muertos. Alguna vez, posiblemente, elotro testigo presencial, el Sr. Lic. don Luis Rodríguez, másque testigo, actor de la escena en que sólo hubo un persona-je más: el general Calles, ha de hablar de esos días. Entoncesy sólo entonces presentaría yo la versión del senadorRivapalacio.)

Tal vez influía en el ánimo perturbado de Calles aquellaconjuración de ocultamiento de que hemos hablado, que es-condía, aun de él, la realidad existente: la definitivadesaparición del “dualismo” en su aspecto de mando guber-namental. Esa conjuración había hecho su obra y producidoya funestos resultados. Porque es fácil comprender que larealidad de su ya modesta situación como influencia de go-bierno, se esfumará ante las adulaciones; con las intrigaspalaciegas; por las manifestaciones interesadas de “la nece-sidad” de un continuismo de todo orden, de “un manejo totalde la situación”. Desde los tiempos de Rodríguez habíamosasistido al doloroso espectáculo. Iban a ver a Calles gentesque debían saber la verdad; que hablaban con el presidenteRodríguez con frecuencia; que sabían que ni aun los minis-tros “podían” consultar decorosamente los asuntos de suscarteras con el general Calles, por haberlo prohibido el pre-sidente, en justísima reivindicación de sus facultadesconstitucionales, que no ignoraban que era sólo el jefe deEstado el que podría tener u ordenar esas consultas con Ca-lles, si así lo deseaba, del mismo modo que en cualquierpaís puede cualquier gobernante conferenciar u ordenar asus ministros que conferencien sobre asuntos políticos o dela administración con hombres prominentes de fuera delgobierno, que estaban enterados de que, cuando se deseabade Calles alguna acción concreta, gubernativa, se le hacía

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ministro para que estuviera regularizada, legalizada, su ac-ción gubernamental, que hasta en casos de opinión, sólo, yno de actos, quienes comprendían la situación, como el au-tor, y cuidaban a Calles, hacían que se le nombrara, por elpresidente de la República, miembro de la comisión que habíade estudiar las materias de la Séptima Conferencia Interna-cional de Montevideo, de modo que, en cada caso concreto,su intromisión en materias de gobierno no fuera indefinidani irrestricta. Pues a pesar de todo, esas gentes que iban aver a Calles, para adularlo y soplarle intenciones del másferoz “continuismo”, o porque creyeran que la situación crea-da por Rodríguez era solo “valor entendido”, o porquederivaran de sus pláticas con ayudantes, guardaespaldas ysecretarios muy indefinidos siempre, presunciones de forta-lecimiento o de resurrección de la “diarquía”, el hechodoloroso era que salían convertidos en voceros de que “elmando, la dictadura” de Calles continuaba existiendo...

Y si el mal venía desde entonces, ¿cómo extrañar que unespíritu debilitado por males físicos y de orden moral llega-ra a admitir, a convertir después, en verdad de todos, delpaís y del extranjero, la necesidad de la prolongación ínte-gra de su influencia? ¿Cómo admirarse, lógicamente, de quelas promesas de su mensaje político de 1928, y las de di-ciembre del mismo año, retirándose en absoluto de la política,y las de marzo del año siguiente, vencida la rebelión“escobarista”, de neta afirmación de su fé en regímenesinstitucionales, con absoluta condenación de cuartelazos ymaniobras atentatorias contra la legalidad, llegarán a pare-cer a Calles sueños generosos pero irrealizables en México?Para cuando lleguemos a ese instante de la eliminación, yanuestros capítulos de “antecedentes” harán muy claros losaspectos psicológicos normadores de los actos del Calles de1935. Se entenderá mejor entonces cómo, también, tuvo queinfluir en su espíritu la confusión que nosotros venimos se-

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ñalando en México, como un fenómeno reflejo del que hallegado a ser característica universal de la post-guerra...Confusión, en el espíritu de Calles, entre “orden” y “dicta-dura”; entre “gobierno democrático” de una forma nueva“social”, de franco izquierdismo, con aceptación y recono-cimiento de las fuerzas directoras de sindicatos y masas, y“anarquía” y “comunismo”...

EN LA OBRA de zapa de las convicciones de anti-continuismooriginales de Calles, habían su buena parte, por supuesto, ydesmedida además, todos los eternos enemigos de la Revo-lución en México, en su aspecto “social”, los que aún llegana condenar a don Porfirio Díaz, pero no aceptan sino unaRevolución que tuviera como límites el liberalismo del si-glo pasado. Hacían su parte todos los elementos empeñadosen robar a nuestra Revolución sus grandes y sus medianoscaracteres, para debilitarla, para suavizarla, para“adecentarla”, en el sentido en que conciben “la decencia”esos moderados: como repudio de todo lo que tienda a qui-tar un céntimo a los que explotan indebidamente a los sereshumanos. Y claro que una Revolución “adecentada” de estemodo, se vuelve adorablemente inofensiva... para sus inte-reses inmediatos, aunque prepara, de modo fatal, otro nuevoestallido con mayores, inevitables violencias, y con todo elproceso lento de reacomodación, de ajuste, de definición depropósitos políticos y de consolidación de gobiernos...

Hemos de encontrar las huellas de estas brujas de Macbethcon frecuencia; de esas torpísimas brujas que, en realidad,cuando tratan de suavizar, hasta hacerla casi nula, a nuestraRevolución, trabajan contra sus intereses, porque preparansu destrucción mayor y más breve plazo. Hemos de encon-trarlas en el curso del libro, cada vez que empiece a olerseun cadáver político, cada vez que las derechas pretendenanotarse un nuevo triunfo llevando a sus filas —mientras

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pueden llevar a los gobiernos— a revolucionarios“adecentados”, vueltos deliciosamente inofensivos, que pro-clamen en los periódicos y en las cámaras todo lo que quieran,pero que, ¡por dios!, no tomen en serio eso de que el indiocoma más y que el trabajador gane más del peso clásico...Hemos de ver cómo tenía que ser factor muy importante parala prolongación mítica del “dualismo”, toda esa multitudreaccionaria o simplemente cobardona, tímida, a la que leconvenía tener un “tribunal de última instancia”, político yadministrativo, que moderara las resoluciones “comunistas”de “esos gobiernos de la dichosa Revolución...” Cualquierpleito que se perdiera —por políticos inconformes o por lareacción o por las alas derechistas seudo-revolucionarias—en el Palacio Nacional, podía tener así su acto final de “sú-plica”, o de “apelación”, o de “revisión”, o de “queja”, o de“amparo”, ante aquella original suprema jefatura, superior atodo, como “máxima”, que era... Parecía fácil a esos ele-mentos influenciar al “tribunal supremo” con sólo —decíana gritos en esos sectores— que “se supiera presentar las co-sas”. Es decir, que se presentaran los asuntos —gritaban avoz en cuello los derechistas— con lenguaje como éste: “sonresoluciones, mi general, torpes e injustas, de gentes que notienen, como usted, ni el sentido claro de la Revolución nisus condiciones de enorme estadista... No nos quejaríamos,señor, si la resolución fuera ‘revolucionaria’, en efecto, peroel ministro fulano y el director sutano, de tal banco, que son‘revolucionarios’ y hombres de la confianza de usted, opi-nan como nosotros que con esa medida el gobierno se haceesclavo de Rusia, simplemente... Por eso, por recto naciona-lismo y por revolucionarismo mexicano, acudimos a ustedpara que remedie la situación...” La jefatura máxima podríadejarse sorprender. Y entonces, o “corregía”, o se caía enalgo más grave: en murmurar contra gobiernos de la Revo-lución... Sólo que “corregir”, forzadamente y con detrimento

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de la autoridad moral de los jefes del Estado, o “murmurar”,o permitir que se murmurara de los presidentes, no era hacerobra de gobierno. Por eso sostenemos que desde 1928 elgeneral Calles no gobernó en México, aunque pudiera hastahacer nombrar ministros... a nosotros, entre ellos, como se-ría necio decir que nosotros gobernamos, porque tambiénhayamos sido capaces de hacer embajadores y ministros...

SEGUNDA PARTEEL SURCO QUE SE ABRIÓ EN LA MONTAÑA

CUANDO CAYÓ EL GIGANTE

“l’humanité, faite de plusde morts quevivants, est en dangerauqnd elleoublio ses morts”.

“La humanidad, hechamás de muertosque de vivos, está en pe-ligro cuandoolvida a sus muertos”.

André Tardieu, en Larevolution a refaire.

CAPÍTULO XIEL PÉNDULO EN MARCHA, DE LA DICTADURAA LA ANARQUÍA, EN LAS “MICROBIERAS DE

PAÍSES”

SE HA DICHO y repetido hasta el insulto (en torpe imitación deSchopenhauer) que la vida política en nuestras repúblicaslatino-américanas (indo-latinas muchas de ellas), es un mo-vimiento pendular constante, de la dictadura de la anarquíay de ésta a la dictadura. Por supuesto que, considerando,como debiera hacerse para el examen crítico de los fenóme-nos históricos, el factor tiempo con un concepto honrado derelatividad, dentro del cual el número de los años gastadosen el cumplimiento de los fenómenos no tuviera mayor im-portancia para su calificación; considerando así el factortiempo, ese movimiento pendular de dictaduras a anarquíasy de anarquías a dictaduras, no sería un fenómeno latino oindo-americano, sino sencillamente una ley sociológica uni-versal. Pero poco nos importa aceptar como muy nuestro yhasta con carácter privativo, el fenómeno, ya que entre no-sotros lo hace más aparente o escandaloso el hecho de queel arco pendular es más corto en tiempo, casi siempre. Esarapidez del ritmo del movimiento pendular y su mayor de-tención frecuente en los extremos de las dictaduras, es sólolo que hace más aparatoso y “americano” el fenómeno. Enefecto, la vida de todos o de la mayor parte de los pueblos

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nuestros ha sido poco edificante, desde ese punto de vista,antes, claro está, de la aparición del sovietismo, del primo-riverismo, del fascismo, del hitlerismo, del franquismo, delos sistemas, en una palabra, casi universales hoy en día,que encarnan dictaduras, cuando no tiranías, de derechas ode izquierdas, representadas por uno o por varios hombres.Nadie negaría que la vida de muchos de nuestros países hayaestado lejos de ser ejemplo de gobiernos “regulares”, de esosen los que se había alcanzado siquiera aspectos decorososde estabilidad, de respeto generalizado, de responsabilidad,de engañoso pero discreto funcionamiento electoral. De esosaspectos de fácil decoro que caracterizaban a los gobiernos,hasta la gran Guerra, en otras regiones del globo, de tipomenos juvenil —en formas occidentales de pensamiento yacción— que nuestra América no sajona.

Pero no se hace notar (cuando se intenta por extranjeros opor gente nuestra envenenada por el rencor o por el despe-cho, la disección política de nuestros movimientosconvulsivos), lo que ha habido en ellos de fatal, de orgáni-co, porque responden a necesidades absolutas deacomodación, de nueva estructuración de sociedades o declases sociales que han ido surgiendo o fortaleciéndose. Ymenos se señalan los esfuerzos conscientes que, con éxito osin él, se realizan en nuestros pueblos para detener el movi-miento del péndulo, de modo que una dictadura indefinida,sin término, que casi fatalmente asoma en un momento de-terminado, quede conjurada, aunque lo paguemos, comosucedió en México en el período 28-35, con atravesar porépocas agudas dificilísimas de “confusión”.

Evitar la dictadura indefinida y la posible tiranía (cuandoa aquella se le inyectara arbitrariedad), se procuró y se logróen México, en este período, en 1928, mérito y triunfo moral,sobre sí mismo y sobre los demás, de Plutarco Elías Calles.El alejamiento del peligro y de la realidad de la dictadura

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(que había surgido, en varios aspectos, a pesar de los propó-sitos de 1928), se perfeccionó, hasta nulificar de hecho, enel campo de gobierno, sus antes frecuentes apariciones yapariencias, en 1933 y en 1934. Mérito y honor del presi-dente Abelardo Rodríguez.

La situación de “ya no más dictadura de Calles, ni aspectosiquiera político de dictaduras por transferencia de faculta-des constitucionales a personas legalmente irresponsables”,quedó diáfanamente establecida, y destruido el mito de “go-bierno dual” y toda realidad o apariencia de “diarquía” enel gobierno general y en el local de algunos estados de laRepública, desde junio de 1935. Mérito exclusivo, y afir-mación revolucionaria e institucional, del presidente LázaroCárdenas.

Mucho más completo y valioso el fenómeno purificador,regularizador, en 1935; porque Calles no estableció la dicta-dura formal pero permitió que el dualismo “político”transitorio, hasta salvador, original, degenerara en diarquía,de grados variables, y toleró y afirmó entelequias semejan-tes en varios estados; porque Rodríguez dejó que subsistierael “dualismo” en su aspecto político y no decapitó lasdiarquías en provincia. Cárdenas casi completó el fenó-meno de cura. La “diarquía”, ahora, apenas subsisteescondida en una que otra provincia y de seguro pocodurará el sistema.11

Pero en distintos grados de decisión y de mérito, los treshombres: Calles en 1928, Rodríguez en todo su gobierno yCárdenas desde junio de 35, han sido valladares a dictadu-ras indefinidas en tiempo y a posibles o reales tiranías. Aúnhay que añadir que ni en el proceso incompleto de Rodríguez,ni en el radical de Cárdenas, fué Calles, hasta diciembre de1935, obstáculo de ninguna naturaleza para su eliminación,

11 Como lo esperábamos, la “diarquía” provinciana en San Luis Potosí,acaba de desaparecer... cuando se rebeló Cedillo.

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discreta o clamorosa. Esta es la verdad; la radiosa verdad,que constituye, por su significado de fondo, de avance polí-tico mexicano, honra revolucionaria, ya que en cualquieraotra época esas acciones anti-caudillistas habrían provoca-do sangrientos cuartelazos.

MUCHAS CONSEJAS, un sin fin doloroso de farsas, hemos teni-do y hemos sufrido en México, en esta época; pero el intentode 1928, honorable, sincero, sano, de entrar ya a un carril devida institucional, sin hombres necesarios ni únicos, sin dic-taduras “precisas” —que luego, casi fatalmente, hasta contrala voluntad de los hombres, degeneran en las mas abyectassatrapías—; ese intento ha persistido —claro o latente— entodos estos años y triunfó, al fin, en junio de 35, después desalvar el país, como veremos, una larga crisis política cróni-ca, con exacerbaciones agudas frecuentes, que causaronserios, inevitables atrasos en materia revolucionaria “social”.Pero nos parece, aun con los peligros inherentes a lo quepueda quedar (que es mucho) de confusión mental, que noes demasiado caro el precio que pagamos para evitar unadictadura “legalizada” o “regularizada”, si se pone términofinal, completo, a las situaciones extraconstitucionales dediarquías en la provincia y si logra resistir, victorioso, Cár-denas, el nuevo futuro aquelarre político que podría intentarllevarlo a la dictadura o al “continuismo”, directo o a travésde sucesores, lo que no sería sino repetir la historia delcontinuismo “callista” (¡hasta un “comunista” llamó ya, el20 de noviembre pasado, a Cárdenas, el “líder máximo de laRevolución”! Con lo que se vé cómo la adulación propone oacepta nuevamente otro “maximato” del que se debe Cárde-nas salvar...)

El período de 1928 a 1935 no es, pues, en nuestro concep-to, sólo “un período de dictadura detrás del trono”. Aunqueésta haya existido, a las veces, unitaria o bicefálica (ya lo

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veremos), distingue mejor a la época, la otra característica:la determinada por los claros, constantes esfuerzos de todoorden; muchos conscientes, inconscientes los más; por con-vicción, por doctrina algunos; otros con notableinconsistencia y hasta por interés personal, pero todos desa-rrollados para detener el movimiento pendular clásico queamenazaba casi fatalmente en 1928 con una indefinida entiempo, dictadura franca, o hasta con una tiranía, como apa-rente, único remedio, contra los peligros de anarquía, aldesaparecer el general Obregón. Y seguramente, de haberseestablecido franca, quizás hasta legalmente, o “regulariza-da”, la dictadura, siempre habríamos tenido la anarquía, alargo o a corto plazo, después del período de paz varsoviana,de la luna de miel forzada que conquistan “los hombres fuer-tes”, sobre todo cuando se dice que “han salvado del caos”.Más adelante estas frases ganarán, así lo espero, en claridady en fuerza de verdad y de lógica. Basta por ahora con ade-lantar lo que significó el esfuerzo inicial de Calles, de 1928,que para apreciarlo mejor debe pensarse que se realizó enun momento en que, en casi todo el mundo, se inclinaba ya,como ahora, la conciencia de las multitudes a la aceptaciónde todo género de dictaduras, constitucionales o al margende la ley, cuando, lo mismo en España que en Rusia, que enItalia, se elevaban o se preparaban cánticos de entusiasmoen loor de “los hombres de acero, capaces de hacer gobier-nos de fortaleza extraordinaria”, de tono y responsabilidadnetamente personales, hasta el absolutismo y la arbitrarie-dad, es decir, hasta la tiranía.

Ese fué el canto de las sirenas que, entonado ya en Méxicopor consejeros mestizos o criollos, llegó también desde elotro lado del Río Bravo, por conducto del embajador Morrow,y que, para definitiva honra suya (insistimos en ello), noquiso oír el general Calles. Por esto sólo, merece todo nues-tro respeto, mientras, al calmarse las pasiones, vuelva

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México, alguna vez, a darle su consideración hastaadmirativa.

PERO ANTES de pasar adelante conviene explicar por qué has-ta ahora, y en gran parte de la obra, predominará el análisisde orden político, sin que aparezca dominante, sino hasta elfin, el complicado fenómeno de orden social que viene pro-duciéndose en México desde 1910. La explicación essencilla. Es porque el fenómeno “social” quedaba constan-temente opacado, esfumado, ante la gravedad, la repeticióny la inminencia de las exacerbaciones de la “crisis políticacrónica”, en la época que reseñamos. La ausencia, frecuen-te; el abandono, aun contra la voluntad, del fenómeno útil,de franco “sentido social”, de fuerte ritmo de aceleraciónhacia adelante, es la real característica positiva es la resis-tencia a la aceptación franca de una dictaduraextra-constitucional, que, para hacerla débil, se la deja sinlegalización, intencionalmente, aun cuando llegue a existirpor olvido del mensaje de 28. Por esto, de modo naturalísimo,gran parte de nuestro libro tiene que estar dedicado “a lapolítica”. No que la inquietud económico-social no siguieraexistiendo; menos aún que las masas del país no hicieranpresiones definidas en el sentido de lograr más realizacio-nes en el aspecto “social”; tampoco, es justo decirlo, que losgobiernos de Portes Gil, de Rodríguez, de Ortiz Rubio, nolo quisieran y que no gritaran, hasta desgañitarse, los órga-nos políticos y los burocráticos, “que estaba haciéndose obrasocial revolucionaria, integral, en todos los sectores...” in-discutiblemente que alguna se hacía, sólo que no integral, nicon el ritmo de aceleración que aconsejaban las necesidadesy los tiempos. Sería no sólo absurdo sino infantil creer, comopretenden algunos ingenuos adoradores del presente revo-lucionario (únicamente porque es ahora cuando estánempezando a hacer algo ellos), que el período 1928 a 1935

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fué de completa paralización. No; fué de notables realiza-ciones y de no pocas conquistas. Pero era imposible, de todaimposibilidad, en medio de un huracán de crisis políticas,desde 28 hasta 32, pretender hacer obra metódica, honda,valiente, continua, de carácter social. La actividad políticalo enfermaba todo. Quienes, o por indiferencia o hasta pordesdén, olvidaban la política y se encerraban como caraco-les en su cucurucho aislador (llámarase curul o jefatura degobiernos locales o ministerios), no podían encontrar la ne-cesaria cooperación en todos los sectores. Faltaba el ajuste,el embonamiento de actos, que sólo pueden lograrse en au-sencia de inquietudes perpetuas de carácter político. Por esodespués de 1932, hasta diciembre de 34, cuando ya no hubouna sola crisis política grave, ostensible, porque ya no tole-raba Rodríguez el sistema de las “crisis artificiales” de losaños anteriores, se pudo trabajar mejor; por eso, entonces,se habló del salario mínimo y se lograron ciertas, aunquemodestas, realizaciones en ese terreno. Pero antes, muchose hacía con sólo conseguir que los moderados no apagarandel todo la flama. La crisis política no permitía, por su ca-rácter de crónica, otra cosa que no fueran buenas intenciones,esfuerzos desconectados, orientaciones imprecisas, clamo-res angustiosos no bien interpretados ni mejor satisfechos,porque los “confundía”, a menudo, el interés político, siem-pre en agitación... Casi todo de orden “político”, en elgobierno hasta fines de 32: los problemas, las intrigas, lasresoluciones, tenían que producirse a cada instante losoportunísmos y el abandono de los buenos y fundamentalescaminos, para seguir vallecillos secundarios. Después de1932, aunque ya entonces casi perfecta, por más libre, lamaquinaria administrativa, como subsistía el “dualismo po-lítico” (y gravando porque Rodríguez —quizás por desdén—no quería ni oír ni hablar de política, y porque se tomaba elnombre del general Calles, en el 90 por ciento de los casos,

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indebidamente), el fenómeno perturbador de una fuerte ac-ción, sostenida, de orden “social”: el fenómenoconstantemente político, tenía que seguir empañando todaslas cosas... Político el ambiente, necesariamente políticaslas administraciones (hasta 1932), y después, siempresuperpolítico el partido oficial, e impedidas, inevitablemen-te, las grandes realizaciones de orden “social”. Nuevasescuelas, ejidos, leyes revolucionarias; claro está que habíatodo esto y más; pero faltaba el elan, el empuje sostenido yconstante, de fondo y de forma, que no podía existir en regí-menes de “dualismo”. Por todo esto no debe extrañar queeste libro sea esencialmente de naturaleza política, puestoque va a reseñar una época super-política. ¡Era la crisis cró-nica que trajo la muerte de Obregón y el atentado contraOrtiz Rubio, después, con un tenebroso cortejo de males, dedistanciamientos, de detenciones, de amenaza y de caída fi-nal de valores y de prestigios!

Y LO PEOR ERA que ese mal no podía evitarse. Todos pensa-ban con preocupación, quizás algunos con remordimiento,en esa condición superpolítica de la época. Todos sabían queera, la situación, peligrosísima. Pero no pudo evitarse, loque no se evitó. No se olvidaba que desde nuestra indepen-dencia, desde antes de ella, en realidad, México ha sido ysigue siendo algo así como un canevá de hechos, de realida-des de orden “social”, “económico-social”, y que es sobreese canevá inmutable sobre el que ha bordado y bordan losdirigentes —con su sinceridad o con su interés o con susambiciones o con su pasión— los incidentes políticos quesólo constituyen la historia de las facciones de México; perono la historia de nuestro país. Todos sabían que mientras nose introdujeran nuevos hilos fuertes al canevá de “hechossociales”, el bordado político podía ser colorido pero no hacíamás sólida la tela; que nada significarían para la Revolución

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años que no fueran de grandes realizaciones en materia “so-cial”, y quizás casi todos querían hacerlas, y posiblementetodos creían, de la mejor buena fé, que las estaban consi-guiendo; pero... ¿la realidad? Vimos tierras y tierras que sedaban, sí; pero si intervenía el factor político (y ese factorintervenía siempre en una época super-política), ¿podemosextrañarnos de que Cárdenas haya descubierto que millonesde hectáreas concedidas entonces, fueron de tierrasincultivables, con burla a los ejidatarios y con definitiva burlaa la Revolución?

Nadie, insistimos, podía poner pronto remedio a esa etapasuper-política. No lo podían los presidentes Portes Gil y OrtizRubio, sobre todo porque no lo querían. De haberlo querido,el “continuismo” de Calles y con él la natural, lógica cons-tante agitación política derivada del dualismo, habría pasadodesde entonces. Ya hemos de probarlo. Rodríguez lo quiso ylo pudo, pero sólo en el aspecto en que el dualismo políticopretendía convertirse en dualismo gubernamental. Tal vezpensaran todos, quizás con razón, que mientras no pasara elperíodo presidencial que debió llenar Obregón, todo era pro-visional, todo se juzgaba pegadizo, pretendido con alfileres,circunstancial. Era tan grande el que faltaba que su ausenciaera constante realidad, y como realidad mayor, pesaba másque las otras realidades secundarias con que íbamos llenan-do el vacío. ¡Era tan fuerte la luz apagada que, aun extinta,proyectaba por seis años sombras!¿Cómo podríamos en este libro, entonces, esconder o “mi-

nimizar” los aspectos políticos? La vida de un país y el planode las acciones de sus hombres se cortan en forma compli-cada; rara vez se desarrollan necesidades verdaderas yacciones políticas en planos paralelos, y además, en no po-cas ocasiones las exigencias “políticas” de un instante sondesacordes con las exigencias de orden “social”. Así, aun

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acertándose, originalmente, como creemos que se acertó—hasta donde era posible— en la resolución “política” delprimer acto de la crisis crónica provocada por la muerte deObregón, el fenómeno que debía ser de atención constante,el proceso social revolucionario, no sólo no se pudo apresu-rar sino que fatalmente iba a ver moderado su ritmo. ¡Difícil,dificilísimo arte el del manejo de las situaciones enmaraña-das de los pueblos, en etapas de estructuración, como elnuestro! Y por eso, injusto, sin asomarse a todos los causales,a todas las circunstancias de una acción de responsabilidadsuprema, pretender dictar fallos definitivos de condenación.Asomémonos con sinceridad, con respeto, a la dolorosa rea-lidad mexicana de entonces.

CAPÍTULO XIIPERIODOS DE “REGULARIDAD DE

GOBIERNO”... Y SIEMPRE EL MISMOAL FRENTE

EL GENERAL Álvaro Obregón había logrado, no obstante larebelión de don Adolfo de la Huerta, concluir pacíficamentesu período presidencial y había entregado el gobierno a susucesor, Calles, el primero de diciembre de 1924.

Había sido el gobierno de Obregón, como lo fuera el cons-titucional, no concluido, del presidente Carranza, un“intermedio” de regularización administrativa y de obra pro-piamente de gobierno, en el recorrido, necesariamentedesordenado, de la Revolución. Pero había venido acelerán-dose, desde Carranza a Obregón, el movimiento, ya nopolítico, sino “social”. El país no se conformaba ya con cam-bios de panoramas políticos, ni con mutación o rotación dehombres. Pasada la ilusión del derrocamiento del porfirismo,como pasada la ilusión del derrocamiento de Carranza (comopasan todas las ilusiones de los derrocamientos de hombres),el solo hecho de ver gentes distintas, un poco distintas, o deacción antigua pero ya casi olvidada, en las oficinas del go-bierno y en el Palacio Nacional, no entusiasmaba a nadie,fuera de los que iban obteniendo empleos, por supuesto. Seexigía “aceleración del ritmo revolucionario”, lo mismo en1920 que en 1925, que en 1928, que en 1930, que en 1932,

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que en 1934 (cuando llegó a la Presidencia el general Cár-denas), que en junio de 1935, cuando desaparecióostensiblemente el dualismo político y de gobierno, dualis-mo que, de modo indiscutible e inevitable, retardaba laaceleración.

DE UN MODO esquemático (y sólo para que sirva de antece-dente necesario al período histórico que abarca este libro),tenemos que recordar la historia política de 1910 a 1928,cuando concluyó el gobierno de Calles. Habíamos tenidolas siguientes etapas:

a) Dictadura de Díaz, que, para 1910, ya estaba“sincronizada” y hasta, en opinión de muchos (el Sr. Made-ro, inclusive), modestamente humanizada y reconocida oaceptada como fatal, hasta la muerte del dictador. Lo pruebaque había llegado el Sr. Madero a proponer una transacción,a base de la Vice-Presidencia. Pero como fenómenosirritantes, cercanos, pesaba la brutal represión obrera de RíoBlanco y la sangrienta represión, también, habida cuandolos incidentes de 1906, precursores de la gran Revoluciónde 1910. Dictadura por demás, la de don Porfirio Díaz, queorgánicamente se desmoronaba. Por su extrema duración,por su no muy vaga naturaleza de “dualismo” gubernamen-tal (con Limantour, “el poder detrás del trono”), por la vejezy la arterio-esclerosis del caudillo, podía verse ya, en el ho-rizonte, una nueva etapa de movimientos pendulares, siquierapolíticos, de corto ritmo, de menor arco.

b) Tras un profundo movimiento revolucionario, profun-do en penetración, en sacudida de conciencias, más aparatosoque real en su significado de triunfos guerreros (la Revolu-ción de 1910-11), se establecía el interinato de De la Barra.Su característica: labor de zapa anti-revolucionaria. Desar-ticulación del “zapatismo”; primer error, gravísimo, de la

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Revolución, considerada como fenómeno político-social quese convierte en gobierno.

c) Gobierno del Sr. Madero. Llevado al poder por la in-mensa mayoría, si no por la unanimidad del país, el PartidoCatólico inclusive, que aceptaba, con su presencia en lascámaras, el triunfo y la realidad, política, de un nuevo régi-men: el de la Revolución. Gobierno, pues, el de Madero, delmás perfecto y democrático origen legal, pero lógicamente,de un modesto sentido revolucionario social, que más biencuajaba, en el gobierno, en la Cámara de Diputados, con elgrupo renovador, y fuera de él en la rebelión de Zapata.Gobierno de ingenua tolerancia, de liberalismo muy sigloXIX, que de modo perfectamente natural, y hasta lógico,estaba destinado a ser víctima de la traición, lo que no hace,por supuesto, menos infame el crimen. Madero, que habíamerecido y sigue mereciendo, ahora más que nunca, el dic-tado de “apóstol”, el iniciador de la Revolución conmayúscula, el derrocador de Díaz (más que por la fuerza delas armas, porque había cristalizado un franco anhelo popu-lar; el fin del “continuismo”), Madero pasaba a la historia,tras un corto pero brillante ensayo de vida institucional, depleno y generoso sentido democrático, de velada, tímida ten-dencia económico-social, de tolerancia suicida para losenemigos, emboscados y abiertos, de la Revolución.

d) Dictadura sangrienta; tiranía, la más arbitraria, de cuar-tel, de Victoriano Huerta, que preparó, de modo inevitable,y salvado, la Revolución constitucionalista, que fué, al prin-cipio, de sentido (lógico también), estrictamente político,porque era, fundamentalmente, de “reintegración del país ala vida constitucional rota por Huerta”. Movimiento que fuéadquiriendo, poco a poco, hondo sentido social, cuando elempuje de los hombres de izquierda, la presión de obreros ycampesinos, la necesidad de despertar francas adhesionesde las masas y hasta la de aplacar divisiones y rebeldías en

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las filas constitucionalistas, definiendo los campos, lleva-ron al Sr. Carranza a escarbar bien en los anhelosfundamentales del pueblo. Revolución con los naturales pe-ríodos semi-anárquicos, apenas contenidos por el predominiopolítico y militar de Carranza, ayudado en sus grandes éxi-tos guerreros por el genio de Obregón, quien de modosingular, a la vez que sobresalía como soldado, se identifi-caba, no desde Veracruz, pero sí desde el Constituyente deQuerétaro, con las aspiraciones económico-sociales de lasgrandes colectividades del país. Se preparaba a surgir, des-pués de Carranza, otro estadista que sería por varios años ellíder “social” de la Revolución.

e) Constitución Política de la República, de 1917, que plas-maba, en varios artículos, las necesidades más ingentes delproletariado y que reivindicaba, valientemente y con clarosentido colectivista, derechos vitales de la nación, pero con-servando, si no afinando, a las veces, tendenciasindividualistas de la vieja constitución de 1857, la cual, demodo natural y lógico, iba a parecer entonces adorable aquienes la habían combatido antes y a ser convertida,hipócritamente, en bandera de las derechas y hasta el clero.Se establecía una nueva situación legal mixta, individualis-ta, liberal y colectivista, que había de traer confusiones yatrasos en el proceso de renovación, de nueva estructuraciónsocial de México, hasta que, modificada en lo preciso, hallegado a ser un instrumento adaptable y bastante adaptadoa la tendencia y a las necesidades del instante. Pero aun de-ficiente, por híbrida, la Constitución del 17, es difícilimaginar siquiera que hubiera podido hacerse obra mejor deconjunto. Fué, y sigue siéndolo, guía luminosa de pueblosen América y en Europa, y puede resolver, como ahora está,o con las necesarias modificaciones que la Revolución enmarcha exija, tal vez por lustros aún, la mayoría de los gran-des problemas mexicanos.

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f) Tras los años de la primera jefatura (situaciónpreconstitucional de dictadura, rayana, en ocasiones, con unatiranía arbitraria inevitable y salvadora de la unidad revolu-cionaria), llega el período constitucional, no concluido, delpresidente Carranza. Pacificación relativa del país. Doloro-so y estéril error: la no aceptación franca de Zapata, aunquesus ideas agrarias hubieran sido aceptadas desde el Decretode Veracruz, del 6 de enero de 1915. Una mancha que enjusticia no corresponde originalmente al presidente: la cela-da a Zapata, permitida o perdonada entonces pordesconocimiento del sentido vital, perdurable, que elzapatismo encarnaba. Entrada, tímida siquiera, a campos deaplicación de los grandes principios revolucionarios, enmateria agraria y obrera. Todo un lento, tenaz, dificultosoproceso para establecer la disciplina en el nuevo ejército.Modesta organización administrativa. Admirables actitudesde decoro y de gallardía internacionales. Infortunada aven-tura política (nosotros participamos modestamente en ella,debemos confesarlo), para hacer elegir como sucesor aBonillas, movido el Sr. Carranza, no por ambiciones decontinuismo (como tenía que creer entonces del país) sino,(creímos entonces y seguimos creyendo) por un generosopropósito de sentido civilista que el Sr. Carranza esperabaque conduciría a la afirmación de nuestra vida institucional.

g) Nueva etapa de la Revolución, con el Plan de Agua Prie-ta, que ya anunciaba un momento histórico de otra nuevaaceleración de ritmo, en el sentido social de la acción de losgobiernos revolucionarios. Había de producirse, entonces,la segunda gran escisión de las fuerzas revolucionarias pri-mitivas, no sólo de las militares, sino de todos los elementosde pensamiento y de acción. Había sido la primera, la divi-sión villacarrancista. La escisión de ahora (1920), no menoshonda que aquella en sus resultados de nulificación o depérdida de hombres, produciría otra tremenda sangría, por-

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que no hay que contar sólo como perdidos los muertos, sinolos caracteres inutilizados, por lustros, y a veces definitiva-mente, para la acción política y la obra de colaboración conlos gobiernos revolucionarios. Empezaba a enfermarse gra-vemente de anemia el tronco de la Revolución.

h) Interinato de don Adolfo de la Huerta. Mucho menosperjudicial que otros interinatos, fué éste, sin embargo, in-evitable elemento de atraso de consolidación política y dedefinición social del movimiento mexicano. De la Huertaiba a significar durante el régimen de Obregón (quiéralo ono), una tendencia moderadora, que aunque útil en un terre-no político ideal, detendría del 20 al 24, no pocasrealizaciones de orden social revolucionario.

i) Gobierno del general Obregón. Primeros logros de im-portancia en materia económico-social y en el campoeducativo. Notables progresos, aunque insuficientes, en laobra de regularización burocrática. Siembra de los más va-liosos gérmenes de un programa definido de acciónrevolucionaria. Balance, creemos, no sólo favorable sinobrillante, para la Revolución y para el país. Convertido elgeneral Obregón ya, desde su segundo año de gobierno, enun muy completo estadista, representaba al terminar su pe-ríodo un maravilloso caudal de experiencia que, aquilataday purificada después por el alejamiento y el estudio, de 1924a 1928, aseguraba para México, en su segundo término degobierno (que impidió el crimen de Toral), la obra más va-liosa, tal vez, que hubiera podido hacerse, dentro del ritmoque prevalecería hasta fines de 1834. Que prevalecería en laacción de los gobiernos, hay que advertir, no en el empuje yen la voluntad de las masas, respecto de las cuales estuvo enretardo el ritmo social de los gobiernos que se sucedieron enese período. (Hay que confesar que quizás el generalObregón, aun sin el fenómeno retardatario de la crisis polí-tica crónica del 28 al 34, tampoco habría podido sintonizar

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del todo su acción de gobierno con el deseo de avance socialde las masas. Si Calles llegó a estar retardado, en realidad,en esos últimos años, en su proceso mental de aceptación deun nuevo ritmo más acelerado, posiblemente hubiera pasa-do lo mismo con Obregón, sobre todo si se considera queéste habría tenido (por ausencia del “dualismo”) la totalidadde las acciones y de las responsabilidades de su gobierno).

j) Período presidencial de Calles, que marca, al mismo tiem-po que una tendencia más radical que las anteriores degobierno (de Obregón, de Carranza y de Madero), en mate-ria obrerista y agraria, sobre todo; que marca, decimos, obraadmirable de reorganización administrativa. La aceleracióndel ritmo en la aplicación de las leyes derivadas de la Cons-titución de 1917 abría nuevos derroteros al derecho obrero yconsolidaba en la conciencia de las masas y de la realidadtoda mexicana (comprendiendo en ella los campos de lasdiversas reacciones, por supuesto), la política del reparto detierras, empezada a aplicar con entusiasmo, con regulari-dad, con verdadera convicción sólo desde 1921. No pudohacer, sin embargo, Calles, la obra integral que era precisapara el éxito de la resolución original mexicana hallada alproblema agrario. Faltó crédito y sobró política. Pero no fal-taron ni sinceridad, ni generosidad, ni valor, ni fé. Mayoresfueron los éxitos propiamente administrativos: fundación delBanco de México, del de Crédito Agrícola, logrados por latesonuda voluntad del presidente, por sus métodos drásticosde reducción de gastos burocráticos, lo que permitió en sólolos primeros cinco meses de su gobierno hacer economíasde ochenta millones de pesos para el capital inicial de esasinstituciones que, digámoslo de paso, defraudaron por añosen su función social, la legítima esperanza que la Revolu-ción pusiera en ellas. Digno de notarse, también, es la posturaprimitiva de Calles, de suprema dignidad, particularmente afines de 1925 y principios de 26, en frente del imperialismo

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que entonces olía a petróleo. (Luego Morrow logró debilitaresa actitud). Esa página, inédita aún, de la acción de Callesen 25 y 26, con la cooperación valiente de Morones y departe del gabinete en menor grado, bastaría, en opinión nues-tra, para formar un legítimo pedestal a la figura de Callescomo presidente. Pero como este libro va a presentarlo par-ticularmente como cabeza, como una de las cabezas de “losregímenes de dualismo”, de 1928 a 1935, no intentamos,por ahora, escribir nosotros esa página, y hasta preferiría-mos que fueran otro escritor mexicano quien lo hiciera. Detodos modos, podemos adelantar la afirmación de que, eldía que sea perfectamente conocida la actuación de Callesen esos meses de la culminación de las dificultades interna-cionales por la cuestión del petróleo, en defensa del artículo27 constitucional, y sin que se arrendara Calles por la ame-naza, ya viva a principios del 26, de la rebelión cristera, esedía, ya no la historia, que es más justiciera, por más fría,sino la Revolución misma, aun en un momento efervescentecreador, como el de ahora, olvidará cualquiera opacidad delCalles, ya no gobernante, de 1928 a 1935. Porque, en últimoanálisis, como se verá en este libro, el pecado de Calles eshaberse retardado respecto del ritmo social de la Revolu-ción. Y ningún hombre dirigente en los procesos sociales demucha duración, puede estar seguro de mantener su espíritusiempre a tono con el ritmo ascendente revolucionario. Na-turalmente que, entonces, debe ser eliminado, si se imponela necesidad de aceleración de ese ritmo; pero la elimina-ción, que no es deshonrosa en esos casos, ni debe serinspiradora de odios duraderos, ni puede borrar los méritossupremos del pasado. Pero volvamos a los años del 24 al 28.

El desarrollo de la economía nacional, logrado no obstan-te los tres años de la rebelión cristera, la innegable mejoría yla ordenación de las finanzas, aunque no llegara el procesorevolucionario “social” sino a arañar en ese sector las cosas;

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la creación, puede llamársela así, del Ejército Nacional, delverdadero ejército, que es ahora honra de la Revolución yprestigio definitivo de las instituciones, desde que probó sulimpieza y su elevación en la crisis de eliminación de Ca-lles, de junio y diciembre de 35; lo conseguido en el ramode Educación Pública, que no señalamos porque el autor tuvo,como ministro de Calles en ese ramo, responsabilidad y ac-ción especial, ya que no méritos de ningún orden; todo estoy mucho más que hizo este gobernante (firme en el apoyogeneral y en la confianza de las grandes colectividades de laciudad y del campo, aunque ya para entonces las masas qui-sieran una nueva aceleración de ritmo, con la simpatía hastade los sectores moderados y aún enemigos, por reacciona-rios, que lo respetaban “por definido y firme”); todo estohizo posible que Calles llegara al término de su período cons-titucional sin muy serios quebrantos en su prestigio comorevolucionario social, aunque es dudoso que en 1928 el go-bierno de Calles cristalizara el izquierdismo de la Revolución,cuyo eje había salido ya, casi seguramente, del Palacio Na-cional, por más que no se localizara de modo indiscutible,todavía, en ninguno de los sectores de acción política, niaún en los centros electorales del general Obregón. Por lodemás, el triunfo de Calles, de conservar casi todo su presti-gio hasta el fin de su período, no es insólito durante laRevolución, aunque nuestra historia política enseña que losdos últimos años de un período presidencial son de ordina-rio de verdadero arrastre de los gobiernos, en el mejor de loscasos, perdida la fé de todos y hasta el respeto más elemen-tal de los políticos, agrupados ya alrededor del sol que nace.Digamos, de paso, que a pesar de ésta, casi fatalidad históri-ca mexicana, cuatro presidentes de gobiernos de la época dela Revolución se han escapado, hasta ahora, de esta trayec-toria de mortal descenso, manteniendo mucha de su fuerzapolítica y moral hasta el fin de su período. Ellos han sido:

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Obregón, Calles, Portes Gil y Rodríguez. Y añadamos quede los presidentes revolucionarios anteriores a 1920, Made-ro y Carranza habían de resucitar, con el tiempo, no sólo enel corazón y en el respeto de los revolucionarios de todoslos matices, sino en el de los indiferentes y aún de muchosde los enemigos. ¡La vida, en su proceso de justificación,lenta y segura cuando se trata de valores reales, habría dedevolverles, muertos, lo que habían perdido de fuerza y deprestigio como gobernantes!

AL MEDIAR el año de 1928, el nuevo gobierno, ya muy próxi-mo, del general Obregón, era esperado por tirios y troyanoscon verdadera impaciencia. Curada la desilusión, más egoístaque sincera, de quienes se habían dolido de lo que parecía, yera, “regresión política reeleccionista” (la vuelta de Obregóna la Presidencia, después de un período de ausencia), con-vencidos de que eso no significaría en realidad “continuismo”de Calles, porque se sentían claramente las sensibles tonali-dades de discrepancia de ambos dirigentes, y resignados,aún los peores enemigos de Obregón, a tolerarlo, por lasconveniencias de paz que su jefatura significaba, el futuro,en el campo político, parecía luminoso. No había la más re-mota amenaza armada dentro de las filas revolucionarias,no obstante que el “obregonismo” seguiría significando, sinduda, la eliminación —aún— del “carrancismo”, de casi todoel “villismo”, del “delahuertismo” (que había dado lugar ala tercera sangría de importancia de la Revolución), y hastade numerosos sectores del “callismo”. Porque hay que in-sistir en que, indudablemente, de haber llegado Obregón ala Presidencia, habrían sido eliminados muchos factores yhombres del “callismo” (seguramente nosotros, entre ellos,por nuestra lealtad a Calles que nos impedía desde entoncesacercarnos demasiado a los astros que nuevamente apare-cían). Pero todos se resignaban o aparentaban resignarse.

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Aun las actitudes, las posiciones de recelo, hasta de francaenemistad, de grupos del Partido Laborista o de la Confede-ración Regional Obrera Mexicana (a la que en adelantedesignaremos: la C.R.O.M.), no podrían llegar a significar,hasta en el no remoto caso de que se hubiera puesto a sufrente, en el futuro, el general Calles, sino campos de legíti-ma y útil oposición gubernativa, pero, de ningún modo(entonces) aventuras de rebelión.

Así las cosas, al desaparecer Obregón, presidente electopara un período largo, de seis años (de acuerdo con la modi-ficación constitucional, que había establecido, también, lareelección moderada); así las cosas, decimos, se plantearonal morir Obregón nuevos e inquietantes problemas, el pri-mero de todos: el de la sucesión presidencial, que significabala selección pronta de dos hombres para presidentes, unopara el período de un corto interinato (durante el cual secelebrarían nuevas elecciones presidenciales) y el otro—del presidente sustituto— para completar el término, deseis años, de Obregón.

Bruscamente, con certero tino para los intereses y las es-peranzas últimas de la reacción, la pistola de Toral amenazabacon hundir a la República en un caos. Asomaba, sin duda, lamáscara descarnada de la anarquía —siquiera temporal— siCalles se limitaba a cumplir —como le habría convenido,desde un punto de vista personal, egoísta— con su únicodeber teórico de primer mandatario, que era terminar pacífi-camente su período presidencial, entregado el primero dediciembre de 1928 el poder a quien el Congreso —libre-mente— hubiera querido designar presidente constitucionalinterino.

Pero, ¿podía limitarse Calles a cumplir fríamente con esesu deber teórico de gobernante?

Esta es la pregunta fundamental que hay que resolver contoda honradez y lógica para juzgar los actos posteriores de

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Calles hasta junio de 35, los actos deliberadamente cons-cientes y los que vinieron, de modo fatal, sin que nadiepudiera o quisiera evitarlos, hasta culminar con un “dualis-mo” extraño y absurdo de gobierno. Nosotros, sin pretendercontestar esa grave pregunta, capital para el juicio históricode Calles, de 1928 a 1935, vamos a limitarnos a acumularmaterial de juicio, hechos y reflexiones que puedan condu-cir, alguna vez, al establecimiento de su responsabilidad ode su mérito.

CAPÍTULO XIIILAS CRÍTICAS TAN FÁCILES A POSTERIORI

NO IGNORAMOS lo que la incomprensión o la mala voluntadhan dicho acerca de ese crítico instante que se produjo enMéxico el 17 de julio de 1928, cuando fué asesinado ÁlvaroObregón. Pero no vemos qué otra cosa, como gobernante,entiéndase bien, como gobernante, habría podido hacer elgeneral Calles. Veamos, metódicamente, con el más frío pro-pósito de análisis, lo que Calles quiso o aceptó hacer; lo queoriginalmente, constituyó su intención, su resolución y losmétodos para ejecutarla; todo lo cual quedó expresado en sumensaje político a las cámaras del primero de septiembre de(1928). Y debe recalcarse, lo que quiso hacer, porque, si haymomentos en todos los pueblos en que, a pesar de todas laslimitaciones constitucionales y aun con la más elevada edu-cación cívica y política, la fatalidad misma de los sucesos,las situaciones creadas, o la política, o el interés nacional,permiten de hecho todo, absolutamente todo, a los jefes deEstado, aquel momento, en México, de la muerte de Obregón,fué ciertamente uno de ellos. Todo lo pudo hacer Calles; portanto, la responsabilidad o el mérito de lo que hizo, es ma-yor: hizo, efectivamente, lo que quiso hacer, lo que aceptó

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hacer, lo que le vino en gana, lo que resolvió su voluntad oescuchó su conciencia.

Tan airadas pasiones se movieron, en los primeros días,tan encontrados intereses políticos y sociales se pusieron enjuego, tanto desconcierto nacional salió a flote; de tal mane-ra, clarísima, como resultado de un proceso mentalsemi-anárquico, se volvieron, al fin, los ojos a Calles (losojos de todos, amigos y hasta de enemigos con la única ex-cepción, que recordemos, del grupo irreductible de Manriquey Soto y Gama), que pudo, en verdad, el presidente Calleshacer entonces lo que le hubiera venido en gana, repetimos,aunque, naturalmente, no podríamos juzgar, en buena lógi-ca, los resultados tardíos, de haber hecho cosa distinta de laque quiso hacer: renunciar a la completa continuación delmando. Porque ese fué el fenómeno original, la resolucióncumbre, impecable, contenida en el mensaje político ante elCongreso. Los organismos para la “diarquía”, las “entelequias”para el continuismo, por transferencia, sin responsabilidadlegal, vinieron después, y casi seguramente, de no haber esta-do expresada terminante, inequivocadamente, en el mensajede septiembre, la promesa suprema de no continuación legalo legalizada de mando, algunas de esas entelequias podríanhaberse convertido en realidad legal —o regularizada al me-nos— cuando la vida, o los malos amigos, o las brujas de todaclase que hemos de encontrar en este estudio, torcieron laresolución original y llevaron a un “dualismo” de gobierno,al margen de la ley y con olvido o burla de la intención pri-mitiva.

Pero decíamos antes que al fin, casi todos los ojos se vol-vieron a Calles. Al fin, porque esa situación inmejorable,aunque de la más alta responsabilidad histórica, para el pre-sidente, ya que se le entregaba “la suma” del poder público,sin haberla pedido ostensiblemente; esa realidad de conver-gencia general, casi universal en México, de confiada espera,

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de vuelta de todas las miradas a Calles, dentro y fuera delpaís, no se produjo de inmediato, y por eso, precisamente,fué más valiosa. No fué a buscarlo, en efecto, la primerasemana, ni la segunda, a su casa de Anzures, en donde esta-ba hundido Calles en la más intensa crisis moral en que lohayamos visto en los 16 años en que lo hemos estudiado,crisis moral provocada en su espíritu por los problemas detodo orden que le traía la desaparición del que era legítimo,indudable y difícilmente sustituible líder máximo y caudi-llo. Esa entrega general, deliberada, llamémosle así, de laopinión pública a Calles, voluntaria, entusiasta en unos secto-res, los más numerosos, y sólo concedida vergonzantemente,con disimulos, con rencores aplazados y hasta con odio enotros, esa entrega no se produjo, en verdad, sino bastantesdías, hasta tres semanas, por lo menos, después de la muertede Obregón, aunque hubiera impacientes que quisieran aban-donar el cadáver del jefe, en el trayecto del viaje funeral aSonora, porque les parecía eterno el plazo para presentarsea recoger, de manos de Calles, migajas del botín...

En tanto, la pasión política, explicable y hasta disculpablepor lo que significara amor a Obregón, y la calumnia intere-sada, en uno que otro elemento aislado, hacían su obra “dezapa de prestigios...” no conformes con barrer a Morones,habían pretendido manchar en la tragedia a Calles... Toda-vía una semana después del crimen, la casa presidencial deAnzures era un verdadero desierto, material y moral. Minis-tros, generales, políticos, parecían no desear que se les viera,ni muy cerca de Calles, ni muy frecuentemente. Y la actitud,aunque nosotros no la imitáramos, nos parecía decorosa yalta. Mientras en la conciencia nacional existiera la menorduda con relación al asesinato del presidente electo, hacíanbien en mantener —los que dudaran— una prudente, deco-rosa, situación de lejanía. Era también, de respeto quizás, alpensamiento y a la responsabilidad del jefe del Estado, la

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tácita resolución de dejarlo casi solo. Así, apenas ví la pri-mera semana, como vista de todas horas, como casiconstante compañía, a Portes Gil, a Luis León. Y aunquehubieran —que los hubo— ratos violentos, cuando la con-versación de ellos recaía en la acusación “que brotaba dealgún sector del obregonismo, contra Morones y su grupo”acusación permanente, en esos días, en el entourange deCalles, infiltrante, insidiosa), el presidente, a pesar de susviolentas, gallardas reacciones de defensa de los laboristas,“tenía que agradecer”, humanamente, esas manifestacionesde sus amigos, “empeñados”, me dijo alguna de esas nochesCalles, “en salvar su prestigio inmediato, amenazado poresos rumores contra el secretario de Industria...” ¡En salvara Calles haciéndolo ser injusto para con un sector revolucio-nario: el de los “laboristas”, lo que, por supuesto, se logró!

(Debo decir aquí que entonces se robusteció mi resolu-ción, que siempre he cumplido, y que pude empezar ademostrar, semanas después, como ministro de Industria,Comercio y Trabajo, mi resolución de no hacer nunca elmenor acto de hostilización a ese sector obrero en desgraciaque significaba, fueran cuales fueran sus deficiencias o susvicios, el grupo de mayor fuerza, entonces, de aceptada so-lidaridad y responsabilidad política, revolucionaria social yde gobierno, con los gobiernos de la Revolución. Tengo, paraborrar otros mil defectos y debilidades de mis acciones depolítico, el orgullo de decir que habiendo sido tal vez el úni-co hombre del gabinete de Calles que no supo siquiera dondevivía Morones, en sus cinco años y medio de convivenciaen la cámara y en el gabinete presidencial, nunca, ni antesde julio de 28, ni después, tocó, sino con simpatía y conrespeto, a la C.R.O.M. Esa, como todas las demás organiza-ciones obreras, como todas las campesinas —aunque unoque otro de sus líderes fueran, que nunca lo fueron en altogrado, nuestros enemigos personales o políticos—, esa or-

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ganización fué siempre para mí y seguirá siendo, por su ca-rácter de organización de trabajadores, respetable. Y digo loanterior, porque de la única responsabilidad moral que quie-ro, por mi conciencia, desligarme, desde ese instante de 1928y en todos los años posteriores, es de la de haber, en algunaforma, contribuido a la división de obreros y de campesi-nos, que es, a mi juicio, el daño más formidable producido,por oportunismos políticos, en los últimos años de nuestroproceso histórico. Cualquiera otra responsabilidad, colecti-va, hasta individual, aun excesiva o injusta, la acepto y lacomparto).

DESDE LA cuarta semana después del crimen, hasta por nece-sidad, tal vez originada por el eterno horror de las sociedadesy de las instituciones, como de la naturaleza, al vacío, seprodujo la completa reacción rápida y general de acerca-miento y de confianza a Calles. Se veía ya, para entonces,que “nada había sucedido”, fuera, por supuesto, de lo irre-mediable: la muerte de Obregón. Los pesimistas, todos los“hojalateros” (los que cifran su única acción en el deseo; esdecir siempre: “¡ojalá suceda!”), tenían que convenir en queningún general, ni un solo jefe agrarista, ningún líderobregonista desesperado o indignado, se levantaba en ar-mas contra Calles. Entonces, hasta los enragés seconformaron con la salida de Morones del gabinete —vícti-ma propiciatoria entregada a la voracidad de las facciones,como siempre sucede— y todos estaban de acuerdo (menossiempre Manrique, Soto y Gama, y ahora Topete), en queCalles había de marcar los rumbos del futuro, por lo menosdel futuro inmediato. Pasada la ola de estupor, iba a romper-se la situación política anterior de duda, en espumas deconfianza, en gesto de atisbo, en miradas de adivinación. Enactitudes de cerco, en las antesalas presidenciales. El caso

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era ya sólo saber: “¿cómo querría Calles resolver el proble-ma de la sucesión presidencial...?” Muchos decían,francamente: “de la doble sucesión presidencial...”

Se produjo entonces, con la marejada de la ciega, sincerao interesada confianza, la entrega del futuro a Calles. Y enese fenómeno de entrega, voluntaria, o entusiasta, o reticen-te, o callada, o por convencimiento patriótico, o por interésrevolucionario, o forzada, o por ilusión, o por cobardía, to-dos los políticos, los militares y los hombres de gobierno,hay que confesarlo; todos, menos Manrique y socios, pusi-mos nuestras manos... Y aún creemos ahora que al hacerlo,hicimos bien.

CAPÍTULO XIVENCRUCIJADAS Y CAMINOS REALES

TENEMOS el deber, ahora que han pasado diez años, no dejuzgar, pero sí de exhibir y de analizar honradamente loshechos, las encrucijadas y los caminos reales que se presen-taban al hombre convertido, en realidad desde agosto de1928, en un verdadero, omnímodo dictador, siquiera por losmeses que le faltaban aún para la conclusión de su período.

Si abandonaba Calles la dirección política que se le entre-gaba (un mucho, voluntariamente, un poco a solicitud suya,habilísima, cuando la primera ola de confianza se produjo);si dejaba Calles que se procurara llegar libremente a las si-tuaciones legales de gobierno, posteriores al primero dediciembre, concluído ya su mandato; es decir, si decidía queera su único y estricto deber —como lo era teóricamente—“no hablar, siquiera de la sucesión presidencial”, dejar lascosas y el futuro a las fuerzas del destino, a la libre voluntadde los políticos y militares (no de los partidos, que no loshabía, sino los restos del Centro Electoral obregonista), ycontentarse con terminar pacíficamente su período y conhacer entrega del poder en alguna gran fiesta del estadio, enuna jubilosa mañana de aparente gran triunfo democrático,de desinterés político absoluto y de consagración ciudadanacomo tal vez no la hubiera logrado mayor nadie antes que

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él, en la historia de México, si tal hacía Calles, era casi in-evitable, con cualquiera elección que hiciera el Congreso, larebelión militar a corto plazo y, cuando tomaran partido lasmasas, como lo tomarían de seguro, era posiblemente la anar-quía, siquiera de corta duración, porque no estaban biendefinidos, entonces, ni los hombres ni los campos.

Este era el argumento que se presentaba a Calles, por casitodos, para inducirlo a tomar o para afirmar una resolución,quizás ya tomada por él, en silencio, de “cumplir no sólocon su deber teórico legal sino con sus deberes de partido”;se decía entonces: “con sus deberes de revolucionario”. Nopodría Calles (afirmábase), ni debería egoístamente, hacerconsistir su deber en acabar, triunfante, su período; en salir,del modo más clamoroso, de la Presidencia de la República,“dejando la responsabilidad del futuro a un partido (elobregonista), apenas de carácter electoral transitorio, desor-ganizado, sin jefes reconocidos y sin guías 'sociales'...” devenir la anarquía o el retraso de la Revolución, argüían otros.“La responsabilidad moral y política sería del antiguo presi-dente... hombre de la Revolución, antes que nada, no habíasabido garantizar, por la paz, las conquistas revoluciona-rias...” revolucionario, su interés egoísta de gobernante, suconveniencia histórica de aparecer respetuoso del libre jue-go electoral y de las normas más puras constitucionales, lohabían llevado a abandonar conscientemente a su partido, ya su país, a los riesgos de una anarquía...”, “tal vez”, susu-rraban, por fin, algunos espíritus maquiavélicos, “eso es loque le conviene: un período de anarquía para que “el hom-bre puro”, el que “respetó” las fórmulas constitucionales,tenga, entonces, el derecho de volver a establecerlas, ya queel pueblo, al que generosamente dejó en libertad, no pudohacerlo...” Este último comentario, sobre todo, no hay queindicarlo, tomaba cuerpo en los campos particularmentehostiles a Calles. Era el eterno cuento del cohetero. Pecaría

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por acción o por omisión. Lo que sí es indudable es que, deno haber intervenido Calles, todo esto habrían dicho mástarde, si venía un fracaso de la paz o de la Revolución, ami-gos y enemigos... Y no era remoto el riesgo de la anarquía,siquiera transitoria —ay que insistir— porque no debe olvi-darse que, además de las características constantes queforman nuestra idiosincrasia política (determinantes de pe-ligros en cualquiera situación de elecciones de un presidente,y más si ésta es hecha por el Congreso), había en esos ins-tantes —de agosto de 1928— la extraña circunstancia deque muchos de los hombre dirigentes, muerto Obregón, seconsideraban con cierta lógica, del mismo tamaño, sin que-rer aceptar jefatura, sino de Calles; con iguales derechos,todos, para ser los sucesores de Obregón, o por voto delCongreso federal, o por obra de las facciones políticas, enun remedo de resultado de urnas electorales sabiamente dis-puestas de antemano, o, en definitiva, por segmentos delEjército, tras una lucha tanto más incierta cuanto mayoreseran las seguridades del divisionismo, por falta real de cau-dillos, o, por lo menos, de jefes indiscutibles, de hombresplenamente representativos, de aceptación nacional, de losgrandes anhelos de la colectividad mexicana.

PERO TANTO, o más serio quizás, para muchos de los que es-tudiábamos con relativa frialdad la situación (frialdad queresultaba, no sólo de hábitos mentales, sino hasta de nuestrareconocida insignificancia para aspirar a la herencia políti-ca en disputa); más grave que ese peligro de rebelión y depasajera anarquía, era que, de tomar Calles fuertemente eltimón, de preparar el futuro inmediato, el del interinato, yluego, de seguro, el de las elecciones de 1929, se convirtie-ra, tarde o temprano, como fatalmente se convirtió, en “lafuerza ilegal detrás del trono”. No que nos repugnase la si-tuación posible, por tratarse de Calles, sino que la temíamos,

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por peligrosa para todos y particularmente para él. Era pues,hasta un egoísmo personal, político, dada nuestra identifica-ción con Calles, lo que determinaba nuestros temores. Lahistoria nos hablaba con su fría elocuencia. “Creador de si-tuaciones” ha significado siempre en nuestro país “manejadorde las situaciones creadas”. Y después vienen siempreincontenibles deseos de manejar las situaciones muy poste-riores, las que ya no ha surgido de la voluntad, ni de la fuerza,ni de la intención original lejana. Sencillamente ésta es lahistoria de todos nuestros “continuismos”, lo mismo en elpoder federal que en los estados.

Por esto, si no se lograba hacer casi imposible, de cual-quier modo, que se llegara a producir el fenómeno, éstetendría que aparecer, o bajo la forma de una continuaciónlegalizada del supremo mandato o con los caracteres bienconocidos de una dictadura disfrazada en un régimen “dual”,en algún Ejecutivo de dos cabezas, visibles las dos, odecorosamente oculta una de ellas, pero las dos pensando uordenando, o, lo que sería peor aún para el decoroinstitucional, ordenando sólo una (la inconstitucional), y sien-do la otra de acción apenas “protocolaria”. Y si en el rechazode este recurso peligroso de gobiernos un poco o un muchode juguete, con Calles detrás; si en el rechazo de este siste-ma, se resolvía Calles a seguir, ostensible, descarada,francamente, con cualquier título, con cualquiera modali-dad constitucional que se inventara y que se hiciera votarrápidamente por el Congreso; si se resolvía Calles a seguirsiendo el jefe “legal” del Poder Ejecutivo, después del pri-mero de diciembre de 28, el peligro era mayor aún, porqueeso sería la dictadura indefinida, y casi seguramente, tarde otemprano, la transformación de la dictadura en tiranía, cuandola arbitrariedad se uniera, como tendría humanamente quesuceder, a los poderes tan peligrosos del absolutismo. Portodo esto, desde entonces, se urdían los hilos del plan

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institucional que contuvo el mensaje político, con el que setenía la ilusión de prevenir casi todos esos males.

NO FALTARON, por supuesto, las brujas de Macbeth, que nogritaban: “tú serás rey”; que decían, con aparentes apoyosen motivos patrióticos, de afianzamiento revolucionario,hasta de orden internacional: “tú debes seguir siendo rey”.¿Para qué citar nombres de políticos mexicanos? No es pro-pósito de este libro señalar responsabilidades por consejosque, afortunadamente, no fueron seguidos por Calles... enaquel momento. Y tampoco valdría la pena de citarlos cuan-do el mal se produjo, sencillamente porque sería, como dijoen una brillante pieza oratoria histórica del presidente delCongreso de brillante pieza oratoria histórica del presidentedel Congreso de la Unión, diputado don Gilberto Bosques,el primero de septiembre de 1935, “perder todo sentido delas proporciones”. No se puede, en efecto, aludir a gentessecundarias, “en la misma página en que se hable de losgrandes fenómenos históricos” a menos de que se hable(como en algún caso nuestro y en otros) porque sea del todonecesario, por defensa legítima o para hallar la verdad. Perohubo muchas brujas; de todos tamaños de todas alturas, devarios idiomas, de distintas razas, que aconsejaban, sinembajes ni entelequias, el “continuismo” franco, indefinidoen tiempo, o de seis años de duración como mínimum; unaprolongación del mandato, por cualquier medio; por rápidareforma constitucional que hiciera posible la inmediata re-elección; por extensión del término; hasta por un plebiscitoespecialísimo y artificioso como todos, que diera asomos delegalidad, al régimen de continuismo que “parecía indispen-sable y salvador...”

La absolución exterior, que eso significaban y aún signifi-can ciertos reconocimientos diplomáticos, se garantizaba deantemano por el señor embajador Morrow...

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SÓLO PARECÍA haber un medio, dentro de nuestras realidades,para evitar la Dictadura “legalizada” de Calles, la prolonga-ción de su Mando, quizás prorrogable, por vida tal vez, alestilo de don Porfirio Díaz, o la otra forma de extensión demandato: la peligrosísima continuación oculta, la logradapor un dualismo gubernamental imposible en nuestro me-dio, en vida normal, dadas nuestras instituciones de “régimenpresidencial de cabeza única” y hasta nuestro carácter mexi-cano al que repugnan situaciones “de poca hombría”. Enlas cabezas del Estado. Ese medio era establecer, honrada-mente, como máximum de concesión a Calles, una dualidadpolítica pasajera, no escondida, como avergonzada de suexistencia, sino resultado franco de la constitución de ungran partido: “el instituto político de la revolución”, a cuyapresidencia y jefatura íntegra real, iría, mientras fuera es-trictamente preciso para consolidar el nuevo gobierno, elinterino, el general Calles. Podría Calles así, como lo hacenen todo el mundo todos los jefes de partidos, visibles. noescondidos detrás de biombos, ni con títulos extraños y ab-surdos, sino de acción política descubierta y responsable,aconsejar, como se hace en todas las democracias, darlineamientos. hasta exigir, para que el gobierno pudiera se-guir contando con el respaldo del partido, que se encauzarala política gubernamental por determinados rumbos... Eraésta, tan distinta de algunas soluciones y modalidades con-cretas posteriores, sobre todo del 30 al 32, la que nos parecíala solución decorosa, civilizada, democrática, del angustio-so problema del instante, y ésta fue la solución que contenía,explícita (e implícitamente sólo en el punto de la Presiden-cia de Calles en el partido), el mensaje político de septiembrede 1928, como lo vamos a ver. ¡Que lejos estaba todo esto,qué lejos ataba el “dualismo político” original, salvador yrobustecedor de las instituciones, en ese instante de crisis,“dualismo” de no intromisión administrativa, de no accio-

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nes ocultas, de no irresponsabilidad, de no transferencia defunciones constitucionales, de lo que la vida llegó a hacer...!

EL PENSAMIENTO primitivo no sólo no era dictatorial sino que,limitando los excesivos poderes políticos reales de un presi-dente en México (que lo convierten de ordinario de hechoen dictador), respetando en absoluto su acción administrati-va constitucional, y pugnando por un sistema de juego departidos, establecía y consagraba la democracia misma...¡Nada de lesivo había, en esa concepción, del decoro de losjefes de Estado! Pero fuera de la jefatura visible, orgánica,legal, del partido que se formó (apenas ocupó el generalCalles la Presidencia de dicho partido diez días, como he-mos de ver), fuera del partido ya, la acción de Calles, hastala meramente política, hasta cuando no rozara o invadieralas esferas de acción propiamente gubernamental, adminis-trativa, tendría que ser considerada siempre “irregular”, queprovocar reacciones, que lesionar decoros, sobre todo cuan-do se inventó, el año de 1931, aquel absurdo adulatorio de la“jefatura máxima” de la Revolución”, por nadie, con autori-dad, concedida; por nadie solicitada; creada oscuramente,sin respaldo —siquiera— de una decisión pública del parti-do; no brotada de ninguna convención y que tuvo quesignificar, desde un principio, una fuerza molesta e intrusa,detrás del trono, de alcances ignorados, de vaga significa-ción constantes de amenaza, de funciones inciertas; que nose sabía si era política o de orden administrativo o mixta;una fuerza de influencia ciega, en fin, que no podía traersino el fracaso del pretendido régimen de “dualismo” origi-nal, y a la larga, el hundimiento político del general Calles“jefatura máxima” que implicaba otras cien jefaturas “me-dianas” y “mínimas” y, peor aún, que invitaba alestablecimiento, en muchas partes, de “jefaturas máximasde la Revolución en cada estado”, con la multiplicación de

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los “dualismos” de irresponsabilidad en las provincias, conel crecimiento monstruoso de “entelequias” sostenedoras deun caciquismo oprobioso que había que tolerar... ¡Porquetodos ellos estaban hechos a imagen y semejanza, y hastapara mayor gloria y fortaleza de la jefatura máxima... cen-tral! (Por eso, desde 1931, cuando se afinó el fenómeno y seconsolidó la entelequia absurda de la jefatura máxima, in-sistí ante el presidente Ortiz Rubio y ante el general Cárdenas,secretario de Gobernación, entonces, en que se me aceptarami renuncia como ministro de Educación Pública que el ge-neral Cárdenas, secretario de Gobernación, entonces, en quese me aceptara mi renuncia como ministro de EducaciónPública que el general Cárdenas, con generoso interés deamigo, que resistía a tramitar... Era mejor irse a Washing-ton, a cualquier parte donde no se fuera testigo y necesariocómplice del desprestigio de un hombre al que todos tenía-mos la obligación moral suprema de cuidar, como figurahistórica, imborrable, de una etapa de la Revolución Mexi-cana. Desde entonces, muchos de mis amigos sabían de estelibro, que algún día tendría yo que escribir, y que entoncespensaba que se titularía: “Calles, muerto en 1931. Enterradoen...” la vida iba a encargarse de fijar la fecha del entierro:16 de junio de 1935...)

PERO VOLVAMOS al concepto original, al de la solución origi-nal: la que establecía, por la presencia de Calles en la jefaturavisible, responsable, del partido, un régimen decoroso de“dualismo político” que existe, para las acciones políticasde altura, hasta para las composiciones de gabinetes, en to-das las democracias, ya que, precisamente es en lasdemocracias en las que hay “partidos” que influyen, limi-tando políticamente las facultades de los jefes del Estado;régimen que, ya lo hemos dicho, no sólo no era de dictadurasino de prevención de dictaduras, o de Calles o de los presi-

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dentes, que de ese modo tendrían el freno saludable de unpartido político: el propio, el que los hubiera llevado al po-der, con la posibilidad útil, además, para el país, de un juegohonorable de partidos institucionales. El pensamiento origi-nal eliminaba absolutismos y en aquel instante parecía tenerla ventaja de reforzar, con la experiencia y con la fuerzapolítica de Calles, a su inmediato sucesor. Volvamos al pro-ceso de formación y de desarrollo de la idea original. Yamás tarde hemos de ver y de explorar (para ver de preveniren el futuro errores semejantes), en el obscuro proceso deperversión de intentos, de incomprensión de actitudes, deolvidos penosos, hasta de aprovechamientos indebidos delhombre de Calles, por malos amigos y por peores políticos.

En la forma original en que se planteó el “dualismo políti-co”, aunque limitaba, por la creación de un gran partido, losexcesivos poderes reales políticos del presidente de la Re-pública (poderes que no le da, que más bien le veda laConstitución), era de tal modo digno de aplauso y había deser tan francamente ejecutado, que Calles no sólo no lo ocultósino que quiso que fuera presentado al país en algún docu-mento público de solemnidad, que estudiara la situaciónexistente y que señalara las soluciones halladas como reme-dio de la crisis producida por la muerte de Obregón.Documento en el que del modo más diáfano, más sin sali-das, más definitivo, se expresara su resolución de no daroídos a las sugestiones de continuismo en el mando. Exac-tamente todo lo contrario de lo que a poco andar se realizó.Pero, ¿por culpa de Calles? Ya hemos de analizarlo, deteni-damente.

Fué al acabar la primera semana de agosto de 1928, cuan-do el general Calles encargó al autor de este libro la redaccióndel documento que habría de ser leído en el Congreso elprimero de septiembre siguiente y por el que se iba a entre-gar el porvenir, inmediato, y quizás el remoto de los gobiernos

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de la Revolución, “al juego de partidos institucionales”. Lailusión podía ser romántica, pero era nobilísima. Por ese sóloconcepto habría de ser un documento (se cumplía lo ofreci-do en él), tan significativo en la historia de México como loes el célebre manifiesto de Sáenz Peña en la República Ar-gentina, que estableció y garantizó en ese país la efectividaddel voto electoral y el libre y honrado juego de partidosinstitucionales, y que dió un cuarto de siglo de vida políticahonorable allí, hasta 1935, cuando un partido retrógrado,ansioso de poder y de continuismo, burló por primera vez laley, desde Sáenz Peña, preparando nuevos días de luto a larepública hermana.

No había de correr riesgo alguno —instruyó verbalmenteCalles a Puig— la tendencia revolucionaria social y econó-mica; debería verse muy claro, en el documento, que la mayororganización de las fuerzas políticas que representaban laRevolución, y hasta el apoyo, total, de las fuerzas militares,a las tendencias renovadoras, asegurarían, de antemano, lapermanencia inmediata del mando en los sectores revolu-cionarios, y garantizarían, por años, las indispensablesmayorías parlamentarias. Ya puede verse la franqueza conque se procedía y qué lejos estaba entonces el pensamientode Calles de lo que después se estableció: el dominio abso-luto, integral, de ciento por ciento, artificioso, de un solopartido totalitario, burocratizado al extremo, como con tan-ta verdad lo señaló el general Múgica en reciente convenciónde campesinos, en México; que tenía que ser, fatalmente(cuando se falseó la concepción primitiva), heterogéneo ensus componentes, de acciones dispersas y de resultados con-trarios para el propósito original: conseguir la solidaridadplena del país en la obra revolucionaria, traer la lucha a uncampo netamente jurídico y político: el parlamento, por eljuego de partidos institucionales, con la ventaja de tener ase-gurado, de antemano, por la mejor organización de los

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sectores de la Revolución, el triunfo del pensamiento deavance social. En 1928 se preconizaba como salvadora, lalucha de partidos. ¡De este propósito a la extrañeza, casi alhorror del general Calles, ante la formación, en 1935, huma-na, lógica, necesaria, de grupos de izquierdas, en un Congresoamenazado de derechismo, por mil vicios de inercia y hastade falta de sinceridad y de ilusión; extrañeza, horror y hastaanatema que el senador Padilla puso en labios de Calles, ensus declaraciones del 14 de junio de 35; del propósito origi-nal a ese estado de ánimo, cierto o mal interpretado, hay,sencillamente, un abismo de distancia...! Y duele pensar quetal vez con cinco minutos de explicación honrada, Calleshabría visto, en junio de 1935, lo ilógico, lo incongruente,de la actitud que se le hacía tomar... O habría firmado, conplena conciencia, su sentencia de muerte política.

NO ES INÚTIL, nos parece, nuestra insistencia sobre todos es-tos antecedentes y motivos del mensaje político de Calles,porque él iba a constituir la piedra fundamental del “régi-men de instituciones” que estaba decidido, en 1928, aimplantar en México para llenar el vacío que dejara la muer-te de Obregón. ¡Nunca habría tenido héroe alguno de México,para recordación de su paso o de su muerte, monumentomás constructivo y generoso, que una vida institucional delpaís imaginada como única posible sustitución a su inmensafigura! Mensaje que pronto se olvidó, ya lo iremos viendoen el curso de esta obra, cuando recorramos la dolorosa sen-da de las claudicaciones, de los retrocesos, de la realconfusión mental (en el sentido lógico) de Calles, de la ac-ción lenta y corruptora de la politiquería andante, agravadapor la influencia suave, ininterrumpida, de los “Juan Lópezy Sánchez López”, de dentro y de fuera de las filas revolu-cionarias (mas de nuestras filas que de fuera), que cada vezpondrían más apretado cerco al general Calles, acciones cuya

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base era siempre la crítica de los actos de los presidentes(Portes Gil, Ortiz Rubio, Rodríguez, Cárdenas), y el elogioampuloso, falso, ditirámbico, para “lo que estamos segurosque quisiera hacer usted, o que habría hecho usted, o queestaría usted haciendo, señor general Calles...”

HORAS Y HORAS habló durante varios días el presidente Ca-lles conmigo (que era ministro de Educación y no deGobernación ni jefe de partido), con el que iba a ser su tra-ductor y su amanuense, sólo porque lo sabía identificadocon su pensamiento. Lentamente, después de escucharlo, dedesmenuzar las intenciones del general, de afirmar las ideasgenerosas y trascendentales para la vida política del país, derecordarle lo que habíamos prometido desde su campañaelectoral; lentamente iban pasando al papel notas sobre lospropósitos salvadores. Y no hubo pensamiento o propósitode Calles que no fuera reproducido después fielmente, aun-que hubo algunas ideas más concretas, que no nacieronoriginalmente de él, pero que fueron plenamente aceptadaspor Calles, y cuya admisión, en el documento que había deser leído ante el Congreso, fué expresamente consentidasiempre, y siempre después de detenido análisis, de hacerseexplicar el presidente, hasta en su más escondida o remotaintención o interpretación posible, el alcance de cada pala-bra usada, de pesar adjetivos y de hallar o aprobar verbosque dejaran diáfana y permanente la intención original: ma-tar el continuismo y el personalismo en México. El hombre,convertido temporalmente en árbitro de los destinos del país,“sólo para salvarlo de un posible caos o de una dictadura,aun de él mismo”, aceptaba de buen grado que “en el docu-mento quedara sin salidas, sin posibilidad de salida honorablealguna, su resolución de no convertirse en un dictador deMéxico, ni entonces, en 1928, ni en ninguna otra ocasióndel futuro; quedando sólo como servidor, no como dueño ni

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amo, para el cuidado vigilante de la Revolución, para apoyode los gobernantes que le sucedieran y para respeto de lasinstituciones”. (Esta frase la tengo, textual, en mis apuntesde instrucciones de esos días.)

Así nació ese documento que hemos de analizar en deta-lle, documento que tuvo y que creemos que, de habersecumplido fielmente lo que prometía, seguiría teniendo ecoextraordinario en la opinión pública del país, porque señala-ba los más serios errores cometidos siempre en materiapolítica electoral por los gobiernos; porque ofrecía el reme-dio sencillo, lógico, de esos males y porque garantizaba lavida institucional de México. Ese documento, aun puesta enduda su sinceridad por algún sector, encabezado porManrique, elevó en 1928, hasta alturas no alcanzadas antespor él, el prestigio de Calles, y en opinión nuestra fué tanoportuno que no sólo salvó el primer acto de la crisis quehabía traído la muerte de Obregón, sino que hasta salvó, talvez, la vida física de Calles, porque los puñales de la reac-ción y los de sus enemigos personales tenían que detenerse,lógicamente, ante un pecho que estaba protegido por unafuerte coraza moral: el respeto general público producidopor la renuncia definitiva, para siempre, al mando supremode la República, y por su solemne oferta de consagración alservicio, no al dominio ni al mando, sino al servicio, de lasinstituciones.

Desde el Capítulo XXV hasta el final de la obra, hemos deacompañar a Calles en sus escalones de descenso, produci-do por el abandono de ese programa salvador. Por ahora, loque quisiéramos advertir, porque ello va a permitirnos se-guir analizando las demás encrucijadas que se presentabana Calles en 1928, es que el hecho de que fuéramos nosotrosparte en la confección material, en el arreglo espiritual, tam-bién, de ese documento, cuya coordinación política y suexpresión literaria se nos confió totalmente, no significa que

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fuéramos (aunque entusiastas por toda empresa que pudieraconducir al fin de los regímenes de caudillos), demasiadooptimistas por lo que tocaba a la resolución concreta mismadel problema. Sabíamos bien que el mensaje tenía, en parte,explícita, y en otras implícita, un contenido de dualismopolítico, aunque no sospechábamos, siquiera, que hubiera lamás remota intención en el general Calles de convertirlo endualismo de gobierno. Y aún estabamos absolutamente cier-tos de que, entonces, nada se hallaba más lejos de supensamiento, pero no podíamos ser muy entusiastas de losresultados lejanos de la solución, porque ésta era demasiadoideal, demasiado teórica para que pudiera ser correcta ennuestra vida política; porque precisaba de demasiadas con-diciones favorables, de medio, de hombres, de grupos, sobretodo de presidentes de la República en el período de la cri-sis. Sabíamos bien, y así lo dijimos a Calles, al pretenderasomarnos al porvenir, ya designado el Lic. Portes Gil parala Presidencia interina, que a menos de que fuera muy tem-poral, muy transitoria, su presencia en el partido, hasta paraque no se produjera su desgaste, y a menos, también, de quelograra que no fuera nunca sentida su acción, no sería bienaceptado el “dualismo” político —ni siquiera por Portes—si llegaba a rozar o a interferir con responsabilidades perso-nales de los gobernantes. Calles decía, y con aparente razón,que el mensaje político eliminaba toda suspicacia a ese res-pecto y que quedaría siempre circunscrita, a una acciónmeramente política, la jefatura del partido que iba a formar-se. Entendía bien Calles, por supuesto, que era humano,humanísimo, que a menos de producirse una crisis militarque hiciera indispensable su ayuda, y por la que pudieramerecer, desde el principio, la gratitud pública del gobiernodel interinato, el “dualismo”, aun mantenido en campos po-líticos y nunca de administración, iba a producir seriaslastimaduras de amor propio. Conocía, como nosotros, el

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carácter especialmente quisquilloso del Lic. Portes Gil; nose le ocultaba que, hasta en el remoto caso de la aceptacióngustosa de la “dualidad” política, el pueblo podría ser lleva-do a ver con burletas la situación; que sería muy difícil quenadie aceptara, resignado, fuera de situaciones de crisis, larebaja real, siquiera en el campo político, de la acción y dela influencia de nuestros presidentes; que el régimen presi-dencial, ultra rígido de México, respondía bien acircunstancias del carácter mexicano, hasta a conceptos muypropios —ya lo hemos dicho— de cualidades de “hombría”en un jefe de Estado; de hombría en su sentido perfecto, enel de cualidades de varón, que no tolera imposiciones. Quehablillas y murmuraciones serían más peligrosas que los le-vantamientos, porque del modo más fácil podían llevar aestados de ánimo en los presidentes, fatales para la coopera-ción, aun la más desinteresada, de Calles; que aún siendofavorecidos por el “dualismo” los jefes de Estado que lonecesitaran, la lisonja, la perfidia, la pequeñita intriga te-nían muchas probabilidades de triunfar, si se dedicaban asugerir, en las orejas presidenciales, que la posición de jefedel Estado estaba corriendo riesgos de ser calificada por elpueblo como absurda, cobarde o ridícula... Hablando de estocon Calles, desde 1928 cumplíamos con nuestro deber deamigos de preparar su terreno, de procurar que fuera lo mássuave y lo menos duradero el peligroso “dualismo”... Callestemía también todo eso, pero como entonces, al menos, es-taba absolutamente decidido, y así lo demostró durante loscatorce meses de Portes Gil (ya lo veremos), a eliminarse ala más insignificante muestra de incomprensión o de des-agrado de los gobernantes, consideraba, y con justicia, “queaunque todo eso era verdad, era el mal menor que se podíacorrer, que no había otra salida, por el momento, sino insti-tuir un ‘dualismo político”. Y yo creo que era exactamentela verdad. Estoy convencido, absolutamente, aún ahora, de

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que en aquellos instantes su pensamiento más íntimo eraeliminarse pronto, de un modo total, una vez que hubieralogrado ofrecer a su país y a la Revolución las solucionesprácticas de los problemas inmediatos, el de la sucesión pre-sidencial pacífica sobre todos los otros. Quizás veía su retirototal posible en el momento en que, por la organización delPartido Nacional Revolucionario, hubiera cristalizado su pro-pósito generoso de entregar los gobiernos de México, en elfuturo, “al juego de partidos institucionales”. La alteza delos fines a lograr, la gloria de su consecución, habrían podi-do satisfacerlo para todo el resto de su vida, ya que, con sóloretirarse cuando lo lograra, habría conquistado un nombreimperecedero en nuestra historia. Pero la vida iba a determi-nar otros rumbos y diferentes actitudes, no sólo por culpa yresponsabilidad de él.

Hay un punto de esta época que mi respeto a Calles y a lospresidentes Portes Gil y Ortiz Rubio, cuando lo fueron, meha impedido aclarar de modo perfecto. Ignoro si Calles ha-bló alguna vez con su sucesor o con Ortiz Rubio (sé que lohizo con Rodríguez), con la misma franqueza, por ejemplo,con que me hablaba a mí, si analizaron ellos, como Calles yyo analizamos muchas veces en 1928, las limitaciones exac-tas, los horizontes reales que iba a tener el “dualismo”. Peroestoy casi seguro de que no. Me doy cuenta, por supuesto,de lo difícil que era abordar esa cuestión sin entrar a terre-nos que habrían sido peligrosos, si no salía de ellosconvencidos, los presidentes, de la perfecta limpieza y des-interés de la intención de Calles. Pero si no se hizo —yaunque el no hacerlo fuera por caballerosidad y respetos mu-tuos, dadas sus altísimas posiciones—, no hacerlo fuégravísimo mal, porque no se definió, sin lugar a dudas, lasituación de antemano. En el caso del interinato de Portes,no podemos creer que de haber sabido directamente, no porintermediarios, cuales eran las reales intenciones de Calles

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en materia de “dualismo”; no puedo creer que hubiera podi-do lógicamente el presidente interino tener algunas de lasactitudes que tuvo, siempre, por supuesto, que las ofertashubieran correspondido a las realidades. Por lo demás, siem-pre ha sido fácil hablar con Calles con toda la verdad, yendohasta el fondo de más delicado asunto, con sólo que no setenga nada que esconder. Yo recuerdo haber llegado algunavez, en 1930, al extremo de pedirle que definiéramos, demodo completo para el futuro, si distanciamientos o aún rom-pimientos completos, hasta públicos, míos con familiaresmuy cercanos suyos (no le dije que se trataba entonces deun hermano), significarían, de modo necesario, alejamientode nosotros. Y aun pidiéndole que me permitiera, por enton-ces (hasta ahora), no precisar las cosas, quedó convenidoque no sería “eso” motivo de ruptura de nuestra amistad. Hellegado en otras ocasiones (y de una de ellas, al margen dela renuncia de Ortiz Rubio, hemos de hablar detalladamen-te), a términos de franqueza a que tal vez sólo me habríaatrevido con un padre o un hermano, y salí entonces de ladurísima prueba a que me obligó mi lealtad, conservando suestimación política, si no su afecto, tal vez. Tengo, por tan-to, perfecto derecho para creer que hubieran podido Portesy Ortiz Rubio profundizar, hasta donde lo quisieran, en eseescabroso tema del “dualismo”, si lo juzgaban indecoroso,inconveniente, depresivo de la dignidad de los jefes del Es-tado. Se pudo haber ahorrado, así, mucha duración a la crisispolítica crónica y mucho desgaste del general Calles. Perovolvamos al momento cronológico actual de nuestra histo-ria. Después veremos lo que, particularmente Portes Gil pudohacer dos veces para acabar con aquella situación, y que nohizo, o que hizo precisamente en dirección contraria a ladesaparición del “dualismo”, por lo que, de modo inevita-ble, surgirá de este libro, documentada a su tiempo, unadefinida responsabilidad “política” directa para él; (aunque

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fuera inspirado Portes por nobles sentimientos de gratitud),responsabilidad en la persistencia y hasta en la duración dela “diarquía”. Sin contar lo que hizo, ya no como presidente,sino como ministro de Gobernación y como jefe del partido,en tiempos de Ortiz Rubio, para afirmar, para intensificar ypara hacer que persistiera el “dualismo”... Cuando ya no lemolestaba a él, aunque fuera, en 1930, inspirado por un no-ble sentimiento de izquierdismo revolucionario, en frentede lo que se llamaba “el derechismo del gobierno de OrtizRubio”. Pero, repito, volvamos a 1928.

PORTES GIL había sido electo presidente constitucional inte-rino. Su designación no sólo no había sido violenta a laopinión general del Congreso, sino que había producidounánime satisfacción, muy verdadera y legítima. La elec-ción, ya se entiende, hecha, dispuesta ciento por ciento porCalles, que reía socarronamente cuando cada diputado y se-nador a quienes hablaba Marte R. Gómez, iban, de inmediato,a saber “si era verdad la indicación recibida”. Daba enton-ces, claramente, “la indicación”, el general. (Casoabsolutamente distinto de la otra elección por el Congreso,de la del general Rodríguez, ya lo veremos). Pero, decía-mos, la satisfacción era unánime en el Congreso en 1928,porque Calles había escogido el candidato con particular tinopolítico, aunque mucho influyera en su decisión la conductagenerosa, de magnífico amigo, que tuvo Portes, a la muertede Obregón, para con Calles. Tino particularmente acerta-do, porque Portes representaba un elemento del “callismo”un tanto alejado, en apariencia, ya que no había sido, hastala muerte de Obregón, ni un solo día, ministro de Calles;porque había adoptado, por los pleitos con los “laboristas”,en Tampico y en Ciudad Victoria, una actitud hasta de ciertoalejamiento del centro, manteniéndose casi constantemente

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en su gobierno de Tamaulipas; porque era Portes de decidi-da, inequívoca filiación “obregonista” y, porque era, en fin,de los muy pocos hombres, cercanos en el fondo al generalCalles, en quienes se tocaban, en confianza y hasta en afec-to, los recelos de los grupos herederos más extremistas deObregón: los de Manrique, Soto y Gama y Topete, que eranlos únicos gérmenes ciertos, entonces, de la rebeldía que yaasomaba en el horizonte.

Calles, pues, hizo muy atinadamente la elección de PortesGil. Fuera absurdo suponer que por los meses de septiembrey octubre de 1928 el Congreso federal hubiera elegido a al-guna persona a la que se opusiera Calles o que no fuera laindicada por él; ni podía ni lo hubiera querido. Cosa muydiversa, señalábamos antes, de lo que pasó cuatro años mástarde, en 1932, cuando por segunda vez en este período queconsideramos, tuvo el Congreso que designar otro presiden-te —sustituto constitucional— en el caso del generalAbelardo L. Rodríguez. Entonces, el presidente Rodríguezpudo haber sido designado aún contra la voluntad de Calles,lo que explica, en parte, por qué el presidente pudo acabarcalladamente (ya que no se necesitó hacerlo de modo osten-sible y público), con el “dualismo gubernamental”, aunquepermitió que persistiera el dualismo en sus aspectos origi-nales políticos. Dualismo, adelantaremos, que limitado desdeentonces, desde 1933, al campo político, iba a pretender re-sucitar en la esfera de acción gubernamental desde fines de1934...

En el caso de Portes, en diciembre de 1928 y en el año de29 al concluir la campaña militar contra Escobar y socios,no obstante su mayor dependencia de origen, se pudo tam-bién, con la mayor facilidad, sin mayor desagrado de Calles(ya lo veremos) definir el campo del “dualismo”, limitarlo,si convenía, a sólo una acción política, o eliminarlo del todo.Y ni siquiera se hubiera necesitado acción positiva de elimi-

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nación: habría bastado con aceptar, el presidente Portes, queel dualismo de todo orden había quedado destruido en abso-luto cuando lo proclamó Calles así, en dos ocasiones: en laprimera quincena de diciembre de 28, antes de dos semanasde vida del “dualismo”, y al renunciar, pacificado el país, ala cartera de Guerra, en 1929. No hacer la definición, nofijar la extensión tolerable, útil, del fenómeno de “dualis-mo”, a un terreno exclusivamente político y temporal, y noaprovechar la ventaja de que el mismo Calles lo mataba, pordocumentos públicos, en dos ocasiones solemnes, dando alpaís la impresión de que eran acciones del presidente lasque modificaban las resoluciones de retiro de Calles, sonpecados o debilidades (aunque nacieran de un noble senti-miento); en todo caso son responsabilidades políticashistóricas de Portes Gil, que no podrá lógicamente ser con-siderado sino como uno, el principal autor de la persistenciadel “dualismo” en su período y como autor material y moralde la prolongación y de la intensificación de la “diarquía”,hasta octubre de 1930, cuando, precisamente por sus actitu-des intensificadoras del dualismo (hasta llegar a pretenderun régimen en realidad “tricefálico”), logró Ortiz Rubio sucasi única victoria con la eliminación de ese distinguidopolítico, con la aprobación y hasta con el aplauso de Calles.Aplauso y aprobación, no por animosidad de Calles paraPortes, sino porque, ante las constantes quejas de Ortiz Ru-bio, había tenido que convenir el general en que era PortesGil (que era movido por su tendencia radical contra la mo-deración de Ortiz Rubio) un elemento que estaba haciendoaún más desagradable y hasta odioso —para el presidentede la República— al “dualismo”. Ya veremos, a su tiempo,cómo la maraña de la vida política derivaba errores de losgestos generosos, y como hasta cuando renacía —en Por-tes— o se avivaba, la llama “social” de la Revolución, esaactitud, por apoyarse en Calles, afirmaba el dualismo...

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NOS FALTA POR examinar otra posibilidad que hubo para laRevolución, como fenómeno social en marcha, ya que nopara Calles, a la muerte de Obregón. Posibilidad que lógica-mente nunca pudo considerar el general Calles en serio, nimenos ayudar a su realización, dado su carácter de gober-nante. Esta posibilidad era: dejar que las fuerzas mismas dela Revolución se mostraran en plena lucha, de ideas, de hom-bres, hasta de facciones, de modo que los nuevos dirigentessurgieran, no de maniobras de política, ni de pláticas delpresidente con gobernadores, senadores y diputados, ni dejuntas con generales; es decir, no sólo, en último resultado,de la voluntad o de la habilidad política de Calles, sino delmismo laboratorio en que se habían formado y de dondehabían surgido, en 1910, en 1914 y en 1920, sus primitivoshombres. De esto hablamos también, por entonces, antes ydespués del mensaje al Congreso, con Calles, en un planoque habíamos convenido que sería “de crítica impersonal,apolítica, en el que podían presentarse hasta solucionesdisolventes de gobierno, como si estuvieran discutiéndoseproblemas ajenos, o por gentes irresponsables, en algún ate-neo”. Eran pláticas de simple orden especulativo, sinnecesarios fines o propósitos actuales, en las que podíamoslibremente asomarnos hasta las acciones a que no podríallegar la conducta de Calles como gobernante.

La pregunta teórica era ésta: “¿qué sería mejor para la Re-volución?; ¿el ‘dualismo’ moderado, discreto, decoroso, sise cumplía bien y se limitaba al campo político, sin invadirel administrativo, o dar oportunidad a las fuerzas mismas dela Revolución a que se desenvolvieran libremente, de modoque el proceso social se definiera o se orientara sin las corta-pisas de orden constitucional?” Es decir, no arreglar las cosascon el pensamiento puesto en la constitución, sobre todo; enla paz, a cualquier precio. Dejar, puesto que era ya dudoso

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para entonces, hasta dónde debía haber llegado la Revolu-ción, dejar que las aguas siguieran su curso...

En ese plano de especulación inofensiva e irresponsable,hablábamos de que, efectivamente, hasta era dudoso quie-nes representaban en 1928 las tendencias, no sólo másizquierdistas sino las más vitales de la Revolución. En ma-teria obrera, Morones y los suyos parecían ya atrasados aotros grupos. Pero, decía Calles, ¿se podría prácticamente,por esfuerzos de gobierno, con las ataduras a la ley, con losmoderados pero frecuentes avisos de la Suprema Corte, sepodría en verdad, entonces, conseguir o hacer más que lologrado o hecho por el grupo de Morones?

Tampoco se ocultaba a Calles que su relativo “radicalismoagrario”, traducido en obra de gobierno y casi limitado adotaciones de tierras, con mucho de politiquería de ministe-rio y de comités, no dejaba de parecer, sobre todo por laabsoluta falta de crédito ejidal, en algunos de sus aspectosde fracaso, un agrarismo de papier maché. Como gobernan-te no podía, tal vez para su época, haber logrado más. Notuvo en la Secretaría de Agricultura quienes recordaran cadaminuto que la resolución del problema agrario era de natu-raleza integral Se habían dado tierras y más tierras, buenas omalas; pero no se había cumplido, por eternas resistenciaspara abrir la bolsa de la Secretaría de Hacienda, o por cual-quiera otra razón, con lo que había sido el lema principal, elestribillo durante la campaña presidencial de Calles de cua-tro años atrás: “no dar tierras pelonas, solamente”. El créditoejidal, la refacción agrícola de toda naturaleza, las peque-ñas, las pequeñitas obras de irrigación necesarias a millares,no sólo las enormes presas, ¿dónde estaban? Y para nadieera un secreto que las grandes obras de irrigación, los admi-rables proyectos realizados o en vías de ejecución, resolvíanmuy serios problemas, pero no el problema máximo revolu-cionario: el de hacer un éxito de la repartición ejidal.

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Calles no se engañaba a sí mismo. Sabía muy bien que loscampesinos (y lo supo mejor aún durante la campaña contraEscobar, de 1929), aunque pudieran tener todavía fé en él,habían de tenerla, de modo muy natural, en menor gradoque en 1923 y 24, cuando le había prometido lo que no sehabía podido realizar de modo completo, a pesar de todossus esfuerzos, pero de todas maneras (tenía que juzgar elcampesino), por culpas y deficiencias de su administración.Y Calles sabía que las masas no tenían ya confianza en loshombres que originalmente lo habían acompañado en la re-solución de ese problema agrario y que la habían perdido,en casi el noventa por ciento de los casos, en los políticos yen los gobiernos locales. Aun siendo hombre capaz, por ne-cesidades políticas de reincidir en errores, no era de quienesgustan de engañarse como lo hace el avestruz, que no quie-re, a lo que dicen, ver las tolvaneras del desierto, cuandosopla el simoon, y llega a morir, sin verlas, con la cabezabajo el ala...

Si todo era así, pues, y si no podía nadie definir con exac-titud y con autoridad, hasta donde llegaba ya la aspiracióndel pueblo, en materia revolucionaria social, y hasta dondellegaban en realidad las posibilidades de acción, puesto queésta se detenía, en los gobiernos, por las naturales trabaslegales y por la acción retardataria de los elementos másque moderados, y si no habían surgido, de modo muy claro,los nuevos líderes de la posible nueva etapa de la Revolu-ción social, que se sentía, aunque no fuera sino por eldescontento de fondo, ¿qué hubiera convenido más, desdeel punto de vista de los intereses sociales de la Revolución?

Yo me atreví a opinar que quizás habría convenido corrertodos los riesgos, hasta los de una posible anarquía transito-ria, si el general Calles abandonaba, de manera absoluta,toda injerencia política para la preparación del futuro. Ha-cerlo habría sido dar nuevas oportunidades (me parecía) a la

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Revolución, para que siguiera otros cauces de mayor pen-diente que las permitidas por la ley estricta, o para que seahondaran, por los menos, los estrechos cauces que se ve-nían siguiendo, tan trabajosamente. Quizás eso condujera aderroteros de más exacta definición, tal vez a una nuevaestructuración social y política... Cuando hablábamos de esto,Calles no negaba, a casi todo asentía, pero concluía siempre(y tenía, de modo absoluto, la razón), diciendo: “mi proble-ma es de gobernante...”

Por eso, el problema que presentaba, a la hora seria delconsejo y no en las pláticas íntimas de amigos, era un pro-blema de hombres de gobierno, no de teorías revolucionariasni siquiera de expresiones de criterio o de filosofía social.Era un simple y angustioso problema político en marcha, enrápido movimiento, en franco desarrollo, día a día, de pla-zos de conclusión legal a fechas fijas, que había de serresuelto dentro de métodos ordenados políticos y en campode acciones constitucionales de gobierno.

No cabían, por tanto, a la hora de consejo, divagacionescomo las anteriores; no podían oírse, entonces, los intentosnegativos de resolución del problema, en planos de conduc-ta “revolucionaria” y hasta disolvente de acciones degobierno. No podía pedírsele al general Calles, con toda sualta conciencia de sus deberes de jefe de Estado, que siendopresidente de la República acabara de modo deliberado sutérmino presidencial dejando al país a la orilla, prevista, hastabuscada, de una barranca: una Revolución anárquica social.Pero a pesar de todo, la verdad siempre será que fué, quizás,esa, una ocasión única.

Naturalmente que al decir esto aceptamos que pueda me-recer sonrisas, hasta de desdén, nuestra franca presentaciónde este aspecto. ¡Ya sabemos que hay ingenuos que prefie-ren esperar y sufrir que se haga, en diez o en veinte o entreinta años de acción inevitable, forzosamente intranquila,

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hasta desordenada, de esfuerzos de izquierdas, en años agi-tados e inciertos, lo que podría quizás lograrse, de precisadefinición de objetivos y de cosas posibles de conseguir, enmeses, aunque éstos fueran de grave confusión, más de pá-nico que de sufrimientos reales, por supuesto, ya que nisiquiera podríamos pretender conseguir sino lo que se halogrado ya, en cierto modo, en la democracia norte-ameri-cana, en el orden social, en sólo los cinco años de acción deun presidente de acción semi-revolucionaria... Porque sinnecesidad de ir al comunismo ni de seguir necesariamentemétodos exóticos, nos bastaría por ahora, todos lo sabemos,con modestas pero efectivas, muy efectivas realizaciones detendencia socializadora. De las cosas fundamentales,fundamentalísimas, de aquellas que por envolver inmedia-ta, indiscutible salud pública, mejoría de vida de las grandescolectividades, nadie se atrevería a impedir, cuando fueranrealizadas, rápida y valientemente conseguidas, sin perderel tiempo en golpecillos de alfiler, de acción socializante aveinte años de distancia, dentro de los cuales habremos sidobarridos, por divisionismos y por cansancio, todos los hom-bres que creemos aún en la liberación económica de lasmasas; acción ejecutada ahora, cuando, en virtud de la “cri-sis”, por fortuna nuestra (que no sabemos cuanto durará), secree casi lo mismo y se lucha fundamentalmente por lo mis-mo, en el país que fuera, antes, en América, valladar a todoslos ataques contra los privilegios económicos. Ya veremoscuáles son estos aspectos que se podrían alcanzar, algunosde los cuales, bastantes de los cuales, son, ahora, aspiracióny objetivo del gobierno de Cárdenas. Pero, ¿no lo eran, al-gunos de ellos, entonces, también del general Calles? ¿Ybastaría, en un gobierno de normas absolutas de ley, comodebe y tiene que ser un gobierno, bastaría para lograr éxitocon la fé y la generosidad y la intención y la voluntad de unapresidente, detenido por mil trabas?

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HAN PASADO DIEZ años desde 1928 y apenas ahora está to-mando nuevamente forma y precipitando su ritmo, laRevolución. Lo que no es un cargo especial para Calles ymenos aun para los gobernantes de ese período de 28 a 34,porque todos ellos fueron, más o menos, como un barco enla tempestad, juguetes de las olas encrespadas de la política.Y nada detiene más las realizaciones de orden “social” quelas agitaciones constantes de la política. Y por ella, por unaépoca definitivamente política, iba a atravesar desde el pri-mero de diciembre de 1928, la Revolución, sin que nada ninadie pudiera remediarlo, sobre todo desde 1930, una vezcometido el error de transformar completamente el “dualis-mo político” original en una franca “diarquía”, en un régimenabsurdo de bicefalismo del Poder Ejecutivo que duró todoel tiempo de Ortiz Rubio. Y después, aunque desapareciera larealidad del dualismo “gubernamental” por la acción del ge-neral Rodríguez, desde 1933, bastaría el fantasma de esarealidad del pasado, tan perturbadora, para impedir grandesrealizaciones de orden social, aunque, naturalmente, pudie-ran lograrse, como se lograron, valiosos triunfosadministrativos y hasta conquistas sociales de valor, que sibien son pálidas junto a lo que debieron ser, constituyen jalonesde importancia y marcaron derroteros útiles en el futuro.

PERO HAY QUE dejar claramente establecido que la degenera-ción del principio político original, del propósito del mensajede 1928, sí fué evitable. ¿Cómo y por quiénes? Ya lo hemosde ver.

Hasta diciembre de 1928 la posición política de Calles fuéperfecta. Era simplemente, un gobernante que en los últi-mos meses de su período tropezaba de pronto con unobstáculo insuperable, imborrable: la desaparición de susucesor legal, en un campo político en el que no había —porlo que fuere— otros hombres aceptados por todos, de indis-

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cutibles perfiles nacionales, que fueran reconocidos sin dis-puta u aclamados por una definida mayoría del país y de lasfuerzas revolucionarias. En aquel momento solo había “se-gundones”. Fué hasta bastante después cuando surgieron lasnuevas esperanzas algunas cuajadas, por fortuna, en reali-dades.

La interrogación concreta que se presentaba a Calles en1928 era: “¿Qué debo hacer para cumplir honradamente conmi deber supremo, como gobernante, de asegurar unatransmisión pacífica del poder, y con mi deber mínimode revolucionario, siquiera de garantizar las conquistasque ya hemos logrado?”, y esto lo resolvió airosamente,y en su integridad consiguió los fines políticos estricta-mente buscados.

Lo otro, lo de si convenía más a la Revolución, y al paístambién, para la más pronta definición de su estructura, unanueva estampida revolucionaria, anarquizante como todas,que borrara o abandonara senderos ya trillados, o que des-cubriera nuevas torrenteras por donde se precipitaran loscursos de los nuevos anhelos y de las necesidades insatisfe-chas de las multitudes; esto podía ser —y era— problemade pensadores, de políticos, de sociólogos, de revoluciona-rios militantes, pero no de gentes que tuvieran, como teníaél, específicamente, la responsabilidad del jefe de Estado.Quienes estábamos dentro del gobierno, de generales, mi-nistros, gobernadores, senadores, diputados, abajo, sólopodíamos, en las horas de consejo, considerar qué era lo queconvenía, gubernamental y políticamente, al país y a la Re-volución; es decir, de qué modo podían tener pacíficamentevida y forma en el futuro inmediato, las normasinstitucionales, constitucionales de México, manteniéndo-se, como se pudiera, el ritmo social de la Revolución.

Por todo esto, insistimos, el camino de la total abstencióndeliberada, hasta por las posibilidades, seguridades más bien,

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de una aceleración provechosa, indispensable, del ritmo so-cial de la Revolución, que habría venido fatalmente, esecamino no tuvo partidarios, a la hora del consejo, dentro delas filas del gobierno. Por esto, también, la solución primerade la gran crisis que trajo la muerte de Obregón, soluciónque implicaba un continuismo político transitorio, que secreía indispensable para que se sostuviera el gobierno delinterinato, tiene que juzgarse, honradamente, que fué unasolución de responsabilidad de todos: de Calles, de su gabi-nete, del presidente interino, el primer fruto de la entrega dela influencia política total a Calles, del Congreso, que decli-nó sus poderes y que aceptó sin discutir la sugestión; de lajunta de generales y jefes en la que se decidió apoyar la trans-ferencia de la responsabilidad política de la situación alhombre a quien el destino entregaba, en realidad en aquelmomento, a México, y responsabilidad del pueblo, en fin,que toleró y aplaudió, en 1928, la solución política hallada.

CAPÍTULO XVVENDIMIÓN VA VIVIENDO

SE HABÍA dado a la Revolución Mexicana, con el asesinatodel presidente electo, Álvaro Obregón, el más rudo y certe-ro de los golpes. El 17 de julio de 1928 marca, en efecto, nosólo una fecha en la que entró el país a un período de gravesriesgos de confusión política y social, sino una etapa de equi-librio inestable, que pudo haber determinado nuestra caída auna muy larga dictadura (tal vez del tipo porfiriano, en elmejor de los casos), sin el rasgo desinteresado, inicial, deCalles. Y aún evitada, como se evitó, la dictadura “formal”indefinida, la unidad de pensamiento revolucionario quedócasi reducida a papilla. El “confusionismo” de todo orden,en todas las esferas, una vuelta atrás en el lento proceso deestablecimiento y de revisión de valores reales, la disgrega-ción, la casi atomización de grupos obreros y campesinos;algo como un achatamiento general de personas y de ideas,constituyeron fenómenos reales consecutivos a la muerte deObregón, fenómenos que, en ciertos aspectos, perduran y sehan agudizado.

El problema de la Revolución, durante todo el sexenio enque debió gobernar el presidente asesinado (cubierto por trespresidentes, Portes Gil, Ortiz Rubio y Rodríguez), fué, polí-ticamente, el de vivir, el de persistir, y en el campo de la

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acción social, apenas impedir que se apagara la flama. Lamarcha de la Revolución, en sus hondas direcciones de me-joramiento rápido de las grandes colectividades del país, fué,debemos confesarlo, casi siempre, de penosísimo arrastre.

Por eso varios de nosotros sostuvimos en numerosas oca-siones (el autor llegó a expresarlo aún en consejos deministros) que la Revolución de México, en su aspecto so-cial, había terminado, en realidad, su primera etapa, el 17 dejulio de 28, y que no hallábamos, en 1930, cuando se hizoese juicio concreto, en un peligroso remanso de la Revolu-ción. Poco a poco, ante el fatal olvido o la casi imposibilidadde una obra sostenida, congruente, útil, de indiscutibles rea-lizaciones revolucionarias; ante ese atraso determinado porla maraña de acciones políticas constantes y perturbadoras;ante la explicable, pero dolorosa confusión de los fines pro-piamente fundamentales (que eran los de mejoramiento socialy económico pronto de las masas), el pensamiento revolu-cionario iba dejando de tener como centro a las esferas degobierno y al instituto político que constituía el P.N.R. ytrataban de recoger el pendón grupos distintos y personali-dades de fuerza y de sinceridad muy diferentes, pero quecoincidían en su razón última de apartamiento material omoral del gobierno. El punto de coincidencia era la afirma-ción, solapada o pública, de que ya no estaba, desde 1929 enadelante, en el gobierno federal y en sus órganos políticos,el plano más significativo y eficaz de la Revolución. Y dis-cutible eso o no, la verdad, el hecho de la disgregación, de lapérdida de prestigios, del descenso de los viejos líderes enla conciencia pública, era innegable.

Adelantemos de una buena vez nuestro juicio de que a estose debe un fenómeno —muy claro— que ha podido obser-varse a la entrada al gobierno del Lic. Portes Gil, de OrtizRubio y, por último, cuando llegó a la Presidencia el generalCárdenas. Este fenómeno, rudamente expresado es el siguien-

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te: parecería como que los nuevos gobiernos, aun siendo dela misma extracción revolucionaria aparente, y políticamentedel mismo origen (ya no sólo del partido, sino con sus raí-ces, en opinión del público, en las mismas personalidades yen los mismos grupos), llegaban en actitud hostil (y el pue-blo calificaba: de “justamente hostil”), a las administracionesanteriores, particularmente a la inmediata anterior. Sin quese hubiera verificado en ninguno de esos casos una decisiónfranca, política o armada, la psicología de las gentes nuevasera muy semejante, por ejemplo, a la de los carrancistas,después del huertismo y del villismo, o a la de losobregonistas, cuando el gobierno de Carranza cayó. (Sólocuando Rodríguez tomó posesión del gobierno no se vió muyclaro este fenómeno de repudio de gente inmediatamenteanteriores, porque, con un inteligente sentido político, quisoel general Rodríguez, por la renuncia de su antecesor, quemuchos calificaban de “forzada”, dar la impresión de per-fecta continuidad con el gobierno de Ortiz Rubio, y conservóíntegro su gabinete, hasta el primero de enero siguiente, cuan-do introdujo a él a Aarón Sáenz y a Puig).

Se sentía, aunque frecuentemente no se dijera, en diciem-bre de 1928, en febrero de 1930 y en diciembre de 1934, quelas gentes nuevas querían o buscaban algo muy diferente delo que encarnaba la administración anterior; se renegaba demucho de la obra pasada y se anatemizaban las característi-cas de funcionarios y políticos y persistía el fenómeno auncuando bastantes de esos funcionarios y políticos sólo cam-biaran de lugar en el nuevo gobierno, lo que no impedía quesus actos anteriores, en alguna otra oficina o dependencia,fueran desconocidos o hasta vituperados... ¿Por qué siendoaparentemente todos los mismo, y habiendo sido el mismopartido, y a menudo con los mismos dirigentes, los que cris-talizaban las situaciones políticas y los que componían lassucesivas administraciones? Porque no era sólo la lucha de

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desplazamiento natural de funcionarios anteriores por otrosque se hallaran más cerca del nuevo jefe del gobierno. Eraalgo más: era el deseo, la necesidad política de mostrar elrespeto de las gentes nuevas a la opinión revolucionaria, yamuy dispersa, pero que seguía existiendo. Era la descalifi-cación, siquiera tácita, de gentes cuyos procedimientos yaspiraciones y creencias sociales y políticas ya no encua-draban en el pensamiento revolucionario, que cada día eramás radical en el ambiente, aunque no lo fuera en las ofici-nas ni en el partido. Cuando el país, en sus grandes masascon sentido revolucionario social, veía que se autocalificabande “radicales de extrema izquierda”, hombres que todo elmundo comprendía que ya no habrían sido tolerados ni en elgobierno tan moderado del Sr. Madero, por lo que en elloshabía ido acumulando la vida de intereses, de derechismo yde reacción, necesariamente tenía que condenarse, por unjuicio de generalización, inevitable, a todas las gentes demediana altura gubernamental y política, y volverse los ojos—con toda razón y justicia— a elementos nuevos o de ac-ción pasada, ya tan lejana, que resultan de relativa novedad.¡Años y más años transcurrían y el problema agrario persis-tía, en toda su actualidad y profundidad, en un porcentajeelevadísimo, y aun en tanto por ciento que se decía ya re-suelto presentaba nuevas modalidades que requerían nuevaresolución! ¿Podría extrañar, entonces, que día a día aumen-tara, en gravedad y en fondo, la desilusión de los proletariosdel campo, que se habían visto sin crédito porque la Secre-taría de Hacienda, y los bancos, y otros y otros sectores oagentes de la voluntad federal lo impidieran porque seguíanjuzgando “anti-económica y sin garantías bancarias suficien-tes” la concesión amplia, generosa, indispensable, del créditoejidal? Se veían, además, los campesinos, implacablementeatormentados y divididos, usados por líderes altos, media-nos y pequeñuelos, por el eterno caudillaje, por el caciquismo

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de la capital y de los villorrios. Había casos y más casos(aumentados en número y en grado, por la maledicencia ypor la reacción; pero existentes, no pocos), de hombres de laRevolución, grandes y chicos, que se convertían en explota-dores materiales o políticos de ejidatarios; que seguían siendosus protectores sólo cuando se les pagaba en influencia polí-tica o en metal, y hasta algunos había que acababan engrandes hacendados... Años y años y más años transcurrían,de prédica obrerista; pero por angas o por mangas eran re-ducidos a polvo los frentes obreros (cuando empezaban aformarse) en una serie de acciones y de reacciones políticas,locales y generales, que inspiraban sólo —a los ojos del pue-blo— la conveniencia personal, el rencor o el oportunismo.Se era “obrerista”, pero en 1929 se odiaba a Morones y atoda la C.R.O.M., “porque seguían a Morones”, o en 1930 ala “confederación general de trabajadores”, “porque se man-tenía apolítica”, o en 1933 a la “unión sindical”, porque suslíderes eran “comunistas”... Y así en todos los tiempos y entodos los sectores de acción social.

Ahora bien, ¿por qué se producían y se toleraban esas ac-ciones divisionistas, de obreros y campesinos, y, en general,antirrevolucionarias, a que nos referíamos? Porque por me-jores intenciones que hubiera, que casi siempre las había,todo se perdía, casi todo se ensuciaba en los constantes gol-pes y contragolpes de naturaleza política. Era la gran crisis,la no resuelta crisis moral y política producida por la muertede Obregón, y apenas iba viviendo, como vendimión, lamateria social de la Revolución Mexicana. Viva y palpitan-te en el pueblo; viva y palpitante, también, en la literaturaoficial y del partido, en las informaciones periodísticas detodos los días que reflejaban los boletines oficiales; viva ypalpitante en apariencia la materia social, el pueblo la sentíadiluida o retardada, cuando no francamente encadenada omuerta.

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Obregón, que fuera un maravilloso aglutinante de perso-nas y de ideas, había traído, necesariamente, con su muerte,y por la intensificación de la lucha política determinada des-pués por el “dualismo”, un aflojamiento de todos los aros devoluntad y de disciplina; de sanciones también; una claradisociación en las tendencias, una falta de homogeneidad dehombres y de pensamientos, una desastrosa “confusión”, enuna palabra, de rumbos y de acciones. El “dualismo” habíaevitado la “confusión armada”, pero había llegado a produ-cir, con la intensificación de los fenómenos políticos, algotal vez peor: el caos en las conciencias.

Asomémonos, el profundo homenaje de respeto, a la po-derosa personalidad que tanta falta hacía.

CAPÍTULO XVIEL HOMBRE QUE ARREBATÓ TORAL A

MÉXICO

UN ARTÍCULO LÍRICO, NO UN JUICIO

EL JUICIO nuestro sobre Obregón querríamos que resultarade toda la obra; que se produjera al asomarnos al vacío quesu muerte dejó. Un procedimiento negativo, sin duda, perotal vez elocuente como ninguno otro. ¡Lo que pasó por quelo perdimos! ¡Qué mejor pedestal para juzgar del tamañodel gigante!

No ignoramos que para la determinación de los valores yde la significación de un gran hombre —héroe, político, re-formador, o gobernante; no me refiero ahora ni a filósofos,ni a literatos, ni a artistas— desde los tiempos clásicos hastanuestros días, el camino o el método usado ha sido semejan-te: análisis de méritos, recuento de cualidades, peso y disputade acciones. Uno debe y un haber, más o menos justamenteseñalados, con los elementos incidentales que influyen en eljuicio: jueces, buena o mala fortuna, hasta características deinstante, románticos a las veces y de pretendido rigor cientí-fico de análisis y de especial intolerancia, en otras, ¡segúnprivan las modas literarias y políticas del día! Como en cual-quier método imaginado por humanos, nunca se han evitadoni se evitarán, en esos juicios, las exageraciones patrióticas

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o patrioteras, ni los conceptos literarios falsos, ni los rabio-sos procesos “de residencia” en que debilidades y centavosse cuentan con criterios de biliosos tenedores de libros... Enel fondo, la identidad del proceso de juicio persiste. Ya seaplique el sistema arbitrario, aunque bello, de Carlyle parasus héroes, o el apasionado de Marat, para negar genio deMirabeau, “porque la venalidad opacó su gloria” (¡pero nosu talento ni sus obras por Francia!), la identidad del proce-so persiste: es un recuento de cualidades y de acciones, unasuave o una feroz disputa de merecimientos, en la vieja for-ma árida, pastosa, o en la galana de la biografía novelada,tan en boga hoy en día.

Pero tal vez haya otro camino que podría conducir, si no alconocimiento mismo de la figura, sí a la determinación ovalorización más exacta del tamaño y de los valores positi-vos que significa un hombre público. Nos referimos alanálisis de lo que trajo la ausencia del carácter; a los cam-bios que su muerte produjo, en la mentalidad ambiente o enlos procesos históricos; a la modificación innegable que enla vida de un pueblo o de un conjunto de pueblos haya deter-minado su desaparición. No se nos escapa que un análisis deeste orden tendría el riesgo de llevar a juicios muy injustosen los pueblos bien formados, definitivamente estructurados,ya maduros, en los que los hombres grandes no son, en rea-lidad, sino colinas, en fuerza de la general elevación delmedio espiritual y moral en aquellas sociedades en las que,por procesos avanzados de diferenciación de funciones y deorganización cívica colectiva, los hombres faros no son ex-cepcionales y menos “únicos”, aun en un momentodeterminado de la vida de un pueblo, ya que hay, con gene-rosa frecuencia, repetición de caracteres excelsos y, enocasiones, hasta atropellamiento real en Calles, parlamen-tos y ejércitos, de altas figuras, de flores de la humanidad,que sin llegar al genio se le asemejan, que se completan unas

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con otras, establecen continuidad de altos propósitos y to-man fácilmente el lugar de los viejos o de los desaparecidos.En pueblos de ese tipo la unidad de los esfuerzos se impone,siempre que ella es necesaria para el bien o el desarrollo delas colectividades. De ese modo se mejoran, de día en día,corrigiéndose, las tendencias saludables de los líderes des-aparecidos.

Lo que no ocurre en pueblos como el nuestro, en etapamás atrasada de su recorrido, en la que apenas estamos tra-tando de salir de la condición de pueblos de “hombresúnicos”, a que se refería el mensaje de Calles de septiembrede 1928. Y que no salimos de esa condición esencialmenteporque estorbamos, hasta con ferocidad, el desarrollo de loscaracteres y los empujamos al olvido o al anonadamiento,por inutilidad de los esfuerzos. Por eso, en pueblos comoMéxico, en los que la floración de grandes figuras reconoci-das, aceptadas por todos, es escasa, quizás valiera la penapara juzgar a nuestros hombres públicos, no seguir exacta-mente el método positivo ordinario, universal, de valoracióna que nos referíamos antes, sino más bien el indirecto queseguiremos en este libro; un método en cierto modo negati-vo: de examen o exposición, siquiera, de los resultados—detenciones, retrocesos, confusiones, hasta desastres—que la desaparición de Obregón produjo en nuestro medio.

Esta obra es en realidad, toda ella, el examen del vacíoque dejó Obregón. Abandonando el trillado camino de apuntede sus méritos, de juicio de sus cualidades, de expresión desus triunfos cívicos y militares, vamos a procurar hallar elvalor de Obregón por lo que su muerte produjo de crisispolítica durable y palpitante, con serias repercusiones, hastahace poco, desde que el 17 de julio de 28 se confundió y sedetuvo, hasta diciembre de 1934, por exceso de “política”,el verdadero sentido de fondo de la Revolución, con gravedetrimento de la obra de liberación de los humildes, porque

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obras de esta naturaleza corren mucho peligro de fracasarcuando se alarga exageradamente, por detenciones inútiles,el período de una acción acelerada. Entonces, muy fácil-mente, se desprestigia la obra iniciada y se dificultaenormemente su conclusión. Y no porque Obregón fuera másrevolucionario “social” que Calles, ni que Portes Gil, sinoporque con su muerte, por su ausencia, la vida de nuestropaís, en sus planos gubernamentales, tomó caracteres esté-riles de rabiosa lucha política, hasta que desde 1935 secomprendió el error o se vió más claro el riesgo, y se acelerónuevamente el ritmo de la acción social de la Revolución,antes, afortunadamente, de que ya nadie creyera en la since-ridad de la obra emprendida, o, por lo menos, en la posibilidadde su realización. No se puede, impunemente, estar hablan-do un cuarto de siglo de una obra a realizar, y dar la impresiónal país de que está por realizarse toda la obra. Fatalmentesucede, entonces, que la nueva generación o arroja lejos elviejo ideal buscado, porque lo juzgue irrealizable, o que, sipor rara fortuna lo acepta ella también, arroje al olvido atoda la generación pasada, por cobarde, por caduca o porinútil. Y era este último peligro —y sobre todo el anterior—los que se estaba recorriendo con la época ultrapolítica ycasi estéril en el terreno social que trajo la muerte del gene-ral Obregón, cuando hubimos de perdernos en un dédalo dedesilusión, de insinceridad y de real “confusionismo”.

EN DÍAS DE RECORDACIÓN Y DE HOMENAJE 12

LA FIESTA de recordación y de supremo homenaje que fué ladedicación del monumento al general Obregón, erigido por

12 Esta parte del capítulo fué escrita para ser leída —como discursooficial— en la ceremonia de inauguración del monumento a Obregón,por solicitud del Lic. Aarón Sáenz. La crisis de junio de 1935 hizovariar aquel programa; pero, naturalmente, no varía nuestro juicio ypor eso lo insertamos aquí.

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Aarón Sáenz como jefe del Departamento del Distrito Fede-ral, no puede juzgarse aún completa, porque, por desgraciay por incomprensión, fué considerada por muchos como una“tenida” de facciosos, como una estrecha, cerrada, manifes-tación de una partido político, y ni siquiera de todo un partido,ya que el hecho de que falten aún otros monumentos, igual-mente debidos: el de Madero y el de Carranza, tenía queenfriar cooperaciones y entusiasmos en las filas revolucio-narias, que hoy, como ayer, necesitan de unificación. Y esmás doloroso que así sea, porque con una figura como la deObregón, de verdadero alcance nacional (si las ha habido ennuestra dolorida patria), pueden, una recordación, un home-naje y un ejemplo, traspasar fronteras de partidarismopersonalista. Por que se puede, en el caso de Obregón, esca-lar las alturas de un análisis épico. Resiste su carácter sondeosde espíritu, disección de intentos y severa disgregación deresultados. ¡Cómo que habría que remontarse, en vuelo deáguilas, al hueco del olimpo mexicano que guarda a nuestrohéroe máximo, Morelos, para hallar en aquel genio militar ycivil, antecedentes de su intuición guerrera, semejanzas desu estrategia, y, en la visión profética de orden social de re-forma de aquel cura, las mismas líneas de generosidad, decomprensión de aspiraciones y de necesidades colectivas,de amplio sentido humano, en una palabra, sentido humanoque tuvo en Morelos actitudes de anunciación, tonos de au-rora, y en Obregón fulgores de medio día: realizacionesprodigiosas!

Héroe, nuestro Obregón, de carne y hueso; con ilusión yvoluntad y anhelo. Con una concepción muy integral de pa-tria, que encarna no sólo independencia política, como laque soñara Hidalgo; no únicamente reforma, hasta llegar alcredo liberal, ni sólo soberanía inviolada, como aspiraban elDr. Mora y Gómez Farías y Juárez. Patria que implicabaalgo más: fusión de espíritus hermanos en una comunión de

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amores, por la tierra que nos vió nacer, por nuestro sol, pornuestra historia, por nuestro porvenir, por toda la vida nues-tra. Pero sabía Obregón que esa alta comunión de amares,para formar el cuerpo y el espíritu de una verdadera y nuevapatria, sólo podría existir cuando los hijos de México pudie-ran acercarse más unos a otros, rotas las barreras de laopresión y de la injusticia social, llenados los abismos detremenda desigualdad económica, que habían hecho coexis-tir en nuestro México, siempre sembrando y preparandosiempre rencillas entre hermanos, que habían hecho coexis-tir, hasta ser el aspecto predominante de la organizaciónpolítica y social del país, miseria extrema y abundancia ex-trema, poder extremo y extremo y definitivo desamparo. YObregón fué grande y fué caudillo, en la más alta y la másnoble acepción del término, porque en el caos espiritual quese produjo a poco del amanecer de la Revolución, cuandoésta, pasadas sus etapas iniciales de lucha guerrera, buscabarumbo y forma, supo ser el motor de la evolución históricaque empezó Madero con su generosidad y que salvó con suenergía Carranza. Gran intérprete Álvaro Obregón de lasvoliciones colectivas, fué el gran aglutinante que hizo posi-ble que empezara a modelarse la nueva sociedad mexicanaque ha nacido de la Revolución.

LA INTERPRETACIÓN HUMANA

PERO ESCARBEMOS en el hombre. Hagámoslo con sinceridady con valor. Como cinco clavos de luz, las cinco pupilas dela cruz del sur se hundían en mi conciencia cuando, sobre elmar, en mayo de 1935, empecé a escribir este libro. Pare-cían invitarme a aprovechar la lejanía para una mayorsinceridad. Y desde la primera página cedí al embrujo delmar y de la noche estrellada del sur y he seguido cediendo alembrujo de la distancia que al alejarme material o política-

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mente de los hombres y de sus intereses, me aproxima más ala verdad..

Por eso, para presentar a Álvaro Obregón me asomo, an-tes que nada, a mis recuerdos. Surge una visión, lejana perovívida, íntimamente personal, de un anochecer de 1923, enel que estuve —con sólo su noble esposa como testigo— frentea frente de una crisis moral de aquel hombre tan grande queaun viéndolo en un instante de sofocada pasión (que amena-zaba hasta romper su músculo cardíaco), cuando las almascomunes destilan de ordinario únicamente furores y despe-cho, dejó en mi espíritu de observador una impresión que nose borrara nunca, de admiración y de profundo respeto.

Eran aquellas tardes de octubre del 23, de verdadera orgíaoratoria parlamentaria. La ambición, en todas sus formas;todo género de apetitos y de odios políticos, habían hechode la Cámara de Diputados un palenque cerrado de pasión.El rojo cereza del lenguaje, perdido todo freno, convertidoen látigo e insulto, excitado por la impunidad que daba elfuero, envolvía, como en un marco de fuego, al presidentede la República, Obregón, blanco de los ataques personales.Y Obregón, el triunfador de la violencia con la violencia encien campos de batalla, el organizador del caos militar ypolítico, el disciplinador de leones —¡de aquellos temiblesleones que eran los hombres de guerra de aquel tiempo!—veía su acometividad de hombre de lucha detenida, su fuer-za de gobernante y sus prestigios de caudillo, amenazados,represos, por sólo dos palabras: democracia y ley. En el ges-to sencillo con que aquella noche puso en las manos de unmodesto diputado (que había sido platónico partidario deBonillas, su opositor), un legajo de documentos, para quehiciera en la tribuna parlamentaria y en los clubes políticossu defensa, si la lectura de esa documentación inclinaba ahacerla a su escritor no partidarista ciego ni obligado a sugobierno, en modo alguno; en ese gesto de Álvaro Obregón

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me parece ver la piedra básica de su pedestal moral de triun-fo, porque significaba el triunfo sobre sí mismo y latranquilidad, la seguridad del hombre limpio y fuerte queentrega su pasado y su presente al pueblo; su deseo de ayer(y quizás de hoy, si nos ve desde su tumba), de entregar, yano sólo a una facción, ya no sólo a un partido, por grande ypoderoso que éste fuera, ya no sólo a los hombres que loacompañaron en las etapas primitivas de la lucha, sino alpueblo todo de México, el examen de su vida y de sus obraspara que fuera el juicio —y la consagración, si llegaba ahaberla— un acto plenamente nacional que no pudiera cali-ficarse como producido por intereses de partido.

EL ASESINATO DE OBREGÓN, NO UN ACTODE REPRESALIA

POR ESTO vamos a atrevernos, desde luego, a asomarnos a unaspecto del carácter histórico del héroe, que las circunstan-cias de su muerte pudieran oscurecer hasta conducir a sectoresdel pueblo a un juicio inexacto. Para lograr que sea su consa-gración un acto de significado íntegramente nacional, urgedesvanecer la conseja interesada y calumniosa que podríaconducir, si no a un empequeñecimiento de su carácter (deacuerdo con nuestro criterio revolucionario radical), sí a unadisminución del radio efectivo, ciudadano, cívico, popular,de su veneración. Conseja que hemos visto retrocederse enlos labios enemigos; que ha dejado caer la tinta del encono enlo que quieren llamar “la historia de la Revolución”, los queno pueden ni podrán hacerla, porque están enfermos de des-pechos y de odio. Conseja que dentro y fuera del país pretendehacer ver en el sacrificio del 17 de julio “un acto de represa-lia, por persecusiones religiosas”. Y no es la verdad.

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El hecho de haber sido muerto Obregón por un fanáticocatólico no significa en modo alguno que fuera el sacrifica-do un perseguidor de esa ni de ninguna religión. Y debeafirmarse que no lo era,13 insistimos, porque esa conseja os-curece, ante sectores respetables del pueblo, ese carácter,como ha pretendido oscurecer el de todos los líderes de laRevolución que han muerto y que sobreviven. Sólo por eso;no porque tengamos necesidad ni deseo de quitar relieve asu acción en ese campo, y a su conducta constante en frentede los problemas políticos nacidos al margen de las cuestio-nes religiosas de México, postura y actitud que fueronsiempre, en Obregón, firmes, nítidas, diáfanamente defini-das y de estricta naturaleza y sentido revolucionarios.

En un espíritu como el de Obregón, “fanatismo”, “religio-sidad” y “aprovechamiento interesado de la religión paraintromisiones políticas prohibidas por las leyes, para man-tener opresiones de todo orden y para dificultar la liberaciónintegral de las grandes masas del país”, en espíritu tan selec-to y justiciero, esos términos ni fueron nunca sinónimos nimerecieron nunca el mismo tratamiento. Siempre supo dis-tinguir y definir Obregón, como lo han sabido definir loshombres guías, plenamente responsables, de responsabili-dad nacional; siempre supo definir en su conciencia, ensus actos de gobernante, en sus posturas de político, cam-pos tan diversos como son, repetimos, “la religiosidad”,que merece respeto, “el fanatismo” religioso, que debe sercombatido, como todos los fanatismos, y “la intromisiónpolítica anticonstitucional y el estorbo, a la Revoluciónsocial, al falso amparo de motivos seudo-religiosos”, queno puede ser tolerada.

Perseguidor del fanatismo, sí. De todos los fanatismos yprincipalmente del fanatismo religioso. Celoso vigilante del

13 En la Argentina se cree a pies juntillas en esta conseja de represalia.

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decoro de las instituciones, enamorado de la obra de refor-ma social de la Revolución, no permitió ni tolerócalladamente intromisiones de política religiosa en camposde gobierno. Donde halló falsos sentimientos o torpes mani-festaciones seudo-religiosas al servicio de interesesopresores, los supo combatir, dentro del ritmo de nuestrovivir de aquellos tiempos. Pleno el cerebro de emoción re-volucionaria constructora, siempre ocupadas las manos enla siembra de granos de beneficio pronto y, felizmente paraél, más cautos en sus días los eternos opositores, no tuvo, esla verdad, en su gobierno, sino de modo esporádico, esas tanfrecuentes y sangrientas convulsiones, después, con pretex-tos religiosos, características de luchas más recientes.

Pero no había diferencia sustancial en ese terreno entreObregón, hasta su muerte, Calles hasta la conclusión de superíodo, y Cárdenas, ahora.

No era Obregón un perseguidor de religiones por oficio opor tendencia. Como estamos ciertos de que no lo es Cárde-nas. Y no pueden serlo hasta por una consideración deelemental inteligencia. Porque saben muy bien hombres deese tipo mental y moral que no es empresa hacedera de na-turaleza y de métodos políticos, y menos de gobierno, la deraspar de los espíritus una religión, sin sustituirla con algo,muy tangible, valioso, sólido y definitivo. Ese error que nocometió Obregón, como no lo cometieron, cuando gober-nantes, ni Portes Gil, ni Ortiz Rubio, ni Rodríguez, ni anteCalles (que fué mucho después de dejar la Presidencia cuandose dejó confundir también en ese campo; ya hemos de ver-lo). Error que, adelantaremos, no ha cometido Cárdenas,aunque puedan querer presentarlo también como persegui-dor los reaccionarios, porque no pudo, como no podía,modificar las leyes al gusto de la jerarquía. Ese error que lareacción, de buena o de mala fé, y ayudada por torpezas degentes nuestras de segundo orden y de responsabilidad no

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nacional, supone que se intenta, como obra de gobierno, laimposible sustitución de una religión por el vacío...

Se hacen la ilusión, los reaccionarios, de que los hombresde la Revolución no sabemos que son: la vida misma, laobra lenta de educación y de cultura, el ritmo de los tiem-pos, hasta humanas, las que determinan esas corrientesespirituales, conscientes o inconscientes, que constituyen lascreencias religiosas en los pueblos. Y cuando las fuerzasinternas de la conciencia individual, de sacerdotes o de cre-yentes, no pretenden ser aprovechadas como estorbos de laobra revolucionaria, hasta para no perder el tiempo en lasiembra efectiva de las semillas de inmediata productividadpara el proletariado, ni Obregón, ni nadie, pensó ni piensaahora, de seguro, en convertir en obra o en finalidad de go-bierno la persecución de gentes o de oficiantes de ningunareligión, si cumplen con las leyes. Bien sabía Obregón, comosabemos todos los que hallamos luz en el recuerdo de suespíritu, todos los que nos aferramos y nos aferraremos siem-pre a la Revolución social en marcha en nuestro México,porque ella es obra necesaria e imprescindible de mejora-miento humano en nuestra patria, y condición primerísimade paz orgánica para el porvenir; bien sabía Obregón que enla profunda alquimia de las almas, en el lento proceso deestratificación de las imágenes, generadoras de ideas y decreencias de todo orden —las religiosas entre ellas—, ni aunla mayor pasión política, convertida en nuevo fanatismo, yni aun obrando en el más favorable de los casos, como en laRusia de hace algunos años, puede hacer en un instante, comode milagro, la necesaria obra de sustitución, que sólo logrande modo fundamental, en siglos, la educación y la atmósfe-ra continuada económico-social.

Menos aún en tierras de oprimidos; en la tierra nuestra, demontañas de dolor tan milenarias, casi, como esos volcanesque nos contemplan, como pidiéndonos, con sus enormes

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ojos puestos en blanco, cuenta de los destinos de la patria.Donde esos volcanes vigilantes del genio de la raza han vis-to, por siglos y más siglos, desfiles inacabables, eternos, demillones de seres que no hallan en la tierra en que nacen ypor la que constante y generosamente mueren para hacer suhistoria, sino injusticia, infelicidad, hambre y fatigas... Entierras como la nuestra, donde ha sido precisa una tan cruen-ta, inconexa, descoyuntada Revolución social, que empezóen 1810 y que aún no acaba, para cambiar concepciones feu-dales de opresión, de miseria, de ahogo; ¡aquí fuera insensatoasombrarse de que hubieran nacido, en las masas populares,hondas aunque a las veces informes creencias religiosas! Nisiquiera se habría necesitado labor de proselitismo de sacer-dotes de religión ninguna; se habría producido el fenómeno,habría nacido cualquiera religión, como obra elemental hu-mana de estratificación de sufrimientos, de acumulación deinjusticias, del ilusorio anhelo de felicidad ultraterrena; de laengañosa pero necesaria esperanza —¡humanísima!— de unavida mejor... en cualquiera parte, si no se logra en esta vida.

Sería desconocer lo que había de psicólogo y de gran so-ciólogo intuitivo, de comprensivo y alto y noble y puro en elcorazón de Obregón, el creer que, comprendiéndolo así, semarcara como finalidad política inmediata, de gobierno, ¡deun gobierno de seis años!, la persecución de sentimientosreligiosos... Elemental, primero urgente, era entonces comosigue siendo ahora, no obstante el paso logrado en las reali-zaciones útiles para las masas, seguir acelerando el ritmo delas medidas de mejoramiento material colectivo, hasta lo-grar la redención. Lo elemental, lo ha repetido en todos lostonos, ahora, el presidente Cárdenas, sigue siendo proveeral desamparo, remediar de modo efectivo la crónica situa-ción de sufrimiento, ir a las fuentes mismas de la injusticiasocial, económica y política; asomarse con ojos, no de pie-dad, sino de deber, de verdadero patriotismo, al profundo

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anhelo insatisfecho de mejoramiento físico y moral de lasgrandes colectividades de México. Grandes masas proleta-rias, de indios y trabajadores de la ciudad y del campo, yclases submedias y hasta medias, que antes de la Revolu-ción, lógica, fatalmente, eran, tenían que ser presa deilusiones religiosas y eran, tenían que ser, fatal, lógicamentetambién, propicio material de nueva explotación y eternoengaño por algunos de los manejadores de la religión: ma-los elementos del clero y reaccionarios.

Remediar esa situación de fondo era y sigue siendo lo fun-damental. Lo otro, todo lo demás, era y sigue siendo loaccesorio, lo incidental, aunque pueda tornarse en un mo-mento dado en lo aparente, si tenemos necesidad de ponerdiques a cualquier avance de la reacción. Pero no hay queolvidar que fuera de la obra de redención, de mejoramientode las masas del país, todo lo demás constituye sólo los epi-sodios circunstanciales, obligados de la lucha. Marca apenasel apartamiento de obstáculos, aunque por apartarlos, algu-na vez, tengamos que perder, como resultado injusto eindirecto, algo tan definitivo y tan valioso como lo que per-dimos con Obregón, noble sacrificado por fanatismo y porerror, porque no quiso entender el odio ciego de parte de lareacción clerical —de algún mínimo sector de ella— un as-pecto apenas secundario en el desarrollo generoso,profundamente humano, definitivamente constructor de pa-tria, del pensamiento redentor de la Revolución.

PERFILES DE CARÁCTER

PODEMOS DEFINIR el carácter real de Obregón, hasta en susmás remotos perfiles, llegando a sus convicciones más ocul-tas, a las que determinaron sus actos y señalaron, siemprefrancamente, la aceptación de sus responsabilidades. Bastapara ello buscar en lo que dijo, recordar lo que predicó, aso-

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marnos al caudal, inagotable, de lo que dictó su labio o es-cribió su pluma. Es obra que ya se ha hecho, en realidad.Por eso nosotros apenas nos asomaremos a ese rico manan-tial de conocimiento humano que constituye su producciónliteraria, digna de fé, particularmente, en un hombre que,como Obregón, era un fácil expresivo, un constante exter-no, de tal modo sincero que se creía obligado a darexplicaciones, aun de aquello que casi nadie esperaba queexplicara...

Nunca negó, por ejemplo, sus necesarios actos de energíay hasta de ruda represión, cuando era preciso, y en 1916 dijopor qué lo eran:

“El árbol de la libertad —recordó—, aquí y en todos lostiempos, para fructificar ha necesitado que se le riegue consangre”. Y como para afirmar su fé, regó con la suya el árbolde nuestra liberación, que es más frondoso y acogedor, bajosu sombra, de los anhelos de las multitudes, que el viejoárbol de la libertad, al estilo clásico, filosófico, de la Revo-lución Francesa.

Pero no todo era, ni aún entonces, cuando dijo lo anterior,violencia o represión. También en 1916, en pleno períodode la lucha armada, cuando no cristalizaba todavía en la cons-titución el anhelo renovador del pueblo, siquiera en parte;en plena etapa preconstitucional, cuando todo y todos gravi-taban en órbitas de acción fuera del plano de las leyes escritas,Obregón dijo, marcando la necesidad de dar fin a aquel rit-mo, necesariamente anárquico, del instante: “Los pueblosse pacifican con leyes y las leyes se defienden con rifles”.No otra cosa viene haciendo desde entonces y seguirá ha-ciendo la Revolución, que no debe considerarse liquidada,como tantos quisieran, mientras no esté completa su obra.Traduce las aspiraciones, las necesidades públicas vitales(como cree honradamente interpretarlas), en leyes, sin im-portar que esas leyes lesionen intereses de algunos, si

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protegen, en cambio, supremos intereses de la colectividad.Pero no olvida la Revolución, convertida en gobiernos, queen tanto que esas leyes no atraviesen los planos de las resis-tencia, el caparazón de los egoísmos y de los interesesindividuales o de pequeños grupos, es necesario tener muylimpios los rifles para defenderlas. De otro modo se entre-garía otra vez a la inquietud, a la defensa desorganizada,irrefrenable a las veces, de las masas, el sostén de los intere-ses de los más, en frente de los apetitos retardatarios de losmenos.

Creyente de la paz, nunca un agitador sin sentido ni pro-pósito, nunca caminando sin meta definida, predicó Obregónel uso, el ejercicio de los derechos, para prevenir revolucio-nes. “Los pueblos, escribió, que saben ejercitar sus derechos,se ahorran el sacrificio de acudir a las armas”. ¿Puede darseen más breves líneas un resumen mejor, una enseñanza másprecisa y más preciosa de civismo?

No era, el de Obregón, un espíritu cerrado, de facciosoconstante; a sus ojos, de verdadero estadista, se dilataba elsector por el que luchaba y lucha la Revolución:

Cuando triunfan las causas nobles, dejó escrito, los frutosde la victoria alcanzan para todos, aún para los enemigosque combatieron aquellas causas, porque los hombres quenos lanzamos a luchar por ellas no queremos llevar comomira exclusivista la filosofía del egoísmo.

Cuando hay mezquinos contadores de méritos, que acep-tan a regañadientes sólo lo que es patente realidad, pero queno escatiman esfuerzos para empequeñecer al héroe; paralos que dicen “que puede aceptarse que Obregón haya sidouna figura militar, como hay muchas, e inferior a bastantes,pero nunca un pensador” ni un enamorado de las fuerzas yde las causas espirituales, Obregón mismo contesta, porquedijo en 1921:

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Nosotros creemos que la moral, la inteligencia constructi-va y generosa y la cultura, son las fuerzas llamadas a gobernarel mundo en la vida moderna y que no serán por cierto lospaíses que construyan cañones de mayor alcance, los querealicen las más grandes conquistas, sino aquellos que den ala humanidad pensadores cuyo genio permita ahondar enporvenir y señalar las catástrofes que podrían nacer de laimprevisión y del egoísmo.¿Son éstas, frases de un caudillo sólo militar, grande o mo-

desto, o señalan claramente a un gran señor del espíritu, aun poderoso intuitivo; que indican que nos hallamos en pre-sencia de un real hacedor y conductor de pueblos, de unestadista de talla? Hay que pensar, para darles todo su valor,en que estas palabras fueron dichas apenas pasada una delas grandes sacudidas de la Revolución: la del año de 1920.Rodeado de sus jefes, ante el peligro, siempre posible ennuestra historia, de una desviación de rumbos, de un intentode apoderamiento de los timones conductores por las mis-mas fuerzas materiales que lo han ayudado al triunfo delaño anterior, se alza Obregón con la suprema responsabili-dad del gobernante y orienta, de modo discreto perodefinitivo, el porvenir de la Revolución y a la vez el rumboinmediato de su gobierno, de verdadero civilismo.

ESE MISMO valor, esa conciencia exacta de su deber, precisa-mente por haber sido caudillo militar en las etapasanteriores de la Revolución; ese supremo deber, decimos,de no permitir desorientaciones, de prever feudalismos—que habían de ser a poco, como lo fueran antes, el cán-cer de la Revolución— le hace decir en 1924, cuandonuevamente los errores y las ambiciones de antiguos re-volucionarios lo obligaron a salir del Palacio Nacionalpara mostrarse en el campo de batalla como antes, el granestratega que fué siempre:

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Tuve que interrumpir —explicó— la obra constructiva contanto tesón emprendida en favor del país y lanzarme de nue-vo a la lucha, porque no podía permitir, sin granresponsabilidad histórica de mi parte, que un grupo de mili-tares ignorantes y de tiranuelos que no pudieron nuncaprosperar en un ambiente pródigo en libertad y en democra-cia, arrebataran las conquistas que, a través de tantos y tanintensos períodos revolucionarios, habíamos conquistado.

Oímos con tanta frecuencia —y con tan tímida protesta denuestra parte— las voces de la reacción, que a veces lo espor incapacidad de comprensión y otras por un triste fenó-meno de snobismo (porque da aparentes “prestigiosintelectuales” denigrar a la Revolución y a sus hombres);tan frecuentemente escuchamos las voces hostiles que bus-can desorientaciones y siembran de ortiga y de cizaña elnoble campo de la juventud, pretendiendo que son ellos, ysolamente ellos (los representantes o los adoradores de lostiempos idos) los que luchan por los fueros del espíritu, entanto que estamos los revolucionarios revolcándonos perpe-tuamente en bajos apetitos de materialidad; oímos, en unapalabra, tantos alaridos de supuestos defensores de la “cul-tura mexicana”, deturpando a nuestros prohombres, de 1910acá, que debe recordarse que fué Obregón quien dijo: “Esrevolucionario, en concepto nuestro, el hombre que pugnaporque predominen en nuestra nación los valores morales yespirituales”.¿Dónde, entonces, la separación interesada que se preten-

de hacer entre los hombres de pensamiento y de acciónrevolucionaria, y los cultivadores del espíritu? Sólo que seimpone establecer una condición distintiva que separa losbandos. Fué Obregón también quien, en su admirable defi-nición de “revolucionario”, hecha en 1927 añadió:“Revolucionario es el que quiere que se consoliden los de-rechos de los muchos, aún con perjuicio de los privilegios

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de los pocos”. Y otra vez vemos expresada, en su forma mássimple de mayor alcance, con propósitos de fácil y generalcomprensión —como que siempre pensó, habló y escribióObregón para que lo entendieran las grandes masas de nues-tro México—, vemos nuevamente expresada, en la formamás simplista y diáfana, lo que constituye definición, texto,evangelio, del más perfecto revolucionarismo.

¿VISIÓN DE estadistas? Basta para confirmarla, una frase deObregón, tan lapidaria como casi todas las suyas, cuando seasomaba a cuestiones de orden fundamental: “no podremosufanarnos, afirmó, de haber realizado nuestra consolidacióndefinitiva de pueblo autónomo y soberano, mientras nuestraindependencia económica no quede igualmente establecidaen forma definitiva también.”

Esto era dicho en 1927, en pleno miraje engañoso de laprosperidad mundial artificial de la post-guerra, cuando en-vueltos en México en los apetitos confusos y en las reaccionesviolentas de la etapa de la rebeldía cristera, empezada en1926, podría un espíritu menos alado que el de Obregónhaberse perdido en conjeturas, en problemas del instante, ydejado de ver, con claridad, lo que iba a constituir para Méxi-co y para toda la América latina, muy pronto, el problemamáximo. Este problema, de capital resolución, era hallar lasmodificaciones, de raíz, en la estructura económica, para verde conquistar la independencia económica, dentro de la in-dependencia de todo orden, forzosa de la post-guerra. Yseñalado por Obregón desde el año de 27 el problema an-gustioso, la realidad torturante de nuestra vida, siempre dediarios problemas políticos, no permitió que fueran puestoslos cimientos de la nueva estructuración económica nacio-nalista, sino hasta 1931. Los puso Calles, con la reformamonetaria, aunque tímidamente, (en uno de los actos positi-vos, útiles, del régimen de los “gobiernos duales”); pero para

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entonces había transcurrido ya un cuatrenio desde el día enque el poderoso intuitivo que era Álvaro Obregón, se habíaasomado al porvenir y visto la crisis mundial del año de 1929que iba a ser de verdadera Revolución en el espíritu y en lamateria y a prender en el camino de los pueblos de América,de economía colonial o semi-colonial, la antorcha de unnuevo deseo de independencia, ya no sólo política sino eco-nómica, dentro de las normas, que ahora asoman (desde laConferencia Pan-americana de Montevideo), de mayor jus-ticia y de más íntima comprensión por parte de los EstadosUnidos (lo que ha permitido, en 1938, atacar en su base elproblema petrolero).

ALLÍ QUEDAS, SEÑOR...

QUIERO, PARA acercarme al fin de este modesto estudio delhombre que nos arrebató Toral, estudio que inspira la vene-ración de revolucionario, presentar otro recuerdo, muyhumano, de Obregón, que esperamos que barrerá con otratorpe conseja que, ausentes de nuestro país, vimos que pre-tendió manchar, con escarnio más que con sangre, esenobilísimo carácter. Otra visión, muy personal también, comola de 1923 que antes referí. Otra visión que tuve, también enChapultepec, sólo que ahora ya no en la modesta residenciadel presidente Obregón, sino en lo alto de la colina, en elpatio de honor del Castillo, convertido en oficinas de traba-jo, por entonces, de los presidentes de la República.

Fué una noche en que ví envolverse a Obregón en su am-plia capa militar, sobre el traje de civil, y abandonartristemente el Castillo. Me pareció que se envolvía en reali-dad, y para siempre, en la capa dolorida de sus recuerdos, enlos girones de sus efectos de juventud, ante la racha helada,no de la noche de octubre, sino de una penosa, trágica noti-cia, que oyó de mis labios. Fué aquella noche en que el

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instinto, exaltado, de defensa; el deber de conservación delos gobiernos; lo que se considera en nuestro medio comonecesidad de lógica implacable (y el que esté del todo lim-pio de pecado, habiendo sido gobernante o jefe militar, quetire la primera piedra); la lógica implacable, decimos, denuestras luchas, la dura sanción en las guerras civiles de todanuestra historia, segó la vida de un leal y viejo amigo delpasado, el general Serrano.14 Para quienes se han atrevido ahablar de “sentimientos de encono” y de “actos de candida-to rival”; para quienes quieren suponer, basando la suposiciónen absurdos rumores que engendró el rencor, que hubo enaquel acto de fatal lógica de nuestras guerras civiles, “espe-ciales empeños de Obregón”, a quien “movía el despechopersonal porque se había enfrentado Serrano a su candida-tura”, entrego ahora, como un pétalo más en la corona dehomenajes que haya recibido el día de la dedicación de sumonumento, mi prueba testimonial.

Fué ajeno Álvaro Obregón, como su decoro de no gober-nante y como su dignidad de candidato contrario se loimponían, fué ajeno Obregón a la culminación de aquel do-loroso episodio. Y lo sé y lo afirmo porque la casualidadhizo que fuera yo quien le comunicara el fusilamiento, acae-cido ya. Fué entonces cuando ví caer como una sombra decongoja muy real sobre su noble rostro. Me imaginé estar enpresencia de aquel rey-soldado de Francia, Enrique IV, cuan-do enterró su juventud junto con los despojos mortales delmariscal de Byron, que antes de ser rebelde fuera su compa-ñero de ilusiones, de luchas y de triunfos. Sólo que en nuestrocaso, la fortuna, más piadosa para Obregón, había querido14 Tenemos que recordar, para que no pueda creerse que estamos dandolanzadas a “moro muerto”, que este artículo, como ya indicamos, fuéenviado por correo aéreo, desde Buenos Aires, al Lic. Aarón Sáenz, el10 de junio de 35, y fué recibido por él, el 16, coincidiendo con la crisispolítica tan grave de entonces, de la eliminación de Calles. Apelamos,si es preciso, a su caballeroso testimonio.

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que no estuviera él en el puesto de mando cuando el sacrifi-cio se impuso. Así, pues, no sólo no hubo “desacatos alcadáver, por el pié mismo de Obregón”, que una torpe ca-lumnia ha inventado, sino creemos, sinceramente, que notuvo siquiera conocimiento previo del castigo que iba a im-ponerse. Hubo, por el contrario, dolor real, el real dolor quetodos los revolucionarios sentimos cuando nos vamos divi-diendo, cuando la Revolución, de modo fatal, va devorandoa algunos que fueron sus hijos. Aquella noche me parecióver en Álvaro Obregón que se alejaba del Castillo, triste ysilencioso, a la Revolución misma de México, conmovidaante la necesidad implacable, ante lo que se quiere llamar sujusticia, inexorable, que sacrificaba la vida de revoluciona-rios que la reacción había logrado envenenar, en ese su eternoproceso, que aún perdura, de estar siempre en acecho, paraaprovechar toda debilidad que le permita dividir, intoxicarde ambición a revolucionarios, ¡manera la menos peligrosay la más efectiva, quizá, de herir a la Revolución...!

¿QUEDAS AHÍ, SEÑOR? En tu soberbio monumento; quedas allíen espíritu, mientras llegan a esa tumba de mármol tus des-pojos. Tal vez entonces será tu consagración, nacional, y sejuzgará —por todos— merecida. Mientras, allí queda tu ex-celsa memoria y el homenaje justiciero y leal.

Nosotros vemos de ti, lo que a la patria diste: lo alado, lofirme, lo varonil, lo heroico de tu espíritu. Basta esa luz parajustificar y para iluminar ese monumento. Los años no hande hacer, venga lo que viniere, sino más sublime tu carácter,cuando, al aplacarse las pasiones, ceda en rencor y brille laverdad en toda su pureza.

Refiriéndose a la carga fatal, de limo, de sedimentos detodo orden, que la vida deja, por el solo hecho de ser vida dehumanos entre humanos, dijo Almafuerte, el más rudo, sin-cero, valiente y analítico de los poetas de esta noble tierra

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Argentina desde donde escribió estas líneas y desde dondete admiro, señor, maestro y héroe, Álvaro Obregón. Dijo elpoeta:

“¡Sí! La mínima faenanos enturbia como el agua...¡Nunca salen de la fraguacandideces de azucena!Mucho barro hay que batiren la vida del sepulcro;no hay oficio menos pulcroque el oficio de vivir...”

CON ESTAS palabras definía el poeta, claro está, a los hom-bres comunes, a los efímeros. Los otros, los menos, los muypocos, los de excepción, pueden hacer y hacen, no la míni-ma, sino su máxima faena, y el limo de la vida lo guardanpara sí. Dan a los demás lo que nos diste tú: enseñanzas,ejemplos, obras, sacrificios. Los recogemos, señor; los re-coge, reverente, la Revolución Mexicana, y ha de hacer deti, no una facción, no sólo un gran partido, sino todo un pue-blo, y tal vez una sucesión de pueblos, objeto de reverenciay luminosa guía.

CAPÍTULO XVIIEL HOMBRE A QUIEN LA PISTOLA DE TORAL

ENTREGÓ LA HERENCIA DE OBREGÓN

ME ASOMO AL HOMBRE

CONOCÍ personalmente al general Calles hasta junio o julio de1923. Portes Gil, compañero en la Cámara de Diputados, (a laque había llegado yo sin el más remoto auxilio de Calles; por elcontrario, a pesar de su abierta hostilidad), en el PartidoCooperatista y en el grupo en que veníamos ya trabajando, si-lenciosamente, en el Congreso, por la postulación de Callespara presidente de la República en las elecciones de que ha-brían de hacerse en 1924, fué quién me presentó con el entoncessecretario de Gobernación en el gabinete del general Obregón.

Diputado federal, por segunda vez, desde septiembre de1922, llegado a la Cámara, repetimos, con la oposición delgeneral Calles que sostenía a un candidato “laborista”, mehabía no precipitar acercamientos con los gobernantes. Pre-fería hacer mi modesta labor de Cámara, leal a mi partido, elNacional Cooperatista, mientras éste siguiera derroteros deizquierda, y mantener completa independencia personal res-pecto del presidente de la República y de sus ministros losviejos recuerdos de la primera Cámara revolucionaria, laXXVI Legislatura, electa en tiempos del Sr. Madero, y de laque había tenido el honor de formar parte, en 1912, a los 25

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años de edad, en mi primera aventura de orden político, medictaban esa conducta de discreta reversa, de no apresurada,artificial aproximación a los jefes de gobierno. Tal vez ex-cesivamente románticos aún, en materia política,encontrábamos más digno, para nuestras funciones de re-presentantes del pueblo en las cámaras federales, noconvertirnos en palaciegos. Habíamos actuado con entusias-mo, con verdadero fervor, sin importarnos los constantespleitos de algunos líderes “cooperatistas” con los “agraristas”y con los “laboristas”, en el período de sesiones de septiem-bre a diciembre de 1922 y en el extraordinario de los primerosmeses de 1923. Los debates al margen de la primera ley depetróleo y el primer intento de la ley reglamentaria delartículo 123, para la protección legal de los trabajadores, habíanocupado toda nuestra atención. Quizás estas labores y unartículo titulado: “La sucesión presidencial, un problema deorden médico”, habían atraído sobre mí alguna atención deCalles. El artículo realmente abría, en público, la campañapro-Calles, ya que era el primer anuncio a don Adolfo De laHuerta de que “sólo la salud dudosa entonces, del generalCalles, podría hacer que el grupo radical de la Cámara deja-ra de inclinarse a su candidatura”. Aunque nos habíamos,pues, definido, sin la más remota consulta con el jefe delEstado (Obregón), ni con nuestro candidato (Calles), ni si-quiera con las cabezas del Partido Cooperatista (PrietoLaurees y Álvarez del Castillo), seguíamos prefiriendo, in-sistimos, mantenernos decorosamente a distancia.Reconocíamos, de buen grado, que no habíamos tenido arteni parte en el movimiento de Agua Prieta. No nos clasificá-bamos, por tanto, entre “los triunfadores”, a la caída del Sr.Carranza, y llegar por segunda vez en 1922 al Congreso fe-deral, después de nuestra primera aventura de 10 años atrás,del Congreso “maderista”, nos había costado dos difícilescampañas, sin la más lejana ayuda del oficialismo. Por el

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contrario, habíamos tenido que luchar, las dos veces contracandidatos de Calles. Pero, precisamente por eso, porque te-níamos derecho de esperar que se interpretara la actitud políticaque tomásemos como un acto de convicción y de resoluciónpersonal, no seguíamos, en ese asunto de la secesión presi-dencial, más inspiración que la nuestra, anticipándola, parano ser confundidos (como no habría sido justo), con la turbamulta que, con derecho o sin él, se agolpa en esas ocasiones,de post-revolución triunfante, o de elecciones federales, adonde parece que asoma “la cargada”.

La entrevista con Calles, única que tuve con él antes deque, meses después, desde Soledad de la Mota, me ratifica-ra su confianza para el puesto de presidente del ClubOrganizador Pro-Calles, que me habían concedido compa-ñeros de Cámara y, días más tarde, me designara presidentedel “centro director” de su campaña electoral, esa única en-trevista, digo, me dejó una impresión definitiva delhombre. (Para los olvidadizos o los ingenuos que, al atacar-nos, hablan de que “sólo hemos recibido nosotros favores ycanonjías del Sr. General Calles”, tengo que decir que a na-die se le ha ocurrido, todavía, nombrar sólo “por favor” jefede su campaña presidencial, a un hombre. Ni siquiera exis-tía entonces aún —organizado— Partido Callista. Ese puestode confianza, por tanto, no podía ser un “favor”. Era un puestode combate y de servicio, que cumplí con éxito y que tieneque ser antecedente explicatorio de mi primer cargo de mi-nistro de Calles, al ser electo presidente de la República, loque no disminuye su generosidad para conmigo, pero sí es-tablece —lógicamente— el origen político de una honradaconexión entre nosotros, no nacida de petición ni de favori-tismo, sino de coincidencia de ideas y de servicios de mípara él en 1923 y 24).

Macizo de cuerpo y de espíritu, aunque abusaba, desdeentonces, de “mañosas” referencias a su mala salud, queján-

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dose de vagos dolores, inexistentes muchas veces, dandocon ello origen a los rumores constantes, de males muy an-tiguos y hasta incurables. Sin la más leve curva, entonces,en su pensamiento revolucionario de orden social. Defini-do, nítido, lenguaje de una extraordinaria adjetivación sobriay precisa. En su acción revolucionaria, “laborista” y“agrarista”, sobre todo; revolucionario, fundamentalmentetambién en las demás materias de la economía y de las fi-nanzas, desde jornales hasta herencias y nacionalización deinstitutos de crédito y de industrias primarias, con vagosproyectos —incumplidos— de reorganización bancaria yfinanciera, en general. Franco anti-capitalista, “siempre queel capitalismo estorbara el progreso del proletariado”. Ycomo, cuando nos dijo esto, a Portes Gil y a mí, contestarayo, sonriendo: “lo que parece que sucede en el 80 por cientode los casos...”, él subrayó con un seco: “por lo menos...”

Reservado Calles como siempre, cuando se tocan puntoso limites de concreta expresión de propósitos o de procedi-mientos de lucha (mientras no cree llegado el momento deobrar), sólo mostró reticencias, aquella mañana, en lo quese refería a la oportunidad, en fecha, de empezar el movi-miento público por su candidatura, y cuando Portes Gil,siempre hábil político militante que no gusta de perder opor-tunidades favorables, pretendía apresurar, desde ese día,nombres y hasta cargos para la campaña electoral próxima.En este terreno sí se escondía Calles. Apenas anunciaba: “loresolveremos a su tiempo todos nosotros...” Y no ocultabaque por “nosotros” entendía: él, con los “laboristas” y“agraristas”; tal vez, también, con Portes Gil. Yo no espe-raba, naturalmente, quedar comprendido en ese pronombrepersonal y me sorprendí grandemente, a poco, cuando vilo contrario. Pero la verdad es que Morones, Soto y Gamay Manrique, como cabezas más visibles del “laborismo” ydel “agrarismo”, eran los que más le interesaban porque

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esos fuertes grupos eran, de modo indiscutible, en 1923, laextrema izquierda, no solo del parlamento. Sino de la ac-ción y del pensamiento revolucionario. (Y tengo la íntimasatisfacción, quince años después, de poder decir que hicenada, en todos esos años, ni por disminuir esa influencia, niporque variara en Calles su actitud para con los más viejoscompañeros de sus luchas y de su triunfo presidencial).

Pasaban horas y horas y seguía expresándonos Calles, enaquella entrevista, su doctrina social. Con una espontanei-dad y transparencia de manantial, hablaba de sus proyectosde leyes, de las necesidades de las masas, de las barrerasque “habríamos” de encontrar... Me daba la impresión deque, pronto a de ausentarse de la capital, para no reaparecersino varios meses después, ya en vísperas de la campañapresidencial, quería dejar, ante gentes que sentía identifica-das, totalmente expuesta su fé. Pero no estaba haciendoprosélitos. Contaba ya con Portes Gil desde dos años, por lomenos, atrás. De mí, lo tenía seguro, desde antes de cono-cerme, mi actitud en la Cámara y en la prensa. No buscabapartidarios, pues. Más bien como que enseñaba, como quemarcaba posiciones para los futuros combates, y todo, sinhacer referencia excesiva a su propia campaña, casi en unterreno impersonal, apolítico, que impresionaba particularmen-te por el contraste de esa actitud con las inquietudes egoístasy con los análisis personalistas que en vísperas de campañaspresidenciales vemos en nuestros países; que se ven en todoslos países, mejor dicho: los candidatos interesándose sólo porsaber con cuantos votos o con qué sectores se cuenta.

EL CALLES DE SUS GRANDES TIEMPOS

CALLES ENTONCES, en 1923, era el predicador antes que elposible candidato, el iluminado, el odiado y temido por lareacción, el vidente de situaciones nuevas, el demoledor, el

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guía. (Y la verdad es que en los años que iban a venir —quehan pasado ya tantos— sólo me resultaba Calles “extraño”cuando por breves temporadas se volvía casi el ídolo de al-gunos sectores que representaban grandes intereses; loveíamos en esos casos en mayor peligro histórico, no políti-co, que cuando llegaba a concentrar fuertes malas voluntadesentre sectores del Ejército o de agrupaciones obreras). Norepresentaba Calles en 1923 el triunfo cierto, ni tenía siquieramayoría en las cámaras, ni había surgido, todavía entoncespara mí, el hábil político que permitiera presagiar éxito o acuyo carro conviniera unirse. E indicaremos de paso, quenunca hemos creído demasiado en la extrema habilidad “po-lítica” de Calles. Si me preguntaran si fué alguna vez ungran político, contestaría en honor suyo que no; ni tuvo nun-ca ductilidad, ni por fortuna para México, tenía su espírituesas sutilezas de fondo y esas habilidades peligrosísimas deforma, que son los fundamentos de éxito de los políticos... Ytambién de las dictaduras duraderas. Más bien, por el con-trario, en el campo político, su trayectoria casi constante esde fracasos, de errores trascendentes para su conveniencia,para su fortaleza, para su afianzamiento, para su porvenirpolítico, lo que ha estado, por supuesto, muy lejos detraducirse en inconveniencia para las normas institucionalesy para la Revolución, sobre todo para ésta, que lo que hanecesitado y necesita es que no llegue ha estancarse, para locual, fatalmente, tiene que sacrificar, que ir devorando hom-bres, cuando su celebración o su marcha política se halla endesacuerdo ya con el ritmo de los nuevos tiempos. Con estecriterio, desde este punto de vista, un Calles, con su inteli-gencia, con su indiscutible acometividad, que hubiera tenidotambién la habilidad de un Tayllerand o de un primer cón-sul, habría sido fatal para México en este período deaceleración del ritmo de su proceso social de nuevaestructuración.

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Fatal, porque habría perdurado. Pero si nunca apareció antemis ojos “el gran político”, en 1924, ya en Europa, en la giraque realizó como presidente electo, apareció el estadista.Porque lo era pudo sin un segundo de hacer el ridículo o de pa-recer “exótico” siquiera, y menos de asemejarse a uno deesos “luminares” supuestos de nuestra América latina quedivierten, por lo “tropicales”, en Berlín o en París; porquehabía real madera de “estadista” en Calles, pudo salir victo-rioso, gallardamente victorioso, de charlas con Herriot, conel presidente Ebert, con Stresemann, con Coolidge, conHugehs, dejando, real y probada después, en todos ellos,admiración o simpatía, a pesar de la distancia, frecuente casiconstante, de sus pensamientos sobre política y acción so-cial. Era el Calles de sus mejores tiempos: iluminado,soñador, todo emotividad, anhelo, entusiasmo, valor. Des-pués, la vida demostró que había también en Calles “lacapacidad de gobierno”, esa dificilísima condición determi-nante del éxito o del fracaso, independientemente de lasmejores intenciones.

DE SU CAMPAÑA electoral, de esa campaña, gloriosa sólo por-que encendió de fé en la obra social de la RevoluciónMexicana a la República, hasta despertar los rencores detodos los campos de la reacción, nacional y extranjera; deesa campaña que tuvo el mérito de haber inyectado juven-tud de todos los ámbitos del país a las filas revolucionarias,para llenar, siquiera en parte, él vació doloroso y absurdodejado por la eliminación de grandes sectores originalesdel movimiento liberador (“maderismo”, “villismo”,“delahuertismo”); de esa campaña conservo, como es na-tural, por haber sido por casualidad su director,imperecederos recuerdos. Algunos de ellos, muy pocos,vamos a vaciar aquí, porque darán tal vez mejor idea delhombre que la podrían lograr páginas y más páginas de

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literatura seudo-analítica de ese carácter y penosas bús-quedas de documentos de la época.

CUANDO VUELVO los ojos atrás, primero que todo me impre-siona el hecho —revelador de la limpieza de susprocedimientos político-electorales, y de la altitud de susmiras—, el hecho de que nunca, durante su campaña (y aun-que por las necesidades de la misma estábamos a vecesseparados hasta un mes, siendo preciso, en ocasiones, co-municarnos varias veces al día para el manejo de la campañao para la dirección de los periódicos de nuestro partido); meimpresiona el hecho, digo, de que nunca usó Calles de “cla-ve” para darme instrucciones y que nunca la necesité yo paracomunicarme con él. Digamos, de pasada, que lo mismo,exactamente, ha sucedido en los muchos años de contactoque después hemos tenido. Guardando siempre alguna “cla-ve” personal con él, nunca la hemos usado, prueba que nosparece definitiva, por haber durado trece años ese contacto,de que no es común en el proceder de ese carácter lo secre-to; que no le ocurría —conmigo, al menos— hacer, decir uordenar cosas que hubiera que ocultar prudentemente.

Conocedor de hombres —entonces— lo era de maravillo-so modo. Y marcaba a cada quien, con tan clara y expresivamanera su lugar y lo que de cada uno esperaba, que sólo vique se equivocaran con él, en aquellos tiempos, los que que-rían interpretarlo cuando él no deseaba ser interpretado. Talvez ese fué el caso, reciente, del senador Padilla, por másque no dudo que haya leído el general, y aprobado plena-mente, las infortunadas declaraciones que precipitaron lacrisis política de junio de 1935.

Y digo “que la precipitaron”, porque, como después expli-caremos, nada ni nadie habría podido evitarla, tarde otemprano, dado el penoso rumbo a que conducían a Calles,en épocas cercanas, contactos casi diarios, inconvenientes,

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con hombres desleales o interesados, de derechas, que pre-tendían, como es lógico, atraerse al viejo líder. Por más quereflexiono sobre esas declaraciones de junio de 35, me re-sisto a creer que hubiera querido expresamente el generalCalles que figuraran en ellas las alusiones a “lo que sucedióal presidente Ortiz Rubio”, por ejemplo. El hecho históricode la renuncia de este caballero al primer puesto de la na-ción (con sólo un antecedente, el de Bustamante, lejanamentecomparable), y la creencia tan generalizada y que hasta aho-ra desvanecerá tal vez éste libro, de que Ortiz Rubio renunció“de modo forzado”, bajo “la presión de Calles” (lo que no esverdad), hacían de manera fatal, inevitable, que esas alusio-nes fueran, o una amenaza, intolerable, o una impertinencia,inaudita y torpe. Aún con la menor dosis de amor propio,con sólo el más elemental decoro de jefe de Estado, cual-quier hombre, ya lo hemos dicho, habría tenido, en esosinstantes, como Cárdenas, que acabar con el último aspectodel “dualismo”, o exponerse a quedar señalado, por el pue-blo de México, con un ridículo monigote en el poder.

Es perfectamente explicable, dentro de los hábitos de Ca-lles (de esperar siempre ser cuidado celosamente, en susdeclaraciones, por sus intérpretes autorizados), que la ame-naza encubierta pasara inadvertida por el general. Porque loque nunca ha sido ni podrá ser Calles es hombre de detalles,lo que si constituye casi virtud en un gobernante y entra en suscualidades de estadista, es al mismo tiempo peligro en unpolítico, porque siempre se pudo y se podrá inyectar en lasmanifestaciones escritas de su conducta pública, por torpe-za, por descuido o por mala fé, cualquier detalle de acción ode intención que, si no es explicado clara, lealmente a Ca-lles, no descubrirá, por exceso de confianza en las gentes,fácilmente él. Lo que explica por qué cuando le pidieron, enel fondo, el respeto, después de 1930, hasta gentes de cuar-ta fila, llegó a ser casi de regla general que los actos o las

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palabras de Calles parecieran siempre, o incongruentes, oexageradas, o desproporcionadas al fenómeno, o a la conve-niencia política, o hasta faltas de la serenidad y de laponderación de espíritu que fué por tantos años la caracte-rística real del hombre. Lo irreductible de algunas posicionesideológicas, de Cárdenas y de Calles, en los últimos tiem-pos, tuvo que hacer crisis cuando una cuestión de decoroprecipitó las cosas, y faltaríamos al más elemental deber dehombría si no expresáramos con toda claridad nuestra con-vicción de que, haber dejado pasar sin correctivo inmediatola amenaza o la impertinencia de esa frase, desgraciadamenteinyectada en las declaraciones que “tradujo” el Sr. senadorPadilla, habría sido manchar la investidura de primer ma-gistrado de nuestro país, de modo irremediable.

Pero sigamos con el Calles de 1923 y de los años siguien-tes, hasta que terminó su período presidencial, objetoconcreto de este capítulo, aunque se entiende bien que in-cursiones a circunstancias de otras épocas, más recientes,resultan a las veces indispensables para que se aprecie me-jor, por contraste, el carácter del Calles de entonces.

Por aquellos días —1923-28— distinguía admirablemen-te, en todos los casos, a las gentes. Era, en mucho mayorgrado que la reina de los versos de Nervo, hombre de “va-rios coroneles”. Y nunca pedía a un coronel “rojo” lo queera deber y parte de un coronel “negro”. Por esto conserva-ba, íntegro, el respeto, sino el afecto de todos. Gentes, aunlas de su mayor intimidad no oficial, del más perfecto acce-so a su vida íntima, privada, pero que, por falta decalificaciones morales o espirituales, o por conexiones consectores enemigos, no debían ser para la mesa del consejo,nunca eran invitadas ni admitidas a consejo. Podían hacer,por supuesto, y frecuentemente las hacían, todas las incur-siones a que se atrevieran a las esferas de la más delicadaintimidad, de buceo de opiniones del presidente, de intere-

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sada expresión adversa de juicio político o social; pero eransiempre, entonces esas voces, como chorros que cayeranfuera del tazón de una fuente; se resbalaban hasta el suelo yse perdían sin quedar en la copa y sin ensuciarla de claudi-cación, de recelo o de dudas. Podían merecer “esas gentes”una sonrisa, una carcajada, una interjección, un comentariohumorístico (todo lo que pareciera hasta agrado o aproba-ción, a los tontos), pero no se les respondía nunca con lanoticia buscada, ni las opiniones merecían en ningún casofranca aprobación o siquiera un juicio en serio. Y en aqueltiempo, esas gentes “modificadoras de las opiniones o delos actos revolucionarios” no se equivocaban... estuvieranal servicio de sus propias ideas o convicciones o intereses, oa sueldo constante o accidental de empresas o políticos (quede todo había en la viña del señor), sabían que no contabanpara nada a la hora de la resolución o del consejo, y si satis-facían a sus patronos con deslizar su veneno, y ya con esocobraban, pues cumplían con su encargo, o si, obrando porcuenta propia, eran las insinuaciones sólo curioso deseo de“saber”, o búsqueda de informes para la satisfacción de cual-quier apetito personal, no se engañaban en cuanto al resultadofinal de las frases intencionadas o de los escarceos políticosde fondo y forma antirrevolucionarios: sabían que no lostenía en cuenta Calles que, aunque pudieran divertirlo, noles hacía el menor caso... Después, la vida, el cansancio, lasenfermedades, la disminución real de responsabilidad (quesignificaba el “dualismo”), hasta el fastidio, en el vacío deacción decorosa, franca, pública, legal, “sin transferencias”,vacío que a veces acogotaba realmente a Calles, lograríanhacerle perder en buena parte esa virtud fundamental de re-sistencia a las sirenas de todo orden. Vendrían los díasdolorosos, de anarquía de voceros, de pretendidos interpre-tes, que lo presentaban hoy como ultra-radical comocualquier secretario de Hacienda que cerrara la bolsa para el

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crédito ejidal; mañana como “anti-agrarista”, en las decla-raciones de aquel curioso vocero, Galván Duque, queasombraron a todo el mundo hasta por la falta original de lasmás insignificante “calificación” del traductor irresponsa-ble del pensamiento de Calles, en una cuestión tanfundamental como la de las tierras; vendrían también aque-llas otras declaraciones de 1934, por boca del senador Padilla,que todo el mundo interpretó como antiagraristas, y que huboque rectificar en El Nacional, con cuatro artículos en losque se explicaba “lo que el general Calles había queridodecir” y hasta con un folleto de la Secretaría de Relaciones,para no producir desconcierto entre los agentes diplomáti-cos del México, supuesto revolucionario; vendría, en fin, laserie no interrumpida, siempre en crescendo angustioso, delos murmuradores sin tregua, de los muy íntimos, de políti-cos de quinta fila, hasta de familiares que antes sedistinguieran por su prudencia, de servidores, casi de vigi-lantes de puertas (que los hubo también), todos los cuales seempeñarían, se atropellarían en la obra, consciente o incons-ciente, de desprestigio del más valioso carácter queconservaba la Revolución y que habría sido inteligente ypatriótico conservar limpio, sin máculas, para las grandescrisis, reales, de las futuras etapas revolucionarias... Todosrepetían lo que juraba que era el pensamiento y la voluntadde Calles, en materia social, en materia gubernativa, en ma-teria política. Todos cavaban su tumba moral, porqueentonces, lógicamente, en los momentos en que se analiza-ba Calles a sí mismo, de tal modo se hallaba cambiado ydisminuido ante la conciencia pública revolucionaria, queno hallaba otra salida que dar alguno de sus sonados“tamborazos”; hacer, en 1934, con Cárdenas y sin que éstelo solicitara, verdaderas giras de propaganda de diez discur-sos diarios, giras inoportunas y productoras de sospechas deintromisión política, o llegar a los extremos de pronunciar

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arengas... contra la Conferencia de Londres, desde el balcónde su casa, ante un público de campesinos asombrados, enlas horas de la rentrée... gritos y actitudes que caían sobre laconciencia nacional, dejándola fría, porque ya no sabía aqué atenerse respecto al carácter del líder, y sobre la con-ciencia de los viejos amigos, leales e identificadosplenamente, hasta 1928, como nuevas olas de desilusión, dedesencanto; como anuncios, inequívocos, de que por el ca-mino tomado se habría de llegar, alguna vez, al punzantedilema de don Pablo Macedo: seguir al jefe y al amigo “has-ta la ignominia”, o ser tachados de ingratitud y deslealtad.Cierto que quedaba un camino: el de decir la verdad y ale-jarse de la vida pública, resuelta y tranquilamente, para noparecer desleal al hombre, ¡pero tampoco desleales a la Re-volución...!

(Pero ni aun ese camino completo, que nosotros quisimostomar desde junio de 1934, cuando pedimos al general Cár-denas que no nos utilizara en su futuro gobierno para ningúnpuesto como no fuera periodístico, pudimos tomar, porque nopedir una embajada en abril de 1935 habría significado “de-sertar” o parecer descalificados por un gobierno “radical”...)

Pero de 23 a 28 la cosa era distinta. Camino que Callesdecidiera era camino que se sabía que iba a seguir, aunquelo visitaran, inmediatamente después de la resolución origi-nal, bien meditada, toda la caterva de los “Juan López” de laadulación, de la alta banca y del reccionarismo burocráticoy extraoficial. Posición de su espíritu, siempre muy bienpesada y conscientemente resuelta, era posición en la que, síera posición revolucionaria —y casi siempre lo era— se leencontraría seis meses o un año después. No había necesi-dad de hablar con él a diario sobre las mismas materias.Rumiaba, rumiaba, revolvía el fondo de los problemas, delas personas, de las cosas, y sólo entonces daba su opinión osu instrucción o su mandato, que se podían seguir u obede-

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cer sin el temor de que a la semana siguiente se extrañarapor lo sucedido o condenara lo hecho...¿Se ha meditado serena, suficientemente, en los estragos

que pueden hacer, el más elevado espíritu, el cansancio deun período de gobierno, las aflicciones por las desgracias dela vida, las enfermedades, por años y más años, sin el con-suelo, siquiera, de un diagnóstico oportuno, inteligente,salvador de penas? ¿En la obra de erosión real, muy real,que estos casos hacen la maldad, la perfidia, el cinismo, elinterés, el impudor, empeñados en convertir a “su” causa—a la que sea, a cualquiera causa, con tal que no sea lacausa de la Revolución— a un carácter al que se juzga abso-lutamente necesario restar del movimiento renovador delpaís? Y cuando se produce, como hemos de analizarlo dete-nidamente en esta obra, múltiple, esa verdadera conspiración,tanto más peligrosa cuanto que es múltiple, vaga y de variosorígenes y de motivos muy dispersos, pero que coincidentodos en la finalidad de convertir en moderado, hasta en re-accionario, siquiera aparentemente, a un hombre; cuando estefenómeno se produce, ¿sólo el hombre convertido en vícti-ma es el que merece la condenación? ¿Y no vale la pena,entonces, de desentrañar en el fenómeno, de asomarse a to-das sus características, aunque no sea sino para salvar a otroshombres, en el futuro, de una obra erosiva semejante, y tam-bién para la finalidad de alta justicia, de no excederse en elfallo contra quién resultó blanco de la conspiración?

LA FATIGA MENTAL, GÉRMEN DE CONFUSIÓNEN EL ESPÍRITU

“HOMBRE DE UNA PIEZA”, “carácter de líneas rectas”, “espíri-tu y voluntad modelados a hachazos”, juzgada de Calles, de1923 a 28, hasta la reacción. Por eso la reacción estaba siem-

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pre pendiente de los menores gestos y actitudes de Calles.Porque sabía que para saber qué iba a suceder bastaba conaplicar la lógica, ya que obedecían sus actos a conclusioneslógicas, basadas en sus ideas y en sus métodos, perfecta-mente conocidos en cada caso. Eran los tiempos en que “eloportunismo”, que es lo que hace mediocres a los gobernan-tes y efímeros a los hombres públicos, aunque queda darleséxitos aparatosos, siempre transitorios; era la época en queel oportunismo no lo empeñaba siquiera. Pero nada de loanterior quiere decir que rectificara Calles. Rectificaba confrecuencia, pero cuando lo hacía lo decía francamente; nodejaba que adivinaran su proceso de rectificación, a travésde declaraciones de irresponsables o tortuosas. Después, alas veces, se llegó a hacer de su pensamiento y hasta de suacción, una maraña; pero más bien que declinación perma-nente de su voluntad o que cojera incurable de espíritu, erael fenómeno, resultado necesario de una acción constanteperturbadora, egoísta, sobre un extraordinario carácter, cuyodueño se encontraba en condiciones de real inferioridad fí-sica y mental por muchas circunstancias y, finalmente y sobretodo, por hallarse empeñado en hacer subsistir una ficciónmítica, “el dualismo”, ya que nadie la daba, ni amigos nienemigos, unos por respetos, otros por egoísmos, una salidadecorosa o definitiva, así fuera la ruptura, con una espada,del nudo gordiano, que al fin y al cabo quiso, para bien detodos —y de Calles más que de ningún otro— cortar, por-que era imposible desanudarlo, el general Cárdenas.

Carácter que no quiso tomarse —o al que ni los hombresni las circunstancias la permitieron que se tomara, despuésde 1928— el indispensable y largo reposo que requiere lafatiga mental, en todo ex-jefe de Estado, llámese Calles oHoover, y aun sin los males del espíritu y del cuerpo quepadeció el general. Fatiga que llegó a ser psicosis real, deuna realidad médica innegable, que carcomía, sin que pu-

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diera evitarse, tan valioso carácter. Fatiga anterior, de tantosaños de trabajo, agotante, agravada por una ridícula litiasisbiliar no diagnosticada por años ni en México ni en Europa,con la mala fortuna de que, cuando el retiro de algunos me-ses de 1929 en París, se encuentra Calles allá en un mediomexicano ex-revolucionario, ya conservador de hecho, su-gerente de tales desatinos de tan franca claudicaciónrevolucionaria, que vuelve a la patria el general y apenas enel tren que lo conduce de la frontera a la capital de la Repú-blica, da la clarinada absurda de que “había de verse, en loque en Francia sucedía en materia agraria, consejo e inspi-ración para un cambio de frente en nuestra políticaagrarista...” Ni siquiera se le había hecho ver al general, enParís, que precisamente en Francia casi no existe el proble-ma agrario porque no hay otro pueblo en el que la divisiónterritorial agrícola tenga más atinados y perfectos caracte-res para aquel medio... desde la Revolución, desde la granRevolución liberal Francesa de fines del siglo XVIII...

En esas declaraciones había de encontrar apoyo la reac-ción, en vísperas de la iniciación del gobierno de Ortiz Rubio,aunque el general Calles no había querido precisamente re-negar del agrarismo, y aunque, fuera ya de las influencias deParís, iba volviendo, poco a poco, al franco redil revolucio-nario mexicano... Y si se piensa en esa psicosis real, por eltrabajo anterior de gobierno, y en las crisis tan frecuentes ydolorosas de su litiasis biliar y en que todo obraba como uncepillo que frotara impíamente sobre las circunvoluciones ylas celdillas nerviosas de Calles, y si a esos fenómenos aña-dimos el desgaste que producía el maelstroon políticodesencadenado del “dualismo”, ¿podemos creer que, noCalles, sino el más poderoso cerebro que hubiera existido,en México o fuera de México, habría conservado su lucidezconstante y su perfecta función?

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No era, por tanto, fenómeno de claudicación, fundamen-talmente el producido en Calles; era obra de desgaste; eraestado psicológico enfermizo susceptible de completa recu-peración, con sólo que se le hubiera dado tiempo,tranquilidad, descanso.

Dejo aquí, con lo anterior, apuntadas las explicaciones queyo hallo a la acción de Calles en algunos, no pocos aspectos,de sus últimos años. Cuando en esos momentos nosotros,algunos de nosotros, le aplicábamos el reactivo de sinceri-dad, de la vieja fé revolucionaria, de la supremacía de lasideas sobre los hombres, respondía siempre y siempre no-blemente, aún en las mayores crisis, sin que eso evitara, porsupuesto, que a poco volviera a ser presa fácil a la rapaci-dad, a la mediocridad, al despecho, al ansia de continuismointeresado de los que necesitaban excusar la propia claudi-cación (vicio original, orgánico, en ellos), con el hechodeseado de que también, alguna vez, el antiguo jefe clau-dicara... Y es más doloroso el momento final, de caída, dejunio de 35, porque, curado ya de su litiasis, estaba acer-cándose de nuevo Calles, lentamente, a los años de su vidanormal, de su potencia cumbre, de su plena facultad deanálisis y síntesis, cuando tal vez él mismo estaba ya muycerca de comprender que había concluido del todo su vidade gobernante y hasta de político, pero que aún tenía pordelante muchos años de serena acción, de útil servicio enotros campos de menor responsabilidad, que pudieron ha-ber sido de esfuerzo patriótico no menos constructivo.

¿ES CALLES POR NATURALEZA ORGÁNICAUN HOMBRE CRUEL?

Esta pregunta me la han hecho cien veces en Sur América adonde sólo llegan, de nuestros hombres y de nuestras cosas,las olas de sangre o de lodo, y no vacilo en contestar que por

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naturaleza no lo es, aunque en muchas ocasiones lo hayaparecido. Tal vez ningún otro cargo se ha esgrimido contraél con más frecuencia, sobre todo en el extranjero, ya que ennuestro México (dignos herederos de adoradores deHuitzilopochtli que somos los más) el cargo de “cruel” estan general, en nuestra historia, que casi no hace mella. Lacrueldad de un gobernante o de un caudillo, por lo demás, esuno de los rasgos de carácter más difícil de juzgar por loscontemporáneos. Hombre de tantas luchas, condenado porla fatalidad a la resolución de tantas soluciones de violen-cia, podría mañosamente amontonarse datos queconfirmarían, sin dificultad, el juicio de crueldad, hasta in-veterada. Serán en este punto, como en todos, naturalmente,en definitiva, las generaciones venideras las que, con mayorreposo y hasta con más elementos de juicio (cuando cadaquien que a hacerlo se atreva, vaya presentando sus “testi-monios”), las que, alejadas de pasión, sentencien. Pero enesta impresión personal, de cargos, que he escrito con el es-píritu que anima a los Testimonios de Papini, dejaríaincompleto, más incompleto aun de lo que pueda ser, miestudio sobre el hombre, si no presentara los casosconcretísimos en los que yo acudí a su sentido humanitarioy justiciero y en los que vi reacciones intelectuales o emotivasque no hablan precisamente de crueldad, y menos de cruel-dad inveterada. Entrego esos pocos casos a los disectores deese carácter, en el futuro, y a uno que otro asombro, quizás,y hasta a posibles negaciones del presente.

En mis años de más íntima relación con Calles, cuandofué presidente, tuve ocasión de interesarme por los siguien-tes casos de hombres en peligro, que yo juzgué de muerte.Por un Sr. Méndez, administrador de la Hacienda de Guara-cha, en 1926; por el Ing. Palavicini, por el Ing. Vito AlessioRobles y por el entonces coronel Carlos Rodríguez Malpica,en 1927 y por Aurelio Manrique, a fines del 28.

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El caso Méndez. Se había producido el primer brote de loque llegó a ser, a poco, la rebelión “cristera”, en el pueblo deJiquilpan, con presunciones de intervención de elementosarmados de la hacienda vecina, de Guaracha. Había sido apre-hendido el administrador, a quien, desafortunadamente, elgeneral Amaro, secretario de la Guerra, conocía desde mu-cho tiempo atrás, desde sus campañas militares en la región,“como hombre de pelo en pecho y de ideas contra-revolu-cionarias”. Una reciente y casual estancia en dicha hacienda,en viaje de placer por Jalisco y Michoacán, me había hechover el total olvido, en el espíritu de ese hombre, de los viejosresabios combativos. Era, en 1926, un agricultor totalmenteentregado a su familia y a su trabajo de administración de lahacienda. La circunstancia de ser Guaracha el sitio del pri-mer brote de la rebelión (que ya se esperaba) y losantecedentes desfavorables, lo pusieron en grave peligro deser fusilado. Supe de su situación por don Manuel Moreno,dueño de la Hacienda de Guaracha y bastaron diez minutosde explicaciones a Calles para que ordenara “la suspensiónde cualquier procedimiento de violencia”. En el generalAmaro hallé también la más generosa actitud, e investiga-ciones posteriores revelaron la inocencia del hombre enpeligro.

El caso Palavicini. Escondido, como lo relató él mismo,en su periódico Todo y en su libro Mi vida revolucionaria,en los días de la rebelión del general Arnulfo Gómez, o de loque se creyó que fué su rebelión (para aceptar el recitado delingeniero Palavicini); escondido, decimos, en una casa de laColonia del Valle, supe por el mismo general Calles, minu-tos después de que él lo había sabido, “que había sido yalocalizado”. Como ciertas frases oídas en los días anterioresme habían revelado una extrema predisposición —hasta in-quina— del entourage de Calles contra Palavicini, conexpresión de amenazas violentísimas de gentes a su rede-

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dor, sin comentario del entonces presidente, creí que estabaen peligro real de muerte el antiguo periodista y jefe mío yamigo en El Universal, e intercedí por él con la mayor vehe-mencia, tanto mayor cuanto que, en realidad, en este casocomo en el siguiente, consideraba casi inútil mi ruego. Ca-lles escuchó, con toda bondad mi largo alegato, sininterrumpirme una vez quizás para juzgar hasta qué puntome interesaba “el asunto” o “el amigo”, y al concluir medijo, casi textualmente, lo que sigue: “aun si lo deseara yo,no podría fusilar al ingeniero Palavicini. Seguramente nosabe usted, no se lo he dicho, que lo descubrimos siguiendoa su hijo, Manuelito, que no tomó suficientes precaucionespara ir a visitar a su padre. Involuntariamente, pues, él noslo ha entregado y nunca podría yo querer dejar en ese mu-chacho el remordimiento, para toda su vida, de haber sidoculpable, inconciente, de la muerte del ingeniero. Llame us-ted al procurador de Justicia del Distrito (lo era el Lic. donJuan Correa Nieto) para que oiga usted las órdenes que voya darle”. Media ahora después llegó el procurador, quienrecibió instrucciones precisas para hacer la aprehensión consu policía, la judicial, al mando de un hombre de su totalconfianza, un señor Talamantes. La aprehensión “quedaríabajo la responsabilidad directa de Correa Nieto” quien “de-bería ordenar que no se rodeara la casa del ingeniero hastaque hubiera amanecido, para que hubiera luz bastante y nopudiera Palavicini, en un asalto de la policía en la noche,temer por su vida y precipitarse, creyéndose perdido, a de-fensas o resistencias suicidas...” Siguieron instrucciones dedetalles sobre prisión, etc. Cambiándolas en el último mo-mento Calles en el sentido de que, “para estar seguro de quenada había sucedido a Palavicini, cuando fuera aprehendi-do, se le remitiera al Castillo, y que él diría, a la mañanasiguiente, a donde se le conduciría...” Estas órdenes erandadas como a las diez de la noche, y el hombre, Calles, a

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quien quieren juzgar tantos como “un monstruo de cruel-dad”, se tomaba el trabajo de extremar las precauciones máscuidadosas para garantizar la vida del periodista persegui-do. Este suceso, a mi modo de ver, lo mismo que el siguiente,muestra delicadeza de sentimientos muy lejanos de la cruel-dad, como fondo definitivo de un carácter. Y no necesitodecir, por supuesto, que ni éste, ni en el siguiente caso, mecorresponde el más insignificante mérito de la actitud deCalles, ya que ésta era predeterminada.

El caso Vito Alessio Robles. Muy semejante al anterior.Temeroso, en 1927, de represalias por sus conexiones, quejuzgamos perfectamente legítimas por lo demás, con el ge-neral Gómez. Entonces se decía que con el general Serrano,también. Había contra él viva animadversión, no podría de-cir que del presidente, pero sí de gentes muy cercanas. Aldía siguiente de la escena a propósito de Palavicini, y aun-que no había sido encontrado, ni sé siquiera si llegó a serlocalizado alguna vez Alessio Robles, reflexionando en que,en realidad, no había gastado yo “mi posible influencia” enel caso de Palavicini, puesto que la resolución de Calles nose había debido a mi mediación, aproveché las largas horasque pasábamos juntos en estas noches, en el castillo, conmotivo de los sucesos palpitantes de la rebelión, y le hablédel antiguo dueño de El Demócrata, periódico comprado aAlessio Robles para la campaña presidencial de Calles. Aquíno permitió Calles alargara mi alegato. Me interrumpió di-ciéndome: “tampoco en este caso se necesita queinterceda usted. Si hay una persona que puede hacer loque quiera contra mi gobierno, sin que yo pudiera fusi-larlo, es Vito Alessio Robles, por que una de sus hijas,Carmen, ha sido y creo que todavía es, amiga íntima,inseparable, de mi hija, la Tinina. Se quieren como her-manas... Yo no puedo darle a me hija el dolor de que supadre deje huérfano a esa chiquilla...”

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Dirán los enemigos irreconciliables de Calles que en estecaso era a su hija a la que defendía de un dolor; que no eramovido por humanitarismo... Todo eso es verdad; pero, decualquier modo, esos sentimientos de delicadeza, que impo-sibilitan la acción, para no herir a dos niñas de quince odieciséis años (que tendrían entonces las muchachas), sonrasgos de carácter o manifestaciones de sentido moral muylejanos también de la “ciega crueldad” con la que quierepintar la enemistad o la incomprensión a Calles. Este casosólo lo he referido alguna vez, cuando ya no se veían, pasa-dos los años, las viejas amiguitas, a Ernestina Calles, pararobustecer su amor y su respeto por su padre.

El caso del coronel Rodríguez Malpica. Hijo del comodorodon Hilario Rodríguez Malpica. Por su conducta, que se juz-gó dudosa en momentos de la rebelión del general Almadaen los campos de Balbuena, en 1927, por haber desertado latotalidad del regimiento de artillería al mando de Malpica,enfermo, decía él, y lo estaba en su casa, en el momento dela rebelión (pero sin que entonces se aceptara como real suenfermedad); por su conducta, decimos, y por ser momen-tos de extrema gravedad, el general Amaro, ministro de laGuerra, cumpliendo estrictamente con su deber, comunicó aCalles, en presencia mía, “que iba a someter a RodríguezMalpica, a un consejo de guerra sumarísimo”. No es nece-sario decir cuales habrían sido, muy probablemente, casiseguramente, las consecuencias. Rogué entonces al presi-dente y al ministro que no se hiciera así, aduciendo comorazón suprema (ya que yo desconocía la conducta real deljefe militar), el hecho de ser don Carlos (el coronel inculpa-do), hermano de aquel glorioso oficial de marina, héroe delas primeras etapas del “constitucionalismo”, e hijo de donHilario Rodríguez Malpica, viejo lobo de mar, antiguo jefede Estado mayor del presidente Madero, espejo de caballe-rosidad y ejemplo de las más altas virtudes militares. Amaro

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retiró generosa e instantáneamente su propósito, y dejó elcaso a la total resolución de Calles. Este calló por minutos yluego dijo: “yo me temo mucho que ese muchacho haya fal-tado gravemente a su deber. A menos de estar imposibilitadofísicamente, debió estar en Balbuena con su regimiento ymorir evitando la rebelión de sus tropas. Pero no podemos,efectivamente, olvidar, general Amaro, de qué familia desoldados viene; yo no olvido aquella noche en que su padre,gravemente enfermo, se presentó en Celaya al generalObregón, después de viajar toda la noche para obedecer aun llamado urgente para hacerse cargo de la Marina de gue-rra, cuando la rebelión de la Huerta... delo de baja, nadamás. Sería preferible no castigar un delito, si lo hubo, a amar-gar los pocos días que le quedan de vida a ese gloriosoviejo...” Diremos de paso, que el tiempo comprobó plena-mente la no-culpabilidad de Rodríguez Malpica y que elmismo Amaro tuvo la satisfacción, según me lo refirió des-pués, de hacer volver al servicio a aquel distinguido técnicoartillero, que ahora entiendo que ya es general. Tampocoeste caso (para cuya resolución favorable no tuve necesidadde usar de mi último argumento, de súplica: que era, el ame-nazado de muerte, primo hermano de mi primera esposa, ytío, por tanto, de cuatro de mis hijos, lo que hasta hoy sabránCalles y Amaro); tampoco este caso, digo, revela en Calles“la dureza implacable de corazón” que sus amigos han que-rido presentar siempre como su característica principal.

El caso Manrique. Su conocida —y valerosa y muy since-ra— actitud a la muerte del general Obregón; sus vocesofensivas contra Calles, en la sesión solemne del Congreso,el primero de septiembre de 28; su conducta en meetings yen giras posteriores, hasta el levantamiento de Escobar ysocios, lo habían señalado de modo fatal en nuestros me-dios, en momentos semejantes, a especiales peligros. Se sabebien cómo, sin necesidad precisa de órdenes de nadie, ymenos de un presidente, hay en esas condiciones gente que

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constituye grave riesgo para un enemigo de temple deManrique, sobre todo cuando, como en el caso de él, se tie-nen especiales enemigos en la policía. Sabedor, por algunaconfidencia, de que “algo” que constituía peligro inminentese estaba preparando en algún sector que no puedo revelarcual fué, hablé con el presidente Calles largo y tendido apropósito del caso de este viejo compañero de la escuela (deMedicina), y de luchas parlamentarias. Como de costum-bre, y tal vez ahora muy particularmente, para ver hasta quépunto llegaba mi adhesión espiritual por Manrique, que nooculté, me dejó hablar Calles. Temiendo cierta irritación enél por el calor de la defensa, amontoné razonamientos detodo orden, “para demostrar la conveniencia de que se orde-nara una especial vigilancia a fin de prevenir un atentado”, yconcluí diciendo: “yo creo que hasta por conveniencia políti-ca, mi general, siquiera, deberíamos cuidar a Manrique...Sabiendo usted y yo lo que sabemos, si algo le pasa seremosnecesariamente cómplices del imbécil que puede creer que sele aplaudiría por ese crimen...” Calles sonrió y me dijo:

Siempre he temido que pudiera pasarle eso, desdeque tuvo las violencias que usted conoce en casadel general Obregón, la tarde que fué asesinado...Pero efectivamente, con sus gritos de ‘farsante’ yde ‘mentis’, en la Cámara de Diputados, cuandoleí mi mensaje, podría creerse que el atentado seordenaba ‘de arriba’... Yo le aseguro a usted queya está siendo vigilado Manrique por mí y que,hasta que se haya ido a levantar, no le sucederánada... ¡ y puedo decirle que va a “levantar”, yo selo aseguro...!

Cuando después de rudas campañas de Manrique, de tri-buna y de prensa, contra Calles, en los Estados Unidos, debióhaber sabido Calles por los consulados, que en mis frecuen-

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tes viajes al oeste de los Estados Unidos, siempre que yopodía, veía a Manrique en California, y que nos reuníamosuna o varias noches a charlar por horas de nuestros viejosrecuerdos y cosas de México. Nunca me preguntaba: “¿quédice Manrique de mí?”, porque Calles sabía bien, conocién-donos a Manrique y a mí, que por respeto mutuo evitaríamosese tema concreto. Lo que me preguntaba siempre era: “y...¿de qué vive Manrique? ¿Se puede sostener con su familiaallá?” Tampoco era, me parece, de un hombre extremada,constantemente cruel, vengativo, esa suave pregunta, de in-terés real, que me parecía que encerraba hasta una veladasugestión de ayuda personal, mía. Yo sentía, claramente, queaunque quisiera ocultarlo, Calles no olvidaba aquellos glo-riosos días de las jornadas parlamentarias de los líderes“agraristas”, en la Cámara, en 1923 y 24, y sus actitudesdurante la campaña presidencial, y las noches de San LuisPotosí en que el entusiasmo revolucionario y partidarista deManrique lo llevaban a despertar a Calles, a la madrugada,para comentar la victoria en la Batalla de Esperanza, “muestra—decía Manrique— de la justicia inmanente y eterna...” Lavida, después, por culpas de todos, por incomprensiones,por arrebatos, por miserias, por convicciones, por el frota-miento mismo con la realidad, con su eterno detritus dedesgaste de injusticias, conscientes o inconscientes, habíaido quitándole a Calles, como nos quita a todos (aun a losinsignificantes), adhesión y fé de amigos y compañeros delos viejos tiempos esplendorosos de la juventud y de la Re-volución... ¡No en vano dura este proceso ya más de un cuartode siglo...! Pero siquiera por lo que significó, por lo que lle-nó de entusiasmo, de realizaciones concretas, de rumbosseñalados, toda una etapa de la vida nacional, deberíamosesforzarnos por limpiar a Calles de lo que se le puede lim-piar. Y de crueldad constante, del cargo de espíritu cerrado ala comprensión de lo que imponen los deberes de la huma-

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nidad, de la amistad y del compañerismo, se le puede fácil-mente limpiar. Nosotros pudimos, por años y más años, sersiempre amigos de muchos de sus más enconados oposito-res, e indiferentes, si no hostiles, para algunos de sus mejoresamigos, sin que naciera en él, por nuestra conducta, ni des-confianza ni frialdad.¡Este supremo bien que nos concedió: su fé en nosotros;

esa libertad honrosa de conciencia que nos permitió siem-pre, queremos pagarla medianamente ahora, pasando conestas líneas, y siempre que podamos en este libro, como una“goma” de justicia sobre injustos borrones!

TERCERA PARTEEL MENSAJE PRESIDENCIAL —POLÍTICO—DE CALLES AL MORIR OBREGÓN. LO QUESIGNIFICABA Y PROMETÍA. SUS ALCANCES

INICIALES. SU OLVIDO Y POR QUIENES

"No podemos desenten-dernos de la persona queestá de cada idea, susten-tándola y dando fe deella".

Francisco Romero

CAPÍTULO XVIIIEL VACÍO (POLÍTICO) CREADO POR LA

MUERTE DE OBREGÓN

DECÍA A ESTE respecto a Calles, en su mensaje político, docu-mento por el que se pretendía resolver —y se resolvió, demomento— la aguda crisis producida por la muerte del ge-neral Obregón:

La desaparición del presidente electo ha sido unapérdida irreparable que deja al país en una situa-ción particularmente difícil, por la total carencia,no de hombres capaces o bien preparados, queafortunadamente los hay; pero sí de personali-dades de indiscutible relieve, con el suficientearraigo en la opinión pública y con la fuerza per-sonal y política bastante para merecer por su sólonombre y su prestigio la confianza general.Esa desaparición plantea ante la conciencia na-cional uno de los más graves y vitales problemas,porque no es sólo de naturaleza política, sino deexistencia misma.Hay que advertir, en efecto, que el vacío creadopor la muerte del señor general Obregón, inten-sifica necesidades y problemas de orden político

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y administrativo ya existentes y que resultan dela circunstancia de que, serenada en gran partela contienda político-social —por el triunfo defi-nitivo de los principios cumbres de la Revolución,principios sociales que, como los consignados enlos artículos 27 y 123, nunca permitirá el puebloque le sean arrebatados—; serenada, decíamos, porel triunfo, la contienda político-social, hubo de ini-ciarse, desde la administración anterior, el períodopropiamente gubernamental de la RevoluciónMexicana, con la urgencia cada día mayor de aco-modar derroteros y métodos políticos y degobierno a la nueva etapa que hemos ya empeza-do a recorrer.Todo esto determina la magnitud del problema;pero la misma circunstancia de que quizá por pri-mera vez en su historia se enfrenta México conuna situación en la que la nota dominante es la fal-ta de “caudillos”, debe permitirnos, va apermitirnos, orientar definitivamente la política delpaís por rumbos de una verdadera vidainstitucional, procurando pasar, de una vez por to-das, de la condición histórica de país de un hombre”a la de “nación de instituciones y de leyes”.

CARACTERÍSTICAS DE LA VIDA POLÍTICAY GUBERNAMENTAL HASTA 1928... Y DESPUÉS

EN LOS PÁRRAFOS siguientes del mensaje en que se asomaCalles a estas características, que pueden resumirse dicien-do que eran (y casi han seguido siendo): el caudillismo, elpersonalismo, el caciquismo, en todas sus formas, altas ybajas, y la mentira electoral, con la constante o casi constan-te existencia de regímenes de gobierno de un solo partido o

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facción, de tipo absorbente y totalitario, sin representacióndirecta de las masas obreras y campesinas y con absolutaexclusión de elementos de los grupos discordantes en políti-ca; en los párrafos siguientes, decimos, hace Calles suprimera declaración (ya veremos después cómo la ha repeti-do), de sus propósitos de no continuismo. La realidad, pordesgracia, no iba a ajustarse a las palabras, sino en su aspec-to último, fundamental: el de la no extensión legal, en 1928,del mandato de su gobierno, en cualquiera forma más omenos constitucional o plebiscitaría que hubiera podido ima-ginarse, y que muy probablemente, casi seguramente, habríapodido imponerse, para legalizar o semi-legalizar el“continuismo”. Dijo Calles:

La solemnidad, única, del instante, merece la másdesinteresada y patriótica consideración y obligaal Ejecutivo a ahondar, ya no sólo en las circuns-tancias del momento, sino en característicasmismas de nuestra vida política y gubernamentalhasta el día, para procurar, como es nuestro deber,que una exacta comprensión y una justa valora-ción de los hechos señale los derroteros queconsideramos salvadores de la paz inmediata y fu-tura de nuestro país, de su prestigio y desarrollo, ysalvadores también de conquistas revolucionariasque han sellado con su sangre centenares de milesde mexicanos.Juzgo indispensable hacer preceder este breve aná-lisis, de una declaración firme, irrevocable, en laque empeñaré mi honor ante el Congreso nacio-nal, ante el país y ante el concierto de los puebloscivilizados; pero debo antes decir, que quizás enninguna otra ocasión las circunstancias hayan co-locado al jefe del Poder Ejecutivo en una atmósfera

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más propicia para que volviera a existir en nuestropaís el continuismo a base de un hombre; que su-gestiones y ofertas y aun presiones de cierto orden—envuelto todo en aspectos y en consideracionesde carácter patriótico y de beneficio nacional— sehan ejercitado sobre mí, para lograr mi aquiescen-cia en la continuación de mi encargo, y que noúnicamente motivos de moral, ni consideracionesde credo político personal, sino la necesidad quecreemos definitiva y categórica, de pasar de un sis-tema más o menos velado de “gobiernos decaudillos” a un más franco “régimen de institucio-nes”, me han decidido a declarar, solemnemente,y con tal claridad que mis palabras no se presten asuspicacias o interpretaciones, que no sólo no bus-caré la prolongación de mi mandato aceptando unaprórroga o una designación como presidente pro-visional, sino que, ni en el período que siga alinterinato, ni en ninguna otra ocasión, aspiraré a laPresidencia de mi país; añadiendo, aún con riesgode hacer inútilmente enfática esta declaración so-lemne, que no se limitará mi conducta a aspiracióno deseo sincero de mi parte, sino que se traduciráen un hecho positivo e inmutable: en que nunca ypor ninguna consideración y en ninguna circuns-tancia, volverá el actual presidente de la RepúblicaMexicana a ocupar esa oposición, sin que esto sig-nifique la más remota intención o el más lejanopropósito de abandono de deberes ciudadanos, niretiro de la vida de luchas y de responsabilidadesque corresponden a cualquier soldado, a todo hom-bre nacido de la Revolución, ya que abundan lassituaciones, militares o administrativas o políticaso cívicas, que por modestas o insignificantes que

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puedan ser, en comparación con la jefatura antesocupada, significarán de mi parte aceptación com-pleta de responsabilidad y de peligros y daránoportunidad para el exacto cumplimiento de los de-beres de revolucionario.Eliminada así, de modo definitivo y total, la posi-bilidad, por consentimiento o aceptación desupuestos deberes patrióticos, o por debilidad, erroro ambición nuestra; eliminada la posibilidad ac-tual inmediata de que México continúe su vidatradicional política “de país a base de hombresnecesarios”, es el instante, repito, de plantear contoda claridad, con toda sinceridad y con todo va-lor, el problema del futuro, porque juzgo necesarioque llegue a la conciencia nacional la compren-sión más exacta posible de la gravedad de estosmomentos.

VÉASE cómo, hasta ahora, no aparece, ni aun en su formamás atenuada, el dualismo “gubernamental”; cómo no apa-rece “la diarquía” que muy pronto iban a imponer, tantodebilidades y claudicaciones, en el orden político, comonecesidades que parecieron, a Calles y a los presidentes Por-tes Gil y Ortiz Rubio —no a Rodríguez, ni menos aCárdenas— ineludibles. Pero sigamos insertados el docu-mento. Va a juzgar ahora Calles a los caudillos:

El juicio histórico, como juicio a posteriori, entodos los casos, es frecuente y necesariamente duroe injusto, porque se olvidan o ignoran muchas ve-ces las circunstancias imperiosas que determinaronlas actitudes y los hechos, y no seríamos nosotroslos que en esta ocasión pretendiéramos analizar si-tuaciones de México. Desde su nacimiento a la vida

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independiente como país, para arrojar toda la res-ponsabilidad o toda la culpa sobre los hombres aquienes los azares de la vida nacional, la condi-ción inerte de las masas rurales, ahora despertadaspor la Revolución, y una dolorosa condición depasividad ciudadana casi atávica en las clases me-dias y submedias, también ahora por fortunadespiertas ya, los convirtió en caudillos, identifi-cándolos, por convicción, por lisonja, o porcobardía, con la patria misma, como “hombres ne-cesarios y únicos”.No necesito recordar cómo estorbaron los caudi-llos, no de modo deliberado quizás, a las veces,pero si de manera lógica y natural siempre, la apa-rición y el desarrollo de otros prestigios nacionalesde fuerza, a los que pudiera ocurrir el país en suscrisis internas o exteriores, y cómo imposibilita-ron o retrasaron, aun contra la voluntad propia delos caudillos, en ocasiones, pero siempre del mis-mo modo natural y lógico, el desarrollo pacíficoevolutivo de México, como país institucional, enel que los hombres no fueran, como no debemosser, sino meros accidentes sin importancia real, allado de la serenidad perpetua y augusta de las ins-tituciones y las leyes.

DEBEMOS aquí una explicación a los más suspicaces de losobregonistas, a aquellos que, como Aurelio Manrique, qui-sieron ver en estos párrafos y en algunos otros del mensaje,ataques velados a Obregón en su calidad, indiscutible e in-negable de caudillo. Puedo asegurar que no hubo la másremota intención de ataque, en Calles; de que no la hubo nipodía lógicamente haberla en su traductor, se convenceráquien siga leyendo. Moisés Sáenz, que por su carácter de

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subsecretario de Educación Pública, estaba muy cerca demí, pues era yo el ministro de ese ramo en los momentos enque estaba redactando el mensaje político, por encargo deCalles; Moisés Sáenz, digo, que conoció, aun antes que Ca-lles, esta parte del discurso todavía en borrador, me hacíanotar, ya desde entonces, que podían los suspicaces creer“que el intento de Calles era atacar a Obregón al insistir enesas penosas características de caudillaje”. Le expliqué quenada estaba más lejos de la intención del general, y de lamía, por supuesto. Que la orden que yo había recibido era“analizar el fenómeno político del “caudillaje”, su modo ele-mental de formación, sus fatales resultados, aun contra lavoluntad del caudillo, en el sentido de estorbo a la creacióny a la aceptación pública de otros altos caracteres”. Modifi-qué algunos renglones para atenuar la crítica, y suprimípárrafos hasta dejar absolutamente satisfecho a MoisésSáenz, que, como hermano del ex-jefe de la propaganda elec-toral a favor del general Obregón, lógicamente era para míjuez de calidad para estimar la interpretación de las frases,aun por los enfermos de suspicacia. Pero no habría podidoyo (tal vez nadie), sin los párrafos que quedaron, explicar(sin herir el decoro del país, o sin engañar), explicar la razóndel “vacío de hombres” a la muerte del general Obregón.Además, era claro que la crítica contra el sistema casi eternode personalismo, en México, tocaba también —¡y en quéforma!— a Calles, porque el vacío de hombres era un fenó-meno que se producía después de un período presidencialde él, de Calles, prueba de que él, también, había, desde laPresidencia (desde una Presidencia excesivamentepersonalista, por un gobierno casi con caracteres de gobier-no “de hombre único”), había venido impidiendo, conscienteo inconscientemente, la formación, el desarrollo y, sobre todo,el reconocimiento público de nuevos caracteres nacionalesdurante su período. La condenación del caudillismo no era,

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pues, ataque a Obregón; pero las frases que pudieraninterpretarse como aplicables a él, tendrían también, en todocaso, que aplicarse a quién las decía: a Calles que, quisíeraloo no, era también, en 1928, un “caudillo”; que casi lo habíasido desde 1923, y que iba a seguir siendo, por lo menosaparentemente, hasta 1935, un super caudillo, de tal modo,que ese carácter dio significado a todo un régimen de “dua-lismo de gobierno”... aunque eso, precisamente eso, fuera loque se trataba de evitar con el mensaje político, por el quehabían quedado, siquiera legalmente, muy bien cerradas laspuertas al caudillaje... Así pues, para hacer a Calles justicia,tiene que aceptarse que no hubo en él la más remota idea deatacar a Obregón. Bastante sufre ya su carácter con el he-cho, imposible de ocultar, de que, a poco, iban a poderaplicarse a él todos esos párrafos del documento, cuando“los azares de la vida política nacional”, la “condición iner-te de las masas”, la “pasividad ciudadana”; es decir, todo loque se señalaba en el mensaje de septiembre, estaba ya, des-pués de 1928, robusteciendo en Calles —condenador decaudillos— a un caudillo nuevo...¡Cuántas de las penosas situaciones, de 1929 en adelante,

se debieron, precisamente a que estaba, no sólo formándo-se, sino fortaleciéndose hasta el extremo, un caudillo nuevo!Duración, había que combatir, para salvar a Calles, aun deCalles mismo.¡Y la verdad es que, en el mensaje político de 1928, forta-

leciendo el pensamiento de Calles, se había intentadohonradamente salvarlo de la tentación del “continuismo” yque se le salvó entonces, aunque después gentes interesadascayeran en un sueño de “continuo caudillismo”!

CAPÍTULO XIXASPECTOS CONCRETOS “DE RESOLUCIÓN

POLÍTICA” DEL PROBLEMA PLANTEADO PORLA MUERTE DE OBREGÓN

HE AQUÍ como abordaba el general Calles, en su mensaje,esa resolución:

Pues bien, señores senadores y diputados, se pre-senta hoy a vosotros, se me presenta a mí, sepresenta a la noble institución del Ejército, en laque hemos cifrado ayer y ciframos hoy nuestrasesperanzas y nuestro orgullo; se presenta a los hom-bres que han hecho la Revolución, y a lasvoluntades que han aceptado de modo entusiasta ysincero la necesidad histórica, económica y socialde esa Revolución, y se presenta, por último, a latotalidad de la familia mexicana, la oportunidad,quizás única en muchos años, repito, de hacer undecidido y firme y definitivo intento para pasar ala categoría de pueblo y de gobiernos de caudillos,a la más alta y más respetada y más productiva ymás pacífica y más civilizada condición de pueblode instituciones y de leyes.Nuestra carta fundamental y nuestra honrada con-vicción de gobernante y revolucionario, coloca en

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vuestras manos los dos primeros aspectos de laresolución del problema: la convocatoria para elec-ciones extraordinarias y la designación de unpresidente provisional para el período de interinato:Con relación a la primera medida legal, la convo-catoria, sólo quiero advertiros que juzgo precisacondición para la paz inmediata, que no pueda elpaís acusaros mañana de haber pretendido, por unplazo festinado, sorprender a la opinión pública enun acto tan definitivo y grave; que debe ser el pla-zo que la convocatoria fije para las elecciones,suficiente para que tengan oportunidad todos loshombres que aspiren a entrar a la liza electoral,para colocarse dentro de los términos que la cons-titución, o el decreto de convocatoria, señalen comorequisitos indispensables.

NO PODRÍAMOS dejar de indicar aquí que una inconsecuenciaflagrante, origen de graves situaciones, iba a producirse muypronto. En efecto, se habla en el último párrafo preinserto,de que el plazo fijado por el Congreso para la convocatoriade elecciones de 1929, debería ser suficiente para que pu-dieran jugar como candidatos todos los hombres que aspirana entrar a la liza electoral, y apenas dos meses después, comose verá cuando empecemos a pisar los escalones del descen-so del general Calles, hemos de encontrarnos con una JuntaPolítica, convocada y presidida por el presidente Calles yverificada en la casa de Luis de León, en cuya junta, por uncompromiso “forzado”, de permanencia en sus puestos degobierno y de mando en el Ejército, se nulificó consciente-mente, con imposibilidad de orden constitucional, a latotalidad de las figuras existentes dentro del país, de prime-ro o de segundo o de tercer orden de la Revolución y delgobierno, de modo de dejar libre paso a la candidatura de

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Aarón Sáenz, hecho que determinó después, fatalmente,cuando se abandonó esa candidatura, que hubiera que vol-ver los ojos a un diplomático, hombre de relevantes méritosmorales pero plenamente desconectado con el medio: el Sr.Ing. Ortiz Rubio. Sin que pretendamos adelantar los aconte-cimientos, era indispensable hacer esta observación, desdeluego, para que se vaya notando cómo iban, apenas forma-das, abandonándose las medidas salvadoras y adoptándoseprecisamente los métodos condenados: rumbos de persona-lismo, de sofocación de hombres, de estorbo de las libresmanifestaciones de orden electoral... Pero sigamos con elmensaje político de septiembre de 28, que ya vemos quepuede parecer que empieza a merecer el cargo que Manriquele hiciera: “mensaje de farsantes, sin la más remota inten-ción de ser cumplido...” Pero no estaba en lo justo. Cuandose escribió, Calles tenía el más firme propósito de cumplir-lo. Pero no dependía su cumplimiento de él y ya hemos dever cómo la maraña de los apetitos políticos empezó a en-volverlo, apenas leído su mensaje y conocidas susresoluciones...

Sigue hablando Calles:

Por lo que toca al segundo aspecto de la resolu-ción del problema: la designación, por el Congreso,de un presidente provisional, no será ahora posi-ble volver los ojos a caudillos, puesto que no loshay, ni será prudente ni menos patriótico preten-der formarlos, supuesto que la experiencia de todanuestra historia nos enseña que sólo surge traen unenconado y doloroso período de graves trastornosde la paz pública y que traen siempre peligros, enel mejor de los casos, y cuando se trate de perso-nalidades como aquella cuya muerte lloramos, todopatriotismo, capacidad y buena intención; aunque

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sólo sean entonces esos riesgos, la tremenda des-orientación y la inminencia anárquica que la faltadel caudillo trae consigo.Puede y debe ser condición de fuerza necesaria yfuente de prestigio, y aureola suficiente, y autori-dad bastante para la responsabilidad y el éxito comojefe de la nación, no sólo el hombre mismo, sino laconsagración de la ley.En el caso actual inmediato sois vosotros quienes,con vuestra resolución, consagraréis al presidenteprovisional, y él tendrá todo el apoyo material ymoral de este gobierno y ha de tener también elapoyo material y moral del Ejército, que en estosinstantes aquilata y da mas valor que nunca —yolo garantizo a la representación nacional— a sunoble y única misión de guardián de la soberanía ydecoro de la patria, de las instituciones y de losgobiernos legítimos; y unidos, fundidos todos losmexicanos en una sana aspiración común: la devivir en México, bajo gobiernos netamenteinstitucionales, ha de tener vuestra resolución, sise inspira solo en conveniencias patrióticas, el res-paldo unánime de todos los grupos revolucionarios,el de las masas proletarias del campo y de la ciu-dad, que forman la médula de la patria, y el de todoslos grupos intelectuales y clases privilegiadas dela familia mexicana, aun de quienes puedan sentir-se enemigos de lo que ha creado la Revolución,porque el paso de México, de la condición de “paísde hombres únicos” a la de “pueblo de normaspuras institucionales”, significará no sólo posibili-dad cierta y garantía de paz material y estable, sinoseguridad de paz orgánica, cuando todas las fuer-zas y las voluntades todas y todos los pensamientos

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de los distintos grupos del país, puedan hallar, yano sólo en la voluntad, torpe o movida por intere-ses de facción, o desinteresada o patriótica de uncaudillo, el respeto y la garantía de sus derechospolíticos y de sus intereses materiales legítimos,sino que sepan y entiendan y palpen, que sobre todavoluntad gubernamental, susceptible de interés ode pasión, rigen en México las instituciones y lasleyes.Trae, indiscutiblemente, una nueva orientaciónpolítica de esta naturaleza, trae aparejada no sólola modificación de métodos para la búsqueda yselección de gobernantes, sino el cambio de algu-nos derroteros que tuvimos hasta ahora que aceptar,porque a ellos condujo imperiosamente la necesi-dad política del día.

NÓTESE COMO Confiesa Calles que se habían tenido que aceptarderroteros y situaciones inconvenientes: se refería, en con-creto (no hay que decirlo), a la composición de las cámaras,que acababan de ser electas entonces (septiembre de 1928),con los mismos, anteriores (y futuros) métodos, de elección,hasta inútil, tontamente fraudulenta, en muchos casos. Pordirigirse a la representación nacional no podía Calles aludirmás francamente al fenómeno, pero nadie dejó de entendercuál era el blanco de sus acertados tiros. Sigue el mensaje:

Quiero decir, entre otras cosas, que este templo dela ley parecerá más augusto y ha de satisfacer me-jor las necesidades nacionales, cuando estén en esosescaños representadas todas las tendencias y todoslos intereses legítimos del país; cuando logremos,como está en gran parte en vuestras manos conse-guirlo, por el respeto al voto, que reales,

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indiscutibles representativos del trabajador delcampo y de la ciudad, de las clases medias ysubmedias, e intelectuales de buena fé, y hombresde todos los credos y matices políticos de México,ocupen lugares en la representación nacional, enproporción a la fuerza que cada organización o cadagrupo social haya logrado conquistar en la volun-tad y en la conciencia públicas; cuando el choquede las ideas substituya al clamor de la hazaña béli-ca; cuando, en fin, los gobiernos revolucionarios,si siguen siendo gobiernos porque representen ycristalicen con hechos el ansia de redención de lasmayorías, tengan el respaldo moral y legal de re-soluciones legislativas derivadas, o interpretativas,o reglamentarias de la constitución, en que hayantenido parte representantes de grupos antagónicos.Tengo la más firme convicción de que al señalarestos cambios precisos en los derroteros políticosdel país, no sólo no pongo en peligro, sino que afir-mo, hago inconmovibles, consagró, las conquistasde la Revolución. Efectivamente, la familia mexi-cana se ha lanzado ya, con toda decisión, porlos rumbos nuevos, aunque estemos todavía enpleno período de lucha mental y política paradefinir y para cristalizar en instituciones, en le-yes y en actos constantes de gobierno lospostulados de la nueva ideología.15 Más peligro-so resulta para las conquistas revolucionarias lacontinuación de algunos métodos políticos segui-dos hasta hoy (por la constante apelación a laviolencia y a la fuerza, a la contienda en camposde lucha fratricida, lo que en el mejor de los casos

15 Véase la página 60 de La cosecha y la siembra, obra de Puig publica-da meses antes del “mensaje”. Las negritas forman parte del libro.

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no trae sino el estancamiento o el atraso de la evo-lución material y espiritual progresiva que vamoslogrando); más peligroso resulta ahora para lasconquistas revolucionarias, la intolerancia políti-ca llevada al extremo y el dominio absoluto de ungrupo (que como conjunto humano tiene el peli-gro de convertirse por sus tendencia, sus pasioneso sus intereses, en facción), que la aceptación detodo género de minorías, que la lucha de ideas eneste parlamento, en donde ningún inconvenientede orden político práctico pueda traer, en muchosaños, dada la preparación y organización de la fa-milia revolucionaria, en libertad y esa amplitud decriterio que preconizó como indispensable para elfuturo.

CAPÍTULO XXBURLADORES, A CORTA DISTANCIA, DEL

MENSAJE

HEMOS LLEGADO en el capítulo anterior a una parte del men-saje de septiembre que tiene que merecer, y ha merecido detodos tirios y troyanos, el más amargo comentario. Despuésdel peligro tan advertido, tan insistentemente señalado, delcarácter absorbente de los gobiernos, hasta 1928, en su ac-ción política de formación de cámaras; después decondenada, de manera tan rotunda, la unilateralidad de jui-cio para el ingreso de sus componentes, esa política, deselección de candidatos y de representantes del pueblo (he-cha a menudo, ni siquiera por el jefe de un gobiernoresponsable, como lo hacía don Porfirio Díaz, sino por líde-res de segunda fila), y de exclusión absoluta de todo lo queno fuera de estricto origen, no sólo partidarista, sinofaccional, de pequeñitas camarillas burocratizadas, sin re-presentación directa de las masas campesinas ni obreras;apenas condenada esa política absurda, (que no favorecía aningún sector de fuerza de la Revolución, que sólo conveníaa los apetitos de liderillos irresponsables), iba a reincidirseen el error, en el vicio anti-democrático y anti-revoluciona-rio desde diciembre de 1928. Se iba a dar, desde entonces,con falsos aspectos de “totalitarismo revolucionario”(falsísimo aspecto, porque ni campesinos ni obreros tenían

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acceso ni representación directa ni influencia alguna en elpartido); se iba a dar con falsos aspectos de un “totalitaris-mo revolucionario”, nacimiento a una entelequia monstruosa,creadora, originadora y apoyo del “dualismo gubernamen-tal”. Se iba a crear un partido de supuesto “totalitarismorevolucionario” que no fué nunca, hay que insistir en ello,sino que “burocratismo totalitario”; que a más de crear y derobustecer el “dualismo político” lo iba a convertir en “gu-bernamental” e iba a provocar lógicas frialdades de las masasproletarias, alejamiento del foco del sentido social de laRevolución de las esferas propiamente gubernativas, y fata-les distanciamientos, dentro de la representación nacional,constituida, ni siquiera por elementos identificados con laRevolución, sino, en su mayoría de las veces, por hombresidentificados con los sucesivos líderes parlamentarios que,en el mejor de los casos, a lo único a que se creían obligadosdentro del parlamento, era a ser leales a los interesespersonalistas de esos líderes... ¿cómo iban a poder evitarselas divisiones dentro del seno mismo del Partido de la Revo-lución, que era de burocratismo totalitario, no de totalitarismorevolucionario? Cuando en las cámaras, diputados y sena-dores, del mismo origen —supuesto, al menos—revolucionario, se encontraron sin enemigo al frente quecombatir, iban, de modo necesario, año tras año y presiden-te tras presidente, a combatir entre ellos mismos, aunque nofuera sino por el presupuesto interior... Y cuando llegaranlos momento de definición real de tendencias, fatal ysalvadoramente, debemos añadir, se tendrían que formar lasalas derechas y las izquierdas. Fuera de estos momentos dedefinición, y aparte de las luchas presupuestales (de presu-puesto de las cámaras), de origen común, de miembros delmismo partido, no evitaría tampoco las luchas traducidas encamarazos contra gobernadores, en escisiones del partido,en Morelos o en Zacatecas, en todos los estados, en reali-dad, y, de cuando en cuando, para completar el cuadro, por

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supuesto, traducidas en rebeliones... Y no se diga que fuénunca, después de 1928, la absoluta exclusión de los contra-rios, necesidad imperiosa de la Revolución. Desde luego,¿cuándo el espaldarazo de un líder, del líder que en realidadaprobaba los candidatos o las actas de los representantes,cuándo un espaldarazo de esa naturaleza ha podido dar, ló-gicamente, carta o patente de revolucionarismo? Y además,el hecho de ser empleado del gobierno, y como tal, miembroforzoso del Partido Nacional Revolucionario, ¿podía dar aun hombre características de pensamiento y conviccionesde espíritu que lo calificaran como revolucionario? Y sinembargo, con sólo ser empleado influyente se tenía más po-sibilidad de llegar al Congreso que si se era guía genuino deobreros o de campesinos, que por genuinos serían, regular-mente, desconocidos o desagradables... por ser de manejomás difícil para los liderillos. Pero dejemos que siga el men-saje político condenando el sistema que existía, en 1928...Que ha subsistido, intocado, hasta 1935, cuando hubo nece-sidad de hacer una depuración enérgica de las cámaras, porexpulsiones o licencias, para corregir los resultados del sis-tema... Y sobre todo para descalificar a “revolucionarios”que ya no lo eran o no lo parecían y que, con modalidadesvarias, subsistió hasta que hubo necesidad, en 1938, de quedesapareciera en el P. N. R...

No creo que sea necesario decir que nunca acon-sejaría, ni aun movido por un criterio de ciegorespeto a la legalidad, legalidad que en sí misma ydentro de un terreno abstracto de olvido de los he-chos o de las necesidades nacionales sería sólo cosaformal y hueca; no necesito decir que nunca acon-sejaría este camino si temiera, aun remotamente,que una actitud política semejante pudiera produ-cir un solo paso atrás en las conquistas y en losprincipios fundamentales de la Revolución. Mi

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consejo, mi advertencia, mas bien, sobre las nece-sidades de estos nuevos derroteros, resulta de laconsideración política y sociológica del períodopropiamente gubernamental de la Revolución enque nos encontramos, período que es preciso defi-nir y afirmar, y también de la convicción de que lalibertad efectiva de sufragio que traiga a la repre-sentación nacional a grupos representativos dela reacción, hasta de la reacción clerical, no pue-de ni debe alarmar a los revolucionarios de verdad,ya que si todos tenemos fé como la tengo yo enque las ideas nuevas han conmovido a la casi tota-lidad de las conciencias de los mexicanos y en quehasta los intereses creados por la Revolución, entodas las clases sociales, son ya mayores que losque pudiera representar una reacción victoriosa, losdistritos en donde el voto de la reacción políticao clerical triunfara sobre los hombres represen-tativos del movimiento avanzado social de México,serían por muchos años todavía, en menor númeroque aquellos donde los revolucionarios alcanzára-mos el triunfo.La presencia de grupos conservadores no sólono podría, pues, en peligro el nuevo edificio delas ideas, ni las instituciones revolucionarias le-gítimas, sino que impediría los intentos dedestrucción y el debilitamiento mutuo de gruposde origen revolucionario que luchan entre sí, fre-cuentemente, sólo porque se han hallado sinenemigo ideológico de las cámaras.La representación de tendencias conservadoras for-talecería, en fín, la acción legislativa de loscongresos y, naturalmente, la acción de los ejecu-tivos, porque la responsabilidad de los gobiernosrevolucionarios se extendería a todas las clases del

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país legalmente representadas, sin contar con elbeneficio que en este instante de la lucha, pasadaya la época destructiva, en pleno período guberna-mental de la Revolución y firmemente orientadospor senderos de reconstrucción, resultaría de asen-tar las disposiciones y las resoluciones que fijaranel porvenir de la República, al mismo tiempo queen la Carta Magna fundamental revolucionaria quenos rige, sobre las dos piedras angulares forzo-sas, en las etapas normales de la civilización ydel progreso, piedras angulares constituidas porel espíritu revolucionario y por la tendenciamoderadora que representa la reacción.16

Una precaución del autor, quizás indiscreta, pero indis-pensable para marcar, desde entonces, su responsabilidadde modesto co-autor y su perfecta solidaridad futura con elmensaje histórico de Calles.

TENGO QUE HACER ahora una confesión. De tal manera coin-cidía yo con Calles en este punto concreto de “llevar verdady honradez política al parlamento”, por la admisión y tole-rancia de justas representaciones de todas las tendencias delpaís, cuando hubieran triunfado honradamente en loscomicios (y asegurando de antemano, por supuesto, el per-fecto dominio de las mayorías, para salvar de todo peligro ala Revolución), y tanto, también, desconfiaba yo de que fue-ra por los herederos de Calles a cumplirse siquiera con estaparte mínima del programa de la nueva vida institucionalque se pretendía establecer, que quise dejar, en el documen-

16 Véase la página 69 de nuestro libro La cosecha y la siembra. Todo losubrayado son palabras de Puig, publicadas meses antes de que murie-ra el general Obregón, para ver de procurar, en las elecciones deCongreso que se hicieron junto con la elección de aquel presidente, lacorrección de los vicios que después señalaba el mensaje de Calles.

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to mismo que se me había encomendado redactar, la pruebamás absoluta, más definitiva de que, por lo que tocaba altraductor de las ideas de Calles, lo escrito era vieja y sólidaconvicción y no manifestación oportunista. Quise, en unapalabra, como me parece que tenía perfecto derecho a ha-cerlo, limpiar al secretario, que era yo (que sería considerado,alguna vez, cómplice en el engaño, si llegaba a haber enga-ño o burla), quise limpiarlo, digo, de la responsabilidad moraly política de haber ayudado a hacer una promesa de purafarsa, y para conseguirlo de modo indiscutible, para poder,como lo hago hoy, probar que era del todo sincera esa partedel mensaje presidencial, en quien ayudaba a escribirlo (yque había tenido, alguna vez, como director de la campañade Calles, responsabilidad política en la formación de cá-maras); para probar mi convicción y sinceridad al respecto,digo, dejé en realidad mi firma en el mensaje, insertado enél párrafos de un libro mío: La cosecha y la siembra, escritoen 1927 y que se había publicado muy a principios de 1928,meses antes de que muriera el general Obregón y natural-mente, de que se pensara siquiera en el mensaje político deCalles. Por esto insertamos entonces en ese documento lasfrases que ahora aparecen subrayadas, y que contienen ideaspor cuya adopción había luchado yo, desde la campaña quellevó a la Presidencia al general Calles y desde años antesen el parlamento y como periodista.

Puse así mi firma, repito, a esos pensamientos y propósi-tos, y, en general, a todo el mensaje político, con cuyaintención coincidía, y coincido aún, de modo absoluto. Si-quiera eso me redime de la responsabilidad, o de haber sidofarsante entonces, o de haber claudicado después, lo queafortunadamente para mí no sucedió porque, aunque nofuera sino por la participación original en dicho mensaje(olvidado, burlado, en realidad, después), no quise, ni aceptétener nunca arte ni parte en su olvido o en su burla.

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Pero debemos decir, porque es de estricta justicia, que estaparte del mensaje que estamos comentando, la que se refierea las cámaras, a sus vicios de orígenes y a su composiciónexclusivista, no revolucionaria, sino de amigos o paniaguadosde líderes en quienes la Revolución (es decir, Calles y lospresidentes) iba delegando sus poderes selectivos de hom-bres, no fué nunca intencional ni concretamente olvidada oburlada por Calles, como vamos a verlo en el curso de estelibro, sino fundamentalmente, en las elecciones de 1930 (lasmás próximas después del mensaje de Calles), por el Parti-do Nacional Revolucionario, cuyo presidente era el Lic. donEmilio Portes Gil, tanto más responsable del hecho electo-ral, cuanto que se había provocado, como se verá a su tiempo,durante la Presidencia del Ing. Ortiz Rubio, toda una crisispolítica de gabinete (la de junio de 1930) para que PortesGil fuera, precisamente, al puesto en que podía hacer elegirlas cámaras como lo deseara; el puesto de presidente delP.N.R., ya que, aunque estaba Portes, antes de ir a la Presi-dencia del partido, en la Secretaría de Gobernación, estecargo, con la existencia paralela de la otra alta agencia polí-tica (la Presidencia del partido), no era todo lo fuerte odefinitivo que se necesitaba para lograr la composición delas cámaras que se quería. Y por cierto que en esa ocasión,las maniobras tenían que parecer menos disculpables en uncolaborador del Ejecutivo, porque se hacían, aseguraban los“ortizrubistas”, contra los intereses políticos del presidentede la República (Ortiz Rubio), siendo lo más curioso queesa maniobra, en la que se complicó indebidamente a Callesy hasta se uso de su influencia para hacerla triunfar, intensi-ficó el dualismo, hasta llegar a hacerlo verdaderamenteodioso a los ojos del presidente Ortiz Rubio...¡Grave error político del grupo del Lic. Portes Gil, haber

desecho una ilusión nacional, un compromiso solemne de

Calles, de “nuevos métodos en las elecciones de Congre-so”, con la agravante de que ese error fortalecía el régimende “gobierno dual”! ¡El “dualismo” que se toleraba y resu-citaba durante el gobierno de Portes, por “realismo”, porgratitud o por debilidad (aunque se renegara de él), en elgobierno siguiente, en el de Ortiz Rubio, cuando ya nomolestara al grupo de Portes, se inflaría y fortalecería...!

CAPÍTULO XXIPUÑADOS DE VERDADES Y ADVERTENCIAS...

QUE SE OLVIDAN

SIGAMOS con el histórico mensaje en el que continúa Callesamontonando verdades y advertencia... que iban a ser muypronto olvidadas. Habiéndose podido desde entonces curarlos inevitables errores políticos de la Revolución, prepararsu mayor y más fácil desarrollo de orden social y robustecerlas instituciones, prestigiándolas, iba a insistirse en dichoserrores. Se iba a claudicar y a hacer claudicar a Calles. Y essaludable mostrar, como tendremos que hacer desde el próxi-mo capítulo, esas claudicaciones. Tenemos que advertir, quetambién en estos párrafos que siguen, del mensaje, quisi-mos dejar nuestra firma, por lo que aparecerán en él frasesviejas del autor, insertadas en el documento de septiembrede 1928, y que habían aparecido, también, en nuestro libro“la cosecha y la siembra”, cuyas páginas 83 y 84 son com-probación de nuestra sinceridad, de nuestro no-oportunismo.

Seguía diciendo Calles al Congreso:

Nos hallamos ya los revolucionarios suficientemen-te fuertes; tenemos ya conquistadas en la ley, en laconciencia pública y en los intereses de las gran-des mayorías, posiciones de combate por hoyirreductibles, para no temer a la reacción; para in-

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vitarla a la lucha en el campo de las ideas, puestoque en la lucha armada, la más fácil y sencilla dehacer, hemos tenido triunfos completos, triunfoque, por lo demás, en ese terreno de la contien-da armada, siempre ha correspondido, ennuestra historia, a los grupos que representantendencias liberales o ideas de mejoramiento ode avance social.Nunca como en esta ocasión pueden las cámaras yel gobierno provisional que emane de ellas, hacerobra efectiva de prestigio y de consolidación defi-nitiva de las sanas ideas revolucionarias, ideas que,por lo que toca a nosotros, no necesitamos decirlo,nos acompañarán hasta morir, estando dispuestos,ahora y siempre, a ir por esas ideas al campo de lalucha, en cualquier terreno al que se nos llame, sila reacción no aprecia o no aprovechapatrióticamente la oportunidad legal de coopera-ción en el futuro que le ofrece la RevoluciónMexicana en este período propiamente guberna-mental de su evolución sociológica y política.Que la solemnidad del instante, solemnidad que espreciso señalar a cada paso; que la grave respon-sabilidad que ha caído sobre vosotros; que laconciencia y el decoro del Ejército; que el clamorde todas las víctimas que pide que no haya sidoestéril su sacrificio; que la figura del enorme des-aparecido, cuya vida no habría hecho sinorobustecer esta firme iniciación de nuestro Méxi-co por nuevos derroteros de una franca vidainstitucional (derroteros que constituían —yo oslo afirmo— su ilusión más cara); que la denunciaunánime, el señalamiento implacable y la conde-nación enérgica y definitiva, por la opinión

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nacional, de cualquier ambicioso que pudiera sur-gir, pretendiendo estorbar o retrasar este cambiode métodos políticos, que debe tener para nosotrosy para el país toda la fuerza y el significado de unanecesidad redentora y absoluta de la vida de Méxi-co; fuerza y significado que se aumentan por elhecho de ser ese cambio de métodos políticos, con-sejo y admonición del hombre que habría podido—de no prohibírselo su conciencia— envolver enaspectos de utilidad pública, una resolución decontinuismo; que todos estos hechos y todos estosfactores ayuden a la consecución de estos ideales:la entrada definitiva de México al campo de lasinstituciones y de las leyes y el establecimiento,para regular nuestra vida política, de reales parti-dos nacionales orgánicos, con olvido e ignorancia,de hoy en adelante, de hombres necesarios comocondición fatal y única para la vida y para la tran-quilidad del país.

HAN PASADO diez años desde que este mensaje fué escrito, y,aparte de los numerosos defectos propiamente literarios desu redacción; de las repeticiones (que voluntariamente sehacían, para grabar las ideas en el Congreso y en el públi-co), y del rudo contraste de las intenciones y de las realidadesque siguieron, sigue pareciéndonos, como programa de po-lítica, sencillamente inobjetable. Con sólo haberse aferradoa este mensaje el presidente provisional, Portes, y despuésOrtiz Rubio representándo al mismo Calles, y al pueblo, porsupuesto, como guía de acción constante y como valladar ala creación de falsas entelequias y de “dualismos” guberna-mentales inconstitucionales, ni Calles ni nadie habría podidojustificar su acción, si ésta se salía del programa marcadopor el documento del primero de septiembre de 1928. Por-

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que es lo interesante y lo que hay que considerar como nota-ble en ese documento; que Calles había consentido en quese acumularan argumentos y más argumentos que podríanutilizarse contra él, o por los presidentes del futuro, o por elpueblo, si sus hechos no correspondían a sus palabras. Sóloque para eso se necesitaba de una sola cosa: decisión, y éstano empezó a haberla en los presidentes, verdadera, hasta1932. Por eso pudo torcerse el dualismo político y degene-rar, más tarde, en dualismo “de gobierno”.

Sigue Calles:

Que los gobernantes que surjan de vuestra resolucióninstitucional y de la resolución directa del pueblo, parael período del interinato y para el gobierno ulterior,sean —civiles o militares— no escogidos con burla ocon sorpresa de la opinión pública, ni llevados a suspuestos por la consideración, a menudo errónea, deuna fuerza exclusivamente personal, o de los gérme-nes que encierren, en sí, de carácter y merecimientosde “caudillos”; sino por las virtudes cívicas que esosmilitares o civiles aquilaten, o las facultades de admi-nistración y de gobierno que tengan.Que no sean ya sólo los hombres, como ha tenido quesuceder siempre en la dolorosa vida política de Méxi-co, hasta hoy, los que den su única relativa fuerza,estabilidad y firmeza a las instituciones públicas. Queelegidos los hombres por sus merecimientos o virtu-des y por los programas sinceros que determinen sufutura actuación, sean las instituciones y el manto dela ley lo que los consagre y los haga fuertes y los en-vuelva y dignifique; lo que los convierta, por modestosque hayan sido, en reales personificaciones de la pa-tria, personificaciones transitorias, pero respetadas y

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respetables, figuras convertidas por la voluntad nacio-nal en exponentes de sus necesidades, en símbolosvivos del país, de modo que sean las facultades de sucargo, y la alteza de las instituciones que representan,y las leyes en cuya virtud obren, las que enmarquen sucarácter y hagan resaltar sus prestigios, o las queles exijan responsabilidades y les señales castigospor su actuación de gobernantes.

CAPÍTULO XXIILA ILUSIÓN DE “UN TESTAMENTO POLÍTICO”DE QUIEN NO SUPO, O NO QUISO, O NO PUDO

“MORIR” CUANDO LE CONVENÍA PARA SUPRESTIGIO

CUANDO EN agosto de 1928 dábamos forma a las ideas deCalles, nos haciamos sinceramente la ilusión de que estába-mos cuidando el prestigio histórico de nuestro jefe y amigoy ayudandolo a legar a la posteridad su “testamento políti-co”. Y podemos decir, con toda sinceridad, que no habríamospuesto en la tarea mayor amor si se hubiera tratado del pres-tigio de nuestro padre, o de un hermano mayor querido yvenerado. Nos imaginábamos que si los hombres que iban asuceder a Calles, apoyados en ese documento, y amparadospor él como por una coraza protectora, para cualquier riesgode olvido de sus nobles palabras; que si los presidentes su-cesores de Calles, en el período que habría correspondido aObregón, exigían, si era necesario, el cumplimiento de esteprograma político y salvaban al mismo Calles de un Callesmomentáneamente olvidadizo que hubiera podido surgir, lasgeneraciones futuras tendrían que perdonar cualquier defectode este carácter, cualquiera debilidad de su vida anterior,cualquiera deficiencia, la más grave que fuera, de su accióncomo gobernante, por la pureza de la doctrina constitucio-nal desarrollada en su “testamento político”, por lahumanidad con que aceptaba las culpas de la Revolución y

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por la fé con que señalaba los reales derroteros para la pazorgánica de México. Aun cuando llegaran a escribir la his-toria, si se hubiera cumplido ese programa, los peoresenemigos de Calles y de la Revolución; hasta los que demodo absurdo lo han considerado como “un gángster”, como“hábil jefe de una pandilla de gángsters secundarios” (todoslos que lo acompañamos en sus etapas de luchas y de go-bierno), habrían tenido que decir sus peores enemigos quehabía sido una estadista, pecador como todos, pero que lim-piaba sus instantes de “dictador” con un arrepentimientooportuno de sus vicios de caudillo y de político, abriendopara su país una etapa gloriosa de vida institucional y derespeto a la ley sobre los hombres... Era este documento “ungrillete de honor” que aún en el supuesto (de los enemigos)de que se lo hubiera aplicado voluntariamente un jefe degángster, o de que se lo hubiera dejado aplicar solo parasalvarse, por otros gángster no menos pecadores (pero todosen un instante de ilusión, de sinceridad y de patriotismo antela catástrofe del 17 de julio de 1928); era el documento, in-sistimos, de cualquier modo, un “grillete de honor”, que hábily enérgicamente recordando a Calles por quienes tuvieranverdadera autoridad moral para hacerlo, y no sólo por gen-tes de tercera fila como el autor (que siempre se lo recordó),habría salvado al país de muchas vicisitudes y hasta de mo-mentos de indecoro de su vida política, y habría logrado launánime consagración histórica de Calles.

SOBRE PEDESTALES de este orden se alzan, en todas las nacio-nes civilizadas, las glorias de sus grandes hombres, de loscreadores de su historia y de su prestigio, aunque, las másde las veces, los hombres que marcaron a sus pueblos, enlos momentos cumbres, los caminos reales para un honrosoporvenir, ni fueron genios, ni siquiera hombres de una vidaabsolutamente ejemplar, que ya se sabe que es condición de

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humanos, y más aún de hombres de gobierno, tener salpica-da la existencia de sombras grandes o pequeñas. Pero salvasus vidas un gran rasgo, una sublima intención; un acto degenerosidad o de patriotismo, de verdadera grandeza espiri-tual o moral; y era un rasgo de esta clase el que había tenidoCalles, ante México y ante el mundo, con su documento—incumplido, burlado después— del primero de septiem-bre... Y ¿posible su ejecución? No sólo posible, hasta fácil lajuzgaba entonces Calles:

No debemos considerar el problema actual supe-rior a nuestras fuerzas, ya que para su resolución,planteada en la forma que lo he hecho, sólo esmenester, en la parte que corresponde a las cáma-ras, generosidad, alteza de miras y renunciaciónde apetitos personales y de grupo.Y yo sé bien que cualesquiera que hayan sido, enocasiones, las apariencias, y aun con manifesta-ciones aisladas, a veces no consoladoras, y quepudiera conducir a escepticismos de juicios a quie-nes no conocieran, como conozco yo, el fondo realde vigor, de sentido revolucionario y de responsa-bilidad que tienen estas cámaras; yo sé bien quepuedo y que puede la patria confiar en ellas; que lasolemnidad y la gravedad especial tan peculiaresde este instante, han de producir en este Congresonacional perfecta comprensión, alteza de miras,serenidad de juicio y dominio de pasiones, pararesponder al grito unánime del país que exige quesólo se piense ahora en el bien de la República.Quiero repetirlo una vez más. El problema presen-te no debe ser sólo un problema de hombres ymenos una oportunidad de satisfacción de peque-ños intereses y apetitos.

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Si las cámaras nacionales toman en cuenta mis ra-zonamientos y dan los pasos que mi experiencia,mi sinceridad y mi absoluto desinterés en el casoaconsejan, será obligación ineludible del Ejército,de los políticos, de la familia revolucionaria toda,de todos los ciudadanos, agruparse alrededor delhombre que la Cámara designe para fortalecer sugobierno. Necesariamente ese hombre habrá de comprendertodas las responsabilidades que como gobernanteprovisional pesarán sobre él, y será deber de todosno sólo no obstruccionarlo sino facilitarle su difícillabor, ayudándolo con sanos consejos y con toda lafuerza material y moral que cada personalidad ogrupo tenga.Quiero decir también que la lucha electoral para laelección del presidente que deba completar el pe-ríodo legal de 28 a 34, es necesario que se hagadentro de los lineamientos de verdadera libertaddemocrática y de respeto al voto que he bosqueja-do. Más que en ninguna otra ocasión, habrá queevitar, por la circunstancia de crisis que atravesa-mos, los apasionamientos groseros que vanconduciendo lenta y seguramente a campos de ene-mistad irreconciliable y de desorden público yviolencia.Si la familia revolucionaria, con la vista sólo fijaen los principios y con noble abstracción de loshombres, logra unirse para la designación de sucandidato, como debe hacerlo si quiere su salva-ción y la de país, podrá ir, sin temor, a la luchamás honrada con los grupos conservadores anta-gónicos, para la disputa del triunfo en un terrenonetamente democrático, y una vez hecha la elec-

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ción, y cualquiera que sea su resultado, si se pro-cede de este modo, todos, revolucionarios ycontrarios políticos, indudablemente, apoyaremosal legítimamente electo, dándole con nuestro apo-yo material y moral, mayor sentido de suresponsabilidad, y consiguiendo que ese gobiernose establezca sobre bases de moralidad personal ypolítica absoluta y que se rodee de elementos sa-nos y capaces, a fin de que puedan resolver oterminarse satisfactoriamente, con la mayor efica-cia y patriotismo, los problemas tan trascendentalesque esta administración, en algunos puntos, ape-nas deja planteados.No procedería yo honradamente si no insistierasobre los peligros de todo orden que pueden resul-tar de al desunión de la familia revolucionaria. Si esa desunión se produjera, no sería un hechonuevo en la historia de México, tan pródiga, enciertas épocas, en torpes componendas políticas,que surgieran victoriosos, claudicantes ambicio-sos que debilitaran o aplazaran el triunfodefinitivo del progreso y del liberalismo enMéxico, entregándose, consciente o inconscien-temente, a los enemigos de siempre.17

Puesto que he hablado con especial tolerancia y res-peto de nuestros contrarios políticos, llegando aproclamar la urgente necesidad de aceptar, en el futu-ro, en las cámaras, como resultado de luchasdemocráticas de perfecta honradez, a representantesde todos los matices de la reacción, me será permiti-do que insista en que, cuando la ambición o la intrigao la soberbia destruyeran, si desgraciadamente llega-

17 Lo subrayado eran renglones de las páginas 83 y 84 de nuestro libroLa cosecha y la siembra.

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ran a destruir las junturas de los grupos revolucio-narios que lucharon unidos durante muchos años poruna noble causa: la del mejoramiento de las grandesmayorías del país, volvería nuevamente la oportu-nidad su rostro insinuante a los conservadores, porquees casi seguro que si así sucediera, ni siquiera necesi-taría la reacción llegar al triunfo directo militar opolítico, porque no faltarían entre los revoluciona-rios distanciados —la historia y la naturaleza humanaasí permiten predecirlo— quienes en torpe ilusión deengrandecimiento de fuerza política, o por no hallarfuerza suficiente en los grupos revolucionarios des-unidos y dispersos, habrían de llamar con insistenciaa las puertas de los enemigos de ayer, no sólo ponien-do en peligro las conquistas de la Revolución, sinoprovocando, necesaria y fatalmente, una nueva ymás terrible conmoción armada, de más claro as-pecto social que las que ha sufrido el país,movimiento revolucionario que, cuando triunfara,como tendría que triunfar, después de posibles añosde cruenta lucha, dejaría a México desangrado ysin fuerzas, para emprender de nuevo la marchahacia delante, exactamente desde el punto inicialen que nuestras ambiciones o nuestras torpezas noshubieran detenido.

¿PODRÍA alguien negar que hay en los párrafos que antece-den clara visión del porvenir, hasta en aspectos concretísimosactualísimos, que se han verificado o que se están verifican-do? Esa unión que existió, por ejemplo, entre rebeldes de1929, hasta del tipo del general Cruz, antes caracterizadoscomo perseguidores religiosos, y “cristeros” de Jalisco, ¿noestaba ya prevista en el mensaje? ¿Y es, acaso, distinto, elcaso de Cedillo, en 1938?

CAPITULO XXIIILA INVOCACIÓN AL EJÉRCITO, EL ÚNICO

QUE ESCUCHÓ Y QUE HA CUMPLIDOHONRADAMENTE EL MENSAJE DE CALLES,

HASTA HOY

CONCLUÍA CALLES con una calurosa invocación al Ejército,de cuyo honor se hacía garante y responsable ante la nación.Y hay que confesar que sólo esta confianza no ha resultadofallida, porque, a pesar de la rebeldía de 1929, fué el Ejérci-to, como entidad, el que entonces y después, hasta ahora, hadado la nota de mayor cohesión y de más patriótica concep-ción, revolucionaria y legal de sus elevadas funciones, hastael extremo de que nos atrevemos a afirmar que, en la inevi-table “confusión mental” que se produjo desde la muerte delgeneral Obregón, que enfermó de retrocesos, de dudas y declaudicaciones a todos los sectores del país, fué el Ejércitoel que se conservó más limpió, no obstante fatídicos lunaresen su composición, por lo que, como conjunto, sigue mere-ciendo la confianza de las grandes masas revolucionarias,de la ciudad, del taller y del campo, que sienten que no halladefinitivo obstáculo en la institución armada, el sentido so-cial, acelerado, de la Revolución. Por esto, y para que figurecompleto el mensaje político de Calles a las cámaras, deseptiembre de 1928, dedicamos un capítulo especial a lospárrafos finales de este discurso, dedicados, todos ya, al Ejér-cito Nacional.

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Para terminar voy a dirigirme, desde este recintode la representación nacional, al Ejército Mexica-no, en mi triple carácter revolucionario, de generalde división, y de jefe del Ejército por mis faculta-des constitucionales de presidente de la República.Nunca como hoy, por mi resolución irrevocable, yque durará hasta mi muerte, de no abrigar la másremota ambición de volver a tener el carácter depresidente de la República; nunca como hoy hepodido sentirme más lógicamente autorizado paraconstituirme ante el país, como me constituyo, enfiador de la conducta noble y desinteresada delEjército.Los sacrificios de todo orden que ha sido precisohacer para dignificar a esta institución revolucio-naria y para elevarla a la envidiable altura moral ymaterial en que se encuentra, y el nombre y el pres-tigio que el Ejército ha conquistado tanmerecidamente, en el interior como en el exteriorde la República, por su comportamiento militar ypor su honor cívico (pasadas las graves crisis ne-cesarias del proceso de su depuración), exigen quecada miembro del Ejército vele celosamente porconservar incólume esa posición y ese prestigio.Las oportunidades, únicas quizás en nuestra histo-ria, de lucha honrada en el terreno democrático,que han de darse a todos los hombres, militares ociviles, que aspiren a la primera magistratura delpaís en el período que siga al del interinato, y lospeligros que corre la Revolución y que corre lapatria misma si alguien se aparta de la línea deldeber en estos momentos tan angustiosos paraMéxico, harán, más que nunca, inexcusable y cri-

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minal la conducta antipatriótica de quien preten-da, por medios diversos que los que la constituciónseñala, conquistar el poder.Que todos los miembros del Ejército Nacional,conscientes de su papel definitivo en estos instan-tes, se encierren en el concepto real y ennoblecedorde su carrera militar, en al que el honor y al fideli-dad a las instituciones legítimas debe ser normafiel y guía constante; e inspirándose en los deberesque su alta misión les impone desoigan y conde-nen con toda energía las insinuaciones calladas yperversas de los políticos ambiciosos que pudierenpretender arrastrarlos, y escojan, entre las satisfac-ción intima del deber cumplido y el reconocimientode la República, y el respeto del exterior, y unaconducta de deslealtad, d traición real a la Revolu-ción y la patria, en uno de los instantes mássolemnes de su vida, conducta que nunca encon-traría justificación ante la sociedad ni ante lahistoria.

LIBRO SEGUNDOEL PANORAMA EN SUS DETALLES POLÍTICOSY EN SUS ASPECTOS CONCRETOS DE ORDEN

SOCIAL

Al asomarse a este volcán nopodemos menos que pensarque, como la aroeira brasileñade Claudio de Souza, la políti-ca es moral y que “el que buscasu sombra es cauterizado por elaura invisible de sus emanacio-nes vesicantes”.Y aun quienes no la buscaronnunca; que más bien la sopor-taron, por una ilusión de ordensocial, quedan sujetos, como esnatural y hasta debido, a sumaléfica o justiciera influencia.Seamos, pues, buenos pagado-res y paguemos —al precio quese quiera ponérsenos— nuestropasado, del que estamos hastaorgullosos, de “políticos”.

PRIMERA PARTECALLES, EN LA NUEVA “VIDA

CONSTITUCIONAL”, RUMBO AL ABISMO...

“... Celui qui pense, ui observeel qui raisonne, est en memetempps heureux ou malheureux,troublé ou calme, exité oudeprimé par ses appétits, sesrepulsions et ses desirs”.

Alexis Carrell, en su libro Elhombre, ese desconocido.

“... El que piensa, observa y ra-zona, es al mismo tiempo felizo desgraciado, está inquieto otranquilo, excitado o deprimi-do por sus apetitos, susrepulsiones y sus deseos”.(Y por sus enfermedades, des-de luego, añadiríamosnosotros...)

CAPÍTULO XXIVEL FENÓMENO DEL “DUALISMO” EN ELGOBIERNO DE MÉXICO, UN VIEJO VICIO

HEMOS INDICADO desde el principio de esta obra nuestra hon-rada convicción de que el general Calles, en 1928, no pensabaen establecer un dualismo “gubernativo”; pero burlaríamosesa misma convicción si no dijéramos que creemos que sípensó, siempre, que habría necesidad de establecer, más omenos transitoriamente, (quizás más que menos,) un dualis-mo “político”.

Por lo demás, no creemos que haya engañado a nadie Ca-lles en este respecto. Cuando hablaba de la “vidainstitucional”, lo mismo que cuando condenaba el sistema“de hombres únicos” o “necesarios”, no ocultaba que, mien-tras se consolidaran los gobiernos herederos de Obregónparticularmente el del interinato, existía un régimen de dua-lismo en el cual él se reservaba la dirección política, por elmanejo del Partido Nacional Revolucionario. Sólo que en-tonces, ni él ni nadie imaginaba que únicamente iba a durarél diez días en la Presidencia legítima, ostensible, del parti-do, y que iba a ser su acción o su influencia política posterioroculta, disfrazada después, en la extraña jefatura máxima dela Revolución. Ya veremos en detalle cómo el pensamiento,el propósito original se deformó por culpas y deficienciasde muchos, no por deseo original de Calles, y como se cayó

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en un dualismo real, no únicamente político sino “de go-bierno”, en el que Calles controlaba el partido y a las vecesse inmiscuía en la administración. Esto, ni sería honrado, nisiquiera sería político negarlo. Hay que convenir en los he-chos. En el curso del libro aparecerán las causas, las realesintenciones, los apartamientos, las responsabilidades, comoyo las siento, como yo las ví. Por ahora tenemos, para defi-nir los hechos iniciales, que aceptar que el resultado“político” de la muerte de Obregón fué que México cayeraen un régimen, no delimitado ni legalizado, de gobierno“dual”, de Ejecutivo de dos cabezas; a veces (en 1930), deintentos de Ejecutivo de tres. El bicefalismo, que fué lo real,lo logrado, empezó el primero de diciembre de 1928, al to-mar la Presidencia interina del Lic. don Emilio Portes Gil, yaunque terminó en realidad, en sus efectos de intromisiónadministrativa, desde la Presidencia del general don AbelardoRodríguez, lo cierto es que subsistió, en toda su fuerza, en elcampo de la política, y de modo integral, erróneamente, antela conciencia pública, en el interior y en el exterior del paíshasta que lo hizo desaparecer del todo en junio de 1935 elpresidente Cárdenas, sin la menor resistencia por parte delgeneral Calles.

Estos fenómenos de “dualidad” en el Poder Ejecutivo denuestros gobiernos (que en otros pueblos, como en el Uru-guay, hasta el golpe de Estado de Terra, han existidoconstitucionalmente), no eran, por supuesto, hechos políti-cos nuevos o desconocidos en nuestra atormentada vidamexicana. Sin que sea preciso escarbar para los propósitosy las limitaciones de esta obra, en los distintos regímenesdel pasado, recordaremos, apenas, la dualidad, duradera yabsurda, de aquella vergonzosa etapa de la influencia nacio-nal de Santa Ana. Casi de modo ininterrumpido, hasta en losinterinatos de Gómez Farías, la mano o la espada de la trai-ción y del despotismo tiránico del más pintoresco y

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nauseabundo de nuestros caracteres, proyectaba su fatídicasombra sobre los presidentes de trapo que imponía o toleraba.

El gobierno espúreo de Maximiliano no escapó a las fata-lidades del “dualismo”. Los mariscales de Francia y hastalos generales del Imperio (cuando no tuvimos mariscalespor aquí), metían sobradamente la mano y el brazo, hasta elcodo, en los negocios del Estado. Por último, para no hacerlarga la exposición de antecedentes históricos en materia de“dualismo gubernamental”, sólo recordaremos el períodopresidencial artificioso en el que don Manuel González fuéun perfecto testaferro de don Porfirio Díaz, y el último tér-mino no concluído de este general cuando en vísperas de1910 y hasta los días de su caída, ya había un “dualismo” degobierno en México, aunque sea poco conocido y menosaceptado. Me refiero a los tiempos en que el viejo dictador,casi imposibilitado por la arterio-esclerosis, descansaba, nosólo en materia política, sino administrativa en general, enla sabiduría de estadista de Limantour. Este ministro, super-ministro de hecho (como en realidad lo han sido casi todoslos ministros de Hacienda), desde el solio de esa super-Se-cretaría y con el prestigio de los famosos sesenta o másmillones de reserva (logrados acumular a base de olvido delos reales deberes de gobierno, de desarrollo del país, demejoramiento de sus grandes colectividades), no sólo diri-gía las finanzas nacionales, sino que gobernaba. Atesorandoen las cajas, se convertía cada millón, celosamente escati-mado a las necesidades del pueblo, en influencia y en mando.

NO SERÁ TOdavía en este lugar de nuestra modesta exposi-ción crítico-histórica donde se verán los resultados ciertosdel “dualismo” en nuestros días. Ello será más tarde, y noharemos nosotros el juicio; él irá surgiendo inevitablemen-te, en el ánimo del lector, cuando vayamos presentando losdistintos fenómenos invisibles políticos, las sinuosidades

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ocultas de nuestra política, en el sexenio que correspondía aObregón y en los pocos meses en que el “dualismo” persis-tió, más bien con perdurabilidad mítica, en tiempos deCárdenas.

EL FENÓMENO de “resistencia” al dualismo, que hemos pre-sentado como la real característica positiva del período de1928-35, se manifestó, decíamos, desde el primer instante.El requisito psicológico esencial para su éxito, aun como“dualismo” “político” y no “gubernamental”: la conformi-dad sincera, real, de los presidentes cuyas administracionesiban a resentirse por el dualismo, nunca se tuvo. Esto, conmodalidades diversas (resultado de las concepciones priva-das de cada quien, de deber, de lealtad, de disciplina, dedecoro presidencial, de gratitud, etc.), fué fenómeno cons-tante y plausible. Pero si la inconformidad hubiera sidomanifestada desde el primer instante, con toda franqueza yhombría, la entelequia no habría durado un minuto. Y cons-te que usamos la palabra entelequia en su sentido recto: “cosareal que lleva en sí el principio de su acción y que tiene porsí misma a su fin propio”. El dualismo, como fué imagina-do, a lo menos teóricamente, para consolidar a Portes Gil,habría acabado, por sí mismo, (como intentó acabar, ya loveremos), en cuanto Portes Gil, enérgica y sostenidamente,no por calambres de resistencia, no lo hubiera aceptado.

Pero, de cualquier modo, es plausible que hubiera siem-pre, en el fondo, esas débiles o fuertes resistencias. Y por laconstancia de este fenómeno es por lo que sostenemos —loque hace honor a México— que no es el período de 1928 a1935, fundamental o principalmente, “una época de dicta-dura o de tiranía de Calles”, como se la quiere definir, sino“una etapa de nuestra historia, caracterizada —políticamen-te— por resistencias de todo orden, al franco establecimientode una dictadura o de una tiranía”. Solo conseguir demos-

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trando, me parece que se ha de traducir en prestigio de laRevolución hecha gobiernos y en afirmación de nuestrasansias de vida institucional. Lo que no significa (aunque nosfelicitamos por las resistencias al “dualismo”, como mani-festaciones de apego a la vida institucional), que aplaudamos,por supuesto, ciertos recovecos de acción, algunas faltas deentereza, ausencias de sinceridad, coqueteos y hasta ruegosindecorosos de que siguiera la ayuda y la cooperación deCalles; todo lo cual restaba mérito y valor a las actitudes deresistencia, y alargaba e intensificaba el “dualismo”. Y detodo esto hubo, a las vegadas, desde 1928. Lo que irá salien-do, si la vida nos da fuerzas, de las páginas de este libro,aunque al salir arañe, inevitablemente, epidermis sensibles.¡Pero sería absurdo y ridículo estar dispuestos a analizar aun hombre como Calles y hacer maromas para esconderdebilidades de compañeros de responsabilidad, en el sos-tén y en la supervivencia de la “entelequia”!

CAPÍTULO XXVESQUEMA DE LA RESISTENCIA DEL

PRESIDENTE PORTES GIL AL “DUALISMO”

LA RESISTENCIA de Portes Gil al “dualismo” no fué, ni delmismo grado ni de igual consistencia, en sus catorce mesesde gobierno. Un poco paradójicamente, demostró con va-rios de sus actos —algunos penosos— que creía, hasta demodo exagerado, en la necesidad de la intromisión políticay sobre todo militar, de Calles; pero debe decirse que cuan-do se hacía muy aparente o pública la intromisión, o cuandosignificaba algún acto de Calles amistad o acercamiento aenemigos de Portes Gil, le repugnaba en exceso, hasta leofendía la intromisión del dualismo, y más aún la intromi-sión gubernamental. Así, desde la primera semana de sugobierno, aún desde antes de que acabara la primera semanade su gobierno, aún desde antes de que apareciera la prime-ra manifestación pública de su disgusto, pudimos, losobservadores ver curiosos brotes de esa inconformidad.

No queremos ponernos, claro está, en un terreno teóricode juicio. Es decir, no queremos repetir lo que dicen loscatones de la política: “que si hubiera cumplido Portes Gilcon su deber, en lo que creyera estricto cuidado, hasta celo-so, del decoro presidencial, si lo sentía ofendido por eldualismo (ya no tan incipiente puesto que Calles había nom-

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brado parte de su gabinete), debió Portes Gil, desde esa pri-mera semana, denunciar la situación ante el país”. No; esosería colocarnos en un plano casi heroico; afirmar que, en-tonces “habría caído con honra en defensa de las institucionesy de la pureza del régimen constitucional”, tampoco seríacorrecto, porque lo único que habría sucedido es que no hu-biera pasado de la primera semana de diciembre el régimen“dual”. Pero no sería honrado, para juzgar a Portes Gil, exi-gir esa actitud “heroica” por que se comprende bien que fueraexcesivamente desagradable para él (cuyo origen todo Méxi-co sabía), revolverse contra su elector, desde la primerasemana.

No; obstáculos morales de todo orden había para mostrarlas resistencias al “dualismo”, entonces. Pero obstáculomaterial no había ninguno. No se habría corrido el más re-moto peligro de violencia o de resistencia de Calles, porquenadie que no fuera un demente podía suponer que, inmedia-tamente después de leído su mensaje a las cámaras, en quehabía cantado Calles las excelencias de los regímenesinstitucionales y en que había condenado los sistemas dehombres necesarios, únicos, se pusiera en el tremendo ridí-culo, mundial, de aparecer como un salteador del poder ydespreciable farsante. Adelantamos que la prueba de que eraun “grillete de honor”, para Calles (hasta diciembre de 1935),su mensaje de septiembre de 1928, al que estaba amarrado,ante la posteridad es, que ni en 33 y 34, cuando Rodríguez,calladamente (porque así se pudo y así lo quiso), rompió eldualismo gubernamental, reduciéndolo a sólo un dualismo“político”, ni en junio de 1935, cuando quedó públicamentedestruido del todo, en ninguna de esas ocasiones se convir-tió Calles en un vulgar asaltante de jefaturas de gobierno.

Pero ya entendemos que estos argumentos basados en he-chos del futuro no podrían aplicarse, en diciembre de 1928,por los que no conocieran a Calles. Los que lo conocíamos

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si sabíamos bien que “el dualismo” duraría sólo lo que lospresidentes quisieran. Y yo estoy cierto de que esto lo sabíael presidente Portes Gil. Ahora, que no es probable que tam-bién lo supiera su grupo. Y aquí, en las acciones de los grupos,empezamos a hallar el secreto de muchos fenómenos que, ala distancia, producen graves males.

A ningún grupo personalista, en efecto, y no hay presiden-te que no tenga alguno, chico o grande, al subir al poder,aunque después algunos jefes de Estado logren clarificar-los; a ningún grupo político en el poder, decimos, le puedeagrandar una intromisión extraña, no prevista por las leyes,que estorbe la acción del jefe real, jurídico, del Estado. Esto,en realidad, tendría que molestarle a cualquier buen ciuda-dano, hasta sin la más remota cuestión de convenienciapersonalista; pero se explica que moleste, sobre todo, a quie-nes esperan más del jefe, amigo o protector político. Y hayque reconocer que si llega a pensarse que la influencia exte-rior al gobierno, añadida, o que se pretende imponer, contrariaideales propios de un sector que está legítimamente en elgobierno; si estorba la aplicación de principios o el desarro-llo de programas más avanzados, la oposición es más sinceratodavía, más justa y hasta patriótica. Pero como quiera quesea, ya sean cuales fueren los orígenes o causales, el hechoen sí: el desagrado por la intromisión extraña o inconstitu-cional, tiene que producirse. Es, sencillamente, condiciónpolítica y hasta humana. Por eso no era el presidente PortesGil el único ni el que principalmente “se dolía al castigo”.Pero la situación se hacía muy delicada y más difícil de quese mostraran abiertamente las resistencias del dualismo,porque apenas dos o tres, quizás de los amigos más íntimosdel presidente interino, y algunos generales malqueridos porCalles, esperaban y decían “que debía y podía gobernar Por-tes Gil sin la ayuda o la intromisión del ‘dictador”. Todoslos demás, Portes Gil quizás inclusive (aun renegando posi-

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ble o seguramente en su interior) convenían a regañadientes,hasta por egoísta conveniencia de perdurabilidad, en la ne-cesidad del “dualismo”, y por sentido de responsabilidad elgobernante, y su grupo por deseos de conservar lo menospara no perder lo más, o todo, si perdían el gobierno, todosaceptaban que Calles pareciera que gobernaba, en parte, contal de que el gobierno se consolidara. Esta es estricta, honra-damente, la verdad, y es la más fácil explicación humana,lógica, de la tolerancia de Portes Gil aun si no se quiereaceptar lo que nosotros si aceptamos: los sentimientos delealtad y de gratitud de Portes Gil, y la conveniencia supe-rior, entonces, patriótica y revolucionaria, de que el que era—en esos días— bandera social de la Revolución, siguieradirigiendo el movimiento revolucionario.

Pero por debajo de ese consentimiento, y hasta por consi-derarlo forzado, había en el campo de Portes Gil unaverdadera mar de fondo, llegando, los más exaltados o heri-dos, a anunciar que “ya minarían el campo futuro”,sembrando desprestigios y rencores, atizando el amor pro-pio herido, “para lograr que la nueva administración, sesucediera al interinato, fuera libre...” Sólo que habría sidomás sincero añadir, “si eso: la mayor libertad de la nuevaadministración, seguía conviniéndoles”... Porque, podemosadelantar, que ese propósito de desquite, del “dualismo” delinterinato, haciendo que se desvaneciera la influencia deCalles en el gobierno siguiente (intención conveniente,institucional, patriótica, aunque se inspirara en el despechoo en la mala voluntad o en el amor propio herido), se trocódespués en un insano deseo de excesiva intromisión de ellostambién durante el gobierno de Ortiz Rubio, y que cuandoesto no se consiguió en el grado o en la proporción deseada,se avivó la llama del “dualismo”, predicándose que era ne-cesario, indispensable, entonces, “por la incapacidad y elderechismo de Ortiz Rubio”, que gobernara Calles, y si po-

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sible fuera, que gobernara también, completando un trío decónsules, el Sr. Lic. Portes Gil... ¡Retorceduras de la lógicafaccional que logra el oportunismo: lo que parecía odiosoen el interinato, se tornaba, agravado, “necesidad impres-cindible” en el gobierno siguiente! Romperían desdeentonces algunos amigos de Portes Gil con la máxima deoro: “no quieras para otro lo que no quisiste para ti...”

PERO VOLVAMOS a diciembre de 1928. Decíamos que, por en-tonces, aun los más descontentos del “dualismo” seconformaban con el propósito de “cavar, para el futuro”,aprovechando, mientras la necesitaran para vivir, la in-fluencia del “general dictador”. ¡Eran, por supuesto, mássinceros y leales, los que preparaban la rebelión militardel año próximo...!

Mientras tanto, se pretendía mostrar al país (lo que no eramuy difícil, ni menos inconveniente, desde un punto de vis-ta real patriótico), que “era el lastre de Calles lo que seguíasignificando inepcia, derechismo y corrupción”, en tanto queeran “ellos” (los llegados al poder, poder que había nacidode un acto de la voluntad y de la responsabilidad histórica,única de Calles), los únicos que “encarnaban el sentido re-volucionario”.

No nos extrañamos, naturalmente, de que así sucediera.Es la historia lógica, de todos los días, de todas las latitudesen situaciones semejantes. Pero lo doloroso era que, siendotan humano y tan lógico, el general Calles no entendiera ono quisiera demostrar que entendía, que esa situación, in-discutible: de rechazo tímido de él y de casi todos suselementos (que en el fondo era conveniencia patriótica, paraevitar “continuismos”, y conveniencia revolucionaria, porsincero deseo —en Portes— de aceleración del ritmo de ac-ción de izquierda), sólo podría contrarrestarse ante el país, ysobre todo ante la conciencia de la Revolución, por una se-

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lección cuidadosísima de las gentes a quienes se imponía enel nuevo gobierno; por un riguroso enfrentamiento de lasactividades de todos los amigos de Calles y por un aleja-miento voluntario, sincerísimo, de él, de respeto y de decoro,de modo de no aparecer sino cuando fuera llamado, y de noexpresar, ni opiniones siquiera, mientras no fuera consulta-do. Había que hacer sentir, desde el primer día, al presidentePortes Gil, que “sólo sería fuerza detrás del trono” (si así secalificaba el fenómeno de su influencia), en su servicio ypara su servicio, y sólo a solicitud expresa de la prestaciónde esos servicios. De esto hablamos muchas veces con Ca-lles, después de la elección del presidente interino, y cuandose produjo la primera crisis de 1928, a la que ya casi llega-mos, Calles aseguró delante de todos sus amigos que “eso”era lo que él hacía... Pero la realidad de lo que hacían algunosde los suyos era muy otra. Aun cuando él no hiciera todavíagran cosa, por entonces, de intromisión administrativa, yamuchos de sus amigos, desde la primera semana del nuevogobierno, clavaban al potro del interinato las espuelas.

CAPÍTULO XXVILAS PRIMERAS EXPRESIONES APARENTES,

PÚBLICAS, DEL “DUALISMO”

LA “DUALIDAD” tenía ya, el primero de diciembre de 1928,una expresión pública aparente. El general Calles se dispo-nía a fundar, de acuerdo con lo ofrecido en el mensaje deseptiembre, a las cámaras, un partido político, el NacionalRevolucionario, e iba a ser él, el presidente de ese partido,con lo que está dicho que, independientemente de las posi-bles acciones de consejo o de dirección, que pudieransuponerse solicitadas por el presidente Portes Gil, o de lasque Calles pretendiera ejercer en las esferas propiamenteadministrativas, lo que sí era desde luego un hecho indiscu-tible, conocido y aceptado, era que la política, como seentiende y practica ésta en nuestro medio: es decir, la partede ajuste, de engranaje de las acciones de los políticos, sufreno y los actos electorales que pudieran presentarse, ibana estar bajo el control de Calles.

Bajo su control a través de un partido que debemos decirhonradamente, que no se pensaba, entonces, que llegaría aenrolar, de modo forzoso y forzado, automático y único, a latotalidad de los empleados y funcionarios del Gobierno fe-deral y de los estados... Y aun a la administración de justicia.Sencillamente a toda la burocracia del país, lo que elimina-

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ría, de modo natural y también casi automático, a las realesfuerzas sindicales y en general a las organizaciones de ver-dadero arraigo de trabajadores de la ciudad y del campo,que huyen y con razón, como del diablo, de todo lo que hue-la a una super-organización burocrática. Este éxito (denúmero de miembros y de cuotas), no se logró, en verdad,hasta que el presidente Portes Gil hizo compulsivas y decobro automático, por la Tesorería de la Federación y las delos estados, las cuotas de los miembros. Una peligrosa, aun-que se creyera necesaria, generalización hasta el infinito delprocedimiento que, cuando lo aplicó el Partido Laborista (enel Departamento de Establecimientos Fabriles y en el Ayun-tamiento de México, solamente en 1922 y parte de 1923),provocaba alaridos de indignación en el Partido NacionalCooperatista, cuyo presidente, por mala fortuna histórica paraél (Portes), era en 1923, el mismo Sr. Lic. Portes Gil...

No; por entonces no se aspiraba a ese franco “éxito” deburocratismo totalitario del partido. Se aspiraba, quizás in-genuamente, a un totalitarismo revolucionario. Se esperabaunificar en el partido a todos los partiditos locales, a la ma-yoría de los grupos y organizaciones sindicales existentes ya todas las fuerzas dispersas que significaran tendencias re-volucionarias. El pensamiento capital, podía ser ingenuo,repito, pero era sano y revolucionario: “constituir un partidoque llegara a agrupar en su seno a las fuerzas sociales, orga-nizadas o no, que representaban los campesinos y los obreros,y unificar, para ponerles cinchos de real disciplina, a todoslos grupos de acción meramente política en el país”. Comose ve, aun sin la inflación burocrática que luego sobrevino,el poder real del partido, y por tanto, la influencia de su pre-sidente, se suponía y se esperaba que iba a ser muy grande,y más por supuesto, cuando el presidente del partido lo fue-ra el general Calles. Por esto, desde que se anunció laconstitución del partido, en realidad, todo el mundo que tu-

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viera ojos pudo ver que iba a existir una “dualidad política”.Esto se había hecho y anunciado a plena luz, hay que enten-derlo bien; no era el caso del “dualismo gubernamental” dela “jefatura máxima”, después fabricada a la sombra, sin quela pidiera Calles, nacida casi de manera vergonzante y, des-de luego, ilegal e ilegítima.

PERO ATREVÁMONOS a analizar este dualismo político de 1928.¿Era antidemocrático?, ¿Era excepcional? ¿Era anticonstitu-cional? Absolutamente no. Robustecía, por el contrario,nuestro supuesto sistema “democrático” de gobierno sin al-terar sus normas institucionales, porque curaba al país de laeterna, excesiva, ilegal, absorbente, imposicionista influen-cia política de los presidentes de la República, que por esecamino del Ejército de un poder político extremo, no conce-dido por las leyes, sino por la apatía cívica y por la ausenciade reales partidos políticos, se convertían casi necesariamentedictadores. A su fuerza legal, ya excesiva, de jefes de Esta-do, en un severo régimen “presidencial”, unían siempre lafuerza definitiva de una jefatura de hecho, también en elcampo político, sin restricción alguna, poniendo una restric-ción: el partido, y con un hombre como Calles (que no hayque olvidar que, por lo menos teóricamente, representaba lavoluntaria renunciación al mando, el desinterés y el espíritude servicio a las instituciones), se esperaba, teóricamentetambién, detener a los presidentes por el camino de las dic-taduras, que degeneraban casi siempre en tiranías, cuandose les inyectaba arbitrariedad, y que no era excepcional que,cayendo más aún, se convirtieran, para deshonra del país,en satrapías... Por eso, en el terreno (ideal para el ensayo) deun interinato sin gran fuerza original ni arraigo político, conpropósito leal de cooperación para hacer “realidad” de laidea de fortalecer a los regímenes institucionales, un dualis-mo político pasajero no podía parecer ni inconveniente ni

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peligroso. ¿Había alguien que honradamente pudiera pensaren 1928 que era más sabio acumular en Portes Gil todos lospoderes: los administrativos y los políticos (los legítimos ylos resultados de la apatía y de la desorganización política),que dividir esos poderes, dejando los estrictamente políti-cos no constitucionales a un lado, como el principio de unamarcha hacia un régimen institucional de juego de partidos?Cuando se me llegara a demostrar que sí era más sabio omás patriótico hacer un dictador de Portes Gil, me conven-ceré de que fué erróneo el pensamiento original que acepté,hasta ayudé a conformar, del dualismo político...

Cuando se convirtió en “gubernamental”, por deficienciasde todos nosotros (y principalmente, por supuesto, de Ca-lles, de Portes Gil y luego de Ortiz Rubio), entonces elrégimen de “dualismo” degeneró sencillamente en un fraca-so. Pero lo mismo, para si un régimen dietético apurínico,que salvaría la vida de un reumático, se extiende a una dietaabsoluta, hasta de agua inclusive, que matará al enfermo endos semanas... Y así llegó a pasar con “el dualismo”. Tuvoinstantes (no en 1928, por supuesto, pero sí en 1939 y 31) enque el presidente creía o sentía que absolutamente ningunaacción podría ejercitar —porque no se lo permitían— sinCalles. Entonces, del modo más correcto, el fracaso públicoruidoso, del sistema debió inmediatamente producirse... Ysi no se produjo, fué culpa y responsabilidad de quienes to-leraron esa situación que, existiera o no, con sólo el run-runde su existencia era ya un gravísimo mal. Veremos que cuan-do esa deplorable situación se produjo, realmente, se lepresentó a Ortiz Rubio, por el mismo Calles, la oportunidadde destruir la entelequia.

AHORA BIEN, decíamos que el “dualismo”, con Calles a lacabeza del partido, y sin títulos absurdos de “jefaturas máxi-mas”, no habría sido cosa excepcional, ni anti-democrática,

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ni inconstitucional, ni siquiera peligrosa para el jefe del Es-tado, si se aceptaba, naturalmente, que Calles era sincero yleal en sus propósitos de renunciación al mando del gobier-no. De otro modo, desde luego, convenimos en que, aun ese“dualismo político” tenía que ser grave motivo de preocu-paciones y hasta amenaza posible y constante para elpresidente, si no había de ser él, sino Calles, el que maneja-ra un partido con organización de tipo de aplanadoraestalinista, fascista o hitlerista.

Pero debemos insistir, para ser justos con Calles, en queno se pensaba, al principio, que el partido sólo había de en-rolar realmente a toda la burocracia del país y a los elementospolíticos, naturalmente ansiosos, como políticos, de conver-tirse en jefes de la burocracia. A esto se llegó, a muy poco,sin embargo, porque era el camino fácil de constituir algocon apariencias por lo menos de “gran partido político”,cuando se tropezó con la dificultad (que hasta marzo de 1938parecía insuperable) de inyectar tanta confianza a las masasque se lograra que se adhirieran al partido, en verdad, no demodo oportunista, todas las organizaciones revolucionariasde franco sentido social, es decir, fundamentalmente, losobreros y los campesinos. Entonces, los dirigentes se fueronpor el plano de menor resistencia: el de la burocracia, aspec-to que, nunca será de más repetirlo, habría de hacerdesagradable y hasta odioso al partido a los ojos de los gru-pos orgánicos de acción social.

NO SOLAMENTE NO estaba este error de un “burocratismo to-talitario” en la concepción primitiva de Calles, sino que ellose oponía de modo elemental a la letra y al espíritu de sumensaje presidencial político de septiembre. En ese docu-mento no se había hablado de un partido “único” ni menos“totalitario”, porque eso era nulatorio de toda posibilidaddemocrática y hasta de toda libertad parlamentaria, y aun

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del funcionamiento honorable del instituto político de laRevolución.

En el documento de septiembre (y hay que pensar que de-bía ser lógicamente entonces ese documento la inspiraciónpolítica, puesto que la dirigía su autor y no pasaban aún seismeses del mensaje), lo que se ofrecía como remedio al paísera “el juego de partidos institucionales”, es decir, un juegolimpio, o supongamos que fuera a ser un poco sucio en larealidad, pero que fuera un juego de partidos; es decir, lu-cha, lo único que, si era medianamente honrada, podíapresentarse como cosa nueva al país, ya que “partidos”, bienorganizados o no, con nombre o no, existentes en la realidado sólo en los registros electorales de la Secretaría de Gober-nación; partidos, decimos, “únicos”, “totalitarios”,compuestos, aunque fuera teóricamente, de pura burocra-cia, y con miembros que tienen que serlo para conservar losempleos, eso, la verdad, no podíamos haberlo presentadocomo remedio novedoso, porque siempre ha existido ese de-licioso “sistema” en México, con mil formas, desde queempezó a ser México. De acuerdo con la concepción primi-tiva que nos parece que constituye o que debió constituirhonra de Calles, la Revolución dominaría de seguro en lascámaras, porque contaría con las mayorías (supóngase quehasta de mala manera obtenidas); pero no se ofrecía al país,como panacea, una aplanadora burocrática. No tenemos in-conveniente en confesar, para que no se crea que estamosadoptando una pose de “demócratas puros”, que no nos ha-bría extrañado, ni nos habría repugnado, siquiera, que sehubiera dicho ayer, ni nos repugnaría que se dijera hoy omañana, francamente, que por absolutas necesidades de or-den social se suspendían todos los derechos electorales, oque se reservaban éstos sólo para “organizaciones de solda-dos, campesinos y obreros”, mientras se resolvían cuestionesvitales de nueva estructuración económica que afectara a

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las grandes masas y cuya resolución establecería —al mis-mo tiempo— bases sólidas, de justicia y de respeto, paratodas las demás clases sociales. Aunque esto constituyeragrave pecado democrático, poco nos importaría en un su-premo intento de resolución rápida de nuestros males; peropresentar como remedio a la mentira electoral eterna, la “úni-ca” verdad electoral que resultara de la burocracia del país,organizada totalitariamente... La verdad, insistimos, menosque revolucionario nos resulta ingenuo o tonto. Sólo por esohacemos hincapié en que no era el pensamiento de Calles niel de su intérprete (el autor) constituir un partido como elque condenó, diez años después de su creación, el Congresode revolucionarios de marzo de 1938... Pero ha llegado elmomento de decir por qué con tanta seguridad puedo y debohablar de cuáles eran, en realidad, las ideas y las intenciones“políticas” de Calles, del Calles de agosto hasta diciembrede 1928.

UNA DIGRESIÓN PERSONAL, PERO ILUSTRATIVA

TENGO AQUÍ necesariamente, para no guardar entre las teclasde la máquina de escribir, detalles o antecedentes que pue-dan ser útiles para la estimación, para la valorización de loshechos políticos y sociales que estudiamos; tengo que hacerotra incursión a terrenos en que obré en forma personalísima.Me refiero a la parte que, en la constitución original del Par-tido Nacional Revolucionario me había reservado el generalCalles y a lo que evitó que yo actuara en él desde su forma-ción, y que ha evitado que haya actuado alguna vez en élposteriormente con algunas incidencias más, relativas, deinterés en el desarrollo de acontecimientos futuros.

Desde que había quedado completo y aceptado el discursopolítico de septiembre de 1928 —ordenado por Calles y re-dactado por mí— me había encomendado el todavía entonces

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presidente, “el estudio de la formación y del proceso histó-rico recorrido por los partidos orgánicos en Francia, enInglaterra y en los Estados Unidos de Norte América”. Par-ticularmente, le interesaban la historia, la posible enseñanzay los aprovechamientos que pudieran derivarse de los parti-dos del último país: del Demócrata” y del Republicano. Setrataba, en una palabra, “de hallar y definir los modos deejecución de los pensamientos políticos contenidos en sumensaje, base de la nueva situación institucional que iba acrearse”, se decía entonces, “para echar los cimientos de unasólida estructuración política” que hiciera menos desastrosala desaparición del coloso: Álvaro Obregón.

Había yo avanzado en aquel estudio hasta la formación deapuntes detallados que podían utilizarse para constituir elPartido Nacional Revolucionario, no sólo no haciéndolo to-talitario, sino restringiéndolo, hasta artificialmente, paraevitar la precipitación burocrática y política “de cargada”.Se trataba de que tuvieran fácil, casi automático acceso, losgrupos sociales realmente orgánicos, de campesinos, de obre-ros, gremios profesionales, etc., y de hacer pasar por unsevero tamiz a los elementos propiamente burocráticos ynetamente políticos. Se quería establecer un real proceso deselección para el ingreso, que no sólo no haría compulsivoel pertenecer al partido, sino que se esperaba que lo haríadeseable por constituir una preferencia y hasta un privilegiola distinción de formar parte de él. Estaba casi redactado ya,decíamos, el anteproyecto de organización, con francas ten-dencias de representación funcional, cuando me llamó elgeneral Calles a su residencia de Anzures para comunicar-me, en forma llamémosle “oficial” (ya que la cosa era secretoa voces desde días antes), “que el candidato del partido enformación, para el término presidencial de febrero de 1930a diciembre de 1934, había de serlo el Lic. Aarón Sáenz”, y“que, de acuerdo con su intención original, había decidido ir

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él, Calles desde el primero de diciembre, que entregaría elgobierno, a la Presidencia del partido”, añadiendo que “queríaque lo acompañara yo, como secretario general del mismo,para los trabajos de organización, de dirección etc.”

FUE ESTA UNA de las veces en que la vida puso a prueba en míla firmeza de mis convicciones revolucionarias y políticas.Ir al partido como segundo de Calles, sin otro jefe que él,era, a fines de 28, una halagadora perspectiva política, indu-dablemente. Pero aceptar por conveniencia egoísta, y no decirmi opinión, era deslealtad a Calles y a la Revolución misma.Dudo aún si mi actitud en esos momentos, cuya crónica has-ta hoy se conocerá por mí, fué prudente; de lo que estoycierto es de que ella respondía a lo que yo creí mi deber y alo que debía a Calles como correspondencia a su confianzapuesta en mí durante los cuatro años en que había sido suministro.

Le expresé que me perdonara, pero que no podría acom-pañarlo al partido por lo que en seguida le diría de losinconvenientes de fondo y de forma que había, a mi parecer,en la candidatura Sáenz. Y antes de seguir adelante, y paraestablecer, por mí mismo, una “sanción de castigo” a miconducta, por lo que ella pudiera parecer de indisciplinapolítica, le dije que desde luego convenía yo en que, en esascondiciones, no tendría derecho alguno, moral ni político, aformar parte de las administraciones próximas: ni la delinterinato ni la de Sáenz, si llegaba éste a ser electo. Quecon esa anticipación de los resultados lógicos de mi “indis-ciplina”, si así quería juzgarse, creía tener el derecho de hacerel análisis de lo que me acababa de comunicar.

Acepté en el haber político del Lic. Sáenz, fuerza y presti-gios casi únicos en esos instantes en la gran masa políticamilitante “electoral” obregonista, por su reciente y hábil ac-tuación como secretario general de la campaña última. Acepté

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también, y hasta exageré intencionalmente, las dotes de go-bernante de Sáenz, su ecuanimidad, su afán de trabajo, todolo que los años y los puestos posteriores han comprobado yafirmado en este político tan prominente; pero dije, sin am-bages, que no representaba en 1928 la esperanza y el deseode “celeración del ritmo social de la Revolución”, ni en elterreno obrerista ni en el agrarista. Que sería muy difícil hacercreer a las grandes masas del país, del taller y del campo,que el Lic. Sáenz, en 1928, fuera su pendón o su guía, enmateria social revolucionaria. Que en el instante de tan gra-ve crisis como la producida por la muerte del generalObregón, me parecía indispensable, para evitar divisiones,buscar un hombre que encarnara, sin género de dudas, esastendencias radicales, al mismo tiempo que tuviera el arraigopreciso en el Ejército. Que hasta desde un punto de vistamenos elevado de consideraciones, hasta desde el punto devista de la viabilidad de la candidatura, de un gobierno mo-derado, como el que tendría que hacer el Lic. Sáenz, eramuy peligroso dejar al movimiento rebelde (que ya todosveíamos que iba a producirse, con mayor o menor fuerza),la espléndida oportunidad de un fácil crecimiento. Aunquede sobra lo sabía Calles, insistí en que la rebeldía era inevi-table, a pesar del mensaje, porque había numerosos jefesdescontentos por el continuismo, aun atenuado, de él. Queasí las cosas, dan la oportunidad, con un candidato no radi-cal, de que se sumaran al movimiento, que ya asomaba, jefesrevolucionarios de verdadero prestigio en las masas campe-sinas, y que podrían tal vez levantarse en armas si veían laamenaza de un gobierno largo, de cinco años menos dosmeses de duración, y de tendencia moderada, me parecíaexcesivamente peligroso, porque si esos jefes izquierdistas,radicales, se movían, lo harían por inconformidad de ordenrevolucionario-social y no por rencores políticos, como po-dían hacerlo Topete y socios. Que, en el caso de Aarón Sáenz,

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hasta condiciones familiares harían aparecer la candidaturacomo un ejemplo típico de imposición o de deseo de“continuismo”. Que si cometíamos ese error político, la re-belión que se venía encima, podría triunfar, en mi opinión,muy fácilmente. Propuse al general Calles, para convencer-lo de que no me guiaba animadversión personal alguna paraSáenz, que saliera él del país con cualquier pretexto y quenos dejara a sus viejos amigos y colaboradores la difícil ta-rea de sacar adelante la candidatura de Sáenz y de verconsolidar su gobierno. Que entonces, en cualquier puesto,haría yo, por disciplina y por lealtad a Calles, la propagandade ese candidato, si así lo ordenaba el partido, pero sabien-do que si éramos arrollados, como yo creía que sucedería,Calles, que se hallaría en el extranjero, podría regresar ytomar las riendas de la situación, si ésta se asomaba a laanarquía, rectificando los rumbos de la campaña electoral odel gobierno fracasado y salvando a la Revolución; que asíno comprometíamos de antemano a todos nuestros valoresrevolucionarios en una aventura de orden político-electoraltan dudosa...

CALLES OYÓ pacientemente mi larga y conmovida exposi-ción. Me dijo que “era absolutamente cierto todo lo que yodecía a propósito de lo poco representativo, como tendenciaradical de izquierda del Lic. Sáenz, en los aspectos econó-mico-sociales” pero que, en su opinión, “en ese momento loque predominaba era el aspecto político del problema”. Que“le parecía de justicia y de lealtad (y era verdad) que muertoObregón quedara el mando del país en persona que indiscu-tiblemente representara al obregonismo político, en su planoelectoral”, “que había la necesidad de satisfacer a ese am-plísimo sector militante” y que “no creía que el Lic. Sáenzpudiera ser motivo especial para nueva división del Ejérci-to, la mayoría del cual estaba leal y solemnemente

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comprometido con él, desde la junta de jefes militares depalacio, a dejarle a él, Calles, la responsabilidad de las si-tuaciones políticas creadas por la muerte de Obregón”.Aceptó que no lo acompañara yo al partido y sin decir nadarespecto de las sanciones próximas y a distancia que yo mis-mo me había marcado, me demostró semanas después queno consideraba mi actitud merecedora de esas sanciones,pues hizo (supongo), que el presidente Portes Gil me confir-mara en el puesto de secretario de Industria, Comercio yTrabajo, que venía yo desempeñando, al dejar la cartera deEducación Pública, desde la salida de Morones, sacrificadoa las iras de parte, pequeña por cierto, del obregonismo, sinque hubiera hecho yo gestión alguna, ni ante Portes Gil, niante Calles, ni ante ninguna agencia política o de influenciapersonal, para mi nuevo nombramiento.

LA INFLUENCIA DE CALLES EN LA FORMACIÓNDEL GABINETE DE PORTES GIL

EL PÁRRAFO anterior me lleva a señalar que la influencia po-lítica de Calles en el ánimo del Lic. Portes Gil debía serdecisiva en los principios del período del interinato, puesCalles, en realidad (se lo pidiera o no el presidente, que nolo sé), determinó el nombramiento de gran parte del gabine-te. Fueron así designados, Amaro para la cartera de Guerra,Montes de Oca para Hacienda; para Comunicaciones,Sánchez Mejorada; Puig para Industria, Comercio y Traba-jo, y se dejó en Relaciones, como subsecretario encargadodel departamento, a Genaro Estrada. Portes Gil escogió, sinduda, al subsecretario de Gobernación encargado del minis-terio, el Lic. Canales, al ingeniero Marte R. Gómez, paraministro de agricultura y al Lic. Ezequiel Padilla, para Edu-cación Pública. Fue nombrado también ministro de

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Gobernación el Ing. Ortiz Rubio que al fin, cuando llegó alpaís, no ocupó el puesto, sin que sepa yo, hasta ahora, si ladesignación inicial se hizo por sugestión de Calles o porinspiración propia de Portes, que buscara posiblemente ya,él también, un nuevo candidato presidencial para el períodopróximo.

De los designados por influencia o indicación de Calles,tal vez el único que habría rechazado Portes Gil, de decirsea hacerlo, habría sido, entonces, Montes de Oca. Ya vere-mos después a que extremos llegó su desafecto político porél. Amaro, sin ser objeto especial de sus preferencias (qui-zás con toda libertad habría elegido Portes a LázaroCárdenas), era muy bien visto, por lo que representaba, enaquellos tiempos, de influencia legítima en el Ejército, y delealtad, y de Estrada, Sánchez Mejorada y Puig quizás nofueran particularmente ni agradables ni desagradables a Por-tes. De todos modos, puedo repetir, solamente, que yo nohice, y que nadie, que yo sepa, hizo la más remota accióncerca de Calles para esos nombramientos, y por lo que tocaa mi caso personal, debo añadir que en realidad, dada mireciente penosa conversación con Calles (que no conocíaPortes Gil por mí, entonces), yo estaba casi seguro de no serocupado en el gobierno del interinato por sugestión de Ca-lles, y menos, naturalmente, en el gobierno de Aarón Sáenz,que por esos días se veía como seguro.

Pero aun con la intromisión espontánea o resultado de so-licitud de ayuda de Portes Gil para la formación de sugabinete, que no lo sé), hasta aquí la existencia del dualismono tomaba caracteres distintos de los que la legítima influen-cia de jefes fuertes de partidos políticos tienen en todas lasdemocracias. A nadie se le ocurría considerar indecorosoque el presidente de los Estados Unidos consultara la for-mación de su gabinete inicial con el comité del partido queacabara de llevarlo al poder, por ejemplo, y ¿quién había

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llevado al poder a Portes Gil? Calles tenía más significaciónindiscutiblemente, en aquellos instantes, que la que puedanhaber tenido Lerroux (antes de su caída) o Herriot, en Espa-ña o en Francia, y nosotros no sabemos de un solo gabinete,por años, formado en esos países, sin consulta a ellos. Si enMéxico no teníamos parlamentario, Calles era entonces, enla realidad, el parlamento entero. Negar esto sería negar he-chos. Sin embargo, se consideró entonces, y aún se sigueconsiderando como un pecado de Calles, esa “intromisiónde orden político”, olvidándose de que otra más definitiva“intromisión” ante el Congreso, era la que había dado lugara la designación de Portes Gil como presidente interino.

Ese error de extrañeza, hasta de desagrado de algunas gen-tes del interinato, por la primera manifestación del“dualismo”: su influencia en la formación del primer gabi-nete de Portes Gil, tuvo manifestaciones curiosas, algunashasta infantiles. De tal manera se quiso hacer patente la nointervención presidencial en algunos nombramientos, que,por lo menos en dos de los casos, en el del general Amaro yen el nuestro, me consta que el único aviso que los interesa-dos tuvieron de que iban a ingresar al gabinete, fué untelegrama del secretario particular del presidente Portes Gil,la víspera de la toma de posesión, ya en la noche, citándo-los, a Puig “vestido de jaquet”, y a Amaro “de uniforme degala”, “para las once de la mañana del día siguiente, en elPalacio Nacional”, sin indicar siquiera en dichos telegramaspara qué se les quería. Dada la especificación de la ropa,podía suponerse, claro está, que era para prestar la protestade ley ante el nuevo mandatario, en algún puesto de gabine-te, ya que se sabía por la prensa que a esa hora y en ese sitiose celebraba la ceremonia. Por lo que nosotros sabemos, sólocon los tres hombres plenamente elegidos por él: Marte R.Gómez, Padilla y Canales, conferenció previamente el Lic.Portes Gil.

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Podrá decirse que esto era, precisamente, “manifestacióndecorosa de desagrado por la imposición de los demás mi-nistros”; pero, era, de cualquier modo, error político serio laconducta, porque significaba la aceptación, malhumorada,del “régimen dual” que en aquel momento no se pretendíaaún que fuera régimen dual de gobierno y que llegaría a serlo,de modo más fácil, si los ministros sentían, desde el primermomento, que no debían a Portes Gil su designación. Ade-más (hay que insistir en esto hasta el cansancio), el caso dePortes era inferior, en origen político, real, verdadero, hastael del Ing. Ortiz Rubio. Aun con toda la influencia de Callesen la designación de este último, la elección de Ortiz Rubiosería directa, de voto popular, en comicios. La de Portes ha-bía sido de consigna de Calles, lisa y llanamente; no hay porqué espantarse de los nombres de las cosas. Distinto caso,repetimos, del de Ortiz Rubio; mucho más, del caso deRodríguez, que creemos que pudo haber sido electo presi-dente por el Congreso hasta con la oposición de Calles (queno hubo, por supuesto, sino todo lo contrario). Y, por últi-mo, en el caso de Cárdenas, no habría ya ni la sombra directa,original, de la influencia de Calles. Llegaría este último alpoder después de una campaña ejemplar, única, de acciónpersonalísima, acabado ya período para el que había sidoelecto Obregón, ¡y ni siquiera en sus principios, habría sidoescogido por Calles para figurar como candidato del P.N.R.!Pero en tiempos de Portes Gil no debía haberse extrañadonadie de la “intromisión”, mientras sólo fuera “política” ydecorosa... ¡y si no lo era, debieron denunciarla...!

No la denunciaron, por supuesto; aunque no por eso deja-ra de parecer “la intromisión” intolerable. ¡Intolerable lainfluencia “política” de Calles, pasada ya la designación porel Congreso! Y entonces, en algún sector del portesgilismo,en vez de rasgos de sinceridad o de serena hombría, intrigascerca del presidente (que mantenía su ecuanimidad), niñe-

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rías, actitudes tímidas de enojo, que al día siguiente eranseguidas de arrepentimientos de esos sectores y de gestosindebidos y reprobables de vasallaje, en Anzures, lo que demodo lógico afirmaba “el dualismo” y preparaba la inva-sión indebida de nuevos campos de influencia o de acción,quitando al “dualismo” de su medianamente correcto cam-po original, único, que era el de “la política”.

EFECTO perjudicial, para el presidente Portes, de esa actitudmalhumorada, de víctimas recelosas y casi siempre mudas,de algunos de sus amigos, pudo ser (de haber sido de menorcalidad los hombres que formaban el gabinete, por influen-cia de Calles), que esos ministros le perdieran el respeto.Pero la verdad, dicha sea en honor nuestro, es que sólo unsecretario —y ni siquiera desde un principio— mostró algu-nas veces, a las claras, que buscaba o prefería recibirinstrucciones o inspiración de Calles para el desempeño desu cartera. Lo cierto también es que desde el primero dediciembre y siempre, hasta febrero de 30, que concluyó elbienio de Portes Gil, los ministros calificados de “callistas”estuvieron dispuestos a considerar, ciento por ciento, presi-dente de la República a Portes Gil, aunque todos vieran enCalles al jefe del partido político en que se apoyaba el go-bierno, y supieran todos que sería él quien marcaría rumbos,pero en la política, no en los campos administrativos. ¡Lomalo era que algunos amigos del presidente eran los que enmomentos de debilidad, hacían que Portes no se considera-ra, ciento por ciento, como tal jefe del Estado! Porque a esolo conducían los arrebatos injustificados de parte de la fac-ción portesgilista, arrebatos seguidos, necesaria, lógica,lealmente, de actitudes rectificadoras del presidente PortesGil en las que se llegaba a mayores extremos de dependen-cia de los que habrían sido convenientes o necesarios en elestudio de la primera crisis política del régimen dual, vamos

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a verlo. Pero antes de que ésta se produjera, en la primerasemana de gobierno de Portes Gil, ya había habido, a másde los malos humores reprimidos (por la designación delgabinete), una manifestación oculta, relativamente, de la des-confianza irrazonable y ridícula que gentes del entouragede Portes (queremos creer que no él) sentían por Calles.

ACOMPAÑANDO A PORTES EN UNA CONJURA...DE OPERETA...

EN LA NOCHE del cuatro al cinco de diciembre de 1928, cuan-do no se apagaban aún las fogatas encendidas para celebrarla toma de posesión del presidente interino del nuevo régi-men institucional, asistí como testigo a la escena másdolorosa, que me anunció, desde entonces, el irremediablefracaso del dualismo, escena que habría sido regocijadasino estuviera de por medio la dignidad de un presiden-te... dignidad, por fortuna, salvada por el mismo presidente,Portes Gil.

Fue en la casa habitación del Sr. Lic. Portes, antes de queocupara la residencia presidencial. Ante nuestros ojos se de-sarrolló, por horas, como una mala cinta cinematográfica deabsurdos, una comedia de pánico en el circulo, no precisa-mente oficial del presidente, sino de “amigos”, terror que nollegaba, un instante, al jefe del Estado, quien, con sereni-dad, pero sin poner fin inmediato a la comedia, como en unwatchfull waiting, asistí a la exposición de “inminentes pe-ligros de levantamiento, de conspiración, que intentaríaderrocar a su gobierno esa misma noche...” ¡A los cuatrodías de su existencia...! Quiero creer, hasta hoy, que estacomedia haya sido inventada por paniaguados poco imagi-nativos; paupérrimos diablos maliciosos que necesitabanmostrarse muy papistas... ante el nuevo papa. Me habíanllevado, por cita del presidente Portes Gil, a su casa, deberes

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de mi ministerio (de Industria, Comercio y Trabajo) relacio-nados con el congreso de obreros y patronos que estabacelebrándose, y al despedirme, como a las 11 de la noche, yal descender al sotanillo, que era como antesala o hall co-mún, de amigos y solicitantes (y hasta cuyo hall había bajadoamablemente conmigo, acompañándome, el señor presiden-te), nos hallamos ante una colección de hombrespreocupados, comentando gravísimas noticias... “noticias”que iban trayendo, con aire y traza de detectives en fines demala novela policíaca, politiquitos, paisanos y... solicitantesde empleo. Llegaban gentes haciéndose anunciar casi contoques masónicos, y comunicaban al presidente “que aque-lla noche se intentaría el golpe de mano contra su persona...”El presidente Portes Gil oía y callaba. Yo callaba y oía. To-davía a las dos de la madrugada el jefe de Departamento deSalubridad, el Dr. don Aquilino Villanueva, amigo y médicoparticular del presidente, y respetado compañero nuestro,posiblemente despertado o llamado por teléfono, ante lasalarmantes novedades, se presentó a cumplir, como noso-tros, con el deber de caer, si llegaba el caso, con el jefe delEstado... Aunque se tuviera cuidado, en lo general, de norelacionar mucho los absurdos rumores con Calles (lo quesólo se hacía en voz baja y por los rincones), se veíadiáfanamente la intención de establecer una conexión deorigen entre la descabellada y supuesta rebelión “¡militar ylaborista...!” y actitudes del ex-presidente. Y se veía esa in-tención hasta por el hecho, verdaderamente inexplicable paramí, de que ninguno de esos “rumores” se comunicaba algeneral Calles, ni por teléfono ni por ningún enviado, comohabría sido lógico y hasta elemental hacerlo, si el entouragede Portes hubiera tenido confianza en el que hasta ayer ha-bía sido, del nuevo presidente, su gran elector y su mayoramigo; ¡a quien debía, nada más, que su puesto actual dePresidente de la República...!

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Robustecí esa noche mi horror por las facciones, y me pro-metí, lo he cumplido, no formar parte de ninguna. Quisepermanecer esa noche con el presidente, primero, para cum-plir como Marte R. Gómez, como Villanueva, con mi deberde acompañarlo, en el remotísimo caso de que fuera verdadque corría algún peligro, y después y sobre todo, para dar,por sólo mi presencia, el más rotundo, aunque callado, men-tís a las murmuraciones. Todo se fué, al fin, apagando con elsueño, con el frío de la noche, y a las tres de la madrugada opoco después, el Sr. Presidente cortó de pronto enérgica-mente la pantomima, ordenando que cada mochuelo —y loparecíamos— se fuese a su olivo. Ni al día siguiente, porsupuesto, ni en ninguna ocasión, hablé de esa Noche deWalpurgis en broma, con Calles, ni hablé de ella nunca máscon Portes Gil o con Villanueva o con Marte R. Gómez. Eramateria, con Calles, de discreción elemental, por respeto alpresidente y a Calles; con Portes y con los demás, por respe-to, casi, a nosotros mismos... Calles sabrá hasta ahora quizás,si lee este libro, de aquel absurdo sucedido de pánico, deburda comedia preparada por segundones, quizás, para in-filtrar desconfianzas. Y verá el jefe caído que supo formarhombres que, por respeto a él y al presidente de la Repúbli-ca, guardaron por diez años el más absoluto silencio sobreesa repugnante escena para no parecer que, al relatarla en-tonces, intrigábamos contra ningún grupo, y para no lastimarcon su relato la dignidad de un presidente a quien Calles nosenseñaba respetar como a él mismo.

Testigo el autor de aquel extraño suceso, tuvo lógicamen-te que presagiar en su interior, desde entonces, las mayorescalamidades políticas por y para el régimen “dual”. Era evi-dente para nosotros, desde aquel momento, que el presidentePortes Gil iba a estar sujeto a maniobras de todo orden de suséquito íntimo (de la parte menos inteligente de él), intere-sado en desacreditar y en rechazar hasta los aspectos más

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útiles del “dualismo”. Y no nos parecía esto muy mal, fueradel defectillo moral de origen de ese grupo del presidente...que no habría contado con un presidente “muy suyo”... si nohubiera sido por Calles. Lo que nos parecía desastroso, des-de el punto de vista político, era que el dualismo iba a serrechazado en silencio. Cuando lo hizo Portes Gil, discreta,respetuosa, pero públicamente pocos días después, en oca-sión de la crisis laborista que vamos a estudiar en el siguientecapítulo, nosotros nos solidarizamos, como todo el gabine-te, con él. Pero había de hacerlo de modo tan directo, por losnaturales y plausibles respetos y sentimientos de amistad yde gratitud para el jefe, que de modo inevitable tendría queagravarse el mal. Porque a las tibiezas de condenación delos intentos de “diarquía” y a los justos pero callados deseosde independencia, sucederían, por culpa de las facciones (so-bre todo en esos instantes de la facción portesgilista), y comoreacciones de lealtad de Portes Gil, sucederían, decimos,señales de aparente sumisión excesiva, nunca solicitadas einterpretadas por el público y por los grupos menos inteli-gentes “callistas”, no como actos de lealtad y de gratitud delpresidente, sino como muestras de vasallaje y de plena en-trega del primer mandatario. Vasallaje, entrega, que nadiepedía ni daba, debo afirmarlo para hacer honor a los dos: aCalles y al presidente Portes Gil.

CAPÍTULO XXVIIBAJANDO LA EMPINADA PENDIENTE DE LA

PERDIDA DE LOS PRESTIGIOS

EL PRIMER ESCALÓN EN EL DESCENSO DECALLES: LA CRISIS “LABORISTA” DE DICIEMBRE

DE 1928

VAMOS A ENTRAR francamente con dolor, con respeto, peroante todo con la resolución de decir la verdad, (siempre sa-ludable), al examen de la prolongada lisis de descenso delprestigio político de Calles. Vamos a recorrer la serie, taninstructiva, aunque parezca fatigosa, de los escalones quecondujeron al paso de su “hora”. Quiero dar a mi país, aun-que sea como el último acto positivo de mi vida política, laoportunidad de un amplio conocimiento de este período.Deseo, sobre todas las cosas, poner mi grano de arena en laobra indispensable de hacer imposible, por causas de eleva-ción, por motivos morales de altura, superiores a las pasionesy a los apetitos, de hacer imposible, en el futuro, intentos deextensiones de poder y de nuevas aventuras de “dualismo”.Mi deber, que me parece supremo, es afirmar la fé en laRevolución, convenciendo a los que la hayan perdido poreste tan complejo período de 1928 a 1935. De que la falta noestuvo en deficiencias o en imposibilidades de la Revolu-ción, sino en errores, evitables en el futuro, de naturaleza

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política. Que nada empañan esos errores la obra de alturaque se realizó, ni deben impedir recobrar el rumbo cuandose haya perdido, o afirmarlo y seguir, confiadamente, en elproceso de nueva estructuración económica y social que nosparece para que tengamos “paz orgánica”.

Por todo esto hemos de escarbar sin pasiones malsanas,pero sin cobardía, en los absurdos, en la “confusión”, en lasfatalidades de todo orden que “el dualismo” produjo, cuan-do se intentó con éxito a las veces, convertirlo de dualismo“político” en una administración de Ejecutivo bicéfalo... ohasta tricefálico.

Para los paniaguados y los necios que finjan creer, o creande buena fé, que al hacerlo lastimo inútilmente a Calles, dirésólo que estoy convencido de que ésta es la única obra posi-ble de dignificación de su carácter en estos momentos, yque contribuyo a su salud moral, a su prestigio histórico yhasta a las posibilidades permanentes futuras de su tranqui-la estancia en la patria —como la merece— diciendo miconvicción de que la hora gubernamental de Calles pasó;que pasó también su hora de jefe político, aunque puedanquedarle horas fecundas de plena madurez otoñal, que yo noconcibo en viejos revolucionarios como Calles, sino al ser-vicio humilde, próximo o lejano, pero siempre de laRevolución y de la patria.

ASOMÉMONOS a la primera crisis política del “régimen dual”,¡a una crisis producida en la primera decena de la vida de ungobierno! Tendría que ser forzosamente, por sólo la fechade su desaparición, de cualquier modo que se resolviera, elprimer escalón de descenso del prestigio y de la fuerza mo-ral y política de Calles. No nada más porque siempre quedande las crisis —y más si son artificiosas— para los jefes de lapolítica cuya acción es un poco escondida, subterránea, cues-tiones dudosas, murmuraciones, lastimados y descontentos,

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sino porque, en el caso de Calles, tenían las crisis que darlugar a que se pensara que ellas se producían, fundamental-mente porque él estorbaba el desarrollo normal de las cosasde gobierno con su influencia no definida, y también porquelógicamente habían de achacarse las crisis, desde la prime-ra, a “una irritabilidad enfermiza de Calles” o a “inconteniblesansias de dominación, que ya con sólo semanas de no ejer-cerse francamente en el Palacio Nacional, provocabaestallidos...”

Ya hemos indicado en páginas anteriores algunas de lascondiciones de la vida de relación con el Estado que tenía, afines de 28, el Partido Laborista Mexicano, es decir, laC.R.O.M. Sacrificada en su cabeza visible y máxima —elantiguo ministro de Industria, Luis Morones— mantenía noobstante con el general Calles, en los últimos meses de suPresidencia, y en diciembre de 28 (como casi siempre, des-pués), una situación hasta de posible dependencia; por lomenos de disciplina; seguramente de afecto o de respetopersonal. Calles, deseoso de conciliar gentes del mismo ori-gen revolucionario y para conservar al presidente electo,Portes Gil, la indiscutible fuerza que en los sectores obrerosrepresentaba entonces la C.R.O.M., había logrado de Portesque aceptara tener con los líderes de esa organización unajunta privada de avenencia, junta que, por mí, hasta hoy seconocerá.

Dicha junta se verificó en la casa particular del autor deeste libro, sólo porque entonces desempeñaba en el gabineteel puesto de ministro de Industria, Comercio y Trabajo. Lajunta tuvo lugar muy pocos días —cuatro o cinco— antes dela toma de posesión del presidente Portes Gil y aunque noestuvo en ella Morones (o porque su resentimiento personalcon el futuro mandatario fuera excesivo, lo que no creo, oporque quisiera Calles asegurar el éxito de la reunión, eli-minando al elemento más batallador), asistieron a ella el

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secretario general de la C.R.O.M. y varios líderes más, delos que recuerdo a Moneda y a Ricardo Treviño. En mi pre-sencia, y fungiendo yo un poco como mediador amistoso,testigo y componedor de voluntades, cuando la cosa se agria-ba, expresaron Portes Gil y los laboristas todos sus agravios,ciertos y supuestos, la mayor parte de la C.R.O.M. para Por-tes Gil “por la decidida hostilidad hacia ellos en Tamaulipas”,en la ínsula del nuevo presidente y antiguo gobernador deaquel estado. Acusaciones de atropellos, de injusticias, has-ta de crímenes, se sucedieron. No ha de haber sido cosa muydistinta la que haya pasado en 1935 —¡siete años después!—en los esfuerzos del entonces subsecretario de Gobernacióndel presidente Cárdenas (Arroyo Ch.), para arreglar enTamaulipas... fundamentalmente, el mismo viejísimo pleitoobrero...

Dijo Portes Gil todo lo que le apareció conveniente en sudescargo; enarboló, como era su deber como futuro jefe delEstado, bandera de paz y prometió (y hay que pensar quetenía mayor fuerza su promesa porque hacia en presenciadel secretario del Trabajo, Puig), trato amigable en el futuropara esas organizaciones, en ese ministerio y en Tamaulipas.Los laboristas entonces declararon con solemnidad “que re-anudaban su amistad con Portes”. La entrevista terminó, bienavanzada la noche, entre protestas de lealtad, fuertes apreto-nes de manos y los clásicos abrazos que sellan todas nuestrasactitudes... Hasta las que van a modificarse al día siguiente.

Así la situación, de paz, a la que se había llegado por unpacto que podíamos llamar “de caballeros”, fué desvirtuadapor la actitud pública no sólo de crítica, sino hostil, deMorones (hecha más enérgica y significativa, indiscutible-mente, por la presencia del general Calles) en la sesiónsolemne de la convención obrerista de diciembre de 1928,en la que hiciera una declaración belicosa Morones, y pues-ta más de relieve esa actitud de la C.R.O.M. por un discurso

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anterior inmediato, de salutación y de compañerismo, deCalles. Debe advertirse que Calles podía hacer ese discursotanto más lógicamente sin lastimar en lo absoluto a PortesGil, cuanto que se sentía animado y contento por el arregloamistoso habido en casa del autor entre los laboristas y elpresidente. No hubo pues falta alguna de solidaridad de Ca-lles para Portes Gil en su discurso, aunque, política,habilidosamente, Morones lo aprovechara para dar más én-fasis al suyo contra Portes Gil. El hecho provocó una naturalreacción pública del presidente interino, que todo el mundoconsideró, y así lo fué, una declaración de guerra del jefedel Estado contra las organizaciones obreras controladas porla C.R.O.M.. En el fondo de todo, por supuesto, y hasta enla superficie, todo el mundo vio, también, la primera, osten-sible aunque velada, escisión ¡antes del 10 de diciembre de1928! Entre el presidente Portes Gil y Calles...

COLOCADO entonces éste entre la espada y la pared, entre eljefe de gobierno —al que acababa de llevar al poder— y susviejas ligas de amistad y de gratitud por la extraordinarialealtad política del Partido Laborista, cayó el líder en un es-tado de depresión, de las más hondas que le hayamosconocido. Y su reacción fué, en nuestra opinión, perfecta, lamás digna de encomio. No quiso colocarse en frente de laorganización obrera, objeto de sus confianzas y de sus pre-ferencias desde hacia muchos años. No se decidió acombatirla, como iba a hacerlo el presidente Portes Gil, ypara no ser desleal a la política de éste, que él, Calles, ten-dría que desarrollar en el Partido Nacional Revolucionario,renunció a la Presidencia de dicho partido, y anunció, demodo solemne y público, su retiro total de la política. Lohizo Calles así por medio de las siguientes declaraciones,cuya redacción también me encomendó a mí, por lo que debodecir que si de ella surgiera la más lejana sombra de una

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amenaza al gobierno de Portes Gil, sería culpa mía, porqueterminantemente Calles me ordenó que el documento con-tuviera su total respeto a la vida política, pero sin la másleve amenaza. Lo que estoy cierto de que logré traducir. Estees el documento que libra en absoluto a Calles de responsa-bilidad en la iniciación de la campaña del gobierno de Portescontra esa organización obrera: la C.R.O.M., y que, lo quees importante, destruía, por voluntad de su creador, el “dua-lismo”, apenas a los ocho días de su existencia, puesto quelas declaraciones tienen fecha de publicación de 8 de di-ciembre de 1928. Sigue el documento de anuncio de su retiro“definitivo y total” de la política y luego se insertará otro,que explicaba el incidente en la convención de la C.R.O.M.,este último ya no redactado por mí.

En mi mensaje de primero de septiembre a las cá-maras federales, creí cumplir con mi deber señaladolos derroteros que me parecieron y síguenme pare-ciendo forzosos para conseguir la paz inmediata yfutura, para salvar las conquistas revolucionariasy para llegar, por un desarrollo pacífico evolutivode México, a la situación de un verdadero paísinstitucional.Creo también haber puesto con toda honradez ysinceridad, los medios para lograr el primer pasoen el sendero indicado, por la transmisión pacíficadel poder, y sintiéndome obligado y deseoso deseguir sirviendo a mi patria, para la consecuciónde esos fines señalados, que merecieron la aproba-ción unánime en el interior y en el exterior deMéxico, que a mí me parecieron siempre desinte-resados y patrióticos, y que quizás hayancontribuido a lo logrado ya, no vacilé en iniciar,apenas concluido el mandato que me había confe-

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rido el pueblo, los trabajos necesarios para la or-ganización de Partido Nacional Revolucionario,cuya misión debe ser unir a la familia revolucio-naria del país, facilitando la vida institucional deMéxico, por el ejercicio democrático de dicho par-tido y el estímulo de formación y desarrollo de otrospartidos antagónicos, también de doctrina.Pero analizado la situación producida en los últi-mos días y tras un riguroso examen de ella,encuentro que tal vez no era yo el indicado paracumplir esa obra, y que para facilitarla y para aca-bar con toda suspicacia que pudiera existir conrelación a los verdaderos móviles que han anima-do mi actitud, debo retirarme absoluta ydefinitivamente de la vida política y volver, comovuelvo desde hoy, a la condición del más obscurociudadano que ya no intenta ser, ni lo será nunca,factor político en México.

LA MUERTE VOLUNTARIA, POLÍTICA DE CALLES. ¿LO RESUCITA PORTES GIL?

Y AHORA PREGUNTAMOS a todos los hombres, no amigos o ene-migos de Calles, no revolucionarios o reaccionarios, sinotodos los hombres que tengan un átomo de sentido lógico yde justicia: ¿no era esto destruir el régimen dual? ¿No esabsolutamente la verdad que apenas a los ocho días de exis-tencia, por resolución de Calles, pudo haber dejado de existirpara siempre esa situación anómala, y que si siguió exis-tiendo ello tiene que haberse producido por deseo delpresidente Portes Gil? ¿De quién entonces la responsabili-dad de que no desapareciera el dualismo? ¿Quién era el únicoque podía pedir y lograr que siguiera existiendo? Sólo elpresidente de la República. ¿Y no es verdad también que

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aun existiendo lo que no existió (un arrepentimiento poste-rior de Calles y un retiro de su propósito), no es verdad quehabría bastado un segundo de decisión a Portes Gil para,denunciado ante el país los inconvenientes del “dualismo”,y apoyándose en la formal y solemne declaración anterior,borrar del mapa político de México hasta la más remota apa-riencia de intromisión política o administrativa de Calles?¿Qué no lo hizo porque pudiera haber en la declaración deretiro del viejo líder una celada, una amenaza a su gobiernoo a la paz pública? No; no existía la amenaza, ni siquiera laposibilidad de realizarla, si hubiera existido. No lo hizo Por-tes Gil, creemos nosotros, por justo sentido político, porlealtad, por gratitud; pero no por temor ni cediendo a unaoculta exigencia.

Sígase leyendo el documento y se verá que sólo no habíaamenazas públicas (y no es hombre Portes que hubiera cedi-do a una amenaza privada, tampoco), sino que había todo locontrario: la más franca llamada a todos, amigos y enemi-gos, para consolidar regímenes institucionales; es decir, enel caso concreto, actual entonces, el gobierno de Portes Gil,y para que no cupiera la menor duda al respecto habíamostenido muy buen cuidado, al dar forma a las ideas de Calles,de señalarlo explícitamente. Portes Gil pues, aunque hayasido, como nosotros creemos, movido por los más nobles ylegítimos sentimientos y actitudes “realistas”, es el único,absolutamente el único responsable de que haya habido “dua-lismo”, en México, e influencia política o administrativa deCalles, después del 8 de diciembre de 1928, afirmación quedesafiamos que alguien pueda destruir, no con insultos, quenada destruyen sino con documentos, con lógica, con verdad

Sigue el documento:

Y hecha esta declaración, que no necesito decir,dados mis antecedentes, hasta qué punto significa

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una resolución irrevocable, (la revocó, naturalmen-te, por ruego de Portes Gil...) Voy a atreverme porúltima vez a insistir sobre algunos aspectos delmensaje presidencial a que he aludido, con la es-peranza de que en esta ocasión nadie, ni el másenconado enemigo, podrá suponer miras interesa-das o bastardas a la expresión de mi pensamiento.

La seguridad de ser creído entonces, que Calles manifesta-ba, era de perfecta lógica, porque en septiembre anteriorpodría parecer a los enemigos a los suspicaces interesada suactitud, puesto que iba a continuar como cabeza en un régi-men de “dualismo político”, en tanto que ahora habíarenunciado a la totalidad de influencia o de acción política...A la que volvió por acciones (políticamente correctas) dePortes Gil...

Sigue el documento:

Insistió en que es absolutamente indispensable, siqueremos vida institucional en México, que lle-gue a lograrse la unificación revolucionaria, ya quesolo en la familia revolucionaria, aunque dividida,hay en la actualidad en México fuerzas materialesy morales suficientes para controlar los destinosinmediatos del país, y recomiendo no desmayar enla formación del Partido Nacional Revolucionario.Solo la falta de serenidad, de renunciación, de ungeneroso espíritu de sacrificio, puede ser obstácu-lo a esa unificación revolucionaria, para lo cuallos hombres deben desaparecer si dificultan la rea-lización del noble empeño.Hemos conseguido ya una parte, y no quizás la másfácil en el plan. Cuenta México con un gobierno

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provisional constitucional que tiene la fuerza in-contrastable de la legalidad (estaba Callesdefendiendo y sosteniendo a Portes, después deromper el dualismo, de suicidarse políticamente),el apoyo sincero y entusiasta de todos los hombresque se preocupan por el bien de México y la ga-rantía y fuerza que le presenta el Ejército Nacional,que tiene que sentirse, hoy más todavía que duran-te los últimos gobiernos revolucionarios, con laobligación definitiva de hacer honor a su nombrey a su origen, respetando y apoyando la ley, másrespetable y más fuerte que hombre alguno.En este último instante de mi vida política (¿no eraesto el testamento político de un muerto que resu-citó por deseo de Portes?) Y aprovechando lasolemnidad que da a mis palabras, no el hombreque las dice, sino, en último extremo, un egoísmoo un afán personal, —si así quieren verlo mis ene-migos— que desaparece voluntariamente ydefinitivamente de la escena política de nuestropaís; es este instante quiero expresar nuevamente,ahora más fundado que antes, por las experienciasacumuladas, quiero expresar mi fé perfecta en quetodos mis hermanos de armas, los soldados de laRevolución, sabrán cumplir estrictamente sus com-promisos de honor con el señor presidente de laRepública, que es el representante de la legalidady de la Revolución misma.Ni odios, ni dicterios, ni calumnias, ni ingratitu-des, ni olvidos, han hecho ni harán mella en miespíritu.No aminoraban mi entusiasmo por los altos prin-cipios de la Revolución, ni oscurecen mi optimismoen el porvenir de México.

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Vuelvo, repito a la más sencilla situación de cual-quier ciudadano; y así como antes afirmé que nuncaaspiraría nuevamente a la Presidencia de la Repú-blica, declaro ahora que Plutarco Elías Calles novolverá a ser, ni intentará ser jamas, factor políticoen México, y solo en el desgraciado caso en quelas instituciones del país se vean comprometidas,este ciudadano se pondrá a las órdenes del gobier-no legítimo, por si se desea aceptar sus serviciosen la forma que se estime necesario, volviendo aocupar la situación que hoy se fija a sí mismo, pa-sada la crisis.

RECUERDO que al “legar a mi casa esa noche del siete de di-ciembre de 1928, cuando, por encargo de Calles habíaentregado a Cholita González las declaraciones anteriores,para que las copiara en limpio y las entregara a la prensanacional y extranjera; recuerdo, digo, que me sentía comoaliviado de gran peso. Veía, ahora sí, netamente definida laconducta de Calles; tenía la seguridad de haber redactado ladeclaración de su vuelta a la simple vida ciudadana en laforma menos rectificable, y me sentía satisfecho, feliz, porhaber ayudado a Calles a resolver uno de sus más críticosmomentos, del que salía victorioso, moralmente, porquecoronaba su carrera pública con la renuncia, ya no sólocomo en septiembre pasado, a la continuación del mando,sino, ahora, con su definitiva renuncia a nuevasintromisiones, debidas o indebidas, en la vida política yadministrativa del país.

Sinceramente creía yo, esa noche, que siquiera la Revolu-ción había logrado salvar, de modo definitivo, a uno de susmás notables caracteres y estaba absolutamente seguro deque, con ese noble ejemplo, se abrían rutas de luz al porve-nir institucional de México. ¡La realidad iba a ser muy distinta

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porque las necesidades de todo orden harían que Portes Gilresucitara el “dualismo”, Calles iba a volver a ejercer in-fluencia no sólo política o militar, sino administrativa, asolicitud de Portes Gil, preparándose así, a la distancia y enel tiempo, el desastre del “dualismo” y la rutina del presti-gio de Calles.

Publicamos enseguida la otra declaración que dio el mis-mo día Calles a la prensa (ésta ya no redactada por nosotros),en la que podrá verse el especial cuidado con que explicabael ex-mandatario su presencia en la convención laborista.

Quiero aclarar, para conocimiento de la opiniónpública, las razones que me hicieron asistir a laconvención que está celebrando la C.R.O.M.Fui a la convención de la C.R.O.M. obedeciendo ala invitación que se me hizo, y de acuerdo con micostumbre de asistir a las convenciones de esa or-ganización obrera todos los años; siguiendo lamisma línea de conducta que mis convicciones re-volucionarias me han trazado de asistir a todos losactos de carácter social de obreros y campesinos,cualquiera que sean las organizaciones a que per-tenezcan, y en tratándose de la C.R.O.M. con granplacer, por tratarse de una organización que ha con-tado con mi cariño, porque considero que es unade las cristalizaciones de los ideales revoluciona-rios. Mi presencia en la convención fuéerróneamente aprovechada, sin hacer ningún jui-cio sobre las intenciones (de Morones, aclara elautor), pues en lugar de desarrollarse temas socia-les, se desarrollaron temas políticos, opiniones enlas que no tengo ninguna participación y de cuyaresponsabilidad responderán sus expositores.

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Ayer vino una comisión nombrada por la conven-ción citada a enterarme de los acuerdos que habíantomado, y yo les contesté, con mi franqueza habi-tual, que lamentaba profundamente la situacióncreada, que no estaba de acuerdo con mis consejosde serenidad, moderación y prudencia; que creíaeran infundados los temores sobre la actitud delactual gobierno de la República y para el futuro,pues el actual gobierno es revolucionario y tendráque ser revolucionario, como creo que tendrán queserlo los gobiernos futuros en este país, en que yano es posible el establecimiento de un poder con-servador.

El 8 de diciembre amanecía, pues, sin que existiera ya “dua-lismo de gobierno” en México. Había, por la voluntad deCalles (clara y terminantemente expresada por nosotros), des-aparecido ese régimen irregular, que implicaría transferenciade poderes, políticos, al principio (algo conveniente para li-mitar la dictadura presidencial típica de México), y después,de facultades administrativas, esto último del todo perjudi-cial y hasta indecoroso. ¿Cómo resucitó la entelequia? Vamosa poder entenderlo fácilmente, aunque debo decir que yasólo me consta lo que ví u oí incidentalmente, porque, ape-nado por lo que tenía que ser un cambio de actitud, en Porteso en Calles, no quise nunca, por respetos, escarbar en losmotivos de la nueva conducta que se pudo apreciar desdelos últimos días de 1928. La nueva conducta era, en Calleshaber vuelto a la actividad política; en Portes Gil, tolerar oresucitar el dualismo. ¡Era una verdadera lástima que tal cosasucediera! La oportunidad para salvar a Calles —aun de símismo— había sido maravillosa, y gallardamente resuelto,por Calles, el penoso y difícil incidente provocado por la

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crisis “laborista”. Sin embargo, no se pudo o no se quisoaprovechar (como habría sido desearle para bien de todos)para matar, con pleno decoro, el “dualismo”. Y aunque ha-yan sido (en opinión nuestra) justas necesidades políticas yaltos sentimientos de lealtad y de gratitud las causas de laresurrección del dualismo, quedó sembrada para el futuro lasemilla de la caída de Calles.

LA SOLUCIÓN dada por el general Calles a la crisis provocadapor el pleito entre el presidente y el Partido Laborista, fuéun verdadero triunfo político —muy ostensible— del Lic.Portes Gil, aunque lo opacara, públicamente, tres meses des-pués, en la ocasión de la rebeldía militar de 1929. Opacó sutriunfo de diciembre porque, por modestia, por impulsoamistoso seguramente, no esperó, como debió hacerlo, a queCalles, cumpliendo con sus promesas, le ofreciera sus servi-cios para la rebelión, sino que acudió a solicitarlos a Anzures.Adelantemos desde ahora que fué entonces Calles tambiénquien dio la nota más elevada, de mayor decoro, de máslimpio respeto a las normas institucionales. Fue él quiensugirió, para guardar las formas, de modo perfecto, ser de-signado secretario de la Guerra. Es decir, volvía al dualismoa un cauce de legalidad constitucional. Calles aceptaba en-tonces prestar su ayuda al presidente Portes Gil, ya no comojefe público u oculto de un partido o de una facción, sinocomo un colaborador, como un subordinado, en un puestode gabinete. Una vez más, en marzo de 29, se desvaneceríael “dualismo”, en sus aspectos externos de aparente o realindecoro, al menos, y otra vez había de ser el mérito de laactitud, mérito de Calles.

CAPÍTULO XXVIIISEGUNDO ESCALÓN DEL DESCENSO: EL

ABANDONO TARDÍO DE LA CANDIDATURASÁENZ POR LA DE ORTIZ RUBIO

RETROCEDAMOS unos días, a las vísperas de la rebelión de1929.

La fatalidad del dualismo (inevitable, por lo menosinevitada complicación política que había caído sobre nues-tro país, por lo que vamos viendo), proyectaba su sombra enel futuro, Calles, con la primera crisis del “régimen dual”,(la crisis de escisión entre el gobierno de Portes Gil y delPartido Laborista y la C.R.O.M.), bajaba el primer escalónque había de conducirlo, con el tiempo, de modo real y me-tafórico, al mar... Del “confusionismo” y a los mares deSinaloa, de California y de Hawai. Salía Calles de la prime-ra crisis, perdida mucha de la fé de la C.R.O.M. en su antiguojefe y amigo, y muy quebrantada también la fé del país enél, porque todo el mundo se daba cuenta de que, a pesar desus declaraciones del 8 de diciembre, la única “realidad” desu alejamiento de la política era: que ya no estaba como pre-sidente del P. N. R.; que lo había sustituido en ese puesto elgeneral Pérez Treviño; pero políticos y gentes de gobierno yhasta vecinos que pasaban por la calle, se encargaban dehacer saber que seguía siendo la casa de Anzures el centro yepífoco de la política nacional. Y como nadie, o muy pocos,

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sabían de lo que pudiera haber de real en las gestiones pri-vadas de Portes, para que rectificara Calles su resolución decompleto alejamiento, la inconformidad entre las declara-ciones recientes y la verdad, de sí acción directa, “política”por lo menos, tenía que hacer daño, inevitablemente, al jui-cio público sobre la contextura y la firmeza de ese carácter.De modo necesario, ya no solo Manrique, sino sectores com-pletos de opinión, empezaban a tener derecho para calificarde insinceras todas sus actitudes, desde la muerte del presi-dente electo. ¡Lo que era tanto más dolorosos cuando que nohabían sido insinceras!

CONTRIBUÍA a complicar el panorama política, la vuelta alpaís, para fines de diciembre de 28, del ingeniero don PascualOrtiz Rubio, llamado por el presidente Portes para desem-peñar la cartera de Gobernación. ¿Cómo podría creer alguienen el retiro de Calles, si al mismo día de su llegada iba OrtizRubio, hasta enfermo, a Cuernavaca, a entrevistar al gene-ral, y si sólo después de entrevistarlo respondía a laspreguntas de la prensa, de cuándo tomaría posesión de sucargo de ministro? Indiscutiblemente, (tenía que juzgar laopinión), el dualismo persistía, o porque lo quisiera Calles,(volviéndose atrás de su reciente declaración del 8 de di-ciembre) o porque Portes Gil hubiera logrado, a fuerza deargumentos o de ruegos, convencer a Calles de que persis-tiera ese “dualismo”, “entonces salvador”. ¡De nada habíaservido nuestro esfuerzo, nuestro segundo esfuerzo de pre-parar un “testamento” decoroso, para la decorosa muerte,primero gubernamental, y luego como político, de nuestroamigo y jefe: el Sr. General Calles! ¡Nos estábamos convir-tiendo en enterradores de algo que resucita al día siguiente!Ya tenía nuevamente enrolado a Calles la vida tumultuosade nuestra política, sólo para ensuciar ese carácter que contanto cariño y tanto respeto nosotros habíamos procurado

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—y procuramos siempre— salvar, porque era y es un valorde la Revolución, como que es 10 años de su historia... Perovolvamos a Ortiz Rubio.

Embajador en el Brasil, antiguo secretario de comunica-ciones de Obregón, uno de los principales sostenedores delPlan de Agua Prieta que había derrocado a Carranza, gober-nador de Michoacán, antiguo diputado “renovador” en laCámara “maderista” de 1912, compañero nuestro en la pe-nitenciaría, cuando el golpe de Estado, contra el Congreso,de Victoriano Huerta.

Caído pronto de la gracia de Obregón cuando fué su mi-nistro, Ortiz Rubio había mostrado una actitud de ejemplarlealtad, de serena discreción, de decorosa pobreza, durantesus años de exilio en Europa, y merecido, (quizás un insig-nificante poquitín por sugestión nuestra hecha al generalObregón en el tren presidencial, cuando la campaña de 1923contra los rebeldes de de la Huerta), había merecido, deci-mos, ser designado ministro de México en Alemania en unmomento de apuro, cuando se necesitaba un hombre enérgi-co y leal que ocupara, hasta militarmente si era preciso, lalegación de México, cuyo encargado de negocios había porperdonable error político, originado en la excesiva lealtadpersonal a su jefe, el ministro Álvarez del Castillo, izado labandera de la rebelión.

Aunque designado, desde el primero de diciembre, minis-tro de Gobernación, desde que llegara Ortiz Rubio a NuevaYork, de regreso a la patria, no era ya un secreto que tanto elpresidente Portes como Calles vacilaban entre hacerlo pro-testar como secretario de Estado, (lo que lo incapacitaríapara ser candidato en las elecciones de 1929), o reservarloen disponibilidad, como posible candidato del P. N. R. Parael caso que el Lic. Sáenz dejara de parecer persona conve-niente o candidato viable para la campaña presidencial. Larazón de esto, no es inútil recordarlo, era que el general Ca-

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lles, como ya apuntamos, para evitar divisiones en los gru-pos revolucionarios, y desde el mes anterior, de noviembrede 28, había inutilizado de hecho a la totalidad de los posi-bles, aún los más remotos candidatos presidenciales,residentes en el país, con la única excepción de Aarón Sáenz.Todos los hombres de cierta preeminencia: ministros, gene-rales con mando, gobernadores de estado, “habrían decontinuar en sus puestos o con el mando de fuerzas milita-res, por lo menos hasta el 21 de noviembre de 1928”, sehabía “convenido” así en una junta verificada en la casa delsecretario de agricultura, Luis León, para establecer una in-capacidad constitucional de todos los que permanecieran ensus puestos al amanecer del 21 de noviembre, ya que, de-biendo celebrarse las elecciones presidenciales del 20 denoviembre del año siguiente (1929) todos estarían dentro dela prohibición constitucional, que establece incapacidad ab-soluta para los que, dentro de un año antes de la elección,hubieran sido, siquiera un día, ministros, jefes militares conmando de fuerzas, o gobernadores de estados. Como ese“acuerdo” había sido cumplido estrictamente, en diciembrede 1928 el campo estaba herméticamente cerrado, para faci-litar la candidatura de Aarón Sáenz, y si, por cualquier motivoésta ya no convenía, había que volver fatalmente los ojos alservicio exterior, al cuerpo diplomático, a los jefes de mi-sión, ya que solo ellos, por la naturaleza de sus funciones,no estaban incapacitados para ser presidentes, aunque con-tinuaran en sus puestos dentro del año anterior a la elección.Por esto, y fatalmente por esto, cuando, tras un nuevo y de-tenido análisis de Calles (en el que ya no tuvo participaciónde ninguna naturaleza el autor de esta obra), sobre las posi-bilidades lógicas de triunfo de Aarón Sáenz, o de suscualidades de revolucionario “radical”, en materias socia-les, o por maniobras de grupos parlamentarios, que noconocimos, o por influencias directas de Portes Gil cerca de

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Calles (que es lo más probable); cuando por cualquiera cau-sa se vió, desde fines de 28, apenas la posibilidad de quesurgiría otro candidato, era de lógica elemental reservar aOrtiz Rubio, sin llevarlo a la Secretaría de Gobernación, yaque era un diplomático distinguido y puesto que tal vez habríaque volver los ojos al cuerpo diplomático, muy pronto, en elnuevo vacío, artificioso, de hombres, que se había creado.

EL AUTOR de esta obra no había vuelto a hablar con Callesacerca de la cuestión presidencial y sólo habló sobre esteasunto, con el presidente Portes, por primera y última vez,en la mañana del primero de enero de 1929 en que PortesGil lo invitó a hacer un recorrido de automóvil, de idas yvueltas por la calzada de insurgentes, durante dos horas, “paraexplorar —dijo— su pensamiento en la materia de la suce-sión presidencial, que debería resolverse en la convencióndel partido”. Me preguntó si había yo hablado sobre eso,últimamente, con Calles. Dije que no. Ya para entonces, aña-dí, cometido el error político de incapacitar a todos loshombres residentes en el país, que pudieran haber sido can-didatos, no tenía yo el menor interés en discutir con Callesni con nadie el asunto. Ya no había más elección posible quela de Aarón Sáenz, o improvisar a cualquier diplomático, loque, desde el punto de vista de la obra “radical” de la Revo-lución, sería lo mismo que elegir a Sáenz. “Bien o malplanteado el problema de la sucesión presidencial, añadí, yahabía sido resuelto en su único aspecto de interés para noso-tros; ya no buscado un radical, plenamente representativo,en México, ¿qué ganábamos con un moderado traído de cual-quier puesto de la diplomacia? El mejor que se escogieratendría, respecto de Aarón Sáenz, la inferioridad de su des-conexión con los asuntos y con los hombres de México”.

Pero no pensaba así el presidente Portes Gil, por magnificasrazones de orden político. Me lo dijo con toda franqueza

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cuando le hube expuesto lo anterior. Explicó largamente suinconformidad con “el candidato de Calles, por su no iden-tificación revolucionaria radical, sobre todo en cuestionesobreras y agrarias”; señaló los peligros “de jefes prestigio-sos del Ejército, de tono radical”; el descontento general poresa candidatura, etc., etc. De tal modo eran semejantes estosargumentos a los presentados por nosotros a Calles, antesde la incapacitación de todos los hombres de cierta respon-sabilidad o altura, residentes en el país, que tuvimos quepensar que, o el general Calles le había referido, con deta-lles, a Portes, la conferencia con nosotros, cuando nosnegamos a ir como secretario general al partido, o había pre-sentado estos argumentos Calles a Portes, como suyos, alestudiar mejor el problema, o bien, que la verdad ambienteera tan clara que la captaba el presidente Portes exactamen-te como había creído interpretarla, en noviembre de 1928, elautor de este libro.

Después de escuchar respetuosamente al Lic. Portes Gil,manifestamos que así, casi con las mismas palabras, había-mos hablado a Calles, y con relación al peligro delevantamientos militares, expresamos nuestra creencia de quesólo se esperaba la convención de Querétaro para que severificaran. Portes Gil lo confirmó. Dijo que, efectivamen-te, “podían ya casi señalarse los jefes militares quedefeccionarían, usando del pretexto, siempre fácil y ahorajustificado, de un intento de imposición, en cuento se cono-ciera, oficialmente y proclamada por la convención deQuerétaro, que la candidatura adoptada por el partido seríala de Sáenz”. Que “aun sabiendo todo eso su gobierno, nopodría actuar antes de que se produjera la rebeldía, paramantener su fuerza moral y no aparecer como provocador,si tomaba medidas contra jefes del Ejército”. “Pero por esto,precisamente”, añadió Portes Gil, “voy a oponerme con to-das mis fuerzas a la candidatura Sáenz, a fin de dar menos

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pretextos a la rebelión y sobre todo para que no se vayan alevantar algunos jefes de tendencia agrarista que no tienenconfianza en Aarón...” Añadió que “creía ya tener convenci-do al general Calles” pero que “lo que no podía encontrar,en el vacío de hombres producido con incapacitarlos a to-dos, era un nuevo candidato... A menos de recurrir a undiplomático que, aunque fuera moderado en materia social,tuviera, por su alejamiento político, menos opositores en elEjército”.

Me interrogó entonces Portes Gil acerca de las calificati-vas que yo conociera en los jefes de misión de México en elextranjero, porque, me dijo, “yo conozco a muy pocos”. Fueentonces cuando, entre vueltas y vueltas por la calzada deinsurgentes, hicimos el análisis de nuestros diplomáticos,muchos de ellos hombres prominentes; de tamaño real deestadistas, uno que otro; de origen y sentido revolucionario,bastantes. Analizamos su capacidad personal, sus antece-dentes políticos, sus facultades de gobernantes (en los quelas habían demostrado), su identificación con distintos sec-tores u hombres de la Revolución, llegando ambos a la mismaconclusión: que el ingeniero Ortiz Rubio reunía los requisi-tos más indispensables, o los que parecían más esenciales alpresidente, que no hay que olvidar que era el que hacía laconsulta, seguro por que sabía de mi viejo conocimiento conOrtiz Rubio, desde 1913. Abonamos a Ortiz Rubio: lealtadpolítica, origen revolucionario desde la época del señorMadero, cierto nombre, como organizador, entre el elemen-to militar, valor, firmeza de carácter, (que Puig dijo que siconservaba como en 1913, cuando habían sido compañerosde Cámara y de prisión, en la penitenciaría, eran notables),cultura, ponderación, carencia absoluta de pasiones políti-cas recientes; pocos o ningunos enemigos, por ausencia delpaís tantos años; un gobierno, muy irregular, pero honrado yrevolucionario en Michoacán, y meses, por último, de una

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acción no muy brillante, pero de labor enérgica y honorableen la Secretaría de Comunicaciones. Por supuesto, añadi-mos, que, por lo menos lo mismo que Aarón Sáenz, estabamuy lejos de ser un “radical” en materia agraria u obrera;pero, añadió el presidente interino: “siquiera no tiene parti-do tomado en contra..., los agraristas no lo tiene ya calificadocomo amenaza, y si es revolucionario sincero, se tendrá queorientar por nuestros rumbos de radicalismos...” El paseo-conferencia terminó con estas palabras del presidente: “enel estado en que están las cosas, no veo otra persona a dondepodamos volver los ojos...” Yo no hablé de esta conferenciaal general Calles.

Días después se supo oficialmente que Ortiz Rubio no pro-testaría como secretario de Gobernación, por lo que el autor,sin que volviera a hablar, ni con Portes ni con Calles, deestas cosas, supo desde entonces, tres semanas antes de laconvención de Querétaro, que el candidato del presidente,con la aquiescencia voluntaria o forzada de Calles, iba a serel ingeniero Ortiz Rubio quien, efectivamente, fué electocandidato del P. N. R., por mayoría, en esa convención, sinque sea verdad (como se ha dicho), que el autor hablara, conningún delegado para torcer en cualquier sentido su voto.

Con esta semi-crisis (para Aarón Sáenz crisis total): el cam-bio de candidatura del partido político de gobierno, seprodujeron, de modo necesario, distanciamientos de gentesy de grupos y una gran confusión política; pero no hay dudade que el Lic. Portes se anotó un segundo triunfo. No fué lomismo con el general Calles, que tuvo, sin que nadie lo pu-diera evitar, un notable descenso, porque los amigos y lospartidarios de Sáenz, que no eran pocos, lo acusaron de faltade seriedad y hasta de deslealtad. La gran opinión revolu-cionaria lo culpó de poca visión, “por haber inutilizado atodas las gentes de México, posibles candidatos, para tenerque caer, semanas después, en la elección de un hombre,

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que sería magnifico, pero que no conocía nuestro medio ya”.Por último, los viejos enemigos de Calles se hicieron len-guas de su debilidad, al ceder “a las exigencias de Portes”.Los más peligrosos de todos los murmuradores eran los queafirmaban que tanto Calles como Portes habían procedidoasí, “por el deseo escondido, de cada uno, de buscar la genteque tuviera menos fuerza, para que más fácilmente se lapudiera dominar...” Lo trágico, trágico-cómico, en realidad,era que la fatalidad de la vida misma iba a hacer, muy pron-to, de Portes Gil, que era creador, por lo menos aparente, deesa candidatura, un enemigo que lo fué irreconciliable (pordisparidad de criterio en materiales sociales), de Ortiz Ru-bio, y el que más daño le hizo, ya que esa administración notuvo, desde febrero de 30 hasta octubre de 30, cuando salióPortes Gil al extranjero, fuente más constante de molestiasy de recelos, fundados o no, que el ex-presidente Portes y sugrupo. Aunque en todo este proceso de alejamiento y deoposición de Portes, su razón fuera magnífica por revolu-cionaria: el ritmo, moderado, del gobierno de Ortiz Rubio.

CAPÍTULO XXIXUN DESCANSO EN LA ESCALERA DE

DESCENSO AL MAR: LA REBELIÓNESCOBARISTA

CALIFICAMOS este episodio de “descanso” en la escala de des-censo del prestigio del general Calles y de su fuerza real,porque, efectivamente, fué esa rebelión una oportunidad,aprovechada hábil y patrióticamente, para que este caráctervolviera a ganar muchos puntos en el concepto público y enla estimación sincera de las fuerzas revolucionarias, así comoen el respeto del Ejército. Éxito militar brillante, pruebas delealtad hacia el gobierno de Portes Gil; desinterés notable-mente manifestado y oportuno retiro de la Secretaría deGuerra.

Examinemos esa rebelión de Escobar que debe ser mate-ria de hondas de reflexiones para los hombres sinceros quequieran juzgar debidamente el fenómeno y las ventajas einconvenientes del dualismo, inmediatamente después de lamuerte del general Obregón y sólo en su aspecto “político”,como se le imaginó al principio.

La base de que se partía, teóricamente, para juzgar indis-pensable, entonces, la acción “política” de Calles, comofuerza de consolidación del gobierno del interinato, era lainminencia de una rebelión militar, y la escasa o nula fuerzapersonal de los dos presidentes que habrían de llenar el tér-mino del general Obregón. La realidad política, que no podía

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borrarse en 1928, era la no existencia, en esos instantes, dedos personalidades reconocidas de suficiente fuerza, arrai-go o significado nacional, o capaces de obtener por sí solosesa fuerza durante los últimos meses del gobierno de Callesy los que precedieran a la elección del presidente constitu-cional sustituto, sucesor del interino. Es decir, dos hombresque pudieran reunir la fuerza política indispensable y el pre-dominio militar bastante para hacer gobiernos sólidos, sin lamenor participación material o moral de Calles en esos go-biernos, como habría sido el desiderátum ideal, paraimplantar de una manera completa un régimen de institucio-nes, sin “hombres necesarios”. Y aún suponiendo que hubierapodido hallarse un hombre de la suficiente altura y fortalezapara el interinato, sin que necesitara la ayuda o la coopera-ción de Calles, ¿podría haberse esperado, lógicamente, queun hombre de esas y en esas condiciones, se conformara conel periodo cortísimo, de catorce meses, del gobierno provi-sional? ¿No habría querido, él también, al concluir superiodo interino, seguir gobernando junto con el hombre aquien hubiera querido ayudar para la elección del períodolargo, de cinco años menos dos meses? ¿Y no se repetiríaentonces el aspecto de “dualismo”, con un hombre de cali-dad seguramente inferior a la del general Calles?

Estas son preguntas que habría que contestar honradamentey sin apartar los ojos de la realidad de fines de 28, para juz-gar al “dualismo”, en aquellos instantes. Lo que no quieredecir, ni mucho menos, que nada justifique el intento o elpropósito vano de eternizar ese régimen, intento que, defi-nido, constante, nunca existió en Calles. Y si se piensa en elerror —en que tanto hemos insistido— de haber nulificadoen noviembre de 28 a la totalidad de los hombres de prime-ra, segunda y tercera fila en México, amarrándonosarbitrariamente a sus puestos de gobierno y de mando en elEjército, para incapacitarlos constitucionalmente para las

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elecciones presidenciales de 1929, resulta inconcuso que enel interinato, y hasta para las etapas primitivas del gobiernosiguiente, del “dualismo” —deseado o aborrecido— era ne-cesidad política casi absoluta. Estamos juzgando hechos; noimaginado qué habría sido lo bueno si otra situación hubieraexistido. Ante los hechos, ante las realidades, de hombrescomo Portes Gil y Ortiz Rubio, maravillosos, si se quiere,como ciudadanos, pero mediocres como hombres de signi-ficación nacional, en 1928, la intromisión de Calles, paragarantía de la consolidación de los gobiernos, era inevitabley útil.

ANTES DE LA MUERTE de Obregón, en efecto, el Lic. PortesGil no era todavía, como después llegó a serlo (y hasta ha-bría podio serlo mayor de no haber estado, a veces, enfermode localismo), no era todavía una figura nacional.

Era un buen gobernador, en opinión de muchos (nosotrosentre ellos) pero ni siquiera había logrado unificar, en suínsula, a las organizaciones proletarias: la más elementalfuerza de los gobiernos emanados de la Revolución.

Roto el frente del campesinaje (aunque la tajada mayorfuera de Portes) y enfrentados, con tonos trágicos siempre,los grupos obreros en Tampico, la metrópolis industrial deaquel estado. En los sectores de la política local, eterna divi-sión. Ni después de siete años de acción nacional, de Portes,muchas veces prestigiosas; después de haber sido Presiden-te de la República, y con la fuerza que le daba su posición depresidente del P.N.R., pudo Portes Gil, ni aun con la ayudadirecta del general Cárdenas y de la Secretaría de Goberna-ción, lograr en 1935 que en varios sectores de Tamaulipas“se considerara liquidado el pasado”, para emplear la fraseque contribuyó justa la aspiración. Si esto fué en 1935, ¿quéno sería en 1928? ; ¿podía, en esas circunstancias ser consi-derado una figura nacional de fuerza; de prestigio y de arraigo

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en el Ejército, bastantes para hacer frente a una crisis sin laayuda de Calles? De tal modo él mismo no se considerabaasí, que lo halló el primer anuncio de la rebelión de Manzo yde la posible defección del general Aguirre, en las antesalasde Anzures, pidiendo a los ayudantes de Calles “que desper-taran al general y le rogaran en su nombre que fuera, cuantoantes, al Castillo de Chapultepec para hacerse cargo de lasituación”. Esto sin esperar a que, por espontáneo impulso,como habría sucedido de acuerdo con sus declaraciones del8 de diciembre último, se presentara Calles, por su calidadde soldado, a recibir órdenes. Por lo demás era de lógicaperfecta la actitud de Portes Gil, aun que tuviera en oposi-ción con actitudes anteriores de independencia y con losrecelos de su grupo, respecto a Calles. No era una gran figu-ra “nacional”, entonces. Apenas, después de la muere deObregón, había actuado, unos meses, como ministro de Go-bernación de Calles. Es verdad que había sido dos veces,antes, figura de importancia en liderazgos parlamentarios:la primera, en tiempos de Obregón, para destruir el PartidoLiberal Constitucionalista ; la segunda, en 23, para ayudar adestruir (sin que lograra hacerlo él), el Partido CooperatistaNacional. Las dos veces, para destruir; ninguna para crear,par consolidar, menos para construir fuerzas, como no fueraen su estado, en luchas, aunque interesantes, de campana-rio. Por todo esto es por lo que debe juzgarse, si se quiereser honrado, que aceptada la designación de presidente inte-rino, por obra y gracia de Calles, no podía su grupo, conelegancia, hacer ostentación de una excesiva finura de epi-dermis para resentir la lastimaduras del “dualismo”.

Aunque, desde un punto de vista meramente político, ¿quémejor oportunidad, eliminando ya teóricamente Calles porsus declaraciones de 8 diciembre, qué mejor oportunidadque la que se presentaba, de dominar la revuelta sin acudir asu ayuda, dando así al país, y al mismo Calles, la demostra-

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ción más absoluta de que era innecesaria su colaboración?¿Podría haberse temido, siquiera, que ante una resoluciónsemejante del presidente Portes, el general Calles “se res-friara” y que hasta llegara a hacer causa común con losrebeldes? Aún aceptando injustamente íntimas condicionesmorales en Calles, aun poniéndonos en el terreno de sus peo-res enemigos, podía temerse eso, porque los generaleslevantados eran, precisamente, los que odiaban a Calles oestaban más resentidos con él y que por eso sólo por eso selevantaban. Por tanto, no sólo no lo habrían aceptado, en elsupuesto absurdo de que Calles pretendiera ir él también ala rebelión, sino que habría bastado con que en el campo dela rebeldía se supiera la eliminación de Calles, para que elmovimiento perdiera fuerza y amplitud. ¿O podía Portes ima-ginar que los jefes leales no quisieran cooperar con él porqueno solicitara la ayuda del ex-presidente? Esto era infantil.Jefes como todos los que tuvieron en 1929 el mando directode las divisiones y de las columnas, habrían cumplido consu deber exactamente en el mismo grado, con Calles y sinél; y no solo, sino que de modo humanísimo, el estímulo deuna mayor proporción de méritos en la victoria, por la au-sencia del jefe máximo, habría inspirado a todos... De modoque se vé que para el apresurado llamamiento de Calles noexistían necesidades ineludibles militares o políticas, y queno obedecía a otra que a la aceptación por parte de PortesGil, de su escasa fuerza para hacer frente a situaciones decrisis, sobre todo a militares, y al reconocimiento, hasta in-justo, excesivo, de que sólo en Calles podía hallar sugobierno, salvación, por esto, movido por un irreflexivo aun-que lógico impulso, Portes pudo llegar al extremo —¡este sípeligroso!— de entregar el manejo de la situación a Calles,sin una función legal de éste. Y salvó normas institucionalesy el decoro presidencial, Plutarco Elías Calles, que pidió, envez de tomar vaga, irregularmente, en sus manos, el manejo

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de la situación, ser nombrado ministro de la Guerra, paramarcar su posición de subordinado del jefe del Ejecutivo ypara hacer lógica y constitucional su actitud de sofocador dela revuelta. Y no se piensa que pueda desmentirnos nadie,porque el nombramiento de Calles y las modalidades de sudesignación las conozco tanto, que puedo decir que ese nom-bramiento de ministro de la Guerra no se tramitóoriginalmente por el subsecretario de Gobernación, (comocorrespondía), ni se encomendó siquiera a la Secretaría deGuerra; se encargó al autor de este libro, que era entonces eljefe del Departamento del Distrito Federal, y en circunstan-cias tales de precipitación que nosotros hicimos hasta laescritura material, en máquina, de los documentos y acuer-dos relativos...

DURANTE una semana no se separó Calles un minuto, ni dedía ni de noche, del Castillo de Chapultepec, manteniéndo-se junto a las mesillas de los telégrafos, hasta que salió adirigir personalmente la campaña. Una grave lesión en unojo, del anterior ministro de la Guerra, el general Amaro,que tuvo que salir a operarse en el extranjero, complicaba eltrabajo de Calles. Pero lo realizó con tanta habilidad, ener-gía y fortuna, con la cooperación tan entusiasta y leal delEjército, que pudo sofocar rápidamente la rebelión y conse-guir que fuera aquella, hasta hoy, la última en que hayantomado participio elementos regulares militares. Siemprehemos creído que si después de lograr ese rápido y comple-to triunfo, restablecida del todo la paz, y nuevamenteencarrillado el gobierno por senderos de trabajo administra-tivo y de inspiración social revolucionaria de izquierda, (quenadie puede negar que intención revolucionaria avanzada yafán nobilísimo de trabajo fueron características de PortesGil); siempre hemos creído que si en ese instante propicio,inmediatamente después de concluida la revuelta, no sólo se

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hubiera retirado de la Secretaría de Guerra el general Ca-lles, que esto lo hizo; no únicamente hubiera hablado contoda sinceridad al país, reconociendo errores políticos co-metidos y aconsejados nuevos rumbos, que esto lo hizotambién (ya lo veremos), sin que se hubiera desterrado vo-luntariamente, de modo temporal hasta la conclusión delgobierno de Portes, el grupo faccional de éste habría recibi-do una lección, callada, pero utilísima, y el país habríaaumentado su sentimiento admirativo por el desinterés y porla lealtad de Calles a la vida institucional preconizada en sumensaje. Pero haberse eliminado entonces, cuando todo son-reía, cuando todo era de nuevo luna de miel, antes de quepasaran meses y se presentara otra crisis que hiciera, cuandose alejara Calles, que su ausencia se considerara: o derrota, o“alejamiento útil de un perturbador del régimen regular, que sihabía tenido el mérito de aplacar la revuelta, se había queridocobrar después con intromisiones indebidas en la administra-ción”. Si se hubiera eliminado Calles entonces, apenas vencidala revuelta, y después de denunciar lo que había podido obser-var durante la campaña (pésimas realidades en casi todo el país,de situaciones y de métodos de “caudillismo”, de verdaderoEstado feudal, para lo que, de nuevo, señalaba remedios), na-die habría podido acusarlo de ambición, y hasta quizás a suregreso, ya en la administración de Ortiz Rubio, el “dualismo”,en sus aspectos útiles, de ayuda política al nuevo régimen, ha-bría hallado menos resistencias, porque todo el mundo habríapodio ver sus actitudes desinterés y de lealtad perfecta en eldifícil período del interinato.

Eran, para eliminarse airosamente de la política, otra vezmomentos ideales, casi únicos, para Calles. No volvió a te-nerlos, tan favorables para él en los años siguientes hasta1932. El país todo, sin excepción, sabía que el gobierno delLic. Portes, en 1929, ya no sólo su origen, sino la realidadactual, material de su existencia. Todas las historias que se

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habían filtrado, por supuesto, hasta el público, de resistenciasy de suspicacias anteriores, por el “dualismo” ; todos los erro-res —frecuentes— de amigos y antiguos colaboradores deCalles, cuya conducta personal se encargaba injusta pero ló-gica, fatalmente, a la causa de Calles; todo se habría aquilatadoentonces, serenamente, haciendo a cada quien responsable desus actos y limpiando al “dictador”, convirtiendo en generosorenunciante, de los cargos que se le acumulaban.

Calles, desgraciadamente, adoptó, como casi siempre loha hecho tratándose de sus problemas personales, la posi-ción intermedia, que le ha sido fatal en la mayoría de loscasos. Renunció a la guerra, expidió un manifiesto de nota-ble sinceridad y valentía, para ayudar al saneamiento políticodel país; pero se quedó en la República por unos mesesmás, con lo que la serie de acciones y de reacciones po-líticas, y de un “dualismo” de gobierno, disimulado peroexistente, siguieron su cauce que habría de convertirseen despeñadero de los reales prestigios del general.

He aquí las declaraciones de Calles, publicadas el 22 demayo de 1929, al separarse de la guerra, y cuando prometíanuevamente, volver a la oscura vida ciudadana. Tambiénahora, sólo porque Calles sabía que nosotros nunca traicio-nábamos ni sus intenciones, ni sus reales conveniencias, nosencargó la redacción de ese documento, que intentaba serotra vez, “testamento político” de un “muerto que siempreresucitaba para hacer algunos bienes al país”, pero para pro-ducir no pocos males también, por acciones sobre todo desu grupo y que, de cualquier modo y en último análisis, re-sucitaba siempre para hacerse daño, irreparable, a sí mismo.

Decía Calles:

Al aceptar el señor presidente de la República misúplica de que diera por concluida la comisión que

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se había servido conferirme como secretario deGuerra y Marina, en virtud de la rebelión militarde marzo último y de la grave enfermedad del se-ñor general Amaro, entonces al frente de dichaSecretaría de Estado y al volver, por tanto, a la vidaprivada que decidí llevar desde la conclusión demi gobierno, deseo dirigirme a mis compañeros dearmas, los miembros del Ejército Nacional, y ha-blar también, en el mismo documento, a la familiarevolucionaria toda, ya que los soldados de nues-tro Ejército actual no son sino un fragmento dedicha familia y deben estar perfectamente unifica-dos con sus aspiraciones o ideales de mejoramientocolectivo y de engrandecimiento de la patria.Deseo comenzar estableciendo que no considero—por la rebelión de marzo— defraudada mi con-fianza en el Ejército, cuando me constituí enmomentos solemnes en fiador de la conducta no-ble y desinteresada de esta institución, porque larebelión de marzo no fué, afortunadamente, cri-men del Ejército Nacional, ni puede en justiciaconsiderarse como mancha de esta institución re-volucionaria, sino como aventura de algunos jefesambiciosos, que por sus características mentales yde conducta, podían considerarse, ya desde antesde su defección, como definitivamente divorcia-dos de nuestro movimiento revolucionario social,y que sólo lograron arrastrar, por un equívoco con-cepto de disciplina y de deber, a minorías delEjército. Precisamente quiero insistir sobre estepunto, señalando la dolorosa injusticia, inevitable,de que sean los oficiales y en general todos losjefes subalternos, los que sufren constantementelas consecuencias de la deslealtad de sus malos

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jefes, quienes, cuando se lanzan a la rebelión, tie-nen ya de antemano casi siempre resuelto elproblema de su retirada y la salvación de sus vidasy fortunas, en tanto que entregan, sin el menor sen-timiento de pundonor a los jefes subalternos y a laoficialidad, a la muerte, o a una vida de deshonor,de oscuridad y de miseria, con lo que pagan fatal-mente el grave error de haber aplicado para normade su conducta en los movimientos rebeldes, lasreglas precisas de disciplina y de obediencia quela ordenanza y las leyes militares no pretendieronestablecer nunca para aquellos casos en que, fal-tando a sus deberes los altos jefes del Ejército,pretenden usar, para satisfacción de sus ambicio-nes personales, los elementos de hombres y dearmas que la nación puso en sus manos única yexclusivamente para la guarda de la institucionesy del decoro del país.Es preciso que llegue a la conciencia de todos losmiembros del Ejército Nacional, que en tales ca-sos no solamente no los obliga a seguir a un jefedesleal, su deber de subordinados, ni su honor desoldados, sino que por el contrario, ellos, los jefessubalternos y la oficialidad, deben de ser los pri-meros en castigar con toda energía intentos de esanaturaleza, haciendo así imposibles de toda impo-sibilidad, los movimientos militares que, sinfinalidad social ni propósitos que respondan a in-discutibles anhelos o a necesidades reales de lasgrandes mayorías, resulten de burdas conspiracio-nes de jefes confabulados criminalmente paraasestar golpes contra la vida de las institucionesnacionales y de los gobiernos que las representan.

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Es particularmente interesante en estos párrafos, la doctrinaque establecía o sentaba el general Calles: que no estabanobligados los oficiales y jefes subalternos, ni la tropa, porsupuesto, a seguir a jefes en rebeldía, por equívocos con-ceptos de disciplina o de espíritu de cuerpo que estoselementos irresponsables, arrastrados o engañados, debíanhacerse justicia por su mano contra los jefes desleales.(¿Cómo podría, pues, lógicamente, extrañar Calles, ni nadiecon espíritu de justicia, que nosotros en 1935 hiciéramos ybastante menos de lo que Calles aconsejaba a los oficialesque hicieran, cuando abandonaban sus jefes a la legalidadconstitucional o a la Revolución?)

La enseñanza resultaba tan peligrosa para los futuros jefesmilitares rebeldes, que desde 1929 hasta la fecha no se hanproducido nuevos levantamientos de tropas, y no creemosequivocarnos si decimos que el día que lo intenten malosjefes militares, van a llevar graves sorpresas, porque los sub-alternos, la oficialidad y la tropa ya no se dejarán engañartan fácilmente como antes y no es dudoso que en tales casoscastigarían a los jefes desleales, por lo menos con el aban-dono, como castigaría la oficialidad inglesa o francesa acualquier jefecillo o alto jefe que pretendiera usar las tropascontra gobiernos legítimos o en contra de las instituciones.Siguen las declaraciones:

Afortunadamente, repito, los acontecimientos queacaban de desarrollarse han probado hasta la evi-dencia que no sólo no tuvo repercusión elmovimiento rebelde en las grandes masas del país,que estuvieron siempre decididamente del lado delgobierno legítimo, sino que hubo elementos nu-merosos dentro de las mismas organizacionesmilitares arrastradas a la defección, que supieroncumplir con su deber desde un principio, y quedó

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demostrado también, por la conducta leal y vale-rosa de todos los demás jefes, oficiales y tropa delEjército Nacional, que hay razones suficientes parasentirse cada vez más optimista y para considerarya como una verdadera institución de naturalezaorgánica a ese Ejército nacido de la Revolución.No juzgo fuera de oportunidad recordar, como lohice en mi mensaje presidencial de septiembre úl-timo, los sacrificios de todo orden que ha sido precisohacer para dignificar a esta institución revoluciona-ria y para elevarla a la envidiable altura moral ymaterial en que se encuentra, y pasada la última gra-ve crisis en el proceso de depuración de nuestroEjército, es indispensable que cada vez con mayoratención y energía, todos los miembros de él, cual-quiera que sea su grado, velen celosamente porconservar incólume esa posición y ese prestigio.Nunca hemos creído que deba el campo políticoser vedado para los altos jefes del Ejército, perocreímos siempre y cada vez se robustece más nues-tra convicción, que solo es digna la actitud de unmilitar político cuando pone en manos del gobier-no de la nación, los elementos militares que tuvo asu cuidado, antes de cambiar sus actividades en elEjército por actividades en la política. De otromodo, y convertidos los altos jefes del Ejército enfactores políticos que usan para el triunfo de suopinión o de su ambición política, legítima o ilegí-tima, la fuerza militar confiada a ellos para finesmuy distintos de la política, se llega fatalmente alresultado de convertir al Ejército en núcleos dehombres armados que manejan a su antojo realesconspiradores, y no sólo produce esta situación ladecadencia material y moral del Ejército si no trae

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consigo fatalmente, el distanciamiento del pueblode esa institución en la que ya no puede ver el sos-tén de los legítimos organismos de gobierno, ni elguardián del decoro nacional en los conflictos deorden externo, sino que tiene que considerarla comoun amo brutal e intolerable que ahoga toda aspira-ción popular, todo impulso de libertad y todosentimiento democrático.

También estas palabras que pusimos en boca de Calles (por-que traducían su pensamiento) creemos sinceramente quetuvieron gran valor cuando fueron dichas y que tendrán siem-pre valor, de enseñanza real, por muchos años aún, enMéxico. Creemos que la tesis que se desarrolla es sencilla-mente salvadora en nuestro país, y si ella llegara a constituir,como esperamos, pensamiento y acción constante de nues-tro instituto armado, el horizonte del país variaría de mododefinitivo. Pero si son de valor permanente, y ya no sólooportunista o incidental, esas advertencias y consejos relati-vos al Ejército, son más significativas todavía y mucho másactuales, porque siguen perdurando casi todos los viciosdenunciados ante el país en 1929, las frases que siguen enlas que reconoce Calles el fracaso de la Revolución, en elterreno político.

Puedo asegurar que pocas veces habrá sido más sinceroCalles que entonces; me dio carta blanca, absoluta, para pintarlos caracteres inconvenientes de la política y las situacionespenosas, porque me dijo: Por más que conozca usted la po-drida condición de nuestra política y todos sus caracteres,nunca podrá pintarla con los tonos tan negros que merecen,ni llegará usted a producir una impresión más desagradable,respecto de los vicios y los elementos que vamos a criticar,que la impresión que pude ver que existe en las masas obre-ras y campesinas, que sólo estuvieron ahora con nosotros en

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la rebelión “escobarista”, por fé en la Revolución y tal vezen algunos de sus hombres, pero que se sienten engañadas,explotadas, traicionadas por la mayoría de los políticos.

CAPÍTULO XXXLA CONFESIÓN Y ACUSACIÓN MÁS PENOSASPARA CALLES: EL “FRACASO POLÍTICO” DE

LA REVOLUCIÓN

PERO NO sería yo justo si al hablar de los gravesdefectos de que han adolecido algunos altos jefesmilitares, y de los peligros que su conducta ha crea-do, no señalara también en este mensaje al Ejércitoy a la opinión revolucionaria de México, algunosde los graves errores políticos que ha cometido laRevolución, y que es preciso rectificar sincera yvalientemente, si no queremos que por culpa nues-tra la Revolución llegue a fracasar, si nomaterialmente, si, de modo definitivo, en las con-ciencias.Me refiero al fracaso político de la Revolución.La Revolución, el movimiento material y moral queviene operándose en nuestro país desde 1910, hasido un éxito, a nuestro modo de ver, en el campoeconómico-social, y no creemos que puedaculpársenos de vanidosos [por la parte de respon-sabilidad o de insignificante mérito que podamoshaber tenido en este punto] si afirmamos que tam-bién en el terreno administrativo y constructivo dela política ejecutiva del gobierno federal y de al-

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gunos gobiernos locales, no ha fracasado la Revo-lución. Pero en el campo meramente político, en elterreno democrático, en el respeto al voto, en lapureza de origen de personas o de grupos electi-vos, ha fracasado la Revolución.El país ha sido profundamente sacudido por la con-vulsión de orden económico social; nada ni nadiepodrá destruir la obra lograda; las conquistas re-volucionarias, a estos respectos, están firmementegrabadas en la conciencia popular; selladas, recti-ficadas, por las necesidades muy reales de lasgrandes masas proletarias del país, y nos atreve-mos a asegurar que ya ni la reacción —ni la parteinteligente de la reacción— discute la convenien-cia, la necesidad, la fatalidad misma, de estasconquistas de orden económico-social que formanya parte integrante, no sólo de nuestros textos cons-titucionales y de sus leyes derivadas, sino de larealidad del instante y del sentimiento nacionalmismo. En esta materia la fé de las grandes masasdel país en los gobiernos revolucionarios, ha sidoy es irrompible; su identificación, particularmentecon el Poder Ejecutivo federal, ha sido perfecta,pero ni antes ni ahora hemos podido conseguir elsaneamiento material y moral indispensable paraque el triunfo social de la Revolución, indiscuti-ble, sea también éxito de naturaleza política.

CON SÓLO pensar que, seis años después, el general Múgicatuvo que criticar, duramente, con absoluta razón y justicia,al Partido Nacional Revolucionario; con recordar los gritosde justa desesperación de Portes Gil, de noviembre de 35,cuando se confesó incapaz de mantener la disciplina de lossuyos, empeñados en tomar posesión... de los presupuestos,

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y con pensar, por último, que en 1938 hubo que acabar conel partido, las palabras de Calles adquieren un valor de pro-fecía. Por supuesto que ya veremos que a pesar de suspropósitos y de sus advertencias, tampoco él se decidía, comoera su deber supremo —¡y como era fácil!— a poner orden yverdad en el aquelarre. ¡Lo hubiera hecho y eso habría sidola más noble y patriótica justificación del “dualismo políti-co”! Con sólo que hubiera inyectado verdad y moralidadCalles a la política nacional y a la de los estados, todo se lohabría perdonado el país. Sólo que para esto era estorbo devoluntad y de acción la entelequia misma del dualismo, queobligaba a contemporizaciones indecorosas y a volver a acep-tar a los elementos descritos, pintados, y señalados pornombres, en sus pláticas conmigo, “para que me inspirarayo mejor en la descripción de esos caracteres y de esos vi-cios”. Pero sigamos con las dolorosas confesiones de Calles,que no pierden su valor por el hecho de que fuera su mismoautor quien claudicara al fin, apoyándose en esos mismoselementos por falta de energía real (imposibilitado de hechopor sus enfermedades anteriores) y hasta por falta de fé, porhaberse visto enredado desde 1930, en los engranajes tanpeligrosos de un “dualismo”, ya para entonces francamente“gubernamental”, imposible...

Basta ponernos en contacto, honradamente, con lasgrandes masas de la población mexicana, con lascampesinas muy particularmente, para sentir, des-de luego, que si la mayoría del país respalda alEjecutivo federal, y si las grandes masas proleta-rias reconocen la acción evidente de beneficiosocial y económico de la Revolución, por la since-ra y enérgica identificación del Ejecutivo federalcon esos principios de orden económico-social, enun tanto por ciento muy grande de los casos, no ya

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la opinión reaccionaria o enemiga, sino la mismamayoría revolucionaria del país, repudia abierta-mente fórmulas y formas de orden político, ydiscute o niega la legitimidad de numerosos y di-versos representantes de la autoridad, y siente que,lo mismo en los ayuntamientos que en las cámaraslocales, que en los gobiernos de los estados y queen las cámaras federales, no ocupan sus puestospor elección popular muchos de nuestros políticos.Y de esta convicción, que se traduce naturalmenteen impopularidad de autoridades, en desprecio paraotras, y en un sentimiento de desconsuelo, de realgeneralizado escepticismo político, perfectamenteexplicable, resulta un estado de pasividad aparen-te, de verdadera inercia nacional en materia política,solo interrumpido o sacudida por acciones y reac-ciones locales, por murmuraciones constantes y porconstantes desconfianzas justificadas que son,como es natural, fácil abono para hacer germinarpropósitos sediciosos o propagandas subversivasde cualquier orden.En estas condiciones, la verdad, la verdad honradaes que el país sigue a los gobiernos, en las crisispolíticas o militares, casi única y exclusivamentepor confianza en el Ejecutivo federal; porque sien-te y sabe que los gobiernos revolucionarios delcentro, representados en último extremo por el pre-sidente de la República (nótese cómo Calles tratasiempre de prestigiar a Portes Gil...) Aun con to-das las lacras y deficiencias de muchos de loscomponentes de los gobiernos locales, de ayunta-mientos o de poderes federales, garantizan laestabilidad de las conquistas de orden económico-social; y van al campo de la lucha, si es preciso,

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las masas campesinas y obreras, y saben morir ge-nerosa y denodadamente por conservar esasconquistas, aunque amargue su sacrificio la enor-me desilusión de orden público que hay en ellas.No necesito decir que estas verdades dolorosas hayque reconocerlas y proclamarlas si queremos quepuedan ser corregidos nuestros graves errores al-guna vez; si deseamos que la familia revolucionariapueda llegar a sentirse perfectamente unida e iden-tificada en aspiraciones, ya no sólo de ordeneconómico-social, sino también político; si quere-mos, por último, que el Partido NacionalRevolucionario, que ha nacido de mi llamamientoal país a una vida institucional, pueda cumplir co-rrectamente con los deberes de un verdaderopartido político.Ahora bien, voy a explicar por qué me refiero alPartido Nacional Revolucionario. Los errores deorden político que vengo considerando, el fracasopolítico real de la Revolución que no he vaciladoen señalar, está fuera de la acción del Ejecutivofederal.

(Esto, naturalmente era del todo teórico y lo ha seguido sien-do. Como ni entonces, ni hasta hoy, más de un cuarto desiglo después de iniciada la Revolución de 1910, en ningúncaso el partido ha elegido a sus presidentes, sino han sidoestos elección de los jefes del Estado o del general Calles, laresponsabilidad política del partido de Estado si les corres-ponde, casi íntegramente. Y no puede haber sino dos caminos:o desautorizar definitivamente al partido, si sigue siendo ele-mento de mentira política, o encargarse el gobierno de sucorrecto manejo y moralización efectiva. De otro modo pa-

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sarán los años y lo único que se hará, de cuando en cuando,será confesar de nuevo el fracaso político de la Revolución..)

Sigue Calles: “Aunque se reconozcan y se palpenlas maniobras encaminadas a burlar el voto, resul-ta casi imposible para la primer autoridad del paísponer el remedio, porque los resultados de ordenelectoral se presentan revestidos con todas las for-mas y aspectos aparentes de la más perfectalegalidad, y porque adelantarse a los resultados deuna farsa electoral interesada, bajo la aparienciade un correctivo a la maniobra electoral que se in-tentara combatir.Es un verdadero círculo vicioso que envuelve yataca a los encargados del Poder Ejecutivo, sincontar con los mil aspectos de soberanía, de inde-pendencia de poderes, de organizacionesinstitucionales autónomas en cuya formación ydesarrollo no puede influir legalmente un gober-nante, aunque, repito, le conste el aspecto defalsedad o de burla que preside de ordinario a mu-chos de los actos de la creación electoral de estosorganismos.Por esto, porque el correctivo, porque el saneamien-to material y moral de orden político a que vengorefiriéndome, sólo puede resultar de la acción, deljuego de verdaderos partidos políticos, y porque,naturalmente, la responsabilidad ante la opinión re-volucionaria tiene que recaer en las organizacionespolíticas de matiz o de carácter revolucionario, espor lo que señalo, para la parte de acción y de res-ponsabilidad futura que corresponde a la familiarevolucionaria, al Partido Nacional de esta tenden-cia, en el que se han fundido la mayor parte si no

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la casi totalidad de las agrupaciones políticas deideología avanzada, y corresponde, por tanto, a esepartido, reparar los errores que la Revolución hayacometido en materia política.Tiene también, naturalmente, los demás grupos opartidos no revolucionarios [... pero, señor, ¿cuán-do se les ha dejado actuar?] o no identificados conel Partido Nacional Revolucionario, por su iner-cia, por su indiferencia o por su falta de vigor, suparte de responsabilidad en el fracaso político queconsidero, por lo que ratifico en todas sus partesmi mensaje presidencial a las cámaras, como enlas locales, se permita que estén representadas to-das las tendencias y todos los intereses legítimosdel país, con lo que tengo la más firme convicciónde que no sólo no se ponen en peligro sino se afir-man y se hacen inconmovibles, se consagran, enuna palabra, las conquistas de la Revolución.

AQUÍ PUEDE verse cómo hacíamos un nuevo esfuerzo, aun-que ya para entonces tuviéramos pérdida mucha de nuestrafé en la firmeza y continuidad útil de los propósitos de in-yectar cordura y honradez a nuestra política. Con ese objetose insertaban, con las mismas palabras usadas en septiem-bre anterior, las advertencias absorbentes, intolerantes detriunfos legítimos de contrarios, etc., etc. Pero, repetimos,la verdad es que ya para 1929, casi toda nuestra vieja ilusiónal respecto se había desvanecido, y pasaron diez años y el“totalitarismo burocrático” y la eliminación, no sólo de “con-trarios”, o de “reaccionarios”, sino a veces hasta derepresentantes verdad de organizaciones campesinas y obre-ras, siguió siendo la característica del partido. Siguen lasdeclaraciones de Calles:

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"Que cada quien haga su parte en esta obra de de-puración y de verdad política. No soy yo el indicadoni tendría autorización ninguna al hacerlo, para pre-tender señalar derroteros a los demás grupospolíticos; pero sí me considero en la obligación deseñalarlos al Partido Nacional Revolucionario,cuyo programa de acción interna y externa cons-tante debe consistir en hacer una enérgicadepuración entre sus filas; en aprovechar la nuevaoportunidad que se presenta, de una paz materiallograda con tanto sacrificio, para llegar a produciruna verdadera paz en las conciencias; en satisfa-cer, por sus procedimientos y por una resoluciónsincera de respeto al voto, en satisfacer, digo, si noes posible a toda la opinión de la República, si-quiera a la inmensa opinión revolucionaria de lamayoría del país que, entusiasmada y satisfecha[?] por las conquistas legales y algunas veces ma-teriales de orden económico social, nos ha seguido,aunque la hayamos defraudado en sus justas aspi-raciones de orden político; en aceptar todo triunfolegítimo de contrarios en política, [...¡pero si no seaceptan ni siquiera los triunfos de los propios...cuando no les gustan a los liderillos altos o bajosdel partido...!] así sean reaccionarios, así represen-ten la más atrasada tendencia, seguros todos de que,como afirmé en mi mensaje presidencial y comolos hechos últimos han venido a demostrarlo, laopinión revolucionaria del país se impondrá en laconstitución legítima de mayorías, sin que hayanecesidad, para formar esas mayorías, de torcer elvoto o de burlar la voluntad del país y de los gru-pos revolucionarios, dando el triunfo, porresoluciones de camarillas, a elementos a los que

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no respalda la opinión —a la opinión revoluciona-ria me refiero— porque esa opinión hubieradecidido inclinarse a favor de otros elementos quedeseara tener como sus representantes en las cor-poraciones municipales o en los gobiernos de losestados, o en las cámaras federales o locales, o enla Presidencia misma de la República.Sólo entonces, cuando el Partido Nacional Revo-lucionario se resuelva a no permitir que se escojanarbitrariamente, o que se autoseñalen sus hombres,y busque en el pueblo mismo la real opinión revo-lucionaria que respalde a elementos de fuerzapopular, y cuando ese partido revolucionario nosólo no acepte servir como medio o vehículo deimposición, sino luche y proteste contra las impo-siciones de las camarillas, dentro de su seno, ycuando por esta conducta la conciencia revolucio-naria del país esté también satisfecha en el terrenopolítico como lo está ahora en el campo de la re-forma social, sólo entonces podremos decir quehemos hecho triunfar integralmente, en las con-ciencias de la familia revolucionaria, a laRevolución Mexicana.

CAPÍTULO XXXITERCER ESCALÓN DEL DESCENSO: EL TARDÍO

EXILIO DE 1929

YA HEMOS INDICADO que desde el mensaje presidencial de 28todas las declaraciones sucesivas de Calles iban resultandomala, pésima (como nuestra), literatura “gastada”. Ningún“político” hizo caso ya de sus palabras (aunque si lo creyó,seguramente, el pueblo) y él mismo cuando regresó de Eu-ropa y volvió a tener injerencia, hasta excesiva, en los campospolíticos, permitió que siguieran las prácticas viciosas y hastaque siguieran privando los mismos hombres cuya descrip-ción de hechos políticos y morales nos había encomendado...¡para impresionar a la opinión revolucionaria del país! Laverdad es que era el general Calles el que habría necesitadoimpresionarse de modo constante de ese “fracaso” de laRevolución y derivar de esa impresión no sólo palabras con-denatorias sino acciones positivas de limpia, de disciplina yde verdad política. El país estaba absolutamente convenci-do de esos vicios y deficiencias que se le denunciaban; perono era el país, sin real organización, el que podía remediar-los... De todos modos, el resultado político inmediato de esaactitud, en su origen sincera y decidida de Calles, volvió acrearle en el gran público (ya que no entre los políticos) unambiente de verdadera simpatía y detuvo la caída del presti-gio de ese carácter. La detuvo por unas semanas nada más,

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por supuesto, porque a poco las acciones y las reaccionespolíticas se hallaban en toda su fuerza, y el que ganaba enprestigio real era el presidente Portes Gil, por su indiscuti-ble obra buena de gobierno y por su dirección hacia laizquierda.

Atravesaba el gobierno por el maravilloso oasis de paz yde influencia que tienen todos en México, cuando acaba deser sofocada una rebelión. Era la situación del presidente, unaluna de miel con los políticos, con las cámaras, con los gober-nadores, con el Ejército. El oasis se tornaba cada día máscolorido y más brillante. Parecía un gran cañón de Arizona,en tardes de otoño. De tal modo eficaz había sido la dolorosapero necesaria poda que saneó al Ejército, que han transcurri-do nueve años desde entonces y el país no ha vuelto a ver suscampos manchados por otra revuelta “militar”. Puede imagi-narse cual sería, entonces, la fuerza material, el prestigiointerno y exterior que había logrado originalmente Calles paraPortes Gil, pero que, con justicia, el pueblo cargaba a la cuen-ta “de gobernante”, ahora ya casi ciento por ciento, del Lic.Portes. El “dualismo”, después de tantas reiteradas declara-ciones de “retiro” de Calles, iba de capa caída. Lasdeclaraciones de condenación de políticos y de confesión delfracaso “de la política de la Revolución” tenía cariaconteci-dos a no pocos, y éstos, de modo naturalísimo, se alejaban desu inofensivo pero molesto censor y acusador que denuncia-ba pero no castigaba, y se aproximaban al jefe del Estado.Afortunadamente éste ganaba cada día en sentido de respon-sabilidad y hasta en definitiva dignidad de gobernante. Ibatomando, había tomado ya, para julio de 1929, perfiles realesde presidente de la República. Ni un jefe militar que se atre-viera a discutir, o a murmurar siquiera, por las disposicionesdel primer mandatario. Un sentido de cooperación y de disci-plina en todos los campos administrativos, ya que no en lospolíticos, contribuyendo a aumentar la dulce paz que reinaba

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dos fenómenos: el “arreglo”, así malamente llamado, de “lacuestión religiosa”, y el feliz resultado de los movimientos dehuelga estudiantil (nacidos de lamentables errores del minis-tro Padilla), conjurada la huelga por la concesión de laautonomía a la Universidad, fenómenos de gobierno que ex-tendieron el campo y la intensidad de la luna de miel nacional,porque dos nuevos e importantes sectores se convirtieron enamigos de Portes: los católicos y los estudiantes.

MATERIA particularmente escabrosa es la primera; la que serefiere a “los arreglos” de Portes Gil con la jerarquía católi-ca. Quizás alguna vez intentemos su estudio de ensayodiferente. Sólo sería necesario decir ahora, para los propósi-tos concretos de esta obra, de análisis del fenómeno:“dualismo” político y gubernamental, que esas aparienciasde “arreglo” sí fueron, por desgracia, o sugeridas o estimu-ladas por el embajador Morrow, que veía en ese paso elcoronamiento de una acción política y diplomática que siem-pre hemos juzgado nosotros que estuvo muy lejos de sertodo lo conveniente, para México, que los “bonánsulos” deaquende y allende en Bravo han creído que fué... Me constatambién el interés especial, hasta excesivo, que tuvo Callespor esos “arreglos”, y fui de modo casual, testigo auditivo(de la parte correspondiente a Portes Gil), de las conferen-cias telefónicas que tuvo Calles con el presidente, en la tardemisma que iban a darse a la publicidad dichos “arreglos”, esdecir, en que iban a firmarse las declaraciones presidencia-les que pusieron fin aparente al conflicto religioso, agravadodesde 1926, existente desde la Colonia, en realidad. Lo malode eso que se llamó “el arreglo religioso con Portes Gil”(aparte, naturalmente, de la indebida e impertinente actitudde Morrow), fué que no se explicó bien al país que no habíahabido realmente arreglo de ninguna naturaleza; es decir,que el gobierno no había modificado su posición teórica,

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perfectamente ajustada a la ley, impecable, de no intromisiónen la materia propiamente religiosa, en la parte dogmática; queseguía considerando que no podía ser su papel, como gobierno,el de perseguidor de religiones; pero que tenía que seguir dis-puesto a exigir el cumplimiento de las leyes dictadas por elEstado sobre la materia del culto. Y como estas leyes eran, en elcriterio de la jerarquía, las que ocasionaban el conflicto religio-so (y lo demostró el alto clero con la nueva petición de 1935, demodificación de ésas y otras leyes posteriores), y como en “losarreglos” con Portes todo quedaba igual. El problema, repeti-mos, permanecía en pié, con el resultado, ya que en el año de1929 estaba totalmente sofocado el movimiento cristero y puestoque ya el país, como consecuencia indirecta de ese movimien-to, había perdido lo que habría valido más la pena de cuidar: algeneral Álvaro Obregón. No se ganaba pues, sino, si acaso,mayor seguridad para la vida del primer magistrado, y del ge-neral Calles; pero en cambio se perdía en franqueza y en claridadde posición, porque en el público y sobre todo en el extranjero,quedaría la impresión falsa de que había habido “arreglos”, yse hablaría siempre —hasta ahora— de “violaciones de esossupuestos arreglos”, cada vez que el problema religioso tuvieraexacerbaciones de cualquiera naturaleza. Pero, personalmentepara Portes Gil, insistimos, el éxito fué clamoroso. Aumenta-ron la confianza y la buena voluntad de importantes sectorescatólicos; se suavizó la prensa extranjera en sus ataques; llegóaún a hacerse el “hombre del día” y “la esperanza nacional”, elpresidente interino, no sólo en sectores avanzados sino hasta encírculos de caballeros de colón de dentro y fuera del país.

OTRO FENÓMENO, decíamos, que siguió a la rebeliónescobarista y que contribuyó a dar popularidad a Portes Gil,en la capital de la República, fué la concesión de la autono-mía universitaria, porque con ella concluyó una huelga queamenazaba tomas aspectos francamente tumultuosos y que

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hubiera podido obligar al presidente interino —de no evitar-lo celosamente el Departamento del Distrito Federal, comoera de su deber— a represiones sangrientas de estudiantes,siempre condenables.

Como estamos hablando de los aspectos políticos, no es in-oportuno recordar que la concesión de la autonomíauniversitaria, después de los errores de Padilla, era unahabilísima medida “política”, porque se estaba en año de elec-ciones presidenciales y era candidato, contrario a Ortiz Rubio,nada menos que Vasconcelos, que era el que habría podido apro-vechar, para aspectos de borrasca sangrienta electoral, en laenemistad hacia el gobierno de los estudiantes de la capital, siéstos no hubieran obtenido ya, para entonces, por resolucióndel presidente y a iniciativa nuestra, lo que no se habían atrevi-do aún a solicitar por esos días: la autonomía de la Universidad.18

Como si sólo hubiera esperado “el arreglo” de la cuestiónreligiosa para irse al extranjero, Calles dispuso su viaje aFrancia en cuanto ese conflicto, por lo menos aparentemen-te, terminó. E hizo bien, porque ya nuevamente la atmósferaera para él de maledicencia intolerable y de intrigas diariasen los campos de la política. Sólo en los de administraciónera el trabajo cada vez más ordenado y eficiente, aunque semascaba en el aire desconfianza para Calles, desdén para elfuturo presidente Ortiz Rubio, en los círculos palaciegos, yuna extraña tendencia ultra-personalista, tanto más extrañay hasta absurda cuanto que solo faltaban meses a la admi-nistración de Portes Gil. Enfermo, descorazonado, Calles seembarcó. Respiró más tranquilamente la administración, ensus planos especiales adictos a Portes, y con la estela delbarco, por lo tardío del viaje, se iba perdiendo un prestigio:el del general Calles.

18 Véase en el Apéndice, si se desea, la “Inserción Núm. 5”, el memo-rándum de Puig a este respecto.

ÍNDICE

TOMO INOTA PRELIMINAR .................................................. 7LIBRO PRIMEROEL PANORAMA EN SU CONJUNTO Y DOS HOMBRES: OBREGÓN

—DESDE EL SEPULCRO— EN EL FONDO DE LA ESCENA, YCALLES DOMINANDO EL PAISAJE... HASTA SEPTIEMBRE

DE 1933............................................................................ 9

PRIMERA PARTEDEL FONDO Y DE LA FORMA DEL DRAMA Y DE SU EXPRESIÓN

LITERARIA EN EL LIBRO ..................................................... 11CAPÍTULO IFENÓMENOS DIVERSOS EN UN MISMO MARCO: LA

REVOLUCIÓN MEXICANA .................................................. 13CAPÍTULO IICUANDO LA REVOLUCIÓN ACELERÓ NUEVAMENTE SU

RITMO, CON CÁRDENAS..................................................... 39CAPÍTULO IIILA REVOLUCIÓN DE MÉXICO ES UN BLOQUE, HAN DE FALLAR

LOS HISTORIADORES DE MAÑANA........................................ 61

CAPÍTULO IVCONNOTACIÓN Y DENOTACIÓN DE ALGUNOS TÉRMINOS QUE SE

USAN EN LA OBRA. JULIO NAVARRO MONZÓ NOS AYUDA

A DEFINIR CONCEPTOS ....................................................... 77CAPÍTULO VUNA “MANERA” LITERARIA QUE EXCLUYE ENCONOS YPASIÓN. INTENTOS DE “UNIVERSALIZACIÓN” DE NUESTRA

OBRA............................................................................... 83CAPÍTULO VIPOR QUÉ NO HA PODIDO SER LIQUIDADA LA REVOLUCIÓN ..... 99CAPÍTULO VIINOS ASOMAMOS AL “DUALISMO” Y AL FENÓMENO DE

“LA RESISTENCIA” A LEGALIZAR “LA DICTADURA” DE

CALLES ......................................................................... 107CAPITULO VIIICÓMO Y POR QUÉ LA CREACIÓN DESTRUYE A SU CREADOR .. 119CAPÍTULO IXLA LEYENDA DEL “HOMBRE QUE GOBERNÓ ONCE AÑOS” ..... 135CAPÍTULO XUNA ATMÓSFERA DENSA, DE INCOMPRENSIÓN Y DE

MENTIRAS ...................................................................... 141

SEGUNDA PARTEEL SURCO QUE SE ABRIÓ EN LA MONTAÑA CUANDO CAYÓ

EL GIGANTE.................................................................... 149CAPÍTULO XIEL PÉNDULO EN MARCHA, DE LA DICTADURA A LA ANARQUÍA,EN LAS “MICROBIERAS DE PAÍSES” .................................... 151CAPÍTULO XIIPERIODOS DE “REGULARIDAD DE 161 GOBIERNO” YSIEMPRE EL MISMO AL FRENTE.......................................... 161CAPÍTULO XIIILAS CRÍTICAS TAN FÁCILES A POSTERIORI .......................... 173

CAPÍTULO XIVENCRUCIJADAS Y CAMINOS REALES .................................. 179CAPÍTULO XVVENDIMIÓN VA VIVIENDO ................................................ 207CAPÍTULO XVIEL HOMBRE QUE ARREBATÓ TORAL A MÉXICO. ................. 213CAPÍTULO XVIIEL HOMBRE A QUIEN LA PISTOLA DE TORAL ENTREGÓ LA

HERENCIA DE OBREGÓN .................................................. 235

TERCERA PARTEEL MENSAJE PRESIDENCIAL —POLÍTICO— DE CALLES AL

MORIR OBREGÓN. LO QUE SIGNIFICABA Y PROMETÍA.SUS ALCANCES INICIALES. SU OLVIDO Y POR QUIENES. ....... 261CAPÍTULO XVIIIEL VACÍO (POLÍTICO) CREADO POR LA MUERTE DE

OBREGÓN ...................................................................... 263CAPÍTULO XIXASPECTOS CONCRETOS “DE RESOLUCIÓN POLÍTICA”DEL PROBLEMA PLANTEADO POR LA MUERTE DE

OBREGÓN ...................................................................... 271CAPÍTULO XXBURLADORES, A CORTA DISTANCIA, DEL MENSAJE .............. 279CAPÍTULO XXIPUÑADOS DE VERDADES Y ADVERTENCIAS... QUE SE

OLVIDAN ........................................................................ 287CAPÍTULO XXIILA ILUSIÓN DE “UN TESTAMENTO POLÍTICO” DE QUIEN NO

SUPO, O NO QUISO, O NO PUDO “MORIR” CUANDO LE

CONVENÍA PARA SU PRESTIGIO .......................................... 293CAPITULO XXIIILA INVOCACIÓN AL EJÉRCITO, EL ÚNICO QUE ESCUCHÓ

Y QUE HA CUMPLIDO HONRADAMENTE EL MENSAJE DE

CALLES, HASTA HOY ....................................................... 299

LIBRO SEGUNDOEL PANORAMA EN SUS DETALLES POLÍTICOS Y EN SUS

ASPECTOS CONCRETOS DE ORDEN SOCIAL .......................... 303PRIMERA PARTECALLES, EN LA NUEVA “VIDA CONSTITUCIONAL”, RUMBO AL

ABISMO... ...................................................................... 305CAPÍTULO XXIVEL FENÓMENO DEL “DUALISMO” EN EL GOBIERNO DE

MÉXICO, UN VIEJO VICIO ................................................. 307CAPÍTULO XXVESQUEMA DE LA RESISTENCIA DEL PRESIDENTE PORTES

GIL AL “DUALISMO” ....................................................... 313CAPÍTULO XXVILAS PRIMERAS EXPRESIONES APARENTES, PÚBLICAS,DEL “DUALISMO” ............................................................ 319CAPÍTULO XXVIIBAJANDO LA EMPINADA PENDIENTE DE LA PERDIDA DE

LOS PRESTIGIOS. ............................................................. 339CAPÍTULO XXVIIISEGUNDO ESCALÓN DEL DESCENSO: EL ABANDONO TARDÍO

DE LA CANDIDATURA SÁENZ POR LA DE ORTIZ RUBIO ........ 353CAPÍTULO XXIXUN DESCANSO EN LA ESCALERA DE DESCENSO AL MAR:LA REBELIÓN ESCOBARISTA .............................................. 363CAPÍTULO XXXLA CONFESIÓN Y ACUSACIÓN MÁS PENOSAS PARA CALLES:EL “FRACASO POLÍTICO” DE LA REVOLUCIÓN .................... 377CAPÍTULO XXXITERCER ESCALÓN DEL DESCENSO: EL TARDÍO EXILIO DE

1929 ............................................................................ 387

De Obregón a Cárdenas, Galateas rebeldes a varios pigmaliones,Tomo I, de José Manuel Puig Casauranc, se terminó de imprimiren diciembre de 2003, en los talleres de Mexicana Digital deImpresión, S.A. de C.V. Av. de la República 145-A, Col.Tabacalera, México, D.F. Se tiraron 1,000 ejemplares en papelcultural de 45 kilogramos. Se usó tipografía Times New Romanen 10 y 14 puntos.Captura de Texto: Marco Antonio Muñíz.Cuidado de la edición: Carlos Priego.Formación: María Luisa Soler Aguirre.

de obregÓn a cÁrdenas galatea rebelde a … · ... aunque la juventud de méxico pudiera tener...

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